Diego Palacios Cerezales. A culatazos. Protesta popular y orden público en el Portugal...

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Diego Palacios Cerezales. A culatazos. Protesta popular y orden público en el Portugal contemporáneo. -- genueve ediciones, 2011. -- Colección Ciencias Sociales y Humanidades, 3 . -- 24 cm, 478 páginas. -- ISBN 978-84-938557-1-0.

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A culatazos

Protesta popular y orden público en el Portugal contemporáneo

Diego Palacios Cerezales

2011

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o trasformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de Genueve Ediciones, salvo excep-ción por prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos - www.cedro.org), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Palacios Cerezales, DiegoA culatazos : Protesta popular y orden público en el Portugal contemporáneo/ Diego

Palacios Cerezales. -- [Palma de Mallorca, etc.] : Genueve Ediciones, 2011478 p. ; 24 cm. -- (Ciencias sociales y humanidades ; 3)

D.L. PM-682-2011. -- ISBN 978-84-938557-1-0

1. Historia. 2. Portugal. 3.1834-2000. I.Título.94(469)“1834/2000”

Director de la colección: Ciencias Sociales y Humanidades Javier Moreno Luzón

Consejo científicoAntonio Aparicio Pérez Isidoro RegueraMª Begoña Arrúe Ugarte Juan Ignacio Palacio MorenaBernat Sureda García Manuel Suárez CortinaLeonardo Romero Tovar

Diseño de la colección y de la cubierta: Genueve Ediciones por J. A. Perona

© Diego Palacios Cerezales© de esta edición: Genueve Ediciones

I.S.B.N.: 978-84-938557-1-0D.L.: PM-682-2011Composición e impresión: Compobell, S.L.

Impreso en España (U.E.) - Printed in Spain

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A la memoria de Manuel Cerezales

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Índice

Agradecimientos ................................................................................................. 13

Introducción. Un país manso… o los costes de la represión .............................. 15

I. EL PORTUGAL LIBERAL (1834-1890)

La reconstrucción del Estado ............................................................................ 27 ¿Ciudadanos o Policías? ................................................................................ 30 La doctrina Costa Cabral: el Ejército como Policía ..................................... 47 Un golpe de estado para acabar con los golpes de estado ............................ 50

Protesta popular y represión en «el país más liberal» ........................................ 55 Los motines del pan... y lo difícil que es calibrar el sable ............................ 57 La fuerza del número y los Tumultos de Natal de 1861 ................................ 65 Logística estatal y rebelión en las provincias ................................................ 76 El estado y la violencia .................................................................................. 89

Un Portugal de imposible administración ......................................................... 93 La policía de la provincia .............................................................................. 97 Grandes ambiciones ...................................................................................... 107 El primer movimiento social nacional .......................................................... 114 La Janeirinha de 1868 ................................................................................... 122 La Saldanhada. Dictadura y ampliación de los derechos políticos .............. 136

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«... si su señoría inventa otro medio para dispersar multitudes» ...................... 143 El trabajo policial del Ejército ...................................................................... 149 Vida política y costes de la represión ............................................................ 164 Militarismo y orden público. Contraste con España .................................... 186

II. LA CRISIS DEL LIBERALISMO Y LA REPÚBLICA

El ultimatum de 1890 y el refuerzo del Estado ................................................. 195 Del refuerzo represivo a la especialización policial ...................................... 206 Nueva política y protesta obrera .................................................................... 219 La ruptura del rotativismo y el aumento de los costes represivos ................ 233

Las Repúblicas: vigilancia popular y nacionalismo autoritario ........................ 249 Republicanizar a la policía… y al país con la GNR ..................................... 252 El movimiento obrero y las garantías constitucionales ................................ 264 La Gran Guerra y el nacionalismo autoritario ............................................. 274 La Nueva República Vieja y el reino de la GNR ......................................... 287 Hacia una república «de orden» .................................................................... 298

III. DICTADURA Y DEMOCRACIA (1926-2000)

«Ser fuerte para no ser brutal» ........................................................................... 307 Una dictadura en busca de cimientos ........................................................... 310 ¿Dispersar o escarmentar? ............................................................................. 315 «Sin perjuicio de vidas»: balbuceos de profesionalización policial ............... 321 Estabilización del sistema policial tras la Guerra Española ......................... 326

¿Reliquia de entreguerras?: la internacionalización de los costes represivos ... 333 «Una violencia excesiva que las circunstancias no justifiquen» .................... 344 1958-1962: movilización, internacionalización y cambio técnico ................. 353 De la teoría a la práctica ............................................................................... 360 Bertolt Brecht, Estados Unidos y los límites de la ley ................................. 372 El marcelismo: renovación y continuidad ..................................................... 374

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Índice

Revolución y democracia: «…no hace falta pegar al pueblo» ........................... 391 Las policías en revolución ............................................................................. 396 Revolucionarios… sin vocación represiva ..................................................... 406 La recuperación de la capacidad coercitiva del Estado ................................ 410 La adaptación a la democracia ...................................................................... 417 Hacia el control cívico del orden público ..................................................... 429

Principales fuentes consultadas ......................................................................... 435

Bibliografía ......................................................................................................... 437

Acrónimos utilizados .......................................................................................... 473

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A lo largo de estos años de trabajo he contraído numerosas deudas, pero deudas de las que crean lazos de gratitud. En primer lugar, con Mercedes Gutiérrez, que es pionera en preocuparse por la historia de Por-tugal en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense y dirigió la investigación doctoral que sirve de base a este libro. En la dirección del Departamento de Historia del Pensamiento de los Movimientos Sociales y Políticos, tanto Rafael Cruz, primero, como después Fernando del Rey y José Álvarez Junco me brindaron todo su apoyo hu-mano, intelectual e institucional, y gracias a ellos y al resto de compañeros de departamento he disfrutado de unas condiciones de trabajo que desper-tarían envidia en otros doctorandos de la universidad española. Del mismo modo, en mis largas estancias de investigación en Portugal, el Instituto de Ciências Sociais de la Universidad de Lisboa me ha recibido siempre como un miembro pleno de su comunidad científica. Allí, Manuel Villaverde Cabral siempre me ha ofrecido su guía, su consejo y su entusiasmo, con una generosidad intelectual difícil de igualar.

Durante los años de investigación que respaldan este libro mucha gente ha compartido proyectos y frustraciones conmigo. Las amistades y el apoyo familiar han sido muy importantes, pero por su propia natu-raleza no hace falta dedicarles más palabras. En cambio, sí quiero citar a los historiadores, politólogos y sociólogos de mi generación con los que he coincidido en los archivos, en las bibliotecas, en los seminarios de in-

Agradecimientos

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vestigación y en los congresos. En Lisboa, Bruno Cordovil, Paulo Sousa, Guya Accornero, Goffredo Adinolfi, Marco Lisi o Víctor Pereira siempre estaban dispuestos a compartir su sabiduría, indicar una referencia bi-bliográfica o leer críticamente un escrito. Y sé que seguiremos trabajando juntos en el futuro. Noelia Adánez, Braulio Gómez, Jorge García y Al-berto Riesco han sido cómplices exigentes entre libros y cervezas, al igual que los componentes del Círculo de Húmera, mientras que fue un gusto contar con Nere Basabe, Zira Box, Hugo García, Pilar Mera y Schehe-rezade Pinilla como compañeros dentro del departamento. El Seminario de Historia Contemporánea que se celebra en la fundación Ortega y Gasset y el Seminario de Historia Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Madrid han sido espacios fundamentales de los que aprender el oficio y a apreciar la exigencia intelectual, y un lugar también donde conocer a otros investigadores generosos que han acabado convirtiéndose en amigos, como Florencia Peyrou, Javier Castro, Daryna Martykánová o Patricia Arroyo. Y quiero agradecer también su interés y empeño a todos a los asistentes a los seminarios en los que presenté fragmentos de esta inves-tigación, con especial mención a Pablo Sánchez León, que fue un lector generoso en el momento de perfilar las ideas y la exposición de este libro. Finalmente, qué menos que agradecer su empeño como editor a Javier Moreno, a la cabeza de Genueve, así como a los evaluadores anónimos que con sus apreciaciones críticas contribuyeron a la versión final.

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Lisboa, Cámara de los Diputados, Junio de 1854. Rodrigo Meneses enumeraba los «excesos» que había observado en las fiestas de San An-tonio. Se trataba del patrón de Lisboa y durante tres noches las calles se llenaban de gente, bailes, comidas y cortejos. «Las ordenanzas sobre pirotecnia no se respetan», decía «y el pueblo se divierte asustando a petar-dazos a los caballos de los hidalgos e impidiendo el paso a los carruajes de las señoras». Cuando iba a continuar perorando, ahora sobre la necesidad de reforma de la policía para civilizar las costumbres populares, una voz le interrumpió:

— ¡Pero no hay desórdenes!— ¡Ah! ¡No hay desórdenes! —concedía Meneses—. No los hay por-

que este país es manso, es quietísimo, nadie quiere hacer mal a nadie y, pese a la pequeñez del Ejército, en todo el país hay sosiego1.

Durante la segunda mitad del siglo xix solía aludirse a la supuesta «índole pacífica del pueblo portugués» para explicar tranquilidad del país. La vida política alcanzó una paz notable, sin guerras civiles, insurreccio-nes, revoluciones ni pronunciamientos. Esa tranquilidad contrastaba con la turbulenta vida política del vecino español y, también, con la del propio

1 DCD, 20-vi-1854, p. 283; sobre las fiestas de los «santos populares» y su marcado carác-ter profano: Cascão (1993: 429-459, máxime p. 442).

Introducción. Un país manso…

o los costes de la represión

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Portugal de las décadas anteriores. Las cortes portuguesas abolieron en 1852 la pena de muerte para los delitos políticos y, en 1867, para los pena-les, en una decisión pionera que enorgullecía a los liberales lusos. En cam-bio, en la España de Isabel II los militares intervenían frecuentemente en política, la amenaza armada del carlismo se mantenía latente, los caminos estaban infestados de bandoleros pese al despliegue de la Guardia Civil y, cuando había protestas populares, las capitanías generales se hacían cargo del orden público, suspendían las garantías constitucionales y recu-rrían al fusilamiento, a menudo a despecho de los derechos y libertades garantizados por las constituciones. Nada similar sucedía en Portugal, lo que indicaba, para muchos comentaristas, la diferente naturaleza de los dos pueblos. Como les gustaba decir a los liberales lusos, Portugal era un «enclave de Europa en el África que empieza en los Pirineos»2.

Esa imagen de un pueblo portugués pacífico y respetuoso con la ley y la autoridad no era compartida por otros observadores de la época. Para Oliveira Martins, uno de los intelectuales más influyentes de la generación de 1870, los portugueses eran de temperamento «violento y ardiente», como mostraba la inestabilidad política de las décadas de 1830 y 1840; para el historiador Alexandre Herculano, albergaban la «impaciencia e impetuosidad propia de las razas latinas», mientras que para el rey Pedro V «el primer instinto» de los portugueses era «resistirse a la autoridad»3. Más allá de los tópicos sobre los caracteres nacionales, entre la docilidad y la revuelta, la segunda mitad del siglo xix portugués está trufada de episodios de protesta popular similares a los de otros países. También había numerosos casos de violencia social que causaban escándalo en el parlamento, como el saqueo de los barcos y náufragos que encallaban en los arenales de Aveiro por parte de las comunidades de pescadores4. A vista de pájaro puede observarse que mucha de la conflictividad social portuguesa respondía a la carestía o la escasez del grano u otros víveres,

2 O Nacional (Oporto) año xxi, n.º 34, 10-ii-1867, p. 1.

3 Herculano (1980: 35); Martins (1996b: 33); Mónica (2000: 13 y 140).

4 DCD, 05-04-1878, p. 942.

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Introducción

pero que, sobre todo, se produjeron tensiones, movilizaciones y protestas de resistencia al Estado, sus imposiciones normativas y sus innovaciones recaudatorias. Para protestar, los portugueses del siglo xix solían recurrir a formas de acción locales y comunitarias provenientes del Antiguo Régimen: la gente se reunía al repicar de las campanas, interpelaba a las élites del lugar para mediasen ante las autoridades nacionales, atacaba a los funcionarios del poder central y saqueaba edificios y registros públicos. Junto a la pervivencia ese repertorio de protesta tradicional, durante el siglo xix los portugueses adoptaron nuevas formas de movilización propias de la política moderna: presentaron peticiones, recogieron firmas, organizaron mítines, recorrieron las ciudades en cortejos multitudinarios, se concentraron en las plazas exigiendo trabajo y, sobre todo durante el último cuarto del siglo, se declararon en huelga. Estas nuevas formas de acción se adaptaban a los cambios del espacio político y económico que acompañaron el desarrollo demográfico y económico a lo largo del siglo, con la urbanización y la proletarización, pero también importaban experiencias de los movimientos sociales de otros países5.

Con independencia de las causas de cada movilización, los episodios de conflictividad alteraban lo que las autoridades denominaban «orden público», es decir, esa «situación y estado de legalidad normal en que las autoridades ejercen sus atribuciones y los ciudadanos las respetan y obedecen sin protesta». Para que los portugueses cumpliesen las obligaciones que les imponían, los gobernantes utilizaban los medios coercitivos del Estado y, como Portugal era el único país de la Europa continental que durante la segunda mitad del siglo xix no contó con un cuerpo de gendarmería, eso significaba movilizar al Ejército. La afirmación de la autoridad estatal solía presentar problemas logísticos. Cuando las protestas tenían lugar lejos de los cuarteles, las tropas habitualmente llegaban tarde a sofocarlas, ya que las comunicaciones eran malas y, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos, el ferrocarril y el telégrafo se desarrollaron lentamente. Era frecuente que, como sucedió en muchos lugares en 1862, 1867, o incluso 1908, a

5 Sobre las nociones de repertorio de protesta «antiguo» y «moderno», cf. Tilly (1986); Tarrow (1997); Tilly (2004). V. también Thompson (1971); Rudé (1994).

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la arribada de los soldados, los registros de hacienda o del reclutamiento militar hubiesen sido ya pasto de las llamas, paralizando la vida administrativa, mientras que una ley del silencio protegía posteriormente a los responsables. «Los rayos de la autoridad llegan flojos y descoloridos a las extremidades», se quejaba un gobernador civil en 18586.

Otros problemas surgían cuando los destacamentos militares entraban por fin en el lugar del motín. Entonces era corriente que la multitud los recibiese con vivas al Ejército y gritos de que «los soldados no dispararán contra el pueblo». Sin embargo, si la gente seguía arremolinada en bandos vociferantes, la ilusión de que «los hijos del pueblo no harían daño a sus madres y hermanos» se desvanecía y, obedeciendo órdenes, los reclutas disparaban contra la multitud, causando heridos y muertos, aunque la justificación a veces solo fuera que «había que mantener el prestigio de la autoridad».

A lo largo del siglo xix y, despues, en el siglo xx, durante los 16 años de República y 48 de Dictadura, muchas cosas cambiaron en Portugal, entre otras el perfeccionamiento de la logística del Estado. La mejora de las comunicaciones, la creación de fuerzas policiales urbanas y, a partir de 1911, el despliegue de Guardia Nacional Republicana (GNR) en todo el país, permitían que soldados y guardias tuvieran una presencia preventiva, o llegaran veloces para intervenir en los conflictos colecti-vos. Disminuyeron los espacios y tiempos de la impunidad de la acción directa, pero los problemas propios de la interacción entre represores y reprimidos podían surgir con nuevas formas. Por una parte, porque ni los hombres que componen las fuerzas de orden son meros instrumentos pasivos de la ley o del gobierno —a pesar de los mecanismos institucio-nales que se diseñan para que así sea—, ni tampoco son necesariamente ajenos a las circunstancias políticas que rodean sus intervenciones. Así, a finales del siglo xx, en muchos episodios de conflicto de los dos años de gran movilización popular que siguieron a la Revolución de los Cla-veles del 25 de abril de 1974, los soldados o policías, en vez de «disparar

6 REAP, 1858, Aveiro.

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Introducción

contra el pueblo», bajaban las armas, abrían filas y dejaban que la gente se dedicara a la acción directa: a ocupar tierras, fábricas o casas, o a atacar a sus adversarios políticos. Durante la revolución, en ocasiones no se quería —y en otras no se podía— reprimir al «pueblo», por lo que el Estado portugués se enfrentaba abiertamente a un nuevo dilema: ¿cómo usar la fuerza para mantener la legalidad de un modo acorde con los valores de la democracia?

Este libro explora la historia del uso de la fuerza por parte del Estado en los conflictos colectivos portugueses desde la victoria liberal de 1834 hasta la consolidación de la democracia a finales del siglo xx7. Y lo hace atendiendo a las dos dimensiones que se cruzan en los escenarios que venimos relatando: primero, a la capacidad del Estado de afirmarse en el territorio y construir un orden público, una administración respetada que conoce a la población y el territorio, recauda impuestos y asegura la vigencia de la ley y el respeto a las sentencias judiciales. Y segundo, a los dilemas políticos que se esconden en el uso de la fuerza por parte del Estado, cuando los gobernantes deben justificarlo, sobre todo cuando la coerción cae sobre gente movilizada que dice defender sus derechos y, en la opinión pública, se esgrime esa violencia del gobierno como marca de ilegitimidad8.

* * *

Para un gobierno que controla las fuerzas militares o policiales y pre-tende que las leyes, las sentencias judiciales y las decisiones gubernativas se respeten, la capacidad para imponerse violentamente a una multitud que protesta no significa carta blanca para resolver expeditivamente cual-

7 El trabajo circunscribe el análisis al Portugal metropolitano, dejando fuera una realidad colonial, vigente hasta 1975, con un violento sistema de orden público que hay que dis-tinguir del retratado en estas páginas.

8 Aunque se ofrecen muchas pistas sobre esos casos, no se analiza el uso de la fuerza en pronun-ciamientos, revoluciones y golpes de estado, que aunque pueden entenderse como «desórdenes públicos» y presentan continuidades con muchos escenarios de protesta colectiva, presentan dinámicas propias que merecen un análisis específico.

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quier situación de conflicto y «restablecer el orden». Porque maltratar o matar ciudadanos conlleva un coste político. El control del espacio y las situaciones es prioritario para los Estados, pero la represión supone un coste para los gobernantes porque dañar a un ciudadano, aunque este sea estigmatizado como rebelde, supone abdicar del deber de protección que funda la comunidad política. El estatus de ciudadanía, como vínculo de derechos y obligaciones, limita los márgenes en los que el Estado puede ejercer la coerción, incluso en situaciones de delincuencia, trasgresión de la legalidad y desórdenes públicos.

Los límites a la violencia del Estado son frágiles, y muchas son las fórmulas retóricas y jurídicas con las que se ha justificado desbordarlos. No obstante, esos límites parecen tener una relevancia especial en los regíme-nes en los que los gobernantes deben explicarse ante una opinión pública, aunque sea restringida, por lo que tiene sentido usar la historia de las políticas orden público como un analizador de la historia del liberalismo y de la democracia. Los gobernantes, cuando usan la fuerza, argumentarán que el mandato de la comunidad hace que esa coerción sea legítima; pero esa legitimidad puede ser impugnada por las fuerzas de la oposición, que pueden acusar al gobierno de represor, de insensible a la voluntad de los ciudadanos o de incapaz para convencer de la bondad de sus decisiones. Con el oprobio de la opinión pública y la formación de coaliciones anti-rrepresivas, el uso de la fuerza se puede convertir en un coste político para los gobernantes.

Esos costes políticos escapan a una medición lineal. No hay umbrales cuantitativos que determinen cuántos heridos o muertos van a deslegitimar al gobierno, dejarle sin apoyos sociales o provocar su caída. En perspectiva histórica y comparada, el coste de la violencia estatal ha fluctuado dramá-ticamente; ha sido próximo a cero en algunas ocasiones y, en otras, ha provocado desgastes gubernamentales, dimisiones, escaladas de moviliza-ción de las fuerzas de la oposición, fisuras en la solidaridad entre las élites, insubordinaciones de las propias fuerzas de orden público o insurrecciones9.

9 La no linearidad en Abbott (1988); Dobry (1988); Sewell (2005).

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Introducción

A la hora de usar la fuerza contra sus ciudadanos, los gobiernos se enfrentan a lo que denominaremos el dilema del orden público: por una parte, reprimir desórdenes supone un coste, y puede dar pie a una nueva movilización en su contra; por otra, no reprimirlos también, pues significa abdicar de su mandato, del compromiso con la legalidad, de la protección de derechos de terceros y de la propia determinación de gobernar. La so-lución de ese dilema implica buscar la reducción simultánea de ambos cos-tes, sin que la disminución de uno conlleve al aumento del otro (Figura 1).

Figura 1. Dilema del Orden Público.

Históricamente, la legalización de formas de protesta pacífica, como la huelga, la manifestación o el mitin, ha permitido asumir como legítimas actuaciones colectivas que regímenes más autoritarios suelen identificar como desórdenes, reduciendo las ocasiones en las que las poblaciones que-brantan la ley y el gobierno interviene coercitivamente. El complemento a la institucionalización de los conflictos ha estribado en encontrar una solución técnica para el dilema del orden público; es decir, en conseguir una fórmula de intervención con la que restablecer lo definido como «or-den» mediante una escalada de medios de disuasión y agresión que fuese eficaz y proporcionada, que permitiera al Estado imponerse con pocas probabilidades de herir gravemente o matar a los contestatarios. Durante el siglo xix, en casi toda Europa eran comunes los soldados, las bayonetas y los tiros contra la gente que protestaba en la calle; a partir de 1830, en Gran Bretaña se empezaron a utilizar formaciones compactas de guardias armados únicamente con bastones y, a finales del siglo xx, en casi todo el mundo ya funcionaban unidades antidisturbios especializadas en utilizar armamento poco letal, como gases lacrimógenos y pelotas de goma.

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La policía antidisturbios ‘no letal’ puede considerarse una tecnología de gobierno. En esta historia del conflicto social en Portugal exploro los factores históricos que explican su adopción en el caso portugués. Los diferentes elementos que la conforman: protocolos de intervención, arma-mento especializado, entrenamiento específico, como veremos, se fueron afirmando en distintos momentos. Los estándares extranjeros, algunas preocupaciones humanitarias y los deseos de profesionalización por parte de las propias fuerzas de policía fueron factores importantes en la cons-trucción del sistema de orden público no letal portugués, pero a lo largo de esta historia muestro que la configuración de contextos políticos en los que el coste de la represión aumentaba fue el principal impulsor de la búsqueda de soluciones para el dilema del orden público, promoviendo la adopción de técnicas y armamentos incruentos. Lo que aparece en esta historia es que la política explica buena parte del cambio técnico, haciendo surgir otra pregunta intrigante: ¿Cómo se construye socialmente el valor de la integridad y la vida del ciudadano?

Si bien la conocida definición de Max Weber atribuía a la violencia del Estado la particularidad de ser legítima, la sociología histórica se ha preguntado qué ojos debían verla como legítima para que funcionase socialmente como tal, mostrando que no es importante que la considere legítima aquél sobre quien se ejerce el poder, sino quienes controlan otros recursos de poder y pueden acudir a respaldar al que se impone reclaman-do la legitimidad. En una sociedad compleja, la legitimidad depende de la solidaridad entre una serie de sectores estratégicos10. El proceso histórico de democratización, entendido como la incorporación de nuevos grupos a la condición de ciudadanía, hace más compleja la arena política y en él han jugado un papel sustancial las instancias formales e informales de control de los gobernantes, que van más allá de la elección que otorga un mandato o de los tribunales constitucionales que lo controlan. La opinión pública, las organizaciones de derechos humanos, los comités deontológicos, la resistencia abierta de sectores de la población, o los movimientos sociales,

10 Tilly (1985); Dobry (1988); Weber (1989); Dobry (2002). La cita en Stinchcombe (1968: 162).

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Introducción

intervienen sobre el proceso político, componiendo el entramado complejo de lo que Pierre Rosanvallon ha bautizado recientemente como la contra-democracia:

que no es lo contrario de la democracia; sino una forma de democracia que contraría a la otra: la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia del desafío organizado ante la democracia de la legitimidad electoral. Esta contra-democracia hace sistema con las instituciones democráticas legales. Busca prolongar y extender los efec-tos; se constituye como un contrafuerte. Por eso debe ser comprendida y analizada como una verdadera forma política […]11.

Es en ese espacio de contra-democracia donde se debate el significado de la acción represiva de gobiernos y cuerpos policiales, donde la represión se transforma en un coste político para los gobernantes, amparando así la integridad y los derechos de los ciudadanos. La estructura informal de la contra-democracia produce asimismo efectos en regímenes autoritarios, que también se enfrentan a límites a su arbitrariedad. En este sentido, este trabajo contribuye a la comprensión de las condiciones y efectos de la coerción estatal en la vida política y en el funcionamiento ordinario de las sociedades contemporáneas; al tiempo, trabaja sobre el Portugal con-temporáneo y muestra los nuevos perfiles de la historia que surgen gracias a la pregunta por la dimensión policial de la política, abriendo el juego a ejercicios comparativos con la otras experiencias históricas.

11 Rosanvallon (2006: 16).