DIÁLOGO DE CARMELITAS

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DIÁLOGO DE CARMELITAS El martirio de las carmelitas de Compiègne (17-7-1794) La obra Diálogo de carmelitas de Bernanos hizo más conocido el episodio del martirio de las dieciséis monjas carmelitas (incluyendo una novicia) del monasterio de Compiègne. Su relato es edificante por la fidelidad y serenidad con que afrontaron su martirio. Ojalá que, como decía Tertuliano, que se bautizó al ver la valentía de los primeros mártires cristianos, realmente la sangre de los mártires sea semilla de cristianos, de cristianos comprometidos con su fe y sin miedo a confesarla en público donde sea necesario. La decapitación de estas monjas por fanáticas muestra que realmente el sueño de la razón produce monstruos, que empezaron con la revolución francesa, hija de la Ilustración que ensalzó la razón pura y condenó la religión como supersticiosa: Aplastad al infame decía Voltaire. La fiesta de Nuestra Señora del Carmen de 1794, celebrada en una horrible cárcel de París, tuvo augurios de sangre y de gloria para las monjas carmelitas descalzas del monasterio de Compiègne. Al día siguiente, las dieciséis hijas de Santa Teresa, novicia incluida, iban a ser conducidas a la guillotina por el crimen de ser católicas, “fanáticas” en el lenguaje revolucionario. Hacía siglo y medio que las carmelitas descalzas de Amiens habían fundado en Compiègne, una ciudad de Oise. La fundación data de 1641, cuando hacía 37 años que había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé con Ana de Jesús y otras cuatro monjas españolas. Al estallar la revolución (1789), las monjas rehusaron despojarse de su hábito carmelita, y cuando los disturbios fueron aumentando, entre junio y septiembre de 1792, siguiendo una inspiración que tuvo la priora Beata Teresa de San Agustín, todas se ofrecieron al Señor. El acto de consagración, emitido incluso por dos religiosas ancianas que al principio se habían asustado ante el solo pensamiento de la guillotina, se convirtió en ofrecimiento diario hasta el día del martirio, dos años después. La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiègne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-Igualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados. Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes.

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DIÁLOGO DE CARMELITAS

El martirio de las carmelitas de Compiègne (17-7-1794)

La obra Diálogo de carmelitas de Bernanos hizo más conocido el episodio del martirio

de las dieciséis monjas carmelitas (incluyendo una novicia) del monasterio de

Compiègne. Su relato es edificante por la fidelidad y serenidad con que afrontaron su

martirio. Ojalá que, como decía Tertuliano, que se bautizó al ver la valentía de los

primeros mártires cristianos, realmente la sangre de los mártires sea semilla de

cristianos, de cristianos comprometidos con su fe y sin miedo a confesarla en público

donde sea necesario.

La decapitación de estas monjas por fanáticas muestra que realmente el sueño de la

razón produce monstruos, que empezaron con la revolución francesa, hija de la

Ilustración que ensalzó la razón pura y condenó la religión como supersticiosa: Aplastad

al infame decía Voltaire.

La fiesta de Nuestra Señora del Carmen de 1794, celebrada en una horrible cárcel de

París, tuvo augurios de sangre y de gloria para las monjas carmelitas descalzas del

monasterio de Compiègne. Al día siguiente, las dieciséis hijas de Santa Teresa, novicia

incluida, iban a ser conducidas a la guillotina por el crimen de ser católicas, “fanáticas”

en el lenguaje revolucionario.

Hacía siglo y medio que las carmelitas descalzas de Amiens habían fundado en

Compiègne, una ciudad de Oise. La fundación data de 1641, cuando hacía 37 años que

había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé con Ana

de Jesús y otras cuatro monjas españolas.

Al estallar la revolución (1789), las monjas rehusaron despojarse de su hábito carmelita,

y cuando los disturbios fueron aumentando, entre junio y septiembre de 1792, siguiendo

una inspiración que tuvo la priora Beata Teresa de San Agustín, todas se ofrecieron al

Señor. El acto de consagración, emitido incluso por dos religiosas ancianas que al

principio se habían asustado ante el solo pensamiento de la guillotina, se convirtió en

ofrecimiento diario hasta el día del martirio, dos años después.

La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se

exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían

prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790.

Miembros del Directorio del distrito de Compiègne, cumpliendo órdenes, se presentaron

el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la

comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días

después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de

Libertad-Igualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.

Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero

continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes.

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La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales

circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la

ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud

Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo.

El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en

aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el

Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos

sospechosos a la muerte.

La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en

comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia

criminal con fanáticos de París.

Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los

domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron

considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de

sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección

espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón.

Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues,

redactó un informe en el que explicaba cómo, “considerando que las ciudadanas

religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad”, que su correspondencia era

testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la

desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.

El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había

convertido en cárcel. Allí esperaron la decisión final que sobre su suerte tomaría el

Comité de Salud Pública asesorado por el Comité local. Entonces acordaron retractarse

del juramento prestado antes, “prefiriendo mil veces la muerte mejor que ser culpables

de un juramento así”. Esta resolución las llenó de serenidad. Cada día aumentaba el

peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a

estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se

veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.

Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio

órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue

exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas

tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían

estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la

espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la

famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina y abarrotada de sacerdotes y

laicos cristianos igualmente condenados.

Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus

ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una

de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección,

impedida por las ataduras y la edad, no sabía cómo llegar al suelo. Los conductores de

las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento.

Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de

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una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este

momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo.

Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración

prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos

de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar

sus oficios.

Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Carmen. La celebraron con el

mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor

preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente

ante el Tribunal Revolucionario. La noticia no les impidió cantar, sobre la música de La

Marsellesa, unos versos improvisados en los que expresaban al mismo tiempo fe en su

victoria, temor y confianza, y que se conservan en el convento de Compiègne.

Ante el Tribunal escucharon cómo el acusador público, Fouquier-Tinville, las atacaba

durísimamente: “Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos

contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la

obediencia de una superiora y, en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y sus

escritos son suficiente testimonio”.

Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un

solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas, culpables de

organizar reuniones y conciliábulos contrarrevolucionarios, de sostener correspondencia

con fanáticos y de guardar escritos que atentaban contra la libertad. Una de las monjas,

sor Enriqueta de la Providencia, preguntó al presidente qué entendía por la palabra

“fanático” que figuraba en el texto del juicio, y la respuesta fue:

“Entiendo por esa palabra su apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de

religión”.

Era su amor a Dios , su fidelidad a los votos y a la religión lo que las hacía merecedoras

de la pena capital.

Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono

derrocado, hoy plaza de la Nación. En el trayecto la gente las miraba pasar demostrando

diversidad de sentimientos, unos las injuriaban, otros las admiraban. Ellas iban

tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere

y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de

acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de

sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.

Una joven novicia, sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad

con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera

permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió

decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la

escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de

ser guillotinadas. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora

entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las

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manos del verdugo. Así realizó lo que ella solía decir: “El amor saldrá siempre

victorioso. Cuando se ama todo se puede”.

Era el día 17 de julio de 1.794 por la tarde.

Prevaleció un silencio absoluto durante todo el tiempo en que los ejecutores seguían el

procedimiento. Las cabezas y los cuerpos de las mártires fueron enterrados en un pozo

de arena profundo de casi nueve metros cuadrados en el cementerio parisino de Picpus.

Como este pozo de arena fue el receptáculo de los cuerpos de 1298 víctimas de la

Revolución, parece no haber muchas esperanzas de recuperar sus reliquias. Una placa

de mármol con el nombre de las mártires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y

en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices

los que mueren en el Señor.

Sus nombres eran los siguientes:

Madeleine-Claudine Ledoine (Madre Teresa de San Agustín), priora, n. en París,

el 22 Sept., 1752, profesó el 16 o 17 de Mayo, 1775;

Marie-Anne (o Antoinette) Brideau (Madre San Luis), sub-priora, n. en Belfort,

el 7 Dic., 1752, profesó el 3 Sept, 1771;

Marie-Anne Piedcourt (Hermana de Jesús Crucificado), miembro del coro, n.

1715, profesó en1737; al subir al patíbulo dijo: “Los perdono tan de corazón

como deseo que Dios me perdone a mí”;

Anne-Marie-Madeleine Thouret (Hermana Charlotte de la Resurrección),

sacristán, n. en Mouy, 16 Sept., 1715, profesó 19 Ago., 1740, dos veces sub-

priora en 1764 y 1778. Su retrato está reproducido en la página opuesta a la p. 2

en el trabajo de la Sta. Willson citado debajo;

Marie-Antoniette o Anne Hanisset (Hermana Teresa del Santo Corazón de

María), n. en Rheims en 1740 o 1742, profesó en 1764;

Marie-Françoise Gabrielle de Croissy (Madre Henriette de Jesús), n. en París, el

18 Junio, 1745, profesó el 22 Feb., 1764, priora desde 1779 a 1785;

Marie-Gabrielle Trézel (Hermana Teresa de San Ignacio), miembro del coro, n.

en Compiègne, el 4 de Abril de 1743, profesó el 12 Dic., 1771;

Rose-Chrétien de la Neuville, viuda, miembro del coro (Hermana Julia Luisa de

Jesús), n. en Loreau (o Evreux), en 1741, profesó probablemente en 1777;

Anne Petras (Hermana María Henrieta de la Providencia), miembro del coro, n.

en Cajarc (Lot), 17 Junio, 1760, profesó el 22 Oct., 1786.

Con respecto a la Hermana Eufrasia de la Inmaculada Concepción, los reportes

varían. La Srta. Willson dice que su nombre era Marie Claude Cyprienne Brard,

y que nació el 12 de Mayo, 1736; Pierre, que su nombre era Catherine Charlotte

Brard, y que nació el 7 de Sept., 1736. Nació en Bourth, y profesó en 1757;

Marie-Geneviève Meunier (Hermana Constanza), novicia, n. 28 Mayo, 1765, o

1766, en St. Denis, recibió el hábito el 16 Dic., 1788. Subió al patíbulo cantando

“Laudate Dominum”. Además de las personas mencionadas arriba, tres

hermanas laicas y dos torneras sufrieron el martirio. Las hermanas laicas son:

Angélique Roussel (Hermana María del Espíritu Santo), hermana laica, n. en

Fresnes, el 4 de Agosto, 1742, profesó el 14 de Mayo, 1769;

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Marie Dufour (Hermana Santa Marta), hermana laica, n. en Beaune, 1 o 2 Oct.,

1742, entró a la comunidad en 1772;

Julie o Juliette Vérolot (Hermana San Francisco Javier), hermana laica, n. en

Laignes o Lignières, 11 Enero, 1764, profesó el 12 Enero, 1789.

Las dos tourières, que no eran Carmelitas, sino simplemente sirvientas de la comunidad,

eran: Catherine y Teresa Soiron, n. respectivamente el 2 Feb., 1742 y el 23 Ene., 1748

en Compiègne, ambas estaban al servicio de la comunidad desde 1772.

La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano,

puesto que “apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cuando cesaba la

tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos”

(decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905).

El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de

febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902 el papa León XIII declaraba venerables a

las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y

el 27 de mayo de 1905 San Pío X declaraba beatas a aquellas “que, después de su

expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado

Corazón”.

Las benedictinas de Stanbrook, en Inglaterra, conservan muchas de las ropas que

estaban lavando en la cárcel las mártires cuando fueron conducidas a la guillotina. Estas

reliquias provienen de las benedictinas de Cambrai, que se hicieron cargo de ellas a los

pocos días del martirio.

Escenas y fragmentos en Teatro, Cine, Opera:

Grandes ciclos: Francis Poulenc - Diálogos de carmelitas -

Escuchamos las últimas y más impactantes escenas de la ópera de Poulenc Diálogos de

carmelitas, inspirada en la persecución y asesinato de un grupo de monjas carmelitas

durante la Revolución Francesa. Sonaron en la versión dirigida por Kent Nagano. Les

ofrecimos, además, varias canciones y ciclos de melodías de nuestro protagonista:

Parisiana, El trabajo de pintor, 2 Melodías sobre poemas de Apollinaire de 1956 y

Último poema.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/grandes-ciclos/grandes-ciclos-francis-poulenc-

dialogos-carmelitas-18-03-13/1724828/

El mismo final, pero magníficamente interpretado en la siguiente escena:

http://www.youtube.com/watch?v=e2ubBODy4N0

Emocionante final, "in crescendo", de la película, en la que se muestra el asesinato de las monjas del monasterio de Compiègne:

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http://www.youtube.com/watch?v=UTB6Wfq5fGg

Título de la anterior película:

Le dialogue des Carmélites

Año

1960

Duración

112 min.

País

Francia

Director

Philippe Agostini, Raymond Leopold Bruckberger

Guión

Philippe Agostini, Raimond Leopold Bruckberger (Novela: Gertrud Von Le Fort. Obra:

Georges Bernanos)

Música

Jean Françaix

Fotografía

André Bac (B&W)

Reparto

Jeanne Moreau, Alida Valli, Madeleine Renaud, Pascale Audret, Pierre Brasseur, Jean-

Louis Barrault, Anne Doat, Georges Wilson

Productora

Coproducción Francia-Italia; Champs-Élysées Productions / Titanus

Género

Drama | Basado en hechos reales. Siglo XVIII. Revolución Francesa. Religión

Sinopsis

En plena Revolución Francesa, la joven Blanche de la Force decide protegerse en un

convento y por eso ingresa en la orden Carmelita. Allí conoce a la alegre monja Sor

Constance y a la madre Marie, entre otras, y es feliz junto a ellas a pesar de los

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conflictos externos y de las presiones de su padre para que deje el convento. Film

basado en la real y trágica historia acontecida con las dieciséis monjas carmelitas del

convento de Compiègne en 1794, y recogida por el escritor francés Georges Bernanos

en su obra teatral homónima, que a su vez se inspiró en la pieza “La última del

cadalso” de la escritora Gertrud Von Le Fort.

Otra escena de ópera: http://www.youtube.com/watch?v=pxuoT3c8_mg

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