desde un corazon educado en casa

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Desde un corazón educado en casa Escrito por Ana María Fernández Magaña Abrí mis ojos y allí estaba, una helada mañana de sábado, siete años después de un día que apenas recordaba. El miedo se había ido pues sabía que no estaba sola. No importaría que la gente me llamara loca, antisocial o soñadora, como lo había estado oyendo los últimos años, pues mi mente y corazón estaban puestos en algo más firme que eso. Miré el reloj y eran las cinco de la madrugada; me quedaban unas pocas horas para tener que levantarme, así que, buscando refugio entre mis cobijas y cerrando los ojos traté de recordar un poco. Cuando los abrí, estaba sentada en la sala de nuestra antigua casa. La escena era un tanto desconcertante: Acompañada de mis dos hermanos, observábamos a mis padres hablar en un tono serio. No ponía mucha atención, y en realidad no me importaba lo que decían, solo pensaba en terminar con esto para ir a jugar afuera. Pero en cuanto mis padres pronunciaron la frase, esta que sería responsable de los daños o beneficios acarreados por el resto de mi vida, dijeron así: "los tendremos que sacar de la escuela". Mi pequeño mundo se vino abajo por completo y por mi mente solo pasó un ingenuo "debo haber hecho algo terrible". Los labios de ellos continuaban moviéndose, mas no podía escuchar nada, pues por dentro estaba completamente paralizada. Abrí los ojos y vi el techo de mi habitación. Debo reconocer que vivía una realidad pequeña con limitadas posibilidades; mi mente era bastante inmadura entonces, al menos lo suficiente como para pensar que mis padres habían dejado de quererme, en lugar de detenerme a ver el cuadro completo y comprender que era el inicio de algo más grande, tan grande que probablemente mis padres tampoco lo entenderían del todo. De pronto sentí un terrible dolor de cabeza, causado por un estruendo metálico resonando justo en mi oído, y cerré los ojos del dolor. El sonido provenía de otro recuerdo: Estaba parada afuera de mi salón de quinto grado, llorando de rabia. Justo acababa de salir furiosa de él, azotando la puerta detrás de mi. "¿Por qué no puedes ser más como tu hermano mayor? Ojalá fueras tan inteligente como él". Resonaba el eco de la voz de mi profesora dentro de mi cabeza, el cual era por mucho, más lastimoso que mi previo azote de puerta. Una última, pero violenta lágrima, corrió hasta el suelo; de pronto estaba en mi cama otra vez.

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Testimonio de quien recibió educacion en el hogar (home schooling) despues de haber recibido educación impartida por el gobierno.

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Desde un corazón educado en casa Escrito por Ana María Fernández Magaña

Abrí mis ojos y allí estaba, una helada mañana de sábado, siete años después de un día que apenas recordaba. El miedo se había ido pues sabía que no estaba sola. No importaría que la gente me llamara loca, antisocial o soñadora, como lo había estado oyendo los últimos años, pues mi mente y corazón estaban puestos en algo más firme que eso. Miré el reloj y eran las cinco de la madrugada; me quedaban unas pocas horas para tener que levantarme, así que, buscando refugio entre mis cobijas y cerrando los ojos traté de recordar un poco.

Cuando los abrí, estaba sentada en la sala de nuestra antigua casa. La escena era un tanto desconcertante: Acompañada de mis dos hermanos, observábamos a mis padres hablar en un tono serio. No ponía mucha atención, y en realidad no me importaba lo que decían, solo pensaba en terminar con esto para ir a jugar afuera. Pero en cuanto mis padres pronunciaron la frase, esta que sería responsable de los daños o beneficios acarreados por el resto de mi vida, dijeron así: "los tendremos que sacar de la escuela". Mi pequeño mundo se vino abajo por completo y por mi mente solo pasó un ingenuo "debo haber hecho algo terrible". Los labios de ellos continuaban moviéndose, mas no podía escuchar nada, pues por dentro estaba completamente paralizada.

Abrí los ojos y vi el techo de mi habitación. Debo reconocer que vivía una realidad pequeña con limitadas posibilidades; mi mente era bastante inmadura entonces, al menos lo suficiente como para pensar que mis padres habían dejado de quererme, en lugar de detenerme a ver el cuadro completo y comprender que era el inicio de algo más grande, tan grande que probablemente mis padres tampoco lo entenderían del todo.

De pronto sentí un terrible dolor de cabeza, causado por un estruendo metálico resonando justo en mi oído, y cerré los ojos del dolor. El sonido provenía de otro recuerdo: Estaba parada afuera de mi salón de quinto grado, llorando de rabia. Justo acababa de salir furiosa de él, azotando la puerta detrás de mi. "¿Por qué no puedes ser más como tu hermano mayor? Ojalá fueras tan inteligente como él". Resonaba el eco de la voz de mi profesora dentro de mi cabeza, el cual era por mucho, más lastimoso que mi previo azote de puerta. Una última, pero violenta lágrima, corrió hasta el suelo; de pronto estaba en mi cama otra vez.

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Solo intentaba encajar, y esto me hacía sufrir; pero cuando intentaba ser yo, por consecuencia el equivalente a diferente, sufría más, y aún no lo entendía puesto que de ninguna u otra forma me sentía amada o aceptada por el mundo; de nuevo ¡qué ingenua!

Recuerdo siempre haber soñado con ser de esa clase de niños "especiales", con cierto don oculto esperando a brillar de forma milagrosa, dejando atónitos así a todas la personas que se burlaban y no creían en ellos. Y es que siempre supe que era diferente, mas nunca me sentí especial. Por cortos periodos intentaba diversas cosas, pero como era de esperarse el milagroso día jamás llegó, así al ver que no funcionaba, solo me rendí y lo olvidé.

Tuve un buen tiempo para meditar sobre esto una vez que comencé a estudiar en casa. El primer año mi madre me enseñó inglés y solo a eso me dediqué, el segundo año empecé la secundaria, igualmente en inglés, practicaba natación y tomaba clases de música, un par de años después terminé la secundaria; ahora me interesaba por aprender lenguas como coreano y alemán, y hasta me inicié en el arte marcial del tae kwon do. A estos años le sucedieron unos cuantos más, en los cuales tuve oportunidad de aprender infinidad de cosas, como cocina, fotografía, pintura, y diversos instrumentos. Me interesé por la teología, la historia y la literatura, finalmente me encontraba a mi misma devorando libro tras libro, de modo que al poco tiempo ya había terminado de leer todos los de nuestra librería familiar. Pero como bien sabemos, los cuentos de hadas solo existen dentro de los cuentos de hadas, y ninguna familia es perfecta; lo cual me llevaría al último recuerdo.

Abrí mis cansados ojos, era tarde y estaba discutiendo con mi madre, no paraba de tallarlos para evitar las lágrimas. Le gritaba que yo solo quería ser "normal", la culpaba por haberme robado la comodidad y pasividad mental a la que me había acomodado. Recuerdo haber vivido por muchos años escuchando la verdad y al mismo tiempo mentiras, haber estado expuesta a la luz de la Palabra y a la confusión del humanismo que me había sido inculcado previamente en la escuela. En cuanto alcancé la madurez para darme cuenta de que algo no andaba bien, estaba confundida, ya no sabía más a quién escuchar. Las cosas que el mundo me ofrecía parecían tan atractivas que después de todo cometí algunos errores, mas en mi corazón siempre supe qué era lo correcto, pues así me habían enseñado mis padres.

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Nuestra sociedad se esta evaporando; y los más poderosos controlan las grandes masas, echando mano del arte, los medios de comunicación, y sorprendentemente los más importantes campos de concentración mental en nuestro siglo son las escuelas. Comprendo lo valiente que tuvieron que ser mis padres al tomar esta decisión sin darle importancia a los ataques le la sociedad, finalmente lo pude comprender, y agradecí desde el corazón. Normalmente hacer lo correcto es la decisión más difícil, y el camino más duro, pero finalmente Dios recompensa al justo. Conformarse a la forma de vida actual sería negar nuestra fe misma, o peor aún, desarrollar una doble mentalidad delante de Dios.

A través de los años, se ha vuelto más y más sencillo para ellos, pues comienzan adoctrinando a los niños desde pequeños, enseñándoles que no hay Dios, sino evolución. Convencen a los niños de que son animales y más tarde se comportan como tales. Finalmente los uniformes, una de las señales más claras de que no importa tu diseño divino, tienes que ser exactamente igual a todos los demás; si no piensas, actúas y hasta vistes como ellos, entonces eres un religioso, antisocial, y probablemente psicópata también. ¿Como esperar una generación reformadora si un día por semana tus hijos escuchan de la Biblia y todos los demás aprenden de gente que maldice a Dios mismo? Y pensar que los padres pagan para eso. Envuelta en mis cobijas lo pude comprender todo, entendí que apenas era el primer día del resto de mi vida y de mí dependía que el propósito de Dios se cumpliera en ella, comprendí que aunque parezca un desquicie frente a los ojos de la sociedad, los milagros suceden siempre fuera de nuestra zona de confort, que a pesar de lo que la gente diga, es más importante lo que dice Dios. Pero principalmente, al estudiar en casa, descubres que Dios tiene una porción especial para ti cada día, nueva y emocionante, tanto que llegas a amar el aprender, pero sobre todo y lo más importante, aprendes a amarle a Él.

El reparar en esto llenó de lágrimas mis ojos; lo dije, no sentía miedo, pues Dios me da fuerza cada mañana para salir de la cama, y seguridad para saber que estoy lista. Me levanté así de la cama y abrí las cortinas de mi habitación; aún en medio de la torrencial lluvia matutina la luz se percibía claramente.