Despues de summerhill

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44 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 427 OCTUBRE 2012 } Nº IDENTIFICADOR: 427.011 entrevista Heike Freire Warabe Tatekoji 40 años (1981-1990) Después de Summerhill

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44 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 427 OCTUBRE 2012 } Nº IDENTIFICADOR: 427.011

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Warabe Tatekoji 40 años (1981-1990)

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Propuestas educativas radicales, como Summerhill, suelen

suscitar numerosas dudas sobre el futuro de sus estudiantes:

¿qué harán después?, ¿podrán adaptarse a la sociedad?,

¿aceptarán que se les juzgue, se les exija, se les obligue?,

¿serán capaces de ir a la universidad, de desempeñar un

empleo?, ¿se convertirán en ciudadanos responsables? Tres

antiguos alumnos de la ya casi centenaria escuela responden

con su vida a algunos de estos interrogantes.

HEIKE FREIRE

Periodista.

H i jo de un camionero de Hokkaido, Tatekoji fue uno de los primeros alumnos japone-

ses de Summerhill. Cuando su madre terminó secundaria, encontró por ca-sualidad las obras de A.S. Neill en una librería de segunda mano de Tokio. Fascinada con su lectura, decidió que, si algún día tenía hijos, haría todo lo posible para darles esa libertad.

¿Cómo llegó a Summerhill?Cuando tenía 7 años, mis padres me hablaron de la escuela y me propusie-ron venir, pero les dije que no; aunque no me gustaba el colegio donde iba, no quería separarme de mi familia y amigos. Un año después, la presión académica y los deberes me resultaban insoportables y les pedí que me envia-ran allí. Al principio fue difícil. Echaba de menos a mi familia, pero después me fui adaptando.

¿Qué recuerdos tiene de aquella época?Es difícil elegir uno en concreto porque todo lo que es importante para mí vie-ne de este lugar: las cosas que aprendí,

las que me apasionan…, incluso mu-chos de mis sueños. Aunque no todo fue fácil: en algunos momentos echaba de menos a mis padres o alguien me molestaba, pero entonces podía acudir al mediador. Lo mejor de Summerhill es que nadie te dice cómo debes ser o qué debes hacer. Yo era un niño muy tímido, casi nunca hablaba en la asam-blea. Hacia los 11 años, un buen ami-go, con quien hacía teatro y compartía gustos musicales, empezó a tocar la guitarra. Teníamos una lista de éxitos, el “Summerhill Top of the Pops”, y ga-nábamos dinero grabando discos y ha-ciendo playback. Un día me dijo: “Va-mos a tocar de verdad”. Le contesté que yo no tenía ni idea, pero me ense-ñó a hacer unos rasgueos y, finalmente, dimos un concierto. Este es el espíritu de Summerhill: la gente te anima, no importa si eres bueno o malo, solo si quieres hacerlo. En otros lugares tien-den a juzgarte, a decirte que lo haces mal, que nunca lo conseguirás. Aquí es todo lo contrario. De modo que seguí con la guitarra, e incluso creé una ban-da de blues; tocábamos moviéndonos hacia el público, invitándoles a partici-par. Así fui superando mi timidez y ga-nando confianza en mí mismo.

¿Cómo le fue en el aspecto académico?Los primeros años no iba nunca a clase. Me pasaba el día jugando, subiéndome a los árboles. Recuerdo que en el co-medor solía decir: “Ponme todo lo que hay en el menú”, porque no podía leer la carta, pero no me importaba lo más mínimo. Las cocineras me apreciaban porque comía de todo. Un día, ya con 13 años, me di cuenta de mi dificultad, y a partir de entonces no poder elegir los platos se convirtió en un problema. Así que empecé a ir a clases y, en unos

"Este es el espíritu de Summerhill: la gente te anima, no importa si eres bueno o malo, solo si quieres hacerlo"

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meses, aprendí. Después pasé los exá-menes de Secundaria: física, química, matemáticas, historia, biología, arte, lengua, carpintería... Leer y escribir nun-ca fue mi fuerte, no me interesaba de-masiado. Pero lo más importante es que nadie me forzaba, era mi decisión. Los profesores me recordaban de vez en cuando que, si quería continuar los estudios, tendría que hacer los exáme-nes. Y me dije: ¿por qué no? Aprender es un asunto de autoestima: si real-mente quieres, pones todo el esfuerzo.

Iba a todas esas clases y, además, asumía las responsabilidades de los alumnos mayores en las asambleas, los comités, etc.Sí, lo ves como algo natural, creces con ello. Cuando eres un crío, los mayores cuidan de ti, y al hacerte mayor te ocu-pas de los pequeños, vas tomando nue-vas responsabilidades. Al principio pue-de resultar difícil presidir una asamblea o hacer una mediación, pero te acos-tumbras. A mí no me gustaba ser el centro de atención, pero la gente me animaba; nunca me sentí presionado, siempre fui libre de hacer o de no hacer las cosas.

¿Y después de Summerhill?Fui al instituto. Allí me interesaban es-pecialmente el arte y la música; sin embargo, en bachillerato me orienté hacia las ciencias. Me encantaban la fí-sica y las matemáticas, estudiar la gra-vedad, a Newton, la electricidad… Mi tutor dijo que podría ir a la universi-dad. Yo quería convertirme en músico profesional, así que hacer estudios su-periores era una oportunidad para es-tar en el mundillo musical de Londres. Me matriculé en astronomía; me apa-sionaban las estrellas. Mis padres tra-bajaban muy duro para que pudiera continuar los estudios, así que me cen-tré en terminar la carrera. A los tres años tenía mi licenciatura en ciencias. Encontré mi primer empleo en Picadilly Circus, vendiendo trajes y corbatas. Seguía tocando la guitarra y, al cabo de un año, empecé a trabajar en una tienda de música. Entonces, un amigo creó una empresa de informática y me pidió que le ayudara. Yo no sabía mu-cho de ordenadores y tampoco me gustaban demasiado; los veía fríos, sin sentimientos, inhumanos. Todo lo con-trario de las cosas en las que creo: las personas, las emociones, la calidez hu-mana… Pero me di cuenta de que son

válidos mientras los usemos como una herramienta. Aprendí lo mínimo para aprobar mis cursos en la universidad y empecé a trabajar con mi amigo. Ac-tualmente soy técnico de apoyo infor-mático en una compañía de aviación. Así me gano la vida. Si pudiera vivir de la guitarra lo haría, pero mi prioridad actualmente es la familia: que mis dos hijos tengan cuanto necesiten. Cuando ellos crezcan, tal vez me dedique por completo a la música. Ahora sé que, aunque haga muchas otras cosas, nun-ca la perderé del todo porque la llevo en la piel.

¿Qué diría que le ha aportado su paso por la escuela?Muchísimo, casi todo, pero principal-mente unos valores, una forma de vida. Aprendí, por ejemplo, a disfrutar y sen-tirme satisfecho con lo que tengo, a no ser codicioso. A veces las cosas van mal, en ocasiones la vida es dura, pero, a pe-sar de todo, no pierdo la esperanza y doy gracias por estar vivo, por cualquier cosa que posea, y me siento feliz. Lo que soy se lo debo en primer lugar a mis padres y después a esta comunidad. Les estoy inmensamente agradecido.

R oger Barnett llegó a Summerhill con 9 años, procedente de una escuela estatal inglesa. Sus pa-

dres, que habían leído los libros de Neill, enviaron antes a su hermana mayor.

¿Tuvo problemas en la escuela pública?No me gustaba demasiado, pero me adaptaba. De pequeño eres feliz donde estás, donde tienes tus amigos; no ima-ginas que hay muchas otras posibilida-des, lugares como este, donde puedes pasar tu infancia jugando. Recuerdo que no me gustaba nada sentarme pero me decían que tenía que hacerlo y lo hacía. Cuando vine aquí me alegré mucho porque estaba mi hermana, y me parecía muy excitante estar lejos de casa. Pero a los tres días ya echaba de menos a mis padres. Pasé años jugan-

do en el bosque, acampando por la no-che, construyendo cabañas… Era real-mente feliz, fue algo maravilloso. Ahora los niños tienen que sentarse hasta para ver la tele y tomar dulces. Nosotros es-tábamos continuamente jugando, mo-viéndonos sin parar.

¿Y qué hacía? ¿A qué jugaba?Cada día era una aventura. A veces an-dábamos por ahí, levantados mientras todos dormían, y nos encontraban los responsables del dormitorio, nos po-nían una multa y nos mandaban de vuelta a la cama. O íbamos a la habita-ción de otros amigos, por la noche; ha-blábamos muy bajito para que no nos pillaran y si alguien, sin querer, hacía ruido, nos moríamos de risa. Son viven-cias emocionantes, pero difíciles de ex-plicar. El profesor de carpintería vivía en un tipi instalado detrás de nuestra casa. Cuando se mudó a una caravana nos lo regaló. Nos encargábamos de él, hacía-mos fuego y cocinábamos para la cena, charlábamos… En otras escuelas nunca te dejarían porque hay normas de se-guridad muy estrictas y todo está prohi-bido. Detrás del teatro había un edificio que transformamos en taller de motoci-

"Cada día era una aventura. Son vivencias emocionantes, pero difíciles de explicar"

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cletas. Las construíamos, las reparába-mos y luego las conducíamos por el bosque. Jugábamos continuamente: a la guerra, al tenis… Fue una época ma-ravillosa... No nos dábamos cuenta de la suerte que teníamos.

¿Y las clases?Nunca iba a clase. Solo me presenté al examen de teatro de secundaria por-que me gustaba actuar. Sabía que cuando saliera de Summerhill no iba a

querer ser médico o cualquier otra pro-fesión que exigiera unos estudios. No quería ir al instituto. Sentarme en un aula no era para mí, ni estar en silencio escuchando las lecciones; me resultaba claustrofóbico y muy aburrido. Tengo amigos cuyos padres son abogados o ingenieros y les presionan para que ha-gan los mismos estudios, aunque no les gusten. Afortunadamente, los míos me dejaron elegir. Me encantaba trabajar en la carpintería. Pasé mucho tiempo construyendo cajas, pistolas de madera,

mesas, sillas… Así que, con la ayuda del profesor, encontré un empleo en Alemania trabajando la madera. Hacía-mos puertas, casas y cosas por el estilo.

¿Y cómo le fue?Lo encontré fácil, era muy parecido a lo que hacíamos en Summerhill: tenías que elegir el tipo de madera, dibujar el plano, etc. Pero al cabo de unos meses volví a Inglaterra. Comprendí que nece-sitaba profundizar, aprender el oficio.

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Roger Barnett 33 años (1989-1995)

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Así que entré como aprendiz en una empresa. Después trabajé en algunas más. Cada lugar me aportaba nuevos conocimientos y destrezas, iba investi-gando, perfeccionando mis habilidades, y cada vez quería saber más. Ahora diri-jo mi propia compañía, donde trabaja-mos cuatro personas. Hacemos todo tipo de tejados para casas.

¿Qué cree que le ha aportado Sum-merhill en su vida?Una de las cosas que más me ayudó fue la posibilidad de desarrollar mi ca-

pacidad de comunicación, de estar abierto, receptivo y relacionarme con los demás con honestidad y franqueza. Cuando la gente habla conmigo lo nota, y suelen responder con la misma calidez. Pero lo más difícil de expresar es lo que Summerhill dejó dentro de mí…; la comunidad me dio muchísimo amor; ese fue mi mejor alimento.

¿Le fue difícil adaptarse al mundo exterior?Dejar Summerhill no fue fácil. En este lugar hay tanta confianza, tanto cari-

ño, las relaciones son tan profundas… Un día coges todas esas cosas y te vas a otra parte pensando que vas a encontrar allí lo mismo. Pero pronto te sientes traicionado: te das cuenta de que la gente habla de ti por de-trás, te critican, te hacen daño gratui-tamente. Ves que se relacionan de forma totalmente distinta. Y te lleva algún tiempo comprender que no todo el mundo es igual, que algunas personas también son honestas y sin-ceras. He hecho algunos buenos ami-gos fuera de aquí, pero en Summerhill aún tengo los mejores.

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Clara Henrich 19 años (2004-2010)

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C uando Clara tenía unos 7 años le diagnosticaron dislexia. Fue a varias escuelas, pero en nin-

guna conseguía seguir el ritmo. Tratan-do de comprender el problema, su ma-dre llegó a la conclusión de que el fallo no estaba en su hija, sino en el funcio-namiento, excesivamente rígido y uni-forme, de la mayoría de los colegios.

Entonces, ¿no encajaba en ningún centro?Terminé la primaria en una escuela al-ternativa; hacíamos asambleas y, aun-que las clases eran obligatorias, trabajá-bamos por proyectos. Mi madre leyó los libros de Neill, vinimos de visita con mi hermano y nos gustó muchísimo.

¿Le resultó fácil adaptarse?Las primeras semanas fueron muy difí-ciles porque echaba de menos a mi fa-milia y no hablaba inglés. Tuve la suer-te de dar con una encargada del dormitorio alemana y otras personas también hablaban mi lengua. Pero, al cabo de un tiempo, me acordaba tanto de Summerhill cuando estaba en casa, como al revés; este lugar se convirtió en mi segunda familia y era feliz en am-bas. Así empecé a aprovechar lo mejor de cada sitio. En Alemania, mis padres viven en el campo. Aquí teníamos el verde, pero además hacíamos muchas excursiones y visitas a museos, gale-rías…, que me fascinan porque me in-teresa muchísimo el arte. Allí aprendí a convivir con gente de culturas distintas e hice muchos amigos.

¿Qué otras cosas le gustaba hacer?Me agradaba implicarme en las tareas de la comunidad, participar en distintas comisiones, ir a las asambleas, trabajar en el jardín y en el huerto, tener una vida social muy intensa y responsabili-zarme del horario del dormitorio. Pero solía pasar mucho tiempo en el aula de arte, experimentando con diferentes materiales.

¿Ibas a clase?Los primeros años, mucho; estudié in-tensamente materias porque, debido a mi dislexia, quería ser tan buena como los demás. Recuerdo que me gustaban;

a menudo éramos solo dos alumnos y teníamos conversaciones superintere-santes con el profesor. Después empe-cé a ir por periodos, a veces me queda-ba más trabajando mis cosas, en el aula de arte, y otras iba más a clase. En oca-siones, pienso que me hubiera gustado no haber ido tanto a clase, haber escu-chado más mi corazón; haber sido un poco más honesta conmigo misma y haber jugado mucho más… Pero yo quería aprender. Pasé los exámenes de secundaria en biología, matemáticas, artes en 3D, bellas artes e inglés, y tam-bién hice el diseño de un jardín, para sentir la naturaleza en los pies. Durante los últimos tiempos casi no acudía a las aulas y trabajaba en mis proyectos, en el taller de arte.

¿Cómo le afecta su dislexia?Tengo problemas para deletrear pala-bras y escribir en orden. También algu-nas dificultades con las matemáticas. Pero en Summerhill descubrí que la dis-lexia no es una enfermedad ni un de-fecto, sino simplemente una forma dife-rente de pensar. Mis profesores sabían que me resulta más fácil razonar con imágenes que con palabras, y me ayu-daban a hacer asociaciones con fotos, dibujos, gráficos… Jamás me etiqueta-ron, siempre me apoyaron.

¿Algún recuerdo especial?Muchísimos. Tomábamos responsabili-dades en la gestión de la escuela y, además, nos divertíamos. Una vez, en el comité de final de trimestre, intentá-bamos conseguir fondos para la fiesta

y se nos ocurrió preguntar a la gente si pagarían algún dinero por vernos vesti-das de chico a las chicas y de chica a los chicos durante todo el día. Muchos compañeros dijeron que nos darían al-gunos peniques. Entonces nos disfraza-mos y andábamos por ahí, ganábamos dinero y nos reíamos. Otra vez, tam-bién para conseguir fondos, cinco per-sonas estuvimos atadas por los pies durante más de seis horas. Vivíamos muy bien, nos lo pasábamos en gran-de. Y éramos como hermanos, estába-mos muy unidos. Todavía lo noto: a ve-ces paso un año entero sin hablar con alguien y cuando nos vemos es como si fuera ayer.

¿Qué hizo después?Estuve un año en el instituto preparán-dome para ir a la universidad, a la Fa-cultad de Bellas Artes. Luego volví a casa y estoy en prácticas con un arqui-tecto de interiores, para ver si me gus-ta. Al mismo tiempo, he solicitado la universidad aquí en Inglaterra y estoy esperando la respuesta. Me interesan el diseño y el arte en general, y quiero ex-plorar estas dos posibilidades en mi vida.

¿Cómo cree que ha influido Summer-hill en su forma de ser?Esta escuela me abrió los ojos para mi-rar el mundo y la vida de una forma nueva y amplia. Me ayudó a sentirme en casa en cualquier parte y a encontrar lo que realmente me gusta; a aprender a conocerme, a saber quien soy yo. A ir detrás de las cosas que quiero, a ser honesta conmigo misma y decir “Voy al aula de arte en lugar de a clase”. Me enseñó a escuchar mi corazón. Creo que aprender a escuchar tu corazón desde pequeña, saber lo que quieres, es algo que vale tanto como el oro. Es fundamental darte esta libertad, la li-bertad de equivocarte. Y si cometes errores, es para aprender: yo ni tan si-quiera los llamaría errores, son aspectos de tu vida, te ves reflejada en ellos. Aprendes mucho sobre ti, sobre la vida; por ejemplo, si usas demasiado los or-denadores, al cabo de un tiempo pue-des darte cuenta de que estás perdien-do contacto con tus amigos, o quizás descubrir que te encantan y convertirlos en tu vocación, en tu trabajo.

"Es fundamental darte la libertad de equivocarte. Y si cometes errores, es para aprender"