DIARIO DE UN SILVESTRISTA - FUNDINGUE.COM "el … · del mundo, el liquidó quemó mi garganta, ......

724
DIARIO DE UN SILVESTRISTA MARLYN BECERRA BERDUGO

Transcript of DIARIO DE UN SILVESTRISTA - FUNDINGUE.COM "el … · del mundo, el liquidó quemó mi garganta, ......

DIARIO

DE UN SILVESTRISTA

MARLYN BECERRA BERDUGO

2

Certificado de Registro de Obra Literaria Inédita

10-495-65

Radicación: 1-2015-13992

De la Dirección Nacional de Derecho de Autor

Del Ministerio del Interior de la República de Colombia.

Reservados todos los derechos.-

3

“Mientras yo sigo soñando, a Ustedes les pasa lo mismo y eso nos

mantiene vivos” Silvestre Dangond.-

4

CON CARIÑO PARA:

LA HEROICA SILVESTRISTA

MARIMAR ARIZA

KATHERIN PORTO

CLUB SILVESTRISTA DEL SINÚ

CLUB SILVESTRISTA DE

SINCELEJO

GANADORES DEL CONCURSO MI

SEGUIDORA Y YO.-

B.B. MAY.-

5

ANA

MARLYN BECERRA BERDUGO

6

Dedicatoria Especial

Dedico el Diario de Un silvestrista a la memoria de mi padre

Luís Humberto Becerra, su recuerdo vive en mi corazón y es él

la mayor fuente de inspiración que tengo y tendré en mi

vida.-

7

“No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar”

8

LA HISTORIA DE ANA

Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al

mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba

los cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría abordarlo.

- ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista.

- ¡Por favor! Dije ¿Puede dar algunas vueltas por la ciudad? Necesito aire fresco.

Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las calles de la ciudad. Durante un largo rato permanecimos en silencio, bajé la ventanilla y respiré acompasadamente el aire

gélido de la noche, dejando que el viento se llevara uno a uno, mis temores. Pensé en Rafael; sus celos perturbaban mi vida, él

insistía en que la solución era casarnos.

- ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista.

- Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños

¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz?

- ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco

contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee

ir allí.

- Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que

vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si Usted regresa.

- Sí, no hay problema señorita.

Agradecí la recomendación, pagué la carrera y me despedí de mi guía nocturno. El lugar como bien había dicho el chofer del taxi,

9

era sencillo, la música me llegaba cada vez que abrían y cerraban la puerta. Debí esperar unos veinte minutos, ya que examinaban

a cada cliente por medidas de seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si me hubiese visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar como este.

Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me

recibió dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa sonrisa y me dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella, valía la pena haber escapado por dos horas, de los formalismos

que rodeaban mi vida.

Al entrar en el local, una señorita de cabello rubio platinado, me

ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la acepté entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa

del mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro.

<<Así se celebra un cumpleaños>> Pensé.

Quería sentarme en la barra. Dudé por un instante. Rafael decía

que era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica se sienta en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada malo, pero si quería fiesta, así que tomé un segundo trago de la

rubia y con determinación, busqué un sitio en la barra.

Como bien lo decía el nombre del local, era un lugar de gente, estaba abarrotado esa noche, así que, en la primera silla disponible me senté, con la más mínima intención de pararme de

allí, hasta que me rescatara mi taxista, así que pedí al barman, la bebida de la casa. Me fue imposible creer que el chico de la barra

era exactamente idéntico al de la puerta; cuando él me vio con la boca abierta, sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un hombre, más hermoso que el chico de la recepción del Bar.

- ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda

voz, la bebida de la casa. La música en aquel lugar era realmente alegre.

10

En instantes me sirvió una enorme copa con un líquido rojo, al cual el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que

apagara las llamas.

Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y

aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerqué a la copa y di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce,

tan poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo confesar que me sentí feliz. El joven sonrió y me guiñó un ojo. Con señas, cual si fuéramos mudos y sordos, le pregunté que

cómo se llamaba el trago, y en vez de gritar o dibujar palabras en el aire, tomo un bolígrafo y en una servilleta escribió:

“Silvestrista”.

No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras

otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora

de mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra, desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que

aquello me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve a punto de pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de

confianza aún demoraba.

- ¿Te puedo acompañar? Dijo una voz en mi oído. El chico de los

tragos rojos, estaba a mi lado.

- ¡Claro!- Respondí. Me sentía totalmente fascinada, en sus ojos

brillaba un fuego, jamás en toda mi vida, había visto una mirada tan resplandeciente.

- Creo bonita que te han gustado “los silvestristas”. Llevas unos cuantos y no aparentas estar ebria.

- ¿Tienen mucho alcohol? Le miré hipnotizada.

- La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me robas la receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz. Aquel

gesto me hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida,

11

pues me sentí muy sonrojada. Traté de comportarme como siempre lo había hecho en mi vida, de forma fría y respetuosa, así

que le pregunté lo primero que se me vino a la cabeza.

- ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho

sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo.

El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude

detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica del trago de alcohol, era un rubio mucho más oscuro.

- Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has escuchado a Silvestre?

- ¡No! Conteste. En realidad ese nombre solo me hizo pensar

en los pajaritos de la selva.

Mi hermoso acompañante le hizo señas al otro barman, quién se

retiró a buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo que reconocí como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme pantalla del Bar, vi por primera vez a Silvestre, el cantante

aunque tenía sobrepeso, tenía movimientos muy rápidos y diferentes a cualquier baile que hubiera visto en videos; la gente

del bar, lo conocía bien, todos aplaudían y bailaban como locos.

Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me

llevó a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los tragos rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi

alegría se unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no hice más que moverme un poco y aplaudir, sentí lo que era ser libre, me sentí feliz de estar allí con el hombre más lindo del

universo.

La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió romántico, todos comenzaron a bailar tiernamente con sus parejas, por lo que me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a

mi lado, era hermoso, pero también era un desconocido. Recordé que pronto me casaría; y que no debía mirar de esa forma a otro

12

hombre, lo que estaba haciendo era impropio y debía irme de inmediato.

- ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho.

- ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma.

- ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo.

- ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy

algo mareada. Tomé mí cartera, lo miré por última vez y me fui de aquel alegre lugar a mi mundo real.

Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a llorar, sin saber por qué, me dolía el pecho, me quité los tacones y los arrojé al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael,

cosas que siempre me parecieron entupidas, como: <<Una mujer decente no sale sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de

mujer, no los que usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de otro hombre, eso hablará muy mal de ti>>.

¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo oscuro de mi casa. Las lágrimas me golpearon de una forma

extraña, me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que buscaba, encendí la luz. El espejo me devolvió el espectro de una mujer que no quería reconocer, los trastornos alimenticios que

padecía, por no querer engordar, se me notaban cada vez más, estaba pálida y famélica. Dos gruesas gotas negras me marcaban

las mejillas ¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me grité a mí misma, y frente al espejo me quité el vestido rosado, abrí la llave de la regadera y me acosté en la bañera.

Pensé en ese instante que había bebido demasiado, mientras el

agua fría me calmaba el mareo. Unas cuantas lágrimas más persistieron, hasta que recordé el rostro de los gemelos, eran como ver al hombre de tu vida, dos veces. Su dulce rostro, su

mirada brillante y alegre, su retrato estaba impreso en mi memoria.

13

¡NO! No, son los “silvestristas” es mi vida la que me tiene mal. Dije, caminando desnuda hacia mi habitación. Me gustaba sentir

la piel húmeda, que las gotas se deslizaran y el frío me calmara las tristezas.

Sin saber cómo, una insistente canción de vallenato, sonaba una y otra vez, dentro de mi cabeza, para poder librarme de ella, me

fui a dormir.

14

SILVESTRE

15

RAFAEL

A la mañana siguiente, me desperté con un terrible dolor de

cabeza, los “silvestristas”, me habían estallado tan pronto toqué

la cama. Me tomé dos pastillas con un vaso de agua y unas gotas de limón, y al encender mi celular pensé que el mundo se me venía encima.

<<Rafael>>

Tenía nueve mensajes de voz y varios de texto, no escuché ni leí ninguno, sabía perfectamente que Rafael estaba furioso, por no

haberme controlado la noche anterior. Como por arte de magia, el teléfono dio un pitido y contesté.

- ¿AL MENOS ESTAS VIVA? Más que una pregunta, fue un grito que retumbó en mi cerebro.

- ¿Es necesario que grites? Murmuré.

Increíblemente Rafael colgó la llamada, lamenté haberme portado grosera, pero el dolor de cabeza no me permitió contestar nada

más. Dormí durante horas, era domingo y no trabajaría hasta el día siguiente. A eso de las tres de la tarde y luego de una sopa de cebollas, recuperé mi ser, y lo primero que se me vino a la mente

fue la melodía de la noche anterior, no recordaba la letra, pero era agradable la alegría que emanaba de mis recuerdos, su

sonido estaba impregnado en mi memoria.

- No sé su nombre, no le pregunté su nombre. Susurré.

Busqué mi cartera y encontré la servilleta “Silvestrista”, nada más, ni un número telefónico, ni nada que me

indicara quién era. En el folleto del bar, solo había los diferentes nombres de bebidas alcohólicas y sus precios, ninguna información más.

16

Fue una semana insoportable, Rafael gritó, casi todos los días, me regañó como a una niña, y no sentí las menores ganas de

disculparme, yo no había cometido ningún crimen, solo celebré dos horas mi cumpleaños, era mi derecho, pero tampoco quise agrandar el asunto y me mantuve al margen de la discusión.

Siempre que Rafael gritaba, yo me sumía en un silencio sepulcral.

- Ahora la señorita después de perderse toda una noche, no me habla, ¿Qué hubieras dicho, si quien se va de fiesta soy yo? El peor hombre del mundo… ¡Ana mírame cuando te

hablo! Sabrá Dios con quién estabas, o qué hiciste, te has comportado como una cualquiera.

- Estas gritando Rafael; y así, de verdad que no puedo.

Durante días profesé las enormes ganas de regresar aquel sencillo Bar, anhelaba saber el nombre del muchacho de bonita sonrisa. Pero no me atrevía a ir sola de nuevo, sentía que

cometería un grave pecado. Por más que les pedí a mis decentes amigas que me acompañaran, ninguna quiso ni por asomo ir a

aquel barrio, supuestamente peligroso. Insistían en que no era un lugar para una mujer comprometida.

Dos semanas después de mi cumpleaños, decidí arreglar las cosas con Rafael, así que fui a su casa. Para mí sorpresa había una

fiesta esa noche, y al llegar noté incomodidad en todos sus amigos. Por lo visto no esperaban que asistiera. Los saludé como si supiera que allí había una reunión, busqué a mi prometido con

la mirada y no lo vi, hasta que la cara que puso mi suegra me mostró, que algo pasaba. Instintivamente fui a la habitación de

Rafael, no estaba solo, con él se encontraba una joven muy bonita y muy alta, yo no entendía que ocurría.

Miré a Rafael y su rostro estaba blanco como la hoja de un papel, la joven me miró y Dijo: ¡Soy su prometida! ¡Vamos a casarnos!

Creo que sentí en ese instante lo que en derecho se llama intenso dolor, una cinta negra se desprendió de mis ojos, era como si

hubiera estado vendada hasta entonces, apreté mis puños y lo

17

miré, fue sorprendente ver como el hombre que dominaba mi vida, era alguien que no dominaba la suya. Él bajo la mirada, lo

cual me bastó para marcharme.

Mi taxi esperaba afuera, alguien gritó algo, otra mano trató de

detenerme, escuche a alguien decir que no quería un escándalo, creo que golpee a Rafael, a la muchacha o a ambos, no puedo

saberlo a ciencia cierta, solo sé que iba a la casa de mi madre por un revolver. El intenso dolor produce un efecto mortal en la persona que ha sido engañada y si aún viven es por obra del

destino.

Pensé en matarlos, pensé incluso en matarme. Durante años

había sido sumisa, buena chica, tranquila, una joven de buena familia, y todo era una sucia mentira. Ahora entendía por qué me

trataba tan mal. Ahora entendía sus celos, y por qué me manipulaba para ser la niña más ejemplar. Sentía a cada segundo que mi corazón se quebraría y que en cualquier momento

explotaría. Pero una melodía en mis recuerdos me llevó a otro lugar, le pedí al taxista que cambiara el destino, que me llevara a

“Mi Gente”, el taxista diligentemente me dejó allí; y en la gran pantalla estaba Silvestre, cantando y bailando. En la barra vi al

otro barman, el chico moreno, le pedí un “silvestrista” y me lo negó con la cabeza.

Observé el lugar, sin entender; y los labios del barman se movieron para decir “Se ha ido”, le pedí un tequila. Decidí no llorar, calmarme, si no me adueñaba de mis emociones cometería

una locura, sabía las consecuencias de matar a alguien, tanto penales como espirituales, necesitaba controlarme y

precisamente eso hizo la música de Silvestre.

Por cosas de la vida, le di toda mi atención a Silvestre, y de

pronto en el escenario del video, en lo que parecía un concierto, una niña especial lo saludaba, ella me enterneció el alma, y logré

dominarme por fin. Silvestre la sentó en sus piernas, le cantó, bailaron juntos y el cantante dijo: “Dios te bendiga Melisa”, la niña que él llamó Melisa, gritó emocionada por el micrófono y yo

allí delante de todo el mundo, me puse a llorar.

18

Esperé a que cerraran el bar, necesitaba saber sobre el chico rubio o su hermano, y el barman de esa noche, me contó que los

gemelos se habían ido a probar suerte en otra parte.

Tomé un taxi a mi casa a las 4:00 de la mañana, ni siquiera

pregunte el nombre del silvestrista, porque no tenía sentido saberlo. Una depresión absoluta se apoderó de mi alma, me

declaré enferma y durante días perdí la noción del tiempo. Tomé pastillas para dormir y al despertar volvía a tomarlas, duraba más de 24 horas, completamente dormida; y al despertar lloraba

como si mi madre hubiera muerto. Dejé de comer, dejé de vivir durante mucho tiempo, pensé en suicidarme una y otra vez, lo

único que lo evitó fue dormir, y dormir durante días. Poco a poco volví a comer, y por obra y gracia del destino, aprendí a respirar nuevamente y decidí levantarme de la cama y vivir.

Me fui de la ciudad y comencé de cero en otra, me entregué a mi nuevo trabajo, y me recuperé poco a poco de mis complejos, lloré

noches enteras, tomé antidepresivos y pastillas para poder dormir por las noches. Rafael había logrado hacerme un hoyo enorme en

el corazón; lo único bonito que recuerdo, durante ese tiempo de vivir como un autómata, es la música del Silvestre, cuando más

triste o sola me sentía, él con sus melodías llenaba mi vida. Colmó poco a poco mi corazón de su alegría y sin saber cómo o por qué, me convertí en fanática o como se le dice a sus

seguidores, me bauticé “Silvestrista”.

19

“… y sin saber cómo o por qué, me convertí en fanática o como se le dice a sus seguidores, me bauticé Silvestrista.”

20

TERESA

Una noche mientras trabajaba largas horas en el computador,

sentí un vacío tan grande, que decidí en ese instante que

necesitaba una ilusión, era el momento de aceptarlo, tomaría mis vacaciones para irme por primera vez a un concierto de Silvestre en Colombia.

Tomar la decisión y hacer las maletas fue cuestión de horas, dejé

la oficina en orden; y tras la puerta del despacho mi envestidura de abogada, dije adiós a mis seres queridos y tomé un vuelo a Valledupar, tenía suficiente dinero y dos meses completos para

llenar mi vida de alegría. Sin embargo, en la vida las cosas no son color de rosa, y las enseñanzas cuando crees que han llegado,

apenas comienzan, el camino que había emprendido en el taxi la noche de mi cumpleaños, apenas iniciaba.

Me hospedé en un hotel hermoso cercano al lugar donde se realizaría el concierto, pero apenas bajé a comer algo, mi vida

cambio para siempre, el barman del restaurante, era el joven por el cual, había conocido sobre Silvestre Dangond.

- ¡Hola bonita! El silvestrista estaba ante mí.

- ¡Eres tú! Dije sin poder creer lo que veían mis ojos. Él

sonrío y llenó mi vida con su existencia, olvidé por un

instante quién era yo misma y en donde estaba. Sus ojos pardos eran penetrantes, que brillaban con tal intensidad, que me sentí desarmada ante su existencia.

- ¿Qué haces tan lejos de casa? Preguntó, pero no pude

contestar, lo miré como si fuera irreal.

- ¡Soy Ana! Fue lo único que pude decirle.

- ¡Mathias!, no me dirás que has venido siguiéndome. Y su carcajada me lleno el alma.

21

- ¡No! Dije. Vine a realizar un sueño, quiero que Silvestre me conozca.

- ¿Ahora eres silvestrista? no esperaba menos.- Dijo.

- Sí, ahora soy muy alegre y te agradezco por haberme presentado a mi Ídolo.

- Te traeré tu bebida, y tomaré mi descanso. Me guiñó un ojo y regresó con una enorme copa roja.

Hablamos durante horas, me desahogué con Mathias, me disculpé por salir tan groseramente del Bar aquella noche, pero le confesé

que me había sentido mal por divertirme y durante mucho tiempo, me arrepentí de haberlo hecho, le conté que fui a

buscarlo al Bar días después, y algunas cosas de las que pasaron con Rafael.

Él solo me preguntó si tenía novio actualmente, y nos reímos durante horas. Sentí que había encontrado la felicidad, pero que debía tener cuidado, no quería lastimar a nadie, y menos, que

volvieran a romperme el corazón.

Paseamos de día por Valledupar, y de noche, yo lo observaba trabajar hasta tarde, así pasaron algunos días. Para el concierto aún faltaba algún tiempo.

- Hoy te llevaré a conocer a alguien muy especial. Dijo

Mathias una tarde.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Hoy te presentaré a mi amiga Teresa, ella es una de las Silvestristas más bellas que conozco, es alguien muy

especial y nadie en esta vida se parece a ella.

Es innegable que sentí celos de esas palabras, y hasta pensé que Teresa sería su novia. Para mi sorpresa, era una chica de mi edad, muy hermosa, pero estaba en sillas de ruedas.

22

- ¡Hola hermosa! - Dijo Mathias, y la chica se aferró a él como si estuvieran despidiéndose. ¡Ella es Ana! Dijo

refiriéndose a mí. Y por primera vez conocí en la mirada de alguien, las verdaderas ganas de vivir. Me acurruqué a su lado y ella me dio un beso en la mejilla. Si el corazón de un

ser humano se puede encoger, el mío se volvió diminuto. Verla con su pañoleta roja, cubriendo la calva donde alguna

vez existió un hermoso cabello, me lastimó el alma.

- ¡Hola Ana! Dijo abriendo sus ojos como platos. Mathias me

ha dicho que has venido a ver a Silvestre desde muy lejos. Me parece increíble y muy divertido hacer algo así. Yo

quiero ir al concierto, pero mis padres no me dejan ir, porque no pueden acompañarme, y aunque pudieran no me llevarían, me tratan como si fuera un bebé.

- ¿Y si vamos los tres? Pregunté sin medir la responsabilidad del compromiso que asumía ante aquella familia. Pero ya

no podía ir sin Teresa, era evidente que tenía una enfermedad grave, y mi sueño de que Silvestre me

conociera, podía esperar. El rostro de Teresa se iluminó con la idea y Mathias me dedicó su mejor sonrisa. Fue un

instante que jamás olvidaré, cada uno de nosotros se llenó de felicidad infinita, cada cual por sus propios motivos.

Mathias me explicó que Teresa sufría de Cáncer en el estomago, y que los médicos hacía mucho, la habían desahuciado, la quimioterapia había dado sus frutos pero el mal había ganado la

batalla. Durante días su historia me hizo sentir culpable, yo me lamentaba por el engaño de un hombre, cuando existían personas

con verdaderos dolores y con más ganas de vivir que yo. Me sentía avergonzada de haberme mantenido dormida durante

tanto tiempo, en lugar de luchar, perdí mucho tiempo de mi vida en algo que simplemente no valía la pena.

Una tarde paseando con Teresa por una plaza de Valledupar, la chica me agradeció que la apoyara a ir al concierto. Conduje su silla de ruedas hasta una banca de la plaza y me senté a

contemplar a los niños correr detrás de las palomas.

23

- ¡Ana! Dijo Teresa. Tal vez no ahora, tal vez no después, quizás dentro de unos años, estoy convencida que Silvestre

va a conocerte, y por eso quiero pedirte que le digas lo feliz que me hizo; y que, sus ojos amarillos son como dos solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya.

Al decir esto dos enormes lágrimas brotaron de sus ojos.

- No digas tonterías Teresa. Dije secando su rostro. Se lo dirás tu misma. Te prometo que haremos todo lo necesario para acercarnos a él y que te de un besito en la mejilla.

- No creo Ana, acercarse es muy difícil, él es muy famoso, y entiendo que no nos puede conocer a todos y cada uno de

los silvestristas, pero tengo fe en ti Ana, tú le hablaras algún día de la loquita de Teresa, y del amor tan grande

que le tuve.

- Te prometo que Silvestre sabrá que Teresa la más bella

silvestrista que ha existido… lo ama. Dije lanzándome a llorar entre sus brazos. La amaba y aceptar que moriría me

causaba el dolor más grande del mundo. Lloramos juntas y la Plaza Alfonso López fue testigo de mi promesa.

Aquella noche supliqué a Dios que curara a Teresa, que le diera salud. Ella era demasiado joven y hermosa para morir, no era

justo que alguien tan puro sufriera así, habiendo tanta vida en sus ojos cafés. Lloré hasta quedarme sin lágrimas.

Mi oración se quedó en el aire, pocos días antes del concierto, Teresa había muerto; se había ido a ser feliz con Dios a otro

lugar. El día de su entierro me quedé al lado de su lápida, con una rosa roja entre las manos, hasta que volví a formular mi promesa, dejé la rosa arriba de todas las demás flores y nos

dijimos adiós.

El día del concierto de Silvestre, lloré y lloré, en la habitación del hotel en los brazos de Mathias.

- ¡No puedo ir al concierto! Sollocé.

24

- Tienes que ir, es lo que Teresa quería.

- Por favor entiéndelo, ya no puedo ir, ella… ella.

- Si lo sé, ella se ha ido, pero no podías hacer nada, era

como mi hermanita y no pude hacer nada tampoco, pero ella te dejó un encargo y debes cumplirle, vamos vístete de rojo, Silvestrista… nos vamos.

Aquel primer concierto, aunque me rodeaban miles y miles de

personas, me sentí inmensamente sola, estaba tan triste, era como si la muerte de Teresa me golpeara contra una pared, pero a su vez, como si Rafael me volviera a engañar, como si toda la

depresión del mundo se alojara en mi corazón.

Logramos llegar hasta la baranda principal y me aferré allí durante horas, era permanecer allí de pie o echarme a llorar sin consuelo. La gente aclamaba, gritaba, el lugar estaba a más no

poder, miles y miles de historias en cada silvestrista, y Teresa, allí debía estar Teresa, me aferré a esa idea, y las luces me

cegaron por un instante, mi cantante salía al escenario. Grité, grité, grité durante todo el concierto, lloré y me abracé al pecho de Mathias. Me sentí cansada y aunque estuve muy cerca,

Silvestre, él no pudo verme.

- ¡No le cumplimos a Teresa! Susurre al oído de Mathias,

cuando el concierto terminó. Él me abrazó y sin decirme nada y sin darme casi cuenta, me besó. Allí en ese instante, fui profundamente feliz.

25

CLUB DE TRES

Mi estadía en aquel hermoso lugar llegó a su fin, debía irme

dejando los sueños atrás, dejé a Mathias, escondí todos mis

sentimientos bajo llave, dejé rosas rojas en la lápida de Teresa, y me marché, lo único que llevaba conmigo a flor de piel para que la tristeza no me consumiera, era el recuerdo del concierto, las

canciones más alegres de Silvestre.

Mathias tenía su vida, y yo un lugar en el mundo, con realidades y luchas que debían continuar, ni por un instante consideré la idea de quedarme o rogarle al amor que me siguiera, porque

aprendí, que el amor llega y se queda contigo cuando debe llegar; y cuando es todo para ti, sin obligar ni presionar, él simplemente

llega.

Pasó un año inmensamente largo antes de las vacaciones de

agosto, durante todo ese tiempo no abandoné mi pasión por el silvestrismo, era lo que estaba conmigo y a mi lado en los

momentos de debilidad, pero la soledad era absoluta, así que decidí inventar un Club de fans, digo inventar, ya que era la única fan de mi ciudad o por lo menos así lo creí, las redes sociales

hicieron su labor y como quién recluta personal, increíblemente encontré en mi vida a dos almas gemelas, la primera de ellas una

hermosa niña de cabellos rubios llamada Amparo, la otra de ellas, una morena silvestrista llamada Raquel, ambas eran mucho más altas que yo.

En ese tiempo se daría un concierto de Silvestre en la ciudad, lo

cual me produjo ansiedad, no por su llegada, si no porque sabía que las personas no lo conocían tanto como en Valledupar, así que llenando vacíos, le entregué el corazón a un club de tres, y

con la ayuda de algunas amigas cómplices, ya que no fue fácil que algunas aceptaran colocarse una camisa roja y me

acompañaran a promocionar el concierto, sin siquiera saber de quién se trataba, otras personas a quienes les rogué su apoyo

26

prácticamente me cerraron las puertas de su amistad, e incluso perdí falsas amistades de sociedad, que solo me consideraban su

amiga por tener una profesión exitosa o por haber sido novia de un gran hombre, que en realidad sabemos que no era tal.

Esa tarde en que siendo abogado, con todas las ocupaciones que ello me origina, me fui a la calle con volantes, pendones y fui

simplemente Ana, me acompañaron las increíbles nuevas amigas Amparo y Raquel, conocerlas fue algo maravillo, ya que siendo tan distintas, no fue necesario tomar café o contar intimidades

para llegar a ser las mejores amigas del mundo, y la locura en cada una se distribuía perfectamente.

Luchamos durante días para vender entradas al concierto, cada cierto tiempo le escribía a Mathias contándole los pormenores del

Club de Tres, durante ese año mantuvimos un trato algo distante para no herirnos, pero evidentemente cada vez que recordaba el único beso que nos dimos, el alma se me fragmentaba en

pedazos, que remendaba con mis ocupaciones del silvestrismo.

Llegado el día del concierto, ya no éramos un club ficticio, teníamos miembros fundadores, verdaderos portadores del color Rojo. Por decisión unánime, esperamos al querido Silvestre en el

Aeropuerto, desde la mañana, pero por cosas del destino, el cielo se nos vino encima, el diluvio ocurrió y no dejó de llover,

estábamos eufóricos, entre la histeria y la tristeza, el torrencial aguacero mantenía al artista preso en el aeropuerto de otra ciudad y la distancia no fueron las horas, sino la duda de su

llegada.

Cantamos, lloramos, reímos. A ratos pensaba en que si Mathias estuviera conmigo, la felicidad sería completa, tenía fe de que dejaría de llover y por primera vez vería a Silvestre frente a

frente. Curiosamente me sentía cansada, como cuando tienes fiebre y pensé que era la emoción del instante.

Eran las 10 de la noche cuando escuché gritos de las personas que me acompañaban, caí en una especie de estado depresivo

incomprensible, no podía escuchar o entender, solo miré a

27

Amparo, con esa sonrisa radiante en ella y la felicidad que emanaba de Raquel para entender que él había llegado.

Comencé a llorar, lloré por Rafael, lloré por Teresa, lloré por Mathias y nuestro amor inconcluso, cuando entre todos los que

estaban presentes, lo vi, no pude moverme y solo lloré, pensando que él se iría inmediatamente al concierto. Nada más lejano de lo

que viví en ese instante. Es muy alto. Pensé.

- ¿Qué tal la espera? Preguntó Silvestre colocando su brazo

derecho en mi hombro.

No contesté, no pude, me aferre a él, lo abrace como nunca había

abrazado a un ser humano.

Las lágrimas aún las conservo en mi alma, al igual que la imagen de sus ojos amarillos, increíblemente dorados, los solecitos de Teresa, camino a la eternidad.

28

ROMEO Y JULIETA

Ante las emociones que vivimos ese día en el aeropuerto, le

fallé nuevamente a Teresa, lo único que pude hacer fue

entregarle un obsequio, en una versión de bolsillo, le regalé “Romeo y Julieta”, el libro más hermoso que podía darle, pero los sentimientos de mi amiga, su existencia y muerte, fueron

imposibles de expresar. Nuevamente derrotada por el tiempo, esperé a que la vida me diera un instante más tranquilo, el cual

no llegó, por lo menos, no en ese momento.

Al día siguiente del concierto que no se realizó por el diluvio

intenso de la noche, entraba en un lugar frío y distante de la alegría anterior, era hospitalizada, a tan solo calles de Silvestre.

Las calenturas del día anterior en realidad eran fiebre. Ingresaba con Bronquitis a la clínica, derrotada, llorando en silencio, sin fuerzas y delirante en fiebre.

En la noche pude ver entre pesadillas y altas fiebres, a una niña

hermosa al lado de mi cama, estaba sentada en una especie de silla de ruedas de colores y susurraba palabras incomprensibles, los ojitos que me observaban eran los de Teresa, no me

acusaban, ni perdonaban, simplemente me miraban.

Al despertar me sentí agotada, más que enferma, me sentía incompleta.

29

SIRENA DORADA

Transcurrieron algunos meses, y en mi pecho se abrigaban los

vacíos más terribles que el amor pudiera ocasionar. Cuando

decides ser feliz para siempre y tu decisión ha llegado tarde, puede ocurrirte, lo que me sucedió. Regresé por fin a Valledupar, y para mi sorpresa, Mathias ya no trabajaba en el Hotel, no

conseguí dirección alguna a la que se hubiera mudado, nadie supo darme razones del hombre que amaba. Cuando dejé de

recibir sus correos y llamadas telefónicas, sabía que algo andaba muy mal, pero nunca creí que él desaparecería de mi vida.

Esa tarde en la que me rendí y acepté que se había marchado para siempre, necesité el consuelo del único lugar que el valle

podía entregarme por completo; y como quien llora la muerte de un ser amado, derramé mil lágrimas a orillas del Río Guatapuri, allí sentada entre las rocas, observada únicamente por la enorme

escultura de una sirena dorada. Era irreal que Mathias ya no estuviera en Valledupar. Sentí tanta soledad que pensé que en

cualquier momento me lanzaría a las aguas de aquel hermoso río, y dejaría que se llevara el amor que me quemaba en el alma. Miré mis pies y me dije: << Zapatos rojos>> me los quité y

hundí las piernas en aquellas aguas cristalinas, solo hasta entonces pude calmar las tristezas de decisiones tardías.

En el Guatapurí vi el atardecer más hermoso, que jamás haya visto, La Sirena brillaba como un sol, porque él se reflejaba en

ella, era como una Diosa de oro, que aplacaba con su hermosura mi corazón fragmentado; en ese mismo instante hundí mis manos

en las aguas diciendo:

<<Te entrego mi amor y mi odio, que tus aguas se lleven lo que

me consume, me perdono y me amo, te perdono y te olvido Rafael, nunca más volveré a sentir siquiera odio por tu nombre,

yo declaro que te vas río abajo, en la corriente del Guatapurí>>

30

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir en paz, sin tristezas, entendiendo que tanta desolación no se debía a

Mathias, o a mis sueños inconclusos, ni siquiera tenía que ver con mis promesas a Teresa, todo el malestar que arrastraba dentro de mí, se debía a mi incapacidad de perdonar a Rafael. Estoy

convencida, que la vida, el destino o como quiera que se llame esa Ley universal, Mathias debía alejarse de mí, para que yo

pudiera cicatrizar mis heridas. Regresé a mi ciudad con toda la paz que un alma puede tener; y sobre todo, dispuesta a seguir el Silvestrismo como una forma de vida, conocer las historias de

quienes persiguen una voz, no por su potencia o mensaje, si no por la armonía que ella produce, ese cantor de ojos amarillos y

alma transparente. Desde entonces decidí escribir este diario para ti, paciente lector Silvestrista.

31

EL ZAPATO ROJO

En este episodio del diario rojo, quiero dejar constancia, de lo

mucho que se puede llegar a sufrir, por ser fan, no por obra del

artista al cual sigues, quién ni tiene idea de lo que podemos pasar por estar buscando tal vez, lo que no se nos ha perdido.

Aquella noche Silvestre tendría una presentación, en una ciudad cercana a la mía, que sería, realmente concurrida, y a la cual no

tenía planificado asistir por la inseguridad que ofrecen eventos enormes, pero como en el corazón de un fan no manda la razón, me presenté, aún a pesar del augurio en mis sueños, la noche

anterior. Cometí el error de acercarme más y más al barandaje cercano a la tarima del evento, la multitud me sofocaba, pero la

meta, estaba allí ante mí, en donde sólo se interponían unas cuantas miles de personas, en lugar de quedarme atrás, como cualquier mujer sola y sensata debería haber hecho, paso a paso

fui conquistando terreno.

El problema no fue avanzar, ni el calor, ni siquiera la sensación de claustrofobia que sentí en ese momento, sino la euforia de quienes al igual que yo, empujaban buscando un lugar cercano a

la tarima. Faltaba muy poco para que se presentara Silvestre, y eso me empujó a agacharme entre la multitud. Hoy recuerdo lo

que hice, y no se si reírme o llorar mis ideas sin sentido.

Comencé a avanzar entre los silvestristas, gateando poco a poco

y me gané algunos insultos, otros se reían y otros ni se dieron cuenta de lo que hacía, en tres oportunidades me pisaron las

manos; no tengo idea qué me pasó en esa oportunidad, olvidé mi edad, mi profesión, olvidé que era una dama, y me comporté simplemente como una niña traviesa.

Al levantarme, observé que aún me faltaba bastante para llegar a mi meta, pero en ese mismo instante, los músicos de la

agrupación hicieron acto de presencia, y la locura se desbordó en todos los corazones allí presentes, en no se qué espacio, la

32

multitud se desplazó, corrimos hacia delante; y caí, sentí como me detenía el áspero asfalto, y por unos instantes fui arrastrada

entre la marea, raspándome las manos, las rodillas e increíblemente perdí uno de mis zapatos rojos favoritos. Alguien me ayudó a ponerme de pie, y el dolor fue terrible, Silvestre salió

al escenario y todos brincamos de alegría. Sentí como un hilillo de sangre brotaba de mi rodilla derecha, pero la emoción contuvo el

dolor, tampoco eché de menos mi zapato, y después de todo, seguí avanzando, poco a poco, la multitud fue cediendo y por fin llegue a la baranda en frente de la tarima, levanté la vista y sus

ojos amarillos, se clavaron en mi, él me estaba esperando.

“… levanté la vista y sus ojos amarillos, se clavaron en mi, él me estaba esperando”.

33

CAPÍTULO ESPECIAL

Para mi gran sorpresa, me miró directamente a los ojos y sentí,

que de alguna forma, entre la multitud, él me reconocía. No puedo decir, qué cantaba, o cuál era la melodía, solo podía verlo

a él en la tarima y vivir ese instante de mirarnos, de sonreírnos como un par de cómplices.

Cuando Silvestre terminó de cantar, las personas comenzaron a mostrar sus pancartas, alguien a mi lado le dio un regalo, era algo así, como un arreglo de frutas, e incluso vi una mano

extendiendo una gruesa cadena de oro, que él no aceptó. La magia de un concierto te hace ver a tu artista como un ídolo,

alguien inalcanzable o más allá de tus sueños.

Recordé en ese instante que llevaba en mi bolso un pequeño

obsequio para él; y sin saber, ni en qué momento lo saqué, lo tendí hacia arriba con ambas manos, tal cual, como ofreciendo mi

sacrificio a ese ídolo, y él sin dejar de mirar a su fan, lo recibió.

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre.

- ¡ANA! Grité ¡SOY ANA! Como si la vida se me fuera a gritos.

- Ana, te doy las gracias, que bonito detalle de tu parte. Su voz era sincera, serena, y como si estuviéramos solos, se quedó mirándome.

- ¡YO TE REGALÉ ROMEO Y JULIETA! Volví a gritar entre la gente que me asfixiaba. Silvestre sonrió y me lanzó, tal

vez, el beso más hermoso que un ídolo haya lanzado a un fan, en toda la existencia de la humanidad.

- ¡Lo recuerdo! Dijo Silvestre y volvió a sonreír.

- ¡TE AMO! Grité fuera de mí. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Me había convertido en toda una fan.

El concierto continuó y solo recuerdo haberme puesto a llorar. Nuevamente lloraba por él, por mí, por Teresa, por mis seres

34

queridos, y me sentí agradecida de poder ser correspondida en un instante, Silvestre sabía que me llamaba Ana, yo era Ana.

Tal vez, todo haya sido circunstancial, es posible que esa noche, hubiera podido saludar a cualquiera de las chicas que gritaban su

nombre, pero juro por lo más grande que tengo, que es mi alma, que él sabía que yo existía, que algo más que el destino, hizo que

me mirara a los ojos. Sentí que había pagado con sangre ese instante en mi vida, la herida de la rodilla era insoportable, pero vivir es precisamente eso, aprender a sentir.

Cuando se acabó el concierto, las luces se apagaron y la magia llegó a su fin, debí caminar mucho para poder alejarme de allí y

conseguir cómo irme a casa, pero no hubo transporte, y estando completamente sola, caminé y caminé durante horas. Comenzó a

llover y lo que había sido maravilloso, se convirtió en una pesadilla, yo llevaba puesta mi chaqueta roja, me apreté a ella y el frío me caló en los huesos, al ver mis pies recordé que había

perdido un zapato, y los guijarros de la carretera me lastimaron terriblemente la planta del pie.

Cuando más sola y cansada me sentí, una camioneta se estacionó a la orilla de la carretera por donde iba, una puerta se abrió para

mí.

Dudé en acercarme, y una voz preciosa, me animó a subirme al carro.

- ¡Ana apúrate!, te estás mojando.

Al subir, sentí un frío increíble, totalmente empapada de pies a cabeza; y el ardor de la rodilla me hizo gemir.

- ¿Te pasa algo Ana? Dijo él. - ¿Usted me conoce? Pregunté sin ver al chofer, me

comenzaba a sentir, realmente mal. Tenía mucha fiebre. Y sin poder más, me desmayé.

35

Cuando desperté, estaba en una hermosa habitación, una mesita de noche alumbraba el lugar, no sabía dónde estaba, ni qué me

había pasado, la fiebre había bajado y alguien me había puesto un pijama. Me toqué la pierna y tenía un vendaje.

- ¿Hola? Murmuré. ¿Hay alguien aquí? ¿Hola? - Por fin despertaste, ya me tenías asustado Ana. Unos ojos

amarillos me miraban fijamente, mientras el dueño de ellos sonreía, pensé en ese instante que estaba soñando, que había perdido la razón. Silvestre estaba conmigo dentro de

aquella habitación. Las lágrimas brotaron sin sentido, sin control. Recuerdo haber temblado, me senté en la cama y

seguí llorando. - Creo que estabas perdida, te encontramos caminando

cerca del aeropuerto cuando íbamos hacia él, te reconocí,

eres la silvestrista del regalo. Te pedí que subieras, tenías mucha fiebre y mandé a los músicos en el vuelo y me

regresé a cuidarte, no sabía a dónde llevarte, así que te traje a mi habitación en el hotel y pedí a una mucama que te atendiera, mientras fui a buscarte un médico. El doctor

atendió la herida que tienes en la rodilla y te vendó también el pie, te inyectó para la fiebre. ¿No lo recuerdas?

- ¡No! Murmuré ¿Tú eres tú? Pregunté quedamente.

Silvestre se sentó al borde de la cama, y volvió a sonreír. ¿Qué

hace una muchachita, sola en un concierto tan grande? Preguntó ¿Cómo se te ocurre andar caminando por la carretera de

madrugada?

- Quería verte.- respondí sin dejar de llorar.

- ¿Y tu zapato? Solo traías uno, te pareces a Cenicienta. Su sonrisa fue realmente hermosa.

- Lo perdí en el concierto, me caí, me pegué en la rodilla y perdí mi zapato rojo. Contesté, calmándome un poco, pero sintiéndome avergonzada.

Él me miraba intensamente, como queriendo entender mi estado

de nervios, trataba de ayudarme, pero en realidad no sabía qué

36

hacer. Hubo un silencio hasta que lo rompió con una simple pregunta.

- Ana, ¿Quién es Teresa? - ¿Cómo sabes su nombre? Pregunté, mi corazón se aceleró.

Su mano tocó mi rostro y secó mis lágrimas. Era él, no era un sueño.

- Ya es de noche, pasaste todo el tiempo delirando y diciendo ese nombre y el mío.

- Hace unos años cuando comencé a ser tu fan, y a llenar mi

vida del silvestrismo, conocí en Valledupar a una dulce muchachita, que te amaba, mucho más que yo, ella estaba

enferma y en sillas de rueda, el cáncer se llevaba sus sueños. Teresa, decía que tus ojos eran sus soles, mi amiga se aferró a tu música, a vivir por ti, yo le prometí

que en ese concierto al que iríamos ella y yo… tú la conocerías. Teresa murió unos días antes, y le prometí en

su tumba que tú sabrías su historia, y que te diría que tú eres su sol en la eternidad.

Lo abracé como si estuviera a punto de perderlo para siempre, me aferré a su cuello y dejé que todo el dolor saliera de mi alma.

Él me abrazó y susurró palabras que no recuerdo. Nunca pensé que mi ídolo fuera tan humano, cuando vi sus ojos nuevamente, en ellos había lágrimas por Teresa, yo no podía pedirle nada mas

a la vida, había cumplido mi promesa.

- Ana debo irme, estoy retrasado para un concierto, pagué los gastos del hotel, el médico dijo que descansaras, duerme un poco, recupérate y ten cuidado con la pierna, la

herida tenía un vidrio muy grande, así que, debes limpiarla hasta que cicatrice, tu ropa está lavada, la coloqué en el

armario ¿Quieres que llame a alguien? ¿Necesitas dinero? - No, estaré bien, vivo cerca de esta Ciudad, no te

preocupes, gracias por haberme cuidado.

- Prométeme que no volverás a ser tan imprudente.

37

- Lo prometo, palabra de silvestrista. Mis palabras lo hicieron reír, se acercó a la cama, colocó su frente junto a

la mía. - Cuídate mucho mi muchachita – Dijo dándome un beso en

la frente. Me gusta mucho que me miren esos ojos negros

que tienes, así que te me cuidas.

Y se fue, dejando la habitación vacía, él llenó mi vida por completo, y esos instantes a su lado fueron como un sueño. Un

lugar a donde mi alma ha aprendido a ser plenamente feliz, en los sueños, puedo verlo seguido, recordar sus palabras, sus miradas,

su música. En mis sueños no hay tristezas, no hay depresiones, y de vez en cuando Teresa me visita para saber que estoy bien.

38

A la mañana siguiente, busqué mi ropa en el armario y junto a

ella había una hermosa caja roja con una tarjeta, mi corazón comenzó a latir aceleradamente

<< Con amor para mi Cenicienta Silvestrista.

Silvestre Dangond>>

<<Zapatos rojos>> sonreí.-

39

PALABRA DE SILVESTRISTA

En ese instante miré a mi gran hermana silvestrista, como si por

primera vez en la vida, entendiera que cuando te dicen no, la respuesta es sí.

- ¡Ana te has vuelto loca! Dijo Amparo ¿Tú empleo? ¿Tú

familia?

- Lo siento Amparito, renuncio, me voy a Colombia. Respondí

mientras empacaba mi maleta. Necesito buscar a Mathias, tengo que encontrarlo.

- Tú te vas es detrás de Silvestre, a mi no me engañas ¿Conocerlo no fue suficiente? Tienes que parar ya Ana.

Tomé su mano entre las mías, y sonreí lo mejor que pude.

- ¡Ven conmigo!

- ¿Qué?

- Vamos Amparo, vente conmigo a Ciénaga.

- ¿Qué vamos hacer allí? ¿Mi programa de radio? ¿De qué vamos a vivir?

- El programa es muy importante, tienes razón, sin ti y sin Raquel no hay silvestrismo en la ciudad, necesitamos

seguir luchando día a día por Silvestre en Venezuela. Quiero que confíes en mí, he ahorrado algo y me cuidaré

mucho, hay silvestristas que quiero conocer, además es posible que alguno de ellos sepa dónde está Mathias.

- Ana Ciénaga, es un pantano y queda muy lejos. Dijo Amparo y sus ojos verdes me reprendieron.

- Confía en mí, estaré bien.

40

- ¿Y tu familia?

- Creen que voy a hacer unos estudios de derecho a

Colombia, por favor Amparo, nada de hablar con mi madre ¡Júralo!

- ¡Palabra de Silvestrista! Te mataré con mis propias manos, si tengo que ir a buscarte, la herida de tu rodilla aún no

cicatriza y ahí vas en busca de acción y emoción.

- Tendré cuidado, no volverá a pasar, se lo prometí …

- Sí, sí, ya no me saques en cara el beso en la frente o me

olvido de nuestra amistad. Dijo Amparo, caminando de un lado al otro en la habitación.

Tomé mi maleta y un bolso pequeño <<mis sueños caben en un bolsito>> pensé. Me coloqué mis zapatos rojos, y dejé guardado

en un cofre, mi anillo de graduación. En mi habitación se quedaba Ana la abogada, y quien llevaba la maleta, era Ana la Silvestrista.

Estaba feliz de irme por un buen tiempo, había renunciado al bufete y retirado todos mis ahorros, incluso vendí, ropa, carteras,

tacones, y muchas cosas más, necesitaría todo el dinero que pudiera llevar, porque, en el fondo de mi corazón, no deseaba regresar. Tenía una carrera que me agobiaba, en la que debía ser

fría, calculadora y donde jamás los sentimientos deben involucrarse, luego de 10 años de ejercer, necesitas “aire”.

Me despedí de Amparito y sin más, me llevé mis sueños a otra parte.

En esta oportunidad no viaje en avión, para poder economizar,

me trasladé en autobús, no tenía idea de lo lejos que quedaba la frontera, pasé 24 horas de viaje, al bajarme en Maracaibo, casi grito, lo único bueno del viaje, fue lo mucho que pude pensar,

organicé mi mente, mis acciones, anoté algunos planes, taché otros cuantos, pero el primer destino en la lista sería Valledupar y

la meta sería llegar hasta Ciénaga, en Magdalena – Colombia.

41

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos empujaban, otros lloraban, todos gritaban.

42

NO ME COMPARES CON NADIE

Maracaibo, era el mejor lugar para empezar mis planes

silvestristas, en esa ciudad encontraría a alguien que más que una aliada, sería mi amiga, y me ayudaría a estructurar lo que

sería mi próximo año de vida.

Una noche, de las tantas que viví en Valledupar, Mathias me

había dicho, que para conocer el silvestrismo tenía que ir a Ciénaga en el Magdalena – Colombia; que para poder entender cómo se sentían las canciones de Silvestre en Venezuela, debía

encontrar a Lorayne López en Maracaibo, que no bailaría igual en mi vida si llegaba a conocer a Sergio Tarazona de Bucaramanga,

y que, la punta de lanza de ser un verdadero fan estaba en Ciénaga; y así, como el que busca encuentra, me fui detrás de la pista, y estando en Maracaibo con la ayuda de las redes sociales,

conseguí a Lorayne.

En esos días se aproximaba el lanzamiento del nuevo CD de nuestro artista, “No me compares con Nadie,” así que estando en Maracaibo, me enteré que ya todos los silvestristas estaban en

Valledupar, Lorayne me esperaría en el valle para conocernos.

Crucé el puente de Maracaibo por primera vez en mi vida, y sentí nostalgia, su larga distancia y lo bello de sus aguas se quedaron grabadas en mi memoria, me imaginé a Silvestre cruzando ese

mismo puente, 10 años antes, cuando viajaba para ganarse la vida en pequeños conciertos; al igual que yo, cruzaría ese puente

en busca de mis sueños, solo que en sentido contrario.

Una cosa es llegar a Valledupar en avión, y otra muy diferente es

llegar por carretera, en viajes anteriores, me había perdido la belleza y sencillez de Maicao, así como del camino de La Guajira,

subir a un taxi pirata, fue igual de emocionante que un concierto, el conductor no dejó de colocar vallenatos.

43

A orillas de la carretera observé en varias oportunidades mujeres de piel tostada, con largos trajes de colores que ondeaban al

viento. A las dos horas de camino, nos detuvimos por agua y café, era aún de mañana pero el calor ya era insoportable. En aquel lugar lejano, me llamó la atención una pequeña niña

Guajira, llevaba puesta una sencilla manta roja, ella cubrió su cabello con una tela igual a la del vestido, pensé en una niña

árabe del desierto. <<En la Guajira hay Beduinos>> susurré.

Pocas horas después, me bajaba nuevamente del sofocante

vehículo, pero el lugar más amado del planeta, mis pies me habían llevado al valle del Cacique Upar, la ciudad era un bullicio

de gente, vallas, pancartas, vehículos con sonido a todo volumen, era el día del lanzamiento y llegaban a la región silvestristas de todas partes.

Luego de dejar mi equipaje en el hotelcito económico en el que ya había planeado quedarme. Pinté mi vida de rojo y me fui a la

caminata que daría Silvestre esa tarde, en donde me esperaban dos grandes sorpresas.

Cuando le escribí por correo a Lorayne, y le pregunté dónde nos encontraríamos o cómo nos reconoceríamos, ella simplemente me

respondió, “te encontraré” respuesta que me dejó algo escéptica, pero el silvestrismo te enseña que debes aprender a confiar, y

eso hice. Al llegar a la calle de la caravana roja, creí estar en un concierto, la cantidad de gente desbordada por la calle y vestida de rojo, me resultó impresionante, estaba convencida que no

lograría verme con Lorayne.

- ¡ANA! ¡ANA! Alguien gritó muy fuerte mi nombre. Cuál sería mi sorpresa al voltearme, una muchacha de finos rasgos guajiros, muy atractiva, me sonreía, vestida de

tricolor, se dirigió hacia mí con los brazos abiertos de par en par. La reconocí inmediatamente era Lorayne López.

- ¡Te encontré Ana! Llevaba en las manos una enorme bandera de Venezuela. Conocerla fue emocionante, no

estaba acostumbrada a sentir que conocía perfectamente a

44

una persona, aún cuando jamás la había visto en mi vida. <<Esto es el silvestrismo>> pensé.

Me tomó de la mano, cuando aún no salía de mi asombro de haberla encontrado, cuando gritó ¡ANA MIRA, ANA ES SERGIO!

Un joven corría hacia nosotras, la tomó en sus brazos y la alzó como quien encuentra a una niña perdida, yo estaba

conmocionada, era como encontrar a los amigos del alma, Sergio me vio, me abrazó fuertemente y me llamó por mi nombre, le correspondí el abrazo. Su olor me es inolvidable, llevaba una

fragancia masculina y lo blanco de su piel me recordó a Silvestre.

Las redes sociales en nuestras vidas como silvestristas, son la

herramienta más poderosas que tenemos, incluso más que las cartas o misivas en las guerras mundiales pasadas, nos

conocemos, vivimos pendientes los unos de los otros, reímos y lloramos con nuestras historias, y si tu estás leyendo este diario, estés donde estés, me conoces y se también, que algún día nos

conoceremos.

Esa tarde en la calle roja del silvestrismo, vi bailar a Sergio, pensé que se le caería la cabeza, y como bien me había contado Mathias, ya nada sería igual. La gente comenzó a gritar y

aglomerarse alrededor de un vehículo blanco, era una camioneta, yo no entendía que pasaba, pero Sergio agarró a Lorayne y ella

me tomó de la mano y nos arrastró al centro del bullicio.

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos

empujaban, otros lloraban, todos gritaban. Unos ojos amarillos me observaron, él me sonreía y saludaba, cómo si fuera la

primera vez.

45

LA GRINGA

Intentamos acercarnos a Silvestre, pero la multitud nos fue

alejando más y más, todos gritaban, y él nos saludaba lanzando besos y sonriendo, en varias oportunidades bailó en la camioneta

al son de la música del nuevo CD, la gente estaba como hipnotizada por el ídolo.

- ¡Hora de irnos! Dijo Lorayne.

- ¡No! Vamos a seguir la caravana. Dijo bailando Sergio.

Lorayne me sacó del bullicio, y dejamos a Sergio brincando como

una cabra desenfrenada en la multitud.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Ana, tenemos que irnos ya, de lo contrario entraremos de últimas al concierto, en cambio si nos calmamos y nos

vamos ahora mismo, entraremos de primeras y lograremos estar adelante en el concierto, confía en mí.

Sus ojos brillaron con tal intensidad, que tomé su mano y salimos corriendo en sentido opuesto a la caravana roja. Al llegar a una

avenida, Lorayne paró un taxi y lo abordamos.

- Rápido señor, al Parque de la Leyenda Vallenata. Dijo Lorayne entregándole varios billetes.

El taxista como un rayó nos llevó a nuestro destino. De todas partes llegaba gente, pero fuimos las primeras en llegar a las puertas del parque. La nostalgia me golpeó de pronto. Recordé a

Mathias a mi lado, después de la muerte de Teresa, y sentí que no podría entrar sin él. Lorayne notó que algo pasaba y me

abrazó.

- Tranquila Ana, estaremos bien, sonríe Silvestre nos vio en

la caravana, estoy segura.

46

- Yo creo que me miró, pero entre tanta gente, no estoy segura. Dije tratando de que Lorayne pensara que eso, era

lo que me tenía triste, no deseaba hablar de Mathias.

- Nos lanzó un beso, pero te quedaste petrificada, tienes que

animarte, esto apenas comienza.

Desde las tres de la tarde nos plantamos a las puertas del parque

de la Leyenda Vallenata, donde se realizaría el lanzamiento de “NO ME COMPARES CON NADIE”, a cada segundo llegaban más y

más silvestristas, todos vestían de rojo, cantaban, gritaban, estaban por todas partes, portando sonrisas en sus rostros, todo a mí alrededor era un jolgorio.

A las seis de la tarde, éramos una larga masa roja que estaba a

punto de ingresar al parque, al abrirse las puertas, entramos y luego de ser revisadas por la seguridad, teníamos el camino libre para incorporarnos con calma hasta donde sería el concierto.

- ¡ANA CORRE! Gritó Lorayne.

Las muchachas que venían a mi espalda también corrían, y no tuve más remedio que hacer lo mismo, entendí en ese instante,

que todos deseaban pegarse a la baranda como nosotras, esa era realmente la meta. Corrí, corrí como si se tratara de mi vida.

Al llegar a las enormes puertas de entrada, nos detuvimos jadeando y riendo. De forma estremecedora sonaba “LA

GRINGA”, y esa canción disipó mis tristezas, estaba donde quería estar, y viviría lo que anhelaba vivir.

Al ingresar a las instalaciones del parque, me sorprendió su inmensidad, estaba completamente vacío y pude detallarlo, su

belleza me deslumbró, ya que, la vez anterior lo había visto de noche y la tristeza de la muerte de Teresa me consumía.

Por un instante imaginé a Alejandro Duran, en la tarima, tocando “Un pedazo de acordeón”, el primer Rey vallenato me recibía en

mi imaginación, las lagrimas brotaron de la emoción y me lancé a correr nuevamente.

47

Estaba en un lugar sagrado, donde año a año se realiza el festival de la Leyenda Vallenata, me abracé a una baranda de hierro al

lado de Lorayne, las dos brincábamos de alegría, en instantes estábamos rodeadas de la marea roja.

Durante horas el parque se fue llenando, las canciones de Silvestre nos emocionaban a cada instante, el sonido era increíble

y la alegría de todos los silvestristas se unía en una sola voz, y todos cantábamos a coro.

A las 10 de la noche, estaba totalmente exhausta, permanecimos de pie pegadas al tubo, mientras entraba hasta el último silvestrista, y las gradas parecían venirse encima con tantas

aclamaciones del ídolo.

Sentía un dolor inenarrable en los pies, y me creía incapaz de continuar. Lorayne llena de una vitalidad asombrosa estaba como si nada, y se veía radiante, su forma de vestir con la bandera

venezolana la hacía resaltar entre los que estábamos de rojo. Sonreí entendiendo por qué Mathias me había dicho que debía

conocerla, su forma de vivir el silvestrismo era autentico, estaba al lado de una silvestrista que dejaba en claro, que Venezuela estaba con Silvestre, manifestando su sentido de pertenencia.

- ¡ANA, ANA! Gritó Lorayne.

Las luces se encendieron en la tarima y el clamor del pueblo fue un coro infinito, un enjambre de dulces voces.

- ¡SILVESTRE!

- ¡SILVESTRE!

- ¡SILVESTRE!

48

“¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó Silvestre”.

49

Explicar lo emocionada que estaba me es casi imposible, me perdí, ya no era Ana, sino una Silvestrista unida a una masa de

gentes que saltaba, y casi sin darme cuenta, cuando Silvestre salió a escena cantando, bailé y bailé como lo hacía Sergio, mi cuerpo se convirtió en un trompo, me sentí feliz, eufórica, viva,

absolutamente convencida de que estaba viva. Lloré a rabiar, grité hasta quedarme sin voz, bailé como jamás lo había hecho en

mi vida y el dolor que me producían los pies me sacaron múltiples lágrimas.

Entre 33 mil personas, fue imposible que él me viera. Así que simplemente bailé, bailé hasta más no poder.

- ¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó Silvestre.

Cuando Juancho su acordeonero de entonces, comenzó a interpretar “LA GRINGA”, sentí que el parque se caería. Al gritar y

bailar, mi mayor felicidad fue, que estaba convencida que esa canción abriría las puertas de América al Silvestrismo.

Juancho de la Espriella tocó con tanto sentimiento el acordeón, que cada sonido de aquella caja europea, manejaba nuestro

cuerpo como si fuéramos marionetas entre sus dedos. Estaba tan emocionada que le di la espalda a Silvestre y por primera vez me

maravillé de la masa roja, que me acompañaba, más de 33 mil almas felices, cada una con historias sorprendentes y tan distintas, allí habían silvestristas de todas partes, adinerados y

humildes, hombres, mujeres y niños. Los amé a todos en ese instante por llenar mi vida con su alegría.

- ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Gritó Silvestre al interpretar otra canción.

Volví a mirarlo y mi ídolo repitió ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS

ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Y grité muy fuerte, era la frase más espectacular que le había escuchado. Pensé en Rafael y yo la grité ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE

OLVIDO!

50

Casi finalizando el concierto, pasó algo realmente hermoso, Silvestre llamó al escenario al compositor de la canción “LA

GRINGA”, el joven era Isacc Calvo, un hombre sencillo que ovacionamos los silvestristas. Según nos contó el propio Silvestre, el muchacho era un vendedor de Butifarra, una especie de chorizo

que se vende de forma muy sencilla por las calles de Valledupar, pues bien, este hombre humilde y trabajador, ahora tendría una

oportunidad maravillosa de vivir mejor; ya que, con el dinero de las regalías de otras canciones, había estudiado y se había logrado graduar de abogado, pero que ahora obtendría mucho

más por su nueva composición, algo que me emocionó mucho. Verlo cantar su canción y bailarla, me conmovió, porque su vida

había cambiado, como la mía, de forma contraria, pero ser feliz, era lo más importante para ambos.

Al terminar el concierto caí en cuenta del dolor real de mis pies, el cansancio me embargó por completo, salimos satisfechos del

concierto, sin saber que afuera había un motín, muchísimas personas se quedaron por fuera del concierto, la policía arrojó bombas lacrimógenas en la calle para dispersar el tumulto, todos

corrimos y sin darme cuenta Lorayne y yo nos habíamos separado, entre los árboles del parque fui en dirección contraria al

lugar del conflicto, cuando un caballo se me vino encima y caí a tierra, no entendía qué pasaba, el susto fue peor, el rostro de Mathias estaba ante mí salido de la nada.

51

MARTIN

No era Mathias, quién casi me atropella con su caballo, al hablar

lo reconocí, su voz era distinta, era Martín, el hermano gemelo de Mathias.

- Lo siento señorita, no la vi ¿Qué hace de este lado del parque? Preguntó apeándose del Caballo.

- Me asusté, buscaba una salida Martín.

- ¿Me conoce?

- Soy Ana, amiga de tu hermano Mathias.

- ¿Ana, eres tú? Me abrazó muy fuerte.

- Sí ¿Me conoces?

- ¡Sí! Eres el amor de mi hermano, claro que te conozco, ven sube al caballo, salgamos de aquí.

Fue alentador sentarme, el caballo era enorme y me hacía sentir como una princesa rescatada, pero por el hermano gemelo del

príncipe.

- ¿Qué ha pasado? Quise saber.

- Nada, todo bajo control, puedes estar tranquila, son solo

medidas para que la gente que no pudo entrar al concierto y que se puso inquieta se dispersé, tú sabes, evitar mayores problemas.

- Pero caballos ¿Por qué caballos? Me has dado un buen susto.

- Dentro del parque nos es más fácil, la seguridad de los

silvestristas en general es nuestro trabajo en cada lanzamiento. Hoy gracias al cielo, todo ha salido bien.

52

- ¡Menos mal! Dije.

- Buscaremos un taxi y podrás irte a casa.

- Martín, dónde está Mathias. Por qué te has hecho policía,

no entiendo nada.

- No soy policía, es un empleo nada más. Mi hermano está

en la Sierra Nevada, o eso creo, hace ya unos meses que no se comunica.

Saber noticias de Mathias me llenaba el alma, ver a su hermano como si fuera su retrato, me resultaba terrible, quise besarlo. Él

sonreía de una forma tan encantadora que ir pegada a su pecho para no caerme del caballo, era la peor de las torturas. Al llegar a

la calle, Martín desmontó del caballo y me ayudó a bajarme, el dolor en los pies fue insoportable, estaba realmente adolorida.

- ¡Gracias Martín! Dile a Mathias que estoy en Colombia cuando hables con él.

- ¿Dónde puede encontrarte?

- No puede. Mañana me voy del Valle, voy a buscarlo a la Sierra Nevada.

El gemelo sonrió y su rostro iluminó mi vida, como si fuera el propio Mathias, nos despedimos como los mejores amigos del

mundo, abordé un sencillo taxi y di gracias a Dios cuando me lancé a mi pequeña cama de Hotel.

<<El destino no es cruel, es mi cómplice>> Pensé.

53

EL SUEÑO

Antes de quedarme dormida, llamé a Lorayne dejándole en la

contestadora un mensaje con lo ocurrido, para que no se preocupara, le pedía que nos viéramos por la mañana en la plaza

Alfonso López.

Mi último pensamiento antes de dormir fue confuso, primero en

mi mente vi a Mathias, pero luego se transformó en Silvestre, tomé su mano y la oscuridad nos envolvió.

Soñé que caminábamos por un río, las aguas eran oscuras y el torrente era impetuoso, sentir su mano cálida junto a la mía

parecía tan real, el sonido del agua era tan preciso. A nuestro alrededor volaban cientos de mariposas.

- ¿Sabes que te amo? Preguntó él. Y sus ojos me contemplaron tan intensamente, que me sentí desarmada,

lo deseaba.

- No, no lo sé, ¿Me amas? Contesté en mi sueño. Acariciando

su nariz lentamente y mis dedos tocaron sus labios.

- Amo tus ojos negros Ana. Dijo suavemente.

De pronto todo se oscureció, estaba sola de pie ante un espejo,

mi rostro había envejecido, mi cabello era canoso, me contemplé tocándome las arrugadas mejillas; y dos gruesas lágrimas brotaron de mis ojos marchitos.

Desperté de pronto y toqué mis mejillas, estaba llorando, pero mi

piel era la misma.

- ¡Fue una pesadilla! Dije en voz alta.

Y al levantarme de la cama, todo el cuerpo me dolió, en especial el cuello. Mi nueva forma de bailar la música vallenata me pasó

una fuerte factura, me sentía como si tuviera un latigazo cervical.

54

El dolor me hizo gemir; no había envejecido en lo absoluto, como en el sueño, pero la columna ese día, fue el de una anciana de

100 años, como la mujer del espejo.

Al bañarme el agua cristalina y fría de Valledupar me devolvió el

alma al cuerpo, recordé que en el sueño, le tocaba los labios a mi ídolo y mis mejillas se enrojecieron.

- M A T H I A S ¿Recuerdas Ana? Me dije. Cómo podía desear tanto besar a Silvestre, cuando buscaba

desesperadamente al hombre que amaba, mis sueños estaban traicionando mi corazón.

Cuando encontré a Lorayne en la plaza, nos abrazamos como hermanas, le expliqué cómo me había perdido y quién me había

rescatado.

- Necesito tu ayuda. Dije.

- ¿Qué estas planeando? Preguntó Lorayne con los ojos como platos.

- Voy en busca del hombre que amo.

- Silvestre se ha ido esta mañana de Valledupar Ana.

- Bueno, bueno, no me explique. Sonreí. Busco a alguien muy especial en mi vida.

- ¡Por eso Silvestre! Y su respuesta nos hizo reír a las dos.

- Se llama Mathias, su hermano gemelo fue quien me ayudó anoche y me dijo dónde encontrarlo, pensaba irme a Cienaga hoy, pero queda pospuesto, voy a buscarlo.

- ¿Dónde está? Preguntó Lorayne colocando las manos sobre

sus mejillas, como si le estuviera contando un cuento de hadas.

- En la Sierra Nevada de Santa Marta.

55

- ¡Carajo! Exclamó, ¿Pero dónde? ¿Nabusimake?

- No, a la Sierra Nevada

- Por eso Ana, la Sierra Nevada es inmensa, y la población

que se puede visitar normalmente es Nabusimake.

- Entiendo, bueno si allí debo ir entonces.

- Tengo lo que necesitas, conozco alguien que te puede

llevar y estarás a salvo con él. Debemos ir a buscarlo, es un gran amigo mío y estoy convencida que nos dirá que sí. Pero debes pensar que vas hacer, si tu Mathias no está allí,

así que te recomiendo que si no lo encuentras sigas tu camino a Cienaga, cualquier cosa, me llamas o me escribes

al correo, pero no te detengas, tu viaje es silvestrista, no te apartes de tu camino, si has decidido ir a Cienaga allí es a donde debes ir ¿Entendido?

- Palabra de silvestrista. Juré levantando mi mano derecha y la abracé como si fuera una verdadera hermana.

<< Te encuentro o me encuentro a mi misma>> pensé.

56

NABUSIMAKE

José Luís, el hombre más alto que había visto en mi vida, era el

amigo de Lorayne, que aceptó llevarme a Nabusimake, sin cobrarme absolutamente nada, subimos a su jeep, me despedí de

mi gran amiga, y confié en que lo que hacía era correcto, o eso me decidí a creer.

Para mi sorpresa, José era venezolano, y llevaba mucho tiempo viviendo en Valledupar, era muy robusto, pero de mirada dulce; y que aunque era un completo y gigante desconocido, me sentía

segura a su lado.

- Llegaremos de noche chinita. Dijo él.

- No importa. Murmuré.

- Si importa bella, tendremos que quedarnos en un pueblito y saldremos de nuevo al amanecer, el Jeep llega hasta

cierta parte, de allí subimos en mula o a caballo, depende de quién nos los alquile.

- Ahora sí que no tengo idea a donde voy, no vamos es a una población.

- Así es chinita, una población indígena. Y su carcajada ante

mi ignorancia me dio tranquilidad.

Viajamos en silencio, contemplé la carretera y dejé que mi mente

jugara viendo cosas por la ventana. Me imaginaba corriendo agarrada de la mano con Silvestre. Entre los árboles veía como

nos mirábamos a los ojos, yo tocando sus mejillas y él mis cabellos negros, yo sosteniendo fijamente mi mirada y él reflejándose en mis ojos.

Estaba tan cambiada, antes solo importaban las decisiones

proferidas por los más altos Tribunales de Venezuela, el levantamiento del velo corporativo, la carga de la prueba y la

57

perfección del calculo de la antigüedad de los trabajadores; en cambio ahora, mi mente era un lugar de mariposas azules

bailando al sonido de un acordeón, en búsqueda de un amor y anhelando los besos de un ídolo, siendo una mujer de veintiocho que se ilusiona y apasiona como una de dieciocho.

Al anochecer descansamos en un pueblito a los pies de la Sierra

Nevada, el cansancio me venció enseguida, todavía me dolía enormemente el cuello y mi columna seguía envejecida.

Mil mariposas azules alzaban el vuelo, yo estaba vestida con una manta Wayuu, blanca como el algodón, descalza pisaba la tierra de un lugar donde antes no había estado jamás, y de pronto unos

ojos amarillos me observaban, no se trataba de Silvestre, era alguien más, algo que me hizo temblar de miedo.

Un hombre joven, de cabello dorado como el sol, me arrastró por los aires, me sentí caer al vacío, como si volara en el sueño, la

brisa gélida, congelaba mis mejillas. Intenté gritar, pero no pude, lloraba de miedo, un demonio con fuego en los ojos, me había

llevado con él.

- ¡NO! Grité despertando del sueño, estaba congelada de

miedo, algo o alguien estaba en la habitación, al encender la luz, no había nada.

En la mañana salí de la habitación que había alquilado José Luís al pasillo y un olor inconfundible me arrastró hasta donde él estaba.

Lo encontré en la cocina de la casita, tomando una enorme taza humeante de café.

Una hermosa anciana me sirvió un poco de café y sentí que el miedo desparecía.

- Chinita te vez espantosa, no dormiste bien, se te nota.

- ¡Pesadillas! Fue todo lo que contesté.

- Debe comer algo. Usted está muy flacucha. Dijo José Luís en tono severo.

58

- No tengo hambre. Murmuré frunciendo el seño.

- Si se desmaya, juro que, la dejo botada en la sierra, ni

crea que la voy a estar cargando. Dijo dedicándome una hermosa sonrisa.

Aunque ya acostumbraba a comer más, y habiendo aumentado de peso, de todos modos, los estragos de alimentación de años

pasados por no engordar, me hacían ver algo hambrienta. Desayunamos en silencio. Tomé dos tazas de café más, pagamos

a los ancianos que nos habían atendido, y continuamos nuestro viaje.

Había un poco de neblina pero el sol ya comenzaba a despejarla.

- ¡Ana mira! Ahí la tienes, la hermosa Sierra de Santa Marta.

Ante mí observé un cuadro pintado por la mano de Dios, era

imponente, entre más nos acercábamos a ella en el jeep, más lejos parecía estar. José Luís consiguió en dónde dejar el Jeep y alquiló un caballo para él y una mula para mí. Debí verme

graciosa arriba del pobre animal, porque José no paraba de reír. Subimos la montaña en compañía de otros lugareños que también

iban a Nabusimake.

- La columna se me va a romper José, no había otro

animalito mejor ¿Verdad?

Las carcajadas de los hombres me enfurecieron y me concentré en montar lo mejor posible. José no hacía más que reírse cada vez que me quejaba, y la mula era tan fuerte que temía que me

arrojara en cualquier momento.

Después de que pasaran lo que fue para mí un siglo, nos apeamos para comer algo y dar de beber a los animales, el clima era encantador, pero en mucho tiempo me sería imposible volver

a sentarme como un ser normal, los dolores de espalda eran insoportables, así que no me permití contemplar tranquilamente

el camino, solo intentaba aguantar los dolores.

59

<<Juro que si Mathias no está allí arriba, el día que lo vea lo patearé>> Pensé.

Cuando por fin llegamos a nuestro destino, pensé que estaba en otro mundo, el aire puro y el verdor de aquel lugar, era mágico,

me enamoré perdidamente de Nabusimake, el sol brillaba de una forma muy diferente en esas alturas.

Era un lugar distinto a cualquier otro que haya visto antes. Había muchas casitas circulares construidas con piedras enormes; y por

todas partes estaban sus habitantes, los indígenas Arhuacos, con sus poporos y vestimentas blancas. Una mujer tenía una manta blanca como el algodón, la misma manta de mi sueño, pero no

era Wayuú sino Arhuaca, verla me hizo sentir miedo.

- Conseguí dónde quedarnos esta noche, aquí vive un compadre, un Arhuaco que toca el acordeón, sé que te vas divertir mucho esta noche con nosotros, así no encuentres

a tu media costilla aquí.

- José ¿Cómo sabes que busco a un hombre?

- Y por qué más una señorita tan refinada se subiría a una

mula, no creo que hayamos venido por una mochila Arhuaca.

Sonreí y fui a buscar a Mathias, caminé un buen rato, saludando e intentando entender que haría un muchacho como él en un

asentamiento indígena. Está de más decir que no lo encontré, pregunté a varios Arhuacos que hablaban muy bien el español, pero nadie supo decirme nada útil, al parecer era normal que

mucha gente los visitara.

Al regresar con José Luís, él me esperaba con una mochila Arhuaca blanca con negro.

- ¡Esto es para ti!

- ¡No puedo! Respondí.

60

- Sí puedes aceptarla, es un regalo, no seas malcriada, que la compré con cariño, las tejen durante días, así que no son

económicas.

- ¡Gracias José! Dije colocándome de puntillas para darle un

beso en la mejilla, pero como no lo alcance, me alzó como a una niña, y pude darle un beso. Sus mejillas se

enrojecieron como un tomate.

- ¿Conseguiste al hombre?

- Nada.

- En la noche le preguntamos a mi compadre. Ven comamos algo, muero de hambre, sería capaz de comerme una vaca

entera.

- Si, ya lo creo. Dije, y los dos nos reímos a carcajadas.

61

EL DUENDE

Al atardecer, me alejé un poco de la población, deseaba estar

sola, comenzaba a hacer frío, y mi corazón como todas las noches, intentaba llenarse de sentimientos de tristeza, el

compadre de José Luís, no había regresado de Pueblo Bello, el pueblito donde nos atendieron, antes de subir la Sierra.

Caminé alejándome del sendero y subí a una cima, desde allí vi cómo el sol se escondía lentamente, llenando el cielo de un dorado entristecido. El dolor me rondaba el alma, intenté no

pensar en Mathias, y en su lugar busqué en mis recuerdos, alguien que lograba espantarme la tristeza; pensé en Silvestre,

traté de alejar el dolor de no encontrar a Mathias, con la sonrisa de ese amor secreto, que llevaba escondido dentro del alma.

- ¡TE AMO! Grité. ¡TE AMO! ¡TE AMO!

Una ventolera me arropó los pensamientos, y mis largos cabellos flotaron como una bandera negra, las ramas de los árboles crujieron soltando hojitas al viento. Creí que en ese instante, la

montaña conspiraba, llevando mi grito hasta Silvestre. Arrojé un beso al aire y con toda mi fe, rogué para que llegara a sus

mejillas.

De pronto, me sentí observada y entendí que estaba

oscureciendo, que debía regresar con los demás. Mi piel se erizó con una especie de escalofrío que me heló la sangre.

Estaba aterrada. Intenté correr, pero el camino era empedrado y resbaloso, por más que me apresuraba no encontraba el sendero

de regreso.

- ¡Cálmate! Murmuré.

Frente a mí y salido de la nada, estaba el muchacho de mi

pesadilla, vestido de forma extraña, con una camisa blanca

62

manga larga y un pantalón mugriento de color amarillo. Al verlo a los ojos, sentí pánico, su mirada era maligna.

- ¿QUIÉN ES USTED? Grité sin poder moverme lo más mínimo, tenía increíblemente el miedo jamás sentido

dentro del alma. ¡QUITESE O NO RESPONDO! Volví a gritar y la voz se me quebró. ¡QUITESE! ¡QUITESE!

Cuando dio un paso hacia mí, salí corriendo en sentido contrario y resbalé, caí al suelo, y unas manos me sujetaron.

- ¡SUELTEME! Grité aterrada.

- ¡CÁLMATE ANA! cálmate, no pasa nada, soy yo José Jorge.

Con la poca claridad que quedaba, vi el rostro de otra persona, un

muchacho, un Arhuaco.

- Sácame de aquí, ayúdame, sácame de aquí ¡Ya! Dije tocándole el rostro con desesperación.

El muchacho que me había ayudado, era el compadre de José Luís, al enterarse que estaba vagando por el bosque, salió a

buscarme de inmediato.

Para calmarme me dieron varias bebidas calientes y me acostaron

en una hamaca dentro de una de las casitas, y José Jorge le pidió a todos los presentes que nos dejaran solos. Todos obedecieron al

instante, menos José Luís.

- Te incluye José Luís, sal un momento, debo hablar con ella.

- Chinita solo fue un susto, no paso nada reina. Dijo José Luís a modo de que recobrara la compostura.

- ¡Salga compadre! Insistió el joven.

- ¡Aja! Ya me voy.

- ¡Ana! ¿Qué o a quién viste? Me preguntó el muchacho cuando nos quedamos a solas.

63

- Era un muchacho muy bonito, pero me dio mucho miedo, soñé con él anoche, antes de venir a Nabusimake.

- ¿Era humano? Preguntó mirándome fijamente.

- ¡Claro que era humano! ¿Qué quieres decir?

- Y entonces por qué estabas espantada cuando llegué.

- Me causó un susto de muerte, tú lo viste estaba justo

enfrente de mí, había fuego en su mirada.

- No Ana, no lo vi…. Mañana mismo te vas de la Sierra, eso

que viste es un duende.

- ¿Un qué? Pregunté confundida.

- Eres muy bonita Ana, ha sido una locura de mi compadre

traerte a esta tierra, y menos dejarte sola en el bosque, eso ha sido lo peor, en la Sierra han desaparecido niñas y jóvenes, el duende se las lleva y jamás las regresa.

- De qué carajo me estás hablando José Jorge ¡POR DIOS!

- El hombre que buscas no está aquí.

- ¿Cómo sabes?

- Lo sé porque se fue hace 3 días, Mathias habitó un tiempo

entre nosotros, luego siguió su camino, tú debes hacer lo mismo mañana mismo. Nuestra montaña está llena de

misterios, Nabusimake, ese nombre por el que tú lo conoces, significa “Donde nace el sol”, pero al atardecer, la oscuridad se adueña de la montaña y no hay nada que se

pueda hacer hasta que salga el sol nuevamente. Créeme Ana un duende se quiere llevar tu alma.

Durante toda la noche me fue difícil dormir, los ojos de lo que fuera ese ser, se me habían clavado en la memoria. Desde la

hamaca en la que intenté dormir, podía escuchar los murmullos de los Arhuacos hablando en su lengua alrededor del fuego que

64

habían encendido, mientras el sonido del acordeón de José Jorge, se me antojaba tan triste y hermoso a la vez.

Pienso que tocaba aquellas melodías para calmar mi alma, y el recuerdo de otros ojos amarillos, muy distintos a los del duende y

llenos de vida, me calmaron. No entendía cómo en momentos así, con el miedo que tenía, recordar su mirada, o el olor de su piel

cuando lo abracé, o su voz, podían traerme tanta paz. Fui quedándome dormida poco a poco.

Desperté de un salto cuando alguien dijo mi nombre ¡ANA! Fue un espantoso susurro en mi mente, me levanté y sin saber lo que estaba haciendo, salí de la casita circular. El aire era gélido y

pude sentir mis pies descalzos tocar el suelo. Tenía puesta una manta Arhuaca, como en el sueño que tanto me había asustado.

De pronto como si alguien me cargara, mi cuerpo se deslizó montaña arriba, corriendo entre los árboles a una velocidad

increíble.

¡SUELTAME! Grité aterrada. ¡SUELTAME!

Una voz dentro de mi cabeza me susurró ¡Te necesito Ana!

No permití que la tristeza me consumiera, empecé a cantar, tarareaba torpemente algo, recordé como bailaba al son de la

música del acordeón de Juancho, cómo con los silvestristas aplaudíamos y coreábamos ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Mi corazón

se inundó de alegría hasta más no poder.

Desperté en la hamaca, con lágrimas en los ojos, todo el cuerpo

me hormigueaba, había tenido una espantosa pesadilla. Por las rendijas de la casita se filtraba la luz del sol.

“Está naciendo el sol” pensé. Y levantándome deprisa salí y lo busqué. Cerré mis ojos y sus rayos penetraron mis parpados. Mi

alma renacía con ese amanecer. Al abrir los ojos, sentí un escozor en los brazos y piernas, tenía como diminutos arañazos, y en el

cabello ramitas y hojas. Ahogué un grito ¡No fue un sueño! Dije.

65

ESPIRITU ERRANTE

Volví a entrar en la casita Arhuaca, busqué mi mochila y me

coloqué pantalones y camisa manga larga, no deseaba explicar los rasguños que tenía, porque aunque quisiera, no podía

explicarlos. Desayuné ausente, no presté atención a la conversación de José Luís y José Jorge, aquel lugar tan encantador de día, era tan diferente de noche, que estaba absorta

en mis pensamientos, intentando comprender qué me había pasado. La Sierra Nevada era un lugar hermoso, pero estaba tan

asustada, que lo único que podía hacer, era marcharme inmediatamente.

- Bueno tú decides Ana. Dijo José Luís, moviendo sus manos sobre una hoja que tenían en la mesa.

- Decido ¿Qué?

- ¿Chinita es que no prestaste atención?

- No, lo siento, estaba distraída.

- Mi compadre va unos días hasta Bosconia, puedes ir con él hasta allí y seguir sola hasta Ciénaga, o puedes quedarte

conmigo en Pueblo Bello durante unos días, esperamos allí un encargo de mi trabajo y luego te llevó hasta Aracataca.

- Quiero irme ya para Ciénaga José, no deseo estar por estos lugares… sigo mi camino.

- Si deseas puedes quedarte conmigo en Bosconia el tiempo

que necesites. Dijo José Jorge.

- Gracias pero prefiero continuar, si te parece bien.

- Lo importante es que bajemos ya de la Sierra, lo del duende me preocupa. La última vez que alguien lo vio,

despareció una niña. Si estas preparada, podemos irnos.

66

- Cuentos de camino compadre, esa muchachita que se perdió, no estaba tan niña, seguro se enamoró y se fue con

el novio. Afirmó José Luís.

- No lo creo, y prefiero no averiguarlo. Concluyó José Jorge.

Me fui de Nabusimake sin mirar atrás, sentía que si volteaba vería al duende, fue una experiencia aterradora e inexplicable, pero me

aferré a mi entendimiento.

<< No puedo sentir más miedo, no voy a sentir miedo>> me repetí una y otra vez, mientras mi mula pasito a pasito me devolvía los dolores de la espalda.

Durante todo el descenso no pronuncié palabra, ni presté

atención a mis nuevos amigos. Incluso no quise saber ya dónde estaría Mathias, preferí encerrarme en mi mente y no tocar más el tema.

Me sentía segura al lado de José Jorge, él era quien había espantado al duende, su presencia le trasmitía paz a mi alma. Al

llegar a Pueblo Bello, me despedí de José Luís, y aunque me puse de puntillas fue imposible alcanzar su mejilla, él me lanzó una

carcajada y como si fuera una bebé me cargó, me aferré a su cuello y le di un tierno beso en la mejilla.

- Nos vemos en el Valle Chinita, y si no consigues al costillo, te aceptaré como noviecita sin que me ruegues mucho. Y

su hermoso rostro rollizo iluminó mi vida.

- Que considerado eres, es bueno saber que hay opciones.

- Compadre cuídame la muchacha, que si le pasa algo

Lorayne me mata.

- Estará sana y salva, compadre. Dijo José Jorge

despidiéndose.

Subimos a un autobús que nos llevaría hasta Valencia de Jesús, y

de allí conseguimos un carrito hasta Bosconia. Me era imposible

67

dejar de pensar en la pesadilla de la noche anterior, me mantuve callada hasta que José Jorge me sacó de mi mutismo.

- ¿Ana, qué pasó anoche?

- Nada. Contesté fríamente.

- No confías en mi ¿Acaso no te gusta como me visto? ¿Mi

traje no te da confianza? o crees que porque llevo el pelo largo, ¿No soy de fiar?

- No digas eso, vistes como visten los Arhuacos, yo confío en ti.

- No lo creo.

- Es que, creo que soñé algo extraño, es todo.

- El duende intentó llevarte, es eso ¿Verdad? No me mires así Ana, Nabusimake es mi hogar, mi Sierra el centro de mi mundo, pero eso no me aleja de la gente, he leído mucho,

y puedo hablarte de mi pueblo, cómo puedo hablarte del tuyo.

- Si, anoche soñé que algo me llevaba por la Sierra, pero pensé en alguien muy especial para mí, su recuerdo me

llenó de fuerza, y el sueño se detuvo.

- ¿En realidad crees que fue un sueño?

- No se qué creer. Dije mostrando los arañazos diminutos en

mis brazos.

Él examinó mis leves heridas, y guardó silencio por un momento,

bajando la voz, para que el chofer y los otros pasajeros no nos escucharan.

- ¡Sí! como pensé, no fue un sueño, no sé qué hayas podido pensar o en quién, la cuestión, es que te hizo dejar de

sentir miedo. Verás Ana cuando te enfrentas a cosas como estas, llámalas como quieras llamarlas, para mí son

68

simplemente espíritus errantes, que a lo largo de los siglos logran ser muy fuertes, y sobre todo, si les tienen miedo,

es vital controlar las emociones, para qué, eso que se te acerca, se aleje y no sufras daño alguno. Ahora entiendes por qué tenías que salir de allí hoy mismo.

- Si lo entiendo. Yo solo buscaba a alguien y me encontré

con cosas en las que no creía que pudieran existir.

- ¡Mathias! Buen muchacho, me agrada su forma tranquila y

pausa con la que toma las cosas. Me habló de una dulce mujer a la que amaba, de enormes ojos oscuros y cabello negro, cuando te vi, entendí que eras la chica de Mathias.

- José, él te dijo a dónde se iría. Dije con el rostro

enrojecido.

- No, solo conversamos de la Sierra, de los Arhuacos, de

nuestras costumbres, pero a donde iría, lo desconozco, me imagino que regresó a Valledupar, allí tiene familia.

- ¿Crees que deba regresarme al valle?

- ¿Y perderte ir a Macondo? Sería una lastima.

- ¿Macondo? No te entiendo ¿El de la novela?

- Sí, luego de Bosconia y antes de llegar a Ciénaga pasarás

por Aracataca.

- ¿QUÉ? grité de pronto. ¿ARACATACA? Dije emocionada,

mientras el chofer me miraba por el retrovisor a manera de reproche. Bajé la voz, no podía creer lo que me decía. ¿Aracataca tan cerca?

- Sí, José Luís te dijo que si lo esperabas te llevaría hasta

allí.

- No lo escuché. Dije bajando la mirada.

69

Él me miró con sus hermosos ojos negros, como entendiendo lo emocionada que me sentía, al saberme tan cerca de la Aracataca

de Gabriel García Márquez.

Tengo cosas que hacer por mi pueblo en Bosconia, pero allí vive

una prima muy querida, se llama Katherine Castaño, hablaremos con ella para que te acompañe y puedas pasear tranquilamente

por Macondo, y aunque es muy joven y alegre, tiene un defecto… es una silvestrista extremista.

Sonreí, el destino conspiraba en mi nombre.-

70

EL PARAISO SILVESTRISTA

Bosconia, el lugar más caliente del planeta, una hermosa

población con una temperatura de 45° grados según me comentó José Jorge, y así lo sentí tan pronto me bajé del vehículo.

- Ya te acostumbrarás.

- No lo creó, ahora entiendo cuando alguien dice que “es un hervidero”.

- ¡Vamos Ana! deja el lloriqueo, creo que has pasado por cosas peores.

Mis mejillas estaban enrojecidas, no sé decir, si fue porque me sonrojé o por el intenso sol con el que me recibía aquel lejano

lugar. Llegamos a una pequeña casa donde nos aguardaban familiares de José Jorge. Me pareció un lugar encantador, sobre todo porque tenía la necesidad de ahorrar hasta último peso, así

que estaba dichosa de poder llegar a un lugar donde descansar.

Me prestaron un baño, y creo que duré una hora bajo la regadera, el agua me reconfortó el espíritu, aunque los rasguños eran pequeños me dolieron cuando pasé el jabón por los brazos y

piernas. Decidí acostarme un buen rato, así que la tía de José Jorge me condujo a la habitación donde dormiría aquella noche.

- Espero que puedas descansar un poco muchacha, lo bueno de la habitación de Katherine es que el aire acondicionado

es el que más enfría en la casa. Lo malo son sus obsesiones, pero es muy joven, cuando llegue, le diré que

no te moleste.

Al entrar en la habitación, agradecí su amabilidad. Al cerrar la

puerta ésta crujió bajo el pomo.

- ¡Dios santo! Exclamé. Deberían de echarle aceite, que sonido tan espantoso. Al ver la habitación ahogué un grito.

71

Una enorme imagen de Silvestre me recibió, todas las paredes de la habitación estaban forradas de fotos, afiches, recortes de

prensa, era el paraíso del silvestrismo. La cama tenía sabanas rojas, en el tocador más fotos, y múltiples accesorios rojos.

“Esto es increíble” Pensé.

Me fascinó la habitación, encendí el aire acondicionado y sin

querer comencé a detallar todo cuanto me rodeaba.

La puerta crujió y entró una joven de enormes ojos y cabello negro, llevaba al hombro una preciosa mochila roja.

- Soy Katherine dijo estrechándome la mano enérgicamente.

- Hola, soy Ana. Dije sonriendo.

- José Jorge me dijo que eres silvestrista ¿Es eso cierto?

- Si, lo soy.

- ¿Canción favorita?

- ¿Cómo? Pregunté sin entender.

- ¿Cuál es tu canción favorita de Silvestre Dangond?

Preguntó con gestos pausados como si le hablara a alguien que no entiende el español.

- ¡Muchachita Bonita! Respondí inmediatamente.

- ¡Aja! Has ido a un concierto de Silvestre, ¿Cuál?

- El lanzamiento de “Cantinero” y “No me compares con

nadie”, además fui a uno en Venezuela en el cual me enfermé muchísimo, si no hubiera…

La muchacha no me dejó terminar de hablar, cuando se me arrojó encima y me dio un fuerte abrazo.

72

- Sí, si eres silvestrista, que emoción, y desde Venezuela, es increíble, tienes que conocer a los muchachos, te van a

adorar, ya los llamo, esta noche hay que salir a silvestriar.

La chica hablaba muy rápido, casi sin respirar. Comenzó a marcar

números en su celular y a caminar de un lugar a otro.

- ¿Muchis? Dijo Katherine. Amiga, noche roja… Sí, si, todo

según lo planeado, los espero en la esquina a las 12, va otra Silvestrista, es de Venezuela, todos listos a las 12 en

punto. Vamos vestidos de forma discreta. Besos Muchis. SI DE VENEZUELA.

Me brindó una sonrisa inmensa. Su alegría me recordó a Lorayne, los silvestristas comenzaban a ser realmente especiales para mí.

Cuando desperté, era ya entrada la noche, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo, fue hermoso encender la lámpara

de la mesita de noche y estar rodeada del rostro de Silvestre, en fotos que me llenaban de alegría, era una especie de santuario

fascinante.

Alguien tocó la puerta. Pensar en que escucharía el chirrido me

incomodó.

- ¡Pase!

- Pensé que aún dormías. Dijo José Jorge.

- No, ya puedo salir un rato, así me llevas a conocer.

- Ana son las 10 de la noche, dormiste varias horas, acuéstate, mañana salimos temprano, vine para saber si querías comer algo.

- No sabía que fuera tan tarde, gracias José pero no tengo

hambre.

- Descansa, mañana conversamos.

73

Me quedé recostada viendo el techo, unos enormes ojos amarillos me observaban. Era increíble estar en el cuarto de una

Silvestrista extrema.

Nuevamente la puerta crujió al abrirse.

- Por Dios Katherine, échale aceite a esa puerta. Dije incorporándome de la cama.

- Está todo listo Ana, tenemos una misión secreta, escucha,

no me mires así, presta atención esta noche vamos a iniciarte en el verdadero Silvestrismo, ya teníamos planeado el delito, pero…

- ¿Cuál delito, de qué carajo estás hablando?

- Queremos robarnos un afiche de Silvestre, es una especie de anuncio antiguo, nos hemos cansado de pedirlo, y no

nos lo dan, así que la Muchis, los muchachos tú y yo, nos lo vamos a robar.

- Pero ¿Qué dices? Imprime uno, o no se, mándalo a hacer, no hay necesidad de hurtar nada.

- Decir robo es más emocionante.

- Es un hurto Kate, no hay violencia, además ni siquiera llega a hurto, es una travesura.

- No me critiques el plan, vístete que después de eso te llevaremos a Silvestriar, quiero ese anuncio de Silvestre y

vas a ayudarme a conseguirlo.

Su mirada brillante, llena de picardía me pareció única, así que

no pude negarme. Durante toda mi adolescencia, nunca hice nada igual, ni siquiera por “Menudo”, y eso es decir mucho.

- A las doce está preparada. Dijo en un susurro. Vendrán por nosotros en moto.

74

- ¿Qué? Dije al borde de un colapso nervioso. “Jamás me he subido en una moto” pensé, sintiendo por primera vez en

mi vida lo que era la adrenalina en su más alta proporción.

75

EL DELITO DE UN FAN

Salimos de puntillas de la casa de Katherine, José Jorge y su tía

debían estar profundamente dormidos, porque por más que intentamos que no sonara la puerta del cuartel silvestrista, fue

imposible evitar que su chirrido se expandiera en un eco por el oscuro pasillo.

Ya en la calle, sentí el vapor nocturno, y me resultó insufrible.

- No hay moros en la costa. Dijo casi en un susurro

Katherine. Moviendo la mano como fiscal de tránsito.

La seguí en silencio, como si aún José Jorge pudiera escucharnos. El corazón lo tenía en la boca, por la adrenalina que me producía la travesura silvestrista.

Recordé el traje verde manzana, del primer día del ejercicio de mi profesión de abogado, llevaba tacones de aguja negros a juego

con el maletín, estaba perfectamente maquillada, apenas tenía 21 años e intentaba parecer de 30, me presenté en los Tribunales,

aparentando una seguridad en mi misma única, la envestidura de alguien que lucharía por la justicia, aunque no supiera defenderse

del maltrato psicológico que no quería aceptar. En ese entonces Rafael me indicaba cómo debía vestir, caminar, hablar, saludar. Recordé la marioneta de mujer que era, escondiendo mi

espontaneidad y sencillez, detrás de la estampa de profesional perfecta, en la que él me había convertido.

Ahora, seguía por una calle oscura a una muchachita y estábamos a punto de cometer una leve infracción, a la cual ella llamaba “El

delito de un fan”. No pude más que sonreír. Ahora vestía de forma sencilla y llevaba cruzada mi mochila arhuaca y mis

zapatos rojos de trenzas blancas.

Al llegar a la esquina, nos esperaban en moto, tres muchachos y

una chica, vestidos de colores oscuros, con excepción del que se

76

veía el más joven de todos, estaba completamente vestido de rojo.

- ¿Tú eres bruto o qué? ¿Qué haces vestido de rojo? Preguntó muy molesta Katherine.

- Pero bueno ¿Tú no le dijiste a La Muchis que era noche roja? Se defendió el muchacho.

- Que bruto eres, es roja de silvestristas, pero habíamos

quedado en ser discretos, por si alguien nos veía ¡FABIAN QUE ANIMAL ERES! Gritó Katherine perdiendo la compostura.

- Eso despierten a todo el vecindario. Dijo la chica de la

moto.

- En fin, así no se puede. Chicos ella es Ana, es una

silvestrista de Venezuela, y va para Ciénaga, así que salúdenla como se merece.

Y uno a uno fue abrazándome sin despegarse, hasta que hicieron una montonera que casi me asfixia. En mi vida me habían dado

un abrazo semejante, y mientras me abrazaban cada uno decía una frase diferente, como un grito de guerra, lo cual me causo mucha risa.

- Ana este galán que vez aquí es Gunter, viene de la Guajira. Dijo

presentándome al más morenito de todos.

Me estrechó la mano, y volvió a abrazarme, el calor que sentía

me tenía incomoda, pero traté de presentarle mi mejor sonrisa.

La Muchis y Oscar son Silvestristas extremos, y el de rojo, es

Fabián, no es inteligente pero toca como nadie la guitarra.

Todos nos reímos de semejante presentación. Hasta que de pronto se escuchó un ruido en la calle, al parecer venía alguien.

- Vamos, vamos, apremió Gunter. ¡Ven Ana súbete!

77

Y sin pensarlo dos veces me subí a la moto del muchacho Guajiro. Estaba eufórica, volvía a tener 21 años. Cuando arrancó la moto,

casi me caigo.

- Pequeña tendrás que abrazarme. Dijo acelerando de una

forma tan brusca, que me abracé a él, como si fuera el hombre de mi vida. ¡Que Silvestre me cuide! Pensé.

Mantuve los ojos cerrados, apretada a su cuerpo, la brisa era agradable, pero el terror me dominaba.“Toda mi vida cuidándome

y venir a morir contra el asfalto, me he vuelto loca”.

- ¡POR FAVOR NO CORRAS! Grité para hacerme oír por

encima del sonido de la moto. Por lo que Gunter desaceleró, cosa que le agradezco aún hoy en día. Pensé

que moriría esa noche, del susto o en un accidente.

“Le prometí cuidarme, le prometí cuidarme” me repetía una y otra

vez, mientras me abrazaba al silvestrista.

Llegamos en lo que me pareció una eternidad a una avenida, y al

bajarme de la moto buscando oxigeno. Ante mí, el afiche mas hermoso que hayan visto mis ojos.

Silvestre sonreía de oreja a oreja y se veía tan natural y alegre, que quise inmediatamente robarme el anuncio.

- Oscar y Gunter apúrense, no hagan bulla, que nos pillan.

Dijo Katherine. ¡Rápido! ¡Rápido! Susurró.

- Muévanse, me matan los nervios. Dijo La Muchis.

Una luz se encendió en el local, los chicos bajaron el afiche y salieron corriendo, me quedé absorta mirando la ventana y

observé que alguien se asomaba.

- ¡CORRE ANA! ¡CORRE! Dijeron al unísono.

Estaban a punto de vernos, cuando salí corriendo en dirección a

Gunter y me subí a la moto, arrancamos a toda velocidad y los

78

muchachos gritaban frases, muertos de risas. Entendí entonces que se trataba de frases silvestristas.

- ¡CUANTAS VECES APAREZCAS, ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Grité emocionada.

Nos alejamos del lugar y fuimos a parar a una plaza, en donde varios jóvenes escuchaban música y bailaban en plena calle. El

afiche Katherine lo había enrollado, si alguien lo veía se daría cuenta y podría delatarnos, al parecer todos en Bosconia querían

el anuncio silvestrista, pero nadie se había atrevido a llevárselo, el dueño despojado era un silvestrista a quien le tenían respeto en todo el Municipio.

- Gunter sacó una pequeña botellita que reconocí como

Aguardiente, y un vasito de plástico. Se sirvió un trago, levantó la mano como si se tratara de un ritual, y dijo: “Comprar el tiquete no es lo mismo que entra al avión”. Y

los chicos respondieron ¡Salud! A la vez que se tomaba su trago de aguardiente.

- Katherine hizo lo mismo y dijo “Que viva Colombia, que vivan Ustedes y que viva yo” ¡Salud! Dijimos todos.

- Fabián brindó “Es que no es la plata, es el corazón” ¡Salud!

Repetimos riendo.

- La Muchis “Como todo en la vida no es fácil, se sufre, se

trabaja y se gana con sudor” ¡Salud!

- Oscar, brindó tomando de la propia botella “Es que unos

beben para olvidar y yo vivo, pa recordarla” ¡Salud!

- ¡Cuantas veces aparezcas, esas misma veces te olvido! Brindé. Todos gritaron ¡SALUD ANA!, ¡SALUD!

79

LA MUCHIS

Fabián sacó de un viejo forro una gastada guitarra, nos

sentamos en la plaza a su alrededor, y para mí, en ese instante no hubo una persona más maravillosa en todo el universo,

vestido completamente de rojo, con una voz preciosa y cantando al compás de las cuerdas, “La Indiferencia” una de las primeras canciones que me aprendí de Silvestre.

Su voz y las sonrisas de los muchachos después del delito, me hicieron sentir ganas de tomar, todo hubiera sido perfecto si

Mathias y sus tragos rojos, estuvieran allí conmigo.

Cantamos varias melodías, y la gente se acercó a cantar también, y de repente éramos cualquier cantidad de voces coreando “Esa mujer” “Que no se enteren” y “Cantinero”, si un extranjero ajeno

al silvestrismo nos hubiera visto, pensaría que hacíamos una vigilia.

Oscar muy animado, consiguió algo que no había probado, un roncito sumamente suave, hielo y limón. Un trago tras otro; unos

por felicidad, otros de despecho, otros a la salud de Silvestre, otros a la salud de mis hermanos silvestristas.

Comprendí que el silvestrismo no era solamente seguir al ídolo, o ir a sus conciertos, siquiera bailar en casa o en las fiestas, es un

sentimiento que nos une, como los mejores amigos del mundo, sentir que no estás solo en tus penas o en tus alegrías, que vistes

de rojo porque te gusta decir que eres silvestrista, que bailas como trompo, no para ti, sino para expresar tu felicidad por ser único entre los demás, porque eres alguien que entiende

“Silvestriando ando.”

La Muchis tenía una sonrisa increíble, y contemplaba a Fabián como yo lo hacía cada vez que miraba Mathias, pero también lo miraba, cómo yo miraba a Silvestre. Cómo puedes ver solamente,

a ese amor imposible, infinito, pero que jamás será tuyo, y que

80

de todas formas, des gracias a la vida de que él exista, y te conformas con que él sea feliz.

- ¡Katherin! ¡kate! Dije haciéndole señas para que se sentara a mi lado. Kate, ¿La Muchis es novia de Fabián?

- ¡No niña! El Fabián es casado.

- Tan joven, ¿En serio? Pregunté con los ojos muy abiertos.

- Sí, y como bien te fijaste, La Muchis lo ama, es una triste historia, lo peor es que él también la ama, pero por esas tonterías que cometen los hombres, embarazó a otra chica.

Y él será bruto, pero irresponsable nunca.

- ¡Qué triste! Dije aceptando otro vasito de ron.

- Lo bueno es que eso no dañó su amistad, y creo que se

aman en silencio, sin que nadie tenga nada que decir. Ana, mi amiga Andrea es…

- ¿Andrea?

- Si claro, Andrea Martínez, ni modo que “La Muchis”, sean

su nombre verdadero, así le decimos de cariño. Como te decía mi amiga, es tremenda niña, fiel a Silvestre, aunque

se nos venga el mundo, a veces no tenemos dinero suficiente para CDS, o videos, incluso para ir a los

conciertos, pero La Muchis se las arregla y nos ayuda, algo se inventa y terminamos teniendo noches rojas, como estas.

- ¿Tu mamá no te regaña? O la mama de La Muchis, mi madre a tu edad me tenía encerrada estudiando.

- Mamá es un sol, ella sabe que me salgo de noche, pero

también sabe, quiénes son los muchachos, y sobre todo adora a La Muchis.

- Y por qué no pedir simplemente permiso.

81

- ¿Qué? Y perderme la emoción de volarme de casa, eso jamás.

Reímos mientras, bebíamos felices el roncito, yo aplaudí cada una de las canciones que interpretó Fabián, a quien le hicimos un

pésimo coro, pero cuando la felicidad te embarga, el ridículo no existe.

Seguimos tomando, y cuando observe mi reloj silvestrista, me sombró ver la hora.

- ¡ES TARDE! ¡ES TARDE! Son… son…

Me había emborrachado, me acordé de Rafael, y las lágrimas comenzaron a brotar.

- Ana, vamos estás ebria, con café se te quita. Dijo alguien.

- No, no quiero, llaman a Mathias y le dicen que es un tonto. Dije sintiéndome muy mareada. Creo… creo…

Y todo cuanto había comido y bebido, lo vomité a un lado de la calle, los chicos se reían, ninguno parecía estar como yo, y el

dolor en las entrañas se me mezclaba con el dolor de los amores imposibles, inconclusos.

La Muchis y Kate, me ayudaron, me lavaron la cara y me recogieron el cabello. Vi en los ojos de La Muchis, el mismo dolor,

los mismos obstáculos de amar que yo tenía.

Me senté al borde de la calle, me abracé las piernas y lloré, lloré

como nunca había llorado en mi vida, lloré por Silvestre y por Mathias, lloré por mí, por el mal amor que fue Rafael, incluso recuerdo que lloré porque Teresa no estaba conmigo, lloré porque

no tenía un cuarto como el de Kate, lloré porque necesitaba llorar.

82

TENER DIECISEIS

Debí tomar tres enormes tazas de café, darme dos baños, 2

aspirinas, e incluso el zumo de tres limones, todo facilitado por Katherine. A las ocho de la mañana, con unas gafas oscuras, y

ropa ligera, caminaba por las calles de la calurosa Bosconia, José Jorge, Katherine y yo salimos al paseo acordado. Me mantuve callada durante el recorrido, ya que el dolor de cabeza me estaba

matando, el paseo me resultó una agonía, pero ser silvestrista es apoyar a tus amigos de parranda; y Katherine no merecía ser

delatada, menos por mí inexperiencia en licores. Aprendí que el aguardiente y el ron “NO SE MEZCLAN”, y que si vas a silvestriar, necesitas algo menos fuerte, porque la alegría también embriaga.

- Bueno chicas las dejo, debo hacer unas negociaciones aquí cerca pero me tomará tiempo, aprovecha Ana y paseas un

poco más, ya que mañana podrás irte a Aracataca, mi tía no tiene problemas en que Katherine te acompañe, aunque

apenas cumplió 18 años, y no se porta bien, le di mi palabra a la tía, de que sería juiciosa ¿Verdad prima?

- Claro José Jorge, además solo iremos a casa de mi amiga Rossana, hasta que vayas por mí. Ana es medio aburrida y

seguramente no querrá… inventar.

- Tranquilo José, nos vemos más tarde. Dije sintiendo el

alivio que se fuera.

- ¡Dios! Pensé que jamás nos dejaría solas. Dijo Katherine, mirando nerviosamente hacia todos lados, como si alguien nos persiguiera.

- Me está matando el dolor de cabeza, Kate has algo.

- Cuenta con eso. Vamos… nada como una buena cerveza bien fría para el ratón, o mejor dicho, la rata que cargas

encima.

83

- Quieres ir más despacio, el calor ya me tiene sofocada como para andar rápido.

- Apúrate Ana, mira allí, en la esquina está tu salvación. Dijo señalando una especie de comercio, de esos donde te

venden desde un botón, hasta una pizza.

Cuando sentí la bebida helada y espumante por mi garganta, mi

espíritu volvió al cuerpo. Los excesos no son buenos, pero que, el alcohol sea el causante de tus males y al día siguiente la cura de

ellos, resulta demasiado irónico para entender cuál es el exceso verdadero.

- Esta noche, tendremos noche de chicas en mi casa, en el cuartel silvestrista, como tú le llamas.

- Te volviste loca Katherine, estoy destruida. Dije terminando en tres tragos la poción mágica.

- Me entendiste mal Ana, el hecho de que La Muchis y Danielita vayan a casa, no quiere decir que haya parranda.

- ¿Quién es Danielita? Pregunté más animada.

- Mi mejor amiga. Dijo Katherine mirando a todos lados.

- Quieres quedarte quieta un instante, me alteras la resaca. Si es tu mejor amiga, por qué no nos acompañó anoche

entonces.

- Tiene dieciséis Ana, entiende es menor de edad y su mamá

no la deja salir de noche, apenas de vez en cuando la dejan ir a dormir a mi casa, tiene barrotes en su ventana y un perro muy bravo cuida la entrada.

- ¡Simpática la señora! Dije queriendo reír, pero aún estaba

indispuesta para volver del todo a la normalidad.

- Imagínate que Danielita tiene hasta prohibido el Internet.

- ¿QUÉ?

84

- No puede ir a parrandas, y es una de las silvestristas mas enamorada de Silvestre que conozco.

- Pobre niña, mis dieciséis fueron un paraíso comparados a semejantes prohibiciones. Tenemos que hacer algo por

ella. Dije.

- Ya lo hicimos. Dijo Katherine con una sonrisa triunfal. El

afiche que robamos anoche es para Danielita.

Cuando regresábamos a la casa para almorzar, caminamos en silencio, aunque advertí que Katherine siempre volteaba a mirar atrás. El sol me lastimaba la piel, y aunque ya me sentía mejor,

deseaba refugiarme en el cuartel silvestrista lo más pronto posible. Descansamos toda la tarde y al llegar las seis, Katherine

salió a recibir a Danielita. Cuando entraron en la habitación, el sonido de la puerta no me pareció tan terrible.

- Ella es Ana, la Silvestrista que va para Ciénaga a buscar a otro silvestrista.

Cuando vi la mirada de Daniela, no tuve ni la menor duda, el mismo brillo en sus ojos claritos como la miel, el mismo rostro

sonriente; y el abrazo de oso que, sólo te puede dar un silvestrista.

- ¡Hora de ponernos los pijamas Ana! Dijo Danielita tomando su morral.

- Yo no tengo. Dije alegremente.

- ¡Yo te presto una! Dijo Katherine. Falta que llegue La Muchis pero, si, ya podemos ir cambiándonos.

El pijama de algodón que me correspondió, era de pantalones y manga larga, de color blanco con puntitos negros, me hizo sentir

como si fuera una niña de dieciséis años nuevamente. Al verme en el espejo del baño, creí ser la muchachita feliz que había sido,

con una familia completa y unida. A lo largo de los años, todo

85

había cambiado, y ya ni tenía tiempo ni para ver a mis hermanos, cuando no estaba en un Tribunal estaba en la oficina.

A veces perdemos nuestra esencia, buscando la grandeza de una profesión, cuando en las simples cosas, está la vida. “Vuelvo a

tener dieciséis” pensé abotonándome la camisa.

Al regresar a la habitación estaba La Muchis, quien al verme me

abrazó. Llevaba puesta un pijama azul cielo. Katherine también se había vestido, pero de color rosado, y para mi sorpresa, el

pijama de Daniela era rojo.

Prácticamente la entrega del afiche fue un ritual, Katherine había

dado un pequeño discurso respecto a los peligros vividos por conseguirlo, y se me concedieron los honores de hacerle la

entrega formal a la menor de edad.

Cuando Daniela extendió el gran afiche sobre la cama, le dio un

tierno beso en la mejilla a la imagen de Silvestre, y se echó a llorar sobre la imagen. Guardamos silencio, y al verla

desahogarse, entendí que ser Silvestrista tan joven le colocaba en las narices el peor de los obstáculos, depender del permiso paterno – materno, para poder amar a Silvestre.

Nos abrazamos y Daniela con sus ojitos llenos de lágrimas nos

agradeció el gesto.

- Ya cumplirás dieciocho y el mundo será tuyo Daniela.

Comenté dejando correr lágrimas muy gruesas de mis ojos.

La pequeña me abrazó.

- ¡Así es! O tu mamá será extraditada del país. Dijo

Katherine. Y todas comenzamos a reír a carcajadas.

La Muchis, colocó un CD sorpresa que traía para compartir con

nosotras, muy ceremonial nos exigió acostarnos en el suelo y que levantáramos los pies, colocándolos en la cama. Algo que se me

antojó hermoso, porque aún siendo mayor, me colocaba a la edad de Daniela para hacerla feliz.

86

- ¿Listas?

- ¡Sí! Dijimos al unísono.

Una melodía realmente hermosa comenzó a sonar en el grabador.

- Cierren los ojos, ya… esta canción es dedicada a Silvestre desde ésta noche y para siempre.

Cerré mis ojos, dejándome llevar, por la increíble voz de una

muchacha, la guitarra me resultó perfecta y la letra de la canción me hizo llorar. Parecía escrita por nuestro corazón. Detalladamente la canción expresaba mi amor por Silvestre,

agradecí a Dios sentir algo tan profundo y bonito por alguien como él, porque la pureza de mi amor, llenaba mi alma, sin

importar que él nunca pudiera saberlo o entenderlo… Yo era una fan.

Todos ven nuestra novela

Y tú eres el escritor

Pero como las monedas

Esta historia tiene caras

Para ser precisa dos.

Y callaré todo amor

Si eso te calma

Nunca contaré el error

Que tanto callas

Si así me aseguro que

Un día de estos

87

Regreses por mí

La mala del cuento seré

Si eso quieres lo hago por ti.

(Mariana Vega – La mala del cuento)

88

SUS FANS

89

EL AMULETO

Durante horas, las cuatro silvestristas revelamos una a una

nuestras historias, sueños, tristezas. Nos convertimos en confidentes. Hacía mucho que no sentía lo que era tener personas

tan cercanas a mi corazón. Entendí entonces que amiga, no es aquella que esta sólo para las fiestas o para decirte lo bonito que están tus zapatos, las verdaderas amigas son como las

mariposas, revolotean a tu alrededor, animándote a creer en ti. Gritan muy fuerte cuando estas por equivocarte, y te siguen

ayudando desde el cielo, aún después de partir. Amiga es aquella que llora contigo, que limpia tus lágrimas en silencio, sin quejarse de tus manías. Amiga es aquella que te dice “Luego recogemos

los vidrios”. Pensé en Raquel y Amparo, las extrañaba inmensamente.

Hubiera querido tener más noches como esa, donde una niña de dieciséis años, es igual a una de veintiocho, no se explicar si es,

porque somos niñas, o somos mujeres; sin importar la virginidad, la inocencia, los complejos o los errores, sentimos exactamente

igual.

Algunas encontramos como enmascarar las frustraciones, otras

nos resignamos a que vivimos la vida que nos tocó vivir, otras tenemos la esperanza de que todo cambiará y que podemos dejar atrás las viejas obsesiones. Amar sin tener permiso para hacerlo

como Daniela; sentir el amor correspondido y que sea imposible vivirlo como La Muchis, hacer travesuras para llenar tu vida con

algo, porque no encuentras cómo amar tranquilamente, como en el caso de Katherine, o tener el corazón con tantas cicatrices, que

puedes llegar a creer que alguien pueda borrarlas algún día, como me siento yo.

Katherine y La Muchis, fueron las primeras en quedarse dormidas en sus colchonetas; Daniela y yo conversábamos susurrando, para no despertarlas.

90

- ¿Qué harás si no encuentras a Mathias en Ciénaga? Preguntó Daniela observándome con sus enormes ojos

color miel.

- En realidad Danielita, ya no se trata de él, se trata de mí,

de llenar mi vida con el silvestrismo, conocer a esas personas de carne y hueso, que por cosas de la vida puedo

conocer, como tú, las distancias ya no existen con esto del Internet, el facebook o el propio twitter, aunque sé que a ti aún no te lo permiten. Dije apretando su mano. Al llegar a

Ciénaga regresaré al valle para recoger mis recuerdos y marcharme a casa, pero todos seguirán formando parte de

mi vida, sean menores de edad o no. Dije brindándole la mejor de mis sonrisas.

- ¡Ana siempre seremos amigas! Dijo y una lagrimita bajó por sus mejillas. Y sé que volveremos a vernos, cuando cumpla los dieciocho iremos a buscarte a Venezuela, ya lo

veras.

De pronto colocó algo en mis manos, era como un perrito o un coyote de tela, de color rojo y puntitos blancos, tenía dos botones morados que hacían de ojitos, un botón verde que era la nariz y

un botoncito amarillo en el pecho.

- Ana, este es mi amuleto de la buena suerte, te lo regalo.

- Es hermoso, pero no me puedo llevar tu buena suerte.

Contesté.

- Lo hice yo misma, es un amuleto silvestrista, llévalo

contigo siempre; y a tu vida, llegarán las personas más maravillosas del mundo. Gracias a él te conocí a ti, créeme

Ana, este amuleto es mágico.

Tomé el amuleto y abracé a mi pequeña silvestrista, no entendía

cómo un gesto tan sencillo, podía darme todo el amor que yo necesitaba, y que, con tanta insistencia buscaba siendo fan de

Silvestre.

91

- Ana antes de dormir pídele un deseo, tarde o temprano será realidad.

Danielita durmió en la cama y yo en una colchoneta al lado de la única ventana del cuartel silvestrista, apagué la lamparita de

noche y me acosté. Había luna llena y los rayitos de luz se colaban por la ventana. Apreté muy fuerte el amuleto silvestrista

y con toda mi alma, pedí un deseo.

“Deseo un beso… un beso de Silvestre”.-

92

MARIPOSAS AMARILLAS

Esa mañana me despedí de todos los amigos que había hecho en

Bosconia, prometiendo que algún día nos volveríamos a ver, agradecí tanto cariño y protección, sobre todo a José Jorge, por

quien sentía un gran respeto, por su cultura Arhuaca, pero sobre todo porque mientras él estuvo cerca de mí, me sentí a salvo.

- Bueno Katherine, ya sabes, nada de inventos, el domingo por la tarde te iré a buscar a Aracataca, le prometí a tú mamá que solo seria por el fin de semana, así que me

esperas en casa de tu amiga Rossana, luego de que envíes a Ana para Ciénaga.

- Tranquilo primo, seremos unos angelitos. Palabra de Silvestrista. Dijo solemne mi amiga.

- Eso es lo que precisamente me preocupa. Dijo

revolviéndole el cabello a Katherine.

Al despedirme, le di un beso en la mejilla a José Jorge, y la mayor

sonrisa que el calor de Bosconia me permitió dar.

- Buen viaje muchachas, súbanse a ese bus o las van a

dejar. Dijo sonriendo.

Subimos al autobús con nuestros morrales. Llevaba puesto mis zapatos rojos de trenzas blancas, los que me había obsequiado Silvestre, en la mano derecha empuñaba el amuleto de la buena

suerte y mi mochila Arhuaca cruzada a la espalda.

Cuál sería mi sorpresa, cuando observé que en los últimos asientos del autobús, Gunter, Oscar, La Muchis, Fabián estaban a bordo, incluso Danielita.

- ¿Qué es esto? Muchachos ya nos despedimos temprano.

Dije sonriendo.

93

- Mi hermosa es que nos vamos contigo. Dijo Gunter. Y el jolgorio dentro del bus fue tal, que el chofer nos regañó y

casi nos baja de la unidad.

- Danielita por Dios, bájate, tú mama va a matarte. Dije muy

preocupada.

- ¡Me dieron permiso Ana!

- ¿Cómo así? Insistí sin entender.

- José Jorge es un santo, él tiene toda la confianza de mis padres, y dijo que estaríamos en casa de familiares; y

mamá se fregó, porque papá dijo que sí, que podía ir a conocer el pueblo de Gabo.

Todos sonreían cómo si se tratara de una travesura, me senté con Danielita, mientras los chicos no paraban de hablar. La

felicidad que me embargaba era tal, que no sabía si reír o llorar. Ir por el mundo no es lo mismo, si vas con amigos y no se compara a nada si son Silvestristas.

Durante el viaje no dejé de mirar la carretera, los

pensamientos y las emociones se mezclaron en un torbellino dentro de mí alma, jamás pensé que ir a la Aracataca de Gabriel García Márquez fuera tan emocionante. Pero mi

imaginación me hizo una mala jugada, recordé los ojos amarillos y malignos, del ser que había tenido que soportar en

Nabusimake, un escalofrió me recorrió todo el cuerpo.“No voy a sentir miedo, no puedo sentir miedo” Pensé.

- ¿Ana tú has leído Cien años de Soledad? Pregunto Danielita, sacándome de mi mutismo.

- Sí, la he leído cuatro veces, la primera vez que leí a Gabo tenía catorce años.

- ¡Caramba! Es un libro muy grueso, mi papá lo tiene, pero no

sé de qué trata.

94

- Debes leerlo, es el más maravilloso de todos los libros que he leído en mi vida, conserva para la eternidad, un pueblo

llamado Macondo, con personajes tan reales y a su vez, tan fantásticos, que cada vez que lees nuevamente la historia, entiendes de una forma diferente el libro. Es complejo, pero

no imposible de leer. Lo que más me gusta del libro es que es mágico, como el amuleto silvestrista. Ir a Macondo, como

suele llamarle la gente a Aracataca, es un honor, algo que jamás pensé que pudiera hacer, no por los momentos y menos en compañía de mis hermanos silvestristas.

- Papá me dijo que estuviera atenta a las mariposas Amarillas.

Dijo sonriendo la pequeña.

Traté de descansar un poco, soñé con cosas que hoy en día, no

recuerdo. Cuando desperté, todos conversaban animadamente.

- ¡ANA MIRA! Dijeron los chicos señalando un letrero.

Mi corazón se desbordó cuando leí “Bienvenidos al mundo mágico

de Macondo.” “ARACATACA-MACONDO”, el gran anuncio tenía una foto del Gabo al lado Izquierdo y la foto de otro señor, al lado derecho. Me coloqué de rodillas en mi asiento y les pregunté a los

muchachos, quién era. Solo La Muchis contestó.

- Parranda de sinvergüenzas, ve que no saber quién es Leo Matiz. Ana es el otro Colombiano, por el cual, Aracataca es famosa, un fotógrafo y caricaturista maravilloso, muy

reconocido en el mundo entero, cuando lleguemos te mostraré su trabajo.

Estaba feliz. El bus entró lentamente al pueblo, había personas por todas partes, yendo y viniendo en su día a día, y sin querer,

sin siquiera entender cómo, mi imaginación vio, miles de mariposas amarillas, dispersas por las ardientes calles del lugar

más maravilloso del mundo.

“Macondo existe” Pensé abriendo la boca de par en par “Gabo

tenía razón”. Pude distinguir los empolvados almendros de los

95

que tanto hablaba Gabo en sus obras, y el calor intenso que me abrazó, me hizo recordar la palabra exacta de aquel clima, Gabo

lo llamaba “Hervidero”.

Esa tarde al bajar del autobús entre risas y emociones, conocí a

Rossana la amiga de Katherine, todos nos quedaríamos el fin de semana en su casa. Era una chica delgada y alta, de rostro

alegre, una Silvestrista curtida con los años, hablaba de Silvestre con pasión pero sin angustia, ni con lágrimas en los ojos, dominaba mejor que todos nosotros sus sentimientos.

- Mamá está feliz por la visita, a veces este pueblo se vuelve tan tranquilo, que el único alboroto lo da mi hermano

Alexis, cuando coloca música en la casa, así que ya les tiene la cena preparada y sus camas listas. Los muchachos

dormirán juntos en la habitación de mi hermano y nosotras tendremos privacidad en mi habitación, no es como la de Katherine, pero estarán a gusto.

Estábamos emocionados, reíamos por todo. La casa de Rossana

estaba cerca del lugar donde nos dejó el autobús, así que fuimos caminando bajo el sol inclemente. Éramos una hermandad, porque el sentimiento rojo nos unía. Advertí que nuevamente

Katherine miraba a cada instante a su espalda, cómo vigilando que alguien se acercara, desde la noche anterior la veía ausente.

No podíamos imaginar lo que viviríamos en la tierra de los Buendía. El duende había llegado con nosotros a Aracataca.

96

SILVESTRISTAS A COMER

Son tantas las cosas que ocurrieron en Aracataca, que dejar

constancia de ellas, me resulta dulce y amargo, conocer silvestristas como Rossana y Alexis, era tan especial para mí,

pero los hechos que acontecieron ensombrecieron mi vida, hasta tal punto que si no hubiera sido por el Silvestrismo, me hubiera perdido para siempre, en sentimientos que pretendían acabar con

mi paz y mi existencia.

Esa noche mientras la mamá de Rossana servía la cena y los

chicos se acomodaban en las habitaciones; a la entrada de la casa, me senté con Katherine. Me preocupaba su actitud,

nerviosa e insegura.

- ¿Cuándo vas a decirme qué te pasa Katherine? ¿Qué te

tiene tan intranquila? ¿Crees que no me doy cuenta? Pregunté.

- No sé como… decírtelo Ana. Dijo con la mirada perdida.

- ¡Por Dios Katherine! Somos silvestristas, cómplices y amigas, cómo no vas a saber decirme algo, cuando yo te lo

he contado todo. Confía en mí, amamos al mismo hombre y no peleamos por él. Dije sonriendo. ¡Amamos a Silvestre!

- Estoy viendo fantasmas. Soltó de pronto.

- ¿Qué? ¿Cómo que fantasmas? Explícate hija.

- Es un hombre joven, rubio y de ojos espantosamente

amarillos, su mirada quema como si fuera fuego. No habla, solo se coloca a tu lado y te mira Ana, de una forma que me esta volviendo loca. Se que pensaras que…

- ¡Dios mío! Dije ahogando un grito. <<No puedo sentir

miedo>> Pensé. Aunque el escalofrío que me produjo aquella confesión, me recorrió el espinazo.

97

- ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

- Cuando bajamos del autobús. Contestó.

- ¿Por qué no me lo dijiste Katherine? Yo lo he visto, sé

quién es.

Katherine se aferró a mí en un abrazo fraternal, su rostro tomó

color, y murmuró palabras que no pude entender, su miedo era tal, que le temblaba todo el cuerpo. Calmarla no fue fácil, aunque

aparentaba ser la más inventadora y fuerte de todos nosotros, en realidad era una muchacha que ante lo sobrenatural, era lógico que se asustara tanto.

- Tú primo José Jorge también sabe sobre él, es un duende

de La Sierra Nevada de Santa Marta. En Nabusimake intentó llevarse mi alma y mi cuerpo, pero me salvé.

- ¿Cómo? Preguntó angustiada.

- Decidí no tener miedo, y tararee una frase de Silvestre.

- ¡Dios mío! ¿Cuál? ¿Dime cuál?

- Ahora lo recuerdo, es esa que entonamos el otro día en la plaza de Bosconia, esa tonada sentimental, en la que

levantamos la manos al cielo “ay amor, amor, amor, amor, amor de mi alma” la que es como una oración.

- ¡Ana por Dios! Que increíble.

- Sí Katherine, me dio tanta fuerza y serenidad, que creo que eso hizo que El Duende no pudiera llevarme. En el bus esta tarde, creí verlo en mi imaginación. ¡Qué pesadilla!

Tenemos que llamar a José Jorge de inmediato, es el único que sabe qué podemos hacer con ese espíritu.

- No podrás Ana, José Jorge está en un asentamiento campesino cerca de Bosconia, y como sabes, no usa

98

celular. Tendremos que esperar que venga a Aracataca. ¿Crees que debemos decirle a los muchachos?

- No, es muy difícil que nos crean sin haberlo visto. ¡Necesito! Dije agarrando a Katherine por los hombros.

Que seas fuerte, que no tengas miedo, ese sentimiento lo llena, lo alimenta. Y entiende algo, es muy peligroso;

muchas niñas han desaparecido en La Sierra Nevada, él se las ha llevado, si tienes miedo, te expones a que El Duende te lleve también.

- ¡Inmundo mamarracho! Dijo Katherine con fuerza renovada. No podrá con nosotras Ana, pensaba que me

estaba volviendo loca. Dime ¿Qué hay que hacer?

- No podemos tener miedo. Dije mirándola a los ojos.

<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>

El grito retumbó en toda la casa, lo cual en principio nos hizo dar un sobresalto.

<< A COMER SILVESTRISTAS, TODOS A LA MESA>>

En el umbral de la puerta Rossana nos observaba con sus enormes ojos marrones.

- Chicas mamá nos está llamando a comer, vamos Ana,

Alexis muere por conocerte.

Sus palabras me hicieron sonrojar.

<< A COMER SILVESTRISTAS>>

Acudimos a la mesa, todos buscaban sillas, bancos de madera y se acomodaban muy juntos los unos de los otros, se respiraba el

ambiente más cálido del mundo allí adentro, no por el calor nocturno de Aracataca, sino porque allí éramos una hermosa fraternidad de comensales.

99

Aunque las arepas y el caldo de huevo Santandereano, que nos preparó la mama de Rossana estaba exquisito, mi estomago

estaba revuelto con la sola idea de saber que en cualquier parte estaba ese ser, contemplándome, deseando mi alma.

- ¡Ana! Dijo Danielita dándome un codazo.

- ¿Qué pasa? Susurré mirando a todas partes en el comedor.

- Alexis te ve con mucha insistencia, creo que le gustas. Dijo

mi amiga al oído.

Disimulé, y apenas lo miré. Tenía en su mirada un brillo especial,

era un joven alegre, simpático. Bajé la mirada a mi plato de caldo con papas e intenté comer, sintiendo ganas de reírme.

Últimamente si estaba nerviosa, me daban ganas de reír, y mi cara se enrojecía como un tomate.

- Alguien toca en la puerta muchachos. ¿Quién será? Coman tranquilos voy a ver. Dijo la mama de Rossana.

Todos conversaban alegres, haciendo planes para el día siguiente, al parecer iríamos al río Aracataca.

- ¡ANA TE BUSCAN! Gritó la señora desde la puerta.

De pronto todos me observaron, como si yo supiera quién me había podido buscar en aquel lugar tan remoto de la tierra. Encogí

mis hombros, dando a entender que no sabía de quién se trataba.

Un hombre alto, de piel blanca y ojos cafés, se presentó en el

comedor con la mamá de Rossana.

Sentí ganas de vomitar mientras le sostenía la mirada. Rafael

estaba ante mí.

<<No puedo tener miedo>> Pensé clavándome las uñas al cerrar mis puños.

100

Y el recuerdo de Silvestre abrazándome el día en que le conté todo sobre Teresa, bastó para ponerme en pie y dirigirme hacia la

puerta. Enfrentaría al peor de mis demonios.

101

NO PUEDO TENER MIEDO

En la calle del pueblo de Aracataca, las personas caminaban

alegremente, observé varios letreros esa noche, sobre Gabriel García Márquez, era como caminar dentro de Cien años de

Soledad, sin necesidad de ser un personaje, era como leer e imaginar, en ese instante no sabes si lo que ves, es imaginación o realmente está ante ti. La noche se me antojó triste.

Caminamos en silencio, Rafael seguía mis pasos, algo que jamás había hecho en su vida. Al llegar a una plaza pequeña, donde se

alzaba el monumento de un libro gigante, me senté en la acera y ese hombre al que en algún tiempo amé con todas mis fuerzas,

se sentó a mi lado.

- Mi madre te dijo dónde estaba ¿Verdad?

- ¡Ana estás preciosa!

Vi sus ojos, tenían un brillo, que no podía reconocer, estaba dócil, vestido de forma deportiva, y su sonrisa, era hermosa.

- Mi madre, no entiende nada, solo le interesa que forme un hogar, sin importar si en ese contrato, estoy firmando una

condena de muerte, mi padre era el único que podía comprenderme y controlarla.

- Ha sido culpa mía Ana, insistí en que todo lo arreglaríamos, tu madre confía en mí, prometí llevarte a casa, todos

esperan tu regreso, este viaje tuyo ha sido una locura.

Dentro de mis venas ya no corría sangre, sino el veneno escondido desde el día que lo encontré con su gran y oculto amor.

- ¿A qué has venido Rafael? Pregunté.

102

- Ana, te amo, no tienes idea de lo arrepentido que estoy, te extraño, extraño el olor de tu piel, tu sonrisa, tus besos,

yo…

- ¡Basta! Le espeté. Sentí ganas de tener un cuchillo y

clavárselo en el corazón. No tengo ningún interés en ti. Dije. Ya no te amo, creo que nunca te amé. No te odio,

pero soy lo más sincera que puedo, hoy por ti no siento nada.

- Pero puedo hacer que todo vuelva a ser igual que antes.

- ¿Sí? Y qué volverás a hacer, ¿Humillarme? ¿Golpearme?

Los recuerdos se amontonaron en mi mente, recordé el día que me pegó en la cara porque no podía dejar de llorar, me

vi arrojada en el suelo, observando mis manos llenas de tierra. Lo vi gritar y empujarme una noche en que los celos me hicieron perder la compostura. El ser dulce que estaba

ante mí, me recordó a un hombre, egoísta y sin escrúpulos, a quién me había entregado en cuerpo y alma, y esa

misma noche en que me convertí en mujer, me lastimó para siempre. “No puedo tener miedo” pensé. “Díselo, no tengas miedo”

- ¿Rafael, recuerdas que la noche en que me entregue a ti?

- Sí Ana, la noche más hermosa del mundo.

- Es la noche en que arruinaste mi vida. Dije con amargura.

- Pero ¿De qué hablas Ana? Preguntó frunciendo el ceño.

La noche en que perdí la llamada inocencia, Rafael se había

molestado, por cosas de la vida, mi cuerpo no manchó las sabanas de una larga y estúpida tradición, donde la mujer debe sangrar, para demostrar su pureza, desde entonces, el amor que

él sentía por mí se había disuelto en el agua. La verdad no importó, la biología no importó, supuestamente fui condenada por

falta de pruebas.

103

- Fue la peor experiencia que haya tenido, fuiste malo… yo era inocente.

- Lo sé Ana, todo será mejor… dame una oportunidad.

- No puedo, estoy enamorada.

- No te creo. ¡Dime su nombre!

“Silvestre” pensé, “Mathias” pensé. Mi corazón aún seguía

confundido entre el ídolo y el hombre, entre la alegría y la paz.

- Voy a pedirte que me dejes tranquila, tú tienes a quien

querer, siempre lo tuviste. No te juzgo, tú no me querías y lo acepto. No te mientas más, tú no me extrañas, extrañas tener un juguete.

- ¡Ana perdóname! Dijo tocándome la mano con sus dedos.

Lo aparté de mí inmediatamente, sentía ganas de vomitar por la mujer sumisa que había sido, por los sentimientos que había

entregado, por las lágrimas que me había extraído del alma.

- Si algo he hecho, es perdonarte. No me debes nada. Me

levanté con intención de marcharme.

- Ana, te amo. Murmuró. Como si de verdad algo le doliera.

- Ya se te pasará, créeme.

Caminé ligera por la calle del pueblo, sintiendo la libertad de

cerrar esa caja que llevaba en mis hombros, con el letrero de “Errores”, respiré profundamente dejando que el aire en mis pulmones llegara hasta el alma, después de esa noche jamás

volví a verlo, lo mejor que pude haber vivido en mi vida, fue entender, que por más que, ames a un hombre, y por más que

llores su partida, puedes sobrevivir y comenzar de nuevo.

En la casa, ya todos estaban en sus habitaciones, las muchachas

me esperaban con sus pijamas, al verme en el umbral de la

104

puerta, todas corrieron a abrazarme, no fue necesario decir nada, sus corazones estaban conmigo y el mío estaba con ellas.

Esa noche tuve sueños intranquilos, estaba emocionada por estar en la tierra de Remedios la Bella, del enorme José Arcadio, de la

ausente Rebeca, del inolvidable Coronel Aureliano Buendía, pensé en el libro enorme de la plaza, el cual tenía mariposas

amarillas, al ver a Rafael, la sangre me hirvió, y no asocié la escultura al libro de Gabo.

Soñé que me encontraba en un río de agua turbia, Silvestre estaba al otro lado del río, y yo deseaba cruzar y no podía, él me llamaba por mi nombre y sonreía como nunca.

- ¡SILVESTRE! Grité desesperada. ¡SILVESTRE!

- ¡NO TENGAS MIEDO! Gritó él.

Me desperté cansada y con la desesperación de verlo. Busqué mi amuleto rojo “Silvestre” “Silvestre” murmuré pidiendo el deseo de besar su boca.

¡SILVESTRISTAS A DESAYUNAR! el gritó se me antojó chistoso, y reí tan fuerte que desperté a las silvestristas.

105

DANIELA

En el desayuno, Alexis no dejaba de mirarme, lo cual me tenía

un poco incomoda, era un muchacho alegre, de cabello largo y ensortijado, su sonrisa me reveló una personalidad rebelde. Por

su sangre corría el ritmo, tocaba el timbal y la tambora; y era silvestrista de los llamados “antiguos” o “vieja guardia”, es decir, desde antes de las producciones musicales “La fama” y “El

original”. Según Rossana, Alexis tenía mala suerte en el amor, lo cual no entendía por qué, según ella prefería los amores

imposibles, para retorcerse en sus sentimientos y componer canciones de amor.

- Bueno muchachos el plan es el siguiente. Dijo muy animada Rossana. Vamos al Río Aracataca, mamá tiene todo preparado para un sancocho y Alexis, tiene listas las

bebidas rojas.

- ¿Bebidas rojas? Pregunté.

- Si Ana, es una especie de cóctel, se llama “Silvestristas” les

van a encantar.

- ¿Sabes hacer silvestristas? Pregunté con el corazón acelerado.

- ¡Claro Ana! Respondió Alexis.

- ¿Quién te enseñó a prepararlas?

- Hace algunos años en Valledupar, un muchacho llamado

Mathias me enseñó. Me costó sacarle la receta, bajo juramento de no decir jamás sus ingredientes. Ya hace tiempo que no se nada de él.

Katherine, Danielita y La Muchis se quedaron observando mi

reacción, sentí hormigas por todo el cuerpo, como en un estado de alegría y nostalgia.

106

- Mathias es el muchacho que he estado buscando en este viaje. Dije.

Todos me observaron con cariño, el sentimiento que nos unía hacía que todo fuera sumamente fácil. Nos fuimos al río de

Aracataca, era una mañana hermosa, y todos estábamos eufóricos, conversábamos de todo y todos a la vez.

- ¿Ana por qué vas a Ciénaga? Me preguntó Rossana. ¿Por Mathias?

- No, tal vez en un principio era así, ahora es diferente, he conocido personas maravillosas que me han hecho

comprender el Silvestrismo, con Ustedes comparto algo que no puedo compartir con nadie que no ame a Silvestre

Dangond. Donde vivo tengo muchísimos amigos y amigas, pero no logran entenderme, y no siempre estoy con mis amigas del Club de Fans, Amparo y Raquel, por lo que

continuamente me siento incomprendida; voy a Ciénaga – Magdalena, porque una vez Mathias me dijo, que sólo allí

podría entender el Silvestrismo, no sé bien a que se refería, pero voy a ir a averiguarlo.

- Sabes Ana, pienso que quién te conoce a ti, logra a su vez entender El Silvestrismo. Y su mirada brilló intensamente.

Renuncias a tu trabajo, a la vida estable que tenías en Venezuela, y te lanzas a la aventura de querer vivir, de conocer y de amar, no solo vas dejando en tu camino

amigos, sino que vas uniéndolos. Jamás pensé ver en mi casa a Danielita, tampoco creí posible volver a ver a La

Muchis y a Fabián juntos. Además voy a confesarte que siempre he estado enamorada de José Jorge, y gracias a que estas aquí, él vendrá y poder verlo, así sea por un

instante.

Me quedé en silencio, brindando mi mejor sonrisa, tal cual había aprendido de mis amigas Silvestristas, entendiendo el sentimiento en las palabras de un hermano rojo. Rossana era una muchacha

amable y organizada, idolatraba a su hermano Alexis y cuidaba

107

de todos, al igual que La Muchis, solo le importaban los demás. Me pregunté que sentirían Fabián y La Muchis, de estar tan cerca

el uno del otro, o qué podría sentir José Jorge por Rossana, porque Katherine ya era mayor de edad y podía regresar perfectamente a Bosconia con Daniela sin que fuera necesario

que él viniera por ellas. Eso me hizo sospechar, que en el ambiente había más de un romance en marcha.

- ¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Gritó Daniela. Y todos los silvestristas salieron corriendo a ver quién llegaba primero a las aguas del

Aracataca. Quise retrasarme para poder verlos jugar con el agua como niños. Llenos de vida y felices, cada uno por un motivo

diferente.

- ¡ANA! ¡ANA! ¡APURATE ANA! Gritó Gunter. Lanzándose de

chapuzón con todo y zapatos.

Ver el río Aracataca me dio un mal augurio, era el mismo lugar

que había contemplado en mi sueño, donde Silvestre me pedía que cruzara y que no tuviera miedo. Sin hacerle caso a esa

sensación, me quité los zapatos rojos de “Cenicienta silvestrista”; y la camisa y el pantalón, quedándome en un traje de baño negro que me había prestado Rossana. Todos al verme se quedaron

asombrados.

- ¡Ana por Dios! ¿Qué te pasó? Preguntó Fabián.

Sin saber a qué se refería me observé los brazos y las piernas, las

pequeñas heridas que me había hecho en Nabusimake, estaban como recién hechas.

- No lo entiendo. Dije a todos, ya se habían cicatrizado. Me caí en Nabusimake. Fue todo lo que pude decirles.

- Son pequeñas, pero te ves bastante marcada Ana ¿Quieres que volvamos a casa? ¿Te duelen mucho? Preguntó La

Muchis.

108

- No amiga, estoy bien, debe ser que tengo alto algún valor en la sangre, que las hace ver así, porque a mí no me

duelen.

Katherine que sabía que eran las heridas que me había hecho El

Duende en la Sierra Nevada, me observaba sin decir nada.

- Estoy bien, en serio. A ver ¿Dónde están esos silvestristas

Alexis?

Cuando metí mis pies al agua helada del Aracataca, me sentí renovada, fui entrando poco a poco en sus aguas hasta sumergirme, me preguntaba qué cosas maravillosas habría

pasado Gabo en ese mismo lugar, que le inspiraron Cien Años de Soledad. ¿Remedios La Bella había sido real? ¿Gabo era como

Aureliano o como José Arcadio? Y ¿Melquíades, quien habrá sido de verdad ese gitano? Mientras nadaba en el río, recordaba mi promesa en el Guatapurí, y al igual que ese día, dejé que el agua

se llevara todo aquello que no deseaba sentir, bueno o malo, necesitaba sacar de mi alma cualquier astilla que se me hubiera

incrustado la noche anterior al ver a Rafael.

- ¡ANA VEN! Gritó Alexis.

En la orilla del río, me esperaban los chicos para el brindis con

sus bebidas rojas encendidas. Volver a tomar un silvestrista me resultaba divertido, apagamos las bebidas y brindamos a nuestro estilo, cada uno diciendo su frase silvestrista favorita, y todos a la

vez. A Danielita le permitimos tomar solamente un silvestrista, por su corta edad. Era una bebida intensamente roja, caliente y

embriagadora, exactamente igual a los que preparaba Mathias.

Me acosté en una piedra enorme, para que el sol me cargara de

su energía exquisita, mientras los chicos jugaban animados en el agua. Observé en la orilla a Fabián y a La Muchis, conversaban

como si llevaran años sin hacerlo, y el rostro de ambos se veía iluminado por la dicha.

“No entiendo porque el amor tiene que ser tan difícil” Pensé.

109

A eso de las once de la mañana llegó al río la mamá de Rossana y las chicas ayudamos a hacer el sancocho, mientras los muchachos

encendían el fogón, a mí me correspondió pelar, lavar y picar las cebollas, tengo que decir que fue una experiencia maravillosa, en mi vida jamás había hecho algo igual, siempre en mi casa las

comidas las preparaba la muchacha de servicio, yo me dedicaba a mis estudios en la facultad de derecho, y no conocía tales

menesteres, las cebollas cruelmente acidas me hicieron llorar y las chicas reían hasta más no poder, al ver que no sabía pelar cebollas.

- Vamos Ana, aguanta, tu puedes. Dijo Katherine, muerta de risa.

Fue un día maravilloso, no solo por las nuevas experiencias como pelar cebollas o por disfrutar del sol sin sentir el calor que

últimamente me había agobiado, sino porque estaba decidida a aceptar lo que la vida, a bien tuviera darme, la ilusión no era un hombre, o un ídolo, la ilusión era estar convencida que todo lo

que había vivido era necesario, tanto lo bueno como lo malo, aprendí que las lágrimas eran necesarias, tanto o más que las

risas.

- ¿Ana, has visto a Daniela? Me preguntó Rossana. Hace rato

que no la veo.

- Sí, estaba hace un momento allí. Contesté señalando la gran roca donde tomara el sol en la mañana. Pero la pequeña no estaba.

110

EL SECUESTRO

Comenzamos a preguntar si sabían dónde estaba. Nadie supo

dar razón. Aquello hizo que sintiera escalofríos, así que me vestí de inmediato y me coloqué los zapatos rojos. Nos dividimos para

buscarla, Katherine y La Muchis me acompañaron río abajo. Otros subieron a la entrada del balneario y otros, río arriba.

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

No hubo respuesta alguna, eran ya las cuatro de la tarde, y regresamos al punto de partida para ver si la habían encontrado.

- ¿Danielita? Pregunté a Gunter.

- Nada Ana, ni rastro. Contestó. Se la tragó la tierra.

- Bueno aún no hemos buscado del otro lado del río. Dijo

Fabián.

El comentario de Fabián dio en el clavo, en mi sueño Silvestre me pedía que cruzara el río. “No tengas miedo Ana”. Pensé aterrada.

- Tienes razón, vamos del otro lado.

- Pero Danielita ¿Qué iba hacer de ese lado? Tiene la hierba alta, no creo que se haya metido allí. Dijo la mamá de Rossana.

- Señora, ha pasado una hora y no aparece, por favor, Usted y Rossana vayan y avisen a las autoridades o a cualquiera

que pueda ayudarnos a buscarla.

Así volvimos a separarnos, esta vez me acompañaba Oscar y Katherine, río arriba del otro lado de la orilla, río abajo fueron a

111

buscarla Fabián y La Muchis, y por los alrededores cercanos Gunter y Alexis.

- ¿Qué crees que pudo pasar Ana? ¿La secuestraron? Peguntó preocupado Oscar.

- Creo que es algo peor. Dije sintiéndome desesperada.

Caminamos durante dos horas y no encontramos nada, el sol se estaba ocultando.

- Ana qué le diremos a sus papás, mi madre va a matarme. Katherine estaba al borde de la histeria.

- Regresemos Ana, tal vez ya la encontraron. Dijo Oscar.

- Sí, es posible, regresemos. Concluí.

Cuando nos encaminamos de regreso a donde estarían los demás silvestristas, mis sospechas se hicieron realidad.

¡Yo la tengo! Dijo una voz que sólo yo escuche. Miré a mí alrededor, me rezagué, dejé que los muchachos se alejaran. Me aparté del sendero, sin saber bien, qué es lo que estaba

haciendo. Traté de calmarme, ver con detenimiento. En el espesor de los árboles, noté unas huellas pequeñas.

- Tienen que ser de Danielita. Las huellas me guiaron a una parte mucho más espesa del bosque, y ya sin la luz del sol,

me encontré completamente sola.

Fue entonces cuando vi a Daniela corriendo, a una velocidad espantosa, traté de seguirla, sin saber qué hacer.

“El duende la tiene, él la tiene” pensaba una y otra vez. “Qué hago qué hago.”

Perdí de vista a Daniela, ya estaba oscuro, sin pensar, comencé a rezar, recé cuanto sabía, le pedí a Dios que me la devolviera,

nunca en mi vida había rezado con tanto fervor, necesitaba creer en esa fuerza superior en la que creía cuando era niña. Tropecé

112

con lo que me pareció las gruesas raíces de un árbol, me arrodillé y clamé a todos los santos, a la virgen Maria y al divino niño

Jesús, sin control comencé a llorar. Recuerdo haber clavado las manos en tierra y haberlas empuñado, recé, gemí y me entregué a mis recuerdos. Recordé a mi padre lanzándose desde una

enorme roca, yo tenía cinco años y me estaba ahogando, mientras tragaba agua, vi como se sumergió en las aguas, y sus

brazos enormes me agarraron, me levantó salvándome de la muerte, recordé haberme desmayado exhausta. Papá me había salvado en esa oportunidad, pero papá ya no estaba.

Al abrir los ojos, frente a mí estaba El Duende, mirándome, no

tuve miedo. Resplandecía con luz propia, su rostro era el del joven más bonito que haya visto en mi vida, pero su mirada era fuego puro.

- Ella es mía, Daniela es mía. No te la vas a llevar. NO TE TENGO MIEDO. Le grité. ¡DANIELA ES MIA!

- Sin emitir sonido alguno. La luz se apagó y el duende

desapareció.

Comencé a correr en la dirección en que había visto por ultima

vez a Daniela. Tropecé y caí nuevamente.

- ¡AYUDA! ¡AUXILIO! Gritó la pequeña.

- DANIELA, ES ANA, QUÉDATE DONDE ESTAS. Le grité.

- ¡ANA AYUDAME! ¡ANA! ¡ANA! Gritaba con terror la muchacha.

Encontré a Daniela, junto a un árbol. La pequeña se aferró a mí

de una forma tal, que temí que perdiera la cordura.

- Ya chiquita, estas a salvo. Dije abrazándola con todas mis

fuerzas.

- No sé cómo llegué aquí Ana ¿Qué hacemos aquí? Me

preguntó hecha un amasijo de nervios.

113

- Después te explico. ¿Puedes ponerte en pie? Debemos irnos.

- Me duelen mucho las rodillas, no puedo. Daniela lloraba inconsolable.

- Necesito ir por ayuda, no tengas miedo.

- NO, NO, NO te vayas. Dijo clavándome las uñas. Entendí que no podía dejarla sola, el miedo que sentía no era

bueno, el duende podía llevársela de nuevo.

- Todos están buscándonos. Tienes que calmarte. Ayúdame a

gritar.

- ¡AUXILIO! ¡SOCORRO! ¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡ESTAMOS AQUÍ!

Gritamos durante lo que nos pareció una eternidad.

De pronto vi luces a lo lejos, entre los árboles, alguien venía. Me sentí a salvo cuando se acercaron unos hombres rollizos con trajes de policía. El más alto de los cuatro hombres cargó a

Danielita. Mientras el más anciano me preguntaba qué había pasado.

- Creo que se perdió y al caerse se lastimó las rodillas. La encontré en el suelo, intenté cargarla pero fue muy pesada

para mí. No nos quedó más que gritar.

- Eso siempre ocurre por estas tierras, los más jóvenes se pierden, gracias a la Virgen que encontraste esta niña.

- Sí, así es… es gracias a la Virgen. Contesté recordando la promesa que le había hecho, con tal de que me regresara a Daniela.

114

AMANTES ETERNOS

Pasamos la noche sin dormir, cuidando a Danielita, sus heridas

no eran graves pero presentó algo de fiebre motivado seguramente a los nervios. Katherine no se separó de ella ni por

un instante, y todos permanecimos en vigilia, por si se necesitaba algo. A eso de las seis de la mañana Alexis me dio una enorme taza de café, y se sentó a mi lado.

- ¿Te sientes bien Ana? Preguntó el muchacho.

- Estoy bien, todo esto no ha sido más que un susto enorme.

- Deberías ir a dormir. Su mirada fue cálida. Me sentí agradecida con él por preocuparse.

- Sí, tienes razón, pero no creo que con semejante taza de café, pegue un ojo en siglos. Ambos sonreímos, y guardamos silencio.

Sorbí poco a poco la bebida caliente, disfrutando la tranquilidad

de tener a Danielita en casa, y con la seguridad de que al llegar José Jorge, sabríamos qué hacer.

- Tenemos un problema muy serio muchachos. Dijo Rossana, sentándose a tomar café.

- Y ahora qué pasa, Rossana. Peguntó Alexis.

- La Muchis y Fabián.

- ¿Qué les pasó? Pregunté alarmada.

- Los vi besándose en el patio.

- ¿Qué? Preguntó Katherine desde el umbral de la puerta.

Todos permanecimos en silencio, sabíamos que se amaban, pero Fabián era casado, y tenía un pequeñín de 2 años.

115

- ¡Se han vuelto locos! Sentenció Katherine soltando las manos al aire.

- Son Amantes eternos Katherine. Dijo inspirado Alexis.

- ¡Patrañas! Andrea sabe muy bien, que Fabián es un hombre comprometido.

- Pero están enamorados Katherine. Dije por lo bajo.

- ¿Enamorados Ana? ¿Enamorados? Fabián que asuma sus errores y deje a La Muchis en paz de una buena vez por todas.

- Es algo en lo que no podemos meternos. Insistí.

- ¿Ana, y el bebé de Fabián qué? Preguntó Rossana.

- Sigue siendo su hijo, esto no tiene que ver con sus obligaciones ¿Qué vida puede darle al lado de una mujer que no ama?

- Yo creo que Ana tiene razón. No podemos meternos entre ellos. Intervino Alexis.

- Yo iría más allá que eso Alexis. Si ellos han decidido

amarse, nada ni nadie lo podrá evitar.

Los ojos de Rossana brillaron y me brindó una sonrisa por lo que

acababa de decir, ella pasaba por una situación similar.

- En esta casa todo el mundo se levanta temprano. Dijo José Jorge. Quien nos observaba desde el umbral.

Sentí un gran alivio al verlo, mientras todos lo saludaban, él me observaba fijamente. Entendí que mi amigo sabía que algo había pasado.

- Ana es necesario que hablemos ¿Muchachos nos dejan

solos?

116

Sin protestar se llevaron sus tazas de café a otra parte, advertí que a Rossana no le había gustado su pedimento, pero al igual

que los demás, nos permitió conversar a solas.

- ¿Qué ha pasado?

- ¿Cómo sabes que ha pasado algo?

- Es muy temprano para que Katherine esté despierta. Es simple lógica ¿Qué pasó Ana?

- El duende no se quedó en Nabusimake, no sé cómo o porqué, me ha seguido hasta aquí, pero solo se había

dejado ver en Bosconia por Katherine, y ya en Aracataca, cuando fuimos al río, se llevó a Daniela.

- ¿Cómo la recuperaste?

- ¿Cómo deduces que la recuperé? Pregunté asombrada de su lógica.

- No lo deduzco. Yo te salvé Ana, vi cuando El Duende te sacó de la casa en Nabusimake, los seguí y logré

alcanzarte, te llevé de regreso, pero tú no recuerdas nada, cantabas una canción, estando dormida.

- Eres una caja de sorpresas querido amigo, ahora entiendo lo de Nabusimake. Yo no la alcancé pero hice una promesa

a la virgen, ella me devolvió a la niña. No sé cómo se me pudo ocurrir algo así, pero creo que es lo que dio resultado. ¿Qué debemos hacer ahora?

- Me llevo inmediatamente a Danielita y Katherine, yo hablaré con ella, bajo el estado de nervios en el cual debe

estar, es frágil ante ese ser.

A las doce del medio día, les había dicho hasta pronto a mis hermosas amigas Katherine, Danielita y al hermano Arhuaco.

117

Rossana se acostó muy temprano ese día, creo saber cómo se podía sentir. Apenas si pudo estar al lado de la persona que

amaba. Para mi sorpresa, La Muchis, Fabián, Oscar y Gunter ya habían decidido acompañarme a Ciénaga. Así que a las seis de la tarde la casa estaba en sombras, todos nos fuimos a dormir, la

desvelada de Danielita había sido grande. Pospuse mi viaje para el lunes, teníamos el alma cansada para avanzar.

En sueños vi claramente a Mathias, él no podía verme, aunque yo gritaba su nombre. En el sueño una muchacha de cabello negro y

muy largo, le tocó el rostro, y él la besó intensamente. Las lágrimas brotaron de mis ojos al ver aquella imagen. Todo

oscureció y escuché mi propia voz. <<No hay nada que el silvestrismo no pueda curar>>.

Me desperté sintiendo el pecho apretado, me dolía respirar, y tenía los ojos empapados de lágrimas.

- No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar. Repetí en voz alta.

Rossana me asustó, estaba despierta a mi lado, observándome con sus enormes ojos marrones.

- ¡Ana! Me voy contigo.

Rossana al igual que yo, huía de sus sentimientos.

“La Cienaga nos espera, pase lo que pase, vamos a nuestro destino”. Pensé

Abracé a mi hermana silvestrista, entendiendo el amor que la quemaba por dentro.

118

CIÉNAGA

La Muchis, Fabián, Oscar, Gunter, Rossana y yo, nos sentamos

donde hacen parada los buses en Ciénaga, el calor era insoportable y el humo de los vehículos me asfixiaba, estacamos

allí sin saber a dónde ir.

- Esto es turismo de aventura muchachos. Comentó Gunter

muy animado.

Todos nos mirábamos las caras sin querer opinar, era muy

diferente nuestra situación a la de Aracataca, en donde teníamos adonde llegar, en cambio en ese pueblo, no hubo recibimiento de

ningún tipo. El dinero que me quedaba debía distribuirlo de forma tal, que me alcanzara para el largo retorno a Venezuela; y los demás silvestristas, apenas si tenían para el pasaje.

- ¿Y si canto en una plaza por monedas? Preguntó Fabián.

- Nos alcanzará para tomar café, mejor piensa un poco hermano. Dijo Oscar frotando su frente como si en

cualquier momento la solución saldría volando de su mente.

Rossana y La Muchis por el contrario estaban muy animadas, y se reían de todo, trataban de mantener la calma y verle el lado

bueno a lo que, podemos llamar que fue, una locura silvestrista.

- Muchachos aún tenemos comida, mamá nos envolvió

algunas empanadas, jugo y tenemos carne oreada y arepa.

- Rossana Dios quiera que Gunter se aleje de esa mochila, sino estamos perdidos. Dijo Oscar. Tengo una idea pero no sé si funcione.

- ¿Qué se te ocurre? Pregunté.

119

- Ana, podemos ir a Internet y publicar que estamos varados en Ciénaga sin tener donde quedarnos, y hacemos una

especie de S.O.S Silvestrista.

- Mathias dijo que para entender el Silvestrismo tenías que

venir a Cienaga, aquí el movimiento debe ser solidario. Afirmó La Muchis.

- Ya no sé a que se refería Mathias con tener que venir a Ciénaga. Confesé derrotada.

Gunter que era el más hábil con las redes sociales, en compañía de Rossana, se ofrecieron para hacer el llamado de auxilio. Los

demás permanecimos en el mismo lugar, delegados de la acera y el equipaje, el vapor que emanaba de la tierra comenzaba a

alterarme los nervios.

Cienaga, un lugar caluroso distante, en donde jamás pensé llegar

a poner un pie, me resultó difícil creer que allí pudiera encontrar respuestas y menos a Mathias. Lamentaba dejar atrás a Macondo.

Antes de abandonarlo, pedí a los muchachos pasar por el monumento en el cual había hablado con Rafael. Era un enorme libro blanco con grandiosas mariposas amarillas, y una escultura

esplendorosa de Remedios La Bella, toqué un pie de la efigie y a mi memoria como olas en el mar, llegaron precisos los recuerdos

de un libro marrón de hojas amarillas, que cuando mis ojos contaban con 14 años, sin comer y sin dormir, leí incansable, durante tres días. Sonreí al verme asombrada del mundo creado

por el gran Gabo. Me despedí de Macondo, de mis recuerdos al leer Cien Años de Soledad. De pronto escuché un fuerte silbato

penetrante, el tren se acercaba, y su traqueteo me emocionó, corrí hacía los carriles del tren y lo vi pasar, el largo tren pasó y yo con una mano al aire le dije adiós. De camino a la parada de

los buses a Ciénaga, pasamos por una calle forrada de almendros y Rossana me dijo que era la casa de Gabo cuando era niño. Era

aún temprano y no logré entrar, pero desde la calle pude oler las begonias, ver la casa blanca de los Buendía, fue una de las mayores experiencias de mi vida, un lugar al cual deseo volver

antes de morir.

120

Ya a bordo de nuestro autobús a la salida de Aracataca, miré hacia atrás, un hombre joven de bigote y cabello negro, rodeado

de mariposas amarillas, levantó levemente su mano y me dijo adiós, juraría que era Gabo.

Durante el viaje a Ciénaga, Rossana y La muchis, me regalaron unas fotografías hermosas; una en especial llamó mi atención,

era un pescador lanzando una enorme red al agua, la imagen era en blanco y negro, y mostraba un instante del hombre y su forma de vivir, que como pescador, quedaba inmortalizado en el arte de

Leo Matiz. Ver las fotografías, me llevó a ver la esencia del hombre de la costa Colombiana, trabajador y entregado a la tierra

y al mar, jamás he vuelto a contemplar una fotografía igual a las del artista de Aracataca. Entendí entonces que en Macondo, nacen inmortales.

- ¿Ana crees que Danielita esté bien? Preguntó La Muchis.

- No lo sé, espero que sí, José Jorge sabe cuidar a las personas nerviosas, el susto de Danielita, no fue normal.

- ¿Cómo se habrá perdido de esa forma? No le encuentro explicación.

- Ni la conseguirás Andrea, es Macondo, ¿Recuerdas? Allí

todo es posible. Dije brindándole mi mejor sonrisa.

A la hora de espera, Gunter y Rossana llegaron corriendo, en sus

caras se notaba que el S.O.S, había sido un éxito rotundo.

- ¿Qué ha pasado? Suéltenlo de una vez. Insistió Oscar.

- El llamado… espérate no puedo respirar. Dijo Gunter,

quien jadeaba con las manos en la rodilla.

- ¡HA FUNCIONADO! ¡HA FUNCIONADO! Gritó Rossana.

Yuli, una Silvestrista de Cienaga se había ofrecido en recogernos y conseguirnos hospedaje. Todos nos abrazábamos, emocionados

de contar con Silvestristas solidarios.

121

Quince minutos más tarde frenaba en seco una camioneta roja destartalada, de la cual bajaba una chica delgada y morenita. La

abrazamos en montonera y ella emocionada por lo que ocurría, movía rápidamente las manos cerca de sus ojos para contener las lágrimas de la emoción.

- Gracias al cielo que han venido, no tenía ni idea cómo

podría ver a Silvestre, mis amigos están en Cartagena, y sola, me es muy difícil.

- ¿QUÉ? preguntamos al unísono.

- Silvestre está en Ciénaga muchachos.

- ¿Cómo es posible Yuli? No hay anuncios, ni publicidad de

que haya un concierto hoy. Refutó Gunter.

- Eso es porque es una fiesta privada, de gente de buen

dinero, solo entran los invitados.

Todos nos miramos emocionados de saber a Silvestre, a nuestro

ídolo en el mismo lugar y el mismo día. Oscar se frotaba nuevamente la frente, Rossana reía nerviosa, La Muchis no hacía

más que brincar; Fabián caminaba de un lado para el otro, y a mí me sudaban las manos. El único en mantener la calma fue Gunter.

- Vamos a colarnos en esa fiesta. Afirmó el Guajiro, cuando

sus ojos se clavaron en mí.

- ¡Ahora si que vamos presos! Exclamó Oscar.

- Espera déjalo que hable. Dije sosteniendo su mirada.

- ¿Yuli cómo pensabas entrar a esa fiesta? Peguntó Gunter.

- Vestida elegantemente, disimulando no ser silvestrista, pero los nervios me cargan loca, por eso cuando vi su “S.O.S SILVESTRISTA”, no dudé en venir por ustedes.

122

- Muchachas ¿Tienen tacones y vestidos? Preguntó Gunter con la mirada más maliciosa que jamás le haya visto a un

ser humano.

123

LA FIESTA

La Silvestrista cienaguera, conducía a toda velocidad por las

calles del pueblo, todos hablábamos a la vez, discutiendo el plan, todos a favor y todos en contra, meterse así en una fiesta

privada, era algo extremo, podíamos incluso terminar detenidos por abusadores.

- Ana es abogado, ella nos defenderá. Afirmó La Muchis.

- Soy abogado en Venezuela Andrea, deja los inventos, aquí

solo soy Ana. ¿A dónde vamos primero Yuli?

- A casa de una gran amiga, ella alquila vestidos y trajes a buen precio.

- No tenemos dinero Yuli, detente. Dijo Rossana al borde de una crisis.

- Sigue Yuli, yo tengo algo de dinero. Ordené sin aceptar más discusiones, necesitábamos la ropa para poder entrar.

Ya en Valledupar vería cómo conseguir dinero para irme a Venezuela. Estábamos ante una emergencia silvestrista. Tomé entre mis manos el amuleto rojo de Daniela, insistí

en mi deseo.

- ¡Patos a tierra! Dije cuando Yuli estacionó la camioneta. Todos rieron con la orden de desembarque. El calor me agobiaba pero la emoción era mayor a cualquier cosa.

Entramos animados a una gran casa blanca, en la sala de recibo

había espejos por todas partes, y algunos sillones antiguos. Esperamos a que la amiga de Yuli pudiera atendernos. Para mi sorpresa, observé en el espejo a una Ana, bronceada, de buen

aspecto, ya comía de todo cuanto me era posible. Me veía sana y el peso que había aumentado estaba bien distribuido, estaba

mucho más bonita que cuando vomitaba para mantenerme

124

delgada. Levanté las mangas de mi camisa y los pequeños rasguños casi ni se notaban.

En la vida a nadie le falta Dios, y tan es así, que por gracia divina la hija de la dueña de los trajes de alquiler era silvestrista, nos

atendieron con especial cariño, así que entramos en diferentes habitaciones de la casa, había por doquier hermosos y brillantes

atavíos, los chicos buscaron sus trajes y nosotras arremetimos contra los estantes con vestidos. Después de probarme varios, de diferentes colores que me pasaba una y otra vez Stefany

nuestra nueva amiga silvestrista. sentí escalofrío cuando me coloqué un hermoso vestido rojo, de piedritas sintéticas, era

descubierto sin mangas, de corte largo hasta los tobillos y una enorme abertura en la pierna derecha, me quedaba a la medida y me hacía sentir realmente sexy, mi cabello negro al recogerlo

entre mis manos, se veía objetivamente extraordinario, con el corte descotado de la espalda. Cuando salí a mostrar el vestido,

me emocionó ver a Gunter y Oscar, boquiabiertos.

- ¿Ana quieres ser mi novia? Preguntó Oscar a forma de

broma.

- No, ya tengo novio. Contesté ruborizada.

- Con ese vestido y tus encantos, sé que podemos entrar

Ana, estoy convencido. Dijo Gunter intentando colocarse una corbata, los muchachos estaban transformados con sus hermosos trajes negros.

Una a una fueron saliendo de las habitaciones las muchachas, Yuli

había elegido un vestido negro muy elegante, Rossana había optado por un Azul rey que resaltaba sus enormes ojos, La Muchis estaba radiante con un vestido blanco de diminutos

cristales. Stefany se había anotado a la aventura y elegido un vestido negro con detalles dorados, muy ajustado, que la hacía

ver mayor de edad.

- Espera Ana, necesitamos unos hermosos tacones para ese

vestido. Pruébate estos. Dijo Stefany entregándome una

125

hermosa caja aterciopelada. Son mis favoritos y la casa invita.

Dentro de la caja encontré los zapatos rojos más altos y hermosos que haya visto jamás. No puedo negar que al verlos,

me sentí Cenicienta. “Espero no perder un zapato al finalizar la noche” Pensé. Sonreí a Stefany agradecida de toda su ayuda.

Ya con todo a mano, apenas si tuvimos que pagar algo por los vestidos, nuevamente Yuli atravesó la ciudad corriendo a todo lo

que podía la camioneta, eran ya las dos de la tarde, y el tiempo apremiaba, los chicos se quedaron en la casa de Yuli para almorzar, pero nosotras cruzamos la calle, rumbo a la peluquería.

La emoción de intentar ver a Silvestre esa misma noche, había disipado mis preocupaciones e incluso la pesadilla de Mathias con

otra mujer, nada en ese momento me importaba más que ingresar a esa fiesta, bajo cualquier costo. Estaba apunto de convertirme en una Silvestrista extrema.

Puedo decir que vestidas, maquilladas, peinadas y en tacones, las

mujeres podemos ser igual de hermosas que al natural, lo que cambia es la personalidad, de chicas tímidas podemos ser seductoras, todo en su conjunto es como un disfraz, muestras

alguien que no eres o revelas quien eres en realidad.

- ¿Yuli, no podemos cambiar la calabaza? Preguntó La Muchis.

- Claro podemos tomar dos taxis, la fiesta es cerca de aquí. Creo que llegar en la camioneta con el rugido del motor y

con esta pinta, de una, no nos dejaran entrar. Contestó Yuli polvoreando su nariz.

- ¡Bien Silvestristas! Estamos listas. Dije. Me sentía como si fuera otra Ana, la princesa de los cuentos de hadas que

tanto me gustaban de niña.

126

- Que hermosa te vez Ana. Dijo La Muchis colocando una diminuta pulsera en mi muñeca derecha. Este es el punto

de luz que te hace falta, es de mi madre, te la prestaré.

Abracé a mi amiga, delicadamente para no arrugarle el vestido, y

salimos al encuentro de los galanes silvestristas de esa noche. Fabián fue el primero en acercarse y ofreció su brazo a La Muchis,

ambos sonreían enamorados. Gunter totalmente transformado tendió su brazo a Yuli, y Oscar nos tendió ambos brazos a Rossana y a mí. Al bajarnos de cada taxi, nos encontramos con

Stefany, quien estaba despampanante a la entrada de la gran casa donde se realizaría la fiesta.

- ¿Ahora qué hacemos? Preguntó asustada Rossana.

- Sonrían moderadamente, hay cuatro vigilantes a la entrada, esto no será fácil. Síganme. Dije segura de mi misma.

Recordé mi rostro en las veladas elegantes a las que Rafael me

obligaba a acompañarlo, lo normal era dar las buenas noches, sonreír un poco, y no detenerse. Fue exactamente lo que hice tomada de la mano de Oscar.

- Espere señorita. Dijo uno de los guardias. “Dios se han

dado cuenta, estamos perdidos.” Pensé aterrada.

- Dígame. Respondí amablemente y exhibiendo una sonrisa

cordial. “Nos pillaron.”

- Permítame abrirle la puerta, es Usted realmente bella. Dijo

el hombre coqueteando un poco. Le correspondí con una sonrisa tímida. Y todos logramos ingresar a la fiesta. Sin

invitación y sin problema alguno.

Ninguno de nosotros dejaba de sonreír, habíamos planeado

saludar a la gente como si la conociéramos, y actuar lo más normal posible, un camarero nos ofreció una mesa enorme

cercana a la tarima del sonido, en lo que era un salón enorme de fiestas.

127

- Ante todo debemos mantener la calma, si se llegan a dar cuenta que somos silvestristas infiltrados, nos ponen de

patitas en la calle, así que colaboren muchachas, contrólense cuando salga Silvestre al escenario. Exigió Gunter.

Crucé la pierna al sentarme y la abertura dejó al descubierto

mis piernas, recordé mis heridas, y al observarlas, comprobé que ya no estaban, era algo que me resultó extraño, ya que hacía dos días que se notaban intensamente en mi piel. Alejé

esos pensamientos y me concentré en que esa noche vería a Silvestre. Comimos algo, tomamos poco, fingíamos estar

aburridos como las demás personas. Soportamos largos discursos sobre la ética profesional, y el cierre de lo que me pareció una convención de odontólogos a nivel internacional,

aplaudimos efusivamente cuando terminó la parte protocolar del evento. De pronto todo fue luces y sonido, los músicos

salieron a escena, la tarima era apenas de unos palmos, por lo que debíamos controlarnos, los unos a los otros, para no salir corriendo a abrazar al ídolo. Mi corazón latía a rabiar, sentí

ganas de quitarme los tacones y ponerme a bailar, pero eso hubiera echado todo a perder.

Observé a las muchachas y la que más me preocupaba era Rossana, estaba algo alterada y Oscar la tenía sujetada por un

brazo.

Silvestre salió a la escena y todos aplaudieron colocándose de

pie, los imitamos, la gran mayoría sostenía en alto sus teléfonos para grabar o tomar fotos, pero nadie estaba fuera

de control como en un verdadero concierto. Nuestro ídolo interpretó varias canciones seguidas y cuando se detuvo a

saludar y encendieron un poco las luces, su mirada se cruzó con la mía, frunció el seño como recordando mi rostro y me sonrió. “Me ha reconocido”. Pensé.

Controlar la emoción, tratar de no gritar y solo aplaudir fue un esfuerzo sobre humano, sentí ganas de lanzarme, de abrazarlo

y hasta de robarle un beso. Mientras él cantaba, en mi mesa

128

todo se había vuelto un lío, ya Oscar y Gunter no podían controlar a Yuli, Stefany y menos a Rossana. Cuando sonó “La

Gringa”, las chicas fueron incontenibles y se arrojaron a la tarima, abrazaron y besaron a Silvestre, e inmediatamente, intervino la seguridad del evento.

Y en pleno concierto, debimos acompañar afuera a los

guardias, nos habían descubierto.

- Credenciales señoritas. Exigió un hombre sumamente alto.

- Se nos han quedado. Respondió Gunter.

Rossana, Stefany y Yuli, no salían de su estado de felicidad, por haber abrazado y besado a Silvestre, no comprendían en qué

problema nos habíamos metido. Pensé que decir la verdad era lo mejor. Un médico organizador del evento nos llamó “Coleados” y estaba furioso. La tristeza se apoderó de mi alma, a Cenicienta se

le había acabado la magia, esa noche.

- Señor déjeme explicarle, no se moleste. Dije tratando de

calmar los ánimos. En esas el hombre más alto de todos los de seguridad, me tomó por un brazo con una fuerza, que

pensé que me lo partiría.

- ¡SUELTALA! ¡SUELTALA! Gritaron los muchachos.

- Me hace daño señor, suélteme. Exigí.

- Te soltaré en la comisaría. Rugió el hombre.

Estábamos metidos en un problema, Stefany llamaba por teléfono a alguien, Yuli comenzó a llorar, Gunter estaba hecho una furia; Oscar y Fabián lo sujetaban. La Muchis y Rossana se veían

aterradas.

- ¡Suéltala! Ordenó alguien.

Todos volteamos al reconocer esa voz.

129

- Por favor suéltala, ella viene conmigo. ¿Ana estas bien? Preguntó Silvestre, con su enorme sonrisa.

Mi corazón se detuvo, y creí que en ese instante moriría. Nos miramos fijamente, ya no era el ídolo, sino el amigo, quien me

observaba, quien me rescataba.

- Estoy bien. Contesté. Solo queríamos verte. Lo siento

mucho.

El silencio reinó, los muchachos no podían creer lo que estaban viendo, Silvestre salvándonos a todos de pasar la noche en la cárcel, y tratándonos como sus invitados.

- Doctor, disculpe estos jóvenes son mis invitados. Dijo

Silvestre. He debido avisarles, pero no sabía que mis amigas se emocionarían tanto como para subirse a la tarima.

- Si es así, no hay problemas, sus invitados también son nuestros invitados, que pena con Usted. Dijo el médico

alejándose con sus guardias.

- ¡Gracias! Fue todo lo que pude decir.

- Vamos, adentro hay un concierto que terminar muchachos.

Silvestre me ofreció su brazo y me aferré a él.

- ¿Crees que puedes al terminar el concierto, permitirle a los muchachos tomarse una foto contigo? Pregunté apenada y diciéndolo casi como una súplica.

- ¡Ana que hermosa estas! Me dijo al oído. Muchachos al terminar la presentación, quédense tranquilos, que yo los

mando a llamar para que nos tomemos fotos.

Las muchachas estaban felices, los muchachos emocionados, nos abrazábamos los unos a los otros.

- Esto es mejor que un kit mi gente. Dijo bailando Gunter.

130

- ¿A qué se refiere le pregunté a Oscar?

- Ana, hay algunos conciertos, donde compras con la entrada

la oportunidad de tomarte una foto con Silvestre, él en la medida de sus posibilidades permite que los fans se le

acerquen, pero como somos tantos, no es posible que todos se saquen una foto.

La presentación siguió su curso, bailamos tratando de controlarnos y lo que los tacones nos permitían, yo no dejaba de

mirar a Silvestre, y de sonreír, la felicidad que él me daba era inenarrable. Pensé en mi deseo y el amuleto de Danielita y me estremecí de solo pensar que los sueños y los deseos pudieran

realizarse.

Al terminar el concierto, pasamos a una habitación guiados por un joven amable que portaba una camisa roja, posiblemente algún asistente de Silvestre. Me rezagué dejando a las chicas el camino

libre para apoderarse de mi ídolo; lo abrazaron, lo besaron, se tomaron su tan anhelada foto, fue muy amable con ellas, y muy

receptivo con los muchachos, la forma en que trató a mis hermanos silvestristas me enterneció el alma.

- ¿Ana y tú no deseas una foto? Preguntó Silvestre manteniendo su mágica sonrisa.

Me quedé muda, verlo tan cerca, que me llamara por mi nombre, que tratara a mis hermanos de una forma tan especial. No tenía

ni las palabras, ni el valor suficiente, para decirle lo que quería de él.

- No, yo no quiero una foto. Fue mi respuesta. Todos los silvestristas se quedaron viéndome como si estuviera loca

de remate. Prefiero recordarte en mi memoria, en ella serás eterno. Y sonreí completamente enamorada de él.

Silvestre me miró, quedándose sin palabras, tomó mi mano derecha y me dio un tierno beso, como el príncipe que era, en mi

vida.

131

“Silvestre me miró, quedándose sin palabras, tomó mi mano derecha y me dio

un tierno beso, como el príncipe que era, en mi vida”.

132

KIKE

La casa de Yuli, fue durante horas un lugar de risas, gritos,

euforia, los silvestristas estaban insoportables, repetían paso a paso lo ocurrido, me interrogaron una y otra vez, para entender

cómo Silvestre sabía mi nombre, así que en resumen les conté sobre la noche en que perdí mi zapato rojo y caminé por la carretera prendida en fiebre.

Cuando el agotamiento me venció, fui a la habitación que compartiría con Rossana y La Muchis, aún vestida con el increíble

vestido rojo, me dejé caer en la cama mullida, y al mirar al techo dos lágrimas brotaron de mis ojos. “Cómo puedo vivir con todo

esto en el alma” Pensé.

Recordaba una y otra vez a Silvestre tomando mi mano,

besándola como si fuera una princesa. Me ahogaba en lo que sentía, me quemaban las tristezas, los miedos, la soledad.

Aunque estaba por fin en Ciénaga y acababa de ver a mi ídolo, recordé mi promesa a la Virgen y traté de que el pecho no se desprendiera al llorar. Mezclaba de forma muy confusa mis

sentimientos, quería encontrar a Mathias, aunque sabía que había renunciado a él. La promesa que me devolvió a Daniela fue, que

si El Duende la soltaba, yo renunciaría a Mathias.

Me refugie en mis recuerdos de Silvestre, en la sonrisa de mis

hermanos silvestristas, pensé en Katherine y Daniela, llorando por no haber podido estar con nosotras. “Tan pronto se enteren

que hemos visto a Silvestre, van a sufrir mucho”. Y comencé a pensar la forma de alegrarlas o compensarlas y sus rostros me alejaron de mis dolores.

Dejé caer los tacones, me quité el vestido y duré dos horas bajo

la regadera. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar.” Me dije a mi misma.

133

A la mañana siguiente, Yuli y Stefany me despertaron, mientras los demás seguían amodorrados en sus camas. Ya se estaba

haciendo una costumbre que me asustaran al despertarme.

- ¿Qué pasa ahora? Pregunté aún dormida.

- ¡Vamos Ana! Viniste a conocer el Silvestrismo, es hora de que conozcas a Kike. Dijo Yuli quitándome la cobija.

- Vamos alístate, tu desayuno está en la mesa. Me animó

Stefany.

- Una vez con mis pantalones, una de mis camisetas blancas

favoritas, mis zapatos rojos deportivos y la mochila arhuaca cruzada. Tomé un desayuno ligero y abordé en compañía de mis

nuevas hermanas silvestristas, la destartalada camioneta.

- ¿A dónde vamos? Quise saber.

- Al pantano. Dijo Yuli arrancando el estrepitoso sonido del motor.

- ¿A qué hora se acostaron todos? Pregunté corroborando que llevaba dinero, una botellita de agua, mi gorra roja para el sol y

mis documentos de viaje en la mochila.

- Ana, acaban de irse a dormir. Stefany y yo nos acostamos a eso

de las dos de la mañana y al despertarnos esta mañana, los chicos seguían celebrando.

- Que lastima, se perdieron el paseo. Comenté distraída. Observando las calles del pueblo, tenía estructuras coloniales y

antiguas que atrajeron mi total atención, estaba en un lugar muy lejos de mi hogar, que daba el aspecto de estar además en otra época, muy diferente a la mía. Pasamos por una hermosa plaza,

que tenía construida en el centro una hermosa estructura blanca, que me recordó a los antiguos griegos y romanos. El templete.

- ¿Quién es Kike?

- Un soñador. Contestó Yuli.

134

- ¿Silvestrista?

- Por supuesto.

- No lo dejaron acompañarnos anoche porque era menor de edad

y no tenía permiso. Concluí en una frase lógica.

- Peor que eso Ana, es gente muy sencilla de escasos recursos y

es… es un niño.

No sé hasta dónde estaba preparada para conocer los sueños de un chiquillo, cuando los adolescentes y adultos, somos un caos al respecto.

Siempre he creído que en la niñez algo nos marcó para siempre. Podemos recordar cómo si fuera ayer, cuando los abuelos nos

consintieron, o cuando fuimos reprendidos de forma injusta, cuando amamos a nuestros juguetes, creyendo que eran seres

de carne y hueso. No quería ni imaginar un niño queriendo conocer a Silvestre y con una familia que económicamente no lo pudiera apoyarlo.

Al apagar el motor, mis ojos se maravillaron con unas casitas a

orilla de lo que conocí como La Ciénaga, que aunque era un mar de aguas estancadas por decirlo de alguna forma, me resultó hermoso, sus aguas eran azules verdosas o azules grisáceas no

estaba clara en el color, pero en definitiva era como contemplar un mar en calma.

Nos recibió una encantadora muchacha de mirada penetrante, sus ojos eran tan claros que me parecían color caramelo, de lindas y

gruesas pestañas, estaba ataviada con lo que quedaba de un delantal. De la mano llevaba a una niña pequeña y menuda.

Stefany y Yuli, me habían comentado que era madre soltera.

- ¡Hola Niurka! Dijo Yuli abrazándola.

- Hola mi niña, que bueno que has venido a visitarnos, Kike

se muere por tener noticias de Silvestre.

135

- Ella es Ana, viene de Venezuela y lleva un largo viaje conociendo Silvestristas, pensé en Kike y aquí estamos.

Me pareció una mujer joven, algo cansada y dedicada a sus hijos, no debe ser fácil llevar las riendas de un hogar y menos en un

lugar tan remoto como ese en el Departamento del Magdalena. Las brisas del lugar me animaron a ver más allá de la sencillez del

estilo de vida de estos silvestristas y me animé a llevarles la felicidad que nos transmite el ser silvestristas de corazón grande, así como lleva por nombre la hermosa fundación que tiene

Silvestre, para llevar a los niños más necesitados una sonrisa y una mano amiga.

- ¡Hola! Dije dándole un ligero beso en la mejilla y cargando en mis brazos a María, una hermosa y frágil niña de cabello castaño.

¿Dónde está Kike? Pregunté.

- Debe estar con su pedacito de acordeón jugando a las

orillas del mar, allí enfrente. Dijo señalando con un dedo. Cruzando la carretera.

- ¡Anda Ana! Aquí te esperamos. Querías conocer el Silvestrismo… pues te está esperando. Me animó Yuli.

Al cruzar la calle de asfalto, caminé entre lo que me pareció

arena, o una especie de tierra blanquecina. Al llegar a donde me habían señalado Niurka y las chicas, vi sentado en la arena a un niño de aproximadamente seis años, me acerqué a él y me senté

a su lado. Tenía en las manos algo menos que un acordeón, era muy antiguo y en muy mal estado.

- Hola ¿Tú tocas el acordeón? Pregunté.

- A veces suena, a veces no. Contestó y sus ojos claritos como caramelo me miraron fijamente. ¿Cómo te llamas?

- ¡Soy Ana! Dije quitándome los zapatos para sentir la arena.

- Yo soy Enrique, y soy silvestrista.

136

- ¿Te gusta la música de Silvestre?

- La amo, me sé todas sus canciones, y mi favorita es “Esa

Mujer”. Ana ¿Tú puedes decirle a Juancho que me enseñe a tocar el acordeón? O a Rolando Ochoa, ahora que es el

acordeonero de Silvestre, tal vez quiera enseñarme.

No voy a negar, que estuve a punto de echarme a llorar encima

del niño, su ingenuidad y sus sueños, me partieron el corazón, él hablaba de Silvestre de una forma tan natural, como si se tratara

de un gran amigo.

- Todo es posible mi querido Kike.

- Sí, lo se, pero mamá no ha podido comprarme un acordeón

de verdad, de esos que suenan siempre. Es difícil aprender a tocar si el acordeón no suena todo el tiempo.

- Si llegas a conocer a Silvestre ¿Qué harás Kike?

- Si llego a conocerlo, me muero.

Conocer a Enrique, fue realmente hermoso en mi vida, aunque

solo eran tres personas viviendo en esa pequeña casita, el amor que nos brindaron durante ese día, fue suficiente para comprender que el sacrificio que yo estaba haciendo viajando por

Colombia, era diminuto, al lado del verdadero silvestrismo. Yuli y Stefany, habían llevado merienda a los niños, yo acepté un poco

de café, y conversamos durante horas. “Kike necesita un acordeón de verdad” pensaba una y otra vez, mientras la brisa fresca llenaba mi corazón de paz.

137

KATHERIN PORTO

Continuar el diario no es posible hasta tanto no te haya contado

detenidamente lo que encontré en Ciénaga, no solamente conocí a un niño tan especial como Kike y sus sueños de tocar el

acordeón para Silvestre. En esta tierra lejana y antigua, gracias al apoyo de Yuli y Stefany, conocí ese mismo día a alguien que cambió mi vida para siempre.

Recuerdo haber estado ausente de las conversaciones de las chicas mientras nos alejábamos de la casita de Kike, tenía por

costumbre aislarme en mi mente y permitir que los pensamientos me llevaran hasta adonde ellos quisieran. Me sentía segura

alejada de la realidad, todo era una sucesión de imágenes, Teresa tocando mi rostro, Silvestre mirándome con sus hermosos ojos amarillos, la niña Guajira de vestido rojo en el desierto,

Nabusimake y la eterna Sierra Nevada, La Sirena Dorada y mis pies sumergidos en las aguas cristalinas del Guatapurí, las calles

de Macondo y Gabo diciéndome adiós, incluso el rostro de El Duende permanecía intacto en mis recuerdos; Silvestre tomando

mi mano como si yo fuera una princesa y ahora un niño de mirada infinita contemplando el mar. A mis oídos llegaban las notas de la canción de La Muchis, mientras como niñas subíamos

los pies a la cama, cerrando nuestros ojos, viviendo ser fan de un sentimiento como el silvestrismo.

El rugido del motor de la camioneta se apagó, y su silencio me devolvió a la realidad.

- ¡Llegamos Ana! Aquí conocerás a La Pechy. Dijo Stefany. No puedes irte sin conocerla.

- Así es, todo lo que significa el silvestrismo, lo encontrarás

aquí. Dijo Yuli.

Las observé extrañada, pensaba que Kike y su inocencia lo

resumía todo, ni idea tenía de todo lo que pasaría, mi viaje

138

llegaba a su fin. Un final que aún hoy agradezco haber vivido, de lo contrario jamás hubiera entendido, por qué mi alma buscaba

tan desesperadamente el refugio del Silvestrismo.

Entramos en una casa amplia, de color pastel muy bonito, nos

esperaba una señora que fue muy amable, nos ordenó pasar y esperar un poco, ya que Katherin estaba arreglándose.

- ¿Katherin? Pregunté.

- Sí, de cariño la llamamos La Pechy, así se refiere a ella Silvestre.

- ¿Silvestre la conoce?

- Sí Ana, él es muy especial con ella, pero espera que ella

misma te cuente todo.

Tenía la mirada clavada al suelo, lo de kike me había dejado el corazón diminuto, y con la gran necesidad, de hacer algo por él. Cuando pensé que la imaginación me jugaba una mala pasada,

ante mí vi una silla de ruedas, creí que vería a Teresa en ese mismo instante, pero una joven de largos cabellos negros y ojos

negros me brindaba una hermosa sonrisa.

- ¡Hola Pechy! La saludaron al unísono mis amigas.

- Ella es Ana, viene desde Venezuela y es una gran hermana

Silvestrista.

Nos miramos por un instante que me pareció eterno, era una

mujer de mirada brillante y sonrisa franca. Me agaché junto a su silla, como lo hiciera tantas veces con Teresa, solo pude brindarle mi mejor sonrisa. Katherin estaba vestida completamente de rojo

y tenía una cinta roja muy bonita que adornaba su cabello.

- Ana, que bueno que hayas venido. Dijo Katherin pausadamente. Hablaba con una tranquilidad tan distinta a lo alborotado de mis amigas. ¿Quieres ver mi habitación?

139

- Sí Katherin, me encantará verla.

Yuli empujó la silla de ruedas y fue comentando frenéticamente la

noche que habíamos pasado, en cómo casi vamos presos y cómo Silvestre nos ayudó a salir del atolladero. Entramos en la

habitación, sus paredes eran rojas y tenía afiches por todas partes, pude ver que las imágenes eran diferentes a las que

tenían las paredes del cuartel del Bosconia, era impresionante cómo en cada foto estaba Silvestre al lado de Katherin, entendí que en realidad él formaba parte de su vida y de una manera

muy especial.

- Ana él es mi Ángel. Dijo La Pechy. Antes de ser Silvestrista,

vivía muy enferma, con asma continua y me la pasaba en una clínica. Desde que Silvestre entró a mi vida, ya no me

enfermo, le dedico las 24 horas al silvestrismo y las redes sociales, y siempre, que se puede, Silvestre me escribe o me recibe en Valledupar, incluso una vez mis amigos me

lograron subir a la tarima con él y Juancho. Tengo recuerdos muy felices a su lado, lo amo como si fuera mi

padre.

Dos lagrimitas brotaron de sus hermosos ojos. Nos abrazamos a

Katherin, Yuli lloraba, Stefany lloraba, y yo no pude más; y las lágrimas salieron de mis ojos incontrolables, no me era fácil

entender que aunque no pudiera caminar, eso no era obstáculo para ser feliz, una felicidad que yo apenas podía conocer, porque lo que sentía Katherin Porto por Silvestre no tenía ni tiene

explicación, ni comparación alguna.

Nos sentamos en su cama mientras la mamá de Katherin nos ofreció jugo de mora, Stefany insistía en los pormenores de “Los coleados” en la fiesta, mientras yo observaba una a una las fotos

del Ídolo con Katherin. En la mesita de noche me llamó la atención, un porta retrato, en la fotografía un hombre rubio

abrazaba a Katherin, mis manos temblaron incontrolables, sentí como algo se rasgaba dentro de mi alma.

El muchacho de sonrisa hermosa al lado de Katherin, era Mathias.

140

CIENAGA GRANDE

Regresé el porta retrato a su lugar, no me atrevía a preguntar

por Mathias, tenía miedo de saber de él, yo había renunciado a su amor. Salimos de aquella casa, en lo que me pareció un

eternidad, entendía que la vida de Mathias era Katherin, y que yo debía alejarme de inmediato de aquel lugar.

- Te sientes bien Ana, te ves pálida ¿Pasa algo? Preguntó Yuli.

- Solo estoy cansada. Contesté.

- ¿Quieres que vayamos a casa? Los muchachos llamaron al teléfono de Yuli y te están esperando para la continuación de la parranda, según informó Rossana.

- No por favor Stefany, deseo ir a un lugar silencioso y tranquilo.

- Conozco un lugar perfecto, y estamos a tiempo.

Yuli detuvo la camioneta cerca de un playón, nos quitamos los zapatos y caminamos un poco. “Necesito estar sola, necesito

pensar”. El pueblo de la Ciénaga tiene un privilegio y es que colinda con El Mar Caribe no solo por la carretera hacía

Barranquilla, sino que hay un malecón cercano a la plaza del pueblo. El sonido de las olas me tranquilizó los nervios, la inmensidad de sus aguas grises, era precisamente lo que

necesitaba.

- ¿Ana, cuánto tiempo piensan quedarse?

- Los muchachos tienen planeado regresarse a sus casas

mañana, yo deseaba conocer un poco más pero, creo que regreso a Venezuela de inmediato.

141

- Que lastima, me hubiera gustado mucho que conocieras a alguien más. Dijo Yuli agachando la mirada.

No negaré que tenía el corazón roto, para mí la foto del retrato en la habitación de Katherin, me daba las respuestas necesarias para

renunciar realmente a la ilusión que tenía en mi corazón, pero estaba allí por “El Silvestrismo”, no por mi amor inconcluso.

“Necesito estar sola”.

- ¿A quién te refieres?

- A una ancianita que vive en la propia Ciénaga Grande.

- Sí, ella es muy sabia, deberías conocerla Ana. Me animó Stefany.

- Para ir tendríamos que salir mañana muy temprano, sería genial que conocieras las comunidades en palafitos. Insistió

Yuli.

- ¿Palafitos? ¿Casas en el agua de la Cienaga? Pregunté.

- Sí, así es. Yuli me miraba con ese brillo especial que solo

había conocido en los ojos de mis nuevos amigos. Si hubiéramos continuado por la carretera que va hacia Barranquilla, las habrías visto.

Nos quedamos calladas durante un buen rato, cada una

entregada a sus pensamientos. Ya el atardecer teñía de rojo las nubes, y el vaivén de las olas del mar susurraban palabras al viento. Escuché en el aire mi nombre, y renovada por la voz de

Dios en las olas, me levanté me quité la camisa y el pantalón y corrí hacía el mar, sus aguas calidas me recibieron, mientras Yuli

y Stefany aullaban al viento y también se despojaban de la ropa, para meterse al mar. “No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar.” Pensé. La decisión estaba tomada, me iría a la Ciénaga

Grande, seguiría adelante.

Al llegar a casa, abracé a Rossana y a La Muchis, nos sentamos en la mesa de la cocina, a cenar arepa y caldo de huevo y papa,

142

al cual estaba muy acostumbrada, las muchachas estaban dichosas aún de los besos en las mejillas de Silvestre. Oscar,

Fabián y Gunter se habían ido de parranda por el pueblo, ya que las muchachas no se animaron a acompañarlos.

- Mañana Gunter y Oscar se regresan a Bosconia ¿Quieres que regresemos con ellos Ana? Dijo Rossana y la tristeza

fue evidente en su mirada.

- ¿Solo ellos? Pregunté extrañada.

- ¡Sí! Solo Gunter y Oscar, porque Fabián y yo nos quedamos a vivir en La Cienaga. Dijo altiva Andrea.

- ¿Muchis y tú mamá? ¿Tú vida en Bosconia, el niño de

Fabián y su esposa qué? estaba sorprendida de la decisión de mi amiga.

- ¡Lo amo Ana! Dijo La Muchis, con lágrimas en los ojos. La abracé y guardamos silencio, aunque consideraba que era algo injusto con la familia que Fabián ya había formado, no

era quién, para juzgar los sentimientos, yo menos que nadie, me atrevía a contradecir un amor como el que

sentían el uno por el otro.

Rossana nos veía a punto soltar el llanto.

- Rossana. Dije. Si quieres puedes regresar con los

muchachos a Aracataca, yo continúo mi camino, Yuli va a llevarme a la Ciénaga Grande.

Los ojos enormes de la silvestrista dejaron correr las lágrimas que habían contenido, esto me hizo recapacitar el plan.

- Pero si así lo deseas, puedes venir conmigo y regresamos para el fin de semana con tu mamá y tu hermano Alexis,

solo avísales a donde vamos.

143

El abrazo de oso que me dio Rossana fue aplastante, por alguna razón se negaba a estar en Aracataca, y tampoco me sentí con

fuerzas de interrogar el por qué.

Yuli estaba eufórica con la noticia de que permaneceríamos varios

días en Ciénaga, así que les ofreció apoyo y recomendaciones a La Muchis y a Fabián, para que pronto consiguieran trabajo,

además permitió que se quedaran en su casa, por todo el tiempo que fuera necesario.

Cuando me fui a dormir, sentí un dolor intenso en el pecho, y sin hacer ruido, lloré en silencio por Mathias, me dolía la incertidumbre, me quemaba la renuncia.

144

LA ANCIANA DE OJOS GRISES

Esa mañana muy temprano despedimos a Oscar y Gunter,

quienes debían regresar a sus vidas en Bosconia, nos abrazamos y prometimos volver a vernos algún día. La Muchis y Fabián,

felices salieron por las calles del pueblo, en busca de trabajo con Stefany.

Rossana, Yuli y yo, nos embarcamos rumbo a La Ciénaga Grande.

Dos piraguas con motor, o lo que se conoce como canoas en

Venezuela, con dos muchachos jóvenes a bordo, nos llevaron por toda La Cienaga. Fue maravilloso sentir como el viento fresco de

la mañana llenaba mis pulmones de aire, renovando mis fuerzas, el sonido del viento me espantaba las tristezas como si se tratarán de simples retazos de tela envejecida que salían volando

de mí ser para caer delicadamente sobre las aguas estancadas de la ciénaga.

Yuli nos contó que una niña llamada Tomacita había sido devorada por un enorme Caimán en esas aguas hace muchos

años, y que por eso en la Ciudad había un monumento de ella y el animal; y que, por ese incidente las ferias del pueblo eran en

enero y se conocía como “El festival del Caimán”. Mientras nos adentrábamos en las aguas de La Ciénaga, nos comentó que la estructura que tanto me gustaba del pueblo se llamaba “El

templete”; y que la influencia europea siempre había reinado en sus calles, no era de extrañarme entonces que la plaza del

Bicentenario fuera tan distinta a plazas de otras ciudades.

- Esperen que La Nana les cuente sobre “La Masacre de las

Bananeras”, nadie como mi Nana para contarla. Dijo entusiasmada la Cienaguera. Me sorprendió ver la primera casita

desvencijada sobre el agua, sostenida por palos o troncos que salían del agua, a dichas construcciones les llaman Palafitos. Se me antojó abandonada y roída por el tiempo.

145

En el horizonte volaron enormes aves de plumaje blanco y negro. Creí por un instante estar en un paraíso lejano, donde el

modernismo y las grandes ciudades, parecen quiméricas.

- ¡ANA MIRA! Gritó Yuli. Ante nosotros aparecieron casas de

madera, de donde se asomaron muchos niños de piel tostada, con ropas rasgadas o sin ella. Saludaron

animadamente cuando pasamos de largo. Ver a seres tan pequeños en condiciones tan precarias y madres que parecían muy jóvenes, me hizo comprender que aquel

lugar remoto de Dios, era pobre y muy necesitado.

Por un instante sentí que el corazón se me salía por la boca,

había olvidado que Yuli era Cienaguera, y que estaba acostumbrada a andar en Piragua, cuando la vi en la punta de la

embarcación de píe, la muchacha mantuvo un equilibrio impresionante. El barquero disminuyó la velocidad, mi amiga llevaba puesta su gorra roja, y verla así saludando con alegría a

la gente en los palafitos me hizo sentir que el viaje silvestrista apenas comenzaba.

- ¡NANA LLEGUE! Gritó Yuli. ¡NANA! ¡NANA!

La piragua se detuvo a las puertas de una gran estructura de madera, y de ella salió a recibirnos una anciana delgada de

cabello blanco, muy largo. Llevaba puesta una bata con diminutas flores de colores estampadas. De un salto Yuli subió a la casa abrazando a la anciana, y ella le brindó una enorme sonrisa, al

subir resbalé, pero logré sostenerme a una baranda de madera; y me puse en pie. Sus increíbles ojos grises me miraron

registrándome hasta el alma, aunque era una mujer entrada en la tercera edad, se veía radiante.

- ¡Hola Ana! Te he estado esperando. Dijo la anciana.

146

LA MASACRE DE LAS

BANANERAS

Me asustó un poco que la anciana me llamara por mi nombre, y

al estrechar su mano, varias imágenes se agolparon en mi mente y fueron tan violentas que sentí un leve mareo.

- La Nana puede soñar cosas. Dijo Yuli. Por eso sabe que veníamos ¿Verdad Nana?

- Luego conversamos con calma, pasen para que tomen agua panela, está recién hecha.

Todos agarráramos un vaso de la bebida que en Venezuela se conoce como papelón, pero sin limón, incluso José y Josué, los

barqueros. Yuli les pagó el viaje y ofreció el doble del precio si regresaban al día siguiente a buscarnos.

Tomé mi papelón al clima, observando la pequeña casa, tenía una mesa, dos taburetes y una silla mecedora muy gastada, el

ambiente del lugar se me antojaba a salitre. En una esquina de la diminuta sala, había una hamaca, comprendí que era el

dormitorio de la anciana, el olor de la madera húmeda no me gustó en lo absoluto. Guarde silencio mientras Yuli y La Nana conversaban y mi amiga le entregaba las provisiones que había

traído en la segunda embarcación. Rossana y Yuli sacaron tres hamacas pequeñas, o como se les dice en donde vivo, eran unos

hermosos chinchorros de colores.

- ¿Quieres ver la cocina Ana? Dijo la anciana sacándome de

mi mutismo.

- Si, claro. Permítame la ayudo con las bolsas, en ellas había

enlatados, cereales y verduras.

- Llámame Nana, así me dicen todos. Dijo brindándome una hermosa sonrisa con los pocos dientes que le quedaban.

147

La cocina era un lugar lleno de cenizas, la anciana tenía un fogón improvisado, que interpreté como una cocina. En una mesa tenía

algunos platos, vasos, cubiertos y cacerolas. La casa de La Nana, era sencilla, con muchas carencias, pero la paz y felicidad en el rostro de la mujer, me mostraron serenidad. Era yo quien tenía

que entender que ella vivía allí a gusto.

Luego de acomodar la comida, y una vez ajustadas las hamacas, nos sentamos a conversar tranquilamente en la salita de la casa. La nana se acomodó en su silla mecedora, que crujió al ella

sentarse. Yuli tomó asiento a la entrada de la casa, dejando colgar sus pies ante La Cienaga, llevaba puesta su gorra y parecía

un joven pescador. Rossana tomó un taburete y yo el otro, escuchamos animadas a la Anciana.

- Anoche en mis sueños, vi a mi pequeña Yuli navegando por La Ciénaga, ese sueño lo tengo siempre que ella decide venir a verme, así que me levanto muy temprano a barrer,

hago agua panela y espero a que llegue. Lo curioso del sueño de anoche, es que venían dos mujeres más, y un

joven rubio de hermosos ojos amarillos.

Cuando la anciana dijo eso, sentí un dolor repentino en el

espinazo. Revisé instintivamente las heridas de los brazos que me había hecho en Nabusimake, pero casi ni se veían.

- El Joven estaba muy triste. Dijo la anciana. Se llama Kennel Mathison, conversé con él, me dijo que buscaba a

Julia, su esposa, que después de la huelga bananera, no la había encontrado. En el sueño, Kennel te tenía agarrada de

la mano; y pregunté como te llamabas y me respondiste “Ana”. Cuando llegaron en las piraguas, y solo las vi a Ustedes tres y a los barqueros, comprendí que el joven del

sueño era un muerto. Ana ¿Quién es ese muchacho que te acompaña?

Mis ojos estaban a punto de salirse de sus orbitas, y los de mis amigas también. El Duende me había seguido a La Cienaga.

148

- Es un Duende o espíritu errante como lo llaman en La Sierra Nevada, en Nabusimake, pude verlo e intentó

llevarme con él, cuando un amigo arhuaco me alcanzó, al día siguiente me sacó de la Sierra y me explicó qué era exactamente lo que había visto. Estando en Aracataca se

llevó una pequeña de 16 años, muy amiga mía, salí a su búsqueda, pidiéndole de rodillas a la virgen que me

regresara a la muchacha, que sí lo hacía, yo le prometía renunciar al hombre que amo. Así es muchachas. Dije mirando a Yuli y Rossana. A Daniela se la había llevado un

duende, no se extravió simplemente, por eso estaba tan afectada con lo sucedido.

Yuli y Rossana estaban asombradas y asustadas, permanecían calladas sin interrumpir, pero las dos estaban a punto de gritar.

- La noche en que me llevó por La Sierra, al pasar entre el monte y los árboles, me hice varios rasguños en los brazos

y en las piernas, sólo cuando él esta cerca vuelven a aparecer, de resto casi ni se ven, dije mostrando mis

brazos, por eso en el río Ustedes pudieron verme las marcas, porque el duende estaba con nosotros.

Rossana se mordía los dedos, Yuli miraba en todas direcciones intentando ver al Duende, pero La Nana se mecía

tranquilamente como si lo que le comentaba fuera tan normal como un incidente cualquiera.

- No pequeña, eso no es un duende, por lo que vi en mi sueño es un alma en pena.

- Pero Nana ¿Por qué trató de llevarme? ¿Por qué me persigue?

- Porque necesita tú ayuda Ana. Las almas en pena cuando

se aferran a alguien, es pidiendo ayuda.

- Pero se ha dedicado a asustarme.

149

- No Ana, eres tú la que se asusta, eres tú la que no ha querido escuchar.

- Para poder entender quién es esa alma errante a la que tú le llamas duende, tienes que escuchar atentamente lo que

te voy a contar. Kennel me dijo que buscaba a su esposa, a la cual no veía después de la huelga de las bananeras, lo

que quiere decir que se está refiriendo a “La Masacre de las Bananeras”, en el año de 1928, en Ciénaga, hubo una terrible masacre, donde murieron incontables trabajadores,

aún no se sabe a ciencia cierta, cuántos. Hay quienes dijeron que fueron 9, otros que 300, luego el gobierno dijo

que murieron 800 bananeros, pero según los rumores del pueblo, murieron 3000 personas entre trabajadores, negros y blancos, incluso extranjeros alemanes y

holandeses. Los cadáveres fueron arrojados al mar y a La Ciénaga Grande, durante décadas hay quienes afirman

haber visto las almas de los pobres bananeros penando por estos lados. Es posible que un alma deambule durante siglos en el lugar que murió, esperando encontrar paz, o

que se aferre a seres vivos en su búsqueda. Si lo que pienso es cierto, no le fue difícil llegar en su larga procesión

hasta La Sierra Nevada, y que en ti haya encontrado la forma de retornar al lugar de su muerte. A veces, el purgatorio lo encuentran las almas donde han sido infelices

en vida.

Ahora éramos las tres silvestristas las que escuchábamos atentamente la voz pausada de La Nana.

- Puede ser que tú estés muy enamorada de alguien tan especial como lo era Julia, su esposa o hasta te parezcas a

ella.

Sentí el calor en mis mejillas, me había ruborizado. La anciana

tenía los ojos grises azulados y la intensidad de su mirada me mostraba al ser más sabio del mundo, era como poder ver a los ojos de un ser inmortal.

150

- ¿Amas inmensamente a alguien Ana? Preguntó la anciana.

- Así es. En realidad a dos hombres. Dije casi en un susurro.

- Entiendo. Dijo La Nana sonriendo.

La casita de madera era acogedora, el sol comenzaba a caldear las aguas, pero la fuerte ventolera me tranquilizó los

pensamientos.

- Ambos amores son imposibles ¿Me equivoco? Y sus ojos azules me escrutaron.

- Mathias creo que tiene novia, una mujer muy especial está en su vida, además yo le prometí a la virgen que si me regresaba a Danielita y no permitía que se la llevara El

Duende, yo renunciaba a mi amor por él.

- No mi pequeña, ese tipo de promesas jamás sería recibido por nuestra Virgencita, el sufrimiento de un corazón no puede ser una promesa, estoy segura que esa pobre alma

sintió tu pena y dejó a la niña en paz. Esperando encontrar otra forma de llamar tú atención y obtener tú ayuda.

Cuéntame Ana ¿Quién es tu segundo amor?

No sabía si podría ser sincera delante de mis amigas.

- Es un sentimiento más grande que yo. Dije mirando mis

zapatos rojos. Me aferro a ese sentimiento, cuando más triste estoy. Él es un hombre maravilloso, apenas nos hemos visto un par de veces, y ni siquiera tiene idea de lo

que siento.

- ¿Es un hombre casado de ojos amarillos? Preguntó la

anciana.

Un ligero escalofrío me recorrió el cuerpo, era cómo si la anciana pudiera leer mi mente.

151

- Si Nana, es casado y tiene los ojos como dos soles, a veces no sé qué hacer cuando lo veo, y mi corazón sufre mucho

por él, es un amor inalcanzable… ¿Cómo has adivinado?

- No lo he adivinado pequeña, Kennel me lo ha dicho en

sueños. Por lo que entendí tú sientes un amor, igual de inmenso como el que en vida sintiera Kennel por Julia, su

esposa.

Me levanté y miré el horizonte, sintiendo una profunda tristeza

por esa alma en pena, sabía perfectamente cuanto Kennel amaba a Julia, y dos lágrimas rodaron por mis mejillas, el viento se hizo más intenso; y en la inmensidad del cielo azul, imaginé el rostro

de mi verdadero amor, que aunque fuera inalcanzable, vivía y era feliz, no a mi lado pero lo era y lo demás no tenía importancia.

- Quiero ayudarlo Nana ¿Cómo puedo hacerlo?

- ¿Ana qué dices? Eso suena muy peligroso. Dijo aterrada Rossana.

- Amiguita, tú sabes lo que es amar a alguien inalcanzable. Dime si no estarías dispuesta a todo por él.

- ¡Sí! Dijo Rossana levantándose del taburete y vi como apretaba sus puños al pensar en José Jorge.

- Entonces, si tu amor por él es idéntico al mío ¿No me

ayudarías, si yo te lo pidiera?

- ¡Por supuesto Ana! Contestó tomando mi mano.

- Pues, debo ayudar a Kennel, aunque no sepa como.

- Creo mis niñas que es algo lógico. Anunció La Nana. Debes intentar averiguar qué le pasó a Kennel y a Julia, y si

existe alguna información sobre ellos en Cienaga, hay que unir a esas almas para que descansen en paz.

152

- ¡Imposible!. Dijo Yuli. Nana eso es imposible, están muertos y esos son asuntos de Dios.

- Hay rituales de La Ciénaga, que usamos para que cada vez que aparece un alma perdida, nuestras oraciones les

indiquen el camino al más allá. Este lugar no es solo casa de indígenas, pescadores y desplazados, Yuli Vanesa.

Somos devotos de nuestra Ciénaga y puedo asegurarte que sí podemos ayudar a almas como las de Kennel Mathinson. Son muchas las muertes inesperadas que ocurren por estos

lados; guerrilleros y criminales, navegan nuestras aguas, aquí no hay sacerdotes ni santeros que puedan ayudarlos,

en La Ciénaga, somos nuestros propios médicos, constructores y autoridades. Los asuntos de nuestros muertos, también son únicamente de nosotros.

Una piragua pasó por un lado de la casa, un niño de piel aceitunada, con un pequeño remo, navegó sin siquiera saludar, el

resplandor del sol en las aguas, me hizo sentirme en un lugar irreal, alejado de todo cuanto fuera posible. No sé quién eres, y

no sé como ayudarte, pero si está a mi alcance, te devolveré a Julia. Pensé.

153

LA BANDERA ROJA

Después de almorzar bocadillos de atún con agua panela,

salimos a navegar cerca de La casita de La Nana. Yuli empujaba la piragua con dos remos enganchados a la embarcación de

madera, en el medio iba Rossana, y yo de rodillas a la punta de pequeño bote. Dejé que mis pensamientos deambularan por las aguas de La Ciénaga Grande, oxigenando mi alma.

- ¡YULI ALLÍ! Dijo Rossana señalando una hermosa casita de palafitos, cercana a una orilla de tierra fangosa, donde se

posaban cientos de aves.

- ¡NO, SIGAMOS MAS ADELANTE! Gritó la capitana de la embarcación.

Yuli nos conducía a la casa de un muchacho silvestrista, si contábamos con suerte, estaría en su palafito o sus alrededores.

Un hermoso sonido llegó hasta mis pensamientos, la dulzura de una flauta, de notas musicales infinitas que me hizo recordar

Nabusimake. Nos acercamos a una casita de madera, que ondeaba al viento una bandera que alegró mi corazón, roja con

una estrella blanca. Un muchacho de piel aceitunada era quién hacía sonar en entre sus manos, la flauta de madera.

- ¡ALEJO! ¡ALEJO! Gritó Yuli soltando los remos y moviendo ambos brazos saludando a su amigo.

La embarcación se tambaleó, Rossana se puso de pie asustada y perdimos el equilibrio, las tres caímos repentinamente al agua,

sentí como el agua tibia me inundaba y un golpe muy fuerte sobrevino a mi cabeza. Perdí el conocimiento.

Al abrir los ojos una fuerte luz me hizo cerrarlos de nuevo, intenté nuevamente abrirlos, colocando mis manos a forma de visera,

estaba acostada en la piragua, sin remos y a mi alrededor solo

154

había la inmensidad del agua ¿Dónde estoy? Quise hablar y no pude.

- ¡Ana! Una voz en la piragua dijo mi nombre y me sobresalté, tocándome el pecho.

Silvestre estaba en la canoa y me miraba. Su hermosa sonrisa, llenó mi vida - ¡Eres un sueño!- Quise decir, pero no pude.

- Es posible. Dijo él contestando la pregunta que no formulé.

Me acerqué a su extremo de la piragua, arrojándome en sus brazos, caímos juntos al agua, y me abracé al él, con todas mis

fuerzas.

¡TE AMO! Quise gritar y no tenía voz. Sentí que el agua nos

hundía, que caíamos sin remedió al fondo de un abismo. Vi sus ojos claros penetrantes, los dos nos ahogábamos, pero no

importaba, él sostuvo su sonrisa, y me dio un tierno beso en los labios.

¡RESPIRA! Pensé al sentir sus labios.

¡RESPIRA! ¡RESPIRA! Gritó una voz.

¡RESPIRA ANA! Gritaban Rossana y Yuli, cuando volví en mí, el

joven de la flauta estaba besándome.

Me ahogaba, tenía que respirar, y un montón de agua me hizo

vomitar, hasta que el aire puro entró de golpe en mis pulmones, causándome un dolor insoportable. La sensación de no poder

respirar fue terrible, el muchacho no me besaba, estaba tratando de ayudarme con respiración boca a boca.

Al vomitar toda el agua, me vi sangre en las manos.

- ¡Me duele! Dije tocándome la cabeza y encontré más sangre.

- Estas herida Ana, caímos al agua por accidente y te golpeaste con la piragua en la cabeza, tragaste mucho

155

agua, pensamos que estabas muerta Ana. Yuli hablaba más rápido que de costumbre. Alejandro te sacó del agua.

- Lo siento Ana, ha sido mi culpa. Dijo Rossana apenada.

- No es nada muchacha. Dijo el flautista. Las heridas de la cabeza son muy escandalosas, es todo. Ayúdenme a acostarla y podré curarle esa rayita.

No había sido un sueño con Silvestre, me estaba ahogando y mis

últimos pensamientos eran para él, y para el único de mis sueños, “poder besarlo”. Quise tocar mi amuleto, pero no lo llevaba, recordé haber dejado la mochila arhuaca en casa de La Nana,

entonces fue cuando vi la intensa y brillante mirada en los ojos de Alejandro, el Silvestrista de la Bandera Roja.

Al acomodarme en un chinchorro, me recosté agotada y empapada, algo mareada por el golpe, el muchacho acercó un

pañuelo húmedo a la herida, y el ardor que me causó, me hizo gritar.

- Por Dios, duele mucho. Dije tratando de quitarme la compresa.

- Quédate quieta, es solo alcohol, para que no se te infecte. Sentenció Alejandro.

Mientras me secaban y quitaban la sangre de la cara, en una de

las paredes de la pequeña casa, observé un afiche carcomido por el tiempo, la sonrisa del muchacho del afiche era inequívocamente de Silvestre, era muy antigua, ya que se veía al

ídolo cuando era rollizo.

- Me gusta tu afiche Alejandro.

- Llámame Alejo. Ese afiche lo tengo hace mucho tiempo, el

silvestrismo es mi vida. Nunca he estado en un concierto, nunca lo he visto, pero cada vez que podemos, sus

canciones inundan Cienaga Grande. Dijo Alejandro mostrando una hermosa y sincera sonrisa.

156

Su comentario dio pie, para que Yuli nuevamente narrará todo lo que vivimos en la fiesta a la que entramos sin estar invitados, el

asombro de Alejandro, fue precedido por palmadas y abrazos.

Fuera a donde fuera, el silvestrismo era idéntico, e incluso con

mayor intensidad. Tal vez en La Ciénaga Grande no hubiera habitaciones forradas con su imagen, ni siquiera el afiche de

Silvestre fuera reciente, pero el sentimiento, ondeaba al viento como las alas de una hermosa gaviota. No hacían falta acordeones ni guitarras, Alejandro tenía su hermosa flauta

cienaguera para invocar los sonidos vallenatos del Cesar.

157

LAS ALMAS DE LA CIÉNAGA

Me sequé la ropa al sol, mientras charlábamos animados del

movimiento silvestrista, Alejandro se había entristecido mucho cuando Rossana le informó acerca de la separación de Silvestre y

Juancho, ciertamente todos, estábamos acostumbrados a las notas preciosas del acordeón de Juan, pero tratamos de animarlo, explicándole que los cambios eran necesarios, que era un

intercambio interesante, ya que ahora Silvestre tenía como acordeonero a Rolando Ochoa, y por su parte El Gran Martín Elías,

contaría con Juancho. Insistí, que nosotros debíamos quererlos a todos por igual, que en eso consistía ser fan, y que podíamos esperar con gran optimismo las canciones por venir. Alejandro

más animado, comenzó a contarnos sobre lo rápido que tocaba Rolando el acordeón, y que seguramente, lo que venía para el

silvestrismo era excelente, así como para Juan y Martín Elías.

Al atardecer debíamos retornar a casa de La Nana, ya que no se

podía navegar de noche, por precaución.

- Cuídate esa pequeña herida Ana, lávala con buen alcohol y

sanará pronto. ¡Me encantó darte un beso! Dijo Alejandro a forma de broma.

- No fue un beso. Dije muerta de risa.

- Pensemos que sí y siempre te acordaras de mí. Dijo ayudándome a abordar la piragua.

- Entonces, digamos que no estuvo mal. Dije sonriendo.

Al alejarnos poco a poco, sentí esa puntadita en el estomago, cada vez que me despedía de un silvestrista, sobre todo, cuando no tenía idea si volvería a verlo alguna vez.

- ¡ANA! ¡ANA! Gritó Alejandro.

158

Al voltearnos a verlo, el sostenía la bandera en sus manos y la agitó de un lado a otro, diciéndonos adiós, la emoción que nos

embargó no tiene explicación. Lanzamos besos al viento a nuestro hermano silvestrista. Al ver a los ojos a mis amigas, ambas tenían lagrimitas al igual que yo ¡Decir adiós ya no es tan fácil!

Pensé.

El atardecer comenzó a caer en el horizonte, la inmensidad de la Cienaga fue mágica, ciento de aves volaban buscando sus nidos. A lo lejos el sol moría nuevamente, llevándose con él las

aventuras de un día tan normal como cualquier otro, en el cual, pude haber muerto. Mientras nos acercábamos al poblado de

palafitos donde pasaríamos la noche con La Nana, pensé en las almas de la Ciénaga, en quienes al igual que El Duende, aún no habían encontrado el camino a casa, y mi mente voló en

pensamientos extraños, pude ver flotando en las aguas los cuerpos de los bananeros, y de pronto uno de esos cuerpos, era

el mió.

¡LLEGAMOS! ¡LLEGAMOS! Los gritos de Yuli, me sacaron de

semejante visión, y pude ver a la anciana, llevaba puesta una manta guajira blanca y el viento la hizo parecer un alma errante

de la ciénaga.

La anciana al mirar mi herida, y la ropa manchada de sangre,

sonrió y me recibió con palmaditas en la espalda.

- Niña sales a conocer la ciénaga, y ya has derramado

algunas gotitas de sangre en sus aguas. Muy bien.

No se asombró cuando le comentamos cómo me había lastimado, y lanzó una enorme carcajada cuando supo que Alejandro tuvo que darme respiración boca a boca, a lo que él llamó besar.

- En realidad es un beso de vida, en estos lados estamos

acostumbrados a revivir a la gente Ana, la herida es pequeña en comparación a las cosas que hemos tenido que ver y curar en la inhóspita Cienaga. A veces la gente

arregla sus problemas matándose a machetazos, como lo

159

hacían antes nuestros abuelos, por una deshonra. Tu herida comparada a eso, es un rasguño.

El sol se ocultó, y una orquesta de bichos inundó la casa de La Nana y sus alrededores, es increíble que un grillo no me deje

dormir en paz en Venezuela, cuando por el contrario en aquel lugar tan lejano, sus cantos y patitas chirreando hacían una

sinfonía maravillosa.

Esa noche utilicé una manta Guajira de color azul que me prestó

La Nana, me senté en el umbral de la casita a contemplar La Cienaga Grande al oscurecer, y La Nana se sentó a mi lado.

- No hay un lugar más tranquilo que esta aguas. Dijo la anciana. Pero hay que tener cuidado con las almas de los

muertos. Al dormir reza por ellas y su descanso eterno Ana, sobre todo por el de Kennel Mathison.

- ¡Sí Nana! Murmuré.

- Las muchachas han servido, pan, queso y chocolate, vamos

a comer, la noche es muy larga en La Ciénaga Grande.

Después de cenar nos metimos en nuestros chinchorros, yo me mecía levemente, sintiendo aún el escozor en la herida, a medida que las muchachas y La Nana conversaban, sentía pesada la

mirada y entre sus voces y los ruidos la noche, me quedé dormida.

Un hombre joven, encantador, de cabello rubio y mirada triste, me observaba con sus hermosos ojos. Yo llevaba puesto un

hermoso vestido antiguo de encajes, él tomó mi mano y me dio un tierno beso en la mano, no pude evitar sentir ternura por él.

Incluso sentía que lo amaba.

- Julia te prometo que no va a pasarme nada. Dijo el joven.

Al decir ese nombre, yo ya no era la muchacha, sino que podía

verlos a ambos, la mujer llamada Julia lloraba sin consuelo.

160

- Si me amas de verdad, no vayas, los obreros están dispuestos a todo, la bananera también, tengo miedo. Por

Dios, no vayas.

El Joven secaba sus lágrimas con leves caricias sobre su rostro,

ninguno de los dos, me observaba, era como si no pudieran verme. Él tomó sus mejillas entre las manos y la besó

dulcemente.

- Te prometo que no pasará nada, todo se va a resolver.

Susurró el muchacho al oído de Julia.

Las imágenes cambiaron, nos rodeaban muchos militares o lo que

parecían policías, temí lo peor, me encontraba al lado del joven y entre nosotros, cientos y cientos de obreros armados con piedras,

palos, machetes, picos y palas. Alguien gritó ¡FUEGO! Y a mí alrededor cayeron uno a uno los bananeros. ¡FUEGO! Gritaron nuevamente. Todo era sangre, humo y cenizas. ¡FUEGO! Por

tercera vez, y a mi lado cayó el joven, lo toqué y sus ojos ya no tenían vida. Entonces lo reconocí. “El Duende”. Pensé.

Intenté gritar, pedir auxilio, pero solo había miles y miles de cadáveres, de pronto, todos flotaban en aguas llenas de sangre.

Un mar rojo lo rodeaba todo, escuché en susurros a los que aún agonizaban, pedían ver a sus hijos antes de morir.

Desperté asustada y con lágrimas en los ojos.

161

LA HISTORIA DE JULIA

Era media noche, en la casita de palafitos, las silvestristas y La

Nana, dormían profundamente. Por las ventanas desvencijadas entraban rayos de luz que provenían de la enorme y plateada

luna. De puntitas salí a la puerta de entrada, tratando de no despertar a nadie. Me apoyé a una pared de madera, asomándome ligeramente por la ventana, el pantano que nos

rodeaba estaba en silencio, ya ni los grillos ni ranas cantaban. Un increíble mutismo dominaba las aguas y la luna brillaba como una

perla, enorme en un cielo colmado de estrellas. Una ráfaga de viento me espantó el sueño y respiré conteniendo el aire en los pulmones, lo dejé salir poco a poco, intentando calmar mis

pensamientos. Recordé la hermosa sonrisa de Mathias, sintiendo la necesidad de abrazarlo, de verlo. Nuevamente mi pecho se

comprimió, intentando romperse por el sentimiento de soledad enclavado en mi vida. “Si pudiera besarlo por una vez más… solo una vez más”. Pensé entristecida.

Algo en el agua se movió lentamente formando ondas leves ¿Un

pez? Me pregunté. Nuevamente algo movió las aguas muy despacio.

Todo un universo se encontraba en las aguas de La Ciénaga Grande. Mientras las personas dormitaban, contemplé el cielo más hermoso que jamás haya visto, los intensos puntitos de luz,

a millones años luz de mi corazón humano, me resultaba difícil comprender que las estrellas, son soles a distancias que mi mente

es incapaz de llegar a calcular, pensar en el cosmos me recordó a papá y sus teorías sobre el universo infinito. Me maravillé al

respirar el aire, se me antojó frió y salado. Aunque ríos de agua dulce desembocaban en La Ciénaga, sus aguas son saladas, por su cercanía al mar.

Cuando vomité el agua, gracias al beso de vida de Alejandro, comprobé su sabor, el cual no me gustó en lo absoluto, no solo

por ser salado, sino porque la sensación de no poder respirar, me

162

resultó espantosa. Me toqué la pequeña herida en la cabeza, aún me dolía un poco. Desde que había decidido ser Silvestrista, podía

contar algunas cicatrices más, como la de la rodilla o hasta los intensos rasguños que me brotaron en Nabusimake. “Las heridas, puedo verlas en mis brazos. El duende. Kennel está aquí”. Pensé

observando mis brazos. Miré en todas direcciones, sin encontrar nada extraño.

- ¡Ven! Una voz muy dulce sonó en mi mente. Sin saber bien por qué, y sin hacer ruido alguno, abrí la puerta del

palafito, abordé la piragua de La Nana, que se encontraba atada a la casa, solté su nudo y me alejé utilizando una

pequeña vara, apoyándola en el fango de la Cienaga para tomar impulso, sin alejarme demasiado del palafito, me mantuve atenta.

- Quiero ayudarte, dime cómo. Murmuré al viento.

No sé si lo imaginé, no sé si lo vi en realidad, pero un hombre caminaba sobre las aguas, no sentí miedo esta vez; la luz que

emanaba de él, era la misma de Aracataca. Mi corazón sereno hizo que todo cambiara. Contemplé, lo hermoso de su rostro.

Caminó hacia la piragua y se sentó a mi lado.

- ¡Ana! Y su mirada vacía reflejó una inexplicable tristeza. Su voz solo podía escucharla en mi mente. ¿Te llamas Kennel? Pregunté con la voz de mi conciencia, esa misma que

escucho cuando leo mis libros.

- Soy Kennel y kennel soy yo ¿Ya no tienes miedo?

- ¡No!

- Eres mía Ana, te necesito. Su voz era como las tonadas de la flauta de Alejandro, dulce e infinita. Busco a Julia.

Dos enormes lágrimas me recorrieron por las mejillas en caída

libre a la piragua. Estaba llorando, no de miedo sino de tristeza. “No se qué hacer, dime cómo puedo ayudarte”.

163

- Busca a Julia, busca a Julia.

Cerré mis ojos, y limpié mis lágrimas, una ráfaga de aire gélido

me golpeó en el rostro y movió las aguas, que balancearon bruscamente la piragua.

- ¡Se ha ido!

De pequeña acostumbraba a imaginar cosas por la ventana del carro, mientras papá conducía de noche rumbo a casa hablando

sobre las estrellas y los planetas. Muchas veces me vi a mi misma, hecha mujer, vestida con una manta blanca, corriendo entre los árboles a la velocidad del vehículo. Desde que recuerdo,

soñaba despierta, deseando que al día siguiente el hombre al que amaba en silencio, me besara. Podía ver la escena impecable en

mi mente, e incluso sintiendo la emoción de un primer beso. A estas alturas de mi vida, me había acostumbrado a imaginar cosas para salir de los problemas, escapando de la realidad. Pero

en un viaje como éste, había descubierto un mundo mucho más intenso, más allá de la imaginación, donde podía no solo

refugiarme de mi realidad, sino encontrar los olores y colores que rodearon la mente de poetas y escritores colombianos, y estaba decidida a vivirlo.

- Necesito Saber la historia de Julia. Murmuré a la gigantesca

luna llena, cómplice de mi viaje.

164

LA NANA

Al amanecer, la ciénaga se llenó de voces, pasaron varias

piraguas, ofreciendo papelón, harina, arroz, frijoles, aceite, querosén. Todo un comercio pululaba entre aquellas aguas de

pantano.

- Pronto pasará el bus piragua, no vayas a perder la

oportunidad de verlo. Dijo Yuli.

- ¿Bus piragua? No me digas que hay un bus en la ciénaga.

- Espera Ana, ya lo veras. Rossana apúrate, o te perderás el

bus piragua.

- ¡QUEDA UN PUESTO! ¡SOLO UNO! Gritó un hombre.

Nos asomamos por las ventanas de la casita. Reí al verla pasar, era una canoa amplia, dos veces más ancha que una piragua

normal, tenía tablas atravesadas. Varias personas iban incómodamente sentadas una al lado de la otra.

- En realidad es un bus. Comenté con los ojos como platos.

- Yo no me subo a eso ni loca. Dijo Rossana, muerta de la risa.

Unos hermosos ojos grises nos observaban como niñas pequeñas, que ven por primera vez “El Avión”. Toda la destartalada casita

estaba impregnada del olor más divino del mundo.

- ¿Quién quiere café? Preguntó La Nana sosteniendo una

bandeja con cuatro tazones.

Inmediatamente tomé uno, y sintiendo su aroma a vida lo sorbí poco a poco.

- Gracias Nana. Dije dándole un beso en la mejilla. ¡Buenos días!

165

- ¿Nana por qué tienes los ojos grises? Pregunté de pronto.

- Larga historia pequeña. Dijo suspirando la anciana.

- Tenemos tiempo Nana, cuéntanos por favor. Dijo Rossana.

La anciana se mantuvo de pie, llevándose la taza a los arrugados labios para tomar un sorbo de café.

Hace muchos, muchos años, antes incluso de “La Masacre de las

Bananeras”, mi madre era una mujer sencilla, de piel tostada y hermosa, que vivía con mis abuelos en una hacienda donde los tres trabajaban de sol a sol para los hacendados. Una mañana

cuando se bañaba en el río, el hijo de los patrones la vio nadando desnuda en las aguas dulces, y se enamoró de ella. Como se

imaginaran, tuvieron amores a escondidas de ambas familias y de ese amor, nací yo. Mi padre era hijo de alemanes y tenía los ojos más hermosos que puedan imaginarse. Cómo me gusta

recordarlo, eran azules como el mar. El día en que nací fue un escándalo, ya que, mis abuelos pensaban que mamá se había

embarazado de un empleado del cual nunca había querido decir el nombre. Al ver mi piel blanca y mis ojos claros, inmediatamente supieron que se trataba de alguno de los dueños de la casa

grande. A mi pobre madre no pudieron reclamarle nada, ya que había muerto al traerme a este mundo.

Mi padre asumió toda la responsabilidad y viví durante años en la casa grande, como su hija, aunque mis abuelos paternos nunca

me hubieran querido. Aprendí a leer y a escribir y recibí una educación esmerada hasta casi cumplir 15 años.

Tuve la dicha de vivir entre la casona y el potrero, ya que por las tardes me escabullía para irme a tomar agua panela con los

abuelos que sí me adoraban. Al morir papá en “La Masacre de las Bananeras”, sus padres nos echaron de la hacienda a mis abuelos

y a mí. Y desde entonces vivimos en La Ciénaga Grande. Tengo la piel y los ojos así por la mezcla entre mis padres, pero mi alma es cienaguera. No me casé, no tuve hijos, pero pude enseñar a

166

muchos a leer y a escribir, y mis niños de las aguas, llenaron y llenan mi vida como lo hace Yuli.

- ¿Yuli vivía aquí? Preguntó Rossana.

- Sí, así es, La Nana era mi maestra, y ahora es mi amiga y mi cómplice. Si no hubiera sido por La Nana, jamás mis padres me hubieran dejado ir al pueblo a estudiar y

trabajar. Muchos niños y niñas logramos salir del pantano, porque La Nana nos enseñó todo lo que sabía y nos regaló

hasta el último de sus libros.

Ahora podía entender su forma de ser, La Nana vivía en la

ciénaga para enseñar a los niños a leer, no porque se hubiera confinado a morir en aquellas aguas. Sentí un profundo amor por

la anciana.

- Nana anoche vi el alma en pena de Kennel. Dije de pronto.

Rossana y Yuli se asombraron ante mi afirmación.

- Lo sé Ana. Te vi a la media noche, cuando saliste de la casa. Te observé y vi una luz. El mismo brillo que veo en

mis sueños cuando hablo con muertos. ¿Te ha dicho qué debes hacer?

- Sí, bueno más o menos. Me dijo que buscara a Julia.

- ¿Pero cómo? Si debe estar muerta. Dijo Rossana a punto de llorar.

- Hasta donde sé es posible que esté viva. Dijo La Nana.

- ¿En serio? Pregunté.

- Si Ana, claro debe ser una ancianita, tal vez entre noventa

o noventa y cinco años. Eso explicaría porqué no se han encontrado. Porque ella sigue viva. La Nana me lanzó una mirada intensa como examinando mi alma.

- ¿A qué horas regresan los barqueros? Pregunté a Yuli.

167

- A las 10 de la mañana, ya deben estar por llegar.

Aunque sentía escalofríos de regresar al pueblo y encontrarme en

sus calles a Mathias con su novia, pero no podría quedarme como había planeado hacerlo, debíamos partir inmediatamente a tierra

firme. Tenía que encontrar a Julia.

168

MATHIAS

Me abracé a La Nana, con esa sensación de tristeza que se clava

en el corazón, esa certidumbre de que no volveríamos a vernos en esta vida. La anciana me correspondió el abrazo y me dio un

dulce beso en la mejilla.

- Ana, la vida es mucho más simple de lo que crees, sin

buscar, encontrarás. Espero que tus temores se espanten, y puedas amar y ser feliz, solo dale tiempo al tiempo. Aún te quedan hojas por llenar en el libro enorme, al cual

llamamos vida.

Abordamos las piraguas y con lágrimas en nuestros ojos, le dijimos adiós a la anciana más hermosa de La Ciénaga Grande.

Viajamos en silencio, el calor comenzaba a ser insoportable, y me sentía adormecida, luego de haber visto al Duende a la media

noche, había regresado a la casa de palafito y estaba desvelada. Durante toda la madrugada no había logrado pegar un ojo. No solo me preocupaba Julia y El Duende, sino también, Mathias y su

novia. Me preocupaba Kike y sus sueños de acordeonero. Me inquietaba el poco dinero que me quedaba, incluso los gritos de

mi madre por no llamar en varios días. Pero sobre todas las cosas, me desveló imaginar cómo sería un beso de Silvestre, era algo que me aceleraba el corazón, un pensamiento que llenaba de

felicidad mi mundo ensombrecido.

- “No pienso irme a Venezuela hasta tanto consiga ese beso”. Pensaba, mientras los barqueros nos llevaban a puerto seguro. Ya había abandonado la carrera de abogado por un buen tiempo,

cambiado tacones de aguja por zapatos deportivos, las carteras a juego, por una mochila arhuaca, y en lugar de un sombrero a la

moda para el sol, solía usar una hermosa gorra roja; cambié las faldas y vestidos, por cómodos pantalones blue jeans. Ahora comía tres veces al día sin vomitar y me sentía la mujer más libre

del mundo. “Soy libre, libre de verdad”.

169

- ¡Hogar dulce hogar! Declaró Yuli, cuando entramos en su casa.

- Arréglense muchachas nos vamos a buscar a Julia. Declaré.

- Pero Ana, acabamos de llegar. Protestó Rossana. Esperemos a ver si nos vemos con La Muchis, Fabián y Stefany.

- Si prefieres, espéralos, yo me voy a buscar a Julia. Dije

entrando al baño para ducharme.

- ¿Qué? No yo voy contigo. Dijo Rossana.

- Muévete pues. Canturreó Yuli. Muévete que nos vamos de detectives.

- Ustedes dos, Ustedes dos son increíbles. Dijo Rossana

derrotada.

- ¡HAY POLLO FRITO CON PAPAS! Gritó Yuli desde la cocina.

- ¡CALIENTALO! Gritó Rossana desde el cuarto.

Al abrir la regadera, sentí que mi vida se llenaba de energía, aún me dolía la herida de la cabeza, pero comenzaba a brotar una

espesa costra, así que me lave con cuidado. Mientras el agua me curaba el alma, mi mente me atormentaba pensando una y otra vez en Mathias. Recordé mi sueño, ese en el que él besaba en la

boca a Katherin. La simple imagen me golpeó sin compasión. “Basta, es suficiente, piensa en el pollo frito, en Julia, o no

pienses, pero deja de pensar en él”. Dijo la voz de mi conciencia.

Comimos deprisa, por lo menos Yuli y yo, a Rossana le tocó salir

corriendo con una pierna de pollo frito en las manos. Verla correr y comiendo se me antojo tan gracioso que reí al verla con el

hueso en la boca; y a su vez intentando abrocharse la correa del pantalón.

- Ingratas, casi me dejan. Gruñó Rossana.

170

- ¡Tipo comando muchachas! Dijo Yuli y arrancó a correr por las calles del pueblo.

- Ya extrañaba el sonido de la camioneta. Comenté muerta de risa.

A veces entre más te escondes, viene el destino y al igual que cupido, lanza sus fletas, y se divierte lastimando nuestros

corazones. Al detenernos en un semáforo, Yuli decía algo sobre visitar a familias obreras de las bananeras para saber si alguien

conocía a Julia Mathison, cuando en la acera, vi al hombre más hermoso del mundo, su cabello dorado ondeaba al viento. Ahora lo llevaba un poco largo, nos vimos, nos reconocimos. Me miró

como quien ve un fantasma.

- Amarillo, amarillo… Rojo. Dijo Yuli y arrancó a correr.

Guarde silencio, no pude decir nada. Era Mathias.

171

TRES ALMAS

Durante días, buscamos información, visitamos a cuanto

hombre y mujer de tercera edad había en el pueblo. Durante todo el día buscaba incansable a Julia, y por las noches lloraba mi

amor por Mathias. Sentía el delirio de salir a buscarlo, y besarlo sin importarme que tuviera novia. Para huir de mi realidad, aprendí a tomar bebidas fuertes con Fabián, cantábamos hasta

amanecer las canciones de Silvestre, y cada letra alegraba poco a poco mi corazón.

Al dormir soñaba con El Duende, afortunadamente no se me aparecía y estaba tranquila al solo verlo en sueños, me sentía

comprometida a saber qué había pasado con su esposa. Durante varios días visité a Kike y le prometía que pronto encontraríamos la forma de que asistiera a un concierto de Silvestre.

Llamé para navidad a Venezuela, y mi madre no hacía más que

insistir en que regresara a casa. Por más que le explicaba que estaba en un viaje de aprendizaje, terminaba enojada conmigo así que cada vez la llamé menos. Pude hablar en año nuevo con

Amparo y duramos buen rato al teléfono, prometí regresar, tan pronto consiguiera ayudar a un amigo, y ella comprendió que aún

no estaba preparada para volver. Cada día hablar con los silvestristas, era mucho más fácil que con mi propia familia, sin duda alguna en toda mi vida solo una persona pudo entenderme,

solo papá sabia quién era yo.

Durante meses, trabajé con la mamá de Stefany en la tienda de trajes de fiesta. Me era sencillo ayudar a la clientela en la elección de un vestido adecuado, ya que en mi vida como abogado, me

era indispensable el buen gusto. Reuní suficiente dinero para regresar a Venezuela. Comencé a dedicar menos tiempo a la

búsqueda de Julia, dándome por vencida en esa tarea.

Hasta que a finales de marzo de aquel año, mientras visitaba un

playón con los silvestristas y tomábamos el sol del mar Caribe,

172

decidí caminar sola por la playa para organizar mis ideas. Llegando hasta una casita solitaria de madera, en ella, había una

anciana de ojos claros y piel blanca.

- ¡Buenos tardes! Saludé. Y la anciana apenas si me vio

pasar. Por cosas de la vida sentí la necesidad de acercarme, y me senté en el umbral de la casa al igual que

la viejita.

- Hola soy Ana ¿Vive solita en esta playa?

- Hace muchos años, me he sentado en este mismo lugar, a esperar que él llegue.

La observé detenidamente, en su juventud debió ser una mujer

muy bonita, sus arrugas eran profundas y su cabello era blanco y escaso. Me preguntaba cómo una persona podía vivir completamente sola durante tantos años. Y recordé que desde

que me había graduado de abogada, yo vivía sola. Sentí compasión por ella y por mí.

- ¿Te llamas Ana? Preguntó casi en un susurro. Si mi bebé no hubiera muerto se llamaría Ana. Es el nombre que le

puse cuando nació. Pero Dios se la llevó y ya no la llamé Ana.

- ¡Lo lamento mucho! Dije sin apenas saber que más decir. Tenía los ojos nublados de lágrimas. La anciana me habló

de su hijita de cuatro años que había muerto por unas fiebres que se la llevaron. Que se había mudado a ese alejado lugar para intentar ver en cada atardecer a sus

seres queridos que habían muerto. Por lo que entendí habían personas que la visitaban y le llevaban comida y

ropa, pero que ni la policía, ni las monjas la pudieron sacar de allí a un asilo. Vivía de lo que gente del pueblo le llevaba

de vez en cuando.

173

Tomé su manos entre las mías, y traté de brindarle mi mejor sonrisa, el atardecer se nos venía encima, pero ya les explicaría a

los muchachos el motivo de mi demora.

- ¡Ahora tienes una amiga que se llama Ana! Y tú ¿Cómo te

llamas?

- ¡Julia! Dijo y se quedó dormida en mis brazos.

No podía salir de mi asombro, la había encontrado, sabía que era

ella, sostuve su envejecido cuerpo, sintiendo la soledad de su alma. Lloré al lado de la anciana, el atardecer llegó y se me antojó, el sol más triste que jamás haya visto. Mis heridas se

enrojecieron y entendí que Kennel Mathison estaba con nosotras, aunque no podía verlo.

¡Gracias Ana! susurró una dulce voz en mi mente, y la anciana ya no despertó.

Una brisa gélida me acarició el rostro y como en un sueño, vi como una mujer hermosa caminaba agarrada de la mano de una

pequeña y se encontraba con su alma gemela. Los tres caminaron sin mirar atrás y se alejaron hasta que los perdí de vista.

Cuando La Muchis y Fabián me encontraron, lloraba inconsolable sobre el cuerpo de la anciana Julia Mathison.

<< La vida es un instante misterioso, en cambio la muerte es

eterna y sencilla, al final del camino te espera otra especie de amanecer>>. Pensé, dándole un beso en la frente a mi amiga Julia. Desde esa noche los rasguños que me había hecho en

Nabusimake, desparecieron.

Nos hicimos cargo del sepelio de la ancianita, entre todos pagamos los gastos de la funeraria, y alcanzamos a colocar una hermosa lápida con el siguiente epitafio:

174

“En este lugar santo yacen los restos de nuestra amada Julia Mathison, y descansan en la paz de Dios… tres almas”

Cienaga- Magdalena + 29-03-2013

No he vuelto a soñar con Kennel o Julia, duermo profundamente

sin que nada haya vuelto ha perturbarme más.

175

EL RETORNO AL VALLE - ¡ANA HAY NUEVO LANZAMIENTO! El grito retumbó en toda

la casa.

- ¿Cómo? Pregunté sin saber de qué se trataba.

Durante los siguientes días a la muerte de Julia, hice maletas y me preparé para poder asistir al Festival de la Leyenda Vallenata,

en Valledupar.

Rossana gritó como loca.

- ¿Hija de Dios, qué pasa? Preguntó Yuli.

Cuando salimos a ver de donde provenían los gritos. Rossana estaba en la sala de la casa, y la acompañaba José Jorge. Lo cual

explicaba la emoción de Rossana.

- Hola Ana, he venido por Ustedes. Al ver a mi gran amigo

arhuaco, corrí y lo abracé con todas mis fuerzas.

- Ana, José Jorge dice que acaban de anunciarlo, que hay

lanzamiento de Silvestre en Valledupar en el mes de Junio.

- ¿Cómo se llama el lanzamiento? Pregunté emocionada de verla así y de ver a José Jorge.

- La Novena Batalla.

- ¿Cómo así, qué nombre es ese? Preguntó Yuli brincando como una cabra.

- Lo dijeron en la radio del autobús en el que venía. Dijo José Jorge, al parecer se llama así porque es el noveno de los trabajos discográficos de tu amado ídolo.

Gritamos, brincamos llenas de vida y de alegría, un lanzamiento

es la mejor noticia que puede recibir un silvestrista original.

176

Durante ese día conversamos de todo lo que ocurrió con El Duende; y de la forma, en que entendimos que era un espíritu

errante o alma en pena, que habíamos logrado encontrar a su esposa Julia, y que ahora descansaba en paz. José Jorge escuchaba atentamente todo cuanto pude contarle, y asentía ante

cada conclusión nuestra.

- Lo único que voy a rogarte Ana, es que nunca vuelvas a ir a La Sierra Nevada, Nabusimake no es un lugar para ti, y será lo mejor para todos. Dijo con una enorme sonrisa.

Despidan a sus amigos, mañana a primera hora partimos, Rossana te quedas en Aracataca antes que tú mama me

mate, yo sigo para mi tierra y Ana regresas a Valledupar.

Las despedidas siempre son tristes, pero esta en especial fue muy

alegre, nos despedimos con la promesa de vernos en junio para el lanzamiento en Valledupar, y a Kike le prometí enviarle el dinero para que fuera al concierto con su mamá y su hermanita. Stefany

prometió colaborarme y llevarlos con ella. Y La Muchis y Fabián aseguraron hacer todo lo posible en asistir, ya vivían en una

casita alquilada, y ambos trabajaban mucho en la construcción de un hogar para los dos. Me dolió dejar atrás a mi amiga silvestrista

cienaguera, Yuli Vanesa me había enseñado el verdadero silvestrismo, el más humilde y el más alegre, si no hubiera sido por ella y su espíritu incansable, jamás hubiera conocido La

Ciénaga Grande.

Nos dijimos “Hasta pronto”.

“Adiós Mathias que seas muy feliz. Te amo”.- Pensé tan pronto

arrancó el autobús.

Y deshice mis pasos, el retorno fue emocionante, en primer lugar

porque abrigaba en mi corazón cada recuerdo, cada rostro y la sonrisa de cada uno de ellos estaba impresa en mi mente; y en

segundo lugar, porque en ese retorno, José Jorge se sentó con Rossana en el autobús; y por fin esas dos almas, se dijeron lo que se tenían que decir. Traté de no espiarlos, pero los vi muy juntos,

y mi amiga brillaba de felicidad.

177

Al bajarse Rossana en Aracataca, me abrazó fuertemente y prometimos vernos en junio. Cuando se despidió de José Jorge

para mi sorpresa, él le dio un hermoso beso en los labios. El amor definitivamente se encontraba en aquellas tierras.

En nuestro regreso pasamos por Bosconia y me dolió profundamente no quedarme, deseaba de corazón ver a los

muchachos y sobre todo a Katherine y Danielita.

- Ana te aseguro que están bien. Dijo José Jorge. Aunque un

poco tristes por no haber asistido a la dichosa fiesta donde casi todos van presos. Cuando nos enteramos, reímos hasta más no poder, Gunter tiene una forma peculiar de

contar las cosas, y no les quedó más remedio que aceptar que tienen vidas reales con las cuales deben cumplir. Me

imagino que ya Katherine sabrá lo del fulano lanzamiento y Daniela debe estar insufrible. Ustedes las mujeres tienen una bonita forma de complicar la vida, más allá de todo

pronóstico y de toda solución.

- De otro modo, sería muy aburrida la vida. Dije sonriendo. Estoy convencida que una silvestrista extrema como Katherine buscará la forma de ir al valle en Junio, pero

Danielita la tiene muy difícil.

- Ana ¿Y Mathias? Preguntó mi amigo ¿Lo encontraste?

- Sí, está hermoso, lo vi un día en un semáforo, casi me

muero al verlo. Esta muy bien.

- ¿Y? Me preguntó frunciendo el seño.

- ¡Nada! Él esta bien y lo demás no tiene importancia. Dije

zanjando ese asunto. Viajamos en silencio, cada quien en el mar de sus ilusiones y pensamientos.

- ¡Vamos por esa Novena Batalla! Pensé y apreté fuertemente el amuleto de Daniela.

- Este camino llega a su fin, ese concierto es mi última batalla.

178

VALLEDUPAR

Por la ventana del autobús vi a José Jorge con su traje típico de

arhuaco, blanco como una nube, con su hermoso cabello largo al viento. Se había bajado en la parada de Pueblo Bello. Levantando

ligeramente nuestras manos nos dijimos adiós.

En el horizonte se podía ver La Sierra Nevada de Santa Marta,

una hermosa cadena de montañas que abrigaban los secretos más antiguos de la tierra. Según los arhuacos, en esas montañas se encuentra el equilibrio del planeta, su principio y fin. Imaginé

el pueblito de Nabusimake en mi mente y sin saber por qué, envié un beso en el viento, recordé a Kennel y recé por su

descanso eterno.

Cuarenta minutos después volvía a ver los frondosos árboles del

valle, pero ahora el sol había descendido a sus hojas. Valledupar estaba en lo que podemos denominar plena primavera, los

cañahuates estaban florecidos, y sus hojas eras amarillas, tan hermosas como los rayos del sol. Era una época en la cual estaba agradecida con la vida, por encontrarme aún en aquellas tierras.

Ir al Valle del Cacique Upar en abril, era estar bendecida por el destino. Esa misteriosa fuerza que me mantenía con los ojos

abiertos de par en par, al mundo que había comenzado con un trago rojo, llamado “Silvestrista”.

- ¡Chinita! ¡Chinita! Un hombre gigantesco me esperaba en el Terminal de Valledupar, no podía ser otro que el

compadre de José Jorge, me lance a sus enormes brazos, y le di un efusivo beso en la mejilla. José Luís, en muy poco tiempo se convirtió en el mejor, alcahuete, que un

silvestrista pueda tener. Te conseguí donde quedarte, así no pagas hotel chinita, mi amiga se llama María Clara, y

vive muy cerca del río Guatapurí, es un lugar sencillo, pero sé que te va a gustar.

179

- ¡Gracias José Luís! Dije brindándole la más bonita de mis sonrisas.

- El compadre más o menos me contó cómo te fue por Bosconia y Ciénaga, así que me imagino que ahora eres

pobre.

Reímos camino al nuevo hogar que compartiría. Me alegró saber

que había elegido a Maria Clara por ser silvestrista, con quien podría pasar el Festival de la Leyenda Vallenata e incluso

quedarme para el lanzamiento de La Novena Batalla. La casita quedaba muy cerca del Guatapurí, el rumor de sus aguas se podía escuchar claramente. Estar cerca del agua se había convertido

para mí, en una fuente inagotable de energía.

Cuando entramos en la casa, el volumen de un enorme reproductor hacía vibrar las ventanas. Indudablemente sonaba una canción de Silvestre, una que me gusta en demasía,

“Muchachita Bonita”, era como llegar al mejor lugar del mundo, donde te recibe, no solo la voz, sino la propia composición de tu

ídolo. Al escucharla comencé a cantarla colocando mi maleta y mochila en una silla, allí mismo me puse a danzar alrededor de José Luís. Mi amigo me observaba muerto de risa.

- Ustedes los silvestristas son un caso serio de locura

musical. Dijo bajando el volumen. ¡MARIA CLARA CARAJO! en esta casa entra hasta el gato y nadie se da cuenta. ¡MARIA CLARA!

- Por qué le bajas el volumen. Súbele. Súbele. “Hay tenemos

que adorarnos así, tenemos que adorarnos más, tu tienes que ser para mí, ay no lo dudes más”. Cantó Maria Clara. Al verme me abrazó. Ya estaba acostumbrada al cariño

efusivo del silvestrismo.

- Ana, niña que te he estado esperando, José Luís me dijo que llegabas en estos días, pero ya quería que estuvieras aquí, alquilé habitaciones de la casa por el festival, pero te

180

guardé una muy especial, tiene una ventana que da a la calle y por las noches vas a escuchar la voz del Guatapurí.

Era un lugar colorido, sencillo, pero impecable. María Clara era una joven de alegres expresiones, piel canela y cabellos

ondulados, en su mirada, el brillo silvestrista me daba la tranquilidad de que seríamos excelentes amigas. Esa tarde me

acosté temprano, estaba cansada por el viaje. En la pequeña habitación tenía todo lo necesario, incluso tenía incorporado un baño pequeño que no se compartía con los demás huéspedes, por

lo que, tuve por fin, un poco de privacidad.

Adormecida, escuché el rumor intenso de las aguas del Guatapurí,

me sentí acunada por ese sonido y caí en un sueño profundo, hasta que con los primeros cantos de los gallos, me levanté

totalmente renovada.

Maria Clara estaba en la cocina preparando café, así que luego de

alistarme, la acompañé y entre las dos hicimos el desayuno a base de arepa y huevos revueltos.

- Esta es la tortilla más grande que he hecho en toda mi vida. Dije al batir 15 huevos, en un enorme tazón.

- Y falta otra Ana, solo ofrezco el desayuno a los huéspedes,

ellos se las arreglan el resto del día.

- ¿Y cuántas personas hay en la casa?

- Con nosotras dos, somos quince almas.

- ¡Caramba! Es bastante gente. Dije al ver cómo se extendía la enorme tortilla sobre el sartén.

- Así se pone el valle por el festival.

En una enorme mesa de madera en el patio de la casa, fuimos sirviendo el desayuno, café negro y café con leche, y de diferentes habitaciones tan pequeñas como la mía, comenzaron a

salir visitantes que apremiaron sus desayunos para irse a recorrer

181

Valledupar. Conversé con algunos de ellos, varios de los cuales visitaban por primera vez la ciudad. Desayunamos a la luz del sol

cálido y la brisa fresca que baja de la montaña. Recordé las mañanas que había vivido, cuando Mathias estaba en mi vida. Y sentí como una especie de golpecitos en el corazón.

Poco a poco el comedor fue quedando vacío, así que el montón de

platos no fue normal. Mientras lavamos todo, Maria Clara, alegró la mañana con la música de Silvestre a todo volumen.

- Es sábado, los sábados son buenos. Comentó Clara.

- ¿Sí, para qué lo son? Pregunté animada.

- Para bañarse en el río.

- ¿En el Guatapurí?

- ¡Claro Ana! Aunque dicen que si te bañas en sus aguas, te quedas en Valledupar. Dijo con los ojos como plato.

- ¡Excelente! Entonces busco una toalla y nos vamos al río.

Escuchar el rumor del agua, y ver la luz del sol entre las rocas, no

tiene comparación con meter tu cuerpo en aquel río, aunque muy frío, se compensa con ver la hermosa Sirena Dorada rodeada de

cañahuates florecidos, es una imagen que te deja sin aliento.

Permanecimos horas en el agua, al igual que muchas personas,

algunos niños jugaban alegres en sus orillas, otros preparan su almuerzo, era increíble estar en medio de la ciudad como si

estuviéramos retirados de todo, y sin embargo al cruzar la avenida te encuentras con el universo moderno.

- Ana te quedas para el Lanzamiento ¿Verdad?

- Sí, eso deseo hacer Clara.

- ¡Excelente! Hay que planear muchas cosas, las vallas, las

camisas, incluso si nos ponemos de acuerdo con amigos,

182

podemos hacer una especie de vigilia, la noche antes del concierto.

Definitivamente José Luís no pudo conseguirme una cómplice mejor. Extrañaba a mis hermanas silvestristas más que a mi

madre, pero en este viaje a cada esquina encontraba una nueva hermana.

- Esta noche vamos al parque de La Leyenda Vallenata, para que puedas presenciar el festival. Hoy te enamoras del valle.

Durante varios días atendimos a los huéspedes, y por las noches asistíamos a las competencias de los acordeoneros, que de todas

partes venían buscando la corona del rey vallenato. Asistir al festival me enseñó un universo desconocido. Melodías tristes, me

llegaron al alma, así como las alegres, que bailé y aplaudí hasta más no poder. En algunas oportunidades y cuando el trabajo se lo permitía, José Luís nos acompañaba, y caminábamos por la Plaza

Alfonso López en noches de estrellas. Es imposible no entender cómo esta tierra trae al mundo a poetas tan maravillosos, que sin

duda siempre serán inmortales como el maestro Leandro, alguien a quien llevó en mi corazón aunque jamás lo haya conocido, pero que no es necesario, ya que el río Guatapurí y los árboles de

Valledupar, me susurraron, cómo era su alma.

Un lugar en donde descansan los restos de otro inmortal, que con sus composiciones da a conocer en cada rincón del universo, que existe una tierra tan hermosa como lo es Valledupar, el maestro

Rafael Escalona, que como nunca quiso irse del valle, construyó su casa en el aire. Una hermosa casita en la cual habitará hasta el

fin de los tiempos, y a donde solo pueden, subir poetas y cantores de Valledupar.

183

(9ª BATALLA)

Abril voló y de la noche a la mañana, el mes de mayo

desapareció, conocí cada rincón del Valle. Me enamoré de su historia y sus poetas; de sus árboles, y sus Marías Mulatas, aves

de plumas negras y ojos amarillos, a los cuales llamo “cuervos” por su semejanza a ellos.

Con junio llegó al valle una ola gigante de personas, quienes venían de cada rincón de Colombia, Venezuela e incluso de otros países, miles y miles de hombres, mujeres y niños, que visten de

rojo y bailan al son de la voz de un ídolo. A Valledupar llegaron “Los Silvestristas.”

Solo faltaba un día para el concierto, en todas las emisoras radiales sonaban las nuevas canciones de Silvestre, una más

emocionante que otra, con notas de acordeón increíbles. El nuevo CD estaba desde el día anterior a la venta, durante un buen rato

hicimos fila para poder comprar el nuestro. Clarita se negaba a salir de casa, escuchando La Novena Batalla. En todas partes sonaban canciones como “La Difunta”, “Lo ajeno se respeta” y “La

Ciquitrilla”. Era una locura, en los autobuses, en las tiendas, en taxis, en la calle, en las motos.

No puedo explicar lo feliz que fui, al caminar por Valledupar en aquellos días, todo era alegría, todo era Silvestre Dangond.

Escuché mil veces “Loco Paranoico”, una canción que le regresaba a mi alma todo lo que sentía por Mathias, estaba ansiosa por

gritar esa canción en el Parque de la Leyenda Vallenata: “Pasamos la vida peleando y amando, tirando y rescatando nuestro amor al fin, fui a darte un besito y me gritaste no, pero

fue inevitable el silencio llegó, y en un beso profundo nuestro amor voló, y voló y voló y el mundo estalló…”

Enamorada de cada canción, las memoricé una a una, y al cantarlas sujetaba con fuerza mi amuleto rojo, pidiendo al destino

184

mi único deseo. Un beso. Me aferraba a esa idea huyendo de la tristeza que me causaba no estar con Mathias.

Esa tarde, esperaba con ansias locas un autobús en particular, uno que venía desde Ciénaga. Una a una me comí las uñas, José

Jorge me había llamado diciéndome, que sí vendrían al concierto, pero no quiso decirme ni cuántos, ni quiénes, así que, no sabía a

quién esperaba en realidad. De un autobús verde comenzaron a descender muchos silvestristas, todos vestidos de rojos y con las sonrisas más espectaculares del mundo, pero ninguno me era

conocido, hasta que de pronto. Escuché a mis espaldas, que alguien gritaba mi nombre.

- ¡ANA, ANA LLEGAMOS ANA! Katherine vestida completamente de rojo, movía los brazos para que la viera.

Corrí con Maria Clara a su encuentro. Abracé a mi hermana silvestrista y las lágrimas empezaron a fluir.

- Katherine, eres tú, que dicha. Dije.

Sin siquiera poder respirar, uno tras otro me abrazaron y pronto fuimos una masa enorme y roja de personas que nos abrazábamos formando una montonera. La Muchis, Fabián,

Oscar, Gunter, Yuli Vanesa, Rossana, José Jorge, Stefany, Alexis, y hasta Alejandro con su bandera roja, todos habían venido.

Cuando quise preguntar por la más chiquita de las silvestristas, ella ya se abrazaba fuertemente a mí. Danielita, había logrado un permiso especial de sus padres, bajo el cuidado de José Jorge, así

que durante un buen rato nos abrazamos, lloramos, reímos. Pero permanecimos en el Terminal, alguien faltaba. Yo entre tantas

alegrías no sabía a ciencia cierta quién más llegaría.

Hasta que vi sus ojos hermosos, Kike llegaba en otro autobús con

Niurka, y María.

- Ahora si estamos completos. Dijo Katherine abrazándome.

El niño vería a Silvestre, todos habíamos colaborado con algo de

dinero para que lograran asistir al lanzamiento. Y por su parte

185

Maria Clara, se negó a recibir huéspedes en su casita, para poder acoger esa noche a los silvestristas. La dicha llenó la casa, risas,

cantos, gritos, bailes, todo era un jolgorio. A eso de las ocho de la noche nos fuimos como una tropa a orillas del río Guatapurí, liderados por la guitarra de Fabián, con vasos plásticos y velas,

las encendimos y como en una vigilia comenzamos a entonar todas las canciones de Silvestre, pronto se fueron uniendo

silvestristas de todas partes, cantamos, bailamos, brindamos. Como una hermandad nos preparábamos para el día siguiente, para el Lanzamiento en el Parque de la Leyenda Vallenata de LA

NOVENA BATALLA.

Cuando vi a Katherin Porto en el Guatapurí con familiares y miembros del Club, sentí ganas de salir corriendo, en cualquier momento vería a Mathias, algo que no soportaría. Verlos a los dos

como en la foto de la habitación de mi hermana silvestrista.

- ¡Hola Ana! Me saludó muy animada. Intenté mantener la

calma, mientras la saludaba, y todos los muchachos le dieron la bienvenida. Me sentía mareada y apunto de

vomitar, los nervios que me causó pensar, en que, Mathias estaba allí, eran insoportables. ¿Ana te sientes bien?

Preguntó brindándome una hermosa sonrisa. Hay alguien que desea verte Ana. Mathias está el puente, ve a verlo.

- No, no puedo. Dije apunto de desmayarme. Él es tu novio, yo respeto eso Katherin.

- ¿Qué dices Ana? Mathias es como mi hermano. Ahora entiendo por qué no me visitaste más. Creíste que éramos

novios.

- ¿Mathias no es tu novio?

- No Ana, es uno de mis mejores amigos. Cuando le dije que

estuviste en la casa, salió como loco a buscarte pero nunca encontró a nadie en la casa de Yuli Vanesa, te buscó durante días pero no pudo dar contigo. Esperamos que

fueras a visitarme algún día, pero tampoco ocurrió, hasta

186

que Yuli me contó que estarías aquí para el lanzamiento. Él ha venido a verte. Corre ve a buscarlo, está en el puente

tratando de encontrarte.

Todos los sentimientos se me atragantaron en el pecho, la

abracé, la besé en las mejillas, y salí corriendo en dirección al puente, esa noche miles de silvestristas estaban desbordados por

las calles, fue difícil llegar hasta el puente. Sin aguantar lo que sentía en el corazón grité, grité muchas veces su nombre.

- ¡MATHIAS! ¡MATHIAS! ¡MATHIAS!

Entre la multitud lo escuché claramente gritando mi nombre,

hasta que pude verlo. Era Mathias, corrí a sus brazos llorando de la felicidad, no era novio de mi hermana silvestrista, durante

meses estuve sufriendo sin ninguna razón. Nos abrazamos como los hermanos que no éramos, nos extrañábamos el uno al otro, nos necesitábamos, y sin decir nada, nos besamos

completamente enamorados, en un mar rojo de gente. Un mar Silvestrista.

La felicidad llega a nuestra vida cuando menos la buscamos, tal cual como me había dicho La Nana en La Ciénaga Grande “la vida

es mucho más simple de lo que crees, sin buscar, encontrarás.”

Y sin esperar nada del destino, él me devolvió al hombre que amaba, mis hermanos silvestristas estaban dichosos de conocer por fin al Mathias de Ana, lo recibieron con el abrazo de

costumbre como si fuéramos jugadores de fútbol americano, unos encima de otros.

Esa noche Martín, el hermano gemelo de Mathias se nos unió a la celebración y no solo yo encontré el amor, Katherine mi

silvestrista delictiva, jamás volvió a alejarse del lado de Martín, ambos se enamoraron. Creo que fue amor a primera vista. Jamás

pensé que Katherine y yo nos pareciéramos tanto, no solo éramos ahora silvestristas extremas, sino que, el rostro de nuestro amor era el mismo, tanto en el amor real, como el amor imaginario.

187

- Ana, no sabes cuanto te he buscado. Dijo Mathias cuando nos quedamos por fin solos al amanecer. Todos en la casa dormían, y

solo nosotros aún nos resistíamos a descansar.

- Yo creí que te buscaba también, pero me perdí en mi búsqueda

y cuando vi tu foto en el cuarto de Katherin Porto, pensé que había llegado muy tarde.

- Ahora entiendo tu mirada vacía, el día que nos vimos en las calles de Ciénaga. A Katherin la amo con toda mi alma, pero

como a una hermana.

- Lo sé, pero entiéndeme, ella es hermosa, pensé, pensé. Y él

silenció mis palabras, con un beso.

Vamos Ana ya amanece, debes dormir mañana es tu novena batalla.

188

SI SE VA A CAER EL PARQUE…

A las nueve de la mañana del día del concierto La Novena

Batalla, los silvestristas, corrían de un lado para el otro en la casa de María Clara, unos desayunaban, otros intentaban vestirse, los

más rezagados apenas se estaban bañando. Los observaba atentamente desde la mesita de la cocina, sorbiendo una enorme taza de café negro.

- ¡CAMISAS ROJAS! Gritó Katherine desde la cocina.

- ¡LISTAS! respondió Rossana desde la sala. Hacían una interminable lista de todo lo que llevaríamos en las mochilas.

- ¡GORRAS ROJAS!

- ¡LISTAS!

- ¡BLOQUEADOR SOLAR!

- ¡LISTO!

- ¡AGUA MINERAL!

- ¡LISTA!

- PANCARTA DEL CLUB

- NO ESTÁ, ¿QUIÉN LA TIENE? Preguntó a gritos Rossana y pasó

por la cocina en dirección al patio.

Al parecer la pancarta se había extraviado la noche anterior

durante la vigilia, Rossana y Katherine la buscaban como locas.

- ¡TENEMOS LA BANDERA DE ALEJANDRO! Gritó Katherine.

- Esa sirve. Murmuré tomando el vital líquido.

189

- ¡Buenos días, bonita! Y sus ojos iluminaron mi vida. Mathias me dio un dulce beso en los labios. Y se sentó en

un taburete para desayunar. Era mágico poder verlo por fin como si jamás nos hubiéramos separado.

- ¿Estás lista? Preguntó.

- Totalmente lista. Aseguré sirviéndole una taza de café. ¿Y

tú?

- Pues tengo las entradas a mano y ya me vestí de rojo, así que solo espero por ustedes. ¿Vamos a la caravana?

- ¡NO! NI SE LES OCURRA. Gritó Gunter desde su habitación.

- Podrían dejar de gritar. Dijo Alejandro entrando a la cocina.

Gunter tiene razón, debemos irnos directo a las puertas del parque. Tengo entendido, que así, es más fácil entrar de

primeros y estar en las barandas cerca de la tarima.

- Sí, es lo mejor, cuando todos estén listo nos vamos al

Parque de una vez. Dijo Mathias.

- ¿Alguien me puede decir por qué hay tantos gritos? Preguntó desde el umbral de la puerta José Jorge.

- Rossana y Katherine están buscando su pancarta silvestrista. Respondió Mathias.

La felicidad que se respiraba era increíble, estábamos emocionados por el lanzamiento del nuevo CD, enamorados,

dichosos. “No conozco una locura mas hermosa, que la de ser un silvestrista”. Pensé.

- ¡EL QUE SE QUEDÓ, SE QUEDÓ! Gritaba Maria Clara.

A la una de la tarde, comenzamos a reunirnos fuera de la casa, para ir caminando hasta el parque de la Leyenda Vallenata.

- ¡EL QUE SE QUEDÓ SE QUEDÓ!

190

Cuando comprobamos que estábamos todos afuera, Maria Clara cerró la casa, y como toda una tropa, nos dirigimos al parque.

Efectivamente fuimos los primeros en llegar, y en una hermosa fila india, mis amados silvestristas y yo, nos preparamos a esperar. Poco a poco se fueron acercando silvestristas que al igual

que nosotros habían decidido por hacer fila, en lugar de asistir a la acostumbrada caravana que Silvestre realiza cada lanzamiento,

y a la cual, asiste el pueblo entero.

- En una batalla las estrategias son indispensables. Nos

explicaba Gunter. De irnos a la caravana corremos el riesgo hasta de quedar fuera del concierto.

- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos todos.

- El que se mueva, queda excluido de la tropa, aguanten sol que a eso vinimos.

- ¡SEÑOR, SI SEÑOR! Gritamos hasta destornillarnos de la risa.

Aunque el medio día en Valledupar es inclemente, los silvestristas desarrollamos algo en nuestro interior que nos permite resistir,

hasta las condiciones climáticas más extremas. Ni idea teníamos de lo que nos esperaba al atardecer. Cantamos, reímos,

merendamos en plena calle, unas veces de pie, otras, desparramados por el suelo. Cuando estás al lado de tus hermanos silvestristas, el tiempo parece anularse.

Al atardecer llegaron dos cosas, una era la marea roja que había acompañado a Silvestre en la caravana, y con ella comenzó a

llover.

Increíblemente, llovió como si el cielo fuera a desplomarse.

- ¡NADIE SE MUEVE! Gritaban unos a otros.

Cuando las puertas del parque de La Leyenda Vallenata se

abrieron, entramos ordenadamente en nuestra fila. Al pasar las pesquisas comenzó la competencia.

191

- ¡A CORRER! Grité emocionada. Mathias tomó mi mano y corrimos juntos bajo la lluvia como los niños que jamás

dejamos de ser.

Katherine, Rossana y Yuli fueron las más rápidas, así que llegaron

primero a las barandas, todos los demás llegamos seguidamente y también alcanzamos a estar de primeros. A mí alrededor

encontré caras conocidas, abracé a Lorayne y brincamos llenas de alegría por estar juntas de nuevo, saludé a Sergio quien bailaba más feliz que nunca. Le lancé un beso a Hernán Gil, un gran

silvestrista de Medellín al cual conocía por redes sociales. Kike llegó corriendo con su mama y su hermanita y se aferró a una

baranda. Alejandro y su bandera de la Cienaga Grande, ondeaba al feroz viento. La Muchis enamorada de Fabián y los dos completamente felices. Danielita lloraba de la emoción. Martín y

Katherine bailaban al son de las canciones de Silvestre que retumbaban, una y otra vez en todo el parque. Vi a Rossana

abrazada a José Jorge. Gunter, Oscar, Stefany, Maria Clara, Alexis y Alejandro comenzaron a beber el aguardiente correspondiente al lanzamiento, y con el debido brindis.

Innumerables frases y dichos de silvestre eran invocados por mis hermanos silvestristas, esa noche no tomamos Silvestristas, el

trago rojo había quedado destinado para después del concierto, ya que Mathias y Alexis, se habían negado en revelar lo que se necesitaba para prepararlo, y necesitaban privacidad para

realizarlo, además que como es lógico, no nos hubieran dejado prenderle fuego a las bebidas dentro del parque.

- ¡ANA! ¡ANA! Una muchacha rubia gritaba al otro lado de donde nos encontrábamos. Al acercarse cuál sería mi

sorpresa al reconocerla.

- ¡AMPARO! ¡AMPARO! Eres tú, no puedo creerlo. Mi amiga de Venezuela, una de las muchachas del club de tres se hacía presente en el lanzamiento. La abracé no sé cuanto

tiempo.

La lluvia no cesaba, al contrario fue en aumento, y la gente iba

llenando el parque, que en pocas horas estaba a no más poder y

192

completamente de rojo silvestrista. Estábamos algo preocupados cuando empezaron los truenos y relámpagos, ya que si seguía

empeorando la tormenta, lógicamente el concierto no se daría.

Con el frío que estaba haciendo, metí mis manos a los bolsillos

del pantalón, y encontré algo que había olvidado al ver a Mathias en el puente de la Sirena Dorada. “El amuleto, mi deseo”.

Un fuerte dilema se me presentó en el alma, a mi lado estaba el hombre que amaba, Mathias bailaba soportando la lluvia, contra

viento y marea. Pero al ver el amuleto rojo, y sus ojitos de botones, recordé mi sueño. El que me mantuvo firme y me dio las fuerzas de seguir adelante. “El beso”.

Cómo explicarle a tu novio, lo que sientes por Silvestre, cómo

hacerle entender que en tu alma existe un lugar inaccesible, en el cual está tu artista, tu ídolo. Cómo hacer entender que si deseas un beso, con toda tu alma, es como fan, y que ese deseo, no

puede ser visto como una traición. No, no es fácil explicarlo, por eso callamos y preferimos no decirlo.

Deseo un beso… deseo un beso… Pensé una y otra vez.

Ya entrada la noche, dejó de llover y el cielo por fin se despejó.

En la tarima comenzó nuevamente la preparación de la

presentación.

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Gritábamos todos.

Y bailando secamos nuestras ropas. La euforia silvestrista en el parque de La Leyenda Vallenata, es casi indescriptible e

inexplicable. Esa noche de junio mi corazón se detuvo cuando salió mi ídolo desde debajo de la tarima, entre el humo de la

explosión de fuegos artificiales.

SI SE VA A CAER EL PARQUE…QUE SE CAIGA. Vino a mi mente su

voz, por recuerdos clavados en mi alma silvestrista.

193

EL IDOLO SILVESTRE DANGOND

Gritos, lágrimas, risas. Éramos una masa gigante de seres

humanos, completamente felices, sin importar la lluvia, ni el cansancio, todos estábamos allí para Silvestre, y él entregando

todo de sí mismo, bailaba como nunca.

Después de varios años de muchos esfuerzos y sacrificios, el ídolo

había adelgazado y vestía de una forma muy distinta a la de diez años atrás, pero su alma estaba intacta, solamente que ahora podía brincar más alto.

Estábamos tan cerca de él, que los gritos de mis amigas casi me

dejan sorda, no podía culparlas por desbocarse de aquella manera, eran incontables los sacrificios que habían tenido que hacer para poder asistir al concierto. Cuando Silvestre interpretó

La Ciquitrilla, en realidad pensé que el parque de La Leyenda Vallenata, se nos caería encima, y bailé tan desenfrenadamente

que Mathias estaba asombrado de ver cuánto había cambiado.

Kike lloraba al ver a su ídolo, Niurka lloraba por ver a su hijo feliz,

cumpliendo un sueño. José Jorge enamorado de Rossana, era feliz de ver que ella lo era. Katherine, Stefany y La Muchis no hacían

más que llorar. Alejandro bailaba y movía la bandera roja como si estuviera en la ciénaga y le hiciera señas a Silvestre como si se acercara en una piragua. Todos estábamos dichosos, los

muchachos brindaban, las muchachas gritaban. Y allí de pié recibiendo miles y miles de aclamaciones, nuestro ídolo Silvestre

Dangond, se acercó al barandaje, lanzó besos, extendió las manos saludando a sus silvestristas del alma. Y por un instante nuestras miradas de cruzaron, sus increíbles ojos amarillos

brillaron intensamente, y me lanzó un hermoso beso, pude ver cómo sus labios murmuraron mi nombre ¡Ana!

Estos eran nuestros lugares, él en la tarima haciendo feliz a los silvestristas, y yo entre la multitud como fan, dándole mi apoyo y

194

mi cariño, incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, siendo feliz, tan solo por el hecho de verlo triunfar como artista.

Cuando Rolando Ochoa estremeció a la multitud con su acordeón, “Lo ajeno se respeta” fue la canción que más emoción causó a los

silvestristas, y es que, no solo se trató de Silvestre, para sorpresa nuestra, cuando sonó el denominado pase del Monaco, salió a

escenario un niño pequeño, de cabellos rubios quién bailó a su propio estilo y todos coreamos “Monaco, Monaco, el pase del Monaco”. El niño abrazó a su papá. Así es, uno de los tres hijos

de nuestro artista, había bailado para todos, y cuando Silvestre se arrodilló para abrazarlo, no pudo detener el llanto. Todos

gritábamos emocionados. El pequeño tomó el micrófono y se dirigió a todos los presentes. “DÓNDE ESTAN LOS SILVESTRISTAS” Gritó, y como una horda enardecida gritamos

llenos de emoción. Silvestre y su pequeño bailaron para nosotros de una forma muy especial. Cuando vi los ojos de Kike, y la

emoción de ver al Monaco en tarima, entendí que ahora no era el silvestrismo únicamente lo que existiría en su vida, sino que surgía un nuevo movimiento “El monaquismo.” Solo Dios sabrá la

dinastía que nos depara el futuro, pero sea cual sea, seremos felices porque el sentimiento que nos une, augura un mañana.

En el concierto un joven delgado de sonrisa brillante se acercó y me mostró una foto hermosísima del momento en que el Monaco

abrazó a su papá. Nunca alguien había sido tan amable en los conciertos de Silvestre, luego de varias canciones, entendía que

aquel joven era el fotógrafo de Silvestre, un ser maravilloso, que no solo nos tomó fotos, sino que estaba pendiente de todos nosotros y nos mostraba su cámara para que viéramos de cerca a

nuestro Ídolo. Había leído sobre él, en redes sociales siempre coloca “Peres Carranza”, que son sus apellidos. Cuando volvió a

acercarse, lo abracé y le di un beso gigantesco en la mejilla, mi abrazo fue correspondido, y no me sorprendió ver en sus ojos la chispa silvestrista, esa que llevamos por dentro y que nos define,

un brillo intenso que llevamos como bandera, y que no tenemos ni idea cuando fue encendido, pero que está allí. Sentí en cada

uno de sus gestos, la fraternidad y el cariño de alguien muy

195

especial en mi vida, aunque sólo nos hayamos visto por pocas horas.

Cuando ya estaba terminando el concierto, mi corazón se aceleró de forma inexplicable.

- Mathias necesito hacer algo, o por lo menos intentarlo. Dije.

- ¿Ana, qué pasa?

- Quiero ver a Silvestre, voy a intentar colarme entre las estructuras que dan a los camerinos.

Sus ojos me vieron con el profundo amor de siempre, él sabía que era imposible detenerme.

- Te esperaré a la salida del concierto, ten cuidado, si te

agarran, trata de soltarte y solo corre.

Lo abracé fuertemente, mientras mis amigas seguían bailando, y

me mezclé entre la multitud. Recordé cómo había logrado avanzar en el concierto en Venezuela, y sin más me agaché y

comencé a gatear. Al llegar a un extremo del parque solo se interponían algunas vallas y personas, entre Silvestre y yo. Debía darme prisa, el concierto del ídolo Silvestre Dangond, había

finalizado.

196

(CAPITULO ESPECIAL II)

Salté vallas, empujé personas, corrí huyendo de escoltas, y

personal de seguridad, quienes evitaban que las muchachas silvestristas del concierto, hicieran lo que yo, estaba a apunto de

hacer. Vivir intensamente ser fan de un ídolo.

Mientras corría por un largo y oscuro pasillo, pensé en mis

amigos, recordando sus sonrisas, sentía que ellos estaban conmigo en esta locura. Apreté fuertemente el amuleto de Danielita que llevaba en la mano derecha y seguí corriendo,

rogando a Dios que Silvestre aún estuviera en las instalaciones del parque.

Asustada, comencé a llorar sin control, cuando llegó a mis recuerdos la canción de La Muchis, la canción de Mariana Vega,

que una noche de confidencias dedicamos a nuestro ídolo.

Recordé la primera vez que vi la sonrisa de Mathias, la misma noche que vi por primera vez la imagen de Silvestre en un video.

¡ALTO!

¡ALTO!

¡ALTO!

Gritó alguien, ordenándome que me detuviera. Unas enormes y fuertes manos me sujetaron y casi caemos al suelo. Usando todas

mis fuerzas me solté de mi captor.

De pronto unas luces al final del pasillo, me dieron esperanzas.

- Me siguen, me están siguiendo. No Dios, por favor no, por

favor no.

197

Choqué con alguien que se atravesó en mi camino. Caímos irremediablemente al suelo de forma estrepitosa, rodando hasta

quedar encima de aquel hombre.

- Discúlpeme señor, lo siento, perdóneme, perdóneme.

Chillé con los ojos cerrados. Es inútil me han atrapado. Pensé completamente rendida.

- ¿Ana? Por Dios me has asustado.

Al oír su voz, mi corazón se detuvo. Abrí mis ojos lentamente, él me miraba sorprendido de haberlo derribado.

Sus ojos amarillos, los había alcanzado.

Unos enormes brazos me alzaron al aire, quitándome de encima

de Silvestre.

- No, no, no, no por favor, suélteme, tengo que hablar con él, suélteme, suélteme. Dije llorando.

- Déjala en paz, yo la conozco. Yo me hago cargo. Todo está bien. Dijo Silvestre levantándose y limpiándose la ropa

llena de polvo.

Inmediatamente el hombre que me cargaba, me concedió la

libertad.

- ¿Por qué lloras bonita? Preguntó Silvestre.

- Necesito… yo necesito, yo, yo.

No podía hablar, me hacía falta oxigeno. Y las lágrimas no me dejaban ver. Intenté secarlas y seguía llorando, era como si fuera

una niña a la que le rompió su única muñeca.

- Déjennos solos muchachos. Dijo y los hombres gigantes se

alejaron.

- ¿Qué pasa Ana? Prometiste ser más cuidadosa y esto no es precisamente lo que tenía en mente. Dijo.

198

No pude hablar, no hallé palabras para decir que lo amaba.

- ¿Qué pasa Ana? No llores por favor, no me gusta verte

llorar, así no se ven tus bonitos ojos negros. ¿Qué puedo hacer por ti? Preguntó cambiando el semblante.

Dejé que mis ojos hablaran por mí, tratando de controlarme y respirando como si fuera la primera vez que lograra hacerlo en la

vida.

Y me miró, como jamás nadie podrá hacerlo. Sentí que él entendía lo que me pasaba, aceptando calladamente mis problemas, sueños e ilusiones de fan.

Su sonrisa se llenó de luz, iluminando nuestras almas y sin

necesidad de decir nada, se me acercó muy despacio. Con mis manos toqué su pecho y sentí su aliento. El tiempo se detuvo, el planeta ya no giró, no hubo sonido. Solo éramos él y yo.

Cerré mis ojos, de donde brotaron dos lagrimas enormes.

Y él me besó.

Totalmente enamorada del ser humano que era Silvestre, lo abrace y sin tiempo ni espacio, nos besamos. No era un sueño, no estaba muriendo. Lo estaba besando.

199

SILVESTRISMO DEL ALMA

Mi cuerpo temblaba entre sus brazos, no puedo decir cuánto

duró el mágico beso, solo sé que fue el instante más grande de mi vida. Todo tuvo sentido y razón. Comprendí la fuerza de la

determinación, esa energía que te declara la guerra y dice que, no hay nada que no puedas hacer realidad, si te juegas el corazón en el intento.

Luego de sentir sus dulces labios, me quedé observando su rostro, esos hermosos ojos amarillos, cansados de años de

trabajo y sacrificio, mi ídolo era humano, muy humano. Ya no hubo nervios, solo el instante del placer de un beso. Ambos

sonreímos por lo que habíamos hecho, como cómplices de una travesura sagrada.

¡ALTO!

¡ALTO!

¡ALTO!

De pronto, todo fue confusión, los escoltas trataban de contener a cientos de silvestristas que habían pasado por encima de la

seguridad del evento. Un dolor me oprimió el pecho, era el momento de decir adiós. Pero no pude despedirme, alguien de su

personal, se lo llevó inmediatamente. Silvestre apenas si miró atrás, todavía confundido por los gritos de los fans.

Cuando la horda de hermanos silvestristas pasó por mi lado, no pude más sostenerme en pie, así que muy pegada a la pared fría

del parque La Leyenda Vallenata, me acurruqué, sentándome en el suelo y abrazando mis piernas.

Nos habíamos besado, no había sido un sueño. Con los dedos me toqué la boca, sintiendo aún el calido beso de quien no era mío,

pero a quien pertenecía en la totalidad de mí ser. Sentí ganas de

200

salir corriendo, quise gritar, quise reír. Pero vi en mis manos el amuleto y en realidad, me puse a llorar.

- ¡ANA! VAMOS PÁRATE. Katherine me había encontrado entre la multitud. Me sonreía con esa mirada que sólo un

verdadero silvestrista podía brindar.

- VAMOS ANA, MUÉVETE. Se lo llevan al aeropuerto, aún

podemos despedirnos de él.

No tuve valor para contarle a mi gran amiga mi acto de traición, no quise lastimar sus ilusiones, ni alardear del beso más maravilloso de mi vida. Decidí callar hasta hoy, y si alguna vez mi

gran amiga llega a leer estas páginas, espero que no me juzgue por haber guardado silencio.

Me levanté, tomé su mano y salimos corriendo, a la entrada del parque nos esperaba la camioneta de Yuli. Casi no logro entrar;

en ella, estaban además Rossana, José Jorge, La Muchis, Oscar, Gunter, Stefany, Danielita, Amparo, Fabián, y Mathias, unos

sobre las piernas de otros, todos nos dirigimos al aeropuerto.

Vi a Mathias, no tenía la fuerza de decirle nada, y nada dije.

- APÚRATE YULI. Gritó Katherine. Está confirmado Silvestre sale en el próximo vuelo a Bogotá, y de allí se va a Miami.

¡Corre! ¡Corre!

- Cállate, cállate, que me haces temblar y así no puedo.

Para relajarse mi querida Yuli colocó “EL HIT”, a todo volumen y

rápidos y furiosos fue incomparable con la camioneta silvestrista. En pocos minutos estábamos en el aeropuerto. Salimos corriendo

y para colmo de males, todo el mundo se había enterado que Silvestre se iba de Valledupar en el siguiente vuelo, nos mezclamos entre la multitud.

- Déjenme pasar, por favor, permiso. Disculpe ¡Quítese! Dije

una y otra vez. Y no sé cuantas cosas más decían los

201

muchachos tratando de pasar al frente de la multitud. Gritaban, todos gritaban.

Silvestre se despedía de sus fan, desde un salón del aeropuerto a través de un enorme cristal, cuando logré llegar hasta la pared de

vidrio, pegué mis manos y lo miré con todo el amor que me quemaba por él. Silvestre me vio y se acercó. Todas las chicas

gritaban su nombre. Me miró a los ojos y vi tristeza en su mirada, fue como entender que ésta era la vida real, él era el artista asediado por el público que lo amaba, por su “SILVESTRISMO

DEL ALMA” y yo estaba del otro lado del cristal, como la fan que era. Muy despacio, se llevó los dedos a su boca, tocó sus labios

como recordando nuestro beso. Sonrió sin dejar de verme a los ojos. Tocó el cristal y yo hice lo mismo. En ese micro momento nos dijimos adiós.

202

ANA

Que difícil es escribir esta página. Mi nombre es Ana y soy

Silvestrista, durante años huí de las tristezas y me refugié en un movimiento musical. He sido una fan totalmente entregada a un

sueño. He llenado mi vida de alegría, música y amor.

Antes de cerrar este diario en el cual he descrito el sentimiento

más puro de un fan por su artista, no puedo dejar de decir, que “El Silvestrismo” me curó heridas que jamás pensé que sanarían. Encontré en mi camino a muchas personas como yo, que con su

particular alegría, llenaron mi vida de instantes que serán eternos. Más que amigos, hice hermanas y hermanos, que aún

hoy cuidan de mí y yo de ellos.

Regresé a Venezuela, llevo una vida si se quiere, un poco más

tranquila, dejé de buscar respuestas, porque ellas llegan con los años, mientras termino esta página, unos ojos pardos me miran

con el amor que solo puede darte, tu alma gemela, Mathias está a mi lado viéndome escribir.

Dijimos adiós a nuestros grandes hermanos silvestristas, y con cierta regularidad, conversamos por teléfono o por las

maravillosas redes sociales. Desde Venezuela Mathias y yo enviamos un hermoso acordeón rojo a Ciénaga, el cual Yuli Vanesa entregó al niño de ojos de caramelo, y por lo que me han

contado, no hay un pequeño que toque el acordeón con tanto sentimiento como él, a las orillas del Mar Caribe.

Me han contado que Rossana encontró el camino a Nabusimake, entregó su amor a José Jorge y habita en esa tierra mágica,

donde es la más feliz de todas las mujeres. Martín permanece al lado de Katherine y cuida de ella con un fervor único, mi gran

amiga ha pasado por la perdida de su padre, y el silvestrismo aún cura ese enorme agujero en su corazón. Sé que Silvestre la ayudará con sus canciones a encontrarle sentido a la muerte de

203

los seres queridos, porque eso precisamente hizo conmigo y mí amada Teresa, y eso aún lo hace con la muerte de mi padre.

Alguna vez me contaron que La Nana ahora forma parte de las almas de La Ciénaga Grande, yo la recuerdo en su casita de

palafitos contemplando el atardecer, y sus profundos ojos grises, ella habitará en mi memoria hasta el día en que deba ir a su

encuentro.

Nuestro amado negrito de Cienaga, Alejandro, aún sigue tocando

la flauta a orillas del pantano, y me imagino que jamás esa bandera roja dejará de ondear al compás del viento.

Danielita estudia mucho, porque desea ser una mujer hecha y derecha no solo para su familia, sino para sus amigos. Ha

prometido visitarme algún día. Stefany se enamoró de Gunter y ahora, mi amigo incorregible vive en La Cienaga, cerca de La Muchis y Fabián, quienes tienen una hermosa niña llamada Ana

Fabiana.

Recordar sus rostros, su cariño, me hace un nudo en la garganta, jamás nadie ha podido estar más en deuda con la vida, que yo. De Oscar dicen que está trabajando en Bogotá, así que es de

quien menos sé, pero estoy convencida, que allí está luchando por sus sueños, frotando su frente cuando esta preocupado,

tratando de encontrar las ideas que lo lleven a ser un hombre mejor.

Aún cuando vivimos en la misma ciudad, veo muy poco a Raquel o a Amparo, tienen vidas reales, pero sé que no dejan de luchar

por el silvestrismo, día tras día. Las llevo en mi corazón y sé que en un futuro no muy lejano, alguna aventura espera por nosotras.

José Luís por fin le declaró su amor a Maria Clara, y por las noches en Valledupar, no hay una casa con más escándalo que

esa, donde la alegría se desborda, los vecinos no se quejan porque siempre suena “Vallenato”.

204

Y Silvestre, de él siempre tengo noticias gracias al Twitter o el Facebook, dos maravillas de nuestra era en las redes sociales.

Lucha todos los días de su vida por expandir el Silvestrismo, ha comenzado a conquistar varias ciudades de Europa y países de Latinoamérica.

Lo imagino meciéndose en una hamaca, soñando, siempre soñando, con sus brillantes ojos amarillos y su voz de mago, con

su guitarra en la mano y escribiendo canciones de amor, siempre de amor… porque Nació en Urumita, un pueblito en Colombia, tierras en donde estoy convencida que nacen los poetas y los

inmortales.

205

Que el final de mi diario, sea apenas el inicio del tuyo, que el silvestrismo encuentre en ti, al más grande de todos los fans de Silvestre Dangond.

Con amor Ana.

13-03-2014.-

206

EPÍLOGO

Querido Silvestre, estoy en frente de tu casa, las manos me

tiemblan y no sé si recibas lo que dejaré debajo de tu puerta. En este diario están contenidos los sentimientos de algunos de tus

silvestristas, he tratado de ayudarme con la imaginación y solo tú puedes descubrir, qué es cierto y qué es fantasía. No tengo palabras para agradecerte todo lo que has hecho por mí; por

todos nosotros, tu alegría llena de luz, hasta los momentos más oscuros.

He querido que el tiempo no borre los sentimientos, sueños ilusiones, ni sensaciones que hemos pasado a tu lado, desde el

otro extremo del escenario como fan, quiero con mi alma entera, darte las gracias por cada uno de tus esfuerzos. Espero que algún día, cuando tus hijos sean ya hombres grandes, puedan

leer en estas páginas, lo maravilloso que fue su padre para millones y millones de personas, que con su voz y cada uno de

sus bailes, hizo un mundo mejor para “Los Silvestristas”.

Tus ojos iluminarán mi vida eternamente.

Con todo el amor de mi alma

Ana.

207

FIRMAS DEL DIARIO

208

“Amarte se volvió en más que una obsesión, un cariño, un sentimiento verdadero. Eres la ilusión de mi vida, eres el hombre más maravilloso del

mundo, alguien a quien tal vez, nunca tenga, a quien tal vez nunca bese, pero en mis sueños te tengo, en mis sueños te beso, en mis sueños

eres mío. En tus canciones estoy yo por todas partes, aunque no lo quieras, aunque no sea tu intención. Tú existes en mi vida, porque yo

existo en la tuya”.-

Tu fan Silvestrista.-

209

210

POSTALES ROJAS

MARLYN BECERRA BERDUGO

211

“Si algún día me pierdo, te enviaré una libélula roja, ella te enseñará el camino hasta mi alma.”

Julia.-

212

Dedico estas páginas a todos los que llevan la bandera roja del silvestrismo en su corazón.-

Marlyn Becerra Berdugo.-

213

POSTAL ROJA

I A quién logre llegar

Este mensaje no tiene destinatario, ni dirección; incluso no estoy

seguro de que alguna vez pueda enviarlo. Me es urgente escribirlo, porque la soledad y el encierro son dos amigos a las

cuales les escondo mis verdaderas intenciones.

No daré detalles del lugar donde me encuentro, no daré motivos

para que quieras venir a buscarme. Es urgente que te exprese en secreto lo que nadie más puede entender. La historia jamás refrendará mi nombre, pero te aseguro, que nunca seré olvidado.

Recuerdo que era el mes de abril, cuando recibí mi primera

postal, una mujer muy joven, con dos pequeños que alimentar, me decía en su misiva, que hizo todo lo que estuvo a su alcance por un sueño, y que; sin embargo, los escasos recursos y el

trabajo de domestica la habían confinado a solo poder ver en la pantalla de un televisor, su gran sueño. ¿Qué será un televisor?

No puedo recordarlo.

Su historia me resultó interesante, por eso leí la carta adjunta a

la postal. La letra de la joven era casi al aire, por lo que entendí que, había escrito apresuradamente las palabras. Lo curioso de la

postal y la carta en si, es que la tinta con la que fueron escritas, era roja. Regularmente las personas me escriben en tinta azul o negra, pero jamás en rojo. No entendía cuál era su inconveniente,

y hasta me pareció absurdo, que hubiera pedido dinero prestado en su trabajo por lo que llamaba “el concierto de su vida”. No

obstante, me dejó un sabor amargo en la boca, cuando me confesó que no pudo asistir a donde anhelaba ir, porque su hermano menor enfermó y el dinero se necesitó para el pequeño.

214

De cada tres frases, dos eran lamentaciones, por lo que comprendí, que realmente estaba afectada por su sueño

irrealizable.

La madre soltera, repetía constantemente un nombre, una

persona sobre la cual jamás había leído. Creo recordar que diecisiete veces escribió “Silvestre”, apenas en dos pequeñas

páginas. En mi encierro agradecía tener noticias del mundo, aunque se tratara de un nombre desconocido, los sentimientos de la muchacha me hicieron compañía durante muchas horas.

Releí sus lamentaciones, y descubrí al final de su carta un acento de esperanza. Firmó su postal con el nombre de María

Contreras Vergara. Sucre - Colombia.

Estando incomunicado, y solo queriendo recibir las postales que a bien quisieran enviar, en ese entonces, quise analizar por qué María estaba tan triste al no ir a un concierto. Los artistas

ciertamente pueden enardecer a una multitud, existen las más incontables historias de fanáticos que han dejado su huella en la

historia universal. Hay personas que gastan fortunas como coleccionistas de un pintor, o un escritor, lo cual me parece normal, yo hice lo imposible por conseguir una gema de Lalique

alguna vez, pero el hecho de que una mujer, que tiene la responsabilidad día a día de luchar por un mundo mejor para sus

hijos, cómo puede entonces verse relacionada con un cantante. Creo que tal vez la joven, encuentra en la música de esa persona, algo que no encontró ni encuentra, en alguna otra parte, de lo

contrario no tendría sentido su nostalgia, porque en definitiva, al concierto no logró asistir, pero insiste en que tarde o temprano

podrá ver frente a frente a quien llama “Silvestre”.

Por cosas de la vida, en este aislamiento total al cual he sido

sometido, desde ese día siguen llegando postales rojas, y es así, como iré uniendo el rompecabezas que empezó con la simple

carta de una muchacha en una tierra remota y distante.

215

POSTAL ROJA

II SILVESTRISMO

Hoy tengo entre las manos una postal roja interesante, puedo

decirles que es muy diferente a las que llenan mi mesa de trabajo, incluso diría que la joven que la envía, derramó unas

cuantas lágrimas al escribir sus sentimientos, pues hay palabras casi borradas por ellas. Kaleth era un ser especial según comenta, y habla en tiempo pasado, porque el joven murió hace algunos

años, dejando un vacío existencial en ella. Nuevamente recibo la carta de una mujer joven que dice amar el recuerdo de su artista,

como diría ella “el de brillante sonrisa”. Por casualidad, el joven cantante era amigo entrañable del artista mencionado tantas veces, por la escritora de la postal anterior, es decir, el llamado

Silvestre, y confiesa que solo cuando Kaleth falleció, comenzó a ser “Silvestrista”. Y he aquí donde me inundaron las

interrogantes, es que acaso este joven cantante tiene una magia especial que desconozco, y que incluso está en el corazón mismo de quienes en un inicio quisieron al joven Kaleth, o es que la

esencia de un amigo puede quedarse y no partir jamás. Increíblemente y como dice la muchacha de letra sencilla, Kaleth

cantaba que vivía en el limbo, porque pronto pasaría por ese lugar rumbo a la eternidad. Cuanto quisiera preguntarle a esa mujer qué es lo que hace que insistentemente se abrace al ideal

que ella denomina Silvestrismo.

Encerrado como me encuentro no puedo más que lanzar mis palabras al viento esperando que ella logre encontrar lo que tanto busca y que en un futuro pueda, decirme lo que ha hallado más

allá de toda tristeza. La muchacha firmó su postal roja como GISEK VENEGAS – Colombia.

216

POSTAL ROJA

III 1ERA CARTA DE VIOLETA

Esta mañana el frío ha entrado por los barrotes de la habitación

en la cual me encuentro, he estado febril por escribir sobre ella, alguien que a partir de hoy formará parte de mi existencia; y es

que ha llegado entre tantas postales y cartas, la de alguien que ha tocado mi alma, si es que aún la conservo.

Su letra es angelical, sus palabras y dominio del idioma es magnifico, tiene la característica de escribir como si se tratase de una novela. Su nombre, cual flor de primavera, trae hasta mi

soledad el aroma de un lugar distante, donde el sol penetra con sus rayos dorados y el aire puede incluso hacerte feliz. Ella es

Violeta. Dice que aunque la vida no es lo que ella deseara, es suya y la vive tal cual su corazón lo ha dictado, pero que debe

confesarme tantas cosas, que ignora, si mi corazón puede resistirlas. Escribe dulces palabras sobre alguien de quien incluso he sentido celos, nuevamente Silvestre aparece en las letras,

como persiguiendo mi existencia, como puñales de hielo que atormentan mi memoria. Firma la postal VIOLETA. Valledupar –

Colombia.

217

POSTAL ROJA

IV TATUAJE

Han pasado los días como quien deshoja las margaritas,

esperando que la respuesta sea un “sí”, pero Violeta no ha vuelto a escribir como prometió que lo haría, y mi corazón se oprime en

sus latidos, las cartas siguen llenando la mesa, pero tan pronto rompo el sello de alguna, el nombre del joven cantante nuevamente sobresale por encima de cualquier palabra ¿Es que a

caso mi condena es ésta? Saber cuánto lo aman o qué sienten por él. Me niego a seguir leyéndolas, necesito saber de la dulce

Violeta o mi encierro terminará desquiciándome, si es que ya no lo estoy.

Observo la mesa y de pronto cae al suelo, lento y con el vaivén de un pensamiento, una foto, me devuelve la mirada una

hermosísima jovencita que firma LUISITA DANGOND – Colombia. Su sonrisa me convence, y busco entre las postales un remitente con ese nombre. No logro encontrarla, temo haber

perdido su carta, y decido sentarme y ordenar los mensajes como quien ordena sus pensamientos, con dedicación y cordura.

Encuentro la postal que busco y observo que está abierta y en ella no hay carta alguna, solo fotografías recientes de la joven, en una de ellas, expone su espalda porque se ha marcado la piel.

- ¡Por los dioses! Esta joven se ha marcado el nombre de “Silvestre” en la piel. Dije, aunque nadie pudiera oírme.

Cada día entiendo menos las postales de estas jóvenes, que

alguien me diga qué pasa en el mundo, porque no entiendo, cómo una niña lleva en la piel, el nombre de un artista. Mi mente entra en una especie de locura, comienzo a abrir descontroladamente

las cartas, y caen como moscas, fotos de mujeres sobre mi pobre

218

mesa, en cientos de ellas, las mujeres e incluso hombres han marcado su piel con el Silvestrismo. La curiosidad me corroe.

- Tendré que leer todas las postales. Dije. Aunque Violeta jamás vuelva a escribir en esta vida.

219

POSTAL ROJA

V OJOS DORADOS

Hoy he logrado comprender que las jóvenes que escriben a las

puertas de mi soledad, están enamoradas de la vida misma, y en sus cartas, postales y fotos, expresan el amor único del fan por

su artista, ven en él, el príncipe de los sueños que no alcanzan. Hay quienes tatúan su piel, algunas tiñen sus cabellos de rojo en tributo al ídolo, simplemente siguen siendo lo que eran sus

antepasados, seres humanos llenos de fuerza y esperanzas.

Una joven de enormes ojos, envía como postal su fotografía, y en

la carta declara el amor más grande de todos los tiempos, lo increíble es que todas las cartas expresan exactamente el mismo

amor por Silvestre. Me pregunto qué sentirá este muchacho, de ojos dorados y cabello oscuro, de sonrisa afable y lleno de vida;

“ya sé como es Silvestre”, Erika Sarmiento – Bogotá - Colombia. Adicionalmente a sus letras adjunta una imagen del cantante. El de la foto sonríe como si viera en un mismo instante

a todas las muchachas que me escriben ¿Sentirá amor por ellas? ¿Pensará en ellas? Es imposible leer en su mirada todo lo que

existe dentro de un ser humano, solo podemos arribar a conclusiones refrendadas por niñas y jóvenes que gritan su nombre en conciertos o susurran una oración a la hora de dormir.

Me he acostumbrado a sus palabras, suspiros y lamentos, quisiera poder consolar sus corazones ilusionados, pero lamentablemente

solo puedo leerlas y dejar constancia para las generaciones venideras, que cientos de corazones laten acelerados por un

muchacho sencillo y de buen espíritu. Estoy convencido de que alguien con ese rostro, solo puede ser un hombre de paz.

220

Observo en la carta de Erika, letras de dolor y emoción, me escribe como si yo pudiera desde estas cuatro paredes, hacer

llegar el mensaje a su amor inmortal. Su letra se asemeja a hormiguitas sobre el papel, como si lo que siente es un secreto de Estado, y solo yo puedo descifrar, hasta el más mínimo de sus

deseos. Y pienso si Violeta siente lo mismo que Erika por Silvestre, cómo podré entonces decirle a ella que soy suyo, como

todas estas jóvenes logran gritar al muchacho: “Te pertenecemos”.

221

POSTAL ROJA

VI 2DA CARTA DE VIOLETA

La vida es perfecta, Violeta ha escrito y siento que el corazón se

me acelera, reconocí en mi mesa de trabajo su hermosa letra a primera vista, el aroma que de sus letras emana, enamora mis

sentidos. Mi amada Violeta dice estar bajo una fuerte depresión, sin dar más explicaciones, comenta que hay días en que su vida es oscura, que desea irse a un lugar donde se le permita ser feliz,

porque actualmente las cadenas pesan sobre su alma, aunque ella confiesa tener la llave para librarse de ellas, pero el miedo

consume su razón.

Mi pobre Violeta, si supieras que todo cuanto desees cumpliría

para ti, pero mi atormentada razón sabe, que no puedo hacer nada que no sea leer tu alma. Ella menciona insistentemente una

canción de su ídolo, solo Dios sabe, cuánto deseo conocer las canciones del muchacho de ojos dorados, para entender a mi querida Violeta.

Ruego a todos los dioses que pronto envíe en las postales una fotografía, quisiera ver su rostro, aunque yo no pueda mostrarle

el mío, este cruel destino que me permite vivir a través de las palabras, sin que los sonidos me sean permitidos, por lo menos

no hasta los momentos. Amada Violeta, rompe tus cadenas, y vive, por ti, por Silvestre o por el mismísimo sol, pero no me dejes sin ti. Pensé, entregándome a un momento de locura. Las

cartas de Violeta son tan cortas, que siento que la idealizo, así como ella lo hace con Silvestre, es que acaso ¿Ella se convertirá

en un ídolo para mí? Solo puedo agradecer las palabras que llegan, noche a noche, no importa si todas van dirigidas a otro

ser.

222

POSTAL ROJA

VII

Recostado en mí lecho, veo todo cuanto me rodea, cientos de

libros en completo desorden, mi existencia fuera cruel si ellos no me rodearan. Observo cómo el centinela de mi encierro, deposita

por debajo de la puerta de hierro las postales enviadas, todos los días a la media noche, llegan con sus hermosas palabras. Me levanto, recojo una a una y las deposito en mi enorme mesa de

trabajo, me siento y el mundo se reduce a letras, frases y oraciones, y frente a este rincón del universo, una ventana con

los barrotes que prohíben mi libertad.

- Si tan solo pudiera ver su rostro. Suspiro pensando en

Violeta y reprendo mis sentimientos de novela.

Intento concentrarme en las postales rojas que no cesan de llegar, y llama mi atención, una letra cursiva y agitada, JESSICA PRADA MERCADO- Colombia, suscribe la misiva. Dos enormes

lágrimas brotan de mis ojos, la jovencita me cuenta lo difícil que ha sido su vida, y no puedo evitar llorar por ella, desde muy

pequeña ha tenido problemas en la piel, que incluso, el simple roce del agua, le hace un daño tremendo, ha aprendido a seguir adelante con innumerables ungüentos y ha mejorado a paso lento

y tortuoso. Comenta en sus palabras que cuando tenía seis años, no paraba de llorar al bañarse, hasta que su querida madre, un

día colocó en el baño, un diminuto instrumento musical, una especie de mini radio, en el cual sonaba la voz más dulce del mundo, una canción de cuna muy especial “… a Sara Maria, Sara

Maria, Sara Maria y un acordeón…” el dolor de su piel cedió como por arte de magia, y es así como Jessica se convertía en la Sara

María a la que le cantaba Silvestre Dangond. Entiendo porqué es tan especial para Jessica. Ahora sé el nombre completo del hombre tan amado por las escritoras de las postales rojas.

223

POSTAL ROJA

VIII 3ERA CARTA DE VIOLETA

Hoy llega a mis manos la carta más dolorosa que un hombre

pueda recibir, pero no los privaré de ella, en un tonto intento de amor propio. No es algo que pueda merecer la mujer que amo,

Violeta ha escrito tal vez la carta más maravillosa de todas las que he recibido, pero no tengo fuerza para explicarla o comentarla, por eso me limito a ser el transcriptor más fiel que

Ustedes puedan tener.-

A quien pueda interesar.-

Postal Silvestrista/ carta roja. Presente.-

En frente de la casa de múltiples rejas, me encontré de pie, sin

saber en realidad si valdría la pena, pero estaba completamente desesperada. Al día siguiente me iría de Valledupar, para no

regresar jamás. Por tanto, me planté firme como un árbol, atenta a cualquier movimiento dentro de ese hogar. La tarde calurosa transcurrió silente, y permanecí allí siempre con la mirada puesta

en la ventana. Cada cierto tiempo rezaba en susurros, la palabra “Por favor”.

A las seis de la tarde, una mano blanquecina movió la cortina de la ventada que vigilaba, por lo que mi corazón quiso explotar de

alegría por un presentimiento maravilloso. Inmediatamente la puerta de la casa fue abierta. Sin pensar crucé corriendo la calle,

él me observaba apiadándose de mi existencia. Para mi asombro se acercó al igual que yo a las rejas que se interpusieron y no

224

pude abrazarlo. Estaba vestido con ropa de dormir, y su rostro delataba el cansancio de noches enteras; sin embargo, se me

antojó el hombre más hermoso del mundo. Me aferré con ambas manos a las rejas.

El sonrió y vi sus ojos amarillos con tonos verdosos, me sentí, como quien ve por primera vez la luz del sol.

- Es hora de ir a casa, debes irte a casa. Dijo él.

- ¡Por favor! Fue todo lo que puede articular.

Colocó su hermosa mano sobre la mía en las rejas, su piel fue

suave como la brisa y sentí morir. Observó mi mano, buscó mi muñeca derecha y besó dulcemente. Un temblor de éxtasis me

embargó el alma, y quise gritar o correr no estoy segura de ello.

- Debes ir a casa. Insistió él

- ¡Yo soy Violeta! Susurré a punto de llorar.

- ¡Y yo soy Silvestre! Dijo quedamente sin soltar mi mano.

Sentí rodar en ese instante dos gruesas lágrimas por mis mejillas,

estaba desesperada, no sabía cómo despedirme de él para siempre.

- Violeta debes irte. Dijo en un tono de voz triste.

Nos miramos como si nos conociéramos de otra vida. Quise gritarle que lo amaba tanto, pero el llanto me traicionó y me

bloqueó la voz y los pensamientos. Entendí de pronto que debía irme y que ya había logrado verlo, así que podía decir adiós.

El aferró mi mano y me detuvo, besó nuevamente mi muñeca como si le perteneciera. Se acercó más y más a las rejas de su

cautiverio, yo entendiendo lo que sucedería, igualmente me acerqué sin cerrar los ojos, hasta que sentí el frió del hierro en mis mejillas. Cuando cerré mis ojos, sentí su aliento… sus labios.

Allí de pie, sin testigos, me beso, lo bese… nos besamos.

225

Llena de amor, abrí mis ojos a un mundo distinto, real y doloroso, solté la reja, respiré como si jamás lo hubiera hecho en mi vida, y

salí corriendo por la calle por la cual había llegado hasta allí.

Llorando desconsolada le dije adiós para siempre.

Violeta – Valledupar –Colombia.-

226

POSTAL ROJA

IX La libélula roja

Los días transcurren sin que pueda darme cuenta, igual nace el

sol más allá de los barrotes de mi ventana, como los rayos lunares, sin que pueda detenerlos, sin que pueda disfrutarlos.

Despierto, vivo un instante y vuelvo a dormir, es como si el tiempo no existiera y solo importara leer cada carta, cada postal.

Anoche mi centinela arrojó bajo la puerta, una única carta.

Me acerqué con cautela presintiendo que no era nada bueno,

recibir una única postal. Curiosamente el sobre delataba tres

letras, un único nombre “ANA”, y un único símbolo , una

especie de insecto refrendado en tinta roja. Me recosté en el

lecho, sin atreverme a abrirlo, nunca en mi existencia había recibido algo parecido y me dio mal agüero.

La contemplé durante horas hasta que lentamente entré en un letargo, una parte inicial del sueño. Por primera vez me vi

caminando fuera de mi habitación. El sol comenzaba a nacer en aquel lugar, sentí la mirada caliente, como si mis ojos echarán fuego. Contemplé desde lo alto de una enorme montaña el

universo que me rodeaba, los colores de un mundo que curiosamente extrañaba, algo en mi interior me causó un

profundo dolor, un nombre jamás pronunciado vino a mi mente como un relámpago “Julia” y me sentí caer en el abismo infinito de la oscuridad.

Al despertar del sueño, aún sostenía en mis manos la carta de

Ana, tenía lágrimas en los ojos, y me sentía tan confundido, que lancé la carta al suelo, sin atreverme a mirarla ni por un instante más.

227

- ¿Fue un sueño? Pregunté al silencio. ¿Es un recuerdo? Dije alzando la voz, pero no hubo respuesta.

Pensé en Violeta y traté de que su nombre embargara mi existencia y alejara el dolor que me producía el sueño de la

montaña, esto es lo que hacían las silvestristas, y era lo que yo intentaba hacer con mi dolor “Refugiarme”.

Durante horas intenté leer cartas rojas, y no pude, mi pensamiento estaba en la postal que precisamente estaba en el

suelo, decidido a saber de qué se trataba, la busqué, rompí el sello con brusquedad y leí: ¡TE AMO! ¡TE AMO! ¡TE AMO! No había firma, ni nada más.

Durante todo el día, sin poder concentrarme en nada que no fuera

esta postal absurda de Ana, decidí dormir, poco después de que el sol se ocultara, un cansancio infinito se había apoderado de mi alma.

Nuevamente en mis sueños regresé a la montaña, y escuché la

voz de una mujer, me acerqué lentamente, los ojos me ardían intensamente como si hubiera fuego en ellos, y entonces la vi.

Una joven de largos cabellos negros y piel delicada, lanzaba un beso al viento gritando: ¡TE AMO! ¡TE AMO! ¡TE AMO! Comprendí

que se trataba de la mujer que había escrito la postal, era indudablemente Ana.

Observé una hermosa libélula roja que se posó en su hombro y me acerqué sin poder pronunciar palabra alguna. Ana comenzó a caminar como si huyera de mi presencia, y decidí seguirla. A su

lado revoloteaba la libélula.

- ¡Cálmate! Murmuró la muchacha.

Quise tocarla, pero no pude, ella al verme me miró aterrada,

como si estuviera viendo un monstruo. Intenté calmarla, solo quería hablar con ella, pero la muchacha rodó sobre la tierra,

toqué su brazo para la levantarla y gritó: ¿QUIÉN ES USTED? ¡QUITESE O NO RESPONDO! Volvió a gritar ¡QUITESE! ¡QUITESE!

228

Desperté sudando en la penumbra, me encontraba en mi habitación agitado, no lograba entender semejante sueño.

Permanecí inmóvil en mi lecho y vino a mi mente el insecto rojo que no se separó ni un instante de Ana.

- Lo he visto en otro lugar, pero ¿Dónde? Murmuré a la noche, sin encontrar respuesta alguna.

229

POSTAL ROJA

X

En plena madrugada sin poder dormir, busqué una postal de las

miles que estaban sobre la mesa, y encontré entre ellas, la carta de una joven que dijo llamarse LUZ ACOSTA, no decía de qué

lugar era. Sus palabras eran muy tristes, se encontraba desesperada, según me decía, estaba encerrada bajo llave, sus malévolas tías habían descubierto que estaba enamorada, y no

dudaron en prohibirle ser feliz. Luz insistía en que si no fuera por Silvestre, ella no podría soportar el encierro. Todas las noches

antes de dormir colocaba el único disco que poseía del cantante y memorizaba cada canción para espantar el dolor de los días insoportables.

Podía entender a la joven, estar en contra de tu voluntad lejos de

la persona que amas, como yo me encuentro sin mi amada Violeta, sin saber cómo está, o si es feliz, es algo que ningún ser humano debería vivir. Sentí compasión de ese amor de Luz, y

desee con todas mis fuerzas que las brujas amargadas que decían pregonar ser tías, envejecieran de la noche a la mañana, por

tener corazones tan necios que no admiten el amor de juventud.

La muchacha insiste amar desesperadamente al Joven de ojos

amarillos, con un amor tan fuerte y tan diferente que al de su amado novio, del cual ha sido separada. Termina su carta

diciendo: “Yo te esperaré”.

No puedo dejar de pensar en mi Violeta, y repito tan

extraordinaria frase “Yo te esperaré”. Sé que debe volver a escribir, debe decirme cómo se encuentra su corazón, y a dónde

se ha ido al abandonar Valledupar.

- ¿Dónde estarás Violeta sin mi protección? ¿Somos acaso

como Romeo y Julieta? ¿Somos como Luz Acosta y su

230

amante? Pobres condenados a estar ¿El uno sin el otro? Me pregunté, sin saber qué contestarme a mi mismo.

La letra de esta muchacha era realmente triste, se ve que está afectada por ser separada de su amor, pero cómo es posible que

nuevamente Silvestre sea el salvador de la soledad humana de otra joven, me veo obligado a querer escuchar su música, quiero

descubrir qué lo hace tan especial para mis amadas escritoras.

Al anochecer entre muchísimas cartas, por fin encontré una de

Violeta, y a su lado una de Ana, no sabía cuál deseaba, si la de mi amada Violeta o la postal de la muchacha de la libélula.

Decidí abrir primero la de Violeta, pero para mi desgracia, su nota en letras rojas solo decía: “SILVESTRE”. Desconsolado abrí la

carta de Ana, y no sé cual fue peor de las dos cartas, porque solo decía “ANA”.

Decepcionado intenté encontrar paz y me fui a dormir.

231

POSTAL ROJA

XI

En sueños vi dormir a Ana, a su alrededor revoloteaba la libélula

roja, me alejé de la casa donde la tenían en la montaña, y repetí su nombre como tratando de no olvidarlo.

- ¡ANA! Y creí escucharme pronunciando su nombre.

De pronto Ana, caminaba hacía mi como hechizada, estaba vestida con una bonita tela blanca, brillaba realmente hermosa

entre la oscuridad, y su libélula la acompañaba a mi encuentro.

Toqué su rostro, me recordaba a alguien, pero no estaba seguro a

quién, allí en plena oscuridad, sería imposible conversar, por eso la tomé de la mano y subimos la montaña, ella no hablaba solo se dejaba llevar. Necesitaba regresar a mi habitación, enseñarle las

cartas que llegaban, tal vez ella podía decirme quién era yo.

Ana se detuvo como despertando de un sueño y comenzó a gritar ¡SUELTAME! ¡SUELTAME! Dijo ella.

- ¡Te necesito Ana! Dije desesperado, los ojos me ardían y me sentía infinitamente solo. Arranqué a correr sin soltar

su mano, quería llevarla a mi habitación con las postales rojas, pasamos entre múltiples matorrales que lastimaron su piel. Me encontraba fuera de mi mismo y no podía

parar, tenía que irse conmigo.

De pronto ella empezó a tararear una canción que me detuvo, era hermosa, era sencillamente hermosa, entendí que era sin duda, una melodía de “Silvestre”, y solté su mano.

Desperté llorando en mi desolada habitación, esa melodía extraña

me hizo recordar que el dolor que sentía era por amor, solo podía

232

pensar en un nombre “Julia” pero nadie con ese nombre había escrito carta alguna.

Maldije mi existencia, maldije no poder recordar, maldije el amor que me quemaba por dentro.

233

POSTAL ROJA

XII “Deseo un beso… un beso de Silvestre”. Nuevamente Ana atormentaba mis días, con sus cartas tan simples, siempre que

recibía una carta de la libélula roja, la mente se me llenaba de dudas.

No entendía por qué me enviaban cartas o postales tan íntimas, y siempre relacionadas con un hombre al cual no conocía, pero por

el cual, mis escritoras morían de amor.

Esa noche soñé que mi alma volaba, transportada de una forma tan real, que podía ver a mis pies una interminable carretera, en mi sueño perseguía a alguien pero no podía saber de quién se

trataba. Al poco tiempo se hizo de noche y me encontré caminando por las calles de un pueblo extraño, el cual no

reconocía. Sentí el peso de los años en mi espíritu, y como los sueños anteriores no soportaba el escozor del fuego en mis ojos. De repente escuché el sonido de lo que me pareció una guitarra,

y murmullos de personas cantando al unísono, una melodía preciosa. En mi hombro se posó una libélula roja con sus alas

trasparentes, alzó su vuelo y se colocó sobre la rodilla de una linda muchacha que cantaba con el resto de las voces. Reconocí a mi escritora, era Ana, tarareando las canciones de su ídolo

“Silvestre”, me sentí enamorado de la melodía y me dediqué a mirarla, y ella no reparó en mi existencia.

Algo me erizó la piel, me sentía observado por alguien. Observé a cada uno de los presentes, hasta que vi a la joven que podía

advertir mi presencia. La muchacha creyendo ver una alucinación, se mordía el labio como si contuviera gritar, que yo estaba allí, no

soporté su mirada de terror, yo la conocía. Cerré mis ojos.

Desperté en mi habitación, convencido de algo. ¡Estos sueños

tienen que ser reales!

234

- ¡Katherine Castaño! Dije. Ella solo envía fotos en sus postales.

Busqué desesperadamente sus cartas revolviendo todo cuanto me rodeaba, pero katherine no aparecía por ningún lago. ¡Pueden

verme! Esto es real.

235

POSTAL ROJA

XIII

Violeta, te necesito. Voy a volverme loco si no escribes. Escribí

mi carta sin saber cómo enviarla, ni cómo hacerme oír. Necesitaba ayuda, la desesperación me consumía, seguían

llegando centenares de postales rojas, pero ninguna era de Violeta.

¿Has muerto Violeta? ¿Estas sufriendo? ¿Dónde estás? ¿Quién te aleja de mi mundo? ¿Por qué te has escondido?

No permitas que nadie te aleje de mi, de la vida misma, sal de ese abismo en el que te encuentras… se fuerte… Vive para mí. Escríbeme.-

Estaba convencido de que lo que estaba haciendo era absurdo, no

tenía cómo hacer llegar la carta, el encierro comenzaba a hacer su trabajo, enfermando mi mente y doblegando mi espíritu.

- Es posible, es posible. Murmuré febril.

Me levanté de mi escritorio; y acercándome lentamente arrojé mi

carta a Violeta, por la ventana de mi prisión, la postal roja voló por los aires, gracias a una ráfaga efímera, para luego

precipitarse al abismo de aquel lugar.

- ¡He perdido el juicio! Dije sollozando, con el rostro entre las

manos. Y las melodías de una guitarra, sonaron en mi mente.

Agradecí a Dios ese recuerdo; y comprendí de corazón, por qué Silvestre con sus melodías, calmaba almas como la mía.

236

POSTAL ROJA

XIV

Me encontraba leyendo exasperadamente cada una de las

cartas que llegaban a mis manos, la gran mayoría solo portaban frases, lamentos o el nombre del ídolo de mis escritoras, Violeta

manifestaba un silencio abrumador, no recibir noticias de ella me enfermaba.

De pronto me sentí acompañado por primera vez en la habitación, y sentí miedo.

Levanté la mirada esperando lo peor, y me llevé un gran susto, cuando, al lado de la ventana una joven de pie, me observaba

con sus enormes ojos.

Me levanté de un salto y retrocedí unos pasos.

- No temas, no puedo hacerte daño. Dijo la muchacha.

- ¿Cómo entraste? ¿Quién eres? ¿Qué deseas de mí? Pregunté, y mi voz sonó quebrada, a punto de gritar.

- Mi nombre es Teresa. Y su rostro se iluminó con una

hermosa sonrisa.

- Son muy hermosas las cartas que recibes, yo también he

querido escribirte, pero solo los vivos pueden hacerlo.

Hablaba en tono confidencial, y su mirada develó una profunda

tristeza. Se acercó lentamente y se sentó en mi cama.

- ¿A qué te refieres Teresa? Pregunté.

- Que estoy muerta, al igual que tú. ¿No lo sabías?

237

- ¡YO NO ESTOY MUERTO! Grité ¿Cómo se te ocurre atormentarme de esta forma?

- ¿Cómo es posible no comer, ni beber? Preguntó ella ¿Recuerdas cuál es tu nombre? ¿Por qué estas aquí? ¿Por

qué recibes cartas? ¿Por qué estamos solos en estas paredes? ¿Crees que eres el único?

Me arrodillé ante la joven, y destellos incontables vinieron a mi memoria. Julia me abrazaba, decía mi nombre y besaba mis

labios. Yo acariciaba sus largos cabellos rojizos, y el aroma de su piel me calaba el alma. Escuché gritos, sentí dolor. Vi sangre entre mis manos, me quemaban las entrañas. Me dispararon, me

alejaron de Julia.

- ¡Estoy muerto! Dije sollozando.

- Sí, lo que ya te dije, estamos muertos. Dijo Teresa.

- ¿Qué es este lugar? Pregunté desorientado.

- Es un castillo. Dijo tiernamente la muchacha. Por lo que entiendo estaremos aquí hasta que los sentimientos dejen

de atarnos a la vida que teníamos. Ana la escritora de las postales de libélulas rojas, me hizo una promesa y ha cumplido con ella, así que puedo irme en paz, aunque me

duele dejar de recibir sus pensamientos y oraciones.

- ¿Oraciones? ¿Pensamientos? ¿Es lo que recibimos en las postales?

- Sí, así es, por eso tienden a ser muy intimas o confusas, cada escritor es alguien que reza, piensa, murmura, y

tienen que ver con algo de lo que nos mantiene en el castillo, por eso son tantas.

- ¿Cómo lo sabes? Pregunté mirando a Teresa, como la mujer más sabia del mundo.

238

- Lo deduces con el tiempo, entramos en los sueños de esas personas que sentimentalmente aferran nuestras almas a

las suyas, pero en nuestros sueños, podemos estar ante ellos si así lo deseamos, lo triste de todo esto, es que nos ven como espectros o fantasmas.

- Yo he visto a Ana y ella me ha visto, me tiene miedo.

Confesé.

- Es normal, al estar ante las personas que queremos o que

van a ayudarnos a salir del castillo, ellos nos ven con fuego en los ojos, cualquiera puede asustarse, así como tu lo hiciste cuando me viste.

- Siento que los ojos me arden cuando estoy soñando. Dije

lleno de melancolía. ¿Por qué busco a Ana? ¿Por qué mis cartas son de Silvestristas?

- Creo que por eso estoy aquí, antes de irme para siempre del castillo he querido hablarte. Dijo Teresa. Yo soy

silvestrista, y Ana ama intensamente al igual que yo a Silvestre, aunque es solamente un cantante, muchísimas personas nos aferramos a él para salir de tristezas o

depresiones, pero Ana está enamorada de Silvestre, de la misma manera que tú amaste en vida. Por razones que

desconozco, tus sueños te han llevado a ella, yo te vi en la montaña, vi como pretendías en vano traerla al castillo, eso es imposible, por eso te observé de lejos y te seguí

hasta aquí. Creo que algo te une a Ana y todo lo que tenga que ver con ella, a su vez te une al silvestrismo, por eso

recibes sus pensamientos. Y todo en el silvestrismo humano, tiene que ver con Silvestre. ¿Entiendes?

- Me llamo Kennel Mathinson. Dije despertando de un letargo, como si de mis ojos se desprendiera una venda

negra.

- Bueno Kennel, a quién amas tanto, que no te has ido del

Castillo.

239

- Julia se llama Julia.

- ¿Quién es Violeta? Preguntó Teresa, y sus ojos brillaron

iluminándole el rostro. La nombras siempre que duermes, te he visto dormir y soñar.

- Es una silvestrista, no he recibido más sus cartas, y me resulta doloroso, no saber de ella. ¿Ha muerto?

- Es posible, o tal vez hay algo que no le permite pensar en

Silvestre, lo cual me es difícil de creer. Contestó Teresa. Creo entonces, que no solo Julia te impide que salgas de aquí, es posible que tu alma esté empeñada en Violeta, ten

cuidado Kennel, podrías quedarte aquí para siempre.

La joven se levantó, caminó hacía mi mesa de trabajo y tocó con un dedo mis cartas, la melancolía en su mirada me rompía el corazón.

- Me duele irme, estoy convencida que a donde voy, no hay silvestrismo, no sabré nada de ellos. Solamente me

esperan dos soles. Murmuró como hablando para si.

- ¡Teresa! Susurré acercándome a ella.

- No te preocupes por mí, estaré bien Kennel.

Teresa, me dio un dulce beso en la mejilla, cerré mis ojos,

tranquilo al entender qué era la muerte. Pensé en mi amada Julia y mi alma se llenó del amor que sentía por ella. Al abrir mis ojos, Teresa se había ido.

240

POSTAL ROJA

XV

Dormí durante días, intentando soñar con Ana, hasta que una

noche pude verla, en mi sueño yo estaba a su lado. Decidí que ella no debía verme, y mi intención de no asustarla, dio resultado.

No obstante me sentí observado. Allí entre Ana y yo, estaba la joven de las postales fotográficas, Katherine. Me observaba muy asustada, guardando silencio por mi presencia, solamente

observándome.

Cuando Ana caminó, la seguí en mi sueño. Lo que vi a continuación me llenó de tanto miedo que desperté en mi habitación del castillo, temblando sin poder controlarme.

Ana se encontraba en un lugar espantoso, que no lograba

comprender, el cielo estaba forrado de mariposas amarillas, y cientos de seres como yo, con los ojos amarillos llenos de fuego, habitaban aquel lugar. Verlos pulular por todo el pueblo, me

oprimió el corazón, jamás pensé que tantas almas pudiéramos no encontrar la paz.

Observé la rendija de la puerta, la carta tan esperada había llegado.

- “Violeta” pensé.-

La letra era diferente, como si le hubiera costado un esfuerzo realmente gigantesco poder escribir aquella frase: “Necesito

ayuda, no se como salir de aquí”.

Sus palabras me golpearon el alma, tal cual como yo creía,

Violeta estaba en peligro. ¿Cómo poder ayudarla? Me sentí desconsolado. Intenté dormir tratando de solo pensar en Violeta,

y esperando que mis sueños me llevaran a ella.

241

POSTAL ROJA

XVI

Soñé durante lo que me pareció toda una eternidad, estaba a la

orilla de un río hermoso, donde sobrevolaban incesantes cientos y cientos de mariposas amarillas, y sentí calma en mi corazón.

Cuando observé un claro entre los árboles, encontré a Ana con otras personas a su alrededor. Decidí no acercarme demasiado, y su libélula roja revoloteó hasta llegar a mi rodilla. Se posó en

silencio y contemplé sus maravillosas alas transparentes, su intenso color rojo me recordó la tinta de las postales que recibía

por las noches. Los ojos me ardían intensamente y sentí ganas de llorar. Me recosté entre los árboles y esperé poder despertarme en mi habitación, pero la espera se hizo insoportable, y alguien

llamó mi atención, era una jovencita que jugaba en la orilla opuesta a la de Ana. La pequeña avanzaba en el espeso bosque

como encantada de alejarse de quienes la rodeaban, decidí seguirla y averiguar que pretendía hacer.

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

- ¡DANIELA!

Escuché voces al atardecer, que llamaban insistentemente. Comprendí que buscaban a la joven que caminaba sin detenerse

entre los árboles de aquel lugar. Daniela se sentó sobre una enorme piedra, distraída observaba todo a su alrededor, hasta

que sus ojos repararon en mi, se asustó de tal forma que lanzó a correr “como alma que lleva el diablo” pensé. Fui tras ella, no

había sido mi intención asustarla. Necesitaba la ayuda de Ana, temí que la muchacha se hiciera daño o se perdiera para siempre en ese bosque.

242

- ¡Yo la tengo! Dije una y otra vez, esperanzado de que Ana pudiera oírme.

Seguí a Daniela como si mi alma pudiera desplazarse a la velocidad de la luz, y la pequeña tropezó con las raíces de un

árbol enorme, estaba muy malherida, y no sabía cómo ayudarla. Me quedé a su lado intentando hacerme oír, pero era imposible.

De pronto a mi espalda, estaba Ana, arrodillada con los ojos cerrados, rogando a su Dios, se veía realmente asustada, quise tocar sus mejillas y secar sus lágrimas.

Ana al abrir sus hermosos ojos negros gritó llena de rabia: Ella es mía, Daniela es mía. No te la vas a llevar. NO TE TENGO MIEDO.

Gritó. ¡DANIELA ES MIA!

No pude soportar su mirada de odio, desperté en la oscuridad de la habitación del castillo.

243

POSTAL ROJA

XVII SILVESTRE

Ana era una mujer de extraordinaria hermosura, la dulzura y

brillo que emanaba de su alma, no se compaginaba con el odio que sentía por mi existencia, no entendía cómo alguien que no

me quería lo más mínimo, pudiera ayudarme a salir de mi encierro. No pude levantarme de la cama, me sentía derrotado, sin un ápice de interés por leer las postales. Me encerré en mi

mente sin querer saber ni de Julia ni de Violeta, mi mente en un completo abandono se llenó de oscuridad y dormí profundamente.

Me tomó por sorpresa encontrarme en una lujosa habitación. La luz del sol penetraba por un enorme cristal, un hombre se

encontraba de pie, contemplado el cielo azul intenso que reinaba en el exterior de aquel lugar. Quise saber de quién se trataba, por

lo que me concentré en no dejarme ver del muchacho. La mirada me ardía, pero en cada sueño me acostumbraba al escozor.

- Esto no es fácil. Murmuró mi acompañante. Me siento agotado de tanta soledad, quisiera caminar por la calle como lo hacía antes. Comentó en voz alta.

El muchacho de la ventana observó el sitio de la habitación donde

me encontraba y sentí miedo de que pudiera verme, no obstante, no advirtió mi presencia. Nostálgico se sentó en el suelo, recostando su cabeza en la cama, tomó en sus manos una

guitarra algo usada, la hizo sonar esplendida, sus notas musicales eran bucólicas. Reconocí la canción, era la melodía que tarareaba

insistentemente Ana. El joven sostuvo su mirada, como quien pretende ver el infinito, y fue entonces cuando lo reconocí.

244

Mis sueños o apariciones en el mundo de los vivos, me habían llevado a Silvestre, podía escuchar su voz, podía sentir la

melancolía que impregnaba a su canto, estaba ante el hombre que mantenía vivas a mis escritoras, el dueño de las postales rojas. Sus ojos amarillos brillaban intensamente y solo vi en él,

un ser de paz, tan normal como cualquier otro, con dolores propios, con sentimientos arraigados en el alma. Me senté sin que

pudiera verme y me entregué absorto a la melodía de su voz.

Pensé en Violeta y su tristeza aunque no entendiera qué le

pasaba. Recordé a Teresa. Vi a Ana en mi mente lanzando besos al viento para este hombre. Pensé en todas y cada una de las

muchachas que vivían de sus canciones, y sin querer, murmuré para mí ¿Las amas? ¿Amas a tus fanáticas?

- Sí las amo. Respondió como si me hubiera escuchado, lo cual me puso alerta.

- Sí las silvestristas supieran lo mucho que las amo, si pudiera contarles la forma en que llenan mi vida, cada vez

que veo el brillo en sus ojos, me ponen nervioso. Entendí entonces que hablaba solo, no estaba respondiendo a mi pregunta porque me hubiera escuchado, solamente

pensaba en ellas.

- Uno de estos días encontraré la canción que se los explique. Deseo con el alma que nunca me olviden, que nunca piensen si quiera dejarme. El tiempo no me alcanza

para atenderlas a todas, pero la vida me dará el instante necesario para que entiendan, que yo las amo.

Silvestre se llevó las manos a los ojos, pensar en sus silvestristas hizo brotar del ámbar de sus pupilas, algunas lágrimas.

Cuando desperté en mi habitación me levanté inmediatamente y

continué mi labor, leer a las silvestristas, en sus cartas estaba la respuesta a mi libertad.

245

Deseo con el alma que nunca me olviden…

246

POSTAL ROJA

XVIII

Esa mañana mi vida, mi muerte o sea por lo que estuviera

pasando en mi alma, cambió para siempre, cuando leí una carta que cayó a mis manos, casi como por arte de magia, las lágrimas

apenas si me dejaron leer, temblaba incontrolable por cada letra escrita. Ahora tenía la certeza de que ella estaba viva.

“Si algún día me pierdo, te enviaré una libélula roja, ella te enseñará el camino hasta mi alma.”

Con amor Julia.-

Recordé, como poseído por un aroma contenido en la postal, a

una muchacha frágil que le gustaba sentarse a la orilla de la Cienaga en búsqueda de libélulas, Julia contemplaba las mansas

aguas, esperando que los aleteos sonaran, anunciando la llegada de las ninfas transformadas. Siempre que la hallaba lejos de casa, me quedaba observándola en silencio, entendiendo la naturaleza

de la mujer que amaba. El sol destellaba en sus largos cabellos rojizos, y la blancura de su piel, me inspiraba a pensar en una

estatua de mármol. Su quietud era el centro de mi universo, la fuerza que alimentaba mi espíritu. Sus delicadas manos, como las de Ana.

- ¡Julia! Dije acercándome a la orilla de la ciénaga. Cada día

encontrarte es más y más difícil, si te llegas a perder, moriré de por tu causa.

- Si algún día me pierdo. Dijo ella sin apartar la vista del pantano. Te enviaré una libélula roja, ella te enseñará el

camino hasta mi alma.

247

- ¿Por qué roja? Pregunte sentándome a su lado.

- Si fuera azul. Contestó ella. Sería muy común, y no

entenderías que me he perdido, por toda la ciénaga hay libélulas azules, marrones, incluso verdes. Una vez una

libélula violeta se posó en mi rodilla derecha y pude contemplarla durante horas, nunca me sentí más cerca de

Dios que en esa oportunidad, pero la libélula roja, siempre aparece en los días en que más triste me siento, revolotea a mí alrededor y me deja contemplarla. Las libélulas rojas

son las libélulas de la felicidad eterna Kennel.

Julia tenía una forma especial de decir las cosas, y de hacerlas,

solo sabía bordar libélulas a mis pañuelos de lino.

Por complacerla hice traer de Francia, la joya más costosa que podía pagar, recuerdo que la mañana en que llegó el barco de vapor, yo esperaba ansioso al Capitán Anzola, un gran amigo que

me había prometido recoger el obsequio personalmente en su viaje a Europa.

- ¿Y bien? Pregunté al verlo en el puerto.

- Mi estimado muchacho. Dijo el capitán. El viento ha sido favorable, la libélula de su esposa ha sido una bendición

abordo, como bien dicen, trae buena suerte.

Y con estas palabras entregó en mis manos una caja diminuta. Al

abrirla contemplé la maravillosa obra de uno de los joyeros más queridos en toda Francia, René Lalique, había creado un estilo maravilloso en joyería y vidriería, por lo que sostuve en mis

manos una hermosa libélula, con formas hibridas, mitad mujer, mitad libélula, en una cadenita de oro, que aunque no era

precisamente roja, tenía la certeza que deslumbraría a mi querida Julia.

248

El día que coloqué aquella joya al cuello de Julia, recibí el beso más dulce del universo, no dijo absolutamente nada, solo la

observaba sobre su delicada mano, como si entendiera al autor de semejante alhaja. Sostuve la postal de Julia entre las manos, y

mis recuerdos sobre el pecho, medité sobre las cartas y todo lo que había sucedido en la habitación en la que me encontraba,

comprendí que Julia había logrado enviar la libélula roja, ella había sellado con palabras un pacto verdadero de amor.

- ¡Te encontraré! Murmuré a la postal, sellando mi promesa.

249

POSTAL ROJA

XIX VIOLETA

Durante horas, mi único pensamiento fue Julia, intenté recordar

mi vida pasada, pero se me escurría como agua entre los dedos. Quise leer alguno de los libros que rodeaban mi vida bajo el

encierro, y cuál sería mi sorpresa que al abrirlo, su titulo me resultó familiar, “La vida de Violeta”. Las páginas amarillentas contenían una historia escrita en tinta negra y la letra era

fascinante, reconocí en lo delicado de la escritura a mi amaba escritora, Violeta.

¿Será posible? Me pregunté. Dejé el ejemplar sobre la mesa, y me acerqué a otro libro más pequeño, “La vida de Andrés” y así

fui examinando otras obras, “La vida de Inés”, “La vida de Luisana”, “La vida de Rosario”. Me percaté en ese instante, que

no recordaba la última vez que había leído alguno de los libros de la habitación.

Me acerqué a mi mesa de trabajo, sostuve entre mis manos “La vida de Violeta” y comencé a leer. La obra narraba la vida completa de mi escritora, era una mujer maravillosa, sensible,

que en algún punto del camino perdió su norte, se resignó a una vida triste. Me dolía el pecho al leer lo que allí estaba plasmado,

no lograba entender cómo alguien podía cargar con tanto amor y tanto dolor simultáneamente. A mitad del diario estaba la historia del beso con su artista, y cada uno de los detalles que abrigó su

corazón.

De pronto cerré el libro, teniendo un presentimiento terrible, como si en esas páginas se encontraba el motivo del silencio de mi amada Violeta.

250

Fue abrasador para mí leer lo que siguió a continuación. Violeta se había ido de Valledupar, se había casado por necesidad

económica y la persona con la que compartía su vida, frecuentemente la maltrataba, física o psicológicamente. Ella se refugiaba en el único recuerdo que le pertenecía por completo “el

beso entre rejas”. No tenía la voluntad de detener a aquel hombre, y eso la llevó a un terrible final.

Mis manos temblaban al sostener su historia entre mis manos, sin duda alguna había un motivo poderoso por el cual ya no recibía

sus postales, me alenté a leer la última página del libro.

“Volví a creer, él juró que jamás volvería a pegarme y

yo le creo, entiendo que todo lo que hace, es por hacer de mí, la mejor esposa del mundo. Tengo miedo, no lo

puedo ocultar, cada día veo en sus ojos la dureza de su corazón, pero lo amo, y prefiero morir antes que dejarlo, nada ni nadie me alejaran del hombre que

amo.”

Allí terminó la ultima página del misterioso libro, a la vuelta del folio, estaba impreso la siguiente posdata:

“Violeta murió a la madrugada del solsticio de verano, por la mano del hombre que amaba.”

El sonido del libro al caer al suelo, fue como un eco dentro de mi alma, ella había muerto, mi amada escritora Violeta, pertenecía a

un mundo donde ya no podrían hacerle daño, pero el dolor que me causó no poder ayudarla, me rompió el corazón.

- Debí sospechar que algo andaba mal. Me dije a mi mismo. Debí enviar miles de cartas y no lo hice, debí advertirle

que si tenía la forma de romper sus cadenas, debía hacerlo inmediatamente, debí convencerla, pero estaba distraído,

no supe leer sus cartas, mi apoyo fue efímero porque Violeta ha muerto, sin que yo pudiera hacer nada. Perdóname Violeta, perdóname.

251

Lloré la muerte de mi querida escritora durante noche enteras, lo único que me llenó de tranquilidad, fue el consuelo de sus

postales, porque se llevó a la eternidad, el beso de un buen hombre, el recuerdo del ligero beso de su ídolo.

- La vida a veces no nos permite decir las cosas, y menos la muerte. Murmuré enloquecido de dolor. Si pudiera

remediar las cosas, te aseguro Violeta que en el libro de tu vida, solo existirían capítulos de dicha y felicidad, pero no pude hacerlo, porque la que tenía la tinta, eras tú mi

pequeña flor.

Pensé en Silvestre, y agradecí a la vida su existencia y

presencia en la vida de mis escritoras de postales rojas.

252

POSTAL ROJA

XX

En mis sueños vi una anciana de profundos ojos grises, ella me

observaba detenidamente desde la puerta de su casita en el agua, mientras me acercaba con Ana y otras dos jóvenes en una

canoa. El sueño me resultaba doloroso, esas aguas sin duda pertenecían a la Cienaga que tanto gustaba a mi amada Julia.

- ¿Quién es Usted? Preguntó la anciana.

- Kennel Mathison. Contesté.

- ¿Qué necesita? Preguntó fríamente la anciana.

- Busco a mi esposa Julia dije en mi sueño. Estaba en la huelga de trabajadores bananeros, y no la encuentro.

A mi lado estaba Ana, ella me había tomado de la mano, como si

entendiera mi desesperación por Julia.

- ¿Cómo te llamas muchacha? Preguntó la anciana clavando sus

ojos como el mar, en Ana.

- ¡Ana! Respondió mi acompañante.

- ¿Por qué has venido con Ana? Preguntó la mujer.

- Ella está enamorada de un hombre de ojos dorados. Contesté a la anciana. Ana lo ama de la misma forma que yo amo a Julia,

ella puede ayudarme a encontrarla.

Desperté en mi habitación al murmullo de la voz de Ana: “No sé

quién eres, y no sé cómo ayudarte, pero si está a mi alcance, te devolveré a Julia”.

253

Cada vez los sueños se me antojaban más reales, conocía el corazón de Ana como el mío propio. Su intenso amor por Silvestre

nos hace iguales. Pensé.

- Entiendo tu libélula roja Julia. Murmuré sintiéndome agotado,

como si los años me pesaran, como si ya no pudiera seguir sufriendo ni por un instante más. Ya no podía hacer nada por

Violeta, y mis esperanzas por encontrar a Julia y salir del castillo eran escasas, no entendía por qué se me había condenado a aquella habitación de libros de muertos y postales de vivos.

Las postales rojas se acumularon de tal forma que era imposible ver, lo que fue algún día mi mesa de trabajo, era una montaña de

papel que gritaba un nombre que no me pertenecía y que ahora conocía muy bien “Silvestre”.

- La historia jamás refrendará mi nombre, pero nunca seré olvidado, Ana sabe que existo y mientras ella crea en mí,

seguiré existiendo. Dije, aforrándome a los barrotes de la ventana. Este encierro no podrá conmigo, volverás a mis

brazos Julia, tú y tus besos volverán a mi alma, he encontrado la libélula roja, la de una Silvestrista.

Un ruido seco me hizo soltar los barrotes, la puerta de la habitación por donde entraban las postales, se había abierto de

golpe. Me acerqué lo más despacio que pude, sintiendo un temor indescriptible, no sabía a ciencia cierta, el tiempo que esa puerta me había estado vedada, ni qué me aguardaba al cruzarla.

- ¿Hay alguien allí? Pregunté, sin obtener respuesta alguna.

¿Quién ha abierto la puerta? Murmuré, cruzando el umbral desconocido hasta ese entonces, y solo encontré oscuridad.

Después de algunos pasos, mis ojos se acostumbraron a la penumbra y divisé una salida, algo brillaba a final, y sin saber qué

hacer, ni pensar las consecuencias de mis actos, caminé lentamente hacia ella.

254

El olor a salitre me golpeó de pronto y allí estaba ante mi la enorme Ciénaga, en ningún lugar en los que estuve en vida o

estaba en muerte, había contemplado un cielo igual, una bóveda distante e infinita, donde la estrellas parecen diminutas bolas de fuego, brillando alrededor de la luna.

- No es un sueño. Dije. Y mi voz sonó clara y franca. No es

un sueño. repetí, subiendo a una canoa que aguardaba afuera, como si llevara toda una vida a la espera de un barquero.

A lo lejos observé en las aguas millones y millones de figuras de luz, en sus ojos brillaba el fuego, que al igual que los míos ardían

dolorosamente. Ningún alma se molestó en saludarme, incluso dudo que percibieran mi presencia. La canoa se movió como si

alguien halara con una cuerda invisible y guarde silencio.

<<Estar muerto, es como estar vivo, solo que entiendes

menos>>. Pensé.

Mi capitán invisible o canoero tímido, me llevó hasta una casita, la misma de mis sueños, donde habitaba una anciana de ojos grises.

- ¡Ven! Dije tratando de llamar a Ana, sabía que en esa casita debía estar ella. Escuché un aleteo intenso, la

libélula roja revoloteaba a mí alrededor confirmando mis sospechas.

- ¡Quiero ayudarte! Dime cómo. Dijo el viento.

Sin entender lo que hacía caminé hacia Ana sobre las aguas,

como veía que podían hacerlo otras almas, y para mi sorpresa, la ciénaga era fría y sólida, por lo que di algunos pasos lentos

hacia la silvestrista. Ella tenía puesto una enorme manta de color azul y los cabellos al viento, la libélula zumbaba con sus alas rápidas y sin detenerse ni por un instante.

Abordé la canoa de Ana y me senté a su lado, los ojos me

ardían, y me sentía abrumado por la tristeza, pero necesitaba hablarle.

255

- ¡Ana! Mi voz sonó quebrada.

- ¿Te llamas Kennel? Preguntó ella con sus enormes ojos

negros como platos.

- Soy Kennel y kennel soy yo. Dije aludiendo la respuesta en algún libro antiguo ¿Ya no tienes miedo?

- No. Respondió con su voz de caramelo.

- Eres mía Ana, te necesito. Dije afligido. Busco a Julia.

Dos enormes lágrimas le recorrieron por las mejillas pálidas. Ana

estaba llorando.

- No sé qué hacer, dime cómo puedo ayudarte. Suplicó la

muchacha.

- Busca a Julia, busca a Julia. Dije y una ráfaga de viento me alejó de Ana.

Que frágil me he vuelto, pensé al encontrarme en el umbral del castillo, caminé un poco y encontré mi habitación. Al entrar, la puerta se cerró de golpe. Ni siquiera intenté abrirla, me

encontraba agotado, como si el viaje de esa noche hubiera sido extremadamente largo.

Dormí durante tiempos incontables, las cartas atestaban la habitación, y me negaba a saber nada más de los silvestristas,

solo quería leer sobre Ana, ella consumía mi existencia, pero entre tantas postales era imposible conseguir las de ella.

Después de la muerte de Violeta me negué a leer los libros de la habitación y al ignorar las cartas, los recuerdos de mi vida fueron

llegando noche a noche.

Era muy joven cuando conocí a Julia, la primera vez que la vi, ella estaba aferrada a las barandas del barco, contemplando a primera hora de la mañana el nacimiento del sol. Su cabello rojizo

al viento me llenó el alma de sentimientos profundos, sus ojos

256

claros se clavaron en mí para siempre. Algún tiempo después cuando Julia era mi esposa, aún dudaba del color de sus ojos, por

las mañanas eran verdes clarísimos, por las tardes casi eran grises y por las noches juraría que los ojos de la mujer que amaba eran azules como el mar. Vivíamos felices en una gran

casa cercana a la ciénaga. Julia acostumbraba a dar largos paseos en busca de libélulas. Hasta que una mañana ella insistió en que

no fuera a trabajar, había una fuerte discusión por los derechos de los trabajadores de las bananeras, pero no pude complacerla, debía asistir y tratar de negociar con los dirigentes de la huelga.

Al llegar a la compañía, los ánimos estaban caldeados, y pronto me vi rodeado de trabajadores que gritaban todo tipo de

reclamos, moviendo más las manos que la boca, un estilo muy propio de los bananeros.

De pronto estábamos rodeados por cientos de funcionarios armados hasta los dientes, y dispuestos a matar al que diera un

paso adelante, grité que se detuvieran, grité con mi alma que bajaran las armas. Pero el eco terrible de una palabra acabó con todos nosotros.

- ¡FUEGO! Y mi sangre intensamente roja fue lo último que

vi, mi último pensamiento fue <<Julia>>.

En mis sueños vi una pequeñita de cabellos dorados, pero no

comprendía quién podría ser, tenía unos brillantes y hermosos ojos amarillos. La niña corría detrás de mariposas, libélulas, ranas y cuanto bicho encontraba en la ciénaga. Su piel era blanquecina

y hasta sus pestañas espesas eran doradas.

257

POSTAL ROJA

XXII EL CASTILLO DE LAS LIBÉLULAS

La mañana en que todo cambió para siempre, observé en la

habitación atestada de postales silvestristas, una postal que marcaba como remitente a SANDY GALEANO, JESSICA PRADA

MERCADO, CAROLAY PEÑATE y EILEN CUBIDES WELLMAN, era un carta muy confusa, en donde todas hablaban atropelladamente, casi sin signos de puntuación, como si la

emoción no les permitiera pensar lo que decían. Su alboroto radicaba en que verían por primera vez a su artista Silvestre

Dangond en un concierto. Por lo que me comentaban, llevaban mucho tiempo esperando una oportunidad como aquella, y aunque los recursos que tenían eran escasos, hicieron

absolutamente de todo, con tal de poder asistir. La letra era cursiva, con tachones y enmendaduras, las grafías plasmadas

eran un completo desastre, lo cual explanaba de forma clara y evidente que estaban locas por una noche de concierto.

<<Debes venir, debes conocer el silvestrismo>>

<< No hay nada que el silvestrismo no pueda curar>>

<<Somos un sentimiento>>

<<El silvestrista sonríe eternamente>>

<<Que se caiga mi casa, que mis padres me corran de ella, que el novio me deje, que hoy nada me importe, solo Silvestre Dangond.>>

Con estas frases por todas partes en la postal roja, no hice más

que reír a carcajadas, y sentí unas ganas gigantescas de ser silvestrista.

258

Un estruendo inesperado, me hizo dejar de reír, y me incorporé violentamente en posición de batalla, mis puños estaban

preparados para defenderme si era necesario, el estallido había sido en la puerta de la habitación, la entrada estaba libre, y un resplandor me dio la certeza de que era libre, el momento de

partir había llegado, estaba paralizado sin saber qué hacer. Miré a mí alrededor, sentía que todo cuanto me rodeaba era mío, pero

no podía llevarme todas las postales que no había leído, tenía que irme, pero me negaba a abandonarlo todo, así que miré por ultima vez las cartas desparramadas por el piso, sobre la cama,

en la mesa de trabajo que ahora era una montaña inerte de postales, los estantes con libros de quienes ya han muerto, hasta

que en un rincón apartado de la habitación pude ver lo que buscaba.

Me acerqué, tomé la carta y la metí entre mis ropas, incluí además en mis bolsillos mi diminuto diario de Postales Rojas, y

salí corriendo de la habitación, corrí y corrí por un pasillo sin fin, todo estaba iluminado a mi derecha y a mi izquierda, arriba y abajo, todo era luz, la luz de la libertad.

Cuando sentí que ya no podía más, dos enormes puertas

ovaladas crujieron al abrirse con el chirrido más estrepitoso del mundo, como si necesitaran litros de aceite para dejar de sonar. La luz del exterior me cegó, cubrí mis ojos con las manos y

avancé a ciegas. A mi espalda sonó nuevamente el crujido de las puertas que esta vez se cerraban.

El canto insistente de un ave me sacó de mi asombro, percibí el maravilloso sonido de más aves silbando divertidas y alegres. Al

abrir mis ojos, di media vuelta para contemplar por única vez el lugar, donde había permanecido por años sin fin.

Un castillo de muros grises y rústicos, estaba ante mí, las puertas eran de madera y en ellas se encontraban talladas a cada lado,

enormes libélulas blancas, como Ángeles custodios del más grande tesoro de la humanidad. Di un paso atrás y al levantar la vista, sentí vértigo, el Castillo poseía miles y millones de ventanas

259

con barrotes como la que había en mi habitación. Mi corazón latía tan apresuradamente, que me parecía imposible no estar vivo.

Estaba hipnotizado, los ojos de las libélulas que se erguían en las puertas del castillo, tenían ojos de diamantes, enormes y

brillantes. Levanté una mano intentando inútilmente tocarlos, y el castillo de las libélulas, a donde llegan todos nuestros

pensamientos en forma de postales y cartas, desapareció de mi vista, para toda la eternidad.

260

EL SILVESTRISMO

Caminé durante lo que me pareció todo un día, hasta que llegué

a un pueblito pintoresco al anochecer, las luces y un ruido estridente, guiaron mis pasos hasta un lugar donde no cabía un

alma, muchachas muy jóvenes, hombres en edad adulta, e incluso niños y ancianos, todos conglomerados en un solo lugar. La multitud vestía ropas del color de las postales, no podía creer

que había llegado hasta un lugar repleto de silvestristas.

Todos reían entregados a la felicidad, me oculté por si alguna de

las muchachas allí presentes podía verme, el ardor en la mirada se había mitigado, pero aún los sentía latir acalorados. Absorto

ante aquel bullicio, observé a unas jóvenes que hablaban consumidas por la dicha, sus conversaciones eran tan rápidas, que incluso gritaban de emoción, entendí que eran las escritoras

de la última postal que leí en el castillo de las libélulas.

En un instante la claridad del lugar se llenó de penumbras, y las personas, gritaron al unísono, un nombre tres veces.

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

261

“…En un instante la claridad del lugar se llenó de penumbras, y las personas, gritaron al unísono, un nombre tres veces. ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!”

262

El sonido explotó en mis oídos, y la luz me lastimó la vista, me acurruqué asustado sin saber qué era lo que sucedía.

De pronto apareció ante todos, el joven de ojos dorados. Jamás llegué a pensar, que un ser humano pudiera moverse de tal forma

y menos que una multitud entera pudiera moverse del mismo modo.

Poco a poco me acostumbré a los sonidos, y pude apreciar la voz del cantante. Las muchachas lloraban, gritaban y brillaban con luz

propia. En ese lugar solo existía la llamada “felicidad silvestrista”, de la que tanto hablaban las escritoras de postales rojas.

La melodía se transformó en un hermoso canto, la armonía que emanaba del acordeón, algo más pequeño a los instrumentos

holandeses que yo conocía, desprendía sonidos profundos.

- “Te amaré, te cuidaré y estaré contigo hasta que Dios me

lo permita”. Dijo Silvestre, y agradecí sus palabras, pensé en Julia y quise hacer esa promesa: “te amaré, te cuidaré y

estaré contigo hasta que Dios me lo permita”. Murmuré.

Sentía algo dentro de mi camisa y al recordarlo, busqué la postal

con la cual me había quedado. Vi resplandecer en el sobre la libélula roja, al abrirla, había un gran escrito que me conmovió el

alma, la doblé y prometí hacerla llegar a las manos que sabrían apreciar aquellas palabras, que no podían morir en una hoja de papel. La multitud coreó todas y cada una de las canciones del

joven Silvestre, y una resonó en mi mente como el eco de una revelación, “Ayúdame a escribir un nuevo libro, que ese libro

se llame Aquí murió un amor”. A diferencia de la melodía anterior, esta canción me entristeció el alma porque pensé en mi amada y perdida Violeta. Comprendí porqué los silvestristas

estaban tan arraigados a Silvestre, sus canciones estaban íntimamente relacionadas a sus sentimientos y vivencias. Fue

maravilloso, verlos bailar, y gritar frases a su artista, era una especie de entrega de postal roja directa.

Diario de Kennel Mathinson

263

EL ENCUENTRO

Decidí que debía continuar mi viaje, así que dejé a Silvestre con la gente que tanto lo amaba y tomé nuevamente camino a no sé

qué lugar del mundo, a donde me llevaban mis propios pasos, ya conocía el silvestrismo, ahora debía conocer mi destino en las manos de Ana, una silvestrista.

Caminé durante días, sintiéndome solo y perdido en el mundo,

hasta que por cosas del destino, me encontré en una ciudad que me resultó familiar, en ella vi al joven cantante, rodeado de admiradores, firmando hojas en blanco y dando besos a cada

muchacha a su alrededor. Aguardé hasta que abandonaron el lugar y lo seguí hasta una enorme casa en la cual entré sin mayor

dificultad, él conversaba alegremente con otro joven, y sin

264

prestar atención a su conversación, me acerqué y dejé en uno de los bolsillos de su ropa, la postal de la libélula roja. Abandoné

inmediatamente el lugar y continué mi camino, sentía que había cumplido mi promesa de hacer llegar la última postal roja y mi diario personal, entregándome al destino.

Mis pasos me llevaron al lugar más maravilloso del universo, ante

mi estaba la inmensidad del Mar Caribe, sus aguas me habían fascinado toda mi vida. El romper de las olas era mi sonido favorito, volver a ver el mar aunque fuera por última vez,

ensanchó dentro de mí ser, una especie de felicidad.

El atardecer se vino encima y llegué hasta una casita solitaria de

madera, en ella, había una anciana y Ana la silvestrista, estaba con ella. A su alrededor volaba inquieta la espléndida libélula

Roja.

- ¡Hola soy Ana! Dijo la muchacha amablemente ¿Vive solita

en esta playa? Preguntó.

- Hace muchos años, me he sentado en este mismo lugar, a esperar que él llegue. Dijo la viejecita con un hilillo de voz. ¿Te llamas Ana? Preguntó la anciana. Si mi bebé no

hubiera muerto se llamaría Ana. Contestó la mujer. Es el nombre que le puse cuando nació. Pero Dios se la llevó y

ya no la llamé Ana.

Se me antojó triste la historia de la anciana, pero curiosamente

Ana no notaba mi presencia, los ojos me ardían produciéndome un intenso dolor, pero permanecí allí de pie ante ellas.

- ¡Lo lamento mucho! Dijo Ana.

- Mi bebé tuvo mucha fiebre, apenas si tenía 4 añitos cuando murió. Vivo aquí desde hace mucho tiempo. Por las tardes intento ver a mis seres queridos que ya han muerto, pero

nunca acuden a mi llamado. Algún día vendrán, y aquí estaré esperando siempre. Ni policías ni monjas han

logrado que me vaya de mi casa.

265

Ana tomó sus manos y le brindó una hermosa sonrisa, como tratando de explicar que la entendía perfectamente.

- ¡Ahora tienes una amiga que se llama Ana! Y tú ¿Cómo te llamas? Preguntó la joven.

- ¡Julia! Dijo la Anciana y cerró sus ojos. La libélula abandonó el hombro de Ana y se poso en mis manos.

¡Julia! Su nombre me llenó el alma, y de pronto como si se tratara de un sueño, la viejita cambió sus cabellos blancos

por preciosos cabellos rojizos, ante mí, la mujer que tanto amaba.

La libélula revoloteó y se posó en el hombro de julia, ambas brillaban con luz propia, y mis ojos dejaron de arder.

- Me has encontrado Kennel. Ella sonrió llenando mi vida de plena felicidad.

- La libélula me ha guiado. Contesté como si la vida y la muerte tuvieran pleno sentido.

La niña de cabellos dorados con la que había comenzado a soñar

por las noches apareció de pronto. Los rayos del sol penetraron en cada uno de sus cabellos, y sentí ganas de llorar.

- ¿Mamá? ¿Papá? Preguntó como despertando de un sueño.

Recordé a Julia con el vientre hinchado. Acudió a mi memoria la vida que había perdido, mi Julia, mi pequeña Ana, las bananeras, el calor de la Ciénaga, las libélulas de Julia, la cuna de la niña,

completamente dormida, el día que me despedí de su madre, el mismo día en que morí en las bananeras.

¡Gracias Ana! Dijo Julia y un camino brillante se abrió paso.

- Vamos a casa, dijo la niña. Con la voz más hermosa que jamás pude escuchar.

266

Tomé entre mis manos a mi hija y a mi esposa, y dejé las postales rojas, el castillo de las libélulas y a Ana la Silvestrista, y

entregué mi alma a la felicidad que me aguardaba por toda la eternidad.

Instantáneamente vino a mi mente una melodía, “ay

amor, amor, amor, amor, amor de mi alma”. Sonreí

entendiendo el silvestrismo y a mi amadas escritoras.

.

267

268

SILVESTRE

DANGOND

MARLYN BECERRA BERDUGO

269

“Yo el silvestrista fiel al Batallón, juro por mi

bandera roja, defender el silvestrismo de la

oposición, de los incrédulos e incluso de mis

padres. No existirá el descanso hasta tanto no

haya asistido a un lanzamiento. Honraré mi

bandera roja día a día, y a ella deberé mi

fidelidad. Prometo ante Ustedes ser el mejor fan

que pueda tener Silvestre Dangond, y no habrá

novio o novia que me aleje del Batallón”.

Juramento Silvestrista

270

“Prometo ante Ustedes ser el mejor fan que pueda tener Silvestre Dangond.”

271

SILVESTRE DANGOND

En una habitación a media luz, un muchacho de mirada cansada

tendía su cuerpo adolorido a la suavidad de la cama, las sábanas blancas, le daban la sensación de alivio que necesitaba después

de cada concierto.

- Hay noches en que la soledad me parece más pesada que

de costumbre. Murmuró el joven.

Se movió algunos milímetros, intentando conciliar el sueño, que

aún no decidía acudir, a pesar del cansancio infinito que sentía.

- El insomnio regresa, siempre que necesito descansar. Comentó incorporándose de inmediato. En la cama estaba su chaqueta azul de viajes, un sobre asomaba en un

bolsillo.

- ¿Es una carta? Se preguntó, tomando la chaqueta en sus

manos.

El joven observó detenidamente el sobre blanco, con una impresionante libélula roja dibujada a modo de sello, lo abrió intentando no romper su contenido, y una hoja roja cayó sobre su

regazo.

- Sí, es una carta. Susurró el muchacho. Se apoyó sobre las blancas almohadas, acercándose a la única lámpara encendida para poder leer su contenido.

A quien pueda interesar.-

Postal Silvestrista/ Carta roja. Presente.-

272

Entregar el corazón a un diario, a una carta o a una postal, esperando que el viento la lleve a su destinatario, es como permitir que los pensamientos nos golpeen por las noches, creyendo que imaginando un beso tuyo, se hará realidad, si lo medito todas las noches de mi vida.

¿Te sientes solo?

Espero que no, porque tu sonrisa me acompaña en medio de la oscuridad, y tu voz guía mis tristezas, tan lejos como le es posible.

Noche a noche entrego mi deseo a un amuleto pequeñito, una especie de muñeco de trapo con ojos de botón, que me obsequió una dulce niña que me dijo que te amaba.

Comparto mis días al lado de cientos de silvestristas que envían sus pensamientos a través de las redes que nos unen en estos tiempos modernos, de la misma forma en que antiguamente las personas se escribían cartas o postales, para enamorarse, para sentirse cerca o simplemente para anunciar que estaban bien a sus seres queridos.

Bajo ningún concepto, deseo dejar de vivir en ese mundo real, y por eso creo que mis cartas para ti, son la esencia misma de mi amor. Eres el amor idealizado, sencillo e irreal que vive cada fan, pero ¿De qué sirve decir te amo, si no te he escrito una postal?

Tal vez nunca las leas, tal vez nunca nadie pueda saber lo que siento por ti. Te has convertido en la fuente de mis alegrías, y eso prácticamente no tiene importancia, y es porque al poder compartir con los silvestristas, ese amor que arrojo al viento, me es correspondido en las alegrías y lágrimas de quienes al igual que yo, te aman.

Es posible que algún día no muy lejano, escriba un diario, donde pueda contar, el maravilloso ser que habita tras los ojos amarillos que un día pude tener tan cerca.

Que mi alma siempre encuentre la forma de hacerte llegar mi existencia, que la vida me permita encontrar la libélula roja que nos

273

señale el camino de la felicidad, como alguien alguna vez susurró a mi oído.

“Ana sigue la libélula roja que tienes en el corazón”.

Simplemente tuya, Ana.-

El joven leyó pausadamente cada frase, sentía la necesidad de

que la carta no concluyera, que esas palabras de una

desconocida, llenaran un poco más la noche.

- Sí Ana, me siento solo. Murmuró a forma de respuesta a la

pregunta en la misiva. Dentro de la chaqueta y sin saber

cómo un pequeño cuaderno permanecía inmóvil. ¿Será de

Ana? Preguntó el joven. El sueño no llegaba a tiempo como

de costumbre y decidió leer un poco más, para su sorpresa,

el libro lo mencionaba.

A quien logre llegar

Este mensaje no tiene destinatario, ni dirección; incluso no estoy

seguro de que alguna vez pueda enviarlo. Me es urgente escribirlo,

porque la soledad y el encierro son dos amigos a las cuales les escondo

mis verdaderas intenciones.

No daré detalles del lugar donde me encuentro, no daré motivos para

que quieras venir a buscarme. Es urgente que te exprese en secreto lo

que nadie más puede entender. La historia jamás refrendará mi nombre,

pero te aseguro, que nunca seré olvidado.

Recuerdo que era el mes de abril, cuando recibí mi primera postal, una

mujer muy joven, con dos pequeños que alimentar, me decía en su

misiva, que hizo todo lo que estuvo a su alcance por un sueño, y que; sin

274

embargo, los escasos recursos y el trabajo de domestica la habían

confinado a solo poder ver en la pantalla de un televisor, su gran sueño.

¿Qué será un televisor? No puedo recordarlo.

Su historia me resultó interesante, por eso leí la carta adjunta a la

postal. La letra de la joven era casi al aire, por lo que entendí que, había

escrito apresuradamente las palabras. Lo curioso de la postal y la carta

en si, es que la tinta con la que fueron escritas, era roja. Regularmente

las personas me escriben en tinta azul o negra, pero jamás en rojo. No

entendía cuál era su inconveniente, y hasta me pareció absurdo, que

hubiera pedido dinero prestado en su trabajo por lo que llamaba “el

concierto de su vida”. No obstante, me dejó un sabor amargo en la boca,

cuando me confesó que no pudo asistir a donde anhelaba ir, porque su

hermano menor enfermó y el dinero se necesitó para el pequeño.

De cada tres frases, dos eran lamentaciones, por lo que comprendí, que

realmente estaba afectada por su sueño irrealizable.

La madre soltera, repetía constantemente un nombre, una persona

sobre la cual jamás había leído. Creo recordar que diecisiete veces

escribió “Silvestre”, apenas en dos pequeñas páginas. En mi encierro

agradecía tener noticias del mundo, aunque se tratara de un nombre

desconocido, los sentimientos de la muchacha me hicieron compañía

durante muchas horas.

Releí sus lamentaciones, y descubrí al final de su carta un acento de

esperanza. Firmó su postal con el nombre de María Contreras Vergara.

Sucre - Colombia.

Estando incomunicado, y solo queriendo recibir las postales que a bien

quisieran enviar, en ese entonces, quise analizar por qué María estaba

tan triste al no ir a un concierto. Los artistas ciertamente pueden

enardecer a una multitud, existen las más incontables historias de

fanáticos que han dejado su huella en la historia universal. Hay personas

que gastan fortunas como coleccionistas de un pintor, o un escritor, lo

cual me parece normal, yo hice lo imposible por conseguir una gema de

Lalique alguna vez, pero el hecho de que una mujer, que tiene la

responsabilidad día a día de luchar por un mundo mejor para sus hijos,

cómo puede entonces verse relacionada con un cantante. Creo que tal

vez la joven, encuentra en la música de esa persona, algo que no

encontró ni encuentra, en alguna otra parte, de lo contrario no tendría

275

sentido su nostalgia, porque en definitiva, al concierto no logró asistir,

pero insiste en que tarde o temprano podrá ver frente a frente a quien

llama “Silvestre”.

Por cosas de la vida, en este aislamiento total al cual he sido sometido,

desde ese día siguen llegando postales rojas, y es así, como iré uniendo

el rompecabezas que empezó con la simple carta de una muchacha en

una tierra remota y distante.

Silvestre leyó hasta el amanecer las páginas de aquel extraño

cuaderno o diario personal. Se sintió muy confundido.

Continuó leyendo, las páginas enigmáticas de tantas historias.

Pensé en Violeta y su tristeza aunque no entendiera que le pasaba.

Recordé a Teresa. Vi a Ana en mi mente lanzando besos al viento para

este hombre. Pensé en todas y cada una de las muchachas que vivían

de sus canciones, y sin querer, murmuré para mí ¿Las amas? ¿Amas a

tus fanáticas?

- Sí las amo. Respondió como si me hubiera escuchado, lo cual me puso

alerta.

- Sí las silvestristas supieran lo mucho que las amo, si pudiera contarles

la forma en que llenan mi vida, cada vez que veo el brillo en sus ojos, me

ponen nervioso. Entendí entonces que hablaba solo, no estaba

respondiendo a mi pregunta no porque me hubiera escuchado,

solamente pensaba en ellas.

- Uno de estos días encontraré la canción que se los explique. Deseo

con el alma que nunca me olviden, que nunca piensen si quiera

dejarme. El tiempo no me alcanza para atenderlas a todas, pero la vida

me dará el instante necesario para que entiendan, que yo las amo.

Silvestre se llevó las manos a los ojos, pensar en sus silvestristas hizo

brotar del ámbar de sus pupilas, algunas lágrimas.

El joven recordó haber dicho exactamente cada palabra de las

escritas en el diario, lo arrojó al suelo, como espantando sus temores.

276

- ¿Qué clase de broma es esta? No voy a seguir leyendo, esto es una locura.

Intentó dormir, pero las palabras del libro zumbaban en su mente y se quedó dormido, pensando en un nombre “Ana”.

Pasaron algunos meses después de aquella noche, Silvestre no se atrevió a deshacerse del diario, pero tampoco quiso leerlo, ni

comentarle a nadie sobre su existencia, estaba dedicado al lanzamiento de su próxima producción discográfica, ultimando

detalles. Sus días transcurrían como por arte de magia, absorto en todo lo que deseaba para La Novena Batalla.

Una noche cuando todo estuvo en su punto y el joven pudo respirar el olor dulce del Valle, sin que lo atormentaran con

detalles, recordó el libro.

-¿Es posible? ¿Será la misma Ana? ¿La de zapatos rojos? ¿La del

vestido rojo? Esa joven que vive metiéndose en problemas, que tiene unos enormes y bonitos ojos negros ¿Será la misma? Las

preguntas se acumularon unas encima de otras dentro de su cabeza. Recordó las mejillas sonrosadas de la joven fan y sintió curiosidad.

- Es simplemente un libro, y así voy a leerlo. Cuando buscó entre

sus cosas, no logró encontrarlo. ¿Dónde lo pusiste? Piensa, recuerda viejo Silve.

Asistió a varios compromisos con la disquera los siguientes días, previo al magno concierto, pero no dejaba de pensar en la historia del diario, quería descubrir si se trataba de la misma Ana,

la muchacha Venezolana.

La noche anterior al lanzamiento, los sueños hicieron lo que se les vino en gana en la mente de Silvestre. Una joven gritaba su nombre insistentemente, sus cabellos negros como la noche, se

movían como si estuviera dentro del mar, era la Ana que él conocía, una admiradora de su trabajo como cantante, que poseía

277

un brillo especial en la mirada. Quiso tocarla y no pudo, trató de acercarse a la joven y una especie de cristal lo impidió.

- Ana soy yo, Silvestre ¿Puedes verme? Intentó decir, pero su garganta no emitió sonido alguno.

Cuando despertó, intentó recordar el lugar en el que había guardado el libro, pero su mente estaba llena de información, su

trabajo le consumía cada rincón del cuerpo y su alma permanecía silenciosa.

El stress que vivió ese día fue agotador, la lluvia incesante no le permitía salir a escena, se llenó de ansiedad, y se entregó al

destino. De vez en cuando observaba a la multitud, desde una ventana de la cual, no podían verlo.

- Es increíble, el mundo se viene encima y ellos permanecen allí, esperándome. Pensó Silvestre.

- Silvestre, ya está escampando, le dijo por fin uno de sus grandes amigos, y la sonrisa en ese rostro tan familiar, lo

llenó de fuerzas.

Desbordó todo su ser al público, cantó lleno de alegría por tenerlos. Para él no había un instante que lo llenará más en su vida profesional, que escuchar a miles y miles de personas,

cantando sus canciones al unísono.

- Mil rostros, mil historias. Pensó mirando el lleno total del Parque de la Leyenda Vallenata. El joven que cantaba con todo su ser, era feliz.

De pronto le pareció ver un rostro familiar entre la multitud, creyó

ver a Ana y le lanzó un beso. ¡Ana! murmuró. Pero no había tiempo para ella y su historia, la función debía continuar.

Cuando el concierto estaba por terminar, la buscó nuevamente con la mirada entre la multitud y ya no pudo verla. Al finalizar su

presentación y al recibir la ovación del público, dos lágrimas rodaron por sus mejillas, no podía pedir nada más, que el cariño

278

de la gente. Al bajar de la tarima, lo esperaban familiares y amigos. Todos lo felicitaban por su éxito, él estaba absorto en sus

pensamientos, pero agradecía el apoyo inigualable de cuantos lo rodeaban.

- Debemos irnos Silvestre. Dijo uno de sus guardaespaldas. Así que lo condujeron por un largo pasillo, entró en su camerino,

apenas tenía tiempo de cambiarse la ropa sudada y tomar agua, ya descansaría en el avión, debía dirigirse inmediatamente al aeropuerto. Tomó su bolso de viaje y salió al pasillo, cuando de

pronto alguien lo derribó de un fuerte golpe. Rodaron por el piso, Silvestre vio encima de su cuerpo, un alma que le era conocida.

- Discúlpeme señor. Dijo la muchacha. Lo siento, perdóneme, perdóneme. Sollozaba con los ojos fuertemente apretados.

- ¿Ana? Por Dios me has asustado. Dijo Silvestre, que no salía de su asombro.

- No, no, no, no por favor, suélteme, tengo que hablar con

él, suélteme, suélteme. Dijo llorando Ana.

- Déjala en paz. Dijo Silvestre levantándose del suelo. Yo la

conozco. Yo me hago cargo. Todo está bien. Insistió a su personal.

- ¿Por qué lloras bonita? Preguntó Silvestre.

- Necesito… yo necesito, yo, yo.

No podía hablar, no dejaba de llorar.

- Déjennos solos muchachos. Dijo y sus hombres se alejaron.

- ¿Qué pasa Ana? Prometiste ser más cuidadosa y esto no es

precisamente lo que tenía en mente. No llores por favor, no me gusta verte llorar, así no se ven tus bonitos ojos negros. ¿Qué puedo hacer por ti? Preguntó.

279

Sus ojos negros, como en el sueño. Pensó Silvestre. “¿Será posible que seas la Ana del libro? ¿Eres tú mi Ana?” Silvestre

pensó en la carta de la libélula roja y sonrió, queriendo creer que se trataba de la misma persona. Sin pensar en lo que hacia, Silvestre se acercó lentamente. Ella tocó su pecho. “Esta

temblando”. Pensó él.

Y la besó.

Después de sentir sus labios se sonrieron mutuamente. Silvestre

vio a Ana por un momento nada más, el personal que lo custodiaba lo sacó de allí al instante. De pronto, todo fue confusión, los escoltas trataban de contener a cientos de

silvestristas que habían pasado por encima de la seguridad del evento.

Trató de concentrarse en el viaje, pero no pudo, la fan a la que había besado, insistía en permanecer en su mente.

- Si te hago una canción, tal vez me dejes en paz. Dijo

sonriendo a la vez que se tocaba los labios.

- ¿Qué dices? Preguntó alguien dentro del vehiculo.

- Nada, no me hagan caso.

- Lo que faltaba Silvestre, esto está lleno. Los silvestritas deben tener radares, ya sabían que veníamos al

aeropuerto.

Los encargados de proteger al artista echaron mano de los anillos

de seguridad propios para cada evento, de manera que Silvestre no fuera molestado y pudiera abordar el avión. Los silvestritas

lograron verlo a través de unos ventanales que daban a la calle, y él decidió acercarse para despedirse, antes de tomar su vuelo privado.

Gritaban todos gritaban.

280

Unas manos blanquecinas se pegaron al enorme cristal, una pared de vidrio, los separaba como en su sueño, él se acercó y

contempló esos enormes ojos negros. Todas las chicas gritaban su nombre. Miró a Ana con tristeza, Silvestre sabía que no era un sueño, que en la vida real, él era el artista asediado por el público

que lo amaba, por su “SILVESTRISMO DEL ALMA” y ella estaba del otro lado del cristal, como la fan que era. Lentamente se llevó

los dedos a la boca, tocó sus labios recordando el beso.

Sonrió sin dejar de verla a los ojos, y ella hizo lo mismo.

- ¡Adiós cenicienta! Pensó él.

281

PICHICHO

- Un hombre tiene que hacer, lo que se necesita que haga, ni

más ni menos. Dijo el muchacho apretando los puños, en el mismo instante que cruzaba la frontera de Venezuela y Colombia.

De sus ojos enrojecidos brotaron las últimas lágrimas, al recordar a la princesa de sus sueños.

Se encaminó decididamente por el puente fronterizo que conecta a ambos países, un mar de rostros pasaron a su lado, nadie notaba su corazón roto, no tenían tiempo para el dolor ajeno,

porque cargaban con sus propios dolores humanos. Ajustó su gorra tricolor, secó sus lágrimas y con los puños, golpeó dos

veces seguidas su pecho entristecido, invocando los mejores recuerdos de un silvestrismo que cuidaría de su corazón en los tiempos difíciles.

No hay nada que el silvestrismo no pueda arreglar. Murmuró, cuando

abordó la buseta del Terminal, sin mirar atrás. Su decisión estaba

tomada, Colombia era el nuevo sueño americano.

- Bueno Pichicho, aquí vamos. Se dijo así mismo. Apenas

contaba con 35.000 pesos para llegar a Bucaramanga, era todo cuanto tenía, así que al pagar el pasaje, en su cartera

solo quedaban algunas monedas, su Cédula Venezolana y los ojitos de una hermosa niña lo observaron desde una fotografía.

- Mi chiquita, papá regresará pronto. Dijo Pichicho, sintiendo

el vacío más grande que un hombre pueda albergar dentro de un corazón. “Papá va a trabajar”. Pensó.

Una melodía lo inundó todo, incluso su corazón vacío, nadie podía lograr semejante efecto, solo una persona.

- Silvestre siempre aparece, cuando uno no sabe para dónde agarrar. Dijo el Joven y se entregó a la acompasada

282

melodía que hacía sentir la necesidad de dar gracias por todo cuanto se poseía en la vida.

A través del cristal, el muchacho pudo contemplar por primera vez las montañas de una tierra con la que había soñado

despierto, se aventuraba no solo a buscar más ingresos para su hogar, iba detrás de mil sueños, uno de ellos, era respirar el olor

del valle del Cacique Upar.

- Dicen que los árboles susurran canciones al amanecer en

Valledupar, ¿Será verdad? Se preguntó. Y una sonrisa tímida le iluminó el rostro pálido.

283

PEREZ CARRANZA

Un joven delgado y de rostro encantador, llevaba una mochila a

cuestas, tal cual como la noche en que su vida cambió, la única diferencia para él era que sus zapatos eran de colores y nuevos,

los roídos zapatos grises, eran cosa del pasado, no obstante él seguía siendo el mismo.

- Empacar y desempacar, estar a tiempo, tomar el vuelo, tomar el bus, llegar a tiempo, apurarse ¿Será que no existen otras palabras en la gente? Prefiero pensar en

imágenes, cada una invoca la luz necesaria para contar una vida… mil vidas. El joven acostumbraba a hablar solo,

sintiendo la compañía necesaria en cada viaje, él y sus pensamientos, con la cámara a mano, el resto venía por añadidura.

- ¡Carranza apúrate! Que vamos tarde. Le dijo alguien en el

autobús.

¡Dios! Utilicen otras palabras. Pensó sonriente, preparado para

vivir. Como de costumbre un montón de chicas los esperaban, al ingresar al hotel esa mañana, el alboroto reinaba a su alrededor,

todas querían fotos con sus compañeros de trabajos, algunas cuantas le robaron besos de las mejillas.

- Rostros… rostros… murmuró, sonriendo para las cámaras. Una joven se acercó tímidamente y sin decir más, lo

abrazó, para luego desaparecer en la multitud. El olor de la piel de la joven inundó sus pensamientos. Esa niña huele a chocolate, estoy seguro. Dijo, buscándola entre la multitud.

Ella ya no estaba. ¿Es posible amar en un instante? Se preguntó, sin encontrar la respuesta. Los gritos por

Silvestre, lo inundó todo, era momento de buscar refugio dentro del hotel, una cama blanda de sabanas blancas aguardaba para que pudiera editar las fotos de la noche

anterior.

284

ANA

Mis días transcurren sin sentido, albergo una espina en lo más

escondido de mi corazón, volver a verlo me resulta urgente y tengo miedo de que Mathias no entienda que en esta oportunidad

soy yo la que necesita alejarse. Hoy he decidido abandonarlo, ya no puedo con la rutina de una vida perfecta, donde finjo ser feliz sin serlo. Pienso arriesgar todo por volver a verlo a él, solo un

instante más, son demasiadas las noches que han transcurrido desde la noche en el aeropuerto.

- ¡Ana! ¿Por qué estas tan callada?

- Mathias, no me pasa nada, estoy bien. Contesté queriendo esconder mis pensamientos, como si pudiera leerlos.

- Entiendo que nos guardemos secretos bonita, pero durante días te siento ausente, es que hay algo que tal vez deseas

decirme.

- Yo no guardo secretos mi sol. Dije apunto de echarme a

llorar. Cómo podía explicarle al hombre que amaba que me sentía incompleta, sin saber a ciencia cierta qué me estaba

pasando.

- Ana, las palabras sobran, cuando en tus ojos encuentro las

respuestas. Dijo Mathias con la mirada más triste que haya podido ver en un ser humano. “Él lo sabe”. Pensé. “Sabe que todo ha terminado entre los dos”.

Esa noche fingí dormir al lado de Mathias, mientras brotaban

de mis ojos espesas lágrimas, me sentía atrapada en una vida normal de trabajo y pareja, cuando lo que realmente deseaba era subir montañas y lanzarme a volar.

- “Necesito mi libertad, necesito verte Silvestre, lo necesito”.

Mis pensamientos me inundaron la mente. Cuando los primeros rayos del sol me sorprendieron, el hombre que había

285

amado, yacía a mi lado sin sospechar que la decisión estaba tomada.

“Me voy a buscar a Silvestre Dangond”. Murmuré, levantándome suavemente de nuestra cama, tomé mi bolso

negro de viaje y lo llené más de recuerdos que de ropa. A las seis de la mañana de ese amanecer al lado de Mathias, cerré

la puerta de lo que había sido nuestro hogar, dejando una nota sobre la mesa.

“No sé hacerte feliz”. Ana.-

286

MATHIAS

Por las noches, Mathias escuchaba llorar a Ana. Había decidido

darle todo el espacio que fuera necesario, pero con el transcurrir de los días, Ana se había vuelto una mujer terriblemente

depresiva, y era algo con lo que no sabía tratar. Mathias entendía que Ana era una mujer marcada por el hombre con el cual iba a casarse, y que ella estaba rota, cuando él la conoció.

- ¿Cómo puedo ayudarte bonita? Se preguntaba Mathias cada vez que veía la tristeza en los ojos de Ana, algo que al

transcurrir del tiempo llegaba por las noches y desaparecía en las mañanas.

Durante algunos meses, Mathias le obsequió libros, música, películas y chocolates, solían salir a caminar bajo el sol o la lluvia,

habían sido felices, pero lo que ocurría con Ana al llevar una vida tranquila, era sorprendente y preocupante.

En esa oportunidad, Ana lloró toda la noche, y Mathias tenía la certeza de que ella lo abandonaría. Él fingió dormir, intentando

meditar sobre si debía decir algo, o simplemente dejarla marchar.

- “Ana va a abandonarme, y no puedo hacer nada”. Pensó el muchacho, acomodándose en la mullida cama, la oscuridad había llegado al amor más hermoso jamás sentido. ¿Cómo

viviré sin mi Ana? ¿Cómo retener a alguien que no es feliz a mi lado?

Mathias quiso abrazarla, estaba tan cerca de su delicado cuerpo, pero el vacío que los separaba era irremediable.

Una lágrima confusa bajó por las mejillas de Mathias. “Dicen que los hombres no lloran, pero cuando el amor de tu vida se acaba,

no hay más remedio que llorarlo. Aun recuerdo la primera vez que la vi con su vestido rosa, estaba realmente hermosa, no tenía

idea que algún día su cuerpo estaría entre mis brazos, no me

287

esperaba que después de estarlo, huiría de nuestro amor, cómo va hacerlo”.

Mathias intentó descansar, pero durante toda la noche los silenciados sollozos de Ana lo desvelaron, cuando la luz del sol

entró por la ventana de la habitación, sintió cómo Ana, salía sin hacer el menor ruido.

Quiso ir tras ella, quiso arrodillarse y pedirle que no lo abandonara, pensó en decirle cuanto la amaba, pero una fuerza

mayor que él, lo detuvo.

- Si no eres feliz mi Ana, debes irte, es lo mejor para todos.

Murmuró viendo el lado de la cama sin ella.

Una hora más tarde cuando Ana sacó su auto del garaje de la casa, Mathias fue hacia la habitación donde Ana tenía sus libros y ropa.

- Su bolso de viaje no está, no puedo creer lo poco que se llevó, casi toda su ropa está en el closet. Dijo a la

habitación como si ésta pudiera oírlo. Sus pasos se hicieron pesados. Cuando vio una nota sobre la mesa, quiso salir

corriendo de la casa, pero decidido aceptar su destino, tomó la nota de la mesa y la leyó muy despacio.

“No sé hacerte feliz”. Ana.-

- Me ha abandonado. Dijo el muchacho, y una lágrima corrió por su mejilla derecha. “El amor se acaba… el amor muere, el amor se va”. Pensó.

288

SILVESTRE DANGOND

Esa noche durmió incomodo, el hotel era igual que todos, nada

había cambiado en su vida rutinaria, tenía una agenda tan apretada que el tiempo destinado para compartir con sus

familiares y amigos era insuficiente, pero él había decidido ser un viajero, un errante solitario que llevaba melodías de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. Observó el techo de la habitación, y

contempló largamente la tenue luz de una lujosa lámpara de techo.

- Esa lámpara, debe valer una fortuna. Murmuró Silvestre. En nada se parece a los bombillos de hoteles baratos en los

que dormí cuando mis sueños eran tan distantes.

Tanteó la mesita de noche, y tomó entre sus manos el móvil

blanco que lo comunicaba con una caterva de vidas. Sus pensamientos se deslizaban de un lado para otro dentro de su

ser, leía con detenimiento, cada frase, observaba con especial cariño las fotos que le enviaban sus admiradores, sus silvestristas.

De pronto en el mar de gentes del ciberespacio, un joven lleno de

odio comentaba cosas tan fuera de tono, que no pudo seguir leyendo nada más.

- No es que me importe lo que pienses. Murmuró. Pero siempre me queman las mentiras. “No puedes ganar

tantos corazones sin perder pedazos del tuyo”. Pensó.

Recordó los rostros de silvestristas muy especiales, los ojos de

Katherin, la sonrisa de Melisa, la voz de niños cantando sus canciones, los silvestristas bajo el torrencial aguacero en el

parque de la Leyenda Vallenata el día anterior, y su corazón se llenó de amor, y las palabras del joven amargado, se diluyeron como por arte de magia.

289

Se levantó y encendió la luz del baño, contempló en el espejo un rostro cansado, sus ojos amarillos oscurecidos por la noche, una

minúscula barba comenzaba a brotar.

- ¿Cuándo pasó todo? Preguntó a la imagen en el espejo.

¿En qué momento cumplí tantos sueños? ¿Qué tiempo me ha costado que me quieran? ¿Desde cuándo me escuchan

con tanto cariño? La imagen le devolvió una sonrisa. Se lavó las manos y la cara, tomando una toalla blanquecina para secarse.

- ¡Necesito aire! Dijo, abriendo de par en par un ventanal que había en la lujosa habitación. Un gélido aire entró en

su ser, y los músculos se tensaron, una sensación que le espantaba el sueño. Y entonces lo recordó.

Buscó un bolso que siempre llevaba para viajes, en el cual había guardado un libro, una especie de diario extraño. En un bolsillo

muy bien escondido encontró el “diario de un silvestrista”, como solía llamar al librito misterioso. Eligió una página al azar y leyó

atentamente.

Los días transcurren sin que pueda darme cuenta, igual nace el sol más allá

de los barrotes de mi ventana, como los rayos lunares, sin que pueda

detenerlos, sin que pueda disfrutarlos.

Despierto, vivo un instante y vuelvo a dormir, es como si el tiempo no existiera

y solo importara leer cada carta, cada postal. Anoche mi centinela arrojó bajo

la puerta, una única carta.

Me acerqué con cautela presintiendo que no era nada bueno, recibir una

única postal. Curiosamente el sobre delataba tres letras, un único nombre

“ANA”, y un único símbolo , una especie de insecto refrendado en tinta

roja. Me recosté en el lecho, sin atreverme a abrirlo, nunca en mi existencia

había recibido algo parecido y me dio mal agüero.

290

- La carta. Murmuró. La carta que menciona el diario es la que leí el día que encontré el libro en mi chaqueta, la carta de Ana, esa

fan que tal vez sea mi querida Ana, la niña del beso.

Recordar aquel beso, lo hizo sonreír. Ana lo había derrumbado

huyendo de los escoltas de seguridad y se le había abalanzado, aún cuando tenía toda la ropa y el cabello mojados por la lluvia,

sus hermosos ojos negros y su boca rosada, no hicieron más que tentarlo a besarla, a darle el beso más dulce que le haya podido dar a una fan.

- Ella estaba temblando ¿Seria de frío? Se preguntó. ¿Será la misma Ana? ¿Cómo encontrarla? Necesito respuestas sobre este

libro, ¿Qué silvestrista ha escrito este diario? Porque tiene que ser un silvestrista que me ha espiado, para poder saber hasta lo que

he dicho en una habitación.

Ese pensamiento lo llevó a observar el cuarto del hotel en el que

estaba, todo en orden, todo igual, completamente solo. No hay peligro.

Buscó una hoja más en el diario.

“Deseo un beso… un beso de Silvestre”. Nuevamente Ana atormentaba mis

días, con sus cartas tan simples, siempre que recibía una carta de la libélula

roja, la mente se me llenaba de dudas.

No entendía por qué me enviaban cartas o postales tan intimas, y siempre

relacionadas con un hombre al cual no conocía, pero por el cual, mis

escritoras morían de amor.

- Tengo que encontrar a Ana. Dijo. Y como el que emprende una misión secreta, empacó sus cosas, se bañó y vistió

inmediatamente. Eran las seis de la mañana, cuando alguien tocó a su puerta. Silvestre estaba listo para continuar su camino. Pero las cosas habían cambiado, él buscaría a su fan.

291

ANA

Manejar nunca ha sido mi fuerte, por eso preferí dejar el

automóvil en casa de mi madre, y sin dar tantas explicaciones, referí que me iría de viaje unos días. Abordé el primer avión

disponible, mi destino final, era incierto. Permanecí algunos días en Caracas, y como en una especie de trance, apagué el teléfono celular, desaparecí para Mathias, para mí familia y amigos,

necesitaba estar en paz conmigo misma, y plantearme qué haría.

- A estas alturas Mathias debe estar decepcionado de mí, he

sido cobarde, simplemente me fui sin explicar por qué. Era imposible decirle que estaba aburrida de hacer las mismas

cosas ¿Cómo decir las verdades a la cara sin lastimarlo? Me sentía ahogada, es tan previsible, es tan tranquilo, tan alegre, es un hombre perfecto, y su perfección me

enferma, yo soy una masa de conflictos. ¡Por Dios soy mujer! ¿Es tan difícil que puedan entenderlo?

Intenté recostarme en la esponjosa cama del hotel, y dejar que las ansias se calmaran, pero el rostro de Mathias me perseguía

por todos los rincones de mi pensamiento.

- ¡Te amo! Dije. Necesitando sentir que todo era real, pero la imagen en mi mente no fue la de mi pareja, fue la del joven de ojos amarillos, sus recuerdos acudían a mí en los momentos de

mayor tristeza. No debo buscarlo, a él tampoco, no por ahora, no estoy preparada para verlo, me quebraría si lo veo, necesito

aplacar mi alma, ordenar mis sentimientos y razonar, no quiero una vida monótona, esta bien, lo entiendo, pero no puedo vivir una vida llena de excitación y algarabía, debe haber un equilibrio,

un punto perfecto donde yo aprenda a ser feliz, y no pueda lastimar a nadie. “No hay nada que el silvestrismo no pueda

curar” esto es algo que jamás debo olvidar. Pensé.

292

MATHIAS

Durante algunos días Mathias esperó su regreso, pero ella se

había marchado sin decir nada más que una sentencia en una nota sobre la mesa, intentó no llamarla, pero cuando la tristeza le

oprimió el corazón, fue en vano, el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Para evitar ver las cosas de Ana por toda la casa, dedicó su único día libre para encerrar en la habitación de

ella, todo cuanto se la recordara.

- ¿Y tus recuerdos donde los encierro Ana? Preguntó a la

casa sin ella.

Durante esa semana trabajó incansable en el Bar, entregado a la elaboración de bebidas para los clientes, la única diferencia fue que se negó a servir “Silvestristas” una bebida roja que pedían

con regularidad por su sabor dulce y picante. Mathias sentía que los recuerdos se lo tragaban vivo, cuando alguien pronunciaba

esa palabra.

- Mi alma dormita en los recuerdo, porque tú ya no estas. Se

dijo, entre tanto, servia una piña colada. “Hasta aquí Mathias”. Pensó. “Me voy al único lugar en el mundo donde

puedo estar en paz. Me voy a Nabusimake”.

El sábado por la mañana, Mathias cerraba la puerta del lugar

donde había amado a una mujer, con un bolso por equipaje, el joven de ojos entristecidos, pasó doble llave al dolor de la

ausencia y el abandono, y se fue, su destino era una pequeña ciudad perdida en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde los

Arhuacos dicen que nace el sol.

293

PICHICHO

El muchacho observó los rostros de las personas que pasaban

por la plaza, él desde la banca donde tuvo que pasar la noche, los sentía distantes y fríos. Revisó en sus bolsillos, y contó las

monedas.

- Tres mil pesos. Dijo suspirando. ¿Qué puedo hacer con tres

mil pesos? Tengo tanta hambre que me comería 20 empanadas de carne con arroz y diez jugos de mora, pero no me alcanza ni para una empanada ni un jugo.

Mientras observaba sus monedas, un anciano se sentó a su lado

con un carrito con termos café.

- ¿Café? Dijo el hombre.

- ¿Cuánto cuesta? Preguntó Pichicho.

- Setecientos pesos muchacho.

- Déme uno. Ordenó, y como quien se desprende de un tesoro le entregó siete monedas de a cien pesos.

- ¿Corto de dinero? Preguntó el anciano.

- Muy corto mi señor.

- Qué no daría yo por tu juventud, debes ser muy joven,

¿Qué edad tienes?

- Veintidós años señor.

El hombre guardó silencio, recordando sus maravillosos veintidós años, su vigor y lo feliz que era siendo tan ingenuo y con una vida

por delante.

- A mí muchacho, no me deben quedar veintidós años de vida, qué afortunado eres, así solo te queden dos mil

294

trescientos pesos en tus manos. Te voy a dar un consejo niño, esa moneda de mil pesos tan bonita y dorada, no la

gastes nunca, consérvala, pase lo que pase, no la pierdas, desde hoy cuenta con solo mil trescientos pesos, y mantenla siempre contigo, es tu moneda de la suerte,

hazme caso.

- Gracias señor. Dijo Pichicho sonriendo. Usted tiene razón, tengo todo lo que necesito para ser feliz. Diciendo esto recordó los brillantes ojos de su princesa.

- Toma otro café, este va por cuenta de la casa, yo también tuve hambre muchacho, y para el hambre se necesita

mucho café.

Pichicho estuvo a punto de echarse a llorar, pero se mantuvo firme, al amanecer creía haber cometido una locura en irse a otro país sin dinero y sin familia, pero las profundas arrugas de aquel

anciano, le hicieron sentir la certeza de que la vida tenía que ser amarga para poder ganarse una a una las arrugas de una vida

plena. El anciano se marchó, y fue cuando Pichicho leyó el

nombre del carrito metálico del anciano “UN PASO A LA VEZ”.

- Sentado no voy a encontrar trabajo, ni comida. Dijo más animado. Apuró su café, guardó el vasito desechable en su bolso de viaje, y se dio dos fuertes golpes en el pecho con

los puños para invocar a su Silvestrismo del alma.

295

NINI

Nini estaba enamorada del muchacho más adorable del

universo, apenas si lo veía en dos o tres clases, pero le era suficiente verlo a distancia, para llenar su corazón de amor.

- Algún día voy a besarlo. Murmuraba cuando sus ojos se encontraban por casualidad, y sus mejillas se llenaban del

rubor de la juventud.

Sus estudios estaban encaminados y la vida le auguraba una

carrera brillante, poseía un temple de acero, y nada ni nadie podía perturbar su existencia. Lo único que podía alborotarle el

alma era Silvestre Dangond.

Por las tardes solía escuchar sus canciones a todo volumen

encerrada en su habitación, los trabajos universitarios fluían con ímpetu al escuchar cada canción de “Silve”, como ella le llama por

cariño. Al terminar con sus responsabilidades, salía a caminar por Bayunca, un pueblito de la costa colombiana, que por las tardes suele ser un hermoso lugar para vivir, en comparación al horno

que suele ser al medio día, asfixiante y torturador. Nini con sus impresionantes ojos pardos, consumía cada imagen, cada color,

todo le era increíblemente hermoso, esto era lógico, estaba enamora.

- Que raro. Murmuró. Cada día son más fuertes mis dolores de cabeza, siempre llegan a las seis de la tarde, para

desaparecer por las noches, pero esto ya es insoportable.

Algunas semanas antes, Nini había comenzado a padecer de

jaquecas, pero estas no lograban hacer que su estado emocional mermara, el amor de su vida estaba a unos cuantos pupitres dos

o tres veces a la semana, y eso ningún dolor de cabeza se lo arrebataría.

296

Una mañana en el cafetín de la Universidad, el joven con el que soñaba despierta, se acercó a pedir un tinto en el mismo instante

que ella tomaba uno, estaba tan cerca, que Nini no pudo evitar respirar profundo, para poder oler el aroma de la piel del hombre que amaba.

- ¡Hola! Dijo él mientras esperaba su tinto. Y una sonrisa

brillante le golpeó de pronto a Nini. La luz de esa mañana hizo que sintiera dolor en los ojos.

- ¿Te sientes bien? Preguntó él al ver la cara de dolor de Nini.

- Sí Guillermo, solo me duelen los ojos. Contestó temblando.

- ¿Sabes mi nombre? Preguntó.

- Sí, me sé tu nombre. Contestó ella en un susurro.

- Yo no me sé el tuyo princesa.

Y en toda su vida, no había escuchado una palabra más dulce, ni más perfecta que “Princesa”. Nini sonrió para Guillermo, y él se

alejó con su tinto, y se llevó el corazón de ella.

“Estoy enamorada, lo amo, lo amo con todo mí ser”. Pensó. Y un

enorme dolor de cabeza se posó en su nuca, después de haber estado tan cerca del amor de su vida, su cerebro le cobraba con

creces ese instante.

A la mañana siguiente el maravilloso acercamiento a su Príncipe,

la vida de Nini cambió para siempre.

297

EMMA

Santa Marta es si se quiere una fuente silvestrista, allí puedes

encontrar tantos seguidores de Silvestre Dangond como olas en el mar, cada día los jóvenes se ven atraídos por la revolución

musical del ídolo. Puedes caminar por la Bahía y encontrar jóvenes con zapatos rojos, otros con tatuajes sobre el artista, e incluso cortes de cabello similares al de Silvestre, es una ciudad

silvestrista por excelencia.

Un samario, como se les dice a su gentilicio, es un ser humano

amable y respetuoso, que al juntarse con silvestristas puede formar una parranda incluso dentro de una buseta.

Tan es así, que Emma, una adolescente de 14 años, comparte su

vida al lado de un Batallón Silvestrista, catorce solamente y podría dirigir una infantería completa si lo deseara.

298

- Muchachos aquí están las instrucciones. Dijo la Joven a los cuarenta miembros del Club de Fans. Debemos tener la

bandera roja más grande del Continente para el próximo lanzamiento de Silvestre en Valledupar.

- Pero Emma. Dijo un militante. Falta un año para otro lanzamiento.

- Sí Miguel, pero soldado prevenido no muere en guerra, y la táctica a emplear hay que marcarla desde ahora.

- Pero este año no pudimos pasar por ser todos menores de edad, y adivina qué, el próximo lanzamiento seguiremos

siendo menores de edad.

- Y lo volveremos a intentar Miguel. Dijo Emma muy decidida. Y todos los presentes murmuraron palabras de ánimo. Y lo seguiremos intentando, y cada año la bandera

será más grande, no pienso rendirme ni por un instante. ¿Quién conmigo? ¿Quién contra mí?

Emma siempre los motivaba con aquellas palabras, y todos como una masa roja, la abrazaban como símbolo de sellar el pacto

silvestrista.

- Todos unidos, y que nadie crea que nos rendiremos, el que

desee rendirse que lo haga, los demás ganaremos la batalla así sea a punta de derrotas.

- Esta niña me preocupa. Dijo Andrés. El día que tenga novio y al pobre se le ocurra engañarla, lo pasará por las armas y

morirá de desamor. Todos rieron de la opinión del muchacho, incluso Emma brindó su mejor sonrisa.

Durante dos largas horas discutieron desde el logo en sus camisas, hasta los metros de tela de la próxima bandera, estaban

decididos a no permitir que su juventud se opusiera a los designios de su corazón, estaban dispuestos a no merendar por

299

ahorrar dinero, a vender rifas para conseguir recursos, incluso estaban dispuestos a perder clases con tal de ser un club tan

sólido como los llamados “De la Vieja Guardia”.

Repitan conmigo nuestro juramento, el cual como todas las

reuniones prestamos antes de regresar a nuestras vidas fuera del Batallón:

“Yo, el silvestrista fiel al batallón, juro por mi bandera roja, defender el silvestrismo de la oposición, de los

incrédulos e incluso de mis padres. No existirá el descanso hasta tanto no haya asistido a un lanzamiento. Honraré mi bandera roja día a día, y a ella

deberé mi fidelidad. Prometo ante Ustedes ser el mejor fan que pueda tener Silvestre Dangond, y no habrá

novio o novia que me aleje del Batallón”.

Esta especie de juramento solemne, lo recita cada silvestrista con

la mano en el lado izquierdo del pecho, y los ojos de los más jóvenes, brillan como estrellas recién nacidas en el firmamento.

- ¿Quién conmigo? ¿Quién contra mí? Preguntó Emma; y todos los presentes abrazaron a sus compañeros de

batallón.

300

ANA

Ana caminaba entre arenas blanquecinas que le quemaban los

pies, la sensación cálida era reconfortante, a su alrededor no había más que arenas. Sentía la necesidad de ver el mar. Caminó

durante horas y no encontró ni un pequeño arroyuelo.

- Por Dios, dónde está el agua, esto es arena de playa, no un

desierto. Dijo Ana en un tono de voz muy fuerte. Siguió caminando agotada por no encontrar el mar que tanto ansiaba. Cuando a lo lejos divisó la figura de un hombre,

corrió hacia él.

Cuál sería su sorpresa, un Joven alto de cabello negro y ojos amarillos la abrazó. Ella se entregó a su abrazo y sintió que toda pena y dolor desaparecía.

- ¿Qué buscas Ana? Preguntó Silvestre.

- A ti. Mintió ella.

- ¿Y entonces por qué estás aquí en medio de la nada?

- No lo sé.

- No me mientas Ana, tú buscas el mar, no a mí. Dijo el

muchacho.

- Perdóname Silvestre, es que no se donde está el mar. Y tú

sabes que te amo, tú y el mar son uno solo.

- No Ana, tú eres mi mar, pero así no te quiero, estas

perdida, ausente, ésta no eres tú.

- Regresa Ana… regresa. Dijo él acariciando su mejilla, respirando tan cerca de ella, que Ana no se atrevió a respirar. Silvestre besó su mejilla derecha, luego la

301

izquierda, buscó sus labios y los encontró. Ella sintió que el besó le quemaba las entrañas, el alma y los pensamientos.

Cuando despertó, Ana se sintió mareada, el sueño había sido tan real que sentía el calor del beso en todo su cuerpo.

- Estoy sudando la fiebre. Se dijo arropándose. Ana había pasado toda la noche delirando y luchando con altas

temperaturas. Signo evidente de que su mente y ella estaban en franca batalla. Si salgo de ésta, juro que me iré

al mar y no saldré de allí hasta entender porqué insisto en no ser feliz. Dijo quedándose nuevamente dormida.

En la habitación de aquel hotel, alguien en absoluto silencio la observaba en la penumbra.

302

WALTER QUINTERO

Entre la ciudad bonita de Colombia (Bucaramanga) y Cúcuta,

existe una enorme formación montañosa, con curvas tan pronunciadas que si tienes la ocurrencia de desayunar antes de

emprender el viaje de seis horas, ten por seguro que a la décima curva, las nauseas serán inevitables, y tendrás suerte si no te vomitas. Por ello antes de cruzar el Picacho, bajo ningún concepto

deberás comer, o el precio será alto. Existen personas osadas que cruzan el páramo en moto, con la voluntad de un soldado que va

a la guerra y pretende regresar a casa sano y salvo.

Esa noche dos jóvenes vestidos completamente de rojo hasta en

los cascos de protección, se adentraban en las entrañas de la montaña, con dirección al pueblo más hermoso que pueda existir. Silvestre Dangond daría un concierto en la fría Pamplona, y estos

muchachos pretendían a toda costa, asistir al concierto.

- Siento que la moto no anda bien. Dijo Víctor a su acompañante, quien se aferraba a su cintura, congelado por las temperaturas que bajaban en la medida que

ascendían la montaña entre curva y curva.

- ¿Qué? Gritó Walter.

- ¡QUE ESTA VAINA SE DAÑÓ! Y diciendo esto decidió

detenerse al borde del camino. Los autobuses pasaban a toda velocidad con sus pitidos enormes previniendo su

paso, y solo contaban con las luces que, de cuando en cuando los iluminaban.

- La moto no frena Walter. Dijo Víctor.

Un camión de proporciones espeluznantes hizo gemir las llantas al

tomar una curva que se acercaba a un enorme precipicio, como en la mayoría del camino.

- Compadre tengo frío, sigamos hasta el peaje y allí vemos.

303

Una espesa neblina comenzó a llenarlo todo, y la moto se les hizo cada vez más pesada al empujarla colina arriba, el aire gélido les

congelaba los pulmones y la respiración se convirtió en un acto dolorosamente necesario.

“Lo que falta es que se nos aparezca un muerto”. Pensó Walter. “Juro por mi madre que si se aparece alguien, voy a gritar”.

- No se ve nada Walter. Y diciendo esto un grito de terror se oyó en toda la montaña.

- ¿Qué pasa Walter? ¿Walter?

- Ayúdame, ayúdame Víctor. Gritó aterrado el silvestrista.

Varios automóviles pasaron dando un poco de luz. Walter estaba

aferrado a unas plantas al borde de un precipicio.

- ¡Por Dios! Dijo Víctor soltando la moto, y corrió a sacar a Walter de semejante atolladero.

- ¡REGRESEMOS! Gritó Víctor al ayudar a Walter.

- Me da miedo compadre, yo no me muevo de aquí hasta

que amanezca.

- ¡Carajo te has vuelto loco! Al amanecer estaremos muertos. Levántate que nos regresamos.

- Yo no me muevo. Dijo temblando Walter, de frío y de miedo.

La niebla se hizo tan espesa como el algodón y prefirieron sentarse a la orilla del camino y pensar.

- Bueno me tocó abrazarlo compadre. Dijo Walter temblando de frío.

- Déjate de pendejadas Walter Quintero. ¿Dónde está el

silvestrista de esta tarde? “Vamos a silvestriar cueste lo

304

que cueste”, dijiste, tú nos metiste en este apuro, así que te aguantas.

Un camión que pasó lentamente rumbo al Picacho se detuvo. Dejando encendido el motor ronroneante.

- ¿Qué hubo muchachos? ¿Están varados? Preguntó un hombre gigante dentro del camión, con las luces internas

encendidas.

- ¡Sí! Respondió de inmediato Víctor, mientras Walter lo abrazaba muerto de Frío.

- Suban la moto atrás, yo los llevo. Dijo el hombre.

Corriendo subieron la moto al camión, y se metieron en la cabina

lo más rápido que pudieron, al cerrar la puerta el frió disminuyó y Walter sintió ganas de llorar. El hombre comenzó a darles un

discurso sobre lo peligroso de la montaña durante la noche, tanto peligros de vida como de muerte, ya que puede suceder de todo, por esos caminos de Dios, “incluso algún alma en pena te puede

hacer pasar un mal rato”. Concluyó.

Víctor observó su reloj. Eran las diez de la noche y el concierto sería de un momento a otro, su corazón se oprimió, estaban retrazados.

- Muchachos ¿Para dónde van? Preguntó el chofer

alegremente.

- Al concierto de Silvestre Dangond, que es esta noche en

Pamplona hermano. Contestó Walter.

- Eso lo explica todo. Dijo el hombre brindando una radiante

sonrisa. Y colocó en su destartalado reproductor un CD a todo volumen. Yo soy silvestrista. Eso bajaremos el Picacho

de una, aún hay tiempo. El sonido de la voz de Silvestre cantando “Mi propia Historia” embargó de calor el corazón

de los aventureros.

305

- ¿Y qué tiene la moto?

- No tiene frenos. Dijo Víctor mucho más tranquilo y

sonriente.

A las doce y media de la noche, el camionero los dejaba en plena puerta del concierto, deseándoles que la pasaran bien por él, ya que debía estar al amanecer en la frontera con Venezuela. Al

entrar al recinto donde ya había empezado el concierto, un joven lleno de vida y alegría los recibía al son de un acordeón, Silvestre

Dangond con cada una de sus canciones, les hizo olvidar el mal rato en las alturas del Picacho.

Bailaron, y gritaron a más no poder, sobre todo Walter Quintero.

Al terminar el concierto. Walter se llenó de valor e hizo la pregunta más importante de la noche.

- ¿Compadre Víctor, y la moto?

Los ojos de Víctor se abrieron como platos, al recordar que al

bajarse del camión corrieron al concierto, y el buen chofer se la había llevado.

306

MATHIAS

Las montañas tenían un encanto especial para Mathias. “Mi alma

está en tierras muy altas” Solía decir siempre que algo atormentaba su vida. Y aunque la montaña que añoraba, no era,

en la que se encontraba, Pamplona era un pueblito que deseaba visitar hace tiempo. Le fue necesario pasar algunos días caminando por las calles de piedra. Una joven de mejillas rojizas

pasó tomada de la mano de su novio, y esta imagen de amor en las montañas le golpeó el alma, recordó la hermosa sonrisa de

Ana, y sus enormes ojos negros. “Daría mi vida por ella” murmuró sintiendo el peso de su amor. Ana formaba parte de su alma, aunque ella no pudiera entenderlo.

El amor según Mathias es un engranaje perfecto, donde todo funciona como las agujas de un reloj, por eso cuando el relojito

de Ana se detuvo, él la dejó partir, porque algo ya no funcionaba bien. Decidido a pensar en otra cosa que no fuera Ana, observó a

la gente de la plaza esa mañana y dos muchachos vestidos de rojo llamaron su atención. “Silvestristas” pensó, y la cara de

angustia de ambos, lo motivaron a acercase.

- ¿Qué fue muchachos, y esas caras? Preguntó Mathias.

- Nada compadre, que nos robaron la moto en el concierto de Silvestre. Contestó Walter.

- ¿Sí? Que mal, si hay algo en que pueda ayudarlos, yo soy

Mathias.

- Mi nombre es Walter Quintero, y este es mi hermano,

compadre y amigo Víctor Pinzón.

- Sabía que había concierto anoche, pero digamos que no

ando de humor para silvestriar. Confesó Mathias.

- Estuvo buenísimo. Lastima lo de la moto. Dijo Walter. Ahora no tenemos ni cómo irnos.

307

- No se preocupen muchachos yo les presto. ¿A dónde van?

- Gracias Mathias, vamos a Bucaramanga. Dijo Víctor

totalmente deprimido por su moto.

Los ojos de Mathias brillaron, Bucaramanga era una ciudad preciosa llena de parques, y ya que estaba de vacaciones obligatorias, podía permitirse un desvío más.

- Quisiera pasar unos días en Bucaramanga. Murmuró

Mathias.

- Pues compadre, mi casa es su casa, y puede quedarse todo

lo que quiera. Dijo Walter.

- Decidido, vamos por mi equipaje y nos vamos a la Ciudad

Bonita.

Cuando entraron en la habitación del hotelcito de Pamplona, los muchachos se bañaron con agua caliente y desayunaron caldo de huevo con arepa, ya renovados por la ayuda de Mathias, los tres

silvestristas, abordaron un bus directo a Bucaramanga, y mientras Víctor y Walter dormían durante el trayecto, Mathias

contempló cada rincón de la impresionante montaña. Cuando pasaron por una planicie, Mathias se quedó asombrado de ver a los niños jugando con un riachuelo de agua helada, todos los

habitantes tenían puestos ponchos para el frío, y botas negras hasta las rodillas, arando, o cosechando, las mejillas

idénticamente coloradas, se le antojaron un sueño. “Nada como las montañas para entender lo sencillo que es vivir”. Pensó.

Luego de tres horas en absoluto silencio se dijo:

- Si tengo que desenamorarme de ti Ana, voy a hacerlo, la vida es muy corta para no vivirla.

Vio por primera vez, el valle en el cual mágicamente se encuentra Bucaramanga.

308

PICHICHO

Lavar platos no era el plan inicial de los sueños de Pichicho, pero

le aseguraba comida y algo de dinero. Con su gorra tricolor puso todo el empeño para hacer su labor lo mejor posible, llegaba muy

temprano, y se iba de último. El joven estaba decidido a hacer lo que fuera por salir adelante, ganando diez mil pesos diarios, debía pagar el cuchitril que había conseguido para dormir, en el

cual apenas si podía dormir, porque lavar ropa no era una opción, así que consiguió a una anciana en el vecindario que lavara su

ropa, lo poco que ganaba no alcanzaba para todos los gastos, y menos para enviar dinero a su princesa, pero tenía fe, de un nuevo amanecer.

Ese día por redes sociales en una tienda de minutos e Internet, se enteró que Silvestre se presentaría esa noche en una fiesta

privada en Bucaramanga. Su corazón se agitó tan violentamente que se sintió mareado, era una gran oportunidad de ver a su

cantante favorito. Ese era su día libre, y estaba dispuesto a asistir así lo echaran de la fiesta. “Si no lo intentas no sabes si ocurrirá”

Dijo. Y como un rayó salió corriendo al único lugar donde sentía que alguien podía ayudarlo, la anciana que lavaba su ropa.

- Doña Paula. Dijo al verla. La anciana estaba enhebrando una aguja con mucha dificultad asomada a la luz de la ventana que daba a la calle.

- Rodolfo hijo mío, esos ojos tuyos brillan hoy como nunca

¿Qué te pasa?

- Me urge saber si tendrá un pantalón, una camisa y un saco

que me preste, necesito ir a una fiesta y no puedo ir con mi ropa, Usted sabe que no tengo nada que no sea camisas de

algodón y pantalones de jeans.

309

- Bueno muchacho pareces de la contextura de mi marido, que Dios lo tenga en su santa gloria, pasa a ver qué

conseguimos.

La alegría causaba estragos en el alma de Pichicho, era un

manojo de nervios, la simple idea de poder entrar a la fiesta, le causaba toda la ansiedad que pueda soportar un ser humano. La

señora Paula sacó de un armario gigantesco más de veinte trajes en perfectas condiciones, uno mejor que el otro, pero Pichicho se decidió por el traje negro de tres botones, una camisa blanca y

una corbata roja. Al mirarse al espejo, un hombre joven, elegante y altivo le devolvía una radiante sonrisa.

- Si hubiera tenido un hijo, sería como tú. Dijo la anciana, entre tanto, le tomada el ruedo al pantalón.

- Y si yo tengo abuela, esa es Usted Doña Pau. No sabe cuanto le agradezco este favor.

Esa noche el joven que salía del cuartito de alquiler, podía

hacerse pasar por un joven adinerado, estaba impecablemente vestido para la ocasión, con el adicional de una sonrisa radiante.

310

WALTER QUINTERO El calvo de Walter Quintero no dejaba de verse en el espejo de su habitación.

- Bueno galanes, no será fácil pero creo que no es imposible. Dijo Walter, intentando hacerse un nudo en la corbata sin

mucho éxito.

- Me parece una locura. Dijo Víctor. Deberás acostumbrarte Mathias, a este muchacho no se le ocurre nada bueno, esta misma noche estaremos presos, acuérdense de mí.

- Ven te ayudo Walter. Dijo un Mathias de traje gris, y de

cabello rubio perfectamente peinado. No vayas a romper esa corbata, y tengan cuidado que estos trajes alquilados hay que devolverlos.

- La vida de un silvestrista tiene que ser emocionante compadre Víctor. No sea aguafiestas que el Mathias anda

muy animado.

- No lo niego, tengo ganas de silvestriar un rato muchachos.

Los tres jóvenes brillantes y con peinados muy a la moda, con

suficiente gelatina para el cabello, habían planeado hacerse pasar por músicos de la banda de Silvestre Dangond para poder

ingresar a la lujosísima fiesta de esa noche. Mathias mucho más animado y con la esperanza de divertirse por un rato, había aceptado las locuras de los muchachos.

A las nueve de la noche un enorme ascensor abría sus puertas

para llevar a los silvestristas a las mismísimas puertas del evento privado.

- Buenas noches, su invitación por favor. Dijo un hombre vestido de negro, como un cuervo con corbata.

- Somos de la agrupación muchacho. Dijo Walter.

311

- Disculpen no los reconocí, pasen adelante por favor.

Los tres silvestristas, mantuvieron una compostura acorde a tres

músicos que ingresan a un evento, con la particularidad que los forros de los supuestos instrumentos no eran más que sacos

vacíos. Víctor estaba sudando y Mathias no paraba de sonreír.

- Si ven que no fue difícil; y ya por Dios Víctor, quita la cara

de enfermo, o nos van a echar. Dijo Walter.

La fiesta era un espectáculo digno de ver, el dinero gastado, era absurdo, la gente iba elegantemente vestida, y el derroche de bebidas alcohólicas y la mesa de bocadillos, era para mil

personas, y no para las trescientas que asistirían esa noche.

Un grupo de chichas no paraban de susurrarse al oído y sonreían como tontas a Mathias. Estaban fascinadas con el joven de cabello rubio.

- Mi compadre Mathias corona esta noche. Dijo alegremente Walter, cuando el mesero les ofreció tres copas de

champaña. Salud, por la vida que nos merecemos. Brindó el silvestrista.

- ¡Salud! Dijo Mathias alegremente. Observó las niñas que le sonreían, pero ninguna de ellas era Ana. “Qué tonto soy al

pensar que ella pudiera estar aquí”.

- Walter qué haremos cuando llegue la agrupación. ¿Dónde nos meteremos para que los guardaespaldas de la fiesta no nos saquen? Preguntó Víctor.

- Hombre de poca fe, eso es sencillo, nos tocó escuchar el

concierto en la parte de atrás de la tarima, lo más tranquilos posibles.

- ¿Qué? Preguntó Mathias.

312

- Bueno Mathias, tú crees que vamos a disfrutar como cualquiera, no hermano eso es peligroso, si entra el

vigilante que nos recibió y nos ve bailando, estamos fritos.

- Fritos están Ustedes, así que nos vemos más tarde. Y

diciendo esto los abandonó. Mathias se acercó seductor y muy confiado a la más linda de las chicas que le sonreían y

se mezcló entre los invitados.

- ¡Carajo! La suerte de ser bonito. Vamos compadre nos sale

parados como unos pendejos detrás de la tarima. Dijo Víctor, animado por la cara de su compadre Walter. Y cierra la boca, que tú eres calvo, y hoy no coronas ni a un bagre.

313

PICHICHO

El ascensor subió y bajo tres veces antes de que los nervios

dejaran a Pichicho intentar colarse en la fiesta privada, para llenarse de valor fingió estar hablando muy seriamente por

teléfono, estaba tan elegantemente vestido que nadie lo detuvo, los vigilantes de la entrada lo confundieron con un hombre importante de negocios, y no se atrevieron a molestarlo

preguntando tonterías.

- “Cálmate Pichicho o vas a morir de un infarto”. Se repetía

una y otra vez. Sí como le dije, quiero su renuncia en mi oficina a primera hora, no me importa cómo le vas a hacer

González o renuncia él o te boto yo, tú decides. Decía al celular cuando la voz de la operadora le daba opciones de paquetes promociónales. Al ingresar y ver la tarima en la

que se presentaría Silvestre, Pichicho estuvo a punto de gritar. “Lo logré” “lo logre” murmura emocionado.

- Buenas noches cómo esta Usted, le preguntó a joven que se encontraba muy cerca de la tarima. Una niña le

coqueteaba tontamente.

- Bien, gracias y Usted. Contestó el Joven.

- ¡Algo aburrido! Dijo Pichicho.

- Eso se soluciona, dijo el muchacho llamando a un mesero. Tráigame una botella de Whisky 18 años por favor, sin

soda y mucho hielo.

- ¡Caramba! Usted si sabe. Dijo Pichicho.

- Mi nombre es Mathias, siéntase en su casa por favor. Le

presento a Samanta, ella es amiga de la cumpleañera.

- Encantado señorita, Rodolfo a sus órdenes.

314

- ¡Hola! Dijo fríamente la muchacha que no hacía más que tocarle el cabello a Mathias.

- ¿Es Usted Silvestrista Rodolfo?

- Sí Mathias, puede decirse que si, y ¿Usted?

- Yo sí me declaro felizmente silvestrista.

- No sabía que fueras silvestrista Mathias. Dijo Samanta, que

lastima algún defecto tenías que tener.

Mathias respiró profundamente, debía controlarse y fingir ser un

invitado más que asistía al cumpleaños, no al concierto de Silvestre. Pichicho estaba a punto de ahorcar a Samanta por semejante comentario.

- Eres muy joven Samanta no entenderías de Vallenato,

sabes acaso mi princesa, dónde está Valledupar. Preguntó Mathias serenamente.

- No, ni necesito saberlo. Luego regreso querido, voy con mis amigas.

- ¡Esa arpía! Dijo Pichicho. Disculpe compadre, no quise decir eso.

- Pues deberías, que mujer tan fría. Y de bonita ya no tiene nada. El mesero ha regresado, salud Rodolfo, por la vida

que nos merecemos.

Durante dos horas Pichicho y Mathias se tomaron la botella y al momento de salir Silvestre a escena, uno estaba más borracho que el otro. Mientras bailaban entre los invitados y la algarabía

contagió a todos los presentes. Casi agazapados y escondidos se encontraban Walter y Víctor, que aunque felices, envidiaban a

Mathias y al muchacho que estaba con él, estaban tomando de lo lindo. Incluso Silvestre les dio la mano, se tomaron fotos con él y le brindaron un trago de Whisky.

315

Cuando terminó el concierto y la fiesta continuó, Walter y Víctor se acercaron a Mathias, quien completamente borracho le decía al

otro muchacho, que las mujeres eran una desgracia para el hombre.

- Mathias nos vamos. Dijo Walter lo más serio posible.

- Yo no me voy, yo estoy esperando a Ana.

- ¿Quién es Ana? Preguntó Víctor.

- El amor de su vida. Contestó Pichicho. Encantando muchachos Rodolfo, alias Pichicho y soy Silvestrista.

- Otro coleado compadre, salgamos ya de aquí. Dijo Víctor al oído de Walter.

- Mathias no nos haga esto, ya debemos irnos.

- ¡No me voy Carajo! ANA, ANA ANA. Gritó Mathias.

Samanta se acercó con un vigilante. Son ellos, creo que no son invitados a esta fiesta. Señaló con su dedo delgado de bruja.

- Señores les agradezco que me acompañen afuera. Dijo el hombre de negro.

- ¡NO ME DA LA GANA! ¡BRUJA, ERES UNA BRUJA ANA! Le espetó Mathias a Samanta.

- ¡Estás borracho! Sentenció la chica.

- Nadie le dice borracho a mi compadre en mi cara. Pichicho alzó tanto la voz, que varios vigilantes tuvieron que

intervenir, y se llevaron a los cuatro por la fuerza. Walter y Víctor defendían a Pichicho y a Mathias, y se enfrentaron a los guardias, hasta que eran ocho contra cuatro y tuvieron

que rendirse.

316

A las cuatro de la mañana, en una celda fría de la comisaría de Bucaramanga, nacía la amistad más grande mundo, la vida de

Walter, Pichicho, Víctor y Mathias, jamás volvería a ser igual, compartieron ir presos por alterar el orden público, pero también compartieron una locura silvestrista que los uniría por el resto de

sus vidas.

Walter como de costumbre hizo la pregunta de la noche.

- Compadre Víctor ¿Quién carajo será Ana?

317

SILVESTRE DANGOND

Después del concierto de esa noche, Silvestre en la habitación

del hotel, comenzó su búsqueda secreta. Leyó cuanto mensaje le enviaban las chicas que se llamaban Ana, y observó durante

varias horas, fotos y más fotos. “Busco una aguja en un pajar”. El muchacho pensó que sería más sencillo encontrarla, pero ninguna de las silvestristas, coincidía con Ana.

- No tengo otro remedio que leer algo más del Diario a ver si me da pistas sobre Ana.

En sueños vi dormir a Ana, a su alrededor revoloteaba la libélula

roja, me alejé de la casa donde la tenían en la montaña, y repetí

su nombre como tratando de no olvidarlo.

¡ANA! Y creí escucharme pronunciando su nombre.

De pronto Ana, caminaba hacía mi como hechizada, estaba

vestida con una bonita tela blanca, brillaba realmente hermosa

entre la oscuridad, y su libélula la acompañaba a mi encuentro.

Toqué su rostro, increíblemente me recordaba a alguien, pero no

estaba seguro a quién, allí en plena oscuridad, sería imposible

conversar, por eso la tomé de la mano y subimos la montaña, ella

no hablaba solo se dejaba llevar. Necesitaba regresar a mi

habitación, enseñarle las cartas que llegaban, tal vez ella podía

decirme quién era yo.

Ana se detuvo como despertando de un sueño y comenzó a gritar

¡SUELTAME! ¡SUELTAME! Dijo ella.

¡Te necesito Ana! Dije desesperado, los ojos me ardían y me sentía

infinitamente solo. Arranqué a correr sin soltar su mano, quería

llevarla a mi habitación con las postales rojas, pasamos entre

múltiples matorrales que lastimaron su piel. Me encontraba fuera

de mi mismo y no podía parar, tenía que irse conmigo.

318

De pronto ella empezó a tararear una canción que me detuvo, era

hermosa, era sencillamente hermosa, entendí que era sin duda,

una melodía de “Silvestre”, y solté su mano.

Silvestre intentó entender de qué se trataba todo esto, cómo una persona podía saber sobre él, y sobre Ana de aquella forma. Qué

significaba la libélula roja, porqué Ana se asustó al verlo, y por qué necesitaba a Ana. Las preguntas se conglomeraron dentro de su mente y su corazón, no tenía idea de cómo buscar a Ana,

hacía ya mucho que no la veía en conciertos.

- ¿Será que dejó de quererme? Se preguntó atormentado. ¿Dejaste de ser silvestrista Ana? ¿Dónde puedo encontrarte bonita? y con estas preguntas se quedó profundamente

dormido.

En sus sueños se veía cantándole al pueblo, veía sus sonrisas, y la alegría que emanaba de la multitud. Pero desde que leía el Diario de un Silvestrista, sus sueños habían cambiado, podía ver

cosas que no comprendía, como si el mundo hubiera cambiado.

Esa noche vio en sueños una especie de grillo en el agua que se aferraba a un árbol, y de pronto el animal comenzó a cambiar de verde a un rojo intenso. Observó cómo el grillo se transformaba

en una radiante libélula, quien en su metamorfosis salió de su traje como mudando la piel y dejó una cáscara vacía. Al desplegar

las brillantes alas, revoloteó hasta posarse serena y cristalina en el hombro de una mujer. Unos enormes ojos negros le devolvieron la mirada.

Trató de decir su nombre, pero de su boca no salió sonido alguno,

ella se acercó lentamente y colocó la libélula en sus manos. Y como por arte de magia, la libélula desapareció, y Ana también.

Por la mañana se despertó tremendamente agotado, pero no había tiempo para descansar, otra ciudad aguardaba por él.

319

ANA

El avión aterrizó en Santa Marta a las 4 de la tarde, su corazón

estaba ansioso por pisar de nuevo la tierra maravillosa de Gabo, aunque en esta oportunidad no avisó a sus amigos en Ciénaga, ni

a los de ningún pueblito de su visita, Katherine, Andrea, Yuli, Rossana y los muchachos, no podrían recriminarle que deseara un poquito de soledad.

- ¿A dónde señorita? Preguntó el taxista.

- A la Ballena Azul en Taganga por favor. Dijo Ana.

Había encontrado en un folleto sobre un pueblito a orillas del mar, donde ofrecían la estadía más tranquila del mundo. Cuando se aproximaron en unas curvas y pudo ver el mar, el corazón de Ana

se sintió agradecido de contemplar la inmensidad de aquel lugar. Al llegar a una especie de redoma, a tres pasos de donde la dejó

el taxi, se encontraba un sencillo hotel con una ballena azul dibujada, y enfrente de él, el mar tan azul como el mar de los griegos. En instantes confirmaron su reservación y recibieron su

equipaje, lo primero que hizo al tener estadía fue quitarse los zapatos y fue a sentarse en la playa. Estaba atardeciendo, y el sol

teñía el horizonte de un color dorado, que le recordó los cabellos de Mathias, intentó bloquear el pensamiento y se concentró en el sonido de las olas, en el olor a sal de aquel lugar, permaneciendo

sentada en el mismo lugar hasta que al caer la noche se levantó y caminó por la orilla del mar, permitiendo que las olas le lamieran

los pies. Era el lugar perfecto para pensar y entender el motivo de sus tristezas.

320

PEREZ CARRANZA Juraría que esa muchacha huele a chocolate. Pensó Jorge. No pude ver el color de sus ojos, solo sé que estoy enamorado de

ella. ¿Será posible?

Con una enorme taza de café humeando en la mesa del hotel, el

muchacho realizaba sus labores de fotógrafo como de costumbre, pero esta vez era diferente, todo había cambiado, a medida que

trabajaba, sonreía al pensar en la muchacha que vio entre la multitud del día anterior al llegar al hotel de aquella ciudad.

- Tenía la esperanza de verla en el concierto de anoche, pero entre tanta gente fue imposible encontrarla, como cada

noche, mil rostros eufóricos, felices.

Pasaba cada foto, con el alma ausente, en dos oportunidades

llegó a suspirar tan profundamente que a su mente vino un personaje, que él conocía muy bien.

- Hoy entiendo a Romeo, él idealizó a Julieta y eso fue la causa de su destino. Ese William si que sabía del amor.

En la pantalla del computador, apareció una foto de la multitud, y entre el público la encontró.

- Es ella, la muchacha que huele a chocolate ¡Por Dios es

ella! Dijo con los ojos como plato. Su corazón se aceleró maravillado de tener una foto suya. Era una joven de piel pálida y cabello claro, de enormes ojos. Estoy loco por ella.

Pensó.

- Que hermosa eres mi Julieta. Dijo sintiendo su presencia en la habitación. Voy a encontrarte tarde o temprano y nada ni nadie me alejará de ti, no sé tu nombre, así que

serás Julieta por el resto de mi existencia.

Intentó trabajar, pero le fue imposible, su pensamiento estaba con la mujer de sus sueños.

321

- Me quedaré dos días en Barranquilla, dos días para encontrarte amada mía.

Y diciendo esto como una sentencia definitiva, tomó su cámara, ajustó las trenzas de sus zapatos de color naranja, tomó algo de

dinero y se lanzó a la calle en busca de su amor perdido.

- Todo cuanto tengo lo he luchado palmo a palmo, no espero

menos de nuestro amor. Dijo sonriente al sol cálido de la costa.

322

JAVI

Un muchacho delgado y de cabello negro caminaba de un lado

al otro en el Metropolitano, parecía angustiado. Cada cinco segundos observaba el reloj de pulsera, y murmuraba palabras

que soltaba sin pensar.

- ¿Por qué siempre soy el que los espera? Dijo enfadado ¿Es

que soy el único que cumple horarios en esta vaina?

- Viejo Javi, qué más, cómo esta todo. ¿Dónde están los

demás? Preguntó una muchacha de ondulada y larga cabellera.

- ¡Daniela por Dios! Por fin alguien llega, tengo más de quince minutos esperando al Batallón.

- Javi cálmate son solo 15 minutos de retraso, esperemos que el Batallón llega, tarde o temprano, pero llega.

Javier respiró profundo, para no contestar de mala manera,

observó el reloj, miró de un lado a otro y el Batallón no aparecía.

El Batallón 115 del silvestrismo, es un grupo gigantesco que

funciona en Barranquilla, se encuentra conformado por jóvenes y no tan jóvenes que fieles a Silvestre Dangond, se reúnen cada

quince días en las instalaciones del CAI del estadio Metropolitano de Barranquilla, tienen la particularidad de ser el único grupo silvestrista con un grito de guerra, forman un círculo cerrado

juntan sus manos y gritan su consigna.

- Soldado DJ, presente para la sesión de hoy, reunión número 300.

- ¡No me jodas! Llegas tarde. Dijo mal humorado Javier.

- Soldados MB, AD, TU y JC presentes para la sesión de hoy,

reunión número 300. Dijo una pequeña joven, que brindó

323

una gigante sonrisa a los presentes. Poco a poco fueron llegando los soldados del Batallón Silvestrista de

Barranquilla, cada uno fue dando las iniciales de su nombre y reportándose ante el equipo rojo. Javier un poco más calmado, fue recibiendo uno a uno, con algo parecido a un

intento de sonrisa.

- Bueno soldados el motivo de la reunión de hoy... Empezó Daniela en un tono alegre pero institucional.

- Hoy no tenemos tema pautado. Dijo sonriente Javier.

- Se equivoca soldado, debemos verificar los acontecimientos

del día de ayer, guarde silencio, ya tendrá derecho de palabra.

Todos al unísono soltaron la carcajada por la situación y Javier se sentó huraño en un banco del parque.

- ¿Fotos? Preguntó Daniela.

- Muchas fotos, pero sin Silvestre. Dijo una de las chicas que parecía tener las respuestas a mano.

- ¿Entrega de regalos y cartas?

- CUMPLIDO. Dijeron al unísono.

- ¿Bajas en el Batallón?

- Ninguna. Respondió la joven del informe.

- ¿Propuesta en pie?

- Insistir en obtener fotos con Silvestre. Concluyó la joven Silvestrista.

Y como si se tratará de una obra de teatro todos se reunieron en un circulo perfecto “BATALLON 115, BATALLON 115,

BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices

324

de fijar su meta, obtener una foto con Silvestre Dangond, con el acostumbrado grito de guerra.

- Bueno solicito la palabra señores. Dijo Javier.

- Que alguien me diga por qué el Javi está tan molesto. Dijo DJ.

- Primero, llegan veintidós minutos tardes de la hora pautada.

Dijo agarrándose el dedo índice de la mano derecha. Y segundo, ayer me dejaron botado en el concierto. Dijo apunto de

arrancarse el dedo pulgar.

La risa común entre el Batallón 115, fue estridente, todos en

avanzada abrazaron a Javi, por lo que le habían hecho. Durante toda la reunión rieron entre cada historia de la noche anterior, su

objetivo de una foto con Silvestre no se había alcanzado, pero como el Javi siempre les decía “Un silvestrista jamás se rinde”.

De pronto llegó a la reunión el soldado BB quien no había avisado que llegaría tarde al Batallón.

- ¿Qué horas son estas soldado? Usted no llega tarde, Usted

ya está para asistir a la reunión 301, sancionado hasta entonces. Dijo Daniela con el seño fruncido.

- Con la novedad mi teniente, de una misión urgente me ha sido encomendada por el mismísimo Jorge Pérez Carranza.

Dijo casi sin aire en los pulmones.

El Batallón 115 de Barranquilla quedó atónito ante la confesión

del soldado BB.

- Reporte inmediatamente la novedad soldado. ¿Qué ha

dicho el lente del silvestrismo?

Y en lugar de hablar, les enseñó la foto de una joven en el concierto de la noche anterior.

325

- Me encontré por casualidad con Pérez Carranza cuando venía a la reunión, dice estar buscando a esta silvestrista, que el caso es

de vida o muerte, más no me explicó por qué, solicita la ayuda del Batallón, y yo quedé en avisarle la decisión.

Todos estaban sorprendidos de aquella petición, se trataba de alguien a quien admiraban en demasía, el fotógrafo de Silvestre

solicitaba ayuda.

- Batallón 115, silvestrista de Barranquilla, un hermano de

trinchera necesita de nuestro apoyo ¿Cuál es su respuesta? Preguntó Daniela.

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE.”

El grito de guerra del silvestrismo había señalado la nueva meta, contaban con dos días para encontrar a Julieta.

A Javier le brillaron los ojos al contemplar a la chica de la foto.

326

NINI - ¿Mamá? ¿Mamá? Llamó Nini desde su pequeña habitación.

- Dime hija ¿Qué pasa?

- No puedo ver. Susurró la Joven.

- ¿Qué te pasa Nini? No entiendo. Dijo la madre.

- No puedo ver mamá. Dijo a punto de llorar.

Al despertar ese día, Nini entre las sábanas se sentía tan dichosa de haber estado tan cerca del amor de su vida, pero al abrir los ojos, la oscuridad fue total, se incorporó sentándose en la cama,

se tocó el rostro, confundida, el dolor de cabeza no dejaba de martillar su vida. Comprendió que estaba ciega.

Durante días fue hospitalizada, los médicos no lograban explicarle qué provocaba, su ceguera repentina. Fue objeto de mil

exámenes. Nini no perdió el control de sus emociones ni por un instante. “Si la tristeza se apodera de mi, estoy perdida”

murmuraba cuando no escuchaba voces a su alrededor.

- Nini esta noche deberás quedarte sola. Dijo la madre de la

muchacha.

- Esta bien mamá. Contestó Nini.

- ¿Necesitas algo?

- Sí mamá, en mi mesita de noche está mi reproductor rojo, tráemelo, y todos los CDS de Silvestre que están allí.

- Mañana sin falta traeré todo, descansa y no dejes de rezar. Dijo.

La mamá de Nini se despidió de ella dándole un beso en la frente,

el silencio fue tan agradable, que Nini se entregó a su mente poco a poco, hasta quedarse completamente dormida. En sus sueños

327

podía ver un poco de luz al final del camino, al llegar a la luz blanca y penetrante, Nini se colocó una mano a forma de visera

para lograr ver que revelaba aquella luz. Se sintió feliz al ver que era el mar, las olas danzaban al compás de un mundo perfecto, el sonido era alentador, casi podía sentir el sabor de la sal en sus

labios. Cerca de la orilla estaba un hombre que dejaba que el mar le tocara los pies.

- ¿Puedo sentarme? Preguntó ella.

- Puedes. Contestó él.

Nini contuvo la respiración, cuando vio el rostro del joven, un

sonriente Silvestre iluminó todo cuanto los rodeaba. Ella sin creer lo que veía le tocó el rostro, y él amablemente la dejó que lo

tocara.

- ¿Eres tú? ¿Silvestre?

- Soy yo, y tú puedes verme.

- Pero yo estoy ciega. Dijo la muchacha.

- Lo sé Nini, pero volver a ver depende de ti, busca en tu mente, allí están tus respuestas.

Nini no pronunció ni una silaba más, simplemente posó su cabeza en el hombro de él, y se quedó allí escuchando las olas del mar.

El sol brillaba con tal intensidad, que se le antojó el más hermoso que haya visto jamás.

Nini se despertó en medio de la oscuridad y susurró “Antes de ver, te veré” y el sueño la arropó llevándola a un lugar donde todo es posible, “su mente”.

328

LA MONTAÑA DEL SOL

Al despertar en la cama vacía sin Mathias, la tristeza era lo

primero que se asomaba en mi mente, así que por las mañanas me acostumbré a murmurar su nombre. Él era mi primer

pensamiento y el último al acostarme, no dudaba del amor que sentía por él, pero cuando estaba a su lado y la rutina llegó a nuestra puerta, dejé de soñar, dejé de ir a conciertos, dejé de ser

la mujer que había logrado ser, y solo tenía ojos para el hombre que amaba. Estaba adormecida en un círculo vicioso, porque

volvía a ser la Ana de Rafael, y aunque sé que no existe punto de comparación entre ambos, necesitaba estar sola, mirar al horizonte y comprender qué causaba tanto desequilibrio en mí.

Cómo era posible que la vida cotidiana me perturbara, o era acaso que necesitaba del duende y sus misterios.

Creía haber ayudado a Kennel a reunirse con su amada Julia y su hijita, y que su alma descansaría en paz, entonces si ello era así,

por qué no podía tener paz en mi alma.

- ¿Qué me está pasando? ¿Qué ocurre conmigo? Dije a las

olas del atardecer, mientras caminaba con mis zapatos rojos en la mano. “Los zapatos de Silvestre”.

De pronto encontré un camino y decidí seguirlo, a medida que avanzaba por el camino angosto y rocoso, entendí que subía una

de las montañas de Taganga, un hombre de ojos azules pasó a mi lado, saludando alegremente. Continué subiendo y sentí miedo,

era una montaña desértica con algunos árboles consumidos por el fuego. De pronto se alzó ante mi un montículo gigantesco que decidí subir para poder mirar el mar. Eran aproximadamente las

5:30 de la tarde, cuando alcancé la cima, un sol dorado me recibía en la inmensidad de la distancia, pude contemplar ese

punto en el cual convergen el mar y el cielo, esa línea azulada donde habitan los sueños de todo ser humano, un horizonte en el cual se perdió mi pensamiento. Me senté en una roca de frente al

atardecer, se me antojó triste y alegre al mismo tiempo, pensé en

329

Mathias y su sonrisa radiante, sentí en mis labios el calor de sus besos, en mi piel, cada una de sus caricias. El sol en su despedida

me hizo recordar el día que Mathias besó mi cicatriz.

Cuando era niña, mi padre llevó a casa un enorme paquete de

salchichas, estaba tan contenta de comer salchichas, que cuando me encomendaron traer el refresco a la tienda de enfrente, corrí a

toda prisa, y con la botella de vidrio fui a hacer mi mandado, al regresar a la casa, recuerdo haber brincado en un pié, luego en otro; y de pronto, caí enredada en mis propios pies, no recuerdo

haber sentido nada que no fuera tristeza, sabía que había estrellado la botella de vidrio, había arruinado el desayuno. Mi

padre al verme me tomó en brazos. Yo lloraba amargamente por haber quebrado la botella. Recuerdo algunos deditos sangrantes.

Por la noche cuando regresé del hospital, papá le contaba a mamá que estuve a punto de sacarme el corazón, que los enormes vidrios de la botella habían arrancado un profundo tajo

de carne, y que para toda mi vida tendría una enorme cicatriz. Lo escuché entre dormida y despierta.

La noche en que me entregué a Mathias, cuando él vio la cicatriz cercana a mi corazón, para mi sorpresa, le dio un dulce beso,

aquel gesto de su parte, me revelaba que él me aceptaba tal y como yo era, con todos y cada uno de mis defectos, virtudes,

aciertos y desaciertos. Esa noche fui tan feliz como puede serlo, un ser humano que encuentra en el mundo a su alma gemela.

Me toqué el pecho, allí estaba mi cicatriz, recordándome a mi padre, recordándome a Mathias, dos de los tres seres más

importantes de mi universo, a los dos los había perdido de forma diferente, pero ya no estaban de forma definitiva.

- No me gusta recordar a papá. Murmuré.

El alma me pesaba como si le hubieran atado piedras, y yo ante el mar, solo queriendo arrojarme, nunca he logrado superar la muerte de papá.

330

Observé mis manos doradas por la luz del atardecer. Cuál sería mi fatal sorpresa, cientos de heridas en mis brazos se

enrojecieron, no estaba sola. Algo o alguien, estaba a mi lado, aunque no pudiera verlo, los rasguños en mis brazos y piernas habían regresado, algo sobrenatural estaba cerca. Sabía

perfectamente que debía abandonar la montaña, no podía ayudar a nadie en ese instante, así que rápidamente bajé por la

montaña, tomé el camino hacía la playa, huí de ese ser que estaba a mi lado, llámese duende o alma pena, corrí tan deprisa que tropecé y fui a parar sin poder evitarlo, al final del acantilado.

“Me maté” pensé en el mismísimo instante en que piedras palos y

tierra me laceraban la carne. Golpe tras golpe rodé tan bruscamente, que en un instante llegué al fondo. Cuando todo terminó, no pude moverme, era posible que muriera ese mismo

atardecer. Había huido de todo lo que me hacía feliz, y ahora encontraba mi destino, morir a la falda de “La Montaña del Sol”,

para ser devorada por los animales. Sentí lo tibia de mi sangre, que manaba de mi rostro. Que distante estaba Mathias y su amor por mi, que lejanos los días en que estuve entre sus brazos.

Pensé en Silvestre y el beso que nos dimos en Valledupar, y dos dolorosas lágrimas brotaron de mis ojos. La vida se me iba de las

manos, y pensé lo tonta que había sido durante años.

- Una libélula roja revoloteó en el cielo, y sin fuerzas, me

entregué a mi destino.

<< La vida es un instante misterioso, en cambio la muerte es

eterna y sencilla, al final del camino te espera otra especie de amanecer>>. Pensé.

Antes de perder el conocimiento unos penetrantes ojos grises como el mar, me miraron. La Nana había venido a mi encuentro

para llevarme a la eternidad.

331

YALIANA

Una joven de piel tostada por el sol observaba con detenimiento

el atardecer a la orilla de la playa, en un lugar apartado del mundo a la falda de una montaña, solía acudir en las mañanas a

ver el amanecer y contra viento y marea por más ocupada que estuviera, cesaba en sus quehaceres para poder contemplar el sol zambullirse en el mar. Yaliana vivía en una pequeña casita de

madera construida sobre rocas, cercana a la montaña, lo cual la ocultaba de turistas y de los moradores de Taganga, apenas tenía

23 años, para ser alguien tan solitario y ermitaño.

Yaliana escuchó claramente el grito de terror de una mujer, y

cómo alguien había caído montaña abajo. Cuando llegó al lugar donde había aterrizado la mujer, sintió compasión, las heridas provocadas por la caída indicaban que estaba muerta. Se acercó

lentamente y colocó su oído en la nariz de la joven ensangrentada.

- Aún respira. Dijo Yaliana. Con todas sus fuerzas la levantó y llevó a la casita para intentar curarla. Esa herida en la

pierna es realmente fea. Dijo al desnudarla para lavarle las heridas. La joven ermitaña había aprendido a curarse así

misma, por lo que contaba con todo lo necesario para brindarle los primeros auxilios a la muchacha que estaba desmayada. “Aparentemente no hay huesos rotos” pensó

limpiando el cuerpo de la joven con estropajo y agua caliente. Toda la sangre provenía de una herida en la

cabeza, y tenía múltiples rasguños en todo el cuerpo, tan rojos y en carne viva, que Yaliana no podía comprender

cómo se los había hecho al caer.

Cuando la luna se alzó solitaria en la bóveda oscura, Yaliana se

sintió profundamente cansada, intentó bajar la fiebre de la muchacha sin resultado.

332

- Vamos niña, eres muy joven para morir. Le decía una y otra vez, mientras cambiaba las compresas de agua fría.

Los rasguños de brazos y piernas, estaban enrojecidas pero de ellas no brotaba sangre.

- La pierna esta muy mal, necesitaré ayuda, voy a dejarte sola niña. Dijo como si la enferma pudiera comprender.

Regresaré pronto, lo prometo.

Un anciano que vivía en Playa Grande era curandero, y Yaliana

fue a buscarlo temiendo que tuvieran que cortarle la pierna a la muchacha. El hombre por muy tarde que fuera, siempre acudía ante emergencias, y siendo una turista que cayó de la gran

montaña y que quedó viva, era una enorme emergencia.

- Curaré la pierna Yaliana, pero esas heridas de los brazos y piernas, no las sana ni Dios, a esta muchacha la tocó el Diablo. Dijo en anciano persignándose tres veces con la

mano izquierda.

- Haga lo que pueda que del resto me encargo yo. Contestó Yaliana. “Viejo pendejo” Pensó. “Que ridícula creencia.”

Al amanecer Yaliana estaba extenuada, no había dormido, colocando las compresas de agua fresca que había recetado el

curandero, y la pierna estaba vendada por cuanto ungüento milagroso tenía el anciano en su mochila, ese día Yaliana se perdió el amanecer. A los primeros rayos de luz, la joven se

quedó dormida cuando la enferma sudó la fiebre. Pasaron dos días sin que la muchacha se despertara, Yaliana le humedecía los

labios con aguas aromáticas, y pasaba de vez en cuando un poco de amoniaco por la nariz, tratando de que su paciente despertara. Dos días y tres noches en que la joven de largos cabellos negros

y cicatrices se negó a abrir los ojos.

- Estas heridas no me gustan nada, cómo es posible que sigan tan enrojecidas. Ya me está dando miedo. Vamos niña levántate, la vida te espera.

333

LA NANA

Ana vio el agua grisácea de la Ciénaga a sus pies, una suave

brisa le acariciaba el rostro, y una especie de oleaje chocaba contra la casa. Era un lugar abandonado donde el tiempo había

causado estragos, la decadencia del lugar le causaba tristeza a su Corazón.

- Ana pequeña has venido. Dijo una Anciana de profundas arrugas y ojos tan grises como el mismísimo mar.

- Nana aquí vienen las almas al morir. Dijo meditabunda la muchacha.

- Tú no has muerto mi niña. Y dando unas palmaditas en la espalda de la muchacha, la animó a entrar en la casa

desvencijada. Uno no muere de amor Ana, eso es una de las cosas más ciertas que existen en todos los

mundos posibles.

- Y por qué siento que ya no puedo seguir viviendo. Dijo Ana

mirando sus pies descalzos.

- Porque así se siente el dolor, cada quien decide hasta

donde puede sufrir y luego decide qué hacer con su dolor, pero por muy fuerte que sea, no puede matarte.

- Nana te he extrañado, las cosas en mi vida están fuera de lugar.

- Pues colócalas en su sitio Ana. La vida es simple, y no

puedes dejar de ser feliz, vamos pequeña, la vida te espera.

- Silvestre, lo amo tanto que alejarme de él me duele.

- No te alejes entonces niña. Dijo la Anciana brindándole una

radiante sonrisa.

334

- Mathias lo amo con todas mis fuerzas.

- Pues no te quedes sin él. Son tus amores, uno tan distinto

del otro, y los dos esperan por ti Ana, solo tienes que vivir. Solo tienes que aprender a vivir.

Ana vio como sus heridas estaban enrojecidas, y todo su cuerpo estaba envejecido y adolorido, en la habitación de tablas de

madera no estaba La Nana, un ser lleno de luz, una niña la miraba con sus enormes ojos llenos de fuego, no era Kennel el

duende. Teresa estaba muy cerca de la cama.

Entonces despertó.

335

PICHICHO

Mathias se sentía avergonzado de haber echado a perder la

noche de concierto, por beber más de lo debido, hizo que los descubrieran en la fiesta privada y que se los llevaran presos por

atentar contra el orden público. Pichicho perdió su empleo, a Walter lo regañaron en su casa, Víctor insistía que él sabía que irían presos, y que nadie quiso escucharlo, así que ya que los

cuatros disponían de unos cuantos días, Walter Quintero planteó que debían visitar “El Novalito”, una hacienda de unos amigos

suyos, para relajar la tensión de los últimos días. Incluso para intentar que Víctor se olvidara de su amada moto desaparecida.

Todos decididos a compartir un poco más con los otros y queriendo olvidar cada quien a su manera sus propias penas, aceptaron la invitación del inventor de problemas, y encantados

se fueron un fin de semana detrás de Walter.

- Hay que bajar aquí muchachos. Dijo Walter y el taxista se detuvo en un puente oscuro.

- Ya empezaste con tus malas ideas. Dijo Mathias un poco nervioso. Este puente está tenebroso.

- Tranquilo compadre que lo que hay es que bajar esas escaleras.

Los muchachos observaron las escaleras más lúgubres de sus vidas, pero sin detenerse a pensar, uno a uno, fueron bajando.

- Debemos pasar por debajo del puente y cruzar la

autopista, del otro lado pasa el bus que nos lleva al Novalito. Dijo muy alegre Walter Quintero.

- Me faltaba morir de esta manera, que locura. Dijo Pichicho y antes de cruzar corriendo la avenida, dio dos golpes

fuertes en el pecho, invocando a su silvestrismo del alma.

336

Afortunadamente no murió ninguno, aunque a Víctor casi lo atropella un camión, fuera de eso, solo esperaron en silencio por

el autobús que los llevaría a su destino.

- Antes de llegar a la finca, debo confesarles algo

muchachos.

- Deja la pendejada, allí viene el bus. Dijo Víctor.

- Pasen al final muchachos. Dijo el conductor. Así que

Mathias, Pichicho, Walter y Víctor se acomodaron al fondo de la unidad de transporte.

- Deben saber algo del Novalito, amigos míos. Insistió Walter. Pero la música y el ambiente festivo del autobús,

no permitió que los muchachos le prestaran atención.

Pichicho tarareaba la melodía, Mathias entonaba la canción de la

Reina de Diomedes Díaz a todo pulmón, y Víctor lo acompañaba en los coros. Cuando la canción terminó y sonó en los parlantes las noticias de la noche, dictadas por un locutor que las daba,

como si de un chiste se tratara. Walter decidido a ser escuchado, respiró profundo y echó a perder la noche.

- En el Novalito se aparece un muerto. Dijo tan serio e institucional como pudo. Y la mirada atónita de cada uno

de sus compañeros le estampilló, que tenía toda su atención.

337

MATHIAS

En compañía de sus nuevos amigos silvestristas, el muchacho de

cabellos rubios y ojos pardos, se dirigía a la hacienda del Novalito, la cual según el relato sorpresivo de Walter Quintero,

por las noches podían escucharse ruidos extraños, que eran atribuidos a un alma en pena o fantasma. Mathias había prestado mucha atención al asunto, debido a que Ana había experimentado

personalmente, la manifestación de lo que en la jerga popular le denominan duende. El joven tratando de llenar el vacío que había

dejado su novia, trató de interesarse por el misterio del Novalito, y tan pronto llegaron a aquel lugar, caminó por toda la casa, detallando el amplio lugar. Walter, Víctor y Pichicho por el

contrario olvidaron el asunto del muerto y fueron a parar a una pequeña piscina, que en medio de la noche y con algunos

aguardientes encima, se relajaron.

Walter había explicado que cuando se apagaban las luces del

corredor de la casa y todo el mundo se acostaba, solían escucharse pasos, voces e incluso risas, y se les prohibía a todos

los visitantes de la hacienda a que salieran de la casa por las noches. Escucharan lo que escucharan no debían intentar salir de noche.

- Usted está buscando al muerto. Dijo un anciano de aspecto descuidado. El cuidador de la hacienda, vivía solo desde

hacía muchos años, decía que el muerto y él ya eran buenos amigos.

- ¿Por qué dice eso mi señor? Preguntó Mathias que no apartaba la vista de los enormes árboles que rodeaban el

lugar.

- Se le nota en la mirada muchacho, no busque lo que no se le ha perdido. Porque se puede llevar un buen susto.

338

- ¿Usted lo ha visto? Preguntó Mathias. ¿Es cierta la aparición?

- Yo lo he visto y no se lo deseo a nadie, ya estoy acostumbrado a las lamentaciones del muerto, pero a un

muchacho como Usted estoy seguro que le dejaría un mal sabor de boca. Deje en paz a los muertos y haga como sus

amigos, finja que la muerte nunca les va a llegar. El hombre entró en la casa y no volvió a salir en toda la noche.

Cuando ya los muchachos dormían en una habitación, que había sido acondicionada para que los cuatro amigos compartieran

dormitorio, Mathias se sintió cansado de huir al sentimiento que albergaba en el pecho. Un recuerdo doloroso vino a mortificar su

mente, Ana escribía un diario personal, y a medida que lo escribía, sus mejillas se sonrojaban haciéndola ver más hermosa que de costumbre. Esa noche Mathias la tomó de las manos, y

dulcemente la apartó del libro, dio dos tiernos besos en sus manos, y le besó el rostro, el momento de entregarse el uno al

otro había llegado.

Ana lo miraba con sus enormes ojos negros, y él sintió que nadie

en la vida podría igualarse a ella, tan frágil, tan suave, tan dulce. Recordó el momento más intimo de ambos, cuando teniéndola en

sus brazos vio en el pecho de Ana una gran cicatriz cercana al corazón, sin pensarlo ni por un instante, le besó allí donde algo le había causado daño.

- Te Amo Ana. Fue lo único que pudo decir, y la entrega se

convirtió en amor, y el silencio se volvió oscuridad, y la oscuridad de ambos fue luz, cuando pudo sentir cada milímetro de su piel.

En la oscuridad, los ronquidos de Walter lo sacaron del recuerdo

maravilloso, trayéndolo a la fría realidad de su vida sin la mujer que amaba. Ella había huido sin decir ni a donde, ni por qué. De pronto escuchó unos murmullos y estuvo alerta dentro de su

339

cama, casi fue un alivio entender que era Pichicho que hablaba dormido.

- A mi alrededor no hay fantasmas, lo que hay es silvestristas ebrios y felices.

Al amanecer los muchachos aún dormían cuando Mathias se levantó a hacer café, el anciano ya estaba muy pegado a la

hornilla de la cocina, cocinando pescado frito para el desayuno.

- ¿Qué tal noche? Preguntó el Anciano.

- Excelente. Respondió un Mathias muy animado.

- Entonces ¿Qué le pasó en el cuello muchacho? Dijo señalando con un dedo.

- Nada ¿Qué tengo? Preguntó Mathias.

- Vaya y mírese en el baño.

Mathias extrañado fue al fondo de la casa donde había un baño de blancas paredes, frente al espejo contempló con asombro una enorme mancha morada en el cuello. Una especie de chupón.

- ¡Dios Santo! Dijo espantado.

340

TURBAYORK

Turbaco es el pueblito de la costa colombiana, donde sus

visitantes no exageran al decir que es el lugar más caliente de todo el planeta. Desde muy temprano la gente se lanza a las

pequeñas calles para dirigirse a sus trabajos, los más jóvenes se apresuran por llegar a tiempo a sus colegios, y los más ancianos suelen sentarse en sus mecedoras a ver pasar la vida con mucha

más calma.

- Un día de estos, saldré desnuda a la calle lo juró, apenas

son las 10:00 de la mañana y siento que el infierno me queda aquí al lado. Dijo una joven que iba apresurada en

un cochecito que parecía de juguete.

En estos pueblos de la costa se utiliza un transporte muy peculiar,

donde una especie de moto, cuenta con un compartimiento con techo, que le permite llevar dos o tres personas a bordo “Moto

taxis”. Si nunca te has abordado a uno, te has perdido la mejor experiencia de la vida. Para los turistas es tan novedoso que incluso saludan a todos como si fueran la primera autoridad civil

del pueblo.

El pequeño vehículo gris se detuvo en una casa roja de rejas negras, donde fue recibida con gran algarabía, en esa casa todos hablaban a la vez, todos reían, y un estruendo en toda la casa

sonaba al compás de la melodía que causaba semejante estado de ánimo. Turbaco tenía reunión de emergencia.

- ¡Orden Turbayork! Dijo la muchacha recién llegada. Bajen el volumen y todos asistan al comedor, tengo noticias que

no pueden esperar. ¡MUEVANSE CARAJO! Gloris alzó la voz para hacerse entender entre los más alborotados.

- Qué ocurre muchacha, que no puedes dejar silvestriar a la gente en paz. Dijo una Silvestrista de piel morena y

enormes ojos, que protestaba por bajar el volumen.

341

- Llegó un mensaje ultra secreto al correo de LA MATRACA SILVESTRISTA, no puedo revelar la fuente, pero se nos

informa bajo la más estricta confidencialidad que a más tardar en noviembre hay nuevo lanzamiento.

La algarabía llegó al techo, todos se abrazaban emocionados, nada podía emocionarlos más que el lanzamiento de un nuevo

trabajo discográfico, la vida se les iba en apoyar a Silvestre Dangond Corrales, bajo cualquier costo.

- Bueno muchachos los dejo, debo ausentarme de esta temprana alegría.

- Pero no te vayas, hay que celebrar. Rogaron todos.

- Un silvestrista tiene que hacer, lo que un silvestrista tiene que hacer. Y sin discusión alguna, salió de la casa silvestrista, cruzó la calle y abordó una moto taxi.

- Rápido señor a la parada de los buses que van para Cartagena. Dijo Gloris. Y en un dos por tres, estaba en la

parada del pueblo. Un enorme bus de color rojo y muy antiguo se detuvo. Pagó 1700 pesos la silvestrista, para

llegar a su destino. Quince minutos más tarde, Gloris tomaba otro autobús directo al centro de la Heroica

Cartagena. Entró en un negocio de compra y venta de oro, y entregó al codicioso mercader una diminuta pulsera de oro. “Esto es por los muchachos”. Pensó. Cuando el

hombre que atendía el establecimiento le entregó 200.000 pesos. “Me alcanza para la rifa.” Gloris había vendido la

única pulsera de oro que le regalara su abuela cuando era niña, necesitaba el dinero para comprar el premio que rifarían en el club de Turbaco, para poder reunir dinero

para todos los gastos que se les venían encima, desde camisas bordadas, el disco, las gorras, hasta las entradas

al lanzamiento y los pasajes a Valledupar. “La abuela entenderá que lo hago por amor.” Dos pequeñas lágrimas se asomaron a sus ojos, cuando el hombre destrozó la

342

pulsera para sacarle dos piedras de fantasía que estaban incrustadas en la pulsera.

- La Matraca Silvestrista y Turbayork son mi vida, por ellos todo y sin ellos, nada. Dijo la silvestrista regresando al

comando de La Matraca.

343

344

SILVESTRE DANGOND

Los meses pasaron volando entre presentaciones, entrevistas,

sesiones fotográficas y ruido, mucho ruido. Para Silvestre, solo había paz cuando lograba estar con su familia, sus hijos y su

esposa, conformaban un universo distinto, donde él podía ser sólo papá y donde la estrella del vallenato se veía distante, comparado al esposo que cambiaba un bombillo quemado en el apartamento.

Cada vez el tiempo se le escapaba de las manos, sus hijos crecían velozmente, sin que pudiera darse cuenta plena de todo lo que

ocurría a su alrededor. Pasaba horas pendiente de La Fundación que tenía y de todos y cada uno de los casos que se atendían en

ella. “Silvestre es generoso” decían algunos. “Silvestre es humilde” vociferaban otros. Él sentía que tanta felicidad como artista tenía una labor, y era que no solo él debía ser feliz, quería

ser alguien que pudiera aliviar las cargas de otros, y su alma se atormentaba, si no lo cumplía.

Últimamente familiares cercanos se quejaban de que los tenía en el olvido. No lograban entender que él pudiera dedicarle tiempo a

niños o jóvenes en sillas de rueda, paralíticos, enfermos o ciegos, porque, si solo crees que Silvestre es un cantante que baila como

un trompo y viaja divirtiéndose a lo lindo con toda la fama que ha ganado, estas observando una superficie, y no en su conjunto, los sacrificios y la piel que entrega como ser humano.

Debo contarte que las parrandas, conciertos y bailes son solo un

ápice de lo que es el silvestrismo, son años entregados, pedazos de su corazón al rojo vivo, al ser atacado por sus opositores. Nadie que entregue tanto a tantas personas puede ser señalado,

solo porque dice lo que piensa, y se da contra el mundo por sus sueños.

Esa mañana fue una de las entrevistas más duras que tuvo que afrontar. Una hermosa joven le colocaba un micrófono portátil, de

esos que se sujetan en la correa del pantalón, e introducen por

345

dentro de la camisa para que solo un pequeño cabezal asome y transmita a la cámara de video, la voz del entrevistado. Con el

tiempo Silvestre se había acostumbrado a los diferentes micrófonos, pero en esta oportunidad se sintió incómodo, el tema del que se trataba la entrevista, era dolorosa para él. Observó la

cámara y esperó las preguntas del periodista, que prácticamente eran dardos a su corazón.

Poco a poco, fue explicando que poseía muy poco tiempo para todo lo que él quisiera brindar a su familia, comentó que entendía

que su mamá tuviera algún tipo de protesta porque “Mamá era mamá.” Pero que las quejas publicas realizadas por su hermano,

lo lastimaban, que no entendía ni creía que esto le estuviera pasando. Silvestre sin poder evitarlo a mitad de la entrevista no pudo más y se echó a llorar, su voz por primera vez en muchos

años se quebró a tal punto, que su corazón le suplicaba que parara, que guardara silencio.

346

Cuando terminó aquel suplicio, Silvestre limpió cada una de sus lágrimas y pensó en quienes llenaban su vacío, su esposa, sus

hijos y su silvestrismo. Los mismos vacíos que él llenaba en sus silvestristas. Que difícil debe ser que te ataquen sin pruebas, sin motivos ni razón, dolería menos si quien lo hace no lleva tu

sangre, pero qué sería de la vida sin las peleas con los hermanos.

Los rumores que han girado alrededor del ídolo son tantos y tan diversos, que cuando encuentras a niñas en tu camino como Katherin Porto o Nini Soto, no entiendes que estas cosas pasen.

El Silvestre Francisco Dangond Corrales que decimos idolatrar es un ser humano y como tal deberíamos respetar en la medida de

cómo queremos ser respetados. Un ídolo musical no tiene la culpa de convertirse en famoso y menos si ha luchado tanto por serlo,

porque él no ha decidido ser un ídolo, son sus fan con su apoyo y cariño, los que le dan tal connotación.

Un rey no tiene reinado si no es reconocido como tal, y después de tantos años, de tantos conciertos, fotos, entrevistas,

canciones, críticas, deudas, viajes, hoteles, lágrimas, felicidad y tristeza, sus seguidores le llaman EL REY. No tiene castillo propio, ni súbditos, no nació en cuna de oro, ni su sangre es azul,

no posee una fortuna heredada, y cada moneda se la ha ganado como todo un proletariado. Entonces me pregunto, qué significa

que sea un rey, por qué su silvestrismo lo llama así. Es posible que cuando alguien te gana el corazón, y sientas que solo saber de él o verlo, te alegre la vida, sea posible que a ese ser humano,

lo corones como rey de tu corazón. Pero la respuesta está en tus manos, eres tú, que como fan puedes decir quien es él, porque lo

conoces y en definitiva puedes llegar a sentirlo como un gran amigo, de esos que van por mundo cumpliendo sus sueños y

sueles alegrarte porque son felices.

Es posible que el tesoro escondido de este rey sea tener amigos.

347

Por las noches Silvestre revisaba sus redes sociales esperando ver a Ana entre miles de seguidores, pero ella guardaba silencio,

Cenicienta no aparece, no se presentaba a traer su pie descalzo para la zapatilla roja.

- ¿Ana dónde estas? Se preguntó el muchacho Urumitero de ojos claritos, que solo quería saber quién había escrito

Postales Rojas, quién era el propietario del Diario de un Silvestrista.

348

TAVO

En una ciudad hermosa, un muchacho observaba el atardecer en

el parque de la heladería más grande de Barrancabermeja, sus amigos acudirían a comer helado mientras se ponían al tanto de

los últimos acontecimientos dentro del club silvestrista de la ciudad. Gustavo o Tavo como era llamado cariñosamente, vivía soñando despierto con todas las aventuras que deseaba vivir,

siempre estaba hablando de viajar por el mundo, de aprender otros idiomas y de tener un amor en cada puerto, en sí era un

soñador.

Un hombre de aspecto impecable se sentó a su lado, observando

a ambos lados del parque de La Sesenta.

- Si pides helado que sea de chocolate. Dijo el hombre.

Tavo siguiéndole la corriente, dijo en el mismo tono serio. “Si

paga los helados, el mió que sea de Mango”.

El hombre no emitió palabra alguna, se levantó y dejó a los pies

de Tavo un maletín negro. El muchacho en su ingenuidad, pensó que el hombre iría por helados para ambos y le había dejado

cuidando el maletín. Aquello le causó mucha gracia, ya que todos en la ciudad sabían que la heladería no vendía helado de mango. Mientras se reía de sus ocurrencias, llegaron sus amigos con la

algarabía acostumbrada. Carlos, Isa, y Pedro fueron los primeros en tomar la palabra y cuento tras cuento, entraron en calor para

la reunión de los viernes.

- ¿Y ese maletín Tavo? Preguntó Isa.

- Es de un señor que fue a comprar helado.

- ¿Dónde? Preguntó Carlos.

- Hermano en la heladería venden helados.

349

- No me jodas Tavo, lo que quiero decir es qué en la heladería no hay nadie, a ti te dejan una bomba en los pies

y ni te das cuenta.

Tavo fue a buscar al sujeto del maletín, y no estaba, en la

heladería, ni en el baño, ni en el parque.

- Que raro, se le quedó el maletín, hay que esperar que

venga por él.

- Vamos Tavo, hoy vamos a tomar algo, por el cumpleaños de Carlos.

- Yo no puedo. Debo esperar al tipo del maletín.

Los muchachos cansados de esperar a Tavo, decidieron irse de

parranda sin él, ya se reincorporaría al grupo, cuando entregara el dichoso maletín; y lo dejaron absorto en sus pensamientos de

aventura.

A las doce de la noche, Tavo entendió que el hombre no

regresaría, varias veces había pasado un carro negro por el parque, pero nadie se decidía a bajar del auto, lo cual le pareció

normal, así que se llevó el maletín a su casa. Lo estudió con detenimiento, el maletín tenía una especie de candado plateado con letras, al parecer para abrirlo debía introducir una clave

secreta.

- La única que se me ocurre es M A N G O, palabra de cinco letras, con la buena o pésima suerte, el candado se abrió y pudo abrir el misterioso maletín.

Cuál seria la sorpresa del silvestrista cuando, al abrirlo, tuvo

entre sus manos cientos de billetes de cincuenta mil pesos.

- ¡Mierda! Fue todo lo que dijo Tavo, quedándose helado al

ver lo que había en el maletín.

350

MATHIAS Mathias no paraba de verse el moretón en el cuello, era lo más raro que le había sucedido en la vida.

- No se rían que esto es serio, no tengo idea de cómo me hice esto en el cuello. Dijo Mathias preocupado.

- Disculpa compadre, de algo estamos seguros, a ti te

chuparon anoche.

Las carcajadas de los tres amigos eran estridentes, se sentían

felices y se reían por todo.

- Cuenta Mathias quién fue esa muchacha que te puso el

cuello así. Dijo Pichicho.

- Ríete todo lo que quieras Pichicho, deberías estar buscando empleo. Dijo seriamente Mathias.

Pichicho guardó silencio, y todas sus preocupaciones se le posaron en el rostro. Había olvidado que estaba despedido.

- A Usted lo chupó una bruja anoche. Dijo el anciano en un tono lúgubre.

- ¡Deja la pendejada Reinaldo! Dijo Walter santiguándose unas ocho veces seguidas. “Si se me aparece el muerto

juro que gritaré”. Pensó.

- ¿Es posible? Preguntó Mathias.

- No Mathias son pendejadas de la gente del Novalito, si

escuchas a media noche los cascos de un caballo, es el diablo, si una gallina se posa en el techo es una bruja y hay

que ofrecerle sal al otro día para que se vaya, si alguien se pierde se lo llevó un duende, si te bañas un viernes santo después de las tres de la tarde te conviertes en pescado, y

pare Usted de cuanto cuento ridículo de la gente de por

351

acá, a veces sale un muerto entre los árboles, no hay más que eso. Dijo tajante Walter Quintero. “Dios mió

protégeme”. Pensó.

- Hoy viene una mujer a la casa. Pónganle cuidado, Dijo el

anciano y se fue a limpiar la piscina.

Los silvestristas no tuvieron más remedio que reírse, incluso

Mathias se sintió mucho más tranquilo ante tanto mal agüero.

- La gente del Novalito es peor que mi tía. Dijo Walter. Todo da cáncer, todo es pecado y todos nos vamos a ir al infierno por pecadores.

Durante el día cocinaron una buena sopa para pasar el resto del

día en la piscina, cuando cayó el atardecer, Mathias, se sobresaltó, al ver que una mujer salía de entre los árboles y se acercaba a ellos.

- “Necesito sal”. Pensó.

352

ANA

Desperté adolorida en una habitación que olía a sal. Observé

una ventana que permitía que la luz del sol iluminara las cuatro paredes de madera, era un lugar muy sencillo. Pude escuchar las

olas del mar como si estuvieran dentro de la casa. Intenté levantarme y sentí como un dolor general se apoderaba de cada una de mis articulaciones.

- ¡No te levantes! Dijo una muchacha de rostro amable. Soy Yaliana, esta es mi casa, te cargué hasta aquí cuando vi

que caíste de la montaña, no pude llamar a nadie porque no portabas identificación. Gracias a Dios solo tienes

muchos moretones y rasguños, pero no hay huesos rotos.

- Mi, mi pierna. Dije notando un dolor lacerante.

- Tienes una herida muy fea en la pierna derecha, pero

tranquila ya ha comenzado a curarse. ¿Cómo te llamas niña?

- Ana, mi nombre es Ana. Dije y dos lágrimas rodaron por mis mejillas, nunca había sentido tanto dolor.

- ¿Te duele mucho? Preguntó Yaliana.

- Sí, todo me duele.

- Tengo pastillas para el dolor, dos te harán bien. Dijo

acercándomelas con un vaso de agua.

- ¿Tienes hambre Ana? llevas tres días sin comer.

- Sí, tengo hambre. Dije con algo parecido a una pequeña

sonrisa.

La muchacha se levantó enseguida y de la cocina que quedaba

dentro de la misma habitación, colocó algunas cacerolas. Cuando

353

probé la sopa de pescado que había preparado sentí un hambre voraz. Yaliana se veía aliviada y me atendía con especial cariño.

Me recordó a mis amigas silvestristas.

- Ana debemos bañarte, yo te he limpiado muy bien las

heridas pero hay que lavarte todo el cuerpo.

- Por favor más tarde, ahora no me siento bien, estoy

mareada.

- Tranquila, descansa y mañana te ayudo a bañarte.

Mientras comía un poco de pan, me di cuenta que tenía raspones

en los brazos. También observé que no tenía ropa puesta, estaba desnuda.

- Yaliana ¿Dónde está mi ropa?

- Está toda rota, al caerte, las ramas de los árboles te la rasgaron, no quise ponerte ropa para no herirte, y poder limpiar mejor tus raspones.

- Gracias por ayudarme, pensé que me había matado.

- En realidad fue una casualidad que cayeras y que pudiera darme cuenta, estaba sentada viendo el atardecer en la

playa y escuché cuando gritaste. ¿Cómo te caíste Ana?

- Estaba corriendo.

- ¡Qué locura! Correr por ese camino empedrado de allá

arriba, casi te matas muchacha, casi lo logras. Vamos debes levantarte seguro deseas ir al baño.

Durante lo que me pareció una eternidad, Yaliana me ayudó a levantarme. Me ardía cada herida, jamás había sentido algo igual.

Pude cepillarme los dientes y limpiarme un poco, no sin mucho dolor en cada movimiento. Estaba descalza, completamente desnuda, pero el dolor no me permitió sentir vergüenza ante mi

nueva amiga.

354

- ¡Vamos Ana intenta dormir un poco! Dijo ella dándome una hermosa sonrisa.

El atardecer llegó poco a poco y observando la ventana de la casita y con el sonido de las olas del mar, mis ojos se cerraron en

un sueño profundo y tranquilo.

En mis sueños cuando más lo necesitaba, podía ver a Silvestre,

tocando con sus dulces manos mi rostro entristecido, sus cálidos dedos blancos y sedosos que tanto amaba. Cuando logré verlo a

los ojos, todo el dolor de mi corazón, desapareció de un plumazo.

- ¡Mi amado! Murmuré al verlo frente a mí.

Él sin decir nada, juntó su frente a la mía y sonrió como solo él

sabe hacerlo.

- ¿Sabes cuánto te quiero? Pregunté sintiendo un calorcito

en mis mejillas.

No hubo respuesta.

Una libélula roja se posó en su hombro. Brillaba con la intensidad

del sol dentro de sí misma. ¡Roja! Exclamé sorprendida de su hermoso color. ¡Roja como el silvestrismo!

Desperté en medio de la noche, la brisa fresca del mar entraba por la ventana llevando ese olor a sal que tanto amaba. Yaliana

dormía a mi lado en una especie de cama improvisada en el suelo, y una pequeña lámpara de gasolina iluminaba la pequeña casa desde un rincón apartado. Pensé en Mathias, pero el

recuerdo fue doloroso, y preferí pensar en Silvestre. En el besó que alguna vez le di, un recuerdo tan distante y borroso, que

llegué a pensar que lo había imaginado.

“Lo tenía todo y todo lo he perdido”. Pensé quedándome

nuevamente dormida.

“No Ana, no se trata de tener todo, se trata de vivir todo”. Dijo en

mi cabeza una dulce voz.

355

JAVI

Durante horas, los soldados silvestristas del Batallón 115

buscaron incansables a la muchacha de la fotografía sin obtener un resultado satisfactorio.

A las siete de la noche todos miraron sus teléfonos. “Reunión a las

20:00 horas en el lugar de costumbre, objetivo localizado”. Fue el mensaje

que recibieron todos los integrantes del Batallón.

Daniela pasó asistencia con la mirada, el Batallón en pleno había acudido a la reunión extraordinaria de silvestristas.

- El soldado Javi ha encontrado el paradero de la joven solicitada por Pérez Cararranza. Dijo Daniela. Tiene la palabra hermano de

tropa.

- Bueno no la tengo con precisión. Contestó nervioso.

- ¡Explíquese soldado! Le apremió Daniela. Tiene o no tiene el objetivo. Todos los presentes guardaron silencio, temiendo que

fuera falsa alarma, cada vez que había una falsa alarma el caos reinaba entre ellos, y en los peores casos, había bajas

lamentables.

- Esta muchacha se llama Isa, y vive en un pueblo pequeño

llamado Arjona.

- Nos queda solo un día para buscarla, dijo DJ, no está lejos, una comisión puede ir por ella en la mañana. Dijo el alegre muchacho.

- El problema es que no sé en qué casa vive.

- Soldado Javi, deje la mamadera de gallo. Comentó Miguel. Tiene

el objetivo o no lo tiene.

- Cuando vi su foto, me pareció conocida, consulté en mis fotos de los diferentes clubes de silvestristas, y aparece en una foto de

356

Arjona, estoy casi seguro que vive allí, el objetivo es Isa. Dijo enseñando una foto donde la joven lanzaba una hermosa sonrisa

a la cámara.

- ¡Confirmado! Dijo Daniela. Es ella. Soldado BB, comuníquele al

lente del silvestrismo que tenemos localizada a la muchacha, que mañana a primera hora todo el batallón…

- Pero, pero. Dijeron algunos soldados.

- Repito, todos los soldados de este Batallón 115 salen a recorrer Arjona, en busca de Isa.

- Sí, Señor. Dijo BB.

- Fondos disponibles DJ CARLOS. Inquirió Daniela.

- Ni un peso, estamos quebrados. Contestó el muchacho

mostrando los bolsillos de sus pantalones.

- Mañana en la mañana cada quien con su pasaje en mano, no se

si tienen que rogar esta noche a sus padres o novios e incluso novias, pidan prestado, pero todos debemos ir, tocaremos puerta

por puerta hasta encontrarla. Concluyó la comandante.

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA,

BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices de fijar su meta.

Javi contó esa noche las monedas de sus bolsillos, billeteras,

cajas de zapatos, incluso un marrano de plástico que tenía como alcancía y que decía con marcador “PARA EL LANZAMIENTO”.

Todo cuanto tenía no llegaba a cinco mil pesos.

- ¡Rayos! No me alcanza. Dijo registrando toda la casa, aún

no era quincena, y de paso para poder ir a Arjona, debía faltar al trabajo. De pronto recordó el escondite de dinero

en caso de emergencia que dejaba su mamá debajo de una imagen del niño Jesús en el comedor de la casa.

357

Para su sorpresa, cincuenta mil pesos estaban bien doblados dentro de un sobre que decía: “EMERGENCIA”.

- Mamá esto es una emergencia. Dijo a la imagen de yeso. Te lo pago el último. “Esto es ser silvestrista, das hasta lo

que no tienes”. Pensó Javi.

358

SILVESTRE Y ANA

En sus sueños encontraba a Ana en una especie de isla desierta,

rodeada por aguas traslúcidas, ella acudía a su encuentro con su radiante sonrisa, como si en realidad se conocieran de toda la

vida. Estos sueños hicieron que planeara una serie de visitas a ciertas playas de las costa Colombiana, eligiendo siempre las menos concurridas. “Esto es buscar una aguja en un pajar”. Se

decía el muchacho, sin la menor idea de saber dónde buscarla. Por las noches repasaba detenidamente el librito de las postales

rojas, y su curiosidad crecía. “Si los sueños nos conducen a algún lugar como en el Diario de un Silvestrista, yo te encontraré a la orilla del mar como en mis sueños”. Pensó Silvestre. Era una

labor titánica pasar desapercibido, su rostro le era familiar a los colombianos, y muchas veces, alguna que otra fan lo descubría, y

debía abandonar el lugar de inmediato.

Una noche en un hotel de Santa Marta vio una fotografía que lo

dejó sin aliento, una serie de playas de aguas cristalinas brillaban en un retrato de letras rojas que decía “TAGANGA”, el parecido de

aquellas aguas a las que concurrían en sus sueños, hizo que solicitara al hotel ser llevado a aquel lugar.

- La Ballena Azul es un hotel sencillo señor, allí estará muy cómodo, le hemos hecho la reservación, así que esperan su llegada.

- La playa que aparece en esa foto. Dijo señalando la

fotografía en la pared ¿Está en Taganga?

- Sí señor, puede llegar caminando o solicitar el servicio de

lancha y le llevaran, es un playón antes de Playa Grande, sus aguas son extraordinarias, excelente elección.

Silvestre no podía creer que había logrado encontrar la playa con la que soñaba, pero esto no significaba que Ana estuviera allí; sin

embargo, debía intentarlo, necesitaba saber quién o qué era ese

359

ser que recibía postales y cartas de silvestristas, y algo en su interior le insistía que solo Ana, tendría las respuestas.

- Tiene que ser la misma Ana. Murmuraba, mientras observaba por la ventanilla del Vehículo las luces de la

Ciudad.

A la media noche abría de par en par el ventanal de su habitación

en La Ballena Azul, un lugar acogedor y lleno de extranjeros, un sitio perfecto para no ser molestado. Respiró el aire salado de la

noche, el susurro de las olas lo hicieron sentir como un hombre tranquilo y normal. “Hace mucho que no disfrutaba de la soledad”. Pensó.

Por la mañana solicitó las indicaciones para ir a la playa de aguas

transparentes. Prefirió caminar un poco, así que con su mochila roja al hombro, con algo de ropa y el Diario; y se encaminó en la búsqueda que lo había arrastrado hasta aquel lugar. Por la senda

de piedras blanquecinas encontró un letrero “Serranía de las Serpientes” de donde nacía una especie de (Y) que dividía el

camino en dos, un sendero que subía y otro sendero que bajaba. En el hotel le habían indicado que para llegar al playón abandonado, debía tomar el camino de la izquierda, el que

marcaba el descenso de la montaña. Caminó por más de media hora, debido a lo empedrado de la senda. Cuando sus pies

tocaron las arenas del playón, se sintió confundido, esa era la playa de sus sueños, las aguas cristalinas sonaban en un vaivén de olas, pero allí no estaba Ana. Decidió recorrer un poco el lugar

y entonces vio una pequeña casita de madera incrustada en piedras, como protegida por la montaña, el humo que salía de la

casita indicaba que estaba habitada.

Silvestre en su búsqueda a ciegas, tocó a la puerta de la casita.

Una hermosa mujer de piel tostada salió a su encuentro, que para dicha de él, no lo reconoció como Silvestre Dangond, el artista.

- Buenos días, disculpe la molestia, busco a alguien, tal vez Usted la haya visto.

360

- Hola ¿A quién necesitas muchacho? Contestó Yaliana.

- Busco a una joven de piel muy pálida, de cabellos negros y

ojos enormes, se llama Ana.

- ¿Es Usted familiar de Ana? Preguntó Yaliana con los ojos como platos.

Silvestre sintió una puntada en el estomago, su sueño lo había conducido al lugar correcto.

- No, soy… soy su novio. Dijo, para no tener que explicar que era un ídolo y Ana una fan.

- ¿Cómo se enteró que ella estaba aquí? ¿Es Usted Mathias?

La pregunta le causó una especie de incomodidad, Ana tenía novio, lo cual era lógico, así como él era casado, pero de todas

formas algo le incomodó mucho.

- Sí, soy Mathias. Mintió con licencia, la información sobre

Ana era de vital importancia.

- ¡Caramba! Si que eres su alma gemela, la has encontrado

por tu propia cuenta. Ana está al final del playón, donde rompen las olas en una cueva que queda aquí cerca, está

tomando un poco de sol, curando sus heridas.

- ¿Heridas? ¿Ana está herida? Preguntó alarmado Silvestre.

- Hace tres semanas, Ana llegó hasta aquí al caerse de la

montaña, yo la auxilié, la traje a casa y desde entonces, aquí he cuidado de sus heridas. Sabes, ella te quiere mucho, mientras deliraba decía tu nombre una y otra vez.

Bueno también nombraba a un tal Silvestre, pero no quise atormentarla con preguntas, me imagino que es algún

familiar cercano.

361

El muchacho le brindó una de sus mejores sonrisas, agradeció a Yaliana su amabilidad. “Ella dijo mi nombre bajo delirios” pensó;

y sin poder esperar más, se fue a buscar a Ana.

Silvestre la encontró sentada como una niña, con las piernas

cruzadas y jugando con arena, sus largos cabellos negros al viento, su delicada piel expuesta al sol, llevaba puesta ropa muy

sencilla, se le antojó una hermosa pescadora.

- Ana. Dijo encontrando su mirada. Los enormes ojos negros

de ella se abrieron como platos.

- ¿Silve? Dijo ella, como quien ve una alucinación.

- Ana. Repitió él, sentándose a su lado. Tomó sus manos, vio

los rasponazos en su piel, y le dio un tierno beso en la mejilla.

Las punzadas en su estomago le insinuaron que estaba nervioso, todo era tal cual, como la había visto en sus sueños.

- ¡Por Dios eres tú! Dijo ella.

Ana era un manojo de nervios, lo abrazó tan fuerte como pudo, y él le correspondió tratando de no lastimar sus heridas.

- ¿Por qué te arrojaste por la montaña?

- No me arrojé Silvestre, me caí. ¿Pero qué haces tú aquí?

- Te estaba buscado hace ya algún tiempo.

- ¿Tú buscándome? ¿Es posible? ¿Cómo me encontraste?

- Por un sueño. Dijo sintiéndose ridículo.

Ella lo miraba detenidamente. Los ojos de Ana brillaban como

nunca. Estaban solos.

362

- Quisiera saber Ana, si conoces este libro, en él te mencionan mucho. Dijo el joven entregándole el pequeño

librito.

- Nunca lo había visto. ¿De qué trata?

- Es muy extraño, es de alguien que pudo recibir cartas de los silvestristas, incluso tú misma le escribiste, él estaba en

una especie de lugar neutral, pero tu nombre está por todas partes. Es un libro muy extraño.

- Permíteme. Dijo ella tomándolo en sus manos.

Ana examinó el libro, leyó varias páginas, frunció el seño. Se sorprendió así misma cuando tuvo la claridad de qué se trataba.

- ¡OH! Por Dios, sé quién lo escribió. Ahora muchas cosas tienen sentido. Dijo Ana como despertando de un sueño.

- Pues yo no entiendo nada, un día estaba en mi chaqueta con una carta tuya, algo me decía que la Ana de la carta

eras tú, la chica del beso.

Al decir esto, las mejillas de Ana se sonrojaron. Ella agachando la mirada sonrío, estaba feliz de que él recordara ese instante.

- Debo explicarte Silve, que tal cual como dice en el libro, yo me encontré en Nabusimake a un ser, que en ese momento

no sabía que era humano, ya que las personas de ese asentamiento indígena lo conocen con el nombre de duende o alma en pena, me llevé varios sustos, antes de

entender la naturaleza de este ser, cuando comprendí, lo ayudé para que se reencontrara con su esposa Julia y su

hijita. Ahora que he leído este diario entiendo muchas cosas.

- ¿Es decir que un muerto puede escribir? ¿Qué cuento de fantasía es este?

363

- No Silvestre, no es ningún cuento, estamos en la tierra de lo posible, esta es la Tierra de Gabo, todo es real y mágico.

Estamos en Colombia.

Silvestre y Ana vieron el atardecer, ella calmó sus ansias

contándole cuanto sabía del escritor del diario, de las cosas por las que pasó; y que incluso, a la puerta de su casa, hace tiempo

le había dejado un diario personal que escribió para él. Silvestre insistió en que nunca llegó a sus manos, y Ana se sintió aliviada de que él, no hubiera leído todo lo que ella había escrito en un

momento febril.

- Ahora entiendo, por qué puedo sentir su presencia, pero no

puedo verla, no es a mí a quien quiere aparecérsele, es a ti.

- ¿A qué te refieres? No entiendo. Dijo Silvestre.

- Cuando me caí por la montaña, yo huía de un espíritu, un alma en pena que presentí y que por miedo, no quise ver,

así que bajé la montaña corriendo, hasta que resbalé, caí y casi me mato. La he visto en sueños, pero solo eso. Ella esta aquí es por ti, no por mí, es ella quien te ha hecho

soñar y te ha convencido de venir aquí.

- ¿A quién te refieres Ana? Preguntó Silvestre.

- A Teresa, mi amiga de la que te hablé hace algún tiempo,

cuando me regalaste mis zapatos rojos.

Ana llevaba puestos los zapatos rojos de trenzas blancas que

Silvestre le había regalado años atrás. Todo parecía un cuento de hadas, donde el principie encontraba a la dueña de las zapatillas,

y ella encontraba la paz que tanto necesitaba en su sonrisa.

- Esta noche vendrás solo a la playa Silvestre y no me mires

así, que estoy segura que podrás verla. No puedes tenerle miedo, es alguien que desea decirte adiós, y hasta que no

lo logré, no podrá salir del fulano castillo de las libélulas o eso dice este diario. Todo esto sobre las apariciones del

364

duende, solo lo he conversado con detenimiento con muy pocas personas, es algo difícil de ser asimilado para

muchos, incluyéndome.

El muchacho se quedó sin palabras, solo podía ver la luz del sol

en los enormes ojos de Ana, sus mejillas sonrosadas y sus labios carnosos. Todo lo que ella le había contado era tan irreal pero con

tanto sentido que solo le quedó tratar de creer la historia del duende, como hacía cuando su papá le contaba siendo muy niño, historias misteriosas de juglares perdidos en el gran desierto de

la Guajira.

Silvestre sintió la enorme necesidad de hacerle una última

pregunta.

- ¿Ana me das un beso?

365

ANA

Los últimos años de mi existencia, he pensado que todo ha sido

un sueño. Me han sucedido cosas inexplicables, que una a una han llenado vacíos en mi ser. Diferentes personas han pasado a

formar parte de un mundo en el cual, todo lo que me he propuesto ha sido posible, siendo el personaje central de esa serie de sueños, alguien que se ha convertido en el sol de ese

universo, una estrella de ojos claritos y voz de terciopelo.

Podía imaginarlo, cuando me miraba en los espejos, creía verlo

siempre sonriendo a mis espaldas, ilusiones tan intensas que con regularidad perdía la noción entre sueños y pensamientos

imaginarios. Ver un espejo era verlo en el reflejo, haciéndome sonreír. Tener una relación normal y una vida con toda una serie de responsabilidades me había alejado incluso de mis fantasías.

Esa mañana en que lo vi llegar hasta mí, con su sencilla forma de

ser, lo tomé por un espejismo producto del sol que tostaba mi piel. Las arenas en mis manos me hacían querer ser dueña de mi existencia y quedarme allí para siempre, pero al ver sus ojos, al

escuchar su voz, todo cambió, esta era la razón por la que había abandonado a Mathias, no soportaba mi vida sin Silvestre,

aunque solo pudiera ser su fan.

Casi me mato al caerme por una montaña alejándome de las

cosas que no podía explicar, pero también corría de la mujer que no deseaba ser. Ahora el hombre que amaba se veía perturbado

por las páginas de un libro, de puño y letra del duende. Kennel había permanecido en un lugar misterioso, donde podía recibir los pensamientos, ruegos y lágrimas de las silvestristas. Según el

diario del duende, mis pensamientos, y una libélula roja lo hicieron encontrarme. “Las libélulas de Julia”.

En mi último sueño hubo una libélula roja entre Silvestre y yo, y ahora él me había encontrado, sin saber que yo me sentía

366

perdida sin él. Pero no venía por mí, en realidad Teresa lo trajo hasta aquí para que escuchara lo que tenía que decirle.

“No se trata de tenerlo todo, se trata de vivirlo todo” había murmurado mi conciencia estando junto a este mar. Y frente a mí

en este instante, el hombre que amo en el universo de lo posible. Me ha pedido un beso.

Como era de esperarse guardé silencio, esperando que mis ojos pudieran responderle por mí. Tomó mi rostro maltratado en sus

cálidas manos, solo pude cerrar mis ojos, y vivirlo todo. Su beso fue tan suave, que temí abrir los ojos y ver al viento tocarme los labios. Apenas si pude escuchar su respiración, las olas del mar

querían silenciarnos. Respondí dulcemente a su boca, pero la tempestad que reinaba en mi cuerpo me hizo ser tan atrevida,

que debo confesar que este beso inocente, por un momento eterno, dejó de serlo y por primera vez, fui libre y lo besé con mi alma. Mi corazón no se detuvo, por el contrario se aceleró a tal

punto que creí que sufriría un ataque. Al abrir mis ojos, allí estaban los soles de Teresa, su serenidad calmó mi ímpetu, y

juntos volvimos a nuestra realidad. “No nos pertenecemos, no es posible, es nuestro pacto de olvido”. Pensé tomando su

mano. Caminamos en silencio hasta la casita de Yaliana, dos enormes pescados fritos con tostones, nos esperaban servidos en la sencilla mesita de madera de mi nueva protectora.

367

ANA

En la casita de madera a orilla de la playa, la brisa del mar nos

animó a caminar por el playón después del almuerzo. Las olas diáfanas bailaban a nuestro rededor, me sentí en el paraíso

cuando Silvestre se quitó la camisa y se arrojó al mar, Yaliana le siguió los pasos. Yo los observé desde la orilla, mi amiga no tenía ni idea sobre la vida de Silvestre, él le había mentido, haciéndose

pasar por mi novio, solo para sacarle información de mi paradero, y no quise ser yo quien cambiara esa versión, él se veía tan

tranquilo sin ser asediado. “Espero que Yaliana jamás sea silvestrista, me matará por ocultarle la verdad.” Me senté en las blancas arenas, aún tenía heridas sensibles, me obligué a esperar

por ellos.

Pensé en Teresa, en la forma en que murió, y mi corazón se llenó

de tristeza. Me había estremecido al leer sobre ella en el Diario de Kennel, todo me revolvió el alma. Lamenté profundamente haber

huido de ella en la montaña del sol, fue una tontería correr de esa forma. Los muchachos jugaron a ahogarse el uno al otro, como

los mejores amigos del mundo. No pude entender la soledad absoluta de Yaliana, ciertamente el playón, era un lugar de paz y tranquilidad, pero siempre necesitamos reír con la familia o los

amigos, y eso un ermitaño no puede lograrlo por arte de magia, siempre se necesita del calor humano. ¿Cómo criticar a quien

necesita soledad? Me pregunté.

Silvestre salió del agua y se recostó en la arena, el sol hizo brillar

las gotitas del mar que rodaban por su cuerpo, algo en mi ser se alborotó, fue una sensación de deseo. Me sonrojé al ver en mi

mente una imagen impropia de nuestra amistad, él estaba allí por el Diario por Teresa, no por mí. Fue un destello solamente, me imaginé entregándome a él.

Silvestre comentaba algo sobre una canción, pero estaba tan aturdida que no le presté atención. Yo lo deseaba.

368

- Mañana debo irme a trabajar. Dijo de pronto, sacándome de mis ensoñaciones.

- ¡Entiendo! Fue todo lo que pude contestar.

- Ana regresa a tu vida, regresa al silvestrismo, te he visto muy triste, esta no eres tú, no sé qué perturba tu vida, pero sea lo que sea, debes echar para delante. Dijo

brindándome una enorme sonrisa.

- Lo haré, te lo prometo, solo quiero pensar las cosas un poco, no hay nada que el silvestrismo no pueda curar, eso es una ley de vida.

- Bonita frase, me gusta. Dijo él.

¡A mí me gustas tú! Pensé. Incapaz de perturbarlo con trivialidades.

Permanecimos en el playón, hasta el atardecer, y Silvestre cantó una hermosa canción, era algo nuevo, ya que jamás la había

escuchado, una letra llena de añoranzas.

- Cantas bonito. Dijo Yaliana, deberías ser cantante, quien quite y te vaya bien.

No pudimos más que reír por las palabras de nuestra inocente amiga. Al anochecer ayudé a Yaliana a preparar la cena.

- Ana, ¿Tu novio se va a quedar a Dormir? Porque no hay más camas, deberán dormir en la mía, es muy chiquita

pero creo que caben apretados.

- Gracias. Sí va a quedarse, mañana temprano se va.

- ¿Te iras con él? Peguntó Yaliana y su mirada se llenó de

tristeza.

- No, aún. ¿Puedo quedarme un poco más?

369

- Claro amiga, quédate todo el tiempo que quieras. Dijo y sus ojos brillaron sinceros.

La soledad es dura, y aunque nos gusta, tarde o temprano sedemos ante la compañía de una buena amistad. Pensé.

Cuando le dije a Silvestre que debíamos dormir en la misma cama, por primera vez en mi vida, lo vi sonrojarse. Intenté hablar

con naturalidad aunque las manos me sudaban. “A la media noche, al salir de la casa, ve a caminar, y llévate la lámpara de

gasoil, estoy convencida que podrás encontrar a Teresa, si Yaliana pregunta, diré que no podías dormir y que saliste a ver el mar”.

No voy a negarlo, mi corazón estuvo a punto de salirse por mi

boca, a la hora de dormir, intentamos acomodarnos en la cama de Yaliana sin tocarnos. Él tenía una vida que debíamos respetar, pero mi alma quiso tocarlo, besarlo, amarlo. “Esto es un

tormento”. Pensé viendo su sonrisa. Conversamos casi en susurros, ya que Yaliana dormía.

- Ana, dónde está Mathias, tu novio.

- En Venezuela, lo abandoné.

- ¿Por qué hiciste eso? ¿Ya no lo amas?

- ¿Por qué me preguntas eso? ¿Yo no te pregunto esas

cosas?

- ¿Somos amigos no? Cuéntame.

- No, tú eres mi ídolo y yo tu fan.

- Déjate de pendejadas, cuéntame. Dijo.

La luz de la lamparita de gasoil me permitió ver el brillo de sus hermosos ojos.

- Lo amo, pero no se hacerlo feliz. Murmuré. No quiero hablar de esto, menos contigo. No insistas.

370

- Y por mí ¿Qué sientes Ana?

Sentí un calor absurdo en el rostro, quise besarlo, quise vivirlo

todo, quise gritarle que lo amaba. Pero era absurdo, yo había dejado de ser una fanática obsesiva, ahora le tenía un cariño real,

y debía proteger su corazón y el mío.

- No te lo voy a decir, lee el libro que dejé en tu casa. Y ya

duérmete. Dije. Dándole la espalda. Búscalo alguien debió recogerlo, allí lo dejé.

Por más ofuscado que tenía mi ser al estar tan cerca del hombre

que amaba, estaba cansada y mi cuerpo le ganó a mi alma y me quedé dormida prácticamente en sus brazos.

371

SILVESTRE

El muchacho de ojos claros, estaba tan nervioso y angustiado

por todo lo que estaba viviendo en esa casita de madera, que no pudo pegar el ojo. Observó su reloj de pulsera, marcaba las once

de la noche. Ana dormía a su lado, y Yaliana estaba tan cerca que temía despertarlas a ambas, si se movía en la cama.

Contempló la espalda de ella, quiso tocarla, pero no se atrevió. “Es de otro, no tengo derecho” Pensó. Su cabello largo y negro brillaba a la luz de la lámpara. “Eres hermosa” Murmuró. “No

puedo más que hacerte una canción”.

El olor de la casita era agradable, la sencillez del lugar le recordó años lejanos, cuando de puntitas y sin hacer ruido, salía de casa para ir a ver a cantar a Rafael Orozco en el Valle, lo recordó como

si el niño que fue, dormitara en su pecho. Los castigos valían la pena, cuando lograba lo que quería, escuchar a los grandes

cantar Vallenato.

“Yo cantaré” se decía así mismo cada noche al acostarse.

Cuando fueron a dar las doce, se acercó al cabello de Ana, aspiró

su olor, y se llenó de valor, se levantó sin hacer el menor ruido, como si escapara de sus padres siendo un niño nuevamente, tomó la lámpara y salió al gélido aire de la noche.

La brisa le espantó el sueño, y el dulce sonido de las olas lo tranquilizó. Se sentó muy cerca del agua, colocando la lamparita

con su chispa de vida en la arena, y esperó. No lograba escuchar más que los susurros del mar, hasta que de forma repentina

escuchó una voz dentro de su cabeza. “Silvestre”, sintió miedo, no era la voz de su conciencia, era la voz de una mujer. “No me

temas por favor” un segundo susurro.

Cuando observó a su alrededor una pequeña luz emergió de las

aguas, su corazón se aceleró, la luz se fue aproximando, era la

372

imagen de una mujer. ¿Puedo acercarme? Preguntó la voz en su mente. Él estaba sorprendido de lo que veía, pero logró

murmurar, “Ven por favor”. La mujer que emanaba luz, se acercó y se sentó a su lado en la arena. “Silvestre” dijo la voz en su mente, la mirada de la muchacha era fuego vivo. Dos lagrimitas

cristalizadas rodaron por las mejillas del espectro. “No llores por favor” dijo Silvestre. “No podía irme, sin decirte adiós, te amo

demasiado para no verte por ultima vez.” Él pudo sentir la profunda tristeza del alma de Teresa. “Debes ir a donde tengas que ir Teresa”. Dijo Silvestre. “Lo sé” Dijo la muchacha. “Cuida de

Ana, conviértete en su amigo, ella te ama, cuida de todos los silvestristas, todos te aman” Dijo llena de tristeza. “Si dejas de

cantar, la oscuridad los consumirá, debes seguir adelante, lleva tu alegría a cada rincón del mundo”, Silvestre entendía a qué se refería Ana con no tener miedo. “Lo haré Teresa”. Una fuerte

brisa golpeó a Silvestre.

Cuando abrió los ojos, ella no estaba. “Tus ojos son como dos solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya”. Escuchó en el aire.

- Se ha ido. Dijo el muchacho.

Al ponerse de pié sintió humedad en el rostro. Estaba llorando.

373

ANA Y SILVESTRE

Las despedidas suelen ser muy duras, pero existen almas que

nunca se despiden, que permanecen unidas, vayan a donde vayan, por más que caminen en el mundo e intenten olvidar, algo

se ancla en su ser, y esa alma gemela nunca estará realmente lejos.

Ana lo abrazó con cariño, le dio las gracias y no quiso saber nada de lo sucedió la noche anterior, según ella, era algo que solo le pertenecía a él y a Teresa, lo besó en la mejilla y se dijeron adiós.

El muchacho tomó su bolso rojo y comenzó el ascenso por el

camino de la montaña que lo llevaría de regreso a Taganga, cuando estuvo arriba, se dio media vuelta para ver si Ana aún estaba observándolo.

Ella estaba de pie, incólume dejándolo partir. Algo dentro de su

ser se estremeció al verla entre la arena y con el mar a sus espaldas. El viento hacía volar los cabellos negros de Ana, como en un sueño.

- ¡TE AMO! Gritó él, desde lo más profundo de su corazón. Y

como si la vida se le fuera a escapar, salió corriendo de regreso hacia Ana, su mochila quedó a mitad del camino. Ana al escucharlo gritar, corrió igualmente hacía él.

Los dos se abrazaron con tal fuerza que pudieron escuchar sus corazones latir desbocados, Ana besó a Silvestre, Silvestre besó a

Ana. Fuerte, intenso, infinito, como debe ser el último beso de tu alma gemela.

- “No nos pertenecemos, no es posible, es nuestro pacto de olvido”. Murmuró ella, y se fue corriendo en dirección a la casita

de madera.

Él la dejó partir, y regresó a su vida real.

374

MATHIAS

Una hermosa mujer de cabellos claros, se acercó a Mathias,

sonriendo.

- Hola muñeca. Dijo Walter, que al ver semejante

monumento de mujer, se había salido corriendo de la piscina.

Mathias la observó descaradamente, y ella a él, no era común ver en su vida a alguien de ojos azules como el mar, ni mejillas

sonrosadas y pópulos perfectos, algo no le cuadraba en esa mujer.

- ¿Eres una de las vecinas de la finca La Leona? Preguntó Walter.

- Sí, me llamo Fabiana, y ¿Ustedes tienen nombres?

- Yo soy Walter preciosura, este es mi amigo Mathias, y los de la piscina son dos gafos que ya no recuerdo ni quienes

son. ¿Te quieres divertir un rato princesa?

- Deja de ser tan baboso Walter, pareces un gusano de lo

pegajoso que te pones a veces. Dijo Víctor. Perdónalo niña, el Walter es virgen.

Walter molesto por lo que acaba de decir su amigo, se lanzó de chapuzón a la piscina a pelear con Víctor, quien no paraba de

reírse, mientras Pichicho estaba mudo y completamente enamorado de Fabiana.

- Mathias, cualquiera creería que vas a desvestirme con la mirada. Dijo Fabiana.

- Disculpe, no la miraba a Usted, recordaba una historia curiosa que me contó un amigo. Dijo apenado por su

comportamiento.

375

- Espero que alguna vez quieras verme desnuda Mathias, sería un placer para mí.

- No es mala idea Fabiana. Dijo Mathias contemplando la belleza de su rostro, su boca roja como una fresa, su olor

dulce, su piel suave, sus labios húmedos, su lengua perfecta. Mathias no supo ni en qué momento la estaba

besando. Pichicho salió de la piscina y los apartó dándole un fuerte golpe en el pecho a Mathias.

- Ella es mía, no la vuelvas a tocar. Dijo Pichicho fuera de control. Víctor y Walter los separaron.

- Se comportan como gallos de pelea ¿Qué les pasa? Preguntó Víctor.

- ¿Qué ocurre? Preguntó el anciano, que en ese instante se acercaba con un palo, asustado por los gritos de los

muchachos.

- No me siento bien. Dijo Pichicho.

Mathias sentía un fuego abrasador en los labios, y probó el sabor

de su sangre, en la pelea Pichicho le había partido el labio superior. Walter le dio golpecitos en el rostro a Pichicho que se había desmayado, pero al ver que no reaccionaba comenzó a

darle verdaderas cachetadas. Víctor separó a Walter de Pichicho, que se había recobrado a punta de tanto golpe.

- Por qué me golpea compadre. Preguntó Pichicho a punto de llorar, con las mejillas coloradas por los golpes.

- Por qué me golpeaste tú a mi, preguntó Mathias a punto de

echársele encima.

- No sé que me pasó, yo no le pegué Mathias.

Todo fue confuso, pero la clarividencia de Walter, los años le habían enseñado a responder a las situaciones con una pregunta,

376

que con regularidad dejaba perplejo a todos, por su resumen asombroso.

- ¿Compadre Víctor, dónde está Fabiana?

Todos los presentes miraron en su rededor y no había nadie.

- Aquí no había ninguna mujer. Dijo el anciano Reinaldo. Lo

que Ustedes vieron fue una bruja.

377

LOS GUSANOS

Pichicho jugaba entre sus manos con la moneda de mil pesos

que conservaba desde el día que llegó por primera vez a Bucaramanga. “Esa moneda de mil pesos tan bonita y dorada, no

la gastes nunca, consérvala, pase lo que pase, no la pierdas, desde hoy cuenta con solo mil trescientos pesos, y mantenla siempre contigo, es tu moneda de la suerte, hazme caso”. Le

había dicho el anciano que le vendió un vaso de café por setecientos pesos. Cada vez que se sentía nervioso, la tocaba

dentro del bolsillo del pantalón o la sacaba para lanzarla y elegir cara o sello.

Ya habían pasado varios días desde que vieran a una bruja en el Novalito, una hermosa mujer a la que todos le habían caído, como gusanos a un cadáver. Desde entonces, Mathias tenía

pesadillas, Walter se había vuelto serio, Víctor apenas si hablaba, y él era un manojo de nervios. Afortunadamente había

conseguido un nuevo empleo, y podía enviar recursos a su hogar en Venezuela. Solían reunirse por las noches en el trabajo de

Pichicho, donde su amigo les preparaba las mejores tortillas del mundo, y conversaban de lo aburrida que se había vuelto la ciudad.

- Nosotros lo que necesitamos es sol. Dijo Walter en un tono formal y muy serio. Y la moneda de Pichicho estuvo a

punto de caérsele de las manos.

- Qué les parece si nos vamos a la Sierra Nevada. Opinó Mathias, recordando el lugar a donde debía haberse ido hace tiempo.

- Yo necesito este trabajo, no cuenten conmigo. Dijo Pichicho

regresando a su cocina, la moneda había caído en sello y eso significaba que no podía ir.

378

- Yo creo que necesitamos acción y emoción. Insistió Walter Quintero. Propongo que nos vayamos a la costa, tengo

unos amigos silvestristas en Taganga que son gente amable, atenta y nos recibirán con beneplácito.

- A ti que bicho te picaría. Dijo Mathias. Cada día hablas más raro.

- Al menos hablo. El Víctor creo que ya no sabe decir ni la palabra “Moto”.

Ante semejante recuerdo por la moto robada o perdida, los tres amigos comenzaron a reír como hace tiempo no lo hacían, y

aprovechando el buen humor, decidieron olvidar el susto del Novalito, sus fantasmas y brujas y marcaron su próximo destino.

- ¡Gusanos Taganga nos espera!

379

TURBAYOR El calor de Turbaco es semejante al que debe reinar en cualquier desierto, y la gente de la costa suele hablar con las manos en

busca de alguna brisa, por pequeña que sea.

- Yorle me puedes explicar ¿Qué es esto? Preguntó Gloris a

punto de gritar. Y sus manos hablaron también con múltiples gestos.

- Son tres hermosos cochinitos. Contestó la Joven.

- Pero te di doscientos mil pesos para que compraras el

premio de la rifa.

- Bueno, estos tres tesoritos son el premio.

- ¿Te volviste loca? Gloris estaba a punto de perder los

estribos.

- Cálmate Gloris, ya veras que vendemos toda la rifa.

Todos los silvestristas de “La Matraca de Turbaco” estaban tan

encantados con los tres cerditos, que decidieron colocarles nombres, el mas delgado era Palito, el más rojizo era Tomate; y el tercero y mas gordo fue llamado el Goyo, o Goyito, como le

decían de cariño. A pesar del mal genio de Gloris, con el pasar de los días, las personas en el pueblo se entusiasmaron por ganarse

a los tres animales, unos por lo rosados que eran, otros con planes de hacerlos lechón, y otros por lo gracioso que era el premio.

El dinero recaudado en la rifa sería a beneficio del club silvestrista, para el próximo lanzamiento de Silvestre en

Valledupar, y la rifa estaba pautada para meses después, aún así,

380

la gente deseaba tanto ganarse a Palito, Tomate y Goyito, que se hicieron mil números a 10 mil pesos cada numero de la rifa, y

esta se vendía de forma vertiginosa. Mientras los cochinitos engordaban y crecían como por arte de magia.

Gloris se sintió afortunada de tener una amiga tan loca como Yorle, solo a ella se le ocurriría la mejor idea del mundo.

La rifa de los tres cochinitos. “Solo una silvestrista puede ser tan loca, y salirse con la suya” Pensó.

381

SILVESTRE

Silvestre regresó a su vida de conciertos, viajes, entrevistas,

grabaciones. Todo señalaba que Ana, el diario del silvestrista, Teresa y Taganga habían quedado en un mundo tan distante que

a veces se preguntaba si había sido realidad.

Comenzó a soñar muy seguido con Ana y una insistente libélula

roja que revoloteaba siempre al alrededor de la muchacha. A veces despertaba por las noches con la frente perlada en sudor, y con ganas de gritar el nombre de ella.

Una noche en que el insomnio regresó a su vida, en la habitación

de un hotel de Dios sabrá cuál ciudad, porque solía olvidar dónde estaba de tanto que viajaba, quiso leer el librito, cuando recordó que Ana se había quedado con él.

Absorto en sus pensamientos, quiso recordar la sonrisa de su fan,

y la comparó con mil sonrisas de miles de fanáticos, pensó en el brillo de su mirada, y se sintió sorprendido de que los silvestristas tuvieran ese mismo brillo. “Recordar a Ana es recordar a todos

mis silvestristas” Pensó. Y entre el recuerdo de las olas, del tiempo que transcurría inexorable, la ausencia de sus hijos y de

su esposa, la distancia entre él y su familia, los compromisos, y sus propios deseos, tomó de pronto la guitarra, y en el silencio de la noche cantó una canción dedicada al tiempo.

382

383

KIKE BELTRAN

Kike llegó al aeropuerto a las 6:00 de la mañana, fuentes

fidedignas informaban que en el avión de las 7:00 de la mañana, llegaría Silvestre Dangond a Barrancabermeja. Impaciente

recorrió todo el aeropuerto, tomó tres tazas de café bien cargado, hasta quedarse plantado como un clavel a la salida de los pasajeros. Eran las 11:00 de la mañana cuando las esperanzas lo

abandonaron. El muchacho pensó que era inútil, que todo había sido una falsa alarma. La luz de su teléfono prendía y apagaba

persistentemente, tenía diecinueve llamadas perdidas, sus padres exigían su presencia y la de la camioneta en el hogar. Caminó de un lugar a otro, intentando decidir si quedarse o irse, cuando

escuchó el sonido inconfundible del aterrizaje de un avión, la pantalla indicaba que el vuelo provenía de Bogotá. Con los ojos

como platos, sintió que se le erizaba la piel, cuando entre los pasajeros reconoció a Silvestre, vestido con ropa deportiva azul oscuro y lentes de sol. “Soy el único silvestrista que lo está

esperando” Pensó. Y una gota fría bajo de su semblante y le recorrió el rostro. “Compórtate no te exaltes, no lo asedies”

murmuró. El teléfono en el bolsillo del pantalón no hacía más que vibrar a punto de reventarse.

- ¡Hola Silvestre, hermano! Dijo Kike lo más tranquilo que pudo.

- Hola, cómo está todo. Contestó el artista estrechándole la mano.

- Bien, que casualidad conseguirlo.

- Que raro no hay nadie esperándome, ni los empresarios. Murmuró Silvestre desorientado.

- Si quiere yo lo llevo. Soltó Kike fingiendo serenidad.

- ¿Tienes carro?

384

- Sí, está parqueado allá fuera, yo soy silvestrista, estoy para lo que necesite hermano.

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre.

- KiKe Beltrán.

- Bueno vamos Kike. Lo animó Silvestre.

El joven estuvo a punto de vomitar de los nervios, el teléfono no

dejaba de vibrar, pero él estaba con su ídolo, y por un instante fue el chofer del hombre que más admiraba. “Cálmate o vas a tener un accidente, Kike contrólate” Pensó al encender el

vehículo. Conversaron de todo y de nada a la vez, con un poco de tráfico, se sintió feliz de poder conocer en persona a su cantante

favorito.

- Viejo Silve, tengo un amigo que te admira mucho, crees

que podamos llamarlo para que lo saludes.

- ¡Claro! Márcale.

Kike un poco nervioso, marcó a uno de sus contactos.

- ¿Compadre? Si compadre es Kike, le voy a Pasar a Silvestre Dangond.

- Hola hermano ¿Cómo estas? Silvestre sonrió al ver que el muchacho al otro lado de la línea no creía que en realidad

fuera él. Sí bueno gusto en saludarlo, un abrazo y cuídense mucho. Chao.

- Gracias Silvestre. Dijo Kike emocionado.

- No creo que se creyera que fui yo.

- Pues permítame una foto y ya la subimos a las redes

sociales para que la vea.

Kike se demoró en llegar al hotel de Silvestre aproximadamente treinta minutos, conversaron animadamente, y al despedirse Kike

385

dejó de fingir, le dio un fuerte abrazo y le dio su mejor sonrisa. Lo había conocido, habían hablado como amigos, tenía una foto y

hasta se lo había pasado a su mejor amigo. El teléfono volvió a vibrar.

- ¡Mierda mi mamá! Soy hombre muerto. Dijo y contestó. Al otro lado de la línea alguien hablaba entre gritos, el

muchacho solo entendió “Páseme buscando ya”. La felicidad que abrigaba en su corazón no se echaría a perder por unos cuantos llamados de atención. “Silvestrista que se

respete aguanta callado”. Pensó.

386

WALTER QUINTERO

Walter colgó la llamada y se quedó observando a Mathias y

Víctor, los tres estaban por abordar un autobús en el Terminal, para irse a la costa como habían planeado.

- ¿Quién era? Preguntó Víctor

- Kike Beltrán.

- ¿Qué Quería?

- Me paso a un hombre, que dijo ser Silvestre. Dijo con los ojos bien abiertos.

- Tranquilo calvo, es otra de las bromas de Kike. Aseguró

Víctor.

- Ese muchacho debería dejar la mamadera de gallo, el

silvestrismo es algo serio hermano.

Mathias se limitaba a reírse del par de amigos, estar a su lado

solo le causaban risas en todo momento.

Abordaron el autobús, Walter y Víctor se sentaron juntos y Mathias prefirió una ventana del lado derecho para ir meditando por el camino.

Walter juraría que era la voz de Silvestre, pero eso no era

posible, ese Kike un día de estos le iba a pagar una a una sus bromas. “Si yo hablara con Silvestre Dangond por teléfono grito” Pensó.

- Compadre creo que te vas a morir. Dijo Víctor.

- No me jodas y por qué. Preguntó Walter.

- Mira mi Facebook, aquí está Kike con Silvestre.

387

Los ojos de Walter Quintero se le salieron de las orbitas, un Kike muy sonriente levantaba el pulgar derecho en una foto dentro de

un vehículo, a su lado el ídolo Silvestre Dangond sonreía también.

- ¡Mierda! Exclamó Walter Quintero. Pegándose con la mano en

la frente calva. El autobús emprendió el camino hasta Santa Marta.

388

MILTON JUMBO

Los silvestristas que aún no han asistido a un lanzamiento de los

que se viven en Valledupar, no pueden comprender lo que es la felicidad. Si ellos entendieran que no hay obstáculo que les

impida realizar sus sueños, por pequeños o por grandes que sean.

Un sueño se realiza, de la misma forma en que un mago saca un

conejo de su sombrero, primero aprende el arte, luego lo intenta una y mil veces, hasta que una noche, el conejo aparece como por arte de magia. Todo consiste en visualizarlo en tu mente,

trabajar en eso que tanto anhelas y concentrar tus energías en el camino que te llevará a realizar el sueño dorado. Si dices “No

puedo” ten por seguro que no podrás. Si insistes en que es imposible, así será. Si tienes un sueño, no seas tú mismo quien diga que no se puede. Jamás permitas que te digan que no se

puede, o estarás perdido en una vida rodeada de palabras que serán como cadenas de hierro, atadas a los pies de tu conciencia.

Un muchacho llamado Milton que vive en Ecuador, pasa los días como quien se haya en un lugar al cual no pertenece. Por las

noches suele caminar por las calles de ese país sin poder escuchar vallenatos, sin tener con quien compartir un poco de la

música que adora.

La soledad incluso llega hasta la mitad del mundo, y se pasea a

su lado de vez en cuando, pero en las denominadas redes sociales, es como si el mundo cambiara, ve rostros muy alegres,

que en su mayoría visten de rojo, suben al ciberespacio innumerables fotos del día a día de su ídolo. “El silvestrismo que añoro”. Piensa cada vez que ve fotos de personas como Walter

Quintero, Víctor, Pichicho, Yorle, Gloris, Katherin, entre tantos otros.

- ¿Cuándo me atreveré a vivir? Murmura por las noches.

389

Una mañana Milton Jumbo, como lo conocen los silvestristas, se despertó muy temprano convencido de una sola cosa, como

nunca antes.

Tomó papel y lápiz, y con la convicción de un hombre que

conseguirá la libertad, escribió:

“Silvestre va a conocerme.”

390

NINI

Por las mañanas Nini se acostumbró a escuchar a todo volumen

las canciones de Silvestre Dangond, una a una las tarareaba hasta la hora del medio día, ella sentía que en la oscuridad, todas

las melodías de Silvestre producían cualquier cantidad de luz, suficiente para vivir lo que le estaba ocurriendo.

Una mañana, una de esas canciones la llenó tanto de ilusiones y energías positivas, que le rogó a su mamá que la llevara a un parque a tomar sol.

- Quiero estar sola mamá. Déjame aquí sentada, estaré bien.

- Bueno Nini, estaré cerca, cualquier cosa me llamas hija.

- Sí mamá.

Prestó atención detenidamente, y pudo entender los cantos de las

aves en los árboles, incluso las risas de los niños que jugaban a lo lejos, los vehículos que impacientes sonaban sus cornetas. Una

jungla de sonidos llamada vida, reinaba a su alrededor.

- ¡Hola Princesa! Dijo una dulce voz.

- ¿Guillermo? ¿Eres tú? Preguntó ella con los pelos de punta.

- Sí princesa, me enteré en la Universidad que no puedes ver.

- Veo sombras, a veces un poco más de luz. Dijo respirando el olor de la piel del hombre que amaba. Hueles muy bien

Guillermo.

- Y tú te ves más bonita. Dijo tocándole con un dedo la punta de la nariz.

Nini sintió que el dolor se le venía encima, la tristeza la arropó arrojándola a un vacío enorme.

391

- Me duele no poder verte. Dijo Nini y su voz se quebró.

Guillermo tomó sus manos entre las suyas. Consolando sin

saberlo, uno de los corazones más golpeado por los designios de la vida, apenas la vida comenzaba y no podía ver.

- Nini, no necesitamos vernos para tenernos el uno al otro. Siempre te he visto en la Universidad, siempre he querido

acercarme a ti, pero tenía miedo que no me aceptaras en tu vida. Al día siguiente del que hablamos en la cafetería,

me quedé esperando que llegaras, tenía una rosa para ti. Tiempo después, alguien comentó lo que te había pasado contigo y te busqué hasta dar con tu dirección. Hoy fui a tu

casa y me dijeron que estabas aquí.

Guillermo besó su mano, y Nini sintió que la vida le volvía al cuerpo, él comenzó a contarle mil historias que había leído en los libros. Y ella se sintió su princesa. Desde ese día la oscuridad fue

muy diferente en la vida de Nini.

392

JAVI

El Batallón 115 Silvestrista de Barranquilla bajó de la unidad de

transporte en Arjona, tenían asignada la misión de encontrar a una joven para Pérez Carranza, y la información obtenida los llevó

a aquel pueblito.

- Batallón, contamos con 24 horas para encontrar a Isamar. Dijo Daniela a los silvestristas presentes.

- Te corrijo comandante de tropa. Dijo Javi. Contamos con

doce horas, si no llegamos para el atardecer a nuestros hogares, seremos un Batallón fusilado por padres y representantes.

- Tiene razón soldado. Aprobó Daniela. Así que a moverse, aquí tienen las copias de la fotografía con la que contamos,

es necesario tocar puerta por puerta ¿Entendido?

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron felices de fijar su meta.

Así fue como treinta silvestristas se desplegaron por toda Arjona, intentado encontrar a una silvestrista que había robado el corazón

de Pérez Carranza, tocaron puerta por puerta, acudieron al parque, la iglesia, la plaza de mercado, y nadie reconocía a la muchacha en la foto.

- Buenas tardes. Dijo Javi de mal humor, cansado de no

encontrar noticias de la silvestrista. Disculpe se que soy inoportuno y me da pena molestar señora, pero puede decirme si conoce a esta muchacha. Sí, esta de la

fotografía.

- Sí, es mi hija. ¿Quién la necesita?

393

Ante tal noticia, Javi sonrió como hace tanto no lo hacía.

- Señora somos silvestristas. Fue toda su explicación, la cual

bastó a la madre.

- ¡ISA, TE BUSCAN! Gritó a voz en cuello.

La madre de la silvestrista hizo pasar al joven a la casita humilde

y arrimó un taburete algo destartalado. El aceptó dudoso de sentarse, pero por educación finalmente lo hizo. Una hermosa

muchacha lo observaba desde el umbral, tenía unos ojos enormes con espesas cejas y largas pestañas.

- Hola ¿Quién eres?

- Soy Javi, soldado del Batallón Silvestrista de Barranquilla

Nº 115, de nuestro amado Silvestre Dangond, constituidos formalmente después del lanzamiento de la Novena

Batalla, pero la gran mayoría era ya silvestrista desde los tiempos de la canción “La Colegiala”.

La muchacha sonrió y le brindó un fuerte abrazo, en el instante que la mamá se acercaba con un vaso de jugo.

- Mamá es silvestrista.

- Sí Isamar, por eso lo dejé pasar. Tómese el jugo de mora que está frío. Voy a lavar ropa, si necesitan algo estaré en

el patio.

La señora era de esas mamás que todo lo saben y que todo lo

entienden, desde la unión de los silvestristas hasta las más audaces de las travesuras, para este tipo de madres, la visita de un silvestrista es motivo de alegría y credencial suficiente para

brindar la amabilidad y cariño que solo una mama silvestrista, puede entregar.

- Isamar debes venir conmigo todos te estamos buscando por toda Arjona, debes venir a Barranquilla, el fotógrafo de

394

Silvestre te anda buscando y si no nos apresuramos no podrás verlo, creo que su vuelo es hoy.

- ¿Y por qué quiere verme? Dijo Isamar, brindándole una sonrisa brillante.

- No tengo la menor idea, pero esa es la misión.

A las 4 de la tarde de ese día todo el Batallón recibió el siguiente

mensaje de texto en sus celulares: “Reunión a las 17:00 horas en la

parada del bus a Barranquilla, objetivo localizado”.

Eran las cinco de la tarde cuando todo el Batallón abrazaba a Javier por su exitoso hallazgo, todos se abrazaban felices y agradecían a Isamar que los acompañara. Apenas tuvo tiempo Isa

de colocar dos o tres mudas de ropa en su mochila, para poder acompañarlos, su mamá no tuvo objeción en el permiso

correspondiente, porque se trataba del silvestrismo, pero no contaba con los recursos de darle dinero, a lo que Javi aseguró que no le haría falta nada. De regreso a Barranquilla el soldado

BB llamó a Pérez Carranza, pero el joven no contestó, lo cual llenó de preocupación a la tropa, no tenían la menor idea de

dónde buscarlo, por lo que, por decisión unánime se lanzaron directamente al aeropuerto a buscar al lente del silvestrismo. Cuál sería la mala fortuna que al llegar al lugar de embarque

constataron que era demasiado tarde, el vuelo rumbo a Bogotá ya había abordado, incluso escucharon el rugido del despegue del

avión.

- Fallamos. Dijo Javi.

- Rendirnos nunca. Dijo DJ Carlos. Te subes en el próximo

vuelo con Isamar y vas y se la llevas a Carranza.

- Pero no tenemos plata. Dijo Javi derrotado.

- No hay nada que el silvestrismo no pueda lograr. Dijo Daniela. Batallón presenten sus carteras y monederos, esto

es una emergencia.

395

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron.

A las seis de la mañana del día siguiente, un nervioso Javi aguardaba el vuelo que los conduciría a él y a Isamar a Bogotá.

396

PEREZ CARRANZA

El avión se alzó en vuelo, alejándolo de la muchacha de olor a

chocolate, por más que la buscó, por más que todo un Batallón lo apoyó, no logró contactarla. Se sentía abatido, y algo cansado. Su

teléfono se había dañado y tampoco pudo despedirse de los silvestristas que tan amablemente habían hecho de todo por encontrar a la mujer de sus sueños. Él observó por la ventana del

avión, cómo las nubes se enrojecían en el atardecer, cómo moría el sol en la distancia, recordándole tiempos dolorosos. Se vio así

mismo caminando por carreteras, sin un peso en los bolsillos, sacando la mano a los vehículos, esperando que alguien pudiera ayudarlo a llegar a su destino. Una noche tiempo atrás, se sentía

emocionado de ir a un concierto de Silvestre Dangond, Jorge recordó cómo acostumbraba a seguir al artista de pueblo en

pueblo, de ciudad en ciudad para simplemente tomarle fotos. Hasta que un día cuando llevaba su bolso a hombro, alguien le dijo que llevaba abierto el morral, angustiado lo examinó y

constató que lo habían robado. La tristeza de perder su cámara era comparada a ese atardecer, en que no había encontrado a la

muchacha olor chocolate, se sentía abandonado por la suerte.

Pronto se iría al extranjero con Silvestre y los tiempos de seguirlo

de pueblo en pueblo y el olor de la muchacha de enormes ojos, quedaban en el pasado.

- Estoy enamorado de una quimera. Pensó. Julieta te he perdido para siempre.

397

ANA

Yaliana y Ana contemplaron en silencio aquel atardecer,

Taganga es un lugar mágico donde las penas duelen menos, donde las almas se alzan y sobrevuelan el mar. Las nubes vuelan

alegres al lado de las almas, y el mundo se siente distinto, entre la soledad y la presencia del creador del universo.

- Ana, debo confesarte que yo sabía que era Silvestre Dangond. Dijo Yaliana.

- ¿Sabias que era él? Dijo Ana con los ojos como platos.

- Toda Colombia reconoce ese rostro.

- ¿Y por qué fingiste no conocerlo?

- Porque él fingió no ser él, porque por un instante quiso ser Mathias y no me sentí quién para llevarle la contraria. Algo

que aprendes en la soledad es a respetar lo que quieren los demás. Ustedes por un instante jugaron a ser otras

personas y fueron felices, yo a veces juego a ser sola en la vida y eso me hace feliz.

- No puedo creer que no le hayas pedido una foto, o su autógrafo o que no hayas gritado al verlo.

- Ana, a veces la admiración se demuestra con un buen pescado frito, o nadando en el mar y jugar a ahogarse con

esa persona que idolatras. Yo no necesito fotos de Silvestre para quererlo, no necesito que sepa que lo admiro o que lo

amo con toda mi alma para que ese sentimiento sea real. He aprendido que el amor de un fan va más allá de fotos, saludos o gritos. Cuando vivía en el pueblo, todas las

mañanas colocaba en casa su música y mi vida era plena en ese entonces.

398

- ¿Yaliana qué ocurrió? ¿Por qué te alejaste tanto de la gente? ¿Por qué vives sola?

- Porque me enamoré. Dijo lanzando una piedrita a las olas cristalinas.

- No entiendo, puedes contarme no se lo diré a nadie.

- Hace algunos años me enamoré locamente de un hombre maravilloso, él intentó enamorarse de mí, de quererme y

amarme como yo lo amaba, fui muy feliz durante un tiempo. Un día sentado en el comedor de mi casa me confesó que me amaba, pero que amaba más a otra mujer

que a mí, que no la había olvidado, que no podía olvidarla y que lo nuestro no podía ser. Ese día sentí que el corazón se

me partió en dos pedazos. Durante una semana lloré como si alguien en la casa hubiera muerto, y me dolía ver a mis padres y hermanos preocupados de mis depresiones

amorosas, decidimos que yo necesitaba tiempo y espacio para asumir mis tristezas y los convencí de ayudarme a

reconstruir este escondite para poder superar mis pesares. Tiempo después dejé de ir a casa y mi familia dejó de venir, poco a poco me fui sintiendo mejor en la soledad del

mar, y la alegría regresó. Vendó pulseritas tejidas a los turistas en distintas playas y me gano la vida de una forma

más sencilla, a veces voy a casa y somos felices aunque nos veamos muy poco.

- Yaliana y el muchacho del que te enamoraste, lo has olvidado supongo.

- No Ana, pero aprendí a vivir con el amor que siento por él, es un hombre maravilloso, fue sincero al confesarme su

más profundo pesar. Yo no te niego que quisiera correr y buscarlo en el pueblo, pero el amor tiene que encontrarte,

no puedes perseguirlo e ir detrás de él, mendigando lo que no te puede entregar. Mi abuela decía que el amor era el sentimiento más rebelde de todos, como un caballo brioso,

que cuando le sueltan la rienda corre desbocado hasta el

399

confín del universo, y que solo el verdadero dueño del caballo podrá serenarlo. Solo el verdadero amor podrá

contener tus sentimientos, aceptarlos tal y como son, y solo él podrá tocarle el alma.

Ana fijó su mirada en el horizonte y un nombre vino a su mente, resplandeciente y único, ella conocía el dueño de su amor.

400

TAVO

En la reunión del domingo en el Club Silvestrista de

Barrancabermeja, Tavo sudaba frío, no tenía la menor idea de lo que debía hacer con el maletín lleno de dinero. Intentó decírselo a

Isa Monsalve antes de la reunión, pero no tuvo el coraje, ella siempre estaba llamándole la atención, evitando que se metiera en problemas, pero en esta ocasión el mal estaba hecho.

- Y ahora Tavo es el hombre del maletín. Dijo Carlos muerto de la risa.

- Déjelo que eso le da estilo. Dijo Pedro apunto de llorar por

las carcajadas.

- ¡Cállense carajo! Dijo Isa. Es que no podemos tener un día

de reunión en paz. Tavo saca ese horrible maletín de aquí.

- No puedo Isa.

- Es una orden. Insistió la muchacha.

- No puedo, miren lo que contiene. Dijo decidido a mostrar el dinero.

- ¡Por Dios! Robaste un banco. Gritó Carlos.

- No, yo no he robado nada. Recuerdan que un hombre me lo dejó la otra noche, en la heladería de la 60, nunca

regresó por él, así que me lo llevé a casa, y ahora no tengo idea de que hacer con esto.

- Dios sabrá en qué problema estas metido Tavo, cómo se te ocurre, aceptar algo de un extraño.

- Yo no acepté nada Isa, él lo dejó allí. Insistió irritado Tavo.

- Bueno, en virtud de que esta reunión solemne es por el Lanzamiento de Sigo Invicto de Silvestre, yo someto a

401

votación que nos vayamos al valle a darnos una buena vida con esa plata. Concluyó Carlos.

- Te volviste loco. Gritó Pedro al borde del colapso. Nos pueden matar, esto es un mal entendido, el dinero era para

alguien que no llegó a recogerlo, y Tavo con tan mala suerte, de que creyeron que él era el hombre que

buscaban. Esto puede ser cosa de la mafia.

Todos murmuraban, todos caminaban de un lado a otro,

angustiados por tanto dinero. Unos decían que deberían irse a concierto y olvidar el asunto, otros opinaban que había que publicar por la prensa lo de un maletín perdido a ver si aparecía el

dueño. Después de horas de discusión, alguien tocó a la puerta y los nervios aumentaron, no acostumbraban a que les tocaran la

puerta en días de reunión silvestrista. Un hombre alto vestido de negro como si estuviera de luto tocaba el timbre de la casa, una gruesa reja no le permitía entrar.

Al tercer llamado, Isa salió a ver de quién se trataba.

- Niña busco el maletín, se que está aquí, y se quién lo tiene, abre o no respondo. Necesito el maletín.

- Señor no se de qué me habla. Dijo Isa.

- Abre o se mueren todos. Necesito el maletín, se perfectamente quiénes son y qué hacen.

- Que le abra su madre, a mi no me amenazan en mi casa. Y diciendo esto corrió a la casa, donde aguardaban sus

amigos. Tavo, debes salir por la puerta de atrás, este tipo tiene pinta de ser un matón, debes huir mientras podemos

avisar a la policía, llévate ese maletín y huye. Nosotros daremos parte a la policía. No nos llames, ni nos escribas, escóndete mientras nuestros padres resuelven esto.

- ¿Y qué hago con el dinero? Preguntó Tavo.

El timbre volvió a sonar varias veces.

402

- Gasta solo lo que necesites, ni un centavo más, ese dinero hay que entregarlo a la policía. Vete de una vez, y por lo

que más quieras, cuídate.

Tavo sin más que el maletín en las manos, se fue a la Terminal,

su destino Valledupar, asustado y a la expectativa del problema en el que estaba metido.

403

EL CLUB DE LOS TIBURONES

Durante el viaje a Santa Marta, las lamentaciones de Walter

Quintero, estuvieron a la orden del día, melancólico evocaba una y otra vez las palabras entre él y Silvestre, estuvo inconsolable, ni

las ocurrencias de Víctor, pudieron sacarlo del guayabo moral que había decidido sufrir por no reconocer la voz de su ídolo Silvestre Dangond. Al anochecer estaban entre los samarios, la gente iba y

venía en la bahía de la ciudad. Los tres amigos esperaban a los silvestristas de Taganga quienes los apoyarían en su estancia en

la costa colombiana.

Mathias al ver las aguas del mar, pensó en ella, pero sin decir su

nombre, había decidido que si deseaba olvidarla, no debía repetir una y otra vez el nombre de la mujer que amaba. Desde entonces en su mente solo la palabra “ella” era un tormento con el cual se

había acostumbrado a lidiar como quien intenta tocar su piel y borrar una cicatriz profunda.

A las ocho de la noche se vieron rodeados por una multitud de personas, todos hablaban tan rápido que solo podían sonreír y

corresponder el cariño con el que fueron recibidos. No solo se hicieron presentes los silvestristas de Taganga, estaba además el

club silvestrista de Santa Marta y el Batallón Samario, aproximadamente fueron más de 50 abrazos. Luego de hacerlos pronunciar el juramento silvestrista, fueron fotografiados como

celebridades, y muchas de las silvestristas se veían atraídas por Mathias, solícitas, amables y cariñosas.

Walter ante tantas mujeres olvidó el incidente con Silvestre, y se entregó a la dicha de ser famoso. Víctor un poco más serio

intentaba atender a todos los presentes y asegurarse de que se les brindara estadía por algunos días. La alegría de un encuentro

ocasional, donde tres silvestristas visitaron una ciudad, se convirtió en un hecho tan importante que todos portaron sus estandartes, con el orgullo propio de un fan, y con el cariño

sincero de un hermano.

404

- Me gusta su Bandera. Dijo Mathias. Al contemplara dos enormes tiburones en una tela roja.

- Es el logo del Club de Taganga. Contestó un muchacho. EL CLUB DE LOS TIBURONES, así nos conocen. Mi nombre

es Ángel, pero en el silvestrismo me conocen como Angelito.

- Yo soy Mathias, y por nada del mundo te diré Angelito. Los muchachos rieron y conversaron, mientras los demás

silvestristas continuaban en una incesante sesión fotográfica con Walter y Víctor.

- Ustedes son los silvestristas amigos de Walter. Dijo Mathias.

- Sí, los muchachos se quedaran en el cuartel general del club en Taganga y tú te instalarás en mi casa. Vivimos al

borde de la playa, mi madre tiene el mejor lugar de comidas en toda Taganga y está encantada de recibirte en

la casa. Tenemos planeado llevarlos a la Montaña del Sol, Playa Grande y de ser posible a Playa Cristal. Las muchachas del club están muy contentas por su visita.

- Ideas de Walter. Dijo sonriendo. Una de las mejores que ha

tenido últimamente.

A las doce de la noche Mathias se sentaba en la playa de

Taganga, por fin había logrado estar un momento a solas, y cuando las olas del mar rozaron sus pies descalzos, “ella”, lo desarmó de nuevo.

405

ANA “Los seres humanos, nacidos definitivamente de las estrellas” Pensó Ana, sentada en la arena de la playa. Yaliana dormía

serena en la casita de madera, entre tanto Ana con la lamparita de gasoil contemplaba las estrellas en el firmamento. “Cosmos”

Así decía Carl Sagan, cuando yo era niña. Murmuró. Quisiera tener la certeza que el polvo de la estrella de la cual está hecho Mathias, es una estrella azul. Papá decía que las estrellas azules

eran cálidas y jóvenes. Quisiera creer que Silvestre proviene de una estrella azul y que al igual que Mathias tienen mucho por

brillar en esta vida. Papá decía que existían estrellas amarillas, rojas, blancas e incluso negras en el universo, pero que las negras estaban al borde de la muerte. Quisiera sentirme una

estrella azul papá. Dijo Ana, y una lágrima rodó por su rostro. Nunca me dijo de qué polvo provenía su alma, pero al ver las

estrellas es como si estuviera en todas.

- ¡Te extraño tanto! Exclamó al viento. Y vino a su mente

una mañana en la que jugaba con arena al borde de un mar de aguas marrones, su padre la observaba jugar,

atento de que no fuera a meterse al mar, ya que las olas eran enormes ese día. Ella lo miraba como si fuera un gigante que la protegía de cualquier peligro. No se dijeron

palabra alguna, ella sabía leerle los pensamientos con solo ver su mirada. Su rostro siempre franco y sencillo,

expresaba la aprobación de sus actos. Cuando su padre le hablaba, le comentaba solo sobre las estrellas, los planetas y el cosmos. Mi padre siempre estaba pendiente del cielo,

ahora no esta y pienso que es allí a donde se ha ido. Susurró al viento.

Ana sintió una sensación extraña en la piel, no eran las heridas, era el presentimiento de que algo estaba por pasar. Ella ya había

decidido regresar a Venezuela, hacer frente a su situación con Mathias y terminar la relación en los mejores términos posibles.

Si tenía que pedir perdón por ser tan inmadura, estaba dispuesta

406

a pedirlo, pero la decisión era irrevocable, Mathias era su alma gemela, pero ella no sabía ser feliz con él, y no tenía otra opción

que seguir adelante. “Los finales nunca son felices” Pensó la muchacha tomando arena en sus manos. “Nuestro final no es feliz Mathias”. Ana quería un mundo donde la felicidad no dependiera

de una pareja, y para lograrlo tenía que aprender a vivir sin compañía, encontrar en la soledad las herramientas para

controlar sus sentimientos, estaba cansada de que el corazón la arrastrara por la vida, cuando era la razón la que debía guiar cada uno de sus pasos.

- Quiero creer que somos estrellas azules, cálidas y jóvenes

y que nuestras vidas tienen sentido. Que la felicidad se consigue por instantes, pero que esos momentos son suficientes para vivir cien años. Que una canción en la voz

de Silvestre, pueda hacerme vivir lo que siento por él, lo que siento por mí. Estoy decidida a quedarme con los

recuerdos que tengo de haber amado a Mathias, de haber amado a Silvestre, me quedo con mis dos sentimientos, nadie podrá tocarlos jamás. Me quedo con la luz de mis dos

estrellas azules.

407

LA LIBÉLULA ROJA

Esa mañana a primera hora, Mathias salió a caminar por

Taganga, los tiburones silvestristas habían parrandeado con los gusanos Víctor y Walter hasta entrada la madrugada. Él se había

retirado a dormir temprano, para encontrar un poco de paz en el sueño. Todos los silvestristas dormían a aquella hora en el cuartel general, donde se había decidido celebrar la llegada de los tres

gusanos silvestristas, y Mathias en lugar de irse a casa de Angelito, encontró una habitación oscura donde descansar el

alma.

En su andar por los alrededores de Taganga, encontró en su

camino una pequeña montaña, y decidió subirla para contemplar el mar. Al llegar a cierta altura vio una división con el cartel “Serranía de las serpientes” optando por tomar la senda que llevaba

a la playa, pero en ese instante, una brillante libélula roja llamó

su atención, ésta sobrevoló el letrero posándose en una esquina de madera. Mathias quiso atraparla, pero se le soltó de los dedos,

la siguió por la senda que subía la montaña y se olvidó del playón. Cuando los rayos de luz tocaron sus alas, el brillo que emitió la libélula, fue tan intensa que tuvo que cerrar los ojos.

Continuó siguiendo a aquella ninfa transformada del color rojo como el silvestrismo, y esta lo llevó hasta la cima de la montaña.

La libélula descansó en el hombro de una joven que en ese instante contemplaba el amanecer.

- ¡Es ella! Pensó Mathias. ¡Por Dios es ella!

Unos ojos negros, enormes y amables se posaron en él.

Mathias pensó en reclamarle todo lo que había sufrido por su abandono, no quería perdonarla por dejarlo sin una explicación, ella le había fallado. Pero al ver las heridas, y moretones de la

joven que vestida como si fuera una pescadora, su corazón lo empujó a abrazarla como nunca lo había hecho.

408

- ¿Ana estas bien? ¿Qué te ocurrió? Por Dios me tenías preocupado, qué tienes en la pierna, debiste haberme

llamado. Dijo el muchacho sin respirar.

- Mathias. Dijo Ana. ¿Cómo me has encontrado?

- Una libélula roja, la seguí hasta aquí, no se por qué

- No la he visto.

- Estaba en tu hombro. Dijo Mathias tocando su delicada piel.

- No la vi. Dijo Ana pensando en Julia y Kennel. Estas heridas son por una caída que tuve, pero ya estoy bien.

Ella quiso decirle todo lo que había decidido, Ana sintió que en su alma algo se retorcía, su mente y su corazón estaban en guerra.

Al igual que como ocurría con su padre, Ana podía leer el alma en los ojos de Mathias, en los cuales solo había amor, no tenía

resentimiento alguno, y entendía que ella hubiera huido. Las palabras no hicieron falta. Ninguno de los dos dijo nada, y como

empujados por una fuerza invisible, se besaron, siendo testigo de su encuentro, el amanecer.

“No hay nada que el silvestrismo no pueda curar” Pensó Ana, sintiendo que la depresión ya no existía.

409

WALTER QUINTERO

Walter despertó esa mañana con un terrible dolor de cabeza, el

exceso de alcohol de la noche anterior, entre la euforia de estar en la costa y el encuentro con tantos silvestristas le hizo una

mala jugada, sentía que su cerebro explotaría de un momento a otro. La casa amaneció patas arriba, en cada rincón de la casa alguien dormitaba en un sofá o en una colchoneta, por más café

que tomó, por más que duró bañándose durante todo el tiempo que quiso, en su cabeza se mantenía un malestar de espanto.

- ¡No tomo más! Lo juro por mi honor que no tomo más. Dijo al ver a Víctor fresco como una lechuga.

- Deja la pendejada compadre que ahora es que vas a tomar. Acaban de escribir de Valledupar, está confirmado

tenemos lanzamiento en noviembre.

- ¿Cómo? ¿Qué? ¿Cuándo? Dios me va explotar el cráneo.

- 28 de noviembre Lanzamiento de Sigo Invicto, mi

compadre tómese una pastilla y ayúdeme a despertar a todo el mundo en esta casa, hay mucho por planificar.

- Dios mío y nosotros sin plata. Dijo Walter. ¿Dónde está Mathias? No lo he visto en ninguna cama.

- Creo que salió temprano, debe andar por la playa. PARESE TODO EL MUNDO TENEMOS LANZAMIENTO DE SILVESTRE.

Gritó Víctor.

- ¡Por Dios no grites! Suplicó Walter sujetando los dos extremos del cráneo ¡Ay mi cabeza!

Los silvestristas se despertaron al sonido de la palabra Lanzamiento, unos aplaudieron, otros brincaron, pero la gran

mayoría gritó, y el pobre Walter sollozó del dolor. “Por mi madre que no tomo más.”

410

YALIANA

Yaliana ayudó a Ana a cambiarse la venda de la pierna, mientras

Mathias esperaba afuera de la casa de madera. Ella sabía que tarde o temprano Ana debía regresar a la vida normal que tenía

antes de caer por la montaña, pero se había encariñado tanto, que el corazón se le antojaba diminuto en ese instante. Quiso pedirle que se quedara un poco más, pero no se atrevió, además

tenía días sin salir a vender pulseritas y el dinero escaseaba. La herida de la pierna había cicatrizado bien y los moretones tenían

mejor aspecto, Ana había mejorado mucho desde la llegada de Silvestre a Taganga.

- Ven conmigo Yaliana. Dijo Ana, Mirando con ternura a su amiga.

- No puedo Ana, debo trabajar.

- Por favor, yo me encargaré de tus gastos, como tú te has encargado de mí este tiempo.

Yaliana quería acompañarla, pero la privacidad que había conquistado no podía arriesgarla, necesitaba del amanecer y de

cada atardecer en el playón, precisaba del susurro de las olas por las noches.

- No puedo, no insistas.

- Está bien, pero no creas que te desharás de mí tan

fácilmente, volveré a visitarte.

- Más te vale Ana, más te vale. Y diciendo esto Yaliana abrazó a la amiga silvestrista que adoraba y las lágrimas fueron inevitables.

- Vete ya, Mathias te espera, y por favor no vuelvas a

abandonarlo que es tan hermoso que cualquiera podría quitártelo. Se feliz Ana.

411

Cuando Ana y Mathias se marcharon tomados de la mano, Yaliana los vio subir por la pendiente hacia la serranía de las serpientes, y

sintió una profunda tristeza. El viento azotó los largos cabellos de Ana, y en ese instante, ella se detuvo, volvió la vista hacia atrás y gritó.

¡NO HAY NADA QUE EL SILVESTRISMO NO PUEDA CURAR! Agitando

sus manos diciendo adiós.

Estas palabras se clavaron en el corazón solitario de Yaliana, y

durante días los ojos y la sonrisa de Silvestre, fueron la compañía más grande que haya sentido dentro de la casita de madera.

412

LA BALLENA AZUL

Cuando Ana entró en el hotel por sus cosas, con la intención de

cancelar la deuda que había generado al no regresar desde su caída de la montaña del sol, se encontró con la sorpresa de que

se había alertado a las autoridades de su desaparición, así que tuvo que asistir con el gerente del hotel a la comisaría a rendir declaraciones sobre su ausencia.

- Usted no debe nada señorita, nosotros recogimos sus cosas a la semana de no haber regresado y la dimos por muerta.

- Lamento mucho no haber enviado noticias de mi paradero,

pero como entenderá la caída fue muy fuerte y lo único que deseaba era descansar. Quisiera una habitación matrimonial para quedarme unos días con mi novio en su

hotel.

- Después de aclarar este asunto en la comisaría, arreglaremos su hospedaje señorita, no se preocupe, en verdad me alegro que haya Usted regresado sana y salva,

es la primera vez que se nos desaparece un cliente.

Durante algo más de una hora le tomaron la declaración a Ana y se retiró la denuncia de su desaparición, dejándose constancia del accidente y las condiciones que le habían impedido avisar al

hotel, solo que Ana mintió sobre el lugar donde había estado, dijo haber sido atendida por los lugareños de playa grande, para no

tener que delatar el hogar apartado del mundo, en el que vivía Yaliana.

Mathias permaneció en silencio durante el trayecto de regreso al hotel, como si estuviera tomando una decisión fundamental en su

vida. Algo estaba por cambiar, Ana podía presentirlo, pero no se atrevió a articular pregunta alguna.

413

MATHIAS

Al llegar al hotel, Mathias rechazó la idea de hospedarse en La

Ballena Azul, se sentía sereno al saber que ella estaba bien, pero deseaba pensar las cosas, y analizar qué ocurriría con sus vidas,

todo lo sucedido debía cambiar las condiciones de vida que habían llevado hasta el momento. “Debo hacerlo” se decía a cada instante. Ana comprendió que algo pasaba y lo observaba con sus

ojos enormes esperando que él anunciara la decisión que correspondía al caso, pero Mathias quería volver con sus amigos y

estar sin ella. La ayudó a desempacar la ropa, después que Ana se bañara y cambiara de ropa, la acostó y arropó en la amplia cama de sábanas blancas. “Descansa” fue todo lo que le dijo,

dándole un beso en la frente. Y esperó que ella se quedara dormida. La contempló, sintiéndose enamorado de sus mejillas

pálidas, de sus gruesas cejas negras, de sus largas pestañas. Los rasguños que aún no desaparecían de su rostro, no mermaban la belleza de la mujer que amaba. “Debo hacerlo” murmuró.

El olor de la piel de Ana, sus cabellos negros azabache, sus labios

carnosos, lo mantenían aturdido. Quiso besarla, quiso atraparla como a la libélula roja que lo llevó hasta ella. “Me siento solo si no estas conmigo.” Pensó viéndola dormir. Mathias estaba

agradecido con las locuras de Walter, Víctor y Pichicho, ellos habían hecho que la ausencia de Ana fuera menos dolorosa, y

podía por fin comprender la insistencia de Ana por estar cerca de los silvestristas, ellos llenaban lugares del corazón que solo pueden llenar los amigos más sinceros del universo, esos que sin

martirizarte haciendo preguntas, te llevan a una finca donde crees ver brujas y fantasmas, te acompañan en un calabozo

cuando alteras el orden público. Solo los silvestristas pueden animarte para sigas adelante porque la vida es seguir sonriendo para los demás. “Debo hacerlo” Dijo levantándose de la silla al

lado de la cama de su bella durmiente, y se alejó a pasos silentes de la mujer que amaba.

414

EL POTE

En la mesa de los Tiburones de Taganga, Víctor trazaba las

coordenadas de sus ideas. “Los planes han cambiado” decía. Debían contratar un autobús que los llevara a todos de inmediato

a Valledupar, estaban a menos de un mes del concierto de Sigo Invicto parte I, la noticia había llegado de forma repentina y todos revisaban sus alcancías, otros llamaban a otros

silvestristas, habían estado tan absortos en sus cosas que no se habían enterado de la gran noticia. Necesitaban reunir todo el

dinero posible. Mathias había llegado al umbral de la casa y todos lo recibieron con la buena noticia, él al igual que todos estaba en banca rota y planteó que debían trabajar durante todo el mes

para poder conseguir los recursos necesarios, con la aprobación de Víctor se cancelaron los viajes a las playas, se prohibió

comprar una gota de alcohol a lo cual ni Walter Quintero puso objeción. Angelito aseguró que podía conseguirles empleo a los que no lo tuvieran, y que con las propinas de los gringos, pronto

reunirían lo necesario para ir. Mathias no hizo comentario alguno sobre Ana, quería concentrarse en el lanzamiento y colaborarle a

los silvestristas con sus habilidades de Barman, así que él fue el primero en conseguir un buen empleo en un Bar de Taganga donde la fama de los tragos silvestristas se vio renacer de nuevo.

Por las noches Ana se acercaba al Bar como en los tiempos en que se conocieron; y conversaban en los ratos libres de Mathias.

Víctor y Walter ayudaban en el restauran de la mamá de Angelito, y los tiburones del club de Taganga se redistribuyeron diferentes actividades. Por las noches, lo que cada silvestrista ganaba, lo

dejaba en “el pote”, una enorme botella de vidrio que mantenían las muchachas del club bajo resguardo en el cuartel. Ana visitaba

frecuentemente a Yaliana y ambas solían caminar hasta playa grande, siempre le insistía que deberían ir al lanzamiento, que entre todos los silvestristas se estaba haciendo un pote o ahorro,

que sería utilizado para todos según le había contado Mathias, pero Yaliana no accedía a ir a un concierto de mas de 33.000

almas, eso era pedir demasiado a su alma.

415

PALITO, TOMATE Y GOYITO

El día de la rifa llegó, y el club de “La Matraca Silvestrista de

Turbaco” estaba bajo la sombra de la tristeza, todos habían tomado un inmenso cariño a Palito, Tomate y Goyito, eran como

parte de la familia, pero todos los números habían sido vendidos, debían cumplirle a la gente del pueblo. Gloris anunció el número ganador esa tarde, “618” y una dulce viejecita había levantado su

boleta de victoria, era el único número que había comprado y estaba dichosa de llevarse a los marranitos a su casa. Todos en el

pueblo querían ganar, pero cuando vieron que Doña María se los había ganado, nadie refutó el resultado, era una ancianita muy solitaria a quien todos tenían mucho cariño. Para sorpresa del

club, la anciana deseaba conservarlos con vida, para que le hicieran compañía, no era su intención hacerlos chicharrón, lo

cual fue un alivio para todos. Con el dinero de la rifa a mano, más todos los aportes individuales de cada miembro del club, estaban listos para ir al lanzamiento de Silvestre.

- Nos iremos una semana antes. Anunció Gloris a los

sonrientes silvestristas, necesitamos comprar las camisas originales de Silve para cada uno, con sus respectivas gorras, las entradas VIP, y organizar los pormenores de la

caravana, pancartas del club, e incluso el abastecimiento de comida e hidratación.

Todos los silvestristas no hacían más que gritar consignas de alegría, sonreían bailaban, todo en la casa silvestrista era un

jolgorio por el momento que estaban por vivir.

¡LA MATRACA SE VA A SENTIR EN VALLEDUPAR! Gritaron todos.

416

ASPRILLA

Eran las once y treinta de la noche cuando unos disparos lo

despertaron, las detonaciones fueron tan seguidas que pensó lo

peor. En el autobús en el que se encontraba, ninguno de sus compañeros manifestó preocupación por aquellos disparos.

- ¡Eso que suena son tiros! Dijo en voz alta.

- Déjate de pendejadas negro, eso son cohetes. Contestó

alguien dentro del vehículo.

- Te digo que son disparos, allá afuera pasa algo.

Y diciendo esto el hombre se bajó del autobús con precaución y

se acercó a dos personas que aparentaban ser los muchachos de seguridad del evento.

- Ve hombre ¿Qué esta pasando? ¿Están disparando?

- Son perdigones señor. Contestó asustado el más bajito de los dos guardianes de seguridad.

- ¿Quién los dispara, no entiendo, eso es dentro del estadio?

- No señor eso es afuera, es que la gente en Maturín es algo difícil, y están intentando meterse, la Guardia está

disparando al aire.

Y en ese mismo instante el hombre miró hacia arriba y se cubrió

la cabeza con las manos, como si en cualquier momento pudiera caerle un perdigón.

- Una bala perdida jode, en serio lo jode a uno.

Los dos hombres de seguridad, observaron a su alrededor y temieron que una bala perdida los alcanzara también a ellos.

417

- HOY NO TOCAMOS, ESTAN DISPARANDO ALLA ADENTRO. Dijo todo alarmado el hombre de piel tostada y voz

profunda.

- ¿Qué pasa Asprilla? Preguntó Martín.

- Que una bala perdida lo jode a uno.

- ¿De qué hablas negro? Insistió Martín.

- La guardia esta disparando al aire perdigones, la gente se metió al estadio. Yo sin chaleco antibalas no salgo.

Las carcajadas dentro del bus fueron estruendosas, todos se reían de la forma en que Asprilla decía las cosas, moviendo insistentemente las manos y con los ojos bien abiertos.

- Negro ya no se escuchan disparos y el pueblo espera por

nosotros, hoy tocamos porque tocamos. Dijo Martín.

- Virgen del Carmen una bala perdida jode a uno. Dijo

Asprilla caminando de un lado para el otro dentro del bus.

Cuando llegó el momento en que todos debían bajar, la

agrupación alegremente se dirigió a la tarima del evento, y al entrar en la Monumental de Maturín, la aclamación del publico no

se hizo esperar, era un hervidero de gente, todos estaban allí para ellos, para escucharlos tocar de la forma en que lo hacían,

con la entrega total que solo los mejores músicos pueden entregar. Asprilla insistía en observar el aire, por si alguna bala perdida insistía en encontrarlo.

- Voy a pedir chaleco antibalas, una bala jode a uno, no es que me asuste un tiro, pero el hombre precavido llega a los 100 años.

Pensó Asprilla. Y al sentir que solo había sido un susto, se echó a reír solo, como siempre solía hacer, al darse cuenta de que

estaba exagerando.

418

VENEZUELA

A lo largo de los años, los sueños se acumulan en un rincón del

alma, y a veces prefieres no removerlos por miedo de que te

causen la misma sensación de desasosiego que en noches anteriores. Hay quienes escriben en un papelito un determinado sueño, con la intención de no volverlo a ver, pero que siempre

aparece por los rincones de la casa y te recuerdan que tenías un sueño. Silvestre esa mañana encontró una pequeña nota entre

sus cosas de viaje, “Conquistarlos a todos.” Al leerlo su rostro se iluminó con una gran sonrisa, la noche anterior había sido todo un excito en Puerto La Cruz, antes de enfrentarse al lanzamiento de

SIGO INVICTO, tenía una gira por toda Venezuela, en ciudades en que tiempo atrás, sentía que tenía que conquistar. Al recoger sus

cosas en el hotel, sintió la necesidad de vestir de rojo, así que se colocó una sudadera o pantalón y chaqueta deportiva roja. “Soy el que soy” Pensó, doblando nuevamente su sueño. Sería

trasladado de Puerto La Cruz a Maturín, dos ciudades cercanas, pero muy distintas. Su mente trajo en el viaje los recuerdos más

distantes de su vida de cantante, pensó en los rostros de sus fan, siempre pensaba en ellos. Pensó en Ana y sus ojos negros, en sus amigos, su familia, su pueblo, los recuerdos se amontonaron y se

sintió pleno. “Conquistar corazones no es sencillo” pensó. “Mis sueños jamás han sido pequeños.” De camino a la ciudad a la que

se presentaría esa noche, sus amigos y compañeros charlaban alegres comentando el triunfo del concierto anterior, él solo pensaba en las sonrisas de quienes bailaban eufóricos sus

canciones. Descansó hasta las 11:00 de la noche en su habitación presidencial, para prepararse para la función, nuevamente se

sentía ansioso de ver los rostros de los venezolanos que asistirían a su encuentro. A la 1:00 de la mañana, entró custodiado a la monumental de Maturín, allí los silvestristas gritaban su nombre,

y él les entregó el alma. “Conquistarlos a todos” Pensó; y las luces y el acordeón enardecieron a la multitud. Silvestre al cantar

la segunda canción de su repertorio, observó cerca de la tarima a

419

varios silvestristas venezolanos vestidos de rojo, entre ellos, una muchacha que sostenía una bandera roja, aquel simple acto le

llegó al corazón. “Ustedes me conquistaron a mí” Pensó. Y le pidió en ese instante la bandera roja a la fan, que gritaba enloquecida porque él la había visto. Pero algo ocurrió, en su pecho se

amontonaron los sentimientos, la alegría de los venezolanos, sus sueños realizados, su silvestrismo del alma, y no pudo decir lo

que quería decir, simplemente no pudo. Los silvestristas gritaban su nombre, le decían: “Te queremos” “Te amamos”, miró a la silvestrista de la bandera y solo pudo decirle “Gracias” y con el

corazón le envió en el aire dos enormes besos.

420

El ídolo y la fan, entre ellos no hacía falta palabras, sentían lo mismo.

Venezuela ha sido conquistada por el silvestrismo de Silvestre Dangond; y Maturín bailó al son de las canciones de un muchacho

que desde siempre soñó con poder cantarles de aquella forma, hasta más no poder. Les dejó el corazón en cada canción y el

pueblo le entregó el suyo. “Para el pobre, la única forma de ser feliz, es vivir borracho” Dijo Silvestre, y la Monumental de Maturín se vino abajo en aplausos. Porque en los momentos difíciles a

veces se necesitan palabras como aquellas. “¡Venezuela te amo! y te amaré por siempre”. Pensó.

¡ESE ES MI SILVESTRISMO DEL ALMA! Gritó con dos lágrimas en los ojos al despedirse de aquel cálido pueblo, su pueblo

venezolano.

421

EL CANTANTE DEL PUEBLO

Silvestre se asomó por la ventana del hotel, y observó cómo la

gente ya estaba haciendo fila desde temprano, para entrar al

último concierto de la Novena Batalla en Venezuela, los silvestristas de aquella ciudad eran numerosos, pero sería un concierto mucho más concurrido debido a que existían pueblitos

cercanos, y la gente de pueblo, eran fieles a su música.

Intentó comer algo, se sentía agotado por la intensa gira en

Venezuela, ni siquiera el baño de agua caliente en la lujosa regadera logró espantarle el cansancio. Intentó dormir por

algunas horas y sus sueños fueron peor que estar despierto. Al despertar no recordó lo que había soñado, pero estaba casi seguro de haber hablado dormido e incluso de haberse reído.

- Este cansancio me carga loco. Murmuró al verse al

espejo. Se me nota, pero es inigualable a la ansiedad que siento.

Silvestre estaba a pocos días del Lanzamiento del la nueva producción musical de SIGO INVICTO, y siempre le angustiaban

los detalles de sus presentaciones, sentía que no podía descansar hasta que todo estuviera en orden.

- “Ella estará allí”. Pensó él. “Si Ana, sé que vas a estar conmigo”. Pensar en la fan de cabellos negros, era algo

que le ocurría continuamente, era una forma de librar su cansancio e incluso buscar versos nuevos para sus canciones. “Ella tiene que estar allí”. Recordó la libélula

roja que lo llevó hasta ella, el brillo de ese insecto al atardecer era algo más que un recuerdo, era un símbolo

de unión, entre su alma y su fan.

422

A la una de la madrugada el personal de seguridad aguardaba por el ídolo, el bullicio del pueblo era inconfundible, y todos

aguardaban su presencia.

- ¡PUNTO FIJO! Exclamó Silvestre, y los silvestristas venezolanos

gritaron, felices de vivir la novena batalla.

Observando el público entre canción y canción, llamó su atención

una joven con una gorra tricolor, ella se le parecía a Ana, y no pudo evitar sonreírle, “Te pareces a mi Ana” pensó. Y la fan no

dejaba de gritar y bailar. El concierto fue muy emotivo, todos clamaban su atención y él entregó la piel y el corazón, porque él ya no se pertenecía así mismo, le pertenecía al pueblo.

Comenzó a cantar la canción “El Dilema” mirando fijamente a los

ojos de la muchacha entre el público y se golpeó el pecho con el micrófono y dijo: “solo con pensarla vuela mi conciencia hasta un mundo donde es mía, tan mía, solo mía”, le era inevitable ver en

cada silvestrista a la Ana de la libélula “Pa mí, solo, pa mí”. Fue un concierto dedicado a una muchacha que no conocía, pero que

al solo vestir de rojo y al corear cada una de sus canciones, era suficiente para conocerle el alma entera.

Cuando cantó “La Gringa” una mujer subió como pudo su hijito a la tarima, Silvestre tomó el niño, y cuál sería la sorpresa para

todos, que siendo apenas un bebé, bailaba moviendo las manitos como si tocara un acordeón, el público se estremeció cuando en medio de la emoción, Silvestre le preguntó “Eres Silvestrista” su

respuesta fue un “Si” inocente y sincero, Silvestre lo cargó y bailó dando vueltas al bebe en el escenario, su corazón se sintió pleno

al ver que la música que tanto amaba y defendía le llegaba en el corazón hasta a los más pequeñitos de la casa. “Soy el cantante del pueblo”, pensó al decirle adiós a Punto Fijo. Y el pueblo lo

despidió como solo puede hacerlo, con la ovación más grande que pudo dar.

423

“¡Venezuela te amo! y te amaré por siempre”. Pensó.

424

LOS CÓMPLICES

Existen travesías en nuestras vidas que necesitan de un

cómplice, esa persona que no solo te cubre las espaldas, sino que

además te alienta a no rendirte jamás. El silvestrismo individual es mucho más complicado y solitario de vivir, que el silvestrismo mancomunado, he allí la razón de ser de los Clubes silvestristas,

todos necesitamos una mano amiga que nos ampare en los momentos de más necesidad, bien en el auxilio económico, bien

en una palabra de aliento, que te haga perseguir cada uno de tus sueños. Para ir a un lanzamiento de Silvestre Dangond en Valledupar es vital ese cómplice y amigo que hace acto de

presencia, te toma de la mano y corre a tu lado, cuando ya no tienes aliento para continuar. En el parque de la Leyenda

Vallenata, no solo van silvestristas de todas partes del mundo, sino que el alma de nuestro mejor amigo, allí está siempre presente.

No existe un dolor que te haga dormir tan temprano, que el que

te produce la certeza de que no estarás en Valledupar para el lanzamiento; y de pronto, tu cómplice te escribe, te llama, te envía una nota de voz o incluso se presenta en tu casa y dice

“Vamos que sí se puede.”

Armando Paz Céspedes, es un silvestrista que vive en Maicao,

zona fronteriza entre Venezuela y Colombia, donde se prepara el mejor chivo asado que puedas probar en tu vida. Armando no

pudo ir al lanzamiento y su aflicción se podía escuchar por las noches, pero esto no fue un impedimento para ayudar a los

silvestristas que iban desde Venezuela, a Colombia. Servicial, atento e incólume, como si tuviera la misión sacrosanta de auxiliar al silvestrista desamparado en frontera. Todo silvestrista

debería tener un cómplice de locuras, toda locura debería estar apadrinada por alguien más loco que tú. ¿Has sido partícipe de

una locura silvestrista? ¿Has vivido la intensidad de la verdadera

425

amistad? ¿Alguna vez lloraste porque tu mejor amigo ha cumplido sus sueños? Es posible que el silvestrismo necesite más

cómplices, que a partir de este momento, de este mismo instante, seas tú el que realice los sueños de otros, como suele hacerlo Jorge Pérez Carranza, quien siempre se mantiene en el

silencio, pero que todo lo observa, todo lo ve, y es el mayor cómplice de todos.

426

“…Jorge Pérez Carranza, quien siempre se mantiene en el silencio, pero que todo lo observa, todo lo ve, y es el mayor cómplice de todos”.

427

LOS GRADUADOS

Mauricio es un silvestrista de Bogotá, capital de Colombia mejor

conocida como “La nevera”, por el frío que se vive en los huesos

tan pronto pones un pie, en la ciudad que vio al joven Gabo taciturno, caminando por sus calles con las manos en los bolsillos, porque debes saber que Gabriel García Márquez, añoraba la

costa, el sol y el olor de la tierra que lo vio nacer, cuando precisamente estaba en tierra fría; las mismas calles que ahora

caminaba intranquilo Mauricio. “Mañana es el lanzamiento” susurró mientras cruzaba la calle rumbo a su casa, “Mañana es mi graduación”. Para un adolescente el acto de grado es una

bandera de libertad, es saberse a la puerta de una universidad, cerrando el ciclo de los mejores años de su vida. Jamás se

vuelven a tener amigos como los del colegio; y Mauricio se sentía indeciso entre el silvestrismo y el acto de grado. Todo estaba preparado para recibir el título de Bachiller, pero el hecho de no

estar en el valle el 28 de noviembre, le era impensable.

Sopesó detenidamente sus sentimientos, recordando los mejores momentos de su vida al lado de sus amigos, padeciendo siempre en los exámenes de matemáticas. Pensó en la primera vez que

vio a su hermosa profesora de castellano, todo le resultaba tan exquisito, que era imposible no asistir y recibir un beso de los

labios de la hermosa mujer que le había enseñado la grandeza del realismo mágico. Mauricio quería ser escritor, y era previsible que el acto de grado le fuera anhelado. “Mis silvestritas” pensó,

recordando con especial cariño, la forma en que se debe correr desde las puertas del parque de la Leyenda Vallenata, hasta la

entrada a la zona de arena pegada a la tarima del evento.

Evocó las sonrisas de silvestristas de todas partes de Colombia y

su corazón no pudo más. Al llegar a casa escribió una nota a sus padres: “Si quiero ser escritor necesito vivir, perdóname mamá,

428

me fui por mis sueños. Los ama Mauricio. Posdata: me fui al único lugar donde debe estar un silvestrista mañana.”

Cuando Mauricio abordó el autobús, se sintió feliz de creer en sus decisiones, convencido de que la vida era ahora y de que su alma

se graduaría por él, ya que su espíritu permanecería en los salones de clases, donde conoció a Gabo.

“No hay nada que un silvestrista no pueda elegir, siempre habrán dos respuestas: si/no” pensó.

429

CARA O SELLO

Una moneda de mil pesos voló por los aires, la luz del sol la hizo

brillar por un instante, antes de volver a las manos de su dueño,

la respuesta fue “CARA”, Pichicho se había acostumbrado a tomar decisiones con aquella moneda, la que el anciano del café nombrara como “de buena suerte”. CARA significaba sí y SELLO,

su opuesto no. Durante noches sopesó dejar su empleo de cocinero, enviar todo el dinero reunido a casa e irse sin más que

el pasaje a Valledupar, al lanzamiento de Sigo Invicto de su ídolo, la respuesta de la suerte fue “CARA.” Esa tarde renunció a su empleo, envió dinero a casa y se fue a empacar, con un poco de

suerte encontraría empleo en la tierra que más deseaba conocer y mientras realizaba su sueño, sería un buen hombre de familia,

ahorrando hasta el último peso.

Todas sus cosas entraron en una pequeña maleta y su bolso de

viaje, solo tenía un par de zapatos, poco menos de sesenta mil pesos, su moneda de la suerte, la gorra tricolor venezolana, y el

corazón ilusionado por llegar al valle del cacique Upar. Para el lanzamiento apenas si faltaba una semana, así que con dos fuertes golpes en el pecho, invocando a su silvestrismo del alma,

cerró la puerta del diminuto dormitorio, entregó las llaves a su rentero, le dio un beso en la frente a Doña Pau al pasar por su

casita; y se arrojó a la calles de Bucaramanga rumbo a la Sirena Dorada, la cual según dicen, se baña en el Guatapurí en las tardes del jueves santo.

430

NINI

Nini y Guillermo pasaron días llenos de felicidad, la oscuridad

que había atrapado a la joven no impedía que pudieran amarse.

Luego de algunas negativas y objeciones por parte de los familiares de Nini, el muchacho logró llevársela a Valledupar para el lanzamiento. Ella secretamente albergaba en su corazón la

esperanza del sueño que tuvo con Silvestre “Antes de ver, te veré” así que cuando Guillermo dijo que la llevaría al lanzamiento,

ella estuvo convencida de que su sueño sería realidad.

Llegaron al valle unos días antes del magno evento, el muchacho

gastó todo cuanto tenía para comprar camisas, gorras y las entradas respectivas para el concierto. Por las tardes salían a caminar por las calles a la sombra de los múltiples árboles, y Nini

solía decir “Aquí los pájaros saben cantar de verdad”. Gracias a una tía de Guillermo, que los recibió como si fueran sus hijos, no

les hizo falta nada, y aunque le fueron asignadas habitaciones separadas, Nini siempre encontraba el camino a la habitación de

Guillermo para que él le leyera sus libros por la noche. “Cuando vuelva a ver, leeré tanto como tú”, le decía, quien en la sinceridad de su amor, había encontrado la forma hacer un

mundo para los dos, donde ella podía permanecer a oscuras por su enfermedad, y a la vez vivir la luz que su amor irradiaba.

“La fe de Nini, esta puesta en Silvestre, lo se”. Pensó Guillermo al verla dormir placidamente, su rostro se iluminaba cuando él le

obsequiaba, así fuera una pulsera de tela roja, de esas que usan los silvestristas en el mundo entero. Guillermo no era uno de

ellos, pero se sentía agradecido con la música de este joven a quien seguían multitudes, porque era conciente de lo que la voz de Silvestre podía hacer en un ser humano, como Nini. “Sabe

devolverles la felicidad” Pensó.

431

LAS CINCO PANCARTAS

Milena había llorado durante horas, el veredicto paterno había

sido contundente. “Usted al lanzamiento no va”, dijo su papá, “En

esta casa mientras yo viva, aquí se hace lo que diga yo, y Usted no tiene edad para irse de viaje y menos sin la compañía de su mamá”, la silvestrista se sintió derrotada, ella entendía que era

menor de edad y que sus padres deseaban protegerla, pero no lograba dejar de llorar.

A las 5 de la tarde del 25 de noviembre un mensaje llegó a su teléfono “Revisa ya las redes sociales Milena”, con lágrimas en los

ojos, vio las publicaciones de todos los silvestristas, por todas partes habían enlaces de descarga, de emisoras radiales, el ciberespacio estaba como loco.

- ¡OH por Dios! Están sonando el CD de Sigo Invicto. ¡OH

Dios! Milena de un salto echó tranca a la puerta de su habitación, conectó las cornetas y a todo volumen colocó la canción “El confite”. Bailaba sola en su habitación,

brincando como un conejito que se recuperaba de algunas heridas. Su papá al escuchar el estruendo en la habitación,

golpeó la puerta muy fuerte. “BAJALE CARAJO”. En cambio Milena le subió más el volumen. “No iré al valle papá, pero el valle llegó a la casa.” Pensó la muchacha.

La mamá de Milena tomó a su esposo del brazo, y lo alejó de la

puerta, mientras los instrumentos de la agrupación sonaban por toda la casa. “Entiéndela es silvestrista.” Dijo la señora, brindándole al papá de Milena su más cálida sonrisa, y el hombre

cedió ante los ojos claros de la mujer que amaba.

Durante toda la tarde y parte de la noche en la casa de Milena la voz de Silvestre Dangond inundó Barrancabermeja, la joven no se separó ni por un instante del computador, como poseída por sus

emociones, diseñó una pancarta que imprimiría para enviarla

432

como diera lugar al Lanzamiento de Sigo Invicto. “Yo no me rindo”. Planificó todo de tal forma que dos días después, la

pancarta estaba en manos de los clubes de Silvestre Dangond en Valledupar, Milena había logrado estar presente en el parque de la Leyenda Vallenata contra viento y marea, en una imagen

creada en un momento de euforia silvestrista, sin saber ni cómo ni porqué, una enorme libélula roja era el símbolo de su amada

pancarta silvestrista.

Cristian Alemán, en Bogotá no dejaba de sonar SIGO INVICTO en su casa, los vecinos estaban acostumbrados a que toda la calle se inundara de Silvestre, pero en ese instante los vecinos

entendieron que ya había salido la nueva producción discográfica del Urumitero. Siempre Cristian daba la primicia en su calle.

Llevaba toda la noche dibujando una pancarta roja, para llevarla a Valledupar, sus manos temblaban del cansancio, pero no se

433

detuvo ni por un instante, necesitaba expresar sus sentimientos a los amigos más queridos, y sobre todo a sus hermanos

silvestristas. “No hay nada que el silvestrismo no pueda curar” escribió en letras blancas y sin saber por qué, dibujó una libélula sobre aquella frase.

“Mientras yo sigo soñando, a Ustedes les pasa lo mismo y eso nos mantiene vivos” (Silvestre Dangond). Erika Sarmiento,

en la misma calle de Cristian Alemán, escribía una pancarta con esta frase que colocara Silvestre en redes sociales unos días antes de que saliera el CD de Sigo Invicto. Esta silvestrista con

muy pocos recursos económicos, necesitaba expresarse y al terminar su pancarta, publicó por todas las redes sociales y

aplicaciones telefónicas las fotografías que había tomado a su pancarta. “Esta es la única forma que tengo de decirte que te quiero” Murmuró la muchacha pensando en el joven de ojos

amarillos que formaba parte de su mundo, de su vida. Él era su vida.

“Líneas que describen el sentimiento de una gran pasión”. En la mitad del mundo una joven en Ecuador, July Loor, escribía su

pancarta roja para los silvestristas, la distancia y la situación económica no le permitía estar presente en el lanzamiento de

Sigo invicto, pero ella estaba convencida que su alma estaba en el valle, y escuchando la nueva canción “LA LOCA” de Silvestre Dangond, dibujó y dibujó. Por la tarde aún incompleta la

pancarta, recibió una llamada terrible, salió de la casa y fue directamente al hospital, allí le explicaron que su mamá había

tenido un infarto pero que estaba estable. Durante un tiempo en la sala de espera del hospital se sentó agradeciendo a Dios que

todo no fuera más que un susto, y mientras esperaba, en su cabeza se arremolinaban las canciones de Silvestre. “Uno no sabe lo que es el silvestrismo, hasta que hace con sus propias manos

una pancarta.” Luego de asegurarse que su querida madre estaba descansando y fuera de peligro, fue a casa y terminó su bandera.

434

“No podré ir al lanzamiento, pero mañana llevaré mi bandera al mar y la alzaré al viento, y mis pensamientos llegarán hasta ti.”

Una quinta pancarta se alzaba en las manos de una pequeña silvestrista, Andrea dibujada con acuarela roja y blanca, su hermoso corazón inocente ya le pertenecía al cantante, al artista

del pueblo, aunque era muy pequeña, ya sabía bailar como cualquier silvestrista, y si los menores de edad no pueden asistir

regularmente al lanzamiento, menos pueden hacerlo los niños, pero eso tampoco imposibilita a que amen con su corazón a Silvestre Dangond y desde casa lo apoyen, tan firmes como el

primer día en que movieron los pies para bailar su primera canción silvestrista. Aun siendo bebé, la voz de Silvestre la hacía

sonreír, y ahora que era toda una niña bailaba una y otra vez, las canciones que en un pasado fueron sus canciones de cuna.

Cinco pancartas, cinco corazones con motivos diferentes, pero un único sentimiento, el sentimiento silvestrista.

435

VALLEDUPAR

Eran las tres de la tarde cuando llegó un autobús rojo a

Valledupar, de la unidad bajaron los amigos más entrañables, que

pudiera conocer el silvestrismo, Víctor, Walter y Mathias, estos muchachos luego de un mes de mucho esfuerzo por cada centavo, habían logrado llevar un autobús lleno de silvestristas al

valle para el lanzamiento de Silvestre. Descendieron los Tiburones de Taganga en pleno, así como el Batallón Silvestrista de Santa

Marta, jóvenes menores de edad dispuestos a todo pero con el debido permiso de padres y representantes, todos vestidos de rojo, con un brillo especial en los ojos, con juramentos y

consignas por el padre del Silvestrismo. Emma los dirigía de tal forma que entre ellos le decían Teniente Coronel y se paraban

firme para hacerla sonreír. Llegó en ese mismo bus, un hombre gigante a quien llamaban El General, por respeto a sus locuras silvestristas de antaño, lo habían conocido una noche en Taganga

y se había sumado al plan de Víctor, Walter y Mathias.

Este enorme silvestrista, no solo vestía de rojo, sino que llevaba puestas unas botas militares negras a juego con su gorra y una pajilla en la boca que le daba el aspecto de ser el jefe a cargo del

Batallón. Hablaba poco, a no ser de dar una orden, en dos oportunidades dentro del autobús discutieron si asistir o no a la

caravana, la cual se realiza a pocas horas del concierto de Silvestre por las calles de Valledupar, todos querían asistir, pero el General insistía en que era una estrategia con cierto riesgo,

porque los mejores puestos eran para los primeros en hacer la cola a las afueras del Parque de la Leyenda Vallenata. Luego de

horas de protestas y objeciones, el General, mejor conocido por sus amigos como Cheito, dio la orden definitiva. “Mañana los más jóvenes asistirán a la Caravana, los demás vendrán conmigo a

tomar posición en la vanguardia”. El General había hablado, todos rieron al sentirse comandados por un silvestrista de la vieja

guardia. Ni siquiera los gusanos se atrevieron a manifestar un

436

pero o un contra. Emma consintió por primera vez la orden de un Silvestrista tan antiguo.

La última en bajar de la unidad fue Ana, con sus zapatos rojos de cenicienta, con su bolso en la espalda, cargada de recuerdos y

sentimientos por la tierra del maestro Escalona. Al sentir la brisa cálida del valle, pensó en el beso de Silvestre, y al ver los

frondosos árboles en la aceras, el recuerdo de Teresa se hizo presente, como si el tiempo no hubiera pasado. Durante días Ana y Mathias habían tratado de ser buenos amigos, para evitar

preguntas o interrogatorios por parte de los gusanos o los tiburones, de lo que sucedía entre los dos. Ana se había vuelto

callada, así que nadie reparó que se había demorado en seguirlos.

Cuando estuvieron todos juntos se dividieron en grupos de tres y

cuatro para dirigirse a las diferentes casas de silvestristas que los hospedarían. El General dio las indicaciones necesarias y concertaron encontrarse en dos grandes grupos, el de los jóvenes

por un lado a la caravana y el de los veteranos a las puertas del parque a eso de las tres de la tarde.

Ana, Walter, Víctor y Mathias se quedaron en la casa de dos viejos amigos de Ana, Maria Clara y José Luís, estaban felices de

volver a ver a verla, así que se dirigieron rumbo al Guatapurí. La casa amplia ya estaba abarrotada por silvestristas, el estruendo

de los silvestristas que aguardaban el lanzamiento se escuchaba a metros. Ana se mantuvo distante de Mathias, pero no pudo evitar reírse de las locuras de Walter Quintero. Clara, José Luís y Ana,

se abrazaron después de tanto tiempo de no verse.

A las diez de la noche pudo irse a descansar, pero fue inevitable para Ana no soñar con Silvestre, a tan solo horas de ver sus ojos amarillos de nuevo.

437

EL MALETIN

Tavo en su idea mejor concebida, tuvo la ocurrencia de irse a

Valledupar, sin tomar en cuenta que cualquiera que supiera que

él era silvestrista, sabría perfectamente que en noviembre estaría en esa ciudad. Así que para el día del lanzamiento ocurrió lo que jamás silvestrista alguno pudo pensar, verse envuelto en un lío

sin precedentes, justamente antes del lanzamiento.

De camino al Parque de la Leyenda Vallenata, Tavo se encontró

con Víctor, Walter, Mathias y Ana, quienes notaron que se encontraba en un estado de angustia tal, que estaba a punto del

desmayo.

- ¿Qué te ocurre hermano? Preguntó Ana.

- Me están siguiendo. Dijo Tavo con los ojos como platos.

- ¿Cómo así? Preguntó Mathias.

- Unos mafiosos. Dijo el pálido Tavo.

- Cuenta con nosotros Silvestrista. Dijo Walter.

- Es por culpa de este maletín de mierda. Dijo enfadado.

- ¡AH! pues bótelo hijo. Dijo Walter en con una lucidez que asombró al grupo de amigos.

- No puedo, tiene mucho dinero, millones y millones de pesos, pero todo fue por accidente, yo no me agarré el

maletín, me lo entregaron por error. ¡Dios mío allí vienen! Es ese carro. Dijo señalando un vehículo

escalofriantemente negro de vidrios ahumados.

- ¡Corran! gritó Víctor. Corran hacia el río.

438

Todos corrieron por sus vidas rumbo al río Guatapurí, pero el vehículo negro los alcanzó inmediatamente, un hombre de muy

mal aspecto se bajó con arma en mano cuando el carro frenó en seco haciendo crujir las llantas, pero los muchachos ni se enteraron, solo corrían sin mirar atrás, intentaron cruzar la calle

cuando una camioneta roja se detuvo de golpe y casi los atropella.

- ¡SUBANSE CARAJO QUE LOS MATAN! Gritó la mujer que conducía el vehículo. Walter, Tavo, Víctor, Mathias y Ana

subieron a la camioneta tipo comando, y el vehículo arrancó a toda velocidad, cuando escucharon un disparo,

que impactó en el vidrio posterior de la camioneta, los vidrios volaron por todas partes.

- ¡NO JODA ANA ME DEBES EL VIDRIO! Gritó la muchacha que conducía como loca. Y subió a todo volumen la canción rápida que sonaba en el reproductor sobre una muchacha

que acababa con el ron del valle.

Ana la reconoció, esa conducta solo la podía tener una silvestrista, Yuli Caicedo los había rescatado de una muerte segura.

- No joda bájale al volumen que nos vienen persiguiendo.

Dijo Víctor.

- ¡Sin música no corro! Dijo Yuli.

- SUBELE, SUBELE, gritó Walter aterrado de miedo.

Los hombres que venían a bordo del vehiculo negro no se les despegaba, y pasaron por las calles del valle a toda velocidad.

- ¡TIRA EL MALETIN! Gritó Walter a Tavo. Y diciendo esto le quitó el maletín a Tavo. CRUZA, CRUZA, RAPIDO,

ACELERÁ. ¡COÑO ACELERA!

Walter sostuvo el maletín decidido a botarlo, pero aguardó a que la muchacha de la camioneta acelerara, pasados unos instantes

439

más, con la música a todo el volumen dentro del vehículo, les daba un aspecto de fiesteros y no de unos silvestristas al borde

de la muerte. Cuando pasaron por un lote baldío, Walter sacó la mitad del cuerpo y lazó con toda la fuerza el maletín, cuando por desgracia se abrió el maletín y los billetes de cincuenta mil pesos

volaron por todas partes. Yuli aceleró a todo lo que daba la camioneta y por fin perdieron a los hombres del maletín.

- SI SERÁS ANIMAL. Gritó Yuli Caicedo muerta de risa. El reproductor cantaba “a tu novia la vi en la fuente, espeluca

pata pela.”

Ana que estaba en la parte de atrás de la camioneta, abrazó por

la espalda a su amiga y repitió la canción en el reproductor. ¡AL LANZAMIENTO MI YULI! Gritó.

Tavo luego de noches sin dormir, se sintió feliz y se echó a reír al ver que fácil era salirse del atolladero en el cual había estado

sumergido. No había nada que el silvestrismo no pudiera solucionar. Víctor besó la calva de Walter una y otra vez, por la

brillante idea de lanzarles a los mafiosos el maletín.

- Deja la pendejada Víctor me despeinas. Dijo muy serio

Walter.

Cuando llegaron al Parque de la Leyenda Vallenata, el iluminado de Walter Quintero hizo la pregunta del día ¿Compadre Víctor y las entradas?

Los ojos de Víctor estuvieron a punto de salirse de sus orbitas, cuando se lanzaron a correr huyendo del hombre del maletín, se

le cayeron.

- ¡Compadre las boté!

- Ahora qué hacemos, plata no tenemos. Dijo Mathias.

- Bueno, bueno, clama pueblo, que plata si tenemos. Dijo

Walter con su sonrisa de gusano. Y les enseñó los billetes de cincuenta mil pesos que tenía en los bolsillos. Antes de

440

lanzar el maletín saqué todo esto, por eso lo lancé abierto, para que si les hace falta, crean que fue que se cayeron; y

no, que los agarramos.

El abrazo colectivo y en montonera fue inevitable, tenían dinero

de sobra para el lanzamiento de Sigo Invicto.

441

EL PARQUE DE LA LEYENDA

VALLENATA

El solemne portón de ingreso al Parque de la Leyenda Vallenata,

se alzaba ante la presencia chispeante de cientos de silvestristas

que habían comenzado a hacer la cola respectiva. Cuando los gusanos buscaron al General, sonrieron al verlo de primero,

siempre en la delantera como solo lo hace la vieja guardia.

Ana no paraba de abrazar a Yuli, encontrar a una de sus más

grandes amigas le había brindado la felicidad que solo el silvestrismo sabe entregar. Poco a poco fueron llegando LOS TIBURONES DE TAGANGA; y los silvestristas de la comitiva

encargada de tomar posiciones adelantadas, en este juego maravilloso que les había enseñado la Novena Batalla, una

bandera de tamaño gigante dejaba ver dos hermosos tiburones listos para bailar “El Confite”.

Un sonido ensordecedor alteró los nervios de Tavo, LA MATRACA no solo había sonado, sino que los silvestristas de Turbaco,

habían llegado con su algarabía y enormes sonrisas. Tras ellos se presentaron LA REVOLUCIÓN SILVESTRISTA DE BUCARAMANGA, donde innumerables muchachas sonreían a los gusanos Víctor y

Walter, y el jolgorio a las puertas del parque era indescriptible.

Según Yuli, Fabian y La Muchis no asistirían al lanzamiento por no tener con quién dejar a su hijita pequeña, Katherine y Martín, no estaban en el país, así que tan poco asistirían. Rossana y José

Jorge estaban absortos en Nabusimake, entregados el uno al otro, y tampoco debían esperarlos, Stefany Y Gunter, tampoco

pudieron asistir, por eso Yuli se había venido sola desde Ciénaga y tenía la esperanza de encontrarla como en efecto lo hizo.

- Yuli, lamento mucho lo de la Nana. Dijo Ana.

442

- Por las noches puedo soñar con ella. Dijo Yuli. Así que puedes estar tranquila, la Nana sigue en nuestros

corazones.

- Sí, lo se. Dijo Ana sonriendo.

A las cinco de la tarde la multitud que circundaba el parque, develaba que la caravana ya se había realizado, y poco a poco

todos fueron llegando, hasta los más jóvenes entonaban un juramento reiteradamente. Había llegado el BATALLÓN

SILVESTRISTA DE SANTA MARTA. Ana sonrió al ver una bandera gigante en sus manos, pero cuando vio la bandera del BATALLÓN 115 SILVESTRISTA DE BARRANQUILLA, el tamaño de la bandera

y su grito de guerra, no pudo evitar que una lágrima de emoción le corriera por la mejilla derecha.

“BATALLON 115, BATALLON 115, BARRANQUILLA, BARRANQUILLA PRESENTE” Gritaron los muchachos, y todos

los presentes aplaudieron su locura.

Tavo corrió a abrazar a Isa Monsalve, Carlos, Pedro y todos los chicos y chicas del CLUB SILVESTRISTA DE BARRANCABERMEJA, la fiesta había comenzado con su llegada. Estaban felices de verlo

con vida, y él en resumen les dijo lo increíblemente valiente que tuvo que ser horas antes, para no morir por el maletín, todos

rieron de lo lindo, porque lo conocían muy bien, y se imaginaron lo asustado que tuvo que estar el pobre Tavo.

LA HEROICA SILVESTRISTA, llegó a tiempo para hacer su respectiva cola, varias niñas radiantes de alegría habían llegado

en representación de Cartagena, seguidas del TROPEL SILVESTRISTA también de Cartagena. El CLUB DE LA SABANA desde Sincelejo, incluso estaban Banderas de EL RETEN, PLATO y

MALAMBO, OCAÑA, y CÚCUTA, el silvestrismo en pleno estaba presente.

De pronto alguien gritó: “ANA, ANA, ANA”. Un muchacho de piel aceitunada y con una bandera roja con una estrella blanca, corrió

a abrazarla.

443

- ¡Alejandro por Dios! Alejandro. Dijo Ana. Yuli se abrazó a ellos, los recuerdos los atropellaron, hablaban a voz en

cuello entre la multitud, todos a la espera para llegar de primeros y tomar las mejores posiciones para el concierto de Silvestre Dangond.

- No vengo solo. Dijo Alejandro. Hice una nueva amiga en el

autobús de camino al valle y ella te conoce Ana. Yaliana abrazó a su gran amiga, había decidido que el lanzamiento no era solo un concierto, era el lugar de encuentro para los

amigos, era un momento de la vida, que ni el ser más solitario del planeta podía perderse.

- ¡SOMOS MUCHOS! Gritó Yaliana. ¡YA NO CABEMOS EN EL PARQUE DE LA LEYENDA VALLENATA! Ana se sintió feliz de

ver como el silvestrismo le llenaba hasta el último rincón del alma. Ana ¿Crees que Silvestre te dedique una canción? Le preguntó al oído.

Ana movió negativamente la cabeza, sonriendo y volvió a

abrazarla más fuerte, Yaliana era de esas amigas que saben curarte los males del alma.

444

COMPARTIR

A las puertas del Parque de la Leyenda Vallenata en Valledupar,

los silvestristas formaron filas para poder ingresar al recinto del

silvestrismo por excelencia, cuando una voz tronó una prohibición “No pueden ingresar correas, ni dulces ni bebidas”, el murmullo fue general, todos poseían entre sus pertenencias,

golosinas de todo tipo, agua y bebidas refrescantes, así que tenían la opción de dejarlo todo allí, o simplemente comenzar a

comer.

- ¿Alguien quiere galletas de chocolate? Preguntó una joven de

cabellos dorados, que se negaba a dejar sus dulces en manos del personal de seguridad del evento.

- Tengo papitas ¿Quién quiere? Preguntó un joven alto y de piel tostada.

- Aquí hay bloqueador solar en spray ¿Quién necesita? Preguntó una joven, y de pronto en las filas de ingreso al lanzamiento de

Sigo Invicto de Silvestre Dangond, bolsas y bolsas de confite, pasaron de mano en mano, de fila en fila, todos reían al compartir

cuanto llevaban en sus carteras o bolsillos, el silvestrismo cada día aprendía a compartir, y lo que parecía una prohibición difícil de cumplir, se convirtió en el gesto más hermoso que pueden

vivir las personas, y eso es dar sin esperar nada a cambio.

Una Joven de largos cabellos negros y ojos enormes, sacó un frasquito de colonia, y aunque esto si lo podía ingresar al concierto, no quiso ser la única en no compartir algo, en instantes

todas las silvestristas llevaban impregnado en su piel, el olor de Ana, “la Ana de Silvestre”.

445

LAS PUERTAS DEL

SILVESTRISMO

¿Alguna vez has estado en el Parque de la Leyenda Vallenata?

¿No? Es un lugar mágico, donde los acordeones suenan sin que

nadie los toque. Cuando ingresas en sus jardines, tú corazón se encuentra en una especie de paraíso, por el cual corres lleno de

adrenalina, y sin importar cuanto puedan requisarte, tú solo sonríes porque has llegado por fin al lanzamiento de Silvestre. Por todos lados suena su música y desaparecen las preocupaciones,

“el silvestrismo que todo lo rodea”. Esa tarde en que se abrieron las puertas, la marea roja penetró el recinto con banderas,

juramentos, consignas, todos poseídos por un estado de ánimo que solo es comprensible si asistes personalmente. De nada me vale describirte como laten nuestros corazones, debes llevar tu

corazón allí y escucharlo latir al son del silvestrismo.

A las diez de la noche cuando los pies piden clemencia, cuando la sed comienza a exigir agua, cuando te encuentras rodeado de una multitud a la cual amas aunque no la conozcas. Cuando

claman al unísono la presencia del ídolo, solo escuchas a tú alrededor:

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

¡SILVESTRE!

El momento ha llegado y seguimos invictos.

446

EL CASTILLO

Ana entró corriendo al Parque de la Leyenda Vallenata y como

hiciera en otra oportunidad se abrazó a los tubos de separación

frente a la tarima del evento, cuando tomó aire, observó que la tarima había desaparecido, en su lugar se alzaba la increíble y enorme fachada de un castillo.

“El castillo de las libélulas” Pensó Ana, recordando el diario de Kennel, y una lágrima recorrió su mejilla, Silvestre había diseñado

para el lanzamiento de Sigo Invicto un increíble castillo mágico que evocaba la casa de un Rey, pero para Ana fue estar a las

puertas del castillo de las libélulas, ese lugar mágico donde llegan sin cesar las cartas de los silvestristas. Por un instante su mente le jugó una pasada extraña, vio ante si millones y millones de

cartas, postales rojas volando hasta el enorme castillo silvestrista. Los recuerdos le apretaron el pecho, se sintió sola en el mundo

aunque la rodearan miles de silvestristas, el mundo le era vacío si no tenía cerca de su corazón los ojos amarillos del hombre que

amaba como artista, como ídolo, como hombre.

Se imaginó caminar dentro del castillo, y encontrar sentado en el

trono del Rey, a un hombre humilde que le sonreía con la sinceridad de un amigo, alguien que estaba allí solo para hacerla sonreír, para hacerla soñar. “Silvestre” murmuró absorta en sus

pensamientos, y de pronto cómo si ya no pudiera más sintió la sensación espantosa de un calambre en el estomago, las nauseas

que sintió fueron inexplicables. Ésta no era la primera vez que vería a Silvestre, pero su corazón estaba tan exaltado que se

sentía enferma de amor.

Sus amigos bailaban, danzando canciones antiguas de Silvestre, y

poco a poco fue calmando tanta ansiedad, “Cálmate por Dios Ana, cálmate.” Pensó, brindando su mejor sonrisa a los muchachos.

447

“…Las luces, el acordeón, los músicos y los gritos anunciaron la presencia de SILVESTRE DANGOND en el Parque de la Leyenda Vallenata”.

448

TU REY SOY YO

El Rey descendió a la tarima desde un andamio especial que fue

preparado para él, allí sentado en un trono ante el clamor del

silvestrismo enardecido de la emoción. Silvestre colocó sus manos sobre la frente, a forma de visera, tratando de enfocar la vista en la marea roja que lo acompañaba a decir “SIGO INVICTO”, para

sorpresa de él, Ana estaba en primera fila, con sus cabellos negros y enormes ojos, la sonrisa más linda que haya podido dar,

se dibujó en su rostro, y la felicidad tuvo nombre: “Silvestrismo.”

El acordeón tronó en manos de Lucas Dangond y la melodía fue

hermosa y sentimental, el ídolo era recibido por el pueblo, y él les cantó: “Ay no se equivoquen conmigo, que soy el mismo de siempre, yo vivo feliz con mi gente y mi gente feliz con migo.”

Mil historias de silvestristas lo rodeaban y lo llenaban todo, no

existía un lugar más alegre en todo el planeta, que el Parque de la Leyenda Vallenata, cuando los silvestristas cantaron al unísono: “Yo vivo feliz con mi gente y mi gente feliz con migo”.

Silvestre cantó con el alma a su público, pero cada vez que podía

le cantaba muy de cerca de su amada Ana, verla allí recuperada del todo de sus heridas, allí de pie y brillando para él, solo para él, vino a su mente el día que la encontró en la playa, Ana con

sus mejillas sonrosadas sonriendo para él, y pensó que entre la multitud vestida de rojo que lo aclamaba, existían mil mujeres

como ella, que lo amaban como solo un fan podía amarlo. A todas les lanzó besos, a todas las amó por corear sus canciones, desde la niña que estaba adelante con una gorra tricolor, hasta la más

lejana en las gradas del parque de la Leyenda Vallenata. Silvestre las amaba.

Por un momento Silvestre miró fijamente a los ojos a Ana, entre todas sus silvestristas, y ella lo miró a él como al dueño de su

corazón, cuando de pronto Mathias en un arrebato de celos, besó

449

a Ana en los labios, ella lo rechazó con un leve empujón, Silvestre vio cómo Mathias, con aquel besó le decía que Ana le pertenecía.

En plena tarima, Silvestre en un arrebato al igual que Mathias dijo “Esta Canción se la quiero dedicar a una mujer que se

encuentra aquí, TU REY SOY YO, para ti Ana.” Dijo golpeándose el pecho. Ella sintió que su rostro se sofocaba al

calor del rubor producido, no solo por el beso inesperado de Mathias, sino porque sintió el atisbo de celos en las palabras de Silvestre.

“Ay yo sabia que era un puente final que tenía que cruzar y que me iba a doler.

Yo sabia que era un camino gris estar lejos de ti

extrañando tu voz.

Preparé el corazón pa olvidar, lo que ya no era más, lo

que el mundo acabó.

Era un pacto de olvido de dos no tenía libertad y no

quería ofender.

No pensé que te ibas a buscar ese payaso cruel pa olvidarte de mi.

Porque besa tus labios ya cree que es tan dueño de ti pobre iluso también”.

Mathias al escuchar la letra de la canción, no pudo soportar permanecer un instante más en el concierto, hasta allí le llegó la tolerancia, hasta esa noche se interpondría entre los sueños de

Ana; y sin pensarlo dos veces, se dirigió entre la multitud a la puerta de salida, por más que Walter trató de impedir que se

fuera, no pudo. Él estaba decidido a no escuchar esa canción. “Tengo que hacerlo, me voy.” Pensó.

450

“Esta historia no quiere acabar, si fuera por los dos no tendría que acabar,

Pero está un compromiso ante Dios que me impide soñar, que me impide volar.

Se que un día prometí liberar mi pobre corazón pa entregártelo a ti, pero no supe que me pasó, me dio

miedo y dolor; y eso te hizo sufrir.

Perdón mi amor, mi error, pero tu rey soy yo”.

Ana no salía de su asombro, Silvestre por primera vez se dirigía a

ella en una canción, los silvestristas a su alrededor gritaban emocionados, y ella dejó rodar de sus enormes ojos negros, dos

lágrimas, en esas palabras escuchó la proclama de un amor prohibido, pero correspondido. La fan enamorada para siempre de su artista, de su ídolo, ya no tenía sentido ocultar sus

sentimientos a sí misma.

“Ven dejemos que el mismo universo nos regale

tiempo para estar junticos, ven luchemos que ningún guerrero perdiendo batallas se siente vencido.

Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos,

pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil

siglos”.

El sentimiento con el que Silvestre cantó “Tu rey soy yo”, dejó sin

aliento a los silvestristas, se encontraba en una especie de trance, y reclamaba a Ana que en su vida existiera alguien más, todo ocurrió como una película, de esas donde las canciones lo dicen

todo y solo nos queda tararearlas hasta la eternidad. Mathias se había marchado para siempre y Ana lo sabía, era su derecho, el

amor entre ellos había muerto.

451

“Y yo sabia que me iba a sacudir lo más hondo de mi al decirnos adiós, yo sabia que tenía que escoger si el

amor o el deber se peleaban en mi.

Me da rabia llegar a entender que alguien pueda llegar

cerca de tu corazón y tratar de arrancarme de ti y sabrás que jamás lo podrán conseguir.

Me atormento con la confusión de vivir como estoy o morirme sin ti, o buscarte y perdernos por fin hacia

el mundo feliz de nuestra ensoñación.

Se que al hombre que quieres mostrar frente a la

sociedad, todos le hablan de mi, me da lástima ver su papel él no tenia que hacer, para luchar por ti.

Y no se puede tapar el sol, no se qué pasará, no se qué voy hacer, no esperaba adorarte mujer todo se me

enredó y hasta mi alma también.

Si eres pa mi, la vida me pondrá a tus pies.

Ven dejemos que el mismo universo nos regale tiempo

para estar junticos, ven luchemos que ningún guerrero perdiendo batallas se siente vencido.

Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos,

pero dile a ese señor que yo lo siento (ay que lo siento y yo no puedo tenerte mi amor), Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y

sentimiento y serás mía por dos mil siglos”.

El Parque se llenó de aplausos eufóricos, Ana no paraba de llorar,

emocionada por una canción que describía lo que ocurría entre los dos, que aunque jamás pudieran estar juntos, ella sería de él por

dos mil siglos.

452

El concierto continuó su curso, Ana ni por un instante se movió de donde estaba. “Siempre se puede comenzar de nuevo, y eso

haré” Pensó.

453

¿Cómo lo Hizo?

En el parque de la Leyenda Vallenata, un lugar sagrado para el

pueblo, donde los acordeones suenan sin cesar, donde la

inmortalidad se plasma en las canciones de los juglares, donde los sentimientos encuentran la libertad absoluta, un lugar que ha sido testigo de las más grandes historias de amor, de dolor, de

amores inconclusos, de sueños infinitos de quienes en un canto encuentran un desahogo del alma, allí entre mil historias, Ana la

silvestrista, la muchacha sencilla de ojos negros y larga cabellera azabache, dejó que las lágrimas brotaran libres. Todo lo que sentía debía entregarlo en ese instante de su vida, aceptando

quién era, una fan enamorada de su artista, de su silvestrismo.

Mathias se había marchado en el pleno derecho de una vida

mejor para él, pero ella sentía que se había fallado así misma, por no ver a tiempo, que lo que tanto había amado de Mathias era el

silvestrismo, él había sido la causa de que ella encontrara a Silvestre, las cadenas de su amargura se rompieron gracias al

silvestrismo y eso solo fue posible por Mathias, pero ya la suerte estaba echada, con errores y desaciertos, no había vuelta atrás.

De pronto Silvestre Dangond entonó una melodía dolorosa, era una canción nueva de “Sigo Invicto”, y la forma en que Lucas Dangond hizo sonar el hermoso acordeón azul, se clavó en cada

rincón de su ser. Desde la primera nota musical Ana se sintió acosada por todos sus recuerdos, todos sus sentimientos se le

vinieron encima.

“Hoy me sorprendí y me golpee de frente con la realidad, al

enterarme que lo que hubo entre ella y yo, jamás fue la verdad, yo que me llevé, de ella el más lindo recuerdo de su

amor, pasaba el tiempo y siempre a Dios le pregunté, por qué se terminó, y ahora lo entiendo, era que había una persona al mismo tiempo en su vida, era su vida, al

final yo nunca fui el protagonista en su historia”.

454

Un joven de ojos pardos y mirada cansada, escuchaba esta melodía a la entrada de aquel lugar sacrosanto, oculto de sus

amigos y con el corazón en las manos. Mathias ya había escuchado esa canción la noche anterior, la canción de su vida. Antes de abandonar Valledupar se preguntó ¿Cómo lo hizo?

“Ella escribía mil libretos a su antojo escribía y

escribía, Dios cómo pudo enredar en su mundo a dos personas. Ay cómo lo hizo si siempre estaba conmigo, cómo lo hizo si era mía a cada instante, cómo lo hizo sin

sospecha sin testigos, en qué momento ella me convirtió en su amante. Cómo lo hizo me preguntan los amigos,

cómo lo hizo, y nada puedo contestarles, cómo lo hizo sin sospecha sin testigos, en qué momento ella me convirtió en su amante… y yo no se”.

- “Así conseguí tu cariño, con una canción de Silvestre, y así te pierdo”. Pensó Mathias. Respiró profundamente,

observando entre la multitud a Ana, llorar por Silvestre, y le dijo adiós para siempre.

Ana sollozaba sin poder contenerse, la melodía le dolía de forma inexplicable, pensó en Rafael, y la forma en qué él intentó

destruirla, sintió en su piel las marcas de ese amor. Pensó en su padre, él ya no estaba para comprenderla, él había muerto hace

casi ocho años atrás. Vino a su mente el doloroso recuerdo de una niña hermosa que se había marchado, Teresa y su amor por Silvestre. Pensó en la sonrisa radiante de Mathias que la había

iluminado en momentos de oscuridad. Recordó los besos de su ídolo y se sintió libre de poder llorar por todo lo que le dolía.

Yaliana que no la dejó sola ni por un instante, la abrazó comprendiendo sus pesares; y como solo lo pueden hacer los

silvestristas, lloraron juntas sus penas. Esto era el verdadero silvestrismo, sentir que no estas solo ni por un segundo.

455

EL LOCO Y LA LOCA

Cuando más eufóricos estaban los silvestristas en pleno

concierto del lanzamiento de SIGO INVICTO, un joven disfrazado

de boxeador con el rostro cubierto con una mascara, se subió a la tarima y todos gritaron su presencia, el joven en la esquina opuesta a donde se encontraba Silvestre cantando “EL CONFITE”,

lanzaba puños al aire como si enfrentara a la batalla de su vida, todos reían incluso Ana, ella no podía dejar de ser feliz por lo que

hacía este silvestrista.

El ídolo mostró su nueva forma de bailar y el loco silvestrista, lo

imitó a sus espaldas. De pronto la música se detuvo y Silvestre explicó a todo el público quién era este Joven, según refirió, el muchacho había recibido tres impactos de bala en la cabeza, pero

que por obra de Dios allí estaba con vida y seguía invicto en sus luchas personales. “Te debo el bautizo de tu hijo, que lleva el

nombre de uno de mis hijos” y al decir esto Silvestre, el joven enmascarado mostró su rostro a la marea roja del silvestrismo,

todos gritaron, todos aplaudieron su coraje.

No todo acabó allí, subió al escenario “El Cole del Silvestrismo”

con su traje rojo y alas alegres, y para maravilla de todos esa noche, El loco silvestrista y El cole del silvestrismo bailaron a dúo al son de la voz de un hombre que había nacido no solo para

triunfar, sino para contagiar su alegría a todo un pueblo, el pueblo silvestrista. Todos brincaron a un mismo compás, dichosos

de escuchar a toda la agrupación en la canción más jocosa del CD SIGO INVICTO, las muchachas gritaban y bailaban como trompos.

Los muchachos inventaban formas de bailar autónomas y el jolgorio de los clubes del silvestrismo y todos los allí presentes, presenciaron el espectáculo de los fuegos artificiales, y se

sintieron vivos a son del acordeón de Lucas Dangond.

456

EL CONFITE, es la canción de conquista de aquellos corazones que van a descubrir su alma Silvestrista, Silvestre Dangond bailó

como nunca contagiando a la gente con el baile del payaso.

Varios silvestristas dieron un dolor de cabeza a los muchachos de

la seguridad del evento, estaban incontrolables, incorregibles; subían con pancartas, o corrían a abrazar a Silvestre, la alegría se

desbordaba por cada milímetro de aquel lugar, y todos gritaban.

Cuando Silvestre interpretó su canción EL TIEMPO, al lado del

gran Alvarito López, quien fuera el acordeonero del Inmortal Diomedes Díaz, las lágrimas brotaron de los ojos claritos de cantante, era una canción que dejaba expuesto su corazón, y el

sonido del acordeón lo llenó todo, no hubo un rincón en Valledupar a donde no llegará la melodía de quienes dedican su

vida al pueblo y entregan su existencia y su tiempo a hacer felices a los demás.

Al terminar la canción, una joven fue subida al escenario por los propios silvestristas, tomó el micrófono de Silvestre, el

silvestrismo había conseguido su loca: “Por todos los silvestristas que estamos presentes, por los que no están y por los que están en el cielo, por todos los silvestristas. Silvestre eres parte de

nuestra historia, formas parte de nuestra vida, y te amamos viejito, te amamos” las lagrimas le quebraron la voz y todos los

silvestristas en el concierto y todos los silvestristas desde sus casas que veían el concierto, por cualquier medio de comunicación, repitieron con lágrimas en los ojos “Te amamos

viejito, te amamos.”

457

“Te amamos viejito, te amamos.”

458

Silvestre abrazó a esa fan fuertemente, pero en realidad abrazaba a todos y cada uno de sus locos, de sus hijos, de sus silvestristas

del alma.

Continuó el concierto y entre lágrimas, risas, aplausos y gritos,

todos los presentes vivieron en carne propia la consolidación del movimiento llamado “SILVESTRISMO.”

459

ISAMAR

Jorge, mejor conocido como el lente del silvestrista, aquella

noche sintió un dolor intenso en el alma, ella no estaba en el

concierto, los muchachos del Batallón de Barranquilla le aseguraron que ella llegaría con un silvestrista que la traería, ya que, habían intentado su encuentro en Bogotá sin éxito, pero el

Lanzamiento llegaba a su fin, y su Julieta nunca llegó.

Cuando todo terminó, los silvestristas partieron a sus respectivas

casas, o se fueron directamente a la Terminal para viajar de regreso a sus hogares, pero él decidió caminar un poco, no

entendía cómo entre tanta gente pudiera sentirse tan solo.

- ¡CARRANZA! Gritaron al unísono los muchachos del

Batallón de Barranquilla. ¡Carranza espera! Dijo un Joven de ojos vivarachos. Soy Javier, yo se dónde esta Isamar,

debes venir con nosotros si deseas verla con vida. Dijo Javi.

- ¿No entiendo muchacho, de qué hablas?

- Jefe este es el soldado encargado de traer a Isa ante ti, pero la misión ha sido estropeada por la oposición, o eso sospechamos. Dijo DJ Carlos, con las manos en las rodillas

tratando de recuperar el aliento. Vinimos corriendo a buscarte Carranza, Isamar esta muriendo, según el último

informe del soldado Javi.

- ¡OH! Por amor de Dios ¿Qué noticia es esta? Dijo Carranza

tomando por los hombros a Javi ¿Qué le hicieron?

- Estoy convencido que ha sido envenenada por la oposición.

Dijo Javi a punto de llorar, ella estaba bien cuando aterrizó el avión en Valledupar y solo la dejé un momento, cuando

estaba comprando las entradas para el lanzamiento, al

460

regresar donde la había dejado en el centro comercial, ella apenas si podía moverse, estaba prendida en fiebre, la

cargué en mis brazos, y me la llevé al hospital. Estoy seguro, ha sido envenenada.

La tropa entera sollozaba por Isamar, mientras el corazón de Pérez Carranza se despedazaba de dolor.

- Por favor llévenme a su lado. Murmuró el muchacho. Debo verla.

Al llegar al hospital, afuera aguardaban los clubes silvestristas, quienes se habían enterado que una fan estaba al borde de la

muerte.

- ¡Los rumores son como el fuego! Se propaga de inmediato y hace mucho daño. Dijo Daniela. Aún no tenemos un pronunciamiento médico y ya el silvestrismo en pleno hace

vigilia, incluso lloran por ella. Soldados calmen a todos, Carranza, Javi y yo entraremos a hablar con los médicos.

DJ y BB, cálmense por amor de Dios dejen de llorar, tenemos que ser fuertes, es una orden.

Los Tiburones de Taganga, los del Batallón de Santa Marta, La Revolución Silvestrista de Bucaramanga, los silvestristas de los

clubes de Barrancabermeja, Turbaco, Cienaga, Cartagena, Ocaña, Bogotá, Medellín, incluso los clubes Venezolanos de Mérida y Maracaibo, todos esperaban noticias a las afueras del hospital,

algunos caminaban de un lado al otro esperando lo peor, otros estaban sentados en las aceras, pero la gran mayoría se recostó

en la grama cercana a la entrada del hospital, estaban exhaustos por el lanzamiento de Sigo Invicto, pero se negaban a dejar sola a la silvestrista caída.

Ana contempló el cielo estrellado de Valledupar al lado de sus

grandes amigas, Yuli, Clara y Yaliana, quienes guardaban silencio, según les habían comentado la joven silvestrista había sido envenenada por los opositores al silvestrismo, pero Ana estaba

convencida que aquello era imposible, ella conocía muy bien a

461

aquellos que se oponían al movimiento musical rojo, y tal conducta no era propia de ser humano alguno, así que prefirió

aguardar al dictamen médico, algunos ya la daban por muerta, otros rezaban plegarias, Ana eligió refugiarse en su mente. “Está radiante, él brilla con luz propia, me duele verlo sin poder

abrazarlo ¿Sabrás de verdad lo que siento?” Pensó. Dos lágrimas brotaron de sus ojos, y por un instante sintió que Silvestre estaba

viendo esas mismas estrellas, esa luna casi llena, y que él al igual que ella, la tenía en sus pensamientos.

Recordó la mirada de dolor de Mathias cuando ella lo empujó, cuando no le correspondió su beso. “Nuestro último beso. Así

terminó lo que no pudo ser, no te supe amar, no sé cómo amar.” Pensó Ana. Mientras escuchaba a su alrededor los susurros de todos los silvestristas que impacientes esperaban noticias de

Isamar, ella recordaba cada instante del concierto, sintió celos de la joven que lo abrazó en pleno concierto; y a su vez, agradeció

que lo quisieran tanto. “Los celos de fan son tan puros” me siento de la misma forma que cuando celaba a mi hermana de papá, ella era su luz, mientras yo en las sombras era feliz de verlos amarse

con el amor más grande que pueda existir. Él ahora no está, y ver a mi hermana es ver a papá vivo en ella, duele pensar en papá,

pero más me duele saber que no está para celarlo. La vida tiene matices tan intensos, que el corazón si llega a vivir cien años, es como si viviera mil, sufre tantas guerras, tantos momentos

tristes, tantas alegrías, el amor de un corazón silvestrista está expuesto a muchas más alegrías y a muchas más tristezas. ¡Que

Dios nos ampare por sentir!

- Ana ¿Te sientes bien? Preguntó Yaliana.

- ¡Estoy bien! Exclamó ella.

- Mentirosa, crees que no te conozco ¿Qué pasó exactamente en el concierto? ¿Por qué empujaste a

Mathias? ¿Por qué Silvestre los vio? ¿Por eso Mathias se fue?

462

- Yaliana, no sé que le pasó a Mathias, él no es así, me temo que quiso una prueba de mi amor, besarlo delante de

Silvestre, y no pude.

- Cómo ibas a poder, Silvestre es tu vida. Cuando estabas

prendida en fiebre no hacías más que llamarlo.

- Soy una mujer egoísta, eso es lo que soy, Yaliana no

hablemos más de mi, ahora quien importa es Isamar, somos silvestristas y debemos olvidar nuestras penas ante

el sufrimiento de un hermano, por favor no hablemos más de Silvestre ni de Mathias.

- Esta bien, pero me debes muchas explicaciones. Dijo sonriendo Yaliana.

A las tres de la madrugada, Walter Quintero no podía más con la angustia. “Tenemos que encontrar al culpable, me lo voy a tragar

entero”. Dijo Walter a Víctor que al igual que todos los silvestristas esperaba a las puertas del hospital. “Esto es una

infamia, un insulto, cómo se atreven a tocar a una silvestrista, cobardes.” Walter estaba muy molesto por el atentado a Isamar. “De aquí no se mueve nadie, sin Isamar no nos vamos, no la

dejaremos sola ni por un instante.” Víctor, Pichicho, Emma, Yahir, DJ Carlos, Gloris, Yorle y todos los silvestristas guardaron

silencio, tenían el mismo sentimiento, pero no tenían la fuerza de Walter para expresarse en ese instante, la gran mayoría estaba agotada de tanto bailar.

Jorge contempló las blancas baldosas del suelo del hospital, los

médicos aún no les daban un dictamen sobre la salud de Isamar, se sentía cansado, abatido por no haberla encontrado antes, se sentía culpable de cuanto pudiera pasarle a su amada Julieta. “Ni

siquiera un beso le he dado” pensó entristecido.

Las enfermeras lo dejaron pasar a la habitación de cuidados intensivos donde estaba la silvestrista. Javi y Daniela entendían que no podían pasar todos y aguardaron en la salita de espera.

Jorge entró a la habitación sin hacer ruido. Una joven pálida

463

estaba cubierta de sábanas blancas, sus ojos estaban cerrados y la rodeaban un sin fin de cables, un olor a chocolate reinaba en la

habitación y por primera vez en muchos años, enormes lágrimas corrieron por el rostro de Jorge. “Es ella, es ella, mi amada Julieta, mi Isamar.” Acercó una silla metálica al lado de la

cabecera de la muchacha dormida, tocó ligeramente su mano derecha y se sintió loco de amor por ella. “Apenas si te he visto

en mi vida pequeña, y ya estas tan adentro que no puedo vivir sin ti, despierta” susurró Carranza. La vio dormir tan placidamente que dudó que estuviera envenenada como le había dicho el

silvestrista, se veía enferma, pero tan bella como el día en que la conoció.

Ella al sentir el calor de su mano despertó, y por primera vez se vieron a los ojos.

- ¡Me duele! Dijo ella.

- Por Dios has despertado Isamar, vas a estar bien, lo prometo.

- Jorge Sálvate tú. Te amo, sálvate tú.

- Qué dices mi amada, sin ti no hay salvación. Y dos lágrimas brotaron de sus ojos.

- No llores, no puedo verte llorar. Isa hablaba en un tono muy bajo, y Jorge se acercó a sus labios para escucharla

mejor, pero fue inevitable, la vida apremiaba, y él lleno de un amor inexplicable, la besó.

464

PEREZ CARRANZA

A las cuatro de la mañana un muchacho delgado con las manos

en los bolsillos, se paró a las puertas del hospital, y todos los

silvestristas corrieron a su encuentro, ya había un dictamen médico, y Pérez Carranza lo tenía.

- ¡Habla por Dios! Dijo Walter.

- ¿Qué ha pasado Carranza? Preguntó Pichicho.

- ¿Qué dicen los médicos? Insistió Emma.

Y todos los silvestristas comenzaron hacer preguntas a la vez. Esto tiene que saberlo Silvestre, que alguien lo busque. Dijo un

joven entre la multitud.

- Calma muchachos, calma, ya los médicos han dado con lo que

tiene Isamar. Pueden estar tranquilos, todo esto no ha sido más que un susto. Quiero agradecerles a todos por su apoyo, pueden

irse a descansar tranquilos, Isamar está fuera de peligro. Concluyó el muchacho con su mejor sonrisa.

Los silvestristas gritaron emocionados, muchos aplaudieron y de pronto, todos abrazaron en montonera al lente del silvestrismo.

- Javi se hizo escuchar entre los presentes. Pero Jorge ¿Qué tiene Isamar? ¿No fue envenenada?

- No querido hermano, Isamar no fue envenenada.

- Estas viendo Javi que eres un exagerado. Le reprendió Daniela.

- Isamar lo que tiene es Chicungunya. Declaró Jorge Pérez Carranza.

465

Y ante la carcajada de todos los silvestristas presentes, Walter Quintero, un hombre que había pensado en hacer hasta una

cacería a los opositores del silvestrismo, se llenó de las fuerzas que le quedaban para hacer a la multitud la pregunta de la madrugada.

- Ve muchachos ¿Qué es el Chicungunya?

Los silvestristas muertos de risa, lo abrazaron, todo no había sido más que un gran susto, y una ola de rumores que no tenían

ni pie ni cabeza. Javi se sintió dichoso de haberse equivocado.

- Walter ahí tienes a tu enemigo. Dijo Víctor. El responsable

es un mosquito.

Todos los presentes se abrazaron los unos a los otros, la hermana silvestrista estaba fuera de todo peligro.

466

AGUAS DEL GUATAPURI

Ana al amanecer del veintinueve de noviembre, cuando todos

descansaban en sus habitaciones, abrió sin hacer ruido la puerta

de madera de la casa de Maria Clara, para cruzar la calle en dirección a la Sirena Dorada del Guatapurí. Salió descalza y llevaba puesta una hermosa manta Wayuú de color blanco. La

brisa de la mañana le alborotó los negros y largos cabellos, eran las seis de la mañana y el valle del cacique Upar, aún dormía. Ya

el sol iluminaba con sus rayos la hermosa Sirena de Hurtado. Y al verla, Ana recordó su juramento de ser feliz, de olvidar todo aquello que le hacía daño, y se sintió a salvo cerca de aquellas

aguas heladas.

Caminó entre las piedras hasta llegar a una enorme roca frente la

bella Rosario Arciniegas, la niña hecha mujer que custodiaba las aguas mágicas que bajaban de la nevada. Allí de pie, la encontró

Silvestre.

- ¡Ana! Dijo él.

Cuando ella lo vio sin pensarlo dos veces se lanzó a sus brazos,

creyéndose en uno de sus sueños, lo besó, sin importar que fuera realidad o no. Lo besó aunque sus vidas fueran distintas, aunque no podía pertenecerle por completo. Dos lágrimas brotaron de sus

enormes ojos negros.

Hay besos que son inevitables, porque el destino ha establecido que deben ocurrir y nada ni nadie lo puede cambiar.

Ana lo miró a los ojos, sus hermosos ojos amarillos brillaron para ella; y él sonrió al tenerla entre sus brazos. Ella siempre sería su

fan, y nada en la vida lo podría modificar, el destino estaba escrito.

467

- Al final yo gané, porque te conocí. Dijo Silvestre con la voz más dulce que ella haya podido escuchar. Ana eres mía

estés donde estés, hoy mañana y siempre serás mía, solo mía, porque me seguís gustando.

- ¡Te amo! Susurró ella.

Y Silvestre, la besó.

Una libélula roja , posada en la Sirena Dorada del Guatapurí

revoloteó por el cielo y los rayos del sol penetraron sus alas transparentes, dejándose llevar por las brisas que bajaban esa

mañana desde la Sierra Nevada de Santa Marta, se posó sobre los hombros de Ana.

468

SEGUIMOS INVICTOS

Pichicho consiguió por fin un buen empleo, y aunque ha sufrido

mucho por estar lejos de su familia y de su hogar, sigue invicto,

luchando por sus sueños. Tiene la gran fortuna de contar con amigos como Walter Quintero y Víctor Pinzón, ellos cuidan del fantasma del Novalito y del Club Silvestrista La Revolución de

Bucaramanga. A veces suele tomar las mejores decisiones gracias a su moneda de la suerte.

La moto apareció y Víctor nunca más volvió a dejarla en el camión de nadie, el silvestrista que se la había llevado, lo buscó

hasta encontrarlo, así que sigue asistiendo a los conciertos en su moto roja, y cruza Colombia con el copiloto más loco del mundo,

el gran Walter Quintero.

Emma y Yahir, lograron no solo ir al Lanzamiento de Sigo Invicto

en Valledupar, sino que el club del Batallón Samario, desde ahora y para siempre, ha quedado grabado, en el corazón de su artista, convirtiéndose en el 2014, en el Club Silvestrista del Año.

Yaliana dejó de ser una ermitaña, decidida a apoyar al Club

Silvestrista de Taganga, y hoy por hoy cuida de sus silvestristas con el mismo amor y cariño con el que cuido a Ana.

Pérez Carranza camina por las noches tomado de la mano de la mujer que ama, y ellos escriben su propia historia de amor,

porque el silvestrismo es el mayor contador de historias.

En Turbaco el silvestrismo es tan fuerte que crece día a día; y

siempre tienen tiempo de visitar a la anciana de la rifa y a los queridos Palito, Tomate y Goyito.

Nini actualmente está sometida a terapias para recuperar su visión, y existen gastos que son cubiertos por Silvestre a través

de la Fundación de Silvestristas de Corazón grande, que apoya a innumerables silvestristas y niños con diferentes dificultades

469

económicas y médicas, ella poco a poco recupera el porcentaje de su visión y estoy segura que pronto volverá a caminar por las

playas de Cartagena de la mano del amor de su vida.

Katherine Porto, mejor conocida como La Pechy, lucha día a día

por ser feliz, y con su ejemplo nos llena a todos de felicidad y fuerza. Una vez le dije que nuestra fuerza estaba en ella, y que si

ella seguía adelante, nosotros también lo haríamos. Me tranquiliza que no solo cuente con el mejor Club Silvestrista del mundo, como es el de Cienaga – Magdalena, sino que tiene el mayor

ángel que puede tener alguien, me refiero a su mamá, quien es el ejemplo de mujer más grande que he visto en mi

vida, el amor que entrega a su hija y a todos los silvestristas es único. Si alguna vez te encuentras en Ciénaga- Magdalena, no dejes de visitar el cuartel silvestrista más hermoso que existe, allí

no solo encontrarás a “La Pechy” cantando las canciones de Silvestre, sino una madre que cuidará de ti como tu propia

madre.

Todos los silvestristas sin excepción siguen invictos, desde

Bucaramanga hasta Cartagena, de Sur a norte, desde el Huila hasta Bogotá, de Villavicencio al Magdalena, todos luchan día a

día por su silvestrismo del alma, por sus sueños, sus grandes sueños.

Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile, Argentina, Perú, México, Estados Unidos, España y por toda Europa, millones de historias que me son imposibles de contar, pero que puedo resumir en la

frase de nuestra querida Ana: “No hay nada que el silvestrismo no pueda

curar.”

470

EPÍLOGO

Tiempo después del lanzamiento de SIGO INVICTO, Ana abría la

puerta del lugar donde había vivido con Mathias, no fue una sorpresa ver que las cosas de él ya no estaban. Encendió el

computador y colocó las canciones de Silvestre para espantar sus tristezas. En lugar de desempacar su bolso, llenó dos maletas con la ropa más ligera que tenía, y algunos pares de zapatos. Sacó

sábanas blancas de las gavetas y las fue colocando en los muebles, en los estantes, en la biblioteca, en el comedor.

- Yo solo puedo vivir en Valledupar, este lugar ya no me pertenece. Dijo ella.

Ana había decidido irse a vivir a Colombia, en el único lugar

donde se sentía en casa, “El Valle del Cacique Upar”. Dejó los fantasmas al cerrar la puerta con llave, y ni siquiera volvió la

mirada atrás. Con la ayuda de Maria Clara, consiguió alquilar una pequeña casita, en frente a la librería del Valle, y a la entrada su nuevo hogar un hermoso Cañahuate le brindaba su sombra, Ana

no podía pedir más, lo único que su corazón lamentaba era haber dejado los libros de su padre en Venezuela. Con el único que

había cargado en el largo viaje, fue con el libro de Gabo.

Una mañana cruzó la calle y se detuvo a ver los libros de

exhibición de la librería, cuando un joven de mirada cansada y hermosos ojos amarillos le brindó una sonrisa.

- Siempre he pensado que los libros en la vitrina de exhibición no son excelentes. Los mejores los encuentras

cuando entras a la librería. Dijo el Joven. - Sí, claro, lo mejor es buscar y encontrar. Dijo Ana.

- ¿Por qué no pasas? Preguntó él.

Ana no podía dejar de ver los ojos del joven. “Sus ojos, los ojos

de Silvestre.” Pensó. Al entrar en aquel lugar un señor mayor

471

estaba organizando los libros. El joven lo saludó informalmente y Ana comprendió que eran padre e hijo.

- ¿Trabajas aquí? Preguntó Ana. - Sí, así que podemos decir que somos vecinos.

Ana sonrió ante su amabilidad, y se distrajo entre los estantes

repletos de libros.

- No me has dicho tu nombre. Dijo el joven tras ella.

- No me has dicho el tuyo. Contestó Ana. - Me llamo Andru. - Yo soy Ana.

Cuando ella estrechó su mano, sintió una especie de electricidad al tocarlo, sus manos eras suaves y blanquecinas. Los ojos de

Andru se clavaron en Ana.

- Me recuerdas a alguien que quise mucho. Dijo Andru. Y una

sombra cubrió su mirada dorada. - Tú también me recuerdas a alguien a quien amo. Dijo Ana

brindándole una radiante sonrisa.

Un año después del día en que Ana conoció a Andru, en la Plaza Alfonso López de Valledupar, un joven doblaba su rodilla derecha

y abría una pequeña cajita aterciopelada de color rojo. Cuando ella abrió la cajita, contempló una hermosa sortija de compromiso, que a diferencia de otras, la gema no era

transparente, sino roja, un deslumbrante rubí para una silvestrista.

- Ana, mi amada Ana ¿Aceptas casarte conmigo? Preguntó

Andru.

Durante el tiempo que se conocieron ambos se habían hecho cómplices, amigos y amantes, Andru aunque no era silvestrista,

la acompañaba en todas y cada una de las locuras que Ana se inventaba para acercarse a Silvestre, por su amor al silvestrismo Ana recorrió innumerables pueblos y por su manera de ser, Andru

estaba convencido que solo una gema roja podría darle un sí.

472

Una libélula intensamente roja se posó sobre Andru , Ana se sorprendió de verla allí como símbolo inequívoco de un amor eterno. Ana contempló al hombre del que se había enamorado,

miró sus hermosos ojos amarillos, y la respuesta fue una y única.

- ¡Acepto! Contestó Ana.

Andru enamorado de ella la abrazó, y ella enamorada de él, lo

besó, no había que renunciar al silvestrismo, ni tenía que esconder lo que sentía por Silvestre. Andru no tenía que esconder

ante ella sus sentimientos pasados ni ocultar los fantasmas que le pesaban, ella podía ser Ana la Silvestrista, y el podía ser Andru el librero de una tierra mágica donde los duendes, las sirenas,

Francisco el Hombre y las Marías Mulatas conviven entre el mito y la leyenda, los dos se sentían a salvo en la tierra de acordeones,

los dos eran uno solo.

473

LAS SIRENAS DE

HURTADO

Marlyn Becerra Berdugo

474

A todos los escritores, compositores y poetas

De una tierra con la que soñé despierta.

Marlyn Becerra Berdugo.-

475

ANDRU ESTEBAN VIRVIESCAS

Los árboles entonaron un canto de vida que disipó las sombras

de la noche, soltando al viento el dulzor del rocío en las hojas. Pájaros de colores trinaban aferrados a las ramas, algunos

susurrando a sus crías en los nidos, otras silbando canciones de amor, buscando un compañero. Todos habían perdido la esperanza de reencontrar el árbol de cañahuate donde habían

nacido, ese de finas ramas y tronco blanquecino, que se viste para la primavera del color del sol, un árbol digno de los dioses

paganos, poderosos en el mediterráneo, que desde el olimpo, atentos y silentes, observan el valle de las hadas y las sirenas.

Entre los cantos de la mañana, un muchacho de cabellos oscuros

y ojos profundos, idólatra de esos dioses, observaba a un anciano de mirada triste y alma cansada, su semejanza a un rapsoda se le

antojaba extraordinaria, un Homero cansado por los años de trabajo, el hombre más que inmortal, se aferraba a la vida al sujetar entre sus manos, una taza de café humeante.

Allí sentado en la banca de la plaza del pueblo, el joven escuchaba atento los susurros del viento, voces que llenaron su

mente de recuerdos. Vio en ellos a su abuela Isabela, la imaginó aún con vida, con su libro de hojas amarillentas, encerrada en el

luto de los años, apretando incansable el abanico que espantaba sus recuerdos y sentimientos más oscuros. La abuela solía mirarlo como si deseara explicarle la vida en segundos.

El canto de una mulata de negras plumas y pico astuto, lo atrajo a la realidad, un ave vestida como los cuervos, aunque mucho

más pequeña. La tenía tan cerca, que pudo agarrarla, pero

476

prefirió sentir su presencia y ver como brincaba de una patita en otra, buscando ramitas para su nido de amor.

El joven se sintió observado por la Maria Mulata.

– ¡Mi cuervo favorito! Murmuró sosteniéndole la mirada.

En sueños le sacaban los ojos, al igual que los cuervos a los

cadáveres abandonados a su suerte. El ave aleteó en pos de un amante y la ramita del nido cayó en el despegue. El muchacho navegó en el mar de su conciencia. “La muerte se encamina

hasta un sencillo valle donde ya las aves están enlutadas”. Pensó.

Esa mañana la tienda Compae Chipuco estaba cerrada, al igual que la pequeña librería de Andrés, aún era temprano, hasta para

el incansable de su padre. Nuevamente la brisa de la nevada acarició los árboles haciéndolos sonar con sus susurros. El muchacho comparó en un instante, al sonido de los árboles con

murmullos de almas errantes, al olor del valle con el olor de una nube jugosa, al anciano del café con el Quijote sin Sancho.

Disfrutaba de las mañanas tranquilas sin parranderos ni silvestristas que perturbaran sus pensamientos, amaba la música vallenata propia de aquella tierra, pero su amor era más intenso

por los sonidos propios del pueblo donde nació. Los fanáticos de Silvestre Dangond revolucionaban la ciudad de tal forma, que el

joven se sentía a salvo en el silencio del viento de esa mañana.

- ¿Puedo sentarme? Preguntó una joven. ¿Puedo sentarme?

Insistió ella turbando sus pensamientos.

477

- ¡Perdón! Murmuró el muchacho. Un olor dulce le llegó preciso e intenso, no era la piel de la joven, pálida y

delicada de quien emanaba aquella dulzura, sino de una caja de chocolates que llevaba en las manos.

- ¿Quieres chocolate? Sonrió la joven. Por dentro tienen jugo

de uva. Son muy buenos para empezar el día. - Sí, gracias. Contestó él.

- ¿Por qué será que cuando se come algo tan rico, no hay nada que decir? Preguntó ella ante el silencio entre los dos ¿Sabes qué es mejor que el chocolate?

- ¡No! Murmuró el joven, contemplando el cabello ondulado y rojizo de ella, como si la luz del sol se posara en cada

hebra. Observó los ojos verdes y penetrantes de ella, sintiéndose desarmado por completo.

- Mis amigas silvestristas, me han dicho que el chocolate es

el sustituto del sexo. Una enorme sonrisa afloró de sus labios rojizos y carnosos. ¡Disculpa tengo que irme! –Dijo

ella. Se me ha hecho tarde, gracias por el rato de compañía.

Se levantó ligera como una liebre. Él no le había dicho su nombre

y tampoco sabía el de ella.

Inmutable se quedó viendo como se alejaba, con la gracia y elegancia de los gatos, llevando su larga cabellera naranja lejos

de él. Cuando asimiló que ella se había marchado, se quedo allí sentado, con el sabor en su boca del chocolate, soñando

despierto, identificando a cuál personaje de los libros se parecía más, intentando darle un nombre, pero solo vinieron a su mente,

las Náyades de los griegos y sus suspiros se unieron al susurro de los árboles.

El anciano ya no estaba.

A la mañana siguiente, el olor del valle era el aroma a árboles

vivos. Respiró al dulce río Guatapurí, e imaginó el sonido de las

478

cristalinas aguas, bajando por el caudal de la nevada a Valledupar. Todo le llegaba perfecto. El silencio era absoluto, las

aves lo habían abandonado, ignorando que algo andaba mal en su ser, no quiso oír su voz interior. “Me falta el oxigeno como en el Nautilus”. Pensó, recordando sensaciones al leer a J. Verne.

Se sentía casi sin oxigeno, esperando a la muchacha de los

chocolates del día anterior, sentado en la misma banca de la plaza, miraba su reloj cada dos segundos. Solo quería un nombre, ver el sol en sus cabellos cobrizos, inhalar el olor de su piel

pálida.

Observó a las personas que iban y venían para dirigirse a sus

trabajos y los más jóvenes a sus colegios. El anciano del café cumplía con su ritual necesario de seguir esperando. Fue una

mañana sin cuervos y su ausencia lo incomodó. Era de mal agüero.

De pronto ella estaba ante el muchacho que con tanto afán la esperaba. La joven llevaba el cabello rojizo recogido en una gran cola de caballo. Su vestido de corte amplio en los hombros,

delicado y de color blanco, dejaba ver las pecas rojizas de los hombros que le adornaban la piel.

- ¡Mi nombre es Fabiola! Dijo sonriendo. Disculpa mi apuro de ayer. Debía cumplir con alguien y lo había olvidado, siempre ando pensando en lo que no debo y me disperso,

tengo dos hijos inquietos que debía recoger del veterinario. - Me llamo Andru Esteban Virviescas, ¿Tienes hijos

enfermos?, te ves muy joven para ser madre. - ¡OH! No, son mis gatos, son como mis bebes, además a los

niños no los llevamos al veterinario – Dijo sonriente - Te llamas ¿Andru?, tienes nombre inglés o es poco común. Dijo tocándole la nariz con un ligero golpecito con el dedo

índice.

479

- ¡Tienes razón! Solo escuché la palabra hijos; y sí es poco común, más no creo que sea inglés, siempre he pensado

que fue un intento de mi madre por hacer de mí alguien disímil.

- Podrías hablar claro, no tengo ni idea que sea disímil.

Sonrió Fabiola, enroscando en un dedo blanquecino un mechón de sus cabellos.

- ¡Distinto! Mi madre, hizo de mi nombre algo diferente. - Tu mamá debe ser muy linda, porque tú eres hermoso

Andru.

- Andru sintió en el rostro el calor de una hoguera, aunque fuera

muy temprano para tanto calor, sintió ganas de ir al río y de ahogarse en él.

- ¡Me gustan los libros! Soltó, arrepintiéndose de haberlo

dicho. “El idiota que solo tiene libros” Pensó. - Y a mi me encanta el vino tinto. Dijo Fabiola ¡Excelente si

es un vino Argentino! Podríamos dar un paseo Andru, si quieres, pero no me hables de libros, eso me aburre,

prefiero la música, sobre todo si es un vallenato de Silvestre Dangond.

Caminaron sin prisa, y para Andru fue una completa agonía. Cada centímetro de la piel de la joven lo enloquecía, a medida que

caminaban se sentía torpe, y de pensamientos impropios. Pensó en besar aquel pálido cuello, rozar las pecas rojizas, oler los

cabellos de la mujer teutona que lo arrastraba por la calle del pueblo.

Desde ese día se volvieron el uno para el otro. Durante un año aquella mujer fue suya, aunque para él solo tuviera un defecto. “Silvestrista.” Pensaba Andru Esteban, cada vez que ella

coqueteaba descaradamente con el cantante más popular del

480

momento en los conciertos a los que tenía la obligación de acompañarla por ser su novio. “No voy a sentir celos, es

silvestrista y nada más.”

“Ocho años me ha llevado escribir sobre el personaje de Andru, siempre pensaba que algo me faltaba por vivir, hasta el día en que conocí a Daniel Esteban Virviescas”.

Marlyn Becerra B.

481

ANA

Tiempo después una joven de cabellos negros y enormes ojos,

se detuvo a ver los libros de exhibición de la librería que quedaba en frente de su casa, observaba detenidamente cada título, como

si buscara los libros abandonados por ella en su anterior hogar.

- Siempre he pensado que los libros en la vitrina de exhibición no son excelentes. Dijo Andru a sus espaldas.

Los mejores los encuentras cuando entras a la librería. - Sí, claro, lo mejor es buscar y encontrar. Dijo Ana.

- ¿Por qué no pasas? Preguntó él.

La muchacha se sorprendió al ver los ojos amarillos del joven. “Sus ojos, los ojos de Silvestre.” Pensó ella. Al entrar en aquel

lugar un señor mayor estaba organizando los libros. El joven lo saludó informalmente y Ana comprendió que eran padre e hijo.

- ¿Trabajas aquí? Preguntó ella.

- Sí, así que podemos decir que somos vecinos, tú eres la chica de enfrente, te vi llegar hace pocos días.

Ella sonrió ante su amabilidad, y se distrajo entre los estantes

repletos de libros.

- No me has dicho tu nombre. Dijo el joven tras ella. - No me has dicho el tuyo. Contestó la muchacha. - Me llamo Andru Esteban Virviescas.

- Yo soy Ana.

482

Cuando ella estrechó su mano, sintió una especie de electricidad al tocarlo, sus manos eras suaves y blanquecinas. Los ojos de

Andru se clavaron en Ana.

- Me recuerdas a alguien que quise mucho. Dijo Andru. Y una

sombra cubrió su mirada dorada. - Tú también me recuerdas a alguien a quien amo. Dijo Ana

brindándole una radiante sonrisa. - Es bueno saber eso, creo que entonces las condiciones

están dadas para ser los mejores amigos del mundo. ¿Te

gusta leer? Preguntó Andru Esteban. - ¡Me encanta! Contestó Ana. Mi autor favorito es Gabriel

García Márquez. - ¡El maestro! Exclamó él. - ¿Pendón?

- Gabo es el maestro de los maestros, mi abuela Isabela solía tener Cien Años de Soledad entre sus manos, como si

se tratara de la Biblia misma, lees al más grande de los escritores de Latinoamérica, y eso me agrada. Andru no podía parar de sonreír, cada dos frases o comentarios, una

carcajada emanaba de su ser. Ana se le antojaba idéntica a la mujer que más había amado.

- ¿A quién te recuerdo Andru? Peguntó Ana. - A mi madre. Contestó él. Tienes los cabellos como ella,

negros y muy largos, solo que mamá tenía los ojos azules,

casi grises. - ¿Tenía?

- Mi madre ya no está. - Lo lamento. Murmuró Ana agachando la cabeza. - Larga historia, pero no te aflijas, te ves más bonita cuando

sonríes niña.

“Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, lo leí cuando apenas tenía 14 años, ver el mundo de Macondo a esa edad, fue hacer de mi mente un lugar donde todo sería

posible” Marlyn Becerra B.

483

MARIA CLARA

Por las tardes Ana visitaba a su amiga María Clara en la enorme

casa del Guatapurí, donde siempre entraban y salía huéspedes. Solían tomar café y conversar hasta entrada la noche cuando José

Luís, llegaba con enormes paquetes de comida para la clientela.

- Chinita te estas poniendo muy flaca, deberías alimentarte mejor, van a decir que viniste a morir de hambre al Valle.

- No digas bobadas José Luís, estoy bien. Contestó Ana. Pero no me enojo si haces la cena y me dejas hablar con tu

mujer. - ¡Mujeres! Solo están pendientes de chismear. Ni modo, hoy

les cocino yo. Dijo José Luís mostrando todos sus dientes

en una sonrisa fingida. - No te enojes con él Ana. José Luís vive pendiente de ti, y

no miente, estas muy delgada ¿Pasa algo? ¿Es Silvestre? - Estoy bien, por qué siempre crees que es por Silvestre. - Porque te conozco, no eres la misma cuando no andas

silvestriando Ana, y eso, no está bien, debes enamorarte y tener tu familia, ya es tiempo.

- Maria Clara, creo que con lo que pasó con Mathias es suficiente, por ahora quiero estar sola, además me quiero ocupar de cosas como la revalida de mi título, conseguir un

empleo y rehacer mi vida en Valledupar. - Eso es cierto. ¿Ana hay algo que no me has contado?

Maria Clara era una muchacha extraordinariamente observadora,

y sin pelos en la lengua, decía lo que pensaba desde que se casara con José Luís, los dos habían construido un hogar sólido,

un hogar vallenato, porque en el valle no existía una casa más escandalosa que aquella. Por las noches María Clara sonaba a Silvestre Dangond a todo volumen.

484

Conocí a alguien, creo que vamos a ser buenos amigos. Confesó Ana.

- ¿Es silvestrista?

- No. Dijo Ana levantando levemente sus hombros.

- Nadie es perfecto. Dijo Maria Clara, soltando una estrepitosa

carcajada.

- No digas tonterías, solo somos amigos.

- Mi queridísima Ana, uno no se enamora de los enemigos.

“Maria Clara es una Silvestrista que me escribió hace algún tiempo atrás, su forma de expresar su cariño por Silvestre, me llevó a incluirla como personaje en esta historia, ella al igual que José Luís Torres, son mis amigos incondicionales, José Luís es hombre más alto que conozco en mi vida.” Marlyn Becerra B.

485

SIMPLEMENTE AMIGOS

Esa tarde Andru contempló el cañahuate que daba sombra a la

entrada de la casa de Ana. “Aún no florece” pensó. Hizo algunos golpes a la puerta, hasta que ella contestó con un grito que daba

a entender que ya abría. Ella sostenía un libro de derecho y lo saludó con una enorme sonrisa.

- ¿Estudiando? - Revalida de título, tú sabes. - ¿Paseamos? El sol ya bajó y prometiste acompañarme al

Guatapurí un día de estos. Adivina Ana ese día es hoy.

Ana y Andru, pasearon por las calles del valle, ella tenía días queriendo hacer una pregunta que se le antojaba estúpida, pero

necesaria. Sin embargo no se atrevía a formularla, se habían hecho buenos amigos, aunque él no fuera silvestrista, y le

gustaba ver sus ojos por la tarde, ellos le recordaban que algún lugar del mundo, existía un joven con aquellos mismos ojos, luchando por cada uno de sus sueños, no podía evitar pensar en

Silvestre.

- Andru disculpa por meterme en tu vida personal, pero

¿Tienes novia? - Sí Ana, tengo novia, ¿No te he hablado de ella?

- ¡No!, no lo has hecho. Contestó Ana, sintiendo calor en sus mejillas, la pregunta estaba hecha y había sido respondida. “No me gusta esta respuesta” Pensó Ana.

Andru Esteban, tomó el tema como quien habla de un tesoro, expresando con claridad lo mucho que amaba a la mujer de sus sueños, y lo perfecta que era, aunque los sábados, su amada

novia se ausentara todo el día, por estar en interminables

486

tratamientos de belleza, que él consideraba como algo normal, para una mujer tan excepcional como ella, describía a Fabiola

como una diosa mitológica.

“Me imagino a una arpía” pensaba Ana al escuchar aquella

descripción que rallaba en la idolatría. Era evidente que Andru estaba enamorado más allá de sus fuerzas, de aquella increíble

mujer.

- ¿Tú tienes novio Ana? - No.

- Alguien de quien quieras hablarme. - No.

Permanecieron en silencio por un tiempo, pero al llegar al puente

del río Guatapurí Ana salió corriendo rumbo a la Sirena Dorada, y Andru la siguió como si fueran dos niños jugando a las carreras.

Ana trepó a una enorme roca, recordando la última vez que viera a Silvestre, y se sintió feliz de vivir en aquella tierra. Andru la sacó de sus pensamientos intentando arrojarla al agua,

resbalaron y ambos cayeron a las aguas del Guatapurí. Las aguas heladas los recibieron de tal forma que Ana gritaba pataleando:

“Juro que voy a matarte.” Andru nadó tranquilamente viendo como su amiga chorreaba en la orilla. “No seas llorona” contestó a sus gritos. Pasaron la tarde intentando secarse. Ana no hacía

más que mirar lo mojados que estaban sus zapatos rojos. “Los zapatos de la Cenicienta silvestrista” Pensó ella, aunque solo

se sintiera como un perro mojado. Andru no paraba de reír.

Cuando Ana se quedó viendo su forma de brillar, sintió ganas de

tocarlo pero no se atrevió a hacerlo. “Parece un dios mitológico” Pensó Ana, y no pudo sostenerle más la mirada. “No Ana no es un

dios, y simplemente somos amigos.” Se reprendió así misma.

487

LA SIRENA DE HURTADO

Al atardecer Ana le pidió a Andru que le hablara de su mamá, no

quería irse de aquel hermoso lugar e intentó sacarle conversación, no importaba que tuviera novia, esa tarde solo se

trataba de ellos dos, y la tal “Fabiola” estaba ausente.

Ana para ser sincero todo lo que pasó con mamá es muy complicado y extraño, todo comenzó cuando mi padre me dijo un

día que ella estaba enferma, el médico dijo que era depresiva y que todos sus problemas de aislamiento eran por su estado

mental. “Ella ha dejado de leer y de hablarme. Que no me hable lo puedo soportar, pero el hecho que no lea me alarma, era lo que más le gustaba y ahora solo mira por la ventana”. Dijo mi

padre una tarde en que ya no sabía que hacer por ella. Ese mismo día entré en la habitación de mamá, y me senté en su

cama. Ella se mecía en su silla al pie de la ventana y no apartaba la vista de los árboles de la calle. Estaba vestida con una bata a rayas azules, siempre tenía el cabello suelto, era negro azabache

al igual que el de mi abuela Isabela y tan largos como tus cabellos Ana.

- El día en que naciste. Dijo mi madre. Lloré toda la noche, eras tan flaquito e indefenso, que no sabía si yo podría

cuidarte. Hoy vienes a cuidar de mí, pero hijo, pierdes tu tiempo, al igual que tu padre. Mi mente está enferma y no hay vuelta atrás, ella nunca me ha hecho caso alguno en

realidad, lo que tengo no se remedia con pastillitas de colores. Tenías tres días de nacido cuando me imaginé que

te dejaba caer y veía como sangrabas y morías ante mí, yo te había arrojado según las imágenes que pasaban por mi mente. Después de esa noche no volví a cargarte jamás.

488

No entiendo cómo siendo tu madre, pude ver cosas tan espantosas.

Yo sentía que había perdido a mamá para siempre, estaba

atormentada y no tenía idea de cómo ayudarla. Ana a veces amamos tanto a nuestros familiares que somos incapaces de

entender qué es lo que realmente necesitan en sus vidas.

- Nunca te hice daño. Dijo mi madre. Ni nunca te lo haré,

primero me mataría antes que tocarte, pero mi mente me hace ver cosas horrendas. Por eso dejé de leer ya no quiero imaginar nada más. Esto nunca se lo había dicho a

nadie y no quiero que lo sepa tu padre, él no merece saber que tiene una loca por esposa.

Permanecí callado Ana, yo amaba a mi madre y quería

entenderla, estar allí no para juzgarla, simplemente la miré con amor, era lo único que podía hacer.

- ¡Andru!, Dijo mamá ¿Alguna vez te conté sobre la Sirena de Hurtado?

- No mamá. Contesté. Pero me sé el mito. - No hijo. Dijo ella. No es un mito, es la más pura realidad,

deja que te cuente a mi modo la historia y lo entenderás.

Dijo mi madre echando su cabeza hacia atrás. Desde niña me bañé en las aguas del río Guatapurí, tu nona siempre

me llevaba los domingos a medio día después de misa, ella era muy buena madre, trabajó toda su vida para que yo estudiara y para que no me faltara nada y fuera como mi

papá, un amante de los libros, característica que en realidad has desarrollado tú. Ella siempre me sacaba del

agua diciendo: “Luisana ya está bueno por hoy, está que cae el sereno y si no haces caso, viene La Sirena de Hurtado y te lleva”. Siempre me salía del agua enojada con

mamá, porque me interrumpía en pleno juego.

489

Un día en el que no me quería salir, mi madre me contó la verdadera historia. Rosario Arciniega, era una linda niña de

cabellos rojizos y ojos claros, le gustaba mucho bañarse en ese río. Como acostumbramos los católicos, los jueves y viernes Santos, son sagrados y hemos prohibido a lo largo de

las generaciones, bañarse en el río esos días, pero Rosario no hizo caso y un jueves santo, sin que su familia lo advirtiera, se

fue a orillas del Guatapuri, al pozo de Hurtado y desde una roca, se lanzó a nadar, luego cuando se dieron las dos de la tarde, no pudo salir del agua, sus piernas no respondieron solo

flotaban, pensó que estaba atrapada, debajo del agua algo brillaba, eran escamas, por lo que sumergió la cabeza para

ver mejor, cuando de pronto vio una cola de pescado que se movía dando coletazos, la tocó y se dio cuenta horrorizada, de que era parte de su cuerpo.

En el Pozo de Hurtado, Rosario Arciniega se había convertido en una sirena. Los padres al ver que la niña no aparecía

fueron a buscarla por el río pero no la encontraron. El viernes santo ya la daban por muerta pero, seguían buscándola, su

cuerpo debía salir a flote si se había ahogado. Al salir el sol, en la roca donde se había lanzado, la vieron con su cola de pez, y a la vista de todos, se zambulló en el río por última vez. Hay

muchos pobladores que dicen haberla visto.

¡Luisana! Salte o te vas con ella, dijo tu nona. Yo me había

quedado helada Andru, desde siempre había visto a esa niña de ojos claritos, era realmente hermosa y mi mejor amiga, no me había dado cuenta que solo la encontraba en el río y nunca

en el pueblo ni en la escuela. Esa noche lloré amargamente, mi gran amiga era una sirena. Días después, fui a las orillas

del Guatapurí y me fijé que la sirena dorada que hay en el Pozo de Hurtado en realidad era igual a ella, aunque mas grande y ya hecha mujer. La llamé, le grite y no apareció,

490

nunca más volví a bañarme en el río, sin embargo, durante el resto de mi vida la he oído llamándome “Luisana ven a jugar”.

Ana, mi madre dejó de soñar porque decidió tener una vida a la que la sociedad llama normal, su sueño era viajar a los lugares que leía en los libros, caminar por las ramblas de Barcelona, ir al

desierto del Sahara, ver un oasis, las pirámides, quería errar por el mundo; sin embargo, cuando conoció a mi padre, todo cambió.

Con el tiempo, por las noches, yo le dejaba un libro cerca de la cama, el cual no tocaba. Hasta que un día, haciendo un inventario

en la librería encontré “Las Mil Hadas de la Luna”, y no sé por qué, pero decidí llevárselo esa noche a casa, al día siguiente, mi madre volvía a leer.

Me preguntaba en ese entonces si la abuela Isabela había conocido de la enfermedad mental de mamá; porque cuando

creces rodeado de libros y de seres queridos como mi madre y mi abuela, la vida es tan irreal. Puedo decirte que estoy seguro que en mí vida lo único real fue el colegio.

Con los días, se terminaron las obras de la autora, mi madre recayó en sus depresiones. Una mañana en que fui a verla, la

encontré con las piernas sobre la cama, se abrazaba las rodillas, un gato pequeño de color negro la acompañaba, lo que me

pareció extraño, en la casa no había animales.

- ¿Mamá y ese gato? - Es mía y no es gato, es una gata. Dijo.

- ¿De dónde salió? Insistí.

491

- Llegó anoche por la ventana, se llama Pili. Fue lo único que contestó.

Era como contemplar un cuadro, ella sin hacer otra cosa que fijar

sus grandes ojos azules, en la calle del frente. Su cabello había crecido mucho, ya no se lo dejaba cortar. Su juventud no

mermaba, era como si el tiempo no transcurriera. Yo me sentí en realidad abatido, era verla morir en un mundo de sombras, de espantos, se veía bella pero estaba muriendo en vida.

Una tarde mi papá dijo: ¡Tu mamá! Tu mamá, no está. Yo fui a llevarle una merienda y no está, ni en el patio, ni en los cuartos,

la he buscado y no está.

Era la primera vez que desaparecía, me alarmé muchísimo, Luisana no tenía amigos, así que no sabíamos a donde buscarla.

Le pregunté a todo el mundo, pero nadie me daba razón de ella, pasé horas buscándola por las calles y avenidas de Valledupar. De

repente sentí escalofríos al pensar en el río, vino a mi mente, como cuando recuerdas un sueño, y tuve la certeza de que ella,

se la había llevado… Rosario… La Sirena de Hurtado. Esa sirena que nos observa desde su pedestal en este mismo momento. Todo fue irreal.

Corrí como nunca en mi vida, ya era de noche y estaba temblando. Al llegar al puente del pozo, grité, la llamé, pero nadie

respondió. Aunque era de noche, recuerdo que estaba claro, la luna llena se alzada ante el valle.

Bajé a toda velocidad por la calle que da a la plaza, al llegar a la orilla del río, me resbale por las piedras y me golpee, justo antes

492

de caer al agua helada, sentí raspones por todas partes, pero no tenía tiempo que perder, ella se la estaba llevando, mi madre

estaba allí o eso creía yo. De pronto, vi unos ojos amarillos que me miraban desde la otra orilla, sentí miedo pero me puse a nadar hasta los pequeños ojos, el agua me pellizcaba la piel como

pequeños palillos clavados por todas partes. Al acercarme vi la gata negra de mi madre, era Pili, estaba seguro. Seguí nadando,

y al llegar a la orilla, ya no estaba el animal. Me dejé caer en la tierra, temblaba de pies a cabeza, pero ya no era miedo, sentía espasmos dentro de mí. Allí devastado, no pude aguantar más y

lloré, lloré como nunca, mi mamá estaba muerta. Tan intensa era esa sensación de soledad, que solo podía llorar y darla por

muerta.

“El río Guatapurí, donde se encuentra La Sirena Dorada, es un lugar con el que

soñé despierta. Siempre he pensado que al morir, mi alma se quedará en esas aguas y por fin podré ver a Rosario Arciniegas”. Marlyn Becerra B.

493

UN AMOR PROHIBIDO

Ana escuchaba atenta cada palabra de su narrador, pero le era

inevitable ver sus ojos amarillos, como si estos la hipnotizaran, observaba sus labios como si se tratara de un fruto prohibido,

intentando concentrarse para no llorar por la tristeza que la embargaba. Andru le producía una especie de ternura, de deseo desmesurado, su alma se debatía entre llorar o besarlo.

- En realidad mi madre nunca apareció. Dijo Andru. No hay tumba alguna que yo pueda visitar y llevarle flores; papá la

buscó por los pueblos cercanos hasta la alta Guajira, pero yo sentí esa noche y hoy en día lo sigo sintiendo, mi madre está muerta, se la llevó Rosario Arciniegas, La Sirena de

Hurtado.

Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Ana. Andru quiso besarla, pero no lo hizo. Solo le dio un pañuelo, el que siempre

llevaba en el bolsillo posterior del pantalón.

Esa noche cuando logré regresar a casa. Dijo Andru. Entré en la

habitación de Luisana, el vació era insostenible, pero me armé de coraje y permanecí allí, de pie. Todo estaba en su lugar, sentí la necesidad de recordar que ella había sido real. Su olor allí puedo

percibirlo, todavía permanece en ese cuarto.

Ana lamentó mucho haber hecho que él hablara de Luisana, podía

entender y creer lo que le contaba, ya que en su vida había tenido a Kennel, un alma errante que buscaba a su esposa e hija

y que había elegido a Ana para que lo ayudara. Sabía perfectamente que en la vida existen cosas inexplicables, a las

494

cuales la gente suele darles nombres que ni pueden comprender, ella e incluso Silvestre, habían sentido la presencia de Teresa, y

no era ilógico que una sirena de río pudiera llevarse a una mujer, pensar eso, era menos doloroso que pensar en un suicidio.

“Si tuviera las fuerzas necesarias para besarte Andru” Pensó Ana

al verlo taciturno. “Eres prohibido, eres un amor prohibido”. Y recordó una hermosa canción de Silvestre que hablaba

perfectamente de este tipo de amor. “Silvestre sabe todo sobre el amor.” Pensó.

De pronto Andru Esteban, clavó sus cálidos ojos amarillos en Ana, y sujetó entre sus manos gélidas el rostro de ella, el único sonido que existía era el susurro del río Guatapurí. Ambos se sintieron

atraídos de forma inexplicable.

Andru contempló los labios de Ana, ella temblaba de frío por no

decir que de miedo, que era lo más probable, ambos olvidaron a Fabiola, como si su sombra no pesará sobre lo que estaban sintiendo. Ana quiso detenerlo, pero no pudo, no quiso evitar que

él rozara su boca. Ana sintió ganas de desmayarse, jamás había sentido su propia alma de aquella forma. Al sentir los labios más

dulces que jamás la hayan tocado, ni siquiera pensó en el hombre a quién tanto adoraba, se anularon los recuerdos, las culpas, las obligaciones.

Se besaron como si se pertenecieran desde siempre y para

siempre.

Ana sintió en su nuca la mano firme de Andru Esteban, y en su

mente confesó “Me gustas tanto” tomó entre sus manos los cabellos de él intentando acariciarle el alma “Me gustas tanto”

pensó Ana una y otra vez.

495

Él envuelto en una especie de trance la besó como nunca había besado a una mujer, no quiso detenerse, no pudo hacerlo y la

deseó como al aire mismo. “Ana, mi amada Ana”, pensó él. Sintiendo la calidez de aquella boca delicada, escuchando únicamente el descontrolado ritmo de su corazón, confundido

entre el amor y el deseo.

Allí delante de La Sirena de Hurtado al atardecer, nació un amor

imposible, porque no se pertenecían, porque una parte del alma de Andru era de Fabiola y porque una parte de Ana era de Silvestre.

“El día que conocí a Daniel Virviescas, fue conocer inexplicablemente a alguien

que había imaginado por años, el color de sus ojos, “amarillos”, tal cual como me había imaginado siempre los ojos de Andru, no pude evitar sentirme dentro

de esta historia”. Marlyn Becerra B.

496

FABIOLA

Ana se alejó de Andru desde la tarde del beso en el Guatapurí,

lo sucedido no tenía explicación, ella lo sabía. Comprendía la existencia de besos inevitables, aunque sean de los que te

condenan al infierno, pero también comprendía que un beso no significaba que Andru no amara a Fabiola. “Te estas complicando la vida” insistía María Clara, “acepta tu destino y que pase lo que

tenga que pasar Ana”, su amiga insistía. “Somos seres humanos, con debilidades y errores, pero que dentro de todo eso que

somos, sentimos con la fuerza del alma y nada que te llene el alma puede ser malo”. Ana intentaba no escuchar a Maria Clara, durante años había sido sumisa, obediente, jamás engañó a

Rafael, y siempre se comportó a la altura de su profesión, pero aquello no le sirvió de nada cuando entendió que su novio amaba

perdidamente a otra mujer, o por lo menos se divertía con ella. Ana quería creer que Andru no jugaba a ser un seductor, y que simplemente un beso, un beso no se le negaba a nadie.

“Engáñate a ti misma a ver hasta donde llegas” le decía Maria Clara.

Una mañana cuando Ana se decidió por fin en presentarse en la librería de Andru, él no estaba y ella quiso comprar “Del amor y otros Demonios” de Gabriel García Márquez, el libro favorito de

Andru, cuando de pronto entró una joven radiante, tan pronto Ana la vio supo que ella era Fabiola, tal cual Andru la había

descrito, alta, muy blanca, de cabellos cobrizos y ojos verdes, Ana sintió un golpe bajo en el estomago, jamás podría competir

con la belleza de aquella mujer. “Don Andrés por favor dígale a Andru que pase por la casa por favor” Dijo Fabiola con una enorme sonrisa, pero cuando observó a Ana, la miró con

desprecio. Dio media vuelta y caminó con tanta elegancia que Ana creyó que era la mujer más vanidosa del mundo. “Me miró

497

por encima del hombre, quién se cree para verme así”. Pensó Ana.

Pagó el libro y se fue a casa, al entrar en aquel lugar se sintió a salvo de cualquier sentimiento, aunque su casa era pequeña, tenía lo que tanto necesitaba, una hamaca roja donde pasaba

horas enteras leyendo o estudiando para la revalida del título de abogado, un comedor con dos sillas, una biblioteca que poco a

poco iba cobrando la vida de la que dejara en Venezuela, un cuadro enorme de Nabusimake adornando la pared blanca en frente de su lugar de lectura. Entró en la cocina se sirvió un vaso

de leche y alguien tocó a su puerta.

- ¿Quién es? Preguntó ella.

- Andru, abre por favor. Contestó la voz al otro lado de la puerta.

- ¡Por favor vete! - No Ana, no me voy a ir, papá dijo que fuiste a la librería,

hablemos.

- Vete, también tu novia te busco hoy, ve con ella. - Ana por favor, te debo una explicación.

Al escuchar esas palabras Ana abrió la puerta, lo miró como se puede mirar al hombre que amas, pero con ganas de matarlo.

- ¿Explicación? Me vas a explicar un beso, o vas a decirme

que fue un error, porque si es así no necesitas explicarme nada.

- Ana te amo, lo que nos pasó en el río solo tiene esa explicación, estoy enamorado de ti.

498

Ana escuchó entonces las palabras más dulces del mundo, quiso abrazarlo, besarlo, entregarle su corazón a la sombra del

cañahuate, pero no lo hizo, no podía hacerlo.

- Ahora vas a decir que amas a dos mujeres, que estas

confundido y que te de tiempo, no Andru vete, tú no me amas.

- Amo a Fabiola pero… Un golpe repentino calló la voz del muchacho, Ana azotó la puerta con tanta fuerza que Andru se quedó sin aliento. “No debí decir eso, soy un idiota”

pensó el muchacho.

Pasaron muchos días antes que volvieran a verse, Ana trataba de salir a la calle solo para lo necesario, estaba aislada entre sus

libros como en los tiempos de Rafael. Andru por su parte quería hablar con Fabiola y explicarle lo que le sucedía, pero no se atrevía.

- Andru mi vida ¿Me llevas al concierto de esta noche? Preguntó Fabiola esa tarde. No acepto un no por

respuesta. - De quién se trata. Respondió malhumorado.

- Del hombre de mi vida, Silvestre Dangond. - No tengo ganas Fabiola, no me siento bien. - Me aburre que te pongas así, pero da la casualidad que

esta vez no voy a rogarte mi bello, iré contigo o sin ti.

Andru la observaba detenidamente, era tan bonita, jamás ninguna mujer sería tan bella como ella; y aún, así Ana tenía algo

que le consumía el alma, decidido a no ceder, por primera vez desde que la conoció, no hizo lo que se le antojaba a Fabiola, y se

sintió libre.

499

Esa noche Fabiola duró horas ante el espejo, como de costumbre no se vistió de rojo, sino de blanco y estaba tan arreglada que no

tenía el aspecto sencillo y cálido de un silvestrista. “Esta noche te robo un beso”. Pensó ella. Al comprobar la perfección de su maquillaje por cuarta vez, salió a las calles de Valledupar. “No

necesito de Andru para ver a Silvestre, esta noche es nuestra”.

500

LOS CELOS DE UN

SILVESTRISTA

Aquella tarde Ana salió de su encierro de días para ir a casa de

Maria Clara, la voz de Silvestre retumbaba en la casa de múltiples habitaciones. La canción que hacía vibrar las paredes hablaba de “La Loca”, una melodía muy rápida y jocosa, que la joven al

escucharla quiso ponerse a bailarla, tal cual como lo estaba haciendo Maria Clara al barrer.

- Un día de estos vas a quedarte sorda María. - ESPERA LE BAJO EL VOLUMEN PORQUE NO TE ESCUCHO

NADA. ADEMÁS TE TENGO UNA SORPRESA. Dijo gritando.

- ¿Sorpresa? ¿Qué ocurre? - Tengo dos entradas exclusivas para un concierto privado

para esta noche, estaba terminando los oficios para ir a avisarte.

- ¿Concierto de quién?

- Ana, de quién más va a ser. - ¿Silvestre viene al Valle? Preguntó Ana con los ojos como

platos. - Sí, y José Luís consiguió con sus amigos estas dos entradas

y ya sabrás que una es tuya.

Ana se apoyó en la pared de la sala, y el mundo se le vino encima, para ella ver a Silvestre era algo realmente especial, no esperaba verlo tan pronto, y menos que con su presencia pudiera

espantar los temores de amar a Andru. “Voy a verte” pensó Ana. “Voy a verte”.

501

Esa noche cerró la puerta de su casa con doble llave, tomó su vieja mochila arhuaca, amarró bien las trenzas de sus zapatos

rojos, y se fue a buscar a Maria Clara. Ana como todo silvestrista, vestía de camisa roja y jeans azul, pero al ver a su amiga casi le da un infarto.

- María Clara por qué estás tan arreglada. - Ana es un concierto privado, muy exclusivo, pensé que me

habías entendido. - No, no entendí, no puedo ir así, estoy muy sencilla. - Estas preciosa Silvestrista. Vamos que ya es tarde.

Ana se sintió fea al lado de la elegante María Clara, pero ya no había tiempo de cambiarse, así que al ingresar a las instalaciones del local donde se llevaría el concierto, se sintió peor, todos los

asistentes vestían de blanco o negro, nadie estaba vestido de rojo. Ana ingresó sin problemas, todo el conflicto se desarrollaba

en su interior. “Me veo fea”.

Cuál sería su sorpresa al ver en primera fila, a una mujer de

cabellos naranjados, de tacones y vestido blanco, Ana se escondió detrás de María Clara.

- ¿Qué pasa Ana? ¿Por qué te escondes?

- Allí está ella. - ¿Quién?

- La novia de Andru. - ¡OH! Es la muchacha de vestido blanco, ¿Verdad? - Sí. Contestó Ana.

- Vaya que si es bonita, con razón la odias tanto. - Yo no odio a esa mujer, solo me cae mal.

502

Las luces se apagaron, la gente gritó recibiendo al ídolo, y Silvestre en todo el esplendor de su existencia, brilló para su

público. Ana olvidó la presencia de Fabiola, y entonó la hermosa canción que Silvestre cantaba “El mismo de siempre”, él no demoró en sentir su presencia y la buscó entre la multitud.

Cuando vio a Ana, le arrojó un beso enorme desde la tarima. “Nada ha cambiado” Pensó Ana.

De pronto Silvestre comenzó a bailarle a otra chica, le lanzaba besos y ésta gritaba que lo amaba, para sorpresa de Ana, Fabiola

había llamado la atención de su artista, y él era tan atento con ella en su interpretación, que Ana sintió que el estomago le ardía.

Ver a Silvestre coquetear con Fabiola era algo que no podía resistir. Una cosa era que ella fuera la novia de Andru, pero esta situación estaba más allá de los límites de un fan.

Ana sintió por primera vez unos celos terribles. “Son solo celos de fan, cálmate Ana.” Se dijo así misma. Ana intentó cantar pero no

pudo. Quiso bailar pero estaba tan molesta con Silvestre que no pudo continuar en el concierto, él estaba hechizado por Fabiola, y

los celos de Ana le amargaron el rato. Le hizo señas a Maria Clara que se iba, pero la silvestrista estaba hipnotizada por el artista y

no le prestó atención.

503

“Esa mujer es una cualquiera, cómo se atreve, cómo se atreve, que va a ser silvestrista, silvestrista mi abuela.” Pensó Ana al salir

al aire gélido de la noche. Decidida a alejarse de allí, caminó por entre las calles de Valledupar con la mirada clavada en sus zapatos rojos. Era la primera vez que algo le había echado a

perder un concierto.

- ¡Es normal! Se dijo Ana. Fabiola es hermosa, era lógico que él la

viera, pero estoy convencida, esa mujer no es silvestrista. Ana caminó por una larga avenida, observando los árboles sin tener claro hacia dónde se dirigía cuando escuchó el torrencial

inconfundible del Guatapurí. Sus pasos la habían guiado hasta el puente de La Sirena de Hurtado. Ana se detuvo y contempló la

iluminada sirena por dos bombillas gigantescas. El río fluía poderoso, como lo hacía desde el inicio de todos los tiempos, y Ana sintió ganas de llorar. Se apoderaron de su mente los

recuerdos; Rafael el día en que en Aracataca le suplicara que volviera con él. Mathias y el beso inesperado delante de Silvestre

y el desprecio que sintió por ese beso. Silvestre nadando a las orillas del mar en Taganga y las gotas del mar iluminando su

existencia. La imagen de su padre sonriendo por sus travesuras y dándole nombre a las estrellas del firmamento. La Nana explicándole los misterios del amor y de la muerte. Pensó en

Kennel y el día que se reencontró con Julia, todos los recuerdos parecían intemporales, irreales. El único recuerdo que le era real,

fue el primer día que vio los ojos de Andru Esteban, amarillos y profundos. “Andru, mi Andru”. Al escuchar la voz de su conciencia observó en el agua un resplandor plateado que se movió a una

velocidad sorprendente. ¿Qué es eso? ¿Es un pez? Se preguntó. “Es muy grande”. Pensó entrecerrando los ojos para poder ver

con mayor precisión.

El resplandor dentro del agua se metió debajo del puente y ya Ana no pudo ver de qué se trataba. Asustada por el tamaño de

aquello que nadaba en las aguas del Guatapurí decidió irse a

504

casa. Esa noche durmió intranquila, no por los celos que sentía como fan de Silvestre Dangond, sino por el destello de luz

plateada que vio en las aguas del Guatapurí, había sentido miedo ante un pez tan grande en el río.

Ana soñó esa noche, estaba lavando sus zapatos en la orilla de un río, no sabía dónde, ni le importaba, solo intentaba quitar una

mancha a sus zapatos, cuando de pronto se sintió observada, al otro lado de la orilla una hermosa mujer de cabellos negros y ojos azules, se bañaba desnuda en la orilla, Ana sintió miedo de ella,

pero la joven no reparó en su presencia. Ana buscó su otro zapato rojo para irse, pero ya no estaba. Lo buscó como loca, sin

encontrarlo, solo tenía uno en las manos. De pronto la mujer de cabellos negros se zambulló entre las aguas, una enorme cola de pez de color plateado brilló frente a Ana.

La silvestrista despertó aterrada ante aquel sueño. Había visto una sirena.

505

AMIGAS INCONDICIONALES

A la mañana siguiente del concierto frustrado de Ana, Maria

Clara se presentó en su casa acompañada de varias muchachas jóvenes.

- Anoche me dejaste sola Ana.

- Discúlpame Maria, no me sentí bien.

- Yo creía que te habías ido por celos.

- No sé de qué hablas. Quiénes son estas señoritas que te acompañan, pasen por favor.

Las chicas saludaron al unísono “Hola Ana”. Como si estuvieran sincronizadas para saludar.

- Te presento a YINA ISABEL CARABALLO, EILEEN CUBIDES, MARIA ALEJANDRA BARRIOS, GREYS ALTAMAR y su hermana MAYRA ALTAMAR, WENDY

SILVA, LUISA RODRIGUEZ, MILENA FLORES y DANIELA BENDECK. Las jóvenes al ver que no había más

de dos sillas en aquel lugar, se sentaron en el suelo por todas partes.

- A qué debo el honor de su visita.

- Ellas son mis amigas silvestristas y querían conocerte, han llegado de distintas partes del país. Contestó María Clara, y

el brillo en los ojos de cada chica, le revelaron que efectivamente eran silvestristas. Un brillo que no poseía la mirada de Fabiola.

506

- Es muy agradable para mí recibirlas muchachas pero yo no tengo dónde hospedarlas.

- No Ana, no te preocupes. Dijo la muchacha de cabellos dorados que se llamada Luisa. Maria Clara nos recibirá en su casa, hoy hemos querido venir y conocerte porque

Silvestre publicó en redes sociales tu nombre hace algún tiempo, hemos investigado mucho y por fin te hemos

encontrado. - No tengo conocimiento de lo que me estas hablando

muchacha.

- Si, Ana. Dijo Maria Clara. Hace algunos meses Silvestre escribió varias veces que te buscaba y muchos silvestristas

intentaron dar contigo pero fue inútil, yo misma no sabía que se refería a ti. Eso pasó cuando estuviste en Taganga con tu amiga Yaliana.

- Entiendo. Pero Silvestre me encontró, así que no entiendo qué hacen Ustedes aquí. Insistió Ana.

- Yo te explico. Dijo la niña más joven. Como nos presentó Clarita, yo soy Eileen, soy silvestrista al igual que mis amigas, viajamos por toda Colombia, asistiendo a los

conciertos de Silvestre y te traemos una propuesta. Sabemos que eres alguien especial en su vida, que son

buenos amigos y que tú lo adoras, las fuentes son fidedignas y no mienten. Bueno hemos decidido hacer un Club de Fans que se llame “Las Chicas Silvestristas” y

queremos que te unas a nosotras, tenemos algunos patrocinios gracias a Luisa y viajamos con muy poco

dinero. El día en que nos constituimos decidimos que tú debías ser de las nuestras y acompañarnos en esta travesía

silvestrista. - Eileen, te agradezco, les agradezco a todas, pero

actualmente estudio para hacer validar mi título de

abogada en Colombia y poder trabajar aquí. - Ana, no has entendido, nosotras podemos esperarte,

apoyarte en todo lo que necesites, pero de Valledupar no nos vamos sin ti. Ese es el plan y a él nos ajustamos. Sin decir nada más Eileen se levantó del suelo y abrazó a Ana

y así lo fueron haciendo todas. Desde hoy Ana somos tus

507

amigas incondicionales. Conseguiremos empleos en el valle y esperaremos a que estés lista para el silvestrismo.

Milena no paraba de llorar, Greys Y Mayra aplaudían

emocionadas, y las demás chicas no paraban de reír y susurrar palabras de aliento a Ana.

“Definitivamente el silvestrismo aparece cuando más lo necesito” Pensó Ana.

- Alguien toca a la puerta Ana, déjame ver quién es. Dijo Maria Clara. Ana es Andru. ¡Hola Andru! Soy Maria Clara.

Dijo la joven brindándole una radiante sonrisa. - Hola encantado de conocerte. Contestó él con su sonrisa de

costumbre.

De pronto todas las chicas se conglomeraron a la entrada de la

puerta, lo observaron hipnotizadas. Ana se sintió un poco incómoda ante aquella aptitud, pero no era culpa de ellas, los

ojos de Andru eran idénticos a los de Silvestre, era lógico que quedaran hechizadas a primera vista. Cada una de las chicas

silvestristas se fue presentando.

- Bueno muchachas. Dijo Maria Clara. Estos dos tienen mucho de que hablar así que nos vamos. Ana te esperamos

esta noche en mi casa.

Todas se despidieron al unísono y Ana dejó pasar a Andru.

508

- Ana voy a terminar con Fabiola, no puedo perderte, yo deseo estar a tu lado, he sido un tonto al estar confundido,

pero ya no quiero vivir sin tenerte a mi lado.

Ana escuchó las palabras que tanto quería escuchar, las palabras que eran necesarias para una mujer como ella.

- Yo también quiero estar contigo, no te voy a negar que me gustas mucho, pero yo no puedo tener una relación contigo

hasta que soluciones tú situación con esa señorita. - Perdóname, es que no he querido lastimar a Fabiola, pero

hoy mismo termino esta relación.

Ana arrastrada por un impulso más allá de sus fuerzas se colgó a

su cuello y lo besó enamorada como jamás lo había estado. Andru al sentirla entre sus brazos nuevamente, creyó que el corazón se le explotaría, Ana tenía una luz que lo llenaba todo, y sin ella solo

había oscuridad.

- Pídeme lo que quieras y lo haré, pídeme el cielo mismo y te

lo entregaré Ana. - Solo te quiero a ti, libre de esa mujer.

- Esta misma noche hablaré con ella. No pienso estar sin ti ni un día más. Dijo Andru y una enorme sonrisa brilló para Ana.

“Las Chicas Silvestristas, es un grupo de Barranquilla, que en una carta me demostraron el amor que sienten por Silvestre Dangond, desde entonces decidí que otras silvestristas que

sintieran la misma pasión, serían parte se la historia de ellas, con la fiel convicción que algún día se conocerán en la vida real”. Marlyn Becerra.

509

EL ENGAÑO

Andru caminó por las hermosas calles de Valledupar, estaba

convencido de dónde venía y hacia dónde iba. Durante todo un año había estado enamorado de una mujer hermosa, pero la

vanidad que habitaba en el corazón de ella, había congelado las cosas. Ana era tan distinta a ella, que Andru no había entendido hasta qué punto le gustaba Ana, sin maquillaje ni ropas finas, sin

zapatos altos ni fiestas sociales, incluso el hecho de que fuera silvestrista era divertido, no como Fabiola, que no se medía, al

momento de hablar de su ídolo. “Es sábado” Pensó Andru. “Debería volver mañana” el joven se detuvo en frente de la casa de Fabiola al recordar que era sábado, un día que su novia no le

permitía verla por estar arreglándose. “Lo siento, yo salgo de esto hoy”. Se dijo así mismo al cruzar la calle. Un carro pasó a toda

velocidad y por poco lo atropella. “Borracho, casi me lleva”. Dijo.

Andru quiso tocar la puerta de la calle pero al primer contacto la

puerta estaba abierta, el pasillo estaba a oscuras pero la luz que provenía de la calle fue suficiente para continuar. Sintió en su

pierna el roce de algo con vida, y se llevó un susto de muerte. “Malditos gatos” los dos felinos que vivían con Fabiola se habían acercado silentes a las piernas del muchacho. Andru escuchó

risas, alguien estaba en casa con Fabiola. Se acercó a la habitación de ella, donde siempre habían estado juntos. El

corazón de Andru se detuvo cuando escuchó gemir de placer a Fabiola. Sin creer lo que ocurría abrió la puerta de par en par. Fabiola estaba en su cama con un hombre robusto que brillaba

del sudor. Ella gritó, él gritó el nombre de ella. El hombre se arrojó sobre Andru y se fueron a los golpes.

- ¡ERES UNA CUALQUIERA! Gritó Andru fuera de si mismo. Y el hombre robusto le atinó un golpe que lo dejó inconciente.

“El día que le dije a Daniel Virviescas que su personaje de Andru sería engañado, solo me contestó con la letra de la canción de la Difunta de Silvestre Dangond, esto me dio mil

ideas sobre este personaje”. Marlyn Becerra B.

510

ANDRÉS

Eran las dos de la madrugada cuando tocaron a la puerta de

Ana, Andrés el papá de Andru le suplicaba que abriera. Ana buscó su bata de dormir y se envolvió en ella.

- Señorita me han llamado del hospital, no soy capaz de conducir, ayúdeme por favor.

- Señor Andrés ¿Qué ha pasado? Preguntó Ana.

- Es mi hijo, está muy mal herido, debo ir al hospital pero no logro calmarme, vecina ayúdeme.

Ana sin pensarlo dos veces, buscó las llaves de la casa y salió tal

cual como estaba vestida, encendió el carro antiguo del pobre hombre y arrancó a toda velocidad. “Él no por favor, él no” pensó

Ana.

- Roberto, Marcos. Dijo Andrés al llegar al hospital. ¿Dónde está mi hijo?

- Señor Andrés, lo tienen en cuidados intensivos. - ¿Qué ocurrió? Preguntó Ana a punto de llorar.

- Le dieron una golpiza y lo dejaron medio muerto en las afueras del hospital. Dijo el más joven de los dos muchachos.

- ¡OH! Dios mío, mi hijo. Sollozó Don Andrés.

Durante toda la noche Ana no hizo más que rezar, Don Andrés estaba inconsolable, y los amigos de Andru, Marcos y Roberto

fumaban cigarrillos sin descanso, uno tras otro.

511

Al amanecer dejaron entrar a Don Andrés, y éste al salir de la habitación se echó a llorar en los brazos de Marcos. Ana preguntó

al médico si podía verlo, suplicando de una forma tan humilde que el médico consintió que lo viera.

Ana al entrar en aquella habitación tuvo miedo, el mismo olor, los

mismos sonidos de la última vez que vio a su padre con vida. “Él no por favor, él no”. En una sencilla cama de hospital el

muchacho de ojos amarillos y piel pálida estaba irreconocible, su rostro estaba lleno de moretones, hinchado de tal forma que Ana pensó lo peor. Aun tenía sangre en la comisura de la boca.

- ¿Qué te han hecho mi amor? Susurró Ana sentándose en una silla al lado de su cama. Andru estaba dormido, pero

ella siguió susurrando. Apretó su mano entre las suyas. Vas a estar bien mi Andru, todo va estar bien. “Él no por favor,

él no”. Las lágrimas fueron inevitables, Ana lo amaba como así misma. “Teresa si puedes oírme, si puedes hacer algo por él desde donde tu estés, te lo suplico, que Dios no me

lo quite, a él no.” Rezó la muchacha hasta que las enfermeras la sacaron.

Andru duró una semana inconciente, tiempo durante el cual, ni

sus amigos, Don Andrés, Ana ni Las Chicas Silvestristas, se movieron del hospital. María Clara a duras penas logró que Ana

comiera algo.

- Te vas a enfermar si no comes. La regañaba. - No tengo hambre. Era lo único que decía Ana.

Una noche el médico que atendía a Andru se acercó a Ana, y ella esperó lo peor, ya lo había vivido con su propio padre.

512

- Deberías ir a casa muchacha. - No puedo.

- Aquí no puedes hacer nada por él. - Sí puedo. Él necesita mi presencia, es todo lo que necesita. - Hija, hay que esperar que reaccione, los golpes en la

cabeza fueron muy fuertes, puede pasar meses así, incluso Años.

Ana no pudo contener dos gruesas lágrimas, “los médicos en su

deber suelen decir precisamente lo que uno no desea escuchar”. Pensó.

- Por lo menos vete a dormir hoy, Don Andrés y los muchachos me hicieron caso, ve a casa, reza, recupera fuerzas. Solo esta noche.

Rezar se había convertido en una sarta de plegarias “No te lo lleves”, “no me lo quites”, “sálvalo”.

Ana accedió y se fue. Caminó rumbo a su casa y de pronto

recordó la historia de La Sirena Dorada que Andru le había contado, ella había visto el reflejo de un pez enorme en el agua,

en el mismo lugar donde Andru le había dicho que su madre había muerto, ella había soñado con Luisana, ahora estaba segura.

Comenzó a correr hasta llegar sin aliento a las aguas del

Guatapurí, hasta entonces, Ana no había notado la ausencia de Fabiola en el hospital, hasta entonces no había recordado que la noche en que atacaron a Andru, él había ido a su casa a terminar

con ella. Mil preguntas se le vinieron a la mente, pero algo la llevó justo a la orilla donde soñó con la sirena de cabellos negros.

513

Observó su reloj, ya era media noche y la luna llena se reflejaba en las aguas del río.

Ana se quitó los zapatos como en su sueño, sosteniendo un único zapato rojo, metió los pies en el agua diciendo:

“Sé que existes, sé quién eres, si puedes salvarlo, hazlo, Andru Esteban es tú hijo, tú no quisiste vivir, pero él es muy

joven, ayúdalo, Luisana ayúdalo.”

Ana apenas si sentía el dolor que le producía en agua helada que bajaba de La Sierra Nevada, durante horas permaneció allí de pie, rogando, susurrando.

Al amanecer cuando el valle dormía profundamente, el resplandor

plateado se divisó entre las aguas y emergió ante Ana, una hermosa mujer pálida de cabellos negros y ojos azules, con el torso desnudo. Ana sintió miedo ante aquella espeluznante visión.

- ¡Vete mujer! O correrás con mi suerte. - Por favor. Murmuró gimió Ana.

- ¡VETE! Gritó la Sirena. Vete o ella vendrá y te llevará a sus cuevas. ¡VETE!

Ana no soportó más los gritos de aquel ser sobrenatural y salió corriendo descalza sin detenerse ni por un instante. Llegó

sollozando a su casa muerta de frío.

“Mi zapato, dejé mi zapato rojo” Pensó Ana cuando se dio cuenta

que solo tenía un zapato en las manos.

514

ANDRU ESTEBAN VIRVIESCAS

Ana se presentó en el hospital a las 10 de mañana y su gran

sorpresa fue ver a Andrés sonriendo, conversaba alegremente con Marcos y Roberto, y las silvestristas al verla la abrazaron.

- ¡Andru despertó! Dijo Luisana. - Ha preguntado por ti, te está esperando. Dijo Eileen.

Ana tembló de pies a cabeza al pensar en la Sirena, caminó a

toda prisa, hasta cuidados intensivos, pero una enfermera la guió a otra habitación.

- El peligro ha pasado muchacha, tu novio esta sano y salvo.

Ana se acercó a la cama sin creerlo, Andru sonreía para ella y el mundo se detuvo. “Gracias, gracias Dios”. Sin decirle nada al

muchacho lo besó suavemente y de sus ojos claritos como la miel, brotaron dos gruesas lágrimas.

- ¿Andru quién te hizo esto? Peguntó Ana. - No lo sé contestó él, esquivando su mirada. - ¿Qué pasó con Fabiola? Insistió ella.

- Terminamos es lo único que recuerdo. - Ahora entiendo por qué no ha venido a verte.

- Ana me das un beso, por favor. Rogó Andru.

Se besaron lentamente como quien tiene la eternidad para amarse, ella colocó un dedo sobre sus labios rotos.

- Te amo Andru Esteban Virviescas ¡Te amo!

515

SILVESTRE

Yina Isabel, Eileen, Maria Alejandra, Greys, Mayra, Wendy,

Luisa, Milena y Daniela, ni por un instante dejaron sola a Ana, se turnaban para cuidar de ella, mientras algunas trabajaban, otras

estaban atentas a cualquier acontecimiento silvestrista, se sabía que Silvestre estaba de gira con su nueva producción “Sigo Invicto”, pero se daban abasto para seguir trabajando por el

silvestrismo y ayudar a Ana mientras Andru se recuperaba, la parte favorita de las chicas era cuidar de Andru y poder ver sus

ojos amarillos, ellas estaban fascinadas con la amabilidad del joven.

- Él es un príncipe. Dijo Milena. Tenemos que convertirlo en un gran silvestrista, y será nuestro príncipe.

Todas reían a carcajadas con las ocurrencias románticas de Milena.

La mañana en que le dieron de alta a Andru, habían preparado una fiesta de bienvenida en su propia casa, al lado de la librería,

un lugar al que Ana no había entrado jamás, la casa era desolada con pocos muebles, allí se sentía un vacío enorme, el cual fue

llenado por las silvestristas. Andru consintió que sonara Silvestre Dangond a todo volumen, en honor de sus enfermeras. Aquel día la felicidad de Ana era tan grande, que al solo escuchar la primera

canción de Silvestre, se puso a bailar con sus amigas, y Andru no pudo parar de reír al verla dar vueltas como un trompo. Cada vez

que ella lo miraba a los ojos, él le murmuraba “Te amo”.

Por la tarde dejaron descansar al muchacho recién salido del

hospital, y Las Chicas Silvestristas se llevaron a Ana con ellas.

- Hoy el día es de buenas noticias. Dijo sonriente Luisa.

- ¿Qué ocurre? Preguntó Ana. ¿Por qué vamos por esta calle?

516

- ¡Te tenemos una sorpresa! Dijo Milena. Cuando Ana se percató estaban a las puertas de la casa de Silvestre.

El artista se encontraba en su casa y ya la calle estaba imposible,

cientos de silvestristas esperaban afuera a que él se asomara a saludarlos.

- Vamos Ana te hará bien ver a Silvestre un ratito. Dijo la más morenita de las chicas silvestristas, Maria Alejandra.

- No creo que podamos verlo, hay mucha gente. Dijo Ana.

- No digas bobadas, Silvestre siempre se deja ver, ánimo chicas, hoy es el día. Insistió María Alejandra.

A los pocos instantes de haber llegado a las rejas de las casa de

Silvestre, se escucharon gritos ensordecedores, el ídolo se asomaba por la puerta principal a saludar a sus silvestristas.

Todos gritaban su nombre, todos tomaban fotos, menos Ana, ella solo lo observaba.

En un instante, Silvestre reconoció a Ana entre todos los Silvestristas y le hizo señas para que se acercara, con algo de

dificultad lograron llegar hasta la reja principal y los vigilantes dejaron entrar a la casa a Las Chicas Silvestristas y a Ana. Él las saludó con tanto cariño, que los silvestristas en la calle gritaban

de la emoción, las muchachas viendo su sueño hecho realidad, una a una, se fueron tomando fotos con su artista, quien sonreía

encantado para las cámaras y les daba besitos en las mejillas a cada una. Luisa tuvo que tratar de calmar a Milena que no paraba de llorar. Ana, sin embargo, se mantenía a distancia.

- Tú como que estas brava conmigo Ana. Dijo Silvestre.

- ¡Hola! No, no estoy brava. - Y ya te creí. Dijo Silvestre. Se puede saber por qué te

fuiste del concierto la otra noche, o es que ya no me

quieres.

517

Sus palabras le hicieron un hueco en el corazón. Ella lo miró con ternura. Se acercó a Silvestre y lo abrazó con todas sus fuerzas, y

él le correspondió el abrazo.

- Yo no te quiero, tú sabes que te amo. Susurró Ana a su

oído. - Y entonces por qué estas tan distante. Peguntó Silvestre.

Yo qué te hice. - Nada, digamos que estabas ocupado con la mujer de

cabellos naranjados del concierto y no quise ver cómo te

coqueteaba.

La risa de Silvestre fue estrepitosa, y los silvestristas tras las rejas gritaron por él con mayor furor.

- Tú lo que estas es celosa de una silvestrista. - ¿Celosa yo? No Silvestre, esa mujer no es Silvestrista, eso

es lo que me molesta. Es una coqueta, tú eres casado y eso no está bien.

Al escucharse decir eso, Ana se sonrojó, y soltó una risa de

complicidad, ella no era quién para recordarle a Silvestre que era un hombre casado. Sintió que todo había vuelto a la normalidad,

ahora que Andru estaba a salvo.

- Bueno sí, me dieron celos. Dijo Ana. - Silvestre tenemos que irnos ya. Dijo un hombre a sus

espaldas. - Bueno mis muchachas me voy, las amo se me cuidan. Y los

gritos de los fans fueron terribles al ver que su ídolo se iba. Las Chichas Silvestristas no hacían más que tomarle fotos.

Y antes de irse sin que Ana se lo pidiera, posó con ella para una hermosa foto. Ahí te dejó ese recuerdo Ana, no me olvides, y no estés celosa, nadie será para mí tan especial

518

como tú “Cenicienta”. Dijo dándole un fuerte beso en la mejilla.

Los vigilantes las ayudaron a salir y por otro lado sacaban a Silvestre de su propia casa, todos reían mostrándose las fotos

que habían tomado.

- Mira tu foto con Silvestre. Dijo Eileen mostrándole su cámara fotográfica. Ana al ver su única foto con el hombre que tanto amaba, no pudo hacer más que abrazar a su cómplice, su amiga,

su silvestrista.

“Muchas historias que llegan a mis manos sobre silvestristas suelen parecerse las unas a

las otras, es difícil narrarlas todas sin ver que son idénticas, por eso me valgo de momentos imaginarios para resumir las verdaderas vivencia de cada silvestrista”.

Marlyn Becerra.

519

LOS POETAS

Valledupar es la tierra de los poetas, una tierra donde los sones

nacen del sonido del río, del brillo del sol al amanecer, de las caderas de las mujeres más bellas, donde la poesía se escribe a la

luz de la luna llena, cuando el poeta ve pasar a su musa de largos cabellos y pies descalzos. Desde tiempos inmemorables, los niños nacen con los ojos abiertos a un mundo que los recibe con los

brazos sinceros, siendo sus canciones de cuna, los vallenatos que hablan de La Sirena de Hurtado, de la imponente Sierra Nevada o

de los arhuacos en la serranía. Los poetas nacen en esta tierra como si hubiera sido regada por Dios, con los sentimientos más profundos de la humanidad. Los vallenatos como se le dice al

gentilicio del valle, suelen ser hombres enamorados que solo saben expresar lo que sienten ante las notas de un acordeón.

Aquella noche Andru decidido a declarar su amor a la luz de su vida, y ya recuperado del todo del incidente que casi le cuesta la vida, conversó largas horas con sus mejores amigos, Roberto y

Marcos, sobre las canciones que debían cantar esa noche a la ventana de la casa de Ana, para entregarle al son de los poetas

del valle la música exacta para que ella entendiera la plenitud de su amor. Roberto insistía en que lo mejor, era llevarle todo un repertorio del inmortal Kaleth Morales. Por su parte Marcos

opinaba que lo mejor era elegir canciones de la nueva ola, pero luego de un análisis detallado, Andru se decidió por las

composiciones de Rafael Escalona, Leandro Díaz, y Alejandro Duran, tres de los más grandes inmortales del valle de las Hadas

y las Sirenas.

- A ver, necesitamos que el compadre Lucho toque La Casa en el Aire, de primero. Dijo Andru. Es mi canción favorita

y con ella quiero despertar a Ana.

520

- Me parece oportuna la canción compadre. Dijo Marcos. - Pero que Matilde Lina sea la segunda, que es mi favorita.

Anunció Roberto. - Deberíamos tomarnos algo para que cantemos entonados.

Opinó Marcos.

- Es verdad, Andru ya no está bajo medicamentos, así que hoy vuelves a la vida amigo mío. Dijo Roberto más

animado. - Bueno, pero nada de borracheras que se arruina la

serenata. Dijo Andru.

- Oye, pero Lucho si se sabrá Diosa Divina, del inmortal poeta Leandro Díaz. Quiso saber Marcos.

- Eso se sabe de una, vamos a su casa. Dijo Roberto.

Caminaron emocionados por las calles de Valledupar, como si la serenata les perteneciera a los tres. Hablaban tan rápido, que se

atropellaban eligiendo tal o cual canción.

- Y una canción de Silvestre, ¿No se la vas a llevar a la

muchacha? Preguntó Roberto. - ¡No! Contestó Andru. Yo no soy silvestrista, yo le llevo Mi

Pedazo de Acordeón. - Mi hermano si que sabe enamorar. Dijo Marcos brindándole

su mejor sonrisa. Le lleva vallenato a su novia silvestrista,

pero se niega a enamorarla en su terreno. Tú eres terco como una mula compadre. A Fabiola…

- No me hables de ella. Dijo Andru enfadado.

El silencio se apoderó de sus amigos, el rostro de Andru se transfiguraba al escuchar el nombre de esa mujer, tanto ellos

como Ana se sentían intrigados por conocer la historia tras aquel cambio repentino de Andru, pero lo amaban tanto que solo les quedaba esperar a que él decidiera hablar.

521

Al llegar a casa de Lucho, entraron sin tocar, aquel era un lugar de puertas abiertas, donde la gente del valle entraba como perro

por su casa y si tenían suerte salían de allí al amanecer. Lucho era un muchacho de unos veinte años, pero que por nada del mundo se despegaba de su acordeón, por lo que sus amigos se

emparrandaban en su casa mientras él le entregaba su alma a cada tonada.

- La única forma de sacar a Lucho de su chinchorrito, es para darle serenatas a una mujer bonita. Comentó Roberto.

- Esperemos que diga que sí. Dijo temeroso Andru. - ¡Compadre Lucho! Hermano mío del Alma. Saludó Roberto.

Lucho se levantó de su hamaca, colocó su acordeón rojo en un taburete y abrazó con todas sus fuerzas a su querido amigo.

- Ay ve, a qué debo esta visita compadre. Preguntó Lucho. - Una emergencia de amor compadre. Contestó Roberto.

- No se diga más. ¿Dónde es la serenata hoy? ¿Es suya la novia?

- No compadre es para la mujer que le robó el alma a mi

compadre Andru Esteban. - Hombre Andru que dicha que se decidió llevarle serenata a

esa niña tan bella. - No Lucho, la serenata no es para Fabiola. - Hombre de Valledupar tenías que ser, ya estas enamorado

de otra. - Sí. Dijo sonriente Andru.

- Bueno mis muchachos, déjenme llamo a mi cajero y guacharaquero y estamos listos. Ya saben qué canciones quieren para la muchacha.

- Composiciones de Rafael Escalona, Leandro Díaz, y Alejandro Duran. Contestó Marcos.

- Ustedes si saben por dónde es la cosa muchachos. ¡Excelente! Eso merece un brindis, ya les traigo un aguardiente para entrar en calor.

522

Durante seis horas, Andru y sus amigos entonaron las canciones que le llevarían a Ana, y hasta el tiempo alcanzó para que

Roberto echara sus cuentos favoritos, que a todos hacían reír.

- Entonces dije, este concierto lo termino yo. Dijo Roberto. Y

de inmediato le dije al tonto que me había hecho enojar “Venga y vamos a reventarnos”. Esa noche el concierto

terminó en un gran alboroto, ya que estábamos bien tomados y nos dimos todos contra todos.

- Compadre, Usted y sus peleas, así como en el colegio, se

daban hasta en la madre por un sacapuntas. Dijo Lucho, destornillado de la risa.

A la una de la madrugada cuando estaban completamente ebrios, los muchachos se dirigieron a la casa de Ana. “Está floreciendo,

como nuestro amor” Pensó Andru Esteban al ver el árbol de cañahuate. En plena calle se escucharon las notas de un

acordeón, seguidas de las voces de los presentes que hablaban de una casa en el aire, un lugar donde solo pueden subir quienes vuelan. Después de beber tres botellas de aguardiente, sus voces

eran nítidas, aunque les costara mantenerse en pie.

“Porque el que no vuela no sube, a ver a Hada Luz en las nubes…”

- ¡Para la mujer más bonita del Valle! Dijo en voz muy alta, un Andru desinhibido y enamorado. La ventana de la casa del cañahuate, permanecía cerrada.

“El día de la entrevista a Daniel Virviescas, él me decía que existía una canción que era su favorita, seguimos conversando el nombre de la canción no lograba recordarla, por cosas de la vida, le comenté que yo había conocido a Marlon Escalona, el hijo de Rafael Escalona, a la Maye y a Hada Luz, y le mostré la tarjeta de presentación de Escalona, cuando vio la tarjeta, la cual tiene una casita en las nubes, dijo: “La casa en el aire” esa es mi canción”. Marlyn Becerra B.

523

ANA

Ana en sus sueños se encontraba frente a un enorme

monumento oxidado, lo contemplaba como quien ve una reliquia sacrosanta. La muchacha estaba vestida con su manta blanca,

que le regalara José Jorge tiempo atrás y el viento soplaba tan fuerte que amenazaba con arrastrarla por el valle. Ella lograba escuchar notas hermosas de aquel pedazo de acordeón,

intentando mantenerse de pie, el viento la tambaleaba en su intento por llevársela, pero ella, se sujetó al acordeón sintiendo

un corrientazo tan intenso que despertó en medio de la noche. Aun podía oír el sonido del acordeón, pero ahora unas voces llegaban hasta su cama.

- Eso es Escalona. Eso es en la calle. ¿Qué ocurre? Murmuró Ana, incorporándose, intentando levantarse, pero aún se

encontraba dormida, por lo que le costó encontrar las sandalias, así que caminó descalza y en pijama hasta la

puerta de la calle. Observó por las rendijas de la puerta y para su gran sorpresa, Andru estaba afuera con otros

muchachos. - ¡Dios mío! Es una serenata. Y en lugar de abrir la puerta o

la ventana, se sentó al pie de la puerta para poder oír

mejor. Su corazón latía emocionado ante las notas del acordeón. ¡Saldré si me cantan una de Silvestre! Murmuró

ella.

“Señores voy a contarles hay nuevo encanto en La Sabana, Señores voy a contarles hay nuevo encanto en La Sabana,

en adelanto van estos lugares, ella tiene su diosa coronada. En adelanto van estos lugares, ella tiene su diosa coronada. La vida tiene buen adelanto, y tiene diosa de los encantos, y

tiene su corona de reina, lo bello aquí está el Magdalena…”

Ana se sentía como si estuviera viviendo un sueño, el hombre al

cual amaba había dado en el clavo, al llevarle una serenata de

524

aquella forma, pero ella esperó mucho más de él. “Tiene que entender que soy silvestrista de verdad.” “Aguanta Ana sin una

de Silvestre no sales”.

Durante lo que pareció una eternidad, los muchachos inspirados

por la luna del valle, cantaron todo un repertorio de canciones eternas de los poetas más grandes de por aquellas tierras, pero

Ana no salía, ni con canciones de Leandro Díaz, que tenía entendido Andru eran sus favoritas.

De pronto por las rendijas de la puerta de madera se coló la luz de una bombilla, anunciando inequívocamente que ella escuchaba atenta la serenata. El corazón de Andru se sentía confundido, por

más que le interpretaba las canciones más bellas del Cesar, ella no salía.

- Compadre la mujer no sale. ¿Qué pasa? Preguntó Roberto. - No lo sé compadre. No entiendo. Murmuró Andru. Lucho,

tóquele Amor sensible a mi mujer. Dijo Andru exasperado.

“Tanto te quiero que pienso, sin saber lo que he pensado, Tanto te quiero que pienso, sin saber lo que he pensado, nos

acariciamo y luego, solo se que yo te amo, nos acariciamo y luego, solo se que yo te amo. Es un amor que nació

profundo, limpio como se ve la nevada, de misterio esta lleno el mundo, no se que sentirá tu alma…”

Cada canción interpretada por Lucho expresaba el amor más grande del mundo, cualquier mujer habría salido corriendo a los

brazos de su amante con aquellas melodías. Pero Ana no salía.

Lucho intentó con una canción que no estaba en el repertorio,

pero que a su manera de ver, era infalible, porque se trataba del inmortal Diomedes Díaz.

“Ay la vida, tan bonita que es vivirla, con amor y compartirla como lo manda el creador; y tu me la estas quitando

corazón, y tu me la estas quitando sin razón, y tu me la

525

estas quitando corazón, y tu me la estas quitando sin razón…”

- Andru ¿Esta muchacha es Silvestrista? Preguntó Lucho al ver que ni con esa canción salió.

- Sí compadre Lucho. - Pues eso es lo que pasa, hay que tocarle una de Silvestre

Dangond. - Pero yo no soy Silvestrista, no me sé ninguna. - ¡No jodas compadre! Yo me las sé todas.

- Elija y ayúdeme entonces.

A Lucho le brillaron los ojos, sabía perfectamente qué canción podía gustarle a Andru, que haría que Ana se asomara a la

ventana.

- Muchachos ya saben la que me gusta del viejo Silve. Dijo

Lucho a sus músicos.

“Cuanto te pienso amor prohibido, que no declino porque pienso yo, que tan solo te has ocultado como se

oculta y vuelve y sale el sol, yo nunca, nunca te olvidé y vivo solo para estar el día que quieras volver, las

cosas que dejaste aquí me dicen que no de acabar tan grande adoración así, ay cuanto te pienso corazón, prohibido corazón, después de tanto tiempo amor, y me

domina la ilusión toda esta ilusión por quererte tanto…”

De pronto la puerta de la casa se abrió de par en par, y Ana se lanzó a los brazos de Andru, y sin que Lucho dejara de cantar, se besaron como si la vida se les fuera en eso. Ana olvidó por

completo que estaban los amigos de Andru, estaba entregada al amor que sentía, y él aliviado por su presencia sintió que la

felicidad existía. Estaban enamorados y solo las notas de un acordeón podían explicar cuanto se amaban en esta vida.

526

La silvestrista estaba descalza en medio de la calle y su sonrisa iluminó la vida de Andru Esteban, quien por primera vez escuchó

con atención una canción de Silvestre Dangond. “Gracias a Silvestre” Pensó Andru al besar los labios de la mujer que amaba.

Allí y con la luna de testigo bailaron abrazados entregados el uno al otro, la canción que Ana recordaría para siempre, al haber

conocido a aquel joven de ojos amarillos que había traído a su vida la luz que tanto necesita.

“Ven dejemos que el mismo universo nos regale tiempo para estar junticos, ven luchemos que ningún guerrero perdiendo batallas se siente vencido.

Pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi

sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos, pero dile a ese señor que yo lo siento, que eres mi sangre y sentimiento y serás mía por dos mil siglos”.

Ana se aferró al cuerpo de Andru, y la melodía le recordó a

Silvestre, su sentimiento por él estaba intacto, el amor por Andru era real e infinito, pero le era inevitable recordar a quién le dedicara esta misma canción, diciéndole “Tu Rey soy yo”.

“Cuando Daniel Virviescas leyó sobre la serenata en el Diario de un Silvestrista, me cantó

“Tres canciones” de Diomedes Díaz, revelándome que esta canción era muy importante en su vida”. Marlyn Becerra B.

527

ANDRU EL SILVESTRISTA

Andru estaba tomado, así que al terminar la serenata, Ana

despachó a los amigos del alma de su novio, cerró la puerta de madera y acostó al joven en su cama, era la primera vez que él

se acostaba allí. Ana con toda la ternura del mundo le quitó los zapatos, y el joven exhausto se quedó dormido de inmediato. Ella lo vio dormir a la luz de la lamparita de la mesa noche.

De Andru Esteban emanaba una especie de luz propia. “Su aura es blanca, muy blanca” pensó al verlo dormir. Lo cobijó como

quien arropa a un niño pequeño, y se quedó profundamente dormida a su lado.

Al amanecer Andru se despertó y al ver a Ana a su lado la abrazó intentando no despertarla pero fue inútil. “Gracias por la

serenata” susurró ella a su oído y le dio un tierno beso.

Él sonrió para ella y su corazón latió rápidamente, tener a la mujer que amaba de aquella forma era más de lo que podía pedirle a la vida. Quiso poseer su alma. Pero ella insistió en

hablar.

- Anoche no salí hasta que me cantaran una canción de Silvestre, porque debes entender que soy silvestrista, y es de verdad, en mi corazón existe un lugar muy especial e

intacto que es de Silvestre, y si de verdad quieres amararme, debes comprenderlo.

- Ana, tú amor por ese cantante no está a mi alcance, es algo muy tuyo, de lo cual solo puedo ser un observador, lo único que necesito saber es que me quieres más a mí, que

a él.

Ana contuvo el aliento, pensó por un instante, cómo explicar sus sentimientos por Silvestre.

528

- No es a quién ame más Andru, son amores muy distintos.

Soltó ella temerosa. ¡Yo soy su fan! - Creo que la única forma que tengo en esta vida de

entender a qué carajo te refieres, es hacerme silvestrista. ¿Me enseñas? Ana quiero ser silvestrista.

Ana tocó con sus pálidos dedos los labios sonrosados de Andru, él

acababa de decir palabras mágicas a sus oídos. Ella observó sus ojos amarillos, como si fuera irremediable perderse en ellos. “Me gustas tanto Andru Esteban, que quiero ser tu amante.” Dijo ella.

El joven sonrió tiernamente. “No puedes ser mi amante Ana, no estoy casado y no tengo otra novia.” Ella insistió “Soy tu amante,

la amante de tu alma y de tus ojos, porque los amo.” Ana se entregó en cuerpo y alma a los brazos de aquel ser humano, ella sabía que muchas cosas y recuerdos lastimaban su vida y le

causaban hondas heridas, pero ella con su amor y sus caricias quiso sanarlas.

El deseo jamás tendría tanto sentido, como en aquel amanecer, ella se entregó a Andru, sin temores, ni limites, ella lo había

estado esperando toda su vida.

Rafael y Mathias solo eran dos fantasmas de los cuales solo quedaban sus nombres en algún lugar recóndito de su corazón.

529

LAS CHICAS SILVESTRISTAS

Las chicas silvestristas Yina Isabel Caraballo, Eileen Cubides,

Maria Alejandra Barrios, Greys Altamar, Mayra Altamar, Wendy Silva, Luisa Rodríguez, Milena Flores Y Daniela Bendeck, habían

planeado llevarse a Ana por varios pueblos y ciudades, por lo que después de la recuperación de Andru, la propuesta fue presentada nuevamente en casa de Maria Clara con un mapa de Colombia en

mano y un marcador rojo.

- Nos tomará solo un mes hacer este primer recorrido Ana.

Dijo Daniela señalando una línea roja sobre el mapa. Esto no interfiere con tu reválida y contamos con los recursos y

el apoyo de los silvestristas para todo, así que solo falta tu respuesta definitiva.

- Las Chicas Silvestristas sin ti estamos incompletas. Dijo

Greys. - Pero ¿En todas esas ciudades estará Silvestre este mes?

Preguntó Ana. - No, no estará, tiene planteado muy pocos conciertos por

esta parte del país. Dijo Milena. - Entonces no entiendo muchachas, qué sentido tiene ir por

Colombia si no es persiguiendo a Silve.

- ¡Ana! Dijo Eileen tomándola de la mano. Queremos visitar silvestristas, saber cómo están, conocerlos, hacer que

nuestros caminos se crucen, que podamos compartir con aquellos que sienten esta misma locura, apoyar a los clubes que se inician al igual que el nuestro. Queremos

plantearnos una ruta Silvestrista cada cierto tiempo.

Ana observó el brillo intenso en la mirada de cada silvestrista, todas esperaban que aceptara la invitación, un imán emanaba de aquellas almas, y ya la decisión solo pudo ser una.

- ¡Acepto! Dijo Ana.

530

Los gritos de alegría no se hicieron esperar, Las chicas silvestristas habían ganado. Maria Clara puso orden en la mesa y

delimitó ciudades, fechas e insumos necesarios para la travesía. Las chicas se tomaron la ruta silvestrista como una verdadera exploración del movimiento musical más grande de Colombia.

- El objetivo es claro. Mi casa será la base y como soy la casada en esta vaina, las monitoreo desde aquí. Dijo Maria

Clara. Un marido solo es más peligroso que veinte putas gratis a su alrededor. Sentenció la silvestrista.

Las chicas rieron a carcajadas con la máxima de experiencia de

María Clara, según toda la información presentada, solo había un detalle.

- Ana ¿Crees que Andru esté de acuerdo en que te vayas por

un mes? Preguntó Luisa. - Eso se sabrá esta noche. Contestó Ana sin mirarla a los

ojos. Mi decisión está tomada. Nos vamos con o sin aprobación.

Ana regresó a casa caminando, era algo que le permitía ordenar

sus pensamientos, ver los árboles del valle al atardecer, escuchar las aves murmurar entre las ramas, respirar el olor puro que contenía aquel lugar mágico. “Me cuesta pensar que exista un

lugar más hermoso para vivir que este. No todos los días puedes ver sirenas”. Pensó Ana. “Sé que la vi, sé que ella es real.”

531

ANDRU ESTEBAN VIRVIESCAS

Esa noche el joven de cabello oscuro y ojos amarillos que se

iniciaba como silvestrista por amor a su novia, caminaba de un lado para el otro en la pequeña sala de la casa de Ana, en varias

oportunidades se tocó la frente en búsqueda de la respuesta menos abrupta debido al caso en específico. Ana le había informado que se iría de viaje durante un mes con las niñas

silvestristas que eran sus amigas, algo que no cabía en la mente del muchacho.

- Nuestra relación apenas está empezando y me dices que me dejas por Silvestre, de verdad explícate Ana, esto se

me escapa del entendimiento. Dijo Andru sin dejar de caminar de un lado para el otro.

- Ya he viajado antes y he conocido muy bien el silvestrismo,

pero existen ciudades y clubes, los cuales no conozco y deseo hacerlo, las chicas me necesitan.

- Tú te vas detrás de Silvestre Ana. - No Andru, tal vez lo veamos tal vez no, es por el

silvestrismo. Contestó ella. - ¿Y yo? ¿Y nuestra relación? - Es solo un mes, además yo confío en ti, ni siquiera te he

insistido para que me digas que pasó con Fabiola, no creas que soy tonta, algo pasó y muy grave, porque ella no está

en Valledupar. - No estamos hablando de ella. Dijo Andru. Quiero saber por

qué te vas, y quiero la verdad.

- Así soy yo, el silvestrismo es mi vida. Insistió Ana. - Ana, mi vida, no puedes irte, yo te necesito. Quiero llevarte

a lugares que no conoces, quiero que conozcas todo el Cesar, que ames esta tierra tanto o más que yo.

- Andru regresaré en un mes.

- Si te vas, lo haces sin mi consentimiento Ana. - Si necesito el consentimiento del hombre que amo para

vivir mi vida, es entonces posible que nos hayamos

532

equivocado Andru, lo mejor será dejar las cosas como están.

Andru Esteban al escuchar aquella insinuación de terminar su relación, la abrazó, ella le correspondió el abrazo. Ana sintió que

había dicho la estupidez más grande del universo, pero no pensó retractarse ni por un instante.

- Eres necia, y más terca que una mula. Dijo Andru con una gran sonrisa.

- Lo soy, de verdad lo lamento, pero no voy a fingir algo que no soy.

- No se hable más del tema, haz lo que tengas que hacer y veremos qué pasa. Dijo él. Pero tu silvestrismo va a sacarme canas verdes.

Esa noche Andru durmió intranquilo, soñó que estaba en una

habitación iluminada por el sol y en él estaba Ana con otro hombre, aquello lo llenó de rabia, intentó tocarla pero no pudo,

era como si en el sueño, él no existiera. Ana besaba a un hombre alto de cabellos oscuros. Se despertó sudando a mares en su

cama. Lo que había sucedido con Fabiola le amargaba los días y las noches. “No voy a poder vivir en paz si no te olvido Fabiola”. Pensó Andru.

533

EL REINADO

A las seis de la mañana del día que partían Las Chicas

Silvestristas, esperaban en la Terminal a que llamarán con rumbo a Bogotá, Ana observaba a la gente ir y venir, se sintió

angustiada al comprobar que Andru no llegaba. “No va a venir, me está castigando.” Pensó. Cuál sería la sorpresa de Ana al verlo llegar con un bolso a las espaldas y un boleto de autobús en las

manos. Llevaba puesta una hermosa camisa azul rey de vestir, arremangada en los codos y pantalón negro, su piel blanquecina

brillaba ante aquellos colores. Ana pensó que estaba soñando despierta.

- Si no hay otro remedio, pues nos vamos para la nevera, ni creas que te marchas sin mí. Dijo Andru, y Las Chicas Silvestristas corrieron a abrazarlo, todas hablaban a la vez

y lo acapararon. Ana por su parte simplemente sonrió y agachó la mirada, el calor de sus mejillas le indicaba que

estaba roja como un tomate. “Gracias Dios” pensó ella.

Durante el viaje que duró aproximadamente 17 horas, Las Chicas Silvestristas intercambiaron puestos en varias oportunidades para conversar, compartir galletas o escuchar música. Andru durmió

casi todo el camino, y Ana no hizo más que mirar por la ventana, no podía sacar de su mente a la Sirena de cabellos negros y ojos

azules del Guatapurí. “Ella me hizo un advertencia, ella quería que me fuera o algo pasaría, quiere decir eso que Luisana, si es Luisana, no se suicidó, quiere decir que allí en ese río pasan cosas

extrañas.” Ana quiso callar su mente pero fue inútil, a La Sirena de Hurtado la tenía entre ceja y ceja.

Al llegar a la Terminal de Bogotá un grupo de chicas vestidas de rojo los esperaban, Ana estaba absorta en sus pensamientos y no

prestó atención a las salutaciones que le hicieron. Les tenían la increíble noticia que esa misma noche Silvestre tendría una

presentación en un reinado de belleza y la entrada era

534

económica. El frío de la hermosa capital los hacía temblar a todas las silvestristas, y Andru ya estaba de mal humor de tanto

castañear los dientes. Fueron llevados a un cuartel sin precedentes, toda la casa en su integridad estaba adornada por afiches de Silvestre Dangond y habían sido colgadas más de 10

hamacas para los silvestristas recién llegados. Apenas si lograron comer algo, bañarse con agua caliente y cambiarse de ropa,

según Angélica, la dueña de la casa roja, debían ir temprano al evento para no quedar tan atrás, pero esto fue inútil, esa noche toda Bogotá estaba en la calle con deseos de ver a Silvestre

Dangond.

- ¿Y ahora qué hacemos Ana? Preguntó Luisa. Quedamos lejísimos.

- Intentaremos acercarnos lo más que podamos. Dijo Ana.

- No Ana. Dijo Andru. Mi vida, entiende algo, aquí debe estar la ciudad entera, no podemos avanzar entre tanta gente.

- Sí podemos, síganme.

Andru con el frío que tenía y lo cansado que estaba, no podía

creer la voluntad gigantesca de aquellas niñas. Fueron adentrándose en la masa de personas. “Esto es una locura”.

Pensó el muchacho, a la vez que pedía disculpas entre empujones y murmullos de gente molesta. Ana avanzó decidida entre la multitud, y al ver que Andru se rezagaba, lo tomó de la mano y le

brindó su mejor sonrisa. “Confía en mí” murmuró ella.

Al llegar hasta una barricada a una distancia considerable de la tarima del evento, Ana observó que aquella parte estaba reservada a gente importante, entre ellos el Alcalde de la Ciudad

y otras personalidades, según había señalado Angélica.

- Chicas cierren bien sus abrigos que no se vea que somos silvestristas. Dijo Ana y todas obedecieron.

- Disculpe señor, somos la delegación de Venezuela, de

diferentes emisoras del país, y quisiéramos poder acercarnos solo un poco para hacer algunas entrevistas.

535

Dijo Ana a un muchacho escuálido y muerto de frío que vigilaba la puerta de acceso.

- ¡Siga! Dijo el joven.

Ana sin pensarlo dos veces y con mucha seriedad avanzó

haciendo señales para que Las Chicas Silvestristas la siguieran. Andru se mantuvo callado, estaba sorprendido de lo que Ana era

capaz por estar cerca de su artista.

- Sin estupideces, tomen asiento y hagan lo que yo les diga.

Dijo Ana a las chicas.

Ana luego de que se acomodaran en sillas de invitados, se mezcló entre la gente, saludó a políticos y personalidades, e incluso

solicitó algunas fotografías para Venezuela. Tanto las chicas como Andru, estaban impresionados. El evento se llevó a cabo, durante algo más de dos horas vieron tranquilamente el desfile, fingieron

aplaudir emocionados a cada una de las participantes del certamen. Cuando dieron la ganadora, Ana les pidió a todos que

la siguieran, que sacaran sus cámaras y se acercaran a los pies de la tarima a tomar fotos a la reina. Nadie objetó aquel

acercamiento, el público de pie aplaudía a la soberana. Inmediatamente después de la coronación, se anunciaba la presentación de Silvestre Dangond. Todo el mundo se

conglomeró, las autoridades subieron al lado izquierdo de la tarima y sin creerlo aún, los silvestristas estaban en primera fila a

la espera del ídolo. Ana comenzó a reír y abrazar a las chicas. Andru la abrazo y le dio un tierno beso. “Tú eres terrible” le dijo al oído.

El Alcalde se acercó y los invitó a subir a Tarima, ya que eran de

los medios de comunicación de Venezuela, no debían estar entre la multitud. Aquello tomó por sorpresa a Ana, quien no encontró ni forma ni manera para salir del atolladero. Fueron guiados por

escoltas a la enorme tarima y se colocaron al lado izquierdo, cerca de los vocalistas de la agrupación. Las chicas estaban

felices de haber subido, pero Ana se sintió angustiada.

536

- ¿Qué pasa Ana? Preguntó Andru. ¿Esto no es lo que querías?

- No Andru, esto no es lo que quería. - No te entiendo pero ni cinco. - Aquí no podemos bailar. Muchachas por favor compostura,

no bailen, no griten o nos bajan, finjan por el amor de Dios, “somos corresponsales”.

Una tristeza colectiva se apoderó de todas, Ana tenía razón,

debían fingir que no eran silvestristas y aquello para un fans supone un gran suplicio.

Ana cerró sus ojos cuando se apagaron las luces y pudo escuchar con claridad un clamor hermoso, el pueblo al unísono llamaba al artista. Por primera vez Ana se puso en los zapatos de su artista

y sintió vértigo. Las luces se encendieron y la multitud se estremeció ante la presentencia de Silvestre Dangond. Las Chicas

Silvestristas y las del club de Bogotá permanecieron inmutables. El corazón de Ana se detuvo cuando Silvestre la vio a los ojos. Sus ojos amarillos brillaron para ella y una enorme sonrisa de

complicidad se dibujo en su rostro. Andru permanecía a sus espaldas. Ana sintió miedo. “Lo que pasó antes no puede volver a

suceder”. Pensó ella.

- Esto es otra cosa Ana. Dijo Andru Esteban a su oído. Esto

me gusta. Andru estaba embelezado con los instrumentos musicales, en especial con el acordeón. Desde muy joven adoraba la música y estar en medio de aquel espectáculo lo

hizo sentirse cómodo, aunque no se supiera las canciones.

Silvestre se desplazó por todo el escenario, a veces le daba la espalda al público para dirigir a los músicos o realizar sus piruetas

de baile o sus denominados “Pases”. Existen tonadas

537

determinadas del acordeón que reciben nombres como “El pase del Monaco” que va precedido de un paso de baile en particular

del artista, Silvestre se había ganado al pueblo con su extraordinaria forma de bailar y sus pases sin igual.

Ana sintió ganas de correr a abrazarlo, pero estaba inmóvil, sabía perfectamente que debía mantener su posición de corresponsal

radial venezolana.

“No puedo perder a Andru, a él no”. Pensó Ana temerosa de que Andru se diera cuenta del estado emocional en que ella se

encontraba cada vez que veía a Silvestre. La gente gritaba eufórica, Silvestre se había apoderado de ellos de una forma

inexplicable, él sonreía a todos, contagiando su alegría a aquel pueblo que lo apoyaba. Al terminar de cantar se despidió del público, subió unas escaleras en el escenario, giró y se despidió

del Alcalde, pero para sorpresa de Las Chicas Silvestristas, les lanzó un beso al aire y se despidió de ellas, miró fijamente a Ana

a los ojos y le dijo “Chao Ana”.

- ¡Carajo Ana! Ese hombre te conoce. Dijo Andru asombrado.

- Larga historia mi vida. Larga historia. Al bajarse de tarima y cuando ya nadie las vio, Las Chicas

Silvestristas, gritaron, se abrazaron y brincaron, por la alegría de haber tenido tan cerca de su artista.

“El silvestrismo tiene lo suyo” Pensó Andru al verlas reír de aquella forma.

“Los hechos aquí narrados son reales, el reinado fue en Venezuela en las fiestas patronales de Cantaura, pero los que estaban a mi lado en realidad fueron el Silvestrista Gunter

Zerpa y Jennifer Rivera.” Marlyn Becerra.

538

LA VERDAD

Esa noche el frío le caló en los huesos, Ana permaneció de pie

en la ventana de la casa silvestrista. La intensa brisa nocturna trajo consigo recuerdos intensos y distantes. Sopló sus manos

mientras las unía intentando entrar en calor. Dos gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas como dos trocitos de hielo. “Mi corazón está vuelto nada”. Pensó la muchacha. “Solo soy feliz si

lo veo a él.”

- Ana, vas a resfriarte. Dijo Andru a su espalda. Vamos ya es

tarde y mañana continua este viaje loco.

Ana contuvo la respiración, intentando evitar que Andru viera sus lágrimas, pero fue inútil.

- Estas llorando ¿Por qué lloras Ana? ¿Qué pasa? Dijo el joven tomándola en sus brazos.

- No pasa nada Andru. Murmuró ella. - Cómo que no pasa, si estas llorando. No entiendo mi niña,

acabas de ver a tu ídolo, él te saludó; y estas haciendo

todo lo que deseas hacer, por qué estas en este estado, no entiendo amor ¿Qué pasa?

- No quiero hablar Andru entiéndeme, dijo agachando la mirada.

- Pues vas a tener que hablar Ana, cómo es posible que

estés en medio de este frío espantoso, en esta oscuridad mientras todos duermen y de paso llorando. Déjame cerrar

la ventana o vamos a morir congelados los dos.

Ana tenía puesto un abrigo rojo de lana y sus mejillas estaban congeladas, al hablar exhalaba humo por la boca. Andru encendió una lamparita cerca del sofá y se sentaron uno muy cerca del

otro.

539

- Tienes las mejillas coloradas. ¿Cuánto tiempo tienes allí de pie?

- No lo sé. Dijo ella. - ¿Es por Silvestre? - ¡Dios santo! ¿Por qué crees eso?

- Porque venimos de un concierto y veo que él te afecta, quiero saber qué pasa, eres mi novia y tengo derecho a…

- ¿Derecho? Si tú eres el primero en ocultar cosas, no sabes quién te golpeó, o eso dices. No quieres decirme qué pasó la noche en que terminaste con Fabiola, esa mujer era tú

vida, la adorabas y así sin más desapareció. Dijo Ana enfadada. A caso yo insisto en saber ¿Donde está ella?

Andru yo he sufrido mucho y … - Y a caso ¿Eres la única que ha sufrido en esta vida Ana? no

bella, no tienes idea de lo que es el sufrimiento. Dijo Andru

señalándose el pecho. - ¡No me conoces! Dijo Ana en un tono cortante.

- No, no te conozco y no dejas que te conozca, vienes detrás de un hombre porque es tu ídolo, pero cuando lo ves te deprimes, o crees que estoy ciego y no veo lo que pasa

contigo. - ¡Andru!

- Andru nada Ana, yo estoy enamorado de ti, estoy locamente enamorado de ti, tú eres la mujer de mis sueños, quiero una vida contigo, hijos, hasta un gato.

Escuchar vallenato en nuestras fiestas y aniversarios hasta el amanecer. Me he hecho ilusiones, ni te imaginas todo lo

que quiero para nuestra vida, nuestro futuro. - ¡Pero tú no te puedes enamorar de mí! Soltó de pronto la

muchacha, queriendo recoger sus palabras lanzadas al viento.

- Y quién manda en mi corazón, tú o yo. Creo que es tarde.

Eres mis manos, mis ojos, mi voz, soy feliz si tú eres feliz, y sufro si tú sufres.

- ¡Fabiola! Murmuró Ana sin mirarlo. - Esa mujer, esa mujer, está muerta para mí. - Por qué, dime por qué Andru.

540

El muchacho se levantó abruptamente lleno de rabia, apretó sus puños para contener el recuerdo de Fabiola con otro hombre, la

imaginó en su mente gimiendo de placer, riéndose de él.

- Fabiola tiene un amante. La noche en que fui a hablar con

ella, la encontré haciendo el amor con un hombre, que era más fuerte que yo.

Ana colocó las manos en su boca, y dos grandes lágrimas corrieron. Recordó el día en que Rafael dejó de ser un espejismo.

Ella sabía perfectamente cómo una traición, quemaba el alma.

- Su amante y yo nos caímos a golpes y como ya sabes,

estuvo a punto de matarme, casi muero por una mujer que no valía la pena, pero eso no quiere decir que no me duela

profundamente haber estado tan ciego. No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida, solo me arrepiento de las cosas que no he hecho y asumo las consecuencias.

Te abrí mi corazón, te lo entregué desde el primer día que nos besamos en La Sirena de Hurtado, te hablé de mi

madre, de mis recuerdos, y ahora te atreves a decirme que no puedo enamorarme de ti. ¿Qué crees que soy un

muñeco? - Yo no quise decir eso, discúlpame. Dijo Ana en casi un

susurro.

- Si no entregas el alma en lo que haces, no vale la pena Ana, y si no puedes abrirme tu alma y decirme qué te

ocurre, soy yo el que deja las cosas como están. Mañana me iré y no volverás a saber nada más de mí.

Andru se retiró a su habitación sin mirarla si quiera. Ella subió sus rodillas al mueble, se abrazó a ellas y dejó que las lágrimas

brotaran. “Daría mi alma por tocarte, por entregarte la mujer que soy, pero no puedo, no se cómo ser feliz”.

“Las depresiones de Ana están basadas en hechos de la vida real, inspiradas en las cartas que recibo a diario de los silvestristas, que han encontrado en el silvestrismo la cura a sus

tristezas” Marlyn Becerra.

541

ANA

Cuando los rayos de luz le dieron en el rostro, Ana se despertó

entumecida, a su lado encontró una rosa roja, y el caos de la noche anterior se le vino encima.

- ¡Andru! Dijo en voz alta. Andru Esteban. Lo llamó.

Corrió hasta su habitación. Cuál sería su sorpresa al ver la cama vacía, las cosas de él ya no estaban. “Se ha ido.” Lo buscó por

toda la casa, los silvestristas aún dormían. “Se ha ido.” Salió a las afueras de la casa y no lo encontró. “Se ha ido.” Ana fuera de si

misma, se sentó al pie del árbol que estaba a la entrada de aquella casa y se dejó caer, arrepentida de lo que había hecho. “Qué hiciste Ana, qué hiciste.”

Allí la encontró Luisa, la chica silvestrista, “vamos Ana, él se fue,

no podemos hacer nada”. Dijo su amiga.

- “Se ha ido Luisa” murmuró Ana.

- Lo vi marcharse antes del amanecer, y discúlpame pero escuché su pelea de anoche, de verdad lo lamento Ana.

Vamos a la cama, aún es temprano, debes descansar y quitarte esta ropa, estás helada.

Ana cayó en un sueño profundo al tocar la mullida cama en que durmiera Andru. Su olor allí podía percibirlo. Y en sueños se

abrazó a sus recuerdos.

Soñó que él la abrazaba, que le daba besitos por todo el rostro y

sonreía para ella. De pronto el sueño cambió y se encontró en medio de la nada, lo llamó mil veces pero fue inútil. Él no estaba.

En su sueño La Nana, una anciana de ojos azules como el mar, la abrazó sin decir ni media palabra, aquel abrazo la llenó de fuerzas. Era cálido y fuerte, hacía que el dolor se fuera. Al

levantar la mirada ya no era la Nana, sino Silvestre quien la

542

abrazaba. “Vamos sonríe, no todo está perdido Ana, vamos tú puedes.” Dijo él.

Ana despertó a eso de las tres de la tarde, y las chicas invadieron la habitación. Alegres le mostraron todas las fotos de la noche

anterior, nadie mencionó a Andru y la hicieron sonreír de nuevo. Angélica la silvestrista de la casa donde se quedaban en Bogotá,

le explicó que se unirían ellas para la travesía. Ana decidida a seguir adelante, ordenó que, se alistaran para viajar al día siguiente. Tomó un baño con agua caliente y logró comer algo y

descansar un poco.

A las siete de la mañana del día siguiente, abordaban un autobús

rumbo a Villavicencio. “Si no entregas el alma en lo que haces, entonces no vale la pena.” Pensó Ana al recordar las palabras de

Andru Esteban Virviescas.

Un joven de ojos amarillos y cabello oscuro, aguardaba en la

Terminal el próximo autobús con rumbo a Villavicencio.

543

SILVESTRE

Intranquilo dio varias vueltas en la cama, intentando quedarse

dormido, los huesos le dolían, los ojos le ardían, estaba tan cansado que le era imposible conseguir el sueño. De pronto vino a

su mente un recuerdo distante, casi irreal, una muchacha de largos cabellos negros dormía a su lado. El olor de su piel le llegó preciso, como si ella se encontrara con él; y sin ya desearlo, sus

ojos se cerraron derrotados por una vida excitante, llena de múltiples sacrificios.

En sus sueños, vio los ojos negros y enormes de una muchacha de mirada triste, ella no lo veía, pero él la tenía muy cerca.

Estaba sentada en una piedra enorme, con los pies en el agua cristalina de un río de caudal embravecido. La corriente arrastraba todo a su paso, y él tuvo miedo de que la arrastrara.

Intentó hablarle pero no pudo. Se sentó a su lado y quiso consolarla. La muchacha lloraba, esto le causaba un profundo

dolor. De pronto la oscuridad se vino sobre ellos y Silvestre vio cómo emergía de las aguas una enorme mujer con cola de pez.

No sintió miedo de ella hasta que entendió lo que quería. Sin poder hacer nada, la sirena agarró a Ana por los tobillos y la arrastró a las profundidades del río. Silvestre despertó en medio

de la noche con el corazón acelerado, y sudando. Había tenido una pesadilla con una de sus silvestristas, algo que hacía mucho

no le pasaba. Se sintió extraño dentro de su cuerpo, como si el corazón le diera un mal presentimiento.

Desde niño detestaba las pesadillas, pero el sueño con la sirena, le había causado tal impresión, de que tuvo la certeza de que algo

malo pasaba con su amiga Ana. “Lo peor de todo es que no tengo cómo llamarla para saber que está bien, ser famoso me impide cosas tan sencillas, como hablar por teléfono.” Pensó Silvestre.

544

ANA

Ana viajó en silencio, a tan solo dos horas estarían en una tierra

con la que jamás soñó ver, se dirigían a los llanos colombianos guiados por Luisa Rodríguez, no era una ciudad donde fuera a

estar Silvestre, pero había un club en formación y aquello era tan importante como asistir a un concierto del ídolo. “Luisana, no puedo sacarla de mi mente. Quiero saber cómo murió. Algo me

dice que soñar con ella significa que debo regresar al valle. Debí decirle a Andru lo que vi aquella noche”. Y pensar en el muchacho

de ojos amarillos le inundó el alma de dolor. “Piensa en los silvestristas, no pienses en él. Tú no podías decirle todo lo que sientes por Silvestre, hubiera sido el mismo resultado, él se

habría ido de todas formas. Olvídalo ya Ana” se dijo así misma, tocándose el lado izquierdo del pecho, donde equivocadamente

creemos que está el corazón.

- Los muchachos van a estar contentos de recibir a Las

Chicas Silvestristas y a los silvestristas de Bogotá, si seguimos adicionando gente, podremos llenar un bus

completo, no crees Ana. ¿Ana? insistió Luisa. - Discúlpame no te escuché. - Ana, vamos anímate, Andru estará bien y ya hablaran y

todo se solucionará, es una ley de vida, todo lo que es posible que pasé, pasará. Dijo Luisa con una hermosa

sonrisa. Lo que no entiendo es por qué llorabas la otra noche, soy tu amiga y quiero ayudarte.

- Luisa estoy enamorada de Silvestre. Confesó Ana.

- Pequeña, todas estamos enamoradas de Silvestre, es normal o ¿No?

- No Luisa, al principio siempre creí que solo era como fan pero ahora cada vez que lo veo me siento morir de amor por él.

- Pero discúlpame Ana yo te vi llorar por Andru. Tus ojos se iluminan cuando él está cerca, lo miras como si fuera la luz

de tu vida y desde que discutieron, te vez apagada y gris.

545

Yo creo que tienes miedo de aceptar que te has enamorado de Andru Esteban y te refugias en la idea de un amor

imposible. - Luisa de corazón no sé qué me está pasando. Dijo Ana

tomándola de la mano. Pero si es como tú dices, por qué lo

dejé ir, por qué no detuve a Andru. - Porque eres testaruda, como toda mujer. Vamos relájate,

tómate tu tiempo, y reorganiza tus emociones, si algo he aprendido es que todo eso que sentimos o decimos sentir son estados mentales Ana, y nuestra alma puede

manejarlos si nos lo proponemos. ¿Amas a Silvestre? Ámalo, pero que su amor sea motivo de alegría y vida.

¿Amas a Andru? Ámalo pero vive su amor y déjalo que te ame. Estén a tu lado o no, tu eres la única que puede decidir cómo y en qué medida quererlos.

Ana abrazó a Luisa, sus palabras fluían como aguas cristalinas dentro de su alma. La gratitud de Ana con esa silvestrista fue

infinita.

- “No hay nada que el silvestrismo no pueda explicar”. Dijo Luisa

a carcajadas y Ana al escuchar aquella frase no pudo más que reír también.

“Siempre creí que mi corazón quedaba del lado izquierdo, allí suelo colocar mi mano para decir que me duele cuando me tratan mal o una noticia me hace llorar, una vez estando

hospitalizada, el doctor me corrigió y me dijo que el corazón quedaba más hacia el centro del pecho, que el corazón que suelo tocar es el de mi alma”. Marlyn Becerra.

546

VILLAVICENCIO

Ana conversó con Luisa sobre lo sucedido con Andru Esteban, y

al poder desahogarse, al conseguir decir aquellas palabras, la carga fue menos pesada. “A veces, solo queremos escucharnos

decir la verdad”. Pensó Ana.

- Luisa, quiénes se vinieron de Bogotá para Villavicencio,

discúlpame pero he estado totalmente distraída. - Sí, lo sé muy bien. Contestó ella. Bueno como ya te había

comentado solo lograron venir con nosotros Angélica

Oliveros, que es la joven donde nos quedamos hospedados, sabes la morena de cabellos largos, Carolina que es la chica

de cabello negro corto que usa aparatos de esos que te corrigen la sonrisa por no llamarle alambres, Julian Salcedo, que está sentado con ella, tienes que ver sus ojos

son muy bonitos Ana. También lograron venir las silvestristas Dayana Barrios, Daniela Bendeck Y Maria Silva,

que son las que no paran de hablar como loritas con Bernardo Otalvarez, todos en definitiva son muy amables,

pero no tienen idea de lo que les espera. - ¿Cómo así? ¿Qué nos espera Luisa? - El llano, el indómito llano, no nos quedaremos en

Villavicencio, la invitación a esta región del país, es en casa de un excéntrico silvestrista muy amigo mío, que vive en

una finca llano adentro. Venimos a pasarla súper genial, pero solo los verdaderos silvestristas podrán soportar lo que nos espera.

- Me estás asustando Luisa. - Pues haces bien en asustarte. Dijo sonriente la muchacha.

Mi amigo no usa electricidad, no hay Internet, ni televisión. Solo atardeceres, caballos y vacas por todas partes.

Ana se sintió incómoda, todo aquello le trajo recuerdos prácticamente olvidados, noches en que el amor le hizo matar

más zancudos que estrellas en el firmamento.

547

- Luisa esto no me gusta. Dijo Ana. - Te gustará es una finca Silvestrista, nada será normal. Mi

amigo es Eulises Oliveros, hijo del inmortal Alirio Oliveros, no tienes idea Ana de todos los secretos que ocultan esas tierras, hay quienes dicen que están malditas.

- No entiendo porqué vinimos entonces. Dijo Ana frunciendo el seño.

- Porque como ya les había comentado hay un nuevo club silvestrista y es vital que los veamos.

- Pero para qué vamos esa finca entonces Luisa.

- Porque Eulises es el presidente del Club Silvestrista de los Llanos.

- ¡Dios mío! Que el silvestrismo nos ampare. Dijo Ana.

Ambas amigas rieron con sus exageraciones, propias de las almas silvestristas que siempre andan en busca de aventuras, y si es

posible de problemas, mejor aún.

Al llegar a Villavicencio, Ana experimentó el cambio del clima, y le

fue confortante la calidez de aquella tierra, a los escalofríos de Bogotá. A diferencia de los chicos de Bogotá, en sus rostros se

notaba que se estaban ahogando por el calor. En la parada del bus un joven de radiante sonrisa y cuerpo atlético los esperaba.

- Tú debes ser Ana. Dijo el joven. Tomándole la mano. - Ana, él es nuestro anfitrión, mi amigo, compadre y

hermano, Eulises Oliveros.

- Encantada dijo Ana un poco incomoda, ya que el joven no le soltaba la mano. Me la regresas por favor.

- Disculpa no estoy acostumbrado a ver mujeres tan bellas como tú. Dijo Eulises.

Las mejillas de Ana se ruborizaron, y ella no quiso ni imaginar lo

roja que debía verse. Las Chicas Silvestristas abrazaron al muchacho al igual que los del Club de Bogotá y nadie prestó atención a las incomodidades de Ana. Viajaron en varias

camionetas propiedad del silvestrista llanero, y para disgusto de

548

Ana, a ella le tocó viajar con Luisa y Eulises en un rustico aparte del grupo.

- Ana, mi amiga Luisa me ha hablado mucho de ti, dice que conoces a Silvestre y que eres una silvestrista extrema.

- Lo conozco, como cualquier fan pueda hacerlo. Contestó ella. Y me pueden decir ¿Cuanto falta para llegar?

- De Villavicencio al Delirio es una hora aproximadamente. Dijo Luisa.

- ¿Delirio?

- Es el nombre que papá le diera a la finca antes de morir. - Lamento mucho lo de tu papá. Dijo Ana. Yo también perdí

al mío y sé el hueco que dejan cuando se van. - Gracias mi bella, pero lo de papá es muy difícil, a mi papá

lo mataron a traición, y desconocemos quién lo hizo. Es

algo que te deja las heridas abiertas para toda la vida.

Guardaron silencio por el resto del viaje, Ana se sintió incomoda, la llanura colombiana, el olor propio de tierra caliente y la

inmensidad de aquel cielo no solo le recordaba el llano Venezolano, no solo le hizo pensar en su padre. Algo peor

merodeaba apunto de sacarle lágrimas. “Rafael era coleador, Dios cómo me vine a meter al llano, ver a Eulises con sus botas y camisas de cuadros, es verlo a él.” Ese pensamiento hizo que Ana

se clavara las uñas en las manos. “No quiero ver caballos, no quiero ver vacas, no quiero escuchar música llanera, no quiero

estar aquí”. Pensó Ana. “Andru dónde estas, te necesito”.

“Conozco a Silvestre de la forma en que lo conocen la gran mayoría de sus seguidores, en

conciertos, aeropuertos u hoteles, he pasado horas y horas de espera para poder saludarlo, o tomarme una foto con él. No somos cercanos como muchos creen, es

necesario que sepan que yo solo soy su fan, al igual que todos, y que me he valido de la imaginación para desarrollar el Diario de un Silvestrista.” Marlyn Becerra.

549

LA SORPRESA

Dayana, Daniela Bendeck y Maria Silva, corrieron al vehículo de

donde se bajaba Ana, la tomaron por las manos y la arrastraron hasta un lado de la casa.

- Ven Ana, ven, ven, ven rápido. Dijo María sonriendo. - ¿Qué pasa chicas? ¿Dónde están todos? Preguntó Ana,

mientras Eulises y Luisa los alcanzaban. - Ana se encontró con una sorpresa inimaginable.

Un joven de cabello oscuro se encontraba rodeado por todos los silvestristas, Ana vio rostros que no conocía, entendiendo que

eran los silvestristas llaneros. Cuando sus ojos amarillos la observaron, Ana sintió que su corazón le fallaba.

- ¡Hola Ana! Dijo el joven brindándole una enorme sonrisa.

Ana se quedó allí de pie. Estaban en una especie de corredor amplio donde el color rojo dominaba por todas partes, manteles, globos, vasos, platos, el rojo lo inundaba todo, pero no solo se

trataba de una reunión silvestrista, aquello era una emboscada.

- ¿Qué haces tú aquí? Preguntó Ana, intentando creer que lo que veía no era cierto.

En ese instante Luisa se echó a llorar en los brazos del joven.

Quien la consoló dándole palmaditas en la espalda a la silvestrista de dorados cabellos.

- Eulises es mi amigo, y me ha invitado. ¿Tú sigues brava conmigo por lo de la pelirroja?

- No. Murmuró Ana intentando controlar las emociones que se le venían encima.

Los silvestristas estaban llenos de dicha, tomaban fotos, pedían autógrafos, Las Chicas Silvestristas no podían parar de reír.

550

Angélica y Julián daban pequeños brincos, como si no aguantaran la alegría.

- Le he pedido a Silvestre que nos acompañara en este día tan especial, cuando le dije que tú vendrías aceptó

inmediatamente ¿No te alegras de verlo Ana?

Ana al escuchar la explicación de Eulises, corrió a los brazos de Silvestre y lo abrazó como si él estuviera a punto de irse.

Silvestre la sostuvo en sus brazos. Él siempre aparecía cuando ella más lo necesitaba.

- No sabía que podría verte tan pronto Silve. - Así es la vida pequeña, siempre nos sorprende con sus

coincidencias y designios. Dijo Silvestre. Al atardecer de aquel día, Ana sentada a las afueras de la casa, sostenía la mano del joven de ojos amarillos, como quien toma la

mano de su alma gemela, no para rozarla, sino para unirse a ella.

- ¡Silvestre, estoy enamorada! Dijo ella sin poder contenerse.

- Lo sé Ana, yo te conozco. Dijo él. Tuve un sueño extraño

contigo, y ahora entiendo qué pasa. - Y no es de ti. Murmuró ella.

- Eso también lo sé. Dijo él tocando la punta de su nariz. Mis sueños no me mienten, algo no está bien contigo.

- Espera, a ti también te amo, pero de una forma

inexplicable. - Eso esta mejor bonita. Dijo el joven y sus ojos amarillos

cambiaron de pronto al color verde. - ¡Silvestre! Exclamó ella. Tus ojos, están verdes. - Está cayendo la tarde mi pequeña Ana, cuando eso pasa

mis ojos son verdes, pero sígueme contando ¿Dónde está el hombre que amas? Porque no es Mathias, de eso estoy

más que convencido. - No, no es Mathias en eso tienes razón, y no sé donde

pueda estar. Dijo Ana agachando la mirada.

551

- Ya le hiciste cantaleta, Ustedes las mujeres son una cosa muy seria.

- ¡No te rías! Sí peleamos, no supe explicarle lo que siento por ti.

- No tienes por qué explicarlo, hay cosas que es mejor no

decirlas, porque es probable que no nos entiendan, eso lo sé muy bien. Viste Ana, el cielo esta enrojecido. Dijo

señalando las nubes.

El ocaso se les echó encima, y Ana sintió que era el atardecer

más hermoso que había visto en su vida.

- Quédate Silvestre, veamos salir la luna, aunque sea la única vez.

- ¡No Ana! contestó él.

- ¿Por qué? - Porque no sería la única vez. Cada vez que sale la luna en

la inmensidad de la noche, tu recuerdo me acompaña. Yo tampoco puedo explicar ciertas cosas de mi vida, por eso prefiero componer canciones, y allá el que entienda o no,

eso no me importa. Ana, quiero pedirte algo. No quiero que vayas más al río Guatapurí, por favor, aléjate de ese río.

No se cómo explicártelo, pero no te quiero más allí. - Esta bien Silve, no iré más, palabra de silvestrista. Dijo ella

sonriente. Tienes razón, entremos a la casa, no podemos

permanecer aquí. - Por qué, quiso saber él.

- Porque me están comiendo las plagas. ¡Corre! ¡Corre! Corre Silvestre. ¡Ven vamos a vivir! Gritó Ana mientras corría hasta el umbral de la casa de ladrillos donde los

esperaban los silvestristas.

Él la alcanzó sujetándola por la cintura y le robó un beso.

552

EL CONFITE

En la parte posterior de la casa, los silvestristas encendían una

enorme fogata y algunas antorchas, como bien había dicho Luisa, el Silvestrista llanero dueño de “El Delirio” no usaba electricidad,

así que la velada para todos era especial, no solo por estar en medio de la nada, sin comunicación de ningún tipo, sino que en aquel mismo lugar aguardaban por Silvestre, quien compartiría

esa noche con ellos.

- ¿Aún siguen hablando? Preguntó Milena.

- Sí, dejemos que hablen tranquilamente. Dijo Luisa. - ¿Podemos colocar algo de música? Preguntó Julian. Tanto

silencio me aturde. - ¿Silencio? Es que Julián no escuchas los grillos y sapos,

tienen armada una parranda en este lugar. Dijo Milena.

- ¿Y qué colocamos? ¿Dónde? Preguntó Angélica. - Podemos colocarla en mi camioneta, creo que les gustará

como suena. Dijo Eulises encendiendo el vehículo.

Un estruendoso acordeón sonó dentro del vehiculo, y todos sin excepción se levantaron de sus lugares y comenzaron a bailar.

Las muchachas giraban, los chicos intentaban imitar los pasos de su artista, “El Confite” estalló para los silvestristas que llevaban horas tomando aguardiente llanero y cervezas.

Ana al escuchar la música, arrastró a Silvestre al medio de la

pista de baile y lo entregó a sus amados seguidores. Todas las miradas brillaron cuando el ídolo ejecutó su famoso baile del “Payaso”, todos lo imitaron maravillados de poder bailar a su

alrededor. La joven de ojos negros prefirió contemplarlos, y Eulises se sentó a su lado brindándole una cerveza helada.

- Bueno al menos usas hielo. Dijo Ana al comprobar lo fría que estaba la bebida. Es curioso que no uses electricidad.

553

- Me gusta a la luz de las velas, por decirlo de alguna forma. ¿Y no bailas? Preguntó Eulises.

- Hoy no, hoy observo. Nunca había visto bailar a Silvestre rodeado de Silvestristas. Ahora no sé qué me gusta más que baile o que cante.

- ¿Ana te gustan los caballos? Preguntó de pronto el silvestrista llanero.

- Sí, y creo que tienes varios. Temprano me percaté del tamaño de tu caballeriza.

- Amo a los caballos, mañana temprano daremos un paseo,

hay suficientes caballos para todos, debo llevar a Silvestre mañana por la tarde a Bogotá, así que lo haremos a

primera hora. - Será divertido. Dijo Ana. ¿Eulises por qué no quieres vivir

con la comodidad del modernismo?

- A Papá no le gustaba, él me enseñó a atender el ganado, domar mi propio caballo, bañarme por las tardes en el río;

y por las noches me solía contar historias alrededor de una fogata.

- ¿Cómo murió tu papá? ¿Quieres contarme?

- Papá regresaba aquella tarde de arar los campos, cerca de aquí está un árbol enorme por el cual pasó con su tractor,

ya estaba oscureciendo. Alguien lo sorprendió por la espalda y le disparó a traición. Cuando escuchamos el disparo, salimos corriendo. Vi a mi padre en el suelo boca

abajo y ni rastros de quién lo había atacado. El disparo fue certero, mi padre murió de inmediato.

- A la luz de las antorchas, Ana observó lágrimas contenidas en los ojos del silvestrista.

La música que los rodeaba era alegría pura, y Silvestre se las arreglaba para bailar con todas las muchachas.

- Desde entonces, siempre en la casa se han hecho las cosas, como las hacía Alirio Oliveros, y el día que mamá lo

entendió, prefirió irse, a tener que soportar mis decisiones de una vida tranquila.

554

- Creo que a veces nos perdemos de cosas tan hermosas como la luz de la luna entre tanta modernidad, comprendo

tu forma de vivir. Eulises quisiera pasar unos días aquí, si es posible.

- Quédense todo lo que quieran, podemos ordeñar a las

vacas por las mañanas o ir de pesca al lago. Me gustaría que conocieras mejor a los muchachos del club llanero, no

tienes idea de lo especiales que son. - ¡Háblame de ellos! Sugirió Ana.

Eulises los vio bailar, aplaudir, cantar, Silvestre era uno más del montón, parecían amigos revueltos en un círculo, y no el ídolo y

sus fans. La música se tornó lenta y cadenciosa, y los muchachos se turnaban a las chicas para bailarlas al son del vallenato, donde al unísono cantaron “Cómo lo hizo”.

- La joven delgada de cabello negro se llama Sara Ramírez.

Dijo Eulises. Es silvestrista desde muy niña, y es mi amiga desde antes de la muerte de mi padre, y sé que hoy es un día inolvidable para ella, no puede hablar de Silve sin que

se le quiebre la voz, y digamos que me tenía preocupado de cómo reaccionaria al verlo a él, pero como puedes ver,

todo ha salido a la perfección. La muchachita pequeña de largos cabellos negros como tú, se llama Laura Tovar, debes tener cuidado con ella, todo lo grava en su teléfono,

vive atenta de todos y es la más dulce de las llaneras. Bernardo Talo, es mi compadre, más que un amigo, es mi

compadre, un silvestrista sin igual, todo lo emociona, así que es extraño que hoy no haya muerto infartado, nadie sabía de la llegada de Silvestre a la hacienda. Camila, es la

pequeñita de cabellos rubios, mañana vendrán dos familiares de ella que son tan silvestristas como tú y como

yo, no han logrado llegar hoy y es posible que se lamenten por no haberlo hecho, son de Antioquia, es una familia sin igual y sé que van a agradarte mucho, su acento es muy

peculiar. La mamá de Camila es como una madre para mí, Paula Escobar, mañana por la noche te la presento.

Fideanyeli, es la joven que está bailando con Silvestre, ella

555

es incansable, vive en Villavicencio y es una llanera de pura cepa, monta a caballo como cualquier hombre y

acostumbramos a beber ron juntos, aunque es muy joven, es una niña muy madura. Dallys Cárdenas, es la muchacha de la pañoleta roja en la cabeza, es muy especial con los

animales, y su cariño por Silvestre es sincero, ella ya lo había visto en otras oportunidades, pero esta es la primera

vez que baila con él. - Hablas de ellos con mucho cariño. Eso es muy bonito

Eulises.

- ¿Qué es más grande, que la familia y los amigos? - ¡Nada! Dijo Ana al recordar a Katherine, La Muchis,

Danielita, Maria Clara, Yaliana, Raquel y a Yuli Caicedo. Nada como la sonrisa de una amiga. ¿Eulises dónde dormiremos todos?

- Colgaremos hamacas, tengo muchas porque siempre vienen silvestristas a la finca, no te preocupes, si deseas

puedes dormir en mi cama y yo en una hamaca. - No, quisiera que me cuelgues una, pero cerca de la gran

ventana de la sala, quiero ver las estrellas.

- ¡Hecho! Para ti lo que pidas. Dijo el joven dándole una hermosa sonrisa.

Se mantuvieron atentos a los bailes de los silvestristas, riendo de las locuras de algunos. Silvestre brillaba entre ellos como el loco

más alegre de todos los tiempos. Los muchachos colocaron vallenatos antiguos de varios cantantes vallenatos.

- ¿Ana quieres bailar? Preguntó Silvestre al cabo de un rato. - Sí. Dijo Ana ruborizada.

Una melodía sencilla sonaba desde la camioneta, Ana no la había

escuchado antes, era un vallenato lento y sentimental. Ella se mantuvo incólume ante los brazos de Silvestre, prefiriendo levantar la mirada y ver sus ojos, en ellos brillaban las llamitas de

las antorchas, y aquel fuego en la mirada de él le recordó a Kennel, el duende que la persiguiera por tanto tiempo. “Los

556

momentos más bellos de la vida, siempre se parecen a otros que ya hemos vivido. Todo se mueve en círculo”. Pensó Ana.

Cuando dieron las doce de la noche, Ana se retiró a dormir, se despidió uno a uno de los silvestristas y les deseó las buenas

noches.

- ¡Sueña conmigo! Dijo Silvestre.

- ¡Siempre lo hago! Contestó ella.

Al acostarse en una hamaca amplia que le colgara Eulises cerca del gran ventanal. Ana se sintió agradecida de la vida, en ese mismo lugar estaba el ser que más admiraba, y él era feliz. Al ver

el cielo repleto de estrellas se sintió diminuta y los puntos brillantes en el firmamento le hicieron pensar en Andru Esteban.

“Si supiera dónde estas, iría corriendo a insistir en nuestro amor, pero la vida es simple, sin buscar, te encontraré”. Pensó quedándose dormida.

557

BUCÉFALO Y LA CATIRA

Al amanecer, los silvestristas dormían profundamente, Ana se

levantó sin hacer ruido y tomó un baño de agua muy fría, sintiéndose renacer al ver los primeros rayos del sol colarse por la

ventana. Se secó el cuerpo y se colocó ropa interior deportiva, unos jeans gastados y una franela blanca con rayas azules de algodón, trenzó sus botas amarillas para montar a caballo, las

cuales, consiguió en una oferta en Valledupar y que había elegido al saber que visitaría el llano. Se demoró en peinarse la larga

cabellera frente al espejo del baño, quería verse lo más arreglada posible, aunque fuera simplemente a montar a caballo. “No todos los días cabalgas al lado de tu ídolo.” Pensó ella.

Al estar preparada se fue a la cocina, guiada por el olor a café recién colado, encontró en una mesa a su amiga Luisa, quien

tomaba sorbo a sorbo aquella fascinante bebida.

- ¡Buenos días! Dijo Ana. - ¡Buen día! Le contestó Luisa sirviendo una taza de café

para ella.

- Te levantaste temprano Luisa. - Sí, Eulises y Silvestre están ordeñando en el potrero y me

levanté a hacerles café. Por lo que veo ya estas lista para ir a montar a caballo. Debemos despertar a los demás, es mejor salir temprano para que el sol no nos tome por

sorpresa. Bebe tu café con calma, yo me encargo de todos. Ana no entiendo algo ¿Cómo pudiste dormir teniendo a

Silvestre tan cerca? - Cansancio creo. ¿A qué hora se acostaron?

- Al rato que tú, pero mientras dormías, vi cómo él se acercó a tu hamaca y se quedó allí en la oscuridad viéndote dormir. Lo siento, no puedo evitar meterme donde no me

llaman, fue muy romántico que te velara el sueño, creo que te quiere más de lo que tú te imaginas.

558

Ana sintió un leve estremecimiento, y clavó sus ojos negros en la taza de café caliente.

- Ve a llamar a los silvestristas. Luego que Silvestre se vaya hablaremos con calma. Dijo Ana brindándole una leve

sonrisa.

A las ocho de la mañana la cocina era un jolgorio. Milena, Sara y Angélica preparaban un desayuno con huevos criollos y arepas,

Laura y Julián se encargaron de hacer café para todos, y Las Chicas Silvestristas ayudaron a servir y lavar platos con los Silvestristas Llaneros. Todos hablaban a la vez y la alegría en

medio de ellos se expandía por todo el lugar.

Eulises apareció en el umbral de la cocina apurándolos para ir a la caballeriza a elegir a sus caballos, los obreros y el capataz de la finca ya tenían ensillados a varios animales y los silvestristas los

rodearon por todos ángulos, emocionados ante aquella nueva aventura. Ana no dejaba de buscar con la mirada a Silvestre

entre los presentes, hasta que entendió que él no estaba allí.

- Silvestre ya salió a montar Ana. Dijo Eulises. El caballo que

le gusta cuando viene a mi finca es muy brioso y debe cansarlo primero, si es a él a quien buscas, claro. Ven

quiero mostrarte la yegua que ensillamos para ti.

Ana se quedó sin aliento al ver a aquel animal, era una hermosa yegua del color del sol.

- ¿Es amarilla? Dijo Ana acercándose cautelosamente. - Sí, se llama Catira, no es mansa, es una yegua con

personalidad, pero creo que podrás con ella. A menos que te de miedo y te buscamos un caballo más tranquilo.

- No, por favor, ella es perfecta, nunca había visto un animal tan hermoso.

- Deja que veas a Bucéfalo.

- ¿Bucéfalo? ¿Como el de Alejandro Magno?

559

- Sí, al igual que ese caballo, es completamente negro, es el favorito de Silvestre, ha insistido en que se lo venda mil

veces, pero si no lo hago es porque es mi favorito también. En cambio Ana, Catira es tuya, te la regalo.

- No puedo aceptarla Eulises, es una Cuarto de Milla, debe

ser costosa. Además dónde meto yo una yegua. - Sabes sobre caballos, qué interesante.

- Ni tanto, un antiguo novio me enseñó ciertas cosas, que ya creía olvidadas. Pero igual no puedo aceptar.

- En “El Delirio” podemos cuidarla bien, me gustaría que me

la aceptaras, así te verás obligada a visitarnos, insisto. - Bueno, la acepto, pero que sea un obsequio para Las

Chicas Silvestristas, no solamente para mí. - Hecho. ¿Te ayudo a subir? - No yo puedo sola.

Ana colocó el pie izquierdo en el estribo tomó en sus manos la rienda de la yegua manteniéndola cercana de la silla de montar y con todas sus fuerzas subió el cuerpo pasando con energía la

pierna derecha, el animal se movió un poco cuando Ana logró colocar el pie derecho en el otro estribo. Inmediatamente sintió

bajo sus piernas la fuerza de aquella yegua.

- ¡So Catira! Dijo Ana.

- Lo haces muy bien Ana, es una gran Yegua, sácala a caminar un poco.

Ana con el corazón acelerado, dio un ligero golpecito con los

talones a Catira, soltando levemente la rienda y la Yegua avanzó a paso sereno. A la mente de Ana vinieron momentos de libertad,

cuando visitaba a los caballos de Rafael y galopaba en tierras venezolanas. “Había olvidado lo que se sentía.” Murmuró.

560

Cuando los muchachos la vieron, la saludaron emocionados, algunos no lograban subir a sus caballos, y varias de las chicas

reían a carcajadas por los nervios.

Ana avanzó alejándose un poco de los demás silvestristas, y dio

con los talones en el vientre a la Yegua, ésta respondió de inmediato y aceleró el paso, Ana la frenó y el animal de detuvo de

inmediato. Aquello le dio tranquilidad y la dejó caminar un poco más. De pronto Ana escuchó un gran alboroto, los silvestristas gritaban emocionados. La muchacha se mantuvo alerta, hasta

que entendió aquella festividad de los muchachos, Silvestre Dangond venía a todo galope en un semental negro. “Bucéfalo es

hermoso” Pensó Ana quedándose sin aliento. En realidad no entendía que su corazón se acelerara de aquella forma, el caballo era extraordinario pero ver llegar a Silvestre en su montura,

frenándolo con energía, se le antojo simplemente el hombre más masculino del mundo. El muchacho saludó a los silvestristas y

acercó con Bucéfalo al ver donde estaba Ana con La Catira.

- ¡Buenos Días Ana! Dijo Silvestre con una sonrisa

encantadora. - ¡Buen día! Hermoso caballo. Dijo casi sin aliento al ver el

brillo de sus ojos azulados grisáceos. “Por la mañanitas se le tornan azules” Pensó Ana. Y recordó la mañana en que despertó a su lado en la casita de Yaliana al borde de la

playa. “Sus ojos como el mar” - La Catira es una yegua preciosa también. Y tú te ves

hermosa en ella. Dijo él.

Silvestre llevaba puesto jeans azules con algunos agujeros y camisa de algodón blanca, con botas negras gruesas. Ana nunca

lo había visto tan hermoso como esa mañana, él y Bucéfalo se quedarían para siempre en su mente. El caballo hizo algunos movimientos bruscos y Silvestre lo calmó.

561

- Quiere correr. Vamos muchachos, mi compadre Eulises dónde está.

- Estamos listos Silvestre. Dijo Eulises arriba de una yegua blanca con manchas marrones de gruesas piernas.

- ¿Quiere que vaya con Ustedes? Preguntó Camilo, el

capataz de la hacienda. - No es necesario, solo vamos de paseo, regresamos como

en dos horas, los llevaré al lago y nos regresamos. - Esperen creo que hay un error. Dijo Julian. A mi me dieron

un burro.

Todos los silvestristas e incluso Silvestre, soltaron la carcajada. El caballo de Julian era pequeño, porque no era de raza.

- No es un burro, solo es un caballo de arrear ganado, pero ya no hay tiempo de cambiártelo, así que vamos. Dijo

Eulises. - ¡Arre burro! Dijo Julian. Insisto esto no es un caballo.

- Olviden los celulares que se les pueden caer chicas. Dijo Eulises. Disfruten el paseo. Ya tomaran fotos.

Los silvestristas, Silvestre y Ana siguieron a su anfitrión. Los

rayos del sol le dieron una sensación de calidez y tranquilidad al paseo. Ana cerraba continuamente los ojos para sentir la brisa fresca de la mañana, mientras La Catira se movía

cadenciosamente hacia el horizonte. En varias oportunidades cruzó su mirada con Silvestre, y mientras todos reían, hablaban

o gritaban, ellos dos simplemente se veían y sonreían. El paseo hasta la laguna duró unos treinta minutos. Todos desmontaron y amarraron sus animales a los árboles que rodeaban la laguna.

Ana se acercó a Bucéfalo para escucharlo respirar, su pelaje negro estaba empapado en sudor.

- Ten cuidado Ana, Bucéfalo es brioso. Dijo Silvestre. - Lo sé. Pero quiero tocarlo.

Ana se acercó lentamente y el caballo permaneció tranquilo. Ana acarició su larga crin negra. “Que hermosa te vez” pensó

Silvestre. Se mantuvieron en silencio cerca de Bucéfalo. Ana

562

mantuvo sus manos sobre el estomago del animal sintiendo como subía y bajaba en la medida que respiraba.

- ¿Puedo tocarlo? Preguntó tímidamente Sara. - Claro acércate. Dijo Silvestre.

Poco a poco todos los silvestristas se acercaron a contemplar a

Bucéfalo, y Silvestre les daba algunas indicaciones. Las chicas se estremecían cuando su ídolo se acercaba a ellas para decirles cómo tocar al caballo. Camila estuvo apunto de gritar cuando

Silvestre le tomó la mano para que ella sintiera el corazón de aquel hermoso animal. Los silvestristas rodearon a Bucéfalo y Ana

subió a su Yegua y se alejó corriendo.

- El último que llegue es un burro. Dijo Eulises imitando lo

que hacía Ana. - ¡Carrera de Caballos tocayo! Gritó Bernardo Talo a

Bernardo Otalvarez.

Todos corrieron a sus monturas para intentar seguirlos, pero fue

inútil, solo Silvestre alcanzó a correr a toda prisa detrás de Ana y Eulises.

- ¡NO ANA NO CORRAS! Gritó Silvestre. ¡ANA!

Pero Ana no se detuvo, dio rienda suelta a la yegua, la cual veloz como un rayo, le dio la sensación de libertad que tanto disfrutara Ana en tiempos lejanos.

- ¡Vamos Catira seamos libres! Dijo Ana a la Yegua.

El animal parecía dorado, ya que, los rayos del sol se posaron en su pelaje. Ana con sus cabellos negros al viento, se sintió como

toda una amazona. Había tomado mucha ventaja al arrancar a correr de primera.

- ¡EULISES HAY QUE DETENERLA! Gritó Silvestre. - ¡QUÉ PASA!

563

- ESA YEGUA SE VA A DESBOCAR, LA CATIRA SE ME DESVOCÓ LA OTRA VEZ Y CASI NO PUDE CON ELLA.

La catira era un yegua que solo montaba Silvestre, ya que Eulises, le tenía esos dos caballos para sus visitas a Villavicencio,

y no estaba al tanto que se desbocara. Eulises entendiendo el gran peligro que ello representaba, corrió con su yegua a todo

galope seguido por Silvestre y Bucéfalo. Pero en la carrera solo Bucéfalo se igualaba a la Catira.

Cuando Ana alcanzó a ver la casa, intentó frenar la yegua, pero no pudo, el animal no le obedeció, por más que dejó de talonearla

y haló de las riendas el animal hizo caso omiso.

- ¡OH POR DIOS! ESTÁ DESBOCADA. Gritó Ana al entender

que nada de lo que ella hiciera detendría la yegua dorada. Apretó las piernas al vientre del animal y se sujetó fuertemente a la brida, intentando en balde que parara.

Pasó a toda velocidad por la casa como alma que lleva el diablo y temió lo peor.

- ¡SE VA A MATAR! Gritó el capataz al verla pasar y corrió en búsqueda de un caballo.

Silvestre con el corazón en la boca llegó hasta la cola de la Yegua. Apretó el paso y alcanzó a correr al lado de Ana.

- ¡NO PUEDO DETENARLA! Gritó Ana. - LO SÉ, SUJETATE FUERTE. Gritó él.

Silvestre en el galope se acercó y tomó la rienda de La Catira e

hizo que Bucéfalo fuera frenando, lo que hizo que la Yegua dejara de correr. Poco a poco el gran semental logró que Catira se

detuviera. Silvestre desmontó y agarró a Ana en sus brazos.

- ¿Estás bien? Dijo al sentirla temblar.

- Pensé que me mataría. Dijo Ana sollozando. No entiendo qué le pasó.

564

- Ella es así, cuando vas llegando a casa no se le puede dejar correr, porque después no hay quién la pare, debía

advertírtelo. ¡Dios Santo! Me has dado un buen susto.

Se abrazaron desesperados el uno al otro. “No puedo perderte Ana” pensó Silvestre. Pero no le dijo nada. Cuando Eulises y el

Capataz los alcanzaron, ya La Catira estaba calmada sudando a mares. De regreso a la finca. Silvestre prefirió que Ana regresara con él, así que la subió a Bucéfalo y él se sentó en los cuartos

traseros del animal. Ana permaneció pegada al pecho de Silvestre sin decir palabra alguna. “Me salvaste, me salvaste” era lo único

que se repetía la muchacha una y otra vez, mientras podía escuchar el acelerado corazón del hombre que amaba de una forma inexplicable. Hermético tal vez a los ojos de los hombres,

porque ante los ojos de Dios, aquel cariño solo tenía un nombre “Amor”.

565

ESA MUJER

El muchacho de cabellos oscuros y ojos amarillos, había elegido

una silla desvencijada en medio de la barra de un bar de mala muerte, donde un cantinero de barba rojiza, fumaba un cigarrillo,

mientras le servía una cerveza. Andru lo observó sin interés, como si volviera a ausentarse en sus pensamientos, recordando a “Prometeo” el encadenado de los dioses griegos, así se sentía, un

ser que lo entrega todo, y es castigado por dar en exceso.

Un hombre que apenas podía sostenerse en pie, intentó meter

una moneda de quinientos pesos en un aparato antiguo de música, una enorme caja metálica de la cual salió un lamento.

“José Alfredo Jiménez” Pensó Andru, y de inmediato reconoció la canción que deseaba el borracho, “Ella”.

Bebió un sorbo de la cerveza, calmando el estupor de la tarde, Villavicencio al igual que Valledupar era tierra caliente, pero en

aquella cantina el calor se concentraba en el cuerpo de Andru. Se sentía desorientado, llevaba dos días en la ciudad sin poder encontrar a Ana, ni a ningún silvestrista que pudiera darle razón

de ella. Era como si el silvestrismo se escondiera de él. El hombre de la música insertó nuevamente una moneda de

quinientos pesos, y colocó una canción lastimera, donde el cantante declaraba haberse caído de una nube. “Cornelio Reina” Pensó Andru.

- Otra cerveza. Dijo al cantinero.

El hombre de las rancheras, se sentó y apoyó la cabeza sobre la mesa y allí se quedó dormido.

Cuando Andru llevaba algo más de ocho cervezas, se levantó de

la silla y fue al aparato antiguo, para su sorpresa la maquina señalaba canciones de Silvestre, y sin escoger mucho, introdujo una moneda de quinientos pesos. Al azar sonó una canción

sencilla, y volvió a su puesto en la barra. “Fabiola” Pensó. Por

566

muy doloroso que fuera su recuerdo, esa canción le recordó a Fabiola.

“Y Esa mujer, persigue el momento en que mejor me va, he tratado de huir y aunque lejos estoy,

alguien me recuerda lo linda que está.”

Nuevamente se puso en pie, fue hasta la maquina e introdujo

varias monedas de quinientos pesos, la canción se repitió varias veces. Andru Esteban empezó a tararearla.

A su lado un hombre alto y de cabello claro giraba una moneda dorada sobre la barra, inmutable, sumergido en sus propios

pensamientos. De vez en cuando llevaba a sus labios un vaso que contenía un líquido amarillento. Andru quiso compararlo con algún

personaje de las historias que tanto leía en el valle, pero fue imposible concentrarse, el alcohol contenido en las cervezas, le dispersaba las ideas, solo el rostro de una mujer hermosa se

mantenía en su pensamiento.

- ¿Usted podría decirme dónde encuentro en este pueblo decadente a los silvestristas? Preguntó Andru Esteban, cuando ya había perdido la cuenta de las cervezas.

- Podría. Respondió el hombre. - Dígame entonces. Dijo Andru.

- No la busques. En la vida todo es un círculo, ella regresará. La respuesta del hombre le hizo un nudo en la garganta. “Ella” pensó Andru, sintiendo temor de que “ella”

regresara. - ¿Cuál? Peguntó Andru.

- La que elijas. Contestó el hombre. - ¿Cómo lo sabe? Murmuró el joven. - La canción que has colocado como diez veces, habla de dos

mujeres, es obvio que esperas el regreso de cualquiera de ellas, la que te ha lastimado y la que está por dejarte.

El hombre hablaba como si se tratara del tiempo o de alguna

noticia trivial y sin importancia, pero convencido de que tenía la

567

razón en cada una de sus palabras. Dejó de girar la moneda dorada y la metió en un bolsillo de su camisa blanca.

- ¿Usted cómo se llama señor? Preguntó Andru un poco mareado por las cervezas.

- Durante muchas vidas me han llamado “El Mago”, tanto así, que ya no me importa mi nombre.

- Yo soy Andru Esteban Virviescas. Pero tal vez tampoco tiene importancia.

- Son solo nombres. Muchacho dime algo sobre ellas, de qué

color son sus cabellos. Preguntó El Mago. - Una lo tiene cobrizo; y la otra, lo tiene negro como el

azabache. Contestó Andru pidiendo una cerveza más. - El mal y el bien, siempre es igual. Murmuró El Mago. Las

dos son hermosas, porque el hombre se siente atraído por

la belleza, una te mordió la mano y la otra no sabe amar. - Usted sabe mucho de mujeres por lo que veo.

- Muchacho entiende algo si quieres entenderlo, la mujer por la cual el hombre se desvive, es por la que más mal le ha tratado, y la que desea amar no sabe corresponderle, de lo

contrario la primera ni existiría en recuerdos. - Hablas como en mis libros. Murmuró Andru.

- Ellos lo contienen todo ¿Por qué te extrañas? Cuando Andru quiso responderle, El Mago ya no estaba. El borracho había despertado y el cantinero le pasó la cuenta.

- Está amaneciendo muchacho, voy a cerrar. Dijo el hombre

del bar.

Andru Esteban salió a la calle desierta algo desorientado, caminó

sin prisa, y en su camino al hotel no encontró más que a un perro negro de ojos amarillos que lo observaba desde una esquina.

Cuando se lanzó sobre la cama de la habitación, algo dentro de sí le golpeó el pecho, no pudo contener por más tiempo todo lo que

emergía de su alma. Y lloró de rabia por esa mujer. ¿Cómo pudiste? ¿Desde cuando me engañabas?

568

En sueños, Andru tenía en la mesa dos cajas, una blanca y una roja, se sentía emocionado por los regalos que había recibido, y

tenía curiosidad por saber quién los había enviado. Pero las cajas no tenían remitente. Decidió destapar la caja blanca y encontró solamente una rosa roja, cuando la tocó sus espinas se le

clavaron en las manos, y varias gotas de sangre brotaron. Se llevó los dos dedos a la boca y sintió el escozor que produjeron

las heridas. Cuando destapó la segunda caja, se sintió desconcertado, en ella había un títere, un payasito de sombrero azul y mirada alegre lo observaba. Aquel juguete le alegró el

alma, pero no sabía quién había enviado los regalos.

- Elije. Dijo una voz. Andru observó aquellos ojos azules grisáceos, los ojos de Luisana, su mamá estaba delante de él, pidiéndole que eligiera una de las dos cajas.

- Mamá. Murmuró Andru. - Elije una caja.

Andru sin entender para qué quería que eligiera, tomó la caja roja, tomó en sus manos al muñequito de madera entre sus

dedos, cuando todo se volvió Oscuridad. “Jamás regreses al Guatapurí o estarás muerto.” Dijo un susurro al oído. Andru

despertó al escuchar esta voz, su corazón latía a punto de salirse del pecho. De pronto una punzada insoportable no lo dejó recordar qué había soñado.

- No volveré a tomar en mi vida. Dijo Andru Esteban sujetando su

cabeza. Ni una gota más. La luz rojiza del sol de Villavicencio se coló por su ventana. “Está atardeciendo, así nunca voy a encontrar a Ana, perdí todo el día durmiendo”. Pensó.

“No la busques. En la vida todo es un círculo, ella regresará”.

Murmuró Andru recordando las palabras de “El Mago”.

569

CHIMUELO

Mientras la carne de ternero se doraba en la hoguera, Dallys

observaba a Silvestre conversando alegremente con los silvestristas, todos insistían en que les relatara cómo había

logrado frenar la yegua, que estuvo a punto de derribar a Ana. Todos se habían asustado mucho y no paraban de preguntar acerca del incidente. Dallys no podía quitarle la mirada de

encima. “En la tarde estará muy lejos de mí, sabrá Dios cuándo vuelva a verlo” Pensó.

De pronto vio en los árboles una bola de pelo negro, se asustó al verlo, pero entendió que no era más que un gato pequeño en un

matorral. Se acercó, el gato maullaba insistente llamando a su madre. La muchacha lo cargó en sus brazos tratando de calmarlo, pero el animalito se erizó y mostró los dientes.

- No tengas miedo pequeño. Dijo Dallys.

- Debe tener hambre, dale un poco de carne. Dijo Silvestre que se encontraba a sus espaldas. Dallys sintió cómo una punzada se le clavó en el corazón, al darse la vuelta, el

muchacho de ojos amarillos la miraba fijamente. - Debes de darle de comer, está muy flaco. Dijo Silvestre.

¿Cómo se llamará? Preguntó, y una enorme sonrisa brotó sincera.

- No lo sé. Contestó Dallys.

- ¡Chimuelo! Te llamarás Chimuelo. Dijo Silvestre tomándolo por el pelaje. Le dio a comer un trocito de carne, que

Chimuelo engulló inmediatamente. - Sí, tiene hambre. Dijo Dallys sonriendo.

Silvestre alimentó a Chimuelo y lo sostuvo sobre su regazo, mientras conversaba con todos a la vez y acariciaba a Chimuelo.

Dallys, deseó por un instante ser aquel gato, para poder sentir en sus cabellos, aquellas caricias. “Soy tonta, él jamás va a tocarme

el cabello”. Pensó.

570

- Dallys. Dijo Silvestre. - Dime Silve. Contestó ella sonriente.

- ¿Cuidaras a Chimuelo? Me gustan sus ojos azules ¿Te quedarás con él?

- Sí, claro, me encantan los animales. El corazón de la

muchacha se aceleró.

Silvestre se acercó a Dallys, le entregó a Chimuelo, le dio un beso en la frente y le acaricio el cabello. “Cuídalo bien, es un buen gato, te traerá buena suerte” Dijo Silvestre. Dallys se abrazó a su

pecho, él la había tocado con ternura, él entendía su cariño de fan.

Alzó a Chimuelo, el cual maulló para ella con algo de pereza. Por muy extraño que parezca, Dallys se erizó al oler a Chimuelo, era

como si el aroma de Silvestre se hubiera impregnado en el gato. Acercó a Chimuelo a su nariz, y comprobó que el animal no olía a

gato como era de esperarse. “Me estoy volviendo loca, o Chimuelo en realidad huele a Silvestre” Pensó la muchacha, y por miedo de que no lograran entenderla prefirió no decir nada.

- Será un secreto entre tú y yo Chimuelo. Eres un regalo, el

regalo más hermoso del mundo, desde ahora serás un gato silvestrista. Y diciendo esto, se quitó la pañoleta roja de la cabeza y envolvió en ella a su querido Chimuelo.

571

572

HASTA PRONTO

Despedir a Silvestre no fue fácil para los silvestristas, Milena

estaba inconsolable, Angélica no dejaba de morderse las uñas,

Camila no quería soltar al ídolo, Bernardo Talo tomó fotos como loco, Las Chicas Silvestristas, Los Silvestristas de Bogotá y Los

Llaneros no paraban de abrazarlo y agradecerle la oportunidad de conocerlo. Silvestre sonreía a todos y con toda la paciencia del mundo se despidió uno a uno, dándoles las gracias por el cariño,

por ser silvestristas y por apoyarlo de aquella forma tan especial.

Ana se mantenía a distancia en total silencio. Cuando Eulises comenzó a pitar en la camioneta los chicos entendieron que debían decir ¡Hasta pronto! Y lo dejaron marchar. Ana lo

aguardaba del lado de la puerta del copiloto para despedirlo, tenía lágrimas en los ojos.

- ¿Por qué me vas a despedir con lágrimas Ana? Preguntó Silvestre.

- Porque cada día me es más difícil decirte adiós. - Pues, no me digas esa palabra, dime hasta pronto y no

llores más, no me gusta verte llorar, lo sabes. Vamos dame una sonrisa. Dijo Silvestre tocando su rostro para secarle las lágrimas. Nos veremos pronto, ya verás, siempre eres

tú la que aparece por arte de magia. - ¡Te amo! Dijo ella.

- ¡Te amo! Dijo él.

El cariño sincero que se tenían, solo lo entendían ellos dos. Él se sentía querido, amado por cada uno de sus seguidores, para ellos

era incansable, dispuesto a una sonrisa radiante cansado o no, les entregaba en cada momento lo mejor de sí. Ella había aprendido que su sentimiento era idéntico al de cualquier silvestrista, y ese

cariño era el que hacía que los sintiera como hermanos. Ana

573

estaba decidida a conocer puerta por puerta a cada silvestrista, quería dedicarse a ese cariño por entero.

- Quiero conocer los silvestristas de cada ciudad, de cada pueblo. Dijo Ana.

- Pues hazlo. Dijo Silvestre. Si es posible en tu camino, entrégales un poquito de mi, diles que los amo, que me

hacen sentir vivo, y que trabajo para darles mi corazón. Sé que tarde o temprano volveré a verte, porque mientras tú seas mi fans, la vida te traerá de vuelta a mi lado, todas

las veces que sean necesarias, y yo te esperaré como siempre, con una canción para ti. Silvestre tomó la mano

de Ana y le dio una pequeña cajita. - ¿Qué es? Preguntó ella. - Ábrelo al atardecer. Dijo él.

- ¡Hasta pronto Silvestre! Dijo Ana sonriendo. - ¡Hasta siempre Ana! Dijo Silvestre.

Ana se quedó allí de pie, viendo como Silvestre y Eulises, se

alejaban en la camioneta, ella se acarició los labios, sintiendo aún el calor de un hermoso beso de despedida.

574

LA CADENITA

Los silvestristas pasaron la tarde quejándose de no tener

Internet, de estar en un lugar donde no había forma ni manera de subir a las redes sociales, cuanta foto habían obtenido, la finca “El

Delirio” estaba tan apartada de todo, que los muchachos perdieron horas intentando pescar señal. Bernardo Talo se subió a un árbol intentando encontrar señal para su teléfono, y todo fue

inútil. Ana quiso en varias oportunidades abrir la cajita roja que Silvestre le había dado antes de irse, pero no tuvo fuerzas para

hacerlo, su corazón de fan estaba dolido ante su ausencia.

- Ana, puedo sentarme contigo. Pregunto Sara.

- Claro Sarita siéntate. - Ha sido maravilloso verlo ¿No crees? Preguntó la joven. - Ha sido increíble.

- Me pregunto si volveremos a verlo pronto. Murmuró Sara. - No te pongas triste, siempre volveremos a verlo, cerca o

lejos, en televisión o por el periódico, por redes sociales o videos, Silvestre siempre encuentra la manera de darnos

su cariño. - ¿Tú lo amas Ana? - Sí, lo amo.

- Yo también lo amo. Dijo Sara. - Eso dice Luisa, que todas lo amamos, que es normal.

- ¿Y tienes novio? - Estamos algo molestos por ahora. Dijo Ana sintiendo un

golpe en el pecho al recordar a Andru Esteban.

- ¿Y cómo es él? - ¿Andru? Pues tiene los ojos amarillos como Silvestre,

aunque no le cambian de color, pero son igual de hermosos. Es complaciente y tolerante, divertido. No he conocido un hombre que me haga reír tanto como él, pero

lo que más me gusta, es la forma en que ama a su familia y a sus amigos, sus ojos brillan cuando habla de ellos. ¡Ay

Sara! Si vieras lo bonito que se ve cuando está al lado de

575

un acordeón, el vallenato es parte de él, no es silvestrista, no como nosotros, pero el amor que siente por la música

vallenata en general, hace que lo adore. - Ojala algún día me enamore como estas enamorada de ese

muchacho. Dijo Sara abrazándola. Se te ilumina el rostro

como cuando estas cerca de Silvestre.

Luisa y Las Chicas Silvestristas prepararon al atardecer la cena, por lo que el escándalo de la cocina no fue normal. Aún se

esperaba que llegaran dos silvestristas muy importantes, así que todos estaban atentos mientras charlaban. Ana fue a sentarse

sola en un lugar apartado, donde no la interrumpieran, el sol ya se ocultaba, el cielo estaba enrojecido, y Ana sintió que ese era el momento que Silvestre le había pedido para que abriera el regalo.

Ana lentamente destapó la cajita roja, sus manos temblaron de la emoción, Silvestre le había dado un símbolo. La muchacha

estrechó contra su pecho una hermosa cadenita de acero, de ella pendía un dije que ella conocía bien, el símbolo del amor eterno.

Dos lágrimas brotaron de sus ojos negros, Ana al atardecer de aquel día, sintió que jamás sentiría nada igual por otra persona.

- ¡Una libélula! Susurró Ana. Una libélula al atardecer. Dijo, recordando la historia de amor entre Kennel y Julia. Desde

ahora será mi amuleto. Dijo la muchacha al colocársela. Ya que al parecer el amuleto de Danielita, no piensa volver a aparecer.

Ana tenía un amuleto al cual le pedía deseos, pero una noche el

amuleto desapareció como por arte de magia, por más que lo había buscado, el muñequito rojo no aparecía. Ahora tenía en su

cuello una libélula. “Jamás me la quitaré.” Pensó al tocarla.

576

CABALLO VIEJO

Silvestre contemplaba por la ventana de la camioneta los

árboles del camino. Eulises manejaba y colocaba canciones llaneras que subía o bajaba de volumen para hacer algún

comentario sobre los silvestristas.

“Cuando el amor llega así de esta manera, uno no se da

de cuenta, el carutal reverdece y Guamachito florece y la soga se revienta. Cuando el amor llega así de esta manera uno no se da de cuenta, el carutal reverdece y

Guamachito florece y la soga se revienta. Caballo le dan sabana porque está viejo y cansao pero no se dan

de cuenta que un corazón amarrao, cuando le sueltan la rienda es caballo desbocao…”

La canción se le antojó la más hermosa, de todas, y fue esta vez él quien subió el volumen. Recordaba perfectamente al cantante

que la interpretaba y que era el compositor de la misma. Un venezolano muy querido en todo el mundo, Simón Díaz. Silvestre ya había perdido la cuenta de las distintas versiones que había

escuchado de Caballo Viejo, una melodía que era herencia de un pueblo guerrero, que desde los inicios del tiempo luchaba y lucha

incansable por sus sueños.

“Cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene

la culpa, quererse no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan”.

Ana era venezolana, y el muchacho de los ojos amarillos no pudo menos que colocar la canción tres veces y recordarla como la

primera vez que la vio, ella estaba entre varias jóvenes venezolanas que lo habían esperado durante horas en un

aeropuerto de ese país. Varias imágenes pasaron por su mente, no solo de Ana sino de muchas fans, entendiendo la canción del poeta, que explicaba el amor y los sentimientos, como cuando un

caballo se desboca, así como La Catira.

577

Ahora viajaba a seguir con su vida de artista, no había tiempo para nada más que no fuera llevar alegría a sus silvestristas, se

sintió como el caballo viejo, una sensación que hace algún tiempo había sentido y que le inspirara varias canciones. “… uno no tiene la culpa...” pensó.

578

LAS SIRENAS DE SOL Y LUNA

Esa noche, Ana dejó temprano la cocina donde los silvestristas

compartían los acontecimientos recientes con Silvestre a la luz de las velas, al no existir señal telefónica, ni nada que los distrajera,

podían conversar, reír y soñar aunque ya sus teléfonos no tuvieran batería, podían ser tan normales y amigables como fuera la humanidad en otro tiempo. La mamá de Camila y su abuela no

llegaron como había dicho Eulises, así que decidieron cenar temprano, lo que suponía un fuerte bullicio de camaradería. Ana

se subió a su hamaca y dejó que el vaivén de la misma invocara el sueño temprano, no quiso pensar, trató de tener su mente en blanco y simplemente dormir.

Ana se vio ante un sol enorme de tamaño jamás visto, era intenso y apenas si podía abrir los ojos, un río fluía a sus pies y el

viento le alborotaba la cabellera negra, pensó que estaba soñando pero no quiso despertar, el olor era inconfundible, estaba

en el valle, aquél río era el Guatapurí aunque el sol hubiera aumentado de tamaño. “Ven Ana, ven” una dulce voz la llamó

invitándola a adentrarse en el río, las aguas estaban cristalinas, y danzaban al son del viento. Utilizó las manos a forma de visera, pero no pudo ver quién la llamaba. De pronto escuchó una

melodía, un canto de mujer y se sintió profundamente atraída por las aguas. “No lo hagas, no en jueves santo” Dijo otra voz, igual

de dulce a la primera.

De pronto emergió una Sirena de piel dorada, cabellos rojizos y

ojos claros, la luz del sol enorme se posó en cada hebra de sus cabellos, y la Sirena brilló como si el sol y ella fueran uno solo.

“Ven, ven, ven” cantó aquel ser de otro mundo.

Ana sintió miedo, los ojos de la sirena se encendieron en fuego.

La muchacha dando un paso atrás cayó en tierra y todo se oscureció. Una luz plateada, brillante en lo alto y de un tamaño descomunal, iluminó con rayos plateados las aguas del Guatapurí.

A su lado una sirena de cabellos oscuros y ojos azules, de mirada

579

serena se peinaba la larga cabellera con ternura. “Ana por lo que más quieras no regreses, si regresas morirás. Si mueres, mi hijo

va a seguirte, aléjense del Valle, La Sirena Dorada quiere una compañera, te quiere a ti.” Dijo Luisana. Y los ojos azules de la sirena de la luna le quemaron el alma a Ana.

La muchacha despertó en la oscuridad de la noche, se tocó el

rostro y secó las lágrimas. “Andru, tengo que encontrarlo, todo sucede de nuevo, estos sueños son como los del duende. Jamás regresaré al Guatapurí, pase lo que pase, jamás regresaremos

allí.” Pensó Ana.

580

LA LAGUNA

Al amanecer Las Chicas Silvestristas se arreglaron para salir a

montar a caballo, esa mañana tenían planeado ir a pescar a la laguna, el capataz de la finca, Camilo, en ausencia de Eulises,

hizo todos los preparativos. Ana aún permanecía en su hamaca con los ojos como platos, por más que insistieron que le arreglara, no movió ni un dedo. Luisa y Milena se subieron a la

hamaca, animándola a que se alistara para ir de paseo. Yina Isabel y Eileen se sumaron a animar a su amiga, pero cuando

Maria Alejandra, Greys, Mayra y Wendy intentaron subirse también, el lazo del cual estaba amarrado uno de los extremos de la hamaca se rompió, lanzándolas a todas al suelo. El golpe fue

sordo, pero los gritos y las risas no se hicieron esperar. No podían levantarse de tanto reír.

- Esta bien, me convencieron, vamos a pescar. Dijo Ana levantándose con la mano en la columna. Ustedes son muy

convincentes.

Todos montaron los mismos caballos que el día anterior, a Julian le tocó su caballo pequeño, al cual le llamaba burro. Bucéfalo y La Catira permanecieron en la caballeriza y a Ana le asignaron una

yegua blanca pequeña, no tan bonita como La Catira, pero de caminar tranquilo, la muchacha se sintió cómoda, y así todos

partieron rumbo a la laguna. Los Silvestristas llaneros acostumbrados a montar a caballo, trotaron un poco a sus caballos, mientras que los de Bogota y Las Chicas Silvestristas no

tomaron riesgo alguno.

- ¿Ana, te sientes bien? Preguntó Dallys acercando su caballo a la yegua blanca.

- Estoy bien. Dallys. ¿Qué tal Chimuelo?

- Chimuelo está muy bien, lo dejé en una cajita dentro de la habitación de Eulises hasta que regresemos. Pero te vez

pálida Ana ¿Qué te pasa?

581

- Pesadillas, solo eso, dormí algo incomoda. - ¿Qué soñaste? Preguntó la muchacha.

- ¿Sabes sobre sueños? Preguntó Ana. - No, no se nada, pero tal vez ayude si lo cuentas. - Casi no recuerdo lo que soñé. Mintió Ana.

- Bueno, debes estar tranquila, son solo sueños. Una enorme sonrisa brotó de los labios de Dallys, portaba en sus ojos el

brillo inconfundible de un silvestrista.

Los silvestristas Sara Ramírez, Bernardo Talo, Fideangeli, Jeison Montoya, Laura Tovar y Jessica Gelviz, fueron los primeros en llegar a la laguna al lado del capataz. Cuando desmostaron de sus

caballos Angélica, Carolina, Julian, Dayana Barrios, Daniela Bendeck, Maria Silva, y Bernardo J Otalvarez, solo faltaban Ana y

Dallys que se rezagaron hablando por el camino. Todos recibieron carretes y nailon con anzuelos y carnadas para los peces. Las chicas Silvestristas no sabían ni lanzar el anzuelo al agua, así que

al llegar Ana en su yegua blanca, los encontró enredados y sonrientes.

- Ustedes son un desastre. Dijo Ana. Que pena con los llaneros.

Los silvestristas se ayudaban mutuamente los que sabían pescar

intentaban enseñar a los que no tenían idea como lanzar el nailon. Para sorpresa de todos, Ana tomó un carrete, anzuelo y carnada, se apartó de los muchachos y lanzó su anzuelo dejando

correr el nailon. En silencio y templando un poco el nailon como esperando que el pez picara.

- ¡Si ven! Dijo Julian, que bella se ve una mujer pescando, aprendan carajo, así se hace.

Las muchachas intentaron imitar a Ana, y todos aguardaron silentes a que los peces murieran por la boca al morder el anzuelo. El Nailon de Ana se templó “Rafael” pensó. “Hay cosas

que nunca podré olvidar”. Haló fuertemente su nailon y con

582

rapidez comenzó a arrastrar lo que traía el anzuelo, los silvestristas gritaron de alegría al ver que venía un pez. Cuando

Ana lo sacó del agua, le dio dos golpes contra una piedra y era pez muerto. Los gritos se dispararon por todas partes, algunos peces había mordido sus anzuelos, y las chicas silvestristas

necesitaron ayuda para intentar sacar los peces, que aunque eran pequeños, no sabían cómo sacarlos. Milena fue perseguida con un

cuchillo por Julian, ya que la chica al sacar el pez, sintió miedo y salió corriendo y gritando sin soltar el nailon, y el pobre Julian intentaba matar el pez. Fue una mañana divertida donde todos

quedaron oliendo a pescado y empapados hasta los huesos. El capataz y Ana fueron los únicos en no mojarse, pero todos los

demás fuera por ayudar o por error terminaron metidos en la laguna.

Al medio día ya estaban de vuelta, muertos de hambre y para sorpresa de todos, alguien estaba en la cocina, porque de la

chimenea salía humo.

- Mi mamá y mi abuela llegaron. Dijo Camina apurando el

paso.

Cuando llegaron los silvestristas, Camila ni respiraba para hablar, contando a sus familiares lo increíble que había sido ver a Silvestre montando a caballo.

- Ana ella es mi mamá, y esta es mi abuelita Luz Elena, aunque te parezca increíble, las dos son silvestristas como

tú y como yo. - Soy Paula. Dijo la mamá de Camila, dándole un fuerte

abrazo. - Llámame Abu. Dijo la abuela de Camila guiñando un ojo.

- ¿En realidad son silvestristas? Preguntó Milena sorprendida de que hija, mamá y abuela fueran fans de Silvestre.

- ¡Lo somos! Dijeron al unísono.

- Vengan a comer todos, ya el almuerzo está listo. Dijo la Abu. Los pescados los dejamos para la cena. El acento

583

marcado de la abuela, le agradó a Ana “Antioqueñas, curios acento”. Pensó.

Ana vio en Paula a alguien muy especial, era una señora alta de

cabellos dorados y hermosa sonrisa. “Siento que seremos grandes amigas.” Pensó Ana. Y el olor de la comida le levantó el ánimo,

haciéndola olvidar sus pesadillas por el momento.

584

LA VIDA ES UN CIRCULO

Al regreso de Eulises, los silvestristas rogaron ir a Villavicencio

para comunicarse con sus familiares, todos solicitaron con clemencia ser llevados a la civilización. El silvestrista no había

llegado solo, cuando iba rumbo a la finca “El Delirio”, había visto a una muchacha vestida de rojo, inmediatamente supo que era Silvestrista. Cuando ella le dijo que era Daya Barraza, una de Las

Chicas Silvestristas, que había viajado desde Barranquilla, no dudó en llevarla hasta la hacienda, donde sus amigas la

recibieron con gritos de alegría al ver que había logrado llegar sana y salva. La joven sencilla y de mirada franca, lamentó profundamente no haber llegado antes, se había perdido ver a

Silvestre. “Llegará mi momento” Pensó la joven, al ver la alegría que reinaba en el alma de cada silvestrista.

- ¡Todos a bordo! Dijo Eulises, y tres camionetas rusticas se llenaron para llevarlos a la llamada civilización. Al llegar a

Villavicencio se dispersaron buscando lugares para cargar sus celulares, otros, locales con Internet, y solo Ana y

Eulises prefirieron tomarse una cerveza para el calor. - Silvestre te manda una carta. Dijo Eulises, tomando un

sorbo de su cerveza, entregó en sus manos un sobre

blanco sin destinatario ni remitente.

Ana sintió que su corazón se golpeaba contra las paredes de su pecho. Intentó no sonrojarse, pero fue inútil, era la primera vez

que su ídolo le correspondía con una carta. Aquello fue un golpe duro para los recuerdos que día a día iba acumulando en su

mente. “Mi seguidora y yo” Pensó Ana, recordando una canción antigua que interpretaba Silvestre.

- Gracias amigo. - ¡Él te quiere Ana! Dijo Eulises. - Si, claro, como quiere a todos sus fans.

- ¡Te dije ya! Dijo Eulises brindándole una hermosa sonrisa.

585

- Iré a caminar un rato por la ciudad. Dijo Ana. Prometo no

alejarme. - Entiendo que quieras estar sola amiga mía. Aquí estaré

esperando a que todos vuelvan.

Ana caminó por las calles de Villavicencio con el sobre en las manos, quería abrirlo, pero sintió temor de las palabras escritas

por Silvestre, siempre pensaba que en cualquier momento la regañaría por algo. Era un temor por costumbre. Cuando era niña siempre la regañaban por todo, siempre algo estaba mal y solo su

papá la defendía, escondiéndola de su mamá para que no le pegara por romper algo. Siempre era hallada y el castigo llegaba

tarde o temprano, por eso Ana siempre esperaba que la reprendieran, pero sin importar que eso sucediera, seguía adelante con todo lo que hacía, creyendo en las órdenes que

emanaban de su pensamiento.

Lentamente rompió el sobre sellado.

Ana por lo que más quieras, no regreses al río Guatapurí, soñé cosas extrañas y te soy sincero, después de lo Teresa, me espero de la vida cualquier cosa.

El Diario de un Silvestrista, el del duende, me da vueltas en la cabeza. Creo que morirás si regresas a la Sirena Dorada. Tengo un mal presentimiento. Sé que en tu vida yo soy tu artista; y que tú eres la fan que todo cantante desearía tener, constante, desinteresada, alegre y soñadora, entenderás que por nada del mundo quiero que te pase nada malo, ¿Me

586

entendiste? cuídate mucho. Recorre el mundo si lo deseas, pero mantente a salvo.

Siempre tuyo

Silvestre.-

Ana leyó dos veces más la carta, recordando el sueño con las Sirenas de Sol y Luna, y al igual que Silvestre, creyó firmemente

en sus sueños. Premoniciones o augurios, los sueños solían advertirle las cosas, y ya no deseaba huir a su interpretación. “Algo esta mal en esas aguas” pensó Ana.

Continuó caminando hasta que encontró lo que buscaba, un lugar donde poder oír a Silvestre. La música emanaba de una gran

rokola, un aparato antiguo, donde por una moneda puedes escuchar canciones. Prefirió sentarse en la barra, un hombre de

barba roja la atendió, explicándole que por 500 pesos aquella máquina le daría la canción que quisiera. Ana pidió una cerveza

helada y se acercó a la gran caja plateada. El lugar se le antojó más triste que decadente, pero al introducir la moneda y al oprimir el botón 57, la voz que deseaba oír sonó.

“Ella es la misma, la que averigua siempre donde son mis parrandas para llegar a verme, sin importarle nada. Y se sabe

cada una de mis canciones, y es inevitable que no se emocione. Fue en una serenata, ay que nos conocimos y

después de ahí no la volví a ver, hasta que nos unió el destino… ”

La sensación de tranquilidad le inundó el alma y se sentó en una mesa destartalada al lado del artilugio musical. A esa hora el

calor era insoportable, así que la cerveza le espantó el calor. De pronto Ana se sintió observada, no había notado a un hombre alto en la barra del Bar. “Curioso, no lo vi llegar” Pensó Ana. “Por qué

me mirará.” Continuó escuchando “Mi seguidora y yo”, y guardó en un bolsillo del pantalón la carta de Silvestre. Tomó otro sorbo

de cerveza y tarareó la canción. Ana colocó varias canciones de

587

Silvestre, pero cuando sonó “Esa Mujer” el hombre de la barra se levantó y fue hacia donde ella estaba. Era un hombre pálido, de

mirada afable y cabellos claros.

- Yo lo conozco. Dijo Ana. O nos hemos visto antes.

- Tal vez en otra vida, pero no en esta. Contestó el hombre. - Soy Ana.

- Soy El Mago. - Buen nombre entonces. Dijo ella brindándole una radiante

sonrisa. Usted me agrada.

- ¡Polaridades! Dijo El Mago. - Vibraciones tal vez. Contestó Ana.

El Mago la observó detenidamente, como si quisiera explorar más allá de sus ojos. Y sonrió levemente.

- Ahora entiendo. Murmuró El Mago. - Soy una gran lectora, es todo amigo mío. - Lectora y silvestrista.

- Sí, pero eso es obvio. Ana se levantó, y por quinientos pesos más, la voz de Silvestre

reinó en aquel bar donde el tiempo no se veía pasar.

- Hay un joven que te ha estado buscando. Dijo El Mago.

- ¿Cómo sabe que es a mí a quien busca? - Porque la vida es un círculo. Es simple. Andru se llama a

quien tú igualmente buscas. Ana se quedó de pie, con los ojos como plato, aquel misterioso hombre sabía sobre Andru.

- ¿Por favor Mago, dónde lo ha visto Usted? Preguntó

sorprendida. - En este mismo bar, escuchando las mismas canciones y

buscando a los Silvestristas.

- ¿Cuándo ha sido eso? - Hace dos noches. Dijo El Mago, tomando un sorbo del vaso

que sostenía en las manos. - ¿Dónde puedo buscarlo? - No es necesario, en la vida no hace falta que busques Ana.

- Lo sé, la vida es un círculo.

588

- Así es. Él vendrá a ti, y tú iras a él. Es simple. Ana sintió el abrasador rubor de sus mejillas. “Andru esta en

Villavicencio, él está aquí.”

- No me he acercado a ti para hablar de Andru. Quisiera

saber dónde te hiciste esas heridas de los brazos. Ana se asustó creyendo que las heridas del duende volvían a

aparecer y se examinó los brazos, sin poder verlas.

- ¿Cuáles heridas? Preguntó ella con cautela.

- Las mismas que has buscado y que no puedes ver. ¿Qué te las ha causado?

- Larga Historia. Dijo Ana tomando nuevamente asiento.

- Quiero oírla. Dijo El Mago.

Ana sabía que estaba ante un filósofo, solo un hombre instruido podría conocer los principios herméticos. Pero en su miraba brillaba una luz diferente a la de cualquier ser humano. Estaba en

presencia de un ser sobrenatural. Un sabio, tal vez un alquimista. ¿Cómo puede ver mis heridas, si ya no están? Se preguntó Ana.

- Hace algún tiempo. Dijo ella mientras pedía una cerveza más al cantinero. Visité un lugar sagrado en la Sierra

Nevada de Santa Marta, en Nabusimake se presentó ante mí un ser que ya no era de este mundo, un alma errante o

duende como comúnmente se les conoce, él intentó llevarme, en dicha ocasión y según mis sueños, me arrastró por el bosque y las ramas de los árboles me

causaron estas heridas que yo creía sanadas. Investigué sobre su vida hasta hallar lo que quería de mi, lo ayudé a

encontrar a su esposa, un ancianita que solo aguardaba la muerte. Cada vez que siento la presencia de alguien, puedo

verlas. No entiendo cómo puedes llegar a ver mis heridas. - Puedo verlas porque tu piel está marcada, al igual que tu

alma Ana, sobre ti pesan cosas que ni podrías imaginarte,

no es solo el amor el que te está buscando, si no la muerte misma.

589

- Todos debemos morir Mago, lo sabes, para eso nacemos. Dijo Ana clavándose las uñas en las manos al apretar los

puños debajo de la mesa. - ¡No tan Joven! Dijo tomando su mano. Ana existe alguien

que te desea, y no es un hombre.

- ¡Es una Sirena! Dijo Ana sin apenas creer lo que estaba diciendo. Rosario Arciniegas, La Sirena de Hurtado.

- Conozco el mito. Y también conozco los principios que rigen el universo, si es posible que pase, pasará.

Era la segunda vez que alguien le refería esa ley de vida, primero Luisa, ahora el nigromante. Ana cerró sus ojos queriendo

entender por qué aquellas cosas le sucedían, la música dejó de sonar. Al abrir los ojos El Mago ya no estaba. Observó la calle y sin sentir cómo, la noche había llegado. Pagó al cantinero, y fue

en búsqueda de sus silvestristas. ¿Cómo será en realidad el canto de una sirena? Se preguntó Ana tocando su amuleto, la libélula

plateada que llevaba al cuello.

- Qué hombre más enigmático. Primero mi sueño, luego la

carta de Silve y ahora este hombre que dice llamarse El Mago.

Cuando Ana encontró la tienda donde había dejado a Eulises el local estaba cerrado y ni rastro de sus amigos.

¿Será posible que no estén? Se preguntó la joven.

- ¡Ana! Dijo una voz. La muchacha se volteó al reconocer la voz de él.

- ¡Andru Esteban, por Dios! Ana se arrojó a sus brazos. El muchacho la abrazó, y sin que ella lo viera, dos gruesas

lágrimas brotaron de sus ojos amarillos.

590

YO SOY SILVESTRISTA

Andru se sintió a salvo al ver sus ojos, los días sin Ana solo

empeoraban sus obsesiones por la otra mujer. Percibió el perfume de su piel de una forma sobrenatural.

- No vuelvas a irte. Dijo Ana y su voz se quebró. - ¡Nunca más! Dijo el muchacho rozando dulcemente sus

labios. ¡Ana, mí amada Ana! - Debemos hablar Andru, hay cosas que debo confesarte,

existen cosas que debes saber.

- Por la otra calle permanece un café abierto. - ¿Qué hora es? Preguntó Ana al ver la calle vacía.

- Son las doce de la noche. Contestó Andru.

Ana no lograba comprender cómo las horas habían volado de aquella forma, se sintió culpable de la angustia que debían de

estar pasando los silvestristas en ese momento. Se sentaron en una mesa a las afueras del cafetín y la mesera les tomó el pedido, al instante regresó con dos tazas enormes de café negro, bien

cargado.

- Ana. Quiero disculparme. Dijo Andru tomando sus manos entre las suyas.

- No, Andru Esteban, escúchame todo lo que tengo que

decirte. Dijo Ana soltándose. No sé cómo explicártelo, o cómo empezar, pero tienes que creerme. Cuando pensé

que morirías por la golpiza que te dieron, fui a media noche al Guayapuri, al río donde está La Sirena Dorada, yo había visto con anterioridad, un reflejo plateado en esas aguas,

incluso, soñé con una sirena de cabellos negros muy parecida a la mujer que me describiste como tu mamá. Al

ir allí recé con todas mis fuerzas que te ayudara, no sé por qué o cómo lo hice, solo fui a esas aguas a pedir por tu vida. Tal vez creas que estoy loca, pero ella se me apareció

a la luz de la luna. Estoy convencida que esta sirena de

591

cabellos negros es tu mamá, me hizo una advertencia y me exigió que me fuera de allí y que no regresara. Tu mamá

no se ahogó en el Guatapurí, ella no se suicidó cómo yo pensaba que lo había hecho, ha sido La Sirena de Hurtado que quiso una compañera y se la llevó. Ahora desea otra y

te juro que en sueños, puedo oírla llamándome.

Andru Esteban contemplaba el rostro angustiado de Ana. Él la tocó tiernamente, y decidió decirle toda la verdad.

- Ana, te creo. Dijo Andru. - ¿Me crees?

- Sí, te creo. Yo he visto a mi madre muchas veces, en mis sueños, a esto me refería, cuando te dije que se la había llevado La Sirena de Hurtado. La noche en que mi madre

desapareció, cuando nadé en las aguas del río buscándola, vi un cuerpo mitad mujer, mitad pez, por eso te decía que

estaba convencido que esa noche mi madre había muerto. - ¿Por qué no me lo habías dicho? - Por el mismo motivo que tú no me habías dicho nada, por

miedo a que pensaras que estoy loco. - No podemos volver a ese río Andru, jamás, bajo ningún

concepto. - Lo sé mi madre me lo ha dicho en sueños. Dijo Andru. Y si

existe algo que me han enseñado los libros, es que los

sueños te advierten las cosas, aunque no las entiendas.

Ana tomó un sorbo de café sintiendo que su alma se había quitado la mitad de un peso invisible que la oprimía. Pero estaba

consiente que lo peor estaba por decirse.

- No volveremos a ese lugar y nada malo pasará. Pero no es solo esto lo que debo hablar contigo, es vital que entiendas algo, Andru Esteban “Yo soy silvestrista.”

- Eso ya lo tengo claro Ana. Dijo brindándole una hermosa sonrisa.

592

- No, no lo tienes. Es necesario que entiendas quién es Silvestre Dangond.

- Es tu ídolo, tu artista. - ¡NO! Por favor escúchame. Andru, él en mi vida es mucho

más que un artista, que un ídolo del vallenato, más que

alguien de quien yo sea fan. Silvestre es mi amigo, es alguien especial en mi vida. Al inicio, solo me refugiaba en

su música, en su alegría, luego llené mi vida con el silvestrismo, pero ahora es parte de mi misma, no voy a detenerme, ser silvestrista me hace feliz, no es solo ir a los

conciertos, no es solo viajar y conocer a quienes sienten lo mismo que yo, el silvestrismo es querer darles lo mejor de

mi. Nos hemos besado, pero han sido besos que no puedo explicar, y no sé si puedas entender, la magnitud del cariño que le tengo, el amor que él se ha ganado. Es un

sentimiento diferente al que siento por ti, y entenderé si no puedes comprender mi alma, por eso lloraba aquella noche,

porque a ti te amo y a él, a él también lo amo, aunque de forma muy distinta.

Andru guardó silencio, entendiendo que así como un pedazo de su

alma era de Fabiola, una parte de Ana siempre sería de Silvestre. Y se sintió libre de culpas, libre de remordimientos.

- Ana, puedo entenderte, porque en mi caso, lamentablemente ese lugar de tu alma que ocupa Silvestre,

en mí, lo ocupa Fabiola, no la he olvidado, y aunque lo nuestro está terminado, ella con todo lo mala que ha sido

conmigo, yo no he podido olvidarla. Ana guardó silencio, aquella confesión espontánea de algo que ya sospechaba le produjo una sensación de derrota “Nunca la

olvidará”. Pensó, buscando las palabras para asumir sus verdades.

- No tienes por qué obligarte a olvidarla. Querer a un amor imposible o dañino no es nuestra culpa. Dijo Ana. No quiero

perderte por nada en el mundo, y así como yo acepto que en tu corazón persiste el recuerdo de esa mujer, quiero que

aceptes que soy lo que soy. “Yo soy silvestrista.”

593

LA INVITACIÓN DE PAULA

Durante horas habían buscado a Ana por todo Villavicencio,

nadie la había visto, era como si hubiera desaparecido, Eulises se sintió culpable de dejarla andar sola por la ciudad, ya eran la una

de la mañana cuando sentados en las bancas de un parque se reunieron todos los silvestristas, decididos a ir a la policía a denunciar su desaparición.

- Creo que llamaré primero a Silvestre, él debe saber que Ana ha desaparecido.

- No lo hagas. Dijo Luisa, no lo preocupemos todavía, es posible que se haya perdido solamente y nos esté

buscando en este instante. Regresemos a donde la viste por ultima vez, y aguardemos unas horas allí, si no aparece yo misma iré a la policía a interponer la denuncia.

Cuando se dirigían en las camionetas al lugar acordado, Eulises vio a Ana en el café nocturno cercano a donde iban, frenó

repentinamente sintiendo que se quitaba un gran peso de encima. Ana estaba con un muchacho tomada de las manos con él.

- Ana por el amor de Dios, dónde estabas. Preguntó Eulises en voz al alta al bajar de la camioneta.

- Eulises, lo siento me distraje. Contestó agachando la cabeza. La patrulla de silvestristas o el pelotón rojo, descendió del vehículo y todos corrieron a interrogar a la

silvestrista perdida. Ana les explicó lo sucedido, aunque no tenía sentido, y les presentó a Andru a los que aún no lo

conocían. - Es tarde debemos irnos a dormir. Dijo Luisa.

- Luego de recoger el equipaje de Andru, se dirigieron rumbo a la finca “El Delirio” fue una noche sin luna ni estrellas, la oscuridad

reinó a sus alrededores, Ana y Andru se quedaron dormidos en la gran hamaca cercana al ventanal de cristal. Ella lo abrazó

594

sintiéndose tranquila, y él le correspondió estrechándola en sus brazos, como defendiéndola de los peligros de la noche.

Eran las 7 de la mañana cuando Ana y Andru se acercaron a la cocina, todos los silvestristas estaban alrededor de la enorme

mesa de madera con tazas de café en las manos.

- ¿Qué sucede? Preguntó Ana al ver el silencio que reinaba

en la cocina. - Ana, estamos estudiando de nuevo la ruta. Dijo Milena.

- ¿Pero por qué? No se supone que de aquí partiremos a Montería. Dijo Ana sirviendo café para Andru y para ella.

- Hemos sido invitados a Santa Elena en Medellín. Dijo Luisa

sin dejar de observar el gran mapa de Colombia en la mesa.

- Les aseguro que no se arrepentirán. Dijo Paula. Así conocerán la ciudad de la eterna primavera.

Aquellas palabras sonaron mágicas en los oídos de Ana, si algo adoraba en la vida la silvestrista era el mes de abril, y si ese mes

era eterno en Medellín, la invitación se le antojó oportuna. Paula les explicó que existía un lugar mágico en Medellín, y que si se

apresuraban a ir, alcanzarían “El concierto de Luna” que se celebra una vez al mes en Santa Elena. Todos a favor y todos en contra como de costumbre, el dinero solía ser un tema de gran

pesar para los silvestristas.

- Ana no te preocupes, yo me encargaré de sus gastos,

vayan y conozcan, luego podrán seguir la ruta. Dijo Eulises. - Yo le avisé a Maria Clara que estábamos bien. Dijo Luisa.

Pero deberemos informarle el cambio de planes, saben que detesta que no le digamos las cosas. Cuando le relaté

nuestro encuentro con Silvestre, tuve que colgar varias veces, pues no dejaba de gritar.

“El concierto de luna” fue todo lo que Ana había escuchado, los pormenores del viaje la tenían sin cuidado. Paula explicó que una

noche al mes, la gente se reúne alrededor de una fogata en

595

medio del bosque, allí van músicos de todas partes y los sonidos de la noche se mezclan con los instrumentos de los artistas.

Los Silvestristas se reunieron por aparte con sus grupos originales, Las Chicas Silvestristas, deliberaban seriamente el

siguiente paso. Los llaneros deseaban ir con ellas, pero con almanaque en mano veían sus posibilidades. Los Silvestristas de

Bogotá sin la menor duda expresaron que seguirían adelante. Al final de cuentas, todos a favor.

- Próximo destino Santa Elena. Dijo Luisa. Y todos aplaudieron la decisión.

Ana sonrió llevándose la mano al cuello, la libélula de acero, fría y silente le dio fuerzas para seguir adelante. Andru la sujetó por la

cintura. “A donde vayas voy” susurró al oído, y ella se sintió feliz de que él nuevamente estuviera a su lado. El llano solo le había abierto viejas heridas, le había dado recuerdos oscuros que creía

olvidados. Mientras todos empacaban ella caminó en solitario entre los puestos de la caballeriza. La Catira la observó y se

acercó hasta la reja que la mantenía en su puesto, el animal respiró profundamente y se dejó tocar por Ana.

- Eres rebelde Catira, no te culpo por desbocarte, mi corazón hace igual que tú, cuando tiene a Silvestre cerca. No creo que

tengamos la culpa. Bucéfalo relinchó en su puesto y Ana se acercó a acariciarlo. El pelaje negro de aquel caballo brillaba, era un semental magnifico, perfecto. Bucéfalo el favorito de él.

“También eres mi favorito” Pensó ella al recordar a Silvestre a todo galope sobre el animal. “Sustituyo los recuerdos de Rafael

por los de Silvestre y el mundo se me hace más sencillo.”

596

MUERTE A TRAICIÓN

Un autobús aguardaba por los silvestristas para emprender la

ruta hasta Santa Elena en Medellín. La última en abordarlo fue Ana, quien con un fuerte abrazo se despidió de Eulises. Pocas

palabras hicieron falta para decirse con la mirada, el cariño que sentían el uno por el otro. El muchacho era el único que no continuaría la Ruta Silvestrista, pero que los apoyaría

económicamente en tan largo recorrido. Ana le dio un tierno beso en la mejilla, y él sonrió para ella. “Bucéfalo, Catira y yo siempre

estaremos esperando tu regreso.” Dijo Eulises. Y los dos amigos siguieron sus destinos. Ana subió lentamente al autobús, y cuando el chofer cerró la puerta y emprendió el camino, Ana vio

en la calle la mirada misteriosa del hombre del bar. El Mago se mantuvo incólume, solo Ana levantó ligeramente la mano y le dijo

“Adiós”. Pensando en todo lo que habían hablando.

Ana recorrió el pasillo del autobús, y observó a cada uno de sus

acompañantes, a todos les brillaba la mirada, y en sus rostros se evidenciaba que la felicidad existía. Vio a Dallys con Chimuelo en

el regazo. A Milena muerta de risa con Julian. Andru conversando alegremente con Bernardo Otalvarez y Bernardo Talo. Fideangely, Laura y Sara intentaban dormir un poco, y así cada silvestrista se

acomodaba lo mejor posible para un agotador viaje. Ana fue hasta el final del pasillo y se sentó en los puestos de atrás, al lado

de una ventana. Se sintió cansada y se dejó caer en un profundo sueño. Cuando Andru se acercó a ella, la vio dormir como una niña. Se le antojó más hermosa que el día en que la conoció, y

quiso abrazarla, pero prefirió dejarla dormir.

En sus sueños Ana vio un campo de flores, un paraíso perdido del cual posiblemente fuera arrojada Eva, por culpa de Adán. “La culpa siempre ha sido de los hombre” Dijo Ana tocando los

delicados pétalos de flores de todos los colores, sintió frío y sopló su aliento sobre las manos. Vio a unos cuantos pasos a un

hombre, él la miraba con ternura, y ella sabía quién era. Se

597

acercó lentamente y el muchacho no dijo nada. Ella tomó su mano y caminaron por el campo de flores, encontrando a su paso,

orquídeas, rosas y girasoles. El sol le dio en los ojos, por lo que se colocó una mano a forma de visera. El sueño fue agradable, aunque no hablara con el muchacho alto de ojos amarillos y

cabello oscuro. “A veces no es necesaria ni una palabra” pensó ella. Silvestre la abrazó, y alzándola en sus brazos como quien

carga una niña, le dio un dulce beso en la boca.

Ana despertó lamentando que todo aquello solo fuera un sueño.

Observó a sus amigos silvestristas en el autobús, ya era de noche y la gran mayoría dormía. Andru estaba dormido igualmente en

un puesto delante de ella. Una joven de cabellos dorados se acercó al verla despierta.

- Has dormido todo el viaje. Dijo Luisa. - Me sentía cansada amiga. - ¿Todo se ha arreglado con Andru?

- Creo que sí Luisa, creo que sí. - ¿Y Silvestre? Preguntó Luisa bajando la voz.

- Sigue su vida, como yo sigo la mía. - ¿Y Ustedes?

- No hay Ustedes Luisa, lo sabes, él es el artista y yo su fan, no hay nada más. No se puede.

- ¿Estás bien Ana?

- No, pero ya se me pasará, no temas, nadie puede sufrir tanto después del primer golpe, nada será tan doloroso

como el primer desamor. - Eulises dice que Silvestre te quiere mucho. Dijo Luisa casi

en un susurro.

- Nos quiere a todas, a todas sus fans. Luisa explícame algo, tu dijiste antes de llegar a “El Delirio” que esa tierra estaba

maldita, ¿Por qué dijiste eso? - Porque es la verdad Ana, ya le he rogado a Eulises que

venda esa finca y se busque otra, hay rumores que el alma

de Alirio Oliveros está en pena, que no descansará hasta que la persona que lo traicionó pague su crimen.

- Yo no vi, ni escuché nada extraño.

598

- Yo sí, siempre escucho ruidos por la casa. Recuerdo haber estado en el velorio, y vi como la esposa de Oliveros, la

mamá de Eulises, lloraba aterrada en un rincón, jamás se acercó al ataúd y pasaba lo más lejos posible del difunto. Tengo entendido que estuvo bajo averiguaciones, e incluso

la detuvieron unos meses, ella era la principal sospechosa. - ¡Por Dios! ¿Cómo así? ¿Eulises que piensa? Preguntó Ana.

- Él dice que eso es lo que dice la gente, que lo mandó a matar por dinero, pero que él no sabe, lo curioso de todo esto es que tampoco la defiende directamente. Durante

mucho tiempo la llamamos la viuda negra, hasta que cansada de que la gente la señalara, se fue de

Villavicencio. - Pero no fue condenada, lo que quiere decir que es

inocente.

- No Ana, quiere decir que tuvo dinero suficiente para darle la vuelta al asunto. En fin, solo se sabe que el culpable

nunca apareció, lo asesinaron de un disparo de escopeta por la espalda, y nadie supo ni cómo ni quién. Si no fuera por la música de Silvestre, Eulises no sería el hombre

tranquilo que es hoy. - Vi una foto de Alirio Oliveros en la Sala de la casa. Dijo

Ana. “Era un hombre realmente hermoso, qué difícil debe ser todo esto para Eulises”. Pensó.

Ana intentó dormir un poco más, pero le fue imposible, observaba

en la oscuridad el camino por el cual pasaban, y la mirada de “El Mago”, perturbó sus pensamientos. “Debí ser más frontal, preguntarle quién era en realidad” Pensó Ana. Al amanecer el bus

hizo una parada y todos los silvestristas entre dormidos y despiertos intentaron comer algo, estirar las piernas y beber café.

Andru se acercó a Ana la abrazó y le dio un tierno beso en la frente. Ana al sentir el calor que emanaba de su cuerpo se aferró

a él, no solo para espantar el frió, sino los recuerdos que la agobiaban. “No volveremos al Guatapurí, lo juro.” Angélica les

entregó dos vasos con café caliente, y Ana sintió que la vida

599

comenzaba de nuevo. Todos abordaron la unidad de transporte y el viaje para Ana fue más placentero entre los brazos de Andru

Esteban Virviescas. “Yo jamás podría hacerte daño” Pensó la muchacha, imaginando a la viuda negra aterrada contra la pared sin poder ver el cadáver de su propio esposo. “El pecado

acobarda o hay algo que ella sabe, que no lo sabe nadie más.” Pensó.

600

LAS HORTENSIAS DE DIANA

Los silvestristas viajaron durante horas, hasta que llegaron a la

tierra de Paula, todos se encontraban emocionados de ir a aquel lugar, especial y prometido por la silvestrista como el de la eterna

primavera. Aunque llegaron al atardecer del segundo día de viaje, Ana alcanzó a ver cómo el sol bañaba de dorado las nubes. Mientras los silvestristas y Andru entraron a las cabañas

alquiladas por Eulises y se organizaban en las habitaciones, ella se rezagó para observar a su alrededor. El viento soplaba gélido

por avecinarse la noche, así que ajustó su desgastado abrigo rojo y caminó un poco entre los árboles que majestuosos adornaban aquel lugar. Ana respiró con calma, atenta de los sonidos

extraños de aquella tierra, grillos, abejas, insectos de todo tipo deambulaban por Santa Elena. Escuchó el canto de aves que

jamás había percibido, y se sintió en un lugar mágico. “Santa Elena es como un cuento de hadas” Dijo Ana en la soledad del bosque. Ya sin saber a dónde se dirigía, encontró un sendero el

cual decidió seguir, y por el sonido del agua, entendió que estaba cerca de un manantial o arroyo. Cuando vio las aguas cristalinas

que danzaban en medio del bosque a la luz de los rayos dorados del atardecer, recordó su promesa en el Guatapurí, la promesa de olvidar y seguir adelante. Se apartó del sendero y continuó

caminando, cuando para su sorpresa encontró un campo de flores de pálidos colores que nunca había visto antes, aquel lugar se le

antojó al de sus sueños. Se agachó y tocó tiernamente los pétalos de las flores púrpuras.

- ¡Son Hortensias! Dijo una dulce voz. Ana se sobresaltó y dio media vuelta, ante si una joven de

hermosos cabellos ondulados y castaños le sonreía.

- ¿Disculpe la asuste? Preguntó la muchacha.

- Solo un poco, creí que estaba sola. Contestó Ana. - Son Hortensias, las cultivo desde que era pequeña.

- Son hermosas. Dijo Ana. ¿Cómo te llamas?

601

- Yo soy Diana Acuña, y estás en mis campos de hortensias. - Soy Ana, y soy Silvestrista.

De pronto el rostro de Diana se puso rojo, y sus grandes ojos café

brillaron con tal intensidad, que Ana no tuvo que preguntar qué le ocurría.

- Yo amo a Silvestre. Dijo Diana. A veces sueño que él vendrá y podré regalarle las Hortensias más bonitas de

toda Santa Elena, para decirle con ellas, cuanto lo amo.

Ana vio con ternura a aquella joven, su belleza era tan natural como las flores que adornaban sus campos. Diana se acercó a

Ana y le dio un fuerte abrazo. Ana acostumbrada a este tipo de saludos entre extraños, correspondió su cariño.

- ¿Ana, por qué estas sola en el bosque? Pronto va a anochecer y podrías perderte.

- Me distraje Diana, jamás había estado en un lugar tan bonito.

- Niña tienes las mejillas coloradas, debes tener frío, vamos

a mi casa y te serviré agua panela bien caliente.

Ana se sorprendió al entrar en aquel lugar, era una casita de madera, como en los cuentos de hadas, tenía una chimenea

encendida y la luz amarillenta se le antojó hermosa, encima de la chimenea, la foto de un hombre de ojos brillantes y amarillos la

observó. “A donde quiera que vaya, estas tú”. Pensó ella.

- Es tarde Diana, creo que debo regresar, se van a preocupar

por mi culpa. - ¿Quienes?

- Los silvestristas. - ¿Son varios? Preguntó la joven sirviendo dos tazas de agua

panela.

- Somos muchos.

602

- Quiero conocerlos. Me encantaría, vivo tan encerrada en este lugar que solo somos Silvestre y yo, él en el

reproductor y yo con mis hortensias. Si quieres mañana los traigo para que los conozcas.

- Los estaré esperando Ana.

Las nuevas amigas se despidieron, y Ana sintió un leve dolor en el alma, al recordar a Yaliana, Diana al igual que ella vivía completamente sola. Ana antes de irse le colocó una cinta roja en

la muñeca, como recuerdo de ese día. Y Diana se imaginó que el mismísimo Silvestre se la había enviado. Tomó el sendero de

regreso, pero por motivos que Ana no comprendió, no encontró el arroyuelo que había pasado antes del campo de Hortensias.

- No puede ser, este no es el camino. Dijo Ana temblando de frío.

Caminó durante lo que le pareció una eternidad. Sintió hambre, y

comenzó a preocuparse cuando entrada la noche apenas si podía ver por donde caminaba. ¡Soy una tonta! Cómo me pude perder.

Preguntó a los árboles.

Intentó pensar en cosas agradables, en no tener miedo. Se

encontraba a kilómetros de distancia de La Sirena de Hurtado, y ya había visto tanta cosas, que el único temor que sintió fue por

los vivos. Encontró una especie de manantial y tomó de las aguas cristalinas intentando calmar el hambre. Los rayos de la luna iluminaron poco a poco la espesura del bosque, e intentó

controlar la desesperación de estar perdida. Ana decidió no caminar más y encontró un montón de hojas secas. Se cercioró a

ciegas que no hubiera un animal entre las hojas y las acomodó como si se tratara de una almohada. Se acostó boca arriba e

intentó descansar un poco.

- Pronto van a encontrarme, Andru debe estar buscándome,

qué tonta he sido en explorar yo sola.

603

Recordó la canción de Silvestre que solía espantarle los sueños y comenzó a tararearla, su alma se calmó. Recordó la sonrisa cálida

del afiche en la chimenea de Diana, y por más frío que tenía, en su mente, ella estaba sentada en aquella casita cálida de una hermosa silvestrista, que al igual que ella amaba a Silvestre

Dangond. Sus parpados se volvieron pesados y el sueño la llevó a un mundo donde el hambre y el frío ya no existían.

604

SANTA ELENA

Los silvestristas se organizaron en grupos con guías de las

cabañas, pero todos regresaron con las manos vacías, Ana había desaparecido, nadie la había visto después de bajar del autobús.

Paula se sentía responsable de haberlos llevado a ese bosque, y todos trataban de consolarla. A las doce de la noche, Luisa se sintió más preocupada aún, según Eileen, Andru Estaban también

había desaparecido.

- Seguramente fue tras Ana. Dijo Angélica.

- Pero los guías han dicho que de noche es como buscar una aguja en un pajar. Contestó Luisa.

- Mañana a primera hora la encontraremos. Dijo Julian más optimista que los demás. Ya verán que mañana la encontramos.

Luisa, Yina Isabel, Eileen, Maria Alejandra, Greys, Mayra, Wendy, Milena y Daya Barraza eran las más preocupadas, ya que por su causa, Ana había dejado su vida en Valledupar por seguirlas, y

ahora en este mismo instante, algo malo le podía estar pasando. Paula no pegó el ojo en toda la noche, Camila se abrazaba a su

mamá y a su abuela, temiendo lo peor. Jualian intentó dormir con poco éxito. Y los Bernardos estaban asomados por las ventanas de las cabañas, esperando que tanto Andru como Ana aparecieran

en el umbral.

Durmieron muy poco, o casi nada, Santa Elena era un lugar mágico, pero esa noche los silvestristas sintieron temor de la oscuridad que envolvía a Ana en aquellos momentos.

605

LOS SUEÑOS

Ana había aprendido a vivir de sus sueños, un lugar en el cual

todo era posible, donde era un ser libre que podía amar a sus anchas sin ser señalada por nadie más que ella misma. Aprendió

a descubrir por las noches, hasta los anhelemos más íntimos de su corazón, pocas veces despertaba sin recordar sus sueños. En muchas ocasiones soñó que podía volar y observar desde lo alto

el techo de su casa, e incluso las calles y avenidas de su vecindario, disfrutando de la sensación del viento en su rostro,

sueños que la asustaban un poco cuando se sentía caer y despertaba de repente con la sensación de meterse en su cuerpo después de un largo viaje.

Esa noche mientras dormía rodeada del bosque mágico de Santa Elena, soñó que caminaba por un sendero, iluminado por la luz de

la luna, sintiendo bajo los pies el frío de la tierra. Un ave nocturna ululó en un árbol cercano, y Ana levantó la mirada hasta la silueta

de un árbol enorme, donde se encendieron puntos de luz blanca que iluminaron el bosque. No sintió miedo, pero tampoco se

acercó demasiado. Creyó escuchar el susurro de voces, pero no logró entender qué decían los puntos de luz. El frío se apoderó de todo su ser y sus manos se adormecieron produciéndole un

hormigueo espantoso.

- ¡Despierta Ana! Dijo una voz en el árbol. Despierta.

La mirada serena de Silvestre se posó en ella, Ana se abrazó a su

cuello, percibiendo su olor inconfundible, besó sus mejillas y sintió que el corazón se le explotaría en cualquier instante.

- Despierta o morirás de frío. Dijo Silvestre. - ¿Estoy soñando? Preguntó ella.

- Siempre lo estas. Contestó él con ternura. - No te vayas, no te vayas. Suplicó ella. - Despierta, despierta. La voz de Silvestre fue un eco

repetido dentro de su cabeza.

606

Los primeros rayos del sol iluminaron el bosque, y Ana despertó en los brazos de Andru, él insistía en que despertara, y ella sintió

el entumecimiento de todo su cuerpo.

- Tengo frío. Dijo Ana.

Andru Esteban no estaba solo, una joven de largos cabellos

ondulados y de vestido color de las flores, le guiaba en el camino. Llegaron a la pequeña casita de madera de Diana, donde el calor de una chimenea le fue placentero a Ana. Cuando la joven sintió

la suavidad de la cama, la calidez de aquel lugar la hizo dormir un sueño profundo, oscuro y silente.

Dos día después, despertó Ana, viendo a su alrededor, rostros preocupados y conocidos, los silvestristas habían invadido aquel

lugar, a la espera de que ella respondiera a sus preguntas. Pero al despertar nadie dijo nada, Milena soltó un sollozo, y Eileen la consoló. Ana se sintió adolorida, y cuál sería su sorpresa, estaba

llena de rasguños, heridas diminutas y múltiples de cubrían los brazos.

- ¿Ana que te pasó en los brazos? Preguntó Diana. - No lo recuerdo. Fue todo lo que pudo decir en ese instante.

Le sirvieron sopa caliente, y todos conversaban por lo bajo, el

aspecto de Ana les había asustado, era como si algún animal la hubiera atacado, pero no podían comprender cómo la había aruñado en brazos y piernas. Andru permaneció al lado de la

camita donde Ana descansaba, se veía perplejo y cansado. Diana sirvió café y chocolate para todos y la luz del silvestrismo lo llenó

todo, la sonrisa de los silvestristas al compartir en aquel diminuto y sencillo lugar, fue suficiente para reponerse.

- Me perdí, lo siento mucho, no fue mi intención. Murmuró Ana.

- No te preocupes Ana. Dijo Diana. Mucha gente se pierde dando paseos, incluso de día. Gracias a Dios, Andru dio con mi casa y salimos a buscarte y te encontramos cerca de

aquí.

607

- Pero caminé por horas, pensé que me había alejado. Dijo Ana.

- Es posible que caminaras en círculos. Dijo Diana. - Todo esto es mi culpa. Dijo sollozando Paula. No debí

traerlos aquí.

- No Paula. Dijo Ana. Es el lugar más hermoso que he visto jamás. No ha pasado nada. ¿Cuándo es el concierto de

luna? - Es esta noche Ana. Dijo Camila. - Andru quiero ir. Suplicó Ana.

- Pero estás muy débil. Dijo él. - Por favor. Insistió ella. Y en el rostro de Andru Esteban se

dibujó su sonrisa de siempre. Ana era terca, y eso indicaba que ya estaba mejor.

Esa noche, llegaron al bosque silvestristas de todas partes, Paula había invitado con anterioridad a muchos seguidores de Silvestre,

para poder compartir con los Silvestristas de Bogotá, los Silvestristas de los Llanos y Las Chicas Silvestristas. Ana intentó descansar todo el día, pero sintió algo en el ambiente de aquel

lugar, presintiendo que estaba siendo observada por algo o alguien, las heridas se le encendían rojizas como si fueran

recientes, cuando algo sobrenatural estaba cerca. Pero en esta ocasión no sentía que fuera un alma errante, esta vez era algo muy diferente, algo inexplicable. “He estado cerca de algo muy

extraño, en el bosque hay algo que me está esperando, lo sé.” Pensó.

De pronto la risa nerviosa de alguien, la sacó de sus pensamientos, Bernardo Talo, conversaba con Diana, como si el

sol se posara en ella. Los ojos de Talo brillaron como si estuviera en presencia de su alma gemela. Ana sintió escalofrío, ella

conocía perfectamente esa mirada.

608

CONCIERTO DE LUNA LLENA

Al anochecer en un claro del bosque, cerca de las cabañas en

que se hospedaban los silvestristas, se encendió una hermosa fogata, y alrededor de aquella luz, los silvestristas fueron

ocupando sus puestos. Cuando Ana y Andru llegaron a formar parte de aquella reunión, una joven de ojos tristes se sentó al lado de Ana, la muchacha tenía en su regazo a una niña de cinco

años que con la mirada observaba el crepitar de las llamas, danzando por causa del viento.

- ¿Cómo te llamas? Preguntó Ana con su mejor sonrisa. - Soy Sandra. Dijo la muchacha en apenas un susurro.

Mientras todos los presentes conversaban alegremente. - Soy Ana, y tu hijita ¿Cómo se llama? - Ella es Sofi.

- ¿Por qué estas tan triste Sandra? No pareces Silvestrista. - Sí, si soy silvestrista, pero esta noche ser silvestrista me

duele mucho. - ¿Por qué duele? Preguntó Ana.

La muchacha titubeó un poco, miró con ternura a la niña en sus

brazos y se decidió a relatar su historia: Yo me hice silvestrista por un muchacho que conocí hace unos años, recuerdo que estaba sentada en una fiesta aburrida, y él entró con su sonrisa

irresistible, yo me sentí desarmada al verlo, creo que le llaman amor a primera vista. “A mi que me pongan Silvestre” dijo él a

toda voz, y la música que sonó a continuación fue “La Colegiala”, para mi gran sorpresa me tendió la mano, ¿Bailamos Cachaca?

Preguntó él, y lo que recuerdo es estar en sus brazos, como jamás había estado en los brazos de un hombre. Él me dedicó esa canción de Silvestre y es la canción que más he cantado en toda

mi vida. Los años pasaron, nos enamoramos, él era de la costa, y sus costumbres tan diferentes a las mías me volvieron loca por él,

nos casamos y vivimos prácticamente en una burbuja de amor.

609

Salí embarazada de él, y el bebé en mi vientre era muy intranquilo, mi esposo solía colocarle música de Silvestre para

que se tranquilizara y por más sorprendente que te parezca, se calmaba. El amor de mi vida nos entregaba lo más grande que él tenía, su cariño incondicional por Silvestre Dangond. Cuando Sofi

nació, él la cargó con tanto amor y felicidad, que pensé que jamás sería tan feliz como ese día, y para mí el tiempo se

congeló. Poco tiempo después, por cosas que aún no comprendo, a Armando lo mataron, a mi amor, al padre de mi bebé, a la luz de mis ojos. El destino, la casualidad. No lo sé Ana, no lo sé.

La voz de Sandra se quebró, y se abrazó fuertemente a la

pequeña en sus brazos, la niña al ver que de los ojos de su madre brotaron lágrimas, las secó con ternura. “Mamá no llores, papito está en el cielo”. Dijo Sofi.

- Ana, el amor de mi vida. Continuó diciendo la silvestrista sin soltar a su pequeña hija. Me lo arrebataron, y solo me

quedaron dos cosas de él, mi hija Sofi y Silvestre.

Ana intentó no llorar, pero fue inevitable, las abrazó sintiendo por ellas el amor más grande del mundo, sintió el dolor de Sandra

como suyo, las lagrimas corrieron por su rostro porque era la historia de amor silvestrista más triste que hubiera escuchado en muchos años, “Cosas injustas le pasan a los más inocentes.”

- No llores. Susurró Ana al oído de la muchacha. Armando está contigo, es como un ángel que te cuida y te espera.

Sonríe, porque él quiso que fueras silvestrista, precisamente para que la tristeza no pudiera contigo. Te

aseguro que algún día podrás contarle tu historia a Silvestre y él sonreirá para ti.

- Ay Ana, no sabes cuanto sueño que Sofi pueda conocerlo, que él la cargue en sus brazos, como ya no puede hacerlo Armando, mi niña es silvestrista y las dos vivimos de las

canciones de nuestro amado Silvestre.

610

- Te prometo Sandra, que Silvestre va a cargarla, le va a dar un beso gigante y podrán decirle cuanto lo quieren, y lo

especial que es él en sus vidas, no llores más. - Viste mamita. Dijo la niña. Yo te dije que íbamos a ver muy

pronto a Silvestre.

Sandra contuvo su llanto, cuando un joven en la fogata tomó una guitarra y entonó “Esa Mujer”, un coro de voces lo llenó todo, el concierto a la luz de la luna llena había comenzado. Ana secó sus

lágrimas al escuchar la melodía, y se sorprendió al ver a Andru Esteban tarareando la canción, y su corazón su oprimió de

inmediato. Ana sabía quién era “esa mujer”. Una ninfa dorada de cabellos rojizos como el cobre y ojos verdes que estaba clavada en el alma del hombre que ella amaba.

611

ANDRU ESTEBAN VIRVIESCAS

Esa noche, los silvestristas se encontraban bajo una especie de

unión especial, todos cantaban, reían y conversaban alrededor de una enorme fogata en medio del bosque, donde se acostumbraba

a realizar el concierto de luna mes a mes. Andru se sintió cómodo entre aquellos jóvenes, su felicidad era contagiosa, y de tanto oír las canciones de Silvestre, le era imposible no tararearlas todas.

Su favorita era “Esa mujer”, porque en esos tiempos, él podía perfectamente entender qué era estar en el medio de todo, entre

la mujer que intentaba olvidar y la que intentaba amar. Andru miró fijamente el crepitar de las llamas, y en ellas se quedó meditabundo, el color rojizo del fuego trajo a su mente el

recuerdo de una mujer hermosa, la recordó tal cual, él día que la conoció, la vio sonreír. Recordó los besos, uno a uno, las caricias

furtivas. Andru no podía evitar pensar en ella.

Ana aunque estaba a su lado en el circulo silvestrista, ella

conversaba con otra joven, y él aprovechó para perderse en el mar de sus recuerdos. Recordó a su abuela leyendo el libro

amarillo, mientras su abuelo Manuel, se mecía sentado a su lado. Andru de pequeño solía ver a su difunto abuelo, el de los ojos azules y cabellos blancos, no solía sentir miedo, a menos que el

abuelo lo mirara fijamente. Por un instante vio a Luisana, ella sonreía para Andrés, alegre y cariñosa. Sus padres habían sido

muy felices hasta que su mamá enfermó, después de eso los días fueron grises y Andru aprendió a leer; por las noches y hasta muy tarde leía incansable, como el que busca la solución para sus

males en páginas gastadas de libros sin leer. Ir al colegio había sido un verdadero suplicio, nunca logró adaptarse a sus

compañeros de clases, así que recordó al joven solitario que fue durante el bachillerato. “Aprendí tanto siendo tan pequeño, pero cuando la conocí a ella, nada me sirvió” Pensó. El joven de la

guitarra animó la noche con tonadas que bailaban al son de las llamas de la fogata, y entonces vio en sus recuerdos a Ana,

tendida en el suelo en medio del bosque, “Llegué a pensar que

612

estaba muerta, y mi corazón se detuvo por un instante.” Allí tendida como si se tratara de Blanca Nieves o El Hada del Bosque,

la muchacha estaba pálida, cuando le tocó el rostro, la piel de ella era una barra de hielo. Andru pensó que ya no podría vivir si ella moría. “Que bonita se ve de rojo” Dijo cuando le contempló el

abrigo. En ese instante y regresando a la realidad, ella estaba a su lado y se calentaba las manos cerca del fuego.

- Estas muy callado. Dijo Ana. - Y tú estas hermosa. Contestó él.

- Ya te sabes canciones de Silvestre. - Ana es imposible no aprendérselas, estando rodeado del

enemigo. Y una hermosa sonrisa brilló en el rostro del joven.

- ¿Soy tu enemiga? Preguntó Ana.

- Sí, eres mi enemiga mortal, tú vas a matarme de amor.

Ana se acercó a Andru Esteban, y le dio un tierno beso en los labios. Él no dejó de sonreír y la estrechó con ternura entre sus brazos, así permanecieron por largo rato, sentados y rodeados

por silvestristas, soñando despiertos con un futuro juntos.

613

DIANA

Cuando se vive solo, apartado del mundo, rodeado de recuerdos

y cuatro paredes, sueles agradecer la presencia de las plantas, de los animales, e incluso puedes llegar a darles nombres a los

caracoles que se arrastran por el jardín. Diana era feliz con su soledad, sus caracoles y sus hortensias, pero al llegar Ana a su vida, de la mano de muchas personas que al igual que ella,

amaban a un hombre en común, la hizo sentirme menos sola, y más amada. De vez en cuando dejaba que sus miradas se

cruzaran con la de Bernardo Talo, él la desarmaba en cada mirada, y sentía temor de enamorarse de él. “Pronto se irá y me habrá olvidado” Pensó.

- ¿Diana? Preguntó Milena para constatar que así se llamara. - Sí, dime. Contesto.

- ¿Desde cuándo no ves a Silvestre? Preguntó Milena a la vez que tomaba asiento a su lado.

- Nunca lo he visto en realidad. Confesó la muchacha. - ¿Nunca? ¡Caramba!

- No, pero siento como si lo conociera desde hace mucho, solo tienes que escuchar su voz en sus canciones, para entender cómo es Silvestre, es una persona sencilla,

alegre, incansable en el arreglo de cada canción, muy creativo, pero sobre todo entregado, él se entrega en cada

canción, como si un pedacito de su alma se queda con ellas. Por las mañanas cuando riego las hortensias, su voz lo inunda todo en la casa desde el reproductor, por las

tardes o cuando más sola me siento, basta con colocar alguna de sus melodías para que el espíritu se me alegre. A

veces bailo, a veces me río, incluso he llegado a llorar por las noches escuchando sus canciones más románticas. Nunca lo he visto, pero mi alma lo conoce.

- Que bonito hablas Diana. En cambio a mi me va un poco difícil el ser su fan, mi madre dice que estoy volviéndome

loca.

614

- Pues, nos volveremos locas, pero de amor mi niña. Dijo Diana con una enorme sonrisa.

Bernardo Talo se acercó a las dos amigas, y con todo el valor del que pudo llenarse, se sentó al lado de la hermosa Diana,

dispuesto a perder la vida si era necesario, por besarla.

Las horas pasaron, y poco a poco se fueron retirando a sus hogares, hoteles o posadas. Había sido una velada encantadora, en donde más de un silvestrista se enamoró, en donde más de

uno se escondió de sus penas y encontró en el silvestrismo una zona neutral, donde se dejaban afuera las luchas internas. Ana

caminó por el sendero a la luz de la luna tomada de la mano del hombre que amaba. Se quitó los zapatos para sentir el frío de la tierra y Andru Esteban hizo lo mismo. Más adelante Bernardo

Talo, llevaba una antorcha que iluminaba el camino, llevando en la otra mano a su amada Diana.

- ¡Ana te amo! Susurró Andru. - Bien sé que me amas, y bien sabes cuanto te amo. Dijo

Ana. - ¿Dormirás en mis brazos esta noche Ana? Preguntó él.

- Desde que te conozco, al dormir me siento entre tus brazos Andru.

- Aunque no quiero dormir.

- ¿Y que quieres entonces? Preguntó Ana, con las mejillas encendidas.

- Ver el amanecer a tu lado. Dijo Andru Esteban Virviescas.

Cuando los rayos del sol bañaron las tierras de Santa Elena, Ana y Andru en el umbral de la puerta de la cabaña se hicieron una

promesa de amor.

- Prometo amarte tal cual eres Andru. Dijo Ana rompiendo el

silencio. - Prometo amarte incluso después de la muerte. Dijo Andru.

Y una sombra se posó sobre sus ojos, y Ana tuvo un mal

presentimiento. “Algo va a pasar, lo sé” Pensó ella.

615

DALLYS Y CHIMUELO

Cuando todos desayunaban en el comedor, Dallys entró llorando

hablando tan rápidamente que todos se asustaron al ver en ese estado a la silvestrista.

- Dallys por Dios ¿Qué pasa? Preguntó Luisa. - Es, es Chimuelo, ha desparecido. Dijo llorando.

- Cálmate muchacha que es solo un gato. Dijo Julian. - NO ES SOLO UN GATO, ES MI CHIMUELO. Gritó la

silvestrista.

- Por favor Julian, no seas tan frío, recuerda que ese gato se lo encargó Silvestre a Dallys. Lo reprendió Milena.

- Vamos a buscarlo entre todos, dividámonos en grupos y será fácil encontrarlo. Dijo Angélica. Las Chicas Silvestristas conmigo, nosotras revisaremos las

habitaciones y alrededores, Los Silvestristas Llaneros pueden buscar por el bosque pero sin alejarse demasiado.

Los Silvestristas del Club de Bogotá, Ana y Mathias también busquen afuera, hasta la casa de Diana, si alguien consigue

algo regrese inmediatamente, si no nos vemos en una hora y buscaremos en el bosque propiamente.

Los silvestristas salieron a buscar a Chimuelo por todas partes, algunos con pan del desayuno aún en las manos, otros con la

taza de café. Era una mañana helada, y algunos lamentaron no haberse abrigado lo suficiente.

- Gato, gato, gato. Minino, minino, minino. Andru llamaba al animal de una forma muy graciosa, y Ana no pudo evitar

reherirse. - Chimuelo, michu, michu, gatito, gatito. Lo llamó Julian.

- ¿Ustedes creen que buscamos un perro? Dijo María Silva. Bajen la voz y abran esos ojos, Chimuelo puede estar escondido en cualquier parte, y por amor a Dios no se

616

separen. No vaya a ser que a parte del gato, haya que buscar desaparecido en este bosque de locos.

Ana vio algo negro entre los árboles y salió corriendo, los silvestristas y Andru la siguieron.

- ¿Qué pasa Ana? preguntó Andru.

- Es Chimuelo, se fue por allá.

Cuando el frío les congeló los pulmones tuvieron que detenerse a

respirar con calma. Por más que habían corrido detrás del gato negro, no lo lograron agarrar.

- Dallys se va a morir de la tristeza, Chimuelo se fue bosque adentro. Dijo María.

Regresaron a las cabañas donde los aguardaban los demás, y portaron la difícil noticia de que Chimuelo había huido. Ana abrazó a Dallys que estaba inconsolable, ella sabía perfectamente

lo que el animal significaba para la silvestrista. Y aunque ya era hora de irse y seguir la ruta hacía montería, Luisa y Angélica

insistieron en que aguardaran dos noches más a ver si Chimuelo regresaba, durante esos dos días, los silvestristas pasearon por

todos los campos de Santa Elena, y por las noches se reunían en casa de Diana para escuchar las canciones de Silvestre y tomar café o chocolate caliente. Bernardo y Diana se habían enamorado,

y el joven aseguró que no regresaría jamás a casa, que su lugar era con Diana en el campo de hortensias. Incluso Bernardo

Otalvarez, se lamentó de dejar en el camino a su tocayo.

La última noche en Santa Elena, los silvestristas se fueron a

dormir temprano, ya que el autobús los recogería a primera hora en la mañana. Ana despertó después de un sueño intranquilo.

- Apenas es media noche. Dijo al ver su reloj de pulsera. Se levantó de la tibia cama y se asomó por la ventana de su

habitación. Andru estaba profundamente dormido. De pronto Ana vio cientos de luces blancas posadas sobre un árbol. ¿Qué será? ¿Estaré soñando de nuevo? Pero en esta oportunidad entendió de

qué se trataba. ¡OH por Dios! Susurró.

617

ANA

La joven guiada más por la curiosidad que por otra cosa, salió de

la cabaña donde dormía Andru Esteban. Tuvo cuidado de no hacer ruido, y ya en las afueras bajo el frío de la noche, corrió en

dirección del árbol iluminado por puntos de luz. Ana sujetó entre sus manos la libélula plateada que llevaba al cuello, en una especie de ritual de buena suerte. La luna brillaba intensa en el

cielo y pudo ver por donde caminaba, las luces estaban ya cercas, cuando Ana se acercó finalmente a tres pasos de ellas. “Son

realmente hermosas, jamás pensé ver algo así.” Pensó ella. Al ver los puntos de luz posados sobre las ramas del enorme árbol, quiso tocar alguna pero no pudo, se movían rápidas de una rama

a otra.

- Déjenme tocarlas. No fue un sueño, yo las vi la noche en

que me perdí, Ustedes estaban allí conmigo.

No hubo respuesta alguna, los puntos de luz guardaron silencio, solo se dejaron contemplar por Ana y se apagaron,

desapareciendo de su presencia. Ana dio un paso atrás y salió corriendo en dirección a la cabaña.

- ¡OH DIOS! Dijo Ana corriendo entre los árboles. ¡OH DIOS! Las vi, yo las vi… las hadas existen. ¿Cuántas eran? ¿Tal vez mil? ¿Mil Hadas?

Cuando despertó vio a su lado a Andru, que dormía abrazado a

ella, por un instante pensó que lo de las hadas había sido un sueño, pero cuando se bajó de la cama vio huellas de tierra en el

piso y vio sus pies llenos de tierra y barro. Ana se llevó la mano a la boca para ahogar un grito. “Fue real” se vio los brazos y sus heridas estaban rojizas de nuevo.

618

FUNSICOG

El silencio dentro del autobús fue continuo, los silvestristas

descansaban a lo largo del viaje, no sonaban canciones, nadie conversaba, todos coincidían en querer cerrar los ojos,

dormitaban despertando en algún bache en la carretera y volvían a soñar donde se habían quedado. Bernardo Talo no estaba entre los silvestristas, había decidido entregarle su corazón a una

silvestrista, y junto a Diana se quedó en Santa Elena a cuidar de las hortensias y de la mujer que amaba. En su lugar una niña

dormía en los brazos de su mamá, soñando con la sonrisa de su papá Armando, Sofi y Sandra se unieron a este viaje emprendido por quienes deseaban conocer el silvestrismo, y en compañía de

Ana, Andru Esteban, Las Chicas Silvestristas, Los Silvestristas Llaneros y los Silvestristas de Bogotá se encaminaron a conocer a

dos Silvestristas, la cita era en Montería y según María Clara que dirigía desde el centro de mando en Valledupar, conocerían SILVESTRISTAS DE CORAZÓN GRANDE. Camila había conseguido

el permiso de su mamá Paula, quién debía quedarse a trabajar en Medellín, no sin ayuda de su amada abuela, “Nada es más

hermoso que verte feliz Camila” y con estas palabras, la madre silvestrista abrazó a su hija y la entregó a aquel grupo de jóvenes de mirada brillante en los que confiaba plenamente.

Ana despertó después de una extraña pesadilla, la cual no

recordaba, pero que le había sacado sendas lágrimas. A su lado Andru Esteban observaba meditabundo por la ventanilla del bus. Se observaron con ternura, Ana no pudo evitar ver los ojos

amarillos de Andru, y no pensar inmediatamente en Silvestre. Tenía la sensación que esa reacción inmediata de su mente

terminaría en volverla un poco más loca de lo que ya estaba acostumbrada a ser. Andru sin poder leerle el pensamiento, le brindó una sonrisa y volvió la mirada a la ventana. “A veces es

como si estuviera ausente, a miles y miles de kilómetros, aunque esté sentado a mi lado.” Pensó Ana. “Es diferente a Silvestre, por

619

más lejos que él este de mi lado, es cuando más cerca está de mí”.

Llegaron de noche a Montería, el conductor tenía órdenes de Eulises de llevarlos hasta un hotel del centro, donde los

aguardaban dos jóvenes silvestristas. Los viajeros los reconocieron inmediatamente, se saludaron como si fueran

amigos de toda la vida, el silencio había desaparecido y en pleno lobby del hotel la alegría de los silvestristas se manifestó.

- Hola Ana ¿Cómo estas? Dijo uno de los jóvenes. - Hola, bien y ¿Tú? Dijo extrañada con la familiaridad del

muchacho.

- Soy Nane, Nane Guardiola. - ¿Nos conocemos? Preguntó ella con cariño.

- Tú no me conoces, pero yo sí. Silvestre me ha hablado de ti.

Ana sintió el calor sofocante que le producía sonrojarse, lo abrazó

y le brindó su mejor sonrisa. A ellos se acercó el otro silvestrista que recibía a toda la delegación.

- Déjame te ayudo con tu bolso. Mi nombre es Josnar, Maria Clara nos dijo que eran varios silvestristas, pero no tantos.

Dijo riendo a carcajadas. - Gracias muchachos. Él es Andru Virviescas, mi novio. Dijo

Ana con el rostro enrojecido.

Los muchachos se saludaron con afecto, pero Ana no puedo dejar

de ver una interrogante en Nane Guardiola.

Los silvestristas después de registrarse en el hotel subieron a asearse para cenar. A las nueve de la noche se apoderaron del restaurante, la noche fue un ir y venir de platos y vasos. Varios

mesoneros se encargaron de atender a los hambrientos comensales. Ana apenas si tomó café, y se sentó apartada del

bullicio con Nane Guardiola y Josnar. Conversaron sin ser interrumpidos por el festín, Maria Clara había concertado aquella entrevista, para que Ana conociera FUNSICOG.

620

- Entiendo que Ustedes me conocen, lamento no decir que los conozca, sé algunas cosas sobre la Fundación de

Silvestristas de Corazón Grande, pero creo que me quedo corta, si digo que hacen una labor conmovedora.

- ¿Conoces algunos de los casos que hemos atendido en la

fundación de Silvestre? - Creo que tal vez uno o dos. Dijo Ana con la mirada clavada

en su café. - No te aflijas Ana. Dijo Nane. Es normal que no nos

conozcas bien, existen muchos casos, acciones o ayudas

que incluso pasan desapercibidas, no se trata de ayudar a alguien y hacer publicad con ello, es más bien trabajar,

ayudar, cumplir sueños y ser felices por lo que se logra día a día.

- Te conocemos por referencias de Silvestre. Dijo Josnar.

- Espero que sean más las buenas referencias que las malas, soy su fans, es todo.

- Silvestre nos comentó que escribiste un libro, una especie de diario, nos dijo que te contáramos sobre FUNSICONG, que quizás algún día te animarías a dejar por escrito de

qué se trata ser silvestrista.

Ana se quedó petrificada, la insinuación de que escribiera un libro como el diario de hace algún tiempo, la tomó por sorpresa. “Tiene

sentido, Silvestre tiene razón, siempre la tiene.” Pensó ella mirando la dulce mirada de Nane Guardiola.

- Si pedimos un termo de café y Ustedes no están cansados, podemos ponernos manos a la obra. Dijo Ana sonriente. Me

encantará en entrevistarlos para ese futuro Diario de Silvestristas.

A medida que Ana iba tomando algunas notas en algunas hojas

que le prestaran en recepción, sobre el nacimiento de la fundación, sus ideas iniciales, y las intenciones del artista en

colaborar a través de su arte o de ayudas económicas, de la

621

forma en cómo se conocieron, y hasta dónde había llegado su compromiso como silvestristas con la fundación, Nane y Josnar

narraron con alegría vivencias, trágicas, difíciles y de un contenido emocional muy fuerte. Ana intentó mantenerse incólume y no llorar, pero no le fue posible contenerse cuando le

mostraron fotos de silvestristas que tenían una vida muy difícil, pero que el brillo de sus ojos era el mismo de cualquiera de sus

amigos. Pasaron horas tomando café y conversando, hasta que los muchachos la dejaron para que subiera a su habitación a dormir. Pero Ana amaneció en el Lobby del hotel, escribía, todo

cuanto le habían comentado, cada caso, los asociaba a las fotos que le mostraron y sin tener sentido del tiempo escribió:

“Ser fanático regularmente no pasa del deseo de un autógrafo, hay quienes pueden soñar con una foto del

artista, o cruzar ciertos límites existenciales y hacerse un doloroso tatuaje eterno. Pero esta noche en una ciudad que

no conozco, he descubierto que no somos fanáticos, sino silvestristas, y que estamos llamados a cosas realmente grandes, tan grandes como la persona que admiramos. No

se trata de bailar, de cantar, ni de la foto o el saludo, no se trata de solo vernos como hermanos y querernos en la

distancia. Sabía que la alegría era un gen común en cada silvestrista, que somos alegres o buscamos esa alegría para ser felices. Pero qué lejos he estado todo el tiempo. Ser

silvestrista es llenar tu corazón no solo de alegría, sino entregar esa misma felicidad que has recibido. Esta noche

Nane me habló de una adolescente que era silvestrista antes de perder la vista, Nini, esta joven actualmente está en recuperación, pero no solo conoció a Silvestre, sino que él a

través de FUNSICONG la ayuda económicamente con las terapias. Me hablaron de Mauricio, un silvestrista que tiene

problemas graves en el movimiento de su cuerpo, condenado a una silla de ruedas, con problemas serios del habla y sin embargo, Silvestre un día, fue hasta su casa para

conocerlo, abrazarlo y darle un pedacito de su alma, un momento memorable para la vida de todos. Conversamos

sobre Yorgelis, una niña que vive en Venezuela y que luego

622

de esperarlo durante horas, él pudo verla, ella lamentablemente no pudo ver sus ojos amarillos, la niña

silvestrista lo abrazó, pudo conocer el olor de su piel, pero no lo pudo ver sonreír, y ella dentro de su inocencia le dijo “Silvestre yo te puedo ver con los ojos del alma”, ¿Cómo es

posible no entender de qué se trata todo esto? Josnar me habló de un niño, Brayan sobrevivió a una terrible tragedia,

donde muchos niños perdieron la vida al incendiarse el autobús donde se dirigían al colegio, algo que definitivamente marcará la vida del niño, y Silvestre siempre

Silvestre, él niño quiso conocerlo y todos lo vimos, él con su gorra y su acordeón de juguete, y Silvestre con su guitarra y

sus sueños, ¿Cómo no pude ver de qué se trataba? Y Katherine la hermosa silvestrista de ojos negros y profundos que vive en Ciénaga y que creí novia de Mathias, ella que

con todos los problemas de salud, tiene el coraje de ir a los lanzamientos, FUNSICOG, Nane y Josnar, todos son

cómplices, todo se trata de cumplir los sueños, incluso los sueños de los menos afortunados, de los que sufren, de los que realmente necesitan un poquito de ese amor que un

Silvestrista puede darles. Durante años he sido silvestrista pero sin entender porqué Melisa me llenó el alma, sin

adivinar por qué quise tanto Mathias y a mi inolvidable Teresa. Yo no sigo al artista, no sigo al cantante, yo sigo la alegría que emana de él como persona, y quiero tener cerca

muy cerca el calor del silvestrismo. Había conocido el brillo en los ojos, la sonrisa diáfana, el abrazo sincero, pero esta

noche descubrí, la bondad.”

623

624

SILVESTRISTA DE CORAZON

GRANDE

A las ocho de la mañana, los silvestristas abordaron nuevamente

el autobús, esta vez acompañados por Nane Guardiola y Josnar, los jóvenes insistieron en tener una gran sorpresa para los viajeros, la alegría que irradiaban juntos solo era comparable a

un día de excursión con tus mejores amigos. La única persona que se mantuvo en silencio esa mañana fue Ana, algo había

cambiado en ella, durante la hora que duró el viaje la muchacha se mantuvo ausente de todos, incluso de su novio Andru.

Ana recordó el día que eligió la carrera de abogado, tenía en sus manos dos planillas de inscripción, y todos los sentimientos revueltos dentro del pecho. Deseaba estudiar educación integral

para enseñar a niños con discapacidades o problemas de aprendizaje, pero su madre había insistido tanto en que lo más

loable que podía hacer era elegir una verdadera carrera, como la de médico o abogado. Ana lo meditó durante un buen tiempo y la

ilusión de luchar por los derechos de las personas inclinó la balanza por estudiar en la facultad de derecho. Después conoció a Rafael, y todo en su mundo cambió, las fiestas, la sociedad, el

dinero y la fama que precedieron sus estudios de derecho sepultaron a la Ana que deseaba hacer de su vida algo especial.

El frío que se concentra en los pasillos universitarios, el corazón de Ana se había congelado, se había logrado graduar con honores y trabajar para uno de los más importantes bufetes de la ciudad,

teniendo a su lado al hombre más adinerado del estado, Ana dejó de ser quien era. No fue hasta la noche anterior, en que recordó

sus sueños iniciales, y lo tibia que era su alma antes de ser abogado. “Perdí el norte, trabajé por dinero y reconocimientos y no hice nada por nadie.” Pensó. “Hace años cuando vi bailar a

Melisa, me enamoré de Silvestre Dangond por lo especial que fue con ella, pero en realidad era mi corazón que intentaba

descongelarse.” Ana observó por la ventana intentando contener

625

su corazón, se sentía como si la presión de su sangre se elevara, se estrujaba las manos intentando calmar su alma, alarmada ante

los descubrimientos recientes. Respiraba con dificultad y solo deseaba estar sola y escribir hasta el fin de sus días.

- Hemos llegado, en esta escuela entregaremos kits escolares cada niño. Dijo Josnar. Muchachos les

agradecemos que pase lo que pase en estas instalaciones mantengan la calma, en esta escuela hay niños con grandes discapacidades o especiales, y es necesario que se

sientan a gusto con nuestra visita, confío en que se portarán como solo puede hacerlo un Silvestrista de

Corazón Grande.

Los silvestristas bajaron del autobús, y fueron guiados por Nane

Guardiola al maletero para hacer entrega de los kits escolares, unos más emocionados que otros, recibieron amables cada bolsa

que contenía todo cuanto obsequiaba FUNSICOG a los niños de escasos recursos. Pero cuando un tropel de pequeñines, salieron a su encuentro, todos se conmovieron de las sonrisas en las

caritas inocentes de cada niño. Milena y Julian inmediatamente se inventaron un juego con los que podían moverse libremente, las

maestras ayudaban a algunos niños en sillas de ruedas y los silvestristas llaneros de dos en dos se adjudicaron a cada uno de estos niños. Ana vio a una pequeñita especial apartada del grupo

y fue directamente a hacerle compañía. Todos querían llorar, pero se contuvieron. Andru Esteban se colocó una de las narices rojas

que llevó Nane Guardiola e interpretó perfectamente a un payasito para los más pequeños. Ana sentía que su corazón estallaría en cualquier momento, muchos de los alumnos de aquel

colegio tenían los zapatos rotos y los uniformes desgastados. Cuál sería la sorpresa, un joven alto, de cabellos oscuros y vestido de

forma sencilla se bajaba de una camioneta blanca con un bolso lleno de dulces y caramelos. Los silvestristas permanecieron en sus posiciones incólumes, la sorpresa había llegado. Los niños lo

reconocieron y corrieron a saludarlo, con sus manitas lo tocaban y otros se abrazaban a él. Silvestre había llegado a la escuelita para

ser parte de la visita de FUNSICOG. No hubo fotos, ni gritos, ni

626

siquiera Milena o Camila hicieron el menor movimiento, era un momento especial para los niños, y los silvestristas se

comportaron como Silvestristas de Corazón Grande y no como fanáticos. Los juegos siguieron y poco a poco Silvestre fue entregando dulces y caramelos a todos, saludó uno por uno a

cada silvestrista, incluso a Andru, hasta llegar a donde estaba Ana con la pequeña María.

- Hola Ana. Dijo él. - Hola Silvestre. Dijo ella.

- Yo soy María. Dijo la niña alargándole los brazos, y Silvestre la cargó.

- ¿Te gusta el chocolate María? - Sí, mucho. Contestó la pequeña con una hermosa sonrisa

al recibir una enorme barra de chocolate de manos del

artista. Los niños clamaron por que se unieran a jugar, Milena

encabezaba una hilera donde fingían ser una enorme serpiente y Julian comandaba al otro equipo, así que Ana se unió al grupo de Milena y Silvestre y María al grupo de Julian, jugaron hasta que la

serpiente más grande derrotó a la más pequeña, todos rieron sin parar hasta que se llegó la hora del medio día y los niños tuvieron

que regresar a sus casas. Silvestre conversó con las maestras y ellas le pasaron una lista de necesidades, que en conjunto con Nane y Josnar se canalizarían por FUNSICOG. Andru intentó

mantenerse a raya para no sentir celos de Silvestre y abordó el autobús de primero. Los silvestristas se despidieron de su ídolo

como quien le dice adiós a un amigo, no sin antes agradecer la experiencia. Cuando Ana fue a despedirse de él, Silvestre la tomó de la mano pidiéndole que se quedara, que él, la llevaría de

vuelta al hotel. Cuando el autobús arrancó los silvestristas aplaudieron, gritaron llenos de emoción y se abrazaron unos a

otros. Esto es a lo que yo llamo comportarse como Silvestristas de Corazón Grande. Dijo Josnar.

Andru al final del pasillo del autobús, se sentó solo, enojado con Ana. “Se quedó con él” pensó, sin poder evitar sentir una oleada

enorme de celos golpearse contra el pecho.

627

EL DIARIO DE UN SILVESTRISTA

Por una angosta carretera que conducía a Montería, el autobús

silvestrista era seguido por la camioneta blanca, dentro del

vehículo solo iban dos personas, el conductor y su copiloto.

- Me resulta increíble verte manejar. Dijo la muchacha.

- Normal, hoy soy un hombre normal, sin guardaespaldas e incluso sin chofer. Contestó él.

- Debes extrañar hacer cosas tan simples como conducir.

Dijo ella. - Las extraño, pero cuando soy normal, extraño a mi público.

- ¿Una eterna batalla entre el hombre y el ídolo? - Es posible. Ana quisiera decirte el por qué te pedí que

vinieras conmigo y no con los muchachos.

- Es bueno que lo hagas, a mi novio no le debe gustar nada que estemos solos. Sonrió ella.

- ¿El muchacho que se parece a mí? Inmediatamente me di cuenta que no es silvestrista.

- No se parece a ti Silvestre. - Claro que sí se parece, tiene el cabello oscuro y los ojos

claros como los míos, lo que pasa es que es mucho más

blanco que yo y más bajito. - No se parece a ti.

- Ana tú no amas a ese muchacho. Dijo Silvestre. - Y yo te he dicho amigo mío que no pienso hablar de ese

tema contigo. Dijo ella esquivando su mirada.

- Eres terca como una mula. - Eso dicen. Contestó ella sonriendo.

Se quedaron en silencio. Él conducía despacio a una distancia moderada del autobús, ella solo observaba por la ventana

estrujándose las manos.

628

- Ana, qué te parece la labor que hacen Nane Guardiola y Josnar. Dijo al cabo de un rato.

- Es loable lo que hacen, más silvestristas deberíamos involucrarnos en la Fundación, y por lo que vi, existen muchísimas historias que deberían ser contadas algún día.

- Estamos de acuerdo, por eso quise aprovechando la visita a Montería, viniéramos a hacer una actividad de FUNSICOG,

quiero que escribas un libro, si es posible parecido al diario personal que hiciste, resulta ser que me gustó mucho.

- ¿Cómo que te gustó? ¿No estaba perdido? Nunca lo

recibiste. - Ana, las cosas aparecen, lo tenía un vigilante, investigué en

mi casa, y resulta que uno de los guardias lo recogió para entregármelo cuando regresara, pero se olvidó de él, estaba en el depósito. Lo leí hace pocos días.

Ana recordó las lágrimas que derramó al escribirlo, se vio así

misma riendo al escribir el delito de un fan, recordar las palabras de amor, la descripción de su primer beso; y saber que Silvestre leyó cada pensamiento de lo sucedido, le puso la cara como un

tomate.

- Te pusiste colorada Ana. - No es para menos, jamás pensé que en realidad llegara a

tus manos, me siento apenada.

- Es un libro muy movido, con sueños e incidentes, eres buena en lo que haces, no te detengas, continúa. Si hay

algo que me ha puesto el corazón contento es esta idea del Diario de un Silvestrista. Aprovecha tus viajes para que te firmen el libro hasta el último de los silvestristas si quieres.

El que ya escribiste me gusta mucho, porque no fue empujado, lo hiciste de corazón, entonces ahora no te

detengas, es una novela silvestrista y en tu camino como bien sabes, habrán muchas historias más, incluso cuentas con el librito de las Postales Rojas de Kennel.

629

Ana guardó silencio, recordando el momento en que Silvestre cargó a Sofí creyendo que era una de las niñas de la escuela, y

cómo los ojos de Sandra brillaron llenos de lágrimas por la emoción, su historia y la de su hija, la muerte de Armando y el legado que él les dejó a ambas, era un claro ejemplo para Ana

que debía escribir un libro silvestrista.

- Pero deseo contar cosas que sean irreales, sueños, inventos que acompañen las historias reales. No quiero escribir solamente sobre la vida real de los silvestristas. Si

hay algo que he aprendido al ser abogada, es que la vida sin ilusiones es demasiado fría, además me han pasado

cosas, las más extrañas que puedas imaginarte, incluso más que la presencia del duende. Creo que todo se trata de soñar y cumplir los sueños como fans y de eso debería

tratar el libro. - Me gusta. Dijo Silvestre. Mientras yo siga soñando, a

Ustedes les pasa lo mismo y eso nos mantendrá vivos.

Cuando llegaron al hotel, Ana se despidió de Silvestre con un beso en la mejilla, él sonrió para ella, al cerrar la puerta de la

camioneta él arrancó al tiempo que sonó el pito del vehiculo a forma de despedida de todos los silvestristas. Ana solo deseaba estar sola para poder escribir.

Estando en la habitación del hotel, alguien tocó a su puerta.

- Andru, pasa por favor. - Vengo a despedirme Ana.

- Por favor hablemos, déjame explicarte. Dijo ella. - Ana hay algo que debe hacer sin más demora en

Valledupar, creo que si no lo hago inmediatamente, ya no

lo haré. - Pero Andru, no tienes por qué ponerte así, Silvestre y yo…

- Ana tú eres su fan y yo te he apoyado en seguirlo, no tienes nada que explicarme.

- ¿No estás celoso?

630

- Claro que no, por qué tendría que estarlo. Él es un hombre casado y tu solo eres una fans. Dijo sin mirarla a los ojos.

Necesito ir a Valledupar, además llamé a mi padre y debo ir a encargarme de algunos asuntos de la librería. Te amo Ana, solo intenta regresar pronto a mi lado.

- Lo haré Andru, pronto volveremos a vernos, yo también te amo. Dijo dándole un tierno beso en los labios.

Cuando él se marchó, Ana recordó las palabras de Silvestre

“Ana tú no amas a ese muchacho”. Hasta donde será cierto lo que dijiste Silve. Murmuró la muchacha.

Durante varios días visitaron ciudades y pueblos cercanos a Montería, Ana se dedicó a escribir entrevistas, recopiló

información y se dedicó a redactar historias de todos los silvestristas que entrevistaba personalmente. Poco a poco los silvestristas fueron regresando a sus hogares, y como era de

esperarse cada quien fue regresando a su vida normal en cada una de sus ciudades, incluso Luisa, que era la más apegada a

Ana debió retornar a Villavicencio.

La última en irse a casa resultó ser Ana, que se tomó quince

días más de lo previsto, días en que vivió absorta en sus pensamientos, por las mañanas solía hacer entrevistas,

redactaba por las tardes y se corregía por las noches, había creado un universo literario donde se sentía segura. Cada vez que encontraba una salida para su historia el corazón se le

aceleraba, y las imágenes venían a su mente como por obra de magia, no tenía noción del tiempo, solo escribía.

La mañana en que llegó a Valledupar, inmediatamente llamó a Andru Esteban y quedaron de verse en la Plaza Alfonso López.

Ana se sintió en casa al ver las palomas caminar en busca de alimento. Los árboles susurraban al viento, ella se sentía en

calma consigo misma, el Diario de un Silvestrista se había convertido en la fuente de la tranquilidad que tanto deseaba.

631

ANDRU Y ANA

Andru se acercó sin que ella notara su presencia, él sin decir ni

media palabra, dobló su rodilla derecha y abrió una pequeña

cajita aterciopelada de color rojo. Cuando ella abrió la cajita, contempló una hermosa sortija de compromiso, que a diferencia de otras, la gema era roja, “un deslumbrante rubí para una

silvestrista”. Pensó Ana.

- Ana, mi amada Ana ¿Aceptas casarte conmigo? Preguntó

Andru.

Una libélula intensamente roja se posó sobre Andru , Ana se

sorprendió de verla allí como símbolo inequívoco de un amor eterno. Ella contempló al hombre del que se había enamorado, miró sus hermosos ojos amarillos, y la respuesta fue una y única:

- ¡Acepto! Contestó Ana. Andru enamorado de ella la abrazó, y ella enamorada de él, lo

besó, no había que renunciar al silvestrismo, ni tenía que esconder lo que sentía por Silvestre. Andru no tenía que esconder

ante ella sus sentimientos pasados ni ocultar los fantasmas que le pesaban, ella podía ser Ana la Silvestrista, y el podía ser Andru el

librero de una tierra mágica donde los duendes, las sirenas y las Marías Mulatas conviven entre el mito y la leyenda, los dos se sentían a salvo en la tierra de acordeones, los dos eran uno solo.

Ana dividió su tiempo entre la revalida de su título de abogado, la organización de la boda con Andru y el Diario de un Silvestrista,

ocupaciones que la hicieron olvidarse por completo de los sueños premonitorios con La Sirena de Hurtado y de Luisana, olvidó que

en la vida de Andru aún permanecía el recuerdo de otra mujer, olvidó por completo que el destino es inexorable y que suele complicar toda nuestra existencia.

632

El VESTIDO DE NOVIA

Ana observó detenidamente lo torcida que le había quedado la

costura del pantalón, con una tijera diminuta deshizo las

puntadas de la aguja, y lo intentó nuevamente, estaba concentrada por primera vez en mucho tiempo en tener una vida real, donde la ropa debía remendarse, la comida debía prepararse

y las telarañas de la casa debían limpiarse. Desde que llegó de su viaje silvestrista, Ana reordenó cada libro y cada objeto de su

casa, no se encontraba cómoda entre sus cosas, como si el acto simple de limpiar, le ordenara las ideas de la mente. Alguien tocó a su puerta y se pinchó un dedo. Atendió a la puerta con el dedo

en la boca. “No te chupes el dedo niña” fueron las palabras de Maria Clara, era una visita inesperada pero que llegaría tarde o

temprano, porque sus amigas silvestristas sabían cuándo y dónde se les necesitaba. “No sabes coser dame para acá y te enseño.” Su dulce Maria Clara llenaba el vacío de la hermana en

Venezuela, de la madre e incluso el de la hija que jamás tuvo.

- Maria Clara serás la madrina de mi boda. Dijo Ana. Y su amiga la abrazó echándose a llorar en sus brazos. Hablaré con Andru y creo que él entenderá que José Luís será el

padrino más grande de todos. - Debemos elegir el vestido más hermoso, uno se casa solo

una vez por la iglesia. - No tenemos mucho dinero María, así que no te emociones

tanto.

Precisamente a eso he venido, conversé con Aledys Gimenez, ella es una gran Silvestrista diseñadora de vestidos muy

famosa en el Valle, y aceptó encantada de hacer tu vestido, es un obsequio que te daremos Las Chicas Silvestristas, así que no tendrás más que elegir cómo lo quieres.

- No puedo aceptarlo. - Aceptarás y punto. Dijo Maria Clara. Solo queremos saber

si lo quieres blanco o rojo, o combinado.

633

Ana sonrió al imaginarse vestida de rojo el día que se infiltraron en la fiesta privada y Silvestre le besara la mano como a una

princesa.

- Debe ser blanco. Murmuró Ana.

- Pero Ana eres Silvestrista. Insistió María Clara. - Con un bouquet de rosas rojas. Murmuró Ana. Voy a

casarme con Andru Esteban, no con Silvestre. Y la mirada de la joven se clavó en el suelo de la casa.

- Hay muchos modelos, te he traído revistas y pronto llegará

Aledys para tomarte las medidas. Durante un buen rato, María Clara le enseñó a Ana cuanta revista

de novia tenía a la mano, Ana se sintió agobiada, no podía sacarse de la mente a Silvestre, y el vestido que ella usaría si la vida hubiera permitido que él estuviera en el altar en lugar de

Andru.

- Imposible elegir el vestido hoy, estas ausente Ana. ¿Qué

pasa? - Nada María, no pasa nada.

- Sí, como si yo no te conociera.

Tocaron a la puerta y al abrir, Ana se encontró con el brillo autentico de una silvestrista, se abrazaron al reconocerse.

- Ana debo medirte. Dijo Aledys. Ven súbete a esta silla. Durante un rato, Laura escribió algunas observaciones en su

cuaderno de notas.

- Pronto podrás medírtelo. ¿Ya tienes algo en mente? - Ni la más mínima idea. Murmuró Ana. - No te preocupes, te haré el vestido más bonito que una

novia haya tenido jamás. Será de corte largo, y los pliegos serán como olas que chocas en el mar, hace días soñé con

él, ya veras que te va a gustar mucho. - Deberías invitar a Silvestre. Dijo María Clara. Y los ojos de

Aledys brillaron intensamente.

634

- Olvídalo María, si Silvestre estuviera en la Iglesia, juro que no me caso.

- Que lastima Ana. Dijo María Clara. Se ha corrido la voz de tu boda y muchos silvestristas vendrán al valle nada más para verte en el altar.

- No puede ser María, nosotros no tenemos dinero, no habrá fiesta, no tenemos nada que brindarles a los silvestristas.

- No es necesario Ana, a un silvestrista no le falta que le organicen fiestas, él se las arregla solito. Anímate.

- Mi madre, mi hermana y ningún familiar vendrá, aún no me

perdonan lo de Rafael. - Normal Ana, ya se les pasará algún día. Katherine ha

escrito y dice que estará aquí para la boda con Martín. - Será difícil verlo, es como la fotocopia de Mathias. Suspiró

Ana.

- Listo, terminamos, tengo todas las medidas necesarias para tu vestido novia silvestrista.

- Aledys el vestido es blanco. Dijo Maria Clara. - Si lo sé. Contestó la modista. Yo soñé con el vestido.

Esa noche Ana decidió acostarse temprano, intentó poner su

mente en blanco, se sentía presionada con todo lo de la boda con Andru, y solo deseaba sentirse menos aturdida, logró convencer a su mente y se quedó profundamente dormida. Estaba en frente

de un enorme espejo y llevaba puesto un vestido de novia, tan blanco como las nubes, su cabello estaba ornamentado con flores

blancas diminutas y se lo habían ondulado, contempló el sencillo maquillaje que la hacía verse más joven de lo que en realidad era, la luz blanca que entraba por la ventana se posaba en cada

uno de los diminutos diamantes del vestido, Ana resplandecía con luz propia. Estaba sola, llamó a Maria Clara pero no respondió.

Vio sobre una mesita un ramo de rosas rojas y lo tomó entre sus delicadas manos.

- Te ves hermosa Ana. Dijo una dulce voz que Ana reconoció de inmediato. Teresa estaba a su lado.

635

- Teresa, mi niña. Dijo Abrazándola. Que lindo está tu cabello Teresa, te ha crecido mucho. Teresa tenía una

tristeza muy grande dibujada en el rostro. - ¿Pasa algo Teresa? - Solo estoy triste, te vas a casar sin amor Ana, tú amas a

otro hombre.

Ana sintió que las lágrimas brotaron de inmediato, trató de contenerse por el maquillaje, pero no pudo. “Teresa lo sabe” Pensó Ana.

De pronto Teresa ya no estaba, y Ana salió del lugar donde

estaba el espejo y la mesita, estaba descalza con el vestido de novia puesto y el bouquet de rosas en las manos. Escuchó el sonido inconfundible de las olas, y al salir de la casa entendió por

qué la luz era tan resplandeciente, estaba en medio de una playa desierta. Ana caminó para sentir la arena bajo sus pies. Cuando

el mar rozó sus tobillos, vio como las olas del vestido contrastaban con las olas del mar y se sintió en paz.

- ¡Estás hermosa! Dijo una voz a sus espaldas. Ana sin moverse, se quedó contemplando el horizonte, cuando de

pronto la luz de la mañana se confundió con un hermoso atardecer. El hombre que le había hablado, se acercó y le pasó los brazos por la cintura. ¿Te he dicho que te amo?

Susurró el hombre en su oído. - Sí, me lo has dicho. Dijo Ana cuando dos gruesas lágrimas

corrieron por su rostro maquillado. Sin poder soportarlo se voltio para verlo a los ojos sin zafarse de sus brazos. “Sus ojos amarillos, él lo sabe”. Pensó Ana.

Despertó a la luz de un nuevo amanecer, se levantó, caminó descalza por la casa, se desnudó al frío de la mañana y sin más se metió bajo la regadera para que el agua fría le espantara la

tristeza.

636

ROSAS ROJAS

Era domingo y como todos los domingos, las personas que

tienen familiares o amigos en el cementerio, deambulan entre las

lápidas, leyendo los nombres de quienes han partido, buscan el nombre de algún artista famoso de Valledupar, o completamente perdidos buscan la tumba de quien en vida los amara. Este fue el

caso de Ana, esa mañana decidió comprar rosas rojas para llevárselas a Teresa, pero no lograba dar con el lugar del

cementerio donde reposaban los restos de su amada silvestrista. De pronto se dio cuenta que una bandera ondeaba al viento con una estrella blanca, se acercó a esa lápida al ver la bandera del

silvestrismo y leyó en la misma “Elkin Alfonso”. Ana sintió un profundo dolor al entender que era la bandera silvestrista de un

fan de Silvestre Dangond, se sentó a un lado de la tumba y rezó una plegaria por su alma. “Tenemos ángeles que nos cuidan y que desde el cielo cantan las canciones de Silvestre para que

podamos oírlas, allí aguardan nuestra llegada para bailar eternamente entre las nubes.”

Ana no pudo evitar llorar por Elkin Alfonso, por Armando el papá de Sofi, por Teresa, incluso lloró al recordar la sonrisa de su

padre, algo que vio pocas veces en vida, pero que estaba dentro de su mente como si acabara de suceder. Se levantó y siguió

caminando entre las diferentes lápidas, hasta dar con la de Teresa. Para su sorpresa un joven estaba allí y al igual que ella, llevaba en las manos rosas rojas. Ana se quedó allí de pie sin

poder moverse.

- ¡Hola Ana! No esperaba encontrarte en este lugar. Dijo Mathias al verla.

- Mathias, yo tampoco creí volver a verte.

El muchacho de cabellos rubios y piel pálida, se levantó y le dio

un dulce abrazo y besó su mejilla.

637

- Estás muy bonita, sé que vas a casarte y te deseo que por

fin encuentres lo que buscas. - ¡Mathias! Ana no pudo decir nada más.

- Estoy bien Ana, si en algo te puede ayudar, quiero que sepas que soy feliz, en mi vida hay un nuevo amor.

Ana no dijo nada más, no podía decirle nada de lo que le estaba

pasando, simplemente sonrió y se despidieron. Ella lo vio irse y cuando desapareció tras los árboles del cementerio, se arrodilló a los pies de la tumba de Teresa, dejó las rosas al lado de las de

Mathias. Y le contó a su amiga hasta el más íntimo de sus secretos.

Cuando Ana regresó a su casa, el alma le pesaba menos, tener la certeza que Mathias era feliz con otra mujer le dio tranquilidad,

pero la paz le duró muy poco. Fabiola la mujer que causó que Andru estuviera al borde de la muerte, estaba esperándola afuera

al lado del cañahuate.

638

A la memoria de Elkin Alfonso.-

639

FABIOLA MENDOZA

Los ojos verdes y penetrantes de la mujer, se clavaron en Ana.

Los rojizos y ondulados cabellos de la muchacha danzaron con

elegancia cuando el viento los acarició, llevaba puesto un hermoso vestido blanco, y Ana sintió una punzada de rencor en el estómago.

- ¿Qué desea señorita? Preguntó Ana. - Hablar con Usted, mi nombre es Fabiola Mendoza, soy la

novia de Andru Virviescas y creo que le interesará hablar conmigo.

- Yo soy Ana Andrade Mantilla. Dijo Ana. Soy la novia de Andru Esteban, así que creo que a Usted también le interesa hablar conmigo.

Ana abrió la puerta de la casita y dejó entrar a Fabiola, le señaló

con mucha educación el sofá donde podía sentarse, y aunque sentía ganas de sacarle los ojos, respiró tranquilamente y le

sostuvo la mirada.

- La escucho señorita Fabiola. Dijo Ana sentándose y

cruzando las piernas, como si se tratara de una entrevista de trabajo.

- Por su decoración veo que también es silvestrista.

Ana sintió como le ardía el rostro, recordar a Silvestre coqueteando con aquella muchacha de rojos cabellos, la hizo sentir aún más incómoda.

- Mis preferencias musicales, no vienen al tema, quiero saber

qué hace Usted en mi casa, que yo sepa fue novia de Andru, y por cierto casi lo mata a golpes su otro novio.

- Mariano no es mi novio, fue mi amante. Dijo Fabiola con

una ligera sonrisa en el rostro.

640

- Sus romances no son de mi incumbencia, sea clara, tengo cosas que hacer.

Ana quería ahorcarla con sus propias manos, pero intentó contener la mujer que estaba apunto de explotar dentro de sí

misma.

- Como sé bien, Usted es una mujer inteligente, y entenderá que Andru sigue enamorado de mi, verá, nuestra relación ha sido especial para él, y entiendo que intente casarse con

Usted, pero es solo por despecho, yo sigo siendo su novia y lo mejor para Usted señorita Andrade, es que deje las

cosas como están, sería tan triste verla vestida y alborotada en el altar.

- Su tono burlón está demás Fabiola, lo que Usted haya

tenido o tenga actualmente con mi prometido, es solo asunto suyo, y lo que haga yo o deje de hacer no es de su

incumbencia, soy una mujer de paz, de derecho y justicia, pero si no se va inmediatamente de mi casa, le aseguro que va a salir desfigurada a la calle. Evitemos caer en una

situación estúpida por un hombre, hable con Andru y resuelvan sus asuntos Ustedes.

- Le advierto Ana, aléjese de Andru o se va a lamentar por el resto de su vida, ya antes he espantado putas más hermosas de la cama de mi novio. Dijo Fabiola al

levantarse. Ana la vio cruzar la calle y entrar a la librería del señor Andrés.

Ana abrió los puños y contempló cómo las uñas se le habían

clavado en la piel, en un intento por no caerse a golpes con Fabiola. Temblando, marcó el número de Andru. Ana sintió que

revivía la sensación de engaño que había tenido que afrontar años antes con Rafael.

En el teléfono celular de Andru sonó la contestadora. Ana cerró la puerta de la calle, buscó un vaso y le echó dos cucharadas de

azúcar. “Si Andru me ha estado engañando con esa mujer, juro

641

por todos los dioses que voy a golpearlo hasta que me ardan las manos” Pensó.

- Cálmate Ana. Dijo intentando respirar. Esto es lo que precisamente quiere esa mujer, que cometas una tontería.

¡Cálmate! Y la única forma que encontró para calmarse fue colocando un CD de Silvestre Dangond en el reproductor de

la sala.

642

FABIOLA Y ANDRU ESTEBAN

Pasadas unas horas desde la visita inesperada, Ana logró

contenerse de la ira que sentía, cruzó la calle y fue en dirección

de la librería. Don Andrés le dijo que Andru Esteban había salido a hacer una diligencia por el Guatapurí, el hombre no vio cuando Ana tomó una nota del mostrador, se despidió con cariño y salió a

la calle intentando no gritar de rabia. “Te espero en la Sirena Dorada,

eternamente tuya Fabiola.” Ana rompió la nota y sin pensarlo, se

dirigió directamente al pozo de Hurtado donde permanecía incólume La Sirena Dorada del Guatapurí.

Ana recordó el día que vio a Rafael con otra mujer, su semblante

pálido y descompuesto, incapaz de poder dar una excusa a la presencia de la otra en su habitación, lo último que ella se había enterado era que Rafael se había terminado casando con la joven

con la que la había engañado y que tenían ya varios hijos. Ana se sintió llena de un odio profundo, como si el tiempo no hubiera

transcurrido, como si en lugar de haber ido al Bar “Mi Gente”, se dirigiera a su casa a buscar un arma. “Ustedes no van a burlarse de mi, otra vez no” Se dijo a sí misma. Sin darse cuenta ni cómo

ni cuándo, llegó casi sin oxigeno al puente del Guatapurí.

- No puede ser, esto no puede ser. Murmuró Ana al ver a Fabiola con Andru en la orilla del río, en frente a La Sirena Dorada. Andru sostenía la mano de Fabiola y ella sonreía

para él. Ana corrió por la calle hasta llegar a donde ellos estaban y si mediar palabras se arrojó con todo el odio de

su corazón sobre ambos. La mirada de sorpresa de Andru se cruzó con la mirada encendida en fuego de Ana.

- ¡Ana déjame explicarte! Dijo Andru Esteban. Pero fue

demasiado tarde, los tres cayeron irremediablemente al Guatapurí. Ana intentaba sujetar a Fabiola que reía a más

no poder.

643

- Te voy a matar con mis propias manos, desgraciada. Dijo Ana sintiendo que explotaba de la rabia por las risas

Fabiola. Andru intentaba nadar para alcanzarlas pero la corriente del río las arrastró con violencia.

De pronto Ana comenzó a tragar agua, Fabiola intentaba

hundirla; y en un disparate de su mente, pensó en Silvestre. “Ana, quiero pedirte algo. No quiero que vayas más al río Guatapurí, por favor, aléjate de ese río. No sé cómo explicártelo,

pero no te quiero más allí”. Ana sintió que su odio se trasformaba en miedo, recordó sus sueños y las advertencias que le prohibían

ir al Guatapurí. “Voy a morir ahogada, Fabiola va a ahogarme” Pensó.

Ana intentó zafarse de Fabiola, pero la muchacha la tenía agarrada por la larga cabellera, y la corriente las arrastraba rápidamente, Andru nadaba desesperado detrás de ellas.

- ANDRU SALTE DEL RÍO, VETE DE AQUÍ. Gritó Ana al

entender que los dos podían morir en ese instante. - ANA, ANA RECISTE, SUELTALA FABIOLA QUÉ HACES,

SUELTALA. Gritó el muchacho.

Ana sintió como dos manos la tomaron por los pies, y la arrastraban a la profundidad del río. “Dios La Sirena de Hurtado” “Perdóname Silvestre, perdóname”. Pensó Ana perdiendo el

conocimiento. Se estaba ahogando.

644

LA MUERTE DE ELLA

Al anochecer pobladores del pozo de Hurtado, Maria Clara, José

Luís y Andru Esteban, buscaban con lámparas en las manos a Ana

y a Fabiola, se habían hundido mientras peleaban. Ante los gritos de Andru, varios muchachos se lanzaron al agua para intentar ayudarlos, pero solamente Andru Esteban había sobrevivido.

Durante horas buscaron los cuerpos de las dos mujeres. María Clara entre lágrimas llamaba a grito en cuello a su mejor amiga.

“No puede estar muerta, Dios no te la lleves” rezaba la joven. “Ana, qué le voy a decir a Silvestre.” La voz se había corrido por todo Valledupar, a las doce de la noche las autoridades daban por

muertas a las dos jóvenes que habían caído peleando en el río Guatapurí. Entre los voluntarios para buscar a las desaparecidas,

se encontraba un anciano de fuerte contextura, que llamaban los moradores como “El Pez”, este hombre conocía todos los recodos del río y si él no las encontraba, no las encontraría nadie. Andru

estaba desbastado. “Jamás debí venir, esto es mi culpa, primero mi madre, ahora la mujer que amo.” Sintió que ya no había

esperanza de encontrar a Ana o a Fabiola con vida.

- José Luís, hay que avisarle a Silvestre, a la familia de Ana,

a los silvestristas. - Amor mío no llores que me rompes el corazón, cálmate que

Ana debe estar río abajo, ella es fuerte. La chinita no va a morir así. Dijo apunto de llorar el hombre tan grande como un árbol. Podemos avisar a los silvestristas, pero cómo

carajo le aviso yo a Silvestre que Ana desapareció. - Ve a la casa, encontrarás mi libreta telefónica, allí está el

número de Eulises Oliveros, cuéntale todo lo que ha pasado y él se encargará del resto. Avísale a Luisa que ella sabrá qué hacer con los silvestristas. El corazón de María Clara no

podía con la tristeza que se le echaba encima.

645

Linternas, fogatas, lámparas de gasoil, antorchas, por todas partes habían luces en la mano de cada voluntario. Andru se

sentó en una piedra enorme y dejando caer su antorcha al río, no pudo más y se puso a llorar a la luz de la luna llena que los acompañaba en la búsqueda.

646

LAS MIL HADAS DE LA LUNA

La muchacha vio un árbol gigante a través de la ventana con

barrotes, una centena de luces amarrillas lo adornaban

resplandeciente, las luces tenían formas diminutas de mujer, “Las mil hadas de la luna” Pensó. Ella estaba sentada en una cama mullida de sábanas blancas. Y un gato negro de ojos amarillos le

hacía compañía.

- ¿Donde estoy? Preguntó la joven al gato.

El gato alzó una pata y con su áspera lengua lamió

esmeradamente sin responder la pregunta.

- Pili jamás maúlla, no esperes que responda a tus

preguntas. Dijo Luisana. - ¿Estoy muerta?

- No lo sé. Dijo Luisana. - ¿Son hadas? Preguntó la joven señalando el árbol de la

calle.

- Sí, son las Hadas de la Luna, siempre aparecen cuando algo malo va a pasar. Y de pronto todas las hadas se

convirtieron en libélulas doradas que abandonaron el árbol, el cual quedó a oscuras. Yo las vi durante meses antes de ahogarme en el Guatapurí.

Al decir ese nombre, la muchacha recordó que alguien la había

arrastrado hasta la profundidad del río. Sintiendo un frío insoportable, los dientes le castañearon y vomitó enormes

cantidades de agua sobre tierra, estaba ahora a la orilla de un río iluminado únicamente por la luz de la luna.

La muchacha desfalleció sobre la tierra, tenía algo entre las manos a lo que se aferraba como si de ello dependiera su vida, antes de perder nuevamente el conocimiento, vio cómo la cola

enorme de un pez brillaba en la superficie del agua.

647

A UNA SIRENA

Camino a Valledupar conducía un joven de mirada cansada, se

sentía realmente triste, como si su corazón no pudiera recuperar

el ritmo acompasado que solía tener, durante días había tenido malos presentimientos con respecto a Ana, pero jamás creyó tener que salir en medio de la noche ante la llamada de su

silvestrismo.

- Ana se ha ahogado en el Guatapurí. Fue todo lo que pudo

entender de la llamada de su amigo Eulises.

Al parecer la joven había hecho caso omiso de sus advertencias, e inevitablemente algo muy malo había pasado, varios silvestristas refirieron en redes sociales la desaparición de la muchacha en el

Guatapurí, algunos la daban por desaparecida, otros habían concluido que ya lo que deseaban era que aparecieran sus restos

para poder despedirla como la gran silvestrista que había sido. Se sentía al borde de las lágrimas, pero se contuvo, intentando

pensar que solo estaba desaparecida.

- No voy a llorar porque tú no has muerto Ana. Dijo.

Intentó recordarla con su camisa roja y sus zapatos deportivos del mismo color y de trenzas blancas, que él le regalara la noche

en que la recogió en plena carretera y bajo un diluvio de agua, caminando prendida en fiebre. La vio sonreír en sus recuerdos de

los diferentes conciertos a los que ella asistiera, cómo entre en mil rostros su luz se hacía sentir, y bailaba como poseída por el

acordeón. “Mi Ana” Pensó, y sonrió al recordarla sentada en la arena de la playa y su larga cabellera negra al viento. Su fan incansable que descubría siempre la manera de encontrarlo y

aparecía en cualquier lugar como por arte de magia. La vio en sus recuerdos a todo galope y apunto de caerse de “La Catira”, y se

vio así mismo corriendo como el viento sobre Bucéfalo, por

648

salvarla, él no comprendía cómo podía querer tanto a su fan, y cuando su mente le recordó cada uno de los besos que se habían

dado, Silvestre se orilló al lado de la carretera, y sin poder más lloró, no solo por Ana, sino por cada uno de sus silvestristas, por los que ya no estaban, por Kaleth su gran amigo que apenas

empezaba a vivir cuando había tenido que marcharse. El corazón de Silvestre tenía heridas muy grandes que en noches como esa,

regresaban para mostrarle cuánto había vivido.

- Si te has ido Ana. Dijo Silvestre. Si el Guatapurí te ha

alejado de mí, serás mi sirena de Hurtado, y jamás voy a olvidarte, tu alma siempre estará en esas aguas, siempre

estarás en el valle.

Cuando secó sus lágrimas, continuó su camino con fe y esperanza

de que al llegar, la noticia fuera que Ana, no era una sirena, sino que había aparecido. Eran las tres de la madrugada cuando

Silvestre llegó al Guatapurí a encontrarse con el destino.

649

TALITO

Diana, Bernardo Talo y Chimuelo habían llegado al Valle la

noche de la desaparición de Ana, querían estar presente para la

boda y que al reunirse todos vieran que Chimuelo había regresado a casa sano y salvo y entregarlo así a Dallys, pero en esta oportunidad, el gato negro no permanecía en las manos de

Diana, sino en las manos de un silvestrista más pequeño, el hermano menor de Bernardo Talo, al cual todos llamaban Talito,

que aún teniendo diez años, era uno de los grandes silvestristas de su tierra. El niño sostenía a Chimuelo, mientras su hermano y Diana ayudaban en la búsqueda de las muchachas desaparecidas.

El niño vio un joven alto y gorra negra, que se bajaba de una gran camioneta e intentaba pasar inadvertido entre la multitud, lo

siguió con la mirada y vio cómo el joven con una linterna se dirigía río abajo. De pronto Chimuelo se soltó de sus brazos y

corrió en dirección del desconocido. Talito por miedo de perder a Chimuelo corrió detrás del gato sin avisarle a nadie.

El niño y el gato, pasaron corriendo al lado del joven de gorra, quien decidió seguirlos con la linterna en mano.

- ¿Niño a dónde vas? Preguntó el hombre. - Es Chimuelo, mi gato, está escapando. Dijo el niño

corriendo detrás del animal. - ¿Chimuelo? ¿Será posible?

Silvestre recordó el gato negro de ojos enormes que encontrarán en Villavicencio y que quedara al cuidado de una silvestrista. Corrió detrás del niño, con el corazón acelerado, era una

coincidencia muy grande que el gato del niño se llamara Chimuelo y que en ese preciso instante corriera río abajo.

650

LA MUCHACHA

Chimuelo dejó se correr y se acercó lentamente a un cuerpo en

la orilla del río, Talito tomó entre sus brazos al gato y se

sorprendió al ver que alguien estaba allí.

- Señor venga rápido, Chimuelo encontró a alguien.

Silvestre se acercó con la linterna y al alumbrar a la persona que estaba en acostada sobre la orilla vio una mano pálida que sujetaba un zapato rojo de trenzas blancas, Silvestre sintió que el

corazón se le aceleraba de forma vertiginosa.

- Niño ve por ayuda, corre trae a todos, diles que encontramos a alguien.

- Talito reconoció a Silvestre inmediatamente, y se quedó

petrificado. - ¿Cómo te llamas niño?

- Talito. Contestó el niño. Y soy Silvestrista. - Pues Talito, esto es urgente, corre ve por ayuda.

Sin más el niño reaccionó y salió corriendo con Chimuelo en los

brazos. Silvestre alumbró el rostro de la mujer que había encontrado, la tomó entre sus brazos, intentando saber si aún

estaba con vida.

- Respira, ella respira. Dijo Silvestre. Le tocó el rostro como

si aún no pudiera creer que era ella. La muchacha estaba empapada de pies a cabeza, él la abrazó sintiendo su

cuerpo helado. Intentó darle calor pero fue inútil, ella estaba tiritando de frío. No puedo esperar más, dijo el muchacho, entonces, la alzó entre sus brazos y salió a la

calle, cuando una ambulancia llegó en ese instante a auxiliar a la muchacha que había aparecido con vida.

Silvestre subió con el paramédico a la unidad y se sintió vivir cuando, escuchó decir: “Va a estar bien señor, la muchacha va a estar bien.”

651

OJOS AMARILLOS

La muchacha despertó sintiendo un dolor espantoso por todo su

cuerpo, se sintió mareada y de inmediato vino a su mente los

ojos verdes de Fabiola. Vio que se encontraba en la habitación de una clínica y un joven la observaba angustiado, pero sus ojos no eran verdes, sino amarillos, dorados y hermosos. Ella sonrió al

verlos, no le importó el dolor de los huesos, pero recordó de pronto todo lo que había ocurrido, y sintió ganas de llorar.

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están ellos? - Ana, por favor con calma, llevas días inconciente, ya me

tenías preocupado. - Silvestre por favor qué ha pasado. - Tú, Andru y Fabiola cayeron al agua, Andru está bien, fue

el primero en ser auxiliado, pero tú y la otra muchacha desaparecieron, a ti te encontramos río abajo. Pero a

Fabiola aún la están buscando. Creo que ella sí se ahogo. Tengo entendido que esa mujer intentó ahogarte o eso

dicen los testigos, pero lamentablemente la que se ahogó fue ella.

Silvestre vio lo afectada que estaba Ana y solo la sostuvo entre sus brazos, mientras ella lloraba por lo que había ocurrido.

- Ha sido mi culpa, jamás debí acercarme al Guatapurí. Debí dejar que Ellos se quedaran juntos. Andru debe estar

odiándome. Y gruesas lágrimas brotaron de los ojos negros de Ana.

- No Ana. Dijo Andru desde el umbral de la puerta. Debí ser sincero contigo, todo esto es mi culpa.

- Ana mejor espero afuera. Dijo Silvestre.

- No por favor, no te vayas. Dijo la muchacha aferrándose a su mano. ¿Andru por qué no me dijiste que tú y Fabiola

652

habían vuelto? ¿Para qué me pediste casarnos si aún la amabas?

- Ana, yo no había vuelto con Fabiola, solo conversábamos en el Guatapurí, pero no voy a mentirte, la amo locamente, y puse en riesgo tu vida, porque ella intentó ahogarte, lo

siento mucho Ana, de verdad quería que empezáramos una nueva vida.

- Yo creo que lo mejor es que espere afuera. Insistió Silvestre, incómodo por la situación.

- No Silvestre. Dijo Andru. El que debe irse soy yo, no pierdo

la esperanza de encontrar a Fabiola con vida. Ana siempre ha querido a una sola persona a su lado y ese eres tú, sé

que lo de Ustedes no es posible, eso lo sabemos todos, pero en este momento Ana te necesita y eso es todo lo que debe importar. Lo siento Ana, no sé como explicarlo pero

cuando digo que te amo, es cierto, las amo a las dos.

El joven de ojos claros clavó la mirada en el suelo, y con las manos en los bolsillos se alejó de la habitación. La pena que

emanaba de él por otra mujer, era tan grande, que Ana sintió dolor al verlo así. Se sintió agotada por todo lo sucedido, ver a

Silvestre a su lado, tal cual como ocurría cada vez que colocaba sus canciones, él tenía el don de espantar hasta las más terribles tristezas. Él se sentó en una silla sin soltar su mano, y ella se

quedó completamente dormida, como si Silvestre estuviera cantando para ella en ese instante.

653

ANA ANDRADE MANTILLA

Al despertar se vio rodeada de varios rostros conocidos, sonrió

para sus amigas, pero buscó los ojos amarillos de Silvestre dentro

de la habitación, y constató que él ya no estaba.

- Silvestre se ha ido Ana. Dijo Luisa.

- Ha tenido que irse, estaba retrasado para un concierto, tú sabes cómo es nuestro artista de responsable. Dijo Milena con una enorme sonrisa.

- ¿Cómo te siente Ana? Preguntó Maria Clara. El doctor te ha dado de alta, así que podemos irnos a casa.

- Dejen a mi chinita tranquila que aún está aturdida de tanta agua que tragó. Dijo José Luís brindándole una enorme sonrisa.

Las Chicas Silvestristas, Maria Clara y José Luís se encargaron de

llevar a Ana a su casa. Cuando entraron a aquel lugar, Ana se sorprendió al ver ramos de rosas rojas por todas partes, el olor de

su hogar jamás había sido tan placentero. Ana miró a sus amigas, quienes se despidieron con abrazos y sonrisas sin decir nada, y Maria Clara le entregó en sus manos un sobre sin remitente, que

decía únicamente “ANA”.

Lamento irme sin despedirme, pero duermes tan plácidamente que me fue imposible despertarte. No sabes el susto tan grande que me has hecho pasar, espero que de ahora en adelante te alejes del peligro y te dediques al diario de un silvestrista. Sobre tu cama dejé el zapato rojo que creo que te hacía falta, lo tenías en la mano cuando te encontré en la orilla del río, también dejé allí tu cadenita con la libélula, las enfermeras me la entregaron cuando te

654

hospitalizamos. Mientras sigas siendo mi Fan y yo tu artista sé que nos veremos siempre, eres muy importante en mi vida y lo sabes, no dejes de escribir y mantente a salvo, nos volveremos a ver, cura tus heridas, no hay nada que no se pueda superar, hoy seguramente estás triste por todo lo ocurrido, pero Ana lo peor ya pasó.

Siempre tuyo Silvestre

Post data: Rosas Rojas para mi cenicienta silvestrista.

Ana tomó una rosa y se sentó al borde de la cama, vio el zapato rojo perdido, se colocó nuevamente su cadenita de la libélula y

fue cuando se percató que no llevaba puesto el anillo de compromiso. “Seguramente lo perdí”. Buscó entre sus cosas,

encontró el otro zapato y se los colocó, respiró el aroma de la rosa y se acostó con la intensión de dormir todo lo que su alma le permitiera. “Soy Ana Andrade Mantilla, soy silvestrista, yo puedo

con esto y con mucho más” Pensó quedándose dormida.

655

LA BODA SILVESTRISTA

Las Chicas Silvestristas cuidaron de Ana durante algunos días, le

llevaban comida o le hacían compañía por las tardes. Muchos

silvestristas que habían llegado a Valledupar por la Boda Silvestrista, visitaron a Ana y la emoción de ver a grandes amigos, la ayudaron a salir de su aturdimiento, Katherine y

Martín, Gunter y Stefany, Yuli Caicedo, Alejandro y Yaliana, incluso su gran amigo José Jorge y Rossana la visitaron. Danielita

que ya era toda una mujer hecha y derecha, Pichicho, Walter Quintero y Víctor Pinzón, los amigos de Mathias, le llevaron diferentes detalles de otros silvestristas. Ana se sintió agradecida

con el cariño que todos le profesaban por el solo hecho de ser silvestrista, algunos habían asistido para la boda que no se dio y

otros más pesimistas habían llegado para su velorio, que tampoco se dio, lo importante es que fuera lo que fuera, estaban allí para ella. Ana recibió tres vistas que incluiría en el Diario de un

Silvestrista, la primera de ellas fue la de una pareja de silvestristas que llevaron a su hijo, el bebé de apenas cuatro

añitos cantaba todas las canciones de Silvestre y sabía bailar como él, Joaquín era un niño venezolano que se robó la ternura de la gente la noche en que Silvestre lo subió a tarima, el

pequeño Joaquín le robó el alma a Ana y su visita fue una de las que más le brindó la alegría que necesitaba.

La segunda se trató de una Silvestrista que había viajado a conocer Valledupar desde México, Bellaneida le contó a Ana las

cosas terribles por las que había pasado en su vida, que incluía malas amistades y alcohol, lo increíble de los malos entendidos en

su vida y de la oscuridad que reinó durante tanto tiempo, es que solamente pudo salir a flote y con vida de ese mundo a través de la música de Silvestre, se abrazaron sintiéndose hermanas y

prometieron volver a verse pronto, Ana se sintió tranquila al ver la intensidad de su mirada. “Bellaneida estará a salvo” Pensó.

656

La tercera visita fue muy difícil para Ana, Eileen una de Las Chicas Silvestristas, llevó a una joven que deseaba conocerla, ella

era Jhoanna Avellaneda, cuando Ana le vio el brillo intenso en la mirada sintió ganas de llorar, se parecía mucho a Teresa, ya que no tenía cabello, Ana pensó que tenía cáncer, pero la muchacha le

explicó que tenía problemas de calcio en los huesos, pero que no era cáncer.

- ¿Y tú cabello? Preguntó Ana. - Nunca he tenido cabello, tengo cerrados los poros de mi

cabeza Ana. Dijo la joven con una enorme sonrisa. - ¿Jamás? Insistió Ana.

- Jamás, pero no me molesta. Murmuró la joven.

Ana apreciaba tanto su larga cabellera negra, que se sintió triste,

y aunque para la joven no tener cabello era algo normal, Ana entendió que el silvestrismo sustituida en esa joven cualquier

carencia. “No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar.” Pensó Ana. La visita de la joven de hermosa sonrisa, le dio fuerzas a Ana para salir del encierro al que se había confinado

durante días. Salió a caminar por el valle, meditando sobre las cosas que le habían contado los silvestristas, sobre las hermosas

palabras de la niña que veía en Silvestre a un padre, lo enamorados que estaban Diana y Bernardo Talo, lo animados que se veían todos los silvestristas aunque no hubiera boda. Y sin

pensarlo más regresó a casa, preparó su equipaje y aceptó la invitación de Yaliana a regresar a Taganga por un tiempo.

Cuando abordó el autobús con rumbo a la costa de Colombia, y dijo adiós a los amigos, tuvo la sensación de que se alejaba del

lugar más mágico del planeta, vio los cañahuates florecidos y sintió la tristeza de dejarlo aunque fuese por un tiempo; se

despidió del valle de las hadas, un lugar donde Las Sirenas de Hurtado, custodian los secretos de la tierra de la que brotan los inmortales.

657

MI SEGUIDORA Y YO

Mientras las silvestristas viajaban rumbo a Taganga, el chofer

del autobús colocó una emisora de radio, y el locutor anunció,

una canción que hacía algún tiempo Ana no había escuchado. “Y con Ustedes Silvestre Dangond y Me gusta, Me Gusta.” Dijo la voz en el radiotransmisor. La silvestrista no pudo dejar de

emocionarse, esa canción le trajo el recuerdo más alegre que conservaba en su corazón, era la canción que había intentado

bailar con Mathias, la primera vez que estuvo en el Bar “Mi Gente” años atrás cuando emprendiera su vida de silvestrista, se vio así misma contemplando por primera vez el rostro del hombre

que se convertiría en el centro de su universo. Al son de la alegría de la voz de Silvestre, Ana había aprendido a bailar vallenato y a

festejar el hecho de estar viva. Escuchó atenta la canción y sintió cómo la alegría se le metía en el cuerpo nuevamente. Yaliana sonrió al ver a la Ana de siempre. “La magia de la música” Pensó

Ana.

A continuación sonaron en la radio una melodía del cantante lenta y sentimental “Que no se enteren” y Ana observó por la ventana cómo se alejaban de la tierra de cañahuates y la melodía la hizo

sentirse completamente enamorada y llena de vida. “Es la melodía que invoqué cuando sentí miedo ante Kennel.” “Ay amor,

amor, amor de mi alma” “Será imposible hacer un diario de silvestristas sin las canciones de Silvestre”. Y como por arte de magia sonó la canción de Armando y Sandra, “La Colegiala”, Ana

se emocionó mucho al escucharla, los imaginó bailando por primera vez, sin importar que luego la muerte, los separara por

un tiempo. Ellos fueron felices y se entregaron el uno al otro sin medidas, y de ese cariño nació una gran silvestrista, nuestra Sofi.

- Está buena la música Ana. Dijo Yaliana. - Si lo está. Dijo Ana tatareando la canción.

658

El locutor anunció una de sus canciones favoritas del artista y como cómplice de Ana colocó “La Indiferencia” ella se vio con

todos los muchachos en la plaza de Bosconia tiempo atrás, cantando a coro una de las canciones que más le gustaba en ese entonces, se sintió feliz de saber que sus silvestristas eran felices,

cada uno a su forma y manera. Ya el programa de radio silvestrista estaba por terminar y por cosas de la vida colocaron

“Tu Rey Soy Yo”, Ana recordó cuando Silvestre le dedicara esta canción, y todo entre ella y Mathias se terminara. Había vivido durante años de las canciones de su artista, no tenía idea de lo

profundo que la música vallenata había calado en su ser, Venezuela y la frivolidad de la vida que llevaba en ese país era

cosa del pasado, ahora una nueva tierra le abría los brazos para que fuera feliz para siempre.

Durante varias semanas Ana permaneció en la casita de madera de Yaliana, alejada de todos sus amigos, por las tardes daba

largos paseos, meditando sobre los sentimientos de las personas que había conocido, intentando entender “El Silvestrismo” y por las noches lograba escribir hasta muy tarde a la luz de lámparas

de gasoil. Había decidido hacer un único libro a mano, por eso transcribió las postales rojas de Kennel, para que todo formara

parte de un único libro, contó historias de muchos silvestristas, resumió algunas otras, y sin ella quererlo Silvestre aparecía siempre como el personaje que los unía a todos, que entregaba

tanto de sí mismo que no había más remedio que dejar que el libro se escribiera prácticamente por su cuenta.

En noches estrelladas Ana solía encender una fogata a la orilla de la playa y revivir sus recuerdos, las heridas por fin se habían

desvanecido desde que se le volvieran rojizas, cuando casi se ahoga en el Guatapurí. A veces se sentía intranquila con los

sueños con Fabiola, la veía transformada en una hermosa sirena, con sus cabellos rojizos al sol; y sus ojos verdes penetrantes solían asustarla cuando ellos se fijaban en su alma. También

soñaba con Andru Esteban, y cuando eso ocurría la tristeza rondaba su alma durante días, se habían amado en realidad, pero

Ana había comprendido que el hecho de que encontrara a su alma

659

gemela, no significaba que ella pudiera quedarse en esa oportunidad. Por eso prefería soñar por las noches con Silvestre,

verlo cantar o sonreír, eran la misma cosa, saberlo feliz con su familia era lo más importante, porque precisamente el hogar que tenía su artista era lo que le daban a él la base para hacer felices

a los silvestristas. El cariño del fan tenía un lugar seguro dentro del corazón de Silvestre y eso pocas veces se hace posible, su

amor por él, así como el de miles y miles de silvestristas, estaba a salvo, “su silvestrismo del alma”.

Una tarde en que Yaliana se encontraba haciendo compras en Taganga, Ana estaba en la playa, llevaba puesto un vestido

sencillo de color blanco y sus zapatos silvestristas, sentada en la playón, se examinaba la rodilla derecha donde a veces sentía puntadas, la herida del concierto donde perdiera un zapato. Tenía

a mano el bolso rojo donde llevaba el diario y varios bolígrafos, ya el libro estaba terminado, pero aún no se atrevía a colocar la

palabra “FIN”. Cuál sería su sorpresa cuando vio llegar a un joven con una guitarra a la espalda, se lanzó sobre él, feliz de verlo.

- ¿Cómo te sientes Ana? preguntó él - ¡Feliz! Exclamó ella. Soy feliz, pero ¿Cómo supiste dónde

estaba? - ¡María Clara! Dijo guiñándole un ojo. - ¿Y esa Guitarra? Quiso saber ella.

- Le he venido a traer serenata a mi seguidora. Dijo sonriente.

Se sentaron en la arena frente al mar y bajo la luz del atardecer,

Silvestre escribió “SILVESTRISTA” en la arena y Ana se quedó mirando su tatuaje “Urumitero…” “Su silvestrismo lo es todo para

él” Pensó ella. Silvestre comenzó a cantar una canción que ella conocía muy bien “Mi Seguidora y Yo,” Ana se emocionó muchísimo al verlo interpretarla para ella, y la cantaron juntos.

En un arrebato le rozó la boca. Él Sonrió ruborizado. Por primera vez Ana le había robado un beso a Silvestre como fan. Él siguió

cantando para ellla.

660

“Y no sé como hacer cuando la tengo de frente, siempre la tengo presente aunque a veces no este a mi lado…”

Ana y Silvestre vieron revolotear una libélula roja a su alrededor, y rieron juntos. “La libélula de Julia y Kennel” Pensó Ana. `

“Y esta vez lucharé pa tenerla para siempre…”

“Y se sabe cada una de mis canciones, y es inevitable que no se emocione…”

Ana aplaudió emocionada y Silvestre soltó una carcajada al ver la alegría de su fan.

- Ana ¿El diario? Preguntó Silvestre ¿Lo escribiste? - Sí, aquí está. Contestó ella sacándolo del bolso. Pero no he

logrado tener las fuerzas para colocar la palabra FIN. Dijo dándole un bolígrafo rojo. - No sin ti.

Silvestre se acercó a Ana y le dio un tierno beso en la frente, con una ternura única, ella había entrado en su vida de una forma

que solo los fans pueden entender. Se miraron como cómplices de una gran aventura, él no se sentía más grande que sus fans,

sino que los miraba como sus iguales, aunque sus seguidores lo vieran como si fuera inalcanzable. Los ojos de él brillaron intensos

para Ana, y en los ojos negros de Ana brilló el mismísimo sol, su alma había encontrado paz, se había curado de las tristezas del pasado, gracias al silvestrismo.

- “En otra vida, en otro tiempo, en otro mundo, nuestra

historia será posible”. Pensó Ana al verlo fijamente a los ojos amarillos que tanto amaba. “En esta vida seré tu fan, pero en otra vida, estaré más cerca de ti, más cerca de lo

que estoy ahora.”

Silvestre tomó el bolígrafo, abrió el Diario de un Silvestrista en su última página y sujetando con delicadeza la

mano de Ana, escribieron:

661

FIN.-

662

SILVESTRE

EL ÍDOLO

663

SILVESTRE

EL CANTANTE

664

SILVESTRE

EL ARTISTA

665

SILVESTRE

EL INVICTO

666

SILVESTRE

EL MÚSICO

667

SILVESTRE

EL PAPÁ

668

SILVESTRE

EL ESPOSO

669

SILVESTRE

EL AMIGO

670

EL PRINCE Y SU PAPÁ

671

ORTA PAZ/BLOOM

672

DANGOND / DANGOND

673

SUS MUCHACHOS

674

PAPÁ E HIJO

675

VENEZUELA/COLOMBIA/ECUADOR

676

SUS FANS

677

SUS FANS

678

SILVESTRISMO/MONAQUISMO

679

SU CORAZÓN

680

SUS FANS

681

SUS FANS

682

SUS FANS

683

SUS FANS

684

SUS FANS

685

SUS FANS

686

SUS FANS

687

SUS FANS

688

SUS FANS

689

SUS FANS

690

DIARIO DE UN SILVESTRISTA

SUS FANS

691

SUS FANS

692

EL GRAN KIKE

693

CARLOS MENDEZ “EL PADRINO

DEL DIARIO”

694

EL DIARIO DE UN SILVESTRISTA

695

CLUBES

696

LOS TIBURONES DE TAGANGA

697

EL ÍDOLO Y LA FAN

698

EL DECÁLOGO DEL SILVESTRISTA

1º Honraré día a día la bandera roja del silvestrismo,

a ella deberé mi lealtad, alegría y sueños.

2º No existe tristeza, amargura, dolor, despecho,

aburrimiento, miedo, depresión, o desamor que no

encuentre cura en el silvestrismo. No hay nada que el

silvestrismo no pueda curar.

3 Dedicaré “constancia, paciencia y corazón” a mis

ilusiones; y no habrá nada que no pueda lograr. Es mi

deber, perseguir mis sueños, jamás deberé darme

por vencido.

4º Es mi deber ser alegre, soñador, solidario,

paciente y tolerante.

5º Amo a mis hermanos silvestristas, quienes en

todo momento están a mi lado, con su mejor sonrisa; y

bajo ningún concepto me han de dejar solo. No hay

nada que el silvestrismo no pueda solucionar.

6º Entregaré lo mejor de mí al club o batallón

silvestrista al que pertenezco. Cuando se sueña en

grupo, no hay nada que pueda detenerte.

7º Seré tolerante con aquellas personas que no

entienden el silvestrismo. No me desgastaré, eso es lo

que precisamente desea hacer la oposición. Que nada

perturbe mi alegría.

8º Que no exista el descanso, hasta tanto no haya

asistido a un lanzamiento de Silvestre Dangond.

699

9º Pase lo que pase, permaneceré firme a Silvestre

Dangond, porque yo soy silvestrista y mi corazón late

al mismo ritmo que el del silvestrismo.

10º Que el silvestrismo encuentre en mí, al más grande

de todos los fan de Silvestre Dangond.

Amaré por siempre al silvestrismo del alma

700

10 COSAS QUE NO DEBE HACER UN SILVESTRISTA

1º Si tienes un concierto de Silvestre Dangond al día siguiente, no

ingieras bebidas alcohólicas o trasnoches, o no podrás aguantar lo

que viene; esto le pasa a silvestristas como Gunter Zerpa y

siempre anda insoportable el día del concierto.

2º Jamás persigas el carro en donde trasladen a Silvestre; y

menos si aún no sabes manejar bien; Carolina Méndez hizo esto

en Venezuela, y casi mata de un infarto a los pobres silvestristas

que iban con ella.

3º Si has descubierto por donde pasará Silvestre Dangond, sea

un aeropuerto, hotel o calle, no te muevas de tu lugar, o

lamentarás haberte ido a comprar comida, sino pregúntenle a

José Solis, lo que se siente.

4º Un buen silvestrista controla sus nervios de fan, recibe con

una hermosa sonrisa a Silvestre, y ayuda a que los demás

presentes se calmen, de lo contrario el caos hace que nuestro

artista deba ser resguardado inmediatamente. Esto se aprende

con Jennifer Rivera, ella aunque está loca por Silvestre, siempre

nos ayuda a controlarnos y por ella tenemos las mejores fotos

silvestristas.

5º Nunca te confíes que alguien te tome una foto con Silvestre,

asegúrate de tener a mano tu cámara fotográfica, los nervios son

701

traicioneros y todo se olvida en ese momento, Isamar Velásquez

tiene varias historias al respecto.

6º Asiste siempre a los conciertos de Silvestre Dangond en

zapatos deportivos o pagarás la novatada. Marlyn Becerra

después del lanzamiento de “No me compares con Nadie” no

podía caminar.

7º Nunca asistas a un concierto de Silvestre Dangond, sin tu

camisa roja y la Bandera de tu Club o Batallón. Silvestristas como

Isa Monsalve aunque les toque lejos de la tarima, hacen llegar su

cariño a Silvestre y él les corresponde siempre.

8º Un silvestrista jamás arroja cosas al escenario, que no sea su

bandera, camisa o gorra del Club. El mejor momento es cuando

Silvestre te señala que se la pases o que la arrojes mientras habla

saludando al público. Un silvestrista jamás interrumpe las

canciones. Leira Daza nunca ha dejado de hacerlo, y tiene varias

camisas sin lavar en casa.

9º Si tu mejor amigo te dice: “Aquí te paso a Silvestre” créele, no

hagas como Walter Quintero, que habló con Silvestre Dangond

pensando que era una broma y hasta el sol de hoy se lamenta por

no haber dicho todo lo que le hubiera gustado decir a su artista.

702

10º En el silvestrismo por la emoción que nos ocasiona ver a

Silvestre, siempre cometerá una novatada, pero al menos no

cometas las nuestras y crece como fan.

DIARIO DE UN SILVESTRISTA

703

NUESTROS EMBLEMAS

704

705

706

707

708

709

710

711

712

713

714

715

716

717

718

719

AGRADECIMIENTO

ESPECIAL A LOS CLUBES

SILVESTRISTAS: CON NOMENCLATURA DE CONTROL DEL DIARIO PARA LA FIRMA

DEL LIBRO

EN COLOMBIA

001.- REVOLUCIÓN SILVESTRISTA DE BUCARAMANGA (RUTA

I/II)

002.- CLUB SILVESTRISTA DE BARRANCABERMEJA (RUTA I/II)

003.- CLUB SILVESTRISTA DE AGUACHICA (RUTA II)

004.- BATALLON SILVESTRISTA DE SANTA MARTA (RUTA I/II)

005.- BATALLON SILVESTRISTA DE BARRANQUILLA (RUTA I/II)

006.- CLUB SILVESTRISTA DE TAGANGA (RUTA I/II)

007.- CLUB LA MATRACA SILVESTRISTA (TURBACO) (RUTA I/II)

008.- CLUB FANS SILVESTRISTA DE BARRANQUILLA (RUTA II)

009.- CLUB SILVESTRISTA DE VILLAVICENCIO (RUTA II)

010.- CLUB FAMILIA SILVESTRISTA DE BARRANQUILLA (RUTA II)

011.- CLUB LA HEROICA SILVESTRISTA (RUTA I/II)

012.- BATALLON CIENAGUERO (RUTA I/II)

720

013.- EL TROPEL SILVESTRISTA (RUTA I/II)

014.- CLUB SILVESTRISTA DE SANTA MARTA (RUTA I/II)

015.- CLUB SILVESTRISTA DE LA SABANA (RUTA II)

016.- CLUB SILVESTRISTA DEL SINÚ (RUTA II)

017.- CLUB SILVESTRISTA DE SINCELEJO (RUTA II)

018.- CLUB IMPERIO SILVESTRISTA DE SOACHA (RUTA II)

019.- CLUB SILVESTRISTA DE MEDELLIN (RUTA II)

020.- GRUPO SILVESTRISTA DE CALI (RUTA II)

021.- CLUB SILVESTRISTA DE UBATE (RUTA II)

022.- CLUB SILVESTRISTA DE ACASIAS- META (RUTA II)

023.- CLUB SILVESTRISTA DE SOLEDAD (RUTA II)

024.- CLUB SILVESTRISTA DE OCAÑA

025.- CLUB SILVESTRISTA SIN FRONTERAS

026.- CLUB SILVESTRISTA FAMILIA DANGOND - BOGOTÁ (RUTA

II)

027.- CLUB SILVESTRISTA DE DUITAMA (RUTA II)

028.- CLUB SILVESTRISTA DE IBAGUE (RUTA II)

029.- CHICAS SILVESTRISTAS DE BARRANQUILLA (RUTA II)

030.- CLUB SILVESTRISTA DE PLATO (RUTA II)

031.- CLUB SILVESTRISTA DE MALAMBO (RUTA II)

721

032.- CLUB SILVESTRISTA DE CÚCUTA (RUTA II)

EN VENEZUELA

V-01 BATALLON MARACUCHO

V- 02 CLUB SILVESTRISTA DE MERIDA

V- 03 BATALLON SILVESTRISTA DE SAN CRISTOBAL

V- 04 CLUB SILVESTRISTA DE PUNTO FIJO

V -05 CLUB SILVESTRISTA DE BARQUISIMETO

V- 06 CLUB SILVESTRISTA BARINAS

V – 07 CLUB SILVESTRISTA DE PUERTO LA CRUZ

V-08 CLUB SILVESTRISTA DEL TIGRE

V- 09 CLUB SILVESTRISTA DE MATURIN

V -10 CLUB SILVESTRISTA DE PUERTO ORDAZ

EN EL MUNDO

E- 01 CLUB SILVESTRISTA DE ECUADOR

CH – 01 CLUB SILVESTRISTA DE CHILE

EU – 01 CLUB SILVESTRISTA DE EUROPA

M- 01 SILVESTRISTAS EN MEXICO

P-01 SILVESTRISTAS EN PANAMÁ

722

723

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES

A Dios por darme el don de contar historias, sin su presencia en

mi vida nada sería posible.

A mi familia por comprender la naturaleza de mis locuras, por

apoyarme con la paciencia, optimismo y cariño infinito. Muy

especialmente quiero darle las Gracias a mi Madre, a mi hermana

Karito y a mi sobrino José Humberto “El Tiki”.

A Silvestre Francisco Dangond Corrales, por llenar de alegría

mi vida, por dedicarle al silvestrismo su existencia misma. Sin él

este libro no existiría, sin él nuestros ojos no brillarían como lo

hacen. Dios te bendiga eternamente “Mi Silve”.

A nuestros queridos Basilio Orta Paz y Carlos Bloom, Ustedes

hacen posible la existencia misma del silvestrismo, se han

convertido no solo en nuestros guías, sino que incansables,

trabajan porque nuestros sueños se hagan realidad y hacen que

la felicidad del silvestrismo llegue a cada rinconcito de nuestros

países.

Al silvestrismo, a cada uno de los silvestristas que me han

apoyado y entregado el cariño y comprensión a lo largo de todos

estos años. A todos los que gritaron “Súbela” “Que suba” en el

Lanzamiento de Sigo Invicto, estoy en deuda con Ustedes.

Al padrino Carlos Méndez, quien no solo bautizó el diario, sino

que se ha encargado que llegue a las manos de cada silvestrista

en las redes sociales. “Sin ti padrino, mis sueños no serían

realidad”.

A Jorge Pérez Carranza, el cómplice más grande que un

silvestrista puede tener, a mi hermoso ángel de la guarda por

724

haber cuidado de mis sueños durante todo este año. Eres mi vida,

mi más amado silvestrista, un hermano y mi corazón te

pertenece.

A la Dra. Mercedes Sánchez, por su guía, corrección e

incondicional apoyo, sin ella, yo no hubiera tenido la oportunidad

de concluir este hermoso sueño.

Al Charles Medina, por su apoyo incondicional de tantos años,

por tantas historias de nuestro hermoso valle, aún en la distancia

te siento viviendo en la casa del lado querido amigo.

Quiero agradecer muy especialmente a Gunter Zerpa, Jennifer

Rivera, Leira Daza y José Solis, quienes desde el inicio del

Club de Puerto Ordaz, han llorado y reído a mi lado. A Katherine

Castaño, Andrea Martínez, Isamar Velásquez, Namapi,

Carolina Méndez, Niurca y Kike Barrios, Lorayne López,

Germaxis, Walter Quintero, Víctor Pinzón, Pichicho, La

Pechy, Yaliana, Gloris, Yorle, DJ Carlos, Javi, Tavo, Daniela,

Isa Monsalve, Yuli Caicedo, Maximilliam Valdez, Nini Soto,

José Luís Torres, José Jorge Oñate, Emma y Yahir, Daniel

Esteban Virviescas y Armando Paz, sin ustedes no existirían

los capítulos del diario que tanto nos hacen reír y soñar.

Finalmente y tal vez el agradecimiento más importante de mi

vida, a ti querido lector, gracias por llorar y reír al lado de

nuestros personajes, eres tú el principio y fin de todo cuanto has

vivido al leer Diario de un Silvestrista, estamos destinados a

soñar, porque hemos sido condenados al éxito, nunca permitas

que te digan “que no se puede” cree en tus sueños y ve por ellos.

Marlyn Becerra Berdugo.-

Escritora Silvestrista