DESHAYES Poblamiento

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1 DESHAYES, JEAN LES CIVILISATIONS DE L’ORIENT ANCIENT. CAP. II. 1969 LAS CIVILIZACIONES DEL ANTIGUO ORIENTE La escritura fue inventada hacia el 3000 antes de nuestra era y la protohistoria cede entonces lugar a la historia. A decir verdad, los textos más antiguos permanecen todavía muy oscuros. Pero desde antes de la mitad del 3er. Milenio el escenario de la historia se aclara sensiblemente bajo la luz que proyectan los textos descifrados. Sabemos desde entonces que pueblos ocupaban ese escenario o al menos cual era su lengua. Es indispensable desentrañar los rasgos esenciales, muy entrecruzados, de esa población. El largo proceso de sedentarización que los milenios precedentes habían puesto en marcha estaba todavía lejos de haber terminado. Acaso no ha continuado hasta nuestros días?. En el borde inmediato de los grandes valles, en la proximidad de las cuencas interiores que jalonan mesetas y montañas, subsistían gran número de nómades; en las regiones de estepas, que el cultivo todavía no había alcanzado, practicaban la cría de ganado, se desplazaban de una fuente a otra de agua, siempre listos para invadir las regiones habitadas en cuanto la resistencia de los sedentarios se hacía menos fuerte o bien cuando una sequía prolongada secaba las fuentes y agotaba las tierras de pastoreo. A veces se trataba sólo de infiltraciones lentas y pacíficas, otras, al contrario, la amenaza se hacía mas grave y los sedentarios debían tomar las armas para rechazarla. Los dos grandes reservorios desde donde los nómades ejercieron una presión continua y aún más o menos brutal sobre las civilizaciones orientales, se sitúan por una parte en la región de estepas que bordean al desierto sirio-arábigo por el oeste, norte y este hasta las fronteras de la Medialuna Fértil, y por otra parte en las vastas planicies euroasiáticas al norte del mar Negro, del Mar Caspio y de los Montes Elburz. La sedentarización se cumplió ahí, muy imperfectamente, y el agotamiento rápido de los suelos producía frecuentemente un retorno al seminomadismo. Por tanto, en el alba de la historia, esta oposición de carácter socioeconómico coincidió grosso modo con importantes diferencias étnicas evidentes en lenguas. Los nómades de la franja del desierto sirio eran esencialmente semitas; al contrario, los pueblos ya sedentarizados, especialmente los de la Mesopotamia, tenían lenguas sin duda muy diversas, pero no semíticas. Los primeros conflictos que podríamos entrever

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DESHAYES, JEAN

LES CIVILISATIONS DE L’ORIENT ANCIENT. CAP. II. 1969

LAS CIVILIZACIONES DEL ANTIGUO ORIENTE

La escritura fue inventada hacia el 3000 antes de nuestra era y la protohistoria

cede entonces lugar a la historia. A decir verdad, los textos más antiguos permanecen

todavía muy oscuros. Pero desde antes de la mitad del 3er. Milenio el escenario de la

historia se aclara sensiblemente bajo la luz que proyectan los textos descifrados.

Sabemos desde entonces que pueblos ocupaban ese escenario o al menos cual era su

lengua. Es indispensable desentrañar los rasgos esenciales, muy entrecruzados, de esa

población.

El largo proceso de sedentarización que los milenios precedentes habían puesto en

marcha estaba todavía lejos de haber terminado. Acaso no ha continuado hasta nuestros

días?. En el borde inmediato de los grandes valles, en la proximidad de las cuencas

interiores que jalonan mesetas y montañas, subsistían gran número de nómades; en las

regiones de estepas, que el cultivo todavía no había alcanzado, practicaban la cría de

ganado, se desplazaban de una fuente a otra de agua, siempre listos para invadir las

regiones habitadas en cuanto la resistencia de los sedentarios se hacía menos fuerte o

bien cuando una sequía prolongada secaba las fuentes y agotaba las tierras de pastoreo.

A veces se trataba sólo de infiltraciones lentas y pacíficas, otras, al contrario, la

amenaza se hacía mas grave y los sedentarios debían tomar las armas para rechazarla.

Los dos grandes reservorios desde donde los nómades ejercieron una presión

continua y aún más o menos brutal sobre las civilizaciones orientales, se sitúan por una

parte en la región de estepas que bordean al desierto sirio-arábigo por el oeste, norte y

este hasta las fronteras de la Medialuna Fértil, y por otra parte en las vastas planicies

euroasiáticas al norte del mar Negro, del Mar Caspio y de los Montes Elburz. La

sedentarización se cumplió ahí, muy imperfectamente, y el agotamiento rápido de los

suelos producía frecuentemente un retorno al seminomadismo.

Por tanto, en el alba de la historia, esta oposición de carácter socioeconómico

coincidió grosso modo con importantes diferencias étnicas evidentes en lenguas. Los

nómades de la franja del desierto sirio eran esencialmente semitas; al contrario, los

pueblos ya sedentarizados, especialmente los de la Mesopotamia, tenían lenguas sin

duda muy diversas, pero no semíticas. Los primeros conflictos que podríamos entrever

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tomaron el aspecto erróneo de rivalidades raciales, lo que condujo a ciertos autores a

considerar, equívocamente, la historia del Antiguo Oriente, como una sucesión de

conflictos raciales1.

No se trataba, en absoluto, de eso. De hecho, vemos más tarde a semitas ya

sedentarizados encabezar la resistencia contra sus parientes, todavía nómades, amorreos,

arameos, árabes y después a todos estos, tomar a su vez, el relevo en la lucha contra los

nómades. Este incesante combate desempeñó un papel determinante en la política de los

grandes Estados orientales, más aún cuando a las amenazas llegadas primero de las

estepas sirias se agregaron finalmente los raids más devastadores todavía, provenientes

esta vez del norte.

De las estepas euroasiáticas son originarios especialmente los pueblos

indoeuropeos. Algunos de ellos después de haberse infiltrado progresivamente en el

mundo mediterráneo u oriental se sedentarizaron allí, al punto de participar en varias

ocasiones en la lucha contra sus hermanos nómades venidos del norte, cuando, a las

lentas penetraciones, sucedieron raids destructores.

Al término del largo proceso que vió así instalarse semitas o indoeuropeos, junto a

pueblos de lenguas diferentes, la mezcla de poblaciones resultó considerable. No es a

menudo difícil discernir los componentes étnicos de cada una de las grandes

civilizaciones antiguas. Sólo testimonios lingüísticos nos permiten entrever algunos de

esos elementos, pero se impone mucha prudencia. Hacia el comienzo del segundo

Milenio la lengua súmera fue reemplazada por el acadio, es que los súmeros fueron

eliminados en beneficio de los semitas? No más bien se dio allí una fusión, progresiva,

y sin choques.

A veces incluso la sustitución de una lengua por otra puede ni indicar mas que una

sumisión de una ciudad o todo un país a una dinastía extranjera.

Pero más a menudo soberanos de procedencia extranjera adoptaban la lengua del

país y únicamente la onomástica nos revela su origen: príncipes semíticos-occidentales

del Imperio Antiguo Asirio, jefes arios del Mitanni hurreo, reyes probablemente hurreos

del Imperio Nuevo heteo. Manifiestamente, la cuestión hurrea no se planteaba.

No podríamos atribuir ni a los semitas, ni a los indoeuropeos los primeros

fundamentos de la civilización tal cual fueron planteados en el Cercano Oriente en la

1 “Razas” en el original. La cátedra no comparte el criterio racial en este tipo de clasificación.

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época neolítica. Esas poblaciones primitivas pertenecían por otra parte muy

probablemente a grupos diferentes y es por un puro artificio del lenguaje que se las

repartió a veces en dos grupos que no tienen otra ventaja que la de localizarlos muy

groseramente, uno como asiático, el otro como mediterráneo. Los asiánicos, o al menos

algunos de ellos, cuya lengua es conocida, no están rodeados de un misterio tan total

como los mediterráneos, de los cuales ignoramos casi todo.

Y sin embargo, cuántos problemas quedan para resolver, aún en lo que concierne a

los súmeros, los mejor conocidos. Esos fundadores de la más antigua civilización

urbana en el sur mesopotámico no son probablemente autóctonos: es solamente a fines

del VI milenio que se remonta el más antiguo sitio habitado, la antigua Eridu. Pero la

población de Eridu era ya súmera? Si una cierta continuidad es sensible en esa región

hasta la época histórica, especialmente en el plano de los templos, en cambio los

nombres de los dos grandes ríos, los de las principales ciudades, cuya etimología no es

súmera, no se remontan a una fase anterior de poblamiento?. Los súmeros, en ese caso,

se habían infiltrado en fecha relativamente tardía, tal vez hacia mediados del IV

milenio, en la época predinástica2, que se ha destacado en la civilización mesopotámica

por importantes innovaciones. Sin embargo, no bastan las leyes de desarrollo

económico y social para dar cuenta de cambios tales como la sustitución de la alfarería

antigua por una cerámica torneada y no decorada, obra de talleres de alfareros que se

instalan entonces en todas las aglomeraciones?. En cuanto a los primeros textos, todavía

no están descifrados, y se ignora si la lengua que contienen es ya la súmera. Por otra

parte, si la civilización súmera ha nacido, como parece verosímil, de una mezcla de

poblaciones ya instaladas en Mesopotamia del Sur y de inmigrantes, no se sabe de

dónde han venido éstos últimos: todas las tentativas hechas hasta el presente para

relacionar la lengua súmera con otras lenguas aglutinantes hoy día conocidas, han

fracasado. Las afinidades que se ha creído descubrir entre ellas, y las lenguas caucásicas

o tibetanas actuales son demasiado vagas y de orden demasiado general para ser

decisivas: la caída de consonantes finales, la utilización de una misma raíz

indiferentemente como verbo o sustantivo se vuelven a encontrar en efecto en muchos

casos. Al menos la coexistencia aparente de dialectos diferentes parece implicar ya sea

2 No confundir época predinástica con protodinástica. Predinástica: Primitiva, desde el IV milenio hasta el

siglo XVIII. Protodinástica: desde el siglo XVIII, en que se fundan las primeras dinastías en distintas

ciudades súmeras.

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una mezcla de recién llegados con diversas poblaciones precedentemente instaladas, o la

llegada de varios grupos distintos en oleadas sucesivas.

Estamos todavía muy mal informados sobre los vecinos orientales de los súmeros,

que en Elam, alrededor de Susa también fundaron una civilización de carácter urbano e

inventaron, tal vez hacia el 3000 antes de nuestra era, una escritura todavía no

descifrada. Son esos protoelamitas los herederos de los aldeanos del V y IV milenio,

emparentados probablemente con los de la meseta irania. Aquí también han intervenido

cambios importantes en le civilización de Elam, hacia el fin del IV milenio: el proceso

fue tal vez análogo al del sur mesopotámico. Sea lo que fuere, esta civilización

protoelamita sufrió a partir de la mitad del III milenio influencias mesopotámicas tales,

que se pierde su huella y no se ve claro si los protoelamitas son los ancestros de los

elamitas que, en el II milenio y hasta comienzos del siglo VII antes de nuestra era,

instalaron en Susa una sucesión de poderosas dinastías. Se ignora más cuanto que los

propios elamitas no son bien conocidos por nosotros el desciframiento de su lengua,

muy reciente, plantea todavía muchos problemas.

Notamos algunas afinidades étnicas con diversas regiones de los Zagros,

especialmente en Luristán, se puede pensar también que muy pronto, los elementos

semíticos, se mezclaron con sangre elamita. El solo hecho cierto es que los

mesopotámicos han considerado siempre a sus vecinos como extranjeros: no nos resulta

fácil pues interpretar los pocos datos de que disponemos.

En otro extremo de la meseta irania, una tercera civilización urbana se desarrolló

en el Valle del Nilo. Ello presenta también, relaciones evidentes con las culturas

aldeanas del Irán así como las de Beluchistán y de Afganistán meridional.

Desgraciadamente, ignoramos completamente cómo se constituyó, porque las capas

profundas de los principales sitios del Indo, Mohenjo Daro y Harappa, están sumergidas

bajo una capa de agua tal, que su exploración es por el momento casi imposible. Es

probablemente poco después del 3000 a.C. que las primeras ciudades se desarrollaron y

que la escritura apareció en esa región, pero a pesar de innumerables tentativas, unas

serias, otras fantasiosas, es poco probable que se pueda penetrar alguna vez el misterio

de esos textos, además demasiados cortos. No se sabe pues a qué grupo étnico

pertenecian los habitantes del Indo. Estaban emparentados con los campesinos de

Beluchistán?. Algunos se puede afirmar que no eran arios: la civilización del Indo

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desapareció en efecto hacia 1750 a.C. poco antes (como consecuencia?) de las grandes

invasiones arias.

Otra antigua población asiánica era la de los Hurreos, cuya importancia en la

historia de las civilizaciones orientales se hace cada vez más evidente. Se puede

establecer su progresión a través de los textos: desde el 3er. Cuarto del III Milenio la

onomástica mesopotámica nos revela su presencia. Hacia el fin del III y comienzo del II

milenio, se los ve asentados no sólo en Mesopotamia y en Siria del Norte, sino también

sobre la costa siro-palestina y en Anatolia. En algunas ciudades|, como Nuzi, cerca de

Kirkuk, Ugarit, sobre la costa siria, o Alalakh, cerca de Antioquia, ellos representaban

un porcentaje importante de la población. Su punto de partida parece situarse en las

montañas del noroeste del Irán y de Armenia: allí aparecen diferentes principados

hurreos desde principios, del II milenio, mientras que en Siria del Norte, en la región de

Habur, se constituyó poco antes de 1500, el reino hurreo de Mitanni3. Durante unos dos

siglos éste no tuvo rivales en Oriente, excepto el imperio de los faraones. Después, poco

a poco, aplastados y deportados por los heteos y los asirios, los hurreos, dejaron de

desempeñar un rol político importante y el uso mismo de su lengua parece haber

desaparecido. Está lejos de ser clara a los ojos de los filólogos, en razón sobre todo del

pequeño número de los textos descubiertos. Forma parte de la vasta familia de lenguas

aglutinantes, pero no presenta ninguna afinidad con el súmero y sólo se parece tal vez a

alguna de las lenguas caucásicas actuales, así como también al urarteo.

Los habitantes de Urartu estaban probablemente emparentados con los hurreos,

pero no parecen haberse instalado en la región del lago Van, actual Armenia, antes de

los últimos siglos del II milenio. Su origen permanece desconocido para nosotros y es

probable que antes de esta fecha fueran en gran parte todavía nómadas.

Desaparecieron de todas partes sin dejar rastros, hacia el comienzo del siglo VI.

Tal vez sólo han representado a una minoría que impuso su ley a una población

indígena de lengua diferente.

Estamos mucho peor informados todavía en lo que se refiere a los bordes

mediterráneos del dominio oriental. La población primitiva de Siria y de Palestina que

quedó sumergida desde el III milenio por la oleada semítica, no nos ha dejado ningún

vestigio de su lengua.

3 Mitanni se constituyó con el aporte, al reino hurreo, de una minoría conquistadora aria, o sea

indoeuropea, que lo convirtió en un poderoso imperio en el siglo XVI a.C.

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En Anatolia al menos los textos religiosos de la época hetea nos han conservado

hasta el II milenio, el recuerdo de una lengua que sin duda preexistía a las invasiones

indoeuropeas y que se llamaba Hatti. Antes del descubrimiento muy reciente de las más

antiguas culturas de Anatolia, se consideraba que esa lengua todavía mal conocida había

sido hablada en la época del Bronce Antiguo, es decir, en el III milenio, pero en el

Bronce Antiguo, la población de Asia Menor, podía haber sido ya como veremos, en

parte indoeuropea, la lengua Hatti se remontaría entonces a la época calcolítica o aún

neolítica.

El dominio de elección de los semitas parece estar en efecto limitado la periferia

del desierto siroarábigo, esa franja que constituye la Medialuna Fértil: nómadas en vía

constante de sedentarización, sedentarios fácilmente tentados por un retorno a un

seminomadismo cuando la tierra se empobrecía, se han infiltrado sin descanso en el

corazón de las civilizaciones urbanas o aldeanas vecinas. Es hacia principios del III

milenio y tal vez en fecha más antigua todavía, que se adivinan sus primeros rastros y

ya constituían dos grupos distintos: los semitas orientales y los semitas occidentales.

Los primeros que se llaman bastante impropiamente acadios, se instalaron en

Mesopotamia Central y Septentrional, alrededor de Kish y de Assur, y sobre el Eufrates

Medio, en torno a Mari. Lograron suplantar en esas regiones a los pueblos instalados

precedentemente, de los cuales iqnoramos totalmente la pertenencia étnica e

impusieron su lengua.

Pero su civilización sufrió una fuerte influencia súmera. Hacia el tercer cuarto del

III milenio, lograron fundar un poderoso aunque efímero imperio semítico, cuya capital

recibió el nombre de Accad. Su lengua, desde comienzos del II milenio triunfaría sobre

el súmero y llegaría a ser, en su forma asírica o babilónica, el principal vehículo del

pensamiento mesopotámico hasta el fin del I milenio antes de nuestra era.

Los Amorreos llegaron a Canaán, o sea a Siria y Palestina en el curso del III

Milenio: destruyeron hacia el 2300 las civilizaciones urbanas del Bronce Antiguo.

Después, poco a poco, esos nómades se sedentarizaron lentamente; fueron necesarios

varios siglos antes que las ciudades renacieran a veces bajo un nombre nuevo

recubriendo una denominación anterior que ignoramos, por ejemplo Jericó o en Jebal

(Biblos). Hacia 1900 la semitización del dominio siro-palestinente (el país de Canaán)

parecía total y definitiva, sin que los aportes posteriores, especialmente hurreos,

cambien demasiado la situación. Sin embargo, la sedentarización de los nómades

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venidos del desierto, no cesó jamás. Otras ramas semíticas han jugado una y otra vez un

rol importante en el poblamiento de esa región. Tampoco los semitas de Siria y

Palestina constituyeron un grupo lingüístico único: varios dialectos emparentados están

atestiguados en diferentes épocas, en Ugarit, en Biblos, en las ciudades fenicias, sin

hablar del hebreo, el arameo y el eblaíta.

En Mesopotamia igualmente los amorreos ocuparon una posición de primer plano:

contribuyeron ampliamente por sus incesantes raids al debilitamiento del imperio

súmero de la III dinastía de Ur y, en los primeros siglos del II milenio, se ve a esos

semitas occidentales instalados en el poder en la mayor parte de las ciudades

mesopotámicas, especialmente en Larsa, en Babilonia, en Eshnunah, en Assur, en Mari.

Pero sólo la onomástica y la historia de las religiones nos revela su presencia: el acadio

se transforma en la única lengua de uso corriente en Mesopotamia. Es poco probable

que los amorreos hayan constituido jamás un porcentaje considerable de la población

mesopotámica.

Otros semitas occidentales no cesaron de hostigar a los reinos de la Medialuna

Fértil, durante la mayor parte del II milenio: los haneos sobre el Eufrates Medio, en la

época de Samshi-Adad I y de Zimri-Lim; los benjaminitas apenas sedentarizados del

Eufrates Medio, de Babilonia y de Siria del Norte; los suteos de Siria, contra los cuales

debieron luchar la mayor parte de los reyes asirios; finalmente los arameos, los más

importantes.

En los últimos siglos del II milenio encontramos a éstos últimos, en las orillas del

Eufrates, desde Babilonia hasta Karkemish, después en la región del Habur en el siglo X

y sobre el Tigres en el siglo IX. Fundaron múltiples principados en Siria, desde

Sendjirli, en pleno territorio heteo, hasta Damasco, pero no alcanzaban todavía la costa

mediterránea, a pesar de las incesantes campañas que realizaron contra ellos los reyes

asirios, no pudieron evitar que desempeñaran un rol creciente, en toda la extensión del

imperio, como lo testimonia la continua expansión de la lengua aramea: ésta, en efecto,

aún antes de la destrucción del Imperio Asirio en el siglo VII, había llegado a ocupar en

las relaciones internacionales el lugar hasta entonces reservado al acadio y una gran

parte de la población, tanto en Siria y en Palestina como en Mesopotamia, no hablaba

más que arameo.

Ultima etapa en la sedentarización de los nómadas semiticos. Las infiltraciones de

los árabes están mencionados por primera vez en los textos bajo el reinado de

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Salmanasar III (858-824). Pero, en la época que nos concierne, no hicieron sino hostigar

los confines meridionales del desierto sirio.

Frente a estos semitas que conocemos relativamente bien y cuyas sucesivas

entradas en escena obedecen a un esquema de conjunto bastante fácil de captar, las

migraciones indoeuropeas continúan plantando problemas múltiples y aún insolubles.

Su origen, la fecha de su primera llegada al mundo oriental, siguen en discusión. Se

supone que se trata por una parte de pueblos seminómades, semisedentarios, o más bien

de aldeanos, a quienes periódicamente el agotamiento de las tierras o el desecamiento

del clima debido a un desmonte excesivo, hacían volver a la vida nómade y empujaban

hacia suelos más fértiles. Pero otras tribus eran enteramente nómades y se dejaban

tentar, cada tanto, por la atracción de las ricas civilizaciones del sur. Es un mito cómodo

pero engañoso que no ve en las indoeuropeas más que una avalancha de nómades jinetes

imponiendo por doquier la dominación de una minoría guerrera. En realidad, la

sedentarización de estos nómades había comenzado bastante antes de su penetración en

el Cercano Oriente: en los textos micénicos las palabras designaban el trigo o la cebada,

eran de raíz indoeuropea, mientras que el vino o el olivo llevaban nombres

preindoeuropeos: esos pueblos practicaban pues la agricultura antes de entrar en el

dominio egeo, como mínimo desde el III milenio a.C. Los indoeuropeos provienen

seguramente de las estepas euroasiáticas, aunque sería arbitrario buscar un centro único

de difusión: sería desdeñar los múltiples y diversos factores que intervienen en el

proceso de formación, diferenciación y cristalización, de los distintos pueblos y sus

lenguas. No hay un pueblo indoeuropeo primitivo del que todos los otros indoeuropeos

habrían derivado4.

Sólo a partir de principios del II Milenio, la onomástica nos revela la presencia de

elementos indoeuropeos instalados en el Cercano Oriente, más precisamente en

Anatolia. En Anatolia, como en Grecia, los invasores pertenecían a uno de los dos

grandes grupos lingüísticos que constituyen las lenguas indoeuropeas: el grupo

Centum.

Los primeros indoiranios, cuya lengua era del grupo Satem, hicieron su aparición

en la historia en el Segundo cuarto del II Milenio. Se los ve penetrar en esa época, sin

duda en pequeño número, por una parte en Mesopotamia, en Siria y en Palestina, y por

otra parte en el valle del Indo. Los arios de la Medialuna Fértil no son conocidos más

4 O al menos, no hay posibilidad de llegar a conocerlo.

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que por la onomástica; los nombres de varios príncipes de Siria y Palestina, sobre todo

los de los reyes de Mitanni y de ciertos reyes coseos parecen arios, lo que quiere decir

que un puñado de guerreros de origen extranjero había sabido unificar en su provecho

las tribus hurreas y constituir así poderosas dinastías. Sus dioses llevan los nombres de

los dioses indios; un tratado de hipología que data del siglo XIV y encontrado en la

capital hetea contiene numerosos términos técnicos que son también indios. Esos arios

hablaban, parece, una forma extremadamente arcaica de la lengua india, anterior en

muchos siglos los primeros poemas Védicos, cuya composición no se remontaría más

allá de los últimos siglos del II milenio. Esos textos son muy posteriores igualmente a

las invasiones arias de la India, de las que nos presentan una imagen seguramente

embellecida por la época.

Los arios, montados sobre sus carros y conducidos por el dios Indra, están

representados destruyendo las ciudades fortificadas de la civilización del Indo: Harappa

y Mohenjo Daro, las que fueron abandonadas hacia el 1700 a.C. Sin embargo, según las

investigaciones más recientes, ese aniquilamiento de la civilización del Indo se habría

debido a una sucesión ininterrumpida de inundaciones catastróficas que habrían

arruinado la economía del valle, y no a invasiones.

En todo caso, los escombros de las ciudades abandonadas no fueron ocupados sino

por “squatters” de las vecinas montañas del Beluchistán, sino del mismo Irán. En cuanto

a los arios, es probable que llevaran por largo tiempo aún una vida seminómada; lo que

explica por qué no se encuentran en la península india más vestigios materiales de su

presencia en el II milenio.

Los indoeuropeos de las estepas euroasiáticas, atraídos por los climas más cálidos

y los territorios más prósperos del mundo mediterráneo y oriental, no aflojaron jamás su

presión. Esta fue contenida durante varios siglos por Estados suficientemente estables y

organizados, especialmente los reinos Asirio, Heteo y Micénico. Cuando la gran crisis

de los últimos siglos del II milenio, de la que volveremos a hablar, aniquiló ese

resguardo, o al menos lo debilitó considerablemente, las invasiones recomenzaron y se

vieron surgir en los primeros siglos del I Milenio, nuevos grupos indoeuropeos, algunos,

especialmente los iranios, pertenecen al grupo Satem. Entre ellos, los medos y los

persas estaban ya más o menos sedentarizados; pero todavía se fecha bastante mal su

aparición sobre la meseta irania. Tal vez algunos grupos étnicos emigrados del

Turkestán meridional hacia el 1700 a.C., e instalados más tarde en el noroeste del Irán,

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tuvieron algún papel en la constitución de esos pueblos nuevos que los textos asirios

mencionan por primera vez en el curso del siglo IX.

El poblamiento del mundo oriental parece pues como un proceso constantemente

renovado y puesto en cuestión. Los orígenes de ese proceso se remontan a la época de

las primeras culturas aldeanas. Porque la sedentarización implica forzosamente un doble

movimiento: por una parte la riqueza de las tierras cultivadas ejerce un atractivo

irresistible sobre los nómades que tienden, sea a infiltrarse progresivamente en medio

de sedentarios, sea a saquear ciudades y aldeas en sus raids devastadores; por otra parte,

el agotamiento rápido y la salinización de los suelos, el desecamiento del clima debido

al desmonte incitan sin cesar a las poblaciones sedentarias (al menos en las zonas

arrancadas a la estepa, mucho menos en los valles de los grandes ríos) a emigrar en

búsqueda de nuevas tierras. Resulta una inestabilidad considerable en la población y

amalgamas de una infinita complejidad.