Diez minutos que asombraron al mundo

Antonio Pérez

Desde Odesa, Ucrania, 26 de julio de

1905.

En estos momentos estoy en la

escalinata de Odesa observando cómo

se reúne la gente para dar alimentos a

los marineros y ellos entregarla al Zar y

a los altos mandos del ejército del

Imperio.

La Guardia Blanca llega a esta plaza para

fusilar al pueblo llano, ya que este se ha

unido con los marineros amotinados del

acorazado Potemkin para rebelarse contra el

poder injusto.

La gente corre, corre como si se les

acabase el mundo, nunca mejor dicho.

El ejército del Zar está pasando por

encima de los cuerpos de la gente

fusilada, no perdona.

Las mujeres y los niños también están

cayendo. Se escuchan gritos de miedo,

dolor, la gente suplica que paren de matar.

Una mujer pide ayuda porque hay un niño

en un carricoche solo, ya que su madre

acaba de morir. Esta mujer mientras pide

ayuda ha sido fusilada.

Está muriendo gente del pueblo inocente. Me

gustaría poder ayudarles, pero no, no puedo,

si lo intento me fusilarán también a mí.

Todos tenemos miedo, mucho miedo...

Me parece fatal lo que estas máquinas de

matar acaban de hacer. Estoy seguro de que

si ellos estuviesen en el lugar del pueblo llano

pensarían lo mismo que yo.