Dios y los perdedores

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CÓMO TRATA DIOS CON LOS PERDEDORES Juan 21 y otros Introducción Era una mañana fría de octubre en 1986. Ya lo había practicado una y otra vez. Había memorizado todos los versículos para recitarlos sin ningún problema. Sabía cuáles podrían ser las posibles preguntas y había pensado bien en las respuestas. Y es que había llegado el día en que iba a hablarle del evangelio a la muchacha que me gustaba, a quien había conocido (me gustaba) desde hacía 4 años en la secundaria. Confieso que mi plan de aquel día era doble: una vez ganada para el Señor, ya podía pedirle que fuera mi novia. Empecé bien. Parecía que todo iba a ser fácil. No era la primera vez que compartía el evangelio, pero en esta ocasión se trataba de alguien muy especial. Le lancé las preguntas iniciales y después de oír las respuestas clásicas, empecé con mi estudiado discurso evangelístico. Yo estaba seguro de que ese iba a ser un gran día. Me había dado resultado con otras personas. No había pasado ni un minuto, cuando esta jovencita me paró en seco y me pidió amablemente que “no interrumpiera nuestra amistad por causa de mi religión”. Y allá se acabó todo. No hubo nada que celebrar, sino todo lo contrario. Ese día aprendí el triste significado de la temida palabra fracaso. ¿Alguna vez fracasaste en algún plan? ¿Alguna vez has decepcionado a alguien importante? ¿Alguna vez metiste la pata horriblemente? ¿Te miraste alguna vez en el espejo y lo que viste fue un perdedor? ¿Alguna vez quedaste como un tonto ante los demás por un error tuyo? ¿Alguna vez alguien te dijo que eras un fracasado? Quizá: Defraudaste la confianza de alguien que te aprecia. Te habían firmado un cheque en blanco y fallaste. Fuiste descubierto en alguna mentira. Mentira que mantuviste bien guardada a los demás durante mucho tiempo. Traicionaste a un amigo, o un familiar. Quizá en asuntos sentimentales, o comerciales. Posiblemente esparciste una información confidencial.

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Sermón basado en la restauración que el Señor Jesús hizo de Pedro

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CÓMO TRATA DIOS CON LOS PERDEDORESJuan 21 y otros

Introducción Era una mañana fría de octubre en 1986. Ya lo había practicado una y

otra vez. Había memorizado todos los versículos para recitarlos sin ningún problema. Sabía cuáles podrían ser las posibles preguntas y había pensado bien en las respuestas. Y es que había llegado el día en que iba a hablarle del evangelio a la muchacha que me gustaba, a quien había conocido (me gustaba) desde hacía 4 años en la secundaria. Confieso que mi plan de aquel día era doble: una vez ganada para el Señor, ya podía pedirle que fuera mi novia. Empecé bien. Parecía que todo iba a ser fácil. No era la primera vez que compartía el evangelio, pero en esta ocasión se trataba de alguien muy especial. Le lancé las preguntas iniciales y después de oír las respuestas clásicas, empecé con mi estudiado discurso evangelístico. Yo estaba seguro de que ese iba a ser un gran día. Me había dado resultado con otras personas. No había pasado ni un minuto, cuando esta jovencita me paró en seco y me pidió amablemente que “no interrumpiera nuestra amistad por causa de mi religión”. Y allá se acabó todo. No hubo nada que celebrar, sino todo lo contrario. Ese día aprendí el triste significado de la temida palabra fracaso.

¿Alguna vez fracasaste en algún plan? ¿Alguna vez has decepcionado a alguien importante? ¿Alguna vez metiste la pata horriblemente? ¿Te miraste alguna vez en el espejo y lo que viste fue un perdedor? ¿Alguna vez quedaste como un tonto ante los demás por un error tuyo? ¿Alguna vez alguien te dijo que eras un fracasado? Quizá: Defraudaste la confianza de alguien que te aprecia. Te habían firmado

un cheque en blanco y fallaste. Fuiste descubierto en alguna mentira. Mentira que mantuviste bien

guardada a los demás durante mucho tiempo. Traicionaste a un amigo, o un familiar. Quizá en asuntos

sentimentales, o comerciales. Posiblemente esparciste una información confidencial.

Hiciste una promesa que dejaste sin cumplir. La gente se esperanzó en ti, pero les dejaste mal.

Cometiste una gran injusticia. Muchas personas quedaron lastimadas y perjudicadas por tu mala decisión.

Caíste en un pecado que prometiste no volver a cometer. Ahora recuerdas todas tus promesas de no volver a hacerlo.

Si somos honestos y tenemos buena memoria, tú y yo tendremos que admitir que hemos fallado muchas veces y de muchas maneras; y no sólo a nuestro prójimo, sino también al Señor: Como cuando le prometimos leer su Palabra todos los días Como cuando le prometimos que serviríamos con gozo a la iglesia

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Como cuando le prometimos diezmar y ofrendar fielmente Como cuando le prometimos que nos alejaríamos de la tentación Como cuando le prometimos evangelizar a nuestros conocidos Como cuando le prometimos abandonar aquel pecado tan molestoso

Necesitamos entender bien la experiencia del fracaso por las respuestas que mostramos. En esos momentos nuestro interior se convierte en una mezcla de emociones intensas: vergüenza, enojo, culpa, desesperación; no sentimos sucios e indignos; nos alejamos de los demás. También surgen varias preguntas: ¿Me perdonarán? ¿Podré continuar con esta relación? ¿Podré superar la vergüenza de haber fallado? ¿Me darán una segunda oportunidad?

La pregunta que quiero considerar hoy no es: ¿qué hacer cuando hemos fallado? Esa pregunta la contesta el Salmo 51 (que es una oración de arrepentimiento y fe); más bien es: ¿Cómo trata Dios a los perdedores? Para eso, quisiera que miremos la historia de alguien que falló, y lo hizo de una manera escandalosa. Es la historia de uno de los discípulos más cercanos al Señor Jesús: ¿adivinaron? Se trata del apóstol Pedro. En sólo unos días, fracasó enormemente. Recordemos: En Juan 13:37,38, después que Jesús anunciara que sería

abandonado, Pedro, en un acto de arrogancia espiritual le respondió que estaría dispuesto a dar su propia vida por la de Jesús. Pedro presumió su valor, pero sabemos que a la hora de la verdad, se derritió como la mantequilla en el sol.

En Juan 18:10, cuando los soldados romanos se acercaron a Jesús para arrestarlo, Pedro, valentonamente sacó su espada para herir a uno de los soldados llamado Malco; Jesús confrontó a Pedro y le dijo que ese no era el plan a seguir.

Juan 18:17 y 25 Pedro, estando en el patio del ministerio público del Sumo Sacerdote fue abordado personas que le preguntaron si era un discípulo de Jesús; Pedro lo negó en tres ocasiones. Incluso, Marcos 14:71 subraya que Pedro, ya molesto porque lo habían identificado como discípulo de Jesús… “comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis.”

El clímax de esta vivencia la encontramos en Lucas 22:61, cuando momentos después Jesús pasó cerca de donde se encontraba Pedro; fue allí donde el Señor lo miró fijamente y sintió el impacto brutal de su pecado contra él. Pedro salió del patio y fue a llorar… amargamente.

¡Wow! No cabe duda que Pedro es un excelente ejemplo de quien podemos aprender. Así que vamos a mirar de cerca -no a Pedro- sino al amigo traicionado, a Jesús, el amigo de los perdedores. ¿CÓMO TRATA DIOS A LOS PERDEDORES?

1. Dios no se olvida de ellos.

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a. Tres días después de toda esta serie de fracasos en Pedro, en Marcos 16:7 leemos las siguientes palabras dichas a las mujeres en la tumba de parte del ángel que anunció que Jesús había resucitado: “Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”.

b. ¿Por qué dijo el ángel enfatizó “y a Pedro”? Es muy probable que la negación de Pedro lo hubiera separado del resto de los discípulos. Seguramente se habrá preguntado muchas veces si era un traidor o seguía siendo un discípulo. La tradición dice que Pedro lloraba cada vez que escuchaba a un gallo cantar.

c. Dios no nos abandona en medio de nuestras fallas; no se da por vencido; no nos guarda rencor. No nos mira como fracasos permanentes, sino que aún nos toma en cuenta; aún continúan sus planes para nosotros.

2. Dios sale a buscarlos.a. ¿A dónde se fue Pedro después de su lamentable actuación? La

Biblia no nos dice nada: Lo último que nos dice es que Jesús lo miró directamente a los ojos y después de eso no lo volvió a ver más.

b. Sin embargo, creo que podemos suponer que Pedro hizo lo que todo perdedor hace después de fracasar: alejarse de los demás. No se nos dice nada acerca de dónde pasó el momento de la crucifixión, o si estuvo aquella tarde en el momento del entierro. Lo más seguro es que estuvo en algún lugar experimentando el horrible remordimiento, haciéndose una y otra vez las mismas preguntas: ¿Por qué lo hice? ¿Qué pensará ahora Jesús de mí?

c. Pedro estaba atravesando por la peor de sus pesadillas; se encontraba inmerso en la más oscura de las tinieblas: lo único cierto en su vida era el dolor y el llanto desconsolado.

d. Pero ese no es fin de la historia: En dos ocasiones, la Biblia nos dice que una vez resucitado, Jesús fue a encontrarse con Pedro en persona. No sabemos cuánto duró ese encuentro, ni qué le dijo, sólo leemos dos ocasiones de ese encuentro especial:

i. Lucas 24:33,34: Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón.

ii. 1 Cor. 15:4,5 “y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas (Pedro), y después a los doce.

e. Llama mi atención que Jesús haya visto a Pedro antes que a los demás discípulos. Seguro que no hubo ningún tipo de reproche, sino seguramente fueron palabras de perdón, de ánimo, de esperanza. Jesús conocía muy bien el corazón de su discípulo; conocía muy bien todo el sufrimiento que había experimentado por

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su pecado, y ahora era el momento de derramar su eterno perdón sobre este perdedor. ¡Qué gracia tan especial la de nuestro Señor!

f. Esa es la marca distintiva de la gracia de Dios. Siempre da el primer paso hacia la reconciliación. El negocio de la gracia de Dios es ir en busca del pecador; sí, incluso de los grandes perdedores.

3. Dios restituye su relación con ellos.a. Una mañana, después de aquel encuentro privado, Jesús se acerca

a Pedro para conversar con él. Éste es –sin duda- el pasaje que más conocemos de este capítulo. (Leer 15-17)

b. Veamos lo que Jesús hace para restaurar a los perdedoresi. Tres veces le pregunta si Pedro lo amaba, porque 3 veces lo

había negadoii. Jesús le pregunta en público a Pedro, porque el pecado de

Pedro había sido público. Con esto Jesús quería que los demás discípulos supieran que Pedro había sido restaurado, que su amor quedaba restituido.

iii. El hombre que una vez fanfarreó su lealtad a Jesús lo vemos aquí completamente humillado. La pregunta si lo amaba más que los demás discípulos fue un recordatorio de aquella vez cuando se jactó de ser más leal que sus condiscípulos. Fue muy duro para Pedro, pero era necesario que el Señor abordara la culpa y vergüenza que sentía.

iv. Pero notemos que Cristo no lo está haciendo sentir culpable; no le está preguntando: “¿Cómo te atreviste?” “¿Cómo crees que me sentí?” “No que me amas?” Tampoco lo está obligando a prometer que nunca más lo va a hacer. Más bien, le hace una pregunta que tan sólo es una oportunidad para reafirmar la devoción y el aprecio que Pedro le tenía a su maestro: “¿Me amas?” 3 veces fueron suficientes para esta experiencia restauradora.

v. Pedro necesitaba ver la dimensión real de su pecado, para poder ver la grandeza del perdón de Jesús. Para eso, debía tocar el tema pendiente, pero rodeado de su gracia transformadora. Sabemos que “la verdad nos hará libre, pero para que funcione efectivamente, primero nos tiene que herir”.

vi. Muchas veces no maduramos porque no queremos enfrentar la dura verdad acerca de lo que hemos dicho o hecho; pero no es sino hasta que enfrentamos la verdad sobre nosotros mismos que podemos ser libres.

vii. Dios nos habla directamente, mostrándonos nuestras faltas, pero no como reproche, o para exhibirnos; él lo hace tan solo

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para darnos cuenta de nuestro pecado y hacernos volver a Él en sincero arrepentimiento. Quizá lo esté haciendo a través de alguna persona, o mediante alguna circunstancia dolorosa; a veces lo hace al permitir que nuestras faltas queden expuestas; pero el propósito es que nos demos cuenta de lo mucho que lo necesitamos en nuestras vidas.

viii. (El detalle de las brasas)

4. Dios los reincorpora a su equipo.a. ¿Funcionó esta estrategia? Por supuesto. Veamosb. En cada una de las tres veces que Jesús le pregunta a Pedro si lo

amaba, le pide que cuide a sus ovejas. Es decir, Jesús quería que Pedro supiera que seguía contando con Él para llevar a cabo la obra que había empezado. Pedro sería desde ese momento el hombre fuerte del grupo. Dios lo usó como líder del grupo en los primeros años difíciles de expansión del evangelio.

c. En los vrs.18 y 19 Jesús profetiza la muerte de Pedro. Era como si Jesús le dijera a Pedro: Mira, efectivamente, te voy a dar la oportunidad para demostrar que cumplirás tu promesa y que no vas a fallar. Tenías mucha razón al decir que me serías fiel hasta la muerte. Los historiadores enseñan que Pedro vivió fielmente al Señor hasta el día de su muerte. La tradición dice que Pedro crucificado, pero de cabeza, pues ni siquiera era digno de morir como su Maestro.

d. Pedro nunca más negó al Señor. Hechos 2 nos muestra que unos días más tarde, él predicó un sermón donde 3 mil personas se convirtieron al Señor. Meses después, junto con Juan, soportó el látigo y la cárcel a causa de su fe en Cristo. Hechos 5:41 dice que después de este castigo, salieron contentos, por haber sido dignos de haber sufrido ofensas por causa de Cristo.

e. Después de aquella conversación a la orilla del mar, el viejo Pedro se había ido para siempre. Había venido un nuevo Pedro, restaurado.

f. Después de nuestro fracaso, Dios nos restaura y nos pone de nuevo en combate, para seguir peleando la buena batalla. No nos saca del equipo, sino nos recuerda que seguimos siendo parte de su ejército, para pelear, ahora con más conciencia de nuestras debilidades, pero más consciente del poder de Dios.

CONCLUSIONES Esta es la historia de Pedro el Gran Perdedor, muy interesante, lo

conocemos bien, tan bien que cada mañana lo vemos en el espejo. Aquí está el secreto: desde el inicio y hasta el final, Jesús creyó en Pedro mucho más de lo que Pedro creyó en Jesús. Y así será para cada uno de

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los que son hijos de Dios. El verdadero héroe de la historia no es Pedro: es Jesús. Y se ha escrito esta historia para traer ánimo y esperanza a los millones de Pedros, para que sepamos que a pesar de caer, el Señor siempre nos ha de levantar. Si lo hizo con Pedro, seguramente lo hará con cada uno de nosotros. Abraham, Moisés, David, Pablo, etc. Pasaron por la misma escuela. El fracaso en un creyente no es un evento, no es un destino; es sólo parte de una larga caminata de transformación.

Es así como Dios trata a los perdedores. Simplemente es una gracia extraordinaria. ¿Qué hace Dios con nuestro fracaso? Lo redime. Lo usa para transformarnos. En las palabras del Dr. Erwin Lutzer, Dios puede olvidar nuestro pasado. ¿Por qué nosotros no? Dios avienta nuestros pecados en las profundidades del mar y luego coloca un letrero a la orilla que dice: “Prohibido pescar”.

¿Qué vas a hacer con tus fracasos? ¿Seguirás sentado, solo lamentando tu gran error? ¿Seguirás creyendo la mentira que dice que Dios te ha abandonado? ¿Dejarás de seguir al Señor? ¿Te mantendrás alejado de la gente? ¿O vendrás al Señor en busca de su gracia transformadora?

Si no eres un creyente en Jesús, este también es un retrato de cómo trata Dios a aquellos que le han dado la espalda. Mira lo que Dios está dispuesto a hacer si vienes a Él en sincero arrepentimiento.

Quizá este mensaje te puede servir para que imites a Dios. Posiblemente alguien necesite ver el evangelio de la gracia en ti. Alguien te falló. Alguien te decepcionó. Vé y haz lo que Jesús hizo con Pedro. Búscalo. Restáuralo. Invítalo a seguir caminando juntos. Ese es el poder del evangelio. El mismo que nos salvó. El mismo que nos mantendrá fieles hasta el final del camino.