Diez Escenas Educativas Para Narrar Lo Pedagogico

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    Diez escenas educativas para narrar lo pedaggico entre lo filosfico y loliterario1

    Carlos Skliar2

    La amenaza no ensea sino a temblar. El miedo no ofrece sino deseos deretirada. La dependencia provoca la mayor de las desigualdades. Lo que se

    ensea bien podra partir desde cualquier lugar, desde cualquier enseante, a

    partir de cualquier mostrante. Si hay un dibujo del ensear, bien podra ser

    ste: alguien, algo, indica hacia otro alguien, hacia otro algo. Alguien es

    cualquiera que desea mostrar algo. Algo es, por ejemplo, un libro, un texto, un

    fragmento, una palabra, un juego, una conversacin, un asunto, una msica, un

    silencio, un movimiento, la escritura, el tiempo, la accin, la memoria. Laindicacin es un gesto, quiz suave, quiz no demasiado exagerado, tenue, en

    fin, indicativo, performativo. Alguien ve, ve el gesto de alguien hacia algo,

    escucha, toca, palpa, piensa, lee, escriba, percibe, imagina. Y es en ese

    sentido que la presencia de quien indica, ensea. Y esa presencia puede

    volverse difusa, ir desapareciendo poco a poco, quitarse de la frmula rgida de

    1Recibido: 27 de septiembre del 2011. Aprobado: 01 e noviembre del 2011.

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    Carlos Skliar. Doctor en Fonologa, Especialidad en Problemas de la Comunicacin Humanacon estudios de Pos-doctorado en Educacin por la Universidad Federal de Ro Grande do Sul,Brasil y por la Universidad de Barcelona, Espaa. Ha sido profesor adjunto de la Facultad deEducacin de la Universidad Federal de Ro Grande do Sul, Brasil, y profesor visitante en laUniversidad de Barcelona, Universidad de Siegen (Alemania), Universidad Metropolitana deChile, Universidad Pedaggica de Bogot y Universidad Pedaggica de Caracas. Actualmentese desempea como Investigador Independiente del Consejo Nacional de InvestigacionesCientficas y Tecnolgicas de Argentina, CONICET, como coordinador del rea de Educacin einvestigador del rea de educacin de FLACSO, Argentina, donde coordina el proyecto"Experiencia y Alteridad en Educacin", junto con Jorge Larrosa de la Universidad de Barcelonay "Pedagogas de las diferencias", con Nuria Perez de Lara, de la Universidad de Barcelona.Autor de los libros: La educacin de los sordos. Una reconstruccin histrica, cognitiva ypedaggica. Serie Manuales, Editorial Universidad de Cuyo, EDIUNC, Mendoza, 1997; Y si el

    otro no estuviera ah? Notas para una pedagoga (improbable) de la diferencia. Buenos Aires:Mio y Dvila, 2002; Pedagoga (improvvel) da diferena. E se o outro no estivesse a? Riode Janeiro: DP&A Editores, 2003; La Intimidad y la Alteridad. Experiencias con la palabra.Buenos Aires: Mio y Dvila, 2005; La educacin (que es) del otro. Argumentos y falta deargumentos pedaggicos. Buenos Aires: Novedades Educativas, 2007 y Conmover laeducacin. Ensayos para una pedagoga de la alteridad. Buenos Aires: Novedades Educativas,en prensa. Compilador de los libros: Educao & Excluso: Abordagems socio-antropolgicasem Educaao Especial, Editora Mediao, Porto Alegre, 1997; A surdez: um olhar sobre asdiferenas. Editora Mediao, Porto Alegre, 1998; Atualidade da Educao Bilnge paraSurdos. Volumen I: Projetos e Processos Pedaggicos; volumen II: Interfaces entre Pedagogiae Linguistica. Editora Mediao, Porto Alegre, 1999; Habitantes de Babel. Poltica y potica dela diferencia. Barcelona: Editorial Laertes, 2001 (con Jorge Larrosa); Habitantes de Babel.Polticas e poticas da diferena. Belo Horizonte: Editora Autntica, 2002 (con Jorge Larrosa);

    Entre pedagoga y literatura. Buenos Aires: Mio y Dvila, 2005 (con Jorge Larrosa); JacquesDerrida & Educaao. Belo Horizonte: Editora Autntica, 2005; Huellas de Derrida (Ensayospedaggicos no solicitados). Buenos Aires: Editorial del Estante, 2005 (con Graciela Frigerio).

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    esperar que lo que se aprenda sea la relacin entre el alguien que apunta y la

    cosa apuntada.

    Palabras claves. Miedo, dependencia, filosfico, pedaggico, ensear,evaluar, experiencia, hospitalidad, estar juntos, lector, razn jurdica.

    Ten scenes to tell the pedagogical education between the philosophical

    and the literary

    The threat does not teach it makes to shake. Fear not offer but wishes to

    withdraw. Dependence causes the greatest inequalities. What is taught may

    well start from anywhere, from any teacher, from any 'mostrante'. If there is adrawing of teaching, it might be this: someone, something, says to another

    person, to another something. Someone is anyone who wants to show

    something. Something is, for example, a book, a text, a fragment, a word game,

    a conversation, a subject, music, silence, movement, writing, time, action,

    memory. The display is a gesture, perhaps mild, perhaps not too exaggerated,

    subdued, well, indicative performative. Someone sees, sees the gesture of

    someone into something, hear, touch, feel, think, read, write, perceive, imagine.

    It is in this sense that indicates the presence of someone who teaches. And that

    presence can become diffuse, gradually fades away, remove the rigid formula

    to be hoped that what is learned is the relationship between points and

    someone else targeted.

    Keywords. Fear, dependence, philosophical, educational, teach, evaluate,

    experience, hospitality, togetherness, reader, legal reasons.

    Primera escena: ENSEAR.

    Jacques Derrida dej una pregunta, quiz para ser descifrada despus, unos

    pocos das antes de morir: Se puede ensear a vivir?3. Cualquier respuesta

    ser insuficiente, deficiente, incapaz de s o no o tal vez. Pero en cualquier

    caso depende de cmo suene ese ensear a vivir. Porque bien podra resonar

    3Jacques Derrida.Aprender (por fin) a vivir. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2007.

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    poniendo en primer lugar la figura agigantada de ese yo que ensea, de ese

    yo que explica, de ese yo que sabe, de ese yo que instruye y que se

    naturaliza como siendo imprescindible.

    Pues bien: ensear a vivir quiz signifique renunciar de plano a todo aquello

    que huele al yo como impostura, como amenaza, como aquello que se ofrece

    pero cuya palabra no se retira jams: Ensear a vivirescribe Graciela

    Frigerio- () renunciando a la soberbia del yo te voy a ensear. Frmula que

    siempre trae velada una amenaza y anuncia la dependencia como condicin de

    la relacin, porque presupone, da a entender que sin uno, el otro nunca

    aprendera. 4

    Lo que se aprende es, siempre, la relacin de lo que ya fuera apuntado y lo que

    hacemos, despus, con ello. Aprender es la relacin que sostiene otro alguien

    con ello.

    Segunda escena: EXPLICAR.

    Hay algo de la educacin que pueda comenzar o concluir o durar sin la

    explicacin? Pues sin la explicacin toda y cualquier pedagoga conocida y por

    conocer parece deshacerse en el aire. Suponemos, de hecho, que sinexplicacin no hay siquiera una palabra inicial, un mnimo punto de partida.

    Entonces: Podra la pedagoga, por acaso, subsistir sin explicacin? No es la

    pedagoga justamente la explicacin? No es la pedagoga el imperio absoluto

    y tirnico de la explicacin?

    El maestro ignoranteda a entender que es necesario invertir la lgica de la

    explicacin, el sistema explicativo de la pedagoga, la pedagoga que es slo la

    puesta en marcha de una lgica de explicacin. Y afirma que la explicacin noes otra cosa que la invencin y la construccin constitutiva de la incapacidad

    del otro. Se explica, pues se ha creado con anterioridad un incapaz que

    necesita de la explicacin. La invencin y la construccin de la incapacidad del

    otro es aquello que posibilita el nacimiento de la figura del explicador: La

    explicacin no es necesaria para socorrer una incapacidad de comprender. Es,

    4Graciela Frigerio. Acerca de lo inenseable, en Carlos Skliar & Graciela Frigerio (ed.): Huellas de

    Derrida. Ensayos pedaggicos no solicitados, Buenos Aires: Del Estante Editorial, 2006, pg. 140.

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    por el contrario, esa incapacidad (....) Es el explicador quien tiene la necesidad

    del incapaz, y no al contrario, es ella lo que constituye al incapaz como tal. 5

    Y justamente es el maestro el explicador que ha inventado al incapaz para

    justificar su explicacin. Por lo tanto, el explicador y el incapaz constituyen un

    binomio inseparable de todas las presuposiciones pedaggicas, actuales y

    pasadas. No hay maestro explicador sin alumno incapaz previamente

    construido.

    No explicars, resulta ser as uno de los primeros mandamientos del maestro

    ignorante. O bien, quizs, una de sus primeras y ms resonantes disonancias

    pedaggicas. Sin embargo, este no explicars, es mucho ms que un frreo

    mandamiento o una simple disonancia: se trata en verdad de una forma de

    pensar el pensamiento, de un modo de transmitir la transmisin pedaggica.

    Veamos bien. Explicar es un monstruo de mil caras, cuya finalidad parece ser

    la de disminuir al otro a travs de los terrores de las palabras hbilmente

    encadenadas en la gramtica del maestro; ese monstruo "explicador" crea a

    cada momento la sensacin que el cuerpo del maestro aumenta su tamao, en

    la misma proporcin que hace diminuto el cuerpo del alumno. Y en la medida

    en que el maestro hace ms amplia la magnitud de su explicacin, el cuerpo

    del alumno va quedando cada vez menor, hasta hacerse hurfano de s mismo:

    es empequeecido por la explicacin. As, la explicacin es un constante y

    perverso proceso de empequeecimento del otro o, en las palabras de

    Rancire, de embrutecimiento del otro.

    Tercera escena: EVALUAR

    Nuevas polticas no son slo nuevas polticas. Nuevas leyes educativas noson slo nuevas leyes educativas. Nuevas polticas no son slo nuevas

    leyes. Y nuevas leyes no son slo nuevas polticas. A veces quisiramos

    pensar que ojal lo fueran. Pero enseguida hay cierto desnimo, cierta

    pesadumbre. Porque hay incongruencia entre los textos jurdicos y las pasiones

    ticas del educar. Y se preferira, entonces, que nuevas polticas obedecieran

    slo a un orden formal, no necesariamente vinculado con el orden de lo

    cotidiano. Que permanezcan en su rincn. Que se estn un poco quietas. Que

    5Jacques Rancire, El maestro ignorante, Barcelona: Laertes, 2007, pg. 16.

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    no sean tan prometicas y tan propeduticas. Que no cambien tanto. Que no

    cambien todo el tiempo.

    Es que no se trata, apenas, de novedosos modos de construir escenarios de

    convivencia all donde no los haba, de establecer renovadas imgenes de

    prcticas all donde ya estaban rancias y de introducir frescas

    reglamentaciones all donde no eran suficientes o inexistentes o inexpresivas o

    injustas. Nuevas polticas son intentos, sobre todo, de pretender ensearnos e

    instalar el modo en que deberamos pronunciar lo nuevo, de decir la novedad,

    declamar lo que vendr, un a partir de ahora que se vuelve viga de los modos

    en que conversamos en la educacin, sobre la educacin. Es verdad que a

    veces slo se trata de instaurar algunas pocas palabras nuevas derivadas

    tanto de una decisin tcnica como de una imposicin moralizante-; pero

    muchas veces consisten, literalmente, en la definicin que habr de adoptarse

    ante cada una y todas las palabras que habitan aquello que se considera el

    lenguaje de lo educativo.

    Aprender a decir la educacin, para aprender a hacer la educacin. sa parece

    ser la cuestin. Y el ahora de la pronunciacin apuesta con vehemencia a que

    las cosas deben ser as definidas, no como lo han sido en el pasado, ni mucho

    menos como suenan en el presente. A partir de ese ahora, grado cero, las

    definiciones pasan a ser sas definiciones y se supone que no es slo para

    intervenir y corregir el vocabulario comnmente mal pronunciado, sino con la

    pretensin de que todo cambie de una buena vez.

    Entre las palabras educativas que siempre se vuelven a definir, aquellas que

    tienen que ver con evaluacin ocupan un lugar central -evaluacin funcional,

    auto-evaluacin, evaluacin institucional, evaluacin dirigida, evaluacin en

    accin, co-evaluacin, evaluacin psicopedaggica, htero-evaluacin,evaluacin en contexto, etc.-. Lo que se piensa, sin miramientos ni

    dubitaciones, es que una nueva poltica educativa es, ante todo, un nuevo

    modo de definir el trmino evaluacin.

    Cuarta escena: EXPERIENCIA

    Desde hace tiempo que ya no se habla con la experiencia, a partir de la

    experiencia, desde la experiencia. Slo se dicen algunas pocas cosas acerca

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    de la experiencia. Se habla mucho, y en todos los tonos imaginables, acerca de

    aquello que pasa, de aquello que ocurre. Todo se ha vuelto, as, luminosa y

    aparente exterioridad. Pero ni una palabra acerca de aquello que nos pasa,

    aquello que nos ocurre.

    Porque lo que nos pasa no es apenas travesa, recorrido, trayectoria, puro

    relato de lo acontecido en el camino. Tambin es peligro: () del ex-periri

    latino: paso a travs de un peligro- y evitando, sobre todo, referir su contenido a

    cualquier cosa vivida, a lo anecdtico6

    Y aqu estara la posibilidad de distinguir, aunque sea por un momento, aunque

    ms no sea provisoriamente, a los estafadores de la experiencia: ellos nos

    hacen reunir, nos obligan a hablar y nos inducen a escucharnos slo sobre las

    cosas que pasan. Cuanto ms ajeno est todo, ms parece creerse en Todo.

    Como si el cuerpo no estuviera all, ni en ninguna otra parte. Como si la palabra

    fuera una cuestin de sumar inoperantes muletillas. Como si la habilidad del

    decir tuviera vida propia.

    Lejos de ello, la experiencia es en s una experiencia de aquello que sabemos

    que no podremos, que nunca podremos. El lmite inexpugnable de la voracidad

    y de la Totalidad. La frontera donde toda exaltacin se desdibuja, se esfuma.

    La clara finitud de la omnipotencia y de la grandilocuencia. La frgil voluntad de

    sabernos ms pequeos, mucho ms pequeos, que nosotros mismos. Somos

    nfimos, ya no en la abismal contingencia del universo, sino en el espacio

    mnimo de nuestras propias vidas.

    Lejos de ello, la experiencia es la experiencia de sabernos provisorios en todos

    los tiempos, finitos en todos los espacios, dciles de casi todo, seguros de

    nada, vulnerables a cualquier palabra, a cualquier caricia, a cualquier otro. La

    verdadera experiencia, escriba Gadamer, "es aquella en la que el hombre sehace consciente de su finitud () es entonces cuando se desvela como una

    pura ficcin la idea de que se puede dar marcha atrs del todo, de que siempre

    hay tiempo para todo y de que de un modo u otro todo acaba retornando"7.

    Quinta escena: HOSPITALIDAD.

    6 Philippe Lacoue-Labarthe.La poesa como experiencia, Madrid: Arena Libros, 2006, pg. 27.7Hans-George Gadamer, citado por Joan-Carles Mlich en Filosofa de la finitud. Barcelona: Herder,

    2000, pg. 60.

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    Si bien la hospitalidad puede ser presentada como la accin de recibir al otro

    en un acto desmesurado es decir, de recibirlo ms all de toda "capacidad del

    yo8- enseguida se deja tomar por una ambigedad que le es constitutiva, como

    si se tratara de una capacidad que es al mismo tiempo ilimitada tanto como

    limitada, tanto incondicional como condicional. Y eso se ve reflejado en la

    distincin entre la Ley mayscula- y las leyes minsculas- de la hospitalidad.

    S, la Ley de la hospitalidad es incondicional.

    Se trata de recibir al otro sin hacer ni hacerle ninguna pregunta; se trata de la

    posibilidad de ser anfitriones sin establecer ninguna condicin. Y no hay leyes

    en la Ley de la hospitalidad porque en ella se declara la abertura, el

    recibimiento, la acogida al otro, sin la pretensin del saber ni el poder de la

    asimilacin. Y no hay leyes en la Ley de la hospitalidad porque apenas

    pronunciada ella ya no tiene ms nada para decir, ya lo ha dicho todo, es decir,

    ya ofreci, ya don, todo lo que poda y tena que decir. A la Ley de la

    hospitalidad le sigue un silencio tico, por que es el otro el que decide si vendr

    o no vendr.

    La hospitalidad y las relaciones de alteridad se inscriben en una

    responsabilidad tica, es decir, en una relacin no interesada y no cimentada

    en una falta, en una carencia del yo: La relacin de alteridad no expresa

    ninguna necesidad del sujeto dice Joan-Carles Mlich-, porque si no fuese

    as, la relacin con el otro sera una relacin interesada.9

    Es que no se trata, slo, de un reconocimiento del otro y de una inversin de

    cuestionamiento, es decir, de quin cuestiona a quin. No se trata, apenas, de

    una respuesta que salve al yo de su propio pecado o de la ausencia de toda

    virtud. No ocurre, simplemente, como una obligacin que proviene, obligada y

    certera, de una cierta ley de la convivencia.As, la responsabilidad tica se dirige a lo humano y no a algn sujeto-otro

    determinado, materializado y entonces especificado, revelado con nombre

    extranjeramente propio y al que se le atribuye una identidad precisa y casi

    definitiva. No es una responsabilidad que responde diferente segn la edad, la

    generacin, la lengua, la sexualidad, la nacionalidad, la raza, la clase social, el

    8

    Jacques Derrida.Adis a Emmanuel Lvinas, Editorial Trotta, Madrid, 1998, pg. 44.9Mlich, Joan-Carles, La ausencia del testimonio: tica y pedagoga en los relatos del Holocausto.

    Barcelona: Anthropos, 2001,pgs. 66-67.

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    cuerpo del otro. La responsabilidad tica no tiene lmite en su vigilia ni fronteras

    en su capacidad de recibir. Se trata de una responsabilidad sin fondo; de una

    responsabilidad que, como bien lo dice Jacques Derrida, se extiende: () ante

    los fantasmas de aquellos que todava no han nacido o de quienes ya han

    muerto.10

    Sexta escena: ESTAR-JUNTOS.La pregunta sobre la convivencia se ha vuelto una cuestin que remite

    demasiado al lenguaje formal, a la suma y/o a la resta de cuerpos presentes;

    pero mucho menos a la contingencia de la existencia misma, de toda y

    cualquier existencia. Aqu estara la seal, entonces, de porqu la convivencia

    no puede ser apenas entendida como una negociacin comunicativa, como unapresencia literal, fsica, material de dos o ms sujetos especficos puestos a

    `dialogar y, entonces, a converger y consensuar irremediablemente.

    La palabra convivencia sugiere un primer acto de diferenciacin: aquello que se

    distingue entre los seres y que es, sin rodeos, lo que provoca contrariedad. Si

    no hubiera contrariedad no habra pregunta por la convivencia. Y la convivencia

    es convivencia porque en todo caso hay -inicial y definitivamente-

    perturbacin, intranquilidad, conflictividad, turbulencia, diferencia, afeccin yalteridad. Hay convivencia porque hay una afeccin que supone, al mismo

    tiempo, el hecho de ser afectado y el de afectar; porque convivir, estar en

    comn, estar juntos, estar entre varios, como lo expresa Jean-Luc Nancy: Es

    ser tocado y es tocar. El contacto la contigidad, la friccin, el encuentro y la

    colisin- es la modalidad fundamental del afecto.11

    Ese estar juntos, ese contacto de afeccin no es un vnculo de continuidad, no

    es reflejo de una comunicacin eficaz sino, sobre todo, un embate de loinesperado sobre lo esperado, de la friccin sobre la quietud, la existencia del

    otro en la presencia del uno.

    Sin embargo buena parte de los discursos acerca de la convivencia como

    inclusin sobre todo aquellos que pretenden capturar todas las

    configuraciones posibles de la relacin entre nosotros y ellos, o entre lo uno y

    lo otro, lo mismo y lo diferente- afirman el convivir, s, pero a condicin de que

    10Jacques Derrida. Espectros de Marx. Madrid: Editorial Trotta, 1995, pg. 73.

    11Jean-Luc Nancy.La comunidad enfrentada, Buenos Aires: ediciones La Cebra, 2007, pg. 51.

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    no se perpeten las embestidas y que el contacto se mantenga a una distancia

    prudencial, matizada por palabras de orden tales como tolerancia o aceptacin

    o reconocimiento del otro, quiz porque all no hay relacin, sino un exceso de

    lejana o indiferencia.

    Ahora bien: esa distancia que se asume como distancia de altura o distancia de

    jerarqua es imposible, porque, como contina diciendo Jean-Luc Nancy: ()

    lo que el tocar toca es el lmite: el lmite del otro del otro cuerpo, dado que el

    otro es el otro cuerpo, es decir lo impenetrable () Toda la cuestin del co-

    estar reside en la relacin con el lmite: cmo tocarlo y ser tocado sin violarlo?

    () Arrasar o aniquilar a los otros y sin embargo, al mismo tiempo, querer

    mantenerlos como otros, pues tambin presentimos lo horroroso de la

    soledad.12

    Sptima escena: LECCIN.

    Tres figuras de maestros, de educadores, de quienes ensean, de quienes

    trasmiten, entre otras varias posibles; tres lecciones que nos provienen de tres

    formas diferentes de pronunciar la lengua, de relacionarse con ella, de querer

    decir, de modos distintos de querer ser escuchados, a saber: el retrico, el

    gramtico, el poeta.

    El retrico muestra una lengua elevada que borra de una vez toda posibilidad

    de otras voces; no deja que ninguna voz sea ms alta ni ms precisa ni ms

    interesante ni ms esbelta que la propia; aniquila la voluntad del otro de or y

    decir, con su fnebre estertor, a travs de una violenta imposicin de su qu

    decir, su porqu decir, su para qu decir. Se oculta en la lengua que presenta

    nica para escudarse y agredir a su propia palabra potica: la retrica es una

    palabra de revuelta contra la condicin potica del ser hablante13. Al retrico lees imposible ver su voz, su lengua, por fuera de la retrica. Ms an: es la

    retrica la insistencia por creer que la lengua es sinnimo del funcionamiento

    del lenguaje. Mejor dicho: slo sabe de la lengua, de su lengua: Los anteojos

    de la retrica son sus ojos y al mismo tiempo el espectculo que miran. As la

    retrica no ve y no muestra jams otra cosa que no sea retrica, en todas

    12Ibdem, pgs. 51-52.

    13Jacques Rancire.El maestro ignorante. Ob. cit., pg. 93.

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    partes. Slo se ve a s misma14. El retrico da una leccin, s, pero apenas de

    retrica.

    El gramtico insiste en subrayar la importancia de la estructura de la lengua y

    quiere que los otros no escapen de la telaraa de sujetos y predicados ya

    establecidos de antemano; busca ardorosamente el mtodo de la lengua all

    donde ese mtodo tal vez no exista y quiz nunca haya existido; explica con

    palabras de otros el orden de las palabras de lo mismo. Tambin cree que no

    hay otra cosa que gramtica, que todo es gramtica, que hay gramtica incluso

    en el silencio que precede a lo que no se sabe si podr decirse. Y no duda en

    advertir a quienes respondan de la inconveniencia de unas frases no del todo

    bien comenzadas, no del todo bien acabadas. El gramtico da una leccin, s,

    apenas de gramtica.

    Si es que hay alguna leccin que por acaso nos llega desde el poeta es que no

    quiere ser adivinado o intuido, y no desea controlar ni dirigir nada ni a nadie en

    absoluto; el poeta quiere sobre todo dar a escuchar, no hacerse escuchar, a no

    ser en el sigilo revoltoso de sus versos. Los poetas son los que se aventuran a

    decir (a traducir en palabras arbitrarias, incontrolables, atravesadas por la

    pluralidad) lo que ven, lo que sienten y lo que piensan.15Pero la potica no

    est en los versos, ni en la metfora, ni en el ritmo, ni en la invencin, por

    separados. La potica se presenta en entera, no por fragmentos y no procede

    como la retrica, que ve ejemplos slo en sus propios y aislados elementos:

    () la retrica opera por aislamiento, y reduccin () Tomen cualquier texto,

    basta con tomar una secuencia, la ms corta posible, y tienen a la vez la

    retrica, y la transformacin del texto en retrica, del discurso en lengua. Es la

    diferencia entre la retrica y la potica. No puede haber potica ms que de

    textos enteros16.La potica quisiera ser la creacin de un dar a ver, un dar a tocar, un dar a or,

    un dar a percibir, un dar a pensar. Por ello, trata de ofrecer no la explicacin

    regresiva de la inmovilidad, no la justificacin de su funcionamiento, no la

    14Henri Meschonnic. La potica como crtica del sentido. Buenos Aires: Mrmol-Izquierdo Editores,

    2007, pg. 112.15

    Jorge Larrosa. Fin de partida. Leer, escribir, conversar (y tal vez pensar) en una facultad de educacin.

    En Maarten Simons, Jan Masschelein & Jorge Larrosa (editores): Jacques Rancire. La educacinpblica y la domesticacin de la democracia. Buenos Aires: Mio y Dvila, 2011, pg. 292.16

    Ibdem.

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    imperiosa necesidad del cdigo, sino la experiencia tumultuosa de la expresin.

    No explica, se deja ver, est all, se despliega en su propia duracin.

    La diferencia entre el retrico, el gramtico y el poeta no es ociosa, pues la

    pedagoga insiste en ser aquello que muchas veces niega el ver y el dar a ver,

    que niega el tocar y el dar a tocar, que niega el or y el dar a or. Explica, eso s,

    qu es ver, pero con ojos ajenos, distantes, silenciosos, autoritarios. Explica,

    eso s, cules son las miradas disponibles, pero con ojos apenas

    escudriadores y evaluadores. Explica lo que es tocar, sin tocar, y eliminando

    el tocar del otro. Explica lo que es escuchar, pero sin escuchar, ignorando lo

    que podra ser el escuchar del otro.

    Octava escena: LECTOR.

    Duele que la lectura se haya vuelto la falta de lectura, el olvido de la lectura, el

    nunca ms de la lectura. Provoca un cierto malestar cuando la lectura se hace

    slo obligatoria y ya no es ms lectura. Se retuerce el alma al percibir que la

    lectura se haya vuelto estudio a secas, ir al punto, ir al grano, ir al concepto.

    En mucho han participado las instituciones educativas, desde el inicio de la

    escolarizacin hasta la universidad, para que la lectura se vaya disecando cada

    vez ms y, as, secando casi definitivamente. En vez de lectores se han

    buscado decodificadores; en vez de lectores se han valorado gestos de

    ventrlocuos; en vez de lectores se han obtenido reductores de textos.

    Es iluso el pensamiento del maana, aunque la pregunta por el lector del futuro

    no es ingenua sino necesaria y en parte incmoda adems de estremecedora.

    Qu lector ser el que venga al mundo?

    Esa es la pregunta que se hiciera Nietzsche hace ya muchos aos en El origen

    de la tragedia, publicado por vez primera hacia 1871. All escribe el filsofo: Ellector del cual yo tengo derecho a esperar algo, ha de reunir tres condiciones:

    debe leer con tranquilidad y sin prisa; no ha de tener exclusivamente presente

    su ilustracin, ni su propio yo; no debe buscar como resultado de esta lectura

    una nueva legislacin17.

    Leer con tranquilidad, detenido, sin apuro; quitarse de ese yo que lee y de lo

    que ya sabe; eludir la bsqueda de la ley. Cmo hacer, en medio de las

    17Friedrich Nietzsche.El origen de la tragedia. Madrid: Espasa-Calpe, 2000, pg. 173.

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    tempestades de esta poca, para resaltar la tranquilidad ante la lectura?

    Cmo hacer, entonces, para olvidar el yo en un mundo en que el yo se ha

    vuelto la nica posicin de privilegio? Y cmo hacer, entonces, para leer sin

    buscar reglas, sin buscar leyes, sin buscar eso que algunos llaman de Verdad o

    Concepto?

    Lo cierto es que, sin ningn moralismo de por medio, y alejados de cualquier

    slogan de promocin de la lectura, la vida es una cuando se escribe o no se

    escribe, otra cuando se lee o no se lee y otra, todava, cuando podemos ver a

    alguien leyendo.

    Qu haramos sin la lectura? Qu haramos a cambio de la lectura?

    Preguntar sobre la vida, pero no sobre sta vida, no sobre el aqu y el ahora,

    no sobre lo inmediato, no sobre lo que apenas pasa pero no nos pasa y que

    nadie nos responda, quiz, porque nadie comprende la lengua en que

    formulamos la pregunta? Pero sobre todo: qu haramos sin lector?

    Porque el que lee suspende por un momento la aparente y dbil belleza del

    universo, la tortuosa noticia del fin del mundo, deja de lado lo que ya est

    trazado de antemano, carga su cuerpo de palabras que an no ha dicho y

    muerde el olor de la tierra, acaricia una boca que no existe, se acerca ms que

    imprudentemente a la muerte y sonre porque es de da en plena noche,

    porque est fresco en pleno verano, porque llueve sin nubes, camina sin calles,

    ama lo que nunca fue amado, acompaa al desterrado hacia su exilio y se

    despide, sin ms, de todo que lo no ha ledo todava.

    Por eso no se puede otra cosa que invitar a alguien a la lectura, que darle la

    lectura, que mostrarle la lectura, que donarle la lectura. Todo intento de hacer

    leer a la fuerza acaba por quitarle fuerzas al que lee. Todo intento de obligar a

    la lectura, obliga al lector a pensar en todo aquello que quisiera hacer dejandode lado, inmediatamente, la lectura. Al lector, hay que dejarlo leer en paz, como

    lo sugiere el ttulo de un texto de Jorge Larrosa en La experiencia de la

    lectura: para que nos dejen en paz cuando se trata de leer.

    Y es que se da a leer, obligando a leer. En el mtodo obstinado, en la

    concentracin y contraccin violentas, en el subrayado dcil y disciplinado, en

    la bsqueda frentica de la legibilidad o de la hiper-interpretacin, en la prdida

    de la narracin en nombre del Mtodo, es all mismo, donde desaparece lalectura dada y es all, tambin, donde desaparece el lector y se cierra el libro.

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    Pero tambin hay que decir que la figura del lector se ha revistado de una

    cierta arrogancia, de un cierto privilegio: es el lector que sabe de antemano lo

    que leer, el que no se deja ni se quiere sorprender, el que quiere seguir

    siendo el mismo antes y despus de leer, el que ya parece haber ledo lo que

    escribe. Como sugiere Blanchot: "(...) lo que ms amenaza la lectura: la

    realidad del lector, su personalidad,su inmodestia, su manera encarnizada de

    querer seguir siendo l mismo frente a loque lee, de querer ser un hombre que

    sabe leer en general".18

    Pero: Quin sera ese lector sin realidad, sin personalidad, sin presencia,

    dispuesto a abandonarse en la lectura, leyendo sin saber leer?, como se

    pregunta Jorge Larrosa19. Un lector despojado de s mismo, quiz para nada

    arrogante y, sobre todo, un serignorante de la lectura que vendr. De la lectura

    que, ahora, est siendo.

    Novena escena: RAZN JURDICA.

    Resulta al menos curiosa la imagen que se ha establecido acerca de la

    convivencia, sobre todo en ciertos mbitos plagados de jergoceo jurdico,

    como aquella que debe acatar sin ms ciertas reglas no siempre formuladas o

    apenas s entredichas- que instalan de una vez la idea de una supuesta

    empata, calma y no-conflictividad. La insistencia de la razn jurdica, an en su

    parco pero comprensible utilitarismo y por su intencin de traducir algunos

    fragmentos de la vastedad de las relaciones de convivencia, no puede ser sino

    una desembocadura estrecha donde se prende y aprehende el movimiento

    inasible de lo humano; movimiento que, entonces, comienza a aquietarse, a

    estancarse. Lo poltico de la convivencia queda, como dice Jean-Luc Nancy,

    irremediablemente partido en dos: (

    ) Por un lado la abstraccin formal delderecho que () da derecho () a toda particularidad y toda relacin.20 En

    efecto, da la sensacin que ese derecho no tiene derecho a otra cosa, no

    puede pretender otro sentido, a no ser, claro est: () que el derecho mismo

    18Maurice Blanchot. El espacio literario, citado por Jorge Larrosa en Entre las lenguas. Lenguaje y

    educacin despus de Babel. Barcelona: Editorial Laertes, 2005, pg. 57.19Jorge Larrosa. Leer sin saber leer. EnEntre las lenguas, Ob. Cit.,pg. 58.

    20Jean-Luc Nancy. Ser singular plural. Ob. Cit.,pg. 63.

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    trate de erigirse como origen o fundamento, bajo los casos de una Ley

    absoluta. 21

    Si la razn jurdica se configura con antelacin y en anteposicin a los

    lenguajes de la convivencia, su vitalidad quedara subordinada y sepultada a

    unas pocas frmulas atiborradas de prescripciones, excepciones y

    obligaciones. Sin embargo, el saber experiencial de la relacin parece decir

    otra cosa bien diferente: que su contingencia original est cimentada en la

    vulnerabilidad, el conflicto, la fragilidad, el desencuentro, la perturbacin, la

    alteracin, la interrupcin, lo finito, la hospitalidad, lo intocable, la hostilidad, lo

    otro, su misterio, la irreductibilidad. De esa tensin entre razn jurdica y saber

    relacional, pareciera ser que la norma defiende su norma en el mismo

    momento en que pretende iniciar su mandato y todo parece ocurrir como si

    alguien, antes de afectar o de sentirse afectado por un otro, deba hacerse la

    pregunta obligada acerca del derecho por sentirse de ese modo y justificar, con

    primordial anticipacin, si con ello no se lesiona, no se hiere o si se violenta

    algn principio (jurdico) de la individualidad.

    La eficacia de la razn jurdica alcanza, as, su mayor plenitud y su ms

    ansiado anhelo: en la pregunta por el derecho y en las obligaciones de la

    convivencia est la diseminacin misma de la norma; la aplicacin de una

    norma que, como dice Giorgio Agamben: no est en modo alguno contenida

    en ella, ni tampoco puede ser deducida de ella, porque de haber sido as, no

    habra sido necesario crear todo el imponente edificio del derecho procesal. 22

    Est claro que se asiste a un tiempo de supremaca y exclusividad de la razn

    y el lenguaje jurdico por encima de otros lenguajes y de otros modos de

    convivencia, pero no es slo ello lo que condiciona la prdida de la

    responsabilidad de la relacin tica. Este tiempo obsceno, al decir de Joan-Carles Mlich, ha transformado dramticamente la tica en poltica o sociologa

    y ha convertido la relacin con el otro en un poder que lo esclaviza,

    amenazando as su fin, el fin de la tica.23

    La razn jurdica se ha definido a s misma como la detencin necesaria y

    obligatoria para que quiz -luego, entonces, si fuera el caso, si hubiera

    21Ibdem.

    22

    Giorgio Agamben.Estado de excepcin, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005, pg. 83.23Joan-Carles Mlich. El tiempo y el deseo. Nota sobre una tica fenomenolgica a partir de Lvinas,

    Enrahonar, 28, 1998, pgs. 191-192.

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    oportunidad- de all surja el pensamiento tico de la convivencia. Pero ocurre,

    en verdad, una detencin moralizante que no le da paso nunca a la tica y se

    transforma en su ms que imposible y demorado prlogo.

    Pero mal haramos en pensar que el jergoceo, el exceso de razn juridca y la

    diseminacin de la ley, anterior y amenazante de la tica, son males apenas

    de esta poca. Ya Michel de Montaigne se interrogaba sobre la discrepancia

    entre nuestro lenguaje comn y lo que l llamaba como arte del lenguaje

    leguleyo: Porque los prncipes de ese arte se aplican con particular atencin a

    elegir palabras solemnes y formar clusulas compuestas con arte, y as tanto

    pesan cada slaba y de tal manera retuercen las conexiones, que se

    enmaraan y abisman en la infinidad de sus figuras y particiones, con lo que ya

    no pueden entrar en regla ni prescripcin alguna, ni en ninguna inteligencia

    cierta.24

    Y es que el mundo se ha ido llenando de vigilantes vociferantes de la ley y sus

    polticas y sus instituciones apenas si saben reconocer la estrechez de la

    habitacin donde moran y la volatilidad y voracidad del enmaraado de la

    lengua que pronuncian.

    Dcima escena: GESTOS MNIMOS.

    Habra que dar algunas vueltas en torno de una idea no del todo confesable o

    quiz no totalmente expresable, relacionada con la posibilidad de hablar y de

    escribir- acerca de una gestualidad mnima para pensar la educacin, para

    pensaren el interior mismo de la educacin. Se trata, quiz, de un pensamiento

    que ira en direccin opuesta, o en una direccin diferente a buena parte de

    esos lenguajes apocalpticos, o heroicos, o hper-trgicos, o redentorios, o

    salvacionistas, o benficos, que configuran una significativa parte del relatopedaggico contemporneo.

    Puede decirse, en principio, que esa gestualidad mnima dice algo sobre el

    lenguaje en que formulamos lo educativo, pero tambin dice algo sobre los

    modos en que se produce lo educativo, es decir, abre la posibilidad hacia una

    cierta forma de pensar sobre eso qu pasa, eso que nos pasa en la

    educacin a diario.

    24Michel de Montaigne. Ob. Cit., pg. 48.

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    Voy a servirme de tres sensaciones diferentes para intentar hilar ms fino en

    esa idea de gestualidad mnima, esa suerte de secreto sobre lo pequeo que a

    toda hora quiere expresarse.

    La primera de esas sensaciones surge a partir de una lectura al margen del

    texto de Nietzsche: De mi vida. Escritos autobiogrficos de juventud. En ese

    texto el filsofo alemn se pregunta una y otra vez cmo sera posible esbozar

    el retrato de vida de una persona con justicia. Piensa, en un primer instante,

    que todo procede igual como si fuera el esbozo de un paisaje que hemos ya

    visitado, esto es, recordando y describiendo sus formas, sus colores, sus

    olores, pero evitando a la vez toda tentacin por las primeras impresiones, por

    aquellas impresiones que l mismo llama de fisonmicas. Enseguida hace una

    fuerte apelacin a no dejarse atrapar por los dones de la fortuna o por los giros

    caprichosos del destino de una persona, sino ms bien incorporando aquellas

    experiencias mnimas, aquellos acontecimientos interiores a los que por lo

    general no se les da importancia y que son, para el filsofo alemn, los que con

    ms claridad muestran la totalidad del carcter de un individuo. Nietzsche

    pone en juego aqu una suerte de oposicin entre el gran relato, el relato

    elocuente, exacerbado, exagerado, incluso hiperblico y aboga por una

    detencin ms bien suave, nada altanera, de lo pequeo, de aquello que puede

    ser confundido con lo intrascendente, con lo fugaz y que, sin embargo, resulta

    decisorio, se vuelve enftico por su tibieza, esclarecedor, en cierto modo,

    cuando se trata de alguien que quiere decir algo de alguien o algo de algo.

    La segunda sensacin deviene de una cierta interpretacin acotada acerca de

    la nocin de hospitalidad a partir de una determinada lectura de Lvinas y,

    sobre todo, de Jacques Derrida. Como se sabe, es posible encontrar una serie

    de resonancias acerca de la relacin ntima entre acogida y tica, justicia yalteridad, cierto sentido de lo propio, lo mismo y la extranjera, entre la

    bienvenida al otro y la amenaza que proviene del otro, etc.

    Se tiene la sensacin que ha habido un exceso, una desmedida, en la

    interpretacin de una Ley mayscula de hospitalidad, esto es, en aquello de dar

    un lugar, una acogida, un espacio al otro, a cualquier otro, sin imponerle ningn

    tipo de condiciones. Como si esa hospitalidad expresara un matiz casi religioso,

    casi mtico, para recibir a alguien inclusive ms all de las posibilidades ycapacidades del yo, del uno mismo. Pero si en la bienvenida al otro se le

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    exigen condiciones: hay hospitalidad? Es hospitalidad? Por eso es que

    siento una desmesura, una acentuacin excesiva. Como si todo acto de

    hospitalidad tuviera que recubrirse de un halo de bondad inmenso, de un

    virtuosismo excelso, de una accin casi inhumana.

    La referencia a un breve texto de Laurence Cornu da la posibilidad de retomar

    la idea de gestualidad mnima. En un apartado, titulado justamente Gestos de

    hospitalidad, la autora expresa que: La hospitalidad acoge a la mesa, en casa,

    etc. a quien viene de fuera. En las prcticas y los relatos de numerosas culturas

    la hospitalidad es la acogida que se hace de la persona de fuera, es el conjunto

    de gestos y de ritos del umbral, de la entrada, de la estancia y de la salida de

    un espacio habitado, conjunto que permite convertir el hostis en hospes, la

    hostilidad del enemigo en la hospitalidad de los anfitriones () Una

    oportunidad que se basa en gestos sencillos (subrayado por mi), en palabras y

    tambin silencios, con paciencias y respiraciones25.

    Es notorio que en este breve prrafo el pasaje de ser-hostil a ser-hospedado se

    resuelva bajo la forma de gestos sencillos: saludar, acompaar, posibilitar, dar

    entrada, habilitar, conversar, callarse, respirar, dar, ser paciente, estar all,

    decir, callar, etc. En otras palabras: ser hospitalario tal vez consista en ser

    comedido y no desmedido, en ser austero, en no subrayar ni enfatizar la propia

    gestualidad.

    Vayamos, entonces, a una tercera sensacin.

    Hoy se habla demasiado de una educacin para todos, pero en se Todos sin

    excepcin donde se marca en demasa lo substantivo, lo maysculo, otra vez

    la totalidad- no parece caber un cualquiera: cualquier nio, cualquier nia,

    cualquier joven, en fin, cualquier otro, con cualquier cuerpo, cualquier modo de

    aprender, cualquier posicin social, cualquier sexualidad, en fin: cualquiercualquiera. Lo que quiero decir es que hay la pretensin de un gesto siempre

    desmesurado, siempre excesivo en esa enunciacin del todos y nos faltan,

    nos hacen falta, hacen falta los gestos mnimos para educar. Para educar a

    cualquiera.

    Me quito aqu de la necesidad de ciertos actos heroicos para incluir al diferente,

    al diverso, al excluido; no hablo de la necesidad de las grandes

    25Laurence Cornu. Lugares y compaas. En Jorge Larrosa (ed.) Entre nosotros. Sobre la convivencia

    entre generaciones. Ob. Cit., pg. 63.

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    transformaciones reformistas; no sugiero la regeneracin de currculum, de

    didcticas, programas, capacitaciones, manuales, etc. Digo, de nuevo, una vez

    ms: dar la bienvenida, saludar, acompaar, permitir, ser paciente, posibilitar,

    dejar, ceder, dar, mirar, leer, jugar, habilitar, atender, escuchar.

    As, quiz, sera posible educar no ya a todos, en sentido abstracto, sino a

    cualquiera y a cada uno. La cualquieridad y la cada-unicidad con las que

    venimos al mundo. Y con las que nos marchamos de l.

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