Dictadura franquista

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Toda guerra civil comporta un alto grado de violencia política entre los civiles y la española no fue una excepción. De hecho, la violencia ya se había apoderado de la vida política española antes de la guerra y durante ella no hizo más que incrementarse. Los estudios más rigurosos cifran en alrededor de 400.000 las muertes violentas producidas durante la Guerra Civil, repartidas a partes iguales entre ambos bandos.

El final de la guerra no acabó con la represión, ni abrió paso a la reconciliación, ni tampoco supuso el fin de la militarización de los juicios políticos. Al seguir en vigor el estado de guerra hasta 1948, se mantuvieron los tribunales militares y las fuerzas de seguridad continuaron sometidas a disciplina militar. Los Tribunales Militares solían ventilar alrededor de 15 casos a la hora, sin garantías procesales y presumiendo la culpabilidad del acusado.

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Con anterioridad al fin de la guerra, el gobierno nacionalista de Salamanca declaró fuera de la ley todos los partidos, asociaciones y sindicatos que habían apoyado al gobierno republicano. De igual forma, se impuso una estricta censura de prensa, se prohibió toda manifestación de la diversidad cultural y lingüística del estado y se persiguió cualquier tipo de disidencia política, religiosa o ideológica. Una vez finalizada la guerra esta legislación fue completada con la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939 y la Ley de Represión de la Masonería y Comunismo de marzo de 1940, que extendían su jurisdicción a todas las formas de colaboración con el bando republicano de forma retroactiva hasta el 1 de octubre de 1934. Sin embargo, a pesar de la laxitud de ambas normas, la persecución fue selectiva, apuntando a los principales responsables de las organizaciones e instituciones republicanas.

La dureza de la represión fue amortiguándose con el paso del tiempo. A finales de 1939 la población reclusa ascendía a 270.719 personas; a finales de 1945 la cifra había descendido a unos 40.000, de los cuales menos de la mitad podían considerarse como presos políticos. Las ejecuciones por motivos políticos, que se calculan en unas 28.000 durante la posguerra, se convirtieron en un fenómeno excepcional a partir de 1945.

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Para escapar de la represión muchos de los que se habían comprometido con la causa republicana tomaron la vía del exilio. Sabemos que salieron del país unas 180.000 personas durante los últimos meses de la guerra, aunque la cifra total de exiliados pudo ser mayor. Los 140.000 exiliados que llegaron a Francia después de la campaña de Cataluña fueron agrupados en campos de concentración, donde se les trató más como prisioneros que como refugiados. Los exiliados que emigraron a México, en cambio, fueron recibidos hospitalariamente por el presidente Lázaro Cárdenas. En cualquier caso, el anhelo de todo exiliado era volver a España y aunque no hubo ninguna política de reconciliación por parte del régimen franquista, la mayoría de ellos lo hicieron en los primeros años de la década de los cuarenta, de forma discreta y sin ser objeto de represalias.

La represión no se limitó a la persecución política sino que se extendió a la imposición de un nuevo orden de corte fascista. Para ello, las nuevas autoridades se empeñaron en borrar todo recuerdo del paso de la República y llenaron las calles de los símbolos de los vencedores: las hoces, martillos y las banderas tricolores fueron sustituidas por yugos, flechas y águilas imperiales. Las plazas y calles más importantes de cada ciudad se dedicaron a Franco, José Antonio y los héroes locales del bando nacionalista.El nombre del Caudillo se pintó en las paredes de los edificios públicos de toda España y su imagen se reprodujo en sellos, monedas y fotografías colocadas en todas las oficinas públicas. Se impusieron nuevos hábitos siguiendo un estricto código moral de corte tradicional. La prohibición del uso en público del catalán, vasco y gallego fue acompañada por la campaña Habla la lengua del imperio, que pretendía extender al ámbito privado la obligación del uso del castellano.

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La guerra continuó determinando la vida cotidiana de los españoles. Todas las familias habían perdido algún ser querido durante la contienda, conocían alguna víctima de la represión o habían padecido la violencia política de uno u otro bando. Algunas ciudades y pueblos eran la viva imagen de la destrucción; durante la guerra fueron destruidas alrededor de 250.000 viviendas y buena parte de las comunicaciones más importantes.

Los alimentos no sólo eran escasos sino de ínfima calidad. Con la finalidad de garantizar el suministro de productos de primera necesidad se implantó la cartilla de racionamiento, aunque se reveló claramente insuficiente. Los que disfrutaban de una buena situación económica recurrieron al mercado negro aunque no era necesario ser rico para saltarse el racionamiento; cualquier pariente o amigo en el Ejército, la Administración o la Falange tenía acceso a productos al margen de la cartilla. Durante 10 años los españoles tuvieron que padecer las penurias del racionamiento, mientras unos pocos acumulaban grandes fortunas gracias al estraperlo.

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El primer gobierno de la posguerra se constituyó el 8 de agosto de 1939. Franco, que ya acumulaba la Jefatura del Estado y del Gobierno, eligió cuidadosamente a sus ministros entre las distintas familias del bando nacionalista: monárquicos, falangistas y militares.

Desde el principio Franco adoptó una actitud neutral en las rencillas internas del régimen. No quiso identificarse con ninguna de las familias y su propia indefinición ideológica le permitió arbitrar entre ellas. Aunque escogía a sus ministros por su lealtad personal, siempre pretendió respetar un cierto equilibrio.

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El aislamiento internacional

El final de la Guerra Mundial volvió a poner a prueba la capacidad de resistencia de Franco. Aunque desde 1943 España mantuvo una actitud neutral en el conflicto, siempre quedaron claras sus preferencias por el Eje. La implicación italiana y alemana en la Guerra Civil española en favor del bando nacionalista, las frustradas negociaciones con Hitler y la apariencia fascista del régimen fueron motivos suficientes para que los aliados considerasen a España como un sistema afín al de los países derrotados. Por ello, España fue condenada por la ONU por su origen, naturaleza, estructura y comportamiento en general, excluida del Plan Marshall y aislada por los países occidentales. Sólo la Argentina de Perón desafió el acuerdo de la ONU. La negativa de España a reconocer el estado de Israel le valió la simpatía de los estados árabes, con los que España decía tener unos tradicionales lazos de amistad según la propaganda oficial. Precisamente fue el rey Abdulah de Jordania el primer Jefe de Estado que visitó España desde 1936.

La respuesta de Franco a la presión internacional fue la defensa numantina de su régimen: "A nosotros no nos arrebata nadie la victoria". Fue entonces cuando Franco desplegó su disparatada teoría de la conspiración masónica y comunista a escala mundial contra España. La estrategia funcionó y el 9 de diciembre de 1946 más de medio millón de personas aclamaron a Franco en la Plaza de Oriente de Madrid.

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En estas circunstancias, la oposición democrática en el exilio albergó ciertas esperanzas de dar por finalizado un período que ellos consideraban meramente transitorio. La opción monárquica representada por don Juan de Borbón se convirtió en la alternativa más viable. Por una parte, Franco nunca había renegado de su fidelidad a la monarquía, lo que podía hacer suponer una cierta predisposición al diálogo. Por otra, la decantación de don Juan hacia posturas claramente democráticas en el Manifiesto de Lausana podría haber disipado los recelos de otras fuerzas políticas de oposición al franquismo; de hecho, emisarios de don Juan mantuvieron relaciones con el PSOE, aunque se concluyeron sin acuerdo. El acoso internacional al régimen franquista dio falsas esperanzas a los comunistas y anarquistas, que reanudaron sus operaciones guerrilleras en los años 1946-47. La operaciones de los maquis en el campo fueron controladas por un Ejército que disfrutaba de amplias prerrogativas, ya que continuaba en vigor el estado de guerra. En 1948 los comunistas tomaron el acuerdo de disolver la guerrilla; desde 1944 habían tenido unas 4.000 bajas frente a las 500 de la Guardia Civil.

Sin embargo, Franco supo resistir la presión exterior e incluso decidió dar forma institucional al régimen, lo que implícitamente reflejaba una voluntad de permanencia en el poder, mediante el Fuero de los Españoles y la Ley de Sucesión. Es lo que Franco denominó, con fuertes dosis de cinismo, "vestir traje democrático". Sin embargo, la democracia orgánica que Franco decía haber instaurado no era más que una dictadura personal basada en la máxima de Carrero: orden, unidad y aguantar.

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El fin de la guerra mundial no sirvió para aligerar la penuria

económica que padecían los españoles. El ostracismo al que se vio

sometida España le privó de participar en los proyectos de

reconstrucción europea promovidos por los Estados Unidos. La

economía española se vio forzosamente impelida hacia la

autarquía, sin ayudas externas para reactivar la producción

agrícola e industrial. El Estado asumió la dirección de la economía,

pero sus fondos eran tan exiguos que el proceso de recuperación

resultó extraordinariamente lento si lo comparamos con lo sucedido

en el resto de Europa.

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La economía española se hizo rural, rompiendo la tendencia migratoria a las ciudades. La razón de esta vuelta al campo se debió a las dificultades de abastecimiento de los núcleos urbanos. A pesar de esto, la política económica del gobierno se centró en grandes proyectos industriales de escasa eficacia.

En los años cuarenta se constituyeron las principales empresas que configuraron el holding público del INI: Iberia (1943), ENASA (1946) y SEAT (1949). Se nacionalizó el transporte por ferrocarril (RENFE) y se dio prioridad a la inversión en siderurgia, carbón e hidroeléctricas. La industrialización se convirtió en la prioridad del régimen que, en su distribución de recursos financieros, preterió a la agricultura a pesar de ser el sector más importante de la economía española. No hubo capital suficiente para acometer el plan de modernización, tecnificación e irrigación del campo español que siguió padeciendo su tradicional retraso. La falta de inversión y la larga sequía de los años cuarenta provocaron la carestía de alimentos y el régimen se vio obligado a comprarlos en los mercados extranjeros dispuestos a vender. La Argentina de Perón decidió romper el aislamiento internacional y se convirtió en la mayor proveedora de alimentos y materias primas de España. Sin embargo, el suministro de alimentos a la población a través de las cartillas de racionamiento no alcanzó los mínimos razonables, nutriendo el rentable negocio del mercado negro.

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En 1951 se produjeron las primeras manifestaciones de descontento social de la posguerra. Del 1 al 6 de marzo los barceloneses boicotearon a los tranvías en protesta por la elevación del precio de los billetes. También en Barcelona, País Vasco y Madrid se registraron las primeras huelgas contra la elevación del coste de vida, muy por encima de las alzas salariales.

Al final de la década de los cuarenta Franco había superado todos los desafíos que se le habían planteado al iniciarla. La Falange había sido domesticada según sus necesidades, las conspiraciones de militares monárquicos habían sido abortadas y el régimen podía felicitarse del considerable grado de aceptación popular demostrado en el referéndum de 1947. La economía tendía, aunque lentamente, a la recuperación, y España era uno más de los países europeos sometido a los rigores del racionamiento.

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Además, la actitud internacional respecto a España empezó a variar con el inicio de la guerra fría. Desde la manifestación de adhesión al Caudillo en la Plaza de Oriente en diciembre de 1946, las cancillerías europeas habían empezado a valorar el ostracismo a Franco como un error político que favorecía más la cohesión interna en torno al general que su debilidad. Los gobiernos occidentales empezaron a ver en Franco una baza segura contra el comunismo en un momento en el que se temía la expansión soviética en Europa. Ya en 1943 Franco había declarado ante el Consejo Nacional del Movimiento que en el anticomunismo estaba la clave de nuestra política y los hechos habían confirmado sus argumentos.

En 1948 Francia reabrió sus fronteras y en 1950 la ONU canceló la proscripción al régimen español. España, que había quedado al margen del Plan Marshall, fue objeto de la generosidad norteamericana con un crédito de 62,5 millones de dólares. Sin embargo, la reorientación cosmética del régimen y la guerra fría no fueron condiciones suficientes para considerar a España un aliado lo suficientemente respetable como para ser invitado a participar en la OTAN.