Diarios de cuarentena - Omint

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Diariosde cuarentena

Espacio de escritura talleres SeniorsEspacio de escritura talleres Seniors

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Desde la ventana

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Autores: Emilce Cassinelli

Alicia CastelliLucia Critto

Marta De BuonoCristina Flores

Jorge KentMari MaquieiraLuis MariscottiMarisa Matta

Hebe OttolenghiMario Rodríguez

Graciela SiscaStella Soteras

Carlos TcherkesianAna Términe

Rubén WaynsztokMaría Inés Zavalía

Historias en cuarentena en el espacio seniors de Omint

Idea y selección:Silvia Paglieta

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Ventana: del latín, ventus, lugar por donde pasa

el viento.

¿También pasan las palabras?

Los textos que constituyen esta antología, hecha en tiempos de afectuosos encuentros virtuales y pandemia, son el producto de la labor con personas inscriptas en el Programa Seniors que continuó

sin perder un solo encuentro, en formato online, con los grupos TEOS y PALABREROS, con varios años de trabajo sostenido.

Desde la labor pedagógica y didáctica que desarrollo reconozco que se ha cuidado expresamente el uso del vocabulario, aunque se reservan expresiones coloquiales por razones que exigen los

personajes, los diarios escritos en primera persona y a mano alzada, todos requerimientos de la coherencia y cohesión textuales.

S. P.

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Prólogo

Un año atrás tuve el honor de escribir el prólogo del libro Piedra de Agua. En el mismo mencionaba con esperanza que esa antología fuera “el inicio de otras iniciativas que, realizadas con tanto entusiasmo, promuevan los valores humanos y la realización plena de sus autores”.

No pasó mucho tiempo para que se cumpliera esa expectativa. En un año tan particular como 2020 se gestó Diarios de Cuarentena, título que resume los inesperados y extraños momentos que todos tuvimos que atravesar como individuos y como sociedad.

Aislamiento, encierro, soledad, temor, incertidumbre, fueron experiencias frecuentes que el espacio de escritura de los talleres Seniors seguramente logró mitigar.

Ese espacio permitió canalizar la creatividad y favorecer la resiliencia, a través del encuentro social, afectivo y emocional de sus participantes.

Es un orgullo para Omint que este grupo tan valioso de entusiastas escritores pueda llevar su mensaje a través de esta nueva publicación.

Dr. Vicente Andereggen

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Índice

Prólogo, Silvia Paglieta 11Prólogos, Carlos Tcherkesian y Stella Soteras 12

Diario de pandemia / Grupo TEO, Silvia Paglieta 15Y todo quedo en suspenso, Mari Maquieira 16Reflexiones de pandemia, Lucia Critto 17Diario de la corona, Luis Mariscotti 18Literatura, divino tesoro, Jorge Kent 19Proezas de cuarentena, Mari Maquieira 20La cuarentena hoy, Alicia Castelli 22Diario de la corona, Luis Mariscotti 23Tiempos de cuarentena, Alicia Castelli 24Carta a mis emociones, Marisa Matta 25Cuarentena, Graciela Sisca 27Crónica de mi cuarentena, Lucía Critto 28La esperanza en tiempos de pandemia, Rubén Waynsztokt 29Esquivarnos / la rutina, Mari Maquieira 31Unos días más, Alicia Castelli 32Llamados telefónicos, Mari Maquieira 33Retorno en tiempos de pandemia, Jorge Kent 35Un amor en tiempos de coronavirus/Crónica de prensa,Marta De Buono 36Cosas de la convivencia, Luis Mariscotti 37

Diario de Pandemia, Grupo PALABREROS 39Cruel dama, Stella Maris Soteras 40Diario de la cuarentena, María Inés Zavalía 41Aroma a libertad con chocolate, Cristina Flores 42Escribir en tiempos de peste, Mario Rodríguez 43Porque te amo, no te beso, Stella Maris Soteras 45Diario de la epidemia, Emilce Cassinelli 47Saldremos, Ruben Waynsztok 49Más conscientes, María Inés Zavalía 50Una cuarentena disparatada, Ana Términe 51Cuarentena, Mario Rodríguez 52Amigos, Stella Maris Soteras 53Cuarentena / Diario en solfa, Mario Rodriguez 55Por Emilce Cassinelli, Emilce Cassinelli 57Diario de una cuarentena, Mario Rodríguez 58Cena de gala, Stella Soteras 59Hola, Rubén Waynsztok 60Otra narración al estilo de balada, María Inés Zavalìa 62

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Textos ficcionales de TEOs y PALABREROs 66Emilce Cassinelli 67Noticias de un marino viejo lobo de mar 68El gato negro 71La candelaria 73Historias de catacumbas 75Alicia Castelli 78La carta 79Noticias lejanas 81Hablar de amor 83Derechos 85Lucía Critto 87Anécdotas de mi vida 88Marta De Buono 94Todo está lejos 95Diálogo con el escarabajo azul 96Una foto, un olvido 98Chez-Toi ou Chez-moi 100Cristina Flores 101Tren Londres-Edimburgo 102Montag ¿está vivo? 104La opción 105Confusión de amor 106Jorge Kent 107El hombre sapo 108Ofrenda 112Mitigación 113Mari Maquieira 114El mal menor 115El bolso de la señorita Ofelia 117Luis Mariscotti 119Carta abierta a mis lectores 120El abuelo 123Marisa Matta 126Tango finlandés 127Poca libertad 128La niña del rayo 129Amor prematuro 130Hebe Ottolenghi 132Carta de Montag a Clarisse ya muerta 133El centro comercial 134Lo que tengo 135Regreso 136

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Aquelarre de Fantasmas 137Ya no estaba allí 138Mario Rodríguez 139Ya no estaba allí 140Carta de Montag a Clarisse 141Eleonora y La carta encontrada 142Un tipo raro 144Graciela Sisca 147Como ojitos verdes 148Stella Maris Soteras 151Cruel dama 152Una dama inglesa 153Una historia de pocas palabras 155Carlos Tcherkesian 158Viaje durante la cuarentena 159Ana Términe 161Carta a mi abuelo Francisco 162Lo mío es diferente 164El tren 166El instrumental 168Rubén Waynsztok 169Huetel 170Nuevo viaje 171María Inés Zavalía 173De la foto a la historia 174El fantasma de la guitarra 177

Cuando volvamos a encontrarnos, Ana Términe 181El día después, Ruben Waynsztok 182Yo te daré un abrazo, Cristina Flores 183De las (in)certidumbres y otras yerbas, Mario Rodríguez 184El mundo de mañana, Alicia Castelli 185Aliento, Jorge Kent 186Un modelo para armar, Marta De Buono 188La pospandemia, Lucía Critto 189¿Cómo me imagino la salida?, Ana Términe 190Libre pero no tanto, Mari Maquieira 191El tiempo, un misterio, Mari Maquieira 193Necesaria interacción, Luis Mariscotti 194Templar la ansiedad, Marisa Matta 196Final para cuarentena con cartas y desencuentros, Mario Rodríguezi 197

Unas pocas palabras finales, Silvia Paglieta 198

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1 Prólogos

Nos pensamos siempre como personas libres, nos pensamos siempre juntos y mirándonos a los ojos.

Conocemos desde lejos las penas de los otros, las guerras, las luchas, los dolores. Todo pasa por la TV y nuestra pequeña pena suele desvanecerse en poco tiempo.

Sin embargo, esta vez es distinto. Lo que pasa en la TV va ocurriendo en nuestras vidas. Un día salimos y hay menos negocios. Otro día nos avisan que no podemos ir a visitar pacientes. Otra vez no podemos salir.

No sale nadie a la calle y quedamos de este lado de nuestras ventanas.

Al principio la supervivencia se torna hasta divertida. No nos peinamos, no nos teñimos, limpiamos, hablamos por teléfono, hacemos videollamadas.

Hasta que nos encontramos con nosotros mismos, con lo que somos. En el caso que nos ocupa, nos volvemos a descubrir leyentes y escribientes, lectores y escritores.

De este lado de la ventana están la computadora, los cuadernos, las biromes. Los textos. Los libros.

Y en la ventana digital, nuestros rostros digitales. Pero no son digitales.

Somos nosotros, que nos encontramos seguros del afecto y de la construcción de este oficio de la palabra que seguimos.

La pandemia es seguir la esperanza.

Es esperar.

Es estar juntos.

Lic. Silvia Paglieta

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De pronto irrumpió la pandemia y nos cambió la vida. Quizás debiéramos practicar el extrañamiento que nos propone Julio Cortázar. Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables1, observando así los cambios que sobrevendrán para encontrar en ellos lo maravilloso de la vida.

Los escritores de Omint contamos en esta publicación lo que sentimos, creando relatos. Contribuimos, de esta manera, a pensar ese mundo de un futuro cercano como una oportunidad.

Carlos Tcherkesian (Teos)

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En este libro estamos diciendo presente de la manera que más nos seduce hacerlo, por medio de la escritura.

El mundo fue sorprendido por un hecho infausto, la pandemia del COVID-19. Es probable que a algunos les hará perder su norte.

Somos un grupo de personas a quienes la vida les ha dado tiempo y armas para afrontar dificultades; seguramente este suceso nos estimule para seguir creando aún en un nuevo escenario.

Quizás un designio divino nos reunió a quienes compartimos el deseo de que nuestras emociones estén sobre un papel.

Seremos resilientes, acompañándonos después del naufragio.

Seguiremos creando con nuestras palabras, contribuiremos así a reconstruir el mundo mejor que nos espera.

Stella Soteras (Palabreros)

1Cortázar, J. (1962). Instrucciones para subir una escalera. En Historias de cronopios y de famas. Buenos

Aires, Argentina: Editorial Minotauro.

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Visillos

Primero el calor, marzo.

Después poco a poco se fueron cerrando los visillos.

Había que empezar a abrir las ventanas hacia adentro.

La propias ventanas,la propia luz.

S. P.

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Diario de pandemia / Grupo TEO

Cuando las vidas están unidas por encuentros semanales donde somos barcos que navegan en palabras, donde la gente se saluda, se abraza, toma café, charla y comparte libros, es muy difícil de un día para el otro construir fronteras que, si bien son tomadas con humor y hasta con cierto tono de juego, luego instalan la distancia.

No hay besos, no hay abrazos.

En el ambiente circula el alcohol. Y circula el miedo. Un día, de esos tantos que nos preparamos para el encuentro, nos avisan que, para cuidarnos y siguiendo las pautas generales y nacionales, no nos veremos, en principio, por una semana.

No digo que no nos sorprendió, pensamos que podría ser más tiempo, pero nunca tanto.

Tenemos miedo, tenemos cuidado, tenemos precauciones. Tenemos todo eso. El coronavirus está entre nosotros. Ya no les pasa a los otros. Nos está pasando.

La lectura y la escritura son nuestra medicina.

S. P.

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Y todo quedó en suspenso

La orden vino de arriba,

y todo quedó en suspenso,

ni compras, ni ventas,

ni pagos, ni cobros,

ni abrazos, ni besos.

Los pesimistas creían que todo era en vano;

los optimistas, que valía la pena;

Los díscolos se rehusaban;

los bien pensantes, obedecían.

La ciudad parecía muerta,

o dormida.

Las calles, vacías;

la gente, en sus casas.

Leía, pensaba, escribía poesía.

Los consejos arreciaban;

los mensajes se atropellaban;

las parejas hablaban;

las familias se unían.

Era una pausa obligada,

de la que saldríamos fortalecidos,

habríamos desaprovechado una oportunidad irrepetible,

de examinar nuestra conciencia,

nuestra vida.

Mari Maquieira

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Reflexiones de pandemia

He conocido un mundo nuevo. Un mundo transparente. Sin smog. Con pájaros que revolotean por un cielo límpido. Con peces que se reproducen en aguas claras.

En pocos días de cuarentena parece ser que recuperamos el planeta. Los árboles, diezmados por el comportamiento del hombre, parecen volver a brotar. Las luciérnagas iluminan las noches. El silencio planetario resuena en mis oídos.

Sé de personas que no soportan la casa, se les hace difícil convivir y dialogar con sus familias. Los niños sin clases alteran los hogares. Los jueguitos electrónicos no son suficientes para mantenerlos distraídos, y las clases virtuales no son suficientes para mantenerlos ocupados. Las pobres mascotas no entienden nada.

Padres e hijos comparten por primera vez los juegos de mesa antiguos, que ya parecían olvidados para siempre. Las rutinas de gimnasia se repiten, siempre trotando en el mismo lugar, y el balcón se ha convertido en una playa que nos nutre con la vitamina D, que está en el sol para proteger el sistema inmunológico.

Me gusta el poema escrito por Irene Vella.

Y la gente se quedó en casa/y leyó libros y escuchó.Y descansó y se ejercitó. E hizo arte y jugó.Y aprendió nuevas formas de ser.Y se detuvo.(…)

Exploro mi interior lastimado por los acontecimientos. La Semana Santa se suma recordándonos los sufrimientos de Jesús, que llegó a ofrecer y dar su vida para redimirnos. Rezos y alabanzas ruegan por el fin de la pandemia.

Médicos y enfermeras cada día arriesgan sus vidas, y a veces hasta la entregan para atendernos y curarnos.

Algún día todo esto pasará y nosotros, los sobrevivientes, nos abrazaremos y nos besaremos, dando gracias por estar vivos.

¿Cómo quedará el mundo? ¿Cómo arrancaremos en el nuevo mundo desconocido?

Lucía Critto

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Diario de la corona

Claro, estando enjaulado te suenan todas las campanas. Los recuerdos y los proyectos, sobre todo los que no realizaste, los que quedaron en el camino.

Te proponés no pensar o pensar campanitas de colores, pero los pensamientos se concatenan. Uno lleva al otro y el otro al otro que resulta que es catastrófico, y así… Entonces ¿entonces qué? Me dije que era mejor mover el esqueleto y hacer. Hoy lavé un par de medias y un calzoncillo. Aquí encerrado es casi lo único que ensucio. ¡Ah! y una remera. Los estrujé y los colgué en una percha de tintorería en la manija de la ventana del baño. Ventana entornada. Caminé un rato, con Tam Tam, mi perra Jack Rusell al lado pidiéndome que la saque a pasear. Hice treinta veces del dormitorio al escritorio trotando, ida y vuelta. Cuando la rodilla no operada no pudo más, paré. La perra siempre a mi lado sin entender el cambio de costumbres. En fin…Era muy temprano para ponerme a poetizar, la cocina estaba cerca.

Pelé dos cebollas, las salteé en aceite Cocinero, le tiré un manojo grande de carne picada en máquina, no a cuchillo, que es una moda que nunca usó ni Doña Petrona ni doña Lola, porque la carne de una Bolognesa no tiene que ser grande, tiene que ser un ingrediente más. La sofreí durante tres minutos en la sartén con la cebolla. Le agregué lata y media de tomates peritas en su jugo, La Campagnola. Con una cuchara de madera revolví bien y los aplasté bien para integrarlos con el sofrito del resto. Disolví en agua hirviendo dos cubitos de caldo de carne Knorr Suiza y los tiré dentro. Agregué sal, pimienta y todas las hierbas frescas picadas que tengo en las macetas que están en el repecho de la ventana de la cocina. Listo. Piqué cinco dientes de ajo y se los agregué al final, tres minutos de cocción. Es el secreto para gustar bien el ajo, a los que les gusta el ajo, como a mí. Recuerden, ponerlos al final. Esta noche los spaghetini serán De Cecco y la salsa bolognesa, de Luigi Mariscotti.

Mariscotti del Piemonte, la región de la bagna cauda, de Cassine, un

piccolo paese de mil habitantes.

Luis Mariscotti

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Literatura, divino tesoro

La literatura es muy importante para entender quiénes somos.

Cuando leemos, cuando escribimos, jugamos con diferentes opciones,

posibilidades y oportunidades. Se escribe para los demás, como una

acto de comunicación, para un lector ideal, pues el libro asume la estirpe

de convertirse en una suerte de máquina para construir un lector. No se

enseña a escribir pero sí a saber leer. Los más encumbrados escritores

han sido grandes lectores. Leer y escribir me generan una alegría

volcánica y, cuando lo hago, mi corazón galopa desbocadamente. No es

imprescindible trasladarse a ningún sitio para conocer el mundo y a los

hombres. Lo único que hace falta es una biblioteca. Tanto la literatura

como la escritura tienen efectos hipnóticos. No dejemos de reverenciar

el viejo y nunca derrotado poder de la literatura, pues es una usina

inacabable. Cada uno puede encontrar en la lectura lo que busca, lo que

desea, lo que oculta y lo que ha perdido.

Siempre nos acompaña.

Es uno de los instrumentos que contribuyen a nuestra misteriosa

necesidad de ser.

Jorge Kent

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Proezas de cuarentena

No me van a decir que no es una proeza bajar de un taxi con dos bolsas

pesadas, el barbijo que se mueve y me tapa los ojos, los anteojos empañados

y la respiración entrecortada por el asma y la nariz tapada. ¡Pero lo logré

otra vez!

Apenas piso mi departamento, me froto los pies en el felpudo para

eliminar todo lo posible lo que traigo de afuera, dejo las bolsas sobre el

piso, me lavo las manos, me libero del tapabocas que me está asfixiando,

limpio cada artículo que traje del supermercado con lavandina o alcohol,

según corresponda, pongo en la heladera lo que debe mantener la cadena

de frío, y recién entonces me tiendo sobre la cama para relajarme.

Sólo salgo lo indispensable: supermercado, farmacia, kiosco y banco,

cuando no puedo evitarlo. Los primeros días la ciudad era un páramo,

sólo unos pocos colectivos, la mayoría con escasos pasajeros, taxis

desesperados a la pesca de clientes, vehículos de reparto, y algún que otro

auto particular. Pero de a poco la presión fue cediendo y cada vez hay más

movimiento, excepto en los pequeños comercios que no pueden trabajar

por la pandemia y terminan poniendo carteles de cierre definitivo.

Lo que sí está activo son las líneas telefónicas e Internet. Recibo todos

los días docenas de mensajes por Whatsapp, email, Facebook, o teléfono.

Casi todos se refieren al coronavirus o a temas relacionados: que en este

país hay tantos contagiados, que subió o bajó el número de hospitalizados

o el de quienes no podrán contar su historia. También, sobre las decisiones

que, en una u otra nación, tomaron las respectivas autoridades, seguidas de

opiniones, algunas basadas en hechos, otras tentativas, e incluso algunas

delirantes.

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Gracias a la tecnología, puedo hablar y ver a mis amigos en la computadora

o el teléfono, lo que significa tener que peinarme y maquillarme antes de

atender, para contarles y enterarme sobre su salud, qué están leyendo o

escribiendo, o cuál fue el último espectáculo que vieron de los muchos que

se ofrecen para mantenernos entretenidos. El resto del tiempo lo empleo en

actividad física, obviamente dentro de las cuatro paredes del departamento,

tareas domésticas, mucha radio y mucho sueño. Para romper la rutina,

tomo el acto de sacar la basura y llevarla a escasos metros de mi puerta,

como un acontecimiento que hasta me emociona.

Ya no llamo a los días por su nombre sino por la tarea que tengo asignada:

los lunes, lavado de ropa; los martes, limpieza del dormitorio, el living

y planchado; los miércoles, compras en el super; los jueves, cambio de

cama, lavado de sábanas y encuentro online con el grupo del taller literario;

los viernes lavado de cocina y baño, y los sábados y domingos palabras

cruzadas y lectura del diario en papel. Además de la tarea diaria de leer y

contestar los muchos mensajes, veo televisión, videos, escucho la radio,

y cuando todo está en calma, leo y escribo, lo que me lleva a acostarme

tardísimo, casi con el sol naciente, y despertarme al mediodía.

¿Terminará pronto la cuarentena? ¿O el virus terminará antes con nosotros?

Es la pregunta que muchos nos hacemos aunque no lo decimos en voz alta.

Por suerte, también por las redes, circula algo de humor para contrarrestar

el cautiverio.

Por momentos me pongo seria y pienso en toda esa gente que perdió sus

empleos o su fuente de recursos. Lamentablemente no puedo hacer nada

por ellos, sino tan solo mantenerme viva y activa, dentro de lo posible, para

poder contar, el día de mañana, que esta vez nos tocó ser protagonistas en

vez de meros lectores de libros de historia, de lo que significa una pandemia.

Mari Maquieira

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La cuarentena hoy

De un día para otro quedamos encerrados. Tomar conciencia

de que nuestra casa era todo nuestro mundo. Solo el contacto

exterior a través de la tecnología. El turismo interior pasó a estar

de moda.

Organizarnos de otra manera fue el tema. Acostumbrarse: la

obligación. Al principio los horarios eran un caos. La ventana,

uno de los medios de distracción. Observar que las aves eran

aves, gozando de la plenitud del espacio sin humanos. Muchas

veces, mirando el río que me decía fíjate que el buenazo de

Artigas, que espera allá en la otra orilla. Todo imaginación,

creatividad acaso.

Rutina de dormir mucho, desayunar y almorzar más tarde de

lo hasta entonces normal y sin embargo, en medio de aquel

relajo asignar un tiempo para las tareas hogareñas, la gimnasia

diaria, para disfrutar de la lectura necesaria y despabilarnos de

las premuras de volcar en letras nuestros pensamientos.

Soledad. Hermoso vocablo. Por momentos, ahora lo digo en

presente, se torna espantoso porque se siente que cala el alma

y se añora compañía. La música, dulce compañera, siempre

está presente y ayuda a salir del pozo.

Espero que lo hayan comprendido, discurrir por el antes como

antes es un peregrinaje involuntario, un safari no buscado.

Alicia Castelli

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Diario de la corona

Es relato de impúdico terror. El resorte se soltó y nos despidió hacia lo desconocido. Es un momento de aquellos en que la historia se escribe trágica y perversa, pergeñada por los humanos. El ser de la historia explotó, como explota un globo, y engendró el monstruo del coronavirus que es el portador del fin de la historia.Todos estamos pereciendo. Todos vamos a perecer. Se termina el mundo de después de Cristo. Cuando esto termine comenzará algo distinto, de otra naturaleza, desconocido para el intelecto humano.

La madre tierra fue degradada y el hecho natural que maneja es su aniquilamiento final. Y el terror comenzó. Se abrió la puerta y entró el engendro siniestro, mi otro yo, que es el yo de todos los humanos. Con saña me bombardeó con tétricas calamidades. Quise echarlo y revertir todas esas perfidias, pero no pude. El diabólico espectro verde y rojo ya estaba sentado en la silla de fuego, frente a mí. Cerré los ojos y me concentré fuerte y un gato negro, que acompañaba a la maldad funesta saltó sobre el monstruo, le comió los ojos.

La monstruosidad salió corriendo. Seguí sus pasos con mi mente telepática. Atravesó el bosque de tormentas y lo pararon en el cementerio, le leyeron la carta, la carta de la inseguridad. Supo que la espada le cortaría la cabeza y que le masticarían el corazón. Y que seguiría vivo, caminando sin destino entre las nieblas del tórrido infierno.

Un ánima de barro se lo llevó. La monstruosidad iba arrastrando la cabeza que colgaba de sus manos. No hubo arreglo en la órbita de los humanos. Muchos monstruos nacieron y clavaron cruces en la tierra y debajo de cada cruz nació del barro una inseguridad corpórea que comandó el planeta con saña macabra. Es la natura siniestra del coronavirus, es el castigo con saña de la historia.

De toda esa especie está empapada la natura humana. Los odios, las maldades, las peores corrupciones, los genocidios que dieron su simiente al planeta tierra. En el espacio infinito somos el agujero negro del que todos huyen. Somos la calamidad del apocalipsis, la negación del bien.

Luis Mariscotti

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Tiempos de cuarentena

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Los bares, cines, confiterías y restaurantes están cerrados. Los policías que cuidan las calles, ¿dónde van cuando tienen urgencias

fisiológicas?¡Ah el parque, salvador de necesidades!En una bifurcación de sus calles internas, cerca de las canchas de fútbol,

junto a un árbol, se yergue un baño químico.Y yo, pensando en esto, tan nimio. Tan nimio.

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El sol embellece el parque. El colorido es de primavera, no de otoño.Las flores de los lapachos no deciden irse; los verdes de los árboles y del

césped gritan con naturalidad en la quietud del parque. Nadie los molesta, nadie los observa, nadie los visita. Solo acompaña el sol.

Algunas hojas dejan su color habitual para tornarse más amarillentas, aún continúan prendidas a sus ramas.

¿Es que acaso rechazan al otoño?

Alicia Castelli

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Carta a mis emociones

La cuarentena o aislamiento me hizo ganar en orden y sensibilidad, pero ceder en afectos, dinero, salud mental y distracciones . No es ninguna simpleza, claro y, aprovechando este sentir, deseo escribir del último amor que tuve. Sé que volveré a vivir esos enormes y sentidos recuerdos.

Conocí a Esteban en Torcuato Tasso, lugar bello para cenar – aclaro: no son buenas las manos de los cocineros – y para disfrutar de emotiva música tanguera. Llegamos una noche melosa por la llovizna, con veredas indiscretas, siendo ubicados en una mesa a la entrada. El espacio vacío de dos lugares permitió que el acomodador solicitara permiso para invitar a personas que parecían una pareja, no eran padre e hija.

Prácticamente no lo escuchaba por el viento que entraba y acompañaba los acordes; me agradaron sus cabellos plateados, su boca de labios carnosos y su prolija dentadura. ¡Ay, ay! Ese sueter azul y el jean del mismo color no eran apropiados para un encuentro tan lindo!

La suerte hizo que me ganara una invitación para el día siguiente ,con él sin su hija, para ver bailar a Miguel Ángel Zotto y a Diana Guspero, grandes exponentes tangueros. De a poco nos fuimos entendiendo muy bien, conversaciones sobre la música que nos agrada, clases de baile y series de televisión acompañaron meses y meses de encuentros de fines de semana.

Esteban encauzó mis tareas, le dio color y emoción a mis días y romanticismo a nuestras noches.

Hombre culto, prolijo y de buen talante y autoritario a veces, aspecto que no me disgustó, pero coronó este paisaje de varios años hasta que mis viajes, el concurrir semanalmente a Sueño Porteño o a Nuevo Chiqué y su enfermedad fueron poniendo de su parte un distanciamiento.

Esta carta muy sentida, trayendo al presente los amorosos recuerdos, me llena de felicidad. Recuerdo como su dedos pequeños, que estuvieron

en la Guerra de Malvinas, recorrieron mis cabellos y mi cuerpo.

Marisa Matta

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Cuarentena

El país se paró y la vida se detuvo. Las calles están vacías y el silencio

que siempre estuvo ausente ahora es el protagonista. Es tiempo de

guardarse en casa y recrear la vida. Todos los días parecen iguales y

diferentes a la vez y es en este momento en que la imaginación debe

remontar vuelo.

El perímetro de mi vida se circunscribe a determinados metros

cuadrados. La protección del balcón es la frontera que me limita con

el exterior y lo acepto. Descubrí que todo comenzaba a cambiar a mi

alrededor. Las plantas, erguidas; las hojas de un verde intenso, sueltas,

sin hollín llaman mi atención y mi gata Margarita cambió de humor.

Todo cambió en estos días. Me encontré conmigo y descubrí

necesidades que estaban ocultas detrás de las corridas diarias. Es tiempo

de ser paciente y es difícil, pero no imposible. La esperanza de que se

acorten las distancias y volver a estar juntos me sostiene. Todo cambiará,

lo intuyo y en ese nuevo mundo las cosas simples de la vida pasarán a

ser las más valiosas. La amistad y la solidaridad están más presentes que

nunca. El dar y recibir pasa a ser un mantra para todos.

Ya no sé en qué día de la semana vivo.

Solo tengo mañanas, tardes y noches.

Pero estoy viva.

Graciela Sisca

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Crónica de mi cuarentena

Nunca pensé que un encierro en mi casa me vendría tan bien.Acostumbrada a tener mi tiempo ocupado con clases y con una intensa vida social, este frenazo ha sido para mí la posibilidad de ponerme al día con cosas que vengo postergando hace meses.Tiempo para mis placares, tiempo para mis fotos, tiempo para cambiar esa decoración que ya no me gusta más. Ahora puedo conversar tranquila con mis amigas lejanas que, por vivir en Tucumán, no nos vemos y ahora compartimos poco de nuestras vidas. Atender mis plantas, ver películas, escuchar historias y chistes que me hacen reír a carcajadas.

Es maravilloso despertarme plácidamente y saber que no debo salir apurada al Banco, a las compras, o a cualquier otro compromiso que siempre me he inventado. Tiempo para pensar. Para mi interioridad. Para mi familia. Para todo lo maravilloso que me ha regalado la vida. Consciente de mis pulmones delicados, me hice un serio planteo sobre la posibilidad de contraer el virus y de morir. Lo tomé sin miedo y sin angustia, como tomé sin miedo y sin drama el cáncer que me tomó cuando yo tenía cuarenta años, y este último problema de salud que ya va pasando.

Tengo siete nietos en el exterior con sus cónyuges y sus hijitos; los otros cinco están acá. Mi plan para este tiempo ha sido acercarme más a mi familia, buscando que tengan un lindo recuerdo, quizás el último, de su abuela. Ha sido tan positiva para mí la respuesta de los chicos, que me parece haber descubierto una alegría más en mi vida. Es como conocerlos en una nueva etapa de cariño y de comunicación como no la tuve antes.

El pretexto para el acercamiento fue ofrecerles mandarles por mail el libro que escribí para ellos, que todavía no está impreso en papel a causa del virus, que obligó a la editorial a cerrar por la cuarentena.

-¿Me lo vas a mandar por la compu? Sí, dale, ¡Me encanta! Quiero tenerlo y empezar a leerlo para comentarlo con vos. La respuesta cálida y

fluida me tiene totalmente asombrada y emocionada. Soy feliz.

Lucía Critto

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La esperanza en tiempos de pandemia

La esperanza es el sueño del hombre despierto.

Aristóteles

Si la vida es un obsequio permanente y la paciencia es la gran virtud de todo navegante, respetemos este aislamiento para cuidar nuestra salud y para superar tamaña adversidad, con el menor costo emocional y el mayor aprovechamiento de todos los recursos apropiados.

Mientras podía caminar, sin restricciones, tenía la sensación de que la belleza se movía conmigo, de que el pasado retornaba, que el mundo me amaba y que la vida era real.

Siempre padecí el temor a la inmovilidad pues, quien se mueve, carece de tiempo para pensarse.

Quedarse quieto es como observarse en el espejo, moverse es romper todos los espejos y no verse. Quien está en movimiento no puede ser apresado por un espejo o por una fotografía.

Cuando se nos imposibilita todo desplazamiento y se nos constriñe a permanecer casi entumecidos, es allí donde nace el momento para interactuar con nosotros mismos, bucear en nuestro interior, revelar qué personas somos, qué emociones hospedamos, qué gratificaciones de la vida aguardamos y qué aspiraciones nos restan complacer.

Es un desafío impuesto, no anhelado, que nos redime de la vorágine en la que estamos sumergidos y nos permite otear otros aspectos de la existencia que, sin la excepcionalidad reinante, jamás hubiésemos podido descubrir.

Hay que procurar que el pasado no se convierta en un adiós y que tan sólo se nos avecine como un horizonte renovado para una realización

que complazca nuestras más ambicionadas apetencias.

Si un hoy vale por dos mañanas, no nos debería importar el vivir

mucho, sino el vivir lo bastante, particularmente para superar el

momento actual y regresar a la normalidad que añoramos con una

pasión irrefrenable.

Me arriesgo a interrogarme si la espera: ¿es ese tiempo que, en

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ocasiones, asume contornos de tormento, que, a veces, perdemos y que,

en muchas otras, se nos representa como un verdadero regalo?

El tiempo, precisamente el tiempo, me conferirá la respuesta.

La habitual ansiedad que anida en toda criatura humana, conlleva

el intento de poder controlar el mañana, pretensión imposible de ser

complacida pues habita fuera de nuestro poder.

Cuando finalmente, las puertas se abran volveremos a observar rostros

alegres, conversando con nosotros, con el simultáneo deseo de que

hayamos aprendido muchas cuestiones ignoradas.

Este empeño seguramente verá la luz del día cuando se pueda regresar

a una vida normal. Una vez que logremos superar esta auténtica congoja

estaremos en condiciones de valorar a quienes realmente sirven y

para seleccionar aquellas prioridades que, previo al virus, nos parecían

insustanciales y hoy resultan prioritarias e imprescindibles.

¿Qué gran lección habremos recibido y qué oportunidad se nos

presentará para saborear lo espléndido que nos regala la vida,

desterrando todo aquello que no es primordial y que puede ocupar,

seguramente, un emplazamiento secundario en nuestra trayectoria?

Será, sin duda, una docencia para estos días inigualables.

Rubén Waynsztok

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Esquivarnos / la rutina

Tras casi una semana de reclusión en mi departamento, la heladera estaba casi vacía y los productos de limpieza, ahora más necesarios que nunca, comenzaban a escasear. Entonces tomé las precauciones del caso y me animé a la aventura de volver a transitar el barrio.

Me llamó la atención no haberme cruzado con ningún vecino en el pasillo ni en el ascensor, descubrir que las manijas estaban cubiertas por trozos de esponja empapados en un líquido para prevenir el contagio, y que el silencio era aún más notorio que un domingo de mañana.

Mi sorpresa fue aún mayor cuando vi que la avenida, generalmente muy transitada. parecía un desierto. El transporte público era muy escaso y el privado prácticamente inexistente, lo que hacía innecesario esperar que el semáforo cambiara de luz. Los pocos peatones, algunos con barbijo, guantes o ambos, nos mirábamos con desconfianza y nos esquivábamos prudentemente.

El colectivo llevaba pocos pasajeros; buscábamos sentarnos lo más alejados posible, unos de otros. El chofer tenía una cortina plástica transparente para aislarse del resto.

Tuve que hacer fila para entrar al supermercado y el encargado de seguridad, muy consciente del papel que le tocaba ejercer, permitía el ingreso a medida que otros compradores salían y nos recordaba que debíamos mantener distancia entre unos y otros. Aquellos que no lo hacían recibían fulminantes

miradas de reproche.

Regresé cargando dos bolsas llenas de provisiones, para no

tener que volver a salir por varios días.

Mari Maquieira

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Unos días más

1El parque no está solo hoy. Dos jardineros están cortando el césped,

arreglando los canteros. En esta ocasión no utilizan las máquinas cortadoras grandes con motor. Este día utilizan unas manuales más pequeñas, menos ruidosas. ¿Es que no quieren surcar con sonidos estrepitosos el silencio imperante?

2Día radiante de sol, lástima que solo se lo puede ver tras los cristales.

El parque está surcado por sus rayos. Está más vivo, pero sin embargo continúa solitario. Faltan los visitantes.

3Día con sol que encandila el parque y los árboles se lo agradecen. Las

flores de los lapachos aún se dejan ver. Cada vez son menos. Es el otoño.Hay lguien en el parque. Es un hombre joven que pasea su perro. ¿Pasea él también? ¿Pretende olvidar la cuarentena?

4La tristeza ha descendido sobre el parque. La única que reina es

la cuarentena. En el fondo no se distingue entre el cielo y el río. ¿No tenemos horizonte?

5La naturaleza se ha revelado. Una muestra de su poder repliega al

hombre.Una corona diminuta surgida de ella, comienza a girar de un país a

otro, de un continente a otro y utiliza como vehículo al propio hombre. Lo ha obligado a aislarse, mientras el resto de la naturaleza se expande.Ríos más limpios, cielos más azules, aire más puro, animales más libres se ven por todo el globo terráqueo. Luego de esta pandemia ¿qué habrá aprendido el hombre? Quizás el miedo, el encierro le está obligando a replantearse la vida, las relaciones, a valorar el amor en cada uno de sus aspectos.

¿Podrá ser menos presuntuoso? ¿Tendrá más respeto y sabrá cuidar mejor a la naturaleza?

Alicia Castelli

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Llamados telefónicos

- Hola, Aurora. Soy Elsa, ¿cómo estás? - ¿Qué querés que te diga? Por momentos me deprimo; otras me

angustio, no quiero ni pisar la calle, por las dudas. Sólo espero que esto termine pronto.

- Tratá de mantenerte ocupada y no pensar demasiado en esta tragedia de la que somos protagonistas. Estoy poniéndome al día con algunas tareas que tenía pendientes, lavar todo con lavandina o alcohol donde se puede, y responder o reenviar los mensajes que recibo …

- Ese es el problema, todo el tiempo recibo mensajes alarmantes, de gente que muere en todas partes, de que no se testea lo suficiente, que faltan insumos …

- También hay mucho humor en las redes. - Si, pero todos los chistes tienen que ver con lo mismo. - Bueno, es un tema que no puede soslayarse, pero algunos son

divertidos. Si nos deprimimos, será peor; tenemos que ser positivos, avizorar un cambio de mentalidad, esperar que salgamos distintos, más maduros, un poco más sabios.

- ¿Te parece que lo vamos a lograr? - No lo sé. Es mi ilusión. - Hay gente que no aprende nunca. - Lo sé, si no la situación del país sería muy distinta. ¿Me podés

disculpar, Aurora? Mientras hablábamos entraron varios mensajes que quiero leer; pueden ser importantes. Nos volvemos a hablar en cualquier momento.

- Si, claro, llamame.- ¿Adriana? Soy Elsa. - Si, Elsa, ¿cómo estás? - Bien, sobrellevando la situación lo mejor que puedo. Hace un rato

hablé con Aurora. - ¿Si?, ¿cómo está? - Medio bajoneada. - Me imagino. Ella siempre se deprime frente al menor problema.

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- Ahora el problema es serio. - Si, ahora sí, pero acordate que ella siempre ve el lado más negro

de todo. Está mal acostumbrada, fue malcriada por los padres, luego por el marido y ahora por los hijos. Juega el papel de víctima y consigue tener a todo el mundo alrededor tratando de ayudarla.

- Vos no te podés quejar. Armando siempre fue muy generoso. - No, no me quejo. Reconozco que Armando siempre cargó con la

mayor parte de los gastos, porque ganaba mejor, pero yo también aporté lo mío y, en las malas rachas, ya sabés, las distintas crisis por las que atravesamos, puse el hombro para todo. Armando no era bueno para reparar cosas en la casa, no sabía ni cambiar el cuerito de una canilla, pero nos complementábamos bien. Quizás no debería decirlo, pero mi nieta siempre me pone como ejemplo. ¡Claro! ¡Con la madre que tiene!

- Ya te salió la suegra. - No puedo evitarlo. Mi hijo no hizo una buena elección. Pero ya

estoy hablando de más. - ¿Qué estás haciendo para matar el tiempo en el encierro? - ¿Matar el tiempo? No, el tiempo me está matando a mí. No me

alcanza para lo que quiero hacer. Lamentablemente no consigo todo lo que necesito para los arreglos que quiero encarar, pero me las rebusco. Y cuando no puedo, leo. Estoy leyendo mucho.

- Cuidate. - ¿Del coronavirus? - También, pero me refería a subirte a escaleras. - Quedate tranquila. Está todo bajo control. Ahora te dejo porque

estoy en medio de una tarea, pero en cualquier momento te voy a

devolver la llamada.

Mari Maquieira

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Retorno en tiempos de pandemia

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se decretó la cuarentena?

He extraviado la cuenta de los días y de los meses. Las horas van

transcurriendo como un reloj de arena, con una lentitud exasperante y

con una parsimonia que distante está de otorgarme consuelo

Tengo momentos ambivalentes. Alegres, los unos. Otros, de tristeza sin

par. Ciertas noches duermo sedado y, a veces, con una pesadilla fugaz.

¡Cuánto añoro el sol matutino, alborando en el horizonte!

¡Cuánto extraño la luna, arribando noche tras noche!

La lectura me acompaña. Me permite soñar, conocer parajes lejanos y

descubrir otras realidades.

Mi temple me corteja. También mi salud tenaz. Tan sólo censuro una

melancolía incipiente que no me deja de acechar.

Sobrellevo días monótonos, rutinas de escasa entidad, sin dejar de

preguntarme si falta mucho tiempo para retornar a la normalidad.

Las fuerzas interiores, mi optimismo natural me confieren pujanza, un

optimismo latente y un clamor incesante ¡Que el desarraigo quede atrás!

Jorge Kent

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Un amor en tiempos de coronavirus / Crónica de prensa

En estos períodos de cuarentena, los amores, digamos prohibidos,

tienen grandes problemas de comunicación y de contactos. A veces

recurren a estratagemas para encontrarse, que pueden resultar ridículas y

hasta con consecuencias desafortunadas.

Hace unos días una señora elegante, conduciendo su auto, fue

controlada en la autopista por personal policial, a los efectos de ver sus

documentos y el permiso transitorio que la autorizaba a salir. El permiso

parecía estar en orden pero, ante el nerviosismo que el agente observó en

la conductora, le pidió que abriera el baúl del auto. ¡Oh, sorpresa! De allí

salió un señor que no tenía argumentos para justificar tanta torpeza.

Ambos, avergonzados, aceptaron la multa y peor aún, la detención del

automóvil.

Sin embargo ahí no terminó el problema. El otro oficial a cargo de la

infracción, al revisar el documento del hombre y constatar con otros datos

registrados con anterioridad, también observó que había sido detenido en

circunstancias similares, en su automóvil, llevando en el interior del baúl a

una mujer que, presumiblemente, era la conductora demorada ese día.

El periodista que presenció la escena tuvo emociones contradictorias. En

un principio reconoció que la infracción había sido grave y… repetida.

Más tarde reflexionó sobre la fuerza del amor o del deseo de un hombre

y una mujer que, a pesar de las serias circunstancias, no renunciaban al

amor.

Marta De Buono

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Cosas de la convivencia

La pandemia y el virus nos trajeron problemas. Y no por la enfermedad

solamente, que todavía no me tocó, por suerte, sino también por varias

cosas diversas, entre ellas el entuerto de la convivencia sin pausa y

prolongada, que en general es con quien uno convive. En mi caso es con

mi mujer. Quiero aclarar que las amas de casa están llevando a cabo una

tarea titánica de esfuerzo y dedicación.

Casi todos los negocios tienen delivery, que evita contagios en estos

días de crisis; hay otros que no, como las panaderías y negocios chicos.

La fiambrería y el chino de mi quartier no ofrecen ese servicio. En esos

casos hay que salir a la calle y exponerse. Hacer la cola en la vereda,

esperando que se vaya el cliente que está adentro, pues por prevención al

contagio, la atención es de a uno por vez.

Salí para aprovisionarnos de alimentos, como lo hago cuando estamos

flojos de víveres. Llevé las dos bolsas, pero olvidé el barbijo y los

guantes. Imperdonable. Al pecado lo evalué como grave y me lo hicieron

notar. ¿Quién? Mi propia mujer.

Volví cargado con pan, latas varias, botellas de vino y comida para

varios días.

Como pude puse la llave en la cerradura para entrar. Qué raro, estaba

puesta la traba interior de la puerta. Toqué timbre para que mi mujer me

abriera. Esperé y vino de muy mal modo. Abrió, pero sin sacar la traba.

–Tenés que hacerte el test del coronavirus. Saliste sin barbijo ni

guantes. Podés estar infectado. Así no entrás a casa, me dijo sin gritar,

con tono enfático.

–Pero mi amor, qué test querés que me haga, salí de casa hace una

hora. Cualquier test me va a dar negativo. Además no tengo síntomas y

así nadie me hará ningún test.

Cerró la puerta sin más explicaciones.

El trabajo intenso de tantos días, la angustia y sobre todo la

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incertidumbre la tienen asustada. El chivo expiatorio de cualquier cosa

que pasa y que sale mal o no le gusta, soy yo. Ayer estaba haciendo

tostadas y se quemó el tostador. Fue culpa mía. Si hay cucarachas en la

cocina, soy yo que no desinfecté con Raid y así todo.

Cocino , lavo y ayudo en la limpieza. En vez de escribir cuentos y

poesías, ahora que tengo tiempo, estoy con los libros de Doña Lola y de

Doña Petrona, estudiando recetas.

Bueno, siguiendo el relato. Desde el hall de PB, los condóminos que

entraban al edificio miraban, manteniendo distancia, como cuando hay

accidentes en la calle, o cuando el motochorro le roba la cartera a una

vieja. Se acercaban y me aconsejaban. Algunos me encontraban culpable;

a otros les daba lástima. Miguel, el vecino de PB A, me ofreció su

departamento. Yo, muerto de vergüenza, quería que me tragara la tierra.

Después de unas horas, por la puerta de servicio, mi mujer me pasó un

sandwich y una lata de gaseosa. Me senté en la mesa de entrada, con el

portero, y comimos juntos.

No sé qué pasará, la veo muy decidida. Esto lo escribo desde el

departamento de Miguel. Lo estoy ayudando a hacer la limpieza.

Luis Mariscotti

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Diario de Pandemia

Cada grupo constituye su identidad y las palabras se hacen distintas,

van y vienen. Habíamos acordado, en esta entrega especial, que las voces

irían y vendrían, que circularían para acompañar la angustia, con libertad

de temas y por supuesto, con absoluta libertad de expresión.

Van aquí algunos textos de los elegidos. ¡Son tantos! Este grupo, el más

joven dentro del proyecto, ha desafiado las horas de pena y de zozobra.

Rara vez han hablado de la pandemia. Rara vez han estado

entristecidos. Con el desarrollo de una disciplina autogestionada

avanzaron y avanzaron.

Quedará este testimonio histórico que combina la poesía, la prosa, los

sueños, los ruegos y que escapan a cualquier tipología textual.

Son muy queribles.

Ellos y sus voces.

Grupo PALABREROS

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Cruel dama

Hay una dama rondando nuestro espacio.

¿Visitará mi casa?

¡Si no está invitada!

No le importa.

¡No será bienvenida!

Le da igual.

Imperturbable, ella elige dónde ir.

Entra de incógnito.

Tiene armas poderosas.

Ahora la sorprende un ejército aguerrido

que alguna vez la vence.

¿Con qué armas?

Sólo dos: aislamiento y amor.

Stella Maris Soteras

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Diario de la cuarentena

¡Hola! Aquí estoy, después de mi viaje frustrado. No me quejo, no me

puedo quejar, pero fue una frustración, tenía muchas expectativas de

pasarlo bien con mi hermana y tuve que volver a las disparadas en el

último vuelo directo que hubo.

Aquí estoy y sucede que con Enrique tenemos que compartir una laptop y

los dos la usamos mucho tiempo. Jacky nuestra profesora del taller de la

memoria también nos manda un montón de tarea, que agradezco, porque

es entretenida y útil. Si sumamos lo que hay que leer y escribir para

nuestra querida Silvia, resulta que tenemos que combinar para poder

coordinar también con las tareas domésticas que no paran.

Cuando volvamos a vernos lloraremos de alegría, hablaremos todos

juntos, el café será riquísimo, y todos seremos lindos. En estos días

hemos desnudado el alma, y si ya nos conocíamos, ahora nos conocemos

más, en cada uno se ha manifestado lo mejor.

Además de todo lo aprendido, tenemos algo único, nos tenemos a

nosotros Palabreros y este ha sido el momento en el que lo valoramos

porque nos hemos sentido acompañados. Todos tan distintos, sin

embargo siempre próximos y disponibles para la palabra justa.

Quedará para siempre el testimonio de lo bueno que produjo

colateralmente este virus que cambió el mundo y la forma de mirar la

vida. Debemos estar preparados para decantar los resultados de esta

revolución.

¡Hasta la próxima!

María Inés Zavalía

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Aroma a libertad con chocolate

Cuenta que, ultimaba detalles y acomodaba los elementos personales cuando le sobresaltó el timbre del celular que le acababan de entregar.

Que dubitativa atendió, aunque cree que su voz sonó determinada al momento de responder.

Que se había detenido tan sólo para recorrer con la mirada y por última vez el corredor. Que sus pasos se apresuraron recién al acercase a los escalones.

Que aparecían como dudosos en medio de la penumbra y ensayó el sentirse acostumbrada al rechinar de las grandes puertas al cerrarse.

Que no logrando se perturbó a punto de dudar si era el real o ya la evocación del sonido que no olvidaría sólo porque sí.

Que mientras arrastraba la maleta hacía la salida se preguntó ¿quién extrañaría ese ruido?

Que recién entonces, una vez afuera respiró aliviada.Que al abrir la puerta del taxi se quedó un rato sintiendo aroma a libertad y a chocolate. Que al bajar la vista sobre si, se culpó de no haberse dado cuenta antes de que su chaqueta estaba manchada con chocolate, aunque enseguida se justificó. No hubiera podido hacer demasiado ya que en el pabellón era imposible conseguir jabón y la ropa se lavaba solo con agua, muy escasa.

Que recién allí reparó los ojos desorbitados a través del espejo. Quién sabe si la estaría observando desde que subió al auto.

Que recién allí se dio cuenta de un cuerpo que yacía desangrado en el asiento de adelante.

Que la realidad superaba nuevamente la ficción y estaba en el centro de otra escena que jamás elegiría. Que todos quienes conocen su vida saben realmente quién es ella. Fueron testigos antes y ahora mismo.

Que jura nunca haber visto a ese taxista, que lo tomó al azar, cuando recién salía de ese lugar siniestro.

Que le desborda la mera idea de escuchar de nuevo el rechinar de las puertas al cerrarse.

Que está diciendo la verdad, que no ha mentido nunca, ni mentirá jamás.Que nombre a la realidad como testigo y eso le basta para demostrar una

vez más que es inocente.

Cristina Flores

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Escribir en tiempos de peste

Comencé tarde a escribir, en verdad no me daba gana, pero creo que va

a ser interesante como ejercicio de la memoria para cuando esto pase y

podamos (¿podremos?) releerlo.

Llevo quince días de absoluto encierro y de soledad física.

No sé cómo seguirá la vida.

Pienso que una partícula nanográmica ha logrado que la mitad de la

población del mundo (sí, la mitad) esté encerrada.

En estas circunstancias se pone en evidencia lo frágil que es el ser

humano.

Cuesta muchísimo más estar vivo que morir.

No puedo demostrarlo con datos científicos coherentes, pero digo que

la carcasa de piel, huesos, músculos, vísceras que envuelven nuestra

alma está diseñado para durar más o menos sesenta años .El resto es

yapa.

Leí a Martin Caparrós que dice que la vejez es un invento social.

Deberíamos perecer como históricamente lo hacían nuestros ancestros

cazadores recolectores, más o menos a los 35, sin deterioro, sin la

humillación de la decrepitud.

Hoy cumple 21 años mi nieto mayor, aproveché, ya que me desperté

muy temprano, para escribirle por Whats App una felicitación.

Extraño tanto no poder abrazarlo, que se me estruja el corazón.

El día está fresco, pero con un cielo tan azul que evoco el cielo al que

aludía Wilde en su poema de la Balada de la cárcel de Reading.

Voy por el segundo termo de mate.

Miro el freezer y saco la comida para el almuerzo.

No quiero ver la T, estoy saturado de noticas.

Vuelvo a leer el Caballo de Porcelana, me parece maravilloso. El padre,

un desastre; el tío, el altruismo por antonomasia.

Hago mi sesión de caminata dentro del departamento.

Hoy fueron dos Kilómetros en 26 minutos.

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Corro sillones, mesas ratonas (¡Ojo! ¡No chocárselas! uno se golpea un

nervio a la altura de la rodilla que se llama tibial anterior y puede darnos

un buen susto) la mesa del comedor de diario etc. Los rodeo y no tengo

que bajar la velocidad de la marcha y aumento el metraje. (¿Cosa de loco

o de encierro?)

Mi hija menor, que vive en el extranjero, ya me llamó por teléfono como

lo hace siempre. Eso se repite varias veces al día. Siempre espero su

llamada; la mayor ya me mandó su mensajito diario por Whatsapp.

Los pacientes me escriben y me piden recetas. Es un lio esto.

Paro para hacer la tarea del taller. (La tarea de la limpieza diaria no la

mencione pero ya la hice).

Mario Rodríguez

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Porque te amo, no te beso

A pesar de haber vivido ya varios años, día a día me sorprende la vida misma. Es tan misteriosa. Cuántos hechos impensados, cuántos desafíos para nosotros, insignificantes seres humanos. Nosotros, que por momentos nos sentimos tan omnipotentes, capaces de crear vidas y también de destruirlas.

En este momento nos encontramos con una pandemia que amenaza al mundo entero. El Covid19, un virus que produce el coronavirus. En nuestro país desde hace varios días estamos cumpliendo cuarentena, recluidos en nuestras casas. Aún así la situación sigue siendo crítica y no se sabe cuándo cesará el brote.

Este aislamiento me sirve para reflexionar sobre las costumbres que existen en mi país. Qué arraigada tenemos la costumbre de besarnos, abrazarnos, tomarnos las manos, como forma de saludo o para expresar afecto. Abusamos del beso, es la forma habitual de decirnos hola y adiós, aún sin ser muy cercanos. Así somos los argentinos, nos encanta besarnos.

Hay diferentes clases de besos, nosotros empleamos todos. El bebé que nos lo retribuye con otro tierno y baboso. Ya siendo niños, cuando nuestros padres nos piden dale un besito a la señora, y, salvo el valiente que se niega, los otros se someten a ese ritual para nada gratificante.

Está también el beso sincero y cariñoso que damos a amigos y amigas que amamos o a algunos familiares.

Ya adolescentes, a veces intercambiamos con alguien un beso que nos hace sentir cosita, pero no nos animamos a decírselo.

Y no hablemos de cuando estamos en la incipiente juventud. El beso es la manera más significativa de conectarnos con la persona que amamos o nos atrae, o ninguna de las dos cosas pero no la queremos herir rechazando el gesto.

El beso es la forma más sublime de manifestar la pasión. Generalmente con él empieza el juego amoroso en la pareja, ese preámbulo tan crucial para alcanzar el placer.

Siempre me pareció hipócrita el beso social que responde nada más que a una norma de urbanidad. A veces no significa ni siquiera simpatía, más aún suele enmascarar sentimientos negativos que no nos

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permitimos expresar.Dada la actual circunstancia, verme privada del beso y del abrazo de

mis seres queridos me produce desazón. Me hace feliz esa forma de intercambio amoroso, estoy habituada a ella.

Ahora pienso en cuántas formas que tenemos de demostrar nuestros sentimientos.

Un ejemplo de esto lo encontré pensando en una labor de voluntariado que realizamos un grupo de amigas y amigos. En este momento suspendida por causa de la pandemia.

Dicha actividad consiste en visitar personas que se encuentran internadas en distintas instituciones. Yo, por norma, no establezco contacto físico con los pacientes. Al llegar los saludo con palabras, los escucho, y algo muy importante, los miro con atención e interés, observo sus rostros.

Fundamentalmente me detengo en la mirada. ¡Cuánto dicen los ojos si lo queremos descifrar! Hay veces en que las personas necesitan expresarse, encontrar quien las escuche.

Los voluntarios pertenecemos a un taller de lectura y escritura, por lo tanto parte de nuestra misión es conversar sobre el tema y, si lo aceptan, les leemos algún material. En mi caso, leo algo que se adapte a la personalidad que puedo descubrir en el paciente y que también le deje un mensaje positivo.

Se establece un intercambio sumamente valioso entre dos personas sin necesidad de ningún contacto físico. Ahí no hay besos ni abrazos y sin embargo no falta el afecto.

Estamos viviendo un gran cambio en el mundo, cada uno desde su lugar. Estoy segura de que vamos a aprender que todos dependemos de todos.

Al final de este túnel vislumbro una salida luminosa. A través de ella la humanidad emergerá más humilde, seremos más respetuosos de lo que cada uno representa para el otro.

Entenderemos por fin que todos somos iguales y nos necesitamos mutuamente.

Stella Maris Soteras

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Diario de la epidemia

1.Querido diario. Te doy la bienvenida. No te aseguro si nos vamos a

encontrar todos los días. Lo haré siempre que tenga que expresar algo que sume, algo esperanzador para los dos. Hasta ahora, logré mantenerme optimista, positiva, no sé hasta cuándo. Espero que pueda extenderlo a través de los días, semanas, meses. No depende de mí, depende de los cambios que se van a ir produciendo en el mundo, y dentro de él en cada país, en cada sociedad, en cada familia, en cada sobreviviente.

Desde que Charles Darwin enunció la teoría de la evolución de las especies, hemos aprendido que si no nos adaptamos a los cambios que opera la naturaleza, desaparecemos de la faz de la tierra. Hay un dato que debemos tener en cuenta, y es que los cambios no suceden per se, sino que es el mismo ser humano quien los promueve, y este movimiento deja lugares más cómodos para algunos que para otros.

Acá me pregunto, durante esta cuarentena que me toca vivir, qué puedo hacer frente a este cambio, tan tremendo, inesperado y abrupto. Prestar atención a lo desconocido. Informarme.

El porvenir, que siempre fue por naturaleza incierto, ahora es mucho más.Estar atenta a las señales que lo anuncian antes de que sean una realidad

instalada. Aunque no puedo ver la llama con que se inició la fogata, trato de advertir el humo. Debo estar atenta. A veces me siento como una hoja que vuela en el viento, que regresa cada jueves a las cuatro de la tarde, para encontrarme con Palabreros. Te prometo seguir encontrarnos… No sé cuándo… Me despido hasta ese día.

2

¿Diario estás ahí?

Hoy pensé que te iba a dejar descansar, ayer fui bastante intensa con todo

lo que te conté, pero como podrás apreciar, me gustó esto de relacionarme

contigo. Me parece que lo te voy a contar te pueda parecer ¿filosófico?...

Te juro que es… como definirlo… ¿confidencial?

Me parece que escribir me está produciendo algo notable, no sé si lo

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hago bien o mal o más o menos. Lo hago. Escribo.

Siento que estoy aprendiendo a entender y a controlar mis pensamientos

y emociones, y también me parece que voy aprendiendo a cambiarlos.

Trato de controlar algunos pensamientos y que ellos no me controlen a

mí.

Noto que escribir me ayuda a expresar mis emociones, pensamientos,

miedos, dudas. Todo en un momento incierto, de tiempo de pandemia,

de grandes expectativas y sobre todo a lo que no estábamos preparados:

sentir; pensar en la muerte como algo más cercano.

Por eso estoy segura de que en estos días la escritura me resulta un

recurso terapeútico.

Querido Diario, vos estás allí para recibirme y no exigirme nada, y me

permitís acercarme a vos, sin ningún tipo de presión. De verdad te lo

agradezco infinitamente.

Emilce Cassinelli

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Saldremos

Parece algo interminable, una eternidad.

Solo catorce días.

No es Reading, ni parecido; pero temible.

Cada mañana, cada tarde, cada noche, cada día.

El tiempo del día se hace más extenso.

Cuando voy a dormir, en la oscuridad, pienso.

Por qué se piensa cuando no se desea pensar?

Es inevitable y contradictorio. Deseo dormir y pienso.

Siempre pienso en mañana, en vivir cada mañana.

Pienso también en que se iluminarán muchas mentes.

Mentes que piensan despiertas, día y noche.

Me impongo pensar que saldremos, como tantas veces.

Saldremos y volveremos a vernos, abrazarnos, besarnos.

Ruben Waynsztok

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Más conscientes

Una semana más está pasando. Una Pascua extraña, mirando

las ceremonias por TV. Fue impresionante ver las iglesias vacías en

ceremonias tan importantes.

A veces por la mañana cuando me despierto, pienso cómo pasaré todas

las horas del día. Al final, siempre me han quedado unas cuantas cosas

en el tintero.

Ya no sé si hace mucho o hace poco que estamos en este estilo de vida

amorfo. No quisiera que esto se prolongara mucho más. Es importante

creo, vivir más conscientes de qué día es y qué tenemos que hacer en tal

día de la semana. Que la semana tenga un orden y una actividad estable y

ordenada.

Amo el orden, la organización del tiempo que nos permite estar activos

en la forma que cada uno se ha propuesto. Sentirse útil, necesario

para alguien, de alguna manera es como si estuviéramos incompletos

solo esperando que pase el tiempo y aparezca una solución que pueda

terminar con esta sensación de ausencia de vida sin estar muertos. Hasta

la próxima….

María Inés Zavalía

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Una cuarentena disparatada

-Hola, quién habla.

-Yo, Mónica.

-¡Qué suerte que llames ahora que te puedo atender!

- ¿Por qué? ¿No me digas que estás tan ocupada ahora que estamos en

cuarentena? La gente está deprimida por quedarse en casa, ya no sabe qué

hacer con las horas que sobran.

-Entonces yo le diría a esa gente que venga a vivir mi vida, estoy mucho

más atareada que antes. Te voy a contar. Hace unos días llovió y les entró

agua a las luminarias del edificio que están al exterior, motivo por el cual se

hizo un cortocircuito. Al cortarse la luz no funcionaba el ascensor. Estamos

sin portero porque tiene 68 años y es grupo de riesgo (dejó de venir desde

el día uno). Perfecto. Llamamos al electricista; otra vecina y yo lo atendimos

y empezó a trabajar. En ese mismo momento veo venir al sodero, le hago

señas y subo a mi departamento a buscar los sifones vacíos y el dinero.

Cuando ya estaba por volver abajo, suena el teléfono.Er mi hijo, le dije

que no lo podía atender, que hablábamos en otro momento. Termino con

el operativo sodas y subo. Nuevamente el teléfono, mi hijo. No lo dejé ni

hablar, porque al mirar el reloj…le digo: Perdón Julián, son las diez menos

cinco y en cinco empieza mi clase de Yoga virtual por Zoom. ¡Qué locura!

¡Qué disparate! ¡No me alcanza el tiempo! Y él me contestó: Mamá, ¿vos

estás bien?

Bueno, Mónica, ya ves, mi cuarentena es agotadora y disparatada. Cuando

termine todo esto, tendré que tomarme unos días para descansar.

Ana Términe

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Cuarentena

Es extraño, escucho voces de vecinos que transitan por la vereda de

enfrente.

En tantos años que habito en este lugar, nunca escuché tan

nítidamente diálogos callejeros.

Estoy en un cuarto piso, mantengo las ventanas cerradas, para que

no me invada el ruido de los vehículos circulantes, pero nunca una

voz humana.

Desde la cuarentena escucho diálogos telefónicos de vecinos que

esperan el bus.

Miro por el balcón y observo a un gordito joven, sentado en la cerca

de mampostería que enmarca la plaza; conversa por el celular, con el

barbijo sobre el mentón; escucho el diálogo que, solo lo interrumpe la

sirena de una ambulancia.

Por el Covid o por la cuarentena o porque vaya uno a saber,

han disminuido notablemente los estruendos de las sirenas de

ambulancias.

Pasan muy pocas.¡Que paradoja! ¿Hay menos enfermos? ¿Hay

menos apuro?

En épocas de pandemias parece que no son necesarias tantas

ambulancias atronando las calles .

Una vecina con tapa boca, toma sol.

La calesita permanece inmóvil.

Mario Rodríguez

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Amigos

Desde hace ya muchos años, con mi esposo, acostumbramos pasar

los fines de semana en la casa que tenemos en un country. Allí nos

encontrábamos cuando se anunció que se decretaría cuarentena a raíz

de la pandemia del coronavirus.La idea fue volver inmediatamente a

capital, al departamento donde tenemos nuestro domicilio permanente.

Nuestra hija mayor, con muy buen tino, nos sugirió permanecer donde

estábamos. El aislamiento sería mayor y más llevadero al tener un

espacio verde.

Así comenzó nuestra vida en este lugar, que si bien es amplio y

cómodo, no lo sentimos tan nuestro como el departamento. Costó

un poquito hasta que logramos acondicionarlo de acuerdo a nuestras

costumbres de vida permanente.

Al principio hubo un poco de desconcierto para aprovisionarnos de

alimentos y de medicinas. Tanto mi esposo como yo no podíamos salir

a comprar, pertenecemos al grupo de riesgo. Los supermercados líderes

se vieron superados por la demanda y no era posible recibir la compra

en el domicilio. Los pequeños comercios del pueblo tampoco entregaban

la mercadería en nuestra casa. Nos armamos de paciencia; la ayuda no

se hizo esperar. Un grupo de jóvenes solidarios, habitantes de la zona, se

ofrecieron desinteresadamente a realizar las compras para las personas

mayores que lo necesitaran. Todo se fue encaminando. En este momento

estamos cómodos, retomamos nuestras rutinas y nos adaptamos muy

bien al lugar. Contamos con la invalorable acción de Omint que continuó

ofreciendo sus talleres online.

Es de destacar que esta actividad es posible también debido al aporte

de las profesoras, quienes se prodigan dando lo mejor de sí.

Los jueves…¡Qué placer reunirnos en este grupo tan afín que hemos

formado! ¡Los palabreros!

Son personas entrañables, siento que las he conocido desde siempre.

Compartimos intereses, edad, temas de salud, de familia, en fin,

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compartimos nuestras vidas. Somos amigos.

Estamos viviendo una situación difícil en el mundo. Este azote de la

pandemia del coronavirus nos está golpeando duro y sin duda nos dejará

una marca indeleble.

Sufrimos encierro, limitaciones, enfermedad, muertes.

No pasemos por alto la cara positiva de esta situación, que, tal vez no

nos detengamos a observarla, pero existe.

El pasar mucho tiempo con la familia, hace que nos reconozcamos.

Notamos que las personas, quizás hayan tenido un cambio en su esencia,

que la vorágine en que vivimos no nos permitió percibir. Nos conocemos

tal como somos ahora o sea nos reconocemos.

Ahora nuestros hijos y nietos, aunque sea de manera virtual, están

más presentes. ¡Mi esposo y yo jugamos tutti-frutti a través de Zoom con

nuestros nietos!

Quienes estamos en pareja nos prestamos más atención, somos más

tolerantes.

Los que están solos descubren lo bueno que es mirarse a sí mismo y

decidir qué hacer y cuándo. Estamos viviendo una crisis y no vamos a

salir indemnes.

Aquellos que seamos elegidos para seguir en la lucha, saldremos más

sabios, habremos descubierto valores insospechados en los que nos

rodean y en nosotros mismos.

Sabremos enaltecer nuestra vida y la de los otros.

Stella Maris Soteras

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( )

Cuarentena / Diario en solfa

(que no es apócope de la escala musical)

¡Me alegro que Alberdi haya calado tan hondo en nuestro ánimo liberal!

Yo lo soy y me congratulo.

¿Y por qué digo esto? Pues hay un gran revuelo entre los adultos mayores

(eufemismo de viejo descartable) por una presunta medida que obliga a

tener que pedir permiso para salir a callejear.

¡Es tremendo tener que pedir permiso... ¡A nuestra edad!

Ahora nos vienen con eso después de que somos la generación baby

boomers! (yo me salvo, nací un año antes, soy de la generación X)

¡Somos los que de uno u otro modo vivimos, participamos, actuamos,

generamos los casi cien años de decadencia argentina!

¡Ahora tenemos que pedir permiso para seguir haciendo macanas!

Si sabemos que de cada diez de los nuestros (que se infecten) caerán

ocho (también de los nuestros) Entonces… ¿para qué el permiso?

Debo recordar que el famoso dicho era , por cada uno de los nuestros

que caiga , caerán cinco de los de ellos , pero eso fue hace 70 años y las

estadísticas cambian y el público se renueva (Legrand dixit)

¡Es tremendo tener que pedir permiso!

El éxito de los abogados va en relación inversa con el menos común de

los sentidos...el sentido común.

Pero contemos las cosas positivas, que las hay. Ejemplos sobran: para ir a

la farmacia, para vacunarnos, para ir al super, para pasear al perro, para ir al

médico, para ir al laboratorio ¡no hay que pedir permiso!

Solo permiso para ir a perder el tiempo... y no vaya ser que lo hagamos

tan, pero tan bien,que le saquemos la cucarda a los grandes perdedores

nacionales e internacionales, que supimos conseguir...

Así que queridos adultos mayores saludo uno, saludo dos y a pedir

permiso, antes de que Sabina nos siga con algún drone , se de cuenta que

estamos algo impacientes y nos hagan chas chas en la colita.

Mario Rodriguez

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Por Emilce Cassinelli

Esto de la cuarentena se está convirtiendo en una pesadilla. ¿Sabrías

decirme qué está pasando? ¿El mundo se ha vuelto loco? ¿Cuánto tardará

esto en tomar su cauce nuevamente? Sé que no en su totalidad, pero por lo

menos que aparezca alguna lucecita.

Yo ya llevo un mes de cuarentena, te preguntaras cómo me siento. ¡Bastante

biennnnn! Te confieso que nunca me hubiese imaginado vivir así, pero no me

inquieta, no me asusta, no tengo miedo, no me preocupa no salir ¿raro no? Yo

que viví con tanta actividad en mi vida. ¡Impresionante!

Pero me digo para que disfrazarme con tanta cosa ¿a quién vería en la

calle? ¿Con quién podría tomar un coffee? ¿Cómo podría ir al shopping, a la

peluquería?

¿Ir a leer a los pacientes de las clínicas? Entonces me digo: Emmy disfrutá

de lo que antes del encierro hacías con menor frecuencia….

Escribir, pintar, cocinar, limpiar...esperar los jueves para maquillarme, para

salir bien por Skype para mi clase de Palabreros y ver a mi grupo, que por

suerte seguimos todos bien juntitos.

Te dejo .Voy a pintar ¡hoy mi desafío es la acuarela! La próxima te cuento

como me fue.

Emmy

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Diario de una cuarentena (o escribir en tiempo de peste)

Comencé tarde a escribir, en verdad no me llegaba el deseo, de repente

creo que va a ser interesante como ejercicio de la memoria para cuando

esto pase y podamos (¿podremos?) releerlo.

Llevo quince días de absoluto encierro y de soledad física. No sé cómo

seguirá la vida. Pienso que una partícula nanográmica ha logrado que la

mitad de la población del mundo (sí, la mitad) esté encerrada. En estas

circunstancias se pone en evidencia lo frágil que es el ser humano. Cuesta

muchísimo más estar vivo que morir.

Leo a Martín Caparrós que dice que la vejez es un invento social.

Deberíamos perecer como históricamente lo hacían nuestros ancestros

cazadores recolectores, más o menos a los 35, sin deterioro, sin la

humillación de la decrepitud.

Hoy cumple 21 años mi nieto mayor. Extraño tanto no poder abrazarlo,

que se me estruja el corazón. El día está fresco, pero con un cielo tan azul

que evoco el cielo al que aludía Wilde en su poema de la Balada de la

cárcel de Reading.

Voy por el segundo termo de mate. Miro el freezer y saco la comida

para el almuerzo. No quiero ver la TV estoy saturado de noticias.

Vuelvo a leer el Caballo de Porcelana, que me parece maravilloso.

Hago mi sesión de caminata dentro del departamento. Hoy fueron dos

kilómetros en 26 minutos.

Corro sillones, mesas ratonas, la mesa del comedor de diario, y los

esquivo con ritmo y al rodearlos no tengo que bajar la velocidad de la

marcha y aumento el metraje, (¿cosa de loco o de encierro?). Mi hija

menor, ya me llamó por teléfono. Eso se repite varias veces al día. Siempre

espero su llamada; la mayor ya me mandó su mensajito diario por

Whatsapp. Los pacientes me escriben y piden recetas, es un lio esto. Paro

para hacer la tarea del taller literario. La tarea de limpieza diaria, ya la hice.

Mario Rodríguez

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Cena de gala

La cuarentena se alarga y el ingenio de los padres también.

Papá, mamá, cuatro hijos que van de los ocho a los veinte años y un perro.

Todos comparten un departamento, sin poder salir desde que comenzó la

cuarentena hace ya treinta días.

Los padres trabajan online. Los chicos, si bien cumplen tareas educativas,

también tienen ¡mucho tiempo libre!

No es bueno abusar del uso de aparatos electrónicos, tampoco hacer

actividades ruidosas que molesten a los vecinos.

La mamá se aísla en un cuarto para atender pacientes por video

conferencia.

Utiliza aplicaciones por Internet; los mayores hacen cursos.

Las tareas domésticas se distribuyen entre todos, como también la

preparación de las comidas.

De todos modos es demasiada la energía que sobrevuela el ambiente.

Anoche nos sorprendieron con la invitación a una Cena de Gala seguida

de Baile que tendría lugar a las 22hs., vía Zoom.

Todos los invitados deberían vestir conjuntos de noche. Los varones, con

saco y corbata y las damas, elegantes.

Comenzó con una cena buffet, cada familia en su casa (primos, tíos y

abuelos). Una vez finalizada, los anfitriones convirtieron el lugar en un

boliche.

El papá actuó como barman preparando ricos tragos (sin alcohol por

supuesto);uno de los hijos fue DJ y otros se ocuparon de la iluminación.

No faltó el karaoke, laguitarra y por supuesto,el baile.

Como era sábado, duró hasta tarde.

Nosotros, los abuelos, nos retiramos antes.

Stella Soteras

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Hola

Hoy sentí algo raro. Había comido, más precisamente había almorzado,

y no estaba satisfecho.Siempre fui de comer bien, saciar el hambre con lo

necesario, ni más ni menos. Supuse que sería ansiedad, no el bolero de

Nat Cole. Alguien dijo que es stress y que esa sensación se da cuando la

persona se siente angustiada. Se dicen tantas cosas .¿Angustiado por qué?

Había comido; luego un vasito de vino, café con torta de manzana, hecha

por mí. Tenía todo resuelto.Mao, el gato que tenemos, se acercó buscando

cariño. Al acariciarlo sentí que me desangustiaba. Lo acariciaba y él ponía

ojos de carnero medio degollado; cuando paraba de acariciar su manito

me buscaba para que siguiera.

Por un momento me sentí como el gato, quería caricias. No había quién

me acariciara, aunque estaba mi esposa en otro sitio de la casa. Comencé

a sentir el abismo que se abre cuando algo falta. Por ejemplo, un beso trae

consigo varias sensaciones; en la mejilla el leve calor del sólo contacto con

otra piel; en los labios también calor, pero se generan otras sensaciones

más profundas; en la mano nada; frío. Hoy siento la falta de los besos de

las compañeras de trabajo, de taller. Por ejemplo, la sonrisa de Bety al

entrar a la oficina, el abrazo y el beso; la sonrisa fresca, joven, alegre, el

olor suave de su perfume.

Muchas cosas están cambiando. No voy a la oficina desde hace ya cerca

de tres meses, trabajo desde casa desde la compu. La informática se va

metiendo más en el trajín de cada día. Pienso: si no voy a la oficina no voy a

ver a Bety, a Verónica, a Carolina, aunque puedo verlas por Wup o por Skype;

no es lo mismo falta el contacto personal.En la calle, en los comercios, todos

con las caras tapadas; enmascarados solitarios. Si, solitarios. Asustados o

precavidos. Recordé las aventuras del Zorro, del Llanero Solitario y ahora

el Guasón. Ellos no estaban en cuarentena. Me dijo alguien que uno se

va acostumbrando, que somos animalitos de costumbre. Es cierto, uno se

acostumbra o naturaliza los cambios. Me acuerdo cuando era muy chico,

en las playas las mujeres usaban trajes de baño que cubrían las nalgas e

incluso los muslos; había para descubrir. Hoy me acostumbré y hasta me

gusta ver un lindo cuerpo. Ahora todo se está descubriendo y pareciera

que estuviera en oferta, a la vista. Claro se puede apreciar la belleza de

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cuerpos esbeltos de jóvenes y el mal gusto en ciertos casos de quienes

desean sentirse teens (en castizo, adolescentes). Hay libertad y cada quien

la usa como quiere.

Las cosas cambian, las costumbres también. Cambiamos continuamente

sin darnos cuenta siquiera. Nos acostumbramos a lo que nos pasa, lo que

vemos, escuchamos. Evidentemente estamos preparados para soportar

los cambios, aunque algunos sean duros. El mundo que pareciera que ha

entrado en ese vértigo que le impone el avance aplastante del mercado.

Todo lo vamos naturalizando dócilmente.

Veo en la televisión lo sucedido en Chaco con la policía actuando contra

los verdaderos dueños de esas tierras, los quom, y apenas reacciono.

Cambio de canal y veo las noticias de lo que está sucediendo en USA y la

reacción de la gente ante los abusos raciales; solo miro algo sorprendido;

esas imágenes ya las vi en otra oportunidad.

¿Es la pandemia? ¿El hastío, el cansancio, el abuso? ¿Es el cambio de

época? Estimo que pueden cambiar muchas cosas; el escepticismo me

invade; surge en los pensamientos el gatopardismo.

El Covid ha generado otra pandemia o reacción alérgica, (llamémosle así

para tipificarla); esa alergia explota por diferentes partes del cuerpo social

en general generando picazones; los que la sufren necesita rascarse para

calmar algo; no es la solución.

Basta de pálidas; abstracción sería la palabra, para dejar de lado esta

perorata. No se puede. La sangre sigue circulando por nuestras venas y

manda impulsos al cerebro y pensamos. Tal vez debiéramos pensar cómo

hacer para no pensar y distraernos de alguna manera. Seguir transcurriendo

el encierro creando cosas, escrituras; reparar cosas que dejé de hacer y mi

esposa me reclamó como destapar el sifón de la pileta de la cocina, arreglar

la perdida de agua en el inodoro de un baño y gratificarme cocinando y

comiendo cosas ricas, gustosas.

Seguir. No parar. Parar es renunciar a la lucha a la vida.

Rubén Waynsztok

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Otra narración al estilo de balada

Hay que decir que no todo el pueblo estaba de acuerdo con la forma de proceder de los Vicentín. Pero una cosa es no estar de acuerdo y otra es apoyar, justificar un atropello con trasfondo político.

Algunos decían –Hacen bien en aprovechar las oportunidades. Otros ya vaticinaban vientos de venganzas y rencores.

Pasaron cuatro años, no nos detendremos en ellos. Sin duda las circunstancias fueron muy beneficiosas en los primeros tiempos, pero faltó prudencia y sobre todo estrategia comercial. El ritmo de las operaciones daba suficiente espacio para buscar el equilibrio entre los créditos y los resultados he ir cumpliendo con los vencimientos en tiempo y forma.

Pero entre los jóvenes con menos experiencia existe un tipo de personas que tiene que sentir el vértigo del riesgo y solo se dejan llevar por la ansiedad de obtener resultados superlativos y necesitan mostrar conocimientos académicos adquiridos en estudios superiores de universidades prestigiosas.

Pero, en nuestro país, con su historial de crisis de distintos orígenes y dimensiones, como dice el refrán ¨El diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo .̈ El grupo de los fundadores, hechos al trabajo con esfuerzo y lucha, no estaba de acuerdo con el nivel de endeudamiento y en el momento no concedían miradas casuales de aprobación.

Así fue que, como dijimos antes, habían pasado los días en los que las devaluaciones y ajustes de intereses se solucionaban con nuevos créditos o refinanciaciones de los viejos, y llegaron reclamos de acreedores de todo tipo que confiaron en el prestigio de la firma alcanzado por la vieja guardia.

Había llegado el momento de hablar del amor, amor a toda la historia de crecimiento lograda desde hace 90 años, amor a la comunidad formada por toda la población que fue rodeando esta historia y construyendo una gran familia, amor a la diversidad de negocios que poco a poco habían ido incorporando a su producción, es un amor que se siente en todo el cuerpo y se mete entre los huesos, un amor que no

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permite abandono sino que reclama lucha.

La vieja guardia tomó en sus manos esta lucha y con habilidad negociadora demostró a los noveles integrantes de la familia, cuáles son las destrezas que no se aprenden en ninguna universidad. La creatividad e ingenio propia de los criollos de pura cepa, que han vivido los avatares de una economía irregular e incomprensible para genios académicos, ordenó el proceso de la convocatoria. Ofreció a los acreedores bancarios una forma novedosa de ir cobrando de cada ingreso por ventas, a los productores les mejoró sus precios, a los empleados les aseguró sus puestos y los incluyó en un porcentaje de las que fueran sus ganancias.

Por supuesto que esto significaba una importante reducción de las retribuciones a los socios, una administración al estilo de épocas de guerra, un saneamiento en las instalaciones que incluiría reacondicionar los edificios de modo que se venderían aquellos que resultaran en desuso. Un plan que se presentó ante el juez competente demostrando que en un período de cinco años, la empresa recobraría totalmente su calidad productiva y financiera.

La historia aún no termina, pero la oferta entusiasmó a todos, los jóvenes socios comprendieron que ¨Lo mejor es enemigo de lo bueno¨ y pusieron manos a la obra con empeño, aplicando lo nuevo en la producción y dejando los negocios en manos de los históricos avezados en los sistemas comerciales de nuestra única e inconstante Argentina que no deja de mostrar su devoción por inventar crisis a cual más complicada.

Sería muy feliz si esta situación que aquí se perfila llegara a concretarse. No tengo nada que ver ni con los Vicentín ni con los acreedores, pero entiendo el amor como lo sienten sus integrantes, porque es el amor a la Patria, a nuestra República el que se encarna en esta situación para todos los argentinos.

.

María Inés Zavalìa

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No habrá otra igual.

No seremos los mismos.

Procuraremos ser mejores.

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CRISTALES

Apenas unos cristales nos separan del mundo

Y el silencio da lugar a los sueños,

a las historias que crecen en nuestro interior.

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Textos ficcionales de TEOs y PALABREROs

Los textos ficcionales nos han dado lugar a un nuevo lugar, valga la

redundancia. ¡Qué buen espacio ocupan las historias que devienen de las

lecturas, de las consignas, de las propuestas que se van tejiendo con las

historias que, a su vez, cada uno tiene en su interior!

Son tiempos difíciles para ficcionlizar, pero no imposibles.

En esta ocasión, muchos de ellos devienen de las lecturas, a las que se

les ha dado un lugar de reinitas; las páginas de los libros son reinitas que

nos gobiernan (saben que las necesitamos); luchamos contra su poder

con nuestros propios argumentos y ficciones.

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Emilce Cassinelli

Biografía

Es Contadora Pública Nacional (UBA). Sus estudios transcurren en la

década del 60, época en que las mujeres no eran bien recibidas en esa casa

de estudio. Eso la lleva a apostar a constantes desafíos y superaciones.

Alterna su vida profesional con la de su familia. Como contadora

incursiona en diferentes áreas, tanto en el ámbito público como en el

privado, impuestos, mediación, sindicaturas y salud.

En la última etapa laboral se dedica de lleno al área de salud,

concretamente en el sector de la tercera edad. Es así que durante treinta

años y con cincuenta pacientes privados funda junto a su esposo el

Instituto Geriátrico Saint Michel, que estuvo en funcionamiento hasta el

2007.

De esa experiencia con esos seres que le parecían tan frágiles,

vulnerables, y a la vez tan dulces y agradecidos por los momentos que

allí vivían, descubrió una nueva vocación, el voluntariado, devolver a la

vida lo que ella le había dado.

En el 2002 ingresa al Rotary Club del Pilar Recoleta donde comienza

sus primeras actividades, luego continúa en el Rotary Club de Puerto

Madero, hasta que finalmente, en el 2014 funda con otras veinte mujeres

el Rotary Club de Barrancas de Belgrano.

Por las distintas y diversas actividades de voluntariado le valió el Premio

Paul Harris en el año 2012, otorgado por el Rotary Internacional. Es la

mayor distinción a la que puede aspirar un miembro de esa emblemática

institución.

Aprendió, a través de los años de experiencia en distintos ámbitos,

que hay que sumar vida a los años y no años a la vida. Por eso ahora se

debe seguir creciendo.

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Noticias de un marino viejo lobo de mar

Cuando era niña siempre sabía cuántos años tenía y no veía el momento

de ser mayor. Significaba que iba a tener más privilegios, más libertad,

que me iba a tomar todo más en serio. Con el correr de los años, la vida

se va modificando.

¿Qué es lo que cambia? Tal vez que, al mirar a los viejos, yo no anhelaba

llegar a parecerme a ellos.

Iba a ir perdiendo atractivo físico, cosa que con el paso del tiempo lo

pude comprobar. El cuerpo comienza a funcionar en forma más lenta y

se torna más vulnerable a diversas enfermedades, que a veces suelen

ser graves.

Ahora, en nuestro presente, me contemplo en el espejo y me doy cuenta

de que el mundo ya nos ve más viejos; el espejo muestra las marcas de

la edad. Tanto hombres como mujeres somos vulnerables a esto.

Ahora,en el presente, en este presente que nos hace salir

permanentemente de nuestra zona de confort, pienso que en lugar de

gastar energía en negar los cambios que trae la edad, debo asumirlo

para poder postergar un poco lo inevitable.

De qué manera, me pregunto. No cayendo en una mentalidad obsoleta.

Por eso en esta cuarentena, cada vez más larga, todo se acentúa, y ante

ello me consuelo y me digo que estoy más arrugada, pero más sabia.

Mi trabajo con adultos mayores me dio la oportunidad de tomarme un

tiempo para charlar con ellos y descubrir personalidades interesantes

y valiosas, que algunas vez habían sido jóvenes. ¡Que charlas

enriquecedoras!

¡Voy a contarles una que seguro les va a encantar!

Se trata de del Don Valdo, que por esas casualidades de la vida se

apellidaba Lanata.

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En octubre de 1999 recibo en mi instituto a un reportero de la revista

Veintidós. Buscaba a algún adulto mayor nacido en los primeros años

de ese siglo. La idea de ellos era llevar a cabo una entrevista para hacer

una nota , que luego publicaron como “ Los Testigos del Siglo”.

Le pregunté a Don Valdo si le gustaría conversar acerca de sus recuerdos

y me respondió, con el respeto que lo caracterizaba ,que estaba dispuesto.

Llegó el dia de la entrevista. Se puso su mejor traje, camisa celeste .

Yo le regalé una corbata que hacía juego. Estaba espléndido y esperó al

reportero en el jardín, desde temprano.

La charla duró toda la mañana; el joven periodista lo dejaba hablar, no

sólo por respeto, sino también porque estaba fascinado de escuchar sus

relatos.

Algo de ese reportaje les voy a contar.

Le dijo que había sido marino, que los viajes en barco eran los más

importantes de su vida y que ,en una recorrida por Venecia, había

encontrado a Benito Mussolini en un balcón dando un discurso. Otro

recuerdo le viene a la memoria. En 1926 viene a la Argentina, desde

España, el avión Plus Ultra. Como se quedaba en el país tuvieron que

llevar a los tripulantes de regreso a España.

A Don Valdo se le humedecen los ojos y continúa .Ese fue mi primer

baño de mar y agrega que en esos viajes, cuando se pasa la línea del

Ecuador, se hace un bautismo de mar a los que viajan por primera vez.

Ese viaje, tenía como destino la ciudad de Sevilla. Para mí fue maravilloso,

continúa ,y hace una pausa.

-Antes de mi retiro anduve en submarinos, en los primeros que hubo

en el país. Los construían en Tarento, al sur de Italia, sólo el casco. Las

demás partes de la nave, en distintas ciudades de la península.

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-¿A usted le gusta la música? –pregunta el periodista.

-Sí, claro. Mi preferido es Carlos Gardel. Lo conocí personalmente,

en el Bajo Belgrano. Mi padre tenía un almacén y cerca había un stud

y una quinta. Eran propiedad de un tipo al que le decían Churrinche,

que siempre invitaba a algún cantante. Gardel, antes de reunirse en esa

quinta ,pasaba por la despensa de mi padre. Fue mi ídolo.

Finaliza la charla, como era de esperar, con la pregunta tan simple,

pero profunda a sus 95 años, acerca de sus temores.

-No le temo a nada.

Cuando despedimos al periodista le di un abrazo apretado a Valdo y

me dije que era un viejo lobo de mar.

Por eso ahora, porque vino a mi memoria, es que vuelvo a pensar

que nuestra existencia es una acumulación de sabiduría, de amor y de

obstáculos que vamos superando2.

2 La nota completa se publicó en Veintidós, 4 de noviembre de 1999,Argentina.

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El gato negro

No dejaba de caer una lluvia fina.

Eleuterio, Francisca y la hija de ambos de nueve años, miraban desde

la ventana del primer piso para ver si seguía lloviendo. Era una lluvia

silenciosa, tranquila.

Apenas soplaba el viento y hacía mucho frío.

La casona en la que vivían era de alrededor de 1900. En la parte

posterior, y separadas por un gran jardín, se encontraba la casa de los

caseros. Ellos tenían un gato negro, al que le dispensaban tanto cariño

que se podría interpretar que formaba parte de la pareja.

Los jueves por la mañana la hija recibía a su profesor de música, un

hombre de unos 45 años, de aspecto desalineado y tristón. Había perdido

hacía poco tiempo a su único hijo, de 9 años en un accidente de auto.

Todos los jueves se iban sucediendo las clases y el contacto con el

profesor y la alumna. Últimamente, al término de cada clase, la niña caía

en un profundo desgano y muchas veces lloraba sin motivo aparente.

Tanta era la preocupación de Francisca, que se lo comentó a la mucama

y preguntó:

-¿Usted quiere mucho a su gato? Dicen que traen mala suerte y que,

desde hace siglos, se sabe que hubo una peste que causaron ellos…Son

animales de malos presagios… ¿A usted le costaría mucho desprenderse

de él? Mi hija juega mucho con…

Se sumó entonces el esposo de la mucama.

-Yo tengo la solución para mejorar la salud de su hija, que seguramente

tiene una enfermedad del espíritu o del alma.

Ofreció la intervención del párroco del barrio que había curado a varias

personas con este tipo de dolencias.

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Dado que Eleuterio y Francisca habían consultado a varios especialistas

médicos, que no habían podido diagnosticar ninguna enfermedad, con

algo de descreimiento y mucho temor, accedieron a consultar al cura,

con la salvedad de que no diera nada de tomar a la niña.

A la mañana siguiente el párroco vino a visitarlos. Sotana negra,

zapatos deformados, raídos. De su cuello pendía un crucifijo de bronce.

La presencia de este cura los tensaba profundamente, pero a pesar de

ello se recompusieron y lo acompañaron hasta la habitación de la niña.

Estaba en la cama con la mirada fija en el cielo raso.

El cura empezó a rezar, parecía que rezaba, no se entendía nada, ni el

idioma, ni la expresión de su rostro.

Caía una lluvia que ahora no era silenciosa ni tranquila, cuando sonó el

teléfono Atendió Eleuterio. Era el profesor de música que les comunicaba

que abandonaría las clases de su hija, porque debía viajar al exterior.

Francisco retornó a la habitación. Vio a su hija sentada en su cama.

-Quiero un helado- dijo.

No volvieron a ver al cura.

No volvieron a ver el gato.

Nunca más se supo del profesor.

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La candelaria

Recuerdo que un fin de semana del otoño del 2015,con un grupo de

amigas decidimos festejar el cumpleaños de una de ellas en la Estancia

La Candelaria, en Lobos.

Partimos en auto un sábado bien temprano, calculábamos que el viaje

nos llevaría aproximadamente dos horas, por lo que a mitad de camino

nos detuvimos a cargar combustible. Una de mis amigas preguntó al

hombre que nos atendía si conocía el lugar. No tengo ni idea, dijo, se

supone que en el pueblo todos conocerán el lugar.

A media mañana ya estábamos entrando en la estancia, atravesamos

un camino de palmeras de más de cuarenta metros de altura, y ahí estaba

el castillo, una maravilla arquitectónica del 1900, con torres normandas

y arcos góticos en la fachada. Parecía que estábamos en un viaje a otra

época. El Castillo estaba rodeado de parques, bosques con estatuas,

fuentes, glorietas, un molino holandés y hasta una capilla panteón. Todo

tenía gran encanto y misterio.

El castillo era una estrella en el centro de la escena.

Una vez instaladas, llegado el mediodía, almorzamos asado con cuero

y un postre vigilante. Torta de chocolate con sofisticada vela en el centro,

cantamos el feliz cumpleaños, y con una copa de champagne mediante,

nos fuimos a descansar.

Al atardecer salimos a recorrer la estancia, con guías. Me llamó la

atención la estatua de un perro en cuya base había una inscripción: Tell.

Rebecca, la hija adoptiva de los fundadores de la estancia había tenido

un perro muy querido, un animal grande, blanco , buen compañero de

paseos. Cuando murió, la misma Rebecca ya grande, lo hizo embalsamar

y empardar con su propia forma dentro de la estatua.

Antes de la caída de la tarde, quise tomar un foto del perro, algo

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me inquietaba. Crucé el jardín. Pensé que sería la brisa que acababa

de levantarse o las sombras que comenzaban a cubrir el césped, o la

hojarasca. Tomè la foto y me alejé de allí. Tenía la sensación de que

alguien me estaba siguiendo, pero no vi a nadie. O sí. Era la silueta de

Tell que me estaba siguiendo y que venía hacia mí.

¿Sería el efecto del atardecer?

Durante la cena comenté con mis amigas. Ellas también dijeron que no

habían querido contar, pero que habían experimentado algo similar, aún

en la recorrida por el interior del castillo.

Pasaron cuatro años, no me voy a detener en ellos.

Ahora, que es otoño, estoy volviendo a La Candelaria.

Quiero encontrarme con Tell.

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Historias de catacumbas 3

Vittorio es un joven guía de turismo, italiano, un tanto desalineado,

simpático, experto conocedor de su trabajo. Nos pasa a retirar por la

puerta del Grand Hotel Casino por la mañana. El grupo es de ocho

personas, amigas todas y lo completan dos jóvenes genoveses.

Vittorio nos indica que debemos subir a la combi blanca sobre cuyo

parabrisas hay un visible número trece. El chofer toma la Via Appia; la

visita de hoy es en las afueras de Roma. Por esa via llegaremos a las

Catacumbas de San Calixto.

Mi grupo de amigas y yo viajamos generalmente juntas, pero estos dos

jóvenes que aparentan tener alrededor de veinte años, parecen tener otro

tipo de expectativas de la visita a realizar. Hablan entre los dos y se ríen

fuerte. En estos tours no se puede elegir el grupo. El viaje es placentero;

el guía nos va introduciendo en la historia de lo que tendríamos en

pocos minutos ante nuestros ojos. Nos cuenta que las Catacumbas de

San Calixto son el primer cementerio bajo tierra, que allí se enterraban

a los cristianos que eran calificados como ateos, y a los se le atribuían

las peores atrocidades; se les echaba la culpa de todo. Esa persecución,

agrega, ocurrió alrededor de año 64, cuando estaba al frente del Imperio

Romano el temible Nerón.

Ya estamos en las catacumbas. Pasillos angostos. Nichos de cemento

a cada lado. Son innumerables. Son del tamaño de una persona, una

encima de la otra. Estamos mudas, asombradas. Vittorio nos hace detener

en una.

No es una más. Es en la que estuvo durante varios siglos, la joven

mártir Cecilia, una muchacha de quince años, esbelta, graciosa como un

cervatillo, con un bonito aire de despreocupación en sus grandes ojos

3 Texto realizado a partir de la lectura de Wilde, O, EL FANTASMA DE CANTERVILLE

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azules.

Su memoria fue venerada desde el momento de su muerte.-¡Queremos

saber más!- dijimos al mismo tiempo. Cuando el guía logra acallarnos

continúa.

-Su esposo también abraza esa creencia, por eso ambos vivieron

virginalmente. Cuando él es descubierto, lo decapitan y ella, que es

delatada, corre la misma suerte. Antes de exhalar el último suspiro tiene

fuerzas para extender tres dedos de la mano derecha y uno de la izquierda

como testimoniando hasta el final su fe en Dios y en la Santísima Trinidad.

Siglos más tarde cuando se inspeccionaron las reliquias se encontraban

en la misma posición.

Las ocho que estábamos escuchando no podíamos emitir sonidos. Los

dos jóvenes genoveses estaban en las suyas, mirando mapas de ruta...

son de esta generación, me dije.

Ya de regreso al hotel, descanso, tomo un baño, leo.

Entrada la noche, miro un noticiero de la TV italiana y decido dormir.

Las habitaciones están en planta baja y dan a un parque muy cuidado,

con una fuente antigua cuyas aguas parecen las aguas danzantes de

Barcelona.

El día no pudo ser mejor.

Mi sueño siempre es profundo, pero esa noche escucho ruidos, voces,

golpes.

Me levanto, abro la ventana. Nada.

Al rato la escena se repite. Me quedo levantada, con la luz apagada.

Estoy transpirando.

Tres siluetas que bailan alrededor de la fuente, sus cuerpos, creo que

son cuerpos, cubiertos con una tela liviana de color púrpura que se

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mueve con el viento de la noche. Tienen una capucha negra, y zapatillas

como usan las bailarinas de ballet , también negras. Se contornean con

los brazos en alto, logro distinguir que uno de ellos en una mano tiene

tres dedos en alto y en la otra uno.Pasada una hora aproximadamente,

todo vuelve a la normalidad. A pesar de ello esa noche no duermo.

Como es la última noche en Roma, no vuelvo a ver a Vittorio ni a los

jovenes genoveses. También pienso en el número 13 que tenía la combi.

Pienso en el misterio de ese grupo.

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Alicia Castelli

Biografía

Porteña, con algunos años de residencia en España,

se desempeña por más de una década como directora de Recursos

Humanos, luego de haberse especializado en temas inherentes en

Estados Unidos y en Londres.

Viajera apasionada y con buen bagaje de experiencia laboral,

incursiona en el arte de escribir. En sus textos refleja una aguda

mirada sobre distintas épocas del Siglo XX y de nuestros días. Participa

del proyecto solidario Omint te cuenta.

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La carta

En esta época de cuarentena tratamos de ordenar más la casa, Entonces

tropezamos con cajas con contenidos insólitos. Muchos recuerdos

olvidados.

Así fue como encontré un sobre con esta carta de mi abuelo.

Ciudad de Buenos Aires, 20 de octubre de 1951

Querida familia, mi muy querida familia:

Ahora estoy sentado en mi viejo escritorio rememorando la historia

de mi vida, muchos aspectos de la cual les fui relatando oportunamente,

pero siempre hubo algo que ha quedado en lo más profundo de mí, que

fue mi pesadilla y que necesito ahora, que veo cerca el fin, contarla para

librarme de mi culpa.

Fue aquel hecho en el bar de Robustiano. Todos supieron cómo ocurrió

su inesperada muerte. Aquella tarde en que estábamos, él, Celestino y

yo. Vosotros recordaréis que el arma guardada en el baúl se disparó al

caer mientras él buscaba algo en su interior. Cuando intervino la policía

todo se aclaró sin mayores consecuencias.

Para mí, fue tremendo perder a mi primogénito de manera tan

accidental y a una edad tan temprana. Fue un dolor intenso del que me

costó mucho recuperarme. Soy consciente de que toda la familia padeció

tan tremenda desgracia,un luto de tiempo largo y penoso. En el 40 las

cosas se vivían de manera diferente.

Sin embargo, hubo algo que nunca pude sobrellevar y es el peso que

arrastra mi alma. Fui culpable. Sí. Robustiano fue a buscar el pasaporte

español a instancias mías. Yo le estaba echando en cara que no sintiera

que España era su segunda patria. Desconfiaba que no lo hubiera

renovado. Lo guardaba en el baúl. Si no hubiese insistido tanto para

que me lo mostrara, si no hubiese desconfiado de él, si mi orgullo de

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español no me hubiese obnubilado, vuestro hermano no habría muerto.

Ese sentimiento de culpa me persiguió toda mi vida. Fue la cruz que me

ha desvelado tantas veces.

Vosotros sabéis que desde que participé en la guerra dejé de creer en

la iglesia y nunca más pisé una. Antes de partir de este mundo, debo

confesar ante mi familia esta espina que llevo clavada en mi corazón,

esta congoja, este martirio que me ha perseguido desde entonces.

Sepan, queridos hijos, perdonarme y espero entiendan el motivo que

me ha impulsado a esta confesión.

Les dejo todo mi cariño y voy en paz a reunirme con mi querida Elvira.

Vuestro padre.

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Noticias lejanas

El abuelo, sentado ante su escritorio frente al amplio ventanal que da

al jardín, escribe la carta semanal. Manuela, a su lado, dibuja palotes en

una hoja cuadriculada .

-¿Por qué escribís tanto abuelito? ¿No te cansás? ¿Dónde guardás lo

que escribís?

-Escribo cartas a mis hermanos. Me gusta y no me cansa.

-Pero ¿por qué les escribís y no los llamás por teléfono?

-Porque están muy lejos, viven en España.

-¿Y por qué no viven aquí?

-Están en la tierra en que nacieron.

Manuela se queda pensativa y continúa con sus palotes, pero vuelve a

la carga.

-Abuelo ¿por qué vos no trabajás? Mi papá trabaja y vos no.

-Los abuelos no trabajamos, lo hicimos antes y ahora descansamos y

estoy con vos y te enseño a escribir. También ayudo en el jardín.

-¿Voy a escribir como vos?

-Si, claro, vas a ir a la escuela el próximo año y aprenderás más cosas.

Con el ring del teléfono se interrumpe la conversación. El abuelo

Robustiano toma el bastón y va hacia la mesa dónde está el aparato.

Espera una llamada y mientras va a responder cruzan su mente una serie

de alternativas. En España las cosas no van bien y la familia pasa por

momentos difíciles. Todos los meses él les gira dinero, pero sabe que no

es suficiente.

-¡Hola!, ¿Silvino? ¿Cuándo llegaste? Sí, me enteré y le estoy escribiendo

a Angelín. Vente por casa y lo hablamos… ¿Hasta cuándo te quedas? Te

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espero… Bueno, avísame.

-Abuelo ¿quién es Silvino?

-Un primo que vive en Montevideo . Vos lo viste la última vez que nos

visitó, pero eras muy pequeña. Viene cada dos o tres años a visitar a

familiares de su esposa y a nosotros.

-Ah, ¿y cuándo vendrá? ¿Papá y mamá lo conocen?

-Si, claro que lo conocen y les gustará recibirlo. Esta noche les avisaré

que vendrá a visitarnos posiblemente el sábado.

Manuela continúa con sus palotes y el abuelo con la carta hasta que la

niña vuelve a interrumpirlo.

-Abuelo, ¿le dijiste que te habías enterado de qué?

-Ah, pequeña curiosa. Bueno, te contaré. En España están atravesando

por momentos difíciles y muchos pasan hambre. Les está costando

reconstruir el país después de la guerra, que la población tenga trabajo y

buena comida. Ya pasaron más de cinco años y muchos españoles están

emigrando a otros países. De eso hablábamos.

-Abuelo dijiste emigrando, ¿qué es?

-Se dice cuando una persona sale de su país, del lugar donde nació,

y se traslada a otro donde piensa que puede trabajar y vivir mejor. Son

emigrantes.

-Abuelo, ¿vos sos un emigrante?

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Hablar de amor

Paula lo intuía, creía saberlo, estaba en su subconsciente. Fecha

importante el jueves, aunque no era más que un papel que certificaría

algo. Pero esta vez era distinto y, si bien se consideraba el tipo de personas

que tiene seguridad al tomar una decisión, ahora dudaba. Llegado el

momento le surgían dudas, ciertas ganas de volverse atrás.

Habían pasado del comienzo de esta historia unos cuatro años, no nos

detendremos en demasía en ellos, no obstante es conveniente aclarar

que Paula y Andrés habían sido amigos desde chicos. Habían asistido al

mismo colegio y compartido amigos de juegos primero y de correrías,

cuando más grandes. Fueron intimando hasta un cierto punto, pero luego

de terminada la universidad, la profesión de él y sus ansias de conocer

mundo los había separado.

Para mí los sentimientos son asociaciones mentales y una reacción

hacia las emociones según nuestras experiencias personales. Las

emociones son la forma en la que nuestro cuerpo responde ante los

estímulos percibidos por cualquiera de nuestros sentidos. En cambio

los sentimientos acusan una duración más prolongada, hasta pueden

durar toda la vida. Debo reconocer que, para que nos entendamos, ha

llegado el momento de hablar de amor, ese sentimiento sobre el que

se ha dicho y escrito tanto desde la antigüedad y que se lo puede sentir

hacia uno mismo o hacia otra persona. Al sentir amor, las personas se

hallan conectadas de una manera positiva con el mundo, y les aumenta

la sensación de bienestar, de felicidad. Podría decirse que es una

combinación de atracción física, emocional y sexual lo que lo provoca,

que se vive como en un estado de éxtasis, con altibajos, casi como

saltando charquitos de nube.

Pero volvamos; ya dijimos antes de la duda de Paula, ahora agreguemos

el tema de los nervios del padre. Le tomaba la mano y le volvía a contar

historias de cuando era chiquita, de sus travesuras, de las veces que se

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había perdido en la playa, o cuando llovía y llevaba un gatito de la calle

a dormir a la casa. Recuerdos, acaso fuera la intención de detener el

tiempo y no dejarla partir.

Mientras el auto con moño en su capot se desplazaba por la avenida

como paseando, por la ventanilla la ciudad iba tomaba todos los colores

y la tardecita se perdía entre cada auto que pasaba y les tocaba bocina

dejando una ráfaga de buenos augurios y de felicidad.

Paula iba vestida de blanco, con tocado y ramo de flores.

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Derechos

Desde muy chico tuve vocación por todo lo concerniente al mar y eso,

unido a un fuerte sentimiento patriótico, me impulsó a ingresar a la marina

de mi país. Al cumplir los diecisiete años convencí a mis padres para que

me autorizaran a alistarme y pudiera iniciar el proceso de admisión.

Soy negro, descendiente de afroamericanos. Y digo que soy negro

porque no es una cosa de tomar a la ligera. Lograr ser pionero en un

ambiente militar tan restrictivo entonces, podía considerarse como una

misión imposible y debo reconocer que tuve que pasar por distintas

pruebas.

Cierto día estábamos un grupo de cadetes en el corredor cerca de los

dormitorios cuando un compañero que no me aceptaba y no entendía

cómo yo podía ser estudiante como él, me dijo: Eh vos negro, mueve tu

trasero y límpiame los zapatos que tienen barro. No respondí, pretendí

no escuchar, me encaminé hacia la puerta de mi cuarto, pero continuó

insistiendo: ¿No escuchaste? Te dije que limpiaras mis zapatos. Entonces

fue que mientras vociferaba: este negro va a saber quien soy, se abalanzó

sobre mí propinándome una fuerte golpiza. Dos compañeros intervinieron

y me lo sacaron de encima. Continué mi camino e ingresé al dormitorio.

El alboroto atrajo la atención de un oficial quien, viendo la situación,

nos instruyó para que nos reportáramos inmediatamente a la oficina del

director. El cadete impertinente dio su descargo diciendo que yo lo había

provocado y, como el padre era un oficial superior, su versión pesó más

que la mía.

En estas tierras la vida de la gente negra nunca fue fácil. Fuimos

esclavizados y a lo largo de la historia muchas veces ignoraron nuestros

derechos. Muchas veces fuimos tratados peor que animales.

Pasaron muchos años hasta que fuimos legalmente reconocidos en un

plano de igualdad con los blancos.

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La situación de la tan mentada trifulca en el corredor del sector de los

dormitorios tardó en tener una solución ecuánime. Eran dos cadetes en

un grupo que se habían ido a las manos. Cada uno acusaba al otro de

haber iniciado la acción y el resto de los compañeros no habían sido

interrogados para aclarar el hecho en sí.

Alguno creerá que yo me achiqué pero, consciente de que generaciones

tras generaciones habían luchado para conseguir la igualdad de derechos,

sabía que estaba ahí para dar batalla. Quería lograr que el uniforme de

la marina también lo pudiera lucir uno de mi raza, para demostrar que el

color de la piel no hacía la diferencia.

Por tres meses tuve que cumplir tareas adicionales, castigo que me

provocó contar con menos horas de sueño para poder estudiar. El apoyo

de algunos compañeros me ayudó a sobreponerme de las dudas de

continuar mi carrera pero pude resistir y alcanzar mi objetivo.

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Lucía Critto

Biografía

Lucía Critto de Massalin nació en Tucumán y desde su casamiento ha

vivido en Buenos Aires donde formó un nuevo grupo de amistades y se

dedicó a diferentes actividades sociales y solidarias.

La ayuda al prójimo enseñada y vivida desde niña, está presente en su

espíritu y marca cada etapa de su existencia.

Su paso por la radio y la TV la llevan a descubrir se esencia de

comunicadora.

Viajera incansable, cuenta sus vivencias en relatos coloridos sobre

lugares y culturas diversas que tuvo la oportunidad de conocer, de valorar

y de disfrutar junto a su marido.

Su afición por la escritura la lleva a participar de talleres para mejorar

su pluma. Con el grupo ha formado vínculos sólidos de amistad y de

trabajo.

Relata sus historias con realismo y un toque de fantasía.

Su obra “Imágenes y Recuerdos de mi Historia” la transporta a otras

épocas plasmando en el papel desde la actuación de sus antepasados en

las duras luchas por la independencia de nuestra Patria, a la vida de las

generaciones que los siguieron y hasta nuestros días.

Siempre vinculada a Tucumán, preside la Asociación de Damas

Tucumanas de la Sociedad de Beneficencia en donde están representadas

cada una de las 23 provincias argentinas. Son voluntarias que trabajan

para resolver las carencias de los necesitados.

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Anécdotas de mi vida

Aprovechando el tiempo libre que me dejaría la cuarentena obligatoria,

pensé que era el momento ideal para empezar el tan postergado libro,

mis memorias, que les había prometido a mis nietos.

Ha sido muy grato para mí hacer una reseña sobre la familia López

Pondal de Tucumán, mi familia. Desde los antepasados que lucharon por

la independencia de nuestra Patria, sus descendientes que nos legaron

ejemplos invalorables, hasta nuestros días.

Se dice que hemos heredado de ellos la austeridad, la personalidad

y el temple para enfrentar contrariedades. Realmente creo que es así. A

veces veo en mí alguno de esos rasgos de paz interior que minimiza los

malos momentos y que quita importancia a los hechos que merecen ser

olvidados. Contaban que una vez le preguntaron a uno de mis primos,

casado con una señora muy mandona y protestona, cómo la aguantaba.

Él respondió muy tranquilo: -Porque soy López Pondal. Es gracioso,

porque si no es algo que de verdad heredamos y traemos en nuestros

genes, pero creemos tenerlo, el cerebro se encarga de darnos esa

serenidad y confianza que nos ayuda a vivir mejor. Es lo que yo pienso.

Estoy convencida de que es así y me encanta.

Mientras escribía fueron apareciendo recuerdos y anécdotas de esas

épocas tan lejanas y con costumbres tan diferentes a las actuales. Dejando

de lado la parte histórica del libro, es curioso pensar cómo pudimos

sobrevivir con los pocos cuidados que teníamos en esas épocas. Paso a

contarles algunas vivencias que no parecen reales.

Cuando tenía unos cuatro años me regalaron una gatita blanca. Al poco

tiempo se puso panzona y aparecieron tres gatitos. Amaba a mis gatitos

y les daba la mamadera que yo misma fabricaba con los goteros vacíos

del consultorio de papá. Les cortaba la punta con una hoja de Gilette que

él usaba para afeitarse en ese tiempo. No saben cuántas veces me corté

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los dedos. Creo que nadie se enteró ni me desinfectaron nunca.¿Cómo no

se infectaban las heridas si yo andaba en medio del pasto y la tierra con

mis animalitos? Los vestía con las ropitas de mis muñecas y los paseaba

en un cochecito rosado. Prefería los gatos a las muñecas que entonces

eran armadas y rígidas. Después aparecieron los bebés Bubilai y otros

más blanditos con el cuerpo de trapo. Las Barbies no existían. Tampoco

había televisión ni jueguitos, así que mi vida transcurría en el fondo de

casa, que era el jardín de la parte de atrás, donde estaban el lavadero, el

tendedero y mis gatos.

En esa época los chicos casi no compartíamos la vida familiar con los

mayores.

Cuando yo era chica pasábamos los veranos en el campo de Las Criollas,

un lugar bellísimo y fresco entre las montañas, a 80 km de la ciudad de

Tucumán. Eran famosos los días del viaje familiar a Las Criollas. Llegaba el

camión a buscarnos a la casa de la ciudad, con un chofer práctico para los

caminos de cornisa. Los vecinos se entretenían mirando cómo los Critto

nos preparábamos para la partida con toda la mercadería, los encargos, las

empleadas. Nos subíamos a la caja del camión, porque sólo mamá y papá

entraban en la cabina con el chofer. Ni soñar con cinturones de seguridad

para nadie. Saliendo de la Ruta 9, los caminos eran bastante malos y a

veces invadidos por los ríos, que en las crecidas fuertes arrancaban los

puentes, por lo que debíamos dejar el camión o el auto en el Dique La

Higuera, treinta kilómetros antes de nuestra casa, y montar a caballo

por unas tres o cuatro horas para llegar al casco que era la antigua casa

principal. Los peones sabían hasta dónde se podía llegar con el vehículo

y allí nos esperaban con los caballos. Cuando el camino permitía llegar

hasta Gonzalo, más cerca de nuestra casa, la cabalgata era de solo unos

cuarenta minutos. Y siempre con el equipaje atado sobre las mulas que

desacomodaban los bultos con su andar cansino. Los peones cada tanto

debían arreglar las cargas. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué odiseas! Además

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no había electricidad, así que en la casa nos alumbrábamos con los faroles

Radiosol a kerosene. Era tan difícil encenderlos que casi había que hacer

un curso para poder hacerlo!

Eran veraneos largos y alejados del mundo. Nosotros enseñábamos el

catecismo y pelábamos la fruta que recogíamos en la quinta para hacer

dulces de ciruelas, membrillos o duraznos. También hacíamos dulce de

leche con la leche recién ordeñada. Era un dulce que había que cuidar

muchísimo porque subía la espuma todo el tiempo y se derramaba. Era

el año 1950. No se podía controlar la potencia del fuego a leña. Cuando

ya estaba listo y puesto en los frascos, raspábamos la cacerola que era lo

más rico de la tarea. (…)

Uno de los placeres del verano en Las Criollas eran las tardes tranquilas

que pasábamos bajo los sauces, una arboleda espléndida, al lado de la

casa cruzando el jardín. Descansábamos, conversábamos y tomábamos

mate con bombilla, que en esa época sólo los peones acostumbraban a

hacerlo. Ahora se hizo tan popular el mate, que a todos les gusta y nadie

se pierde el placer de saborearlo. A mí me gustaba bajo los sauces, en la

ciudad tomaba el té o el café o mate cocido, infusiones que no tienen el

lento ritual del mate. Ahora que lo escribo, pienso que me vendría muy

bien practicar la lentitud del ritual del mate para bajar los decibeles y

disfrutar cada momento.

A veces, otro recuerdo que tengo, quedábamos aislados en el campo

por las lluvias y las crecidas de los ríos. El único contacto con el mundo

exterior era una radio que funcionaba con la batería del auto que papá

escuchaba atentamente a pesar de las descargas que producían un ruido

infernal, como chiflidos, característico de cuando se va perdiendo la señal.

Nos comentaba las noticias para que todos estuviésemos informados.

Hilo recuerdos, son cuentas de ese collar de infancia. En una oportunidad

papá tenía un vencimiento en el banco, en la ciudad y, a pesar de que

llovía torrencialmente, debíamos viajar para que lo cubriera. Ese día

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salimos todos a caballo a la mañana temprano. Los ponchos de lana y

los sombreros se empapaban con la lluvia y ya no nos protegían de la

mojadura ni del frío. Como papá era grandote, montaba una mula, animal

fuerte que soporta más peso que un caballo. En el último paso del río, ya

sobre el dique de La Higuera, la mula empezó a cruzar, pero de pronto

volvió sobre sus pasos. Los peones dijeron que si la mula retrocedía, era

que no se podía pasar, que estaba peligroso. Entonces papá hizo pedir que

abrieran al máximo las compuertas del dique para que el mayor caudal de

agua pasara por ellas, y así nosotros cruzaríamos por encima del paredón

caminando, con la poca agua que se colaba del río. ¡Qué locura! Hasta

el día de hoy recuerdo ese cruce sobre el paredón del Dique caminando

en fila india toda la familia. Creo que estábamos todos. Yo tendría seis

o siete años y cruzábamos por un espacio de unos 70 cm de ancho, por

unos cincuenta metros de largo, medio cubierto por el agua turbia del

río. Parecía ser interminable. Al final había una escalerita de hierro que

parecía endeble, para subir hasta el camino. Mi hermana Marta gritaba

llorando -¡Esa escalera no soportará el peso de papá! Pero lo soportó y

llegamos sanos y salvos para poder solucionar el vencimiento ¿Sería más

importante cubrir prolijamente una deuda que poner en riesgo la familia?

Claro que estábamos entre dos ríos crecidos y allí no se podía permanecer

a la intemperie ¡seguía lloviendo! ¡Pobre papá, qué mal se habrá sentido!

Tuvimos que hacer una parada en el campo de los Hernández, cerca del

Dique, para dejar de temblar, cambiarnos la ropa, y tomar algo caliente.

Realmente siempre los viajes a Las Criollas tenían su lado exótico y otro

bastante peligroso.

Ahora me acuerdo de mi hermano Adolfo. En el momento de esta

historia tendría unos dieciocho años, venía con Don Teodoro, el mozo de

mano, que es quién ensillaba los caballos, porque llegaba de la ciudad y

había ido a esperarlo. Cuando cruzaban el río crecido, el caballo de Adolfo

tropezó con una piedra que rodaba en la creciente y Adolfo cayó al río. Se

lo llevaba la corriente, pero como buen López Pondal, no se desesperó

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y logró llegar a la orilla y agarrarse de unos matorrales para poder salir.

No sé cómo seguíamos arriesgando la vida de ese modo. Las alforjas de

Adolfo, el poncho, la montura, la ropa. Todo se lo llevó el río.

A los niños chicos, en esos viajes los llevaba un peón, protegidos bajo

su poncho, porque era más seguro que fuesen con alguien con gran

experiencia para cruzar los ríos crecidos. Nunca pensamos que podría

faltarles el aire, o que tuvieran miedo. Había sido así siempre. Era la

costumbre y no se nos ocurría cuestionarla.

Sigo contando… Algo fuera de lo lógico es lo que nos contaba Carlos, el

marido de mi hermana María. Él era medio exagerado, pero esto sucedió

realmente. Contaba que estaban con toda la familia cruzando uno de los

ríos crecidos, volviendo ya para la ciudad, cuando mi hermana María

empezó a gritarle -¡Carlos! ¡Carlos! Él dijo que casi le da un infarto porque

pensó que alguno se habría caído al agua. Se da vueltas, la mira y ella

le dice sonriente -¡Sáquenos una foto que este puede ser el último viaje

pintoresco con los ríos tan bravos! ¡Para qué les voy a contar. ¿Será que

en ese momento le afloró a mi hermana María su López Pondal y no se

inmutaba con la furia del río? El error está en creer que los demás deberían

reaccionar igual que nosotros, con esa misma tranquilidad y calma. Lo

que pasa es que estamos acostumbrados a vivirlo así desde siempre.

(…)

Siguiendo la tradición de casa abierta de mi abuelita, la mesa del

comedor de mi casa tenía horario continuo para quien “caiga” a comer.

Eran divertidos los almuerzos. No sabías con quién te encontrarías. Las

sobremesas eran larguísimas y se conversaba de todo. Mamá era el centro

de unión de la familia. Siempre había hijos o nietos en la casa.

(…)

Creo que todos conocen los calores de los veranos en Tucumán. Era

tanto ese calor que cuando mamá cumplía su tarea solidaria de visitar a

las familias de los enfermos, se ponía una bolsa con hielo en la cabeza, y

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salía con su fiel chofer Julio Bernales, quien con paciencia infinita la llevaba

de un lado a otro. Por supuesto que en esa época los autos no tenían aire

acondicionado. También durante el invierno de Tucumán, que es helado,

pedía la calefacción al máximo porque era muy friolenta y llevaba su bolsa

con agua caliente en las manos. Un día Julio me contaba -¿Sabe Lucía?

Casi se mos horneau. Quiso decir Sabe Lucía, casi nos hemos horneado

con la señora Mina, de tan fuerte que quería la calefacción. Recuerdo otra

anécdota con Julio. A mamá le llamó la atención lo rápido que corría un

perro por la ruta, ladrando al lado del auto. Y Julio le contesta - ¡Es que

vamos a veinte! Eran tal para cual; mamá se dormía en el auto y Julio

manejaba despacio para que ella estuviera cómoda.

(…)

Me acuerdo de ese día con horror y con vergüenza y pienso en lo poco

didácticas que fueron las maestras que ya me conocían y podrían haberse

imaginado que algo así podía pasar.¿Qué habrá pensado mi pobre hermana

María? Ya Lucía no puede moverse de allí. Habrá querido tomar un vaso

de agua o ir al baño. Por cualquiera de las dos cosas, se le habrá cortado

la inspiración.

Tengo más y más anécdotas, la cuarentena será larga, soy feliz

recordando.

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Marta De Buono

Biografía

Nació en Buenos Aires Ya en la infancia comenzó a amar los libros,

incentivada por sus padres. Leyó en español, en francés y en italiano

autores clásicos y modernos. Ha viajado muchísimo y ha enseñado a

viajar, con publicaciones y recomendaciones en distintos medios.

Estos datos, de su currículo, no quiere olvidarlos. Aquí van:

Docente. Abogada(UBA) Maestría en Planeamiento y Administracion

de la Educación(IIPE-UNESCO-PARÍS).Profesora de Francés(A.F)

Cargos y funciones

Abogada.Asesoría letrada en el Ministerio de Educación. Directora

Museo Nacional de Bellas Artes. Directora Relaciones Internacionales

en el Ministerio deCultura. Jefa de Planificación y Ejecución de

Programas del Ministerio de Justicia.

Consultorías y asesorías

Centro Regional del Libro para América Latina y el Caribe(UNESCO-

CERLARC)

Bogotá-Colombia y Quito, Ecuador. Asesorías sobre ley de

mediación, Ministerios de Justicia de El Salvador y Perú. Representante

del Ministerio.de Cultura en la Comisión de redacción y selección

de proyectos culturales para financiación al país de organismos

internacionales.

Organización de conferencias y congresos en temas relacionados.

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Todo está lejos

-Oye Ramón recién salimos de Bolaños y no veo ningún camino

hacia el norte.

-Mira, hermano, ya te dije que no hay carretera que nos lleve a

Chimaltitlan. En el viejo mapa que estaba en la fonda aparecía un hilito

marcado que parecía un camino. El viejo del mostrador me dijo que,

cruzando el matorral espinoso que ves allá al fondo, encontraríamos un

cañón y a seguirlo hasta que se termine…

Así comenzaron los hermanos su travesía hacia el pueblo que les

prometía trabajo en una mina de plata.

-Oye Ramón, va oscureciendo ¡ya hemos caminado tanto! Pronto

será de noche, Tiremos la manta al suelo y hagamos un fuego. Hace

frio.

-Hermano, busquemos un lugar abrigado para pasar la noche. Mira

esa saliente de la roca, vamos allí. ¿Sabes? traje un bolo, lleno de

carnitas, nos alcanzará para llenar un poco la panza. Lo que tenía no

alcanzó para comprar vino.

Llegó el día siguiente. Caminaron toda la jornada esa tierra desnuda.

El terreno era yermo, raso, desabrigado y pasaron la segunda noche sin

más comida ni bebida.

Al amanecer, a lo lejos apareció Chimaltitlan, caserío pobre si los hay,

apenas iluminado por el haz de luz que se colaba entre los cerros.

Se quedaron observando desde la altura, sobre el relieve escarpado,

antes de tomar la decisión de descender por la ladera.

-Oye Ramón ¿qué es ese ruido? Y mira… ¿Y esa polvareda en la

montaña al frente?

Ramón miró primero con asombro, luego con estupor, y después casi

con resignación.

Había explotado la mina. Y sus esperanzas.

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Diálogo con el escarabajo azul

Daniel tenía once años. Volvió del colegio y, previa merienda, fue al

jardín de su casa a practicar tiro al cesto de básquet que su padre había

instalado hacía tiempo. Su pasión por el juego y el sueño de participar

en las ligas mayores cuando creciera, se había transformado en hábito

diario.

Ese atardecer, iluminado por un sol de primavera, Daniel terminó su

práctica y se sentó en el césped entre árboles y flores a la espera del

ocaso.

De pronto y casi sin luz, apareció allí, cerca de la pared del estanque,

un resplandor azulado, que llamó su atención.

Se acercó al lugar y vio un escarabajo con una caparazón azul

brillante que’ al moverse con lentitud tenía reflejos ¿Son luminosos?

pensó Daniel y, cuando se sentó en el césped nuevamente, con los ojos

abiertos , se atrevió a mirarlo…

Y entonces el escarabajo habló:

-Hola, joven. Mi nombre es Escarabeo y vengo de unas tierras secas

y oscuras, cuya única belleza es un rio ancho que a veces sube a las

tierras altas para ayudar a que crezca nuestra comida.

-Yo soy Daniel .Esta es mi casa. ¿Qué haces aquí? Donde habitamos

solo vi fotos de escarabajos en los libros y uno solo de tu tamaño y

color.

-Tengo que contarte mi historia y las tradiciones de mi pueblo que

empezó hace más de 6000 años. Se identificó a los de mi raza como

aquellos que representaban la vida, el poder, y la inmortalidad. Los

faraones eran nuestros reyes. Siempre tenían como amuleto de

eternidad a uno de nosotros y cuando el Dios Sol se los llevaba ,su

escarabajo lo acompañaba.

-¿El sol era tu dios?

-Pues sí, y se llama ATON. ¿Y tu dios quién es?

-Mi Dios es el patrón del universo. No tiene nombre, Él está en todos

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lados, pero no se ve.

-¿Como puedes creer en alguien que no ves?

-Mi Dios está con nosotros desde nuestro nacimiento hasta que

volamos hacia él. Así me lo enseñaron.

Pasaron los días. Por las tardes se encontraban, se iban conociendo.

Un dia, Daniel le preguntó:

-Si tuviste un rey y tú lo amabas ¿por qué no te quedaste con él en

lugar de dar tantas vueltas por el mundo?

-Mira, Daniel, esta es mi historia y la del Rey Akhenaton. Cuando

mi faraón empezó a darse cuenta de que los dioses antiguos era

falsos, creados siglos antes de su existencia por sacerdotes indignos,

nada más que estatuas falsas, pensó que Atón, el único que nacía,

se apagaba y volvía a aparecer todos los días, que ayudaba a crecer

nuestros cultivos, que fortalecía a los niños, y tantas otras maravillas

más, decidió cambiar AMON por ATON, como dios único, entonces el

culto antiguo fue suprimido. Luego se enojaron los antiguos sacerdotes

y se confabularon contra él, destruyeron Amarna y a su faraón. Nunca

más vi.a mi rey y tampoco lo acompañé hacia Aton, como era mi deber.

Desde ese momento fui lejos de las ruinas de Amarna y pasé por tantos

lugares… Hasta que vi esta tierra verde,florida y el agua tan fresca que

decidí quedarme si lo permites.

Desde ese momento. Scarabeo fue el brillante habitante de la casa.

Hablaban mucho de religiones. Entendieron que si el dios de Daniel

estaba en todas partes y si el sol de Scarabeo también estaba en todas

partes, los dos tenían un mismo dios.

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Una foto, un olvido

Celina estaba acomodando los últimos libros de su biblioteca en una

caja que trasladarían a la nueva casa. Sus hijos ,en el desorden de la

mudanza, estaban entretenidos y alborotados al descubrir a cada paso

objetos que, por su corta edad, desconocían.

Celina también estaba entusiasmada cada vez que encontraba libros

que había leído arrobada en su primera juventud.

De pronto cayó de sus manos Cien años de soledad y entre sus páginas,

una foto… Entonces se acomodó en el sillón y se vio bajando las escalinatas

de la Piazza di Spagna ,en Roma, en el desfile más importante de la moda

europea, Donne sotto le stelle. Había comenzado muy joven su carrera

de modelo, casi un niña. Al crecer su cuerpo menudo, frágil, parecía que

llevaba un ramo de flores entre sus manos cuando caminaba. Así, con

dieciocho años fue elegida para participar en ese desfile. Eso recuerda.

No fue fácil, para ella, concurrir a tantas recepciones en esa semana

de fiestas. En ese minuto único en el cual la vida se transforma conoció

a un hombre apuesto, cuya presencia iluminó su entorno desde que se

acercó, con gesto amable a ofrecerle una copa.

Desde ese momento desapareció la gente a su alrededor y quedó

iluminada por su sola presencia.

Comenzó una amistad amorosa colmada de paseos y de ofrendas,en

un compendio de júbilo, arte, sexo, halagos, sosiego, encanto,y quizás

amor.

Pero como todas parcelas de dicha tienen su trayectoria y su fin , el último

día, el instante de esa foto… Se despidieron en la piazza prometiéndose

continuar el contacto a través del teléfono y del correo y de la promesa

de él de visitarla en Buenos Aires.

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Hubo cartas, llamadas, promesas de viaje que se fueron aplazando

hasta que en un momento todo terminó.

Por un tiempo permaneció la nostalgia y después ,simplemente se fue

como se van los días.

Pasaron varios años. Celina formó una familia. No volvió a Roma.

Ahora, sentada en el sofá y con la foto en la mano siente una ternura

infinita al recordar. Recupera el bullicio de la calle, los gritos de sus

hijos.

Se levanta. Tiene la certeza de que está cerrando la tapa de un piano

después de haber escuchado la más tierna melodía.

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4 En tu casa o en la mía.

Chez-Toi ou Chez-moi

Corrían los años cincuenta.

Se conocieron una tarde de sol en un banco de los Jardines de las

Tullerías, un día radiante de sol, extraño en los otoños de la ciudad.

Ella era una joven que cursaba historia del arte. Había venido desde

Avignon, y se alojaba en un altillo que le habían facilitado unos tíos.

Fue extraño que ese día eligiera ir a esos jardines. El azar o el destino

la habían conducido. Esa tarde, el joven asistente de una librería cercana,

con su café en la mano ocupó el lugar vacío al lado de la joven.

El diálogo surgió espontáneo, sencillo. Parecía que se habían conocido

desde niños. Cuantos de nosotros habrán sentido lo mismo aunque fuera

una sola vez.

Se inició un romance dulce como el de las novelas rosas, en la que

la joven, muy joven y provinciana, solo permitía que los acercamientos

amorosos no llegaran al sexo.

Pasó un tiempo. Las caricias apasionadas de él fueron más intensas.

Ella accedía, pero siempre poniendo límites, y a veces enojándose.

El día de su cumpleaños comieron a la luz de vela , pequeño bistro del

Marais. Luego caminaron hasta Rivoli, abrazados, mucho más juntos por

el frío, hasta que él dijo:

-Es temprano todavía, qué te gustaría hacer ahora?.

Ella respondió por fin, chez-moi ou chez toi 4

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Cristina Flores

Biografía

Cristina Flores, nació en Tres Isletas en el invierno del 60 y desde

su época universitaria vive en Buenos Aires. Eligió al Derecho como

formación de base, aunque inmediatamente le cautivaron los procesos

de resolución de conflictos por consenso. Curiosa por naturaleza se

deja seducir por la complejidad de las interacciones sociales, las viene

explorando desde diferentes disciplinas cuyas miradas busca integrar

desde un retorno autoobservativo. Convencida de que la historia no

está en los hechos sino en cómo los contamos nos anticipa la temática

con la que aborda la preparación de lo que será su primer libro,

mientras participa de talleres de escritura.

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Tren Londres-Edimburgo

El tren a Edimburgo está por salir de Londres 5.

Elvira se acomoda en el asiento de la ventanilla. Llega Norberto y,

con determinación, pone el maletín sobre el estante superior. Antes de

sentarse mira a quien sería la compañera de viaje. Ella, buscando el

origen del perfume, gira el rostro; sus miradas se cruzan.

-Perdón… ¡Yo a usted la conozco! - El acento latino suena más familiar

estando tan lejos. Sonríe.

-Por viaje de estudios. Soy argentina ¿Y usted de dónde es?

Ambos sonríen; él dice que es profesor. Prosigue la conversación y

no pueden dejar de mirarse. Sorprendida recuerda lo soñado durante

la noche anterior. Este hombre es el mismo que apareció en mi sueño,

piensa. Sí, ese perfume, puedo asegurar que es el que sentí. Cada vez

más extrañada, se turba ¡había escuchado esa voz en la madrugada! El

se anima al sentirse observado y comienza a contarle su propio sueño.

Desconcertados, sólo por un instante, enseguida festejan con carcajadas.

Las coincidencias se alborotan. Han vivido en el mismo pueblo y

compartido maestras de escuela y amigos. Durante las cinco horas del

viaje, el tono del intercambio se transforma y comienzan a poner el acento

en los sentimientos. Ambos han tenido la desventura de no ser amados,

La magia de la escena los encuentra de la mano. Un incipiente amor

corre eléctricamente; las palpitaciones se precipitan por el roce y culminan

en un beso apasionado.

El cambio de velocidad los retorna al tren. Hay movimiento alrededor.

Sin tiempo de esbozar siquiera una palabra, ella escucha lo esperado.

-Lo daría todo por un poco más de tiempo.

5 En colaboración con María Inés Zavalía

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Se apresura a buscar su maletín para buscar una tarjeta, pero no logra

hacerlo en el momento. En desorden, la gente se mueve para bajar. Cuando

lo consigue las puertas se cierran. La ve intentar el último contacto con

quien durante cinco horas la transportó al único lugar donde los dos

querían estar. Ve como la figura empequeñece ante la velocidad del tren,

mientras una voz anuncia el nombre de la próxima estación.

Le queda la esperanza de reencontrarla por las calles de Edimburgo.

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Montag ¿está vivo? 6

Extraño señor Montag, no hace falta que se inunde de miedo ni que se alboroten los latidos de su corazón al punto de aturdirme.

Ni el metro de proximidad que separaba nuestros cuerpos, ni la brevedad de los encuentros pudo ocultarlo. Siempre lo percibí. Sé que algo mío, a veces, roza su piel.

Lo sé. Cuando lo veo aminorar el paso, casi hasta detenerse.

Lo sé. Cuando su mente se adelanta al doblar la esquina y le parece escuchar ese murmullo imperceptible.

Lo sé. Cuando -decepcionado- se da cuenta de que son solo hojas del otoño las que vuelan sobre la acera iluminada por la luna.

También sé que le atormentan pensamientos. Si el automovilista hubiera detenido su marcha para contemplar el rocío en la hierba, o para ver como lucían las perlas florecidas al borde de la carretera. Si sus ojos hubieran percibido algo más que manchas de colores y se hubiera percatado de que no todo blanco resulta ser un edificio, ni todo el verde es hierba, ni todo el rosa es un jardín de flores. Ya sé que usted piensa que quizá entonces, el maldito conductor podría haber advertido que, ese matiz de color y remolino, eran los pasos de esta muchacha de 17 años de la que todos decían está loca.

Pero no sueñe señor Montag. ¡Despierte! Soñar durmiendo es vano. Es tan vano como pensar que su nombre lo condena. O tal vez si, por lo menos si lo llamaran Sonntage. ¡Pero usted no es más que un Montag anhelando peras y leche fresca al pie de la escalera!

Y yo ,su Clarisse, que ya apenas lo escucho… ¿Si nos tendremos algún día? No quiebre la magia de nuestro tan ansiado encuentro con preguntas. ¿No ve que ya me elevo? ¿Se espiraló también usted? No.

¡Usted está vivo! Créaselo. Si hasta logré sentirlo recién, acaba de rozar

mi alma con la punta de sus dedos.… Clarisse

6 Texto elaborado a partir de la lectura de Ray Bradbury, Farenheit 451

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La opción

Mira, a la misma hora, ellos ya le encontraron la vuelta. Hay un poco de viento hoy, tal vez mueva las cortinas y los deje al descubierto, es más, hasta podríamos alcanzar a ver de qué casa son.

Bueh… Si es suave y no apaga las velas. Se ve que están buenas, si volvieron a pedir. Hoy la caja es de las grandes. ¿No será demasiado para dos?

Qué rapidez y los dos casi al unísono, digo casi, porque el ritmo de ella es más lento, aunque tampoco hace pausas. Mira los círculos que van ovalando con sus manos, parecen estirase hasta llegar a sus bocas. ¡Glup! Una y otra vez, sin distracciones.

Eso es, concentración total y en la mudez él ya sirvió dos veces las copas que -¿ves?- no chocan, aunque sí se vacían de, tal vez, vino espumante.

No habrán pasado diez minutos y ya se los ve aplacados. No está más el apuro. Estómago lleno y corazón contento. Ahora conversan.

Estaría bueno imitarlos mañana, así salimos de la lata de atún y tomate. Si me los cruzo, les pregunto dónde compran las pizzas ya que hay que buscar opciones.

Debe haber un lugar con luz y no tan lejos, porque el encargado dijo que, por aquí, el corte continuará por unos días.

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Confusión de amor

Su amiga Belinda se lo había anticipado; de hecho, se conocían desde muy chicos ya que era de la misma camada que su hermano Esteban.

De tanta tarde charlando acerca del tema se habían mimetizado con la idea. Sin dudas Pedro era el candidato ¿Qué es lo que falta por saber de él? Todo o nada. Daba lo mismo. Durante todo el año escribieron apasionadas cartas junto a su amiga. Tejieron historias de amor que eran correspondidas.

Hoy lo conoce en persona, Belinda no se había equivocado en ningún rasgo al describirlo. La imponente figura de Pedro no deja de impactarla, por más que lo mire tantas veces, hasta el perfume en cada movimiento ya le era conocido, antes de conocerlo.

Es tan real todo. Cuando la mira parece querer decir mil cosas. ¿Querrá hablarle del futuro juntos, hasta que la muerte los separe?

Fantasea, aunque en verdad, ya mucho de eso había en las cartas.

Sueña con una gran fiesta, la entrada a la iglesia con damas de honor con Belinda su mejor amiga, encabezándolas.

Estrena mirada para escucharlo todo, está segura, todo está saliendo como lo soñaron con su amiga.

Pero Pedro, está demasiado obnubilado como para siquiera sospechar que está a punto de romper esa ilusión. No hace más que llegar a la ciudad cuando quiere encontrarse con la mejor amiga de la mujer que ama (ya desde que estudiaba con el hermano en la época del secundario) aunque es recién en este último año cuando se han ido atreviendo a confesarse el amor, mediante cartas.

Y ahora tiene frente a sí a su amiga Elena, quien, según él es la persona indicada para que todo salga como lo anhela, la quiere cómplice para lograr impactar a la mujer que lo desvela.

Ambos tienen un sueño a punto de cumplir. Pedro, con aire fraterno, toma la mano temblorosa de Elena: ¡Vamos! - le dice- ¿Me ayudas? Quiero que todo sea mágico. Belinda merece que mi propuesta de matrimonio sea tal como lo soñó y nadie mejor que su mejor amiga para ayudarme. ¡Conoces muy bien nuestra historia, sé que también leías nuestras cartas!

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Jorge Kent

Biografía

Jorge Kent, porteño, nace en la década del cuarenta. Desde muy

temprano le entusiasma la lectura, contagiado por sus progenitores.

Se gradúa de abogado. Simultáneamente con el ejercicio de su

profesión, encamina sus esfuerzos en beneficios de los presos. Intenta

su reinserción, convencido de que se trata de una problemática de

innegable raigambre humana y social. Estas preocupaciones aparecen

abordadas en ocho libros y más de doscientas publicaciones, a nivel

nacional e internacional. Después de haber transitado, por más de tres

años, en el Taller de literatura y escritura, implementado por Omint, da

a luz su primer libro, titulado La tarde dice nunca. Legado de una voz

interior, merced al asesoramiento que recibiera de la profesora,

Silvia Paglieta.

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El hombre sapo

Sixto y Agea vivían en un un villorio de pescadores, llamado Acrosilda,

a la vera del mar Baltomo.

Un día, en que el cielo y el mar se convirtieron en una masa uniforme

de amenazante embestida, premonitoria de una tormenta que se desató

rato después, con furia inusitada, Sixto y Agea permanecieron dentro del

hogar, aguardando que el tiempo mejorara para emprender su rutina

Cuando salieron observaron, en un rincón del jardín, sobre un charco

de agua, un objeto que les llamó la atención.

Acercándose, un grito de sorpresa los embargó. Sixto se dio cuenta que

era una especie de sapo, con la cabeza y los brazos de un hombre, que

chapoteaba en el barro. Pese a la oscuridad del día se fueron aproximando,

con silencioso estupor.

Era verde, con la apariencia que le sobraban las patas, lastimosamente

finas, comparándolas con el resto del cuerpo. De la parte de la cabeza

emergía la de un hombre, de aspecto senil y barba blanca y larga. Mientras

lo observaban, Agea descubre que tenía los brazos desiguales pues uno

era más largo que el otro y los dedos con uñas largas y sucias.

Al acercarse Sixto y Agea, el hombre abrió la boca, exhibiendo un solo

diente y una voz aguda que salía de sus labios temblorosos, imposible de

ser comprendida. Se movía despacio. Repentinamente se balanceó hacia

la derecha y hacia la izquierda, con mucho esfuerzo.

Sixto y Agea se estremecieron. No podían salir de su asombro y

exclamaron ¡Dios Santo!,¿Que es esto? ¿Quien lo ha enviado? ¿De dónde

salió? ¿Porqué a nosotros? ¿Que hemos hecho?.

Cada vez que el hombre sapo intentaba hablar, su voz era la de un animal.

Se llevaba la mano hacia la boca y retrocedía, lentamente, motivado por

el influjo de una fuerza invisible.

Sixto y Agea, sumergidos en sí mismos ante ese espectáculo, se

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pusieron de pie ¡Ay Dios! ¡Ay Dios!. Por un sentimiento de testarudez, se

negaban a tener por cierto lo que estaba sucediendo.

Cuando los pescadores pasaron frente a la casa de Sixto y Agea, les

sorprendió verlos arrodillados, en el pasto, observando algo que yacía

sobre el suelo. Estallaron en una exclamación de horror al presenciar lo

que creyeron no haber visto pues entendían que estaban alucinando.

La noticia se esparció por todos los alrededores. En poco tiempo,

la casa de Sixto y Agea se pobló de vecinos que se apretujaban para

mirar ese horrendo escenario, esgrimiendo las más variadas hipótesis e

intercambiándose las más disímiles opiniones. Casi todos le formulaban

preguntas y recibían respuestas que no alcanzaban a entender pese al

esfuerzo que hacía para contestar, mientras el cuerpo se agitaba y se

encorvaba, los ojos parpadeaban y al abrir la boca exhibía un solo diente-

No teniendo a quién consultar acerca de tamaña aparición, debido a

que no había nadie capacitado en la isla más allá que los pescadores, se

fueron retirando con murmuraciones y miradas de desconcierto. Sixto y

Agea estaban como estacados en el piso.

Inesperadamente, el hombre sapo, desprovisto de toda imagen de

respetabilidad y de grandeza, giró la cabeza, de un lado hacia el otro,

acomodando el cuerpo como para empezar a caminar, con la boca

abierta y resoplando, seguramente por el enorme esfuerzo Alejado de los

despropósitos del mundo dirigió sus ojos hacia la pareja, compartiéndoles

semejante proeza, mientras jadeaba débilmente.

Sixto fue hasta el galpón, busco una carretilla, le puso heno y se acercó

al hombre sapo. Le pidió a Agea que lo ayudara a subirlo. Entre ambos

pudieron colocar el cuerpo en la carretilla, en tanto los brazos quedaron

colgando. Sixto se dirigió hacia la casa, mientras Agea le tomaba los

brazos para que no golpearan contra el piso.

Sixto y Agea se atrevieron a interrogarlo, una vez más, acerca de tan

absurda condición, procurando desentrañar dicho misterio para conocer

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si se trataba de una criatura natural, recibiendo como respuesta, un

sonido gutural, lastimoso, casi implorante, que resonó en el ambiente.

Se interrogaron, inquietamente, si se trataba de un animal, de un hombre

o de ambas cosas a la vez, sin tener contestación a tamañas dudas.

Resolvieron dejarlo en paz, ahorrándose más preguntas pues no tenían

respuestas, máxime cuando vieron que entornaba los ojos, en señal de

cansancio

Decidieron bajarlo de la carretilla e introducirlo en el hogar, mientras se

aproximaba la claridad de la noche. Lo acomodaron cerca de la cocina,

dejándole un plato con comida, un vaso con agua y una frazada.

Sixto y Egea decidieron que era hora de descansar. Se preguntaron, más

de una vez, el motivo de esa presencia. Si se trataba de algún mensaje,

de un presagio o de una advertencia. Sentían que los había invadido una

suerte de temor. Se quedaron largo tiempo, tendidos en la cama, con los

ojos abiertos y asombrados, con pánico a lo desconocido, a los misterioso,

a lo nunca visto. El miedo los había absorbido por completo

Durante la noche sintieron el ruido de una lluvia torrencial que pegaba

contra las ventanas, el crujido de las persianas por el viento insaciable y

la respiración del hombre sapo que parecía emitir sonidos parecidos a un

llanto profundo.

Se asustaron pensando que se podía morir y supusieron que estaba

pidiendo ayuda, debido a tan raras exclamaciones. El cansancio pudo

más que ellos y se quedaron dormidos.

Cuando despertaron, se dieron cuenta que ya no estaba en la casa.

El plato y el vaso estaban vacíos. Se desesperaron, por ese abandono,

por esa insensibilidad incomprensible, por esa anomia imperdonable.

Como un torbellino, recorrieron toda la casa, incluso debajo de la cama,

revisando los muebles, el techo, separando las plantas e indagando por

los alrededores. Nada. No habían quedado rastros.

Decidieron acercarse a la costa. Arreciaba un viento arremolinado. El

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mar expulsaba toda su ira contra una muralla. La espuma se expandía

sobre la escollera.

De repente Sixto y Agea detectaron que el hombre sapo se debatía en

el agua, alejándose de la costa. En un momento determinado, en que una

ola gigante lo elevó hacia la superficie, pudieron comprobar que sacudía

los brazos. Sixto y Agea se dieron cuenta que no podían hacer nada pues,

cada vez, se alejaba mar adentro.

Cuando la claridad de la noche irrumpió, dejaron de avistarlo y se

quedaron con la incertidumbre de saber si las señales del hombre

simbolizaban un pedido de auxilio o una señal de despedida.

Sixto y Agea eran religiosos. Guardaron silencio y entendieron que pudo

haber sido un llamado desde el cielo, probándolos en su misericordia,

en su sensibilidad, en su amor por el prójimo o, contrariamente, era un

mensaje de otra dimensión, absolutamente antagónica, como una suerte

de castigo. Se les paralizó el corazón. Una angustia impertinente los

invadió al recordar esa presencia inusitada.

Reflexionaron, en el entendimiento de que habían hecho todo lo posible

por aceptar, entender y acoger al hombre sapo, habiéndole dado comida

y hospitalidad y que, por lo tanto, no tenían nada que reprocharse.

Coincidieron que no había significado un verdadero entorpecimiento

en sus vidas, asumiéndolo como un llamado de atención. Expelieron

un suspiro de quietud. En tanto el mar, embravecido e insolente, iba

incrementando su ímpetu, Sixto y Agea regresaron a la casa.

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Ofrenda

Hiciste asequible esta nueva vida,

me acompañaste noche tras noche, día tras día,

me enseñaste a aliviar heridas,

me rescataste del letargo en el que había sucumbido.

Me asististe para derrotar pesares que agrietaban mi travesía,

te obstinaste en que recuperara las alegrías perdidas,

en estar a mi lado, amor inigualable.

Te esmeras en cuidarme, tan distante de agobio exasperante.

Y vos sos vos, ennobleciendo mi presente,

convidándome a imaginar el futuro.

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Mitigación

Fue un amor perecedero, con la belleza absoluta.

Se nutrió con las grandezas y las miserias del mundo y solo fue visible para quienes lo compartieron.

¿Se trató de un sobrecogimiento místico o de una tonalidad opresiva?

Penetró dentro de mi corazón con sus ojos de vidente. Me resigné a ser un hombre que solo se sentía inmerso en una finitud de abstracciones y de palabras.

En las noches me sumergía, sin oxigeno, dentro de mí mismo, buscando otras galaxias.

Padecía una sed afiebrada.

Entornaba los ojos, me desprendía de mi propia esperanza y de ese amor opresivo.

En ese laberinto, de mis noches alucinantes, jamás dejé de soñar con la opacidad de sus ojos acuosos, enajenado conmigo y con ella.

Mi cuerpo se vengaba de mi propia alma y ella se burlaba de mí, de mi arrogancia y de mi insania. Pude llegar a observar, por un instante, un trasfondo de la penumbra en la que estaba sumergido.

Qué placidez me atravesó cuando amputé la soga con la que tenía amarrada mi barca.

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Mari Maquieira

Biografía

Cuando iba al colegio, escribir era casi una tortura, pero nunca rehuyó

los desafíos y se propuso cambiar hasta que le empezó a gustar y llegó

a convertirse en su vocación.

Hoy en día no se imagina no tener siempre a mano lo necesario para

convertir sus ideas, que fluyen en forma automática, en cuentos y novelas.

Si bien dedicó gran parte de su vida laboral a empresas donde dejó su

impronta en todas las divisiones, privilegiando aquellas vinculadas a la

comunicación, la escritura fue desde entonces su hobby y su refugio.

Actualmente participa en talleres de escritura, donde encuentra la

información y la motivación para superarse con cada producción. Pone en

juego su experiencia periodística, docente, su imaginación y su energía.

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El mal menor

- ¿Ya terminaste con eso, vieja?

- Todavía no.

- Hace como una hora que volviste del supermercado.

- Lo sé, pero lleva tiempo lavar toda la mercadería con lavandina,

alcohol o vinagre.

- ¿También les ponés vinagre?

- Sí. Dicen que ahuyenta al mosquito del dengue. ¿Te lavaste las

manos?

- Ya me las lavé unas quince veces en lo que va del día.

- Es muy importante para prevenir el contagio.

- Y para gastar toneladas de jabón.

- Viejo, no te quejes, lo recomiendan por tu bien.

- Nos cuidan tanto que ya no sé si me voy a morir por el virus o

por tanto desinfectante que le ponés a la comida.

- No te quejes tanto. Vivís quejándote todo el día.

- ¿Qué otra cosa puedo hacer si ni siquiera puedo salir a caminar,

a ver gente? ¿Cómo está la calle?

- Siempre en el mismo lugar, pero menos concurrida que antes. Y

todos con tapabocas.

- ¿Todos?

- Bueno, casi todos. Apenas si ves a alguno que otro rompiendo

las reglas. Hay modelos muy originales, algunos llevan pañuelos atados

con elástico, e incluso vi uno que tenía una boca sonriente dibujada en

el barbijo.

- Debe ser la única forma en la que se puede reir de algo. Si al

menos tuviera una buena excusa para salir un rato.

- Siempre te quejaste de que te pasabas la vida afuera y no podías

disfrutar de la casa. Hoy podrías sacar a los perros.

- No me gusta eso de andar paseando perros.

- ¿No ves? Cuando hay algo que podés hacer, no querés. En

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realidad lo que no te gusta es tener que recoger… Bueno, ya sabés qué.

- Tenés razón. No me gusta andar con la bolsita juntando ….

- ¿Por qué no elegís algo para mirar en la tele? Debe haber algún

espectáculo que valga la pena.

- Ya estoy harto de ver películas, escuchar conciertos, y todas esas

cosas. Ni qué decir de las noticias. Todos hablan de lo mismo.

- Viejo… ¿me querés?

- ¿Otra vez con eso? ¿Cuántas veces querés que te lo diga?

Llevamos juntos casi medio siglo ¿no?

- Eso puede ser amor o sólo paciencia, resignación, comodidad.

- ¿Ahora te vas a poner filosófica?

- También estoy cansada del encierro, pero no se me ocurre otra

cosa, y dado que la chica no está viniendo, tengo demasiado en que

ocuparme. Vos no ayudás mucho…

- Bueno, llegó la hora de los reproches. Mejor me voy a bañar,

después comemos, y vemos un poco de tele. ¿Te parece bien?

- Perfecto. Para entonces quizás ya se haya secado.

- ¿Qué se tiene que secar?

- Quería que fuera una sorpresa, pero te lo voy a adelantar. Te

compré una revista con crucigramas y chistes.

- ¿Y la lavaste?

- Algo así, le pasé un poco de desinfectante, pero se me fue la

mano.

- ¡Si zafamos de esta es porque somos inmortales!

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El bolso de la señorita Ofelia

Existe un tipo de personas que tiene un look particular. La señorita

Ofelia era una de ellas. Día tras día la maestra usaba ropa marrón,

excepto por las blusas blancas, siempre impecables, a menudo con un

lazo en el cuello, a tono con la falda y el saco, y el invariable bolso que

la acompañaba en todo momento.

La señorita Ofelia pasaba inadvertida en el pueblo con calles de

tierra y casas viejas sin el menor atisbo de redecoración; se podía decir

que se confundía con el paisaje. Como era de pocas palabras, sólo se

sabía que era huérfana, que trabajaba en el colegio desde que había

regresado de la ciudad más próxima con el título, y nunca más había

salido, ni de vacaciones ni por otro motivo. Los vecinos la ignoraban.

Hay que decir que no todo el pueblo, ya que nunca faltaba alguna

chusma que, por deporte o aburrimiento, inventaba historias aunque no

les dieran motivo. Ese era el caso de doña Sibila, la mujer del carnicero.

Su apariencia no tenía ningún mérito, pero su lengua era peor que la

de una víbora bufadora y nadie escapaba a sus incisivas parrafadas, ni

siquiera la pobre señorita Ofelia.

Pasaron cuatro años, no nos detendremos en ellos, porque eran

todos iguales. En ese pueblo perdido al pie de las montañas, no

pasaban más que los días, los meses y los años; lo demás estaba

siempre igual. El caso es que un día vieron a la señorita Ofelia vistiendo

un traje con imperceptibles rayas verdes en medio del recurrente

marrón, una blusa de seda también verde y el inseparable bolso

marrón. Ya dijimos antes que era su fiel compañero, así que por el

momento el pueblo no le concedió más que unas miradas casuales.

.Tras el receso escolar de invierno, la señorita Ofelia volvió a

sorprenderlos con otro ínfimo cambio de look, suficiente para que todo

el pueblo, con doña Sibila a la cabeza, estallara en especulaciones,

más aún cuando la maestra marrón, como la habían apodado, puso en

venta su casa y a fin de año anunció que dejaría el colegio y el pueblo y

se mudaría a la capital. Lo único que no parecía dispuesta a dejar era su

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bolso marrón.

El pueblo ardió de incertidumbre y cada cual aportó alguna

explicación, producto de su propia imaginación, ya que nadie había

conseguido enterarse, por boca de la propia Ofelia, el motivo de

semejante cambio.

De ese pueblo se iban los jóvenes, primero para estudiar, ya que no

había universidad ni institutos de estudios terciarios, buscando mejores

posibilidades de trabajo, o para reencontrarse con algún familiar.

Pero ninguna de esas razones parecían tener sentido en el caso de la

señorita Ofelia.

- Ha llegado el momento de hablar del amor, -propuso el director de

la escuela, quien en algún momento le había arrastrado el ala, como

solían decir los paisanos, pero había sido rechazado.

- ¿De dónde sacas que las señorita Ofelia puede haberse enamorado?

Eso es impensable en ella.

- ¿Por qué no? Ya sabemos que pasó las últimas vacaciones en la

capital. Quizás conoció a alguien allá.

- ¡Eso es ridículo! –exclamó Aurora, otra solterona que vivía de las

rentas que había heredado.

- Alguna vez comentó que tenía parientes en la capital. Quizás a su

edad, creyó conveniente mudarse cerca de ellos, especuló la mujer del

farmacéutico, quien esperaba hacer lo mismo si quedaba viuda.

- No es tan grande, no llega ni a los cincuenta, murmuró el dueño de

varios locales comerciales, quien andaba detrás de cualquier cosa que

vistiera faldas, con el consentimiento o la indiferencia de su esposa.

- O quizás recibió una herencia. Como acá no hay nada en qué

gastar... Aportó otro parroquiano. Varios ex-alumnos acompañaron a

la señorita Ofelia hasta la estación para ayudarle con los baúles que

contenían lo poco que había querido conservar de la casa donde había

vivido.

También se llevó el secreto de su decisión, quizás oculto en el bolso

marrón.

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Luis Mariscotti

Biografía

Yo quise ser arquitecto, no bombero ni presidente. Iba al colegio de la

mano de mi madre y ya lo sabía.

Y fui arquitecto, porque supe que esa magia era inherente a mi espíritu

e iba a poder aplicarla a cualquier otra manifestación. A la alegría de mi

lápiz la movía algo que ahora sé qué es.

Como arquitecto presumía que no iba a definir el misterio, lo iba a

crear e iba a demostrar lo que latía en mis entrañas. Intentarlo fue una

tarea atrapante que me sigue golpeando todavía.

Simplemente interpretaba lo que iba viendo, lo que me emocionaba y

me dolía, lo que brotaba de lo que había padecido y gozado y lo trasmitía

con mis diseños, que como todo arte es ilimitado. Es poesía.

Descubrí que es tal la relación entre el misterio y esta embajadora de

crear imágenes que yo encarno, que habiendo extraviado todo y llegado

al fondo del abismo, lo único que podía ostentar era la expresión, en forma

de casas, edificios, decoraciones. De esa forma ayudaba, acomodándoles

la vida a los que las habitaban. Fue dignificante y era poesía, la misma

poesía que ahora quiero descifrar, entrando en lo insondable de la

palabra. Los edificios se transformaron en expresión escrita, narraciones

de lo intenso que es vivir, versos que entran y salen del trasmundo con

sufrimientos alegres y tristes.

Me friego los ojos, y en cada despertar me asomo a la mañana y allí

afuera, apoyada contra el poste de la luz está esperándome la palabra. Y

tiene alas y es mía.

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Carta abierta a mis lectores

Queridos amigos seguidores de mis narraciones, estoy bien y

estamos más cerca que nunca. El encierro de la pandemia nos tiene en

estrecho contacto.

Escribir refugia los temores, anhelos y hartazgos y nos abre la puerta

al asombro y a la maravilla. Es la mayor de las hazañas.La cuarentena

obligatoria, sin previo aviso me encontró aquí, en Villa Cacique,

acompañado por García Márquez, Cortázar, Baricco, Borges. Son los

que en estos momentos de confinamiento mueven mi intelecto, me

empujan, me sacan de la cama y me llevan a escribir, explotan mi

inspiración sin respeto. Hoy el lápiz me despertó de madrugada, se

pegó a mi mano y me llevó al escritorio. El cuaderno esperaba, me

saludó contento de verme, como siempre.

Lectores amigos, ustedes me conocen de tantos cuentos y

narraciones y saben que el libreto hurga e indaga en la lectura de

muchos libros. Ellos mueven al grafito y cocinan la inspiración en el

papel. Aquí en el pueblo estoy solo, en paz y muy activo. Francisca, que

es mi personaje de ficción, nacida viva de mis manos y mis entrañas,

hoy se hizo carne en cuerpo y memoria. Está aquí, es ella, sin culpa ni

cargo, tal cual la dibujé. La fuerza descomunal de tantas narraciones

la corporizaron y vino a verme. Salió del escrito, se soltó del lápiz y

me saludó tranquila, así como la mostré siempre. Linda, con mirada

luminosa, me abrazó y me besó en la mejilla, no más y me habló de

su vida, de Villa Cacique, de que quería seguir participando.Ustedes

saben que me gusta entrometerme en las vidas ajenas, son testigos de

ello, y con Francisca nunca tuve reparos. Viví todas sus contingencias,

todas sus esperanzas, sus buenos y malos humores. Me pidió que no

parase, porque sabía que mi lápiz era su sangre; si dejaba de escribirla,

moriría,que su vida transcurría con mis historias, que su amanecer

y su crepúsculo personificaban el son de mi letra. Amigos leyentes,

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hay verdad manifiesta en esto que hoy les cuento. Aunque muchas

veces a mi cerebro lo compren utópico y con fantasía, mi intérprete

está viva. Cierren los ojos y la verán, moviéndose, interactuando con

ustedes, disfrutando los momentos.Sé que estoy chiflado, chiflado de

la maravillosa chifladura de escribir y hacer nacer gentes con alma

humana. ¿Acaso Cristo estaba loco? Hacía resucitar a los muertos,

convertía el agua en vino, hacía llover panes y peces y muerto, está

vivo y nos sigue hablando. Cuando la vida es demasiado humana hay

que agregarle algo de picardía, sufriente o divertida, para que el simple

mecanismo de pensarla no resulte una enfermedad más larga y más

aburrida. Yo tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin

esa aptitud de evasión que me permitió trasladarme a cualquier galaxia

siempre.

Queridos lectores, es a ustedes a quienes escribo esta carta.

Quiero que digieran mis emociones. Es un mundo de piel de gallina

permanente donde ese bicho literario es el compañero que me abraza

y me traslada,donde no hay política ni políticos. Y es allí donde me

encuentro con mis verdaderos afectos, que son mis personajes.

La fuerza que genera cada autor cuando está creando literatura es

fulminante. Es una bomba de autoexplosión continua, incita el corazón

y la piel de la narración y del protagonista. Hoy es Francisca, que ha

venido para quedarse, divertir y sorprender. Pueden ser otros, y la

fantasía puede también distorsionar la realidad y hacerlos vivir en

diversos universos creativos de impresionismo literario o de realismo

mágico y de tantas formas más. Son infinitas las posibilidades de crear

mundos a nuestro antojo, y todos válidos. El lápiz, tomado de mi mano,

los diseña y el papel lo celebra contento.

Hoy Francisca tiene su lugar de tránsito en un pueblo real que

interactúa con ella en muchas situaciones que circulan por caminos de

lo cotidiano. Segura de su lugar en el mundo que la lleva a un universo

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de vaivenes infinitos, inmune a cualquier tropiezo. Cuando me meto en

la narración y la relato como protagonista tengo un doble poder, el de

mover los hilos del escrito y de ser actor también. Me corporizo, entro

en escena y revivo mi historia o expreso deseos de algo nuevo que

quiero poder vivir.

Sé que ustedes también pueden evadir la realidad y sentarse en

mi mesa y comprender por qué escribo, saben que esto de relatar es

ajeno a las pasiones de la vida de aquí. No hay pecados humanos,

sucede solo en nuestro trasmundo de narración y poesía. Francisca y

sus circunstancias están allí. Ustedes como espectadores también. Yo

desde atrás les doy vida. Los necesito. No me dejen solo.

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El abuelo

El barco anclado en el muelle, listo para zarpar hacia América, le

pareció inmenso, ni sus ojos desmesurados podían abarcarlo. El

corazón le dio un vuelco, un mareo leve le arrebató la cabeza y respiró

hondo para que nadie percibiera su miedo.

Se ubicó como pudo en un pequeñísimo camarote que compartiría

con otra gente y hasta con una cabra.

Por el ojo de buey su mirada atravesaba la niebla de la mañana

tratando de imaginar su nueva vida. Espantó una cucaracha, sin

importarle siquiera el anuncio de un olor nauseabundo que iría

ocupando todos los espacios. Estaba tan solo y era tan joven…a

simple vista parecía frágil. Sin embargo los que sabían ver, veían en su

expresión una voluntad definida, sabía lo que quería y se le leía en la

cara.

Apenas unas semanas antes, en su pueblo pequeño y ocre, montado

en su burro, con su bolso raído y limpio, se había despedido de cada

una de las personas congregadas frente a la puerta de su casa.

No lloró cuando se abrazó a su madre que lo vio alejarse ladera abajo

desde la ventana de su cuarto. Sin lágrimas, sin dudas, sin lamentos,

cuando el burro había andado un buen rato volvió la cabeza. Ya no

distinguía a nadie, solo la ventana desde donde durante 20 años el

sol de la mañana lo había despertado metiéndose entre sus pestañas,

desde donde, mirando hacia el horizonte, había concebido ese sueño.

–Detrás del horizonte está la vida, se decía, otra vida.

Hacerse camino en América no había sido tarea fácil; nunca se

quejó ni relegó responsabilidades. De madrugada subía al carro del

lechero para llegar a la fábrica con frío, calores y dolores. Adelante, sin

siquiera trastabillar, iba dando paso tras pasó en el camino que se había

señalado. Era inteligente, severo, sagaz.

El tiempo pasó y vinieron los hijos que crecieron en un barrio

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porteño. Pasaron muchas navidades bajo el frescor de las parras de los

patios de baldosas brillantes y macetas siempre recién pintadas.

El hombre esbelto fue transformándose en el viejo enjuto, sobrio, de

cabellos blancos y cara surcada por hondas arrugas que yo conocí.

Y vinieron los nietos a quienes contaba una y otra vez los cuentos

y anécdotas de su juventud con el corazón lleno de recuerdos y

melancolía.

Contaba una y otra vez acerca de la casa de paredes blancas con la

ventana mirando a la ladera de la montaña ocre donde pastaban las

ovejas; las campanas de la iglesia repicaban mientras el aroma fuerte

de la sopa de ajo nos envolvía.

Entonces cerraba los ojos, movía los labios y emitía sonidos

imperceptibles que yo no podía entender. ¿Adónde se iba en esos

momentos? Su expresión era como la de un niño que habla desde su

infancia y mezcla su tiempo de niñez y juventud y su tiempo presente

donde el futuro es ayer. Y ya no hay paso del tiempo, porque se repite

en forma monótona como las campanadas de su reloj de pared.

–Abuelo–, interrumpí; me miró hondamente y me dijo –Solo el amor

es verdad, lo demás, sabiduría, dinero, poder, palabras, es mentira.

Todo eso fue creado para alejar a los hombres del amor. Yo no lo

permití, hijo mío, es la herencia que quiero dejarte.

–Abuelo…

–Esta tierra es mi hogar, mi querido. Crié a mis hijos, vi crecer a mis

nietos y es aquí donde quiero morir, así debe ser…

Era un día azul de invierno, sin hojas los árboles ocres.

–Abuelo…

Percibí el adiós en las viejas palabras, en el monótono péndulo del

reloj. No me apené; el abuelo había vivido.

Sentí que se elevaba por sobre mí y echamos a andar cuando su reloj

de péndulo daba cinco campanadas.

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Marisa Matta

Biografía

Sus amigos la conocen como la Contadora Pública de las “cuatro M”

a quien le apasiona el tango, tanto su música como el baile.Se llama

Marisa María Magdalena Matta.

Comenta que siente su profesión como una etapa cumplida y agradece

lo mucho que le proporcionó.

Ahora la moviliza continuar mejorando su baile, su voz para poder

cantar, meditar pero no le es sencillo y está sumamente entusiasmada

con esta nueva etapa que comenzó integrando el Taller Literario Teos

para poder escribir, leer y contar que le permite afianzar sus vínculos.

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Tango finlandés 7

Escribo

un tango

mistongo, arrabalero, finlandés.

Frío nórdico, cuerpos distantes.

Contacto de mejillas y de torsos.

Miradas arriesgadas, cuerpos que no se atreven.

Palabras no se dicen, se intuyen.

Ella, con su mirada gris niega el contacto.

Las pieles ya se alejan; el erotismo se muere.

Experiencia fallida; el tango no es una excusa. Así, no.

7 En colaboración con Carlos Tcherkesian

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Poca libertad

Labios enojados, acechan a las niñas como mieles oscuras, pesadas.

Juegos infantiles con muñecas reflejan sonrisas y miradas curiosas.

Porcelana de la abuela traída de la campiña, excusa ideal para

tenerlas cerca, muy cerca.

Control básico de madre absorbente, miedosa.

Padre rudo, caballo con prisa.

Ganas de comer y ojos caídos, cansados.

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La niña del rayo

La tarde capitalina encontró a Alvaro, el Director del Museo de Arqueología de la Alta Montaña y a su amigo Juan Cruz, en el café que compartían diariamente.

Se maravillaban por recordar la expedición que habían realizado en 1999 hacia la boca violenta del volcán Llullaillaco, a unos 6700 metros de altura, junto con otros profesionales. El frio era cruel tanto como las ofrendas halladas, cuerpos frágiles de pequeños ofrecidos a los dioses Incas, que se habían mantenidos con su belleza y vestimenta.

Un vinito de alcohol de maíz, la famosa chicha, los dormía. Les daban abundante comida, coca… Sabían que se iban a reunir con las deidades, quienes protegerían a los pueblos de enfermedades, tempestades; a cambio les aseguraban una vida en paz.

El presentimiento de Álvaro esa tarde había dejado de serlo; una tormenta los había acechado; el viento y la lluvia eran rugidos de leones que los había obligado a resguardarse. El agua era una corriente imparable.

Luego vino lo peor: se cortó la luz y la situación se había transformado en agonía, los cuerpos debían tener siempre la misma temperatura. El niño, la doncella y la Niña del Rayo no resistirían más de dos horas sin descongelarse.

La cápsula que albergaba a la Niña del Rayo estaba rota; el sueño de Ádlvaro de unas semanas atrás, había dejado de serlo. Ella, con su hermoso ropaje quería volver al Tolar Grande al pie del Volcán Llullaillaco. Deseaba ver a sus padres y hermanos, que su madre la abrazara y le cantara como siempre. Quería jugar con los hermanos, con los trompos hechos de calabaza ahuecada, escuchar, los zumbidos. Era ñusta, princesa hija del inca, con su necesitaba acunar a su muñeca y vestirla.

Un rayo peltre le había nublado el futuro y había caído desmayado. Juan Cruz que corria detrás de él quedó asombrado mirándolo. El rostro se le había trasformado. Una sonrisa le apareció y sus ojos miraban hacia el infinito.

El mar, la fertilidad, el oro, la plata y ese mundo maravilloso perdurarían

muchos años sin la presencia de la Niña del Rayo.

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Amor prematuro 8

Sé que si cierro los ojos los sueños se dormirán, pero si los abro el sol

caerá sobre mi piel y explotará el volcán que hay aquí dentro.

Luisa y yo somos amigas y compinches. Nos distraemos imaginando

lo que queremos para después. Ella, ser actriz, creativa y sorprender al

público; yo volar, ser como el pájaro, buscar las alturas, subirme a un

avión y llegar alto, ser azafata.

Son metas aventureras, que nos llevan a transitar mundos maravillosos

y vamos pergeñando mientras los profesores explican las matemáticas y

la geografía del tercer curso del colegio normal de señoritas.

Convivo con Luisa los fines de semana. Con Luisa y su papá, Dante

hombre atractivo, con ojos de poeta y trato de olas, viento y huracán. He

caído en el torbellino que él genera y me da vueltas en la cabeza y pone en

riesgo. ¡Estoy enamorada! Los sentidos y la voluntad no me responden.

Hago un esfuerzo para que no se note. Se, es un amor prematuro. Tengo

quince años y estallará la bomba donde no debiera. Siento que vuelo en

esos atardeceres de oro y petróleo cuando me pasa sus dedos largos

y cuidados sobre mis rulos y acaricia la mejilla provocando en mi piel

escalofríos y una pasión ensordecedora.

Son dos años de estar cerca de Dante, de vivir reprimida más y más.

No podía ni quería soportarla. Estamos en quinto año, falta poco para

dar la vuelta y despedirnos del cole. El mes próximo nos graduamos. Me

decidí. Sí, me decidí a hablar con él, a decirle todo, a afrontar la angustia

y la alegría de lo que tengo adentro.

Le mandé una nota, invitándolo a que me conozca fuera de su casa, que

conversemos, que supiera de la mujer que le escribe cuentos idealistas

y apasionados, y nunca se los manda. El encuentro va a ser en piaza

8 En colaboración con Luis Mariscotti

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Spagna, al pié de la escalera, mañana, a las nueve. Me pruebo todo lo

que tengo, elijo una pollera hasta la rodilla, que deja ver las piernas, una

blusa rosa escotada, cinturón y zapatos guillermina azules. El pelo largo,

suelto, con rulos al final y los ojos maquillados. Estoy atractiva y sexy.

También ansiosa, todo me late distinto.

Tomo un taxi, llego bastante temprano. Me siento en la baranda al

pié de la escalera, el turismo todavía no molesta. Desde allí el panorama

es amplio observando los edificios que abrazan la piazza. Las esperas

son ingratas, más en la circunstancia que vivo. Los que pasan miran con

una sonrisa y se dan vuelta. Falta un rato para la hora y allá cruzando la

calle viene Dante, de la mano de una mujer adulta. Se despiden con un

beso mojado en la boca. Los miro. Mi ánimo se empobrece, la mirada

también. Allá arriba parece que el sol retrocede y la mañana se hace gris.

Me cuesta volver…

Mira el reloj, se arregla el pelo. No me ve hasta estar cerca. ¿Qué voy a

hacer? Rápida como una azafata en momentos de peligro, lo miro con una

sonrisa y lo saludo. Conversamos, de él, de mí, de nuestra graduación,

de las clases de teatro de Luisa. Me toma de la mano, pero no como un

padre y ofrece acompañarme a casa.

Nos vamos juntos, siento todas sus vibraciones. Estamos tan pegados

que nuestros brazos y cuerpos se rozan. Los dos sentimos vértigo. Es una

atracción recíproca que salta manifiesta. Nada decimos, como si nada

estuviese pasando. Noto que está emocionado, se atraganta y tose, no

lo puede disimular. En este rato de caminata comprendo que no le soy

indiferente y también que no el momento para nosotros. El capítulo no

está cerrado, él lo sabe mejor que yo. La foto que nos sacamos a los pies

de la escalinata de Piazza España la tengo sobre mi mesa de luz. Espera

segura.

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Hebe Ottolenghi

Biografía

Tiene estudios comerciales y conocimientos de inglés, francés,

italiano y portugués.

R.R.P.P. Organización de Congresos. Historia del Arte.

Dibujo. Pintura en talleres de conocidos maestros. Cerámica.

Taller de muñecos de paño y tela.

Pastelería y chocolatería artesanal.

Teatro.

Talleres de escritura de cuentos y novelas.

Y además, el tiempo dedicado a la palabra.

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Carta de Montag a Clarisse ya muerta 9

Clarisse,

Sumido en la noche de una cárcel, recuerdo nuestro diálogo y me

angustia tu pregunta ¿Eres feliz Montag?

La recuerdo una y otra vez, me asalta desde los rincones de mi celda,

me ataca cuando traen la comida, cuando me llevan a un pequeño patio

para hacerme caminar, cuando estoy solo en la oscuridad.

Me dijiste ¿Te gusta ver y oler las cosas, y pasar la noche caminando

hasta contemplar la salida del sol?

¿Sabes? A mí también me gustan esas cosas, pero no he tenido

tiempo, o lo tuve y no me fijé en los carteles de la carretera, o en la hierba

cubierta de rocío por las mañanas, tampoco miré hacia el cielo como

para recordar que había un hombre en la luna, hace tiempo que no miro

más allá de mi ser.

Es que sólo existe la prisa, el rugido de la alarma, llegar, quemar, partir,

y empezar todo de nuevo cuando suene la alarma la próxima vez.

Quise decirte todas estas cosas, que tal vez adivinaste venían

atormentándome, pero no pude, y ahora te has marchado ,te has

marchado y todo esto ruge en mi interior como la alarma del cuartel y

me ahoga. Yo también pronto me convertiré en cenizas, pero ya no tengo

miedo, podré conversar contigo.

9 A partir de la lectura de Bradbury, Ray, FARENHEIT 451

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El centro comercial

Hay que decir que no todo el pueblo estaba de acuerdo con los aires

de progreso que Blake, el alcalde, quería instalar en esa localidad más

bien victoriana. Estaba empeñado en lograrlo y para eso impulsaba con

energía el proyecto de un agente inmobiliario para demoler una casa,

antigua pero emblemática, para construir un centro comercial moderno.

Sabemos que existe un tipo de personas que tiene como prioridad

la fama, el reconocimiento público, y a este tipo pertenecía Blake, no

le importaba el deseo de su gente de preservar las características de

pequeño poblado tranquilo, de estilo, con sus tradiciones y hábitos

vecinales.

Blake pasó cuatro años luchando por ese proyecto entre reuniones,

planificaciones y asambleas, así que por el momento no concedamos

más que unas miradas casuales sobre este tema, porque ha llegado el

momento de hablar de amor.

Blake estaba perdidamente enamorado de su secretaria, Elizabeth

y esta, tradicionalista de cepa, era contraria al proyecto. Demás está

entrar en detalles, imaginen los diálogos durante todo ese tiempo. Ella

sabiamente timoneó la tormenta poco a poco, hasta lograr que el tema

cayera por su propio peso, sumado al desgaste provocado en la opinión

pública.

Blake quedó un poco amargado al principio, pero la sabiduría de

Elizabeth lo sacó pronto de ese estado de ánimo al presentarle otro

proyecto, que lo distrajo de su anterior obsesión y lo lanzó nuevamente

al campo de batalla.

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Lo que tengo

Sonó insistente el celular pasada la medianoche,

cuando dormía profundamente.

-Llorando, una voz me decía,

¡Mamá sálvame estoy secuestrada!

-Ponga dólares, plata y alhajas en una bolsa.

-¡Mamá ayudáme por favor que tengo miedo!

-Haga caso no le pasará nada.

-Les doy lo que tengo.

-Déjelo junto al basurero.

-Llamé a Laura.

-¡Estoy durmiendo!

-911.

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Regreso

Llegó.

Tanto tiempo esperado.

Viajó por el mundo.

Pero volvió a su hogar.

Risas y llantos por tanta emoción.

Padres, novia, hermanos, primos amigos, todos festejamos.

Sonaron campanas, presagio de bodas ¡brindamos con champagne!

Valió la pena el esfuerzo ya que se graduó con honores y menciones.

Después, volvió al hogar y a su familia.

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Aquelarre de Fantasmas

Noche de luna llena. No podía dormir, por eso decidí dar un paseo por

el parque.

Alojada en el Castillo de Warwick, disfrutaba de las caballerizas y del

espacio dedicado a ejercitar los caballos del castillo, famosos en toda

Inglaterra.

Esa noche hice una caminata, atravesé el parque y el bosque hasta

llegar a un espacio abierto. Me detuve. Me escondí detrás de los arbustos.

Vi un grupo de personas con vestimentas tradicionales, cargados de

medallas y de oros como en los cuadros que había dentro del castillo.

No creía en fantasmas, en América somos naturales respecto a estos

temas, pero ¡allí estaban y se anunciaban el Duque de Canterbury, el

Conde de Durham, Lord Carnaevon , el príncipe de Wallingford, el Conde

de Leeds entre otros!

Se reunieron en círculo, y comenzó una especie de debate. No pude

escuchar lo que decían pues hablaban en voz muy baja, pero al final,

antes de retirarse, cantaron una antigua canción inglesa:

¡Rule Britannia! Bitannia, rule the waves;

¡Britons never shall be slaves!

Y entre reverencia y reverencia, se fueron desvaneciendo en la noche.

Aún seguía, sobre la noche, la luna llena.

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Ya no estaba allí 10

El tren ha comenzado a deslizarse. Hace rato ronronea en el viaje de ida hacia la ciudad en la montaña, a la que ella deseaba tanto volver.

Arcadia se relajó en el asiento y extendió suavemente las piernas, despojándose de uno de sus tacones.

Bruno se sintió atraído al ver ese pie desnudo. Su mirada la recorrió hasta encontrar los ojos. El chispazo fue instantáneo. Arcadia, seducida por la mirada de Bruno, le sonrió y, extendiéndole la mano dijo – Arcadia.

–Bruno, contestó él, tomó la mano de Arcadia entre las suyas, sintió que un temblor excitante nacía de ese contacto y recorría sin pudor su ser.

Necesitaba saber más de esa mujer que tanto lo había impresionado, y pensó que lo daría todo por un poco más de tiempo.

Conversaron hasta el atardecer, descubrieron muchas cosas en común, origen, estudios, preferencias…

Luego, y casi sin descanso, sus bocas temblaron ante cada beso, los cuerpos se reconocieron lentamente.

Al llegar a la estación Bruno se levantó a buscar el maletín, tenía que anotar su dirección. Ansioso, tembloroso aún, no lo encontró, y al volverse ella ya no estaba allí.

Miró por la ventanilla, la vio alejarse acompañada por una persona.

Habían ido a buscarla.

10 En colaboración con Mario Rodrìguez

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Mario Rodríguez

Biografía

Nació en Buenos Aires en 1944.Se graduó de médico en 1970 y se

especializó en Neurologia Infantil, profesión que sigue ejerciendo.

Docente universitario en pre y post grado, a lo largo de estos cincuenta

años, escribió y publicó trabajos científicos, varios en revistas

indexadas y también cuatro textos de la especialidad, por los que

recibió dos premios nacionales y uno internacional.

Aunque dedicó su vida a la Medicina Infantil, fue su pasión la lectura

de todo tipo de textos y autores, aprendiendo a leer antes de entrar

en la escuela primaria con Las Doce Hazañas de Hércules de Monteiro

Lobato, obra que acercó su cerebro infantil a la mitología griega. Los

clásicos universales, la literatura europea y americana y en especial

la prolífica obra de los autores argentinos del Siglo XX, fueron los

inductores que lo llevaron a escribir varios cuentos cortos, aunque su

pasión por esa disciplina se materializó cuando conoció el taller literario

que conduce la Lic. Silvia Paglieta, al que concurre puntualmente para

formar y perfeccionar su estilo.

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Ya no estaba allí 11

El tren ha comenzado a deslizarse. Hace rato ronronea en el viaje de ida hacia la ciudad en la montaña, a la que ella deseaba tanto volver.

Arcadia se relajó en el asiento y extendió suavemente las piernas, despojándose de uno de sus tacones.

Bruno se sintió atraído al ver ese pie desnudo. Su mirada la recorrió hasta encontrar los ojos. El chispazo fue instantáneo. Arcadia, seducida por la mirada de Bruno, le sonrió y, extendiéndole la mano dijo – Arcadia.

–Bruno, contestó él, tomó la mano de Arcadia entre las suyas, sintió que un temblor excitante nacía de ese contacto y recorría sin pudor su ser.

Necesitaba saber más de esa mujer que tanto lo había impresionado, y pensó que lo daría todo por un poco más de tiempo.

Conversaron hasta el atardecer, descubrieron muchas cosas en común, origen, estudios, preferencias…

Luego, y casi sin descanso ,sus bocas temblaron ante cada beso, los cuerpos se reconocieron lentamente.

Al llegar a la estación Bruno se levantó a buscar el maletín, tenía que anotar su dirección. Ansioso, tembloroso aún, no lo encontró, y al volverse ella ya no estaba allí.

Miró por la ventanilla, la vio alejarse acompañada por una persona.

Habían ido a buscarla.

11 En colaboración con Hebe Ottolenghi

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11 A partir de la lectura de Bradbury, Ray, FARENHEIT 451

Carta de Montag a Clarisse 11

Acostumbrado al calor del vaho rojizo que escupía mi lanzallamas, estoy aterido en esta habitación de paredes insonorizadas, que apenas permiten el paso tenue de la luz y que llaman cárcel. Sorprendido, pose mi mirada donde fuere, aparece tu aniñado rostro, Clarisse. ¡Ah! Cómo extraño tu voz, tus diecisiete ¿o aun dieciséis? Años y tu locura. Tu marcha a pequeños saltitos como lo hacían esos gorriones del parque, antes de que murieran en el bombardeo. Te burlabas de las reglas y caminabas diciendo que era pensar.

Amabas las luces encendidas en tu casa, amabas el cuchicheo ensordecedor de tu familia, amabas utilizar tus ojos para ver los ojos de quien tuvieras enfrente, amabas preguntarme si era feliz y amabas desaparecer tan rápido y quedamente al doblar la esquina, aunque dejabas flotando en el aire el susurro de tu blanco vestido y el bamboleo del cabello rubio y rizado. ¿Por que ahora tu cuerpo desgarrado está más frio que el frío de esta cárcel? ¿Por que, el insensato bólido del verdugo, que iba a ciento cincuenta kilómetros tomó para si el que cumplas la pena de tu muerte? ¿Por qué? ¿Por que te revelaste a la prohibición de caminar por las vacías veredas, de encender las luces y abrir las ventanas, de apagar la música y escuchar el susurro de las hojas de los árboles o la voz de los gorriones, de pensar caminando o caminar para pensar?

¿Por que me hiciste sonreír cuando con soltura me dijiste, no eres feliz?

¿Por que a pesar de que casi te doblaba en edad, tu inocencia, tu poder de anticiparse en una milésima de segundo a mi propia expresión, a mis deseos, a mis pensamientos más íntimos, a mis parpadeos o movimientos, lograste transformar de lado a lado mi vida? Estuviste allí, siempre a la espera de que yo llegase para meterte sin permiso dentro de mí. ¡Oh! Mi querida Clarisse, cuanto tiempo he de sufrir tu ausencia y solo por haber tenido la felicidad de compartir por unos instantes tu presencia.

Cuan poco nos tuvimos, cuan largo y doloroso el tiempo de tu ausencia.

El frio de mi frio es aún más tibio que el frio de tu cuerpo helado.

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Eleonora y La carta encontrada

Buenos Aires 14 de abril de 2020

Querido Ernesto.

¡Antes de escribirte estas líneas, he pensado tanto acerca de nosotros!

Anoche, cuando subí al ómnibus en Mar del Plata, te miré desde la

ventanilla, con la tristeza, el dolor y la certeza de la partida.

Me taladraba la cabeza esa necesidad de decirte lo que no me animé

cuando estuvimos juntos, mientras caminábamos lentos por la rambla.

Viajé solamente para que habláramos ,pero mucho más el miedo al

reproche.

¿Fue una premonición que me rogaras, para que te escribiera apenas

estuviera en Buenos Aires? Nunca lo habías hecho, sabes que confundo

fácilmente cariño con agobio.

Y aquí estoy con estas hojas sobre la falda a punto de meterlas dentro

del sobre, sentada en el taxi que me lleva a casa,a tiempo para despedir

a la enfermera que cuidó a mi exmarido. para hacer el despacho por el

correo interno y de ese modo asegurarme de que mañana por la tarde la

tendrás en tus manos.

Siempre que te escribo, en dos días vuelven tus noticias.

Si ahora no lo haces será la señal de que no llegaste a comprender lo

que aquí te confieso.

Entonces ya no habrá sentido para nosotros.

Destruí sin culpa ni remordimiento mi matrimonio con Pablo y ahora

haré lo mismo con lo nuestro.

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Nadie mejor que vos para comprender que nada puede atarme.

Cuando hace una semana leí por Skype las estrofas de Farewell,

lloramos por razones distintas. Debiste imaginar mi deseo.

Las palabras de tu silencio servirán de excusa para que acepte el

ofrecimiento del consulado. Está confirmado el vuelo de repatriación,

sale en pocos días.

Para ese instante el alma y mi vientre quedarán vacíos.

Ya no existirá… desde el fondo de ti y arrodillado un niño triste, como

yo, nos mira…13

No es cierto que quien se marcha siempre algo se lleva. Nada más me

une, nada me llevo, lo que vivía aquí dentro, yace fuera.

Solo el perfume de la última caricia de tu mano sobre mi cuerpo.

Entre las letras de esta carta dejo los trocitos que aún quedan, de lo

que a tu lado fui.

Eleonora.

NOTA: esta carta fue encontrada el 24 de abril de 2020 por el portero

del edificio donde vivió Eleonora y devuelta por el correo debido a error

en la dirección del destinatario.

12 Neruda, CREPUSCULARIO, Farewell

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Un tipo raro

Alguno creerá que es un tipo raro, porque al renguito que atiende el mostrador del bar, nunca le gustaron los animales domésticos y no se cansa de decirlo.

Por eso resulta difícil que esta historia que voy a relatarles suene verosímil.

Fue por allí, a mediados de los sesenta, en ese barrio de casa bajas y cómodas de clase media urbana, donde una decena de chicos de origen variopinto, pero con un común sentido de afecto hacia los perros callejeros, que allí abundaban, fueron los autores de esta travesura.

Eran vanos los consejos de los padres con respecto a la presunta peligrosidad de aquellos animales, pero verlos flacos, desvalidos y siempre propensos a recibir alguna caricia, hacía que despertaran en aquellos muchachitos, un especial sentimiento de afecto.

Y el especial enemigo que tenían, era el servicio de sanidad animal de la municipalidad, que con un enorme carro jaula con barrotes inexpugnables, recorrían las calles.

Lo arrastraban dos matungos percherones, conducidos por dos odiosos personajes con puntería y buenos lazos, enlazaban a los perros que vagabundeaban.

Volvamos hacia atrás y recordemos que todo el pueblo les exigía a sus gobernantes que pusieran fin a los inconvenientes que producían esos animales. Rompían las bolsas de basura para comer los desperdicios y daban un espectáculo circense, en tiempos de celo con la actividad procreativa de esos animales vagabundos.

No se había dicho aún como le llamaban los muchachitos del barrio, a ese servicio de sanidad animal. Cuando hablaban de él, siempre con tono despectivo y burlón, le decían la perrera.

Había un solo carro para todo el vecindario, así que las pasadas por las calles eran poco frecuentes, pero los observadores del grupo habían llegado a la conclusión que el ritmo se reducía a un miércoles cada dos semanas.

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Los encargados de la tarea de llevarse a los animales eran dos, uno de gran porte y panza prominente, manejaba las riendas de los percherones y el lazo para cazar las presas que circularan a su izquierda.

El otro, el del pescante, era un flaco desgarbado, de barba a medio afeitar, pelos desordenados y hábil con el lazo que colgaba a su derecha, con los que capturaba a los perros que se mantenían de ese lado del carromato.

Además de la inquina que despertaban, entre los muchachitos del barrio, por su tarea, presencia de ese dúo, era desagradable.

Los asociaban más a los verdugos medievales que a dos empleados del municipio.

Habían sucedido algunos casos de rabia animal y los transmisores, se decía entre los vecinos, fueron esos animales vagabundos, hambrientos y casi silvestres.

Olvidé contar que estos dos odiados energúmenos, tenían la costumbre de detenerse en el bar de la esquina del barrio, descendían de la jaula y durante una hora se pegaban al pico de la botella de caña.

Los aullidos y lamentos de la jauría encerrada se hacían escuchar con fuerza y era el llamador para que los pibes se agolparan en torno de la perrera.

Y uno de esos miércoles, nació la idea.

La jaula de la perrera quedaba estacionada sin freno y los matungos que con sed bebían el agua que corría por la zanja, daban pequeños pasitos.

Se iban acercando a las matas de pasto que los pibes les ofrecían para hacerlos avanzar lentamente para que quedaran lejos de la vista del dúo.

En un rato nomás, ya pasados unos cuantos tragos, los dos comenzaban a sentir la beodez en su sangre.

Ha llegado el momento de hablar de Lucho, tenía 14 años y era el más flaco y petiso de todo el grupo, también el más decidido y para colmo renguito y como dijera, no muy amante de estos animalitos.

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Había sido elegido para realizar la tarea, porque le tocó el palito más chico cuando hicieron la elección.

A pesar de su condición y dando un salto de atleta, se encaramó en la jaula, tiró con fuerza de la puerta trampa trasera y el resto de la banda, arremetió a los gritos.

La perrada enseguida recuperó su instinto natural de libertad y lanzándose de su cautiverio, se desparramó a los ladridos por el asfalto de la calle.

Solo dos, maltrechos y rengueando, quedaron apresados. No tardaron mucho los ebrios verdugos en tomar debida cuenta del suceso. A los empellones y con insultos de toda laya, subieron a la rastra al carromato.

A medio acomodar, dieron rienda suelta al caballar, los lazos de tiento los convirtieron en enormes látigos, chasquearon en el aire, buscando la espalda de los precoces vándalos que habían liberado a la perruna.

Por suerte el desbande fue fenomenal, tanto los perros como los niños, huyeron en retirada y no ofrecieron la posibilidad de ser recuperados y vueltos a la jaula, tampoco castigados los que alentaron la huida.

Solo uno, el renguito que vivía al frente del bar, que no se sabe si por su pobre andar o por confiarse demasiado en que vivía cerca, se rezagó. El latigazo del que ocupaba el pescante, le rajó la camisa y labró una profunda herida en su espalda. Cuando llegó el tercer miércoles del mes, reaparecieron los verdugos.

Esta vez no se detuvieron en el bar. La perrera no era una jaula ni la tiraban percherones indolentes.

Un pequeño camioncito blanco, hermético, servía de prisión y de muerte instantánea con el gas que producía el motor del vehículo.

Del lado del acompañante, sin puerta y a horcajadas de un sucio cojín, enarbolando el lazo de tiento deslucido, viajaba el flaco desgarbado, con la barba a medio afeitar y el pelo desaliñado, diestro para el lazo y más aún para utilizarlo como látigo.

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Graciela Sisca

Biografía

Graciela Sisca nace en Buenos Aires en la década del 50, en una

época de sucesos políticos que influyen a lo largo de su vida. Dedicada

al derecho desde hace más de 20 años, decide apartarse de la letra fría

de las leyes e incursionar en la literatura. Su obra descubre el mundo

interior de las personas. Es autora de numerosos artículos. En sus textos

destaca la importancia de aprender a interpretar la información que las

emociones aportan.

Basándose en la intuición y en lo que nuestros sentimientos nos

indican, elabora un proyecto personal. Palabras y melodías que sanan,

es una invitación a recrear la vida con la lectura de textos y el canto para

personas mayores.

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Como ojitos verdes

Petri observa a través del ventanal del living como la lluvia va

anegando el terreno. Nada puede hacer para detener la furia de la

naturaleza que lo destruye todo y lo impulsa a renacer.

Hace tiempo que se siente vulnerable ante las contingencias

climáticas. No le resulta sencillo reaccionar con rapidez, como si

necesitara un tiempo para volver a ser, como el campo. Vive en un

continuo estado de alerta, lleva meses sin dormir. Ofelia ya no vive

con él.

En ocasiones se desconecta de la realidad sin mirar lo que ve, ni

atiende lo que hace, no está donde debe estar. Se encamina hacia la

ilusión y de ese modo comienza a programar nuevas estrategias que

no siempre se materializan.

Petri Intenta una y otra vez no dejarse llevar por los momentos

difíciles. Debe reaccionar en función de las circunstancias, de la

misma manera en la que aprendió a no vivir las contrariedades como

tragedias. Concentra los esfuerzos en superar la situación crítica que

está viviendo. Ha trabajado duro, muy duro para abrir los surcos en

la tierra. Le cuesta entender que no hay culpables, sino circunstancias

que han producido hechos.

Una vez soltado el desahogo, vuelve a la carga.

El intenso trabajo realizado hasta ese momento lo anima a superar

las dificultades del día a día.

Poco a poco empieza a trabajar en su recuperación, distrae

el cerebro y ocupa las manos. El dolor no se olvida trabajando,

pero se arrulla y se adormece. Curiosamente los resultados no se

hacen esperar. Se va dando cuenta de que puede hacer muchas

cosas. Piensa en inversiones que puedan proporcionarle ingresos

que, aunque limitados, sean suficientes para cubrir las propias

necesidades. Es entonces cuando piensa en las semillas que año tras

año va guardando en frascos, siguiendo las costumbres transmitidas

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por sus ancestros. Aunque alejado de los avances de la agricultura

sabe que, si algo ha aprendido desde pequeño y a la perfección, es el

proceso de almacenamiento para que las semillas no mueran.

Deben conservarse en recipientes cerrados. La temperatura del lugar

debe ser fría. La luz, tenue.

Bajo porcentaje de humedad y transmitirles una pizca de amor en la

precisión de los cuidados.

Petri piensa también en el suelo. Es dueño de un campo, pocas

hectáreas que ante sus ojos se multiplican sin límite. Solo tiene que

esperar a que la lluvia cese, que la tierra sacie la sed acumulada

durante largos meses de sequía y que se asome a la vida para

entregarse a las tareas de agricultura que las propias manos ofrecerán.

Desaparecidos los últimos charcos de agua sobre la superficie del

terreno, se debe tomar el arado para abrir zanjas en la tierra, remover

todo antes de sembrar y comenzar de nuevo. El primer paso, destruir

las malas hierbas, mejorar la textura y estructura del suelo, evitar el

encharcamiento provocado por las lluvias. Se debe pensar en todo esto

pues de ello depende la economía.

Un nuevo ciclo comienza. Hay que trazar los surcos. Petri respeta la

simetría entre ellos, muy importante durante la labranza y el riego del

terreno. Asegura con el arado la profundidad de la hendidura y esto

también depende de las condiciones del suelo. Una mayor profundidad

siempre protege las semillas de las fuertes lluvias. En esto Petri

desarrolla toda su intuición, de manera tal que, al trazar los surcos debe

tener en cuentas muchas cosas, entre ellas a los pájaros que vuelan

sobre la zona a la espera de robar las semillas para el propio alimento.

En cada corte hace caer las semillas que se hundirán en la tierra fértil

con la primera lluvia. En la siembra atesora un cuidado amoroso. La

calidez del sol y la humedad del agua darán a las semillas la fuerza

necesaria para empezar a germinar.

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Las semillas germinan con rapidez asombrosa.

La hierba crece en silencio.

Las plantas, abrazadas por la madre tierra, comenzarán a desarrollar

los primeros brotes que se arraigan. Crecerán los tallos. Se abrirán las

hojas como ojitos verdes asombrados por las maravillas del mundo. Las

plantas seguirán creciendo hasta cubrir el suelo devolviendo al campo

su color.

La plantación se yergue fresca en dirección al sol. Una paleta de

colores verdes en degradé desciende desde los arbustos más añosos

hasta los brotes tiernos. El viento acompaña un olor fresco en la tarde.

Los árboles, de a ratos, se agitan como un presentimiento. Después, sólo

después volverá la lluvia. Ella representa una bendición.

El campo de Petri se asoma desde el balcón terraza del primer piso

que ocupa en San Telmo. El paisaje recrea la vista de los transeúntes

que merodean por allí. Ante sus ojos los metros reducidos conforman

hectáreas. El terreno que la lluvia anega se mete dentro de tres macetas

de terracota, algunas de tres patas y otras pintadas que penden del

techo de cadenas vistosas.

Con las manos abre los surcos, hendiduras mínimas donde caerán las

semillas. Ellas son el arado.

No tiene granero, ni galpón. Frascos de yogur que Ofelia utilizaba en la

cocina las contienen.

Contrariamente a lo que Petri cree, las semillas reciben el calor de las

ollas, la humedad de la cocina y la luz del sol que se filtra a través de la

ventana, al atardecer.

Amanece, el murmullo del silencio lo despierta. Petri se acerca al

ventanal y contempla el campo con una mirada abrasadora. Lo hace

suyo. Se adentra en él. Se funde con él. Sonríe.

La magia de la vida lo atrapa.

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Stella Maris Soteras

Biografía

Nació en Lincoln, Buenos Aires, en la década del cuarenta. Allí vivió

hasta su adolescencia en que se radicó en la Capital Federal.Siguiendo

el ejemplo de su padre, desde la infancia se interesó por la lectura. Fue

docente y se formó como narradora con Ana María Bovo. También es

artista plástica, teniendo en su acerbo más de veinte obras. Participa en

proyectos solidarios, en particular con Omint te cuenta y tiene en proyecto

la publicación de un libro.

A B C D E F G H I J K

p q r s t w x y z

L

M

N

Ñ

O

P

Q

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T

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X

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Z

a

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c

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Cruel dama

Hay una dama rondando nuestro espacio.

¿Visitará mi casa?

¡Si no está invitada!

No le importa.

¡No será bienvenida!

Le da igual.

Imperturbable, ella elige adonde ir.

Entra de incógnito.

Porta una hoz poderosa.

La sorprende un ejército aguerrido

que alguna vez la vence.

¿Con qué armas?

Sólo dos: aislamiento y amor.

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Una dama inglesa

Filomena y Francisco habían llegado de su Italia natal a Argentina, con

unas pocas liras y muchas ilusiones.

Habían podido comprar sólo veinte hectáreas de tierra a unos ingleses,

los Smith, que tenían una estancia cercana. Allí establecieron su granja.

El trabajo era duro, hacían explotación agrícola y tenían algunos

animales. Francisco, una vez a la semana, trasladaba los productos al

mercado. Lo hacía en su charret.

El hombre salía al amanecer para recorrer varios kilómetros. En su

trayecto transitaba la calle frente al cementerio.

Una de tantas mañanas, ya de vuelta a la chacra, una mujer surgió de

la nada en el camino. Le hizo señas pidiendo que la llevara.

Francisco se sorprendió, pero supuso que quizás por el cansancio o por

distracción no la había visto antes. No sólo se detuvo, bajó para ayudar

a la dama a subir.

Se sintió un poco turbado por la sencillez del carruaje, ya que la señora

estaba vestida con elegancia. Su aspecto distaba mucho de ser el de una

campesina.

El trató de iniciar una charla pero no fue posible. La mujer sólo sonrió.

Al hombre lo invadió un perfume que, si bien al principio le resultó

placentero, se fue tornando más y más intenso hasta llegar a resultarle

intolerable, le causaba náuseas.

Sintió frío, mucho frío. Algo extraño en primavera.

A medida que se acercaba a la estancia de los Smith, la mujer hizo

un gesto indicando que parara. Ni bien se detuvo el carruaje, ella ya se

encontraba de pie en el suelo. Fue un acto imperceptible para Francisco,

como de un ser incorpóreo. Levantó la mano en señal de saludo pero ya

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no se la veía. Se había disipado como una niebla.

El hombre recorrió la corta distancia hasta su casa, deseaba encontrarse

con la familia. Su mujer como siempre, lo esperaría con un plato típico

italiano que le hacía recordar a su tierra.

No fue así, Filomena no se había esmerado en la cocina.

Triste, le comentó que esa mañana un mandadero de la estancia le

había llevado la noticia de que Mistress Smith había muerto. Aunque no

tenían trato con el matrimonio de estancieros, Filomena insistió en que

correspondía que fueran al funeral, que se celebraba por la tarde.

Francisco se resistía a entender, pero todo estaba claro.

No la había oído hablar, pero esa mujer que había llevado en el charret,

a decir verdad, era completamente inglesa.

Lo indicaban las facciones, el cabello rubio rojizo, los ojos claros.

También el hecho de no hablar. Quizás no sabía hacerlo en castellano.

Decidió no relatarle a su esposa el episodio vivido. No deseaba referirse

a lo sobrenatural, ni hacer ninguna alusión.

Esa tarde Francisco no acompañó a Filomena al funeral.

La llevó su hijo.

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Una historia de pocas palabras

Jacinto despertó al clarear el día, su cuerpo sentía aún la resaca de la

noche anterior. No recordaba qué había sucedido, sí que había estado

bebiendo, esa era la forma de ablandar su soledad.

Mientras se cebaba unos mates iban llegando a su memoria como

piezas sueltas escenas de lo acontecido la noche anterior. Se había

quedado en su casa, era una noche fría y no le interesaba demasiado

compartir charla y tragos con conocidos. Existe un tipo de personas que

tiene dificultad para empatizar con los demás y ese era su caso.

Los años se le vinieron encima a Jacinto, matando los proyectos

que alguna vez había tenido. Vivía en un pueblo recóndito con escasos

habitantes; los jóvenes partían intentando un progreso que allí les estaba

negado.

Una botella vacía que había visto en el suelo al lado de su cama le

había ayudado a armar la escena vivida la noche anterior, cuando había

elegido no salir de la casa.

Cerró los ojos y se le dibujó lo sucedido.

No había cenado, generalmente comía algún bocado antes de dormir,

pero esa vez no lo había hecho. Había comenzado a beber, había tomado

hasta la última gota de ron barato, pero no le había sido suficiente.

Ya entrada la noche y estando bastante entonado, no había tenido más

remedio que ir hasta un cuartucho, junto a su vivienda, donde guardaba

bebidas, fiambres, herramientas y acumulaba mil cosas. Agarró el rifle; a

veces merodeaban animales y estaba oscuro o tal vez lo había hecho por

su desconfianza habitual, ahora agudizada por la borrachera. En torpes

zancadas recorrió por el patio la corta distancia hasta el cuchitril. De un

empujón abrió la puerta y vio cuatro, seis o más luces fosforescentes que

se desplazaban atravesando la oscuridad del lugar muy rápidamente,

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como respondiendo a un impulso irrefrenable.

Ante la sorpresa Jacinto no dudó: empuñó el rifle y disparó varias

veces sin ton ni son, mientras oía el ruido de objetos que caían, algunos

golpeándolo. Era una confusión de alaridos y el crujir de cosas que se

rompían. A pesar de ello el hombre no dejó de cumplir su cometido. A

oscuras tanteó en el estante donde guardaba las bebidas y volvió con el

trofeo: una botella de ginebra, para continuar con su festín.

Siguió bebiendo hasta que cayó en un sueño pesado.

A la mañana siguiente, nada más asomarse le bastó para percatarse

de lo que había pasado la noche anterior.

Fue muy grande la pena que sintió, no tanto por el desorden y las

cosas rotas, sino porque acá y allá fue encontrando los cadáveres de los

pobres gatos que él mismo había matado.

Tendría que completar la acción macabra que había iniciado. Jacinto

era rudo y parecía insensible, pero hombre de campo al fin, y amaba a

los animales.

Alistó su charret y se dispuso a ir a comprar una bolsa de cal para

enterrarlos. En el único corralón del pueblo hizo la compra sin intercambiar

palabra con el vendedor, nada más que un parco saludo.

Llegó a su casa e hizo el trabajo.

Esa noche Jacinto fue al boliche, quizás quisiera entretener su mente

fija en lo que había vivido.

Mientras esperaba la ginebra acodado sobre el mostrador oyó que

hablaban de la desaparición de la esposa de uno de los chacareros de

la zona. Una mujer joven y bonita, según decían. Hacía dos días que la

policía no la encontraba ni viva ni muerta.

¿Le pareció a él o lo miraban raro? Jacinto era tan poco sociable que

no le extrañó esa actitud.

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Los que estaban empezaron a cuchichear. Jacinto tenía una mancha

de sangre en la bombacha.

Uno de los parroquianos, sin duda el más astuto, pidió a los demás que

por el momento no le concedieran más que miradas casuales, no fuera

cosa que el sospechoso, advertido, borrara las evidencias del crimen.

Al día siguiente, temprano, a Jacinto le extrañó que llegara a su rancho

el único patrullero del pueblo. El vigilante le dijo amigablemente: Nos

va a tener que acompañar don Jacinto. Llevesé alguna mudita, por las

dudas. Y no se olvide de llevar la bombacha que tenía puesta anoche.

¿No la lavó, cierto?

Durante el viaje la policía le explicó que lo habían denunciado por

considerarlo sospechoso de la desaparición de la señora de un chacarero.

-Hay que decir que no todo el pueblo cree que usted tenga algo que

ver, pero sabe, hay quien dijo que anoche usted llevaba la bombacha

manchada de sangre ¿la trajo, no?

Jacinto apretó contra su pecho la bombacha manchada hecha un

bollito y no contestó. Era un hombre de pocas palabras.

No hubo juicio, solamente algunas averiguaciones y le retuvieron la

bombacha manchada.

Ahora ha llegado el momento de hablar del amor y contar que la señora

desaparecida, apareció, feliz y enamorada, viviendo con un señor que

tenía un establecimiento mucho más importante que el de su esposo.

Jacinto, después de estar un tiempito en la comisaría, como amigo

más que como preso, se afincó en el lugar. El comisario y el único agente

pasaron a ser sus amigos. Había encontrado un hogar.

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Carlos Tcherkesian

Biografía

Nace en el Gran Buenos Aires a fines de la década del cuarenta.

Se encuentra con la escritura tardíamente, cuando lo urgente le deja

tiempo. Halla en escribir cuentos el placer de jugar con los personajes,

ahondando en sus perfiles psicológicos,tal vez influenciado por el

dramatismo de su origen armenio. Fanático lector, tiene en vías de

edición su primer libro de cuentos.

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Viaje durante la cuarentena

Un hato de pelos arrastrando pigmentos sobre una tela, eso hace un

cuadro. Las ondas electromagnéticas reflejadas en esa mancha me dicen

que es una mano, pero ¿es una mano esa mancha? Lo que es seguro es

que esas ondas existen, como tantas otras cosas que no vemos. Estaba

mirando la colección de aquel pintor, cuyo nombre hoy no recuerdo,

cuando pensé eso.

Con la tranquilidad de que mi pareja hiperquinética no me acompañase,

observaba cada de detalle de las pinturas (manchas), me concentraba

en ellas, me alejaba y me acercaba. No podría haberlo hecho con esa

parsimonia si ella me hubiese acompañado. Yo era solo un principiante,

pero nunca es tarde para encontrar la vocación.

Estaba mirando la escena infantil cuando sentí su presencia detrás de

mí. Giré como para pasar a la sala contigua y ella estaba a dos pasos, de

frente. Me dijo a boca de jarro me llama la atención con que detenimiento

mirás cada detalle. Sentí la adrenalina del amor prohibido. Fue una

sensación anticipatoria.

Después, un café.

Luego, nueve meses de una relación que creció y es ahora omnipresente.

Hoy llevamos tres meses de cuarentena, cada uno en su casa. En

este tiempo de desquicio estamos conectados solo por las ondas

electromagnéticas de nuestros celulares. Por medio de ellas nos enviamos

y nos llegan emociones y sentimientos.

Estoy en el sillón observando el pavimento inútil. Cierro los ojos, desde

el lado de adentro de los párpados la penumbra luminosa sabe de un

afuera. Corro las cortinas y vuelvo a cerrar los ojos. La oscuridad me

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empuja adentro. Tanteo y encuentro el almohadón. Lo abrazo y estrujo

tu presencia hasta que me duelen los brazos. Veo un destello blanco. Me

hospedas.

En el espacio infinito hay un montón de ventanas suspendidas de su

oscuridad blanda.

A través de la primera me expando, huelo perfume a eternidad y soy

infinito.

Por la segunda, veo un orden y pulcritud que me tranquilizan.

En la siguiente, nada, la nada del futuro impredecible.

Las demás ventanas son inaccesibles, por más que lo intento no llego

a ellas. Salgo por la abertura del fondo, pero salgo al mismo lugar, a las

mismas ventanas. Estoy atrapado. Sos vos la que me está pensando.

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Ana Términe

Biografía

Nace en Banfield en la década del cincuenta. Hija obediente, hace lo

esperable, estudia de maestra y más adelante Protesista dental.

Siempre se interesa por los cuentos y las novelas, pero, toma ese

camino tardíamente. Participa en publicaciones y talleres. Es autora

de “Mis congéneres” donde cuenta historias de diferentes tipos de

mujeres. Se nota su disfrute, logra contagiarlo a sus cuentos, en donde

siempre toca temas profundos de la vida.

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A B C D E F G H I J K

p q r s t v w x y z

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Ñ

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Carta a mi abuelo Francisco

Hola Abuelo: Te fuiste hace tantísimos años, pero es ahora que siento la necesidad de escribirte donde quiera que estés, supongo que, siendo abuela, me puedo poner en tu lugar.Recuerdo tu casa en Benavidez, para mí, una casita de cuento. La parra en el costado derecho, dando su sombra manchada sobre el comedor y la cocina. El fondo con la quinta desde donde te veía venir con el sombrero de paja y la sonrisa amplia. Tu dormitorio me parecía gigante, entraba lo habitual en todos los cuartos; cama, mesitas de luz, ropero, y también una silla hamaca junto a la ventana. El otro mueble donde vivían la guitarra y el acordeón, estaba cerrado con llave y solo vos podías abrirlo; eso era lo maravilloso, cuando te iba a visitar, lo abrías para mí, y allí aparecían los tesoros como el diapasón y un aparato que marcaba el ritmo con la aguja. Usabas un banquito que heredé ,donde ponías el pie cuando tocabas la guitarra; tenía bisagras en las patas para que ocupara poco lugar a la hora de guardarlo cuando ibas a tocar a las fiestas. Me mostrabas todo eso y te ponías a tocar el acordeón, que era lo que me fascinaba, tus manos lo abrían y cerraban con fuerza ondulante, siempre alegre, cantando y mis ojos no paraban de asombrarse ante ese dragón que se hinchaba y aplastaba saliendo la melodía. Tengo estas imágenes tan claras a pesar de los años. Lo que no entendía la mente de una niña eran los comentarios que después escuchaba de mi madre hablando con alguna amiga.

Pobre gente, lo único que tiene es una miserable casita en Benavidez, donde el diablo perdió el poncho. El viejo no sabe hacer otra cosa que ir de fiesta en fiesta tocando la guitarrita.

Yo no preguntaba, algo me decía que no tenía que hablar, que eran cosas de grandes. Qué lástima que te veía poco abuelo; teníamos que viajar casi dos horas de ida y otras de vuelta.

Mi madre siempre estaba molesta, durante el viaje y durante la visita; a medida que fui creciendo empecé a entender algunas cosas. No sé cuándo fue el último día que te vi porque te moriste de repente, como

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huyendo de esta vida.

Papá se fue por que había que internarte, tenías un cólico renal. Cuando volvió a los cuatro días con los ojos hinchados, nos contó que habías muerto. No te pude despedir, abuelo, no te di el último beso.

La abuela pasó a ser un problema, pero con su fuerte personalidad siguió en su casita de Benavidez. Después de unos meses decidieron sacar tus cosas, donar la ropa. Tarea triste; cada cosa que se saca mueve imágenes, recuerdos, situaciones vividas.La tía era la que ponía en la bolsa lo que se iba a regalar. Estaba en el cajón de los calzoncillos y de las medias cuando de pronto sintió unas medias con algo duro adentro, las dio vuelta y, sin poder hablar, los mostró. Los billetes vieron la luz del día, después de haber vivido en la clandestinidad. No te quiero contar todo lo que pasó; de un segundo para el otro pasaste a ser un villano, un ser despreciable, el peor marido del mundo. ¿Qué pasó abuelo?

¿Por qué no contaste que guardabas plata? ¿Querías darle una sorpresa a la abuela para viajar juntos?

Te cuento que te salió mal, elijo pensar en esa opción, todas las otras son mucho peores, más dramáticas y te dejan muy mal parado.

¿No confiabas en la abuela? ¿Querías mudarte porque te dabas cuenta que ya estaban grandes para vivir lejos? ¿Te fallaba el bocho y escondías plata como hubieras hecho acopio de chocolates?

No lo sabremos nunca. Después del suceso no me dejaron quererte abuelo, ya no se pudo hablar de vos. Aunque no fue fácil nuestro vínculo, yo te quise mucho, abuelo, te quería cuando tocabas el acordeón para mí, aunque no sabremos por qué metías la plata dentro de una media.

Tengo el banquito donde apoyabas el pie y el secante del Congreso, de cuando trabajabas de telegrafista.

Heredé tu sonrisa alegre. Donde quiera que estés te mando mi amor. Me quedaron tantas preguntas, pero no nos alcanzó el tiempo.

Ana

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Lo mío es diferente

Susana era trabajadora en la fábrica de repuestos de autos y aquella mañana llegó con lentes de sol. A su compañera en la línea le resultó extrañísimo, ya que había amanecido nublado, casi para llover, una típica mañana de julio en Buenos Aires. Existe un tipo de personas que tiene ese gusto de andar con anteojos para el sol, aún sin sol.

Mariana, su compañera, la miró de reojo entre pieza y pieza mientras iban pasando en la cinta neumática, hasta que Susana se sentó al lado, como todos los días, para empezar a trabajar. Con la licencia que le daba llevarle quince años de ventaja en la experiencia le dijo:

-Los lentes están muy lindos, pero no vas a ver la ranura donde hay que colocar la pieza. Susana giró hacia ella levemente, subió sus lentes dejando ver los ojos, Mariana cambió de expresión, enmudeció. Después de eso solo hubo algunas miradas casuales... Hasta que Mariana le dijo Otra vez”. Susana tenía el ojo izquierdo prácticamente cerrado por la inflamación; la ceja rozaba con la parte superior de la mejilla.

- ¿Por qué no vas al médico? Que te den el día, así no podés trabajar.

Tenía una mezcla de vergüenza y de dolor, prefería la monótona tarea a volver a la casa y encontrar al marido que hacía seis meses que estaba desocupado y con su ánimo cada día peor.

-Susana, perdóname que me meta, pero necesitás ayuda: mi vecina de enfrente y amiga pasó por lo mismo que vos hace unos años y ahora trabaja en un hogar refugio para personas que superan lo mismo que vos.

-No exageres Mariana. Fernando está nervioso; yo no debería provocarlo, y además tiene razón; yo no tengo cuerpo para usar calzas.

-Ya dijimos esto antes… Mueren mujeres todos los días esperando que su pareja cambie, consiga trabajo, mejore la situación y siempre perdones y más perdones, sintiéndose culpables porque algo de lo que

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habían hecho que los había puesto nerviosos y los había desbordado.

A la mañana siguiente se encontraron en la plaza las tres. El día era muy frío y húmedo, viento con olor a agua que se impregna en el pelo y en la ropa.

Susana llegó a la plaza arrepentida de haber contado la verdad. Eso había sucedido el día anterior y ya no le dolía. Su negación no le permitía ver la realidad.

Cada una había llegado al encuentro con algo distinto en el alma. La amiga de Mariana, con la solidaridad aprendida por tanta ayuda que le habían dado, pensando que hay que devolverle a la vida lo que la vida nos dio.

Conversan. Se despiden con abrazos. Susana guardó en el bolsillo del tapado la tarjeta con la dirección del refugio y en algún rincón de la cabeza, los consejos que había escuchado. Siguió caminando unas cuadras, metió nuevamente la mano dentro del bolsillo, estrujó la tarjeta y la arrojó al viento.

Estas mujeres están locas, esto no es mi caso, Cuando Fernando consiga trabajo todo se va a resolver. Lo mío es diferente.

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El tren

Está pronto a partir a Tunuyán. Javier, uno de los viajeros, sube

y toma asiento junto a la ventanilla. Coloca el maletín a sus pies

y, mirando tras el vidrio el ajetreo en la estación, se pierde en sus

pensamientos.

Laura, sube las escaleras ayudada por una persona, se encamina

lentamente a su lugar en el vagón, contiguo a Javier. Se acomoda

en el espacio y en un movimiento roza el brazo de Javier, quien sale

de su abstracción. Las miradas se cruzan, Javier sonríe, pero no es

correspondido.

-Soy Javier Ravena. ¿Con quién tengo el gusto de viajar?

-Laura Ferrante. Al escuchar su apellido me viene a la mente la

familia Ravena en Tunuyán. Mi familia era de allí y los Ravena, muy

amigos de mis abuelos.

Javier ahora se dio cuenta de la ceguera de Laura, pero no hizo

ningún comentario. Recordaron como era Tunuyán cuando eran niños.

Pasaron revista a la Iglesia, al club, al lago donde las familias llevaban

a los niños a hacer picnic. Tenían aproximadamente la misma edad. Se

daban cuenta que compartían una historia en común. Se los veía felices

y agradecidos de compartir estos momentos.

-Bueno, Javier ya es hora de que me preguntes cuándo fue que

quedé ciega…

-No necesito saberlo, sos la mujer más encantadora que he conocido

y bella. Muy bella.

-Gracias. Tuvimos un accidente en un viaje y murieron mis padres y

mi hermanito. Yo solo perdí la vista. Cuando nos presentamos te dije

que mi familia era de Tunuyán. Fue algo muy fuerte en mi vida, tener

que superar la pérdida de los seres que más quería y aprender a vivir

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agudizando los otros sentidos.

Se fueron sintiendo cansados, dormitaban de a ratos,

involuntariamente Laura inclinó la cabeza sobre el hombro de Javier, y

él feliz le dio un beso en la frente; Laura respondió buscando sus labios.

Se encontraron y se disfrutaron como si no hubiera un mañana.

-Lo daría todo por un poco más de tiempo.

Laura lo calló con un beso.

El tren se detuvo, Javier se excusó para ir al baño. En ese momento

alguien subió al vagón, ayudó a Laura con sus cosas y bajaron. Javier

volvió, apurado, quería darle una tarjeta que tenía dentro del maletín.

Ella ya no estaba.

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El instrumental

Ella no hacía más que sentarse, que ya corría la cortina de la ventana, porque el sol la ponía incómoda y no la dejaba trabajar. No lo quería sobre la mesada. Prendía la estufa, como un acto mecánico, sin comprobar cuánto frío hiciera. Todo el día trabajaba, era así y aún hasta en ese tiempo donde el día se fusiona con la noche a veces amargo y otras, dulce.

Se la veía pasar, diligente, tenaz, moverse por todo el laboratorio, reír, ponerse contenta porque había cobrado un trabajo grande o enojarse porque algo no le gustaba.

Era preferible escucharla cantar, aunque también se la oía llorar. El día que en que se enojó con un cliente revoleó por el aire la espátula Lecron que iba girando con velocidad y que mostraba su cuerpo plateado hasta terminar en el toallero. ¡Por suerte era de acero duro!

-¡Qué raro! Hace mucho que no venía.

-¿Qué está haciendo? ¿Qué es ese olor tan fuerte?

-¿No te acordás del alcohol isopropílico.?

-¡Por fin nos está limpiando!

-¿Habrá pensado en vendernos?

-A mí me compró antes que a vos. En la época en que iba a la facultad, y me llevaba apretada con todo el instrumental, dentro de una caja de acero inoxidable.

-Estoy asustada, yo soy punzante solo en un extremo.

-¡Hola chicas! Ya saben que me voy a vivir a la capital, cerca de mis hijos, por fin se termina esta vida de locos, estoy vendiendo todo porque no voy a trabajar más. Si todo sale bien, me voy a dedicar a mi asignatura pendiente, escribir.

-¿Y nosotras? ¿Nos vas a vender también?

-No, a ustedes me las llevo en una caja adonde me vaya, pero no para trabajar… Ya lo hicieron muchos años.Ustedes y yo estamos viejitas, nos toca descansar, o hacer otras actividades, así que se vienen conmigo.

-¡Menos mal! Pensé que había que empezar de nuevo.

-¿Mamá estás hablando sola?

No, es la radio. Te confundís.

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Rubén Waynsztok

Biografía

Es argentino, de CABA, con gusto por esta ciudad. Despegó en el

arte por medio de la escultura, allá por los años 80, gracias a la facilidad

en el uso de herramientas y se fanatizó. Esto lo llevó a participar en

distintos certámenes. Y como una cosa lleva a la otra, por medio de

la lectura pasó a darle forma a la escritura y a la creación literaria de

manera natural, retratando de alguna manera situaciones y hechos de

la vida de la gente.

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Huetel En Del Valle, más precisamente en la estancia Huetel, había sucedido

lo que se comentaba, aunque hay que decir que no todo el pueblo lo creía.

Existe un tipo de personas que tiene la costumbre de agrandar las cosas. Es como el teléfono descompuesto, máxime en pueblo chico. Éramos apenas mil quinientos habitantes, incluyendo algunos puesteros. Muchos fácilmente influenciables y algunos lenguaraces, máxime si se trataba de la familia Unzué, dueña de la zona desde antes del 1900.

Pasaron cuatro años del suceso y de las habladurías que se tejieron; no nos detendremos en ellos ya que no tiene mucho sentido. El jefe de policía pidió que seamos serios y que no pongamos en boca de nadie algo que no se sabe; a mi entender trataba de callar las voces por tratarse del apellido en cuestión. No nos olvidemos de que en el Castillo estuvo el duque de Windsor.

El abogado, vociferaba en el bar del hotel en ronda de amigos, (francamente no le creí un comino); las caras incrédulas de Miranda y Etcheverry también lo afirmaron: por el momento no concedan más que unas miradas casuales; los dichos en la prensa local, interesados. Bigote Moro, el periodista que escribió la nota, es de mi conocimiento; seguramente no era una mirada casual. Conoce la historia de los Unzué como la palma de su mano; doy fe de que es honesto.

Los otros días, tomando unos mates con Clara, hablamos del caso. Me dijo, en pocas palabras que había llegado el momento de hablar de amor, y recalcó que dentro de cualquier familia puede haber un integrante díscolo, que se desprenda de la prosapia y se enamore de una paisanita linda, que las hay. Podrá embarazarla y no reconocer ese hijo, o sí, pero que pase lo que pasó, no. Noté que los comentarios siguieron por un tiempo, luego se acallaron como por arte de magia. No hubo más notas de Bigote. Me extrañó.

Ya dijimos antes que muchos de los habitantes del pueblo descreían de los dichos del abogado e incluso de los del capataz, don Aquino. Lo cierto es que Mariquita, la hija del puestero, apareció muerta cerca del

canal del Río Vallimanca.

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Nuevo viaje Llegó a la estación ferroviaria de Constitución bastante antes de la

partida del tren, que lo llevaría a Gral. Roca donde estaba la finca de su familia. Se sentó en uno de los bancos del andén al aguardo. La partida estaba programada para las 10.30 h; debería esperar unos 30 minutos.

Junto a Lucio se sentó Marcia, quien acomodó el bolso de mano junto a ella. Sin intención rozó la mano de Lucio, quien se disculpó por ocupar más espacio.

-Disculpe usted; coloqué mi bolso en forma descuidada. ¿Viaja a Neuquén?

-Sí. Bajo antes, en Roca; mi familia es de allá. Voy a visitarla después de bastante tiempo estudiando en Buenos Aires. Les quiero dar la sorpresa. No me esperan.

-¡Qué coincidencia! Voy también a Roca a ver a mis parientes.Lucio se embriagaba del suave pero penetrante perfume que

llevaba Leonor y a boca de jarro se despachó.-¡Qué fragancia tan penetrante lleva puesta! Seduce. Disculpe por

mi atrevimiento, pero es que me atrae, realmente.Marcia bajó la cabeza con sonrojo. Lucio la había sorprendido con la

guardia baja. -Me halaga su cumplido.¿ A quien va a visitar? Roca es chico y todas

las familias se conocen. -Le presento mis cartas credenciales: Lucio Romero Frías. ¿Usted ?-Somos bastante cercanos. Soy Marcia Leonor De Luca. Mis abuelos

y los suyos trabajaron juntos, si mal no recuerdo.-Es cierto. Hermosa casualidad. ¿Podemos acomodarnos en el

mismo vagón? Espero que no existan problemas.Marcia advirtió que la mirada de Lucio no se fijaba en la cara de ella.

Observando con detenimiento notó que al costado estaba el pequeño bastón blanco. Sintió una atracción especial, muy lejana a la lástima, la desenvoltura y galantería que desplegaba Lucio en su palabra.

Cuando se escuchó el anuncio de abordaje, Lucio se dirigió a

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Marcia.-Ha llegado el momento de abordar. Tratemos de arreglar con el

asistente para que nos ubique cerca.-Me encargo yo… Ya que mi perfume cautiva. Ambos rieron.Con suavidad Marcia acercó su brazo para guiar a Lucio. Este la

miró aunque sin poder verla. Su mano sintió el calor y la suavidad de la mano de Marcia y una transmisión de sentires que solo el que los recibe puede valorar.

El transcurso del viaje fue animado. Cenaron juntos y hablaron de vivencias comunes. Lucio no podía ver la cara de satisfacción de Marcia, la vivenciaba a través de las palabras y de las caricias que esta le prodigaba sobre el revés de su mano.

En una momento Lucio dio vuelta su mano y tomó la de Marcia por algunos instantes. Las caras quedaron enfrentadas mirándose, tal vez en espera de más, solo se mantuvieron silencio.

En el vagón la charla se disipó; ambos se adormecieron.Era la llegada a Roca.

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María Inés Zavalía

Biografía

Nació en Buenos Aires en la década del 40. Los padres supieron

transmitirle amor a Dios y a la naturaleza, a la patria y a la familia, la

cultura del esfuerzo y el espíritu de lucha. Disfrutó de una escuela

pública de excelencia. Era época de posguerra y compartió el aula con

alumnas venidas de aquellos países en conflicto. Esto fue el comienzo

de sus inquietudes sobre la justicia y la injusticia. Es abogada. En la

actualidad busca dar lugar a otra de sus inquietudes:

el uso del lenguaje.

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De la foto a la historia

Desde la infancia me llamó la atención una foto en casa de mi abuela.

No reconocía a sus personajes entre mis tíos o los amigos habituales.

Un día decidí que, en la primera oportunidad que tuviera, le preguntaría.

Así fue que una tarde, después del colegio en época del secundario, la

encontré sola.

-Mamaia ¿quiénes son esas dos personas de la foto?

-¿De verdad quieres conocer la historia? Es un poco larga pero si tienes

tiempo te la cuento. Eran dos artistas muy conocidos. Cuando terminé

el secundario, partí al Reino Unido con la idea de perfeccionar el inglés.

La mejor forma de hacerlo era alojándose con una familia que al mismo

tiempo oficiaban de tutores. Además hacía cursos de literatura y de

teatro, y debía viajar y moverme sola por el centro de Londres. Un día, al

bajar del ómnibus, tropecé con un muchacho que, al disculparse, habló

en castellano. Sonreí al escucharlo y volvió a disculparse en inglés, pero

yo le contesté también en castellano y sonreímos los dos.

Caminamos en la misma dirección y al llegar al instituto, él también

entró, iba a un curso de inglés técnico. Cuando salimos nos volvimos a

encontrar y me contó que era de familia inglesa, que vivía en Buenos Aires

y que, con la proximidad de la guerra, se había ofrecido como voluntario

y estaba cursando en la Real Fuerza Aérea, quería ser piloto. Eran varios

los argentinos que se habían ofrecido como él. Se llamaba Douglas.

-¿Como el abuelo?

- Sí como el abuelo, pero que no es tu abuelo.

-No entiendo nada, seguí contando.

Empezamos a vernos seguido, pidió permiso para ir a visitarme donde

vivía, y como te imaginas, nos enamoramos. Él era muy buen mozo,

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simpático, bien educado y conquistó la familia de mis tutores. Fue una

época apasionada; la amenaza permanente de la guerra la hacía más

intensa. Nos íbamos a tener que separar, por eso no perdíamos un

minuto; con largas charlas y besos llegamos a conocernos hasta el fondo

del alma. Pero el día llegó, a Douglas lo citaron para que se incorporara a

la RAF. La guerra se declaró y yo resolví volver a Buenos Aires.

Por supuesto nos prometimos escribirnos y volver a vernos después

de la guerra, para casarnos. Luego de un tiempo las cartas abruptamente

se acabaron y nunca supe si era por falta de interés o porque había

pasado algo. Traté de averiguar sin éxito, a través de su familia y de la

embajada sólo llegaban las malas noticias.Con el tiempo conocí a tu

abuelo verdadero, Agustín Morán, un arquitecto que me ofreció consuelo,

cariño, y conquistó mi corazón. Lo que sigue sí es parte de tu historia.

Nos casamos, nacieron tu madre y tus dos tíos. Tu abuelo fue muy buen

padre y cariñoso con todos. Su carrera fue exitosa, por eso tu madre

también quiso ser arquitecta y seguir con su estudio. Se enfermó muy

joven y murió cuando todavía no habías nacido. Fue una gran pérdida

para todos y yo caí en una profunda depresión. Por dos veces había

perdido mi amor.

Un día tu madre me llevó al cine, para distraerme, a ver la película

protagonizada por estos dos actores, que se llamaba Sabrina. Una historia

con todos los condimentos necesarios para retirarte del cine sonriendo.

Al salir, en medio de la oscuridad, me pareció ver alguien parecido a

Douglas, pero habían pasado muchos años y no confié en mi vista. Tal

vez la historia romántica que acababa de ver me lo había recordado y lo

pronuncié fuerte. Él se volvió al oír su nombre. En el primer momento

quedó paralizado. Estaba canoso, pero conservaba su apostura. Después

del primer impacto reaccionó, levantó los brazos y gritó ¿Maggie? Nos

fundimos en un abrazo. Nos separamos sin saber qué decirnos; las

preguntas se agolpaban, hablábamos al mismo tiempo, sin escucharnos.

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De golpe se fijó en tu madre que estaba a mi lado, miró y sin decir nada

sonrió y se presentó, -Soy Douglas Dillon, un antiguo amigo de tu madre.

¿Tienen tiempo para tomar algo? Vamos por ahí y nos ponemos al día

con la vida ¿les parece?

Al rato tu madre nos dejó solos. Tardamos seis horas en pasarnos la

historia de nuestras vidas desde que nos despedimos en Londres. El

había caído herido en manos enemigas, por eso no había tenido noticias

y recién al finalizar la guerra pudo volver a Londres. Allí había conocido

a Alice, que le había dado su cariño y sostén, se habían casado y habían

tenido dos hijas.

También había enviudado y, una vez que las hijas se hubieron casado,

resolvió volver a Buenos Aires, a buscar los restos de la familia.

Ese día supimos que nunca más nos íbamos a separar.

Sin dejar hablar a la nieta, la historia salía de un tirón, dijo:

-Y esa foto por la que me preguntaste nos recuerda el momento feliz

en el que pudimos seguir con la historia que había quedado inconclusa.

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El fantasma de la guitarra

El fantasma hizo su aparición el domingo por la noche. No es un clásico ejemplar. Ni es centenario, ni noble, ni feo y tampoco agresivo. La cuarentena que nos impuso el coronavirus nos trajo esta sorpresa.

A través de las redes sociales nos invitaron a aplaudir en los balcones en apoyo de los distintos grupos de profesionales y operarios que, sin descanso, nos están asegurando los servicios esenciales. En el momento en que el sonido de este gesto se hizo más intenso, se apagaron las luces en los balcones y todos los vecinos nos quedamos en silencio.

Fue entonces que comenzó primero a escucharse una guitarra y una voz masculina que cantaba una antigua serenata:

Yo poeta quisiera ser un día

Para poder en verso así expresarme

Y lo primero, mi bien que te diría

Si en un abrazo yo pudiera así estrecharte

-Aquí estoy otra vez vengo a cantarte

Vengo a decirte llorando que te quiero

Que no he tenido valor para olvidarte

Aquí estoy otra vez porque te quiero...

A medida que se oía la voz, una niebla intensa apareció entre los árboles del enorme jardín del centro de la manzana que, en forma de nube se movía entre las especies más altas. Sorprendidos, entramos. ¿Sería una alucinación producida por el encierro? Al día siguiente y en las mismas circunstancias se produjo la aparición y el canto plañidero.

De inmediato organizamos un grupo de vecinos con nuestros teléfonos para tratar de explicarnos estos sucesos. Uno de los más antiguos propuso hacer averiguaciones sobre los antecedentes del lugar. La idea fue entrevistar a un vecino de otro edificio ubicado en la esquina frente a la plaza de Juncal y Esmeralda. Este señor de 89 años había

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tenido relación con la familia que ocupaba el caserón con jardín, del solar que hoy ocupa la Cancillería. Lo particular de esta experiencia es que solamente la ven los ocupantes de los departamentos que tienen los balcones hacia el contrafrente de la manzana limitada por Carlos Pellegrini, Arenales, Juncal y Suipacha.

Carlitos, como así se llamaba nuestro referente sobre la historia de esta familia, no lo había podido escuchar, pero recordó un episodio que había vivido esta familia que los había dejado perplejos en aquel momento y que nunca había tenido explicación. Hace casi 70 años trajo del campo una muchacha jovencísima, muy dulce y agraciada con la idea de prepararla para que ocupara el lugar de mucama. En la misma época se incorporó al servicio de la casa, Agustín, para trabajar como peón de patio, y como un rayo se produjo el flechazo que los convirtió en una pareja adorable.

Al poco tiempo Paulina, era el nombre de la muchacha, cae enferma, no se sabe de qué. Ningún tratamiento, ni las medicinas de la época dan resultado y la pobre niña empeora día a día. Agustín, desolado, solo atina a cantarle con la guitarra una serenata que le expresaba sus sentimientos. En pocos días más, Paulina muere y Agustín desaparece misteriosamente y nunca se supo dónde ni qué le pasó.

Imaginamos, decimos nosotros, que también él murió de pena, y su espíritu se asentó con la guitarra entre los árboles que son los únicos testigos de esta historia.

Tal vez Paulina murió de un coronavirus desconocido en la época y esto provoca que su fiel galán aparezca cantando la serenata de tanto en tanto.

Nos inquieta saber si volverá a aparecer con un nuevo vehemente aplauso o si sólo quedará como una anécdota para los habitantes de este pulmón de manzana.

Lo cierto es que somos los privilegiados porteños que tenemos

nuestro propio fantasma y es criollo y romántico.

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Descorrer los visillos

Las manos tibias, tanto encierro.

Vamos juntos hacia la nueva normalidad.

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8 199 200 201 2Estamos con más de cien días, en nuestras casas,

con nuestros libros, con nuestras escrituras.

Se hace largo, se hace penoso,

se hace necesario el encuentro de cada semana.

Cuesta imaginar cómo será la nueva normalidad.

Los textos que siguen hablan de eso,

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Cuando volvamos a encontrarnos

No seré la de ayer, quizás sea diferente

al haber conocido el significado

de la palabra igualdad.

Cuando volvamos a encontrarnos

nos vamos a tocar el alma.

Valoraremos el estar vivos

y seguir en el camino.

Lloraremos nuestros muertos

dejando a un lado lo superfluo.

Solo la enfermedad o la muerte nos igualan.

Serán los primeros pasos

de nuestra libertad.

Cuando volvamos a encontrarnos

nos vamos a tocar el alma.

Ana Términe

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El día después

Estoy sufriendo la intriga de no saber,

no saber cómo será el día después.

Físicamente seremos iguales, más o menos delgados.

Algo cambiará en nuestras facciones, en nuestra expresión.

El carácter de algunas personas se habrá modificado.

Somos distintos. ¿Seremos más distintos?

¿Cómo será estrechar la mano, o darse un beso, abrazarse?

¿Podré sentir la piel de una mejilla rozando la piel de la mía?

¿Sentiremos igual o habrá cambiado nuestra sensibilidad?

¿Habrá confianza o el temor avanzará?

¿Seremos más solidarios, más buenos?

¿Existirá el encuentro, el compartir?

Estoy intrigado por saber el desenlace; cómo será después.

Quisiera que nos encontremos el día después, no importa el tiempo,

que la intriga desaparezca, que el tiempo no me haya modificado.

Que nos encontremos el día después siendo los mismos.

Ruben Waynsztok

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Yo te daré un abrazo

Yo te daré un abrazo

de los muchos reprimidos,

por respetar las distancias

aunque fueran merecidos.

Yo te daré un abrazo,

no disimularé ansias,

ni el dolor de haber perdido

ese pedazo de tiempo

que sin abrazos vivía.

Yo te daré un abrazo,

aunque se pierda en el tiempo,

aunque transite el espacio,

aunque se lo lleve el viento.

Yo te daré un abrazo,

acercándome despacio,

estirando más los brazos,

por si acaso despertemos

en otro espacio de tiempo.

Cristina Flores

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De las (in)certidumbres y otras yerbas

Nunca el homo se llevó bien con las incertidumbres, por remoto que quede el pasado pisado; discurrir por el antes como antes es un peregrinaje voluntario.

Llenos los bolsillos y los ojos de certidumbres, nos da temor pensar en cómo vamos a construir el día después, ese día siguiente a esta certidumbre incierta en la que estamos metidos.

Y no es culpa de una partícula mínima e insignificante que, sin tener hélice, igual se desplaza por donde quiere. Llega y se mete en nosotros, y tal le resulte el receptor, lo abandona o lo mata. Por eso digo que todo lo que nos desvela, es querer volver a construir certidumbre.

Sacudida de raíz la estantería del mundo, tal cual estaba diseñado, nos quedamos huérfanos de certezas.

Solo los indispensables y héroes se abanican por las calles con el nuevo aire, no sin temor, pero con bozal.

Pero esto es una certidumbre no querida y por eso nos parece incierta.

Mas tarde o temprano regresaremos al lodazal.

.¿Existirá un nuevo orden?

Crearemos nuevas certezas y allí veremos cómo se acomoda cada cual.

Mario Rodríguez

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El mundo de mañana

¡Oh, el mañana! Esperada palabra. ¿Cuándo llegará la libertad? ¡Vení a rescatarnos de esta pandemia! Será entonces hora de salir a disfrutar del aire puro y de una vez por todas vagar por las calles, oler las mañanas frías del invierno o quizás del comienzo de la primavera. En el barrio, disfrutar de largas y libres caminatas.

Espero que lo hayan comprendido, necesitaremos tocar a nuestros hijos, a nuestros seres queridos, besarlos, abrazarlos después de tanto aislamiento. Hasta ahora sólo fueron imágenes y voces, nos faltó la presencia.

Vagar por esos andurriales, hacer un peregrinaje inesperado por los bodegones, las pizzerías con amigos, encuentros y abrazos tanto tiempo postergados. Cuántas reuniones. Acariciar espectáculos en vivo, volver al cine grande.

Quizás sentiremos que no tenemos bozales porque por remoto que quede el pasado siempre ha de restaurarnos la memoria de ese letargo que guardaremos como otra experiencia vivida.

Habrá sido un tiempo dedicado a la introspección, a la meditación, a descubrirnos más íntimamente y a comprender mejor a nuestro círculo de amigos y de conocidos. A profundizar y desenmascarar quién es quién.

Ignorar los egos y rescatar la mirada franca.

¡Bienvenida nueva libertad!

Alicia Castelli

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Aliento

Cuando aventajemos la pandemia y se desplieguen las puertas nos

habremos transformados en sobrevivientes de un drama social.

Acompañados por un corazón aún angustiado, sentiremos la dicha

de proseguir nuestra travesía suspendida.

Recordaremos lo padecido como un enriquecimiento de lo que

aprendimos.

Habremos apaciguado el rencor y la indolencia pues nos habremos

tornado en personas más condescendientes.

Seremos almas más altruistas y predispuestas a escuchar y no tan

sólo oír a quienes nos necesiten.

Asumiremos que no es sencillo preservar la vida.

Compartiremos empatía donde antes reinaba el desinterés.

El presente se transformará en una resurrección, en una

oportunidad de volver a reencontrarnos con nosotros mismos,

dejando atrás egoísmos, altanerías, indiferencias e ingratitudes para

ungirnos en valuartes de un despertar que nos permitirá saborear de

otra manera la vida, con otra perspectiva del presente y del futuro,

con un compromiso de solidaridad abandonado y con la vitalidad

física y mental de convertir una segregación obligada en el preludio

para desterrar las horas insustanciales, dándole la bienvenida a otra

etapa de resurgimiento, jamás imaginada.

Habremos aprendido a respetar al prójimo en sus logros y fracasos,

en sus alegrías y tristezas, en sus grandezas y mezquindades, en sus

envidias y caridades, en sus risas y llantos, en sus fortunas y carencias

y en sus soberbias y humildades.

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Nos daremos cuenta de que no hay que darse por vencido aún

vencido,que lo trascendente no es llegar, sino el camino por desandar,

que no debemos ser mejor que otro, sino mejor que ayer y que la

paciencia es la gran virtud de todo navegante.

Asistiremos a un teatro de desconocidas emociones, con una colección

de sentimientos, hábitos y afectaciones pertenecientes a un escenario que

hemos abdicado, con la convicción de que el tiempo no transcurre pues

simplemente es.

Volveremos a ser aquello que añorábamos y que los enigmas de la

existencia habían enajenado.

Jorge Kent

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Un modelo para armar

Terminó febrero y a los pocos días comenzó a nublarse el país. Fueron

nubes de incertidumbre, de dudosas esperanzas y, a medida que corrían

los días, se penetró lentamente en otra realidad y a pagar el costo de la

aceptación. Todo cambió. En este mes de julio estaría navegando por el

Rhin, conociendo una geografía diferente, usos y costumbres extrañas.

¿Esto terminará algún día? Me pregunto y trato de resurgir mi mecanismo

de resignación. Entonces analizo en qué me estoy apoyando. En principio

en las voces de la gente que quiero y a quienes no puedo abrazar, en

prestar ayuda a otro que lo necesita, a escribir cuando no está nublada

mi inspiración y a releer libros que he amado porque terminé los libros

nuevos que tenía, o sencillamente a comer chocolate.

Pero no puedo cumplir la pasión de mi vida que es viajar, y que comenzó

muy temprano con mis padres, mis amigos, mis amores y varias veces en

soledad y que en este último tramo de vida quiero completar.

Siento que no se trata de conocer nuevas tierras y procesar anécdotas

para contar a los amigos. Necesito ver, oír, y sentir todo lo que los libros

me contaron, las imágenes que me mostraron de este mundo en el que un

día nací.

Desde el principio de esta pandemia y ahora cada vez más, los medios

tecnológicos me llevaron a reconocer lugares conocidos y otros por conocer.

Ahora estoy preparando la post pandemia. Es un modelo para armar.

Comencé a revisar el planisferio y seguiré luego con la investigación para

que la pospandemia no me alcance descuidada.

Estaré preparada para continuar siendo ciudadana del mundo que tiene

una comunicación espiritual con las gentes que lo habitan, y transformaré

estos días de encierro en un regreso dinámico sin restricciones.

Ese es mi proyecto. Voy a tratar de conservarlo intacto.

Marta De Buono

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La pospandemia

¿La pospandemia? ¿Qué nos deparará el destino? ¿Veré de nuevo florecer

a mi patria? ¿Veré de nuevo abiertos esos negocios donde, de tanto

frecuentarlos, ya era casi amiga de sus dueños? ¿Lograrán sobrevivir?

Ahora veo la calle triste y negocios moribundos.

Tengo fe en que Dios nos dará una mano y volveré a ver funcionar mi

Argentina. Costará. No será lo rápido que todos deseamos, pero llegará

el día en que las vidrieras nos mostrarán sus maravillas, y andaremos

por la calle conversando con amigos, sacando entradas para el cine y

para el teatro y tomando ese cafecito que tanto extrañamos, no sólo por

la deliciosa bebida, sino por el encuentro con la gente que quiero ver,

que quiero abrazar y mirar a los ojos, con quienes quiero hablar sin una

máquina de por medio.

También voy a viajar, algo que hasta hace poco era tan natural y que

ahora me pregunto cómo será y si me animaré. Mis nietos, que viven en

el exterior, me esperan con la cama y los besos preparados para disfrutar.

¿Será posible? Si voy ¿podré regresar? ¿En serio terminarán los virus, las

dudas y los miedos?

Abrazos que extraño, besos que tengo preparados pugnando por salir.

Mi piel añora el calor del cuerpo cercano y la mirada que lo dice todo.

Sí. Sí se puede. Lo vamos a superar con paciencia y con el cariño y la

solidaridad de todos.

Que así sea.Lucía Critto

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¿Cómo me imagino la salida?

Me considero una persona con una florida imaginación, pero esta

pregunta la voy a responder sobre la base de datos, noticias que nos llegan

de otros países y el conocer la idiosincracia de mis compatriotas.

El COVID-19 le ha impuesto a la humanidad una pausa. Cada país o región

de este mundo la aceptó de diferente forma, porque las personas por historia,

por cultura, por etnia, tienen un enfoque distinto de la responsabilidad, de

la obediencia, de la organización y de los desafíos.

Por eso pienso que el camino de salida será diferente en cada región o

en cada colectividad.

En Argentina vamos a tener un camino sinuoso con avances y con

retrocesos. Personalmente creo que debemos valorar la cuarentena como

un tiempo de meditación y un pie en el freno del ritmo alocado en que

solemos vivir.

Cuando las necesidades básicas están resueltas podemos apreciar las

enseñanzas que este tiempo nos está dejando. Con más o menos tiempo

todas las actividades volverán, pero nosotros no seremos iguales por haber

pasado por la experiencia de estar acuarentenados.

Aprendimos a vivir sin ayuda de personal doméstico, aceptamos ir al

banco por turnos y mil costumbres más que las circunstancias nos hicieron

modificar.

Si me preguntan qué es lo que más extrañé fueron los abrazos.

El abrazo, esa expresión del encuentro nos reinicia y energiza. Eso fue

irremplazable.

Al principio de este camino de salida deberemos medirnos en esos abrazos

y respetar la distancia social. Seguro que todos aprendimos a valorar la

distancia emocional con nuestros seres queridos y cada día acortarla más

y más y no tener pudor de decirles todos los días te quiero.

Ana Términe

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Libre pero no tanto

Cuando escuché que, a partir del día siguiente, los cafés y restaurantes

volverían a abrirse, aunque con ciertas restricciones, experimenté una

sensación de plenitud. Nunca me gustaron los encierros ni que alguien me

diga que puedo o no hacer. Me considero una persona lo suficientemente

madura para tomar mis propias decisiones, por lo que no disfruté mucho la

cuarentena, aunque tampoco la padecí tanto como aquellos que perdieron

su negocio o miniempresa por no poder trabajar.

Al día siguiente, en vez de desayunar en casa, fui a una cafetería del barrio

que dispone de mesas en la calle. Creía que, aunque tuviera que aguantar el

frío, tendría más posibilidades de encontrar lugar sin exponerme demasiado

a los riesgos de contagiarme el maldito virus. Lamentablemente muchos

de mis vecinos deben haber tenido la misma idea porque el local estaba

lleno y todas las mesas de la vereda ocupadas. Está bien, -me dije a mí

misma- esperemos nuestro turno. Ya me había acostumbrado a aguardar

para entrar al supermercado o a la farmacia, prácticamente los únicos

lugares a los que había concurrido durante el encierro forzoso. Cuando

finalmente me pude sentar, el café con leche y las medialunas tuvieron un

sabor especial.

No demoré mucho en la cafetería para cederle mi lugar al próximo sediento

de ese sorbo de libertad.

En el camino a casa me detuve en una tienda para comprar medias.

Quería colaborar de alguna manera con la señora que seguramente habría

experimentado una merma considerable en sus ingresos.

Esa noche fuimos con un grupo de amigos a comer pizza. Elegimos un

lugar habitualmente poco concurrido porque descartábamos que muchos

porteños estarían ávidos de celebrar su recién recuperada libertad, aunque

todos seguíamos usando el barbijo, levantándolo apenas para poder comer

y beber. Me alegré al ver cuánta gente seguía el protocolo de seguridad.

Aunque no estuve en Alemania cuando cayó el muro de Berlín, me imaginé

que era una de esas personas que, después de muchos años, o para los

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más jóvenes, por primera vez en su vida, se encontraban frente a un mundo

nuevo, lleno de posibilidades o quizás de acechanzas. Por supuesto que

no se pueden comparar años de encierro con los meses que me habían

tocado, pero deben haber tenido algún punto en común.

Recién entonces presté atención a las cuentas; ya no habría comprensión

por parte de los acreedores, ni el trabajo vendría a buscarme. No me

amilané. En un país como el nuestro, donde las crisis fueron y son moneda

frecuente, siempre hay que estar preparado para poner todo el esfuerzo

posible y encarar las situaciones que se presentan.

Al principio me pareció advertir cierto letargo en algunas personas,

producto de una noche que había durado varios meses, pero a medida que

transcurrían los días, todas las actividades recobraron su ritmo. Teníamos

que recuperar el tiempo perdido.

Mari Maquieira

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El tiempo, un misterio

¿Tiene sentido analizar cómo era el mundo antes de la pandemia? Creo

que no.

Me provoca nostalgia. Tiene sentido preguntarnos cómo será el futuro?

No sé.

A veces pienso en él. ¿Por qué? Porque el paisaje cotidiano es una

suerte de

futuro distópico, con todos nosotros encerrados en nuestras casas,

como si un

extraño gas letal se hubiera apoderado de nuestra ciudad. Todo parece

una película de ciencia ficción donde somos los protagonistas.

El tiempo ya no es lineal. Esto cancela de modo literal el futuro, nadie

sabe qué va

a ocurrir mañana. Y en el mientras tanto, se habla de la tan mentada

nueva normalidad. ¿Alguien sabe de qué se trata?

Lo que sí tengo claro es que ya no habrá más probabilidad de guerras

como las

que conocíamos hasta ahora.

Y vuelvo al tiempo.

Para mí el tiempo ha sido un misterio y ahora el presente no escapa a

esa condición.

Las crisis nos enseña a pensar.

Pensaré.

En este peregrinaje inesperado y turismo interior incursionaré en estos

días en

descubrir qué herramientas tengo a mi alcance para aceptar las

vedettes del

futuro. No son pocas. Sé que requiere adaptación, aguante y

resiliencia.

Continuará…

Ana Términe

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Necesaria interacción

Estoy viviendo en un departamento con jardín, árboles, verde y flores.

Desde el primer día que se desató la pandemia comencé a escribir mi

libro de poesías y relatos ficcionales. Cuando el confinamiento termine

estaré también acabando mis escritos. Sé que no es lo mismo para

muchas personas esta comodidad. La capacidad de sobreponernos a

los momentos traumáticos que vendrán cuando el virus se haya ido

dependerán de los factores de protección que hayamos tenido antes y

durante el confinamiento: fuertes redes afectivas, herramientas como el

lenguaje, una buena escuela, un salario, una vivienda agradable. Para

quienes hayan vivido esto, será más fácil comenzar un proceso de volver

a la normalidad. Para los otros, para los que ya estaban en un desarrollo

de vulnerabilidad, maltrato, malos empleos, violencia familiar, el regreso

será muy difícil y la capacidad de sobreponerse al encierro prolongado y

traumático será improbable.

La única manera de lidiar con el golpe postraumático que nos dejará

el virus es estar acompañados y sostenidos. La familia y los amigos

funcionan como tranquilizadores, como calmantes.

Es importante darle un sentido a lo que sucedió, a lo que significó el

modo en que lo vivimos y lo sufrimos. Nos vamos a preguntar ¿por qué

me pasó lo que me pasó?, ¿por qué fui herido?, ¿por qué fui abandonado?,

¿por qué a mí y ahora? Es un monólogo interno que no terminará nunca.

Es como el síndrome psicotraumático; cuando sufrís de eso, siempre

estás pensando en lo mismo, rumiando los mismos temas.

No va a ser posible olvidar el daño del coronavirus, el encierro de

meses eternos, pero podemos llegar a intelectualizar la magnitud y la

situación del daño que nos ha hecho. No es posible olvidar al virus, pero

es posible trabajar sobre las heridas de ese pasado. Ahora o cuando

llegue el momento del balance es importante que tejamos vínculos y

lazos con el otro, día tras día, palabra tras palabra, gesto tras gesto. La

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interacción necesita de vínculos. Porque mi cerebro sin otro cerebro

se apaga. Quedar atados y limitados a nuestra propia comunidad, a

nuestras propias creencias, a nuestro propio dios es perverso. Está en la

naturaleza de los seres humanos tejer vínculos y lazos con otros. Es difícil

vivir con otros, pero lo es más vivir sin los otros. Es complicado porque

no tenemos las mismas historias, mentalidades, religiones, desarrollos,

culturas, pero será lo único que nos transforme creativamente. Difícil

imaginar momento más propicio para algo así.

Luis Mariscotti

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Templar la ansiedad

Jornada luminosa, fresca y ventosa, propicia para discurrir sobre los

días de hoy . Así lo siento, aunque no sea de las mejores en lo sentimental.

Esta rutina de estar siempre en casa, no abrazar a los que quiero y no

sentir la emoción de verme linda para estrechar los amigos y husmear sobre

la coquetería de las amigas milongueras, es un peregrinar inesperado.

Maravilloso el darme cuenta de que los perros eran perros y no tenían

o teníamos bozales. ¿Son ellos o nosotros los peligrosos? Además valoro

a las aves que llueven tiernamente las alas.

En esto mi cambio va siendo interesante, pero con broncas y también,

por qué no, con dolor. La generosidad con que Dios me bendice, permite

a la caída del sol, templar mi ansiedad para darle un cierre a mi desorden

clamando orden.

Frescura, sencillez y humor son requisitos imprescindibles para

continuar. Ahora, la ilusión de Artigas, en nuestro país, de que alguien

hiciera una reforma agraria similar, está muy lejos de concretarse.

Claro, es una alegoría en nuestro país que un cervato rodeado de

cazadores no sea asesinado, porque generalmente, cada uno piensa

en su objetivo que es la caza o en mantener su prestigio o posición,

argumentando que lo que tiene lo ganó (no interesa si es de manera ilegal)

y no lo va a compartir.

Marisa Matta

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Final para cuarentena con cartas y desencuentros

Hoy a la noche y antes de ir a descansar, voy a elegir con esmero, la

copa a beber.

Semana difícil de una cuarentena ya con certidumbres. Los días

siguientes al lunes, fueron fatídicos, solo cuando regresó el sol del jueves,

me sentí aliviado.

La pandemia tocó a su fin.

En la calle hay más gente, aunque siguen con bozal que les tapa la

sonrisa.

En plena lluvia del martes, llegó el cartero, la primera vez desde hace

cuatro meses.

Hizo sonar el ventanal y lo abrió desde el exterior, luego velozmente,

igual que las gotas de la lluvia, dejó que las cartas, en tropel y

desordenadas, cayeran sobre la silla y resbalaran sobre la alfombra.

Las fui leyendo lentamente, ya de espaldas al montón de papeles

estrujados y apesadumbrado, tuve en cuenta que cada cual eligió el

rumbo.

Volver a verse sería imposible.

Mario Rodríguez

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Unas pocas palabras finales

¿Si ha dado trabajo cerrar visillos, atravesar cristales y abrir las

ventanas hacia adentro?

¡Claro que sí!

Muchas horas de ir y de venir por distintos soportes, de tolerancias

extremas y de intolerancias que se fueron superando con las horas de un

reloj desacompasado.

Las pruebas, como lo es esta antología, son caminos complejos para

recorrer cuando estamos encerrados, con las viejas y con las nuevas

normalidades.

Se saboreará, seguramente, como quien bebe a orillas de un río

de montaña, o con las olas de un mar embravecido, o simplemente,

haciendo sonar los postigos.

Será la hora de abrir.

Y de leer.

Muchas gracias por la experiencia compartida.

Silvia Paglieta

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