Día de Los Enamorados

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El origen de una efemérides

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Día de los enamorados.

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Decimos amor, y se nos llena la boca de mieles. O decimos amor y se nos llena de un

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amargo desdén.

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Quizás malentendemos la palabra. El amor no es distinto de nosotros mismos; es unaemanación nuestra, una urgente necesidad de descansar en algo o alguien. Vamos poruna larga carretera y nos detenemos a pernoctar en un motel. En ocasiones pasaremospor él sólo una noche; en otras, continuaremos el camino acompañados. Pero laduración de la compañía no le transforma la esencia al sentimiento: ''Quizás hubieradescansado mejor sólo'', se dirá alguno. ''Quizás me equivoqué al elegir ese motel'', sedirá otro. Y, sin embargo, ya el descanso y la equivocación y el acompañamiento iban

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dentro de ellos. ¿Es cuestión de elegir, o sea, es cuestión de arriesgarse? No sé si elige elamor; pero en definitiva, lo que importa es el camino; cómo se haga es un asuntopersonal.Lo que sí veo claro es que el amor más verdadero -verdaderos son todos, o ninguno, yespejismos son todos o ninguno- jamás consistirá en un foso que aísle; jamás será lareducción del universo al incomparable tamaño de unos ojos. Sería como usar unos

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prismáticos por el extremo inadecuado. El amor no empequeñece, amplía. Como lasbolsas mágicas de los cuentos, no se consume por mucho que se saque de él. Hay queamar el mundo a través de quien se ama; hay que aspirar a mejorarlo porque quien seama lo habita. El amor no es un tirachinas de goma que, si se estira, se dispara; es unaforma de luz, en cuya sustancia está la irradiación.Por eso me parece una risible antítesis hablar del

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día de los enamorados. Intentarreducir el mar a una jofaina de veinticuatro horas resulta sorprendente; como si sequisieran hacer juegos malabares con las estrellas de la Osa Mayor. Tal desacreditadorafecha se inventó por los vendedores de recuerdos. Pero el amor más verdadero no losnecesita; está presente, iluminando todo igual que un faro: la noche y el motel y laintrincada carretera. Se inventó por decepcionados mercachifles para los resignadosamadores; para los que están pendientes, con exclusión, uno de otro; para los que secontentan con un tonto egoísmo de mirarse recíprocamente en el espejo del otro; paralos que rebajan el nosotros hasta el tú y yo, y el ancho mundo hasta un modestoconfidente de dos asientos; para los que entienden que la atmósfera inagotable del amores una miniatura en la que no hay lugar más que para una almohada compartida y unjuego de café con dos tacitas. No me gustan los amantes que, en el banco del parque, seensimisman, y se retraen de la primavera que los reclaman, o del otoño, y de los niños yde los militares sin graduación y del fotógrafo ambulante y de Dios Padre. No megustan los que, por una parte, se recluyen en su blanda burbuja irrespirable, y por laotra, se apretujan en los grandes almacenes, también irrespirables, para asistir el día de

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los enamorados

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(¿es que ni ellos mismos saben cuál es su día inconfundible?) a la falsafiesta de un amor en promoción y oferta. No me gustan los amantes cuando dejan que elentusiasmo y el rapto, con que el amor los arrebató, concluyan en comprarse dos frascosde colonia, o un brillantico y un par de gemelos, o una lamentable medalla que nisiquiera dice el grupo de sus sangres respectivas.

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Yo vengo de ese amor; no creo que vaya más a él. Por eso me permito hablar así. Sé queno se puede decir de esta agua no beberé; pero tampoco puede decirse de esta aguabeberé. Yo, por lo pronto, ya he bebido. No sé si suficientemente; mi consuelo es quenadie bebe más agua que la necesaria para apagar su sed. De allí que antes dijera que elamor depende de nosotros: de nuestra capacidad de ingerir y empapar y filtrar el aguasus fuentes. No creo -repito- que vaya más hacia él: si me detengo en un motel de pasono será para descansar, sino para morir, si es que morir no es sólo descansar. Y, aunquese produjese el adorable y menudo prodigio, no habrá manos, ni ojos, ni alma, ni cuerpoque me absorban, que me consuman, que me aten. Puesto a beber, mi sed sería mayor,pienso que sería insaciable. Nadie va a convertirme en celebrante del día de losenamorados. No seré para nadie un guijarrillo sobado y amaestrado con el que ejercitala puntería, o al que distraídamente se le acaricia, o que se lanza para jugar al salto derana sobre el mar, o se abandona a la intemperie para recogerlo al día siguiente, o searroja a la cabeza de un contrario. Eso si que ya no.Por supuesto, no me negaría en abordar con alguien un ilusionado proyecto común. Perocomún de veras, en el que entraran todos, del que ninguno se escabullese. Porque launión amorosa es una afirmación del otro en uno; no elimina ningún pronombrepersonal, al revés, los exalta: el

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tú y el yo y el nosotros y el vosotros, y la perfección detal unión es que no excluya el ellos. Un proyecto amoroso, en esta breve noche -breve einterminable-, es un irreprimible impulso que no destiñe la individualidad de ser alguno,sino que la subraya; la de los dos emprendedores del impulso, desde luego, pero

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también la de los que cohabitan el mundo en torno a ellos. Sólo de tal amor puedeafirmarse que sea el motor del universo. Pero temo que a esa idea, en el día de mediadosde febrero que se dedica a los enamorados, no se le llame amor.

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¿Será una coincidencia? Soñé anoche con quien, dentro de los tacaños márgenes

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habituales, más he amado. En el sueño, sus manos enmarcaban mi cara y no mepermitían oír los rumores del mundo; sus abultados labios envolvían los míos y no mepermitían expresarme; la ardiente proximidad de su rostro, tan bello, no me permitía vermás que él; toda mi piel era una mano abierta, que acariciaba y era acariciada; todo miolfato no habría bastado para acoger el olor de su cuerpo de ávidos rincones: En elsueño no cruzamos palabras: viajábamos en silencio por los mutuos parajes conocidos:tersas laderas, florecientes colinas, sombríos valles... Anoche soñé con alguien quemurió hace doce años. Y comprendí una vez más al despertar que aquel amor -inmortal-fue sólo un descansillo de la áspera escalera. Y que, después de él, seguí subiendo: máscansado de lo que llegué a él, pero seguí. Y seguiré subiendo mientras pueda, mientrasquede escalera, haya o no descansillos. Hasta el final, donde es probable que seencuentre el amor, el verdaderamente verdadero, el que, a todo lo largo de la arduaescalera, no hicimos otra cosa que ensayar.

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Publicado en la revista del Diario español EL PAÍS, el domingo 18 de febrero de 1990 /Número 671 Año XV. Segunda Época. Pág. 78.