De Totalidad e Infinito

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De Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamaca, 2002, pp. 7071 El «egoísmo» de la ontología se mantiene aún cuando, denunciando la filosofía socrática como ya olvidadiza del ser y en marcha hacia la noción del «sujeto» y del poder técnico, Heidegger encuentra, en el presocratismo, el pensamiento como obediencia a la verdad del ser. Obediencia que se cumplirá como existir constructor y labrador, que hace la unidad del lugar que implica el espacio. Heidegger, al convocar la presencia sobre la tierra y bajo el firmamento del cielo, la espera de los dioses y la compañía de los mortales, en la presencia ante las cosas que equivale a construir y cultivar, concibe, como toda la historia occidental, la relación con el Otro como produciéndose en el destino de los pueblos sedentarios, poseedores y edificadores de la tierra. La posesión es la forma por excelencia bajo la cual el Otro llega a ser el Mismo llegando a ser mío. Al denunciar la soberanía de los poderes técnicos del hombre, Heidegger, exalta los poderes pre técnicos de la posesión. Sus análisis no parten ciertamente de la cosaobjeto, sino que llevan la marca de los grandes paisajes a los cuales se refieren las cosas. La ontología llega a ser ontología de la naturaleza, fecundidad impersonal, madre generosa sin rostro, matriz de los seres particulares, materia inagotable de las cosas. Filosofía del poder, la ontología, como filosofía primera que no cuestiona el Mismo, es una filosofía de la injusticia. La ontología heideggeriana que subordina la relación con el Otro a la relación con el ser en general aún si se opone a la pasión técnica, salida del olvido del ser oculto por el ente permanece en la obediencia de lo anónimo y lleva, fatalmente, a otra potencia, a la dominación imperialista, a la tiranía. Tiranía que no es la extensión pura y simple de la técnica en los hombres cosificados. Se remonta a los «estados de ánimo» paganos, al arraigamiento al suelo, a la adoración que hombres esclavizados pueden profesar a sus señores. El ser antes que el ente, la ontología antes que la metafísica, es la libertad (aunque de la teoría) antes que la justicia. Es un movimiento en el Mismo antes que la obligación frente al Otro. Es necesario invertir los términos. Para la tradición filosófica, los conflictos entre el Mismo y lo Otro se resuelven por la teoría en la que lo Otro se reduce al Mismo o, concretamente, por la comunidad del Estado en el que bajo el poder anónimo, inteligible, el Yo vuelve a encontrar la guerra en la opresión tiránica que sufre por parte de la totalidad. La ética en la que el Mismo tiene en cuenta al Otro irreductible, dependería de la opinión. El empeño de este libro se dirige a percibir en el discurso una relación no alérgica con la alteridad, a percibir allí el Deseo, donde el poder, por esencia asesino del Otro, llega a ser, frente al Otro y «contra todo buen sentido», imposibilidad del asesinato, consideración del Otro o justicia. Nuestro empeño consiste concretamente, en mantener, en la comunidad anónima, la sociedad del Yo con el Otro, lenguaje y bondad. Esta relación no es prefilosófica, pues no violenta el Yo, no le está impuesta brutalmente desde fuera, a pesar de él o a sus espaldas como una opinión; más exactamente le está impuesta más allá de toda violencia, por una violencia que lo cuestiona totalmente. La relación ética, opuesta a la filosofía primera de la identificación de la libertad y del poder, no está contra la verdad, va hacia el ser en su exterioridad absoluta y lleva a cabo la intención misma que anima la marcha hacia la verdad. La relación con un ser infinitamente distante es decir, que desborda su idea es tal que su autoridad de ente es ya invocada en toda pregunta que pudiéramos

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Emanuel Levinas. Reflexiones filosóficas. Etica

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De  Totalidad  e  infinito.  Ensayo  sobre  la  exterioridad,  Sígueme,  Salamaca,  2002,  pp.  70-­‐71            El   «egoísmo»  de   la  ontología   se  mantiene  aún  cuando,  denunciando   la   filosofía  socrática  como  ya  olvidadiza  del  ser  y  en  marcha  hacia  la  noción  del  «sujeto»  y  del  poder   técnico,  Heidegger  encuentra,   en   el   presocratismo,   el   pensamiento   como  obediencia   a   la   verdad   del   ser.   Obediencia   que   se   cumplirá   como   existir  constructor   y   labrador,   que   hace   la   unidad   del   lugar   que   implica   el  espacio.  Heidegger,  al   convocar   la   presencia   sobre   la   tierra   y   bajo   el   firmamento  del  cielo,  la  espera  de  los  dioses  y  la  compañía  de  los  mortales,  en  la  presencia  ante  las   cosas   -­‐que   equivale   a   construir   y   cultivar-­‐,   concibe,   como   toda   la   historia  occidental,  la  relación  con  el  Otro  como  produciéndose  en  el  destino  de  los  pueblos  sedentarios,   poseedores   y   edificadores   de   la   tierra.   La   posesión   es   la   forma   por  excelencia  bajo  la  cual  el  Otro  llega  a  ser  el  Mismo  llegando  a  ser  mío.  Al  denunciar  la  soberanía  de  los  poderes  técnicos  del  hombre,  Heidegger,  exalta  los  poderes  pre-­‐técnicos  de  la  posesión.  Sus  análisis  no  parten  ciertamente  de  la  cosa-­‐objeto,  sino  que   llevan   la  marca  de   los   grandes  paisajes   a   los   cuales   se   refieren   las   cosas.   La  ontología   llega   a   ser   ontología   de   la   naturaleza,   fecundidad   impersonal,   madre  generosa   sin   rostro,   matriz   de   los   seres   particulares,   materia   inagotable   de   las  cosas.          Filosofía   del   poder,   la   ontología,   como   filosofía   primera   que   no   cuestiona   el  Mismo,  es  una  filosofía  de  la  injusticia.  La  ontología  heideggeriana  que  subordina  la  relación  con  el  Otro  a  la  relación  con  el  ser  en  general  -­‐aún  si  se  opone  a  la  pasión  técnica,  salida  del  olvido  del  ser  oculto  por  el  ente-­‐  permanece  en  la  obediencia  de  lo  anónimo  y   lleva,   fatalmente,  a  otra  potencia,  a   la  dominación   imperialista,  a   la  tiranía.  Tiranía  que  no  es  la  extensión  pura  y  simple  de  la  técnica  en  los  hombres  cosificados.   Se   remonta   a   los   «estados   de   ánimo»   paganos,   al   arraigamiento   al  suelo,   a   la   adoración   que   hombres   esclavizados   pueden   profesar   a   sus   señores.  El  ser  antes  que  el  ente,  la  ontología  antes  que  la  metafísica,  es  la  libertad  (aunque  de   la   teoría)   antes   que   la   justicia.   Es   un   movimiento   en   el   Mismo   antes   que   la  obligación  frente  al  Otro.          Es  necesario  invertir  los  términos.  Para  la  tradición  filosófica,  los  conflictos  entre  el  Mismo  y  lo  Otro  se  resuelven  por  la  teoría  en  la  que  lo  Otro  se  reduce  al  Mismo  o,  concretamente,   por   la   comunidad   del   Estado   en   el   que   bajo   el   poder   anónimo,  inteligible,  el  Yo  vuelve  a  encontrar  la  guerra  en  la  opresión  tiránica  que  sufre  por  parte   de   la   totalidad.   La   ética   en   la   que   el   Mismo   tiene   en   cuenta   al   Otro  irreductible,  dependería  de  la  opinión.  El  empeño  de  este  libro  se  dirige  a  percibir  en   el   discurso   una   relación   no   alérgica   con   la   alteridad,   a   percibir   allí   el   Deseo,  donde  el  poder,  por  esencia  asesino  del  Otro,   llega  a  ser,   frente  al  Otro  y  «contra  todo  buen  sentido»,  imposibilidad  del  asesinato,  consideración  del  Otro  o  justicia.  Nuestro  empeño  consiste  concretamente,  en  mantener,  en  la  comunidad  anónima,  la  sociedad  del  Yo  con  el  Otro,  lenguaje  y  bondad.  Esta  relación  no  es  pre-­‐filosófica,  pues  no  violenta  el  Yo,  no  le  está  impuesta  brutalmente  desde  fuera,  a  pesar  de  él  o  a   sus  espaldas  como  una  opinión;  más  exactamente   le  está   impuesta  más  allá  de  toda   violencia,   por   una   violencia  que  lo   cuestiona   totalmente.   La   relación   ética,  opuesta  a  la  filosofía  primera  de  la  identificación  de  la  libertad  y  del  poder,  no  está  contra   la   verdad,   va   hacia   el   ser   en   su   exterioridad   absoluta   y   lleva   a   cabo   la  intención  misma  que  anima  la  marcha  hacia  la  verdad.          La  relación  con  un  ser  infinitamente  distante  -­‐es  decir,  que  desborda  su  idea-­‐  es  tal   que   su   autoridad   de   ente   es   ya  invocada  en   toda   pregunta   que   pudiéramos  

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plantearnos   sobre   la   significación   de   su   ser.   No   se   interroga   sobre   él,   se   lo  interroga.   Siempre   nos   da   la   cara.   Si   la   ontología   -­‐comprehensión,   abarcamiento  del   ser-­‐   es   imposible,   no   es   porque   toda   definición   del   ser   suponga   ya   el  conocimiento   del   ser,   como   había   dichoPascal  y   que  Heidegger  refuta   en  las  primeras  páginas   de  Sein   und   Zeit;  es   porque   la   comprehensión   del   ser   en  general  no  puede  dominar  la  relación  con  el  Otro.  Esta  domina  a  aquélla.  No  puede  salirse  de  la  sociedad  con  el  Otro,  aun  cuando  considere  el  ser  del  ente  que  él  es.  La  comprehensión  del  ser  se  dice  ya  al  ente  que  vuelve  a  surgir  detrás  del  tema  en  el  que  se  ofrece:  Ese  «decir  al  Otro»  -­‐esa  relación  con  el  Otro  como  interlocutor,  esa  relación   con   un   ente-­‐   precede   a   toda   ontología.   Es   la   relación   última   del   ser.   La  ontología  supone  la  metafísica.          Fragmentos  de  declaraciones  recogidas  por  R.  Fornet  y  A.  Gómez  los  días  3  y  8  de  octubre  de  1982  bajo   el   titulo   «Filosofía,   Justicia   y  Amor»,   en  LÉVINAS,   E.,  Entre  Nosotros.   Ensayos   para   pensar   en   otro,   PreLévinasTextos,   Valencia,   febrero   de  2001,  pp.  141Lévinas144.      -­‐  Usted  ve  en  Heidegger  a  un  continuador  de  la  filosofía  occidental,  que  mantiene  la  primacía  de  lo  Mismo  sobre  el  Otro...  Lévinas:  Para  mí,  Heidegger   es   el   filósofo  más  grande  del   siglo,   quizá  uno  de   los  más  grandes  del  milenio;  pero  esto  me  aflige  enormemente,  porque   jamás  puedo  olvidar  lo  que  él  era  en  1933,  incluso  aunque  no  lo  fuera  más  que  durante  un  breve  período.   Lo   que   admiro   en   su   obra   esSein   und   Zeit.   Es   una   cumbre   de   la  fenomenología.  Los  análisis  son  geniales.  En  cuánto  al  último  Heidegger,  le  conozco  mucho  peor.  Lo  que  me  asusta  un  poco  es  también  el  despliegue  de  un  discurso  en  que   lo  humano  se  convierte  en  una  articulación  de  una   inteligibilidad  anónima  o  neutra  a   la  que  se  subordina  la  revelación  de  dios.  En  el  Gevierte  los  dioses  están  en  plural.      -­‐   A   partir   de   la   diferencia   ontológica   establecida   por  Heidegger   entre   el   ser   y   el  ente,   ¿no   podría   pensarse   en   cierta   medida   que   el   ser   heideggeriano  correspondería  al  “de  otro  modo  que  ser”?  Lévinas:  No,  no  lo  creo.  Por  otra  parte,  “de  otro  modo  que  ser”  no  significa  “alguna  cosa”.   Es   la   relación   con   otro,   la   relación   ética.   En   Heidegger,   la   relación   ética,  el  Miteinandersein,   estar-­‐con-­‐otro,   no   es   más   que   un   momento   de   nuestra  presencia  en  el  mundo  no  ocupa  el  lugar  central.  Mit  es  siempre  estar  al  lado  de...,  no  es  la  apertura  del  Rostro,  es  zusammensein,  quizás  zusammenmarschieren.      -­‐  Es,  sin  duda,  un  momento,  pero  ¿no  podría  también  decirse  que  es  una  estructura  esencial  del  Dasein?  Lévinas:   Si   sin   duda,   pero   siempre   hemos   sabido   que   el   hombre   es   un   animal  social.   No   es   este   en   absoluto   el   sentido   que   yo   busco...   Se   dice   que   en   mi  perspectiva   -­‐es   algo   que   a   menudo   me   reprochan-­‐   hay   una   subestimación   del  mundo.  En  Heidegger,  es  muy   importante.  En   losFeldewege  hay  un  árbol;  no  nos  encontramos  con  hombres.      -­‐  Y,  ¿qué  decir  de  una  estructura  o  un  momento  como  el  Fürsorge,  el  ocuparse  de  otro?  

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Lévinas:  Sí,  pero  no  creo  que  él  piense  que  dar,  alimentar  a  quien  tiene  hambre  y  vestir  a  quien  está  desnudo  sea  el  sentido  del  ser  o  esté  por  encima  de  la  tarea  de  ser.      -­‐  Es  una  cuestión  que  queda  abierta...  Lévinas:  Si,  queda  abierta.  Esté  usted  seguro  de  que  no  quiero  ponerme  en  ridículo,  no  podría   ignorar   la   grandeza  especulativa  de  Heidegger.  Pero   los   acentos  de   su  análisis   están   en   otro   lugar.   Lo   repito,   se   trata   de   análisis   geniales.   Pero,   ¿qué  significa,  en  su  teoría  de  la  Befindlichkeit,  el  temor  por  los  demás?  Para  mí,  es  un  momento  esencial;  pienso  incluso  que  temer  a  Dios  significa  ante  todo  tener  miedo  por   los   demás.   El   temor   por   los   demás   no   cabe   en   el   análisis   heideggeriano   de  la  Befindlichkeit  porque,  en  esta  teoría  tan  admirable  de  la  doble  intenacionalidad,  toda  emoción,  todo  temor  es  finalmente  emoción  para  sí,  temor  para  sí,  temor  del  perro   pero   angustia  para  sí   mismo.   ¿Y   el   temor   por   otro?..   Evidentemente,  podemos  interpretarlo  como  el  temor  por  sí  mismo,  pretextando  que  al  temer  por  el  otro  puedo  temer  econtrarme  en  la  misma  situación  que  el  otro.  Pero  esto  no  es  todo,   incluso   no   es   nada   de   temor   por   el   otro:   la  madre   que   teme   por   el   hijo,   o  incluso  cada  uno  de  nosotros,  al  temer  por  un  amigo,  tememos  por  los  otros.  (Pero  todos  los  demás  hombres  son  amigos,  ¿me  comprende?).  Como  al  azar,  en  el  capítulo   19   del   Levítico   alguno   versículo   terminan   con   :   “Y   temerás   a   Dios”,  aquellos  que  conciernen  a   las  prohibiciones  de   las  malas  acciones  referidas  a   los  demás   hombres.   ¿No   se   queda   demasiado   corta   en   este   punto   la   teoría   de  la  Befindlichkeit?      -­‐  ¿Considera  usted  que  Heidegger  realiza  una  especie  de  sacralización  del  mundo,  y  que  su  pensamiento  representa  una  culminación  del  paganismo?  Lévinas:  Posee,  en  cualquier  caso,  un  gran  sentido  para  todo  lo  que  crea  paisaje;  no  paisaje  artístico,  sino  un  lugar  en  que  el  hombre  está  arraigado.  ¡No  es  en  absoluto  un  filosofía  de  emigrado!  Diría  incluso  que  no  es  un  filosofía  de  emigrante.  Para  mí,  el  emigrante  no  es  el  nómada.  No  hay  nada  más  arraigado  que  un  nómada.  Pero  el  que   emigra   es   integramente   hombre,   la   migración   del   hombre   no   destruye   no  devasta  el  sentido  del  ser.      -­‐  Piensa  usted  que,  en  Heidegger,  se   trata  de  un  arraigo  geográfico?  Por  ejemplo,  leyendo   su   texto   en  Difficile   Liberté  sobre   Heidegger   y   Gagarin   ,   se   tiene   la  impresión   de   que   el   arraigo   en  Heidegger,   tal   y   como   usted   lo   interpreta,   es   un  arraigo  local,  en  un  espacio  geográfico.  ¿Se  trata  de  eso,  o  podría  tratarse  más  bien  de  un  arraigo  en    el  Mundo?  Lévinas:  No,   pero   lo   humano   se   vive   y   se   describe   siempre   en   el  mismo  paisaje.  Cuando  se  ha  estado  un  poco  en  la  luna,  se  vuelve  sin  duda  a  este  mundo  como  a  la  propia   aldea.   Pero   Heidegger   ha   dicho   que   no   se   puede   vivir   en   el   espacio  geométrico.  Gagarin  no  se  instaló  en  el  espacio  geométrico,  puesto  que  volvió  a  la  tierra,  pero  el  espacio  geométrico  ha  podido  ser  su  lugar  y  el  lugar  de  su  actividad  profesional      -­‐  ¿Es  efectivamente  el  Mundo  en  Heidegger  otra  cosa  que  el  mundo  terrestre,  que  la  identificación  con  un  paisaje?  

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Lévinas:   Se   dijo   que   mi   artículo   sobre   Gagarin   y   Heidegger   era   violento.   En  Heidegger  hay  textos  sobre  el  lugar  del  hombre  en  Europa  Central  esto  es  central  para  él,  Europa  y  el  Occidente  alemán.  Hay  toda  una  geopolítica  en  Heidegger.