Dioses y monstruos

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Majo López Garcia

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  • Majo Lpez Garcia

  • -Qu es lo ltimo que sabemos de los dioses?

    -Yo ayer desayun con uno, se bebi todo el caf.

    El maestro no perdona al alumno una sonrisa afilada llena de dientes puntiagudos. Nnive

    piensa en bocas llenas de sangre.

    -No, Ozark, hablamos de los verdaderos dioses.

    Los alumnos empiezan a cuchichear entre ellos. Hablar de dioses siempre es peligroso, nadie

    saba lo que podran estar despertando con sus palabras. Dioses dormidos, dioses latentes.

    Dioses muertos en tronos de huesos. Dioses carroeros.

    -Maestro, quin decide qu Dios es verdadero y cul no?

    El maestro junta las manos, como si rezara. Es un anciano que vive pidiendo perdn por todos

    los errores que han nacido para ser pecado, por disfrutarlos.

    -El Consejo, ese tema lo estudiamos la semana pasada.

    Y el Consejo haba decidido que los nicos dioses que tenan el derecho de existir eran los

    dioses crueles, con oraciones terribles que anhelaban el fin del mundo. El Verbo hecho fuego

    purificador, y lgrimas.

    La pequea baja la mirada, temerosa. La criatura la observa con unos ojos que brillan con

    malvola inteligencia, con una inteligencia depravada que parece saber que la crueldad en

    ocasiones tiene el sabor de un abrazo mal dado, un beso hecho de mordiscos.

    -Eres eres un Dios?

    El monstruo degusta la palabra, deja que se quede unos segundos sobre su lengua, hacindole

    cosquillas en el paladar, para luego engullirla y hacerla suya, aposentndose en sus huesos.

    Dndole nombre.

    -S, soy un Dios.

    Nnive lo mira, sorprendida.

    -Pero pareces un monstruo.

    -No hay mucha diferencia entre dioses y monstruos, nia, slo cambian las letras pero las dos

    cosas se pronuncian igual.

  • A Nnive se le agrietan los labios de rezar, se le seca la boca y le sabe a barro. A la ceniza de los

    primeros das. De antes del Dios, de antes del Monstruo. Los ojos antiguos de leer palabras

    que murieron hace mucho tiempo y nadie vel por ellas, nadie les dio un ltimo beso. Y es

    impactante ver esos ojos viejos en el rostro mugriento de una nia de nueve aos, hace que se

    resienten las entraas, que tiemblen los dedos.

    Nnive sabe que ser el sacrificio para los dioses buenos, se lo dijo la otra noche el dios,

    mientras ella le contaba lo que haban estudiado aquel da en clase, con el maestro Nerva, el

    de las manos nudosas como troncos de rbol, el de la voz marchita y la fe delgada, famlica.

    Pero era un secreto.

    Nnive sigue con sus oraciones y le pesa la lengua. Se detiene y mira al dios, que la mira a ella.

    -Dicen que mi sangre traer paz, que mi sangre cantar la palabra de los dioses.

    No le dice al monstruo que ella ya saba que sera un sacrificio, que escuchaba llorar a su

    madre por las noches, pensando que la oscuridad sera un consuelo.

    El monstruo sigue sin decir nada, agazapado sobre una roca, tan retorcido y tan hecho de hilos

    y dientes.

    -Y t qu dices?

    -Me gustara saber por qu los dioses, si son buenos, necesitan que mi sangre los cante,

    cuando deberan cantarse ellos.

    La voz del maestro Nerva es blanca y diminuta, casi no se ve. Nnive tiene que entrecerrar los

    ojos para poder orla. Lo ms interesante que dice el maestro Nerva es lo que no dice, las

    verdaderas palabras que se esconden detrs de esa voz blanca y brumosa con la que afirma

    creer en cosas en las que no cree.

    Hoy toca hablar de los dioses buenos, y Nnive reprime una sonrisa mientras piensa en lo que

    dira el dios monstruo al escuchar al maestro. Las sonrisas no estn bien vistas entre los nios

    que sern sacrificados a los dioses buenos, slo las sonrisas gastadas que duran pocos

    segundos porque el peso de la fe te hunde las comisuras hasta los cimientos del mundo.

    Sonrisas que les recuerden a todos que los nios inocentes van a morir.

    -Una vez ms, cules son los dioses buenos?

    -Terek, Ur y Najar dicen los nios a coro.

    -Y los dioses malos?

    -Todos los dems.

  • Nnive observa cmo Ozark est a punto de levantar la mano y cmo se arrepiente en el ltimo

    momento. Ozark no ser un sacrificio porque Ozark tiene la sangre manchada y los dioses

    buenos solo quieren que su palabra sea cantada por sangre no contaminada, eso tambin se lo

    cont el dios una noche en la que las oraciones de Nnive no sirvieron para hacer dormir al

    monstruo.

    -S, Ozark?

    -Qu diferencia hay entre los dioses buenos y los dioses malos?

    El maestro Nerva vuelve a juntar las manos y todas las miradas se centran en ellas, en esas

    manos de rbol triste, y esta vez la voz del maestro no sera capaz de proyectar ni una sombra,

    de lo pequeas que le salen las palabras al escapar a regaadientes de sus labios secos,

    surcados de grietas.

    -Unos traen la salvacin y los otros la destruccin.

    Y debajo de la lengua del maestro Nerva se esconden las verdaderas palabras, las que no

    quiere decir pero piensa, Nnive puede ver cmo las encierra ms adentro, de debajo de la

    lengua al interior de la garganta, a buen recaudo.

    Nnive las ve pero no querra verlas. Una vez vistas, querra araarse los ojos para que las

    lgrimas y la sangre limpiaran esas palabras y as poder borrarlas, porque gritan ms que la

    propia voz del maestro Nerva y le escuecen en los ojos a Nnive.

    Qu diferencia hay entre los dioses buenos y los dioses malos?

    La de quin mat primero, la de quin permaneci despus.

    El primero en llegar fue Terek, el de las manos rojas. Fue la ruptura, el primer

    quebrantamiento. Las viejas divinidades huyeron por un camino sembrado de cadveres y de

    los viejos das solo quedaron antiguas palabras que se adhirieron a la piel rocosa de los

    lugareos, antiguos nombres que slo se atreveran a pronunciar entre llantos y mugre.

    Palabras que se desmenuzaban en la boca al intentar pronunciarlas.

    La palabra de Terek saba a rayos y ola a muertos, a despedidas que nunca llegaban, a soles

    que no proporcionaban alivio a las noches. Su cancin sonaba a notas rotas tocadas por

    instrumentos tristes, a entrechocar de dientes y ojos que no lloraban.

    El primero en llegar fue Terek y sus manos rojas pintaron la tierra de sangre. Esos fueron los

    primeros das, los que los alejaron de la barbarie, como dijeron los primeros adoradores del

    dios, los que le dieron aliento y construyeron altares en los que morir mejor.

    A Terek, el primero, el de las manos rojas, le deban el haber incendiado el pasado hasta

    quemar el cuerpo, hasta hacer arder el alma.

  • Manos rojas como la sangre, como el fuego. Manos que no perdonan.

    Terek, el de las manos rojas.

    El imperdonable.

    Nnive da pasos cortos porque si los da largos teme perder pie y que se la trague la tierra, esa

    tierra seca y llena de polvo que se queda adherida en la garganta, en los pulmones y en sus

    ojos. Nnive ya no recuerda el tiempo antes del polvo, cuando todo era verde y los rumores de

    las hojas invitaban a respiraciones cortas y sueos largos.

    Su dios sigue agazapado en la roca de siempre, cada vez ms retorcido y ms maligno. Levanta

    la mirada al verla llegar pero no dice nada y eso es lo peor de todo, que no dice nada. Nnive ha

    aprendido a diferenciar cundo los silencios son ms peligrosos que las palabras, porque los

    silencios del dios monstruo solo hablan de castigos.

    El golpe llega desde un punto que no puede ver y el dios sigue en lo alto de la roca, agazapado

    como un gato, todo l hilos, dientes y golpes.

    -No pude venir ayer, lo siento.

    El dios la mira desde lo alto y le regala una sonrisa llena de nudos.

    -No me sirven las disculpas, sabes cul es el precio.

    Nnive lo conoce muy bien as que saca un cuchillo de su morral y, arrodillada en el suelo, se

    corta un mechn de pelo sucio que le ofrece silenciosamente al dios monstruo en una ofrenda

    tan antigua como el tiempo, tan hecha aicos. Este dios, al menos, no reclama su sangre, no

    pide su muerte para que haya vida. No quiere su cuerpo como ofrenda para una paz que se

    alimenta de carne.

    El segundo fue Ur, el brillante, y trajo las estrellas.

    Su cancin haca llorar de nostalgia a las piedras, que estaban antes de que llegaran ellos, las

    que los ayudaron a construir muros y a fortificar templos, y luego se convirtieron en las

    estatuas que guardaran todos los recuerdos.

    Pronto llegaron rumores de que Ur se haba comido las estrellas y que por eso brillaba, porque

    desde que Ur parpade por primera vez su cancin deca que sera el faro que hara hundir

    todos los barcos hasta reinar en un trono hecho de astillas. De sus palabras centelleantes

    nacieron constelaciones que les ensearon a aorar un da que jams llegara, un cielo que

    nunca les pertenecera.

  • El segundo fue Ur, el brillante, y trajo las estrellas.

    Se convirti en su cementerio.

    -Cmo mantenemos con vida a los dioses?

    La clase permanece expectante, a la espera de que el maestro responda a su propia pregunta o

    a que una voz atrevida corte el silencio que ahoga. Nnive observa a Ozark, aguardando un

    comentario de los suyos que consiga que el aire pese un poco menos y se pueda respirar

    mejor. Un comentario que no llega.

    Ozark luce un morado en el ojo y parece un poco ms pequeo, en ocasiones, un temblor le

    recorre todo el cuerpo maltrecho, desde el principio hasta el final, pasando de puntillas por

    todos los puntos intermedios hasta conseguir que el estremecimiento se escuche ms que se

    vea. A Nnive los temblores de Ozark le resuenan en los odos hasta que parece que le vayan a

    explotar los tmpanos, hasta que crean montaas que se sacuden y rompen el suelo.

    Nnive no es la nica que es castigada por los dioses, aunque el castigo de Ozark cueste un

    puetazo y no un retal de cabello. Todos, al final, acaban pagando.

    -Bien, el sustento de los dioses buenos es

    -Nuestro aliento, nuestra vida. Les damos nuestra vida para que puedan vivirla ellos.

    Dioses muertos en tronos de huesos. Dioses carroeros.

    La tercera en llegar fue Najar, la plaidera. En sus huesos se esconda el fro de cien inviernos.

    Lleg con la promesa de que ninguna muerte se ira sin ser llorada, y que sus brazos seran el

    ltimo abrigo, abrazaran a los muertos como si siguieran vivos. Najar lleg con la promesa de

    ser el ltimo puerto. La promesa del olvido.

    La cancin de Najar slo se puede escuchar entre los suspiros finales, cuando el corazn aletea

    de cansancio y los huesos se rinden al fro, cuando de los pies brota la escarcha. Entonces se

    escucha su cancin hecha de lgrimas.

    Con Najar, la de los brazos de plata, qued cerrado el crculo que empez con Terek y su fuego,

    que atraves las estrellas de Ur y encall en el llanto de Najar.

    Tres dioses para la muerte, tres dioses para la vida.

    Los dioses buenos duermen tan bien como los malos. No les sacuden los sueos las pesadillas.

  • Nnive est en el altar que antes era blanco y ahora est teido de rojo. El primer sacrificio

    empez por la maana, como piden las palabras que no se olvidan y que recitan los

    adoradores de los dioses.

    Nnive est en el altar que antes era blanco y ahora est teido de rojo y a sus pies se agolpan

    los cuerpos de sus compaeros de clase, como una pira que quiere ser quemada, que intenta

    escalar al cielo. El dios monstruo est agazapado detrs de ella y no le quita la vista de encima,

    puede sentir los bordes de su sonrisa afilada arandole la nuca.

    -La ltima eres t, la siguiente.

    Nnive ya lo sabe pero incluso en ese ltimo momento espera que el dios monstruo le diga que

    todo es mentira, que el sacrificio consiste en estar dispuesta a sacrificarse. Pero entonces la

    sangre de sus compaeros no le besara los pies, no sentira la soledad de ser la nica que

    queda en pie aunque no por mucho tiempo.

    -Concdeme una pregunta.

    Las ltimas palabras siempre son las ms importantes, las que se escuchan mejor.

    -Pregunta.

    -En qu consiste ser un dios?

    La risa que chirra y se retuerce detrs de ella le revela que el monstruo ya esperaba esa

    pregunta, se la haba susurrado todo el pelo que se haba comido.

    -Pero t ya lo sabes, nia.

    El miedo a escuchar las palabras en voz alta es ms afilado que el que le inspira el cuchillo que

    se acerca a su cuello, y slo por eso necesita escucharlas, para olvidar el tacto del acero sobre

    la carne.

    -Dmelo.

    -Ser un dios consiste en saber que tambin se es un monstruo.

    Y todas las canciones que se cantan con sangre son tristes.

    Pero preciosas.