Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES ISSN 0379-0762 DIMENSIONES POLITICAS DE LA PSICOLOGIA 96 Morton Deutsch Hilde T. Himmelweit Daniel Latouche Ali Mazrui José Miguel Salazar Carl F. Graumann Ashis Nandy Gündüz Y. H. Vassaf Paul-Henry Chombart de Lauwe Yogesh Ata1 Frederick Gareau Pedro Henríquez Psicología política ¿Qué es la “psicología política?” 239 La socializaciónpolítica 257 La cultura organizacional del gobierno: mitos, símbolos 279 y rituales en el caso de Quebec La ingeniería política en Africa Sobrelaviabilidadpsicológicadel“latinoamericanismo” 303 321 Política de la psicología Sobre las identidadesmúltiples 337 Hacia una política alternativade la psicología La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque 351 369 Tribuna libre Opresión,subversión y expresión en la vida cotidiana 383 EI ámbito de las ciencias sociales Utilización de las ciencias sociales en la formulaciónde medidas políticas La versión multinacionalde las ciencias sociales Más allá de la teoría de la dependencia 397 409 421 Servicios profesionales y documentales Calendario de reuniones internacionales 431 Libros recibidos 433 Publicacionesreci

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES

ISSN 0379-0762

DIMENSIONES POLITICAS DE LA PSICOLOGIA 96

Morton Deutsch

Hilde T. Himmelweit

Daniel Latouche

Ali Mazrui José Miguel Salazar

Carl F. Graumann

Ashis Nandy

Gündüz Y. H. Vassaf

Paul-Henry Chombart de Lauwe

Yogesh Ata1

Frederick Gareau

Pedro Henríquez

Psicología política

¿Qué es la “psicología política?” 239

La socialización política 257

La cultura organizacional del gobierno: mitos, símbolos 279 y rituales en el caso de Quebec

La ingeniería política en Africa

Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo”

303

321

Política de la psicología

Sobre las identidades múltiples 337

Hacia una política alternativa de la psicología

La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque

351

369

Tribuna libre

Opresión, subversión y expresión en la vida cotidiana 383

EI ámbito de las ciencias sociales Utilización de las ciencias sociales en la formulación de medidas políticas

La versión multinacional de las ciencias sociales

Más allá de la teoría de la dependencia

397

409

421

Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales 43 1

Libros recibidos 433

Publicaciones reci

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¿Qué es la "psicología política " ?

Morton Deutsch

Aunque su parentesco con la filosofía social data de tiempos antiguos, la psicología polí- tica moderna nació como disciplina académica en el periodo entre la primera y la segunda guerra mundial. Es hija de la ciencia política y de la psicología, y fue concebida en esa ambivalente tesitura de optimismo y desespe- ración que ha caracterizado a la era científica. La rápida expansión del conocimiento, la

p. 181. Merriam [1925; 19341 propugnó expli-. citamente una ciencia política científica que recurriese a la psicología. Harold D. Lass- well, discípulo de Merrian, respondió a ese llamado y, a través de sus escritos y enseñan- zas, se convirtió en el padre fundador nortea- mericano de la psicología política como nueva disciplina académica.

Aunque los prolíficos escritos de Lass- creciente confianza en los métodos científicos well tratan sobre y los adelantos tecnológi- cos que se sucedían a un ritmo acelerado llevaron a la convicción de que los métodos científicos po- dían aplicarse a la com- prensión del comporta- miento político. La agita- ción política creciente, la irracionalidad y el carác- ter destructivo de la pri- meraguerramundial, ade- más del advenimiento de los modernos regímenes totalitarios con sus atroci- dades y el uso sistemático

Morton Deutsch es catedrático de psicología y pedagogía en el Teachers College, de la Columbia University, Nueva York, N. Y. 10027. H a publi- cado The resolution of conflict: cons- tructive and destructive processes (1973) y es uno de los compiladores de las obras Social class, race and psy- chological development (1968) y The social psychology of distributive jus- tice (1982).

de los medios de comunicación de masas con fines propagandísticos parecían indicar la ur- gente necesidad de contar con un saber más sistemático sobre la relación entre los proce- sos políticos y los psicológicos.

La primera conexión notable entre psico- logía y ciencia política en los Estados Unidos de América fue la establecida en la Universi- dad de Chicago, bajo el estímulo del cientí- fico político Charles Merriam [Davies, 1973,

casi todos los temas de interés para los psicólo- gos políticos, su particu- lar énfasis sobre el modo en el que los procesos psciológicos afectan a los procesos políticos ha in- fluido especialmente en la forma en que la mayo- ría de los científicos socia- les norteamericanos han enfocado la psicología política. Sus primeros li- br os, Psychopathology and politics (1930), World politics and perso- nal insecurity (1935),

Politics: who gets what, when, and how (1936) y Power and personality (1948) contribuyeron a establecer una perspectiva psicológica parti- cular para comprender el comportamiento po- lítico, la política y los políticos. Esta perspec- tiva conduce a una psicología política que se centra principalmente en los procesos psicoló- gicos individuales y sociales -tales como motivación, conflicto, percepción, cognición, aprendizaje, socialización, génesis de las acti-

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tudes y dinámica de grupos- y en la personali- dad y psicopatología del individuo como fac- tores causales que influyen en el comporta- miento político.

El firme acento puesto en los procesos psicológicos como determinantes de los proce- sos políticos en la psicología política norteame- ricana ha llevado a un relativo abandono del estudio de la influencia de los procesos políti- cos sobre los procesos psicológicos. La psico- logía política europea, aunque muy influida por la norteamericana, ha sido menos unilate- ral. La repercusión mayor que el enfoque marxista tuvo en Europa ha suscitado una más clara conciencia del papel desempeñado por los procesos políticos en la configuración de los procesos psicológicos y de la personalidad. Así, Max Horkheimer, en su discurso inaugu- ral al asumir el cargo de director del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Francfort en 1931, exhortaba a los miembros del citado instituto a explorar la interconexión entre la vida económica de la sociedad, el desarrollo psíquico del individuo y las transfor- maciones acaecidas en la esfera de la cultura [Held, 1980, p. 331. Varios miembros de la escuela de Francfort y otros estudiosos que participaron en la elaboración de la “teoría crítica” (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm y Habermas) han hecho importantes contribuciones a la integración de las concep- ciones político-económicas de la teoría mar- xista con las perspectivas psicológicas de la teoría freudiana.

En mi opinión, la psicología política tiene por objeto el estudio de la interacción de los procesos políticos y psicológicos, o sea que comporta una interación bidireccional. Así como las aptitudes cognoscitivas limitan y afectan la naturaleza del proceso de toma de decisiones políticas, así también la estructura y el proceso de la toma de decisiones políticas afectan las aptitudes cognoscitivas. D e esta manera, los niños de cinco años y los adultos, por efecto en parte de sus diferencias cognosci- tivas, se formarán ideas bien distintas de las estructuras y de los procesos políticos; de igual modo, determinados tipos de estructuras y procesos políticos favorecerán el desarrollo

de ciertas características en los adultos (inteli- gencia, autonomía, reflexión, acción), en tan- to que otros fomentarán el desarrollo de apti- tudes cognoscitivas semejantes a las de un niño sumiso (inmadurez, pasividad, dependen- cia, ausencia de espíritu crítico).

El ámbito de la psicología política se define no sólo por su materia de estudio, la interrelación entre los procesos políticos y psicológicos, sino también por el particular enfoque con el que se aproxima a dicha materia, el cual se encuadra en la tradición Científica. Como Nagel [1961, p. 41 ha seña- lado oportunamente, “es el deseo de contar con explicaciones que sean al mismo tiempo sistemáticas y verificables por la evidencia de los hechos lo que genera la ciencia”. El psicólogo político de inspiración científica trata de desarrollar hipótesis explicativas res- pecto a los fenómenos de interés, que tengan consecuencias lógicas lo suficientemente preci- sas cam0 para poder ser auténticamente some- tidas a prueba. bicho de otra manera, estas hipótesis explicativas deben poder ser rechaza- das por pruebas empíricamente verificables y científicamente válidas que hayan sido obteni- das por procedimientos empleados con el propósito de eliminar fuentes de error conoci- das.

Como ha indicado Nagel [1961, p. 131: “La práctica del método científico es la crítica incesante de argumentos, a la luz de criterios bien probados, tendiente a juzgar la fiabilidad de los procedimientos con los que se han obtenido los datos y a apreciar la fuerza probatoria de los hechos en los que se basan las conclusiones.” Una psicología política de inspiración científica debe necesariamente interesarse por la “metodología” y debe intere- sarse, además, por fomentar la aplicación de “criterios bien probados” para juzgar la fiabili- dad de los procedimientos de recolección de datos y para apreciar la validez de los hechos probatorios de las hipótesis explicativas. Debe interesarse, asimismo, por elaborar procedi- mientos de acopio de datos que produzcan información válida y fiable.

En un campo como la psicología política es difícil poner en práctica de un modo

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Interacción entre los procesos políticos y los psicológicos: La melancolía delpolítico, óleo de G. de Chirico (1913). Musée de Arte de Basüea/Giraudon.

constante el método científico. En razón del carácter mismo de su objeto de estudio, la psicología política no se presta para transferir acríticamente a su ámbito las reglas metodoló- gicas de las ciencias biológicas y físicas, tan sólidamente asentadas. Existe, no obstante, la tentación natural de tomar a las ciencias naturales como modelo, así como la tentación

contraria de rechazar la posibilidad de un enfoque científico por que sGrechaza la idonei- dad del modelo. El enfoque científico de las ciencias naturales refleja sobre todo un interés cognoscitivo técnico [Habermas, 19711 orien- tado al fomento de un saber apto para la acción instrumental dirigida hacia metas defini- das bajo condiciones dadas. En la medida en

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que las ciencias sociales, incluida la psicología política, han imitado acríticamente las metodo- logías que convienen a un interés cognoscitivo técnico, han tendido a olvidar el hecho de que la acción humana ha de entenderse con refe- rencia a los “significados” que tiene esa acción para los actores y para su público. La acción humana está enraizada en contextos intersub- jetivos de comunicación, en prácticas y en formas de vida intersubjetivas que tienen orígenes históricos definidos [Bernstein, 1976, p. 2301. La imitación acritica de la orienta- ción técnica de las ciencias naturales ha lle- vado también a muchos científicos sociales a ignorar el modo en el que su trabajo teórico y empírico -es decir, sus actividades científi- cas- está influido por supuestos implícitos, juicios de valor, orientaciones ideológicas y puntos de vista político-económicos de las comunidades a las que pertenecen.

Por más natural que sea la imitación de un ídolo secular y prestigioso, esta actitud no ha dejado de tener ciertos efectos nocivos en el desarrollo de una psicología política cientí- fica. Algunos se han visto llevados a confundir “cientificismo” y ciencia, es decir, a conside- rar científicas ciertas técnicas etiquetadas como “objetivas”, “conductistas”, “exentas de juicios de valor” y “cuantitativas”, aun cuando la reflexión crítica habría revelado cuán inapropiadas eran esas técnicas (así como las etiquetas); y, de paso, cuán satura- das de valores estaban. Otros han reaccio- nado contra el pseudo-objetivismo del “cien- tificismo”, replegándose a un subjetivismo desenfrenado, a un subjetivismo que, en reali- dad, niega la posibilidad o el valor de una metodología intersubjetiva para el estudio científico de la psicología política.

Afortunadamente, ni el cientificismo ni el subjetivismo constituyen la tendencia domi- nante en la psicología política. La mayoría de los psicólogos políticos practican el bien expe- rimentado arte científico del “oportunismo metodológico”. Emplean modelos y procedi- mientos de investigación bien establecidos (por ejemplo, los análisis de contenido, la entrevista sistemática, los métodos de cuestio- nario, el análisis de comportamiento no ver-

bal, los experimentos con grupos reducidos, las técnicas proyectivas, las observaciones controladas, los sondeos sobre intención elec- toral, los análisis de datos archivados, etc.) tomados todos ellos de una u otra de las diversas disciplinas de la ciencia de la con- ducta y de las ciencias sociales y adaptados al problema bajo estudio. Si el modelo o los procedimientos de investigación son mal apli- cados por el investigador, o si son inadecua- dos para el problema que se investiga, normal- mente cabe esperar que la “crítica incesante de argumentos, a la luz de criterios bien probados” revele las deficiencias de la investi- gación (si ésta se considera lo bastante signifi- cativa como para merecer atención). A veces, por supuesto, el error se desliza inadvertido, porque en un determinado campo de estudio todos pueden estar condicionados por la mis- ma suposición incorrecta.

Gran parte del trabajo que se está reali- zando en psicología política es exploratorio y formulativo, encaminado a estimular la intuición y a desarrollar hipótesis más que a comprobarlas. Hay un margen de libertad considerable en la práctica de esta forma de investigación, pero como no hay reglas fijas en el ámbito de la creación, buena parte de la investigación exploratoria resulta final- mente improductiva. Los márgenes para la realización de buenos estudios descriptivos y de los que apuntan a comprobar hipótesis son mucho más reducidos. Las reglas y pro- cedimientos para llevar a cabo tales estu- dios están bastante bien articulados. D e todos modos, muchos de estos estudios, aun cuando técnicamente sean irreprochables, suelen ser de poco valor por que a la for- mulación del problema investigado no le ha precedido una reflexión crítica sufi- ciente.

Aunque la psicología política se halla dentro de la tradición científica, se interesa sobremanera también por ser socialmente útil y por aplicar lo que sabe y lo que comprende al perfeccionamiento de los procesos políticos y de la condición humana. Muchas de estas “aplicaciones” son especulativas, ya que exis- ten abundantes e importantes lagunas en

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La fachada barroca de un local en desuso en París sirve de curioso emplazamiento de un mensaje político. Serge de SazoiRapho.

nuestro saber teórico y empírico; es necesario dar un “salto” especulativo para formular recomendaciones específicas desde los vaci- lantes cimientos del saber hoy disponible. Sin embargo, el principal valor social de la labor intelectual desarrollada en psicología política reside no en sus recomendaciones específicas, sino más bien en su posibilidad de ofrecer marcos organizativos, ideas clarificadoras y conceptos sistematizados que ayudan a quie- nes están comprometidos en actividades políti- cas prácticas a pensar acerca de lo que hacen de modo más global, más analítico, y con mayor interés por la solidez empírica de sus hipótesis de trabajo.

EI contenido de la psicología política Los psicólogos políticos han investigado una extensa variedad de materias. Para tener una impresión personal respecto a esta variedad de temas incluidos bajo la rúbrica de “psico- logía política”, he examinado el contenido de los programas de las reuniones científicas anuales de la International Society of Political Psychology (ISPP) y el contenido de su revista Political psychology desde el primer año de su publicación. La ISPP se fundó en enero de 1978 como una sociedad de estudios interna- cional e interdisciplinaria. Entre sus miem-

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bros, procedentes del mundo entero, se cuen- tan psicólogos, científicos políticos, psiquia- tras, sociólogos, historiadores, antropólogos y personas con cargos gubernamentales o activi- dades públicas que tienen un interés intelec- tual por la psicología política. Esta sociedad puede considerarse como el punto focal de la actividad erudita en el campo de nuestra disciplina. H e examinado también el conte- nido de una serie de obras dedicadas a la psicología política, a saber, Kirkpatrick y Petit [1972], Knutson [1973], di Renzo [1974], Renshon [ 19741, Stone [1974], Manheim [1975], Elcock [1976], Elms [1976] y Dawson, Prewitt y Dawson [1977].

Una enumeración de los títulos de los artículos, capítulos, ponencias y simposios arroja una desconcertante diversidad de temas que dan una sensación de caos en la psicología política. Por fortuna, tras reflexionar sobre esta diversidad, emerge del aparente caos una estructura razonablemente clara. A continua- ción indicaré una serie de temas clave alrede- dor de.los cuales se articula esta estructura.

El individuo como actor político Respecto de este tema se articula una serie de estudios que se interesan por los determi- nantes y las consecuencias del comporta- miento político del individuo. Brewster Smith [1968] ha elaborado un gráfico (véase la figura 1) para el análisis de la personalidad y de la política, que registra las interrelaciones características de este tema. Entre otros muchos, en el diagrama de Smith se pueden identificar estudios sobre socialización polí- tica, formación de las actitudes políticas, participación política, alienación política, com- portamiento electoral, antecedentes sociales de los terroristas políticos, relación entre personalidad y actitudes políticas, pertenencia a grupos y actitudes o comportamiento polí- tico, factores situacionales que influyen en el comportamiento político, influencia de los medios de comunicación, etc.

Movimientos políticos

Estrechamente relacionado con el tema prece- dente hay otro que constituye el nexo de las investigaciones sobre formaciones sociales, grupos, organizaciones y comunidades, y en el que el actor político no es el individuo, sino más bien una unidad social compuesta por individuos y grupos en interacción. Así, Hel- mut Moser [1982], en una resefia general sobre la psicología política en la República Federal de Alemania, identifica los estudios sobre el movimiento juvenil y los estudios sobre los grupos de acción ciudadana como dos de los temas importantes que han sido estudiados profusamente por los psicólogos políticos alemanes. D e igual manera, se han realizado estudios del movimiento feminista, del movimiento pacifista, de los grupos terro- ristas, de las sectas religiosas, del despliegue de movimientos nacionales, etc. Aunque la figura 1 no resulta completamente adecuada para este tema, si se cambiaran los términos “orientados hacia el individuo” por “orienta- dos hacia el grupo”, el gráfico ofrecería una visión razonable de lo que se ha estudiado o podría estudiarse bajo este epígrafe. Así, los términos “sí mismo”, “persona” o “personali- dad” pueden substituirse por “grupo”; donde dice “actitudes”, léase “políticas”; donde dice “rasgos” individuales, léase “características” del grupo, etc.

El político o el líder Este tema se halla también estrechamente relacionado con el primero, salvo que aquí la investigación se ocupa de una categoría espe- cial de actores políticos, o sea quienes desem- peñan o han desempeñado un papel especial- mente importante en el proceso político. Se incluyen bajo este epígrafe los estudios efec- tuados sobre líderes y liderazgo político, sobre la personalidad de hombres políticos, las psicobiografía y la psicohistoria. Muchos estudios sobre líderes políticos se han llevado a cabo debido al interés intrínseco que existe por las personalidades que han descollado en la historia. La figura 1 ofrece una buena guía para orientar la investigación en este ámbito,

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pero, naturalmente, las clases de actitudes y comportamientos políticos que ofrecerían interés en el estudio de un dirigente político como el presidente Mao Zedong serían distin- tas de las estudiadas en el caso de un ciuda- dano chino típico.

Coaliciones y estructuras políticas

Este es un tema análogo al segundo, salvo que aquí los estudios de investigación se ocupan de las formaciones, agrupamientos y organiza- ciones sociales que se constituyen entre los políticos. El interés se centra pues en cómo se forman las coaliciones, qué determina el frac- cionamiento y desmembramiento de los gru- pos, qué da origen a determinadas relaciones entre líderes y militantes, qué contribuye a la iniciación de relaciones cooperativas en vez de competitivas, etc. En términos más generales, el interés se sitúa en las estructuras e interac- ciones “sociométricas” que tienen lugar entre los políticos en una unidad política dada, así como en saber qué les da origen y cuáles son sus consecuencias.

Relaciones entre grupos políticos

Este tema es análogo al precedente, pero se centra en las investigaciones en torno a las estructuras e interacciones que existen entre unidades políticas y no a las que se dan entre políticos individuales. Las unidades políticas pueden ser administraciones locales, naciones, alianzas, organizaciones internacionales, etc. Se incluye pues bajo esta rúbrica el estudio tanto de las interrelaciones hostiles que entrañan situaciones de amenaza, guerra, disuasión, etc., como el de las interrelaciones de cooperación implícitas en las actividades de ayuda mutua, intercambios científicos y cultu- rales, comercio, etc.

Bajo este epígrafe y el anterior, así como bajo el siguiente, la orientación especial de la psicología política consiste en el estudio del papel de los procesos psicológicos individuales y de grupo en cuanto afectan al desarrollo natural de las estructuras, interacciones y procesos políticos y son, a su vez, por él

afectados. Aquí, por decirlo así, la psicología política aporta un énfasis distintivo a la com- prensión de los objetos de estudio de la ciencia política y de las relaciones internacio- nales, pero no ofrece un sustitutivo de esas disciplinas.

Los procesos políticos

Acaso el más central de los temas de psico- logía política sea el que tiene que ver con los diversos procesos individuales y colectivos implícitos en el comportamiento de las enti- dades políticas, que lo afectan y que son por él afectados. Algunos de estos procesos han sido estudiados bastante extensamente y jus- tifican una subdivisión en temas secundarios principales. Así, podemos encontrar, entre otros, los siguientes subtemas: percepción y cognición [Jervis, 19761, toma de decisiones [Janis y Mann, 19771, persuasión [Doob, 1948; Katz y otros, 1954; Nimmo, 19701, aprendi- zaje [Dawson y otros, 19771, conflicto [Snyder y Diesing, 1977; Deutsch, 19731 y moviliza- ción [Etzioni, 19681.

Estudios monográ5cos

Entrecruzándose con la estructura de la psico- logía política organizada en torno a temas relativamente abstractos hay otra estructura que se organiza en torno a “casos” particu- lares y concretos, entre los cuales podemos mencionar, a título de ejemplo el análisis del comportamiento electoral de los individuos en localidades determinadas; el estudio de líde- res políticos destacados como Churchill, Roo- sevelt, D e Gaulle o Hitler; la investigación sobre el conflicto en Medio Oriente; el estu- dio de las imágenes que los dirigentes de las “superpotencias” se forman los unos de los otros; la investigación sobre la toma de deci- siones en situaciones específicas, como la crisis cubana de los misiles. Estos estudios monográficos intentan principalmente descri- bir en forma significativa una persona o episo- dio históricamente importante. Ahora bien, un estudio monográfico bien concebido no sólo ha de referirse al individuo o episodio

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particular que analiza, sino también a las ideas teóricas generales, pues no sólo debe proporcionar comprensión del caso estudiado sino ayudarnos a comprender otros. En el trabajo de investigación en psicología política y en otras disciplinas de las ciencias sociales existen infinidad de estudios de casos; algunos de ellos tienen un considerable valor general, pero muchos otros sólo ofrecen interesantes descripciones del objeto estudiado.

El desarrollo humano ay la economía política El primero de los temas considerados se centra en el individuo como ente cuyas acciones tienen consecuencias políticas; este tema se centra en las consecuencias para el individuo (para el desarrollo personal, la autoestima, el desarrollo cognoscitivo, etc., de la mujer o del hombre) del hecho de vivir en una sociedad dotada de una economía política con características dadas. La atención se proyecta aquí sobre el modo en el que las estructuras y procesos político-económicos afectan a los procesos y estructuras sociopsico- lógicos, más bien que a la inversa. Algunos teóricos marxistas [Venable, 1945; Bowles y Gintis, 1976; Giddens y Held, 19821 han escrito profusamente sobre estos temas. Tam- bién lo han hecho teóricos como Weber [1930], Merton [1957] y Lane [1981; 19821. En buena parte del trabajo de investigación en el ámbito de la antropología psicológica se estudian aspectos de este tema, por ejemplo, en Kardiner y otros [1945]; Le Vine [1974]; Lloyd y Gay [1981]; Casson [1981]; Wagner y Stevenson [1982]; en el trabajo sobre los efectos de clase, casta, raza y sexo en el desarrollo de la persona humana [Scarr, 1981; Deutsch, Katz y Jensen, 1968; Deaux, 1976; Unger, 19791; en la investigación sobre los efectos psicológicos del desempleo, la infla- ción y la economía en expansión [Hayes y Nutman, 1981; Brenner, 1973, 1976; Pfeffer, 19791; en los estudios sobre los efectos del antagonismo entre grupos dhocráticos y gru- pos autoritarios [Lewin, Lippitt y White, 19391 y en las investigaciones sobre las conse- cuencias sociopsicológicas de diferentes siste-

mas de justicia distributiva [Deutsch y otros, 19821.

Ejemplos de estudios de psicología política

En esta sección me propongo resumir breve- mente varios estudios de psicología política que ofrecen una idea más precisa de la labor que se está realizando en este campo.

Cómo deciden los votantes

Himmelweit, Humphreys, Jaeger y Katz [1981] han llevado a cabo un estudio longitudinal sobre el comportamiento electoral en el Reino Unido, que cubre un periodo de seis elec- ciones (de 1959 a 1974) y del que se informa en el artículo de Hilde Himmelweit en este número de RICS. Su modelo de comporta- miento electoral consumista es una aplicación de la teoría de la utilidad de atributos múlti- ples [von Winterfeld y Fischer, 1975; Hum- phreys, 19771. Según esta teoría una persona elige la solución que, entre todas las opciones posibles, posee la mayor utilidad total subje- tiva o esperada. Basándose en esta teoría, Himmelweit y sus colegas predijeron correcta- mente el voto del 80 % de su muestra para las elecciones de 1974, mientras que las predic- ciones basadas en el comportamiento electo- ral anterior del votante sólo fueron correctas respecto al 67 % de la muestra. Estos resulta- dos son claramente consecuentes con la tesis de que los votantes británicos toman principal- mente sus decisiones electorales en razón de las mayores probabilidades que ellos ven de que se hagan realidad las medidas políticas que les convienen, es decir, su comporta- miento electoral es racional. Más aún, estos investigadores informan que los votantes objeto de su estudio mantenían actitudes o “ideologías” claramente estructuradas, interre- lacionadas, que persistían en el tiempo y que guardaban estrecha relación con su opción de voto. Este resultado es contrario a la tesis de Bell [1962] sobre la muerte de la ideología en las sociedades occidentales avanzadas y a la

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El primer ministro Neville Chamberlain: Luna víctima de la "reflexión de grupo"? Keystone.

conclusión inicial de Converse [1964], según la cual, aparte de una pequeña élite, el público en general carece de un conjunto coherente de creencias políticas que puedan constituirse en ideología política.

Los temas políticos van evolucionando con el tiempo. Como Berelson y otros [1954] han señalado, un tema pasa por determinadas

fases (que tienen que ver con su incidencia sobre el votante), que van desde el rechazo inicial a la aceptación vacilante y a conside- rarlo como un hecho dado en la sociedad. La importancia de un tema para el voto o para la ideología de un individuo depende de la fase en la que se encuentre en cada momento.

Reflexión de grupo

Irving L. Janis [1972; 19821 ha llevado a cabo seis estudios monográficos sobre fiascos histó- ricos para descubrir las causas de las deci- siones incorrectas tomadas por grupos de gobierno responsables en el ámbito de la política exterior. Estos estudios versan sobre los casos siguientes: a) el círculo íntimo de Neville Chamberlain, cuyos miembros apoya- ron la política de apaciguamiento frente a Hitler durante los años 1937 y 1938, pese a los reiterados signos y acontecimientos indicati- vos de que tendría consecuencias adversas; b) el grupo de altos oficiales de la armada allegados al almirante Kimmel, cuyos miem- bros no respondieron a los avisos de que Pearl Harbour se hallaba en peligro de ser atacada por la aviación japonesa en el otoño de 1941; c) el grupo asesor del presidente Truman, cuyos miembros respaldaron la decisión de extender la guerra en la República Popular Democrática de Corea pese a las firmes adver- tencias hechas por el gobierno chino de que la entrada de los Estados Unidos de América en ese país tropezana con la resistencia armada de los chinos; ú) el grupo asesor del presi- dente John F. Kennedy, cuyos miembros apoyaron la decisión de llevar adelante la invasión de Cuba por la Bahía de Cochinos, pese a que los informes disponibles indicaban que era una empresa condenada al fracaso y que perjudicaría las relaciones de los Estados Unidos de América con otros países; e) el "tuesday luncheon group" del presidente Lyn- don B. Johnson, cuyos miembros apoyaron la decisión de intensificar la guerra en Viet Nam, pese a los informes de los servicios secretos y otras informaciones que indicaban que esta acción no conseguiría derrotar al Viet Cong ni a los norvietnamitas y que acarrearía conse-

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cuencias políticas desfavorables dentro de los Estados Unidos; f) el círculo íntimo del presi- dente Nixon y la forma en la que manejaron el asunto Watergate.

Como ha señalado Janis, una razón importante por la que se puede llegar a tomar decisiones incorrectas que se evidencia en estos fiascos es una tendencia a la búsqueda de consenso (denominada groupthink: reflexión de grupo). Se han observado ocho síntomas principales de este tipo de reflexión, cada uno de los cuales puede identificarse merced a una diversidad de indicadores deriva- dos de distintas fuentes, tales como los archi- vos históricos, los relatos de observadores y las memorias de participantes. Estos síntomas son los singuientes [Janis, 1983, p. 411:

1. Una ilusión de invulnerabilidad, compar- tida por la mayoría de los miembros o por todos ellos, que crea un optimismo excesivo e induce a asumir riesgos extremos.

2. Esfuerzos colectivos de racionalización con- ducentes a descartar advertencias que puedan inducir a los miembros a reconsiderar sus suposiciones antes que remitirse a sus deci- siones políticas pasadas.

3. Una confianza absoluta en la moralidad intrínseca del grupo, que inclina a los miem- bros a no tomar en consideración las conse- cuencias éticas o morales de sus decisiones.

4. Conceptos estereotipados sobre los rivales y enemigos, a quienes se juzga como dema- siado mal intencionados para que merezca la pena cualquier intento sincero de negocia- ción, o como demasiado débiles y estúpidos para contrarrestar cualquier intento, por arriesgado que sea, para frustrar sus designios.

5. Presión directa sobre todo miembro que exprese sólidos argumentos contra cualquiera de los estereotipos, ilusiones o compromisos del grupo, destacando que este tipo de discre- pancia es contrario a lo que cabe esperar de los miembros leales.

6. Autocensura de las desviaciones del apa- rente consenso del grupo, que refleja la incli- nación de cada miembro a minimizar en su

fuero interno la importancia de sus dudas y argumentos en contra.

7. Ilusión general de unanimidad en vista de que los juicios se acomodan siempre a la opinión de la mayona (consecuencia en parte de la autocensura, a lo que se añade el falso supuesto de que quien calla otorga).

8. La aparición de miembros que se consti- tuyen espontáneamente en guardianes del pensamiento de los demás, a fin de proteger al grupo de informaciones adversas que pudie- ran perturbar su complacencia general res- pecto a la moralidad y a la eficacia de sus decisiones.

U n análisis esquemático de las causas y conse- cuencias de este modo de reflexión puede apreciarse en la figura 2, tomada asimismo de la obra de Janis. A partir de su análisis de las condiciones que propician la reflexión de grupo, Janis [1983, p. 44-45] propone diez hipótesis prescriptivas:

1. La información sobre las causas y conse- cuencias de la reflexión de grupo tendrá un efecto disuasivo beneficioso. Una buena in- formación proveniente de estudios de casos puede reforzar la determinación de los miem- bros a limitar las intrusiones del grupo en su propio pensamiento crítico y puede incremen- tar su disposición a ensayar otras propuestas, a condición de que tengan una noción clara de los costos en tiempo y en esfuerzos y compren- dan que hay otras desventajas de las que deben precaverse antes de decidirse a adoptar un procedimiento operativo normalizado.

2. Cuando el líder asigne a un grupo una misión de planificación de estrategias, deberá ser imparcial en lugar de manifestar preferen- cias y expectativas desde el comienzo mismo. Esta práctica dará a los participantes la oportu- nidad de crear un clima de libre estudio, sin condicionamientos, y de explorar imparcial- mente un amplio abanico de opciones políticas.

3. El jefe de un grupo de elaboración de estrategias políticas deberá otorgar desde el principio a cada miembro el papel de evalua-

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250 Morton Deutsch

dor critico, induciendo al grupo a dar máxima prioridad al debate de objeciones y dudas. Esta práctica tendrá que ser reforzada por la disposición del jefe a aceptar críticas sobre sus propios juicios, a fin de alejar a los miembros de la tendencia a suavizar sus desacuerdos.

4. En toda reunión dedicada a evaluar alterna- tivas políticas deberá asignarse a uno o más miembros el papel de abogado del diablo. A fin de evitar la domesticación y neutralización de los abogados del diablo, el jefe del grupo deberá asignar a cada uno de ellos la clara atribución de exponer sus argumentos lo más inteligente y convincentemente posible, como lo haría un buen abogado, impugnando las pruebas y razones de los defensores de la posición mayoritaria.

5. Mientras dure el estudio y debate sobre la viabilidad y eficacia de las alternativas politi- cas, el grupo de planificación deberá dividirse de cuando en cuando en dos o más subgrupos y reunirse por separado, con distintos presi- dentes, y luego congregarse todos nueva- mente para dirimir sus diferencias.

6. Siempre que el tema en debate implique relaciones con una organización o grupo externo rival, deberá dedicarse un tiempo apreciable (quizá una sesión entera) a exami- nar todas las advertencias que puedan proce- der de los rivales y a elaborar argumentos alternativos sobre las intenciones de los mis- mos.

7. Una vez alcanzado un consenso preliminar sobre la que parezca a todos como la mejor solución alternativa, el grupo celebrará una última reunión en la que cada miembro deberá expresar con la mayor claridad posible todas las dudas que le queden y replantearse todo el problema antes de decidirse por una opción definitiva.

8. Es conveniente que en cada reunión estén presentes de forma alternada uno O más expertos ajenos al grupo, o colegas calificados de la organización misma que no sean miem- bros fijos del grupo, para impugnar las opi- niones de dichos miembros fijos.

Símbolos de identidad y autoestima Inge MorathiMagnum.

9. Cada miembro del grupo de planificación deberá discutir periódicamente las delibera- ciones del grupo con compañeros de confianza de su misma dependencia e informar luego al grupo sobre sus reacciones.

10. La organización deberá adoptar la prác- tica administrativa de establecer varios grupos

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¿Qué es la ')psicología política"?

251

+

I

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FIG. 2. Análisis teórico de la reflexión de grupo basado en comparaciones de decisiones de alta y baja calidad tomadas por grupos con responsabilidades públicas. (Tomado de I. L. Janis, 1982.)

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252 Morton Deutsch

de planificación y de evaluación independien- tes que trabajen sobre el mismo tema de política práctica, llevando a cabo cada una de sus deliberaciones con un presidente distinto.

Janis ofrece estas hipótesis más como medios dignos de ser probados en investigaciones posteriores que como procedimientos ya esta- blecidos para contrarrestar los inconvenientes de la reflexión de grupo.

Gobierno y autoestima

Robert E. Lane 119821, en un trabajo teórico muy evocador y basándose en sus vastos conocimientos de ciencia política, filosofía moral y psicología, ofrece un análisis de los efectos del poder público sobre la autoestima de los individuos. Rechaza la idea expuesta por Rawls 119711, según la cual la equidad política es capital para la autoestima, y afirma que “sencillamente, la vida política no es lo bastante importante para soportar esta carga” [Lane, 1982, p. 71. Las encuestas de opinión pública indican que raras veces se menciona al gobierno o a las organizaciones políticas como fuentes de satisfacción en la vida, y el público dedica relativamente pocos minutos por semana a las actividades políticas. Parece también existir una escasa correlación entre la satisfacción personal y la relacionada con la vida nacional. Con mucha más probabilidad, el trabajo, la vida familiar, las actividades de tiempo libre y el nivel de vida son, a juicio de Lane, las “dimensiones” en función de las cuales los seres humanos miden lo que son y lo que valen.

Lane señala asimismo que: “Las personas que se valoran positivamente a sí mismas es más probable que valoren igualmente a otras; una escasa autoestima hace sentir profunda- mente desdichado al individuo, mientras que una elevada autoestima es condición básica de la felicidad o satisfacción en la vida; una elevada autoestima sirve de base psicológica para el aprendizaje y, por lo tanto, para el crecimiento. Este poder generador de la autoestima la hace de crucial importancia para el gobierno” [Lane, 1982, p. 261.

Todos los gobiernos distribuyen y redistri- buyen las condiciones que facilitan la autoes- tima. Los actos del poder público confieren importancia, poder, prestigio, oportunidades y riqueza a algunos pero no a otros. Estos actos también indican que ciertas dimensiones de autovaloración (dinero, educación, etnia, experiencia, sexo) son mejores que otras. No hay razón, pues, para decir que la autoestima del individuo no es asunto de gobierno, ya que el poder público está inevitablemente comprometido en ello. Basándose en conside- raciones tanto filosóficas como psicológicas, Lane expone el siguiente conjunto de normas para la promoción pública de la autoestima [Lane, 1982, p. 111: Desalentar la autoestima basada en el poder;

alentar en cambio la autoestima no envi- diosa basada en la aptitud y en la virtud; dar a cada cual el amuleto de significa- ción indispensable para hacer que la autoestima basada en la significación pier- da importancia.

No fomentar la envidia; reducir la importan- cia de la comparación social y aumentar la de la comparación del individuo consi- go mismo; siempre que las circunstancias lo permitan, hacer que todos los contac- tos con el poder público sean ocasión de una mejor apreciación mutua, es decir, que el policía, el agente impositivo, el empleado de la seguridad social o el encargado de una institución pública tra- ten a todos y a cada uno con suma dignidad.

Permitir que los individuos establezcan los criterios de valoración de su propio ser ideal en un medio que estimule y fomen- te el desarrollo personal.

Favorecer una progresión hacia la apreciación sociocéntrica de las necesidades ajenas como criterios para valorar las acciones merecedoras de autoestima; relacionar con estos criterios la significación de la virtud y de la aptitud.

Transmitir, y alentar a otros a que transmitan, a cada persona el sentimiento de la dignidad, el sentimiento de ser un incon- dicional “fin en sí mismo” y encomiar las

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¿Qué es la “psicología política”? 253

obras y realizaciones que lo merezcan. Salvo para los atributos básicos de la personali-

dad, y teniendo siempre en cuenta la proscripción de la envidia, estimular la autoestima basada en el logro más que en la adscripción.

Diversificar las dimensiones que sirven de pauta para clasificar a las personas y con arreglo a las cuales las personas se cla- sifican a sí mismas; permitir que cada cual elija una base de autoaprecio indivi- dual concordante con el alto autoaprecio de los demás (maximizar la “individuali- dad” de Mill).

En su comentario sobre estas normas, Lane señala que como el logro o realización es tan esencial para la autoestima, “el primer derecho es el derecho al trabajo”. Destaca también la importancia de la participación en la dirección del trabajo, expresando: “El segundo derecho básico será, por lo tanto, el derecho a participar en las decisiones que afecten las condiciones en las que uno tra- baja.” En contraste con muchos otros teóri- cos, Lane pone bastante menos acento en la importancia de los derechos de participación en la esfera política que en los derechos de participación en la esfera laboral en cuanto a la influencia de unos y otros en la autoestima de los individuos.

Cómo evitar la tercera guerra mundial: una perspectiva psicológica En un trabajo teórico reciente tuve la ocasión de presentar un modelo de relaciones sociales perniciosas, describiendo los procesos socio- psicológicos que contribuyen al desarrollo y perpetuación de tales relaciones patológicas [Deutsch, 19831. Las características de estas relaciones perniciosas consisten en que atra- pan a los participantes en una red de interac- ciones y maniobras defensivo-ofensivas que, en lugar de mejorar sus situaciones, hacen que se sientan menos seguros, más vulnera- bles y más agobiados. Personas perfectamente sensatas e inteligentes, una vez enredadas en un proceso social patológico, pueden compro-

meterse en acciones a las que consideran totalmente racionales y necesarias, pero a las que un observador imparcial y objetivo iden- tificaría como lo que realmente son, o sea, factores que contribuyen a la perpetuación e intensificación de un ciclo vicioso de interac- ciones. Esto sucede, por ejemplo, en matrimo- nios y entre padres y adolescentes en casos en los que los individuos implicados parecen ser decentes, inteligentes y racionales. Se dejan atrapar, sin embargo, en un proceso social vicioso que conduce a resultados -hostilidad, extrañamiento, violencia- que nadie en reali- dad desea.

En ese mismo trabajo sostengo que los Estados Unidos de América y la URSS están envueltos en un proceso social pernicioso, patológico, que los está llevando inexorable- mente a comprometerse en acciones y reac- ciones que hacen aumentar constantemente las probabilidades de un holocausto nuclear, resultado que nadie desea. Tanto un país como el otro persiste en seguir políticas que los envuelven cada vez más en una red de interacciones y maniobras defensivo-ofensivas que les hacen sentirse menos seguros militar- mente, más vulnerables a una catástrofe nu- clear, más agobiados económicamente y más amenazantes el uno para el otro, así como para el mundo en general.

Existen ciertos factores sociopsicológicos clave que contribuyen a fomentar los procesos sociales perniciosos. En el trabajo al que m e refiero examino cómo la relación patológica entre los Estados Unidos y la URSS se ve alimentada y sostenida por los factores siguien- tes: su anacrónica competición por el lide- razgo mundial; los dilemas de seguridad que sus orientaciones competitivas y la ausencia de una comunidad mundial fuerte crean para ambas superpotencias; la rigidez intelectual que dimana de sus ideologías arcaicas, excesi- vamente simplistas, maniqueas y mutuamente antagónicas; los errores de percepción, los compromisos involuntarios, las predicciones que provocan los propios acontecimientos que predicen, y las viciosas espirales que típica- mente acompañan el curso de todo conflicto competitivo; la actitud infidente y artera que

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254 Morton Deutsch

imponen sus dilemas de seguridad, alejando el conflicto de lo que en la vid3 real se podría en efecto ganar o perder, para convertirlo en un conflicto abstracto en torno a imágenes de poder y en el que los misiies nucleares son los peones que ponen en marcha la partida del poder; en fin, por los problemas y conflictos internos de cada una de las superpotencias, que pueden ser resueltos más fácilmente en razón de su propio antagonismo.

El trabajo concluye con un detenido examen de lo que podría hacerse para reducir los peligros inmediatos y lo que cabría hacer para invertir los procesos sociales perniciosos a los que nos referíamos. Con respecto a este último punto, trato de esbozar ciertas “reglas de competición honradas y justas”, así como los pasos que habría que dar para crear un mecanismo de cooperación adecuado que per- mitiese su eficaz funcionamiento.

Traducido del inglés

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La socialización política

Hilde T. Himmelweit

Enfoques teóricos sobre la transmisión de los valores políticos

Los científicos políticos que estudian la trans- misión de los valores políticos y la afiliación a partidos se han interesado siempre por la socialización política; los psicólogos se intere- san por este tema desde poco tiempo.’ En gene- ral se han utilizado tres enfoques principales pa- ra abordar su estudio. El primero, basado princi- palmente en el trabajo con niños, desde los muy pequeños [Greenstein, 1965; Hess y Torney, 19671 hasta los adolescen- tes [Adelson y O’Neill, 19661, ha establecido una relación entre el aumen- to progresivo de la com- prensión política y los niveles alcanzados en el

El segundo enfoque, que debe más a las teorías freudianas que a las del desarrollo intelectual, busca en la manera como el niño ha sido educado una explicación parcial de algunos tipos de actitudes políticas, como el prejuicio sobre las personas de otro color y el antisemitismo, o ciertas formas de comporta- miento como el extremismo político o la alienación .’

hace relativamente El tercer enfoque, el que nos interesa

Hilde Himmelweit es profesora de psicología social y presidente del recientemente creado Department of Social Psychology de la London School of Economics and Political Science (Houghton Street, Londres, WC2A 2AE). H a sido vicepresidenta de la International Society of Political Psychology y es actualmente miem- bro de varios comités de redacción de periódicos especializados.

desarrollo intelectual y moral, demostrando que, con la progresión de la edad, los peque- ños aprenden a diferenciar entre la función y aquél que la ejerce, adquieren un conoci- miento cada vez mayor sobre las instituciones políticas, incluido el sistema de partidos de su país, y poco a poco substituyen lo que Adel- son y O’Neill describen como “un baratillo abigarrado de sentimientos” por un sistema de convicciones políticas más coherentes.

principalmente en este ar- tículo, examina la influen- cia que tienen las dife- rentes experiencias socia- lizantes, el hecho de per- tenecer a grupos diferen- tes, el clima general de una sociedad (económi- co, político y social) y los cambios en los esque- mas cognoscitivos que se forman los individuos so- bre su rol en su sociedad, así como sobre su com- portamiento político, o sea, en este caso preciso,

su decisión de votar o de abstenerse en las elecciones nacionales y cómo votar en el caso de hacerlo.

La socialización es un proceso continuo que empieza al nacer y afecta incluso nuestra manera de morir. Sin embargo el término “socialización” tiende a emplearse pnncipal- mente con referencia a los jóvenes, dejando entender que las experiencias de los adultos, en comparación con las de los niños, tienen

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258 Hilde T. Himmelweit

un impacto menor. Sin embargo, existen pocas pruebas de que esto sea así. Al fin y al cabo toda experiencia nueva, ya sea volunta- ria o impuesta (como por ejemplo el recluta- miento para el servicio militar o un encarcela- miento), es una fuente potencial de influencia. El término “socialización política” se em- pleará aquí, por lo tanto, para hacer referen- cia tanto a las influencias que se ejercen en la infancia a través de la familia, la escuela, el vecindario y los compañeros de juegos, como a las que se dan en la vida adulta a través de la educación y de la capacitación posteriores, el matrimonio, el trabajo, el estatus y la movili- dad social, la afiliación política o la pertenen- cia a algún grupo profesional.

Para examinar la influencia relativa de los distintos agentes de socialización, vamos a recurrir a dos estudios realizados durante lapsos prolongados, uno británico y otro lle- vado a cabo en los Estados Unidos. Los libros que presentan dichos estudios han sido publi- cados hace menos de un año. El estudio británico, How voters decide [Himmelweit y otros, 19811, abarca un periodo de veinticinco años, que comenzó en 1951 con un grupo de adolescentes varones, de edades comprendi- das entre los 13 y los 14 años de edad, y concluyó en 1974,3 fecha en la que los enton- ces adolescentes eran ya adultos de alrededor de 40 años. Generations and politics [Kent Jennings y Niemi, 19811 es un estudio escalo- nado realizado en los Estados Unidos toman- do como base a un grupo de alumnos de bachillerato de entre 17 y 18 años de edad y a sus padres; a todos ellos se les presentó un cuestionario en 1965 y se los entrevistó nueva- mente ocho años más tarde, en 1973.

Los estudios difieren en varios aspectos importantes. En realidad su propósito era diferente, ya que el estudio norteamericano se interesaba fundamentalmente en la estabili- dad y el cambio, y el estudio británico en establecer cómo llegan los individuos a la decisión de votar o no, y por quién votar en caso de una opción afirmativa, rastreando para ello particularmente el papel desem- peñado en esta decisión por los factores demográficos y el ejemplo de los padres, por

una parte, y por las actitudes, expectativas y objetivos de los individuos, por otra.

En la primera parte del estudio norteame- ricano se analiza el grado de conocimiento que poseían los jóvenes sobre la opción electo- ral y su afinidad con ciertos partidos e ideas políticas de sus padres, y la medida en que todo ello hallaba eco en sus propias concep- ciones políticas. La segunda serie de entrevis- tas, ocho años después, sirvió para arrojar más luz sobre la influencia de los padres y de la educación postescolar, y deparó asimis- m o una excelente oportunidad para examinar hasta qué punto los cambios en el clima de la sociedad -como los acaecidos entre los turbu- lentos años de la segunda mitad del decenio de 1960 y los primeros del decenio de 1970- se reflejaban en los puntos de vista de las dos generaciones.

Presentamos estos dos estudios juntos porque ilustran diferentes facetas del proceso de socialización política. Ambos cubren un periodo más extenso que otros estudios escalo- nados llevados a cabo en este ámbito y no se limitan a examinar un solo modelo de influen- cia. Este examen de modelos alternativos es esencial si quieren deducirse principios gene- rales de este tipo de estudios cuyo valor, dado que por naturaleza se ocupan de acontecimien- tos ya pasados, depende de la medida en que pueda detectarse un orden subyacente bajo los caprichos de los acontecimientos colecti- vos y los personales.

miento electoral se superpuso a un estudio más amplio iniciado en 1951 y en el que los participantes eran adolescentes varones de entre 13 y 14 años de edad, de familias de clase media y baja, asistentes a escuelas secundarias estatales en los suburbios de Lon- dres [Himmelweit y otros, 1969; 1971].4 Como 1951 fue año de elecciones, se preguntó a los adolescentes cómo hubieran votado en el caso de haber tenido edad para ello. Nueve de cada diez fueron capaces de mencionar el partido que preferían. Relacionando las prefe- rencias de los adolescentes con el voto de los padres pudo evaluarse el impacto de la influen- cia de los padres, en un momento en el que

El estudio británico sobre el comporta-,

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Transmisión de valores politicos a través de un “baratillo abigarrado de sentimientos”. Britania, John Bue1 y Un penny. Henri Cartier-BressoniMagnum.

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260 Hilde T. Himmelweit

ésta probablemente se hallaba en su apogeo, y seguir luego su erosión a lo largo de un periodo de veinte años.

Once años después, en 1962 y a la edad de 25 años, se entrevistaba nuevamente a 450 de los 600 adolescentes de la muestra inicial, y se les interrogaba acerca de sus aspiraciones y logros educativos y profesionales, sobre la imagen que poseían de sí mismos, sobre el autoritarismo, las prioridades que daban a determinadas metas y valores, sobre sus acti- tudes políticas, así como sobre su primer voto en 1959, a los 21 años de edad. Posterior- mente, tras las elecciones generales de 1964, 1966, 1970 y de octubre de 1974, se volvió a tomar contacto con los entrevistados para inquirir si habían votado, por quién y por qué razones.

A la edad de 25, 33 y 38 años (1962, 1970 y 1974), los encuestados contestaron también preguntas acerca de sus empleos y de su historial educativo, sobre sus valores y objeti- vos en la vida, así como sobre sus actitudes respecto a determinados grupos (estudiantes e inmigrados), a instituciones importantes (gran- des empresas, sindicatos, policía), a principios defendidos por los liberales (pena capital, legalización de la homosexualidad entre adul- tos consintientes, inmigración, manifestacio- nes, armamento de la policía, etc.), y sus opiniones sobre los problemas político-econó- micos que tradicionalmente separan a los partidos laborista y conservador (nacionaliza- ción, control de sindicatos y de grandes empre- sas, servicios sociales). Los entrevistados expusieron asimismo sus reacciones a ciertas propuestas de orden político presentadas en las plataformas de los partidos (por ejemplo, la venta de viviendas municipales a los arren- datarios). En total se abordaron más de veinte puntos en 1962 y más de treinta en 1970 y en 1974.

Para evaluar correctamente el papel que cumplen los conocimientos adquiridos de un individuo en las decisiones electorales, era preciso recoger una muestra de sus reacciones sobre una cantidad importante de temas políti- cos. Además, aunque cada elección tiene sus temas, algunas cuestiones del pasado conti-

núan a menudo ejerciendo influencia. Por esta razón, se trató de conocer en el estudio la opinión de los entrevistados sobre ciertos planteamientos y propuestas puestos de relieve por los partidos en una elección deter- minada, así como aquellos que habían sido importantes en elecciones anteriores.

El periodo cubierto por nuestro estudio representa una fase de la vida (de los 20 a los 35 años de edad aproximadamente) de consi- derable importancia para muchos de los entre- vistados, tanto en el aspecto profesional como en el personal. Fue también un periodo de profundo cambio en el país; en los quince años que pasaron hubo seis elecciones, y tres cambios de gobierno.6 Los encuestados vota- ron las dos primeras veces (1959, 1964) en un periodo de relativo optimismo económico, y la última vez (1974) en un momento de decaimiento económico, de elevado desem- pleo y de inflación creciente. Hubo un aumen- to en el número y en la gravedad de las huelgas y se registraron ciertas restricciones a la entrada de inmigrantes. Los años referidos presenciaron también cambios en el sistema estatal de enseñanza secundaria (pasaje de un sistema dividido a otro más global), y conocie- ron la abolición de la pena de muerte, la liberalización de las leyes sobre la homosexua- lidad y el aborto, el crecimiento del movi- miento feminista y del de protesta contra la guerra de Viet Nam, la conclusión de esa guerra, la crisis del petróleo, la entrada del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea en 1971 y la escalada del conflicto de Irlanda del Norte. La enumeración de los cambios ocurridos sena interminable; algu- nos, como la inflación, el desempleo y las huelgas, afectaban directamente las vidas de nuestros entrevistados, mientras otros, como la entrada en la Comunidad Europea, pare- cían al principio más remotos.

Debido a que la investigación se super- ponía a un estudio de mayor envergadura, se pudo disponer de más información de lo que es habitual en estudios sobre las elecciones, y gracias a ello fue posible situar las actitudes políticas en su contexto, y de paso confirmar la opinión de Almond y Verba [1963] y de

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La socialización política 261

Strumpel [1976], según la cual las actitudes que se adoptan frente a las opciones políticas tienen sus raíces en la visión general de los votantes sobre sí mismos y sobre la sociedad. Ciertas mediciones sobre el autoritarismo y sobre las prioridades concedidas por los en- cuestados a las aspiraciones personales y colec- tivas abonan en efecto esa opinión.

El hecho de que los encuestados fueran todos de la misma edad, pero que difirieran en cuanto a su procedencia, educación y estatus social resultó ser una ventaja decisiva. En efecto, no sólo su socialización política se había producido en el mismo periodo de la historia del país, sino que además podíamos estudiar su opción electoral desde el principio y seguir más metódicamente el papel cum- plido por su vinculación partidista, por el historial de sus votaciones y por sus actitudes que en una muestra representativa que com- prendiese desde votantes primerizos a votan- tes que pudieran haber votado diez veces o más. Pero generalizar a partir de una muestra tan pequeña y poco representativa tiene tam- bién, por supuesto, desventajas evidentes. Para poder establecer la aplicabilidad general de nuestras conclusiones analizamos nueva- mente los dos estudios representativos sobre las elecciones en el Reino Unido de 1970 y 1974 [Butler y Stokes, 1974; Crewe y otros, 19771 y la encuesta escalonada en siete años llevada a cabo por Butler y Stokes, que se inciara como un estudio representativo cu- briendo tres de las seis elecciones incluidas en nuestro propio estudio. Los resultados de estos análisis confirmaron la validez del mo- delo de opción electoral que nosotros some- tíamos a prueba.

El mejor modo de explicar este modelo es confrontarlo con el modelo de Michigan [Campbell y otros, 19601, que goza de acepta- ción general y que fuera confeccionado en los Estados Unidos después de practicadas las primeras encuestas sobre elecciones nacio- nales de la década de 1950.’ En vista de la ignorancia política generalizada, de la falta de interés del electorado y de su disposición a votar por un partido con cuyos o.bjetivos no estaba de acuerdo, Campbell y sus colegas

dedujeron que la opción electoral estaba me- nos influida por las opiniones del individuo que por la identificación con un partido adqui- rida inicialmente en el hogar a través del ejemplo de los padres, dando lugar a lo que Key [1966] denominara “una decisión perma- nente”. La lealtad hacia un partido, como los modales, se adquieren en el hogar. Se consi- deró también que otros grupos de referencia posteriores, principalmente referidos al esta- tus y a la movilidad social, pudieran ejercer alguna influencia, pero lo mismo que con los padres del votante, su influencia se consideró más bien directa sobre el modo efectivo de votar, más que una influencia indirecta que afectase las actitudes y las opinones políticas que a su vez pudieran influir en la opción electoral. “Una persona piensa políticamente según su posición en la sociedad” [Pomper, 1975, p. 161. La identificación con un partido cumple una doble función: facilitar la opción electoral y actuar como un barómetro político para evaluar la mayor o menor plausibilidad de las propuestas políticas, separando el trigo de la paja.

Si bien es cierto que una fuerte convic- ción sobre un tema podría cambiar a veces la filiación partidista de un individuo, Campbell y sus colegas concluyeron en los años cin- cuenta que: “La influencia que sobre las actitudes tiene la identificación con un partido es mucho más importante que la influencia de esas actitudes sobre la identificación misma.”

Un modelo electoral El modelo que proponemos aquí es distinto. Otorga un lugar de preferencia no a la iden- tificación con un partido, sino a los conoci- mientos del individuo. En realidad no hemos encontrado razones suficientes para probar que esta decisión concreta deba tratarse dife- rentemente de otras, postulando una fuente única y permanente de influencia y relegando los conocimientos a un puesto secundario. Muy por el contrario, hemos comprobado que la decisión es influida por una diversidad de factores cuya importancia varía con las circuns- tancias individuales, con los problemas del

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Preferencias de los padres - - - - - - - + Hábito en el pasado

Antecedentes personales a,

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Opción electoral

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Grado de la influencia: elevado -b

moderedo-- - - - - - + + débil --- -

a. Entre los antecedentes personales se cuentan la extracción social, la educación de los padres, la edad, el sexo, la educación y la movilidad inter e intrageneracionai del interesado. b. Influencia del vecindario, los amigos, el cónyuge, el lugar de trabajo, los medios de comunicación y el ambiente general de sociedad.

FIG. 1: U n modelo electoral cognoscitivo o de consumo

país y con la índole de las plataformas de los partidos. Este modelo presupone un votante sensible, con criterio propio, más que un votante dependiente. Hemos denominado este modelo el “mode-

lo electoral de consumo” no para sugerir que los partidos se distinguen sólo por su envolto- rio, sino para destacar la similitud en el proceso de decisión entre la compra de artícu- los para el consumo y la “compra” de un partido en periodo electoral. Los votantes buscan la mejor correlación (o la menos mala) entre sus actitudes y convicciones y las plata- formas de los partidos, y esto independiente- mente de si la información que posee el votante sobre la posición de los partidos es meticulosa o superficial, o si sus ideas son transitorias o estables.

El modelo incorpora la identificación con los partidos, el hábito de votar por un partido y la influencia de grupos de referencia impor- tantes, pero les asigna un papel diferente en comparación con el asignado por Campbell.

La identificación con un partido pasa a ser simplemente una preferencia entre muchas; la opción final se basa en una amalgama de preferencias o de consideraciones prácticas, escogiéndose el partido que ofrece un mayor grado de utilidad. Dos factores parecen ejer- cer una influencia directa pero más variable que las actitudes: por una parte, el hábito de votar por un partido, o sea el comportamiento electoral del pasado, que, continuando con la analogía del consumidor, es similar a esa fidelidad que contraemos a menudo hacia una marca o una tienda determinada; y, por otra parte, la influencia de las ideas y opciones de grupos de referencia importantes, que sena análoga a la forma en que el modo de vida de amigos o colegas afectan el propio.

Aun cuando descubrimos que muchas de las actitudes se mantuvieron notablemente estables durante un periodo de ocho años, el modelo mismo no exige tal estabilidad. Cada convocatoria electoral es como salir nueva- mente de compras; el consumidor encuentra

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Mesa electoral en Nueva York con sistema de votación electrónico. J.-P. Laffontisygma

artículos ya conocidos junto a otros nuevos, algunos de ellos perennes, otros envejecidos y aun otros impecables en sus bonitos envolto- nos.

Para establecer la mayor validez del mo- delo comercial con respecto al de Michigan, debieron satisfacerse ciertas condiciones. Es- tas condiciones se reunían plenamente en nuestra muestra, y fueron confirmadas en las encuestas representativas sobre las elecciones británicas de 1970 y 1974 y en la encuesta escalonada de Butler y Stokes (1963-1970). Estas condiciones eran cinco. Primero, tenía que haber una cantidad suficientemente impor- tante de votos “flotantes” para que hubiese algo que explicar. En efecto, la votación “flotante” resultó ser predominante, más bien la norma que la excepción. Sólo el 31% votó del mismo modo en las seis ocasiones. Hubo ochenta emisiones distintas de voto entre los 178 encuestados, en las seis elecciones, y hasta 188 entre los 750 hombres y mujeres de la encuesta escalonada de Butler y Stokes,

cuyo estudio abarcaba tan sólo cuatro convoca- torias electorales.

Segundo, la identificación con un partido u otro por parte de los votantes consecuentes en comparación con los votantes flotantes debía ser menor, y ése fue el caso.

Tercero, las actitudes debían poder prede- cir sistemáticamente la opción del votante mejor que la identificación con algún partido, los escrutinios pasados o el comportamiento electoral anterior del votante. Obsérvese que exigimos aquí la confirmación del papel desem- peñado por los conocimientos personales en elecciones celebradas en diferentes circunstan- cias económicas y políticas. El grado de preci- sión fue elevado. Mediante el análisis de las actitudes se predijeron alrededor del 90% de los votos emitidos para los dos principales partidos, y ello de una manera más constante que mediante el análisis del comportamiento electoral anterior del votante.

Cuarto, nos era preciso demostrar que el nexo causal iba de las actitudes a la opción

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electoral, esto es: a) que una actitud poco conforme con la de la mayoría de los votantes de un partido inducina a la defección en las elecciones siguientes y b) que en el caso que un individuo cambiara de opinión sería más probable que cambiara también luego su voto, pasándose, entre dos elecciones, a un partido más en consonancia con su nueva visión.'

Por último, actitud y comportamiento electoral anterior del votante debían contri- buir independientemente a la predicción de la opción electoral.

El estudio es descrito más completa y detalladamente en otro trabajo [Himmelweit y otros, 19811. A los efectos del presente artículo vamos a concentrarnos en aquellos aspectos de la investigación que estudian el papel desempeñado por grupos de referencia importantes a la hora de influir en la decisión electoral.

Elementos de comparación

El estudio de Kent Jennings y Niemi [1981] comenzó, como el nuestro, con un solo grupo de edad, aunque algunos años mayores, consti- tuyendo en 1965 una muestra nacional de más de 1.500 alumnos de cursos superiores de bachillerato de entre 17 y 18 años de edad. El 84% de los padres (el padre o la madre) de cada estudiante también respondió a los mis- mos cuestionarios. Ocho años más tarde, el 81% de los referidos estudiantes y el 76% de sus padres participaron en la encuesta nueva- mente. (La mayoría fueron entrevistados; sólo los que vivían demasiado lejos respondie- ron a cuestionarios.)

El estudio, que es único en su alcance, cubre diversos aspectos: identificación con partidos; votación; empleo de los medios de comunicación; interés por los asuntos públicos (desde los internacionales hasta los locales); amplitud y forma de participación y de com- promiso políticos (incluso si al describir a un buen ciudadano se hace referencia a la activi- dad política) ; conocimientos políticos (por ejemplo, a qué partido pertenecía Roosevelt); eficacia o impotencia política en el plano

personal (si los individuos creen que compren- den las cuestiones y planteamientos políticos); eficacia política en el plano externo (si el individuo piensa que el gobierno se preocupa de lo que piensa el votante y que el público puede afectar las decisiones políticas) ; acti- tudes ante una serie de preguntas políticas escogidas (por ejemplo, la integración esco- lar, el derecho a hablar sin ambages contra la iglesia y la religión, los rezos en la escuela, el derecho de un comunista debidamente elegido a asumir un cargo público) y, por último, actitudes del grupo de entrevistados respecto a diversos grupos sociopolíticos (por ejemplo, católicos, protestantes, negros, judíos, blan- cos, sindicatos y grandes empresas).

Tal como nosotros comparamos en nues- tro estudio el cambio en las actitudes políticas de los individuos con el cambio en su visión general de la sociedad, Kent Jennings y Niemi también establecieron una comparación entre el grado de cambio político y el cambio sobrevenido en otros ámbitos a lo largo del mismo periodo, en este caso con el cambio en la asistencia a la iglesia, las creencias religio- sas, la confianza en los demás, la eficacia personal y la confianza en sí mismo.

En el estudio norteamericano, la mayoría de los padres habían nacido antes de la época de la gran depresión y habían vivido la segunda guerra mundial. Sus hijos estaban en los cursos superiores del bachillerato en la época de mayor apogeo del movimiento de protesta estudiantil. Muchos partieron luego a la guerra de Viet Nam. El estudio abarca, pues, igual que el nuestro, el periodo de los años sesenta, que, como los autores lo indi- can, produjo una ruptura generacional más pronunciada de lo que venía siendo habitual en tiempos menos turbulentos.

La influencia de los padres se estimó mediante el grado de concordancia (similitud de pares) entre la orientación y las actitudes políticas de los padres y de sus hijos. A los 18 años de edad se daba una concordancia apreciable en tres áreas: en la preferencia por un partido (opción electoral de los padres e intención electoral de sus hijos si hubiesen votado en las elecciones de 1964 de haber

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La socialización política

Mesa electoral británica. Seiwyn TaitiSygma

tenido edad suficiente para ello), en la prefe- rencia por algún partido y en algunos aspectos del conocimiento político. Respecto a las demás opiniones y actitudes políticas, el grado de concordancia no llegaba generalmente a un nivel estadísticamente significativo.

Los datos de la segunda parte de la encuesta (1973) permitieron a Kent Jennings y Niemi comprobar los efectos diferidos de la socialización y apreciar asimismo si exis- tía mayor concordancia una vez llegados los hijos a la edad adulta, es decir si se daba un mayor acuerdo, en comparación con 1965, entre las ideas y los puntos de vista de los padres en esa fecha y los de sus hijos en 1973, y entre los de ambas generaciones en 1973. No ocurrió ni lo uno ni lo otro; bien por el contrario, si algo se puso en evidencia fue que las respuestas se habían tornado aún

más disímiles, y, además, que fueron menos los jóvenes que, una vez en edad de votar, siguieron los pasos de sus padres en cuanto a la opción electoral o a la identificación con un partido.

No se comprobó tampoco un mayor acuerdo en aquellos hijos que mantenían más contacto con sus padres, que todavía vivían en el hogar paterno y no se habían casado, ni se apreció gran variación según la edad de los padres, ni según la cordialidad de las rela- ciones entre padres e hijos.

El estudio británico lleva el análisis un poco más lejos. Se observa también en él que la imitación del voto de los padres era mayor en la adolescencia que en la primera edad adulta. A los 13 años, la opción electoral hipotética de los adolescentes tomaba como modelo la de sus padres.

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FIG. 2. Distribución porcentual de los votos de la muestra agrupados según la condición social del padre y el estatus profesional de los hijos a los 27 y 37 años de edad. El

orden se inicia cronológicamente con el voto de los padres, seguido por la preferencia partidista del adolescente y sus opciones electorales en 1964 y en 1974

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Los datos hicieron posible examinar el efecto de las presiones contrapuestas en la adolescencia y en la edad adulta. La imitación era mucho más reducida allí donde el padre y la madre optaban por distintos partidos; en esto casos, la opción electoral de la madre resultó ser más influyente. El estudio nortea- mericano, tanto como los realizados en mu- chos otros países incluido Japón [Kubota y Ward, 1970; Sears, 19741, confirma la mayor influencia de las preferencias maternas en relación con las paternas.

El medio del adolescente, la vecindad y la escuela ejercen también una influencia. Allí donde el voto del padre se hallaba en discre- pancia con su estatus social (es decir, cuando votaba a los laboristas perteneciendo a la clase media o a los conservadores siendo de clase obrera), la imitación se reducía a la mitad, mientras que donde existía divergencia entre los modelos ofrecidos por el padre y la madre, las influencias de la escuela hacían inclinarse a un lado u otro la balanza, propor- cionando entonces lo que Hyman [1959] des- cribe como “el tenor de un subsistema”.

Orum [1972] y Sears [1974] han indagado la razón. por la .que en la década de 1960 fueran tan pocos los jóvenes que se apartaron de la postura política de sus padres cuando, en otras esferas de la vida, parecían hacerlo con mucha más frecuencia; es decir, ¿por qué se recurría tan raras veces a la política como un medio de rebelarse contra la autoridad paterna? ¿Es porque en la mayor parte de los hogares la política importa poco?, ya que para que la rebelión valga la pena es menester que le importe a alguien. Nosotros examinamos esta hipótesis. Mientras que en el estudio de Kent Jennings y Niemi la intimidad de las relaciones padres-hijos parecía no afectar el grado de emulación, en nuestro estudio sí lo afectaba, pero sólo a condición que se dieran dos factores adicionales: el interés del padre por la política y las buenas relaciones entre padres e hijos; entonces la imitación alcan- zaba su cota más alta. Era menor cuando los padres se interesaban por la política pero las relaciones entre padres e hijos eran deficien- tes.

Aunque la influencia de los padres se reducía mucho una vez alcanzada la edad adulta, no desaparecía. Abramson [1973], con el auxilio de la encuesta sobre las elecciones británicas de 1964, demostró que, entre los individuos socialmente móviles, el voto del padre era el que parecía determinar si los hijos votaban más en consonancia con su clase de origen que con su clase de llegada. Entre la clase obrera con movilidad ascendente, el 86% de los entrevistados cuyo padre había votado a los conservadores se consideraban conservadores ellos mismos, en comparación con sólo el 34% de aquellos cuyo padre había votado a los laboristas.

El estudio de Abramson recurre a un amplio grupo de edad cuya movilidad puede haber tenido lugar en diferentes periodos de la vida, lo cual hace difícil distinguir entre los efectos de la movilidad y los cambios sobreve- nidos en el ciclo normal de la vida. Nuestro estudio arroja más luz sobre este punto. No sólo los encuestados eran todos de la misma edad, sino que además disponíamos de datos sobre su estatus social adulto en dos momen- tos distintos, a diez años de intervalo, es decir a la edad de 27-28 y 37-38 años respectiva- mente, lo que permitió examinar por sepa- rado la influencia de la movilidad inter e intrageneracional. Dividimos la muestra en cuatro grupos: dos grupos de clase media y clase obrera estables y otros dos de clase obrera con movilidad ascendente, uno cuya movilidad se produjo al principio de su vida profesional y otro cuya movilidad sobrevino posteriormente (figura 2).

En la figura 2 se presentan los resulta- dos, que resultan interesantes en diversos aspectos. Por una parte, nada parece probar que haya habido una socialización anticipante. El voto de los padres no variaba con el posterior historial profesional de sus hijos.

El efecto de la movilidad intergeneracio- na1 difería según que la movilidad ocurriera al principio de la vida profesional del hijo o después de pasado algún tiempo. Pero esto a su vez variaba: cuanto más tarde se produ- jera la movilidad, menor era el efecto.’ La opción electoral y la movilidad social de los

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padres también ejercían una influencia sobre la disposición de los individuos a identificarse con algún partido determinado. Allí donde la movilidad se producía más tarde y los padres habían votado por los laboristas, es decir, donde había varias presiones contrapuestas en acción, hasta un 30% eran incapaces de expresar una identificación con algún partido, en contraste con el 10% del resto de la muestra. Por otra parte, la fuerza de imitación varia-

ba también según el partido elegido. La clase media se identificaba más con los conserva- dores que la clase obrera con los laboristas, lo mismo que, a los 13 años de edad se había dado mayor imitación de la opción electoral de los padres cuando éstos habían votado por los conservadores que cuando habían votado por los laboristas. Nosotros habíamos compro- bado que los votantes conservadores eran menos conscientes de los problemas y de los asuntos políticos controvertidos que los votan- tes laboristas, posiblemente porque votar por un partido que, relativamente hablando, pro- pugnaba el cambio (el partido laborista) tal vez requiriera un mayor ajuste entre las actitudes de los votantes y la plataforma del partido que cuando el individuo vota por un partido que más bien defiende el statu quo.

El ejemplo electoral de los padres ejerce, entonces, una influencia moderadora, como una especie de arraigo cuando los cambios de estatus social o la pertenencia a un grupo estimulan a los hijos a adoptar preferencias políticas distintas.

En nuestro estudio también examinamos la relación existente entre clase social y voto, y, en la misma línea que los estudios sobre las elecciones británicas [Butler y Stokes, 19741, comprobamos que era poco significativa. Des- cubrimos que las actitudes guardaban menos relación con el estatus social, con la educación o con la movilidad social que con la idea general que los individuos se hacían de la sociedad, su autoritarismo y las prioridades concedidas al éxito personal y a los objetivos sociales (comprender y transformar la socie- dad).

Pero, y éste es el punto interesante, las

prioridades que los individuos concedían a diferentes objetivos aparecían influidas por su historia laboral. Los procedentes de familias de clase obrera que habían conseguido alguna movilidad social concedían más importancia al éxito personal de los 30 años de edad en adelante que entre los 20 y los 30. Por otra parte, los que habían permanecido en la clase obrera y tenían pocas expectativas de movili- dad social ya pasados los 30 años, se confor- maban con la situación concediendo al éxito personal menos importancia que antes.

El estudio norteamericano de Kent Jen- nings y Niemi demostraba que la fuerza de la imitación de la opción electoral y de la iden- tificación con algún partido cornz la misma suerte que la de la aceptación de las creencias religiosas de los padres y de sus opiniones sobre la divinidad de la Biblia. El estudio ofrece otras observaciones esclarecedoras del proceso de socialización. Uno de los fines primordiales de los autores era conocer los ritmos relativos del cambio acontecido en el tiempo en las dos generaciones, tanto a nivel individual como general, ya que los dos nive- les no son iguales. A nivel general puede haber estabilidad porque los puntos de vista de la gente no cambian o porque aunque la gente haya cambiado, io hace en diferentes sentidos, anulando entre sí los cambios.

Kent Jennings y Niemi tomaron en consi- deración tres modelos de cambio que no son mutuamente excluyentes, a saber: El modelo del “ciclo de vida”, según el cual

las dos generaciones podían estar más próximas en 1973 que en 1965 simple- mente porque el joven, ya adulto, al enfrentarse con responsabilidades análo- gas a las de los padres comienza a adoptar puntos de vista semejantes.

El modelo de las “generaciones”, según el cual los periodos diferentes de socializa- ción conducen a la formación de distintas maneras de ver la sociedad, que se man- tienen a lo largo del periodo estudiado.

El modelo de los “efectos históricos o de la época”, que dice que los acontecimientos que se producen en la sociedad (por ejemplo, la guerra de Viet Nam, el

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La socialización política 269

FIG. 3. Modelos de efectos generacionales

Panel de los padres

Panel de los jóvenes ------- ---- Curso final de secundaria

1965 1973

1965 1973

a. Efectos del ciclo de vida: el panel de jóvenes es convergente con el panel de los padres; los grupos de jóvenes permanecen invariables.

1965 1973

6. Efectos del ciclo de vida y efectos de generación: el panel de los jóvenes es convergente con el panel de los padres; los grupos de jóvenes son divergentes.

1965 1973

c. Efectos de la época: las generaciones comienzan y continúan de manera idéntica a lo largo de todo el periodo

1965 1973

d. El grupo de 1973 representa a una nueva genera- ción; no bay cambios en lo referente a los panels de jóvenes y de padres; cambio para los grupos de jóvenes.

e. Los grupos de 1965 y 1973 corresponden a las nuevas generaciones: se mantiene la distancia entre el panel de jóvenes y el panel de los padres; cambio en lo referente a los grupos de jóvenes.

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FIG. 4a. Identificación con un partido y forma de voto

1965 1973

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Identificación con un partido : independiente.

FIG. 4b. Confianza política

1965 1973 % 1965 1973

58

EI gobierno se ejerce en beneficio de todos. Casi todos los que ejercen funciones gubernamentales saben lo que hacen.

Panel de los padres - - - - - - - Panel de los jóvenes - - - - Curso final de secundaria

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FIG. 4b. (cont.)

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No muchos o casi ninguno de los que ejercen funciones gubernamentales son deshonestos.

El gobierno presta mucha o algo de atención a lo que piensa el pueblo.

FIG. 4c. Confianza en los demás

% 1965 1973

Se puede confiar en la mayoría de la gente.

% 1965 1973

Panel de los padres

Panel de los jóvenes

Curso final de secundaria

------_ ----

La gente procura colaborar.

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FIG. 4d. Eficacia personal: confianza en sí mismo

% 1965 1973 35

70

55

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25

Panel de los padres

------- Panel de los jóvenes - - - - Curso final de secundaria Estoy bastante seguro que la vida tomará el giro que deseo.

escándalo de Watergate, la recesión) ejer- cen una influencia que afecta a todos los miembros de esa sociedad, aunque el efecto sea más acusado en el caso de los jóvenes que en el de la generación más madura.

Para diferenciar concretamente los efectos de la generación y los de la época, Kent Jennings y Niemi recurrieron a una tercera fuente de datos que habían recogido. Además de la encuesta de los jóvenes y de los padres que hasta ahora hemos mencionado, también sometieron el cuestionario de 1965 a todos los alumnos del último curso de 97 escuelas, lo cual arrojó una cifra no ponderada de más de 20000 personas, y el cuestionario de 1973 a todos los alumnos del último curso del bachillerato de 1973 en 88% de las mismas escuelas de las que se habían valido en 1965, lo cual dio una muestra de más de 16 O00 per- sonas. Estas dos muestras constituyen los grupos de jóvenes de 1965 y 1973. Al disponer a la vez tanto de datos sincrónicos como diacrónicos,’ recogidos en dos momentos dife- rentes, los autores pudieron distinguir entre los cuatro tipos de efectos que se presentan

gráficamente en la figura 3, o sea, los efectos del ciclo de vida (figura 3 a); los efectos del ciclo de vida combinados con los efectos generacionales: la encuesta de los jóvenes converge con la de los padres, los grupos de jóvenes divergen (figura 3 b); el efecto de la época (la de 1973 constituye-una nueva genera- ción que se distingue netamente del grupo de jóvenes de 1965, así como de las dos encues- tas, figura 3 c); y, último, tanto la de 1965 como la de 1973 son generaciones nuevas; la distancia generacional persiste entre las en- cuestas de los jóvenes y la de los padres, además de una diferencia entre los dos grupos de jóvenes, el de 1965 y el de 1973 (figura 3 d). La figura 4 (a, b y c) ilustra la fuerza del

efecto de la época, mostrando una disminu- ción en la identificación con partidos y un aumento del número de “independientes” (figura 4 a), así como un marcado descenso de la confianza política e incluso de la confianza en los demás (figura 4 b y c). El periodo comprendido entre 1965 y 1973 fue testigo de una nueva reducción en el ya escaso interés de los jóvenes por la política y por las actividades

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políticas. Estos cambios son mucho mas signifi- cativos cuando se los contrasta con la ausencia de cambio que se aprecia en la evaluación de la eficacia personal (figura 4 d). La generación madura distaba mucho de

permanecer inmune a los efectos de la época; en algunos casos cambiaron más que el con- junto de jóvenes observados en la encuesta, en otros algo menos, pero cambiaron. Los efectos del ciclo de vida fueron escasos, nada sorprendente quizás puesto que el estudio concluía apenas los jóvenes entraban a la edad adulta. La eficacia política, la confianza en las instituciones políticas y en los demás descendieron marcadamente durante el perio- do en cuestión. Si este proceso continúa, y tenemos pocas razones para suponer que el mundo sea hoy percibido como más benigno que en 1973, ello debería ser motivo de seria preocupación, dado el nexo que existe entre la participación y la eficacia política.

Kent Jennings y Niemi también estudia- ron el efecto de la educación. Ellos sostenían la hipótesis de que aquellos que habían reci- bido educación de nivel superior o universita- rio cambiarían más entre 1965 y 1973 que los que no se habían beneficiado de una educa- ción de ese tipo. No resultó ser así, sin embargo, no porque no hubiese diferencias entre estos grupos en la manera de ver la política o de participar en ella, sino porque estas diferencias ya podían apreciarse cuando ambos grupos cursaban el bachillerato. Estos resultados indican que, sin contar con otras pruebas independientes, no puede presumirse que una experiencia educativa determinada, por ejemplo la universitaria, sea la causa de las diferencias obtenidas. Backman y sus cole- gas, en la obra Youth in transition [1975], demostraron que las significativas diferencias entre quienes abandonaban los estudios y los demás, diferencias apreciadas cuando se les entrevistó de nuevo a los pocos años de abandonar las aulas, estaban ya presentes cuando los jóvenes aún asistían a la escuela, y pueden en realidad haber constituido una de las causas del abandono de los estudios, más bien que un efecto del mismo.

Evaluación del proceso de socialización política El término “socialización política” puede apli- carse también ventajosamente a los adultos. Los dos estudios aportan claros testimonios sobre la influencia de los grupos de referencia y del clima general de la sociedad, tanto en los adultos como en los jóvenes.

Los estudios llaman la atención sobre una influencia socializante concreta que no ha sido objeto de suficiente atención en otros trabajos sobre la socialización, a saber: la influencia del clima político, económico y social de la sociedad y sus cambios. El estudio de Kent Jennings y Niemi no sólo destaca la importan- cia de estas influencias, sino que pone tam- bién de manifiesto que ellas afectan a los mayores de cincuenta años tanto como a los jóvenes.

Los grandes temas que se debaten en el país tienen una historia que es preciso tomar en cuenta cuando se quiere entender el signifi- cado de las actitudes de los individuos. Una vez que una actitud expresada por algunos pocos llega a ser ampliamente adoptada, esa actitud reviste el carácter de una representa- ción social, como sostiene Moscovici. Cuando esto sucede, la relación de esa actitud con otras actitudes y con el comportamiento cam- bia. Por ejemplo, en 1962, la mayoría de los encuestados de nuestra muestra se declaraban contrarios a la liberalización de la legislación sobre la homosexualidad. La legislación se modificó, con lo cual dicha forma de comporta- miento dejó de constituir un delito. Entrevista- dos de nuevo sobre sus opiniones ocho y doce años después, la mayoría de los que inicial- mente se oponían se había avenido a aceptar el cambio. Como consecuencia, y esto es lo que nos interesa, la relación entre las opi- niones de los individuos sobre este y otros temas “liberales” (por ejemplo, la inmigra- ción, el trato a los trangresores de la ley), que en 1962 había sido estrecha, disminuyó marca- damente.

Cuando los científicos políticos o los psicólogos emplean escalas para medir la manera como un individuo ve la sociedad (por

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ejemplo, su autoritarismo), es especialmente importante tomar en cuenta la evolución de los grandes temas que se debaten. Por ejem- plo, debido a la influencia del movimiento feminista de la década de 1960, afirmaciones tales como “son los maridos y no las esposas los llamados a decir la última palabra en las cuestiones de familia”, o “el padre es la persona más importante de la casa” son mu- cho menos aceptadas que antes. En consecuen- cia, el hecho de que los encuestados de nuestra muestra pasaran con los años del acuerdo con dichos principios al desacuerdo nos dice poco acerca de su autoritarismo, pero mucho sobre su sensibilidad a los cambios sobrevenidos en el clima social. Sin embargo, los científicos políticos y los psicólogos socia- les tienden a asignar a tales escalas cierta importancia permanente, sin someterlas a una “limpieza general” periódica para determinar hasta qué punto las respuestas dadas conti- núan expresando una orientación general o una predisposición de la personalidad del individuo, o reflejan cambios en la representa- ción social de la sociedad.

La influencia de un factor de socializa- ción, por ejemplo el de la pertenencia a una clase social, no sólo vana de un ámbito a otro, sino que puede crecer o menguar con el tiempo. En la década de 1960, las grandes variaciones que se produjeron en las actitudes y en los modos de vida dentro de las distintas clases desdibujaron y oscurecieron las diferen- cias entre las clases. En comparación con periodos anteriores, se hizo mayor hincapié en la toma de decisiones e iniciativas indivi- duales que en la conformidad con el ejemplo del grupo. La estrecha relación entre la perte- nencia a una clase social determinada y la opción electoral que obtuvimos en nuestra encuesta puede ser muy bien específica del periodo en estudio, y la influencia de la clase social sobre la opción electoral p,uede reafir- marse al sobrevenir problemas económicos y políticos que afecten a una clase más intensa- mente que a otra. En tales circunstancias, la relación de la clase con el voto no sería una relación automática de mera conciencia de clase, como lo sugerían Campbell y sus cole-

gas [1960], sino la consecuencia de una mane- ra compartida de ver la sociedad, generada por problemas comunes. Tal relación podría ser, por lo tanto, específica de cada convocato- ria electoral y del clima generado por los problemas dominantes en cada momento.

Se infiere, por lo tanto, que las diferen- cias de edad, sexo y clase social pueden tener también que ver con la época y el lugar y pueden mantenerse o no según cómo se presente el “panorama de la sociedad”. Aun- que en la primera adolescencia hay más imita- ción del comportamiento de los padres que criterio y visión propios, el individuo manten- drá dicho comportamiento en la edad adulta sólo si es capaz de respaldarlo con actitudes y conocimientos personales bien fundados.

Los estudios confirman la importancia de las presiones contrapuestas cuando se desea evaluar el papel de las distintas influencias socializantes. La divergencia en las ideas polí- ticas del padre o de la madre, o de ambos, con las predominantes en la escuela o en la vecindad durante la infancia tiende a reducir el grado de imitación. El comportamiento electoral de los padres ofrece un elemento de arraigo o una restricción que contrarresta la influencia de los grupos de referencia del adulto.

Los estudios confirman asimismo el punto de vista de Kelman [1974] según el cual existe una interacción continua entre actitudes y comportamiento. El estudio británico pone de relieve que aquellos que en las dos prime- ras elecciones habían votado de igual manera tenían mayor probabilidad de seguir hacién- dolo así, diez años después, mientras que el estudio norteamericano demostró que los alumnos que se habían mostrado política- mente activos en la escuela secundaria eran más consecuentes en sus actitudes ocho años más tarde que los que habían mantenido actitudes iniciales análogas pero que no se habían comprometido en actividades políticas.

U n factor de socialización particular, como puede ser la educación universitaria, puede considerarse fuente de influencias espe- cíficas tan sólo cuando existan otras pruebas sobre la falta de diferencias entre los grupos

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La socialización política 275

Folklore político en Washington: venta frente al Capitolio de recuerdos de la ceremonia de toma de posesión presidencial de Reagan y de comida. ZimberoffiSygma.

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276 Hilde T. Himmelweit

pertinentes antes de ser sometidos a la influen- cia de ese factor. En los estudios sobre socialización política no se toma sin embargo debidamente en cuenta esta precaución.

Los psicólogos sociales, por su parte, parecen ocuparse mucho más de la estabilidad que del cambio. Ahora bien, dada la creciente aceleración del cambio en muchas sociedades, sena más adecuado sin duda postular una apertura de los individuos a nuevas influencias y examinar luego las condiciones en que dicha apertura alcanza su amplitud máxima o se queda en su punto mínimo. Lo que propongo no es simplemente que se analice el mismo fenómeno “al revés”, por decirlo así, sino desde una perspectiva diferente. Si esto se hiciera, el interés debería centrarse en: a) las condiciones que hacen el cambio fácil o difícil, b) las diferencias entre los ritmos del cambio de un ámbito a otro, y c) las diferencias de ritmo según el costo del cambio para el individuo.

Es necesario dar la debida importancia a la obtención de datos del exterior que reflejen los efectos de la época, comparando, por ejemplo, encuestas escalonadas o estudios diacrónicos con estudios representativos a gran escala. Aunque esto raras veces se hace, representa un recurso sumamente eficaz.

Los efectos de la época pueden variar

según los países. Por ejemplo, mientras que en la década de 1960 los jóvenes norteameri- canos mostraron una tendencia menor hacia el compromiso partidista, los de la República Federal de Alemania, Italia y Francia inten- sificaron su adhesión a los partidos. Cameron ha demostrado que en Francia, entre 1958 y 1968, la proporción de mujeres adultas que expresaron preferencia por algún partido aumentó del 43% al 78%. Dada la influencia de las madres sobre las preferencias políticas de sus hijos, la mayor conciencia política de las madres puede muy bien tener repercu- siones políticas.

Finalmente, los principios expuestos aquí a grandes rasgos en relación con el ámbito político pueden tener aplicación en otros campos, entre ellos los que tradicionalmente han venido siendo feudo de los psicólogos de la personalidad. Las expectativas que nacen en el medio ambiente afectan todos los ámbi- tos de la vida. Por eso los psicólogos del desarrollo, de la personalidad y sociales necesi- tan trabajar más estrechamente unidos, y por eso también nosotros propugnamos un enfo- que psicológico de la sociedad que tome debidamente en consideración los efectos de la época y que sea interdisciplinario en su método y en sus planteamientos.

Traducido del inglés

I Notas 1. EI término “socialización política” fue acuñado por Hyman [ 19591. 2. Ejemplos de este enfoque son la obra The authoritarian personality (1950), el estudio de Almond y Verba sobre cinco países [1%3] y el estudio comparativo de Block, Haan y Smith [1969] sobre los estudiantes norteamericanos disidentes y activistas durante la guerra de Viet Nam.

3. Ei anterior y más extenso es el estudio-encuesta realizado en siete años por Butler y Stokes [1974] sobre votantes británicos adultos, consultados escalonadamente entre 1963 y 1970.

4. El estudio previo sobre adolescentes examinaba la interacción del origen social, la calidad de la vida de familia, el sistema británico de enseñanza secundaria dividida, la

educación posterior y el trabajo sobre el concepto de la vida, las aspiraciones y la imagen que el sujeto se forma de sí mismo.

5. Como necesitábamos datos completos, en cada convocatoria electoral posterior tomábamos contacto solamente con aquellos que habían contestado en todas las ocasiones anteriores. Aunque los índices de respuesta entre dos elecciones sucesivas eran muy elevados (del 88 al

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La socialización política 277

72%), al cabo de seis elecciones y quince años sólo quedaba el 40% de la muestra original de 450 participantes de 25 años (N = 178). Más trabajadores manuales que empleados abandonaron, pero, diferencias de clase social aparte, apenas se apreciaban diferencias entre los que quedaron y los que abandonaron, y ninguna con respecto a la opción electoral o a las ideas políticas [Himmelweit y otros, 19811.

6. E n el periodo 1959-1964

estuvieron en el poder los conservadores; en 1964-1970 los laboristas, y en 1970-1974 nuevamente los conservadores.

7. Este modelo fue también utilizado por Butler y Stokes [1974] para explicar el comportamiento del electorado británico.

8. Los apartados a) y 6) fueron ambos confirmados, a) utilizando las probabilidades posteriores derivadas del análisis diferenciador, y 6) llevando a cabo análisis destinados a medir

la evolución de las actitudes de la muestra entre 1970 y 1974.

9. E n 1964, el 18% de la clase obrera estable votó por los conservadores y el mismo porcentaje lo hizo en 1974. D e los que habían experimentado una temprana movilidad en su vida profesional, el 52% votó por los conservadores en 1964, y el 55% en 1974; de los que experimentaron una movilidad más tardía, el 33% votó por los conservadores en 1964 y el 45% en 1974.

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t ./. . 1

mente interesados en las

La cultura organizacional del gobierno: mitos, símbolos y rituales en el caso de Quebec*

, 1

Daniel Latouche

Los especialistas en ciencias políticas sienten periódicamente la necesidad de integrar la “política” dentro de la ciencia politica, preocu- pación que debería revelarnos por sí misma muchos elementos sobre la política, la ciencia política y los especialistas. El conductismo, en su afán de analizar lo que las personas hacen y piensan realmente, vino a ser una reacción contra la creciente dominación ejercida sobre la disciplina por quienes estaban especial-

por los deseos de los organismos de financia- miento y las limitaciones del mercado de trabajo académico han contribuido a insistir en que se estudie el mundo “real” de la política. Como era de esperarse, esta obsesión por la producción amenaza ahora con volverse incontrolable. Basta echar una ojeada a las publicaciones para comprobar la distancia recorrida desde cuando los gobiernos se con- tentaban con “salir del paso”. Según Jones

instituciones formales y en los marcos constitucio- nales. Cuando, a su vez, el conductismo se obse- sionó por coeficientes y cuestionarios, apareció en escena, como el nuevo salvador, la “política pú- blica”, que trataba de res- ponder a los antiguos in- terrogantes sobre kqué trata la política?, ¿qué hacen realmente los go- biernos? Larespuestanor-

Daniel Latouche es profesor adjunto en el Centre d’Etudes Canadiens Françaises de la Universidad McGill (3475 rue Peel, Montreal, P. Q. Cana- dá H 3A 1W7). H a sido consejero político en el gabinete dei primer ministro de Quebec entre 1978 y 1980 y ha publicado L a méthode des scena- rios (1974), Quebec 2001 (1976) y Une société d’ambiguïté (1980).

mal a la segunda pregun- L I - - -

ta sería, hoy, “hacen política”, a no ser que se simpatice con una u otra escuela neomarxista, en cuyo caso la respuesta inevitablemente sería “producen el Estado y su ideología dominante”.

Desde luego, esta nueva preocupación por la política no está completamente determi- nada por la evolución interna de la disciplina. U n sentimiento de frustración por la lentitud de los progresos teóricos, un nuevo respeto

[1977], los gobiernos ac- tualmente observan, defi- nen, reagrupan, organi- zan y representan los problemas, para luego formular, legitimar y se- ñalar soluciones a los mismos. Por Ultimo, orga- nizan nuevamente, inter- pretan, aplican, especifi- can, miden y analizan di- chas soluciones. En ese momento, los problemas se dan por “terminados” y la maquinaria guberna- mental queda lista para

un nuevo ciclo infernal. Concepciones lineales como ésta, con los gráficos y diagramas ade- cuados, se pueden encontrar en la mayoría de

* EI presente artículo forma parte de un proyecto de estudio en curso denominado “Los contextos organizati- vos e históricos del proceso de toma de decisiones en las dependencias públicas superiores”, patrocinado por el Consejo Canadiense de Investigaciones sobre Ciencias Sociales y Humanidades.

@ Daniel Latouche

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280 Daniel Latouche

los textos de introducción a la política pública. Se podría casi descubrir una conspiración para apartar la política de todo nuevo paradigma. Muchos se quejan de que la política ha invadido actualmente todos los sectores de la vida pública y privada. Paradójicamente, para los especialistas en ciencia política es difícil encontrarla y mantenerla dentro de los límites de su disciplina.

Las dependencias políticas: un desierto analítico

Si los gobiernos siguen o no ese esquema tan complicado es un interrogante abierto. Lo que es cierto es el tremendo aumento del número de personas que participan directamente en la concepción y en el funcionamiento del esquema. Se ha escrito mucho sobre el aumento de la burocracia pública y semipú- blica y, en efecto, este subsector de la adminis- tración pública atrae actualmente una mere- cida atención. Lo que no se ha analizado con el mismo empeño es la rápida expansión de las burocracias políticas, es decir, las que se ocupan de dirigir las actividades políticas. E n esta última tarea intervienen dos grupos distin- tos. Los consultores y los ayudantes políticos, que se ocupan principalmente de las elec- ciones y de las campañas electorales. Por otra parte está el personal político, constituido por las personas que trabajan directamente para los funcionarios políticos, cuyas principales responsabilidades son políticas más que orien- tadas hacia un programa determinado. Desde luego, hay un continuo intercambio entre los dos grupos, ya que los consultores que han tenido éxito se convierten en asistentes políti- cos, y los asistentes ya retirados son nombra- dos consultores con excelentes salarios [Sába- to, 1981; Blumenthal, 1980; Nimo, 19701. Ellos son los que viven por la política y para ella, y si queremos saber qué es la política, deberíamos ver en ellos a los profesionales de la política y no a los intrigantes que trabajan entre bastidores para aquellos a quienes todos nosotros concedemos con demasiada facilidad

el monopolio de la política, es decir, los funcionarios elegidos.

En las democracias occidentales, este tipo de personal político ha aumentado desme- didamente durante los últimos veinte años, mucho más que otros funcionarios públicos en general. Según ciertos cálculos efectuados, sólo en el gobierno de los Estados Unidos su número varía de 10000 a 50000, según las categorías que se incluyan. U n intento conser- vador para conciliar los datos de diferentes fuentes [Fox y Hammond, 1977; Malkin, 19791, acerca del personal político esencial- mente no administrativo, arroja el resultado siguiente: Cámara de Diputados 8 000; Sena- do 4000; Organismos de apoyo (Biblioteca del Congreso) 1500; Despacho de la Casa Blanca 300; Despacho Ejecutivo 1 000; Depar- tamentos y organismos 1000, o sea un total de 15 800 personas.

En el Senado, cada senador tenía en 1976 un promedio de 31 personas a su disposición, con variaciones entre 14 y 70. El Comité Judicial del Senado vio aumentar su personal de 19 a 200 entre 1947 y 1948, mientras que el Comité de Trabajo y Recusos Humanos pasó de 9 a 123 personas durante el mismo periodo.

En ninguna dependencia ha sido tan evidente el crecimiento como en el Despacho Ejecutivo del Presidente, que en la Casa Blanca cuenta actualmente con no menos de 600 personas, de un total de 2 O00 asignados a otros destinos. La Oficina de Administración y Presupuesto cuenta con 700 analistas de presupuesto. La duplicación y la superposi- ción de responsabilidades, tan sólo en las estructuras formales, son sorprendentes. En 1980, el Despacho Ejecutivo comprendía una Oficina de Política Interior, un Consejo de Asesores Económicos, un Consejo de Salarios y Precios (abolido posteriormente), y el Des- pacho de la Casa Blanca, un equipo encar- gado de los asuntos y políticas interiores, un consejero sobre asuntos relacionados con los ancianos, un asesor de asuntos étnicos, etc. La variedad de títulos utilizados sería ya suficiente para equipar un ejército mediano: adjunto, adjunto jefe, asesor, asesor princi- pal, consultor, consejero, jefe, secretario,

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La cultura organizacional del gobierno

CUADRO 1. Estructura administrativa de,la Casa Blanca en 1980

281

Asistente del presidente Asistente del presidente a cargo de los asuntos de

seguridad nacional Consejero del presidente Director de despacho de la primera dama Asesor principal del presidente Asistente del presidente a cargo de los asuntos de

Consejero del presidente en materia de inflación Asistente del presidente y director de despacho Asistente del presidente a cargo de las relaciones

Secretario de prensa de la presidencia Secretario del gabinete y asistente del presidente a

cargo de los asuntos intergubernamentales Asistente del presidente Asistente del presidente Asistente especial del presidente a cargo de los

asuntos étnicos Asistente especial del presidente a cargo de los

asuntos administrativos Asistente especial del presidente a cargo de la

gestión de la información Asistente especial del presidente Asistente especial del presidente Consejero especial del presidente Asistente especial del presidente a cargo de los

problemas del consumo Asistente especial del presidente a cargo de los

asuntos hispánicos Secretario del presidente a cargo de las audiencias Consejero del presidente a cargo de los asuntos

Asistente adjunto a cargo de los asuntos de seguri-

Subsecretario de prensa Asistente adjunto del presidente Asistente adjunto a cargo de las relaciones con el

Consejero adjunto Asistente adjunto a cargo de los asuntos de política

Asistente del asistente del presidente Subsecretario a cargo de las audiencias Asistente adjunto del presidente a cargo de los

asuntos intergubernamentales y subsecretario del gabinete

política interior

con el Congreso

relativos a los ancianos

dad nacional

Congreso (Cámara de Diputados)

interior

Secretario de prensa adjunto Asistente adjunto del asistente a cargo de los

Director de la oficina de mensajes de la presidencia Asistente especial a cargo de los asuntos hispánicos Asistente del asistente del presidente Director de proyectos de la oficina de la primera

Asistente adjunto a cargo de las relaciones con el

Subsecretario de prensa

asuntos de política interior

dama

Congreso (coordinación legislativa)

Consejero adjunto Asistente adjunto a cargo de los asuntos de política

Asistente adjunto a cargo de las relaciones con el

Asistente adjunto del presidente Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Congreso (Cámara de Diputados) Asistente personaVSecretario del presidente Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Congreso (Cámara de Diputados) Asistente adjunto a cargo de la coordinación política Jefe de redacción de discursos Secretario de prensa de la primera dama Consejero principal adjunto Secretario de despacho Adjunto a cargo de los asuntos intergubema-

Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Director de la oficina de personal de la presidencia Asistente adjunto de investigación Director de despacho adjunto Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Congreso Asistente adjunto Asistente adjunto del presidente Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Asistente adjunto del presidente Asistente adjunto a cargo de las relaciones con el

Secretario adjunto a cargo de las audiencias Asistente especial adjunto a cargo de los asuntos

administrativos (oficina militar) Asistente especial adjunto a cargo de los asuntos

administrativos (Actividades de la Casa Blanca)

interior

Congreso (Senado)

mentales

Congreso (Cámara de Diputados)

Congreso (Cámara de Diputados)

Congreso

Asistente personal de la primera dama Secretario de asuntos sociales Director adjunto de la oficina de personal de la

Asistente especial a cargo de las relaciones con el

Asistente adjunto Subjefe de redacción de discursos Consejero del “Intelligence Oversight Board” Secretario de prensa adjunto Subdirector adjunto de la oficina de personal de la

Director de programa (de la primera dama) Director de la oficina de visitantes Secretario de prensa adjunto (primera dama) Redactor de noticias Conservador Médico del presidente Conserje jefe

presidencia

Congreso (Coordinación legislativa)

presidencia

Fuente: Office of the Federal Register. U.S. Government manual (198&1981), Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 1980.

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282 Daniel Latouche

t

El simbolismo de la cultura organizacional en la arquitectura: el Parlamento húngaro de estilo neogótico, construido entre 1884 y 1904 e inspirado en el Parlamento británico (1837-1857), ocupa, igual que este último, un sitio privilegiado en Budapest, sobre el rio. Gerard Schachmes-Parimage.

director, presidente, por no nombrar sus dife- rentes ayudantes y consultores delegados (véase el cuadro 1). Los títulos mismos de los hombres y mujeres que trabajan para el presidente revelan un profundo apego a símbo- los, signos y rituales. En muchas burocracias la gran mayoría de esas personas no tendrían título alguno. A nivel federal, los legisladores canadienses

pueden contar con la ayuda de dos mil ase- sores y personal de apoyo. La burocracia de los organismos políticos centrales (Gabinete, Despacho del Primer Ministro, etc.) cuenta en la actualidad con cerca de mil funcionarios [Campbell y Szablowski, 19791. En Bonn, el Despacho del Canciller cuenta con más de quinientos empleados [Mayntz, 19811. En Francia han existido desde el siglo XIX los “gabinetes” ministeriales, y ya en 1900 algu- nos de ellos contaban con treinta consejeros políticos. El palacio del Eliseo cuenta con pocos empleados políticos propios, pero tiene “prestados” más de quinientos de otros depar- tamentos. El primer ministro tiene cien perso-

nas a su disposición [Thuillier, 1982; Rials, 1981~; 1982bl. Aun en Italia, donde no existe formalmente un despacho del primer minis- tro, y, por lo tanto, ni presupuesto ni personal propios, hay más de ochocientos funcionarios de varios ministerios que trabajan para dicho despacho [Cassese, 19811. Sólo el Reino Unido parece haber escapado a esa prolifera- ción. En el número 10 de Downing Street y en sus dependencias trabajan sólo unas cincuenta personas [Rose, 1981; Jones, 19761.

El aumento exagerado de personal de los organimos centrales, que son los que toman las decisiones políticas, se ha atribuido a diferentes causas, como por ejemplo, la mayor complejidad de los problemas, la nece- sidad de coordinación y evaluación, los conflic- tos entre las diferentes ramas del gobierno, etc. Las consecuencias de esta expansión han sido también bien probadas (conflictos juris- diccionales, ineficacia, falta de control), y se suelen hacer propuestas para reducir el núme- ro de funcionarios no elegidos. Sin embargo, se manifiesta un escaso interés por saber qué

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La cultura oraanizacional del aobierno 283

La rotonda de Nueva Delhi (India), cuyo peristilo tiene un diámetro de ochocientos metros, fue construida en estilo romano clásico con detalles arquitectónicos indios. Alberga el Rajya subha (Consejo de los Estados) y la Lok subha (Cámara del Pueblo). Inaugurada oficialmente en 1931, se integra en el imponente conjunto concebido por Sir Edwin L. Lutyens dentro del estilo de ciudad jardín, muy en boga en esa época. Paolo KochiRapho.

hacen todos ellos. Decir que participan en el ejercicio del poder y de la autoridad es una petición de principio. Hasta ahora, el poder político ha escapado a todo intento de defini- ción y. medida.

Se dice con frecuencia que los funciona- rios no elegidos asesoran, formulan, coordi- nan y controlan. Pero, iqué hacen cuando coordinan? ¿Cómo pueden saber cuándo un problema se ha convertido en algo que requiere medidas para resolverlo? ¿Cuándo termina la coordinación y empieza el control? Aunque no estamos seguros de cómo se concretizan estas construcciones teóricas en el trabajo diario, no caben mayores dudas en cuanto a la evaluación de su grado de eficacia administrativa. La labor de muchas oficinas políticas ha sido un fracaso en los últimos años. El bajo rendimiento se encubre median- te el proceso electoral, que hace nombrar continuamente nuevo personal con ideas y procedimientos originales para “poner todo en marcha nuevamente”. Se crean comisiones altamente especializadas, se hacen recomenda-

ciones, pero poco después el diagnóstico será el mismo. Si no podemos olvidar las dependen- cias oficiales, ni enjuiciarlas bajo otra perspec- tiva que la meramente formalista, es porque el gobierno constituye un elemento perma- nente profundamente implantado en la socie- dad. Sólo en los Estados Unidos de América, las últimas cuatro “oficinas de la Casa Blanca” han fracasado en una u otra de sus principales tareas. Tres de ellas (Johnson, Ford y Carter) no lograron hacer reelegir al presidente. El equipo de Nixon fue aún más lejos, pues hizo dimitir a su presidente y encarcelar a algunos de sus miembros. E n la época de Carter la administración era tan incompetente que el presidente tuvo que despedir a la mayoría de SUS miembros para poder llevar a cabo una mínima parte de sus programas. El rendi- miento administrativo de dichas burocracias ha sido igualmente bajo. Las evaluaciones hechas por algunos de los funcionarios y por observadores externos equivalen a acusacio- nes por atentados múltiples contra el buen sentido administrativo [NAPA, 19801.

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284 Daniel Latouche

Cabe preguntarse cuáles son las razones de dicha situación. Las explicaciones no sola- mente son muy pocas, sino que revelan el escaso interés que esas dependencias han despertado. Aparte de Kayden [1978] y de Steinberg [1976], son pocos los que han tra- tado de aplicar algunos de los principios de las teorías organizativas al estudio de los organis- mos políticos de administración, ya sean de tipo electoral (organización de campañas), o de tipo gabinete (Casa Blanca, Despacho del Primer Ministro, etc.). D e hecho, la mayoría de los estudios sobre la Casa Blanca y otras dependencias políticas similares insisten sobre la falta de normas, que hace prácticamente imposible examinarlas desde un punto de vista organizativo. Según R. Di Clerico, “la organi- zación del personal de la Casa Blanca resiste a todo intento de generalización precisa, por- que sus formas y estructuras son, inevitable- mente, reflejo del estilo y de la personalidad del presidente a cuyo servicio se encuentra dicha organización” [Di Clerico, 1979, p. 2131. Tras el reconocimiento de esa reali- dad, se suele hacer una descripción detallada del estilo que cada uno de los presidentes imprime a su administración, prestando espe- cial atención al grado de informalidad, aper- tura, delegación de funciones y control. Siem- pre se trata de establecer una relación entre la personalidad del presidente y la de su adminis- tración [Kessler, 19821 por lo cual se hace evidente que las dependencias de la Casa Blanca se ven a través de la imagen predomi- nante del presidente, imagen que es proyec- tada por los medios de comunicación y alimen- tada por diversas leyendas. Los estudios reali- zados sobre Francia, Canadá y otras democra- cias se inspiran en el mismo esquema [Cohen, 1981; Punnett, 19771. A veces se sostiene la opinión diametralmente opuesta, o sea que “los efectos de la personalidad del presidente en la magnitud, estructura y forma de las dependencias se han visto considerablemente atenuados por el aumento del personal y de SUS responsabilidades [...] a medida que han ido evolucionando las dependencias, ha dismi- nuido la influencia del presidente” [Wayne, 1978, p. 611.

Casi toda la información sobre dichas dependencias políticas proviene de ex presi- dentes-~ ex ayudantes, lo cual contribuye a mantener esos prejuicios. El único tema que se ha abordado bajo la perspectiva de la teoría administrativa y organizativa es el relativo a cómo un presidente puede lograr sus objetivos [Redford y Blissett, 1981; Rose, 19761. Pero este problema tiene que ver más con las estructuras y procesos de todo el complejo gubernamental-burocrático que con lo que sucede en las dependencias políticas.

El interrogante que nosotros formulamos es, pues, el siguiente: ¿Qué se hace en esas dependencias políticas todo el día, y por qué tienen tan poco éxito? Una posible respuesta, que adoptaremos como hipótesis de trabajo, sena sencillamente la de que “hacen lo que suelen hacer quienes trabajan en una organiza- ción”. Para un especialista en ciencia política esta respuesta no ofrece casi ninguna informa- ción. Pero hay toda una variedad de teóricos de la organización que no aceptan preocu- parse exclusivamente por las estructuras y se inclinan a percibir la organizaciun como un orden negociado políticamente [Bacharah y Lawler, 1981; Crozier y Friedberg, 1977; Jarniou, 19811. Los especialistas en ciencia política podrían tal vez recorrer la mitad del camino en la dirección opuesta [Allison, 19711.

Otra manera de abordar el problema, tomada nuevamente de un ámbito exterior a las ciencias políticas, el de la dramaturgia [Goffman, 1967, 19741 y el de la etnometodo- logia [Garfinkel, 19671, consiste en aplicar ciertas versiones del interaccionismo simbó- lico. La idea es observar a los miembros del personal político no en la función que cum- plen en el proceso político, sino en su compor- tamiento real en el trabajo. En este caso, la respuesta a nuestra pregunta es relativamente sencilla, tal vez demasiado sencilla:

hablan miran escuchan gesticulan leen piensan escriben sienten

Todas estas actividades son propias de las personas que trabajan en una organización. Muchas de ellas se realizan simultáneamente.

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En realidad, las cuatro últimas están compren- didas, por lo general, en la primera, o relacio- nadas con ella. La palabra, en cualquiera de sus formas, es la materia prima de las depen- dencias políticas. Producirla y consumirla son las dos actividades básicas de todos los funcio- narios. Según las responsabilidades de cada uno y, principalmente, según el lugar que ocupan en la estructura jerárquica, la compo- sición de estas actividades, así como la forma en la que se realizan, variarán (teléfono, reuniones, entrevistas).

Los gestos, las miradas, las emociones y las ideas son otros tantos elementos de la vida diana de los funcionarios políticos. No todos tienen un sentido político, pero todos se realizan en un contexto político que puede por sí mismo darle dicjo sentido. Caminar por un determinado pasillo, por ejemplo, puede tener consecuencias importantes.

Finalmente, todas estas actividades se realizan en un medio físico cuya importancia es necesario tener en cuenta. Como lo señalan algunos arquitectos [Lipman y Tanter, 1979; Harris y Lipman, 19801, las personas asignan una connotación simbólica a los objetos mate- riales, y éstos actúan con frecuencia como manifestaciones materiales de atribución sim- bólica (prestigio, autoridad). El mobiliario, el mayor o menor espacio, las separaciones de las oficinas y el mayor o menor grado de intimidad con el que se puede trabajar en ellas no sólo ofrecen apoyo material, sino que actúan como símbolos y signos dentro de una organización.

La cultura organizacional

Si consideramos las dependencias políticas como organizaciones y examinamos el conte- nido real del trabajo de su personal, desembo- camos en el concepto de cultura organizacio- nal.’ Este proceder no debe sorprendernos demasiado, sin embargo, ya que desde hace tiempo se reconoce que las palabras, los gestos, los sentimientos y los artefactos consti- tuyen los elementos con los que se forman las

culturas, las cuales podrían definirse como la “disposición de materiales simbólicos”.

Al estudiar las organizaciones se emplean analogías biomórficas, antropomórficas y sociomórficas [Allaire y Firsirotu, 19811. Se las describe como teniendo sus metas y sus objetivos de supervivencia, como atravesando ciclos vitales o como padeciendo numerosos problemas de crecimiento. Las organizaciones tienen su propia personalidad, sus necesi- dades, su carácter propio, o bien se las considera como microsociedades con sus pro- cesos de socialización propios, sus normas y su historia [Rice, 1963; Silverman, 1970; Aldrich, 19791. En otras palabras, las organi- zaciones tienen una cultura. “Mientras la especificidad de los individuos se expresa en su personalidad, la individualidad de las orga- nizaciones puede expresarse en términos de sus culturas diferentes” [Eldridge y Crombie, 1974, p. 881. Se ha de tener cuidado en no confundir la cultura organizacional con el ambiente cultural en el que funciona toda organización. Existe una polémica perma- nente entre “universalistas” y “culturalistas” en cuanto a la permeabilidad de las organiza- ciones respecto al medio cultural. La empresa japonesa, la mentalidad burocrática francesa, el modelo jerárquico británico, todos son conceptos que constituyen el tema de debate. Por lo general, tales estudios se interesan en las razones (que supuestamente deben bus- carse en el contexto cultural más amplio) por las que existen distintas estructuras y procesos organizativos diferentes. En Canadá, esta polémica ha tomado a menudo un cariz polí- tico, ya que algunos escritores han tratado de establecer una relación entre la baja condición socioeconómica y los menores ingresos de los habitantes de Quebec con su particular actitud cultural respecto a la vida económica. Se ha sostenido que las organizaciones comerciales del Canadá francés son “diferentes”, y que incluso se encuentran fuera del modelo compe- titivo capitalista. Si tal fuera el caso, se podría esperar encontrar diferentes modelos de dependencias políticas pero, para los fines del presente artícuIo y como hipótesis general, nosotros rechazamos este modelo culturalista.

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El interior de los recintos oficiales. El presidente de la Cámara de los Comunes de Canadá en su Oficina del Parlamento, en Otawa (edificio comenzado en 1860; reconstruido tras un incendio en 1916). E n la pared, el retrato del generai Wolf. Elliot EnvittiMagnum.

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Salón de estilo contemporáneo en el Palacio del Eliseo (París). Este salón, instalado a iniciativa del presidente Pompidou, fue la primera innovación en cincuenta anos en la decoración interior del edificio, que data de 1718. Keystone.

Nuestra definición de cultura organiza- tiva, tomada de Eldridge y Crombie [1974] Y de Allaire y Firsirotu [1981], sería la siguien-. te: la cultura organizativa es una configura- ción de símbolos compartidos y significativos que caracterizan la manera en la que los grupos y los individuos de una organización se combinan para hacer las cosas y obtener la mejor gratificación posible para sí mismos. Las organizaciones no se consideran en este caso como sistemas integrados normativamen- te, semejantes al esquema de la burocracia ideal propuesto por Weber. Esta tradición estructural, bien ilustrada en algunas de las obras de P. Blau [1964; 19711, se preocupa principalmente por la organización como enti- dad global, modelada según ciertas líneas formales de coordinación y control. Nosotros suponemos, por el contrario, que la mejor manera de comprender las organizaciones es considerarlas como “órdenes negociados politi-

camente”, en los que los actores negocian, amenazan, forman coaliciones, en una pala- bra, utilizan todos los medios a su alcance [Bacharach y Lawler, 19811. La política es, pues, el juego organizativo, y la manipulación de los símbolos de la cultura de la organiza- ción es una de las posibilidades de los jugado- res. La definición de cultura organizativa destaca claramente la dimensión ,ideational de la cultura, más que su dimensión sociocultu- ral. E n el sentido anterior, la cultura está integrada dentro del sistema social; no es un ámbito en sí, sino un componente presupuesto que sólo se manifiesta en la conducta y en los productos de los actores sociales. Según el enfoque estructural-funcionalista de Parson [1960, p. 201, no puede haber una cultura organizativa puesto que “el sistema de valores de la organización debe implicar la aceptación básica de los valores más generalizados del sistema del cual depende [y] su rasgo más

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importante es la legitimación evaluativa de su propio puesto y función en ese sistema supe- rior”. Según Meyer y Rowan [1977, p. 3461, las organizaciones pueden convertirse, en el mejor de los casos, en “una representación dramática de los mitos racionalizados que impregnan las sociedades modernas”. Las organizaciones y su cultura están profunda- mente impregnadas de los valores de la socie- dad que las rodea, y esa estrecha asociación es necesaria para la legitimación de los objetivos y actividades de la organización. Debe existir armonía entre la organización y el deseo de sus miembros de satisfacer sus necesidades individuales. Nosotros, en cambio, preferimos considerar la cultura no sólo como un con- junto de pautas concretas de conducta -cos- tumbres, normas, hábitos-, sino también como una serie de productos simbólicos, teorías sobre el mundo y “mecanismos de control” -planes, recetas, reglamentos, ins- trucciones (lo que los ingenieros de computa- doras llaman programas)- que rigen la con- ducta. Cuando esta concepción ideacional se aplica a las organizaciones, incluidas las orga- nizaciones políticas, se puede obtener una visión más dinámica. U n breve examen de las publicaciones sobre la materia nos permitirá discernir seis contribuciones distintas de la cultura organizacional a la organización en su conjunto y a sus miembros, a título indivi- dual. Primero, permite al individuo interpre- tar correctamente las exigencias y dar sentido a las interacciones entre los diferentes indivi- duos y la organización. Les indica lo que se espera de ellos. Les presenta las reglas de juego, sin las cuales no se puede obtener ni poder, ni prestigio, ni recompensas materiales [Schneider, 19751.

Segundo, y en el sentido inverso, permite a la organización aprender. Unicamente a través de su cultura puede la organización ser más que la suma de sus miembros individua- les. La cultura organizacional actúa como memoria colectiva en la que se almacena el capital de información. Esta memoria da sentido a la experiencia del participante y orienta los esfuerzos y estrategias de la organi- zación [Argyris y Schön, 19781.

Tercero, el compromiso del individuo con la organización se produce y se raciona- liza mediante la cultura organizacional. Las organizaciones se van continuamente creando a partir de la manera de percibir el mundo que tienen sus miembros y de lo que sucede en la organización [Brown, 19781.

Cuarto, la cultura organizacional permite que los micromotivos de los actores se funden en macroconductas organizativas. Las organi- zaciones ofrecen un medio adecuado a través del cual los participantes tratan de lograr sus fines individuales. Pero estas funciones de utilidad individual deben totalizarse, sus resul- tados comunicarse a todos los participantes y ser aceptados por todos. La cultura organiza- cional permite realizar este cálculo de consen- timiento, sin el cual no habría participación y menos aún una inversión personal en la organi- zación [March y Simon, 19581.

En quinto lugar, las culturas organizacio- nales tienen una influencia directa en el pro- ceso de toma de decisiones y, por lo tanto, en el rendimiento de la organización. En última instancia, ofrecen directrices, o al menos interpretaciones de directrices, sobre lo que es y debería ser el rendimiento real de la organización.

Finalmente, aunque las organizaciones pueden contener “sistemas culturales” que no sean isomóríicos respecto a la cultura de la sociedad ambiente, no pueden funcionar en permamente oposición y aislamiento. Algunas estructuras de la organización tienen como función franquear esos límites y regular el proceso de intercambio con el medio ambiente. La cultura organizacional no es del todo ajena a dicho proceso, ya que ofrece una idea del mundo exterior e indica la mejor manera de reaccionar a sus exigencias y de acomodarse a ellas. A veces, se asimila la perspectiva de otra cultura organizativa, como sucede con la de la empresa comercial japo- nesa en muchas organizaciones norteameri- canas.

Al definir los componentes de la cultura organizacional, hemos empleado deliberada- mente el concepto global de “símbolos” para subrayar el proceso de intercambio que tiene

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lugar entre los participantes, la historia de la organización, su dirección y el contexto socio- cultural en el que actúa. Los símbolos no se dan a priori, sino que se construyen, se prueban, se modifican y, ocasionalmente se rechazan. La búsqueda de símbolos nos puede llevar en cuatro direcciones diferentes: al campo ideacional (ideas, valores, ideologías, mitos, códigos, mapas, orientaciones, creen- cias); al del comportamiento (procedimientos gestos, ritos, rituales, costumbres, hábitos); al narrativo (lemas, relatos, anécdotas, leyen- das, parábolas, cantos, glosarios); y al aspecto material de la organización (ambiente, arqui- tectura, diseño, banderas, insignias). Aunque no vamos a examinar todos estos elementos de la cultura organizacional, al insistir en algunos de los más importantes esperamos responder a las dos preguntas originales relati- vas a las dependencias políticas, o sea, ¿qué hacen las personas que trabajan en ellas? y ¿por qué es tan alto el porcentaje de fracasos en tales dependencias?

Como es de esperar, nuestra respuesta será que contribuyen al permanente proceso de creación de una cultura organizacional, y que su cultura organizacional “estimula” ese bajo rendimiento.

Estas respuestas son evidentemente incompletas. ¿Cómo podría ser de otra manera si estamos centrando la atención exclu- sivamente en el sistema cultural de la organiza- ción, sin hablar del sistema de realización, es decir, de las estructuras, estrategias, políticas y procesos que la organización utiliza para alcanzar sus objetivos? La definición de estos objetivos, la contratación y formación del personal, las recompensas que se ofrecen, los mecanismos de control, la autoridad, su estructura y estilo y hasta las cualidades de la administración, todo contribuye directamente al desempeño de una organización, incluidas las de índole política. También contribuyen a ese desempeño los factores “ambientales”, tales como los adelantos tecnológicos (las encuestas inmediatas, la revolución de la “información”), los cambios sociales (tenden- cia al statu quo, feminismo) y los trastornos políticos. Finalmente, no hay que subestimar

la hipótesis de que las dependencias políticas fracasan porque su personal actúa equivocada e inoportunamente, y el medio ya no puede tolerar que subsista tanta incompetencia sin un mínimo de elegancia. Las sociedades de carácter político llamadas “Sociedades Chry- der” son bien conocidas. Siquiera sea porque la turbulencia de ese ambiente constituye el nuevo tema dominante entre los especialistas en ciencia política, centraremos la atención en el marco microcultural de una dependencia política con su propia producción de mitos, símbolos y rituales.

Los gobiernos son grandes organizacio- nes, las más grandes que se hayan jamás concebido, tanto que es discutible si podemos aún hablar de una sola organización para describir el gobierno de los Estados Unidos. Sena tarea de toda una vida analizar la producción de símbolos de esa cultura organi- zacional. Para justificar el hecho de examinar sólo una parte de ese monstruo gigantesco, se podría señalar que no todas las áreas de la organización son igualmente productivas -algunas son un desierto simbólicw, y que algunos sectores (como el militar) forman por sí mismos una cultura e incluso una contracul- tura.

La dependencia más grande que ObSeNa- ramos fue el despacho del Primer Ministro del gobierno de Quebec que, de todas las depen- dencias similares de las provincias de Canadá, es la que cuenta con el mayor número de funcionarios (más de setenta). Las oficinas políticas de uno veinticinco miembros del gabinete, cada uno de los cuales cuenta on ocho o nueve asesores políticos, aportaron también numerosas observaciones. El despa- cho del Primer Ministro de Quebec fue, du- rante los dos años que el autor pasó en él (197&1980), un lugar particularmente rebo- sante de vida. Era la época en la que el gobierno recién elegido del Partido de Quebec estaba preparando su referéndum sobre la independencia de esa provincia (referéndum que más tarde perdió). Durante todo este periodo, la política ocupaba un lugar impor- tante en la vida cotidiana. Aunque, en gene- ral, existe gran ambigüedad cuando se trata

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FIG. 1. El despacho del Primer Ministro en la estructura del gobierno de Quebec

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de determinar lo que el gobierno hace y cuáles son sus objetivos, en este caso no había ambigüedad alguna; el objetivo principal era, ante todo y sobre todo, ganar el referéndum y lograr la independencia política de Quebec. Entre los partidos políticos de América del Norte, el Partido de Quebec es un caso único por el número de sus miembros (200000 oficialmente afiliados), por su núcleo de mili- tantes (30000), por su presupuesto y sus métodos de financiamiento (4 millones de dólares obtenidos por contribuciones indivi- duales), por su juventud (se fundó en 1968), por su éxito (pasó de obtener el 24% de los votos en 1970 al 50% en 1981), por su ideo- logía (socialdemócrata) y por su líder carismá- tic0 (René Lévesque). Sin duda, es la maqui- naria política más avasalladora que haya exis- tido en Canadá. El hecho de que perdiera el referéndum de 1980 (60% contra 40%), con lo cual el electorado suprimió claramente la razón de ser del partido, y fuera reelegido en abril de 1981, no sólo da fe de los errores de sus adversarios, sino también de su propia vitalidad [Latouche y otros, 1976; McRoberts y Posgate, 1980; Murray, 1976; Saywell, 19771.

Estructuralmente, el despacho del Pri- mer Ministro forma parte del Departamento del Consejo Ejecutivo, que depende del pri- mer ministro. El departamento cuenta, en conjunto, con un presupuesto administrativo de 70 millones de dólares, y 500 funciona- rios, de los cuales cerca de 200 son “políti- cos”. Además del despacho del Primer Minis- tro, el departamento comprende los diferen- tes comités permanentes y especiales del gabi- nete, la Secretaria General, la Secretaría de Asuntos Indígenas, la Oficina de Planea- miento y Desarrollo, la Oficina de Estadística, etc. Como en todos los países que adoptaron el sistema parlamentario británico, el Despa- cho del Primer Ministro mantiene relaciones de trabajo con numerosas estructuras políticas (figura i).

Para 1982-1983 el gobierno de Quebec dispone de un presupuesto de 23 mil millones de dólares y un total de 67 549 funcionarios en 25 departamentos. La figura 2 presenta la estructura del despacho del Primer Ministro.

La trama de una cultura organizacional política Los mitos constituyen poderosos vínculos afec- tivos entre los valores (con frecuencia glorifica- dos) y la realidad actual de una organización, confiriendo legitimidad y normatividad a los modos de operación y conducta utilizados. Los mitos sirven para justificar los valores que sustentan los intereses políticos, conciliando las contradicciones que existen entre los valo- res declarados y el comportamiento real [Petti- grew, 19791; sirven asimismo para legitimar el liderazgo y la distribución jerárquica del poder dentro de la organización. Siempre hay un mito que explica por qué las cosas no son como debieran ser. Como lo señala Nelson [1982, p. 71, “un mito es un vehículo impor- tante para pasar de la teoría a la práctica”. En este sentido, un mito no es ni totalmente verdadero o falso, ni totalmente engañoso o revelador. El “poder mágico” de los mitos se funda en que son imaginativos y no una experiencia o un conocimiento imaginarios. Pueden centrarse en aspiraciones primarias y suscitar profundas reacciones. Contraria- mente a la opinión común de que son falsos, los mitos intentan darnos una visión del con- junto, captando lo esencial. En general, los mitos sacrifican detalles, pero procuran alcan- zar la totalidad. Al proyectar la riqueza total de la realidad, tratan de representar, pero también imponen un cierto orden en la ma- raña de la realidad. Desde luego, no incluyen todos los aspectos de la realidad, pero es claro que tampoco necesitamos toda la realidad para orientarnos. Si los mitos organizativos fueran poesía, serían de una clase muy espe- cial: la poesía y la música por la que viven los hombres y las mujeres de la organización [Lévi-Strauss, 19781. En este sentido, los mitos son a la vez más y menos de lo que necesitan ser.

Entre los mitos organizativos presentes en el Despacho del Primer Ministro de Que- bec, el principal es el que pretende que las estructuras formales, la delimitación detallada de la autoridad y la división oficial de respon- sabilidades son innecesarias. Este es un mito

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Secretario de Director de Secretario Secretario para prensa comunicaciones ejecutivo asuntos parlamentarios

Primer Ministro

I I Jefe de despacho

Asesor económico k internacionales

Grupos étnicos

Grupos profesionales

Asuntos culturales U especial

Secretario político (por circuns- cripciones)

Asistente de operaciones gubernamentales

Jele de despacho adjunto ’ Asistente, a cargo de la coordinación

Coordinación Montreal i I Coordinación i Quebec I Coordinación i costa sur I Coordinación costa norte i I región oriental

I Coordinación i central región norte

Asistente. a cargo de los asuntos

FIG. 2. El despacho del Primer Ministro en 1980

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muy común en las dependencias políticas centrales. El equipo que rodeaba al presi- dente Franklin Roosevelt en la Casa Blanca se cita con frecuencia como el mejor ejemplo de una organización no estructurada. Roosevelt no tenía un jefe de despacho, y solía distribuir él mismo el trabajo a los funcionarios y pedirles que le informaran directamente. Todos podían dirigirse directamente a él y, como la mayor parte de ellos no eran especia- listas, se les asignaba tareas muy variadas. No había reuniones del personal con el presidente y, según S. Hess [1976, p. 321, los mejores momentos para ver al presidente eran la hora del desayuno, la del aperitivo, o entrando directamente a su oficina por su secretaría privada, sin ser anunciado. Las organizacio- nes que quieren dar a sus miembros y al exterior una imagen de dinamismo, apertura, humanidad y de un enfoque racional para resolver los problemas ponen generalmente de relieve su rechazo por las estructuras formales. Pero como los títulos y las descrip- ciones oficiales de los cargos también son necesarios, aunque más no sea para los suel- dos, los directorios telefónicos y las relaciones con la prensa y otros organismos, terminan por imponerse sobre lo que, según se afirma, es una manera informal de hacer las cosas. En la mayoría de los casos los resultados adminis- trativos son catastróficos. La confusión, los conflictos y las indicaciones contradictorias . son las consecuencias más frecuentes y apa- rentes, aunque no las únicas.

Contrariamente a la mayoría de las orga- nizaciones que desempeñan funciones simi- lares en otros sectores (comercio, ejército, iglesia), la mayoría de los funcionarios políti- cos pasan gran parte de su tiempo y de su esfuerzo tratando de saber cuál es su sitio en la estructura política. Como las definiciones formales no sirven de gran cosa, recurren a los signos del comportamiento de quienes aparentemente ocupan cargos jerárquica- mente superiores. Su posición no puede en Última instancia determinarse con absoluta certeza. El presidente o el primer ministro es la principal fuente de indicaciones (no cabe’ la menor duda al respecto), de modo que las

manipulaciones para que “se les reconozcan los méritos” se convierten en una obsesión general. Como ese reconocimiento no se tra- duce generalmente en una definición formal de la función y posición del funcionario, ese afán por ser reconocido debe renovarse cons- tantemente, y se aprovecha la menor ocasión para darse a conocer mediante fotografías, artículos en la prensa, lugar que se ocupa en las reuniones, anotaciones en los memoran- dos, etc. En ese juego de “reconocimiento”, la imaginación de los funcionarios sólo es igualada por la que despliega el jefe de despacho al distribuir sus indicaciones. Si éste se niega a prestarse al juego, no tarda en comprobar que la maquinaria se detiene y que será necesario establecer una estructura más formai (lo cual fue lo que hizo finalmente el presidente Carter).

La falta de estructuras, de procedimien- tos bien establecidos de contratación y sociali- zación y de un sistema de recompensas y estímulos no hace sino poner de relieve la importancia de una cultura organizativa que contribuya a dar sentido a la vida de los funcionarios. Pero, como ya se ha dicho, el marco cultural es sólo una parte del sistema organizativo; sirve para legitimar las estructu- ras, las estrategias, los procesos y las políticas de la organización, aunque no puede reempla- zarlos. Por lo demás, la cultura organizativa sólo puede alimentarse de sí misma. La super- vivencia se convierte en su único objetivo. Esa búsqueda continua de indicaciones no sólo aumenta la inseguridad, sino que pone además a los funcionarios en una situación de malestar respecto a su condición, ya que están tironeados entre la importancia oficialmente reconocida de su cargo (al menos en cuanto a su posición jerárquica) y la conducta infantil que se les impone. Es una situación en la que nadie sale ganador y en la que la moral y el rendimiento son los perdedores. El servilismo puede tener sus compensaciones, pero no es intelectualmente satisfactorio.

Por otra parte, se presupone que el que ocupa la cima del poder debe ser capaz de cambiar las cosas, y ello constituye el segundo mito al que nos queremos referir. Aunque la

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mayoría de los funcionarios se dan cuenta de que están muy alejados de los niveles en los que se toman las decisiones, siguen creyendo obstinadamente que, como una de las respon- sabilidades del primer ministro es procurar que se hagan las cosas, esto sucederá necesa- riamente si se combinan adecuadamente las decisiones correctas, los canales adecuados y las personas idóneas. Desde luego, nada de esto sucede.

Las variaciones sobre el tema del culto al superior jerárquico sirven a los funcionarios para justificar cualquier caso de no adecua- ción a las órdenes. El método más frecuente es convencerse de que las “órdenes” se han ejecutado y de que todo se desarrolla de acuerdo con lo previsto. Hay varios modos de lograr ese resultado reconfortante: pedir con- firmación a quienes tienen un interés directo en darla, planificar una actividad complemen- taria o una segunda fase, preparar una evalua- ción, en una palabra, hablar y escribir sobre el asunto. Si de esa manera no se puede negar la información, siempre se la puede poner en tela de juicio, transferirla, descartarla comple- tamente o integrarla, modificando el objetivo inicial del plan. Como los contactos entre los miembros de una oficina política y de la estructura burocrática son, por lo general, verbales, esto es relativamente sencillo de lograr.

Es frecuente que se eche la culpa a los burócratas, a los departamentos, a la oposi- ción, a la prensa, a la inclemencia del tiempo y hasta a la mala suerte. Tanto es así que cuando una orden realmente se ejecuta, auto- máticamente se buscan y se encuentran vícti- mas propiciatorias. Pareciera que el mito “las cosas se hacen” fuera siempre acompañado del otro “nada se realiza”. Los especialistas en mitos han observado esta característica inhe- rente a los mitos de dualidad y contradicción, que con frecuencia se presentan de dos en dos. Lévi-Strauss [1963, p. 2291 ha subrayado que la finalidad de los mitos es “incorporar contradicciones desagradables”, lo cual suele ser imposible cuando, como suele suceder, la contradicción es real. A este respecto, M. Edelman [1977, p. 81 dice: “Nos hallamos

entonces en presencia de dos mitos políticos opuestos para cada uno de los modelos cognos- citivos conflictivos que definen nuestras acti- tudes (. . .). La ambivalencia se refleja en mitos concomitantes, cada uno de los cuales es internamente coherente, aunque no son compatibles el uno con el otro. Al mismo tiempo, el hecho de que existan en la misma cultura creencias opuestas permite que el individuo concilie las contradicciones y viva con su ambivalencia.”

Esta dualidad de los mitos refleja tanto una incapacidad como una renuencia a com- prender las verdaderas razones del problema, y es lo que permite que la rutina continúe. D e esa manera, el rendimiento de la organización escapa a todo examen.

Las posibilidades de fracaso que puede admitir una organización política son escasas. El proverbio “ganar no es todo, sino lo único que cuenta”, es perfectamente aplicable al mundo de los profesionales de la política. Apoderarse del veinte por ciento del mer- cado, que bastaría para garantizar el éxito de cualquier empresa, sirve de poco a un partido político que opera bajo la consigna “el gana- dor se lo lleva todo”. El éxito es la única categoría mental aceptable, y todo funciona- rio que no se pliega a ella es mirado inmedia- tamente con recelo. Aunque la posibilidad de un fracaso existe siempre, nunca se la consi- dera abiertamente ni, menos aún, se la incor- pora a los planes. En definitiva, siempre se cree que las cosas resultarán bien.

U n tercer mito de orden administrativo que se encuentra en el despacho del Primer Ministro de Quebec y que, en mi opinión, existe en muchas otras dependencias simi- lares, es el gran valor que se da a la coordina- ción y a “poner las cosas en orden”.

Aunque la mayoría de los funcionarios políticos son incorregibles individualistas, están convencidos de que el trabajo en equipo es la clave del éxito de la organización. En una dependencia política existen conflictos de personalidad, rivalidades políticas y batallas jerárquicas, tal como en una organización comercial, pero su existencia nunca se reco- noce abiertamente, ni se sanciona o neutra-

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liza. Una vez que se ha tomado y comunicado una decisión, se espera que todos los funciona- rios se comporten como eunucos políticos. Las decisiones se revisten así de un aura casi mágica. La finalidad de la organización con- siste justamente en preparar esas decisiones. El proceso se considera tan penoso que, tan pronto se ha dictado el veredicto, se supone automáticamente reestabìecida una nueva uni- dad de propósito. La coordinación de activi- dades en torno a esa unidad de propósito es la razón de ser de los funcionarios políticos; para ello se crean comités, se organizan reuniones especiales y se escriben memorandos. El sim- ple pensamiento de que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda da escalofríos a cualquier organización política. La falta de coordinación se considera como el mayor problema de un gobierno, el cual, al igual que la sociedad toda, es como un rompecabezas gigantesco cuyas piezas han de ordenarse.

Otras construcciones míticas se refieren a la visión del mundo exterior que tienen en común los miembros de una dependencia política. Toda cultura organizativa genera esa imagen del entorno y, al mismo tiempo, transfiere algunos de los componentes simbóli- cos que existen en la organización. Durante el gobierno de Nixon, la Casa Blanca se sentía cómoda con la imagen de una “mayoría silen- ciosa mantenida como rehén por radicales antiestadounidenses”. Esta visión conspira- tiva del mundo se reflejaba, casi como en un espejo, en la cultura y en las prácticas de la organización. Casi lo mismo se puede decir de Carter y de su visión “rousseauniana” de los estadounidenses como “personas buenas, res- petables y temerosas de Dios”.

Para un partido de masas, nacionalista y socialdemócrata como es el Partido de Que- bec, la imagen de la sociedad está necesana- mente bien desarrollada, y se perfecciona constantemente, pero al mismo tiempo es muy compleja. En Quebec, como en todos los grupos minoritarios, los intelectuales, y las demás personas que se autoasignan la capaci- dad de transmitir una imagen, son muy elo- cuentes y convincentes al describir la com- pleja intimidad del alma nacional.

En lo que se refiere a Quebec y a sus habitantes, su descripción comporta por lo general una combinación de los elementos siguientes: Una visión de Quebec como una “aldea”, es

decir, como una sociedad muy unida, en donde todos se conocen y en la que el sentimiento de pertenecer a un grupo es la más acentuada de todas sus caracterís- ticas.

Una definición negativa del habitante de Que- bec como egocéntrico, indisciplinado, emocional y envidioso del éxito de los demás.

Al mismo tiempo y con las características esquizofrénicas típicas de los grupos mi- noritarios, una visión mesiánica de la na- ción y de las maravillas que podría lograr si. . .

La conocida repugnancia del habitante de Quebec a todo cambio radical y su prefe- rencia por una transformación paulatina, de modo que las cosas evolucionen y que nadie se vea obligado a jugarlo todo con una sola carta.

U n culto generalizado a la cronología y a la duración de los acontecimientos; haber sido la primera sociedad europea de América del Norte, haber “sobrevivido” durante tantos años, haber venido desde tan lejos, son todos elementos muy cono- cidos de esta visión. No sin razón, el lema oficial de la provincia es “yo recuer- do”.

U n pueblo que se mantiene cerca de la naturaleza, de las limitaciones impuestas por el ciclo vital de la naturaleza, cuya vida colectiva está en continua armonía con los cambios que tienen lugar en su entorno. ¡Tras el largo y crudo invierno siempre llega la primavera!

Cuando estos elementos se trasladan del campo ideológico al de la cultura organiza- tiva, ellos entran a desempeñar un papel importante en la manera de hacer las cosas. Casi se podna hablar de rituales, no en el sentido estricto de una “actividad social estili- zada y repetitiva” [Lane, 1981, p. 161, sino como acciones simbólicas, algo formalizadas y

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repetidas, que sirven para confirmar una deter- minada visión del mundo, aunque no cuenten con ninguna forma de sanción. Comparados con los rituales oficiales tradicionales (confe- rencias de prensa, sesiones de preguntas y respuestas, visitas oficiales, reuniones de gabi- nete) y aun con los rituales de las conven- ciones de los partidos (discursos de apertura y clausura, voto secreto, elecciones, resoIucio- nes, expulsiones), los rituales de las dependen- cias políticas no son tan formales. Sin embargo, sirven también para crear un aura de autenticidad, condensando la realidad de manera convincente [Aronoff, 19761.

Desde luego, cumplir los rituales es como desempeñar un papel. Los rituales ofrecen un marco regulador en una situación que se percibe como transitoria; reafirman la perte- nencia al grupo y permiten a la organización salir de situaciones “delicadas” sin necesidad de formular reglas [Bocock, 1974; Bird, 19801.

La cultura de una organización, sin embargo, no vive sólo de mitos y rituales, sino que también incluye objetos cuya importancia simbólica no debe subestimarse. Los memo- randos, las notas y otros documentos no sólo sirven para mejorar la condición de su autor en la escala de poder; tomados en su conjunto indican que, si bien existen problemas suficien- temente graves y numerosos para justificar el cargo del autor, se los está atendiendo. Como dice Chester Bernard, “la mayor parte de las leyes, órdenes ejecutivas, decisiones, etc. son, en realidad, un anuncio formal de que todo está en orden, de que existe un acuerdo” [1938, p. 2261. Los memorandos y las notifica- ciones internas rara vez presentan un con- junto de opciones políticas; son demasiado breves para ello, ya que sólo pueden tener un par de páginas. Pero su estilo rápido y eficaz, por efímero que sea, basta para convencer a todo el mundo de que la maquinaria está funcionando. Este proceso de autorreproduc- ción se ve permanentemente asegurado por- que la inseguridad y la contingencia son, dentro de una organización, fuentes impor- tantes de poder [Crozier, 1964; Hambrick, 19811. Como señala Cohen [1981] en relación con el periodo presidencial de Giscard D’Es-

taing, el ritmo de producción de memorandos aumentó considerablemente hacia el final cuando, pasada una etapa de calma hacia la mitad dei periodo, se volvió a acentuar la inseguridad.

En el desempeño de actividades políti- cas generalmente se da por descontado el ambiente físico y el centro de interés es la acción. En otras actividades, por ejemplo el teatro y la religión, el ambiente es parte de la acción. Aunque en política no se da igual importancia a los entornos, estos contribuyen, sin embargo, directamente al drama político. Muchos son planeados abiertamente por los actores, otros están cargados de un sentido simbólico que va más allá de los actores y dei público; ofrecen un apoyo material y simbó- lico a la acción política y, en ese sentido, forman parte, casi en el sentido antropológico del término, de la cultura de la organización.

El entorno político comprende una gran variedad de elementos, desde los físicos (edifi- cios, espacio, objetos), hasta los más psicológi- cos (música, luz, atmósfera); todos tienen, sin embargo, una característica común: su carác- ter artificial. Como tales, pueden manipularse para elevar el estatus o para orientar la conducta [Goodsell, 1977; Edelman, 19641. En una palabra, dichos elementos constituyen el escenario.

Y por último está la información. Una construcción ideológica fundamental de la civilización occidental es el concepto de opción inteligente. Trasladado al mundo de la organización, dicho concepto se transforma en fe en la racionalidad, especialmente cuando se toman decisiones. El acopio de información constituye una garantía ritualista de que en efecto se toman decisiones (¿para qué acopiar información, si no?) y de que dichas decisiones se están tomando de manera correcta y racional, o sea, con conocimiento de las alternativas, y con una valoración de las consecuencias (costos y beneficios). Como lo dicen Feldman y March [1979, p. 1771: “La información no es sólo una de las bases para la acción. Es un símbolo de la competencia y de la reafirmación de poder social. Dominar la información y sus fuentes aumenta la aptitud

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La creatividad en la formación de los mitos políticos. El emperador Carlomagno (742-814), representado por Alberto Durero en 1540 con su indumentaria de coronación: la corona imperial (que data de alrededor de 962; la cruz y la protección de la corona se agregaron posteriormente), la espada, el orbe y la ropa, todo fielmente reproducido por el pintor tras un estudio detallado de las piezas que se encontraban expuestas en Nuremberg desde 1424. El rostro correspondería a un historiador de la corte, Johannes Stabius. La pintura fue encargada par la ciudad libre de Nuremberg antes de la visita del emperador Maximiliano II en 1512. Giraudon.

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observable e inspira confianza. El convenci- miento de que con mayor información se pueden tomar mejores decisiones lleva a creer que la información es, en sí misma, algo deseable, y que una persona u organización que cuenta con más información es mejor que una persona u organización que cuenta con menos.”

En un ambiente que evita las estructuras y las reglamentaciones formales y en el que el objeto, el “algo identificable”, para emplear las palabras de ParsÓn, es tan intangible como el poder, los aspectos ritualistas de la obten- ción, análisis e intercambio de la información son fundamentales. Averiguar lo que piensa el público, los partidarios, los adversarios o el primer ministro se convierte en una obsesión, quizá la única compartida por todos los miem- bros de una dependencia política. Al reafir- mar continuamente esta convicción, los miem- bros reafirman la visión que comparten de la racionalidad y de la realidad; establecen un terreno común en el cual pueden comunicarse [Berger y Luckman, 19661.

Una función importante de la informa- ción es ayudar a los funcionarios a determinar en qué posición exacta se encuentra cada uno respecto al otro. Cuanto mayor acceso tenga una persona a la información, cuanto más confiable sea y cuanto mayor control de la información tenga esa persona hasta el final del proceso de toma de decisiones, tanto más poderosa será. Aunque se supone que la mayor parte de esa información es confiden- cial, los funcionarios -especialmente aqué- llos cuyos límites de poder no son claros- se entregan a repetidas ceremonias de “seduc- ción con la información”, cuya finalidad es hacer ver a los demás cuánto saben, sin revelarlo todo, sin embargo, para no mermar el valor de la información que se posee. Así, el manejo de la información se incorpora a diferentes conductas ritualistas insignifican- tes que confundirían al mismo Lévi-Strauss: pasearse con una hoja impresa de computa- dora en mano, dejar inesperadamente un memorándum sobre un escritorio, fingir con- sultas con colegas, citar un porcentaje muy preciso en una conversación, etc. La bús-

queda constante de información sirve además para convencer a todos los participantes de que su decisión no solamente será racional, sino también la mejor, dada la información de que se dispone. Este es un precioso meca- nismo de defensa que se podrá utilizar cuando se proceda a la evaluación. Todos los que toman parte en una decisión se asegurarán de dejar pruebas suficientes de la información de que disponían.

Esta tendencia a utilizar la información como símbolo y signo contribuye a reducir la eficacia de las oficinas políticas como organis- mos de decisión. La utilización simbólica de la información lleva naturalmente al acopio exa- gerado de la misma, lo cual, a su vez, produce una continua disminución de la calidad y una creciente sobrecarga de trabajo. La carrera competitiva por lograr un buen “estatus de información” no favorece la buena calidad de la misma. Las habladurías, las mentiras, las distorsiones y los cuentos imaginarios son otras tantas secuelas de esa tendencia exage- rada. Sólo sirven para crear la necesidad y la oportunidad de que haya más información deformada. Los responsables políticos no des- conocen tal situación. Constantemente están inventando nuevos mecanismos para terminar con esa “competencia entre mentirosos riva- les” [Feldman y March, 1981, p. 1771. Tales mecanismos no siempre llevan a la racionali- dad que pretenden buscar y la lista de contra- rrituales revela una imaginación no menos fértil. Así se procede a pedir la misma informa- ción a diferentes fuentes, a pasar por alto toda información, a invocar la ayuda de los espíri- tus (como lo hacía con frecuencia M. King, antiguo primer ministro de Canadá), a consul- tar al peluquero, a preguntar a la esposa, a rezar, a leer libros y editoriales, a escuchar conversaciones o a ir a la tienda de la esquina.

En el afán por obtener información, las encuestas de opinión pública ocupan un lugar importante, ya que simbolizan todo lo que es bueno y malo, conocido y desconocido sobre la opinión pública. En primer lugar, las encuestas literalmente crean la opinión pública, pues en los cuestionarios se incluyen fórmulas determinadas (“sin respuesta”, “sin

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La cultura orRanizaciona1 del aobierno 299 ~

opinión”, “no sabe”), a fin de acomodar a quienes están poco inclinados a responder. La opinión pública debe existir, ya que instrumen- tos tales como las encuestas y los sondeos registran efectivamente algo. En segundo lugar, las encuestas ofrecen una interpreta- ción “científica” de esa opinión, lo cual da al que hace la encuesta un aura equivalente, aunque, en ese sentido, no le interese ser del todo transparente pues en tal caso desapare- cería el aspecto mágico. En tercer lugar, el grado de precisión de las encuestas que se hacen sobre cuestiones sin importancia, como el sexo, la edad o la religión de los encuesta- dos, transmite a los asuntos más importantes un cierto grado de falsa confianza. Al final de cuentas, nada crea mayor inseguridad que un instrumento altamente confiable que se ve rebatido por otro igualmente confiable. Nadie se va a preocupar demasiado si hay dos opiniones contradictorias, pero los efectos de encuestas divergentes pueden ser devastado- res para la racionalidad del proceso de toma de decisiones. Finalmente, las encuestas y la información que éstas procuran tienen un papel de “vigilancia”. Aunque no sea comple- tamente válida y confiable, una encuesta que se hace en las mismas condiciones todos los días de una campaña electoral, como en el caso de las últimas elecciones presidenciales de los Estados Unidos, da la impresión de que la campaña va bien, puesto que su recorrido se puede seguir con gran exactitud. En la mayoría de los casos tal información no sólo es inútil, sino tan peligrosa que, por lo gene- ral, se mantiene en secreto. El hecho de que en cada campaña se invierta más dinero y energía en registrar cada paso de la derrota o de la victoria que se aproximan es un testimo- nio más del valor altamente simbólico y de la función de servicio público que cumplen dichas encuestas en las oficinas políticas.

Ya que toda información forma potencial- mente parte de un juego de encubrimiento de un posible error o de promoción de una carrera, quienes toman decisiones tienden a desconfiar de toda información, especial- mente si perturba los elementos dominantes de la cultura organizativa y su imagen del

mundo exterior. Tales opiniones “radicales” son por lo general el resultado de rivalidades internas, y quienes las sustentan, sincera- mente o por razones tácticas, pronto se dan cuenta de que para alcanzar el éxito han de tener una mezcla adecuada de radicalismo, arrogancia, clichés y aprobación. La situación no tarda en convertirse en un círculo vicioso, a medida que quienes toman las decisiones aprenden a desconfiar de las personas dema- siado inteligentes que sostienen opiniones muy interesantes, y las personas inteligentes aprenden a no serlo en demasía [March, 19791.

Puesto que las oficinas políticas producen demasiada información y utilizan poca, siem- pre existe una gran cantidad de información “que flota en el aire” dentro de la organiza- ción, cantidad que aumenta constantemente por la sencilla razón de que nos se utiliza. Los funcionarios suponen entonces que no se reunió la información “correcta”. Esa situa- ción sin salida, al estilo del film Cutch 22, sería en sí misma completamente inofensiva, pero la información no utilizada puede conver- tirse en un desecho muy tóxico y, además, imposible de eliminar. En caso de fracaso siempre hay alguna información no utilizada o mal utilizada que puede explicarlo todo. La confirmación retrospectiva de esta informa- ción no hace más que acentuar las rivalidades internas. Pero como también puede encon- trarse la contrainformación de la contrainfor- mación retrospectiva, la batalla suele terminar en empate. Esto explica en parte por qué muy raras veces se despide a los funcionarios de las oficinas políticas por incapacidad, ya que ésta es casi imposible de probar.

Esta exploración superficial del mundo cultu- ral de una dependencia política buscaba res- ponder a dos preguntas: ¿qué sucede en las oficinas políticas? y ¿por qué es su rendi- miento tan pobre? Los elementos de la cul- tura organizativa de estas oficinas, esbozados brevemente en este artículo, apuntan todos claramente hacia una pesadilla administrativa. Es posible que en último término tales ofici- nas no tengan razón de ser. Si es así, pueden permitirse fracasar. Desde el análisis de

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Weber ha prevalecido la idea de que las con los que se construyen las organizaciones organizaciones son resultado de una realidad se encuentren diseminados en el paisaje cada vez más compleja que necesita “coordina- social? En tal caso, sólo haria falta un mínimo ción” y “organización”. Pero, ¿se aplica esa de energía y de decisión para convertirlos en consideración a todas las organizaciones? ¿No estructuras que no tardarán en generar sus podría suceder, como apuntaron por primera propias culturas. vez Meyer y Rowan [1977], que los elementos Traducido del inglés

I Nota 1. Yvan Aiiaire, del Departamento de Administración de la Universidad de Quebec (Montreal), fue quien propuso por primera vez el concepto de cultura organizacional que desarrollamos aquí, y a quien expresamos nuestro reconocimiento por su contribución.

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La ingeniería política en Africa

Ali Mazrui

Estados y partidos

A los efectos del presente trabajo aceptamos la definición de "estado" como una estructura de poder y de autoridad que afirma su jurisdic- ción soberana sobre un territorio dado y que aspira a monopolizar el uso legítimo de la fuerza física dentro de los límites de dicho territorio.

El Africa precolo- nial comprendía estados y sociedades sin estructu- ra estatal. Entre los esta- dos se contaban imperios con alto grado de orga- nización como la antigua Ghana, Mali y Songhai, así como ciudades-esta- dos como las sociedades preimperiales de Zanzí- bar. Las sociedades sin estructura estatal iban desde los Nur en el Su- dán a los Tiv en Afri- ca occidental.

sociales y de las relaciones entre civiles y militares.

El primer factor que es necesario tomar en cuenta es que los partidos políticos en Africa son un fenómeno más reciente que el estado. Aun en aquellas regiones de Africa donde el estado no existía antes de la coloniza- ción europea, puede afirmarse que su forma- ción se inició tan pronto como el orden colonial estableció sus estructuras de control.

Ali Mazrui es profesor e investigador en la Universidad de Jos (Nigeria) y catedrático de ciencias políticas y estu- dios africanos en la Universidad de Michigan, en A n n Arbor. Entre sus numerosas publicaciones se cuentan On heroes and Uhuru-worship (1967), Violence and thought (1969), Cultural engineering and nation-building in East Africa (1972) y Political values and the educated class in Africa (1978).

Sin embargo, lo que en este trabajo nos interesa es el estado postcolonial, que repre- senta el más importante legado político de Europa a los nuevos gobernantes de Africa. Nos interesa saber cómo se ha comportado esta institución al ser confrontada a las ten- siones de la independencia y cómo se rela- ciona con otros aspectos del panorama postco- lonial, especialmente con el sistema de parti- dos en el contexto de la formación de clases

Todo el periodo colonial fue, por lo tanto, una experiencia de constitu- ción estatal, una fase en el desarrollo del estado africano moderno.

Antes de la indepen- dencia el estado colonial formaba parte de un sis- tema de poder más am- plio, de un imperio más extenso. La independen- cia constituyó un rite de passage, una iniciación a la existencia del estado como entidad autónoma.

Muy pronto se hizo evidente, sin em- bargo, que el estado africano postcolonial era frágil por naturaleza, tanto en su constitución interna como en su relación con el mundo exterior. En este último aspecto, un puñado de mercenarios europeos ha podido a veces ocasionar estragos en el orden político de un estado africano. Y en el plano interior, en ocasiones le ha faltado al estado africano un consenso nacional que lo respaldara. La legiti-

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midad del estado no está todavía asegurada. Si el estado es frágil en Africa, el partido

político lo es aún más. El hecho de que los partidos sean un fenómeno aún más reciente que el estado agrava esta crisis de fluidez institucional general. Sin embargo, algunos líderes africanos han considerado a veces a sus partidos políticos como instrumentos para la construcción del estado y han buscado la fuerza del partido para compensar la debili- dad estatal.

Es parcialmente en este contexto que debemos situar la atracción que el principio del partido único ha ejercido sobre algunos arquitectos tan destacados de la formación estatal africana, como Nkwame Nkrumah y Julius K. Nyerere.

No obstante, es necesario distinguir el caso de Ghana, con Nkwame Nkrumah, del de la República Unida de Tanzania, con Julius Nyerere. En la Ghana de Nkrumah, la jus- tificación del estado monopartidista provenía del argumento de que el país habría quedado peligrosamente dividido sin él. El sentimiento étnico y las tendencias separatistas arrojaban una sombra sobre la legitimidad del estado como un todo. Los partidos de oposición, se argumentaba, se convertirían en instrumentos erosivos de la legitimidad del estado y en un peligro para la cohesión nacional. Los diver- sos atentados fallidos contra la vida del presi- dente Nkrumah, fueran auténticos o meras manipulaciones de estado, aportaban justifica- ciones adicionales al principio del partido Único y de la detención preventiva. En una palabra, el estado monopartidista en la Ghana de Nkwame Nkrumah se justificaba por la necesidad, insoslayable para el estado, de crear un consenso nacional frente a la pro- funda división.

Por el contrario, el estado monopartidista de la antigua Tanganica de Julius Nyerere encontraba parcialmente su justificación en un consenso nacional preexistente. En las últimas elecciones antes de la independencia, la pobla- ción votó por abrumadora mayoría en favor de la Unión Nacional Africana de Tanganica (TANU). La oposición pareció estar com- puesta por una única y solitaria figura en el

Parlamento. Ante un consenso nacional tan multitudinario, es comprensible que Nyerere alegase que era una burla insistir en una fórmula multipartidista. El partido dominante no tenía una oposición real. ¿Debía, pues, adecuarse el sistema electoral y hallar los medios de ofrecer al electorado una alterna- tiva dentro del partido único, antes que negarle una opción real al insistir en el principio multipartidista cuando el consenso electoral que respaldaba al partido único era arrollador?

A diferencia del Partido de Convención Popular (CCP) de Nkrumah, en Ghana, Nye- rere no se encaminó directamente hacia el monopolio del poder sin un cuidadoso estudio previo. Se encargó a una comisión que investi- gara la mejor forma de garantizar el principio democrático de elección dentro del marco de un sistema unipartidista. La comisión reafirmó el principio de partido único, pero supeditándolo a que cada cinco años se convo- case una competición electoral entre miem- bros de ese mismo partido, de suerte que el pueblo pudiera elegir entre distintos candi- datos en las elecciones. Para aplicar esta innovación se modificó la constitución de Tanganica.

Tanganica se unió con Zanzibar para formar la República Unida de Tanzania en 1964. El Partido Afro-shirazi continuó diri- giendo Zanzibar como si fuera virtualmente una entidad separada, mientras que la TANU imperaba en Tanganica. Recién en 1977 los dos partidos se fusionaron para crear el Chama Cha Mapinduzi (partido de la revolu- ción, en swahili). Entre 1964 y 1977 Tanzania no fue, técnicamente, un estado monoparti- dista sino un país con dos sistemas de partido Único paralelos. Zanzibar se hallaba bajo el Partido Afro-shirazi; Tanzania continental, bajo la Unión Nacional Africana de Tanga- nica. Ambos eran sistemas unipartidarios, pero eran dos sistemas de un solo partido dentro del mismo estado.

Mientras que el sistema de partido único en Tanganica se justificaba en 1965 por el consenso nacional ya existente en el país que el propio sistema de partido reflejaba, la

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La ingeniería política en Africa 305

Silla del jefe principal. Región de Lunda (Angola). Museo de Dundo. Doc. Musée de l’homme.

fusión del Partido Afro-shirazi con la TANU en 1977 respondía parcialmente al argumento de que las dos partes de la República Unida de Tanzania necesitaban un consenso nacio- nal, y que una estructura de partido unificado podría ser uno de los caminos para lograrlo.

En la Uganda de Milton Obote se consi- deró el principio del estado monopartidista en el transcurso del año crítico de 1970. Tam- bién en este caso las razones se acercaban más a las que inspiraran a Nkrumah (el país necesitaba crear un consenso nacional) que a

las que habían inspirado a Julius Nyerere en los primeros anos de la década de 1960 (el país contaba con un consenso nacional tan fuerte que un partido de oposición no podría prospe- rar). En realidad, Uganda se hallaba aún más profundamente dividida que la Ghana de los tiempos de Nkrumah. Las fisuras étnicas eran más profundas en Uganda que en Ghana, y la tendencia a la violencia interétnica era más acentuada. Milton Obote estimó, con razón, que el país precisaba una delicada ingeniería política y electoral para poder crear un orden político viable. La idea del estado monoparti- dista era uno de los elementos posibles de esta estrategia. Mucho más interesante, sin embargo, fue la idea de Obote de hacer que cada miembro del Parlamento se presentara en cuatro distritos electorales distintos: -en el norte del país, en el sur, en el este y en el oeste. El plan preveía así que cada miembro del parlamento se comprometiera con cuatro áreas étnicas del país distintas. Esta responsa- bilidad multiétnica en la vida parlamentaria obligaría a los candidatos a tomar posiciones y a elaborar plataformas tendientes a conciliar a los distintos grupos en vez de dividirlos. Entre las elecciones, que se convocarían cada cinco años, cada miembro del Parlamento tendría también que atender a cuatro distritos electo- rales muy diferentes y, en consecuencia, ha- llar soluciones a escala nacional en lugar de defender intereses parciales y sectoriales.

Mientras Julius Nyerere con su sistema de partido único proponía la existencia de dos O tres candidatos por cada distrito electoral, Milton Obote preveía varios distritos electo- rales para cada parlamentario electo, y, en las elecciones mismas, una competencia entre los candidatos de cada uno de esos distritos electorales múltiples.

Las propuestas relativas a los distritos electorales múltiples en Uganda se conocieron concretamente como “Documento n.O Y’, o sea, el quinto manifiesto de reforma ideoló- gica introducido por Milton Obote durante su “avance a la izquierda” a partir de 1969. Pero antes de que estas ideas innovadoras pudieran llevarse a la práctica intervino Idi Amin Dada, y el primer gobierno de Milton Obote

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fue derrocado el 25 de enero de 1971. El intento de superar las diferencias étnicas mediante la reforma política quedó interrum- pido. Los años de Amin Dada darían como fruto una profundización de las animosidades étnicas en el país, pese al repudio general que su régimen inspiraba.

Dirigentes políticos como Nkrumah y Obote habían visto en las diferencias étnicas una de las principales justificaciones del sis- tema monopartidista. Pero si la presencia de diferencias étnicas es razón para fundar esta- dos con partido único, iqué decir de la ausencia de diferencias de clases en Africa? ¿Existe la lucha de clases en Africa? ¿Qué relación existe entre este problema y las ventajas o viabilidad del estado monoparti- dista? Este tipo de interrogantes reclama nuestra atención.

La lucha de clases y el partido único

En los países socialistas, el partido marxista dirigente es en realidad considerado como el arma decisiva en la lucha de clases. El partido tiene por misión ayudar a materializar y consolidar la dictadura del proletariado, lla- mada a su vez a preparar el camino para una sociedad sin clases. Los partidos comunistas de los países socialistas, lejos de dar por supuesto que en sus sociedades no existen clases, son generalmente muy conscientes de los privilegios de clase que pueden suscitarse, y se consideran ideológicamente como parti- dos de la clase obrera.

Julius Nyerere, en cambio, argumentaba en la década de 1960 que Africa necesitaba un sistema monopartidista porque no existían auténticas divisiones de clases. Nyerere había observado los fundamentos clasistas de los partidos políticos occidentales y había llegado a la conclusión de que estos cimientos de clase no tenían equivalente real en Africa. Nyerere sostenía: “Los partidos políticos europeos y americanos surgieron como consecuencia de las divisiones sociales y económicas existen- tes; el segundo partido se constituía para

desafiar el monopolio del poder político deten- tado por algún grupo aristocrático o capita- lista.”’ Lo que aquí se afirma es que el partido conservador y el laborista en el Reino Unido, el republicano y el demócrata en los Estados Unidos, y la multiplicidad de fac- ciones políticas que existen en países como la República Federal de Alemania y Francia, eran reflejo todos ellos de los antagonismos de clase presentes en el mundo occidental.

Pero Julius Nyerere iba aún más lejos. Así como el liberalismo multipartidista en el mundo occidental nació de las distinciones de clase, lo mismo sucedió con el propio socia- lismo europeo. Nyerere se refería a la revolu- ción agraria y, posteriormente, a la revolución industrial por las que hubo de pasar Europa. Luego proseguía afirmando: “La primera [revolución] creó en la sociedad dos clases Únicas, los ‘hacendados’ y los ‘desposeídos’; la segunda produjo el capitalista moderno y el proletariado industrial. Estas dos revolucio- nes echaron la simiente del conflicto en la sociedad, y de ese conflicto no sólo nació el socialismo europeo, sino que sus apóstoles santificaron el conflicto mismo y lo convirtie- ron en filosofía.”’

En Africa, sin embargo, al no existir una polarización de clases similar, las organiza- ciones políticas debían revestir formas diferen- tes.

¿Qué pruebas presentaba Nyerere para afirmar que el Africa tradicional estaba exenta de conflictos de clases? Nyerere se valía en parte de testimonios lingüísticos. La palabra “clase”, según él, no existe en ninguna lengua indígena. Nyerere tenía esta prueba lingüística por importante, ya que “la lengua describe las ideas de los que la hablan, y la idea de ‘clase’ o de ‘casta’ no aparecía por ninguna parte en la sociedad africana”.3

Nyerere también creía que el colecti- vismo tradicional africano era una forma de socialismo, y que consecuentemente contri- buía a moderar, si no realmente a impedir, el estallido de conflictos de clases. Como él decía: “Nosotros, en Africa, no tenemos más necesidad de que nos ‘conviertan’ al socia-

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Trabajadores desbrozando el terreno donde será emplazada una nueva aldea ujarnaa, en la región de Tabora (República Unida de Tanzania). Camara Press.

lismo de la que tenemos de que nos ‘incul- quen’ la democracia. Ambas formas están enraizadas en nuestro pasado, en la vida tradicional que nos ha hecho como S O ~ O S . ” ~

Pero si la ausencia de la palabra “clase” en las lenguas locales africanas podía ser prueba de que las clases no habían existido tradicionalmente, la ausencia de la palabra “socialismo” en la mayor parte de las lenguas referidas podría asimismo implicar que el fenómeno en sí no había existido tampoco. Nyerere acaso no desarrollara plenamente entonces las consecuencias contradictorias de la prueba lingüística en relación con sus propo- siciones gemelas, la de que el socialismo es innato en Africa y la de que la lucha de clases no lo es. Pero otros líderes africanos, como el difunto Tom Mboya, de Kenya, insistieron muy pronto en el hecho de que el “socia- lismo” había existido en el Africa tradicional, pese a que no hubiere un nombre para desig- narlo. En respuesta a la carta de un crítico en

una publicación de Africa oriental, Mboya le acusaba de “confundir la palabra socialismo con su realidad, con su práctica”. Mboya afirmaba: “NO quiero decir que tengamos que ahondar e inquirir en el pasado en busca del socialismo. Es una tradición permanente en nuestro pueblo. ¿Cree el autor de la carta que había que dar nombre al socialismo antes de que pudiera existir? Se trata de una actitud hacia el prójimo que se practica en nuestras sociedades y no tenía por qué ser codificada en una teoría científica para poder existir.”’

Al estimar la validez de la prueba lingüís- tica, Mboya fue más convincente que Nye- rere. La falta de apelativo de un fenómeno no demuestra necesariamente la ausencia del fenómeno mismo.

La contribución de Julius Nyerere, sin embargo, fue la de redefinir la palabra swahili ujarnaa, asignándole el significado por lo me- nos de una escuela de socialismo. En Africa oriental actualmente se suele usar esta pala-

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bra, en efecto, como el equivalente swahili de “socialismo”. Una de las ironías de la historia ideológica de Africa oriental es que el signifi- cado original de ujamaa fuese el de solidari- dad étnica o de familia, más que el de camaradena socialista. Pero para la inventiva lingüística e ideológica de Julius Nyerere, la palabra ujamaa igual podna haber sido un sinónimo de “tribalismo” en Africa, en vez del nombre de nada menos que una escuela especial de pensamiento socialista.

Aparte del hecho de que el Africa tradi- cional haya sido socialista o una sociedad sin clases, ¿qué podemos decir sobre el Africa postcolonial contemporánea desde el punto de vista de las clases y de la ideología?

EI soc[alismo: un clima favorable, un terreno árido

D e una manera general podríamos decir que el clima intelectual para el socialismo en Africa es bastante favorable, pero que el terreno, tanto material como sociológico, no es suficientemente fértil para que el socia- lismo arraigue. Examinemos más a fondo esta proposición binaria y pongámosla luego en relación con los sistemas de partidos.

El clima intelectual para el socialismo en Africa es favorable debido, en parte, a las continuidades y discontinuidades históricas básicas. En primer lugar, muchos africanos han llegado a asociar conceptualmente el capitalismo con’el imperialismo. En realidad, no es imposible que se den conjuntamente el socialismo y el imperialismo, y los chinos pueden suministrar el vocabulario necesario para describir este estado de cosas. También es posible encontrar un país capitalista, sin que por ello sea imperialista. Suiza y Suecia podrían considerarse buenos ejemplos de capi- talismo no imperialista.

Pero es cierto que en la experiencia histórica de Africa, el capitalismo moderno llegó de la mano del imperialismo. El enemigo del imperialismo es el nacionalismo; el ene- migo del capitalismo es el socialismo. Si existe, en efecto, una alianza entre capita-

lismo e imperialismo, ¿por qué no podría existir una alianza entre el nacionalismo afri- cano y el socialismo? Este modelo de conver- gencia intelectual e ideológica ha sido hallado atractivo en muchas partes de Africa.

Una segunda consideración que ha contri- buido al clima intelectual favorable del que goza el socialismo en Africa tiene que ver con la acumulación de frustraciones que han pro- ducido los esfuerzos por desarrollar al Africa según los patrones de crecimiento económico occidentales. Muchos africanos, desesperados ante los fallos de las primeras décadas de independencia, buscan hoy estrategias alterna- tivas de progreso económico y social. Los experimentos socialistas en el Africa postcolo- nial no han deparado en realidad hasta ahora mejorías mucho mayores para las masas que otros experimentos. Por el contrario, algunas veces los costos sociales del socialismo en Africa han sido más bien elevados. Podría alegarse, en efecto, que si bien existen ciertas experiencias capitalistas de proporciones limi- tadas relativamente prósperas en países como Kenya, Malawi y Costa de Marfil, Africa no ha conocido todavía una experiencia socia- lista relativamente satisfactoria, en el sentido de lograr una mejora significativa de las condiciones materiales en que viven las ma- sas.

A pesar de estas contradicciones, sin embargo, muchos africanos están tan desen- cantados con los primeros veinte años de independencia que no se opondrían a ensayar una experiencia de transformación social de carácter socialista.

El tercer factor que predispone a muchos africanos en favor del socialismo es la desen- frenada corrupción que existe entre los gober- nantes postcoloniales del continente. La co- rrupción, debemos puntualizar una vez más, no es de ninguna manera una peculiaridad exclusiva del capitalismo, como buen número de quienes han viajado por países socialistas puede atestiguar. Pero no hay duda de que la disciplina social suele ser más difícil de mante- ner bajo las condiciones de una economía de laissez-faire que bajo las de una planificación y supervisión relativamente centralizadas. En

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última instancia podríamos decir que la ética socialista es, casi por definición, más opuesta a la percepción de comisiones y sobornos, e incluso al lucro mismo, que la ética del individualismo adquisitivo.

El cuarto factor que ha contribuido al favorable clima intelectual del que disfruta el socialismo en Africa es la extendida creencia de que la cultura africana tradicional era básicamente. colectivista y, “por lo tanto”, socialista. Ya hemos aludido anteriormente a las reivindicaciones hechas por líderes como Nyerere y Mboya, para quienes la moralidad de la participación común en el Africa tradicio- nal, la ética de la responsabilidad respecto a los menores, los ancianos y los impedidos y el imperativo del bienestar colectivo constituían esencialmente una ética distributiva afín al socialismo,

Dado este clima intelectual generalmente favorable, apenas obtenida la independencia, la mayoría de los gobiernos africanos rindie- ron al socialismo alguna forma de tributo verbal. Incluso regímenes como el de Jomo Kenyatta y el de Léopold Senghor llegaron a adoptar una retórica parcialmente socialista en los primeros años de la independencia.

Los regímenes que resolvieron seguir el camino del unipartidismo se sintieron particu- larmente seducidos por el simbolismo socia- lista. Después de todo, las supuestas tenden- cias centralizadoras del socialismo podían con- tribuir a justificar un monopolio del poder por parte de un solo partido. Así, en la primera década de independencia africana, el socia- lismo parecía contar con las mejores pers- pectivas.

¿Qué salió mal entonces? Esto es lo que nos lleva ahora a considerar el otro aspecto, el de la aridez del terreno sociológico, a pesar del favorable clima intelectual. U n obstinado factor sociológico presente era simplemente la primacía de la etnia en Africa con relación a la conciencia de clase. La mayoría de los africanos son primero miembros de su grupo étnico y, luego, miembros de una clase social determinada. Cuando las cosas no andan bien, los campesinos ibo tenderán más bien a identificarse con la burguesía ibo que con los

compañeros campesinos del territorio yoruba. Jaramogi Oginga Odinga intentó formar en Kenya un partido socialista radical. Pronto descubrió que sus adeptos eran casi exclusiva- mente luos. El jefe Obafemi Awolowo recu- rrió a la retórica socialista, en Nigeria, después de la restauración del poder civil en 1979 en dicho país. No tardó en descubrir que era el héroe, no de la clase trabajadora en general, sino de todas las clases del territorio yoruba. En definitiva, puede legítimamente sostenerse que siempre que se han dado una confronta- ción y una competición clara entre las fuerzas de la etnia por un lado y las fuerzas de la conciencia de clase por el otro, la etnia ha triunfado casi invariablemente en Africa. Este es uno de los principales factores que contri- buyen a la esterilidad del terreno sociológico para albergar una ideología como el socia- lismo.

Otro factor concomitante es la fuerza de las élites en Africa, en comparación con la de las clases sociales como tales. Especialmente las élites nuevas han surgido del seno de la aculturación imperial occidental. No ha sido siempre necesariamente la posesión de riqueza lo que ha abierto las puertas a la influencia y al poder, sino, en primer lugar, el haber recibido educación occidental y la facili- dad de palabra. Como ya he indicado en otros trabajos, la clase política inicial de Africa postcolonial ha estado constituida por un núcleo desproporcionado de occidentalizados y semioccidentalizados. En esta galaxia de estrellas occidentalizadas brillan nombres como Nkrumah, Nyerere, Senghor, Kaunda, Obote, Houphouet-Boigny, Banda, Mugabe, Nkomo, Machel, Neto y otros.

Esta situación hizo surgir en el panorama africano una ambivalencia sociológica básica. Por una parte, parecía que los que hablaban el lenguaje más antiimperialista y los más inclina- dos a vincular el imperialismo con el capita- lismo eran, precisamente, las élites prove- nientes del imperialismo cultural occidental en Africa. Aun cuando estos elementos llega- ban a hacerse auténticamente revoluciona- rios, existía una contradicción básica. Des- pués de todo, Karl Marx esperaba que la clase

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Bailarinas en trajes tradicionales actuando frente a la inmensa “Mansión Ejecutiva”, ex oficina y residencia del presidente William Tolbert (Monrovia, Liberia). Glyn GeniníCamera Press.

más revolucionaria fuese la menos favorecida en las sociedades más prósperas y adelanta- das, y en la sociedad industrial occidental se estimaba que esta clase era el proletariado.

Pero cuando nos fijamos en los líderes revolucionarios de Angola, de la República Unida de Tanzania o de Guinea, y examina- mos sus credenciales occidentales, nos inclina- mos a concluir que la más revolucionaria de todas las clases en esas sociedades era precisa- mente la más favorecida. En otras palabras, los radicales del tercer mundo occidentalizado eran los más predispuestos a perseguir el sueño de la transformación socialista. No es pues la clase social menos favorecida en la sociedad más adelantada (el proletariado en Occidente), sino los grupos sociales más favo- recidos en las sociedades menos adelantadas (la burguesía occidentalizada en los países del tercer mundo) los que han de considerarse verdaderos agentes de la revolución en el último cuarto del siglo xx.6

En efecto, es una imposibilidad sociolin- güística que un africano sea un marxista consciente y culto sin estar al mismo tiempo sustancialmente occidentalizado. Esto se debe en parte al hecho de que para llegar a ser un marxista culto y serio se requiere haber estu- diado la obra de Marx y sus comentaristas. El acceso a estas obras, hoy por hoy, a través de lenguas africanas indígenas es sólo parcial- mente posible en kiswahili, yoruba o amharic. U n africano que desee analizar a fondo mu- chas de las obras de Marx, Engels y Lenin tiene que haber sido iniciado en la cultura literaria de Occidente.

Incluso los africanos que van a China o a la Unión Soviética tienen que haber sido previamente europeizados. Las becas para viajar a esos países no se ofrecen normal- mente a los rústicos campesinos que ni siquiera asistieron a las escuelas misionales o a sus equivalentes. La índole de la formación de las élites puede contarse, pues, decidida-

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Leyendo el periódico, después de la revolución de 1980. GartungiCamera Press. -

mente, como un aspecto adverso del terreno sociológico con el que choca el socialismo en Africa.

U n tercer factor que influye sobre esa aridez del terreno tiene que ver con las aptitudes organizativas de Africa en la fase histórica actual. Muchos suponen, apresurada- mente, que una historia de colectivismo en un marco tradicional es una preparación idónea y suficiente para coordinar esfuerzos en un contexto moderno. Lamentablemente, gran parte de los testimonios de que disponemos indican lo contrario. El esfuerzo colectivo basado en la costumbre, en la tradición y en los lazos de parentesco deja a Africa sin preparación alguna para el tipo de colecti- vismo organizado que debe basarse en la autoridad más que en la costumbre, en la eficiencia más que en la empatía, en la raciona- lidad más que en el rito. Si el socialismo exige una estructura de mando racional y eficiente, que no esté basada en la costumbre, la

afinidad étnica o los ritos, la presente fase de cambio social en Africa es todavía desfavora- ble a la transformación socialista.

El cuarto factor que influye en esa esterili- dad del terreno sociológico de Africa nos retrotrae a cuestiones de continuidad histórica. La mayoría de las economías africanas están ya integradas a una economía mundial domi- nada por Occidente. Los países africanos que se hacen socialistas de fronteras para adentro se percatan de que continúan integrados al sistema capitalista mundial. Las normas que rigen este sistema provienen, en una propor- ción abrumadora, de principios desarrollados en la historia del capitalismo. En el comercio internacional, los países tratan de elevar sus beneficios al máximo y de obtener ganancia. Las reglas de la negociación comercial y de los intercambios a nivei internacional, el sistema bancario sobre el que se apoyan esos intercam- bios, las divisas que se emplean en los merca- dos monetarios y que sirven para equilibrar la

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balanza de pagos, todo es producto de la experiencia capitalista. Países como Viet Nam, Angola y hasta Cuba no tardan en descubrir que su mejor vía económica consiste en obte- ner una legitimidad internacional conforme a los cánones occidentales. Algunos podrán fa- llar y no conseguir esa legitimidad, pero buena parte de su ambición está en empezar a obtener el favor occidental y lograr un fácil acceso de sus productos a los mercados occi- dentales, consiguiendo también el acceso a los mercados monetarios del mundo occidental.

Todo esto, repetimos, significa que los países del tercer mundo pueden ajustar sus dispositivos nacionales internos a patrones socialistas, pero al mismo tiempo continúan profundamente integrados al sistema capita- lista internacional. Incluso se ha argumentado que un país como la República Unida de Tanzania es hoy más dependiente del sistema capitalista mundial de lo que lo era antes de inaugurar su experiencia neosocialista con la Declaración de Arusha de 1967.’

Esta es pues la configuración de factores que revela por un lado que Africa está lista intelectualmente para el socialismo, pero que, por el otro, las condiciones materiales para una auténtica experiencia socialista no están todavía dadas. El clima intelectual es promete- dor; el terreno sociológico es poco favorable.

¿Cómo se relaciona esta configuración de factores con el tema de los partidos políticos en Africa y sobre todo con las posibilidades de un estado monopartidista?

La movilización de masas frente a la competición de élites

La premisa fundamental de este análisis es que un,partido político sólo puede prosperar bajo una de las dos condiciones sociales siguientes: una situación en la que la moviliza- ción de masas es factible o un contexto en el que se produce una competición entre élites. El interrogante que surge es si las condiciones en la mayoría de los países africanos son propicias, ya sea para la movilización de

masas, ya sea para controlar y manejar con acierto la competición entre minorías privile- giadas.

Los estados monopartidistas en Africa se hallan en su punto más precario en aquellas sociedades que han intentado sofocar la com- petición de élites sin sustituirla por la moviliza- ción de masas. Curiosamente, dos de estos países son considerados como los casos más prósperos de desarrollo capitalista en Africa: Kenya y Costa de Marfil. Tanto uno como otro, por io menos en los últimos años de la década de 1970, alcanzaron niveles de creci- miento económico realmente impresionantes. Lo que no se menciona sin embargo es que ambos también experimentaron un grado con- siderable de menoscabo político; sobre todo las infraestructuras de los partidos sufrieron un grave proceso de deterioro.

Los gobiernos de estos países son muy sensibles a las insinuaciones de que sus parti- dos políticos se han momificado. En reali- dad, la Unión Nacional Africana de Kenya (KANU) conoció su momento de mayor vigor cuando hubo de hacer frente a la competencia de otro partido. Dicha competencia duró bien poco tiempo y se produjo en los albores mismos de la independencia, cuando la Unión Democrática Africana de Kenya aportaba la fuerza compensadora de las comunidades étni- cas minoritarias que trataban de protegerse frente a la que se presumía una alianza entre las “tribus” gigantes de los territorios Kikuyu y Luo.

Luego, cuando Jaramogi Oginga Odinga fundó su Unión de los Pueblos de Kenya, la KANU respondió durante algún tiempo con vigoroso entusiasmo y agresividad. Pero cuando, después de 1969, la KANU consiguió eliminar a todos los competidores, ella misma comenzó a experimentar un paulatino proceso de atrofia. La desarticulación de la competi- ción entre élites por medio de la intimidación y de la eliminación de otros partidos trajo como consecuencia el debilitamiento del vigor del partido dominante y ello, sobre todo porque la Unión Nacional Africana de Kenya no intentó siquiera utilizar la movilización de masas como fuerza motriz que reemplazara la

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Después del golpe de estado militar del 31 de diciembre de 1981 en Ghana. J. ChatiniGarnma.

competición multipartidista entre minorías selectas.

En la vecina República Unida de Tan- zania, por otra parte, el debilitamiento de la competición entre élites, debido al sistema de partido único y al riguroso código de conduc- ción política establecido por la Declaración de Arusha, se vio parcialmente compensado por una ética de organización general social, eco- nómica y política de las masas. La Unión Nacional Africana de Tanganica (TANU) siguió siendo un partido relativamente activo y de peso político, pese al hecho de que muchos de sus objetivos y ambiciones jamás lograron materializarse. El país se empobreció material- mente casi en proporción inversa a la riqueza de su idealismo. Algunos lo veían como un socialismo agriado, como ujamaa sin uji (socia- lismo sin gachas). La diferencia más impor- tante, repetimos, fue que la República Unida de Tanzania intentó no obstante compensar la reducción de la competición entre élites con

una auténtica movilización de masas. Kenya intentó debilitar la competición entre élites al nivel político, sin sustituirla por ningún conato apreciable de movilización popular.

Sin embargo, Kenya fomentó la competi- ción de élites a nivel económico, aun cuando pusiera empeño en desalentarla en la vida política. Esta competición de minorías a nivel económico produjo en ese país un crecimiento económico relativo, mientras que el monopo- lio del poder público por parte de una sola de estas minorías determinó un relativo deterioro político. El esfuerzo de la República Unida de Tanzania por sofocar la competición de élites en la economía, en cambio, tal vez haya contribuido a un relativo deterioro econó- mico, pero la movilización popular en el plano político generó por lo menos un cierto vigor político institucionalizado .

Hemos de tener en cuenta sin embargo que, sociológicamente, la competición entre élites no necesita ser generada. Donde no es

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deliberadamente impedida, surge de modo espontáneo. La competición entre minorías privilegiadas, en Africa y en todas partes, es una predisposición social natural que sólo puede frenarse si alguien toma medidas delibe- radas para estrangularla.

La movilización de masas, en cambio, no es un fenómeno natural. No surge como efecto del curso natural de los acontecimien- tos, sino que tiene que haber alguien que la suscite, enardeciendo a las masas mediante símbolos de solidaridad adecuados, inspirán- dolas con una motivación correcta y encauzán- dolas por derroteros idóneos de esfuerzo y sacrificio. La movilización de masas requiere un mando político sólido; la competición de élites florece mejor en condiciones de conduc- ción política débil.

Africa encuentra más fácil sufrir las con- tradicciones de la competición de élites que promover la movilización popular.

También es preciso decir unas palabras acerca de los estados marxistas con partido Único que existen en Africa. El estado mar- xista que se ha mantenido por más tiempo es Guinea (Conakri), bajo la autoridad de Sékou Touré. Su partido, el PDG, presuntamente marxista-leninista, se basaba en el centralismo democrático. El partido conoció momentos de auténtica movilización de masas, y ello desde los días en que consiguió inspirar al electo- rado de Guinea para que votase por la inde- pendencia respecto de Francia, en el referén- dum organizado por D e Gaulle en 1958. Pero el estado monopartidista de Sékou Touré no siempre fue un imán de movilización; también ha sido un agente de dispersión, en la medida en que cientos de miles de guineanos huyeron del país y crearon una nutrida diáspora gui- neana en Africa occidental y en Francia. Se ha calculado que uno de cada cinco guineanos ha debido abandonar el país en las dos últimas décadas. Las cifras de movilización registra- das en Guinea deben pues ser analizadas en contraste con las de un éxodo masivo.

En los cinco últimos años se han apre- ciado señales de mejoramiento en Guinea, ya que parece revelarse un cierto grado de libera- lización. Los nuevos recursos minerales

deberían poder ayudar a este país a desarro- llar su economía y a detener al mismo tiempo el decaimiento político.

El Frelimo de Mozambique es, por supuesto, otro ejemplo de partido mamista- leninista en el poder, pero, a diferencia del PDG, el Frelimo nació del movimiento armado de liberación contra la dominación portuguesa. El carácter de la movilización dentro del Frelimo ha sido durante cierto tiempo tanto militar como político. Desde el punto de vista de la organización, el movi- miento ha alcanzado sin duda considerables ventajas sobre otros partidos políticos en Africa. El empeño nianifiestamente sostenido de movilizar a los campesinos como parte de la guerra contra los portugueses, y de institu- cionalizar luego el afán de transformación en las áreas rurales liberadas, contribuyó a pro- fundizar la experiencia de una organización y participación colectiva genuina. Los logros del Frelimo no deben subestimarse.

Sin embargo, en el momento de la reti- rada portuguesa, la organización no había adquirido aún suficiente capacidad administra- tiva ni plena competencia económica. La marcha de los colonos y administradores por- tugueses dejó ciertamente un vacío sustancial en la infraestructura general de la nación. Todavía está por verse si el Frelimo va a tener éxito en el esfuerzo por detener el decai- miento tanto político como económico que padece la sociedad. El partido debiera aprove- char su experiencia en la movilización popular contra los portugueses en esta nueva lucha por la reconstrucción y el rejuvenecimiento.

Un estado marxista monopartidista menos convincente es Angola. Esto se debe en parte a que el MPLA (Movimiento Popular para.la Liberación de Angola) lejos de demos- trar capacidad para movilizar a las masas en el conjunto de la sociedad, todavía está- luchando por asegurar el mero control sobre grandes partes del país. Lejos de haber conse- guido la participación popular masiva, el par- tido gobernante se esfuerza hoy por hacer frente a una rebelión y a una defección generalizadas. Lo que existe en Angola es un grave problema de seguridad interior.

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La ingeniería política en Africa 315

Esta situación se agrava considerable- mente a causa de la política agresiva que desarrolla Sudáfrica con respecto a Angola. Los sudafricanos llevan a cabo periódica- mente importantes incursiones militares en Angola, no sólo causando daños devastadores a la Organización de Pueblos Africanos del Suroeste (SWAPO), sino también entorpe- ciendo el intento de Luanda por pacificar el resto del país e implantar su autoridad. La Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), acaudillada por Jonas Savimbi, ha conseguido mantener una rebe- lión permanente contra el gobierno central del país y ejercer un sólido control sobre extensas áreas geográficas de Angola.

Pero ¿no es esto mismo una forma de competición entre élites en Angola? Si los partidos políticos en Africa se fortalecen en condiciones de movilización popular o de competición entre élites, y si la movilización de masas no es viable en Angola por el momento, ¿no es la competición entre la UNITA y el MPLA una forma de rivalidad elitista básica?

La respuesta es sin duda afirmativa. No obstante, se trata de una rivalidad de élites militarizadas, más que de una mera rivalidad entre partidos políticos. Cuando en un país como Angola existe un conflicto armado entre dos movimientos, la rivalidad desborda la simple competición de élites y la guerra toma el relevo de la política de partidos.

Esto nos lleva a la cuestión más general de las relaciones entre civiles y militares, y de su efecto sobre los partidos políticos en Africa. ¿Qué nos indican los hechos respecto a este punto de convergencia entre los procesos políticos y los militares en este continente?

Las elecciones, las balas y el sistema de partidos

En simples términos de correlación, más que de una necesaria relación de causa a efecto, se ha producido en Africa un extraordinario fenómeno en las dos primeras décadas de la

independencia. Los gobiernos civiles más duraderos en el Africa negra han sido, en su gran mayoría, gobiernos de estados monopar- tidistas. Entre los más veteranos estadistas africanos hacia el final de los años setenta se contaban nombres como Julius Nyerere de la República Unida de Tanzania, Houphouet- Boigny de Costa de Marfil, Kenneth Kaunda de Zambia, Hastings Banda de Malawi, y (hasta 1978) Jomo Kenyatta de Kenya. Esta pléyade de los más distinguidos estadistas africanos de las dos primeras décadas de la independencia está compuesta por presiden- tes de estados monopartidistas, por débiles que fuesen los partidos políticos que regían en sus respectivos países.

Por otra parte, muchas de las víctimas de golpes de estado militares durante estas dos primeras décadas fueron gobernantes de paí- ses que aún conservaban un sistema multiparti- dista o que, por lo menos, no habían todavía consolidado una sólida alternativa monoparti- dista. Nigeria, el primer país africano anglo- parlante que sufriera un golpe de estado militar, era realmente un estado multiparti- dista en 1966. Nkrumah fue también derro- cado en Ghana ese mismo año, antes que existiera un sistema de partido único suficien- temente consolidado. La lealtad a los anti- guos partidos de la oposición en el país era todavía muy fuerte.

Milton Obote creyó haber escapado ape- nas a un golpe militar él mismo, en 1966, cuando el país contaba aún con un floreciente sistema multipartidista. Cuando en 1971 fue derrocado por Idi Amin Dada, todavía no había tenido tiempo de consolidar una alterna- tiva monopartidista en Uganda.

El golpe de estado militar de Aboud en el Sudán en 1964 también aconteció sobre el telón de fondo de un sistema multipartidista vigoroso y coherente. Posteriormente se res- tauraría en Sudán un régimen civil y la política pluralista florecería nuevamente, sólo para ser sucedida por otros golpes de estado militares.

En el Congo (hoy Zaire), el golpe de estado inicial también se dio sobre el telón de fondo de tremendas rivalidades étnicas y de élites. Se restableció luego un régimen civil,

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incluso en un periodo bajo el notorio lide- razgo de Moise Tshombe, pero nuevamente los militares pusieron fin a un régimen afri- cano plciralista y competitivo. Hay aún otros ejemplos de sistemas multipartidistas en Africa que han sucumbido ante la interven- ción militar.

Naturalmecte, no todos los estados mono- partidistas de Africa han sobrevivido, ni tam- poco todos los estados multipartidistas han sucumbido ante golpes de estado militares. Lo que intentamos destacar es que los regímenes civiles más duraderos hasta ahora en Africa han sido, con mucho, gobiernos de estados monopartidistas, y que las víctimas de interven- ciones militares en este continente han sido en su gran mayona estados multipartidistas.

La cuestión que se plantea claramente es si ésta es simplemente una correlación acciden- tal que ha venido dándose en los primeros veinte años de la independencia africana o si en estos procesos existe una conexión causal básica.

Es demasiado pronto aún para poder formular una conclusión definitiva. Por ejem- plo, cabría la posibilidad de que la permanencia de regímenes civiles en países como la Repú- blica Unida de Tanzania, Zambia, Kenya, Malawi y Costa de Marfil se haya debido a factores como la existencia de personalidades de gran envergadura, al apoyo occidental y a ciertas configuraciones de factores sociológi- cos específicas de esos países, más que al sistema monopartidista. El carisma de figuras como Jomo Kenyatta y Julius Nyerere podría ser mucho más pertinente como explicación parcial de la durabilidad de un régimen civil que la existencia de la Unión Nacional Afri- cana de Kenya o del Chama Cha Mapinduzi en la República Unida de Tanzania.

D e igual manera, el apoyo francés a Houphouet-Boigny, en Costa de Marfil, y el respaldo inglés a Jomo Kenyatta y a Daniel arap Moi, en Kenya, pueden haber sido más eficaces para su seguridad como líderes que la estructura de sus partidos políticos.

No deja de ser significativo, sin embargo, que los regímenes de partido único hayan sido tan sorprendentemente estables en las dos

primeras décadas de la independencia en Africa, mientras que los sistemas multiparti- distas hayan sido tan asombrosamente vulnera- bles a la intervención militar.

Pero debemos destacar también la apa- rente inevitabilidad de las soluciones multipar- tidistas en los casos de restauración del régi- men civil, allí donde había sido desplazado por regímenes militares. Si, por una parte, la historia de Africa en los dos primeros decenios de independencia parece indicar que un sis- tema de partido único ha podido contribuir a impedir el régimen militar, por otra parte debe también observarse que un sistema multiparti- dista parece haber sido con bastante frecuencia en Africa la cura necesaria del régimen militar.

Cuando los soldados se disponen a regre- sar a los cuarteles, jcómo van a transmitir el poder a un solo partido? LA qué partido único podrían concebiblemente transferir los instru- mentos de la soberanía? Después de todo, aun cuando previamente hubieran tomado el poder de un solo partido dirigente, como hicieron en Ghana bajo Nkrumah, mal podrían luego restituir el poder al partido al que antes habían derrocado.

Así, pues, la restitución del poder civil en Africa ha asumido muy frecuentemente la forma de convocatorias a elecciones libres y pluralistas entre varios partidos competitivos, para determinar a quién habría de conferirse la autoridad política. En 1979 se celebraron elecciones de este tipo en Ghana y en Nigeria, una vez que los militares volvieron a los cuarteles. En 1980 sucedió otro tanto en Uganda. En efecto, tanto Ghana como Sudán han conocido más de una restauración civil, y en todos los casos ha sido necesario organizar elecciones con participación de varios partidos antes de que los militares pudiesen devolver las riendas de la nación a los civiles.

En política, como en medicina, acaso sea -cierto que vale más prevenir que curar. La cura, no obstante, es siempre mejor que la enfermedad. En resumen, diríase que, según la historia africana hasta hoy transcurrida, el estado monopartidista es una garantía más eficaz contra el régimen militar que el sistema multipartidista. Pero también, según dicha

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Un enorme retrato del presidente Syaard Barre, colocado en el futuro emplazamiento de una pescadería en Mogadiscio (Somalia), invita ai pueblo a recurrir a los recursos alimenticios del mar. DelluciRush.

historia, parece ser que un sistema multiparti- dista es invariablemente la cura necesaria si ha de ponerse fin a un régimen militar.

Conclusión

En este artículo hemos intentado identificar la complicada trama de los sistemas de partidos en Africa en relación con el conjunto de fuerzas sociales y políticas. H a existido una tensión básica entre las fuerzas y los valores que han favorecido al estado monopartidista y las que han tendido a actuar en favor de la competición entre varios partidos y del consi- guiente pluralismo político.

En los primeros años de la independen- cia, las fuerzas que favorecían el multiparti- dismo contaron con la ayuda exaltante de la

retórica socialista. Existía la difundida suposi- ción de que el socialismo funcionaba mejor bajo las tendencias centralizadoras del sistema de partido único. Y como el socialismo durante algún tiempo había entrado en alianza con el nacionalismo africano, contra el imperialismo y el capitalismo, daba la impre- sión de que Africa se hallaba a un paso de experimentar una fórmula monopartidista nueva y creativa.

Pero, como hemos indicado, el socia- lismo en Africa descubrió que si bien el clima intelectual le era favorable, el terreno socioló- gico le resultaba adverso. La experiencia colonial y el sufrimiento de Africa bajo el capitalismo hicieron a muchos africanos iden- tificarse positivamente con los símbolos socia- listas. Por otra parte, la primacía de la etnia en Africa y la persistencia de la dependencia

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se cuentan entre los factores que han militado contra una auténtica socialización de los medios de producción, de la distribución y del intercambio. La estructura de clases ha sido débil y la formación de élites ha estado profundamente influida por la cultura política de las potencias coloniales. El terreno socioló- gico siguió siendo inhóspito para el socialis- mo, pese a la aparente buena disposición del clima intelectual. Todo esto tuvo repercu- siones en el sistema de partidos de los dife- rentes países africanos. En términos gene- rales, pareciera que los partidos políticos en Africa sólo pueden mantener el vigor ade- cuado si las condiciones son propicias para la competición no violenta de minorías privilegia- das, o bien favorables para las movilizaciones no represivas de masas.

En cuanto al nexo de orden general entre los sistemas de partidos y las relaciones civiles- militares, hemos señalado la desproporcio- nada duración de los regímenes civiles regidos por sistemas monopartidistas. ¿Se trata de una correlación accidental o de una conexión causal?

Hemos examinado también la vulnerabili- dad a la intervención militar que presentan los sitemas multipartidistas en Africa, e inquiri- mos nuevamente: ¿ha sido ésta una correla- ción meramente accidental en los dos prime- ros decenios de la independencia africana, o debemos examinar más atentamente la posi- ble interrelación causal entre pluralismo polí- tico y la probabilidad de golpes de estado militares en Africa?

Por último, hemos considerado la apa- rente inevitabilidad de la solución multiparti- dista ante la crisis inherente al regreso de los militares a los cuarteles. En general, no ha parecido posible que los militares transfieran el poder a una estructura de partido único

único que ellos habían previamente derrocado para transferirle el poder. Una solución inevi- table hasta ahora a la crisis del retorno al poder civil en Africa ha sido la convocatoria a elecciones pluralistas con la concurrencia de

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diversos partidos. Si el sistema monopartidista ha sido realmente una forma de medicina preventiva contra los golpes militares, el sis- tema multipartidista ha sido a su vez una terapia necesaria para curar las secuelas del control político militar.*

Subyacente a este conjunto de factores está la fragilidad general del estado postcolo- nial en Africa, que todavía no se ha consoli- dado. El estado se presenta a veces en este continente como entidad todopoderosa, totali- taria, capaz incluso de abolir otras institu- ciones con toda tranquilidad. Pero aun cuando el estado africano dé esa impresión de omnipotente, en realidad no es así, no sólo porque el estado mismo no es fuerte, sino porque las otras instituciones (industrias, igle- sias, sindicatos) son más débiles todavía. El estado africano es aparentemente "poderoso" pero intrínsecamente vulnerable. A veces es excesivamente autoritario para disimular el hecho de que carece de autoridad real sufi- ciente. El estado se enfrenta todavía a una crisis de legitimidad ante el tribunal del plura- lismo africano.

El sistema de partido único ha sido una de las técnicas políticas empleadas para la formación del estado, una técnica de inge- niería política. Sus resultados en Africa han sido modestos hasta el presente, pero quien- quiera que acuñara el viejo dicho de que "Roma no se hizo en un día", sin duda se refería a algo más que a las maravillas de mármol y de piedra de la antigua urbe. Debe sin duda haber querido referirse también a su elaborada estructura jurídica, a Roma como sede de poder y de autoridad, como un estado. Roma no se hizo en un día, y las tradiciones jurídicas que legó al mundo, sin embargo, parecen ser eternas.

¿Se están construyendo Romas africa- nas? o1 .-n...n"tn not< tC.A".4" frDa,..r\ I T

al colocar los ladrillos; el estado africano no ha encontrado aún su forma, ya sea ésta una ventaja o una desventaja.'

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Traducido del inglés

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La ingeniería política en Africa 319

Notas

1. Julius K. Nyerere, “Democracy and the party system”, Freedom and unity, p. 198, Dar es-Salam y Londres, Oxford University Press, 1966. 2. Ibid, p. 169. 3. Nyerere, J. K. “Ujamaa: the basis of African socialism”, Freeedom and unity, op. cit., p. 170.

4. Ibid, p. 170.

5. Véase Transition (Kampala), vol. 3, n.O 11, noviembre de 1963, p. 6. El crítico de Mboya era también un africano oriental, C. N. Omondi. La carta del crítico se publicó por primera vez en Kenya weekly news, Nairobi, 2 de agosto de 1963.

6. Véase también A. Mazrui, Political values and the educated class in Africa, Londres, Heinemann Educational Books, y Los AngeledBerkeley, University of California Press, 1978. Véase igualmente, del mismo autor, “Marxist theories, socialist policies and African realities”, Problems of communism, septiembre- octubre de 1980, p. 44-53.

7. James Mittelman ha intentado cuantificar esta creciente dependencia internacional, pese a los esfuerzos nacionales por llevar adelante la vía socialista del desarrollo. Algunos quizás lleguen incluso a sostener que la dependencia internacional en aumento pudiera deberse en

parte precisamente a esa experiencia socialista nacional.

8. Consultese Arístides Zolberg, The one-party government in the Ivory Coast, Princeton, N. J. Princeton University Press, 1964 y Creating political order: the party States of West Africa, Chicago, Rand McNally, 1966.

9. Respecto al tema de la formación de estados en la historia reciente, véase el número especial de la Revista internacional de ciencias sociales “Acerca del Estado” (vol. XXXII, n.O 4, 1980) y el número especial “Capitalism, socialism and the state”, de Survey: a journal of East and West studies, vol. 26, n.O 1, Londres, invierno de 1982.

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Sobre la viabilidad psicológica de I ” I at i n oa m e r i ca n i srn o ”

José Miguel Salazar

El estudio de la conducta humana desde un punto de vista sociopsicológico debe incluir necesariamente una consideración acerca de los movimientos sociales efectivos y posibles, y de la forma en que los mismos inciden sobre el individuo. Al mismo tiempo, si aceptamos que la relación entre sociedad e individuo es de carácter dialéctico, es importante determi- nar el estado de conciencia de los individuos y el modo en que éste puede estimular o inhibir los movimientos sociales.

Los movimientos so- ciales relacionados con la identidad nacional, cultu- ral o étnica, que en sen- tido muy lato podemos llamar “nacionalistas”, han desempeñado un irn- portante papel en distin- tas épocas como motores de la historia, y existen sobrados testimonios de su renovada importancia [Smith, 19791.

Nos proponemos aquí llevar a cabo un aná- lisis de un posible caso

lismo”, presentaremos algunas pruebas indica- tivas de que puede considerársele como un posible motor de fenómenos importantes.

Antes de seguir adelante, es preciso hacer una digresión y decir algunas palabras sobre nacionalismo, regionalismo, internacio- nalismo y otros conceptos afines. Como Kluck- horn y Murray [1949] lo han expresado, no nos asemejamos a ningún otro hombre, pero somos al mismo tiempo semejantes a algunos

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I José Miguel Salazar es director del Instituto de Psicología de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. Recientemente publicó Nacionalismo: sus bases psicológicas (1982).

de “nacionalismo” continental, o lo que podríamos acaso llamar “latinoamericanismo”. Nuestro propósito es analizar si el “latinoamericanismo” es una manifestación ideológica con suficiente fuerza y realidad como para servir de palanca a un movimiento social de tipo nacionalista. Va- mos a examinar la hipótesis de que efectiva- mente lo sea, y aunque nos cuidaremos de atribuirle realmente la etiqueta de “naciona-

otros hombres y a todos los demás. Dicho de otra manera, existen múlti- ples círculos de identidad.

La identificación a un grupo pertenece al se- gundo círculo, y dentro de él existen por lo gene- ral oscilaciones evidentes en cuanto a la importan- cia relativa de las iden- tificaciones a grupos di- versos, según la ocasión y las circunstancias. En momentos diferentes po- demos situarnos, por

ejemplo, en diferentes niveles de identifica- ción a un grupo geográfico, desde el familiar, pasando por el local, el regional y el nacional hasta el supranacional. El hecho de que cualquiera de ellos pueda ser más “activo” en un momento determinado no quiere decir que los otros no existan. En este orden de ideas, el “latinoamericanismo” es una identificación a un grupo a un nivel de complejidad relativa- mente alto, que puede o no manifestarse

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activamente en circunstancias determinadas. El internacionalismo, por otra parte, ya

sea “internacionalismo proletario” o “cosmo- politismo burgués”, pertenece al tercer tipo de fenómenos que Kluckhorn y Murray enu- meran. “Internacionalismo” evoca la identi- ficación con la humanidad en general, lo cual implica ya sea una conciencia muy desarro- llada o un puro desconocimiento de ciertas realidades sociales.

Somos conscientes del hecho de que el problema que abordamos es de carácter multi- disciplinario y puede por consiguiente ser examinado desde distintos ángulos y a dife- rentes niveles. Trataremos de mantenernos en el terreno sociopsicológico, aunque hagamos alguna que otra incursión fuera de él para considerar brevemente puntos de vista socio- históricos.

Empezaremos por hacer un brevísimo análisis del problema del “nacionalismo”, tal como aparece planteado en algunas obras selectas de ciencias sociales; pasaremos luego a considerar algunos de los enfoques hoy vigentes de psicología social apropiados al caso, para por fin acometer una sucinta his- toria de la idea de “latinoamericanismo” durante la historia de las repúblicas del sub- continente y exponer algunos datos reciente- mente recogidos que, a nuestro juicio, son indicativos de la existencia de una ideología latinoamericana. Por último, tras describir algunos movimientos recientes de integración latinoamericana, expondremos nuestra conclu- sión en relación con nuestra hipótesis de partida.

EI nacionalismo en algunas obras selectas de ciencia social

Numerosos científicos sociales han hecho apor- taciones interesantes al estudio del naciona- lismo, y detenernos en un examen exhaustivo de su obra nos apartaría de nuestro propósito actual. Nos limitaremos a mencionar, por lo tanto, a aquellos que consideramos más perti- nentes para el tema concreto que nos interesa.

Hayes [1926] asimila el nacionalismo a una “religión”. Una de sus tesis es que el hombre posee un sentimiento religioso que debe ser expresado de alguna manera. En épocas de duda y de escepticismo religioso, este sentimiento se expresa a través del nacio- nalismo y del culto al estado político. Hayes establece una distinción entre “nacionalidad”, que es un principio cultural y no político, y nacionalismo, que es una fusión emocional moderna y una exaltación de dos fenómenos muy antiguos: la nacionalidad (“un grupo de individuos que hablan la misma lengua o dialectos muy semejantes, que mantienen tra- diciones históricas comunes y que constituyen o creen constituir una sociedad cultural dis- tinta de las demás” [p. 51 y el “patriotismo” (amor por la terra patria o tierra natal). “Siempre han existido [. . .] entidades humanas a las que puede darse con propiedad el nombre de nacionalidades. Desde tiempos antiguos ha existido el amor al país o a la tierra natal, o sea el patriotismo. Pero el nacionalismo es un fenómeno moderno, casi de ayer mismo.”

Stalin [1913], partiendo de un punto de vista filosófico diferente, afirma que “una nación no es más que una categoría histórica de una era determinada, la del ascenso del capitalismo”. Una nación se define como una “comunidad humana estable, históricamente constituida y que se desarrolla a partir de un idioma, de un territorio, de una vida econó- mica y de una psicología comunes, manifestán- dose esto último en la existencia de una cultura común”.

Kohn reconstruye la historia o evolución del nacionalismo tomando como punto de referencia su aparición en los países occidenta- les. Considera que gira en torno a dos ideas indisolublemente unidas: la libertad personal y la unidad nacional. “La libertad pasó a ser el cimiento de la patria; sólo tenemos patria allí donde la libertad está asegurada, pero una libertad basada en la propiedad, en la concien- cia de la fuerza y peso que los miembros de la clase media han adquirido merced al incre- mento de su riqueza” [Kohn, 1949, p. 1901.

Kohn se esfuerza por precisar y descarta

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Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo” 323

U n homenaje popular a Simón Bolívar, tomado de una obra anónima del siglo XIX sobre la historia de Venezuela. Snark.

muchos elementos que podrían tener sólo la apariencia de nacionalismo, llegando final- mente a una definición, que formula en tér- minos básicamente psicológicos, en torno a la lealtad al estado nacional. Esta definición consta de cinco elementos: u) es una “dis- posición o talante”, b) que reconoce en la nación-estado una forma ideal de organiza-

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ción, c) fuente de toda energía cultural crea- dora, d) fuente de bienestar económico y e) que exige una suprema lealtad.

Silvert [1965] examina el problema en el contexto latinoamericano y también se centra en la lealtad al estado nacional. Considera el nacionalismo como inherente al proceso de desarrollo y estima que un número considera-

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ble de problemas de América Latina pueden explicarse por una falta de lealtad a nivel intermedio (el tipo de lealtad requerida por el nacionalismo) y la tendencia a pasar directa- mente de la lealtad a la familia y al pequeño grupo a identificaciones que los trascienden. Silvert cree que estas lealtades de tipo interme- dio constituyen el “precio metafísico que hay que pagar por la modernización”.

U n énfasis muy diferente, pero que subraya la importancia del nacionalismo para el desarrollo del tercer mundo, es el de Al Razzaz [1963], quien toma una posición en favor del nacionalismo árabe, contrastándolo con el nacionalismo racista y patriotero de Europa occidental. Podemos así identificar un “nuevo” nacionalismo, cuyas características serían las siguientes: a) fe en la independencia (frente al imperialismo); b) fe en la unidad nacional; c) fe en la libertad (derivada de la lucha antiimperialista); ú) fe en el socialismo (porque se identifica al imperialismo con la explotación y el capitalismo); e) rechazo a la agresión, al racismo y a la esclavitud; y f) adopción de una posición neutral e inde- pendiente en los asuntos internacionales y profundo empeño en la cooperación interna- cional.

Whittaker [1962] constata que el naciona- lismo continental o latinoamericano ha adqui- rido enorme fuerza en la década de 1960. Considera que como movimiento tiene mayo- res probabilidades de éxito que otros análogos surgidos en Africa o Europa, debido en parte a la lengua común. El “latinoamericanismo” posee ciertas características que lo asocian con el nacionalismo convencional, como el sentimiento de solidaridad latinoamericana, la existencia de símbolos de solidaridad (como Bolívar, por ejemplo) y de esfuerzos por dar expresión a tales ideas.

En fecha posterior, no obstante, y aun reconociendo que el nacionalismo subconti- nental es un factor significativo en el con- texto psicológico del desarrollo latinoameri- cano, Whittaker y Jordan [1966, p. 1771 expresan que “es tan improbable que se alcance la unificación efectiva de América Latina en un futuro inmediato, y este hecho es

tan bien comprendido por su pueblo, que una de las principales consecuencias prácticas de la propagación del continentalismo ha sido fortalecer el nacionalismo en cada uno de los países de la región”.

Más recientemente, Smith ha cuestio- nado la pertinencia de la nación-estado en un mundo en el que muchos estados son multina- cionales. Destacando la incidencia de los elementos psicológicos, Smith centra su análi- sis en el “nacionalismo étnico”, el cual está adquiriendo una importancia cada vez mayor en nuestros días.

El nacionalismo étnico debe su permanen- cia y dinamismo a lo que este autor llama “mitos del linaje”, de los que enumera cuatro: a) “un mito de los orígenes, que indica a las generaciones sucesivas la época y el lugar de donde proceden”; b) “un mito del linaje, que enseña quién nos trajo al mundo y cómo nos entroncamos con nuestro antepasado común”; c) “un mito de la edad heroica, que nos revela cómo fuimos liberados y llegamos a ser gran- des y gloriosos”; y d) “un mito de la decaden- cia y del renacimiento que nos relata cómo los héroes dieron paso a mortales ordinarios, cómo la comunidad padeció la decadencia y aun el exilio, cómo las generaciones actuales viven en un estado de vasallaje, corrupción y decaimiento, y cómo puede hacérselas rena- cer” [Smith, 19821.

La importancia de estos mitos radica en que contribuyen a crear ese sentimiento comu- nitario que tanta falta hace para funcionar socialmente en el ámbito internacional. Como Smith con tanta convicción lo expresa: “Por encima de los lazos de clase, estado, familia, partido e iglesia está la solidaridad que se siente hacia una comunidad étnica, hacia un pueblo entero, fruto de los recuerdos históri- cos resumidos esencialmente en el mito del linaje, que constituye el principal foco de identidad y el principal motor de la acción política” [Smith, 1982, p. 111.

Este breve repaso, a todas luces incom- pleto, indica que aunque algunos estiman la existencia de una nación-estado como una condición básica para el nacionalismo, los Últimos autores considerados admiten la pre-

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Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo” 325

sencia de un elemento psicológico subyacente, así como un enfoque algo más amplio que incluye actitudes y orientaciones no específica- mente centradas en la nación-estado.

La importancia concedida a la infraestruc- tura psicológica al considerar el problema del nacionalismo sugiere que acudamos ahora a la sociopsicología para descubrir lo que ésta pueda aportanos acerca de nuestro análisis sobre el htinqamericanismo.

Una visión sociopsicológica del nacionalismo

Antes de continuar con nuestra discusión es preciso establecer algunas distinciones concep- tuales. Como se ha indicado, la mayor parte de los historiadores y científicos políticos llaman la atención sobre los elementos psico- lógicos subyacentes en el nacionalismo; al hacerlo, están empleando directa o indirecta- mente el concepto de actitud. Pero no pode- mos hablar de una actitud sin indicar clara- mente en qué consiste su objeto.

En el ámbito del nacionalismo podemos identificar por lo menos tres objetos even- tuales de estas actitudes: el pueblo, el territo- no o contexto geográfico y el estado que rige sobre el pueblo en ese determinado contexto geográfico. Es lógicamente posible diferenciar entre los elementos y manifestar, por ejem- plo, actitudes positivas hacia el pueblo y una actitud negativa hacia el estado. Aun cuando la relación con el tercer objeto (la nación- estado) sea lo que interesa a la mayoría de los científicos sociales, no es menos cierto que los otros dos tipos de actitudes son de gran importancia psicológica, que tienen una histo- ria mucho más larga y que pueden ser determi- nantes importantes del comportamiento social. Para subrayar la distinción podemos utilizar términos diferentes al referirnos a las diversas actitudes. La actitud respecto al pueblo pode- mos llamarla etnocentrismo o “parcialidad propia a un grupo” [Brewer, 19791, la actitud hacia el país como entidad sociogeográfica podemos llamarla “patriotismo” y la actitud

hacia el estado podemos denominarla “esta- tismo”.

Teniendo esta distinción en cuenta, pode- mos examinar algunos trabajos sociopsicológi- cos recientes sobre la materia, que restringire- mos a cinco grupos de investigadores muy importantes. U n examen general de su obra nos indica lo siguiente: Kelman [1969] y su grupo se han interesado más por buscar las fuentes de la adhesión a la nación-estado, o, en otras palabras, las motivaciones del esta- tismo; Klineberg y Zavalloni [1969] estudian la importancia relativa del tribalism0 y de la identidad nacional en seis países africanos; Jahoda [1962] se interesa por la evolución de los fenómenos y rastrea el desarrollo del etnocentrismo y la aparición de concepciones geográficas con él emparentadas; Brewer y Campbell [1976], al igual que Levine y Camp- bell [1972], se interesan por el problema del etnocentrismo y hacen aportaciones en ese sentido; Tajfel [1981] y sus colegas, por último, van aún más lejos en esta dirección, concentrándose en el problema de la “categori- zación” de los individuos y en el modo en que esto incide en el comportamiento social.

El enfoque del primer grupo de investiga- dores se centra en el análisis de cómo y por qué los individuos se relacionan con la nación- estado. Estas formas de relación pueden cla- sificarse en tres tipos, identificados como simbólico, normativo y funcional, que son sucesivamente más complejos y difíciles de alcanzar [Katz, Kelman y Flach, 19631. El “nacionalismo” es básicamente un proceso de carácter ideológico que corresponde a una fase en el desarrollo de la nación-estado; puede considerarse como una integración sim- bólica, a la que suceden las fases posteriores de integración normativa y funcional.

Kelman [1969] añade al debate la si- guiente pregunta: ¿por qué se integra el individuo a la nación-estado o la acepta como legítima? O, dicho de otra manera, ¿cuáles son las fuentes de su lealtad al sistema? En este sentido Kelman identifica un vínculo “sentimental” (cuando el sujeto ve el sistema como representación de sí mismo, como un importante reflejo o extensión de sí mismo) y

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un vínculo “instrumental” (cuando el sujeto considera el sistema como un vehículo eficaz para alcanzar sus propios objetivos y los de otros miembros del sistema). Ambos vínculos guardan relación con determinadas necesida- des existenciales: la de pertenecer y la de trascender, respectivamente. D e esta línea de investigación pueden recogerse sin duda algu- nos elementos interesantes, aunque conviene recordar que se centra básicamente en la actitud hacia el estado.

Klineberg y Zavalloni [1969] se propusie- ron investigar un problema diferente. En seis países africanos (Etiopía, Uganda, Congo, Nigeria, Ghana y Senegal) evaluaron la ampli- tud y la importancia de la identidad tribal y nacional. En todos los casos estudiados existe un estado recién constituido que comprende una multiplicidad de grupos tribales. Diría- mos que se trata de etnocentrismo frente a es ta tismo .

Las conclusiones que se desprenden de su investigación son, en ciertos aspectos, difícil- mente aplicables de unos países a otros, aun en Africa. Efectivamente, en algunos casos los autores encuentran un alto grado de hostili- dad entre las tribus, lo cual podría presagiar resultados negativos a nivel de la integración nacional (como en el caso de Nigeria). En otros casos notaron, sin embargo, una mani- fiesta coincidencia de identidades, desde lo, meramente tribal hasta el panafricanismo (que también se incluía en el estudio).

Jahoda ha llevado a cabo varios estudios sobre la evolución de ciertos fenómenos. En uno de ellos [1962] describe el proceso de ampliación gradual de los horizontes sociales y geográficos de los niños, en el que identifica tres fases que parten de un concepto muy rudimentario de suelo natal, para remontarse hasta el dominio de conceptos históricos y geográficos. En otro estudio [1966a; 196663 muestra cómo la identidad de grupo precede a la correcta comprensión de las relaciones geográficas. D e sumo interés son también las conclusiones referentes a la primacía de lo afectivo sobre lo cognoscitivo, ilustradas por el hecho de que los niños son capaces de expresar agrados y desagrados acerca de paí-

ses sobre los que tienen escasos conocimien- tos.

Campbell [1958] analiza el problema fun- damental de saber lo que hace que un grupo sea un grupo. Partiendo del estudio de la percepción, lanza la idea de que el determi- nante más importante del sentimiento de pertenencia a una entidad es el destino común. La “similitud” y la “proximidad física”, aunque también importantes, tienen un rol mucho menos determinante. Transponiendo esto al nivel social, el autor da gran importan- cia a la historia común como determinante del sentimiento de pertenencia a una entidad social.

Aparentemente, a partir de dichas premi- sas Campbell desarrolla un visible interés por el etnocentrisrno, entendido como los senti- mientos propios de un grupo (y sin que tenga nada que ver con conceptos de raza) y sigue una línea de investigación junto con Levine [Levine y Campbell, 19721 y Brewer [Brewer y Campbell, 19761. En el primero de estos libros se presenta una reformulación exhaus- tiva de la hipótesis del etnocentrismo de Summer, reconsiderada a la luz de las teorías sociales más modernas, incluyendo la teoría de los grupos de referencia, que realmente desafía la hipótesis original. El segundo libro pone más bien el acento sobre el proceso de acopio de datos (en Africa). Entre la profu- sión de datos interesantes obtenidos en el empeño de contrastar polémicamente entre sí los distintos enfoques teóricos, se abre paso la conclusión siguiente: “Los resultados obteni- dos, en general, corroboran las proposiciones sobre las relaciones entre grupos derivadas de los modelos de equilibrio y de la teoría de grupos de referencia, y dejan sin corroborar las derivadas de las teorías realistas del con- flicto dentro del grupo o de la frustración- agresión” [Brewer, 1968, p. 2881.

Tres conclusiones pertinentes pueden sacarse de su trabajo: la importancia de la semejanza como determinante de distancia social o de afecto positivo; la dificultad de definir los límites de los grupos y la importan- cia que debe darse a la historia común. Es también interesante la ratificación de la inde-

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Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo” 327

Billete argentino de cincuenta pesos con la efigie del general San Martin. Roger viollet

pendencia relativa de los aspectos afectivos y cognoscitivos, o más exactamente, entre atrac- ción y valoración [Brewer y Campbell, 1976, p. 981. Estas consideraciones nos conducen al examen del problema de la categorización social, también abordado por Brewer [ 19701, pero más plenamente desarrollado por Tajfel y sus colegas.

El enfoque de Tajfel [1981] deriva origi- nalmente de la experimentación psicológica sobre la importancia de la elaboración de categorizaciones o etiquetas en la cristaliza- ción de los prejuicios propios de un grupo. D e aquí se desarrolla la teoría llamada CIC (categorización-identidad-comparación) .

Para poder hablar de un grupo, es necesa- rio poseer ciertos criterios de categorización social, una etiqueta de identificación reconoci- ble tanto fuera como dentro del grupo; hace falta que haya “identificación”, o sea un cierto grado de inversión emocional en el grupo; finalmente, también hacen falta las compara- ciones que muestren una tendencia a valorar el grupo al que uno pertenece a una luz más favorable en relación con otros grupos. Aun- que la mayor parte de los estudios experimen- tales han establecido esta tendencia a valorar

positivamente su propio grupo hay pruebas de que en estudios concretos no siempre éste es el caso existiendo diversos ejemplos de imá- genes de “odio” a sí mismo o de “autodesvalo- rización”. Esta autorrepresentación negativa no excluye, empero, la posibilidad de una inversión emocional positiva en el grupo, tal como lo requiere la fase anterior de identifica- ción o de “identidad social”, según la denomi- nación de Tajfel.

A manera de resumen podemos decir que los trabajos de sociopsicología señalan la importancia de categorizar y etiquetar; tam- bién demuestran la coexistencia funcional de identidades distintas y la relativa flexibilidad que adoptan algunas de estas etiquetas según los grados de semejanzas percibidas. Por otra parte, los trabajos considerados indican tam- bién una distinción entre lo afectivo y lo cognoscitivo en este ámbito, con primacía evolutiva de lo primero sobre lo segundo. Esta diferenciación proporciona varias fuen- tes de adhesión a una nación-estado y permite una vinculación afectiva positiva, indepen- dientemente de toda comparación cognosci- tiva negativa.

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EI latinoamericanismo: persistencia de un ideal

El ideal de una patria “latinoamericana” y del “latinoamericanismo” tiene una larga e ininte- rrumpida historia desde la época de la inde- pendencia.

Las ideas de Bolívar sobre el particular son bien conocidas y el Congreso de Panamá, que se convocó en 1826, tenía como objetivo darles una manifestación tangible. Hemos de señalar, sin embargo, que la idea giraba en torno a una confederación y no a la constitu- ción de una sola y única nación-estado. En su carta de Jamaica, escrita en 1815, Bolívar decía :

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Y a que tiene un origen, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! [Bolívar, 1815.1

En algunos de sus escritos Bolívar indicaba que Hispanoamérica necesitaba estados más pequeños dirigidos por gobiernos centraliza- dos; pero la idea de un pacto, de una confede- ración de repúblicas hispanoamericanas, per- manece presente todo a lo largo de su vida. Desafortunadamente, su sueño no se hizo realidad al final de su vida, y desde entonces las seis naciones hispanoamericanas indepen- dientes que fueran invitadas a participar en el Congreso de Panamá se vieron escindidas en dieciséis estados soberanos, en lugar de for- mar una sola confederación. Entre los que trabajaron activamente por promover cam- bios políticos en sus países durante las guerras de independencia del siglo XIX, San Martin, Francisco Morán y José Gervasio Artigas defendían ideas similares en favor de la inte- gración de las ex colonias españolas. Pero, a pesar de la ausencia de resultados políticos tangibles en el periodo que siguió a la indepen-

dencia, la idea de la confederación ha perma- necido siempre viva en los medios intelec- tuales y políticos a lo largo de los aproximada- mente ciento cincuenta años de historia de aquellas repúblicas. Ya en 1844 Alberdi sos- tenía la necesidad de convocar un congreso de los pueblos de América del Sur. Y, en efecto, varios congresos de este tipo se celebraron en 1847, 1848 y 1864 en Lima, y en 1856 en Santiago [Porras, 19741.

A finales del siglo pasado, la clara voz de Marti habla de “nuestra América” en un artículo de la Revista ilustrada del 10 de enero de 1891: “Del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semi por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar la semilla de la América nueva” [Marti, 1926, p. 941. Y dice también: “El deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América” [Marti, 1926, p. 931.

Antes de la primera guerra mundial, Rodó escribía su Ariel, y ponía de relieve la diferen- cia y la superioridad espiritual del genio “latino”; en el periodo de entreguerras, José Ingenieros propugnaba la fundación de una unión latinoamericana. En un discurso pro- nunciado en 1925 en honor de José Vasconce- los, entonces ministro de educación de Méxi- co, decía: “Las fuerzas morales deben actuar en el sentido de una progresiva compenetra- ción de los pueblos latinoamericanos, que sirva de premisa a una futura confederación política y económica, capaz de resistir comple- tamente las coacciones de cualquier imperia- lismo extranjero” [Ingenieros, 19721.

Algún tiempo después, en El destino de un continente, Ugarte escribía que los requisitos psicológicos previos para la integración latinoa- mericana existen, y que la intromisión extran- jera (particularmente la de los Estados Unidos) es lo único que impide su realización. “Los indoamericanos que se encuentran en Europa

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Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo”

descubrirán siempre entre ellos -sea cual sea SU república, su matiz étnico o su clase social- profundos lazos de parecido que los sitúa dentro de un conglomerado propio. Porque por encima de la procedencia y la etiqueta, dando a las palabras el sentido más elevado y más amplio, desde ahora existe un verdadero senti- miento nacional” [Ugarte, 1961, p. 871.

Solamente nos hemos limitado aquí a citar a estos cuatro autores, pero ideas análo- gas pueden hallarse entre otros, en los escritos de Rubén Dano (nicaragüense, 1867-1916), de José M. Vargas Vila (colombiano, 1860- 1933), de Manuel de Oliveira Lima (brasi- leño, 1867-1928), de Rufino Blanco-Fombona (venezolano, 1874-1944), de José Vasconce- los (mejicano, 1882-1959) o de Juan José Arévalo (guatemalteco, 1904).

No sólo se encuentran este tipo de ideas en los círculos literarios. La unidad latinoame- ricana también aparece como divisa de movi- mientos políticos ideológicamente muy distin- tos, como los personificados por Perón [1972] o Haya de la Torre [1946], como entre ciertos demócratas cristianos [Valdés, 19701 o como en la vida de Ernesto Guevara, cubriendo así el espectro político casi por completo.

Algunos autores, como Galasso [1975], señalan que el fracaso en constituir una sola nación latinoamericana en el momento de la independencia se debió a la ausencia, por una parte, de una burguesía suficientemente pode- rosa que tomara las riendas y, por otra, al interés del imperio británico por mantener economías de exportfción que satisficieran sus necesidades. Si la integración ha de lle- varse a cabo, sólo podrá hacerse, dice, “bajo la dirección del proletariado y ligada a la lucha por el socialismo”. La idea de los “Estados Socialistas Unidos de América Latina” aparece en su obra como en la de Ramos [1969] y en la de Trotsky, y figura en la Declaración de Principios del Partido Socia- lista Chileno de 1933, bajo la forma de una Federación de Repúblicas Socialistas [Allende, 19671.

Existen, sin embargo, varias corrientes que compiten con el latinoamericanismo, como el panamericanismo y el eurolatinismo,

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además de ciertas realidades culturales particu- laristas.

El panamericanismo tuvo su auge du- rante la segunda guerra mundial y el gobierno de Roosvelt; se ha dicho que servía a los intereses de los Estados Unidos de América y para muchos latinoamericanistas se convirtió en una idea que debía combatirse. El paname- ricanismo encontró expresión institucional en la Organización de Estados Americanos y en toda una serie de pactos. En teoría no tiene por qué entrar en conflicto con el latinoameri- canismo más que con otras agrupaciones supranacionales, pero, históricamente, el con- flicto ha existido. El “latinismo” o “hispa- nismo”, que conoció su mayor predicamento en los albores de este siglo, se vio como algo que servía a los intereses de los países latinos europeos y que se fomentaba como una reac- ción frente a la influencia norteamericana. Fue vigorosamente criticado por Mariátegui [1956], quien señalaba las peculiaridades y diversidades culturales que hacen tales ideas absurdas y las limitan a determinadas élites urbanas, máxime cuando con ello se omiten las culturas indígenas, particularmente en un país como su Perú natal. Esta objeción, adoptada por Haya de la Torre, le llevó a concebir su “indoamericanismo” , que pone un mayor énfasis en la herencia india. D e todos modos, la idea de un acervo común de senti- mientos, identidad y patrimonio de casi todos los países de lenguas romances de América ha seguido siendo identificada como latinoameri- cana.

Los comentarios de un psicólogo social chileno van sin embargo en contra de esta tesis. Gissi [1981] considera que América Latina es un “continente sin nombre”, ya que el término “americano” que solía emplearse para designar a su pueblo hasta la época de la independencia ha adquirido un significado distinto, necesitando la adición del adjetivo “latino”. Lo que este autor propone es “cam- biar nuestras actitudes, conocimiento, valora- ciones e información acerca de nuestra Amé- rica”. Tras analizar los graves problemas de identidad manifiestos en la realidad latinoame- ricana, añade: “De todos modos, es porque

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CUADRO 1. Actitud hacia los compatriotas y hacia otros latinoamericanos

Compatriotas Latinos t

Brasil (N = 124) 2,87 2,27 0,55 a = 9,42 a = 7,67

Colombia (N = 192) 1,35 5,54 7,47 U = 11,08 u = 9,04 p < ,o1

México (N = 101) 6,25 10,52 2,84 a = 10,33 a = 11,02 p < ,o5

Perú (N = 198) 0,79 6,40 5,Ol O = 11,39 a = 10,89 p < ,o1

Rep. Dominicana (N = 168) 5,16 9,11 4,19 (J = 8.79 u = 8,49 v < ,o1

Venezuela (N = 199) 2,32 5,80 3,63 O = 10.68 o = 8,56 P < ,o1

CUADRO 2. Comparación de rasgos entre latinoamericanos y compatriotas

Social- Instrumentales Culturales Otros afectivos

Más favorables a los latinoamericanos 47 % 78 % 89 % 11 %

Menos favorables a los latinoamericanos 16 % 6% 0 % 8 %

I Sin diferencia 37 % 16 % 11 % 81 % I I Número de comparaciones 19 18 9 26 I América Latina ha cobrado conciencia de sí misma en la segunda mitad del siglo xx que la expresión ‘latinoamericano’ se ha tornado más significativa.”

Un estudio empírico En un estudio realizado con 982 alumnos universitarios en seis países de la región (Brasil, Colombia, República Dominicana, México, Perú y Venezuela) se pidió a los sujetos que hiciesen una valoración de sus propios compatriotas, de los oriundos de cada uno de los demás países y de los latinoamerica- nos en general, a partir de una lista de doce rasgos obtenidos en cada país de un análisis de contenido de los adjetivos más frecuente- mente empleados por una población análoga

para describir a los demás. Este instrumento permitió realizar una medición de actitudes, utilizando el método de Fishbein.

Los resultados obtenidos indican una acti- tud más positiva hacia los latinoamericanos en generai que respecto a grupos restringidos en cinco de los países, con la sola excepción del Brasil, donde no hubo ninguna diferencia. Dichos resultados se exponen gráficamente en el cuadro 1.

Identificada esta tendencia a sobrevalorar la imagen de los latinoamericanos en relación con los compatriotas, quisimos identificar los rasgos que se atribuían más frecuentemente a los primeros que a los segundos, con el fin de inferir las posibles “ganancias” o “pérdidas” que cabía esperar de una identificación más estrecha con el latinoamericanismo.

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Sobre la viabilidad Dsicolónica del “latinoamericanismo” 331

Latin América (1974), mural pintado por un grupo de mujeres latinoamericanas en San Francisco. La escena interpreta la identidad cultural común de los latinoamericanos, y tiende a hacer tomar conciencia a los ciudadanos de ese origen que viven en América del Norte de los lazos que los unen. Fototeca CCI.

A fin de hacer inteligibles los resultados, se llevaron a cabo análisis de factores con los datos relativos a cada grupo nacional, ya que la lista de rasgos era específica de cada país debido a la forma en la que se la había elaborado.

Aunque hubo diferencias en los resulta- dos obtenidos en cada uno de los seis grupos, fue posible identificar tres factores presentes en todos los casos: un factor social-afectivo (que incluía rasgos como “jovial”, “amisto- so”, “acogedor”) y factores instrumentales (término tomado de Banchs) que compren- dían rasgos como “perezoso”, “conformista”, “trabajador incansable”, así como un factor cultural que giraba básicamente en torno al rasgo “instruido”.

D e las 72 evaluaciones de rasgos llevadas a cabo (12 en cada uno de los seis grupos nacionales), encontramos que 40 (o sea 56%)

muestran una diferencia significativa (tests de t que alcanzan un nivel de 0,05); de éstos, 34 (o sea 85%) implican una imagen más favora- ble de los latinoamericanos en relación con los compatriotas.

Cuando consideramos la clasificación de rasgos basada en el análisis de factores obtene- mos los resultados expuestos en el cuadro 2.

Puede apreciarse que la imagen más favorable predomina sobre las dimensiones instrumental y cultural. Se percibe al latinoa- mericano como más instruido (en los seis países). Esto indicaría que los esfuerzos de integración latinoamericana deben hacer des- tacar deliberadamente este elemento. EI debi- litamiento en la atribución del rasgo de pereza (y análogas diferencias en otros rasgos instru- mentales) en la imagen del latinoamericano parece denotar la aparición de una imagen favorable para la integración instrumental.

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Tentativas recientes de integración latinoamericana

Hasta la fecha, los intentos de integración económica entre países latinoamericanos han fracasado en su mayor parte. El Mercado Común de América Central, tras un éxito inicial, está hoy punto menos que atascado en un mar de borrascas sociopolíticas [Lizano y Wilmore, 19751.

La Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), temporalmente recupe- rada bajo el nombre de ALADI, no consiguió mantener sus objetivos. Desde el momento mismo en que se puso en marcha, la ALALC fue objeto de ataques por la forma en que se la había concebido. Creada en la Conferencia de Punta del Este, y como respuesta de la Organización de Estados Americanos a los movimientos revolucionarios continentales ins- pirados por la revolución cubana, en realidad estaba concebida para beneficiar con creces a las sociedades transnacionales de países desa- rrollados, que podrían así operar en un mercado común más fácilmente manejable [Allende, 1967; Córdova y Araujo, 19721. En este contexto, es cuestionable que su falta de éxito pueda tomarse como indicador de fra- caso del latinoamericanismo.

Una creación más reciente es el SELA, que incluye a todas las naciones de la zona (incluidas las ex colonias inglesas y holandesas no latinas), que tiene una estructura flexible y que aspira a crear empresas “multinacionales” (distintas de las “transnacionales”). Su éxito está todavía por ser evaluado. D e todos modos, ha alcanzado ya algunos éxitos políti- cos importantes, como la Declaración de Panamá, que establece algunas normas comu- nes en sus relaciones con el primer mundo, especialmente con los Estados Unidos. A raíz de la crisis del Atlántico sur se está discu- tiendo la conveniencia de “crear un ‘SELA político’ que comprendería a todos los países de habla hispana (incluida Cuba), pero no a los Estados Unidos ni a las naciones anglopar- lantes del Caribe. En teoría, se reuniría para debatir problemas políticos importantes y pre-

sentar una postura unificada dentro de un foro más amplio” [Latin American weekly report, 19821.

En el ámbito cultural se han apreciado algunos esfuerzos de unificación evidentes, y ejemplo muy notable de ello es la explosión literaria de los años setenta. Al movimiento se le ha llamado y sentido latinoamericano, y la concesión del Premio Nobel de Literatura de 1982 a Gabriel García Márquez puede considerarse como una feliz culminación de estos hechos. La proliferación de asociaciones latinoamericanas también es digna de nota. En el último Yearbook of international organi- zations [Union of International Associations, 19811, se catalogan ochenta y siete entidades, que comprenden gran variedad de asocia- ciones, sociedades, uniones, centros y confe- deraciones latinoamericanas.

Consideraciones finales

Volviendo a los trabajos examinados y refirién- dolos a la situación latino-americana concreta, observamos lo siguiente:

El latinoamericanismo no puede conside- rarse ni como una “religión secular” ni como una forma de lealtad a la nación-estado; comprende, sin embargo, “mitos de linaje” muy presentes en la conciencia, y ciertas homogeneidades culturales y lingüísticas. En cuanto al mito de los orígenes, es interesante señalar que el 12 de octubre, día del desem- barco de Colón, viene celebrándose como Día de la Raza desde 1892, y que con este término se quiere indicar el nacimiento de una nueva “raza” mixta que ese día irrumpe en la historia. El mito de la edad heroica aparece con toda evidencia en las guerras de indepen- dencia que, al menos en algunos de estos países, fueron auténticos esfuerzos de dimen- sión latinoamericana.

En la formulación de Kelman, la piedra angular de una vinculación nacional podría ser sentimental o instrumental. Tanto en la argu- mentación de los defensores del latinoamerica- nismo, como en las respuestas de nuestros entrevistados parece haber pruebas de vincula-

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Sobre la viabilidad psicológica del “latinoamericanismo” 333

ción sentimental y algunos indicios del naci- miento de una vinculación instrumental que puede evolucionar y crecer en el futuro.

El estudio de Zavalloni y Klineberg revela la existencia de identificaciones fraccio- nadas que representan una contracorriente a la unidad nacional, incluso en “estados que funcionan” (entre ellos los que han alcanzado un alto nivel de desarrollo). Aunque menos extendidas que las que hallamos en Africa, existen en América Latina diferencias cultu- rales importantes (como bien señala Mariáte- gui), pero éstas pueden tanto constituir un problema a un nivel nacional limitado, como a nivel de cualquier integración supranacional. La cuestión es el ”uso qiie pueda hacerse de estas diferencias “tribales” en circunstancias determinadas.

Por otra parte, las identificaciones nacio- nales separadas que son fruto de más de ciento cincuenta años de historia indepen- diente (y en algunos casos incluso de divi- siones administrativas más antiguas dentro del imperio español) plantean un problema si la integración se concibe de un modo centrali- zado, sin respetar las peculiaridades locales. Ahora bien, con el desarrollo de las comunica- ciones y la desaparición de la estructura económica basada en las “ciudades portua- rias”, la relación con el exterior, la mayor movilidad dentro de la zona facilitada por los adelantos tecnológicos de nuestro tiempo, las diferencias entre estas identificaciones nacio- nales acaso tiendan a disminuir. Algunos indicios a este respecto se han obtenido en Venezuela, donde el mayor contacto con

otros miembros de grupos latinoamericanos tiende a hacer las actitudes más favorables, aun en los casos en los que la actitud general tendía a ser negativa.

Quizá sea en la obra de Tajfel, sin embargo, con su insistencia en la identidad de grupo, donde hallamos las indicaciones más positivas en apoyo de la realidad psicológica y de la importancia del latinoamericanismo. La primera fase de formulación de su teoría de categorización de la identidad y de la compara- ción es evidentemente idónea, dado que en América Latina existe en efecto una “etiqueta identificadora reconocible, tanto externa como internamente”; existe también identifica- ción e inversión emocional, como lo demues- tra una parte de la investigación que hemos reseñado arriba. Por último, aun cuando las comparaciones indiquen una evaluación de grupo negativa [Salazar, y otros, 19821, ésta disminuye cuando la identificación se verifica bajo la etiqueta supranacional. ¿Acaso no indica todo esto la existencia de las precondi- ciones sociopsicológicas de un supranaciona- lismo latinoamericano?

Hablamos sólo de precondiciones psicoló- gicas, por supuesto. Sería absurdo concluir que eso es todo lo que se necesita. Los acontecimientos sociales e históricos son evi- dentemente el resultado de fuerzas en acción más objetivas; pero sería una simplificación no menos anticientífica dejar de tomar en cuenta la existencia de determinadas reali- dades sociopsicológicas que pueden contribuir a condicionar los hechos sociohistóricos.

Traducido del inglés

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Sobre las identidades

Carl F. Graumann

múltiples

Inconsecuencia e identidad

Cuando los políticos alteran sus coaliciones y se alían con partidos que antes tenían por adversarios, generalmente declaran que sus cambios constituyen una política consecuente, recta y honrada. Cuando los miembros de un grupo “étnico” inmigrante minoritario desean ser tratados como nativos de la sociedad que los acoge, es decir que reclaman la nacionalidad después de años de tra- bajo y residencia en un estado, se consideran acreedores a los derechos y privilegios de sus anfi- triones. Cuando católicos fieles y practicantes insis- ten en ser miembros lea- les de partidos socialis- tas, o viceversa, están convencidos de que am- bas lealtades o formas de conceptuarse a sí mismos son compatibles, a veces

extraños no se mostrarán muy convencidos de la coherencia o legitimidad de las pretensiones y comportamiento en cuestión. La manera en que conciben la identidad de un político, de un trabajador inmigrante, de un católico o de una hija discrepa del modo en que esas mismas personas conciben su propia identidad. Pero ¿puede haber dos o incluso más identidades? o, en resumidas cuentas, ¿debe haber sólo una? ¿Pueden las identi-

El profesor Carl F. Graumann es director del Instituto de Psicología de la Universidad de Heidelberg, Haup- Strasse 47-51, D6900 Heidelberg, República Federal de Alemania. H a sido profesor en los Estados Unidos y en Francia y es miembro de varias asociaciones psicológicas nacionales. Sus trabajos actuales de investigación se centran en la psicología social del lenguaje y en la ecologia de la identi- dad urbana.

I

incluso complementarias. D e la misma mane- ra, una niña que se cría sólo con hermanos varones participando en sus juegos, e intere- sándose por sus juguetes más que en las muñecas, no sentirá ninguna incomodidad por sus preferencias y entretenimientos. Los adul- tos, sin embargo, pueden abrigar sentimientos distintos; ellos ven discrepancias, incompatibi- lidad y conflicto, así como en general en los ejemplos antes referidos los observadores o

dades ser inconsecuen- tes? Nos enfrentamos aquí con una de las ten- dencias básicas del pro- ceso de conocimiento so- cial, que, según la psico- logía social moderna, es la tendencia humana ha- cia la consecuencia y coherencia cognoscitiva. También nos enfrenta- mos aquí con el proble- ma de la identidad simple o múltiple.

En este artículo en- tendemos por identidad

de un individuo la forma compleja en la que una persona se identifica con su medio y es identificada por él. A fin de comprender mejor esta complejidad y, especialmente, el problema de las identidades múltiples, abor- daremos el tema examinando detenidamente los tres procesos básicos siguientes: identi- ficar su propio medio, ser identificados por el medio y, finalmente, identificarse con el medio.

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338 Carl F. Graumann

Modos de identificación

Identificar el medio

Ya en una fase muy temprana de nuestro desarrollo intentamos comprender nuestro mundo. Del sinfín de personas y objetos con los que nos encontramos, algunos parecen hallarse siempre a nuestro alrededor: el padre, la madre, los hermanos, los juguetes, la comida. Lo que encontramos con mayor regu- laridad constituye nuestro medio. Tener expe- riencia de ciertas personas y cosas con más frecuencia que de otras pronto nos lleva a reconocerlas, es decir, a percibirlas como ya conocidas anteriormente. Se trata de la experiencia de lo que es igual a sí mismo, que al principio consiste en la grata sensación de familiaridad, luego en la percepción de rasgos idénticos, en el recuerdo de haberlos visto antes o en la espera de ver a alguien o algo.

Tener la experiencia de alguien o de algo como el mismo o lo mismo es esencial para esta forma incipiente de identificación, y sub- siste como un rasgo básico de todo comporta- miento identificativo. La primera experiencia de lo mismo o de la identidad se refiere a la naturaleza física de las cosas o al cuerpo de las personas. Se responde a un rasgo físico distintivo, a una constante y, muy a menudo, cuando no se ha alcanzado aún la facultad de la expresión verbal, sólo tenemos esa misma respuesta diferenciadora a una constante, a un estímulo, que se repite, como prueba empírica para inferir que algo es identificado, y que lo es en virtud de ese rasgo o constante. Aunque una respuesta ‘no es identificación propiamente dicha, puede llegar a ser un indicador válido si y sólo si es suscitada por una sola y la misma constante-estímulo y no por otras. Dicho de otra manera, el hecho de que el comportamiento sea identificatorio o no depende de que sea o no diferenciador. Sólo ias respuestas que distinguen entre los diversos rasgos del medio son también indica- doras de identificación.

Para ejemplificar esta importante distin- ción conceptual de la identificación en térmi-

nos menos técnicos, digamos que un niño que posee (que ha adquirido) la capacidad para reconocer a una persona u objeto ha apren- dido a distinguir entre personas y objetos diferentes.

Identificación, pues, es el reconocimiento de alguien o algo en cuanto igual a sí mismo, o sea, en tanto que diferente de otros. La igualdad a sí mismo, empero, no es un tér- mino físico; tampoco es diferencia. Tanto una cosa como otra han de entenderse en términos psicológicos, es decir, como experiencias de igualdades y diferencias. Algo puede presen- tarse igual a como era anteriormente, esto es, como un continuo, aunque su estructura física objetiva haya cambiado. D e esta manera, subjetivamente vemos identidad (continui- dad), donde objetivamente (por ejemplo, en términos de la ciencia física) es la no identidad (discontinuidad) lo que prevalece.

La importante diferencia que existe entre la identidad física y la psicológica se hace aún más patente cuando consideramos la fase de formación de los conceptos. Hasta el momento sólo hemos visto la identidad como la experiencia de la recurrencia o continuidad de lo mismo. La situación es distinta cuando alguien o algo es identificado como un ejem- plar (caso, muestra) de una clase (genérica). Si un niño es capaz de definir correctamente a un animal como un “perro”, habrá aprendido a generalizar a partir de rasgos (“abstraídos”) de otro perro. Aunque sea evidente que el nuevo perro no es idéntico al perro “modelo”, el niño debe experimentar una forma especí- fica de similitud en este nuevo modo de identificar algo como perteneciente a una familia, grupo o clase de objetos. Aunque sabemos que la semejanza física es sólo una base entre otras para la generalización, las similitudes fisonómicas y funcionales son fun- damentos muy importantes para la generaliza- ción y formación de conceptos en los primeros años de la vida.

Este proceso de formación de categorías, así como toda clase de identificación, se ve significativamente facilitado y enriquecido por la adquisición del lenguaje. Lo que una cosa “es” no quedará definitivamente incorporado

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Sobre las idmtidader múltinles 339

Máscaras en venta (Isobe, Japón). P. ZachmaraiRush

hasta que el niño haya aprendido cómo se llama. La fase del desarrollo infantil de las repetidas e infatigables preguntas ¿qué es esto? se satisface fácilmente dándole nombres a las cosas. Pero bien pronto los papeles se invierten: a la pregunta del adulto ¿qué es esto?, el niño orgullosamente contesta por la identificación más o menos correcta, “es un perrito”. Se devuelve un nombre.’

Aunque al principio cuerpo y nombre juntamente facilitan la identificación de una persona u objeto,’ posteriormente el cuerpo puede ser sustituido por el nombre aunque la experiencia señale constantemente al niño que los nombres cambian mucho más fácil- mente que los cuerpos, y que un cuerpo puede tener muchos nombres. Sin embargo, lo más importante es recordar que el nombre de la cosa es lo que indica al niño la pertenencia de esa cosa, y, sobre todo, de la persona, si pertenece al mundo del “nosotros” o al de “ellos”. El otro niño podrá ser tan juguetón y despabilado como Johnny, pero si resulta que

su nombre es Ahmed, lisa y llanamente no es de los nuestros ... y menos aún si su físico es “distinto”.

No podemos crecer intelectualmente sin aprender a categorizar nuestro medio (y a nosotros mismos), y no podemos categorizar sin identificar propiedades comunes que, al mismo tiempo, discriminan entre lo que “pertenece” y lo que “no pertenece”. En otras palabras, la identificación implica clasificación, lo cual, lógicamente, significa constitución de clases.

Ser identificado por el medio

En cuanto al desarrollo de los hechos en el tiempo, identificar el medio (o incluso a uno mismo) no es anterior a ser identificado. Si cuerpo y nombre son requisitos previos indis- pensables para la identificación de personas y objetos, los humanos normalmente son iden- tificados al nacer. Con frecuencia el nombre precede al cuerpo (el apellido lo precede siempre), pero es el cuerpo el que establece la

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identidad de sexo, que luego es identificable por el nombre dado.

El proceso psicológico de ser o llegar a ser identificado, sin embargo, se pone en marcha con la comunicación entre madre e hijo. La forma en la que un adulto se dirige a un niño, al principio con ademanes y gestos más que verbalmente, el calor físico y el amor que lo envuelve, los muchos nombres y dimi- nutivos familiares cariñosos que suelen darse a una criatura de pocos meses son todas formas de comunicación que normalmente transmiten al recién nacido un sentimiento básico de pertenencia. Aunque el primer vín- culo que de esta manera se establece entre los padres y el hijo es emocional más que racio- nal, la criatura posteriormente aprende, por ejemplo, que ella es Peggy, si bien algunas veces la llaman Margaret, de la familia Smith (y que hay otras Margarets en la vecindad), que es hija única, que luego ha pasado a ser hermana de dos niños más pequeños, a quie- nes debe cuidar de vez en cuando. También aprende que el color rojizo de su pelo y las pecas que salpican su cara suscitan bromas y que le pongan motes. Sólo más tarde descu- brirá que tiene menos amigos que la mayoría de sus compañeros de clase y que esos amigos son diferentes, porque la familia Smith es una de las pocas familias católicas en un vecinda- no protestante; descubrirá que se la había destinado a aprender el oficio de su padre, etc. Quizá consiga desentenderse de algunas de estas expectativas y adscripciones, resis- tirse a otras, pero con muchas cumplirá, y, por lo que a éstas se refiere, llegará a ser lo que se espera, o más bien, quien se espera que sea. En otros aspectos logrará llegar a ser ella misma, independiente de lo que los otros desean y exigen de ella. Una parte no pequeña ni poco importante de la biografía de cada uno de nosotros es la historia de su identificación por los demás, acertada o equi- vocadamente, como algo que puede oscilar entre el héroe y el cobarde, coronado de éxito o fracasado, aceptable o no, y una y otra vez, como uno de “nosotros” o uno de “ellos”. D e todas estas adscripciones y atribuciones, la psicología social moderna nos seiiala que las

más importantes y que cuentan con mayor fuerza de identificación son las categoriza- ciones que le “hacen” a uno pertenecer a algo y las atribuciones que le hacen a uno responsa- ble. El ser “marginal”, que vive una vida de indistinción entre los grupos y que es el “cabeza de turco” al que un grupo dado hace responsable de cualquier desgracia que le sobrevenga, resume dos casos bien conocidos de caracteres o roles identificados por grupos.

El ser identuicado por otros no es algo que quede restringido a la biografía de un individuo o a la vida de un grupo. La historia (y, por supuesto, la historiografía) consiste esencialmente en la construcción y reconstruc- ción de identidades personales y sociales. Todavía se está identificando a Alejandro, a César, a Gengis Khan, a los mayas y a los fenicios, lo cual quiere decir que la identidad es menos un estado final que un proceso dinámico de construcción, que puede prolon- garse mientras haya memoria de la persona o grupo en cuestión. La historicidad es un aspecto intrincado de la sociabilidad.

Identificarse con el medio

En el análisis del desarrollo de la identidad social compleja hemos examinado hasta ahora la identificación del medio que se produce a fuerza de categorizar personas y objetos y la forma en la que una persona es identificada por su medio social, por medio de nombres, adscripciones y atribuciones. En adelante, el proceso se torna interactivo. D e aquellas personas a quienes se aprende a identificar como los parientes más cercanos, amigos, conocidos, iguales, colegas, etc., se espera a SU vez un reconocimiento como allegado, amigo, etc., y que dicha identificación se mantenga. El .cuadro interaccional, sin embargo, no está completo todavía. D e las muchas personas y objetos que constituyen el medio de cada uno, sólo hay algunas con las que uno se identifica en el sentido literal de la palabra. Solamente algunas pocas personas son como uno mismo. Mucho más impor- tante aún es que hay algunas que son como uno quisiera ser, o sea “modelos” conforme a

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La identificación con el medio y la emulación de las “personas de referencia”. Martine FrenchMagnum

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los cuales uno procura configurar sus aparien- cias, preferencias, forma de pensar, gusto, relaciones sociales, hasta conseguir, experien- cialmente al menos, un parecido o una igual- dad. Para los psicólogos del desarrollo, este esfuerzo de identificación con una persona modelo culmina en la adolescencia [Erikson, 1963; 19681, pero los intentos de ser o, cuando menos, actuar como otro se dan en todas las edades. Los modelos a los que las personas se esfuerzan por emular o procuran asemejarse pueden ser individuos o grupos, es decir, “personas de referencia” o “grupos de referen- cia”, como se les llama en psicología sociaL3 Las figuras con las que nos identificamos no tienen por qué ser reales y vivientes; pueden ser históricas o ficticias, ya que psicológica- mente todo modelo, eh la medida en que las esperanzas, aspiraciones y deseos de una persona se proyectan sobre él, es un producto de la fantasía, un fantasma. El modelo no “es”, sino que más bien simboliza lo que la persona identificante se esfuerza por ser.

Esta función simbólica es lo que permite también que ciertas cosas (además de las personas y grupos) se conviertan en objetos de identificación. Una casa puede representar el hogar y la familia, una catedral las creencias religiosas, un espléndido coche el grado de éxito y el elevado rango de una persona, e incluso objetos menores del vivir cotidiano, como tazas y cucharas, juguetes viejos y maltrechos y ropas raídas y deshilachadas pueden simbolizar personas, relaciones, acon- tecimientos de nuestras biografías individua- les y sociales. Y es en razón de esta función simbólica como nos identificamos con ellos, lo que, en términos de “comportamiento”, quiere decir que les tenemos carifio, los cui- damos, los defendemos contra pérdida y de- terioro. Son, como William James [1950, p. 2921 ha dicho, partes esenciales de nuestro ‘‘yo material”. En última instancia, no hay identidad social que no se remita también a lugares [Proshansky, 19781 y cosas [Grau- mann, 19741.

Aunque las fantasías y las cosas no actúan realmente sobre quienes se identifican con ellos, ni los modelos observan por lo

general ninguna reciprocidad, la identificación con los mismos dista de ser unilateral. Psicoló- gicamente al menos, hay bastante probabili- dad de que la persona que se identifica con otra, o con algún grupo u objeto, acabe por estar bajo el dominio de los objetos de identificación, sirviéndoles en modo y grado considerable. El esfuerzo invertido en el culto de un “héroe”, en el proselitismo y en la imitación, como así también en los diversos cultos de perfección, debe compararse con la energía puesta en la persecución de cualquier ideal. En realidad son los valores lo que los seres humanos estiman en tan alto grado, y lo que sienten personificado u objetivado en sus objetos de identificación. Identificarse con personas, grupos u objetos es una de las principales formas de aproximación a los valores.

Identificación individual, de grupo y colectiva

Para entender lo que es la identidad, propusi- mos un examen más atento de los distintos procesos de identificación que pueden condu- cir a diferentes formas de identidad. Al descri- bir los tres modos de identificación, dimos principalmente como ejemplo el sujeto u objeto de identificación individual. El indivi- duo, al identificar o ser identificado, es el foco tradicional de la teorización e investigación psicológicas, incluida la mayor parte de la que se llama psicología social. Pero tanto el sujeto como el objeto de la identificación pueden ser también colectivos.

Para empezar con el caso más claro, el de ser identificado por el medio social propio, resultará evidente que ser identificado como Johnny, niño varón, hijo, Smith, católico, londinense, etc., no es asunto de una sola persona. Es una pluralidad de seres próximos, de consocios, acaso la familia, o la comuni- dad, quienes, por regla general, construyen la identidad. Además, los niños varones, los hijos, los Smith, los católicos y los londinenses son grupos o clases de personas más que individuos singulares. Tan sólo aquél que es

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(identificado como) todo esto, y algo más, podrá sentirse un individuo singular e irrepeti- ble al que hay que distinguir del “resto del mundo”. Sin embargo, en las diversas iden- tificaciones que se le confieren es tipificado, más que individualizado, como miembro de un grupo, como caso o ejemplo particular de una clase o categoría. Automáticamente se le atribuyen los aspectos o “rasgos” típicos del grupo en cuestión; se “sabe” lo que significa ser niño varón, católico, londinense. Lo que los psicólogos sociales han llamado teorías “ingenuas” o “implícitas” [Wegner y Valla- cher, 19771, o “estereotipos” [Tajfel, 19811, no sólo está detrás de la mayor parte de la identificación colectiva, sino que en realidad constituye el proceso identificatorio mismo y nunca tiene que ver con individuos en cuanto tales, sino en calidad de miembros de grupos sociales o colectividades. Más aún, en lo que atañe a la primera modalidad de identificación (identificación del medio), el sujeto no es necesariamente un individuo. Identificar el medio propio no es, como hemos visto, un quehacer solitario. Las cosas son identificadas por medio de nombres que una comunidad lingüística brinda al niño que aprende, nom- bres que han sido transmitidos de generación en generación. Los nombres tienen que ser aprendidos y correctamente aplicados. Mas bien que de formación, se trata de un proceso de apropiación de concepto y objeto (Anei- gnung). Las personas y objetos clasificados como “intocables”, “incomibles” o “veneno- sos” llevan estas designaciones que, junto con los valores expenenciales correspondientes, son válidas para todos los miembros de un grupo particular, aunque no para otros.

Como parte importante de la individua- ción o desarrollo de la personalidad, la tercera modalidad de identificación (identificarse con el medio) podrá quizá parecer la pauta de comportamiento más “individualista” de todas. Si consideramos no obstante, el modo en el que algunas generaciones de adolescentes, o por los menos grandes porciones de ellas, se identifican con un solo y mismo héroe, mien- tras que una generación posterior se identifica con un “ideal” notablemente distinto, o el

modo en que las jóvenes prefieren modelos diferentes a los de los varones, o la forma en la que los adolescentes de una clase o grupo social (o cultural, étnico, o religioso) difieren de otros en su identificación, pese a los medios de comunicación de masa actuales, entonces deberemos cuidarnos muy bien de sobrevalorar la individualidad de la persona identificante. En general, el carácter social o colectivo, tanto del sujeto como del objeto de la identificación, constituye la regla más que la excepción.

Identidad : intentar la unitas multiplex

Experiencia y comportamiento, temas tradi- cionales de la psicología, son fenomenológica- mente los aspectos interno y externo de la relación persona-medio, y, por eso, tanto su sujeto como sus objetos pueden analizarse siempre en dos sentidos: de adentro para fuera4 y de fuera para adentro. En la psico- logía tradicional, los mentalistas preferían el primer enfoque y los conductistas el segundo. En una perspectiva fenomenológica más com- prensiva, ambas direcciones se consideran indispensables y complementarias [véase tam- bién McCall y Simmons, 19781.

Aplicada a nuestro problema actual, entendemos la identidad de una persona o de un grupo como la forma en la que esta persona o grupo se identifica con el medio y como la forma en la que son identificados a su vez por sus medios sociales respectivos. La locución conjuntiva “y” no debe engañarnos, ya que la interacción prevalece: ya estamos siendo identificados por otros cuando nos proponemos identificarlos o incluso identifi- carnos con ellos. La identificación de otros, que puede preceder a la identificación con ellos, es por lo general un antecedente de la concepción de uno mismo, que no es otra cosa que la construcción de la identidad propia como socialización [Berger y Luckman, 19661.

Las personas, al ser tanto sujetos como objetos de los procesos de identificación, son seres múltiples, si consideramos su conciencia

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de los otros que tratan de categorizarlos de diferentes maneras mientras que ellos, a su vez, se identifican con otros aún, o por los menos io intentan. La tensión o incluso el conflicto se hacen entonces más probables que la armonía. Algunas de las adscripciones que “definen” a la persona pueden ser plenamente compatibles. Johnny puede ser varón, católico e inglés sin problema alguno. Pero ¿puede serlo Ahmed? i0 puede Johnny también ser negro? Si es éste el caso, surgen tensiones. Algunas identidades se tienen por incompati- bles, no tanto por el propio niño, al principio, como por los que le rodean, que gozan de la facultad de identificarle y que le hacen sen- tirse inseguro y avergonzado de su identidad.

La identidad es sustanciada por el cuerpo y el nombre, que se supone constituyen una unidad. En la cultura occidental se da por supuesto que el “individuo” es “indivisible”, es decir, de una sola esencia. Pero Les esto psicológicamente válido si, por ejemplo, cier- tas identificaciones contrapuestas efectuadas por un medio social antagónico tienden a “dividir” la identidad de una persona en partes incompatibles?

William Stern [1950, p. 6041, teórico de la personalidad que propugna una “convergen- cia” entre disposiciones internas e influencias externas, ha caracterizado la persona como unitas multiplex o unidad múltiple. Este tér- mino es el que, en nuestra opinión, mejor describe la identidad social de una persona, si consideramos que un mismo y solo sujeto puede ser identificado de formas diversas y contradictorias y que no obstante continúa siendo un solo actor social que, a su vez, se identifica con diferentes personas y objetos. Lo que es asombroso y precisa una explica- ción es la unidad, antes que la multiplicidad. La unidad de una persona no es un don natural, sino que ha de lograrse psicológica- mente (mediante la identificación) y mante- nerse (como identidad) en un continuo y muchas veces conflictivo proceso de socializa- ción.

Conflictos y crisis se consideran sucesos y fases normales en el desarrollo del individuo [ver Erikson 1963; 19681. Se ven exacerbados,

no obstante, cuando el intento de alcanzar la unidad se entorpece y frustra por la heteroge- neidad o rigidez que presentan diferentes grupos o culturas.

Identidad múltiple: estructura horizontal

Si la multiplicidad de la identidad es conse- cuencia de las diversas formas en las que hemos sido acertadamente identificados por nuestro medio social, principalmente por parte de los grupos y personas de referencia, la identidad social es equivalente a “accesibili- dad”. Personalmente identificado como varón, alemán, científico social, psicólogo social, social-liberal, etc., yo habré de responder a toda interpelación, llamada u otra comunica- ción dirigida a mí como varón (alemán, cientí- fico social, etc.), si (y el psicólogo vacila en añadir: sólo si) realmente m e identifico con las categorías o roles sociales invocados. Pero ¿cuándo se va a dirigir alguien a mí, por ejemplo, como varón, como alemán? Esto no es corriente en la vida cotidiana. Podría empero reaccionar ante anuncios de algún artículo de consumo especial para varones [Goffman, 19761, o podría verme enfrentado con feministas que reprueban mi preferencia por el género masculino al hablar en inglés. Aunque en la propia Alemania rara vez se dirigirá nadie a mí como alemán, en el extran- jero puede ocurrirme esto fácilmente. Mi identidad nacional es requerida por las autori- dades extranjeras. A veces incluso es objeto de rectificación, ya que al contestar a la pregunta sobre la procedencia con el habitual “Alemania”, alguna que otra vez me veo “reidentificado” con la corrección: “querrá usted decir la República Federal de Alema- nia”. Naturalmente, casi todos revelamos nuestra identidad nacional al hablar.

Estas solicitaciones y declaraciones de identidad nacional, regional, profesional o política5 son, en una medida considerable, propias de situaciones específicas. Sólo en situaciones particulares y concretas se requiere mi identidad étnica, o urbana, o

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Un contexto de identidades múltiples: la presente escena con la mezquita al fondo, típicamente islámica en apariencia, transcurre en realidad en la localidad de Mantes-la-Jolie (Francia). Michel BadRush.

religiosa, y soy yo consciente de ella. Algunas de estas situaciones especiales son muy propi- cias a que la identidad se muestre sin ambigüe- dades. Algunas instituciones como la iglesia, el ejército o una escuela exigirán, con toda probabilidad, una “conducta consecuente con la identidad”. Otras situaciones, tales como viajar por el extranjero en coche propio de matrícula nacional, son reveladoras de identi- dad; también las hay, no obstante, poco exigentes o ambiguas. Puede muy bien suce- der que al entrar a un local, de repente, encuentre uno rechazada su propia identidad, en cuanto a edad, sexo o clase. Nos percata- mos de que, por nuestra edad o nuestro sexo, estamos fuera de lugar. En otras palabras (y para volver al carácter interaccional), no habíamos prestado atención a la identidad del sitio en cuestión o la habíamos juzgado erró- neamente. La interacción y el conflicto se dan aquí entre dos identidades incompatibles, la

de la persona y la del lugar (su propietario, administrador, clientes). La identificación final puede incluso ser impuesta claramente por su “nombre” “Juden o a veces por medios “físicos”, una variante no violenta de lo cual es la que consiste en mirar fijo a un cliente y no servirle. Algunas veces una situación, neutra al principio, se puede cargar de significación estimativa y centrarse en la identidad en virtud de determinadas pautas de interacción. El turista, bien recibido en principio por razones comerciales, inopina- damente se ve. identificado como represen- tante o incluso “agente” del colonialismo o el imperialismo tras haber empleado palabras que el receptor tiene buenas razones para considerar discriminatorias. O el turco, origi- nalmente bien acogido como “trabajador invi- tado”, poco a poco es “reidentificado” como un “extraño” que quita un puesto de trabajo al obrero local. Al mismo tiempo se le atri-

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buyen rasgos de carácter y hábitos que “legi- timan” el hecho de apartarse de él y de exigir su regreso a su país de origen. En ambos casos parecen hallarse en juego valores bási-

El paso de una situación a otra no siempre es un hecho voluntario. El refugiado político que busca asilo o el obrero emigrante que busca un puesto de trabajo en un país extranjero con frecuencia se hallan en un ambiente culturalmente extraño. No pueden comprender bien la identidad del nuevo mundo en el que se encuentran, ni la suya es identificable para sus anfitriones. En algunos países se espera que renuncien parcialmente a su identidad y se asimilen, lo cual equivale a aproximarse a la identidad de sus anfitriones, mientras que a su vez ellos intentan desespera- damente mantener su identidad cultural, que es la base de la preservación de su identidad personal. Se identifiquen con lo que se iden- tifiquen, se esforzarán por cultivarlo y simboli- zarlo de forma visible, lo cual, a su vez, puede intensificar la alienación respecto de aquellos que no son capaces de integrar valores e identidades diferentes o no están dispuestos a ello. La segregación se produce, en términos psicológicos, aun cuando sea políticamente indeseable. La interacción necesaria entre los diversos procesos de identificación se inhibe.

Incluso en países que son tolerantes o que promueven activamente la diversidad cul- tural y étnica, pero donde los inmigrantes se agrupan en enclaves, la necesidad de salir del territorio recién adquirido y relacionarse con los de “fuera” crea problemas de manteni- miento de identidad análogos. Los problemas aumentan en el caso prototípico del niño perteneciente a una nìinoría “étnica” o “de color” que se identifica con un “héroe” de la mayoría “blanca” y, en consecuencia, es vitu- perado y rechazado tanto por los suyos como por el grupo de referencia [Erikson, 19631. El niño entonces o no sabe dónde pertenece realmente o no quiere pertenecer al grupo al que le dicen que inevitablemente perte- nece. Siguiendo los pasos de Kurt Lewin [1948], que ejemplificaba la función básica del grupo en la identidad personal valiéndose de

cos.

grupos minoritarios judíos, Herman [1977, p. 341 concluye que: “La incertidumbre sobre la pertenencia implica una inestabilidad del me- dio social en donde se vive y lleva a la inestabilidad de la persona.” La investigación de Herman sobre la identidad judía es en realidad un estudio monográfico sobre la identidad múltiple, si consideramos el hecho de que los judíos, durante la mayor parte de su historia, han vivido diseminados en la diáspora, enfrentados con identidades cultu- rales o nacionales diversas a las cuales han intentado asimilarse, mientras han tratado en gran medida de mantener su identidad reli- giosa propia.’ Incluso en Israel, la diferencia entre identidad israelí y judía se ha convertido en un problema, al menos para la generación actual [Herman, 1977, p. 671, aunque no sería difícil de resolver si existe una concep- ción clara de la identidad dominante y un acuerdo sobre ella. Esto nos lleva a lo que he convenido en llamar dimensión vertical de la identidad múltiple.

Identidad múltiple: estructura vertical

Si alguien reconoce que es mucho mejor jugador de tenis que viajante de comercio, y, además, que es un bromista colosal, esta triple concepción de sí mismo puede constituir una triple presunción. Su identidad personalí- sima consistirá en ser gracioso, deportista y no demasiado torpe en los negocios. Si, no obs- tante, su entorno social, principalmente “su” grupo, confirma este concepto festejándole las gracias, perdiendo frente a él en la cancha de tenis y compartiendo su desprecio por los colegas demasiado ambiciosos, entonces esta triple identidad, reforzada por interacciones personales, pasa a ser su identidad social, pese a lo mucho de presunción y de lisonja que siga habiendo en ella.

Nuestro interés se centra en las rela- ciones que existen entre estas identidades. Por una parte, hay tres tipos de situaciones en las que nuestro sujeto (normalmente) suele encontrarse: su empresa comercial, la cancha

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El eco (1943), Óleo de Paul Delvaux. (Colección Claude Spaak, París ) Roger RocheEd. du Seuil. 0 Spadem 1983.

de tenis y el club o taberna donde se reúnen sus compañeros. Cada uno de estos lugares exige o da ocasión a una conducta, a un lenguaje, a modales específicos, a atuendos distintos. E n cierta manera, cada escenario tiene su propia realidad para nuestro actor. “Mientras se le atiende, cada mundo es real a su manera; la realidad sólo decae con la atención”, era la tesis de W. James [James, 1950, vol. 2, p. 2931. Schutz [1962, p. 2301 concebía tales “realidades múltiples” como “provincias de significado finitas”, con estilos cognoscitivos diferentes, ya que un determi- nado conjunto de experiencias pueden conside- rarse “no sólo consecuentes en si mismas sino también compatibles entre sí” [Schutz, 1962,

p. 2301. Para pasar de una de tales provincias a la otra puede hacerse preciso “dar un salto”, tan distintos son a veces sus significados para un actor común. Si nos “abrimos camino” en otra provincia, desplazamos también el “acen- to de realidad” [Schutz, 1962, p. 2311. Las identidades múltiples se corresponden estre- chamente con las realidades múltiples. En la cancha de tenis soy mi verdadero yo en cuanto jugador de tenis; los negocios y otras esferas de significado son menos reales aquí, mientras que los quehaceres del lunes por la mañana en la oficina hacen del tenis algo casi menos que irreal, etc. La cuestión del predominio o prioridad de unas identidades sobre otras no se plantea necesariamente.

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Ahora bien, si una persona se sorprende yendo a la cancha de tenis más a menudo de lo que puede permitirse, deseando ir a jugar aunque realmente no puede, soñando con el juego mientras trabaja, y si los demás advier- ten o sienten su preocupación, el predominio de una identidad sobre las otras resultará evidente. Con ello surge una estructura verti- cal o jerárquica.

Si aceptamos como premisa que las iden- tificaciones con personas, grupos y objetos están estrechamente relacionadas con el esta- blecimiento del sistema de valores de una persona, y que los valores no se experimentan de modo fortuito, podemos concluir que, en principio, las identidades (como resultados finales de la identificación) están tan estructu- radas como los valores. Uno de los posibles enfoques teóricos y metodológicos para anali- zar la estructura de los valores de una persona (o de un grupo) podría consistir en descubrir cuán esenciales (importantes, pertinentes, crí- ticos) son los valores individuales para aque- llos que los sustentan. Cuando los psicólogos de la personalidad estudian y miden los valores de individuos y de grupos, generalmente lo hacen en situaciones neutras, tipificadas.

Sacados del contexto de las “provincias de significado” cotidianas, principalmente del mundo del trabajo [Schutz, 1972, p. 2262291, la mayor parte de los sujetos revelan una escala de valores estable, con prioridad de algunos valores sobre otros. Resultó así posi- ble que, por medio del estudio sobre los valores realizado por Allport-Vernon [Allport, Vernon y Lindzey, 19601, se pudieran iden- tificar “tipos de hombres” con arreglo a la hipótesis de Spranger [1928], es decir, atri- buyéndoles una identidad filosófica, econó- mica, estética, social, política o religiosa. Puesto que en cada situación típica sometida a examen se practicaron tests y comprobaciones, la fiabilidad de los resultados era suficiente- mente aceptable. La identidad económica o política no se puso a prueba transituacional- mente, sin embargo. No se examinó al “hom- bre económico” frente a un vasto marco religioso, con sus denotaciones y fuerza suges- tiva, o a la persona inclinada por la especula-

- Carl F. Graumann

ción teórica no se la midió en el contexto de una situación radicalmente política. ¿No es posible acaso que un hombre con mentalidad económica no sea propenso a identificarse con los actores y los elementos de una auténtica situación religiosa? ¿Y por qué una profesio- nal de la ciencia, puesta en un marco artístico y literario, no ha de poder revelar su identi- dad estética, que al fin y al cabo puede ser una de sus potencialidades humanas?

Aunque aún no disponemos de la sufi- ciente investigación empírica sobre la interac- ción de las identidades, tal como lo requiriría un marco saturado de valores con identidades transituacionales (relativamente) constantes, y acaso dominantes, deberíamos poder expli- car los fenómenos de la identidad múltiple más adecuadamente con ayuda de un princi- pio de convergencia modificado, como el originalmente introducido por Stern [1950], para dar cuenta de la interacción entre fac- tores genéticos y ambientales.

Lo que aún necesitamos saber es qué tipos de marcos o situaciones favorecen deter- minadas identidades y cuáles las sofocan; qué fuerzas sociales hacen apelación a qué fuerzas personales para acentuar y defender determi- nados aspectos de una identidad múltiple; hasta qué punto son modificables las identi- dades y si tal modificación puede parecer conveniente o aun indispensable para un grupo o una comunidad dada.

La identidad en perspectiva

Tanto en lo que atañe a los individuos como a los grupos, sostenemos que la identidad es un fenómeno interaccional. La identidad que se ofrece a los otros debe ser más o menos aceptada por ellos; la identificación hecha desde fuera (el medio social) tiene que ser más o menos corroborada por la persona o personas cuya identidad está en juego. Por lo que sabemos acerca de la percepción y del juicio social, no debemos esperar que la regla sea la simetría o la armonía. La reciprocidad, en cambio, sí es regla. La multiplicidad de la identidad individual y social no sólo aumenta

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por el hecho de que los demás confirmen nuestra identidad y que las identificaciones de los demás sean, al menos en parte, ratificadas. Un hecho no menos importante y “multiplica- dor” es que toda identificación es también discriminatoria en el sentido original de dife- renciadora frente a otras personas o grupos. No todo lo que sabemos respecto a la diná- mica de las relaciones entre grupos internos y grupos externos, sobre la relación básica noso- tros-ellos, es que “nosotros” somos respon- didos por “ellos” y viceversa. Desde el comienzo mismo, nosotros no seríamos “noso- tros” si no lo fuéramos con respecto a otros. Por lo menos está la identificación mínima de “ellos” como diferentes de “nosotros”, lo que nuevamente es correspondido por “ellos”. Para un cristiano es esencial que los no cristianos (en otro tiempo llamados global- mente paganos) sean diferentes en esencia y no sólo por el grado de su fe, así como para un político de izquierda es esencial saber que un “abismo” (y no una distancia desdefiable) le separa de uno de derecha. Pero los que polarizan y favorecen esta suerte de extre- mismo no son necesariamente conscientes de las tendencias análogas que pueden darse en las mentalidades del otro grupo. La reciproci- dad de perspectiva, tal como ha sido estu- diada y expuesta por Schutz, así como tam- bién por Laing y otros [1966], acaso pueda

considerarse una condición previa indispensa- ble de la comunicación. Pero si individuos y grupos evitan la comunicación, tienden a pasar por alto la perspectiva individual o colectiva de los otros. Esta forma de multi- plicidad, carente de comunicación, tiende a hacerse más rígida (e incluso políticamente explosiva): los miembros de un grupo particu- lar atribuyen su identidad exclusivamente a sus obras, olvidando la contribución exterior a dicha identidad. D e igual manera, identifican a otros grupos desde su propia perspectiva, ignorando la autoidentificación esencial de los otros. Cuando no existe comunicación e inter- cambio de identificaciones, las identidades se vuelven rígidas, antagónicas y defensivas. Los grupos con tales identidades anquilosadas se preocupan más de territorios y fronteras que de movimiento y cambio. Y, de nuevo, este aislamiento es fácilmente confirmado por aquellos que han sido identificados como adversarios y que han aceptado y suscrito el desafío. Esta situación puede convertirse sin dificultad en un círculo vicioso si nadie “da un salto” o “abre camino” para restablecer un mínimo de comunicación que despierte una clara conciencia de la naturaleza perspecti- vista e interaccional de la identificación y de las identidades.

Traducido del inglés

I Notas 1. Para un análisis detallado sobre la adquisición de la capacidad semántica preguntando y repitiendo nombres de objetos, véase Vygotsky [1962].

2. Cuerpo y nombre son los componentes más elementales de lo que Isaacs [1975] llama “identidad de grupo básica”.

3. Sobre los grupos de referencia, véase Sherif y Sherif [ 19641. 4. U n caso especial de esta primera dirección es el reflexivo de intencionalidad que se repliega sobre el propio yo o concienca del individuo. Parte considerable de los trabajos sobre el yo (o identidad

personal) se ocupa de la concepción reflexiva del sí mismo [Gordon y Gergen, 19681.

5. El número de identidades sociales es arbitrario. Zavalloni [1975, p. 2031 enumera ocho elementos de identidad personal: sexo, nación, origen religioso, ideología política, clase social, situación familiar,

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grupo de edad y profesión, toda vez que de ellos participan, según se dice, todos los miembros de una sociedad.

6. El cartel “No se admiten judíos” se colocaba en muchos restaurantes y comercios alenianes durante los primeros años del régimen nazi. Variantes ilegales modernas de esta

discriminación racista afectan a “no blancos”, “orientales”, etc.

7. U n ejemplo impresionante de los problemas que deben enfrentar los emigrantes para mantener su identidad cultural es el citado por Herman [1977, p. 651: “Las historias familiares de muchos emigrantes procedentes de Sudáfrica y que

actualmente residen en Israel son un ejemplo elocuente de la condición errante de los judíos. Sus padres llegaron a Sudáfrica desde Lituania, su lengua materna era el yiddish; ellos habían nacido en Sudáfnca, su lengua materna era el inglés; sus hijos nacidos en Israel hablan hebreo. Tres generaciones, tres países, tres lenguas.”

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Hacia una política alternativa de la psicología”

Ashis Nandy

EI poder político de la psicología moderna

Los cambios científicos se operan por lo general en torno a dos ejes principales. En el primero se sitúan los cambios en la estructura del saber científico, que se ven como acumula- tivos, universales y, en consecuencia, “auténti- cos”, legítimos y válidos. En el segundo eje se - ubican los cambios relati- vos a la cultura de la ciencia, especialmente los referidos al cambiante concepto de ciencia como actividad social. Estos cambios son considerados como no acumulativos, controvertibles y fuera del ámbito de lo racional. Aunque se los juzga im- portantes, persiste sin em- bargo un vago sentimien- to de que vienen a pertur- bar el orden establecido del saber científico.

donde la teología medieval las había abando- nado. Desafiaron el concepto de ciencia como sistema de conocimiento perfectamente racio- nal, separado de las imperfecciones de la política, la cultura y la ética. Y por primera vez en la historia humana, una parte de la ciencia misma, en forma de ciencias sociales, comenzó a argumentar que la ciencia no es un empeño totalmente autónomo, racional y exento de emociones y afectos humanos, sino

Ashis Nandy, autor de Alternative sciences (1980) y de At the edge of psychology (1980), es miembro del Centre for the Study of Developing Societies, 29 Rajpur Road, Delhi 110054, India.

que también tiene sus mi- tos, sus ritos, su magia, no meramente en su prác- tica (contexto), sino tam- bién en su esencia (texto).

En segundo lugar, las dos “danzas maca- bras” del mundo moder- no, celebradas con la ayu- da de la tecnología de avanzada del presente si- glo -especialmente ese glorioso logro que, según se dice, hizo “conocer el pecado” a los científi- cos- han sido un exce-

Semejante dicotomía entre el “texto” y el “contexto” de la ciencia ha funcionado bien hasta muy recientemente, pero actualmente está dando señales de deterioro y decaimien- to. En primer lugar, la mayona de edad de las ciencias sociales las ha inducido a desestimar la imagen pública decimonhiCa de las cien- cias naturales. Imitativas, inconciliables con- sigo mismas y reduccionistas, las nuevas cien- cias han retomado las ideas, no obstante, allí

lente maestro. El temor que suscitaron a una ciencia ilimitada ha conferido una especial significación a la masa de datos acumulada sobre la creatividad y el funcionamiento cientí- ficos, la cual pone de manifiesto que no sólo

pronunciada en las universidades de Allahabad y Delhi hace algunos anos. Las discusiones que siguieron a las conferencias y los detallados comentarios de Giri Desking- kar, D. L. Sheth y Girdhar Rathi han constituido impor- tantes aportaciones para ei autor.

Parte de este artículo se basa en una conferencia

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existe una “república de la ciencia”, sino que esta república es parte de un orden político y cultural más amplio.

Es esta pérdida de pureza e inocencia de la ciencia como sistema de conocimiento lo que proporciona una nueva base para exami- nar y debatir el aspecto político de la psico- logía contemporánea, y particularmente las perspectivas con las que cuenta la ciencia de poder romper con la cultura a la cual perte- nece actualmente. También brinda la posibili- dad de concebir un esquema alternativo de ética científica basado en un nuevo concepto político de las relaciones entre el psicólogo y su trabajo y entre el psicólogo y sus sujetos.

Crisis es un término ya muy desgastado. Cada generación cree hallarse en una crisis, debatirse con los problemas negligentemente legados por la generación anterior y trabajar sin descanso por el mejoramiento de la veni- dera. Si, a pesar de todo, se me permite hacer uso de la palabra “crisis” para describir el estado en que se halla la psicología moderna, quisiera definirla en términos de un dilema básico.

Hasta el presente siglo, el hombre psicoló- gico no había sido realmente reconocido como tal. Esta era ha visto, por una parte, lo que Philip Rieff ha llamado “el triunfo de la terapéutica”, y, por la otra, ha adquirido una clara conciencia de lo que es la conciencia y la falsa conciencia. La falsedad de los conceptos tradicionales sobre la falsa conciencia ha sur- gido también a la luz. Actualmente trabaja- mos con lo que, en un contexto distinto, se ha llamado “la doble falsía de la conciencia”. Al mismo tiempo, sin embargo, en este mismo siglo hemos visto la culminación del proceso de mecanización de la naturaleza inanimada y animada, y en última instancia del hombre mismo, proceso que se iniciara en Occidente en el siglo XVII. Como parte de estos procesos gemelos, la psicología moderna ha “depsicolo- gizado” al hombre en la era del hombre psicológico; ha popularizado un concepto de la persona que es en su mayor parte mecano- mórfico, bidimensional y antipsicológico. En otras palabras, lo que la psicología ha dado con una mano lo ha quitado con la otra.

Podríamos también exponer este pro- blema de otra manera. Nuestra época ha conferido a la ciencia psicológica un nuevo poder político al situarla en el centro mismo de la vida en sociedad. La ciencia ha llegado a ser uno de los criterios para valorar o criticar la calidad de nuestras vidas, pero nuestra época nos ha demostrado asimismo el modo en el que la psicología se ha coaligado a menudo con la fuerzas de la crueldad, la explotación y el autoritarismo, aprobando y suscribiendo las encarnaciones cotidianas del “más trivial” de nuestra época y creando nuevas jerarquías, hegemonías y vasallajes, en la psicología misma, para hacer que la ciencia se ajuste al mundo moderno tal como existe. Por mi parte sostengo que la búsqueda de una nueva ética de la psicología no puede iniciarse a menos que se perciba claramente el nexo que existe entre estos dos procesos, uno contextual y el otro intradisciplinario. El vasa- llaje que fomenta la psicología es parte inextri- cable de la política de la ciencia psicológica. La república de la psicología es, a su vez, una extensión del papel de la ciencia en un mundo dei saber organizado injusto y oligopolista. Intentaré analizar aquí punto por punto las implicaciones de esta interpretación de la política de la psicología. Dicha interpretación no alterará, por sí misma, nuestra visión del futuro de la disciplina, pero, como todo psicoterapeuta sabe intuitivamente, una inter- pretación imperfecta también tiene sus venta- jas. EI hecho de sensibilizar a una persona o a un grupo a las posibilidades de la introspec- ción puede tener en sí mismo un valor terapeú- tic0 y creativo. Quizás lo que es cierto de una persona o grupo puede que no sea entera- mente falso de una ciencia.

Mi labor se ve facilitada por el hecho de que la psicología es una ciencia moderna que cuenta con una subtradición de autoexplora- ción, por apolíticamente que esta autoexplora- ción se haya definido hasta ahora. Aunque la ciencia ha desarrollado también la aptitud de “manejar” la disensión, incorporando todas las formas de disensión como nuevas subdisci- plinas en el seno de la psicología, ésta se halla mejor pertrechada que la mayoría de las

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“Nuestra época ha conferido a la ciencia psicológica un nuevo poder político al situarla en el centro mismo de la vida en sociedad.” inge Morathihlagnum

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demás ciencias para enfrentarse a la nueva conciencia que amenaza a la práctica domi- nante de la ciencia en el mundo. Al fin y al cabo, la psicología moderna fue una de las primeras ciencias humanas -la otra fue la economía política marxista- que rechazara involuntariamente la ruptura entre el observa- dor y lo observado, y que adoptara esta fórmula observador-observado como unidad básica de análisis. No toda la psicología moderna participó, es cierto, de este descubri- miento; sin embargo, mucho antes de que la física atómica pusiera de moda el uso de este concepto analítico y, por cierto, antes de que los antropólogos estructuralistas empezasen a hablar de la “mente salvaje” como un doble o un espejo -es decir, antes de que se montase una seria embestida contra la visión mecano- mórfica y newtoniana del mundo- ya el modelo de transacción terapeútica de la psico- logía profunda desafiaba implícitamente la dicotomía sujeto-objeto. N o tomo en cuenta aquí las tradiciones psicológicas de las civiliza- ciones no occidentales, que jamás se han desviado de la noción de que el que conoce es parte inextricable de lo conocido y viceversa, sino que hablo del psicoanálisis y de algunas otras escuelas de pensamiento, como la psico- logía existencial, según las interpreto situán- dome fuera del universo de la psicología occidental.

Psicologías tradicionales y modernas

Para precisar bien mi objeto voy a describir brevemente dos postulados comunes a algu- nas de las psicologías tradicionales y a la tradición terapéutica de la que Freud fuera precursor. El primer postulado es que la situación terapéutica es el epítome de toda intervención humana en el campo de la perso- nalidad, de la sociedad y de la cultura; el terapeuta es a la terapia lo que el investigador a la investigación y lo que el activista es a la acción social. Si involucra sujetos y objetos, toda situación cognoscitiva es (añádase la palabra “simbólicamente” o “analógica-

mente”, si se quiere que suene más científico que místico) la suma de todas las situaciones de interacción humana. La responsabilidad es, por lo tanto, siempre total para quien intente saber. El místico indio Sri Aurobindo solía refirse a su intervención durante la segunda guerra mundial en Stalingrad0 y en la batalla de Gran Bretaña mediante su práctica yoga. Esto podría tomarse como una megalo- manía de historieta, o como una reafirmación simbólica de la unidad orgánica del universo. En cierto sentido, la “demencia” de Auro- bindo no era muy diferente del nexo que muchos establecían entre lo que Jean Paul Sartre decía en un café de Pans y lo que sucedía en las ciénagas de Viet Nam. Esta ecuación entre lo microscópico y lo macroscó- pico era lo que implícitamente teñía una parte considerable de la obra de Freud sobre la civilización humana y sus descontentos, y que también impregnaba su posición sobre la continuidad entre la salud mental y la enferme- dad mental. Algunos bienintencionados psi- coanalistas del ego y algunos psicólogos huma- nistas insisten en que Freud dependió dema- siado de lo patológico o de lo clínico para elaborar su teoría general de la psiquis. Esta crítica adolece de una cierta insensibilidad hacia el impulso civilizador que aportara la obra de Freud. La patología en el ámbito clínico debía necesariamente reflejar la pato- logía del mundo “normal”, y sólo a partir de tal supesto el psiconanálisis, Contrariamente a lo que recomendara el propio Freud, ha podido constituir para muchos una c,osmovi- sión y una filosofía.

El segundo supuesto también podría enunciarse en términos de la experiencia de la psicología psicoanalítica. En realidad es un desarrollo del primero. Desde el punto de vista del “salvaje”, la reductio de la ética del psiconanálisis puede también formularse como: terapeuta: contratransferencia-pacien- te: transferencia.

El paciente, por decirlo de otra manera, es isomórfico para el terapeuta, en el sentido que los procesos de transferencia y contra- transferencia constituyen un unico proceso escindido por un factor extraño: la aptitud

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Dibujo de Maurice Henry (1957). Snark Internacional.

adquirida para “penetrar”, en el caso de la contratransferencia del terapeuta, y la posibili- dad futura de adquirir esta aptitud en el caso de la transferencia del paciente. La interven- ción, dice el modelo, es siempre autointerven- ción; la aloplasticidad siempre encierra un elemento de autoplasticidad. Así, no sólo existe una continuidad entre salud y enferme- dad, sino también entre el paciente y el que cura. La situación terapeútica se ve siempre corrompida -y enriquecida- por la interac- ción de las experiencias, ideologías y luchas internas de los participantes. A medida que ayuda al paciente a recobrar la salud, el terapeuta se aproxima también hacia su pro- pia salud. El terapeuta no sale de su periodo de formación con plena salud y acabado. Tampoco es su objetivo reunir una clientela, ni siquiera si se orienta hacia una terapia “centrada en el cliente”. Antes bien, se da por supuesto que al formular cualquier interpreta- ción, el intérprete se aviene consigo mismo a

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través de su trabajo. En la medida en que la interpretación refleja al intérprete, es autobio- gráfica y autoexploratoria; representa una experiencia compartida más que un contrato impersonal artificialmente personalizado para obtener ventajas funcionales; genera un nuevo lenguaje de bilateralidad, más que descifrar un lenguaje privado según las cate- gonas oficiales de una profesión.

La visión que consideramos tiene otra consecuencia que puede deducirse de las re- cientes obras “antipsiquiátricas” sobre la locu- ra y la cultura. En la medida en que el terapeuta Co-construye el medio del paciente y se constituye en una parte integrante de ese medio, contrae una cierta responsabilidad por el hecho de que el paciente se encuentre en situación de tal. El sufrimiento del paciente es producido, y definido, por su medio, el cual es a su vez una construcción en la que paciente y terapeuta participan juntos. En este sentido, la responsabilidad es siempre compartida

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entre el paciente y el terapeuta, entre el sujeto y el investigador, y entre las civiliza- ciones que han estado “enfermas” y las civili- zaciones que se han especializado en ver a otras civilizaciones como pacientes a los que es preciso curar o aconsejar. Lo que el paciente es, prosigue el argumento, no puede separarse de lo que el terapeuta es. Si la enfermedad del paciente está por definición vinculada a la salud del terapeuta, pasa igual- mente a ser la enfermedad del terapeuta. En esta interpretación de la psicología no hay vencedores mientras haya víctimas. La supedi- tación es compartida, y la salud es también indivisible.

Lo que intento demostrar aquí es que la psicología ha descuidado las implicaciones humanas de algunas de sus propias tradiciones y las de las tradiciones vivas de algunas psicologías no modernas. H a elaborado una práctica disciplinaria que reconoce la “conta- minación”, pero gasta todo su esfuerzo en depurar la investigación de esa contamina- ción, exactamente como reconoce que el labo- ratorio difiere de la vida real, pero, en vez de concebir el laboratorio como otra experiencia enriquecedora, busca el modo de eliminar la diferencia entre el laboratorio y la vida. Sin embargo, esta contaminación podría haberse utilizado creativamente para descubrir porqué algunas personas y culturas han de ser defini- das como lo conocido (o como lo conocible) para que otros sean definidos como los conoce- dores, exactamente como algunas personas y culturas han de ser definidas como mental- mente insanas a fin de que otras puedan ser definidas como sanas. La tentativa sistemática de eludir este punto problemático ha deterio- rado la capacidad del psicólogo para estudiar 12 “experiencia de la experiencia” (capacidad ésta que, según R. D. Laing, hace de la psicología la ciencia de la ciencia) y ha dejado al psicólogo prisionero de la idea -intelectual y éticamente estéril- de que existe una ruptura absoluta entre el investigador y su sujeto y entre’ el terapeuta y su paciente. Además, como investigadores y terapeutas pertenecen en su gran mayoría a determina- das culturas y a regímenes políticosociales

concretos, esta incapacidad ha hecho de la psicología un coto particular y limitado y ha fomentado como rasgos típicos de la “eupsi- quia” -expresión introducida por Abraham Maslow para designar una utopía psicoló- gica- dominante las características psicológi- cas de los privilegiados, de los triunfadores y de los poderosos.

Continuidad entre el observador y lo observado

Para reafirmar la idea de una continuidad entre el observador y lo observado como la unidad básica de análisis en la psicología, y para restablecer la idea de una responsabili- dad global y compartida (subcategoría de la idea de unicidad de la experiencia y del universo, tal como algunos vedistas y sufistas la entienden), tendremos que formular otros dos postulados o supuestos, ambos consecuen- cia de las hipótesis anteriores. Estos nuevos postulados, o por lo menos uno de ellos, tal vez parezcan banales a los lectores avezados en el ámbito de la sociología del conocimiento radical, mas para mí constituyen sin duda el fundamento de toda psicología digna de ese nombre.

El primer supuesto es que la psicología política no es una subdisciplina o un ámbito de conocimiento circunscrito del saber donde política y psicología convergen y se entrecru- Zan. Toda psicología es política y cada teoría psicológica es una declaración política. El segundo es que existen muchas psicologías, y la práctica de la psicología dominante, contro- lada como está por la psicología moderna, es hostil a semejante concepción de la psicología.

El primer supuesto ofrece un parangón con el concepto de Harold Lasswell, según el cual la política no es meramente el nombre de un subsistema social, sino que refleja igual- mente una cualidad o forma de relación social. Este supuesto niega rotundamente la existencia de una psicología apolítica y afirma que cada ciencia refleja no sólo un conjunto de normas científicas, sino también una serie de preferencias políticas. Esto es, desde luego,

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otra manera de decir que todo empeño por impedir la intervención de valores políticos alternativos en la psicología, promoviendo la consigna de la neutralidad frente a los valores, es un intento de fomentar una clase de política de la ciencia a expensas de otras. Una ciencia que se defina a sí misma como libre de valores sólo podrá ser democrática en la medida en que no tenga que dar cabida a una ciencia saturada de valores desde su origen; una ciencia que encierre valores ínsitos y defina a toda la ciencia como normativa tendrá la posibilidad (realizada o no) de ver aun a las ciencias ultrapositivistas como miembros de la misma fraternidad científica. Al fin y al cabo, las ciencias que en virtud de sus propios principios son declaradamente normativas deben ver en las ciencias desvinculadas de valores la expresión indirecta de un sistema de valores diferente. (Esto naturalmente plantea el interrogante de si las psicologías no moder- nas pueden verdaderamente ser comparadas a la psicología moderna con su antidemocrático concepto de ciencia y su celo misionero; este interrogante tiene relación con otras dos anti- guas preguntas: ¿deben concederse derechos democráticos a los antidemócratas?, ¿puede darse una coexistencia de credos cuando algu- nos hacen proselitismo y otros no? La res- puesta será otra vez la misma: el destino de algunos credos es ser tolerantes con los intole- rantes a fin de conservar su identidad.)

El primer supuesto, ya familiar para la mayoría de los científicos sociales, resulta incómodo para muchos psicólogos. Todos los trabajos que hoy existen sobre la sociología política de la ciencia han sido ignorados por la psicología moderna y, pese a toda su tradición autoexploratoria, el supuesto puede parecer- les a muchos psicólogos algo así como una avenencia con la cordura científica. Aunque la mayor parte de los psicólogos reconocen el hecho de que la ciencia se inserta en un contexto social, en la práctica consideran que gran parte de su texto disciplinario funciona de manera autónoma. Demuestran así, por cierto, tener escasa conciencia de que muchos de los problemas éticos de su ciencia son de naturaleza política y de que uno de los princi-

pales desafíos que han de enfrentar hoy día es el de elaborar una nueva política de la psico- logía.

El segundo supuesto implica que la lla- mada psicología moderna es una etnopsico- logia, no menos que las psicologías “primiti- vas”, tradicionales, locales o de origen popu- lar; no es sino otra psicología tradicional que ha conseguido arrinconar políticamente a las demás tradiciones de la psicología, con la ayuda de una nueva teoría del progreso. Desde la utopía de B. F. Skinner, que va más allá de la libertad y de la dignidad, hasta las interpretaciones más positivistas del psicoa- nálisis y la estridente psicología política de algunas de las escuelas radicales que tratan de “concientizar” a los desvalidos y reactivar las culturas ahistóricas, la psicología moderna ha funcionado como la etnopsicología de una pequeña parte del mundo, y se ha pregonado y vendido como una psicolpgía universal apoyándose en la dominación política, econó- mica y cultural de precisamente esa parte del mundo. Alguien definió en cierta ocasión el idioma como un dialecto con poder político, económico y militar. A la psicología moderna es posible considerarla un idioma en ese sentido.

M e apresuro a aclarar que estas observa- ciones no constituyen un nuevo alegato en defensa de una psicología culturalmente más relativa; propugnan, si, una práctica más plural de la psicología en el mundo y la coexistencia de las numerosas psicologías uni- versales generadas tanto dentro como fuera del mundo dei saber conocido. Deseo sugerir que la psicología no tiene por qué ser un juego en el que los modelos universales elaborados por la psicología moderna se apliquen a cultu- ras distintas, con o sin modificaciones teóri- cas, para resolver problemas presentados por conjuntos de datos “incorrectos” o “atípicos”. Sugiero además que es posible contemplar cada práctica o escuela de psicología como un aspecto de una visión del mundo no menos universal que la psicología moderna. Cada situación intercultural se torna así un punto de encuentro entre por lo menos dos etnopsico- logías: una de ellas probablemente local,

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75R Ashis Nandy

Integración en la sociedad de los casos "anormales": El pequerio mendigo idiota, del pintor holandés Jam Steen (162G1679). (Petit Palais, París.) Bulloz.

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Aislamiento de los enfermos mentales: hospital psiquiátrico de la isla de San Clemente, en Venecia. Sophie RistelhubedRapho

enraizada en el modo de vivir autóctono, implícita y utilizable como critica de la impor- tada; la otra probablemente importada, explí- cita y, en el mejor de los casos, utilizable como crítica de la nativa. Se trata de una confrontación entre dos psicologías univer- sales rivales, ambas igualmente vinculadas a una cultura, pero frecuentemente dotadas de un poder desigual. En semejante concepción hay un lugar para la psicología moderna, incluso fuera del mundo moderno. Ese lugar, no obstante, es limitado.

Este último argumento puede formularse de modo distinto si nuestra atención se cen- trara en la persona. Una de las ventajas de considerar a la psicología como una confedera- ción de psicologías étnicas es la de poder ver cada fenómeno o proceso psicológico como una experiencia interpretable en términos de un encuentro de la etnopsicología del sujeto y de la etnopsicología del intérprete, y ver este encuentro como generador de su propio sis- tema de conceptos y como un “modelo” ideográfico que puede o no ser utilizable en otras ocasiones. La teoría psicológica pasa a

ser aquí un catalizador crítico (en los dos sentidos del término “crítico”) en una serie de modelos interpretativos.

En ambas formulaciones, esta concep- ción trasciende la contradicción interna de quienes sostienen que no es posible una psicología desvinculada de valores y, al mismo tiempo, acusan a los psicólogos occidentales de etnocentrismo por expresar valores occi- dentales. Por mi parte sostengo que hay en realidad dos modelos para tratar el fenómeno étnico en psicología. Uno expurga a la ciencia de toda especificidad étnica; el otro las tolera y, de hecho, se favorece cuanto tenga que ver con la etnia, fomentando la crítica mutua y el diálogo. En el primer caso existe siempre el peligro de que el llamado dominio secular de la ciencia se convierta en expresión enmasca- rada de una forma de etnia particular. En el segundo caso, ese peligro queda mitigado porque el fin al que se aspira es el de equilibrar políticamente cada etnia desarro- llando una cultura de pesos y contrapesos. En mi opinión, las posibilidades creativas del primer concepto de etnia en la ciencia se

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360 Ashis Nandy

Carteles murales alusivos a una psiquiatría alterna- tiva (Pans, 1976). Roger Vioiiet.

hallan, hoy por hoy, casi totalmente agotadas, y ya es hora de que exploremos las posibili- dades creativas de la segunda concepción.

Las limitaciones del etnocentrismo

Para entender por qué es necesario este retorno a un modelo de tolerancia de las especificidades étnicas, digamos aquí unas palabras sobre los diversos tipos de conciencia política que suelen usarse como baluartes contra los aspectos etnocidas e injustos de la psicología moderna.

Una de las formas en la que se ha abordado el problema de la “contaminación” étnica de la psicología moderna es mediante la crítica externa de la ciencia. Esta crítica se ha formulado principalmente desde la ventajosa posición que ofrece uno de los grandes compo- nentes ideológicos de la modernidad (general-

mente la modernidad crítica de algunas for- mas de radicalismo o la modernidad confor- mista de algunos aspectos del liberalismo); la otra forma se ha orientado hacia una crítica interna o de autocorrección profesional, como en el caso de las psicologías interculturales y humanistas. Ambas formas de crítica han mostrado importantes limitaciones.

En cuanto a la primera, la mayoría de las escuelas de psicología radical están sólida- mente comprometidas con una versión u otra de la doctrina del progreso. Su evolucionismo las obliga a ignorar el papel político básico de las culturas y a contribuir generosamente con las pautas de dominación cultural e intelectual imperantes, a menudo mientras combaten la manifiesta hegemonía económica y política de clases, sociedades y naciones-estados. Al propugnar un hombre nuevo y una nueva cultura en el futuro, y ai situar a las socie- dades ahistóricas, no modernas, lo más lejos posible de esos ideales, la conciencia de explotación socioeconómica de algunas partes del mundo que el radicalismo aporta se borra al arrogarse para sí el papel hegemónico en la vida del espíritu, de la cual se proclama ser una conciencia avanzada. Es más, relega las psicologías del resto del mundo a un segundo plano, aun en el ámbito dei saber futuro y en las utopías de mañana que excluyen la explotación. Lo hace así, primero, propug- nando el carácter apolítico del contenido de la ciencia, cuyo contexto es lo que puede estar viciado, y, segundo, identificando toda crítica de los dos mitos centrales de nuestro tiempo -la ciencia y la historia- como una conspira- ción contrarrevolucionaria. La idea central de esta tradición de crítica externa es la noción de que el hombre en sociedad se ve atrapado en un drama histórico en el que se debaten malvados y víctimas. Según el libreto de los radicales, en los repertorios provincianos de las sociedades ahistóricas sólo se dispone de las versiones de segunda clase de dicho drama. En la carta constitucional de este radicalismo está escrito el asesinato de los personajes, hombres y sociedades, y su veredicto último, basado en un conocimiento especializado de la “ciencia” de la historia, no admite apela-

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Hacia una política alternativa de la psicología 361

ción. El concepto de despotismo oriental es un ejemplo definitivo de sus instrumentos analíticos característicos.

Por otra parte, tenemos la idea de indivi- dualidad contractual y competitiva que halla- mos en algunas formas de liberalismo, la cual, cuando se combina con la visión tecnológica del mundo de la ciencia del siglo XIX, resulta una invención fatal. Según esta concepción, todo saber psicológico se reduce a un artículo de consumo, vendible, envasado, que puede adquirirse en el mostrador del psicólogo como un remedio patentado para curar la soledad, la ineficacia, el tedio, la tristeza, la violencia, la estupidez, en fin, todo aquello que no se ajuste a la corriente central de la conciencia moderna. La politización del conocimiento, según esta concepción, puede eludirse si se pone el acento en lo práctico y si se procura resolver los pequeños problemas de la vida real, en vez de correr tras el espejismo de una psicología global. Esta antimetafísica no pro- viene de un pragmatism0 inocente, sino que por el contrario desalienta sistemáticamente cualquier interrogación sobre los aspectos básicos de la psicología moderna y legitima las fuerzas del statu quo mediante una psicología aplicada y manipuladora, articulada en torno a una visión instrumental de los individuos, de los grupos y de las culturas.

Este liberalismo se ha manifestado sobre todo bajo la forma de la teoría de la moderni- zación, que hoy agoniza lentamente en la psicología social. Dicha teoría ha relativizado muchas de sus microteorías a través del tra- bajo empírico llevado a cabo en todo el planeta, pero ha erigido los objetivos sociales de la Ilustración como valor absoluto, conside- rándolos como la más perfecta visión humana de la sociedad. La historia de las utopías ha tocado a su fin, así como las visiones alternati- vas de civilización para el futuro. El principio del relativism0 cultural ha pasado de esta manera a formar parte de un juego en el que el contenido psicológico moderno se ahonda y enriquece, no merced a las visiones alternati- vas del mundo, sino a los datos intercultura- les. Estos datos son luego organizados según una jerarquía de sistemas de valores, y consi-

derados en una perspectiva evolucionista. Las resistencias psicológicas al desarrollo econó- mico, a la ciencia moderna y a la tecnología “avanzada”, a la participación en instituciones políticas occidentales y en el sistema de nacio- nes-estados, e incluso las resistencias a la emergencia de una conciencia revolucionaria respetable, se convierten en temas idóneos de investigación, y se da implícitamente por supuesto que, mientras los psicólogos no occi- dentales deben producir datos y microterorías para sus propias sociedades, los psicólogos del primer mundo han de tener la responsabilidad de elaborar teorías apropiadas, no sólo para su propia parcela planetaria, sino para el mundo entero.

Atrapado en la malla de esta ética, el psicólogo moderno ha permanecido insensible a la opresión que producen los modelos diacró- nicos y unilineales del cambio social y del adelanto científico; ha ignorado la opresión ejercida por la idea de historia y las consi- guientes crisis ocurridas en aquellas culturas que han sido las principales víctimas de la historia “científica”, por la cual unas pocas sociedades selectas se dedican a desbaratar todas las visiones de organización social distin- tas de la suya propia. Los estudios psicológi- cos sobre el etnocentrismo no revelan la menor conciencia de que la parcialidad puede ocurrir no sólo con respecto a la cultura nacional, sino también a la historia nacional propia. Probablemente la propensión a utili- zar culturas extrañas o historias ajenas como distopías psicológicas es inherente a la natura- leza humana. Sea como fuere, el psicólogo moderno no ha demostrado interés alguno por la supervivencia cultural de los eternos “suje- tos” de la psicología, de aquellos que pugnan por librarse del estrangulamiento que la histo- ria y la ciencia moderna mismas les producen. Tampoco está enterado de que esta batalla por la supervivencia es al mismo tiempo una batalla por la supervivencia de una diversidad de psicologías clásicas y populares, o, en realidad, de la psicología en su plena riqueza étnica.

Finalmente, hay algo que es común a los conceptos convencionales, tanto liberales

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como marxistas, de una ciencia del espíritu. La psicología moderna no ha separado nunca con claridad ciencia y tecnología, ni ha confe- rido a la ciencia ninguna legimitidad intrínseca como crítica filosófica del mundo material y de la vida cotidiana. El cientificismo del psicó- logo es principalmente un tecnologismo inge- nuo y simple; como los científicos físiconatu- rales posteriores a Galileo, también él busca legitimación en las teorías del hacer, más que en las del ser. Esto ha contribuido a atarle más aún a la cultura dominante de la ciencia, a la competición, a la búsqueda del éxito, a la productividad y al control sobre la naturaleza y el hombre. La psicología se ha convertido poco a poco en un bastión del pragmatism0 no crítico.

Así, el psicólogo ha tratado de iden- tificarse a menudo con los insuficientemente educados, con los económicamente subdesa- rrollados o los políticamente desheredados. Pero raras veces, sin embargo, ha cuestionado las concepciones de educación, de inteligen- cia, de desarrollo, de madurez y de interés nacional. H a adquirido sus conceptos al por mayor de otros científicos sociales y ha inten- tado fundirlos en una estructura organizativa de la conciencia humana. Si esto parece una crítica desleal a una “ciencia normal”, no olvidemos que cientos de departamentos de psicología repartidos por todo el mundo se esfuerzan por conformarse a estas interpreta- ciones de su disciplina, mientras que sus sujetos están descubriendo en los correlatos psicológicos de variables examinadas sin espíri- tu crítico, tales como desarrollo, educación, control demográfico y administración, nuevas formas institucionalizadas de violencia, de etnocidio y de explota’ción. Tomemos, por ejemplo, la confusión frecuente entre causas y consecuencias en psicología social. Porque el atraso económico es principalmente no occi- dental, la mayor parte de la investigación realizada sobre los aspectos psicológicos del crecimiento económico en los años cincuenta y sesenta no hizo sino confirmar sumisamente que el atraso era consecuencia del carácter no occidental de individuos y culturas. Aparte de constituir un sofisma, este razonamiento pasa

por alto el detalle de que el atraso muy a menudo ha sido la contrapartida del estado de “progreso”, y que la base estructural de dicho progreso no podría sustentarse sin el atraso de zonas muy extensas del planeta. Esos estudios ignoraron también la circunstancia de que una parte considerable de la humanidad pudo quizás resistirse denodadamente al amoroso abrazo de un sistema económico que reco- nocía como opresor y globalizante.

D e igual manera, una de las enseñanzas del hoy agonizante debate sobre el cociente intelectual (CI) es, a mi entender, que no habría servido de gran cosa si Cyril Burt’ hubiera sido un investigador honrado. Los tests de inteligencia habían ya logrado lo que pretendían, o sea, desterrar los conceptos de intelecto, hacer de la inteligencia un instru- mento y un atributo de estatus socioeconó- mico convencional e imponer universalmente el concepto de inteligencia, definiéndola como “lo que lo tests de inteligencia miden”. Las consecuencias serían en última instancia inde- pendientes de la ética personal de investiga- dores del CI como Sir Cyril. La idea que el psicólogo se hacía de la inteligencia no podía impedir el hecho de que, según los criterios de valoración establecidos por los poderosos y los privilegiados, los desvalidos y deheredados mostraran rendimientos deficientes. Si uno establece y justifica sus propias medidas para evaluar sus condiciones de existencia y proce- sos favoritos con referencia a los resultados obtenidos dentro de estructuras que uno mismo ha establecido o que domina, y luego va a evaluar el resto del mundo según esas medidas, los resultados no pueden ser otros. Pero entonces no debe constituir una sorpresa si para el resto del mundo la medición tiene más visos de conspiración que de auténtica ciencia.

La estratagema de la crítica interna tiene una incidencia distinta. Ya la hemos evocado indirectamente a propósito del relativismo cultural no crítico, que constituye el meollo ético de la psicología intercultural convencio- nal, o, por lo que hace al caso, de la psicología humanista. Sólo queda una puntualización por hacer. Dicho relativismo fue en su origen una

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Pacientes de un hospital psiquiátrico de la ciudad de Davao (Filipinas), la mayor parte de los cuales son víctimas de la situación sociai local. Martine FrancWMagnum.

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respuesta al universalismo indiscriminado que reflejaba las culturas específicas en las que las ciencias sociales se habían desarrollado. Se suponía a ese relativismo capaz de corregir la parcialidad de la primera generación de cientí- ficos sociales, frecuentemente compuesta por misioneros cristianos y burócratas coloniales. Pero los procesos políticos están hechos de una materia más flexible que las innovaciones conceptuales en las ciencias sociales, y la idea del relativismo cultural fue pronto adoptada y promovida por ese particularismo que el relati- vismo estaba supuestamente llamado a comba- tir. Incluso en sus versiones más sofisticadas, la mayoría de las psicologías interculturales y humanistas ven a la psicología moderna como un depósito de saber transcultural y a las demás psicologías como sus adláteres minusvá- lidos a la espera de ser interpretadas por el mundo de la psicología moderna e integradas en él. Las otras psicologías pasan a ser así, por definición, receptáculos dudosos de nociones y datos buenos y malos; lo bueno que hay en ellas será incorporado por la psicología mo- derna, lo malo, rechazado. No corresponde ni a la psicología intercultural ni a la humanista, pese a la mejor de las intenciones, otorgar a las psicologías alternativas el derecho a inte- grarse en su seno aportando lo que ven como más positivo de la psicología moderna y rechazando lo negativo.

Lo que se desprende de ver las psico- logías no modernas como receptáculos de nociones o datos aislados es que estas nocio- nes y estos datos pueden utilizarse luego para adornar, reforzar o modificar las microteorías de la psicología moderna. Los paradigmas básicos y el cultivo de la psicología moderna permanecen intactos y son de hecho cuidado- samente adaptados a los nuevos hechos empíri- cos. Lo que cambia con el tiempo son las microteonas, no el edificio de la psicología moderna. Sin embargo, como ya he dicho, el particularismo de esta última no responde meramente a sus datos o subteorías dife- rentes, sino también a sus postulados sobre la naturaleza de la ciencia y sobre la situación humana de donde brota el saber científico.

Las psicologías imperfectas reflejan sociedades imperfectas

Todo esto podrá parecer acaso un ataque frontal a la psicología moderna; en realidad, es un intento de argumentar que las socie- dades imperfectas producen psicologías imper- fectas, aun cuando tales psicologías se preten- dan radicales o interculturales. Esa imperfec- ción tiñe no sólo los datos y las teorías sino, también la concepción misma de la psicología como ciencia. Incluso esta crítica de la psico- logía, basada en otro concepto del saber, es imperfecta, pues proviene de otra cultura imperfecta. Todo cuanto me es dado argumen- tar en su favor es que esta crítica no considera a ninguna psicología determinada como el punto final de un proceso de evolución cien- tífico, sino que ve en toda psicología la acción de un conjunto de culturas aplicadas a com- prender y estudiar el espíritu humano en un clima de tolerancia y crítica recíproca. Sólo espero que tal modo de ver -y es un modo de ver confesadamente político- sepa abordar, al menos indirectamente, un problema que el relativismo cultural no ha tomado nunca en serio: ¿cómo mantener una tradición crítica dentro de la cultura a la cual pertenece la psicología, sin negar al mismo tiempo la pluralidad cultural y normativa?

Llegados a este punto debiera ser ya evidente que no contemplo el futuro de la psicología como una disciplina módica en paradigmas, lo cual, según Thomas Kuhn, sería un indicio de su madurez como ciencia. Por el contrario, yo aprecio la sobreabundan- cia de paradigmas como indicio claro de su fuerza, y como un reflejo de su enraizamiento simultáneo en una diversidad de sistemas filosóficos. La psicología, a mi entender, es vital para un futuro diálogo de las filosofías, de las cosmovisiones y de las civilizaciones. No espero que la ciencia incremente las opciones humanas merced al desarrollo de psicotécnicas perfeccionadas o a un mayor control sobre el medio humano; espero que amplíe las opciones de la humanidad enrique- ciendo la conciencia y el conocimiento que

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El destino humano según la cosmología jaina (témpera sobre papel, siglo XVII, Gujarat). Se representan aquí las seis lesya, o tonalidades de las que se impregna el alma según sus acciones y pasiones. La figura más clara, abajo, espera sabiamente que los “frutos” maduren y caigan (que son también los del karma, o destino), mientras la figura más oscura de la derecha, la del malicioso, intenta tontamente cortar el árbol, causando así SU propio infortunio. Ravi KumarLilakala A. G. Suisse.

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cada cual tiene de sí mismo y explorando distintas variedades de experiencia social.

Por esta razón la misión del psicólogo hoy en día no consiste tan sólo en ensanchar el horizonte espacial y temporal de la disciplina, sino también en examinar los significados, experiencias y valores asociados con sistemas psicológicos diferentes. A menos que la segunda misión se reconozca, la psicología moderna no hará más que ampliar su estudio a áreas culturales nuevas y a lapsos de tiempo más amplios, mientras acentúa la marginalización de otras tradiciones de la psicologia. Así se da pie a la homogeneización.

La alternativa que propongo podría, ade- más, otorgar una nueva dignidad a aquellas ramas de la psicología que se interesan por la sociedad. Tradicionalmente, la psicología social ha aceptado servilmente el léxico de otras ciencias modernas. Con frecuencia ha establecido variables dependientes “no psico- lógicas”, toscamente medidas, y estudiado luego los correlatos psicológicos de esas varia- bles. Así, en la obra de Alex Inkeles y de sus colaboradores, por ejemplo, la noción de aceptación de un medio urbano-industrial y de una situación de trabajo contractual imperso- nal se convierten en criterios de madurez y de progreso, o la renta per cápita o el consumo de electricidad o de acero pasan a ser las medidas básicas del crecimiento económico de una nación, como en la obra de David C. McClelland sobre la motivación del éxito; el rendimiento escolar dentro de un dudoso sistema educativo justifica las medidas de la inteligencia para una generación entera de especialistas de tests de evaluación del CI, y un sistema bipartidista o una democracia parlamentaria al estilo Westminster se consti- tuye en medida de desarrollo político o demo- cratización para otra generación de psicólogos políticos. En esto, nos dicen luego, consiste el operacionalismo .

Tal aceptación sin critica de las categorías usadas por las demás ciencias sociales ha ligado a la psicología a algunas de las ideas más retrógradas de cuantas imperan en la filosofía política y social. Se ha convertido en una ciencia del espíritu que no sólo desalienta

cualquier debate sobre puntos problemáticos tales como los significados del crecimiento, del desarrollo, de la inteligencia, de la demo- cracia y de la salud, sino que además ignora los contextos psicológicos que confieren a estas variables su valor, su significación y sentido.

Una vez más he de repetir que la salud de las personas y de las sociedades son dos fenómenos indisolubles. A medida que las escuelas de psicología dominantes han colabo- rado con el desmantelamiento de toda alterna- tiva respecto al Occidente de la postilustra- ción, y a medida que han contribuido también a destruir la autonomía, la libertad y la autoestimación de los bárbaros, estas escuelas han ido hundiéndose cada vez más en el pantano de una práctica disciplinaria superor- ganizada, hipercompetitiva, ritualista y hostil a la reflexión introspectiva. En el tributo del pecado, dice Iris Murdoch parafraseando a Platón, es en lo que uno se convierte. A medida que los psicólogos fueron abrazando la tecnocracia, las relaciones parte-objeto y algunas formas de antipsicologismo para inte- grarlas en su código, se fueron encerrando en un profesionalismo fragmentado, inerte, y convirtieron su ciencia en una industria. Su fidelidad exagerada a la ciencia “normal” ha eliminado casi todas las posibilidades de cien- cia “revolucionaria”. Esa es la lógica interna de toda dominación y de todo empeño por afianzar la autonomía propia menoscabando la de los demás. Nada tiene de sorprendente que los problemas ontológicos de la psicología moderna giren en torno a aquellos planos en los que ésta ha tratado de marginar a las tradiciones de psicología alternativas tachán- dolas de no científicas, excesivamente filosó- ficas, no utilitarias, no predictivas y no produc- tivas.

La busqueda de una psicología humana jamás termina. Lo que a una generación se le revela como una psicologia moralmente desea- ble, a la siguiente le parece un disfraz que oculta formas sutiles de dominación, opre- sión y sufrimiento institucionalizado. Esto podría leerse como un indicador de la incons- tancia humana y como una debilidad de la

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psicología; podría leerse también como un indicador de la sensiblidad social y del sentido de supervivencia de la psicología como ciencia social y como filosofía. Por mi parte, prefiero la segunda formulación. La fuerza de la cien- cia estriba en que cada generación de psicólo- gos tiene que descubrir el alcance y los límites de su ciencia en el contexto de las utopías explícitas e implícitas de su época. AI fin de cuentas, su objeto de estudio es la conciencia humana. Además, los problemas éticos que he planteado aquí deberán caducar también en el plazo de algunos años. Eso no

quiere decir que los problemas políticos de la psicología desaparezcan también. Quiero decir que una nueva conciencia crítica buscará un nuevo conjunto de normas para la psico- logía y arrancará la máscara de esta defensa- de la etnopsicología. Ello no constituirá a mi juicio una gran pérdida. A diferencia de las tradiciones críticas modernas de Vico, Her- der, Nietzsche, Marx y Freud, las tradiciones críticas antiguas del Madhysmika y de los Upanishads están abiertas a una acción crítica sin fin, a la crítica de la crítica.

Traducido del inglés

1 Nota 1. Sobre la controversia de Cyril Burt, véase Peter Willmott, “Integrity in social science: the upshot of a scandal”, en RZCS, vol. XXIX, n.O 2 (1977), p. 333-336.

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La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque

Gündüz Y. H. Vassaf

De la alienación a la participación

ción popular y por centrar sus preocupaciones en el mejoramiento de la calidad de vida. Podemos citar como ejemplos los movimien- tos pacifistas y ecologistas, además de los grupos de acción como el War on Want (guerra a la miseria), la organización Amnis- tía Internacional, la Organización Internacio- nal de Asociaciones de Consumidores (IOCU) y la Red Internacional de Asociaciones en Pro de la Lactancia Natural (IBFAN), que actúan

en el centro

A medida que nos vamos acercando al final del siglo xx, se va apreciando un predominio cada vez mayor de dos formas distintas de abordar los asuntos humanos. Una es un avance hacia el globalismo y la otra una tendencia hacia la descentralización. Tanto el globalismo como la des- centralización son carac- terísticas que evolucio- nan y emanan desde el “centro”, más que desde las naciones “perifé- ricas”.

Los ejemplos de glo- balismo son abundantes y diversos, y van desde las actividades de las em- presas transnacionales que “ordenan” la econo- mía del mundo y los me- dios de comunicación so- cial que “definen” las no-

Gündiiz Y. H. Vassaf, psicólogo social turco, es profesor en la Univer- sidad del Bósforo (Bebek, P.K. 2, Estambul). Sus trabajos de investiga- ción se refieren principalmente a la psicología comunitaria y a los aspec- tos psicológicos de los problemas edu- cativos en los países del tercer mundo. H a publicado artículos sobre estos temas en revistas periódicas de su país y del extranjero.

ticias y la cultura del mundo, a la “mafia internacional” que trafica con drogas, arma- mentos y aun con gobiernos y movimientos de liberación. Junto a estos tipos de organiza- ción, que se distinguen por su estructura jerárquica y que son inseparables del espíritu de lucro, existe también una creciente prolife- ración de movimientos globales que se diferen- cian de las organizaciones globales. Tales movimientos se caracterizan por la participa-

internacionalmente y a ni- vel de las bases popula- res organizando campañas en pro de los derechos humanos, sociales y eco- nómicos.

Una característica común a las organizacio- nes internacionales y a los movimientos globalis- tas es que son básicamen- te internacionalistas y que trascienden las leal- tades y fronteras nacio- nales, esto es, la “bande- ra y la patria”, en aras de

intereses superiores, ya sea el lucro o la calidad y conservación de la vida.

U n somero examen de la historia de la organización humana nos demuestra que ésta se caracteriza por un movimiento incesante de expansión que pasa de las pequeñas organiza- ciones a otras mayores, de unidades basadas en el parentesco a organizaciones locales, regionales, nacionales y globales. Como conse- cuencia, mientras que la nación-estado ha

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sido la forma de organización predominante en el centro durante los últimos siglos, las organizaciones internacionales del tipo de las empresas transnacionales y de los movimien- tos populares como el movimiento pacifista van poco a poco emergiendo como nuevas formas de estructuración internacional. Esto mismo se ve también evidenciado por el creciente papel que desempeñan las organiza- ciones no gubernamentales dentro del sistema de las Naciones Unidas, tradicionalmente influidas sólo por las naciones-estados. La búsqueda de una mayor eficiencia, resultante del desarrollo tecnológico y del juego de las fuerzas del mercado, por una parte, más la “conciencia planetaria” que se manifiesta en expresiones como “la tierra, nave espacial”, por la otra, han influido considerablemente en la creciente tendencia al globalismo.

Junto con la tendencia hacia el globa- lismo en el centro, diversos órganos directivos de la nación-estado han ido perdiendo su capacidad de satisfacer las necesidades de los ciudadanos, abriendo así el camino hacia la descentralización. Las exigencias de autono- mía local y aun de secesión, que dimanan de la discriminación étnica, vienen oyéndose con frecuencia en muchos países occidentales, al punto de constituir una amenaza para el orden tradicional de la nación-estado. En virtud de este proceso se han visto desafiadas casi todas las formas de autoridad central, desde los sistemas educativos, sanitarios y judiciales hasta las instituciones religiosas, de suerte que algunos países occidentales ciertas instituciones como escuelas, sectas reli- giosas y comunidades “alternativas” tienen tendencia a establecerse con igual solidez y prerrogat;vas que las convencionales [Illich, 19791. Ciertos grupos de acción ciudadana han competido en otros casos con las fuerzas políticas tradicionales por obtener el control de consejos locales, municipios, etc. Así, por ejemplo, muchos municipios de Europa occi- dental han votado contra el emplazamiento de misiles nucleares en su territorio, desafiando con ello la política exterior de sus gobiernos nacionales y su compromiso con la OTAN de instalar dichos misiles para 1983. La falta de

participación popular a todos los niveles políti- cos se ha convertido en una obsesión, y la tendencia a la descentralización del aparato del estado provoca también discusiones en torno al desmantelamiento del orden jerár- quico vertical de los partidos políticos tradicio- nales. D e esta manera, el proceso político tradicional en los estados nacionales de occi- dente está viéndose desafiado tanto desde arriba, al macronivel, en la esfera de las necesidades y estructuras globales como desde abajo, al micronivel, donde existe una tenden- cia a la descentralización y a una mayor participación de las comunidades locales.

En ambos casos, empero, un cierto sen- tido de lo colectivo opera como una fuerza intensaniente motivadora que propugna la conservación y el mejoramiento de la calidad de vida. Mientras que para algunos esto asume la forma de una “aldea planetaria” en gestación, otros se interesan más bien por la “comunidad local”. Es evidente, sin embargo, que éstas no son categorías mutuamente excluyentes, sino que la comunidad planetaria es una extensión natural de la comunidad local.

Como consecuencia de este interés por la comunidad, han ido surgiendo estos últimos años diversas disciplinas, enfoques, posiciones y términos nuevos en las ciencias sociales del centro. Una de tales disciplinas, la psicología de comunidades, se distingue de las demás por el hecho de que no se interesa básica- mente por el método científico tradicional de observar, explicar y predecir los hechos, sino que más bien destaca el papel del psicólogo de comunidades como un agente activo y partici- pante del cambio social, llamado a determinar la dirección del cambio conjuntamente con la comunidad interesada. Entre algunos de los supuestos básicos de la psicología de comuni- dades figura la defensa del derecho de los individuos, de los grupos étnicos, etc. a ser diferentes, pero también la igualdad de acceso para todos a los recursos materiales y psico- lógicos de una sociedad dada, lo cual evita la adopción de un criterio o modelo de comportamiento único y fijo. Por el contrario, se induce a cada uno a cultivar sus potenciali-

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Globalismo en el centro: una demostración de cerca de ochocientas mil personas en Nueva York en pro del desarme nuclear y de la paz mundial, celebrada con ocasión de la segunda sesión especial sobre el desarme de las Naciones Unidas, en junio de 1982. Philip Jones GriffithslMagnum.

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dades individuales y, con la ayuda de los recursos de la sociedad, lograr la meta de autorrealización de sus posibilidades innatas. Del mismo modo que no se erige ningún modelo, ideal o norma típica de persona humana, tampoco existe en la psicología de comunidades ningún concepto sobre el am- biente que pudiera considerarse ejemplar. Lo que sí se hace resaltar y valorar, en cambio, es la adecuación persona-ambiente, ya que se considera que dentro de una sociedad dada existen innumerables ambientes posibles para personas y comunidades diferentes, no siendo ninguno de ellos necesariamente superior o preferible a cualquier otro. [Rappaport, 1977 p. 2-41, Lo importante es que exista una adecuación entre una persona concreta y un ambiente determinado, de forma que se sus- tenten recíprocamente de una manera posi- tiva. Las diferencias y las variaciones dentro de la sociedad, por lo tanto, se fomentan, en contraposición a los esfuerzos del orden esta- blecido por uniformizar los ambientes, los servicios y, finalmente, los individuos mismos. Así como en la perspectiva de la psicología de comunidades no se reprueba ni censura a las personas por no conformarse a la norma social dominante, a causa de ciertos orígenes que puedan considerarse intrínsecamente infe- riores en un sentido o en otro, tampoco quedan en desventaja por proceder de un medio supuestamente “desposeído” en cuanto a valores culturales.

Esta postura puede ilustrarse a la luz de la función social del concepto de inteligencia. En la primera mitad del siglo xx la mayoría de los psicólogos consideraban que la inteligencia era un rasgo heredado, con la consecuencia de que todas las minorías étnicas en las culturas anglosajonas, donde los tests de inteligencia gozaban de alta reputación, eran tenidas por naturalmente inferiores. Así, un eminente psicólogo norteamericano como Terman podía llegar a decir [Kamin, 1977, p. 3741: “Su estupidez parece ser racial [. . .] El hecho de que uno encuentre este tipo con una frecuencia tan extraordinaria entre los indios, los mexicanos y los negros indica muy a las claras que hay que plantearse de nuevo toda

la cuestión de las diferencias raciales, de los rasgos y de las facultades de la mente [...I A los niños de estos grupos habría que apartar-’ los en clases especiales.” Otro destacado psicó- logo estadounidense, Goddard [Kamin, 19771, que encabezó el programa norteamericano de aplicación de tests de inteligencia en la década de 1920, podía igualmente expresar: “El hecho es que un obrero puede tener una inteligencia correspondiente a la edad de diez años cuando usted tiene la que corresponde a los veinte. Pretender que disfrute de una vivienda como la suya es absurdo.” Seme- jantes ideas, basadas en el danvinismo social, se acompañaban además de una marcada actitud en favor de la eugenesia, de escoger y apartar a los inhábiles y, de este modo, “engendrar” una raza humana sana.

El final de la segunda guerra mundial y la derrota del fascismo y del danvinismo social indujo a eminentes psicólogos a culpar, no al individuo, sino al medio, como auténtico responsable de la deficiente actuación de las minorías étnicas en los tests de inteligencia. Se decía que si los niños negros “cultural- mente desposeídos” pudieran criarse y edu- carse en medios como los disfrutados por los norteamericanos anglosajones protestantes de clase media, desde una temprana edad, podrían ser tan inteligentes como los blancos. Se sostenía así nuevamente la noción de la superioridad de la cultura dominante. Hasta fecha muy reciente ningún científico había cuestionado abiertamente la validez de los tests de inteligencia concebidos para la cultura blanca y utilizados para evaluar a los negros. Al poner mayor énfasis en el ajuste perso- na-ambiente, el enfoque de la psicología de comunidades sostiene que la inteligencia debe considerarse en el contexto de un ambiente dado, que un determindado rasgo que podría considerarse muy inteligente en un ambiente particular no tendría ningún valor adaptativo en otro, y viceversa. D e esta manera, las aptitudes intelectuales y las estructuras que, como el sistema educativo, son concebidas para ayudar a desarrollar el potencial intelec- tual, según la psicología de comunidades no se determinan y juzgan desde arriba, sino que se

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I La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque 373

Los políticos del pueblo, grabado según un dibujo de E. Vaumor (Francia, 1856). Roget Vioiiet

conciben y establecen a la luz de las necesi- dades y valores de la comunidad. Repetimos, pues, que en esta rama de la psicología no se defiende ningún modelo de persona o ambiente ejemplar basado en los valores de la sociedad dominante, y se pone el énfasis en un adecuado ajuste entre la persona y el medio.

Otro principio importante de la psico-

logía de comunidades es el de descubrir y fomentar las energías y recursos de una comu- nidad, en vez de limitarse a “diagnosticar” problemas con arreglo a criterios determina- dos por fuentes externas (expertos). Así, por ejemplo, la psicología de comunidades busca la forma de “fortalecer la salud” a partir de las facultades intrínsecas de la comunidad, en lugar de “prevenir la enfermedad” según los

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principios defendidos por los programas de salud mental de la colectividad.

El ámbito de aplicabilidad de esta psico- logía es tan extenso como los intereses, afanes e inquietudes de la comunidad misma. Si bien el nacimiento de esta escuela hacia mediados de 19s años sesenta en los Estados Unidos de América tuvo su origen en el movimiento de salud mental de la colectividad -iniciándose con un énfasis en los valores sociales frente a los psíquicos-, muchos otros problemas se incorporaron posteriormente, como el desem- pleo, el racismo, la carencia de condiciones dignas de vivienda, así como el énfasis sobre la necesidad de intervención para provocar un cambio social. Los movimientos en pro de los derechos civiles y contra la guerra de Viet Nam determinaron cambios radicales en la conciencia social de los científicos. La psico- logía de comunidades comenzó a interesarse por la manera de provocar el cambio y por su repercusión en los diversos niveles de la organización social que, en orden de compleji- dad organizativa, son el individual, el de grupo, el organizativo, el institucional, el comunitario y el social. El efecto de la inter- vención en uno de estos niveles debe exami- narse también en todos los demás.

La forma concreta de intervención para provocar el cambio puede‘ también clasificarse básicamente en cuatro enfoques distintos fun- dados en la situación específica [Rappaport, 1977, p. 1301. Los dos primeros son la con- sulta y el modelo de desarrollo de la organiza- ción, donde el psicólogo trabaja en el seno de la comunidad con organizaciones y líderes comunitarios ya establecidos, concentrándose en el modo de cumplir los objetivos de esas organizaciones, sin cuestionarlas. Los otros dos enfoques, más de acuerdo con recientes adelantos en la psicología de comunidades, son el modelo de instituciones paralelas y el modelo de organización y defensa social de la comunidad. El objetivo del modelo de institu- ciones paralelas es crear instalaciones e institu- ciones alternativas, en ámbitos como la salud, la vivienda o la enseñanza, que se hallen bajo el control de personas antes desposeídas de todo poder, o sea de la comunidad inmediata-

mente interesada. La meta del modelo de organización y defensa social de la comuni- dad, por otra parte, es trabajar en colabora- ción con personas y comunidades hasta enton- ces desprovistas de autoridad e influencia a fin de que obtengan el control de las instituciones existentes que afectan sus vidas. Así, aunque ambos enfoques se dirijan a aquellos que no se hallan en puestos de control, el primero aspira a crear instituciones al margen del sistema establecido, mientras que el segundo apunta a obtener el control sobre el sistema mismo. Es muy importante observar que, en todos los casos, si el modelo particular no se adecua a la situación, el modelo o solución propuesta pasa también a formar parte del “problema” mismo. Es pues de extrema importancia en el enfoque de la psicología de comunidades que el modelo no sea determi- nado por ningún experto de afuera, sino que se elabore en colaboración con la comunidad y a la luz de las relaciones existentes entre ésta y las fuerzas y estructuras regionales, nacionales e internacionales del “mundo exte- rior”.

La aplicación de la psicología de comuni- dades en Occidente se ha producido por lo general por solicitud y mediación de diversas organizaciones colectivas autónomas y grupos de acción vecinales, todos ellos formados generalmente por militantes y activistas volun- tarios autofinanciados y, por lo tanto, política y económicamente independientes de las fuer- zas y estructuras dominantes de la sociedad. Los movimientos basados en los principios de la psicología de comunidades han logrado revitalizar estructuras que estaban al borde del colapso, especialmente en áreas metropoli- tanas donde la distancia entre el ciudadano individual y las autoridades centrales se había hecho tan desmesurada que los servicios reales estaban siendo prácticamente sustitui- dos por enormes burocracias. D e esta manera, la organización y acción comunitaria no sólo está logrando un mejoramiento de la calidad de la vida con la creación de servicios como los centros vecinales de salud, las escuelas de barrio, etc., sino que, al mismo tiempo, está desafiando la función de la estructura política

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La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque 315

Yeni Yayinlar (Ankara).

tradicional, mostrándose sensible a las necesi- dades ciudadanas. El desarrollo de la democra- cia de base coincide simultáneamente con la apatía respecto a la política tradicional que se nota en la creciente falta de participación, especialmente entre los jóvenes, en las elec- ciones tanto locales como nacionales. El movi- miento comunitario no limita su interés a los problemas locales. Así, por ejemplo, la colum- na vertebral de los movimientos pacifistas y ecologistas mundiales no son los partidos nacionales ni las organizaciones internacio- nales, sino más bien un sinfín de organiza- ciones colectivas de radio muy amplio que cuentan con apoyo a nivel de las bases popula- res. En suma, nos enfrentamos con la apatía y la alienación, especialmente de la generación joven de Occidente, respecto a diversas orga- nizaciones e instituciones centrales nacionales que van desde los partidos políticos y el

gobierno a los sistemas sanitario y educativo. Como respuesta, el nacimiento del movi- miento comunitario y una tendencia por parte de algunas instituciones, organizaciones y estructuras hacia la descentralización no sola- mente está llevando a una nueva comprensión del concepto de “democracia popular” a nivel local, sino que, al mismo tiempo, la “federa- ción no estructurada” de movimientos comuni- tarios y grupos de acción en todo el planeta está comenzando a contribuir a que se gesten decisiones de interés vital para el mundo entero.

Tendencias dominantes en el tercer mundo

En contraste con los cambios observados en el centro, la historia del movimiento comunita-

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rio en las naciones periféricas del tercer mundo no ha ido generalmente en la dirección de la descentralización y del globalismo. Por el contrario, la tendencia básica en muchos casos ha consistido en reforzar las tendencias centralizadoras de la nación-estado incipiente y de la ideología dominante, desmantelando al mismo tiempo las estructuras y prácticas tradicionales de la comunidad.

Esta tendencia se ha visto fortalecida por una combinación de dos factores capitales, con el resultado de que la acción encaminada a debilitar la estructura tradicional e intrín- seca de la comunidad se ha visto acompañada por la imposición de estructuras colectivas “importadas”. D e esta suerte, los nuevos modelos no son un fruto de la comunidad tradicional, es decir, que no representan la llamada “modernización a través de la tradicio- nalización” [Dore y Mars, 1981, p. 1621. Uno

de estos factores consiste en las tentativas de las jóvenes naciones-estados por establecer un control administrativo e ideológico sobre lo que habitualmente eran pueblos étnica y reli- giosamente desavenidos. Así, algunos gobier- nos del tercer mundo, enfrentados al reto de imponer una administración estatal central a pueblos con una historia colectiva colonialista de “dividir y dominar”, han considerado el enfoque comunitario contraproducente, temiendo que pudiera reforzar los elementos tribales y étnicos separatistas en la joven y frágil nación. Otros estados “modernizantes”, basados en modelos y orientaciones occiden- taies positivistas, han considerado anacrónicas las comunidades tradicionales y han visto en ellas obstáculos para el desarrollo en la era de la nación-estado, de los partidos politicos, de los sindicatos y de las asociaciones profesiona- les. D e esta manera, o se han desentendido

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Aldea tradicional y vivienda comunitaria moderna en Luanda (Angola). N. HuetiB. GérardAgencia Hoa Qui.

por completo de su existencia, o, por lo contrario, han tratado de desacreditarlas, especialmente a los ojos de los jóvenes. Este proceso se ha visto facilitado además por la noción de algunos teóricos de la moderniza- ción [Koopmans, 19771 según la cual la adop- ción de superestructuras “centrales” puede conducir al desarrollo y al bienestar material. Otros han considerado la conservación de las estructuras, tradiciones y usos de la comuni- dad -que generalmente implican ceremonias dilapidadoras, festines y sacrificios a menudo de muchos días de duración- como una simple pérdida de tiempo, energía y recursos materiales, todo ello demasiado gravoso para un estado joven donde lo que hace falta es trabajo duro y frugalidad.

La otra influencia capital que se opone a la estructura comunitaria tradicional y con- duce a la imposición de modelos “importa-

dos” proviene del papel desempeñado por diversas organizaciones internacionales, mu- chas de ellas operando dentro del marco de las Naciones Unidas, que se ocupan de la ayuda al desarrollo o del desarrollo rural. Se han utilizado etiquetas tales como “desarrollo rural integrado” y “estrategia de las necesi- dades básicas” para describir lo que esencial- mente es una continuación del esfuerzo que se inició en la década de los años cincuenta y que, con el tiempo, se ha traducido en la institucionalización burocrática del desarrollo rural en el tercer mundo. Tanto porque tales programas han sido generalmente trazados por expertos de fuera de la comunidad, como porque los proyectos han tenido una duración específica, engendrando esa forma de trabajo efímero que expresa el dicho “hoy aquí, mañana en otra parte”, por lo común nunca se han llegado a consolidar los vínculos entre

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la comunidad y el proyecto. Los equipos a cargo de los proyectos introducían más bien sus propias nociones sobre la modalidad de la participación, y con ello “estructuraban” la comunidad tal como ellos la veían en relación con las particularidades del proyecto, en lugar de tomar en cuenta las características o necesi- dades inherentes a la comunidad. La “partici- pación comunitaria” en este sistema consiste a menudo en designar o contratar miembros de la comunidad a los que el personal del proyecto considera útiles y con los que tiene facilidad de comunicación. En torno a esas nuevas personas escogidas por los forasteros se crea así en la comunidad una nueva estruc- tura de poder, a veces en competencia y difícil equilibrio con la fuente tradicional de poder y de decisiones.

Bajo la influencia de estos factores, algu- nos de los principios básicos de la psicología de comunidades, entre ellos la consideración de la comunidad in toto, es decir en términos de su propia vida cultural, social, ecónomica y política y de su relación con el “mundo exterior”, se descuidan. Lo que se sitúa en primer plano es más bien el proyecto y sus fines, considerándose a la comunidad en fun- ción del proyecto, en lugar de al contrario.

Prácticamente cualquier evaluación que pueda hacerse de las actividades de desarrollo rural en el tercer mundo pondrá de manifiesto la falta de participación popular en los proce- sos, el intento de restructurar las comuni- dades desde arriba y la falta de atención a un proceso de intercambio entre el micronivel de la comunidad y el hacronivel de la sociedad.

Así, por ejemplo: “Los lugareños utiliza- ban la granja ujamaa (colectiva) como un medio de obtener ayuda del estado para sus propios fines individuales” ; o “Los lugareños aprovechaban la visita de un alto dignatario del gobierno o del partido para exponer [. . .] en términos muy convincentes el progreso del pueblo y los magníficos planes para el futuro. Luego pedían al dignatario más ayuda”; “Los funcionarios asociaban los éxitos logrados en los pueblos con su promoción personal [. . .] Hallamos así que los informes enviados a las autoridades superiores se referían a todos los

pueblos como ujamaa, aun cuando no hubiese nada semejante a un modo de producción socialista” [Dore, y Mars, 1981, p. 2331; o, como en el caso de otro programa en otra parte del mundo: “El hecho de que el Nuevo Movimiento de Promoción del Campo se haya organizado desde un primer momento a escala nacional y se haya impuesto a las áreas rurales bajo la dirección personal y con el pleno respaldo de los más altos funcionarios del estado [...I”; “De mayor importancia aún es la presión permanente que se ejerce desde el más alto nivel administrativo [. . .] una presión que se ha mantenido y aun intensificado a lo largo de un periodo de seis años” [Dore, y Mars, 1981, p. 1321

iY qué ha significado esto a nivel popu- lar? “Para muchos de los vecinos más pobres del pueblo la cooperación tenía una connota- ción negativa, asociada a las presiones que a veces se han ejercido sobre ellos para que contribuyan con trabajo no remunerado” [Dore, y Mars, 1981, p. 1281; “Muchas de las críticas formuladas se han referido a la falta de contenido espiritual del programa al nivel local” [Dore, y Mars, 1981, p. 1271; “Las medidas políticas han fomentado actitudes más científicas, persuadiendo a los campesi- nos a que lleven a cabo las ceremonias de bodas y entierros con menos despilfarro”; “El movimiento rural se ha organizado como un medio para aumentar la productividad y forta- lecer el estado contra la amenaza del comu- nismo” [Dore, y Mars, 1981, p. 581.

Objetivos y prácticas como las descritas no sólo pierden de vista la cuestión básica y esencial del desarrollo rural general en el tercer mundo, sino que pueden resultar con- traproducentes, incluso en términos del obje- tivo de un proyecto limitado, a menos que les acompañe una “voluntad de cambio” por parte de la comunidad. La voluntad de cam- bio suele depender a su vez de dónde perciba la comunidad que se encuentra el “centro del control” sobre la determinación de sus pro- pios asuntos y del medio ambiente. Es de suma importancia que el centro de control sea interno a la comunidad para que de esta forma se sienta al mando de la situación, es

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La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque 379

Movilización comunitaria frente a una catástrofe nacional: evacuación previa a la inundación. R. BediiCamera Press.

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decir, que se considere el “sujeto” de la situación en el sentido de que es la comunidad la que decide que ocurran las cosas, en vez de ser el objeto de la situación y de que sean las cosas las que le ocurren a la comunidad. Ciertos trabajos de investigación efectuados en distintos contextos, yendo desde centros de enseñanza a campos de refugiados, han demos- trado que la apatía, la alienación, el absen- tismo, la destructividad, la agresión, etc., que conducen siempre al totalitarismo, suelen darse en función de la existencia de centros de control externos a la comunidad [Caplan, 1969, p. 41. La solidaridad de las comuni- dades, por otra parte, depende de que el centro de control sea interno a las mismas.

En el tercer mundo las comunidades suelen tener un sentido de control sobre su propia vida cotidiana, pese al “fatalismo” que frecuentemente caracteriza a las sociedades frágiles donde la cooperación comunitaria, en ausencia de un estado benefactor, es necesa- ria para sobrevivir. Así, la comunidad local no se encuentra indefensa frente a sucesos de la vida natural como el parto, las enfermedades típicas, las interrupciones en las redes de comunicación, los cortes del suministro eléc- trico, los terremotos, las inundaciones, etc., puesto que puede confiar en sí misma. La comunidad es por lo general autosuficiente hasta el punto de que puede atender a sus enfermos, construir sus propias viviendas, predecir el tiempo, etc., sin depender del auxilio de especialistas de fuera, como ocurre en los centros urbanos. La ignorancia y la falta de conocimientos tecnológicos y cientí- ficos puede sin duda conducir no sólo a la ineficiencia y al despilfarro de recursos, sino también a propagar las enfermedades en vez de curarlas. Lo notable, empero, es el sentido de control sobre los acontecimientos, trastor- nado a veces por calamidades antaño descono- cidas o, con mayor frecuencia hoy día, por la dependencia del “exterior”. Esta relación dependiente, que los psicólogos de comuni- dades suelen llamar “síndrome de dependen- cia”, se contrae habitualmente como conse- cuencia de que intervienen expertos de fuera para desarrollar, educar, modernizar, etc. la

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comunidad local, echando de paso por tierra las estructuras tradicionales sin ofrecer otras adecuadas en cambio. No obstante, cuando la comunidad se siente imbuida de una voluntad de cambio y se da cuenta de que es el sujeto de la historia, hay sorprendentemente pocas cosas capaces de detenerla en su camino [INODEP, 1981, p. 61. Esta notable resolu- ción y fe en su misión puede explicar en parte, por ejemplo, el éxito de Paulo Freire [1971, p. 911 en la erradicación del analfabetismo en algunos meses, mediante el proceso de “con- cientización” .

Dentro de este mismo espíritu, un mani- fiesto de un partido de la República Unida de Tanzania declara: “Todo acto que aumente el poder del pueblo para decidir sobre sus pro- pios asuntos es un acto de desarrollo, aun cuando ese acto no procure más pan o mejor salud” [Dore, y Mars, 1981, p. 220.1

En el mismo orden de ideas, un alcalde del tercer mundo elegido sobre una plata- forma de participación popular afirmaba en cierta ocasión que las soluciónes se hacen más fáciles cuantos más son los que las buscan.

No ha sido éste, sin embargo, el enfoque habitual, en el tercer mundo, donde las cosas se hacen para el pueblo pero sin el pueblo. Así, algunos derechos que van desde la forma- ción de sindicatos y la reducción de la semana laboral hasta el voto femenino han sido general- mente “otorgados” por la élite dirigente. Lo que es así otorgado y no conseguido con la “sangre, sudor y lágrimas” de las masas para pasar a constituir parte orgánica de su ser, con la misma facilidad con que se da, puede quitarse. Tal ha sido el caso en muchas naciones del tercer mundo. El ir y venir en nombre del pueblo de élites o vanguardias benévolas y despóticas se ha traducido en que la mano izquierda ha terminado por quitar lo que la derecha había dado [Vassaf, 1981, p. 2821.

Perspectivas de futuro El desarrollo de comunidades del tercer mundo sobre la base de la participación popu- lar significa que las comunidades tienen que

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La psicología de comunidades en busca de un nuevo enfoque 381

hacerse más independientes de los planes y proyectos impuestos desde arriba por los gobiernos nacionales y por los expertos extran- jeros transitorios enviados por organizaciones internacionales. Conviene crear, en cambio, vinculaciones más horizontales con otras comunidades, capaces de conducir con el tiempo a la constitución de una red de comuni- dades que compartan información, recursos, experiencia y mano de obra especializada. A una red como ésta le sería posible sin duda disponer de una base tanto nacional como internacional que, en última instancia, se conectara con movimientos afines de los paí- ses centrales y obtuviese un estatus de organi- zación no gubernamental ante los diversos organismos de las Naciones Unidas.

Varios movimientos comunitarios del mundo entero están contribuyendo asimismo al enriquecimiento de la cultura humana y universal, promoviendo y fomentando inte- reses concretos que se sitúan al margen de los medios de comunicación y de la cultura de masas. Al tiempo que cada vez es más real que los medios de comunicación, bajo el control de unas cuantas corporaciones estable- cidas en el centro, tienden de manera cre- ciente a moldear la población para que en su totalidad piense, vista, hable, viva y ame de la misma manera, por otra parte el movimiento comunitario, con su defensa de la heterogenei- dad y del derecho de los seres humanos a ser diferentes, está ofreciendo una alternativa viable a la estandarización. Que tal heteroge- neidad continúe existiendo en comunidades del tercer mundo es un capital inapreciable tanto para preservar como para promover la civilización. El hecho de que fuerzas proce- dentes del centro estén destruyendo la estruc- tura social de comunidades que albergan cultu- ras muy diversas es un peligro, en cambio, para la civilización. La evolución, tanto en el plano biológico como en el de la historia del progreso y de la cultura, se basa en la disponibilidad de un amplio fondo o reserva

de variedad. Y la variedad, a su vez, precisa la protección y la exaltación de las diferencias. El principio de la adecuación persona-medio de la psicología de comunidades, y la lucha de los que son diferentes por obtener un acceso igual a los recursos materiales y psicológicos de la sociedad ofrecen un punto de partida para contrarrestar lo que Fromm considera uno de los mayores peligros del siglo que se avecina: “Si una sociedad se transforma en una megamáquina (esto es, si el conjunto de una sociedad, incluida la totalidad de sus individuos, es una enorme máquina central- mente dirigida), el fascismo, a la larga, es casi inevitable” [Fromm, 1981, p. 1801.

En muchas ocasiones se ha dicho que “las políticas de los gobiernos nacionales y la supervivencia de la vida en el planeta siguen un curso frontalmente opuesto” [Sanders, 1981, p. 141. Un factor esencial para detener y alterar ese curso es el sistema de movimientos comunitarios de base popular que asumen intereses globales. Existe un nexo innegable entre mortalidad infantil, analfabetismo, defi- ciencia de la asistencia médica, de la vivienda, etc., y el crecimiento del militarismo en el mundo. Así como la psicología de comuni- dades estima que su misión es tomar parte activa en la provocación del cambio social, así también deben las demás ciencias sociales asumir nuevas responsabilidades para hacer frente a la crisis que sufrimos y para descubrir y desarrollar procesos que conduzcan a una fusión de las comunidades locales y globales en una unidad coherente, minimizando los conflictos provenientes de los intereses de la nación-estado.

Cuando Alva Myrdal recibió el Premio Nobel de la Paz, le preguntaron cómo veía ella el futuro del mundo, y respondió: “Soy muy pesimista: Mi única esperanza está en los movimientos populares por la paz mundial” (Newsweek, 25 de octubre de 1982).

Traducido del inglés

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Referencias

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KAMIN, L. 1977. The IQ controversy. En: Block, N. (dir. publ.). Heredity, intelligence, politics and psychology. Londres, Quartet Books.

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Opresión, subversión y expresión en la vida cotidiana

Paul-Henry Chombart de Lauwe

Introducción zos del decenio de 1970, ha prestado particu- lar atención a la elaboración y creación cultu- rales y, sobre todo, a las posibilidades de emergencia de culturas innovadoras al produ- cirse el encuentro de las tecnologías transferi- das con las culturas propias de los países receptores.' Cuando participó en el programa de la Unesco sobre las transferencias de conocimientos pidió que se pusiera de mani-

s sociales, y su fiesto el dilema

La línea de investigación reflejada en el pre- sente artículo corresponde al itinerario del autor. Formado inicialmente como etnólogo, se orientó enseguida hacia el estudio de las poblaciones urbanas en los países industrializa- dos. Su experiencia vivida lo sensibilizó a la injusticia de las desiguald: primera investigación en ese ámbito versó sobre las condiciones de vida, las prácticas y las aspira- ciones de la clase obrera. Sin embargo, para com- prender las conexiones entre el medio ambiente, las relaciones sociales y el individuo, hubo de ex- t,ender su trabajo a la geografía, la economía, la sociología y la psico- logía. Siempre ha procu- rado que los equipos de estudio o trabajo que organizaba se situaran en una línea interdisci- plinaria.

Hace ya unos veinte años constituyó, con investigadores de diversas procedencias, el Grupo Internacional de Investigación, que lleva a cabo estudios comparativos en países muy industrializados o poco industrializados. El problema de las relaciones entre el desa- rrollo económico y la cultura constituye el centro de sus preocupaciones. Desde comien-

Paul-Henry Chombart de Lauwe fun- dó en 1950 el Centre d'Ethnologie So- ciale et de Psychosociologie (1, rue du Onze-Novembre, 92120 Montrou- ge, Francia), del cual es actualmente director. Ha sido profesor, desde 1960, en la Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Entre sus numerosas publicaciones pode- mos mencionar: Des hommes et des villes (1966), Pour une sociologie des aspirations (1969) y Transformations sociales et dynamique culturelle (1981).

re dominación y participa- ción. D e ahí el título de la obra en la cual cola- boró.'

En el presente artí- culo prosigue sus reflexio- nes sobre la relación en- tre las transformaciones sociales y la dinámica cul- tural en la vida cotidiana, lo cual lo lleva a plantear nuevamente problemas relativos a la oposición entre el proceso de domi- nación y las posibilidades, por escasas que sean ac- tualmente, de emergen-

cia 'de nuevas formas de vida social entre quienes han estado hasta ahora privados de la palabra y de la expresión de sus aspiraciones a la hora de formular decisiones.

¿No es un eufemismo, para las tres cuartas partes de la humanidad, hablar de calidad de la vida? En el umbral del tercer milenio, el

0 Paul-Henry Chombart de ïauwe

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temor al año 2000 en el plano internacional invade la vida personal de cada uno en todos los planos de nuestro quehacer cotidiano. Por una parte, la aceleración de los descubrimien- tos y el consiguiente desarrollo de las nuevas tecnologías (informática, telemática, robótica, burocrática) transforman cada vez más rápida- mente las condiciones de trabajo, las condi- ciones de vida y las relaciones entre la vida profesional y el tiempo libre. Por otra parte, los medios de comunicación, en particular, la televisión, -con su pequeña pantalla, introdu- cen en el seno de la vida familiar los debates internacionales.

A estas dos formas de intrusión en la vida cotidiana corresponden dos formas de opre- sión que se ejercen sobre los individuos y los grupos sociales. El cambio de las condiciones de vida y de trabajo, de la organización del espacio y de los medios de comunicación suele estar orientado por los grupos dominantes en función de sus propios intereses y ambiciones, imponiendo a los otros grupos un medio ambiente propicio a las metas que ellos desean implantar. Al mismo tiempo, la pose- sión de los medios de comunicación y el desarrollo de las técnicas de propaganda per- miten ejercer presiones ideológicas de cre- ciente eficacia que se suman a las de la enseñanza obligatoria. La tentación totalitaria es mucho más grande cuanto que las nuevas formas que adoptan el consumo, el tiempo libre y la búsqueda del bienestar incitan a los individuos a aceptar la dominación. Hoy día nadie ignora que el amo logra imponerse en la medida en que aquéllos a quienes domina interiorizan los modelos dominantes y se satis- facen con sus conductas conformistas.

LA través de qué conflictos, de qué luchas en la vida cotidiana, ciertos movimien- tos pueden manifestarse y oponerse a la dominación? ¿Cómo descubrir cada día las fuerzas sociales que procuran actuar en la línea de choque entre las instituciones, los códigos, las normas impuestas por los grupos dominantes, por una parte, y las aspiraciones, reivindicaciones de grupos, categorías sociales, clases ascendentes y movimientos sociales en gestación, por otra?

La vida cotidiana, ámbito de las opresiones

Si la vida internacional penetra cada vez más en la vida personal cotidiana, toda investiga- ción microsociológica a nivel local ha de situarse en un contexto macrosociológico y macroeconómico del más amplio alcance. En efecto, la acumulación de capitales y de medios técnicos en los centros urbanos de los países más ricos se acelera mediante el desa- rrollo científico y la acumulación de los conoci- mientos. Quien más posee, más se enriquece. Tal afirmación es tan válida para los conoci- mientos como para el capital y para los medios técnicos. El aumento de unos produce el aumento de los otros. Puesto que cuanto más conocimientos se acumulan mucho más puede avanzar la investigación, mucho más pueden multiplicarse las nuevas tecnologías, mucho más se aprovecha de ello el sector industrial y mayores son los beneficios. La consecuencia, en el piano internacional, es una lucha cada vez más despiadada por la competitividad, por la conquista de los instru- mentos de dominación y de prestigio. Los resultados de esta lucha son bien conocidos: menosprecio y degradación del medio ambien- te, acumulación de dispositivos militares, aumento de las desigualdades, advenimiento de las dictaduras, guerras regionales y peligro de guerra mundial.

En la vida cotidiana de las ciudades estas rivalidades y estas luchas repercuten tanto en las condiciones de vida y de trabajo, en el consumo y en las relaciones con el espacio como en las presiones ideológicas y en la imposición de modelos dominantes que llegan hasta la intimidad familiar.

La opresión en las condiciones de vida y de trabajo

A la desigualdad entre países corresponde un aumento de las desigualdades internas en la mayoría de los países, pero bajo formas diferentes. En los más industrializados, la

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Opresión, subversión y expresión en la vida cotidiana 385

pobreza permanece y el aumento del desem- pleo acentúa el proceso de pauperización. La afluencia de trabajadores extranjeros inten- sifica aún más este proceso. En los países en vías de desarrollo, la creación de industrias pesadas -por necesarias que sean- provoca desequilibrios entre las ciudades y el campo y acelera la migración hacia las barriadas pobres de los núcleos urbanos. La oposición entre ricos y pobres se intensifica. En cuanto a los PMA -los países menos adelantados- una parte cada vez mayor de la población se muere de hambre en silencio, sin que la burguesía de los países ricos y, frecuente- mente, la de los propios países pobres sean capaces de renunciar a sus privilegios y a la carrera armamentista, a pesar de las protestas verbales. Se llega así, en la vida cotidiana, a una apatía y resignación a la miseria entre los pobres y a una indiferencia por parte de los ricos, sin que éstos adviertan que preparan así, a plazo más o menos largo, su propia ruina. En efecto, como veremos a continua- ción, la resignación de los pobres puede tener su contrapartida en reacciones y revueltas cuyas consecuencias, a escala mundial, son imprevisl bles.

La opresión en la producción

Los progresos tecnológicos pueden limitar, en cierta medida, el trabajo en serie y mejorar las condiciones materiales en las empresas, pero provocan nuevos géneros de fatiga, aumentan la dependencia, la sumisión, la aceptación de la monotonía frente a la pro- mesa de la reducción del tiempo de trabajo y del aumento de salarios. La preocupación por el rendimiento y por la competitividad, parti- cularmente en las empresas multinacionales, provoca la concentración de establecimientos y los despidos que la acompañan. Esos cam- bios se traducen en la vida cotidiana en un mayor temor al desempleo y, con frecuencia, en una limitación de la acción sindical.

Al aportar nuevas formas de trabajo, las transferencias de tecnología imponen paralela- mente modelos culturales, tanto en la vida cotidiana del barrio como en la empresa. La

población general y los trabajadores se sien- ten desorientados en un periodo de transición. Sobre todo el valor-trabajo, al que se iden- tificaban los obreros tradicionales, pierde com- pletamente su eficacia entre los jóvenes. Las relaciones entre el trabajo y el tiempo libre se ven profundamente modificadas.

La opresión en el consumo -

Si bien el nivel promedio de vida ha aumen- tado (excepto en los PMA), las desigualdades en la vida urbana de los propios países indus- triales perduran y se acrecientan. Los desem- pleados, los ancianos, los impedidos, y tam- bién los jornaleros, los obreros especializa- dos, los empleados modestos dependen sikm- pre en su vida cotidiana de la más mínima variación de la coyuntura económica y, por lo tanto, de la situación internacional. U n des- censo muy ligero del poder adquisitivo vincu- lado, por ejemplo, al aumento de precio del petróleo o a la fluctuación de los cambios puede reducirlos de la noche a la mañana a la condición de subproletarios, de la que corren el riesgo de no salir jamás. En la actualidad, la amenaza del desempleo provoca también situaciones y temores del mismo género entre diversas categorías de profesionales.

A fin de precisar el análisis en el ámbito del consumo m e limitaré al estudio de varias partidas del presupuesto familiar. Recorde- mos para empezar que, como es bien sabido, el equilibrio general del presupuesto influye en toda la vida de la familia. M e referiré sin embargo a un proceso que desde mis primeras investigaciones sobre la vida obrera m e parece bastante revelador. Por debajo de una cierta línea de nivel de vida la elección en la compra de objetos se limita prácticamente a lo que resulta menos caro. Esa actitud corresponde a lo que he llamado comportamiento de preocu- pación. Sólo por encima de esa línea es posible la elección de los objetos que nos agradan. El comprador pasa del comporta- miento de preocupación a un comportamiento de libre interés. Ahora bien, estudios poste- riores sobre familias obreras con movilidad ascendente muestran que el desarrollo del

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consumo y las incitaciones cada vez más fuertes a la adquisición de nuevos productos dan lugar a que se mantenga un comporta- miento de preocupación, incluso cuando la familia ha alcanzado un nivel de vida relativa- mente elevado. El personal técnico y direc- tivo, deseoso de mantener su prestigio social, se encuentra en la misma situación. Así pues, todos ellos están preocupados en su vida personal y profesional por la coyuntura econó- mica de la que, más o menos directamente, dependen sus ingresos. En cambio, a partir de una línea claramente más elevada, o a causa del rechazo ideológico del consumismo, la preocupación desaparece o se atenúa.

Sabemos que el porcentaje de las dife- rentes partidas en el total del presupuesto se modifica de manera más o menos sensible en función del aumento del nivel de ingresos. El estudio de cada partida y de sus modifica- ciones esclarece la relación entre los gastos reales, las preocupaciones y los valores relati- vos fijados a los objetos. En la vida urbana de los países industrializados el gasto en produc- tos alimenticios ha aumentado, aunque el porcentaje dedicado a la alimentación en el presupuesto ha disminuido, conforme a una de las leyes de Engels, válida todavía hoy. En los países capitalistas de Europa y de América del Norte, la alimentación ha dejado de ser una preocupación tan apremiante para las familias obreras como lo era antes. En cam- bio, el gasto en vivienda ha experimentado en Europa un aumento real y porcentual y se ha convertido en una preocupación muy impor- tante. El automóvil, antes objeto de lujo para las familias de bajos ingresos, tiende a trans- formarse en algo imprescindible y a conside- rarse como una necesidad. Es evidentemente inútil insistir aquí sobre los gastos llamados de recreación y tiempo libre, sobre los cuales se ha escrito abundantemente.

Lo que nos interesa destacar es la rela- ción entre las prácticas que podemos obser- var, las representaciones que tienen de ellas 10s actores, las necesidades que expresan y las repercusiones de la competencia y de la publi- cidad en los cambios de sistemas de represen- taciones y de valores a través del consumo.

Observamos asimismo la influencia de las opciones políticas y económicas de los diri- gentes cuando el aumento de los gastos mili- tares crea tal vacío en el presupuesto estatal que el suministro de alimentos ya no puede garantizarse y es necesario restablecer las cartillas de racionamiento alimentario. La calidad de la vida no es accesible a todos, ni siquiera en los países industriales ricos o en los países socialistas.

Opresión respecto al uso del espacio

El enorme desarrollo de los medios de trans- porte, la posibilidad de viajar a lugares cerca- nos o apartados y el conocimiento más facti- ble de la tierra en su totalidad han modificado también las relaciones con el espacio en la vida cotidiana. La noción de espacio físico cede a la del espacio-tiempo, ya que a veces se tarda menos en atravesar en avión mil quinien- tos kilómetros entre París y una ciudad ita- liana que en ir penosamente en auto en las horas de tráfico más denso del centro de Pans a una ciudad de las cercanías. En realidad, y con ello volvemos a nuestra argumentación, el cálculo no ha de establecerse en términos de distancia-tiempo, sino de distancia-tiempo-di- nero. Porque si Nueva York está a tres horas de París en el Concorde, el tiempo se reduce exclusivamente para aquél que tiene dinero. El estudio de las relaciones con el espacio exige otras líneas de desarrollo. Volve- remos más adelante sobre el tema.

Las opresiones ideológicas

En el medio ambiente uibano de la civiliza- ción industrial, los individuos y los grupos no sólo están sometidos a las opresiones deriva- das de la organización del espacio, de la producción o del consumo, sino expuestos a todo tipo de presiones ideológicas. Al hablar de la relación entre las transferencias de tecnología y la imposición de los modelos culturales m e refería tanto a las técnicas de educación, o a las de comunicación, como a las técnicas que han modificado los modos de producción. La instalación de una fábrica

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Dos formas de consumo ligadas entre si: el turismo y la venta de recuerdos. René BurrüMagnum

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“llave en mano” con los técnicos que se ocuparán de ella y la necesidad de utilizar en la empresa métodos de trabajo que correspon- dan a las nuevas necesidades de la producción constituyen, ya, una manera de hacer adoptar modelos de comportamiento, tipos de rela- ciones entre los individuos, una concepción de la jerarquía y de la responsabilidad, etc. Los acuerdos económicos que permiten inundar el mercado con una producción intensiva de coca-cola permiten también la instalación de todo un sistema de anuncios y carteles publici- tarios, o la designación de personas que reciben órdenes del extranjero y se ven forza- das a adoptai‘ los modos de reaccionar y de pensar de los dirigentes de quienes dependen. No se trata entonces, en la vida cotidiana, de un libre encuentro entre diferentes culturas, sino de la imposición de una cultura domi- nante que amenaza con destruir progresiva- mente desde el interior la cultura básica del país en el que se establecen relaciones desigua- les.

En el caso de la escuela, las técnicas educativas y los programas correspondientes son copiados directamente de los modelos de los países industriales; las escuelas están hechas para formar a un cierto tipo de hombre que pertenece a un modelo urbano de la civilización industrial. Los campesinos que vienen a la ciudad, atraídos por la creación de empleos, se ven obligados a adoptar también ese mismo modelo si no quieren ser elimina- dos por la competencia, ante la cual se sienten en inferioridad de condiciones.

Al mismo tiempo, los grandes medios de comunicación invaden la vida cotidiana y penetran en el interior del hogar, no sola- mente a través del periódico, sino y sobre todo a través de la radio y de la televisión. Estudios recientes sobre la propaganda hecha por medio de la publicidad muestran que ésta no es sólo comercial, sino que tiene un contenido ideológico muy acusado. A manera de ejemplo, entre muchos otros, una sociólo- gica latinoamericana efectuó hace poco un trabajo sobre las series que durante algunos meses ocupan diariamente un espacio impor- tante en la televisión. Esta socióloga ha

demostrado que dichas series estaban prepara- das por grupos comerciales con una orienta- ción definida, que introducían así una propa- ganda derivada de modelos foráneos y con repercusiones políticas. Pero, Les necesario ir más lejos en la descripción de estas formas de manipulación que ya son en su conjunto conocidas? Lo importance es ver cómo sus consecuencias constituyen a la vez un obstá- culo para el mejoramiento de la calidad de la vida y un peligro político inscrito en el cora- zón mismo de la vida cotidiana.

Las consecuencias de la opresión

Las manipulaciones de que son objeto los habitantes de las ciudades no son necesaria- mente voluntarias. El ingeniero que impone prácticas de trabajo en una nueva fábrica, el arquitecto que construye torres en las que las personas se ven forzadas a modificar su com- portamiento, o los periodistas de la televisión que transmiten las noticias no se dan cuenta de los modelos que imponen y pueden creer muy sinceramente que realizan su trabajo con absoluta honestidad. En realidad, ninguno de ellos tiene conciencia de los procesos de manipulación en los que participan y de los que son agentes inconscientes. Lo que resulta en definitiva es que la imposición de una ideología en esas condiciones es tanto más eficaz cuanto que, ni de una ni de otra parte, los actores la perciben. Consecuencia de ello son las discrepancias latentes en la vida coti- diana entre los responsables políticos y el conjunto de los habitantes de las ciudades, víctimas de una impresión de malestar que no llegan a definir.

Esta impresión de malestar, unida a los sentimientos de culpabilidad particularmente entre los jóvenes, en el momento en que los países han de abordar problemas como el hambre, las guerras y las destrucciones del medio ambiente conduce a una especie de fatalism0 y, a veces, a un sentimiento de impotencia y de rebelión. En estas condi- ciones, los conflictos que podrían ser genera- dores de cambios se hacen más difíciles, tanto más cuanto que se utilizan actualmente técni-

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cas más perfeccionadas no sólo para reprimir el terrorismo sino para reprimir los movimien- tos sociales más positivos. El principal peligro de este estado de anomalía, en el que los habitantes de las ciudades no llegan ya a construir sistemas de representaciones y de valores coherentes, es la posibilidad que tie- nen ciertos grupos, reducidos pero bastante eficaces, de provocar .el pánico mediante la violencia y de suscitar una desorganización social que les permitirá, creen ellos, tomar el poder e instaurar un régimen autoritario.

En oposición a este cuadro voluntaria- mente sombrío, conviene estudiar cómo otros procesos se oponen a esta manipulación en la vida cotidiana, cómo algunas contraculturas pueden reaccionar contra las ideologías domi- nantes, cómo los movimientos sociales pue- den tomar forma y expresarse y cómo los individuos y los grupos pueden transformarse en sujetos-actores. Este análisis es tanto más necesario cuanto que muchos tecnócratas siguen estando persuadidos de que todos los problemas sociales se resolverán el día en que las técnicas estén suficientemente avanzadas para responder a todas las necesidades.

En realidad estamos inmersos en proce- sos de crecimiento económico en los que la competencia, el afán de lucro y la eliminación de los más vulnerables actúan a nivel nacional e internacional. Ya no podremos dominarlos sin efectuar cambios políticos radicales. Actualmente poseemos todos los medios para actuar sobre el medio ambiente, la producción agrícola e industrial, todos los medios para luchar contra las desigualdades y contra el hambre en el mundo, pero los utilizamos en beneficio de los grupos dominantes. D e ahí la necesidad de transformar los modos de deci- sión y los sistemas políticos. Nada será posible si no se produce un cambio de sistema de representaciones y de valores entre los respon- sables; pero este cambio no podrá realizarse sin una presión de la base que parta, precisa- mente, de la vida cotidiana. Antes de exami- nar cómo puede producirse un proceso de esta índole, es necesario comprender de un modo muy exacto las relaciones entre los individuos, los grupos y la sociedad en la vida

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cotidiana. Son, pues, indispensables algunas observaciones psicosociológicas más precisas.

Análisis de los procesos de opresión

Para proceder al análisis psicosociológico de las relaciones individuo-grupo-sociedad suje- tas a transformación en el medio urbano es necesario adoptar un criterio interdisciplina- rio. En este análisis se tienen en cuenta al mismo tiempo las transformaciones técnicas y económicas, las transformaciones de las rela- ciones sociales y los procesos psicosociales. Para avanzar por esta vía me he visto obligado a distinguir entre, por una parte, la sociedad institucionalizada, codificada según aparece en la organización del espacio, en la organiza- ción de la empresa, en el sistema económico, en los canales de comunicación y de difusión social, etc., por otra parte, el cuestionamiento de esos códigos y de esas instituciones en los detalles de la vida cotidiana. Tal es lo que he llamado la “cultura vivida”, de la que parten los procesos de expresión que permiten reac- cionar contra los procesos de opresión. Pero, por supuesto, en el estudio de las transforma- ciones sociales esta distinción entre la socie- dad institucionalizada y la cultura vivida sólo se establece con el fin de comprender mejor las relaciones dialécticas que entre ambas existen en una totalidad.

Partiendo de la organización del espacio diferenciaré el espacio social objetivo del espacio social subjetivo. Para tratar de resu- mir muy sumariamente el análisis que me ha llevado a estas distinciones, partiré del espa- cio sociogeográfico como marco espacial en el que evolucionan grupos de un conjunto humano dado y cuyas estructuras están dirigi- das por factores económicos, relaciones socia- les y modelos culturales. En este espacio sociogeográfico se organiza un espacio social concreto en función de modelos culturales que imponen a todo el contexto ciertas formas que derivan de ciertas normas y en el que se disponen los objetos de acuerdo con un orden establecido. En dicho espacio, el desplaza-

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miento de los individuos queda canalizado y ciertos puntos privilegiados de atracción orien- tan ese desplazamiento; así es como los indivi- duos y los grupos son sometidos a modelos procedentes de los círculos de responsables que han elaborado los planes. Hemos de señalar que en este espacio existen diferencias visibles entre una zona y otra, pero también diferencias invisibles, como la diferencia entre una zona considerablemente poblada y una zona escasamente poblada o la diferencia entre una zona en la que aparecen ciertas profesiones y otras en las que aparecen profe- siones distintas. Estas diferencias pueden dar lugar a límites o márgenes que, sin manifes- tarse claramente a los individuos, tienen una función importante en las relaciones sociales. Las diferencias sociales entre los individuos de diversas categorías, de diversas clases o de diversas etnias están así inscritas en el suelo que pisamos, como lo están todas las estructu- ras de la sociedad. Este espacio social es percibido y representado de diversas maneras por los individuos y los grupos y esa represen- tación del espacio se proyecta a su vez en los planes de arquitectura y de urbanismo en función de los modelos dominantes.

Las relaciones con el espacio en la vida cotidiana son más complejas. E n el espacio organizado en función de los planes, los individuos se desplazan según prácticas que no se ajustan exactamente a los itinerarios previstos. En lo que se refiere al consumo, la frecuentación de los comercios, por ejemplo, incita a los comerciantes a tomar en considera- ción las prácticas de sus clientes. En los barrios urbanos existe, así, todo un diálogo establecido. La modificación de este tejido sociocomercial por la implantación de super- mercados trastorna las prácticas cotidianas y ya no ofrece a las bases las mismas posibili- dades de expresión; encontramos aquí las mismas formas de manipulación de las que hemos hablado anteriormente, y podemos asimismo tomar algunos ejemplos del interior de la vivienda, de las relaciones entre los individuos y de la utilización del espacio previsto para ellos por los arquitectos. Las relaciones entre las prácticas y las representa-

ciones aparecen de idéntica manera cuando estudiamos el consumo y el presupuesto en una familia. En este caso, nuestro interés es ver cómo los mismos individuos se represen- tan sus costumbres y qué distancia toman respecto de ellas, es decir, cómo pueden ser conscientes de su propia situación. Esta toma de conciencia de la situación es también el punto de partida para una toma de conciencia de las transformaciones. Es, igualmente, una toma de conciencia de las necesidades. Pero en la noción de necesidad, sin embargo, es necesario que nos detengamos un instante.

La noción de necesidad ha provocado en los últimos años discusiones innumerables y con mucha frecuencia estériles. Personal- mente, me han interesado mucho los análisis que hace Agnès Heller a partir de la obra de Marx, pero también de sus propias considera- ciones. M e gustaría, sin embargo, abrir un debate sobre los puntos siguientes.

Después de haber estudiado un gran número de autores, creo que conviene reducir la noción de “necesidad” (besoin) a la de “apremiante necesidad” (nécessité). Por otra parte, ciertos idiomas, como el español, sólo cuentan con una misma palabra para las dos nociones. Algunos autores conocidos han con- fundido la idea de necesidad con procesos psicológicos tales como la pulsión, el deseo, la demànda, etc.; ahora bien, trátese de necesi- dades individuales o de necesidades sociales, el problema es definir lo que es necesario para poder vivir materialmente o vivir en sociedad. Distingo, por consiguiente, entre una necesi- dad que es una apremiante necesidad material y corresponde a las raciones alimenticias, al espacio para vivir, etc., y las necesidades- obligaciones sociales que corresponden a los objetos indispensables a un individuo para que viva en sociedad sin ser marginalizado. Tal sería el caso de un empleado al que se impone un traje determinado para hacer su trabajo, cuando él se contentaría con un traje más simple y más en consonancia con sus gustos. (Por otra parte, creo que esta distin- ción entre necesidad material y obligación social puede encontrarse, bajo otra forma, en la perspectiva marxista.) H e debido distinguir

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Para escapar a la alienación: algunos de los trescientos participantes del “Festival de reconciliación del espíritu y el cuerpo”, celebrado en las costas de Queensland (Australia). Fred BroomhalliCamera Press.

también la necesidad-objeto de la necesidad- estado; la necesidad de vivienda, por ejemplo, en la que cabe distinguir la necesidad del objeto-vivienda para una población y la necesi- dad de vivienda que corresponde al estado psicólógico en que se encuentra un individuo que -busca un alojamiento para vivir. Esta distinción ha sido en efecto adoptada por diferentes autores.

La noción de necesidad así concebida pide ser diferenciada de la idea de interés con la que se confunde frecuentemente. Por ejem- plo, en un conflicto sindical, los intereses y las necesidades se mezclan ciertamente entre los obreros y entre los patronos, pero el conflicto entre los primeros se sitúa más del lado de las necesidades en el trabajo y en la vida familiar y, entre los segundos, en la defensa de sus intereses. En la vida cotidiana de las ciudades,

la lucha por defender a la vez los intereses locales y las necesidades de los habitantes adquiere un lugar cada vez más importante en el movimiento asociacionista.

La idea de necesidad, de apremiante necesidad u de obligación se diferencia tam- bién de la idea de aspiración. Desde este punto de vista, cuando se habla de necesidad espiritual, se trata más bien de aspiración, lo que es netamente distinto, ya que aspiración es el encuentro entre un deseo y una represen- tación. Debemos retener estas distinciones a fin de comprender cómo se produce la manipu- lación y cómo se pone en movimiento un proceso de dominación. Por ejemplo, ciertos carteles publicitarios despiertan el deseo por medio de imágenes que se relacionan con el olfato, el gusto y, sobre todo, con la sexuali- dad. En la aspiración existe una representa-

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ción del deseo que permite orientar al sujeto hacia el estado a que tiende, pero con una visión relativamente clara de ese objeto. En las ciudades, como en otros sitios, la juventud sigue siendo la edad de las aspiraciones. Las solicitaciones de la televisión, por ejemplo, pueden dar lugar a una desproporción enorme entre las aspiraciones que nacen en ese con- texto y la realidad de'todos los días, dando lugar a la aparición de nuevos motivos de desencanto.

Para completar estas observaciones relati- vas al proceso psicosocial en la vida urbana de todos los días, es necesario examinar cómo se forman los modelos a partir de las representa- ciones, cómo se organizan los sistemas de representaciones en relación con los sistemas de valores, problemas sobre los cuales no podemos extendernos ahora. Por Ultimo, en todas partes encontramos las referencias sim- bólicas, sea en la organización del espacio, en la alimentación, en la vivienda o en el automó- vil. No obstante, este análisis demasiado suma- rio de la vida cotidiana nos invita a estudiar el proceso del que he hablado al comienzo de este artículo: la dinámica cultural en la vida cotidiana.

Los procesos de subversión y de expresión

La vida cotidiana de las ciudades industriales no es pues solamente manipulación, condicio- namiento, miseria y producto de la sociedad institucionalizada, donde los hombres son más objetos que sujetos-actores. La vida cotidiana es también el lugar de las esperanzas y de las protestas, de las fuerzas desconocidas que no se utilizan, de las facultades creadoras, de las culturas innovadoras. Esta expresión de los hombres y de los grupos no se transmite exclusivamente a través de los partidos políti- cos o de los sindicatos, que ya están institucio- nalizados y forman parte de la herencia legada a la sociedad. El estudio de los procesos psicosociales nos permite comprender cómo despierta la conciencia, se forman proyectos y emergen nuevas formas de vida social.

La cultura subversiva: expresión contra la opresión

Como respuesta a las opresiones en la vida cotidiana, las protestas son menos peligrosas que las divergencias latentes. Por lo demás, son el resultado lógico de éstas. En relación con el proceso revolucionario constructivo que se apoya en un programa, la protesta aislada sólo puede lograr una nueva forma de reacción por parte del poder establecido. Pero si analizamos lo que sucede en la vida coti- diana, vemos que puede abrirse otra vía. A la cultura dominante legada por la sociedad institucionalizada puede oponerse una cultura que llamaría subversiva y que es la fuente de todas las transformaciones.

Se trata, pues, de llegar a un acuerdo sobre la definición de la cultura. La cultura no cubre solamente la totalidad de la vida social en el trabajo, en los intercambios cotidianos, en las relaciones sociales o en la acción política, en el sentido en que podría enfocarla la antropología social. La cultura corresponde al movimiento que permite a los individuos y a los grupos adquirir conciencia de su poten- cial creador, expresarse, hacer proyectos, es decir, convertirse en sujetos-actores. Por eso la cultura-creación, la cultura-acción consti- tuyen la antidominación, la oposición a las ideologías del poder, y la garantía de que una sociedad es capaz de renovarse en lugar de reproducir indefinidamente las estructuras y las instituciones que sirven a los intereses de los privilegiados. La cultura entendida de este modo es siempre subversiva, ya que sólo es cultura viviente si conserva sus capacidades creadoras, es decir, si se opone a la sociedad vigente y a toda dominación. En los barrios más miserables, en los grupos que no tienen habitualmente derecho a expresarse, existe un potencial creador que las clases dominantes no logran apreciar en su justo valor y que tienden, voluntariamente o no, a asfixiar.

Esta definición de la cultura no menospre- cia de modo alguno el aporte de los artistas, de los investigadores científicos, de los filóso- fos, de la religión y de todas las formas de pensamiento. No es el caso aquí de recaer en

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una visión populista caduca. Los intelectuales tienen su función como los obreros. El pro- blema es saber si unos y otros podnan encon- trarse en condiciones de igualdad en la vida cotidiana. La cultura no se confunde con la ideología, sino que se opone a la ideología dominante en la medida en que es movi- miento innovador y subversivo. La cultura puede ser la fuente creadora de ideologías revolucionarias cuando la toma de conciencia de un grupo popular incita a los militantes a formar nuevas ideologías con el propósito de oponerse a las ideologías impuestas.

El encuentro entre la cultura-patrimonio recibida en la herencia social de la sociedad institucionalizada (sea el arte, la filosofía, el derecho o las instituciones) y de la cultura vivida en la vida cotidiana es la fuente de la cultura-creación. Múltiples ejemplos pueden tomarse, por ejemplo, cuando el lenguaje elude la lengua establecida para enriquecer un vocabulario oficial, cuando los artistas buscan su inspiración en escenas de la vida popular, cuando los movimientos de defensa de los ciudadanos dan lugar a la creación de comités de barrio que tienden a modificar los modos de decisión en el medio urbano, cuando los grupos espontáneos presionan a los sindicatos de los partidos políticos establecidos, etc. Pero ¿cómo pueden tener estos movimientos que surgen de la base una acción sobre la sociedad institucionalizada?

De la toma de conciencia al proyecto social

En primer lugar, la dinámica cultural se genera en un plano semiconsciente de la vida cotidiana. La percepción de los objetos fami- liares, la apropiación del espacio o la relación con el medio ambiente inmediato tienen una repercusión en la sensación de placer que puede dar calidad a la vida, cuando el sujeto, individuo o grupo logra eludir las limitaciones o las opresiones. Pero, sobre todo, los modos de comprensión mutua y de comunicación por medio de gestos, las formas originales de lenguaje, las expresiones del rostro y las complicidades son la expresión de vínculos

afectivos entre los trabajadores y sus camara- das de fábrica o entre los habitantes de un barrio que se encuentran en las tiendas, y constituyen una primera forma de identidad colectiva, de reconocimiento de pertenencia a un mismo medio de vida. Los obreros con los que constituimos un grupo de investigación han analizado así lo que los unía y, al mismo tiempo, lo que los diferenciaba del personal directivo o de los patronos con los que esta- ban relacionados. Se señalaron en esa ocasión imperceptibles detalles de lenguaje, de tonali- dad, de actitud, pero también manifestaciones más o menos visibles de desprecio en el patrón, de dignidad en los obreros.

A partir de observaciones de este género, he tenido oportunidad de definir un medio social que no constituye realmente un grupo, cuyos límites son imprecisos y que se caracte- riza, sin embargo, por sus prácticas, sus modos de comunicación, sus representaciones y su vinculación a ciertos valores. En tales medios sociales es posible seguir el proceso de socialización, de individualización, de trans- misión social. Los individuos y los grupos, mediante las relaciones que establecen entre ellos, eluden en cierta medida las reglas de la sociedad global, y establecen sus propias prác- ticas, relacionadas sin duda con las condi- ciones económicas y materiales que les son impuestas, con las ideologías que los han influido; pero también mantienen una origina- lidad que los diferencia y que les permite evadirse.

En estas condiciones, una toma de con- ciencia de la situación puede producirse pro- gresivamente o a causa de acontecimientos o de influencias exteriores. Esta toma de con- ciencia se efectúa según dos procesos comple- mentarios. Por una parte, resulta difícil tener verdadera conciencia de la situación y aun más de las transformaciones en las que esta- mos inscriptos, sin tener una conciencia global de las estructuras del conjunto de la sociedad, de las relaciones sociales entre categorías, grupos, clases sociales y etnias. Pero, al mismo tiempo, si no existe en la vida cotidana una toma de conciencia a nivel de los detalles del medio social, todos los discursos ideológi-

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cos sobre las estructuras de la sociedad son superficiales. Es necesario llegar a relacionar una toma de conciencia a nivel microsocial a una toma de conciencia a nivel macrosocial. Así, un discurso político en la televisión o incluso las declaraciones de un dirigente sindi- cal, por justificados que sean, sólo tienen un efecto muy limitado sobre los habitantes de un barrio o sobre los obreros de una fábrica si no existe en la base una representación nítida de los problemas locales y si no se realiza un esfuerzo para establecer, por etapas sucesi- vas, una relación entre esos detalles cotidia- nos y el programa de conjunto presentado a nivel nacional.

La posibilidad de adquirir una conciencia clara de la situación y de las transformaciones sociales puede ser suscitada por un choque, un conflicto o un acontecimiento que puede poner en marcha todo un proceso. Tal es lo que sucedió con el grupo de investigadores obreros al que acabo de referirme, con motivo de un despido colectivo provocado por una concentración de empresas. En este caso, los obreros comprendieron simultáneamente cómo habían sido explotados hasta entonces en la empresa, el desprecio del que eran objeto al eliminar su trabajo sin contar con su acuerdo y la influencia de la competencia y de la búsqueda del beneficio en la organización del trabajo.

Otro elemento que interviene en la toma de conciencia es el aporte de influencias exteriores. La intervención de un personaje extraño al medio o el descubrimiento de otros medios o de otras culturas ponen de mani- fiesto las diferencias y pueden provocar retrai- mientos o aperturas.

Si la toma de conciencia se realiza en las prácticas cotidianas, éstas están en relación con el conjunto de los procesos a que nos hemos referido previamente. A la percepción difusa de una identidad puede suceder una representación más clara o representaciones que se organizan entre ellas. Estas representa- ciones no son únicamente representaciones del espacio, sino también de las prácticas y de los deseos. Por otra parte, tomar conciencia de un deseo y representárselo es, como hemos

visto, hacer nacer una aspiración. Cuando las aspiraciones se precisan y se formulan como reivindicaciones en un conjunto coherente pueden constituir un proyecto a nivel indivi- dual o social. La noción de proyecto desem- peña un papel determinante en un movi- miento o en toda acción social o política. La posibilidad de formular un proyecto o de realizarlo es un elemento esencial de la cali- dad de la vida.

Los procesos de emergencia

Toda transformación del hábitat urbano, toda modificación de los modos de producción o de distribución del consumo suponen la transfe- rencia de tecnologías y de conocimientos diversos y, al mismo tiempo, la imposición de modelos exteriores. En los trabajos que he efectuado con un grupo internacional, patroci- nado por la Unesco, intenté mostrar que las transferencias podían realizarse desde el punto de vista de la dominación, pero que también podrían suscitar reacciones positivas en la medida en que los grupos receptores incorporaban por su cuenta las tecnologías recibidas, no aplicándolas pasivamente, sino transformándolas en función de su propia cultura. No se trata de un simple sincretismo entre elementos tradicionales y elementos importados, sino que se trata de una dinámica creadora que parte del interior de los grupos. Surgieron ejemplos demostrativos al cornpa- rar aldeas en las cuales se habían aplicado las mismas técnicas con resultados muy diferentes según si los grupos receptores habían recibido sin discusión las instrucciones de los técnicos y o si habían sido capaces de dialogar y de hacer prevalecer sus puntos de vista. Compa- raciones del mismo género pueden realizarse en medios urbanos a propósito de la vivienda. Se han hecho en este sentido múltiples estu- dios, y he propuesto hablar de cultura innova- dora en la medida en que, más allá de las prácticas tradicionales y de las nuevas técnicas importadas, aparecen nuevas formas de tra- bajo, nuevas condiciones del hábitat, nuevas prácticas, nuevas relaciones sociales, nuevos

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comportamientos y nuevos sistemas de repre- sentación y de valores.

En ciertos medios urbanos de las grandes ciudades, como en Pans, por ejemplo, por todas partes surgen movimientos reivindicati- vos, grupos espontáneos, comunidades juve- niles, asociaciones de consumidores, grupos de autogestión del hábitat, etc., allí donde las condiciones de vida no descienden por debajo de cierto nivel. Estos movimientos, que nacen fuera de la sociedad institucional y frecuente- mente en contra de ella, tienden a transfor- marse ellos mismos en instituciones. Este es el caso cuando un grupo de defensa de los habitantes de un barrio se transforma en asociación registrada o en comité de barrio reconocido oficialmente por una alcaldía. Nosotros hemos tratado de tener en cuenta el grado de institucionalización de los movimien- tos, institucionalización que tiene resultados positivos si permite transformar realmente los modos de decisión y la vida política local, pero que puede tener consecuencias negativas si produce una esclerosis y una nueva rigidez cuando, por ejemplo, las asociaciones son utilizadas por los grupos dominantes y el poder establecido en un sentido de reproduc- ción más que de verdadera innovación.

Esta gestación se produce en los conflic- tos, en las luchas, en las rebeliones; sin embargo, los aspectos innovadores no son enteramente un sueño. Para finalizar, quisiera citar el ejemplo de un barrio de ochenta mil habitantes, en el centro de la ciudad de México, el Tepito, donde la población vive en un medio degradado en el que la cuarta Parte de las casas está en ruinas y el ochenta por ciento de las familias no tiene agua Co-

rriente. ¡Cómo hablar aquí de calidad de la vida! Sin embargo, los habitantes de este barrio se han reagrupado, han creado organi- zaciones para el trabajo, para los juegos y para la cultura. Algunos pintores han plas- mado espontáneamente sus obras sobre las paredes. Cuando se atraviessa este barrio, cuando se discute con los organizadores que ahora tienen nuevas responsabilidades, por todas partes se tiene la impresión de un dinamismo, de una voluntad de vida que alcanza formas nuevas de autogestión y de organización urbana. La voluntad de los habi- tantes de seguir en su propio lugar, y sus luchas para no dejarse invadir por los promo- tores, les ha dado fuerza para tener verdadera- mente un proyecto social. Otros ejemplos tomados en los suburbios de Caracas, en Lima o en otras partes permitirían reflexionar sobre la instauración de un nuevo tipo de diálogo entre las autoridades políticas, los construc- tores y los habitantes.

A pesar de todas las formas de opresión y de manipulación, existe en la vida cotidiana de las grandes ciudades fuerzas que tratan de liberarse, un potencial de creación que sería posible utilizar en contra de todas las formas de dominación. Estas fuerzas están actual- mente asfixiadas. Para que puedan convertirse en fuerzas activas y para que los habitantes de las ciudades se transformen en sujetos-actores es necesario un cambio radical de los modos de decisión y de los sistemas de representa- ción y de valores. Sólo si se lleva a cabo un proyecto político de esta naturaleza será posi- ble hablar de calidad de la vida.

Traducido del francés

I Notas 1. Véase La culture et le pouvoir, Pans, Stock, 1975.

2. ¿Dominar o compartir?, Pans, Unesco, 1983.

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Utilización de las ciencias sociales en la formulación de medidas políticas

Yogesh Atal

Tres procesos importantes caracterizan a la industria del saber: la creación, la difusión y la utilización. En la India se ha ido “creando” con los años más conocimiento científicosocial mediante la investigación y este saber se ha “difundido” mediante la enseñanza, pero su relativa “no utilización” por parte de gober- nantes y planificadores ha despertado críticas. A este último respecto se plantean hoy interro- gantes sobre la “pertinencia” de esos conoci- mientos, y se insiste so- bre la necesidad de un “compromiso”.

Hay que admitir que en las últimas décadas en India, especialmente des- pués de obtener la inde- pendencia, las ciencias so- ciales han conocido una formidable expansión. El número de especialistas ha aumentado, el volu- men de las publicaciones sobre estas materias se ha multiplicado conside- rablemente y la demanda

asesores, de peritos, de administradores o de planificadores. Pese a la variedad de activi- dades que los científicos sociales desempeñan, persiste un sentimiento general de que la tarea de investigación no está suficientemente conectada con la política de gobierno y de que a los especialistas en ciencias sociales no se les otorga el respeto que merecen. Parece existir una gran brecha entre los productores de la investigación y sus consumidores. La cuestión

Yogesh Atal, corresponsal de la RICS en Bangkok, es asesor regional de la Unesco para las ciencias sociales en Asia y el Pacífico. Es autor de Social sciences: the Indian scene (1976) y director de publicación de la obra de S. C. Dube On crisis and commit- ment in social science (1983).

de la utilización del pro- ducto de la investigación en la formulación de las medidas políticas y la con- sideración debida a los especialistas de ciencia so- cial es uno de los puntos polémicos con el que re- petidamente se enfrentan los científicos sociales, no sólo en la India sino en casi todas partes.

Mucho de lo que se dice y escribe acerca de la utilización de las cien- ’ cias sociales es en reali-

de personal especializado en ellas se encuen- tra en permanente aumento. No solamente se necesita al científico social para que desem- peñe funciones convencionales en una institu- ción académica, sino que también se le requie- re para que asesore a empresas industriales y comerciales, a centros de asistencia sanitaria, a departamentos gubernamentales y, sobre todo, a la Dirección Nacional de Planifica- ción, ya sea en calidad de investigadores, de

dad un reproche sobre su .,no utilización. Numerosos científicos sociales del mundo aca- démico se quejan de la falta de utilización de su trabajo y de su pericia. D e igual manera, aquéllos sobre quienes recae la culpa de esa no utilización -los funcionarios del gobier- no- replican esgrimiendo la no adecuación y la no aplicabilidad de las ciencias sociales. Este diálogo adquiere así la forma de una confrontación y de un conflicto, donde cada

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una de las partes trata de arrogarse un papel superior y desacreditar a la otra.

Decir que las ciencias sociales no se utilizan puede tener una o varias de las significaciones siguientes: a) que la investiga- ción realizada sobre asuntos específicos no se consulta; 6) que las sugerencias hechas por un investigador dado no se tienen en conside- ración; c) que los científicos sociales no parti- cipan en la formulación de medidas políticas y planes de gobierno; d) que a los científicos sociales que efectivamente participan se les trata sin demasiado respeto, y sus opiniones no se tienen en cuenta; e) que solamente participan en la toma de decisiones y en la planificación algunos especialistas de una disci- plina (particularmente de economía política), mientras que a otras especialidades no se les concede ninguna importancia; f) que la formu- lación de políticas y la planificación padecen de una falta indudable de orientación en materia de ciencia social; g) que no se llevan a cabo trabajos de investigación en el ámbito de las ciencias sociales sobre las distintas esferas de la gestión pública y, finalmente; h) que en la administración pública no se contrata a especialistas de ciencias sociales, o no se les da prioridad en la contratación.

D e igual manera, los que acusan a las ciencias sociales de “esotéricas” y de “no utilizables” lo hacen en uno o varios de los sentidos siguientes: a) gran parte del trabajo de investigación en el ámbito de las ciencias sociales no tiene relación con los problemas políticos; b) el trabajo de investigación reali- zado al micronivel y de carácter descriptivo no sirve de mucho a la hora de tomar decisiones a nivel nacional; e) la investigación social al macronivel tiende a ser excesivamente teó- rica, a expresarse en un lenguaje técnico inaccesible y a complicar sin necesidad proble- mas sencillos; d) el trabajo de investigación acerca de ciertos temas polémicos de primera importancia en nuestros días no ha producido resultados, y las decisiones políticas no pue- den esperar a que lo haga; e) no todo lo que los científicos sociales aportan a las comi- siones y asambleas está basado en investiga- ciones sólidas. Las opciones políticas e ideoló-

gicas personales disfrazadas de prescripciones científicas son inaceptables; f) las ciencias sociales pretenden vender más de lo que tienen en catálogo. No disponen de respuestas para todos los problemas, ni comprenden las restricciones de la burocracia y del sistema político en el que administradores y gober- nantes se deben desempeñar.

Creación, difusión y utilización

Entre los tres procesos de creación, difusión y utilización existe una interrelación dinámica. El concepto de “utilización”, en su acepción más estricta, hace referencia solamente a la “aplicación” de saberes de ciencia social a cualquier problema específico. La introduc- ción de la idea de aplicación a la esfera de la creación de nuevos conocimientos nos lleva a una distinción entre investigación “pura” y “aplicada” (llamada también a veces investiga- ción de “acción”). Ahora bien, una acepción más amplia de “utilización” se referiría al uso de los saberes de las ciencias sociales, no sólo en la creación de nuevos saberes (al fin y al cabo, todo nuevo saber se crea siempre a partir de los conocimientos teóricos y metodo- lógicos que ya existen), sino también en la diseminación de la cultura de la ciencia social, y, por supuesto, en la aplicación de las ciencias sociales a problemas prácticos de la sociedad. Conviene establecer también una distinción entre el uso de un saber aislado y el uso de un “conjunto integrado de conocimien- tos”. En este sentido, el rechazo deliberado de un trabajo de investigación determinado podría también calificarse como una utiliza- ción. Dicho de otra manera, el hecho de rechazar conscientemente un trabajo de inves- tigación supone un ejercicio evaluativo, y conviene diferenciarlo de la no utilización por falta de conocimiento sobre su existencia. Es más, la no utilización puede también implicar no aceptación de la interpretación de los datos O de las recomendaciones hechas por el investi- gador. Todo análisis de la utilización deberá distinguir, pues, entre uso de la teoria, uso de la metodología, uso de los resultados de los

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Clases de conocimientos

Clases de 1. Orientación 2. Teoría 3. Metodología 4. Resultados 5. Intetpreta- 6. Recomenda- usuarios general ción de los ciones

resultados específicas

1. Especialistas 11 12 13 14 15 16

2. Colegas de otras 21 22 23 24 25 26 disciplinas

3. Estudiantes 31 32 33 34 35 36

4. Administradores, planificadores y 41 42 43 44 45 46 funcionarios políticos

5. Público 51 52 53 54 55 56

trabajos y uso de las interpretaciones, todo lo cual, a su vez, guarda relación con la distin- ción más amplia entre el uso de los conoci- mientos de las ciencias sociales y la utilización de los científicos sociales en sí mismos.

D e lo anterior se infiere que el modelo de utilización deberá comprender varias catego- rías de usuarios y no solamente una. Entre los usuarios del saber científicosocial habrá que contar a los especialistas y colegas de discipli- nas hermanas, a los estudiantes, a los adminis- tradores, planificadores y funcionarios políti- cos, así como también al público en general. Entre todas estas categorias de usuarios exis- ten problemas de utilización, de no utilización y de infrautilización del saber, los cuales deber ser tenidos en cuenta al analizar la Utilización de las ciencias sociales en un país dado. Basándonos en la interrelación entre las clases de conocimientos y las clases de usua- rios, podemos elaborar el cuadro que se reproduce más arriba. Se trata, por cierto, de un cuadro simplificado; cada casilla podría ser desglosada en varias subcasillas más, cada una de ellas con sus respectivos problemas de utilización y de no utilización.

En términos generales, los usuarios pue- den clasificarse en dos categorías: los que pertenecen al mundo académico, y los que están fuera de él. El problema de la no utilización se presenta incluso dentro de la esfera académica, lo cual explica también la

relativa indiferencia con la que se acoge a las ciencias sociales fuera de la misma.

Dentro del mundo académico podemos identificar tres categorías de usuarios: los especialistas, Jos colegas de otras disciplinas y los estudiantes. Podríamos incluir también una cuarta categoría, la de los responsables de la administración universitaria. Los factores determinantes de la no utilización de las ciencias sociales se podrí& resumir en los términos que presentamos a continuación.

1. Ambivalencia con respecto a la interdisciplinariedad

Aunque se habla mucho acerca del nuevo énfasis que se otorga a la interdisciplinarie- dad, hay poquísimas pruebas de la existencia de un movimiento real hacia ella. Las especia- lizaciones, incluso dentro de una misma disci- plina, se multiplican, lo cual estimula el sepa- ratismo. Por ejemplo, el creciente uso de las matemáticas en las ciencias económicas ha creado barreras entre los economistas forma- dos convencionalmente y aquéllos que han tenido una orientación matemática. Es ya un lugar común quejarse de que muchos de los economistas de generaciones anteriores, y algunos profesores y alumnos de ciertas escue- las de ciencias económicas, encuentran difícil leer y comprender los artículos especializados

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de su propia disciplina, debito al creciente empleo de un lenguage matemático que ellos nunca aprendieron. Se oyen frecuentes quejas también sobre el hecho de que los economis- tas, que siguen gozando de la predilección de los órganos de planificación del gobierno, imponen el “economicismo”, en detrimento de la utilización de las demás ciencias sociales.

En muy pocas instituciones de enseñanza superior se inicia a los alumnos de una disci- plina dada en otras disciplinas, como parte de su formación académica general. Cuando se forman equipos de estudio con personal proce- dente de distintas disciplinas, éstos tienden a ser multidisciplinarios más que interdisciplina- rios. En estos casos, la disciplina del equipo director generalmente desempeíía el papel dominante, y a las demás sólo se les consiente una participación limitada. La integración real de varias orientaciones es algo que raras veces se intenta. Ahora que los fracasos de un enfoque puramente económico se están haciendo patentes, es asombroso constatar que los esfuerzos se orientan más bien a “tomar posesión del terreno” que a “cohabi- tar” en él. Las disciplinas, en lugar de coope- rar, entran en competencia; intentan demos- trar su superioridad o su peculiaridad distin- tiva, y guardan celosamente sus fronteras. El mejor ejemplo de tan fútil combate podemos verlo en la relación entre la sociología y la antropología social, disciplinas gemelas que tanto tienen en común. Para elaborar las políticas gubernamentales se necesita una pers- pectiva globalizante e interdisciplinaria que necesariamente excluye las rivalidades entre las diversas ramas de las ciencias sociales. Se explica así la infrautilización del inmenso potencial de estas ciencias en la vida adminis- trativa.

No es mi intención concluir que las espe- cializaciones en las diversas disciplinas no son necesarias. Lo que quisiera destacar, sin embargo, es la necesidad de formar y capaci- tar personal científico que, en su orientación, sea transdisciplinario. Este tipo de personal está haciendo falta en la administración y en los organismos políticos, pero la formación universitaria basada en la especialización es-

tricta no ha conseguido hasta ahora producirlo.

2. Ambivalencia respecto del saber nativo

Es bastante acertada la alegación de que muchos no han sido capaces todavía de desco- lonizar sus mentes. La fascinación por lo “extranjero”, que puede llegar al extremo de la reverencia acritica, desdibuja la importan- cia de las contribuciones procedentes de la periferia.

Lo que antecede acarrea diversas conse- cuencias. Una gran parte del trabajo extran- jero puede no tener una aplicabilidad inme- diata en una sociedad dada. Lo que general- mente se busca en los trabajos foráneos son los elementos teóricos, pero, pese a sus preten- siones de universalidad, una teoría puede tener un alcance meramente local y por lo tanto no ser aplicable en otras circunstancias. Los trabajos de investigación llevados a cabo en otras latitudes pueden ofrecer interpreta- ciones válidas y pautas metodológicas útiles, pero los resultados pueden no ser utilizables; incluso los trabajos realizados por extranjeros en un país dado suelen reflejar los prejuicios de sus autores. No se niega el valor orientador y formativo de dicho material, pero su perti- nencia para la vida política práctica debe cuestionarse.

Mucho más grave es el problema del menosprecio hacia los trabajos realizados por los colegas del propio país, trabajos que se refieren generalmente a temas relacionados con el contexto local o nacional. U n análisis de las publicaciones en este ámbito revela que existe una tendencia más marcada a citar y tomar como referencia a estudiosos y a auto- res extranjeros que a los locales. Raras veces se encontrará en la obra de un autor de renombre una alusión a la obra de otro más joven. Una parte considerable del trabajo local ,realizado sobre problemas contemporá- neos importantes pasa de esta manera inadver- tida, debido a la preferencia por la erudición ajena y al desdén por la labor de los compa- triotas. Si ni siquiera los colegas hacen uso de

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la investigación local, se comprende fácilmente la indiferencia de los políticos hacia la misma.

3. EI acceso a la información Las observaciones anteriores se refieren a los trabajos de investigación publicados. U n pro- blema todavía más serio es el que se plantea ep cuanto a la publicación de los resultados de los trabajos. Por lo común existe una demora de tres a cinco años entre la conclusión de un trabajo de investigación y la publicación del informe correspondiente, por no hablar de los trabajos que nunca llegan a publicarse. Así, cuando por fin se publica un libro, gran parte de los datos han perdido actualidad y en consecuencia sólo son ya de interés acadé- mico. Con el alza constante de los costos de impresión, los libros tienen generalmente pre- cios prohibitivos, haciendo su compra casi imposible no sólo para un estudioso particu- lar, sino también para muchas instituciones con limitados presupuestos para sus bibliote- cas. El elevado costo los hace también inacce- sibles para los administradores y para el usuario corriente; sólo los estudiantes interesa- dos los consultan en las bibliotecas. Junto al elevado costo está el hecho de que, en la India al menos, la mayor parte de los libros se editan en inglés, lengua que cada vez se conoce menos.

Otro aspecto del problema del acceso a la información es la demora entre la publicación de un libro y su inclusión en el programa de una asignatura universitaria. Debido sin duda a la predisposición contra la erudición local, muy pocos libros y trabajos de autores e investigadores locales llegan a figurar alguna vez en los programas de estudio; incluso los que reciben tal reconocimiento no necesaria- mente son promovidos por el cuerpo de profesores. El procedimiento de elaboración de tales programas es tan tedioso y lento que ahoga toda iniciativa. Los cambios introduci- dos en las asignaturas suelen no ser operativos hasta pasados dos años; así, un informe de un trabajo de investigación puede llegar a las aulas siete u ocho años después de la realiza- ción del trabajo.

Podemos pasar ahora a examinar los factores que explican la relativa no utilización o el uso insuficiente de las ciencias sociales por parte de quienes se desempeñan en la vida política.

EI desajuste oferta-demanda Los usuarios buscan constantemente material que tenga aplicación a los asuntos de su particular interés y que sea fácilmente accesi- ble. Puesto que no todos los trabajos de investigación se llevan a cabo en respuesta a necesidades de política práctica, estos traba- jos no se utilizan de inmediato. Los trabajos que existen actualmente no ofrecen todos los datos que hacen falta. Los científicos sociales poseen, sin duda, el saber y la técnica precisos para tratar de resolver los problemas que el funcionario público o el político puedan plan- tearles, pero necesitan tiempo para dar la respuesta. En forma inmediata pueden, a lo sumo, proponer un marco de referencia, una orientación general para entender el pro- blema; pueden establecer parámetros y formu- lar posibles hipótesis basados en la teoría, en trabajos previos, y en su experiencia personal como observadores participantes. Pero las soluciones concretas a problemas específicos no pueden elaborarse de la noche a la mañana. Por otra parte, los responsables políticos se ven a menudo acuciados por la necesidad de una acción inmediata; no pueden esperar hasta que un trabajo de investigación se concluya. Además, cuanto mayor sea la escala del estudio, mayores serán los costos tanto en tiempo como en dinero. Y esto es algo que el responsable político, por supuesto, no puede permitirse. En consecuencia, debe tomar medidas provisorias inmediatas, basadas en la información de que disponga y con arreglo a su mejor criterio personal. Cuando se pide consejo a los científicos sociales, casi siempre se les toma desprevenidos. Si se aventuran a responder, acaban dando impresiones propias y personales. Y si titubean, lo más probable es que se les tome por incompetentes. Dada la creciente demanda de trabajos de ciencia social, los veteranos de la profesión se ven

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cada vez más solicitados por los comités asesores, con lo que les queda poco tiempo para el trabajo de investigación e incluso para mantenerse al corriente sobre lo que se escribe dentro de su especialidad. Se produce así una situación insólita, en la que aquellos que no llevan a cabo trabajos de investigación desempeñan un papel asesor, y a los que están haciéndolo generalmente no se les consulta. La imposibilidad de hacer frente a las deman- das que surgen por todas partes y la falta de comunicación entre los investigadores cientí- fico sociales y los asesores en ciencia social van creando así un problema serio. Los usua- rios de los resultados de la investigación deducen sus opiniones sobre las ciencias socia- les del papel que, según ellos, desempeñan los asesores en ciencia social.

Defectos del trabajo de investigación en las ciencias sociales Llámesele defecto o no, es sin duda una limitación del trabajo de investigación en las ciencias sociales el tiempo que exige y con- sume. En efecto, no es posible producir resultados inmediatos. Además, gran parte del trabajo realizado por investigadores indivi- duales toma la forma de microestudios, ya que se basa en muestras reducidas, en ámbitos bien circunscriptos, en cpmunidades aisladas, en variables escogidas. Tales estudios tienden a hacerse en profundidad,’ no en extensión. Los responsables políticos y los planificadores, que operan al macronivel encuentran difícil la utilización de microestudios con algún pro- vecho, ya que cuestionan fundadamente hasta qué punto son generalizables. Algunos estu- dios al macronivel se han llevado a cabo en la India, por cierto, pero generalmente utilizan en sus análisis datos secundarios, o son dema- siado teóricos. No obstante, se está comen- zando a realizar esfuerzos por sintetizar varios microestudios y obtener perfiles más globales. Hay que reconocer también que la fuerza de algunas disciplinas -especialmente la socio- logía y la antropología social- estriba en su capacidad de operar al micronivel y de aclarar muchos procesos que a ese nivei son decisi-

vos; para un político o un planificador, sin embargo, esto resulta demasiado minúsculo e insignificante para poder darle aplicación prác- tica. Cuando es necesario planificar algo para la India rural, por ejemplo, no le basta con que un sociólogo le informe solamente acerca de un pueblo o aldea particular que él haya estudiado, sino acerca de la India rural y campesina en su conjunto. Hasta que no salgamos de lo singular y hablemos de pueblos y aldeas en plural, no seremos capaces de establecer relaciones con las instancias políti- cas de acción directa.

Cediendo a la tentación de emprender trabajos de investigación aplicables, y tenta- dos asimismo por la disponibilidad de fondos públicos para ello, muchos científicos sociales también se lanzan actualmente a lo que se denomina “trabajo de investigación orientado a la acción”. La validez de sus resultados es, sin embargo, muy a menudo cuestionada. H a de admitirse que en el afán por figurar, algunos producimos toneladas de trivialidades, mientras que el usuario sólo busca unos gramos de trabajo más profundo.

Otro defecto del trabajo de investigación de ciencia social es su marcada predisposición a la unidisciplinariedad. Estudios llevados a cabo por especialistas diferentes sobre un mismo tema se centran en determinados aspec- tos del fenómeno y lo estudian desde una perspectiva casi unilateral. Las críticas sobre la sólida implantación de los economistas en los centros de planificación gubernamentales son conocidas, pero la solución no sería destro- narlos para entronizar a cualquier otra disci- plina científico social en su lugar. Obtener reconocimiento imponiéndose a brazo partido o denigrando otras disciplinas es, desde luego, una manera mezquina de demostrar idonei- dad. Sería un disparate afirmar que no se necesita de la economía, simplemente porque también se precisa de la sociología. Lo que hay que destacar a toda costa es que una “disciplina aislada raras veces es capaz de resolver por sí sola un problema práctico”, porque “los problemas que plantea la práctica política raramente presentan una correspon- dencia a priori con la estructura conceptual de

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una disciplina determinada” [OCDE, 1977,

El lenguaje empleado en las ciencias sociales se considera a menudo una barrera para la comunicación. Mientras que se mani- fiesta una gran tolerancia hacia el lenguaje que utiliza un ingeniero o un físico, es creen- cia general que los fenómenos sociales han de ser comprensibles aun para los no especialis- tas. El uso de conceptos especiales en los trabajos de ciencia social se tilda de lenguaje enrevesado, y un texto técnico que presente dificultad de comprensión será inexorablemen- te desatendido y rechazado. Lo que el usuario necesita es un documento de proporciones razonables y legible, no un mamotreto presen- tado en una jerga ininteligible.

p. 211.

Falta de consenso en cuanto a la orientación

En las ciencias sociales existen varias escuelas de pensamiento, cada una de las cuales pugna y rivaliza por ocupar un lugar, y a veces denigra a las demás. Si al usuario se le presentan opciones en conflicto, de modo que él deba hacer su propia elección entre las diversas alternativas, se le declarará culpable de rechazar algunas en favor de otras, y ello permitirá a los adeptos de las primeras que- jarse de no utilización. Más aún, a diferencia de lo que sucede en las ciencias naturales, en las ciencias sociales las orientaciones suelen estar impregnadas de valores y muchas veces revisten carácter ideológico. Tampoco es infre- cuente que los científicos sociales suscriban algún punto de vista político o una actitud ideológica determinada, cuanto se diga o escriba desde una perspectiva dada conducirá, muy lógicamente, a confrontación y debates, y tenderá a hacer confusa la distinción entre política y ciencia social. La falta de consenso entre los científicos sociales puede contribuir a generar un debate intelectual -y en ese sentido cumplir una función útil para la socie- dad-, mas no por ello se hace a las ciencias sociales más utilizables en el ámbito político.

Conflicto entre la cultura burocrática y la universitaria

La interacción entre burócratas y académicos, O entre gobernantes e intelectuales, es esen- cialmente la interacción entre dos subcultu- ras, cada una de las cuales tiene sus propias fuerzas conservadoras y progresistas; las fuer- zas conservadoras pugnan por mantener esas subculturas aisladas, mientras que las progre- sistas intentan establecer lazos y vías de comunicación. El académico se siente desga- rrado entre dos lealtades, a su profesión y a su país, y otro tanto le ocurre al burócrata. A fin de conservar su prestigio profesional, el acadé- mico escribe para un público formado por profesionales, y de esta manera se aisla. El burócrata tampoco quiere renunciar a su pre- rrogativa profesional de politico con capaci- dad de iniciativa, y recurrir a consultas exter- nas. Como bien dice Foster: “Los burócratas, igual que todos los demás seres humanos, guardan celosamente sus regalías y posiciones tradicionales, y sólo están dispuestos a ceder en sus derechos adquiridos a cambio de algo bueno o mejor. En consecuencia, todo intento de cambio de las funciones y cometidos que pueda favorecer a unos y amenazar a otros tropieza siempre con resistencia. En las buro- cracias, esto conduce a una inflexibilidad organizativa.” [Foster, 1973, p. 1781. La res- puesta de la burocracia a la “intrusión” acadé- mica reviste así un triple carácter: primero, también ellos son competentes, dicen, en ciencias sociales, han obtenido sus diplomas en esas disciplinas, han sido formados en ellas cuando entraron en la administración pública, y además están en un continuo contacto con la práctica; segundo, los científicos sociales no conocen la estructura y la dinámica de la administración y ofrecen por ello soluciones irreales e irrealizables; por último, escriben para sí mismos y tratan de intimidar a los burócratas con el monstruo de la metodología o con el peso muerto de la teoria.

La elaboración de medidas políticas y la política

La dirección de los asuntos públicos es un acto

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político. Incluso cuando a un burócrata se le asigna responsabilidad en el gobierno tiene una obligación tácita de mantener contentos a sus amos políticos. EI partido en el poder se guía por la ideología o la filosofía que profesa, y en atención a ella recibe el apoyo del electorado. Debe sopesar las consecuencias de una decisión de gobierno en términos de su propia estabilidad. Una situación semejante no permite optar por la mejor alternativa posible. Cuando los responsables políticos recaban la ayuda del científico social, lo que quieren es o que se les proponga una estrate- gia viable, o justificar sus. actos en términos académicos, o hacer participar a los intelec- tuales en el logro de sus objetivos. Los especialistas que responden a tales solicitudes son considerados como “comprometidos” por algunos, y como “orientados hacia el sistema de poder vigente”, por otros. En cierta medida su saber científico es utilizado en el espíritu con que se ofrece: su asesoramiento es susceptible de aceptación o rechazo. Los científicos sociales que ideológicamente perte- necen al campo contrario se quejan, compren- siblemente, de que no se cuenta con ellos. Vistos con objetividad, ambos grupos están ideológicamente comprometidos y sus preten- siones y quejas deben ser contempladas desde este ángulo. En cierto sentido, las críticas .formuladas por los oponentes son tenidas de un modo u otro en cuenta, ya sea impugnándo- las, o mejorando el funcionamiento del sis- tema, o simplemente ignorándolas. Los inte- lectuales desvinculados -categoría que Iógica- mente existe- viven fuera del juego del poder, y si sus formulaciones no toman en consideración los aspectos prácticos del ejerci- cio del gobierno, se exponen a ser tenidos por poco realistas. EI fracaso de la planificación económica se atribuye en gran medida al hecho de no tomar en cuenta las variables socioculturales. La frase “en igualdad de cir- cunstancias” podrá ser una laudable precau- ción científica, pero en la esfera de la acción estas “circunstancias” son muy importantes y no siempre se mantienen iguales.

Las tipologías del saber y sus usos

Hasta ahora hemos tratado de analizar los factores que impiden la interacción entre pro- ductores y usuarios del saber. Podemos ahora volver sucintamente a la otra dimensión de la matriz propuesta, es decir, la tipología del saber y la idea de utilización. Podemos iden- tificar aquí seis aspectos de la transmisión de conocimientos (de su diseminación y difusión) : la orientación general, las teorías específicas, la metodología de la investigación, los resultados de la investigación, la interpretación de los resultados y las recomendaciones específicas para la acción. Es evidente que los distintos tipos de usuarios acordarán a estos compo- nentes diferentes grados de importancia. Por ejemplo, los usuarios pertenecientes al mundo académico juzgarán de interés preferente los aspectos teóricos y metodológicos, mientras que los usuarios pertenecientes a las esferas de gobierno acaso manifiesten desdén por la teoría y muestren mayor aprecio por aquellos resulta- dos que sean aplicables a la acción.

Cabe destacar que el modelo aquí utili- zado para estudiar el problema de la utiliza- ción sólo hace una distinción analítica entre usuarios y productores de conocimientos. Es evidente que un mismo individuo puede ser productor y usuario a la vez. No se puede ser buen productor si no hace uso del saber disponible. Es más, aun el propio uso puede producir conocimiento. EI tránsito entre el saber y la acción no es de dirección única. Además, para la acción no sólo se precisan conocimientos de ciencia social; sino que igual importancia revisten los conocimientos proce- dentes de otras fuentes y, de hecho, se utilizan. Incluso, del propio ámbito de las ciencias sociales pueden requerirse distintos tipos de saber en diferentes fases de la acción. Las necesidades también varían según la situa- ción y según el problema. Datos empíricos obtenidos desde distintas perspectivas pueden ofrecer a un responsable político un verda- dero panorama, a partir del cual pueda elabo- rar una solución adecuada, establecer un balance de eventuales ventajas e inconve- nientes y evaluar los costos inherentes a cada

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una de las posibles alternativas. D e esta manera, el saber recibido de diversas fuentes pasa por un proceso que podríamos llamar de “saneamiento”, y el modo en el que final- mente se refleje en las decisiones de gobierno o en una estrategia de ejecución práctica puede ser el fruto de ese saneamiento y síntesis.

La información que llega a las instancias decisoras del estado es un conglomerado de conocimientos obtenido a través de varios canales, y no el producto de un trabajo de investigación Único, sin más. Esto implica que el responsable político no es el usuario exclu- sivo del saber de la ciencia social, sino que, en un proceso de toma de decisiones democrá- tico, son varios los actores que hacen uso de este saber y expresan sus reacciones. Estas reacciones son también un componente del saber que un responsable político no puede permitirse ignorar, si no a riesgo de sus responsabilidades personales.

Es necesario, por lo tanto, dar un sentido más amplio al concepto de utilización. La medida en la que las ciencias sociales se utilizan depende de su fase de desarrollo, en términos tanto de teoría como de metodo- logía, y de su situación en un país dado. Puede haber ciertos temas que las ciencias sociales no estén en posición de abordar actualmente, u otros que pueden ser abordados con el nivel actual de conocimientos, pero que el país no está en condiciones de hacerlo por falta de personal o de los especialistas necesarios. Se podría decir, por ejemplo, que las ciencias sociales en la India han adquirido un refina- miento considerable en el ámbito del análisis y de la descripción de la realidad social obje- tiva, pero están aún rezagadas en materia de teoría. Todavía no poseen suficiente poder de predicción y prescripción.

LOS científicos sociales pueden efectiva- mente contribuir a clarificar ciertos temas, proveer marcos conceptuales, evaluar supues- tos diferentes, estimar costos probables de estrategias alternativas y reducir la esfera de incertidumbres. Es dudoso, en cambio, que puedan imponer definitivamente ningún crite- no respecto a lo que conviene hacer o a lo que

debe hacerse en el ámbito de la política de gobierno (y si lo imponen, no será en su calidad de científicos sociales, sino en cumpli- miento de otros cometidos). Pueden sin duda prestar su concurso en la elaboración de estrategias para llevar a la práctica una opción política ya seleccionada, o un objetivo ya estipulado. Pueden llevar a cabo estudios de evaluación para apreciar la eficacia de un programa o las consecuencias (previstas e imprevistas) que un programa dado pueda tener.

No debe subestimarse, empero, el papel de las ciencias sociales en su sentido general y más amplio. Al igual que otras ciencias, constituyen una parte importante de la cultura académica. Y como quiera que, a través del proceso de educación formal, la socialización en esta cultura está haciéndose universal, la subcultura de la ciencia social está siendo cada vez más internalizada. En la India, las ciencias sociales son hoy una empresa de magnitud muy apreciable. Todas las universidades y un sinfín de colegios universitarios ofrecen cursos de ciencia social. Los funcionarios que entran en la administración pública, e incluso en la política, suelen ser diplomados en letras y en ciencias sociales. Llevan así con ellos a SUS nuevos cometidos los elementos de esta cultura. Su pensamiento y sus acciones están influidos por esta experiencia enriquecedora. Además, también se imparte formación en ciencias sociales a los funcionarios públicos -particularmente en sus aspectos prácticos- cuando entran en funciones.

La cantidad de trabajos de investigación en ciencias sociales realizados y publicados es también una indicación de la importancia que se le asigna y del aumento constante de la clientela. El número de departamentos de investigación con el que cuenta el estado e incluso los fondos públicos destinados a la investigación a través de organismos como el Indian Council of Social Science Research y la University Grants Commission es otro indica- dor más del creciente reconocimiento. La introducción de la enseñanza de las ciencias sociales a los alumnos que se gradúan en disciplinas como agricultura, ingeniería y

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medicina es también un ejemplo del reconoci- miento de su utilidad en la formación profesio- nal. Podemos dar un paso más y decir que, aunque se ha ridiculizado a las ciencias socia- les por su jerga, su vocabulario está pasando a formar parte dei habla corriente en centros administrativos y en círculos selectos, lo cual es un magnífico ejemplo de la difusión de la cultura de la ciencia social y, con ello, de la utilización del saber que las ciencias sociales aportan.

También es importante reconocer que no es el conocimiento científico social lo único que se utiliza hoy, sino que los propios especialistas de diferentes disciplinas de las ciencias sociales tienen cada vez mayor partici- pación en las actividades de la sociedad. Los científicos sociales adscriptos a universidades y a instituciones de investigación reciben ayuda del estado, que sigue siendo el principal agente de financiación ; estas subvenciones se conceden no sólo para realizar trabajos de investigación en las áreas de prioridad defini- das por los poderes públicos, sino también para hacerlo en materias que puedan interesar a los propios investigadores. Esto ha creado en el país un clima de trabajo, promoviendo de paso un debate en torno al uso y a la pertinencia de las investigaciones, lo cual constituye, a mi entender, una tendencia saludable.

Con alguna frecuencia se plantea la cues- tión de la eventual influencia que en el trabajo de investigación subvencionado pueda ejercer la entidad subvencionadora. La palabra “in- fluencia” tiene en este contexto varias conno- taciones; puede significar que la integridad del investigador sea cuestionable, que el trabajo de investigación se incline hacia el statu quo, que el tema no sea de interés académico, que el trabajo se reduzca a una mera realización de encuestas o que los “resultados” y las “recomendaciones” sean dictados por el sub- vencionador . Aunque haya cierto fundamento en todas estas acusaciones, y puedan aplicarse a determinados tipos de trabajos de investiga- ción, a algunos investigadores y a algunas entidades subvencionadoras, no pueden gene- ralizarse. En primer lugar, es necesario com-

prender que en un país como la India, donde el estado es la única fuente de financiación de toda actividad académica, es preciso contar con esta fuente si se necesita dinero para llevar a cabo trabajos de investigación, o incluso para que un académico pueda sobrevi- vir. En segundo lugar, sería una hipocresía afirmar que un investigador que se opone a la ideología dominante tiene derecho a elegir su tema de investigación y negar el mismo dere- cho al que suscribe la línea y las metas políticas del gobierno en el poder. En tercer lugar, es cierto que la disponibilidad de fon- dos para el estudio de temas de un área prioritaria puede influir a la hora de escoger una materia de investigación (que también puede ser académicamente importante e interesante), pero tal selección no impide al investigador estudiarla científicamente. En cuarto lugar, podrá ponerse en tela de juicio la interpretación de los datos, pero no los testimonios empíricos, si éstos se han reco- gido correctamente. A este respecto, permíta- seme citar los resultados del trabajo de investi- gación realizado por Jim Thomas [1982] sobre la “repercusión en las ciencias sociales del patrocinio del estado”. Este autor compara el trabajo de investigación subvencionado con el no subvencionado sobre el tema de la policía (en el periodo 1960-1977), y en cuanto al paradigma, a la manipulación de datos, al enfoque teórico y al planteamiento de los problemas. El estudio es “un intento de examinar la acusación de algunos críticos del sistema de patrocinio federal del trabajo de investigación social, según los cuales los patro- cinadores y los patrocinados pueden contro- lar, o al menos influir desproporcionadamente en la producción de saber”. U n “análisis de contenido de cinco publicaciones periódicas importantes no corrobora las acusaciones; en realidad, los datos parecerían probar lo contra- rio [. . .] ya que no se ha encontrado prueba alguna que avale las hipótesis de que el trabajo de investigación subvencionado: a) in- duce a los beneficiarios a adoptar un enfoque positivista en un grado mayor que los que realizan trabajos no subvencionados; b) in- fluye en los beneficiarios incitándolos a elegir

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áreas de investigación estrictamente definidas según las necesidades de la política práctica de los organismos patrocinadores; c) conduce a un uso cada vez mayor de la manipulación de datos estadísticos; d) amenaza la independen- cia del trabajo de investigación social a nivel técnico debido a la aceptación de categorías, de métodos o de puntos de vista “oficiales”; e) está “orientado al control” o se interesa esencialmente por encontrar los medios de resolver directamente los conflictos sociales, políticos o económicos; ni que f) es, por fuerza, políticamente más conservador en cuanto que apoya al statu quo social o político más firmemente que el trabajo de investi- gación no subvencionado” [Thomas, 1982, p. 3601.

Para que las cosas queden claras, permíta- seme exponer una vez más la tesis central de este artículo.

1. No todo trabajo de investigación subvencio- nado se relaciona con intereses de política práctica; de igual manera, no es posible emprender estudios sobre problemas políticos prácticos sin alguna forma de financiación o subvención.

2. La necesidad de subvención no influye forzosamente en los resultados; puede, eso sí, fomentar la investigación sobre temas de interés para la entidad subvencionadora, pero estos temas pueden considerarse pertinentes con independencia del hecho de que sean subvencionados o no.

3. Los temas de interés de un investigador pueden coincidir con las necesidades del sub- vencionador, y, por lo tanto, el primero puede acudir a este último en demanda de ayuda.

4. El término “compromiso” no tiene una definición precisa y con mucha frecuencia se emplea en sentido peyorativo. Quienes abo- gan por el “compromiso” entienden que las ciencias sociales no están exentas de valores. Puesto que varias ideologías en conflicto pue- den coexistir, no cabe esperar consenso res- pecto a ninguna de ellas, o sea que diferentes personas pueden comprometerse con ideo-

logías diferentes. Ser conservador es una especie de compromiso, y ser lo contrario es otro tipo de compromiso distinto. Si se tiene el compromiso por deseable, ambas formas merecen igual reconocimiento. Debe existir también un lugar para la actitud intelectual que distingue entre compromiso político e ideológico y compromiso con los principios de la ciencia. La noción de que sólo los cientí- ficos sociales comprometidos contribuyen a la elaboración de las medidas políticas exige una revisión atenta y minuciosa.

Conclusión

Las ciencias sociales han alcanzado ya la fase en la que su validez y su aplicabilidad general a los problemas de política práctica, especial- mente en el terreno del desarrollo, está plena- mente reconocida. Incluso es probable que la demanda actual no pueda ser satisfecha, tanto por falta de conocimientos como por falta de personal competente. Hay muchos problemas para los que no tenemos respuesta, ni siquiera la información requerida; se precisaría una especie de planificación prospectiva para anti- cipar las solicitudes que probablemente van a hacerse a las ciencias sociales en el futuro, a fin de preparar lo necesario para satisfacerlas en vez de esperar a que un organismo oficial encargue el trabajo. Si el saber ha de mante- nerse a la vanguardia de la acción, el produc- tor de conocimientos debe atender a esta responsabilidad y no darse por satisfecho con el material intelectual existente. Las ciencias sociales se venden bien, es cierto, pero debe- mos continuar a promover su difusión. Con un mayor rigor de producción dentro del sistema académico podremos asegurar una utilización mejor y más amplia. Atraeríamos así a la clientela, en vez de correr tras ella.

Esto, naturalmente, no implica que no sea necesario incrementar y consolidar la comunicación y el diálogo entre los poderes públicos y los científicos sociales, ni que no sea conveniente despertar el interés de los funcionarios y políticos por el saber científico social; por el contrario, esto ayudaría a aumen-

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tar la credibilidad y mejorar la apreciación, enriquecería el acervo de conocimientos y ampliaría el alcance de su utilización.

El informe de la OCDE sobre la utiliza- ción de las ciencias sociales en la formulación de las medidas políticas con sobrada razón afirma: “No puede considerarse a las ciencias sociales como simples instrumentos de la gestión administrativa, ni puede relegarse su pertinencia política a una esfera residual de intereses clasificada bajo la etiqueta de ‘polí- tica social’ [. . .] La repercusión social de las ciencias sociales no queda, por 10 tanto, limitada a su utilización directa por parte de las autoridades públicas. En su esfuerzo por describir y analizar más eficientemente la

realidad social, estas ciencias brindan al indivi- duo conocimientos más profundos y certeros acerca de su comunidad y, a la inversa, contribuyen a configurar la idea que la comuni- dad se forma de sí misma” [OCDE, 1977, p. 13.1 Dicho en otras palabras, las ciencias sociales no desempeñan una función estricta- mente utilitaria (como la que está implícita en el concepto de uso de las ciencias naturales), sino una función más importante, o sea la de ampliar nuestra capacidad de comprender, la de ensanchar nuestros horizontes cognosciti- vos, y la de presentarnos toda una serie de alternativas entre las cuales elegir.

Traducido del inglés

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Referencias

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p. 339-369.

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La versión multinacional de las ciencias sociales

Frederick Gareau

En 1981, Yogesh Atal, asesor regional de la Unesco en Asia y el Pacífico, revelaba que en el espacio de menos de una década la “lucha” por “regionalizar” las ciencias sociales había asumido proporciones globales [Atal, 1981, p. 1931. Atal sostenía que en Asia esta lucha había tomado cuatro formas: la sustitución de los idiomas occidentales por lenguas vernácu- las; el empleo de especialistas nacionales en vez de extranjeros; la determinación y control local de los proyectos de investiga- ción y el intento de ir reemplazando paradig- mas occidentales por otros locales. U n informe de la Unesco destacaba que este intento era una reacción contra el predo- minio de las ciencias so- ciales occidentales y que lo que se buscaba eran teorías y metodologías que reflejasen la expe- riencia histórica, los valo-

sustituido a las que hoy se tienen por incorrec- tas o falsas teorías del desarrollo importadas de América del Norte.’ El movimiento de “canadización” que se produjo a finales de la década de 1960 fue en gran parte un esfuerzo para librar a Canadá de la ola de científicos sociales que, procedentes del vecino coloso del sur, se habían apoderado de la disciplina [Lamy, 1976, p. 11&111]. Según la Fede- .ración de Ciencias Sociales de Canadá, no

Frederick H. Gareau es profesor del Department of Government de la Florida State University, Tallahassee 32306. Recientemente ha pasado algu- nos meses en Brasil.

res y la cultura de Asia ’

puede darse por supuesto que los conocimientos importados puedan apli- carse a Canadá, ni puede tampoco “presuponerse que teorías y métodos desarrollados en otra parte sean apropiados para el estudio de fenó- menos sociales de Cana- dá” [Social Science Fede- ration of Canada, 1978. p. 61. A raíz de la desas- trosa publicidad que tuvo la operación Camelot, la Fundación Ford adoptó

[Unesco, 1977, p. 191. Se sostenía, además, que la suposición de que las teorías occiden- tales tienen aplicación universal partía de una adopción ciega de los modelos utilizados en las ciencias físicas.

Entretanto, la teoría de la dependencia fue saludada como “la declaración de indepen- dencia de la sociología latinoamericana” [Ber- ger, 1980, p. 51, y llegó a constituir una parte considerable de la misma. En gran medida ha

su propia versión de la regionalización. Así, no volverían a confiarse proyectos para Amé- rica Latina a estudiosos norteamericanos que actuaran en forma individual, sino que en adelante tendrían que actuar en colaboración y asociación con colegas latinoamericanos [Portes, 1975, p. 132-1351,

Ertanto que la periferia se agita y habla de la regionalización, y la Fundación Ford escucha, los portavoces de los principales

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410 Frederick Gareau

centros de ciencias sociales tranquilizan a sus lectores acerca del internacionalismo de su especialidad. Moore insiste sobre el hecho de que la sociología es señaladamente internacio- nal y que cada día lo es más [Moore, 1966, p. 4761. Alemann afirma que la ciencia (tér- mino que incluye según él la ciencia social) no se cuestiona en la medida en que existe poca investigación sobre la materia [Alemann, 1974, p. 4451. Storer sostiene que el científico (y nuevamente se usa el término en sentido lato, de modo que incluya al científico social) está tan convencido del internacionalismo, que siente la “necesidad de adquirir conocimien- tos de una o más lenguas además de la propia para poder entender las aportaciones de sus colegas extranjeros” [Storer, 1970, p. 831.

N o debemos concluir de todo esto que los internacionalistas y los partidarios de la regio- nalización estén enfrentados en un diálogo académico equilibrado. Por el contrario, las comunicaciones que se producen revisten más bien el carácter de un monólogo que tiene su origen en el centro,’ ese sistema unilateral descrito en la teoría de la dependencia y reflejado en el sistema de comunicaciones del mundo.3 Quienes suscriben la idea merto- niana de la ciencia concluirán que las expecta- tivas de un diálogo bilateral en el que partici- pen estudiosos y autores del tercer mundo sólo podrán realizarse si se cumple el propó- sito que ha inspirado este artículo, o sea, el de explicar, o, acaso mejor, elaborar la posición de los “regionalistas”, detallando y dando una forma estructurada a lo que aquí llamamos el componente multinacional del no debate. La regionalización o nativización se presenta aquí como la estrategia de desarrollo de las cien- cias sociales de los partidarios de este enfoque multinacional o tercermundista. Nosotros con- trapondremos dicho enfoque al naturalista o internacional, a fin de destacar los principales rasgos del primero. Estos rasgos tienen un valor intrínseco, pero, valgan lo que valgan, mal podrán permitirse los naturalistas del primer mundo seguir ignorando los esfuerzos del tercer mundo por nativizar las ciencias sociales y, al ignorarlos, restringir severa- mente el intercambio profesional con esa

parte del mundo. La razón de dicha restric- ción se expone más adelante, junto con la cuestionable pretensión de que tal proceder presenta los rasgos de una política “provin- ciana”.

Nuestra argumentación se sitúa en el marco general y conceptual ofrecido por la teoría de la dependencia, la cual es más un enfoque deshilvanado que una teoría bien estructurada, y sirve como un instrumento globalista para ayudar a desmenuzar y a poner en claro las características del componente multinacional del debate sobre las ciencias sociales. Hemos asimismo de tomar muy en serio la advertencia de Cardoso “de evitar el reduccionismo simplista tan común entre los coleccionistas de mariposas que tanto abun- dan hoy en las ciencias sociales”, quienes sin duda utilizarían esa teoría para eliminar todas las ambigüedades de la historia [Cardoso, 1977, p. 211. Nosotros adaptamos este enfo- que a nuestros fines, y lo complementamos con la concepción marxista de la ciencia, pero añadimos, por nuestra parte, la “dependencia del paradigma” a la larga lista ya reunida por los “coleccionistas de mariposas” de Cardoso. La teoría de la dependencia ha sido iden- tificada como latinoamericana, pero se ha reconocido su deuda con Africa [Parkinson, 1977, p. 1231 y con Asia [Hettne, 1982, p. 151. D e todos modos es lo suficientemente general como para poder hablar en nombre del tercer mundo en sentido amplio. Este se halla representado aquí por especialistas de Asia, América Latina y Africa, así como por las publicaciones de la Unesco, organización que ofrece un foro muy valioso para expresar los puntos de vista del tercer mundo.

Hemos observado un parangón muy claro entre los supuestos, concepciones y razona- mientos de los “dependentistas” y el pensa- miento básico de la versión multinacional de las ciencias sociales. A decir verdad, el pri- mero es un paradigma bastante inconexo de desarrollo económico y social, mientras que el segundo es una versión de la filosofía y de la sociología de la ciencia social que analiza y explica los Paradigmas. Pero ambos estaban presentes -uno de forma implícita, el otro

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La versión multinacional de las ciencias sociales 411

proclamado expresamente- en la mente de aquellos estudiosos latinoamencanos que rechazaron el intento de desarrollo asociado con la empresa multinacional y el paradigma de la ciencia social que, en efecto, justificaba esta institución. Tanto la institución como el paradigma fueron en gran medida importados de los Estados Unidos. Los supuestos básicos de la teoría del desarrollo, y de la sociología y filosofía de la ciencia en la que se apoya dicha teoría, ofrecen un sorprendente parecido entre sí, como más adelante demostraremos.

La teoría de la dependencia

La teoria de la dependencia hizo su aparición en los años sesenta en el ámbito latinoameri- cano como una amarga reacción ante el desen- gaño de un desarrollo dirigido desde el exte- rior, cuyo paradigma era también extranjero. Este paradigma -calificado como estructural- funcionalista, capitalista, o simplemente nor- teamericano- se había abierto camino hacia el sur en la década de 1950. En efecto, el paradigma justificaba la empresa o compañía multinacional como un medio eficiente y rea- lista de importar capital y tecnología. A esta institución, que beneficiaba tanto a sus dueños como a los países anfitriones, se la presentaba como una institución internacional dotada de la más moderna y avanzada tecnología, la cual era transferida al país donde la empresa se asentaba. Este paradigma situaba la principal causa del subdesarrollo en la falta de capital y tecnología, así como en las actitudes e institu- ciones arcaicas. El desarrollo se llevaría a cabo con rapidez, alegaba la teoría, a medida que las naciones occidentales desarrolladas fueran compartiendo -“difundiendo” es el término preferido por Frank- sus conoci- mientos, técnicas, organización, valores, acti- tudes, tecnología y capital hasta que, con el tiempo, las sociedades latinoamericanas menos afortunadas se conviertan en variantes de las más afortunadas [Frank, 1972, p. 3231.

Esta teoría adjudica gran valor al cambio psicológico, concretamente al fomento de la iniciativa y del espíritu de empresa sobre otras

actitudes más tradicionales. La clase media latinoamericana sería el porta-estandarte de la industrialización futura. Los sectores sociales que frenaban el desarrollo fueron identifica- dos como los latifundistas y los minifundistas, y, naturalmente, la oligarquía, con cuya oposi- ción y trabas a las reformas de la clase media modernizadora había que contar.

La teoría de la dependencia ha vuelto este paradigma importado totalmente al revés, y propone dejar de lado las condiciones psico- lógicas y las caducas instituciones locales y mirar hacia afuera, a la estructura global de poder, para descubrir la causa básica del subdesarrollo. Se trata de una teoría globa- lista, que pone el acento en la explotación. Su aceptación por parte de los intelectuales lati- noamericanos ha sido relativamente fácil, en la medida en que les permite culpar a los Estados Unidos del subdesarrollo de América Latina. La causa del subdesarrollo de la periferia es el desarrollo del centro. Como dice Dos Santos, “el desarrollo de ciertas partes del sistema tiene lugar a expensas de otras” [Dos Santos, 1970, p. 2311. Este autor observa que aunque “la teoría del desarrollo capitalista” admite la dependencia externa, no concibe el subdesarrollo como “consecuencia y parte indisoluble del proceso de expansión mundial del capitalismo”. Los dependentistas han revelado una perspicacia extraordinaria en la identificación del sinfín de áreas en las que el centro se ha valido de su situación para explotar a la periferia. Se ha vuelto a escribir la historia para seguir el hilo de la nueva distribución. Porque, en realidad, esta distri- bución es histórica, aunque no podemos desa- rrollar aquí esta característica. Sus adeptos la oponen al naturalism0 norteamericano, al que acusan de ser estático. La dependencia tecno- lógica, la financiera y la cultural son de especial interés para este estudio. Ellas desen- caminan y deforman la sociedad y la cultura locales y les impiden seguir su dirección “normal”. La tecnología que generalmente transfiere la empresa multinacional es inade- cuada para la economía del país que la recibe; es causa de desempleo y estorba la creación de una tecnología local apropiada. Favorece a

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una parte de la clase media que se deja seducir por la obtención de beneficios egoístas y se ve luego enajenada por la adopción de los patrones de consumo imperantes en el centro. Este grupo favorecido insiste en los niveles de calidad que existen en el centro, y en la adquisición de bienes y productos de marcas extranjeras [Tabak, 1975, p. 153-1551. Todo esto tiene lugar a costa de las divisas que hacen falta para el desarrollo y a expensas de la cultura nativa.

Los dependentistas insisten en que la principal vía de acceso del tercer mundo al desarrollo debe fundarse en la nativización y rechazan la noción de que haya que valerse necesariamente de la supresión de institu- ciones arcaicas, del fomento de nuevas acti- tudes o de la difusión de capital y de tecno- logía procedentes del centro. La nativización estará en manos del componente nacional de la clase media o se hará merced a la fuerza propulsora de un proletariado revolucionario. La difusión de una tecnología inadecuada desde el centro a la periferia se denuncia como un proceso de explotación; nunca es el proceso mutuamente beneficioso descrito por los difusionistas. Se trata de una relación estratificada, vertical, de tutela, basada en el monopolio o en el oligopolio. La empresa multinacional es desenmascarada como una institución nacional e incluso imperialista, cuyas actividades no se convierten en “interna- cionales” simplemente porque impliquen el cruce de fronteras nacionales.

La versión multinacional de las ciencias sociales

U n informe sucinto sobre una reunión de la Unesco en 1976 en torno a la cooperación interregional en las ciencias sociales hacía referencia a las relaciones “más o menos dependientes” de las ciencias sociales en el mundo. Dicha reunión estaba llamada a pro- mover el desarrollo de la ciencia social en el tercer mundo mediante la cooperación interre- gional, y expresa un punto de vista de esa parte del globo, la versión multinacional de

las ciencias sociales. El informe hallaba digna de atención no tanto la vinculación existente entre estas disciplinas en el tercer mundo y el mundo desarrollado, sino su “relación de dependencia”, por decirlo de otra manera (como repetidamente se decía en la reunión), se trata de una “relación ‘vertical’, entre donantes y receptores, entre tutores y tutela- dos” [Unesco, 1977, p. 81. El informe caracte- rizaba luego el contexto general en el que las ciencias sociales dieron sus primeros pasos en el tercer mundo como una situación de colo- nialismo, donde la tarea “aparentemente ino- cente de compilación de datos”, llevada a cabo por científicos sociales extranjeros, servía a los fines de la potencia colonial. Aunque virtualmente todos los países del tercer mundo han obtenido la independencia política, “todavía están por lograr la auto- nomía en el campo de las ciencias sociales”.

La referencia al colonialismo nos recor- dará que el enfoque multinacional, así como el de los dependentistas, rinde tributo al método histórico. Pero la dependencia del paradigma puede verse reforzada por rela- ciones con potencias occidentales distintas de la ex metrópoli, como en el caso de Malasia. Chee señala que alrededor del 90% de los especialistas en ciencias sociales de las univer- sidades malayas poseen diplomas occidentales y que el 40% pertenece a organizaciones profesionales británicas o de los Estados Uni- dos [Chee, 1976, p. 371. Estos especialistas pasan generalmente los años sabáticos en los Estados Unidos de América o en Europa, y la cooperación regional se va desarrollando muy lentamente. Una razón de que así sea es la escasez de fuentes de investigación en el sureste asiático, y otra es la falta de reputa- ción de las revistas científicas regionales. Lejos de abogar por ayuda exterior, Chee sostiene que lo más necesario tal vez sea la determinación de emplear los recursos locales que existen, y concluye: “Las ciencias sociales en Malasia han sido introducidas en institu- ciones nuevas e inexpertas, sin inserción en el medio local. En consecuencia, la enseñanza se acerca a menudo peligrosamente a un puro lenguaje técnico y a la difusión de modelos

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La versión multinacional de las ciencias sociales 413

occidentales mal adaptados a la cultura y al pensamiento social asiático. ”

La relación vertical ha persistido, según el informe de la conferencia de 1976, porque las universidades y las instituciones de investi- gación de los países del tercer mundo se han mantenido como “sucursales” intelectuales del centro. Aunque han ampliado sus programas y materias de estudio, nunca se han planteado un cambio cualitativo. El número de cientí- ficos sociales locales ha aumentado, pero siguen manteniendo contacto con sus colegas de Occidente, en lugar de establecer nuevas relaciones profesionales con otros estudiosos del tercer mundo. Los temas sobre los que estos estudiosos se interrogan, las técnicas de investigación y los paradigmas que emplean, la visión que tienen del futuro de sus países, todo lleva la marca del centro. H a habido una abundante afluencia hacia la periferia de modelos conceptuales y esquemas de investiga- ción, y la corriente inversa consiste en datos en bruto, o sea la materia prima de la investigación. Nada tiene, pues, de sorpren- dente que las ciencias sociales del tercer mundo sean tildadas muchas veces de irrele- vantes y que a los científicos sociales se les acuse de vivir alienados de sus sociedades.

En este punto de nuestra exposición se plantean dos interrogantes. Al primero inten- taremos de dar respuesta; al segundo lo desarrollaremos más adelante. Primero nos preguntamos cómo afecta este sistema el pro- greso de la ciencia social‘en la periferia. El tema central aquí es la desproporción que existe entre los recursos de la ciencia social del centro y los de la periferia. La dependen- cia tecnológica parece sugerirnos que la respuesta a la pregunta es la deformación impuesta al sistema local y la inadecuación del sistema importado. Las observaciones de Dube coinciden con la primera de estas res- puestas, pues este autor considera que el modelo colonial de las ciencias sociales en India y el exagerado prestigio concedido a los centros intelectuales de Occidente han “defor- mado” en muchos aspectos “las perspectivas de las ciencias sociales [en la India] e impe- dido su crecimiento” [Dube, 1980, p. 611. El

uso de categorías foráneas empaña las cate- gorías de pensamiento nativas, y las priori- dades de investigación se determinan según lo que sucede en otras partes del mundo. Sher- wani se refiere al segundo tipo de perjuicio cuando afirma que los conceptos y teorías importados frecuentemente “no son aplica- bles a los países en desarrollo” [Shenvani, 1976, p. 451. Este autor ha puesto asimismo de manifiesto que la investigación occidental sobre el desarrollo ha estado fundamental- mente motivada por los imperativos de la guerra fría. Según Ianni, la sociología nortea- mericana ha estado influida por la ideología, y al ser aplicada a los problemas de América Latina está mal enfocada, cuando no errada [Ianni, 1971, p. 481. Sotelo parece de acuerdo con esta apreciación general, y sostiene que el hecho de aceptar los conceptos y las formula- ciones de los problemas de la sociología de una sociedad industrial y capitalista plantea serios problemas a los países en desarrollo [Sotelo, 1975, p. 191. En la sección siguiente examinaremos con detalle la cuestión funda- mental que tales imputaciones que se hacen a la ciencia social plantean.

El informe de la conferencia de 1976 se refería al “manifiesto desequilibrio en los recursos de las ciencias sociales” y afirmaba que el 90% de todos los científicos sociales son originarios de países del mundo desarro- llado [Unesco, 1977, p. 9, li]. Estas cifras deben considerarse en forma paralela con las que indican que 90% de todos los fondos destinados a la investigación y al desarrollo son aportados por sólo diez países [Tabak, 1975, p. 1491 y que el 98% de los ,mismos son utilizados en países desarrollados [Ratt- ner, 1980, p. 1031. Otros datos, referidos a publicaciones de ciencia social, dan fe del predominio del centro [Line y Roberts, 1976, p. 134-1351 y de la fragilidad y dependencia de la industria editorial del tercer mundo [Altbach, 1974, p. 459-4731, Estos datos con- firman el argumento de los adeptos de la concepción multinacional, según el cual el centro disfruta de una posición monopolista u oligopolista en la infraestructura de las cien- cias sociales y explota esta posición en su

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propio provecho. Hemos reservado para la sección siguiente el examen de la disparidad entre la concepción monopolista-oligopolista de la toma de decisiones en las ciencias sociales y la versión “librecambista” de la misma, derivada esta última de Merton y tenazmente defendida por los naturalistas.

Uno de los peligros de citar datos, espe- cialmente cuando parecen indicar un mejora- miento en la infraestructura material de algu- nos países del tercer mundo, es que podría sacarse la fácil conclusión de que la versión multinacional aprueba ese fenómeno hasta el punto de perder sus orientaciones globalistas y aceptar la fórmula difusionista del desa- rrollo de las ciencias sociales. En buena lógica no podemos aceptar esta conclusión, ya que el hecho de erigir nuevas instituciones o de modificar actitudes locales no ataca en sí el problema central, o sea el de la relación de dependencia. El informe de la conferencia de 1976 no sigue rigurosamente esta lógica. Lejos de adherirse a una visión totalmente negativa de las relaciones verticales, encuen- tra algo valioso incluso en el legado colonial. Más aún, recomienda la ampliación de los sistemas educativos nacionales como una medida que en sí favorece la nativización, sin fijarse si esos sistemas han sido realmente adaptados a las condiciones locales. Mazrui sostiene que la universidad africana no ha sido adaptada a la realidad local. A su juicio, ésta se ha convertido en “la más clara manifesta- ción de la dominación cultural”, y traza un sorprendente paralelo entre ella y la empresa multinacional [Mazrui, 1975, p. 1931. La uni- versidad no es autónoma ni siquiera hoy, ya que depende de la importación cultural y de personal, y Mazrui reclama la “nacionaliza- ción” de sus programas y la creación de metodologías africanas -un llamado evidente a là nativización de los paradigmas.

Con las reservas apuntadas, el informe de la conferencia de 1976 sigue la lógica por nosotros preconizada. En él se descarta por el momento toda cooperación a gran escala entre el tercer mundo y los países desarrolla- dos, ya que que esto acentuaría probable- mente la dependencia. Hasta que los países en

desarrollo hayan alcanzado un cierto nivel de progreso, la participación en actividades trans- nacionales no podrá menos que mantener la dependencia. No llega a preconizar un cese total de las relaciones del tercer mundo con Occidente, pero insiste en que estas rela- ciones verticales -particularmente con los Estados Unidos- deben someterse a un nue- vo examen y ser objeto de una nueva defini- ción [Unesco, 1977, p. 101. El informe niega que pueda existir verdadera cooperación inter- nacional sin la existencia de centros nacio- nales sólidos. Para crear tales centros, la investigación debe abordar seriamente todos los puntos y problemas que surgen a nivel nacional. Se promueve la nativización, así CO- m o las relaciones horizontales a nivel regional.

En la teoría de la dependencia, el papel redentor se reserva (según la versión de la teoría que se considere) al componente nacio- nalista de la clase media o a la incipiente minona revolucionaria. Nosotros preferimos la primera versión, y así, de acuerdo con nuestra lógica paralela, asignamos este papel al grupo nacionalista de científicos sociales locales, contraponiéndolos a sus “colegas” internacionales alienados. Akiwowo, cuando observa que los científicos sociales en el tercer mundo deben escoger entre su integración en “una comunidad internacional de trabajado- res del saber en general”, o su integración en el seno de una universidad, o de una comuni- dad, aplica una división tripartita, pero aná- loga [Akiwowo, 1974, p. 4221. El tipo interna- cional de científico social suele recibir su formación en el extranjero, pero en cualquier caso acepta y asimila los sistemas de pensa- miento y los paradigmas del centro. Víctima del imperialismo cultural, prefiere lo foráneo a lo autóctono, se suscribe a publicaciones extranjeras y busca contacto y comunicación con el centro, con una comunidad científica “internacional”. Su relación es la de protegido y protector, y es materialmente recompensa- do con becas y subvenciones del centro. Localmente obtiene el prestigio que acom- paña siempre a los poseedores de información científica privilegiada, reconocida como válida a nivel internacional.

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La versión multinacional de las ciencias sociales 415

Su prestigio y prosperidad progresan a expensas del desarrollo de una ciencia social nacional dinámica y significativa, redundando además en desventaja de los científicos socia- les nacionales que no están vinculados al centro. En nuestro esquema oligopolista, la posición de los intemacionalistas aparece debi- litada por sus divisiones, y la existencia de varias categorías rivales de clientes corres- ponde a los múltiples centros de ciencias sociales que existen en el mundo. U n grupo puede estar vinculado a los Estados Unidos de América, por ejemplo, mientras que otro se halla bajo la tutela de Francia o del Reino Unido. Esta división ayuda a los nacionalistas a superar las desventajas de su posición margi- nal y rescata a las ciencias sociales de manos de la minoría alienada, modificando estas disciplinas de modo que vengan a reflejar las condiciones y las pautas de pensamiento loca- les.

Pretensiones nacionales de veracidad y explotación de los paradigmas

Continuamos en esta sección nuestro examen sobre los puntos de vista divergentes respecto a las pretensiones de veracidad y a la explota- ción en las ciencias sociales. Estos puntos fundamentales surgieron en la sección ante- nor al formularse las acusaciones de que los paradigmas calificados por los naturalistas como universalmente válidos son inadecua- dos, cargados de ideología o falsos, además de ser instrumentos defectuosos impuestos a la periferia. Desarrollaremos aquí estos temas contraponiendo las concepciones mertoniana y marxista de la ciencia, las cuales sirven de apoyo a los naturalistas y a los multinacionalis- tas respectivamente.

El informe de la conferencia de 1976 aduce como razón de la inadecuación de. los conceptos y teorías dominantes a las reali- dades locales el hecho de que tengan sus raíces en la cultura y en la historia del Occidente industrializado [Unesco, 1977,

p. 211. El naturalismo, sin embargo, les asigna validez universal, como consecuencia lógica de su “aceptación ciega del modelo predictivo” de las ciencias físicas. El informe reprocha además al naturalismo su incapaci- dad para tomar en consideración las cues- tiones normativas. Sean cuales fueren los méritos de estas críticas, ellas evidencian la tendencia naturalista de copiar a las ciencias naturales y de contemplar el contenido de la ciencia -ya sea natural como social- como algo aislado y separado del contexto más amplio y comprensivo de las culturas naciona- les. Las pretensiones de veracidad que formu- lan las ciencias sociales, así como las ciencias físicas, tienen validez internacional, es decir, no están contaminadas por las diferentes cultu- ras locales. El naturalismo es característico de las ciencias sociales de los Estados Unidos, mucho más que de los países de Europa continental. Fácil es imaginarse a los investiga- dores de aquella superpotencia de la ciencia social tomar su trabajo como representativo de modelos internacionales de referencia, pro- ductos que se presentan como importaciones foráneas a los países de la periferia.

Ramasubban distingue dos sociologías de la ciencia: la escuela funcionalista de Merton, que corresponde aquí al naturalismo, y la escuela marxista, sobre la cual se apoya la posición multinacional. La primera escuela se desentiende de la tecnología y proclama la ciencia pura, que describe como una bús- queda autónoma y esencialmente no utilitaria de la verdad [Ramasubban, 1977, p. 1571. Este enfoque ha ido centrándose cada vez más en las operaciones internas de la ciencia y cada vez menos en la relación entre la ciencia y la sociedad en general.

Storer, que se presenta como mertoniano y naturalista, considera que la ciencia es una empresa internacional, un quehacer que toma poco o nada en cuenta el tiempo, el espacio y las características personales de los científicos, como por ejemplo su nacionalidad. No hace distinción alguna entre ciencia natural y cien- cia social, y su análisis tiene siempre como punto de referencia la ciencia pura, no la ciencia aplicada ni la tecnología. El carácter

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internacional de la ciencia deriva según él del hecho de “que no existe más que una sola realidad física en derredor nuestro” [Storer, 1970, p. 801. Esta afirmación es vigorosa- mente refutada por los multinacionalistas cuando se aplica a las ciencias sociales sin tener en cuenta las fronteras nacionales. El análisis de Storer opone la ciencia a la concep- ción estrecha que glorifica el hogar, la familia, la raza, la lengua y la nación. Su reino es el de los símbolos abstractos de aplicación univer- sal, y no el de un mundo recortado en un centenar de naciones.

D e las cuatro normas de funcionamiento que Merton propone para la ciencia, el “uni- versalismo” es el que más nos interesa aquí. El universalismo deriva de la naturaleza imper- sonal de la ciencia y exige a los profesionales de la ciencia que, al juzgar las pretensiones de veracidad, no se dejen motivar ni conmover por factores como la raza, la clase o la nacionalidad. El hombre de ciencia ha de desentenderse en absoluto de estos aspectos particularistas, y por lo general consigue (se admite que existen algunas desviaciones) lle- gar a ser y permanecer ciego a todo cuanto sea raza, clase y nacionalidad. Evidentemente, esta norma no es violada por la existencia de comunidades de ciencias sociales cuyos inte- grantes proceden en un 90% del mundo desarrollado y sólo en un 10% del tercer mundo. En realidad, la norma en cuestión se orienta hacia los centros de adopción de decisiones, no hacia los miembros de las comunidades científicas. Es el viejo y abne- gado liberalismo que pide a sus adeptos que aparten sus miras de la nacionalidad al tomar decisiones. Como se supone que este mandato es obedecido, las cifras de miembros de la comunidad desglosadas por nacionalidades carecen esencialmente de significación. El universalismo ofrece escasísimo apoyo a la posición de los multinacionalistas.

El segundo enfoque sociológico identifi- cado por Ramasubban es el de Marx. Al igual que el de los multinacionalistas, este enfoque es globalista e insiste en que la ciencia se analice dentro de un marco más general. La ciencia es postulada como una actividad utilita-

ria, no como una búsqueda autónoma y desin- teresada de conocimiento. Más aún, Marx no sigue la práctica mertoniana de agrupar en un solo bloque las ciencias sociales con las natu- rales, sino, por el contrario, ve los fines y la dirección de estas últimas como influidos por la superestructura de las ideas. Pero las cien- cias sociales se consideran parte integrante de esa superestructura [Ramasubban, 1977, p. 164-1651 y, como tal, se entiende que su contenido es ideológico, no necesariamente científico. Sin duda, la perspectiva marxista puede utilizarse para afianzar la visión multina- cionalista, en la medida en que sus adeptos rechazan la ciencia social importada de los Estados Unidos y de Europa. Lo que recha- zan no es un producto científico, una suerte de modelo puro de referencia científica interna- cional que los naturalistas quisieran hacernos creer exento de ideología y aplicable al mundo entero, sino que es más bien la ideología, o por lo menos un producto guarnecido de ideología, una parte de la estructura social general o, más concretamente, de la superes- tructura del centro, utilizada para mantener el control sobre la periferia. Las acusaciones mencionadas en la sección anterior, según las cuales los paradigmas occidentales importa- dos son inadecuados, ideológicos e incluso erróneos se ven así justificadas.

La interpretación marxista ayuda por lo tanto a los multinacionalistas a explicar cómo el centro consigue imponer sus paradigmas a los países periféricos y con ello explotarlos. Tal explotación implica dos condiciones. La primera es la existencia de un paradigma inadecuado, falso o cargado de ideología, y la segunda es la imposición de dicho paradigma defectuoso a la periferia. La explotación no podría darse si el paradigma no fuese defec- tuoso, porque imponer la verdad -la verdad adecuada- a una periferia renuente no sería explotación. El marxismo ayuda a explicar ambas condiciones, como ya hemos visto, relegando la ciencia social a la superestructura donde el centro puede emplearla como ideo- logía para controlar a la periferia.

Mertonianos y naturalistas han articulado una ciencia social benigna, individualista, de

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La versión multinacional de las ciencias sociales 417

laissez-faire, que no deja margen alguno para la explotación y es de escaso incentivo para los multinacionalistas. En realidad, es indivi- dualista en grado tal que difícilmente puede dársele incluir las categorías nacionales usadas por los adeptos de este último enfoque. En esta ciencia social la fuerza motivadora es el reconocimiento que todo colega otorga al científico individual por sus logros concretos [Storer, 1970, p. 841. Puesto que el grado de reconocimiento requerido para estimular a un científico dado vana, la fuerza referida no sólo es psicológica, sino también individua- lista. La similitud con el modelo de desarrollo exportado desde los Estados Unidos y con la marca de utilidad marginal de las ciencias económicas tan popular allí, saltará sin duda a la vista. Storer pretende que la comunidad científica “probablemente se acerca al ideal del laissez-faire más de lo que la institución económica de la sociedad se acercó nunca” [Storer, 1970, p. 931. Y el universalismo del canon de Merton exige que las carreras estén abiertas a todas las personas con talento [Merton, 1973, p. 2721. Restringir el acceso a las carreras científicas por otros motivos que la aptitud perjudicana la promoción del saber.

El modelo de Storer para el fomento de la ciencia (término que incluye a las ciencias sociales) ilustra la perspectiva mertoniana, y su estrategia para el desarrollo científico es paralela a la preconizada por los difusionistas norteamericanos para el desarrollo económico. Parece oportuno concluir con una breve refe- rencia a un paradigma para el desarrollo de la ciencia social que se asemeja al modelo de desarrollo económico y social de los difusionis- tas. Esta semejanza es análoga a la que existe entre la teoría de la dependencia y la ciencia social multinacional, semejanza que ha ser- vido de marco para este artículo. La existen- cia de la segunda semejanza justifica aun la forma en que hemos utilizado la primera.

El modelo de Storer para el fomento de la ciencia no hace mención alguna a las relaciones verticales ni a la nativización. En realidad, sostiene que la nación en desarrollo debe favorecer el contacto con las naciones más adelantadas en investigación científica y

aprender sus lenguas. Estas son precisamente las naciones que explotan al tercer mundo, según los multinacionalistas. Storer afirma además que hay que procurar que las culturas locales se aparten de las explicaciones sobrena- turales y busquen explicaciones “objetivas”, y que los gobiernos ofrezcan una superestruc- tura educativa adecuada, honrando a los cien- tíficos, en vez de simplemente tolerarlos. Al igual que los capitalistas modernos, Storer habla de laissez-faire, pero solicita apoyo del poder público, del exterior. Las operaciones internas de la ciencia hay que dejárselas a los científicos. Storer pone el énfasis en la psico- logía, en la necesidad de alcanzar una “masa crítica” de científicos de talla y competencia suficiente como para generar información pro- fesional de suerte que “no se sientan total- mente dependientes de la información llegada del extranjero” [Storer, 1970, p. 921. Explica que no existe ninguna regla categórica para determinar el tamaño de esta masa crítica, porque así como las normas internacionales determinan la competencia absoluta, así tam- bién las propias necesidades psicológicas del científico individual determinarán la masa crí- tica necesaria para satisfacerle. Pero una vez que esta masa crítica haya sido alcanzada, se deberá seguir un desarrollo científico gradual y progresivo. Esta condición para que la ciencia social alcance la fase de “despegue” contrasta con la nativización preconizada por los multinacionalistas, es decir, la necesidad de que las disciplinas reflejen las condiciones y pautas de pensamiento nacionales, y no que la iniciativa local y sus logros sean meramente capaces de procurar una dosis suficiente de autosatisfación a sus profesionales en ejerci- cio.

Conclusión

Desde el uso de la teoría de la dependencia como paradigma para elaborar la versión multinacional de la ciencia social hasta la presentación del modelo mertoniano-natura- lista de desarrollo científico, hemos descrito un círculo completo. Al hacerlo, hemos com-

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parado y contrastado paradigmas y hemos ido y venido varias veces desde el ámbito de la ciencia académica a la plaza del mercado, todo ello en un esfuerzo por articular de forma estructurada y por presentar con clari- dad las características de la versión multinacio- nal de la ciencia social. Hay en ello también una advertencia a los naturalistas del “primer mundo” sobre el hecho de que los nacionalis- tas del tercero están resueltos, por medio de la nativización, a sacar a las ciencias sociales del internacionaiismo, que, según nos asegu- ran los naturalistas, es un rasgo cada vez más acusado de estas disciplinas.

Para nuestro análisis nos hemos apoyado fundamentalmente en cuatro características del enfoque multinacional. La nativización es una de dichas características, y está estrecha- mente relacionada con otras dos, o sea, las relaciones verticales de la ciencia social global y la explotación de la periferia por parte del centro. Esta última consiste en imponer cien- cias sociales falsas o inadecuadas a los países del tercer mundo y en deformar las disciplinas que en ellos se cultivan. El remedio está en la creación local de disciplinas nacionales sóli- das, en una ampliación del intercambio regio- nal y en la supresión o -según se expresa en el informe de la conferencia de 197ó- en la “revisión” de las relaciones con el centro. Los multinacionalistas abogan por un periodo inde- finido de aislamiento del centro, durante el cual la ciencia social nacional pueda desarro- llarse. Esta es a nuestro juicio una reivindica- ción de nacionalismo, un rasgo que, creemos, caracteriza a las ciencias sociales actualmente.

Las relaciones verticales descritas por los multinacionalistas ilustran mejor que el modelo mertoniano las relaciones de los Esta- dos Unidos con la ciencia social del tercer mundo. E n otro trabajo hemos señalado que

los científicos sociales de esa superpotencia se comunican principalmente entre ellos mismos, recibiendo algunos mensajes de otros países anglófonos, pero casi ninguno del resto del mundo [Gareau, 19821. Al mismo tiempo, este centro de ciencia social es la fuente de una desproporcionada cantidad de comunica- ciones. Esta red unidireccional tiene escasa semejanza con las relaciones colegiales, hori- zontales, definidas por los mertonianos. El valor intrinseco del enfoque multinacional se aprecia igualmente en su reconocimiento de que la ciencia social del tercer mundo se caracteriza por una dicotomía entre un grupo orientado internacionalmente, y en comunica- ción con el centro, y un grupo nacionalista que mira hacia adentro, hacia la patria y a la región. Gran parte de los trabajos sobre la materia ignora esta distinción y deforma la imagen de la ciencia social del tercer mundo, concentrándose exclusivamente en uno solo de estos grupos. Una última observación sobre las perspectivas de futuro de los naciona- listas: creemos que tales perspectivas son excelentes, porque el nacionalismo y el regio- nalismo del tercer mundo no han agotado su fuerza y porque -como nos dicen los multina- cionalistas- las ciencias sociales son parte integrante de la s0ciedad.y del mundo, de la superestructura de Marx. Nuestra utilización de conceptos marxistas al explicar el enfoque multinacional no nos permite concluir que los nacionalistas en los países del tercer mundo sean un grupo insignificante de radicales. Podríamos igualmente haber utilizado ideas de la teoría crítica4 y, con un poco de imaginación, de la teoría de la aculturación. Los nacionalistas podrían ser la nueva ola del futuro.

Traducido del inglés

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Notas

1. Respecto a la afirmación de que la sociología norteamericana es estática y por ello inadecuada para una América Latina en desarrollo, véase Sotelo, 1975, p. 18-20.

2. Para corroborar esta afirmación en lo que concierne a las ciencias sociales en los Estados Unidos de América,

véase el trabajo del autor “The increasing ethnocentrism of American social science”, que aparecerá en un número próximo del International journal of comparative sociology.

3. Para confirmar la validez de esta afirmación respecto al

sistema internacional de comunicaciones, véase Richter [1979] y Masmoudi [1979].

4. La teoría crítica describe el “positivismo” (naturalismo) como una ideología que ataca a otras ideologías y racionaliza el statu quo. Véase Held, 1980, p. 167-174.

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Más allá de la teoría de la dependencia

Pedro Henríquez

“Dependencia” es un concepto que abarca tal diversidad de aspectos, que toda disquisición sobre el tema debe distinguir cuidadosamente entre las diferentes acepciones si no se quiere añadir más confusión a un debate ya de por sí oscuro. Es evidente que las diversas versiones e interpretaciones del fenómeno de la dependencia son discontinuas y diferentes. Cada versión puede ser explicada tomando en consideración el contexto histórico en el que ha sido formulada y la realidad social y política que pretende explicar.

Por eso es conve- niente considerar el contexto histórico dentro del cual se formuló la teoría de la dependencia.

En lo esencial, la teoría de la dependencia debe interpretarse como un elemento de la reac- ción contra la tesis del efecto positivo que cabía esperar de la integración

cual deben formularse y ejecutarse las estrategias de desarrollo nacional. Además de establecer la necesidad de formular políticas definidas a nivel nacional, analiza los factores que puedan interponerse en su formulación y ejecución. Esto quiere decir, entre otras cosas, que todas las opciones de política económica deberán también considerar explícitamente la repercusión en el equilibrio de fuerzas sociales que son determinantes en

Pedro Henríquez, especialista chileno de relaciones internacionales e investi- gador en la Universidad de las Nacio- nes Unidas desde 1976, trabaja actual- mente en la Unesco. Entre sus sobras publicadas se destacan: L a nacionali- zación de las empresas transnacionales del cobre en Chile (1973), Le rôle des entreprises transnationales dans le sys- tème international (1975), Perspectives on the New International Economic Order (1981) y R & D system in rural areas (1982).

al sistema capitalista ’

“moderno”. Las consecuencias generalmente ambiguas y a menudo polarizadoras de las políticas integracionistas en las sociedades dependientes proporcionaron la base de donde surgieron perspectivas teóricas alternativas.

La teoría de la dependencia destaca la necesidad de incorporar al análisis socioeconómico cuestiones relativas a la adecuación de la base política a partir de la

la formulación de estrate- gias de desarrollo nacio- nal. Estas cuestiones son analizadas en un contex- to internacional de “inter- dependencia asimétrica” , en el que se considera que el subdesarrollo económico constituye un obstáculo central para la formulación y ejecución de estrategias “naciona- les” de desarrollo.

La dependencia, entendida como un inten- to de analizar estos

problemas con un enfoque interdisciplinario, adquiere una importancia cada día mayor. Si bien dicho análisis no puede sustituir al análisis disciplinario específico, ya sea de naturaleza teórica o empírica, representa una perspectiva a partir de la cual es posible relacionar entre sí dichos análisis, haciéndolos aptos para incorporar determinados aspectos de la realidad concreta del subdesarrollo.

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422 Pedro Henríquez

Análisis de la dependencia

El marco teórico de la dependencia es el análisis del capitalismo periférico. Su carac- terística más importante es el intento de analizar el mismo desde el punto de vista de la interacción entre estructuras internas y exter- nas.

Entre los trabajos realizados sobre el problema es posible distinguir tres corrientes de pensamiento principales. La primera es la de aquellos que no aceptan la posibilidad de desarrollo capitalista en la periferia; la segunda es la de los que analizan los obstácu- los con los que tropieza el desarrollo capita- lista en estos países, y la tercera es la de los que aceptan la posibilidad de un tipo de desarrollo capitalista en la periferia, poniendo de relieve las formas subalternas que adopta con respecto al capitalismo del centro.

U n análisis más a fondo indica que las diferencias que se aprecian en los análisis de la dependencia son algo más que meras discre- pancias respecto a la posibilidad de desarrollo capitalista en las sociedades dependientes.

Al respecto podemos distinguir tres enfo- ques fundamentales de la dependencia. El primero intenta elaborar una “teoría del sub- desarrollo”, en la que el carácter dependiente de las economías periféricas revelaría determi- nados procesos causalmente ligados a su sub- desarrollo. Exponente originario de este enfo- que fue André Gunder Frank. El “modelo de subdesarrollo” de Frank distinguía tres nive- les. El primero es el que intenta hacer ver cómo han sido incorporadas a la economía mundial determinadas áreas de la periferia desde las primeras etapas de la era colonial. El segundo trata de demostrar que dicha incorporación a la economía mundial ha trans- formado necesariamente a los países en cues- tión en economías capitalistas. Por iíltimo, hay un tercer nivel en el que Frank se esfuerza por mostrar que la integración de estas eco- nomías en el sistema capitalista mundial se realiza a través de una interminable cadena metrópoli-satélite.

La línea central de la tesis de Frank en lo que atañe al “desarrollo del subdesarrollo”

fue retomada por el sociólogo brasileño Theo- tonio dos Santos. Este autor distingue dife- rentes tipos de relaciones de dependencia (colonial, industrial-financiera e industrial tec- nológica) y analiza las distintas estructuras internas que unas y otras generan. Dos Santos puso de relieve las diferencias y discontinui- dades que se aprecian entre los tipos de dependencia y entre las estructuras internas que son su resultado.

El núcleo central en torno al que se estructura el análisis de estos autores es que el capitalismo, en un contexto de dependencia, genera necesariamente el subdesarrollo. La especificidad del desarrollo capitalista en las sociedades dependientes es distinta de la que reviste en las sociedades capitalistas del cen- tro. La especificidad del desarrollo capitalista en América Latina proviene de las formas históricas en que se han manifestado las contradicciones económicas, políticas y socia- les y del modo en el que las sociedades latinoamericanas las han afrontado y temporal- mente superado, creando este proceso nuevas contradicciones, y así sucesivamente.

El segundo enfoque proviene de la Comi- sión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL), y se formula desde la perspectiva de una crítica de los obstáculos que se oponen al “desarrollo nacional”. El tercer enfoque intenta estudiar las formas concretas en las que evoluciona la relación dependiente, es decir, cómo se articulan las economías y políticas de las sociedades depen- dientes con las de las del centro capitalista. Este enfoque se identifica esencialmente con la obra del sociólogo brasileño Fernando Enrique Cardoso, Dependencia y. desarrollo en América Latina, escrita en 1967 en colabo- ración con el sociólogo chileno Enzo Faletto. Una de las características de este enfoque ha sido la de incorporar al análisis del desarrollo latinoamericano las transformaciones del sis- tema capitalista mundial. La presencia de las empresas transnacionales, en cuanto elemen- tos centrales del proceso de transnacionaliza- ción de la producción, ha transformando pro- gresivamente la naturaleza de la relación centro-periferia, así como la relación entre los

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Más allá de la teoría de la dependencia 423

países del centro. Según este análisis, el incremento de la participación del capital extranjero en la industria de la periferia ha transformado el contenido nacional y antiim- perialista que tenía otrora la demanda de industrialización en la periferia. En efecto, discusiones teóricas recientes basadas en la evolución de la industrialización en América Latina aclaran que la industrialización no siempre es coincidente con los intereses nacio- nales. Una industrialización que aumenta la dependencia (en particular tecnológica y finan- ciera) parece ser más coincidente con los intereses del capitalismo central que con los de la sociedad dependiente. Se requiere, en consecuencia, la elaboración de conceptos que puedan dar cuenta a la vez de las tenden- cias generales de expansión capitalista, así como de la especificidad del desarrollo capita- lista en las sociedades dependientes, y las mediaciones sociales correspondientes al nivel del estado y de las clases sociales.

En el presente artículo nos referimos solamente al enfoque de la CEPAL, por la importancia histórica del pensamiento “cepa- lino” en la orientación de diversos planes de desarrollo de la región. Los otros enfoques han tenido alguna relevancia en la discusión “intelectual” de América Latina pero no se han reflejado en la orientación de las socie- dades latinoamericanas, en particular, en la acción del estado.

El análisis de la CEPAL representa la primera contribución latinoamericana impor- tante a las ciencias sociales. El hecho de que la CEPAL formulara una teoría basada en el análisis de la experiencia económica latino- americana fue un poderoso estímulo para la reflexión crítica de los problemas de América Latina.

EI núcleo del análisis de la CEPAL fue la crítica de la teoria convencional del comercio internacional. Se proponía demostrar que la división internacional del trabajo es de mayor beneficio para el centro (donde está concen- trada la producción manufacturera) que para la periferia (la cual se destina a producir bienes primarios, agricolas o minerales).

El punto de partida de la CEPAL era la

idea de que la economía mundial está formada por dos polos, el “centro” y la “periferia”, y que las estructuras de producción difieren sustancialmente en cada uno de ellos. Las del centro se consideran homogéneas y diversifica- das; las de la periferia, en cambio, heterogé- neas y especializadas. Son heterogéneas por- que coexisten actividades económicas con diferenciales de productividad significativos, representados los extremos por un sector de exportación con productividad relativamente alta y una agricultura de subsistencia con productividad particularmente baja. Son espe- cializadas porque el sector de exportación tiende a concentrarse en torno a unos pocos productos primarios. Esta diferencia estructu- ral entre los dos tipos de economía explica las funciones de cada polo en la división interna- cional del trabajo, y esto a su vez refuerza la diferencia estructural entre ellos.

Puesto que los dos polos se hallan estre- chamente vinculados, la diferencia estructural entre centro y periferia no puede ser definida en términos estáticos. Por su misma natura- leza, centro y periferia forman un solo sis- tema. Los factores determinantes que actúan en la relación están regidos por la estructura de producción de cada polo. Tenemos así una definición de un sistema (centro-periferia) y de las desigualdades consideradas inherentes a su dinámica; las estructuras de producción de cada polo no son sólo la base de la relación, sino que evolucionan en la interac- ción entre los polos, mientras las diferencias entre ellas tienden a persistir.

Para conseguir un crecimiento económico acelerado y sostenido en América Latina era necesario impulsar un proceso de industrializa- ción. No podía esperarse que este proceso se produjera espontáneamente, pues se vería inhibido por la división internacional del tra- bajo que el centro intentaría imponer, así como por una serie de obstáculos estructu- rales internos de las economías latinoamerica- nas. En consecuencia, se proponía una serie de medidas para estimular el proceso de industrialización. Entre otras medidas, se requería la intervención del estado en la economía, tanto en la formulación de políticas

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424 Pedro Henriquez

económicas orientadas hacia estos fines como en calidad de agente productor directo. Entre las políticas económicas sugeridas se contaban el proteccionismo, el control de cambio, la atracción de inversiones extranjeras en la industria y el estímulo y orientación de la inversión nacional. La intervención del estado en actividades directamente productivas se recomendaba en aquellas áreas donde era necesaria una inversión a gran escala.

Las características más importantes del subdesarrollo -cesantía, desequilibrio exter- no y deterioro de los términos de intercam- bio- derivan directamente de la estructura de producción. Del mismo modo, la posibili- dad de abordarlas se contempla en términos de patrones de transformación ideales, los cuales indican el equilibrio que debe respe- tarse si estos aspectos negativos han de supe- rarse.

Las limitaciones de la tesis propuesta por la CEPAL radican en que este nivel de análisis no consideró las relaciones sociales de producción, que constituyen la base de un proceso de industrialización.

La CEPAL proponía un modelo ideal de crecimiento sectorial -y, con ello, de creci- miento global- concebido de manera de evi- tar las tendencias normales del desarrollo económico en la periferia. D e esto se deducen las condiciones de acumulación necesarias que proporcionarían el equilibrio requerido en la transformación de los distintos sectores de la producción. Sin embargo, aun llevado a los límites de su virtual coherencia interna, el enfoque estructural es inadecuado para el análisis de la evolución a largo plazo del sistema económico en su conjunto, ya que esto a todas luces implica algo más que la transformación de la estructura de producción.

El análisis del desarrollo no puede reali- zarse exclusivamente en términos de los patro- nes de acumulación necesaria para evitar la creación de algunas desigualdades entre los sectores de producción. Las exigencias de acumulación se infieren de estas desigual- dades, pero sus probabilidades dependen más de las condiciones generales en las que la acumulación se produce a nivel mundial, que

de taies desigualdades. Dicho de otra manera, no basta con postular la desigualdad de desa- rrollo de las fuerzas de producción, sino que también hay que tener en cuenta que estas fuerzas de producción evolucionan dentro del marco de un proceso de generación, apropia- ción y utilización del excedente económico, proceso que no acontece solamente en cada polo, sino también entre los dos polos de la economía mundial.

Las teorías de la CEPAL suscitaron vivas críticas. Fueron criticadas desde la izquierda por no denunciar suficientemente los mecanis- mos de explotación propios del sistema capita- lista. Por su parte, la derecha liberal consi- deró que las recomendaciones de la CEPAL eran totalmente herétícas desde el punto de vista de la teoría convencional.

El proceso de industrialización que reco- mendaba la CEPAL agravó los problemas de balanza de pagos. La inversión extranjera, por otra parte, produjo efectos contrarios a los esperados. En varios países, la distribu- ción de la renta empeoró; los problemas de desempleo se agravaron, particularmente como consecuencia del proceso de emigración de las zonas rurales hacia las ciudades, y la producción industrial pasó a estar cada vez más controlada por las empresas transnaciona- les.

El sombrío panorama del desarrollo capi- talista en América Latina fortaleció las convic- ciones de los partidarios de la teoria de la dependencia.

Más allá de la teoría de la dependencia: relaciones espaciales y sociales

La visión optimista de la década de 1950 respecto al poder transformador de la indus- trialización ha tenido que rendirse a la eviden- cia de que, para vencer los obstáculos de índole estructural que traban el funciona- miento del sistema socioeconómico en su conjunto e impiden su transformación, es necesario promover cambios en las estructu- ras sociales.

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Más allá de la teoría de la dependencia 425

Los latifundistas, consolidados durante el periodo de crecimiento exógeno, el carácter monopolista y dependiente del sector indus- trial -sobre todo en cuanto atañe a la tecno- logía-, configurado durante el periodo de crecimiento endógeno, y el capital extranjero concentrado principalmente en el sector de exportación constituyen los elementos esen- ciales de la nueva estructura económica. Estu- dios recientes indican que las estructuras polí- ticas, económicas y sociales entorpecen la acumulación, haciendo que el proceso de industrialización pierda dinamismo.

Las relaciones entre el centro capitalista y la periferia se desarrollan bajo la hegemonía del poder. La hegemonía de los Estados Unidos sobre el sistema capitalista ha experi- mentado grandes cambios. En la época con- temporánea han aparecido otros centros de hegemonía económica dentro del sistema, en particular, el Japón, con enorme gravitación no sólo en el Asia, sino en el conjunto del sistema capitalista. Esto, unido al resurgi- miento de un espacio económico europeo en tomo a los polos industriales de Alemania y Francia, ha generado contradicciones impor- tantes en el centro capitalista, así como tam- bién ha generado cambios importantes en la relación centro-periferia.

Las relaciones entre el centro y la perife- ria no son estáticas, sino que están sujetas a distintos cambios en el centro y en la estruc- tura de la sociedad periférica. El centro siempre busca la forma de defender sus inte- reses económicos, políticos y estratégicos, que unas veces coinciden con los de la periferia y otras están en conflicto con ellos.

Hasta hace muy poco tiempo era co- rriente la idea de que el capitalismo expre- saría su dinamismo en la periferia. Marx consideró que la industrialización se exten- dería por todo el mundo siguiendo la experien- cia histórica del Reino Unido. A juicio de Marx, las colonias serían obligadas a adoptar el modo de producción capitalista, y de este modo acabarían por industrializarse tarde o temprano. Sin embargo, la experiencia histó- rica ha demostrado que la mayor parte de los países del tercer mundo lograron la indepen-

dencia política sin la industrialización. El capi- talismo, antes que facilitar la industrialización de las sociedades dependientes, de hecho impi- dió en el periodo colonial el inicio del proceso de industrialización. Al mismo tiempo, la in- dustrialización de la periferia no ha desem- peñado un papel activo en la división internacio- nal del trabajo contemporánea. La tendencia al establecimiento de una nueva división interna- cional del trabajo constituyó el foco principal de los estudios teóricos y empíricos emprendidos por el Instituto Max-Planck de Ciencias Socia- les, y publicados bajo el título The new international division of labour. En estos estu- dios se pusieron de relieve dos conclusiones.

Primero, que el desarrollo de una nueva división internacional del trabajo como base de un nuevo orden económico mundial no posee capacidad suficiente para mejorar las condiciones materiales de la mayoría de la población del tercer mundo, aunque esto no excluye la posibilidad de que un determinado número de países puedan llegar a comprome- terse en un proceso de industrialización depen- diente. Sin embargo, aun cuando el grueso del futuro crecimiento industrial hubiera de estar concentrado en estos nuevos centros, sólo podría absorberse una pequeña fracción de los desempleados, y ello con salarios muy bajos. Así pues, sería un error esperar que este proceso permitiera poner en marcha en el tercer mundo un desarrollo económico autó- nomo que condujese al establecimiento de una amplia base industrial. Y a esta conclusión por sí sola supone un considerable paso ade- lante en el empeño de disipar cualquier opti- mismo injustificado en lo que atañe al interro- gante esencial, o sea, si las tendencias que hoy existen en la economía mundial ofrecen alguna perspectiva de mejoría material para la mayor parte de la población del tercer mundo.

La segunda conclusión es que los aspec- tos actuales de la crisis por la que atraviesan los países occidentales industrializados son en gran parte imputables a la reorganización de la producción industrial a escala mundial. Los síntomas más visibles son los cambios cuantita- tivos (desempleo) y cualitativos (pérdida de cualificación profesional de la mano de obra)

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426 Pedro Henriquez

que se están produciendo en el mercado de trabajo.

El impulso de industrialización cobra energías en la periferia cuando el ímpetu dinámico del centro se ve interrumpido por crisis sucesivas. El centro se mostró dispuesto a participar en la industrialización periférica en época reciente, especialmente después de la segunda guerra mundial, atraído en gran medida por los beneficios del desarrollo indus- trial destinado a sustituir importaciones.

El hecho de que el centro no mostrara ningún interés espontáneo por el desarrollo industrial de la periferia no explica por qué la periferia no inició la industrialización por decisión propia y deliberada. ¿Por qué había de esperar tanto tiempo para dar comienzo al proceso? La respuesta hay que buscarla en la formación estructural de la periferia y en la manera en que ésta ha vinculado sus intereses con los del centro. La “burguesía compra- dora” de la periferia, que obtenía sus rentas de las exportaciones primarias, no tenía inte- rés alguno en la industrialización. Esta bur- guesía compradora fue sustituida por una “burguesía nacional”, apoyada por el estado. Las burguesías nacionales fomentaron una estrategia de desarrollo nacional, apoyando la industrialización.

El concepto de desarrollo periférico mediante la expansión espontánea del capita- lismo que afluye desde el centro subsiste todavía. La clave está en la inversión privada extranjera, y especialmente en la de las empre- sas transnacionales. La presencia de las empre- sas transnacionales en el sector industrial conduce inevitablemente a una rápida moder- nización de las actividades productivas y a un conti-o1 por parte de intereses extranjeros de sectores estratégicos del sistema económico nacional,

La superioridad tecnológica y económica de las empresas transnacionales y el apoyo político real o virtual que reciben de los países donde tienen su sede les permite apropiarse de una parte desproporcionada del excedente. El problema es ya muy antiguo, aunque últimamente han surgido nuevos e impor- tantes aspectos del mismo.

Se advierte un cambio de actitud en lo que respecta a la explotación de los recursos naturales. El control del acceso a los recursos no renovables se ha considerado siempre como una de las principales fuentes de poder en las relaciones internacionales. Estos recur- sos están ubicados principalmente en la perife- ria, y cuando los países periféncos adquirie- ron por primera vez la capacidad de explotar- los ellos mismos, nació una situación entera- mente nueva; la tendencia predominante actual es la de un fortalecimiento de la posición de poder de aquellos que controlan la oferta de recursos no renovables. Esto puede apreciarse haciendo una comparación entre la escasa proporción del valor de los recursos naturales que antes quedaba dentro del ámbito de la periferia y la parte cada vez mayor que hoy generalmente se obtiene. A este respecto, un factor decisivo es el con- cepto de derecho soberano sobre los recursos naturales. (Véase el capítulo 2, artículo 2 de la “Declaración sobre los derechos y deberes económicos de los Estados”, de la vigésimono- vena Asamblea General de las Naciones Uni- das, el 12 de diciembre de 1974.)

El control de la tecnología es, hoy día, un elemento fundamental de hegemonía econó- mica en el plano internacional. La lucha contra la dependencia se convierte en un esfuerzo de la periferia por eliminar el mono- polio del centro sobre los recursos tecnológi- cos. La dependencia tecnológica se considera un elemento decisivo en la dependencia glo- bal. A pesar de su importancia, raras veces se ha analizado este problema dentro del marco teórico de la dependencia. E n su mayor parte, el debate se ha centrado en torno a cuestiones más bien específicas, tal como las tarifas de transferencias, la apropiación tecnológica pri- vada, etc., o ha derivado a una serie de enunciaciones descriptivas sobre la margina- ción de la ciencia y de la tecnología en los países en desarrollo. Estas contribuciones han sido importantes para poner de relieve la existencia de la dependencia tecnológica, pero han añadido poco al conocimiento de las implicaciones económicas en los países tecno- lógicamente dependientes.

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Mûs allá de la teoría de la denendencia 421

Durante la presente fase de diseminación industrial en la periferia, las empresas transna- cionales manifiestan la intención de mantener el control sobre la tecnología compartiendo el know-how tecnológico mediante contratos de patente.

Muchos de los puntos que se hacen resaltar en la teoría de la dependencia han proporcionado importantes perspectivas para la comprensión del desarrollo y del subdesa- rrollo. En muchos aspectos, la teoría de la dependencia complementa y enriquece el aná- lisis marxista clásico del imperialismo y del subdesarrollo, e intenta formular el punto de vista de los países dependientes. D e esta manera ha modificado el pensamiento mar- xista sobre los efectos probables de la expan- sión capitalista en los países en desarrollo, poniendo el acento en la interacción existente entre las estructuras internas y las externas.

La teoría de la dependencia ofrece una crítica de las teorías que dividen la realidad social en dimensiones analíticamente indepen- dientes entre sí, como si estos elementos fuesen realmente separables. Así, la teoría de la dependencia ofrece una crítica de las tipo- logías sociológicas modernismo-tradiciona- lismo, del dualismo, del funcionalismo y, en general, todos aquellos enfoques que no inte- gran en sus análisis una descripción del con- texto socioeconómico en el que el desarrollo tiene lugar. El punto básico sostenido por esta teoría es que la interacción entre la estructura latinoamericana interna y las estructuras inter- nacionales constituye el punto de partida para una comprensión del proceso de desarrollo, que para América Latina es de vital importan- cia.

La teoría de la dependencia fue sólo un punto de partida para la realización y orien- tación de nuevos análisis. Los mecanismos reales de la dependencia son raras veces desglosados y examinados con detalle. La crisis económica actual de América Latina pone de relieve la necesidad de buscar marcos teóricos capaces de interpretar el presente y las alternativas posibles de la sociedad latino- americana. El fracaso de las estrategias de desarrollo orientadas a una integración en el

sistema capitalista mundial obliga a retomar algunos de los planteamientos fundamentales de la teoría de la dependencia. Es evidente que las estructuras económicas de la mayoría de los países de América Latina han cambiado fundamentalmente en los últimos treinta años. La actual discusión teórica sobre las alternati- vas de desarrollo en la región replantea, en un contexto histórico diferente, la vieja polémica acerca de la viabilidad del desarrollo capita- lista en las sociedades dependientes. Los proyectos alternativos que plantean las distin- tas fuerzas sociales tratan de concretar la posibilidad de un desarrollo “nacional” frente a la transnacionalización creciente de los sec- tores productivos estratégicos de la región. El debate actual replantea el problema del estado nacional como actor central de una estrategia de desarrollo nacional.

Dentro del sistema internacional, el estado es una institución cuya existencia se define por su relación con otros estados. Su grado de soberanía económica puede ser mayor o menor. Su poder real para controlar la circulación de capital, bienes y mano de obra a través de sus fronteras es mayor o menor, y la aptitud real de un gobierno para hacer cumplir decisiones que afecten a las distintas clases sociales es también mayor o menor.

Se requiere un análisis histórico de los actores sociales con capacidad de intervenir en la formulación de las políticas estatales que rigen las relaciones sociales de producción y las normas que regulan la circulación de los factores de producción. Son los estados los que establecen las normas y son fundamental- mente los estados los que participan en el actual sistema internacional. Toda subestima- ción del papel del estado como actor central en el desarrollo de las sociedades depen- dientes conduce de facto a consolidar la estrategia de transnacionalización de la perife- ria en detrimento de la posibilidad de un desarrollo auténticamente nacional. En este contexto, una estrategia de desarrollo nacio- nal que cuenta con el apoyo de las masas populares constituye una alternativa al desa- rrollo capitalista dependiente de carácter

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428 Pedro Henríquez

transnacional que promueven las empresas transnacionales.

El actual sistema internacional es el resul- tado directo de la estructura de poder resul- tante de la segunda guerra mundial. Sin embargo, conviene notar que en los últimos treinta años han ocurrido cambios fundamen- tales, en particular como resultado de la lucha de los pueblos del tercer mundo por su independencia. Como consecuencia de las sucesivas etapas del proceso de descoloniza- ción, numerosas naciones de Africa, Asia y América Latina han logrado su independencia política, pero no han logrado todavía consoli- dar su independencia económica, por las razo- nes estructurales que explica la teoría de la dependencia. Las contradicciones por la hege- monía del sistema capitalista, junto con la participación activa de los nuevos estados soberanos del tercer mundo en el sistema político y económico internacional han creado condiciones favorables a un cambio estructu-

ral del sistema internacional. Los procesos de desarrollo que han tenido lugar en la periferia del sistema capitalista cuestionan fundamental- mente la actual estructura de poder internacio- nal, tal cual se ha formalizado en algunas instituciones financieras del sistema de las Naciones Unidas.

La teoría de la dependencia, tal cual fue formulada por los científicos sociales de Amé- rica Latina, proporciona elementos de análisis fundamentales para la comprensión de la “interdependencia asimétrica” que caracteriza al sistema internacional. Sin embargo, la teoría de la dependencia no puede limitarse exclusivamente a constatar la desigualdad exis- tente entre los diversos componentes del sis- tema internacional. Frente a la crisis generali- zada, se requieren instrumentos teóricos ade- cuados para visualizar las estrategias posibles destinadas a la transformación de las socie- dades dependientes.

Traducido del inglés

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Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones. internacionales La redacción de la RICS no dispone de información adicional sobre estas reuniones.

1983 -

2-4 de junio Washington Association for the Advancement of Policy, Research and Development in the Third World: mesa redonda Mekki Mtewa, AAPRD in the Third World, P.O. Box 24234, Washington, D. C. 20024 (Estados Unidos de América)

D. C.

4-8 de julio Lausana Société Européenne de Psychiatrie d'Enfants et d'Adoles- cents: congreso (Tema: Agresión, agresividad y familia) W. Bettschart, Serv. Médico-Pédagogique Vaudois, 5 Av. de la Chablière, 1004 Lausana (Suiza)

11-16 de julio Salzburgo Unión Internacional de Historia y de Filosofía de las Ciencias: 7." congreso internacional (Tema: Lógica, metodología y filosofía de las ciencias) P. Weingartner, Institut Für Philosophie, Franziskanergasse I, A 5020 Salzburgo (Austria)

Sociedad Europea de Sociología Rural: 12." congreso (Te- ma: el desarrollo rural) Hungarian Organizing Committee, 12th. European Congress for Rural Sociology, P.O. Box 20, 1250 Budapest (Hungría)

24-29 de julio Budapest

24-29 de julio Quito Sociedad Interamericana de Psicología: 19." congreso Gerard0 O'Brien SIP, Spanish Speaking Mental Health Research Center, University of California, Los Angeles, CA 90024 (Estados Unidos de América)

Agosto Europa occidental

Asociación Internacional de Ciencias Económicas: 7." con- greso mundial (Tema: Cambios estructurales, interdependen- cia económica y desarrollo del tercer mundo) AISE, 4 rue de Chevreuse, 75006 París (Francia)

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432

14-25 de agosto Laval y Vancouver International Union of Anthropological Sciences: 11 ." con- greso internacional IUAES, A. Braxton, Depi. of Anthropology and Sociology, 6303 N.W. Marine Drive, University of British Columbia Campus, Vancouver, B. C. (Canadá)

Internacional Institut of Social Economy 3."' congreso mun-

Prof. J. C. O'Brien, Dept. of Finance and Industry, California State University-Fresno. Fresno, CA 93740 (Estados Unidos de América)

17-19 de agosto Fresno, California dial

28 de agosto- San Diego, 3 de sept. California

Tercer congreso internacional sobre la toxicología J. Wesley Clayton, Chemistry Building 320 University of Arizona, Tucson, Arizona 85721 (Estados Unidos de América)

31 de agosto- 7 de sept.

Tokio y Kyoto 31." congreso internacional sobre las ciencias humanas en Asia y Africa del norte 31 CISHAAN, Toho Gakkai, 4-1 Mishi Kanda 2 chome Chiyoda-ku, Tokio 101 (Japón)

Septiembre Parts

5-10 de septiembre Varsovia

19-23 de septiembre Berlin

Congreso sobre el tratamiento de la información M. Hermien, 6 Place de Valois, 75001 Paris (Francia)

Société Internationale de Criminologie: 11." congreso interna- cional Soc. Internat. de Crimonologie, 4, rue de Mondovi, 75001 Pa- rts (Francia)

Institut International des Sciences Administratives: 19." con- greso internacional LISA, Guy Braibant, Rue de la Charité 25, 1040 Bruselas (Bélgica)

otoño Reino Unido Social Science and Medicine Conference: 8." conferencia internacional P. J. P. McEwan, Glengarden, Bridge of Gairn Balloter, Aberdeenshire, Scotland ABE 5 U B (Reino Unido)

2ô-30 de diciembre San Francisco International Association of Professional Relations: reunión anual ZAPR, 7226 Social Science Building, University of Wisconsin, Madison, Wisconsin 53706 (Estados Unidos de América)

1984

9-15 de septiembre Berlín oeste Federación Internacional de la Vivienda, el Urbanismo y la Ordenación del Territorio: Congreso (Tema: posibilidades y problemas económicos y técnicos de la rehabilitación urbana) FIHUAT, 43 Wassenaarseweg, 2596 CG Là Haya (Países Bajos)

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Cagan, Phillip. Do stock prices reflect the adjustment of earnings for inflation? Nueva York, Salo- mon Brothers Center for the Study of Financial Institutions, New York University Graduate School of Business Administra- tion, 1982. 37 p., cuadros.

Carlsson, Jerker (red.). South- south relations in a changing world order. Uppsala, Scandina- vian Institute of African Studies, 1982. 166 p., cuadros, bibliogr.

Finemann, Stephen. White collar unemployment: impact and stress. Chichester; Nueva York, John Wiley and Sons, 1983. 154 p., cuadros, índice. 13.95 libras es- terlinas. (Wiley Series in Organi- zational Change and Develop- ment.)

Ghertman, Michel. Les multina- tionales. París, Presses Universi- taires de France, 1982. 127 p., cuadros. (Que sais-je?.)

Rupp, Kalman. Entrepreneurs in red: structure and organizational innovation in the centrally plan- ned economy. Albany, State Uni- versity of New York Press, 1983. 260 p., cuadros, bibliogr., índi- ce. Rústica: 14,95 dólares; en- cuadernado: 39,50 dólares (SU- NY Series on Organization.)

Sarma, J. S. Agricultural policy in India: growth with equity. Ottawa, International Develop- ment Research Centre, 1982. 91 p., cuadros, bibliogr. 5 dó- lares.

Vilmar, Fritz; Kissler, Leo. Ar- beitswelt: Grundriss einer kritis- chen Soziologie der Arbeit. Opla- den, Leske Verlag und Budrich

GmbH, 1982. 256 p., cuadros, bibliogr., índice.

Administración pública

Geer, Roeland van de; Wallis, Malcolm. Government and deve- lopment in rural Lesotho. Roma, National University of Lesotho, 1982. 155 p., cuadros, índice.

Swedish Agency for Research Cooperation with Developing Countries I Radhika Ramasub- ban. Public health and medical research in India: their origins under the impact of British colo- nial policy. Estocolmo, SAREC, 1982. 48 p.

Tecnología

Kalbermatten, John M , y otros. Appropriate sanitation alternati- ves: a planning and design ma- nual. Baltimore / Londres, The Johns Hopkins University Press for the World Bank, 1982. 11,25 libras esterlinas; 19,50 dólares de los Estados Unidos.

Agricultura

Fina, J. C.; Lattimore, R. G. (reds.). Livestock in Asia: issues and policies. Ottawa, Internatio- nal Development Research Cen- tre, 1982. 192 p., figs., cuadros. 9 dólares de los Estados Unidos.

Ordenación del territorio

Theodorson, George A. (red.). Urban patterns: studies in human ecology. University Park; Lon- dres, The Pennsylvania State University Press, 1982. 459 p., figs., cuadros, índice.

Biografías, historia

Verna, Paul. Pedro Antonio Le-

Page 194: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

I

I

1 Libros recibidos 435

lem. Caracas, Comité Ejecutivo del Bicentenario de Sirnón Bolí- var, 1982. 192 p., ilustr., bi- bliogr., índice. (Col. Contorno Bolivariano.)

r Strumingher, Laura S. What we- re little girls and boys made of Primary education in rural Fran- ce, 1830-1880. Albany, State University of New York Press,

1983. 209 p., cuadros, bibliogr., índice. Rústica: 9,95 dólares; en- cuadernado: 30,50 dólares. (SU- NY Series in European Social History.)

Page 195: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

Publicaciones recientes de la Unesco (incluidas las auspiciadas por la Unesco)

Antidesarrollo: Suráfrica y sus bantustanes, por Donald Moer- dijk. París, Unesco Barcelona, Serbal, 1982. 222 p., figs., cua- dros, bibliogr. (Colección de te- mas africanos.) 44 francos fran- ceses.

Aspectos sociopolíticos del parla- mento tradicional en algunos paí- ses africanos, por R. G. Arms- trong; Kifle Selassie Beseat; Bi W. M. y otros. París, Unesco Barcelona, Serbal, 1982. 95 p. 22 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales: anthropologie sociale et culturelle I International bibliography of the social scien- ces: social and cultural anthropo- logy, vol. 25, 1979. Londres I Nueva York, Tavistock Publica- tions, 1982.516p., 33 libras ester- linas; 300 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales: science écono- mique I International bibliogra- phy of the social sciences: econo- mics, vol. 29, 1980. Londres1 Nueva York, Tavistock Publi- cations, 1982. 420 p. 32 libras esterlinas; 290 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales: science politi- quellnternational bibliography of the social sciences: political scien- ce, vol. 29, 1980. Londres I Nue- va York, Tavistock Publications, 1982. 400 p, 32 libras esterlinas; 290 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales: sociologiellnter- national biliography of the social sciences: sociology, vol. 30, 1980. Londres I Nueva York, Tavistock Publications, 1982. 402 p. 32 libras esterlinas; 290 francos franceses.

Ciencia y racismo. París, Unes- co, 1982. 35 p.

Corrientes de la investigación en las ciencias sociales, 3: arte y estética, derecho, por Mike1 Du- freme y Viktor Knapp. París, Unesco I Madrïd, Editorial Tec- nos, S.A., 1982. 620 p. 96 fran- cos franceses.

Corrientes de la investigación en las ciencias sociales, 4: filosofía, por Paul Ricœur. París, Unesco I París, Editorial Tecnos, S.A., 1982. 499 p. 96 francos france- ses.

Las empresas transnacionales y el desarrollo endógeno, por Jean- Louis Reiffers y otros. París, Unesco I Madrid, Editorial Tec- nos, 1982. 307 p., cuadros, bi- biiogr. 90 francos franceses.

Introducción a la cultura africa- na: aspectos generales, por Alpha I. Sow; Ola Balogun; Ho- norat Aguessy y Pathé Diagne. Pans, Unesco I Barcelona, Ser- bal, 1982. 176 p. 38 francos franceses.

EI Islam, la filosofía y las cien- cias. París, Unesco, 1982. 177 p. 50 francos franceses.

Juventud, tradición y desarrollo en Africa: reunión africana sobre la juventud, Nairobi (Kenia), 17-22 de diciembre de 1979. París, Unesco I Barcelona, Ser- bal, 1982. 148 p., cuadros. 40 francos franceses.

La lucha contra el analfabetismo en el mundo: algunas experien- cias positivas de 1971 a 1980 y perspectivas para el futuro. Paris, Unesco, 1982. 90 p.

La mujer africana en la sociedad precolonial, por Achola O. Pala y Madina Ly. París, Unesco I Barcelona, Serbal, 1982. 238 p., cuadros. 50 francos franceses.

Las raíces del futuro, por Ama- dou-Mahtar M'Bow. París, Unesco, 1982. 124 p. 20 francos franceses.

Selective inventory of informa- tion servicesllnventaire sélectif des services d'information I lnven- torio selectivo de servicios de información, 1981. París, Unes- co, 1981. 140 p. (World Social Science Information Services, III I Services mondiaux d'infor- mation en sciences sociales, III I Servicios mundiales de informa- ción sobre ciencias sociales, III.) 30 francos franceses.

Statistical yearbook 1 9 2 I A n- nuaire statistique I Anuario es- tadistico. París, Unesco, 1982. 1206 p. 295 francos franceses.

Un enfoque ecológico integral para el estudio de los asentamien- tos humanos. París, Unesco I Montevideo, ROSTLAC, 1982. 113 p. (Notas técnicas del MAB, 12.) 28 francos franceses.

World directory of social science institutions, 1982 I Répertoire mondial des institutions de scien- ces sociales I Repertorio mundial de instituciones de ciencias socia- les, 1982,3." ed.rev. París, Unes- co, 1982. 535 p. (World Social Science Information Services, III I Services mondiaux d'infor- mation en sciences sociales, II I Servicios mundiales de informa- ción sobre ciencias sociales, 11.) 60 francos franceses.

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Publicaciones recientes de la Unesco 437

Cómo obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la Unesco que lleven precio pueden obtenerse en la Oficina de Prensa de la Unesco, Servicio Comercial (PUB/C), 7, place de Fontenoy, 75700 Pans, o en los distribuidores nacionales; b) las publicaciones de la Unesco que no lleven precio pueden obtenerse gratuitamente en la Unesco, División de Documentos (COL/D); c) las Co-publicaciones de la Unesco pueden obtenerse en todas aquellas librerías de alguna importancia.

Page 197: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

A partir de 1978 esta Revista se ha publicado regularmente en español. Cada número está consagrado a un tema principal.

Vol. XXX, 1978

N.O 1 La territorialidad: parámetro político N.O 2 Percepciones de la interdependencia

N.O 3 Viviendas humanas:

N.O 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979

N.O 1 La pedagogía de las ciencias sociales:

N.O 2 Articulaciones entre zonas urbanas

N.O 3 Modos de socialización del niño N.O 4 E n busca de una organización racional

Vol. XXXII, 1980

N.O 1 Anatomía del turismo N." 2 Dilemas de la comunicación:

mundial

de la tradición al modernismo

algunas experiencias

y rurales

tecnología contra comunidades ? N.O 3 El trabajo N.O 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII, 1981

N.O 1 La información socioeconómica:

N.O 2 E n las fronteras de la sociología N.O 3 La tecnología y los valores culturales N.O 4 La histonografía moderna

sistemas, usos y necesidades

Vol. XXXIV, 1982 91 92 EI deporte 41

94

Imágenes de la sociedad mundial

EI hombre en los ecosistemas Los componentes de la música

Vol. XXXV, 1983

95 El peso de la militarización

Page 198: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

Publicaciones de la Unesco: agentes de venta

Albania: N. Sh. Botimeve Naim Frasheri, TIRANA. Alemania (Rep. Fed. de): S. Karger GmbH, Karger Buchhandlung, Angerhofstr. 9, Postfach 2, D-8034 GERMERINGIMUNCHEN. “El Correo” (ediciones ale- mana, española, francesa e inglesa): M. Herbert Baum, Deutscher Unesco-Kurier Vertrieb, Besalts- trasse 57, 5300 BONN, Para los mapas cientljlicos solamente: Geo Center, Postfach 800830, 7000 STVITGART 80.

Alto Volta: Librairie Attie, B.P. 64, OUAGADOU- GOU. Librairie catholique “Jeunesse d’Afrique’’, OUAGADOUGOU. Angola: Distribuidora Livros e Publicaçoes, caixa postal 2848, LUANDA. Antillas francesas: Librairie “Au Bou1 Mich”, 66, avenue des Caraïbes, 97200 FORT-DE-FRANCE (Mar- tinica) .

Antillas holandesas: C.C.T. Van Dorp-Eddine N.V., P.O. Box 200, WILLEMSTAD (Curaçao, N.A.). Arabia Saudita: Dar Al-Watan for Publishing and Information, Olaya Main Street, Ibrahim Bin Sulaym Building, P.O. Box 3310, RIYAHD. Argelia: Institut pédagogique national, 11, rue Ali- Haddad (ex-rue Zaâtcha), ALGER. Société natio- nale d’édition et de diffusion (SNED), 3, boulevard Zirout Youcef, ALGER. Office des publications universitaires (OPO), 29 rue Abou Nouas, Hydra, ALGER. Argentina: Librería El Correo de la Unesco, EDI- LYR S.R.L., Tucumán 1685, 1050 BUENOS AIRES. Australia: Educational Supplies Pty. Ltd., P.O. BOX 33, Brookvale 2100, N.S.W. Publicationes periódicas: Dominie Ptyl. Ud., P.O. Box 33, Brookvale 2100 N.S. W. Subagente: United Nations Association of Australia, P.O. Box 175, 5th floor, Ara House, 28 Elizabeth street. EAST MELBOURNE 3000. Hunter Publications, 58A Gipps St., COLLINGWOOD VICTORIA 3066. Austria: Buchhandlung Gerold and Co., Graben 31, A-1011 WIEN. Bangladesh: Bangladesh Books International Ltd., Ittefaq Building, 1 R.K. Mission Road, Hatkhola, DACCA 3. Bélgica: Jean D e Lannoy, 202, av. du Roi, 1060 BRUXELLES. CCP 000-0070823-13.

Benin: Librairie nationale, B.P. 294, PORTO Novo. Birmania: Trade Corporation no. (9), 550-552 Merchant Street, RANGOON. Bolivia: Los Amigos del Libro: casilla postal 4415, LA PAZ; Avenida de las Heroínas 3712, casilla 450, COCHABAMBA. Brasil: Fundaçáo Getúlio Vargas, Serviço de Publi- caçoes, Caixa postal 9.052-ZC-02, Praia de Bota- fog0 188, RIO DE JANEIRO RJ (GB). Bulgaria: Hemus, Kantora Literatura, bd. Rousky 6, SOFIJA.

Canadá: Renouf Publishing Company Ltd., 2182 St. Catherine Street West, MONTREAL, Que. H3HlM7.

Colombia: Instituto Colombiano de Cultura, carera 3 A n.O 18-24, BOGOTA.

Congo: Librairie populaire, B.P. 577, BRAZZA-

BANA, OWENDO, OUESSO, IMPFONDO. Costa de Marmil: Librairie des Presses de i’Unesco, Commission nationale ivoirienne pour l’Unesco, B.P. 2871, ABIDJAN. Costa Rica: Librería Trejos, S.A., apartado 1313, SAN JOSE.

Cuba: Ediciones Cubanas, O’Reilly n.O 407, LA HABANA. Solamente EI Correo de la Unesco: Empresa COPREFIL, Dragones n.O 456 ekealtad y Campanario, LA HABANA 2.

Checoslovaquia: SNTL, Spalena 51, PRAHA i (expo- sición permanente). Zahranicni literatura, 11 Sou- kenicka, PRAHA l. Para. Eslovaquia solamente: Alfa Verlag, Publishers, Hurbanovo nam. 6, 89331 BRATISLAVA. Chile: Bibliocentro Ltda., Constitución n.’ 7, casilla 13731, SANTIAGO (21), Librería La Biblio- teca, Alejandro 1867, casilla 5602, SANTIAGO 2. China:. China National Publications Import Corpo- ration, West Europe Department, P.P. Box 88, BEIJIN. Chipre: “MAM”, Archbishop Makarios, 3rd Ave- nue, P.O. Box 1722, NICOSIA. Dinamarca: Munksgaard Export and Subscription Service, 35 Norre Sogade, DK 1370 KOVENHAVN K.

VILLE, POINTE NOIRE, LOUBOUMO, NKAYI, MAKA-

Page 199: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

~ ~ ~

Ecuador: Publicaciones periódicas solamente: DINACUR Cía. Ltda., Pasaje San Luis 325 y Matovelle (Santa Prisca) Edificio Cheva, ofic. 101, QUITO. Libros solamente: Librería Pomaire, A m a - zonas 863, QUITO. Todas laspublicaciones: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, Pedro Moncayo y 9 de Octubre, casilla de correo 3542, GUAYAQUIL.

Egipto: Unesco Publications Centre, 1 Talaat Harb Street, CAIRO.

EI Salvador: Liberia Cultural Salvadoreña, S.A., calle Delgado n.O 117, apartado postal 2296, SAN SALVADOR.

España: Mundi-Prensa Libros S.A., apartado 1223, Castelló 37, MADRID 1. Ediciones Liber, apar- tado 17, Magdalena 8, ONDARROA (Vizcaya). D O N A I R E , Ronda de Outeiro 20, apartado de correos 341, LA CORUNA. Liberia Al-Andalus, Roldana 1 y 3, SEVILLA 4. Librería Castells, Ronda Universidad 13, BARCELONA 7.

Estados Unidos de América: Unipub, 1180, Ave. of the Americas, NEW YORK, N.Y., 10036. Para “El Correo” en español: Santillana Publishing Company Inc., 575 Lexington Avenue, N e w York, N.Y. 10022.

Etiopía: Ethiopian National Agency for Unesco, P.O. Box 2996, ADDIS ABABA.

Filipinas: The Modern Book Co., 992 Rizal Ave- nue, P.O. Box 632, MANILA 2800.

Finlandia: Akateeminen Kirjakauppa, Keskuskatu 1, O0100 HELSINKI 10; Suomalainen Kirjakauppa OY, Koivuvaarankuja 2, 01640 VANTA 64. Francia: Librairie de l’Unesco, 7, place de Fonte- noy, 75700 PARIS; CCP Paris 12598-48. Gabón: Librarie Sogalivre, LIBREVILLE, PORT GENTIL, FRANCEVILLE. Ghana: Presbyterian Bookshop Depot Ltd., P.O. Box 195, ACCRA. Ghana Book Suppliers Ltd., P.O. Box 7869, ACCRA. The University Bookshop of Ghana, ACCRA. The University Bookshop of Cape Coast. The University Bookshop of Legon, P.O. Box, 1, LEGON. Grecia: Grandes librairies d’Athènes (Eleftherou- dakis, Kauffman, etc.).

Guadalupe: Librairie Papeterie Carnot-Effigie, 59 rue Barbès, POINT-A-PITRE. Guatemala: Comisión Guatemalteca de Coopera- ción con la Unesco, 3.” avenida 13-30, zona 1, apartado postal 244, GUATEMALA. Guinea: Commission nationale guinéenne pour l’Unesco, B.P. 964, CONAKRY.

Haití: Librairie “A la Caravelle”, 26, rue Roux, B.P. 111, PORT-AU-PRINCE.

Honduras: Liberia Navarro, 2.“ avenida n.O 201, Comayaguela, TEGUCIGALPA. Hong Kong: Federal Publications (HK) Ltd., 2 D Freder Centre, 68 Sung Wong Toi Road, Tokwa- wan, KOWLOON. Swindon Book Co., 13-15 Lock Road, KOWLOON. Hong Kong Government Infor- mation Services, Publication Section, Baskenille House, 22 Ice House Street, HONG KONG.

Hungría: Akadémiai Könyvesbolt, Váci u. 22, BUDAPEST V. A. K. V. Könyvtárosok Boltja, Népköztársaság utja 16, BUDAPEST VI.

India: Orient Longman Ltd.: Kamani Marg, Bal- lard Estate, BOMBAY 400038; 17 Chittaranjan Ave- nue, CALCUTTA 13; 36 A Anna Salai, Mount Road, MADRAS 2; 5-9 4111 Bashir Bagh, HYDERABAAD 500001 (AP); 80/1 Mahatma Gandhi Road, BANGA- LORE-~~OOO~; 3-5-820 Hyderguda, HYDERABAD- 500001. Subdepósitost Oxford Book and Stationery Co., 17 Park Street, CALCUITA 700016, y Scindia House, NEW DELHI 110001; Publications Unit, Ministry of Education and Culture, Ex. AFO Hutments, Dr. Rajendra Prasad Rd., NEW DELHI 110001.

Indonesia: Bhratara Publishers and Booksellers, 29 JI. Oto Iskandardinata III, JAKARTA. Gramedia Bookshop, J1. Gadjah Mada 109, JAKARTA. Indira P.Y., J1. Dr. Sam Ratulangie 37, JAKARTA PUSAT. Irán: Commission nationale iranienne pour l’Unesco, avenue Iranchahr Chomali n.O 300, B.P. 1533, TEHERAN. Kharazmie Publishing and Distri- bution Co., 28 Vessal Shirazi Street, Enghélab Avenue, P.O. Box 314/1486, TEHERAN. Irlanda: The Educational Company of Ireland Ltd., Ballymount Road, Walkinstown, DUBLIN 12. Tycooly International Publ. Ltd., 6 Crofton Ter- race, D u n Laoghaire Co., DUBLIN. Islandia: Snaebjörn Jonsson & Co., H.F. Hafnars- traeti 9, REYKJAVIK. Israel: A.B.C. Bookstore Ltd., P.O. Box 1283,71, Allenby Road, TEL AVIV 61000. Italia: L I C O S A (Libreria Commissionaria Sansoni S.p.A.), via Lamarmora 45, casella postale 552, 50121 FIRENZE. Jamahiriya Arabe Libia: Agency for Development of Publication and Distribution, P.O. Box 34-35, TRIPOLI. Jamaica: Sangster’s Book Stores Ltd., P.O. Box 366, 101 Water Lane, KINGSTON. Japón: Eastern Book Service Inc., 37-3 Hongo 3- chome, Bunkyo-Ku, TOKIO 111.

Page 200: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

Jordania: Jordan Distribution Agency, P.O.B. 375, AMMAN. Kenya: East African Publishing House, P.O. Box 30571, NAIROBI. Kuwait: The Kuwait Bookshop Co. Ltd., P.O. Box 2942, KUWAIT. Lesotho: Mazenod Book Centre, P.O. MAZENOD. Líbano: Librairies Antoine A. Naufal et frères, B.P. 656, BEYROUTH. Liberia: Code and Yancy Bookshops Ltd., P.O. Box 286, MONROVIA. Leichtenstein: Eurocan Trust Reg., P.O. Box 5, SCHAAN. Luxemburgo: Librairie Paul Bruck, 22, Grand- Rue, LUXEMBOURG. Madagascar: Commission nationale de la Républi- que démocratique de Madagascar pour l’Unesco, B. P. 33 1, ANTANANARIVO. Maiasia: Federal Publications, Sdn. Bhd., Lot 8238 Jalan 222, Petaling Jaya, SELANGOR, University of Malaya Co-operative Bookshop, KUALA LUMPUR 22-11.

Mali: Librairie populaire du Mali, B.P. 28, BAMAKO. Malta: Sapienzas, 26 Republic Street, VALLETTA. Marruecos: Todas las publicaciones: Librarie “Aux belles images”, 281, avenue Mohammed-V, RABAT (CCP 68-74). Librairie des écoles, 12 Avenue Hassan II, CASABLANCA. “EI Correo” solamente (para los docentes): Commission nationale maro- caine pour l’Unesco, 19, rue Oqba, B.P. 420, AGDAL RABAT (CCP 324-45). Mauricio: Nalanda Co. Ltd., 30 Bourbon Street, PORT-LOUIS.

Mauritania: GRA.LI.CO.MA., 1, rue du Souk X, Ave. Kennedy, NOUAKCHOTT.

México: SABSA, Insurgentes Sur n.” 1032-401, MEXICO 12, D.F. Librería “EI Correo de la Unesco”, Actipán 66, Colonia del Valle, MEXICO 12, D.F.

Mónaco: British Library, 30, boulevard des Mou- lins, MONTECARLO.

Mozambique: Instituto Nacional do Livro e do Disco (INLD), avenida 24 de Julho 1921, r/c e 1.” andar, MAPUTO.

Nicaragua: Libreria Cultural Nicaragüense, calle 15 de Septiembre y avenida Bolívar, apartado n.O 807, MANAGUA.

Niger: Librairie Mauclert, B.P. 868, NIAMEY. Nigeria: The University Bookshop of Ife. The University Bookshop of Ibadan, P.O. Box 286, IBADAN. The University Bookshop of Nsukka. The University Bookshop of Lagos. The Ahmadu Bello University Bookshop of Zaria.

Noruega: Todas las publicaciones: Johan Grundt Tanum, Karl Johans Gate 41/43, OSLO 1. Universi- tets Bokhandelen Universitetssentre, P.O.B. 307, Blindern, OSLO 3. “El Correo” solamente: AIS Narvesens Litteraturtjeneste, Box 6125, OSLO 6.

Nueva Caledonia: Reprex SARL, B.P. 1572, NOUMEA. Nueva Zelandia: Government Printing Office, Bookshops: Retail Bookshop-25 Rutland Street, Mail Orders-85 Beach Road, Private Bag C.P.O., AUCKLAND ; Retail-Ward Street, Mail Orders-P.O. Box 857, HAMILTON; Retail-Cubacade World Trade Center, Mulgrave Street (Head Office) Mail Orders-Private Bag, WELLINGTON; Retail-159 Here- ford Street, Mail Orders-Private Bag, CHRIST- CHURCH; Retail-Princes Street, Mail Orders-P.O. Box 1104, DUNEDIN. Países Bajos: Libros solamente: Keesing Boeken V., Postbus 1118, 1000 BC AMSTERDAM. Publica- ciones periódicas solamente: Dekker and Norde- mann NV, P.O. Box 197, 1000 AD AMSTERDAM. Pakistán: Mirza Book Agency, 65 Shahrah Quaid-

Panamá: Distribuidora Cultural Internacional, apar- tado 7571, zona 5, PANAMA. Paraguay: Agencia de Diarios y Revistas, Sra. Nelly de García Astillero, Pte. Franco n.’ 580, ASUNCION. Perú: Liberia Studium, Plaza Francia 1164, apar- tado 2139, LIMA. Polonia: Ars-Polona-Ruch, Krakowskie Przedmies- cie 7, 00-068 WARSZAWA; ORPAN-Import, Palac Kultury, 00-901 WARSZAWA. Portugal: Dias & Andrade Ltda, Livraria Portugal, rua de Carmo 70, LISBOA. Puerto Rico: Librería “Alma Mater” Cabrera 867, Río Piedras, PUERTO RICO 00925. Reino Unido: H.M. Statonery Office, P.O. BOX 569, LONDON, SE1 9NH; Government bookshops: London, Belfast, Birmingham, Bristol, Edinburgh, Manchester. Para los mapas cientificos solamente: McCarta Ltd., 122 Kings, Cross Road, London W C 1 X 9DS. República Arabe Siria: Librairie Sayegh, Immeuble Diab, rue du Parlement, B.P. 704, DAMAS.

e-azam, P.O. BOX 729, LAHORE-3.

Page 201: Dimensiones políticas de la psicología: procesos de socialización e ...

Républica de Corea: Korean National Commission for Unesco, P.O. Box Central 64, SEOUL. República Democrática Alemana: Librairies interna- tionales ou Bachhaus Leipzig, Postfach 140, 701 LEIPZIG. República Dominicana: Librería Blasco, avenida Bolívar n.’ 402, esq. Hermanos Deligne, SANTO DOMINGO. República Unida del Camerún: Le Secrétaire géné- ral de la Commission nationale de la République unie du Cameroun pour l’Unesco, B.P. 1600, YAOUNDE. Librairie aux Messageries, Avenue de la Liberté, B.P. 5921, DOUALA; Librairie aux Frères Réunis, B.P. 5346, DOUALA; Librairie des Editions Clé, B.P. 1501, YAOUNDE; Librairie Saint Paul, B.P. 763, YAOUNDE. República Unida de Tanzania: Dar es Salaam Book- shop, P.O. Box 9030, DAR ES SALAAM. Rumania: ILEXIM, Export-import, 3 Calea “13 Decembrie”, P.O. Box 1-136/1-137, BUCAREST. Senegal: Librairie Clairafrique, B .P. 2005, DAKAR. Librairie des 4 vents, 91 rue Blanchot, B.P. 1820 DAKAR. Seychelles: New Service Ltd., Kingstate House, P.O. Box 131, MAHE. National Bookshop, P.O. Box 48, MAHE.

Sierra Leona: Fourah Bay, Njala University and Sierra Leone Diocesan Bookshop, Freetown.

Singapur: Federal Publications (S) Pte Ltd., n.’ 1 New Industrial Road, off Upper Paya Lebar Road, SINGAPORE 19. Somalia: Modern Book Shop and General, P.O. Box 951, MOGADISCIO. Sri Lanka: Lake House Bookshop, Sir Chittampa- lam Gardner Mawata, P.O. Box 244, COLOMBO 2.

Sudáfrica: Van Schaik’s Bookstore (Pty.) Ltd., Libri Building, Church Street, P.O. Box 724, PRETORIA. Sudán: AI Bashir Bookshop, P.O. Box 1118, KHARTOUM. Suecia: Todas las publicaciones: AiBC.E. Fritzes Kungl, Hovbokhandel, Regeringsgatan 12, Box 16356, S-103 27 STOCKHOLM 16. “EI Correo” sola-

mente: Svenska FN-Förbundet, Skolgränd 2, Box 15050, S-10465 Stockholm. (Postgiro 184692). Para las publicaciones periödicas solamente: Wennergven- Williams AB, Box 3004, 9-104 25 STOCKHOLM. Suiza: Europa Verlag, Rämistrasse 5,8024 ZURICH. Librairie Payot, 6, rue Grenus, 1211 GENEVE 11.

Suriname: Suriname National Commission for Unesco P.O. Box 2943, PARAMARIBO. Tailandia: Nibondh and Co., Ltd., 40-42 Charoen Krung Road, Siyaeg Phaya Sri, P.O. Box 402, BANGKOK. Suksapan Panit, Mansion 9, Rajdam- nem Avenue, BANGKOK. Suksit Siam Company, 1715 Rama IV Road, BANGKOK. Togo: Librairie évangélique, B.P. 378, LOME. Librairie du Bon Pasteur, B.P. 1164, LOME. Librai- rie universitaire, B.P. 3481, LOME. Trinidad y Tabago: National Commission for Unesco, 18 Alexandra Street, St. Clair, TRINIDAD W.I.

Túnez: Société tunisienne de diffusion, 5, avenue de Carthage, TUNIS. Turquía: Haset Kitapevi A. S., Istiklâl .Caddesi n.’ 469, Posta Kutusu 219, Beyoglu, ISTAMBUL. Uganda: Uganda Bookshop, P.O. Box 145, KAM-

URSS: Mezhdunarodnaja Kniga, MOSKVA G-200.

Uruguay: Edilyr Uruguaya, S.A., Maldonado 1092, MONTEVIDEO. Venezuela: Librería del Este, avenida Francisco de Miranda, 52, Edificio Galipán, apartado 60337, CARACAS. La Muralla Distribuciones S.A., 4.” avenida de los Palos Grandes, entre 3.” y 4.a transversal, Quinta, “Irenalis”, CARACAS 106. Yugoslavia: Jugoslovenska Knjiga, Trg Republike 518, P.O.B. 36, 11-001 BEOGRAD. Drzavna Zalozba Slovenije, Titova C. 25, P.O.B. 50-1, 61-000 LJUBLJANA. Zaire: Librairie du CIDEP, B.P. 2307, KINSHASA. Commission nationale zaïroise pour l’Unesco, Com- missariat d’Etat chargé de l’éducation nationale, B.P. 32, KINSHASA. Zimbabwe: Textbook Sales (PVT) Ltd., 67 Union Avenue, SALISBURY.

PALA.

BONOS DE LIBROS DE LA UNESCO Se ruega utilizar los bonos de libros de la Unesco para adquirir obras y periódicos de carácter educativo, científico o cultural. Para toda información complementaria, por favor dirigirse al Servicio de Bonos de la Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 Paris.