Discurso de Aceptación Doctorado Honoris Causa Por Fernando Vallejo

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Discurso de Aceptación por Fernando Vallejo Discurso de aceptación del Doctorado Honoris Causa en Letras de la Universidad Nacional de Colombia * Pronunciado en el Auditorio León de Greiffel Señores del Consejo Superior y del Consejo Académico, señor rector, señores decanos, señores profesores, amigos que me acompañan esta noche tan notable de mi vida. En febrero próximo va a hacer cincuenta años que entré a esta Universidad a estudiar Filosofía y Letras en la Facultad de la que era decano Rafael Carrillo, discípulo de Heidegger. Al año me fui dejando la carrera empezada, y así he procedido en adelante, dejándolo empezado todo. ¿Quién iba a decir entonces que, medio siglo después, ese muchacho inconstante, ese solemne irresponsable que lo único que tenía era ilusiones, ya de viejo se iba a graduar de doctor no por sus méritos, que no ha tenido ninguno, sino por la generosidad de ustedes! ¡Cómo ha cambiado el mundo! ¡Que loco esta esto! ¡Qué raro me siento! Ustedes han dejado de ser ustedes y yo hace mucho que no soy yo. A Rafael Carrillo, mi profesor de filosofía y decano de esa Facultad de Filosofía y Letras que ya no existe, ya lo anote en mi Libreta de los muertos, el inventario que llevo de los que conocí y se me murieron, y que va en setecientos cincuenta. A Heidegger no, porque no lo conocí y no llena, por lo tanto, la segunda condición de mi libreta, la de haber estado aunque sea un instante al alcance de mis ojos, siendo la primera, claro, que el vivo se haya muerto. En fin, si quieren saber de Heidegger y de Rafael Carrillo, los encuentran en Google, en internet. Están muy olvidados. Que yo esté muerto no me he preocupa. Lo que me aterra es el olvido. Cuando me muera (si es que estoy vivo), seguramente algunos de ustedes me recordaran, cosa que por anticipado les agradezco y me tranquiliza, aunque no del todo, porque cuando ustedes se mueran ¿Qué? ¿Quién me va a recordar? ¿Google? ¿Su Wikipedia? Google y su Wikipedia son el basurero del olvido. A mí me gusta que me recuerden neuronas vivas, no átomos muertos, microchips. Pues para terminar con Heidegger y sus existencialistas, al que si pude poner en mi Libreta de los muertos fue a Sartre, porque lo vi de cerca en la plaza Navona de Roma, en el Tre Scalini, un café muy famoso: ahí estaba con su esposa Simone de Beauvoir y con mi paisano Roberto Triana, tomando vino y hablando de Colombia y su tragedia, pues entonces vivíamos en plena era de los decapitados, la de La Violencia. Pues he aquí que, por ponerse a gesticular al calor de los recuerdos de la patria, Roberto Triana le vacio encima la copa a Sartre. ¡El padre del existencialismo francés bañado en vino por un colombiano! ¡Qué horror, que honor!

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Discurso de Aceptación por Fernando Vallejo

Discurso de aceptación del

Doctorado Honoris Causa en Letras de la

Universidad Nacional de Colombia

* Pronunciado en el Auditorio León de Greiffel

Señores del Consejo Superior y del Consejo Académico, señor rector, señores

decanos, señores profesores, amigos que me acompañan esta noche tan notable

de mi vida.

En febrero próximo va a hacer cincuenta años que entré a esta Universidad a

estudiar Filosofía y Letras en la Facultad de la que era decano Rafael Carrillo,

discípulo de Heidegger. Al año me fui dejando la carrera empezada, y así he

procedido en adelante, dejándolo empezado todo. ¿Quién iba a decir entonces que,

medio siglo después, ese muchacho inconstante, ese solemne irresponsable que lo

único que tenía era ilusiones, ya de viejo se iba a graduar de doctor no por sus

méritos, que no ha tenido ninguno, sino por la generosidad de ustedes! ¡Cómo ha

cambiado el mundo! ¡Que loco esta esto! ¡Qué raro me siento! Ustedes han dejado

de ser ustedes y yo hace mucho que no soy yo.

A Rafael Carrillo, mi profesor de filosofía y decano de esa Facultad de Filosofía y

Letras que ya no existe, ya lo anote en mi Libreta de los muertos, el inventario que

llevo de los que conocí y se me murieron, y que va en setecientos cincuenta. A

Heidegger no, porque no lo conocí y no llena, por lo tanto, la segunda condición de

mi libreta, la de haber estado aunque sea un instante al alcance de mis ojos, siendo

la primera, claro, que el vivo se haya muerto. En fin, si quieren saber de Heidegger

y de Rafael Carrillo, los encuentran en Google, en internet. Están muy olvidados.

Que yo esté muerto no me he preocupa. Lo que me aterra es el olvido. Cuando me

muera (si es que estoy vivo), seguramente algunos de ustedes me recordaran, cosa

que por anticipado les agradezco y me tranquiliza, aunque no del todo, porque

cuando ustedes se mueran ¿Qué? ¿Quién me va a recordar? ¿Google? ¿Su

Wikipedia? Google y su Wikipedia son el basurero del olvido. A mí me gusta que

me recuerden neuronas vivas, no átomos muertos, microchips.

Pues para terminar con Heidegger y sus existencialistas, al que si pude poner en mi

Libreta de los muertos fue a Sartre, porque lo vi de cerca en la plaza Navona de

Roma, en el Tre Scalini, un café muy famoso: ahí estaba con su esposa Simone de

Beauvoir y con mi paisano Roberto Triana, tomando vino y hablando de Colombia y

su tragedia, pues entonces vivíamos en plena era de los decapitados, la de La

Violencia. Pues he aquí que, por ponerse a gesticular al calor de los recuerdos de

la patria, Roberto Triana le vacio encima la copa a Sartre. ¡El padre del

existencialismo francés bañado en vino por un colombiano! ¡Qué horror, que honor!

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A Sartre lo tengo en la «s» de la lista, así: «Sartre, Jean Paul». A Simone de

Beauvoir en la «B» de burro, aunque era muy inteligente. Y a Rafael Carrillo en la

«C» («Carrillo, Rafael»), en la que también tengo a Colombia, habida cuenta de que

la Colombia mía también se murió y junto con ella sus sueños de honorabilidad y

decencia. Esa cosa rara que la reemplazo para mí no es más que una advenediza,

una oportunista impúdica y protagónica que en medio de una carraca de vallenatos

y telenovelas y noticieros de radio y televisión y de periodistas venales y

presentadoras delincuentes con lo único con que suena es con ganar el mundial de

futbol para hacer se ver. Que lo gane a ver si puede, con las patas. Por lo pronto,

mientras suena en lo imposible, ahí sigue contando goles ajenos: los que le

metieron. Si por lo menos sonara con tener un papa... Un gobernante indiscutible,

vitalicio, elegido por un conclave confiable de santos varones sabiamente guiados

por el Espíritu Santo y libre de los traumatismos y molestias del lagartismo, el

soborno, el cohecho y demás vicios que trae aparejados la permanente reelección.

Si. Un papa colombiano es lo que falta. ¿Pero quién? ¿Yo? ¿Yo de Su Santidad

hablando urbi et orbi excathedra y repartiendo bendiciones a diestra y siniestra? No

me veo. Con tanto desviacionismo mío no me veo. Además, ¿quién va a votar por

mí en el conclave? ¿Los cardenales Dario Castrillón Hoyos y Pedro Rubiano? Ellos

sí. Claro, los doy por descontado pues son mis paisanos y me quieren y son nobles

y buenos y no conocen el egoísmo, la intriga, la envidia, ni la ambición. Y el cardenal

Alfonso López Trujillo también, si viviera, pero ay, se nos murió, y los muertos no

votan en conclaves. Aunque quién sabe... Con lo mucho que se está moviendo el

mundo, podría ser. Una forma más segura, claro, seria comprando al árbitro...

Bueno, digo yo, es una simple sugerencia. ¿Cuánto valdrá un Espíritu Santo? ¿Más

que un Bill Gates? ¡Que feliz haría yo a Colombia dándole un papa!

Tengo también en mi Libreta de las muertos al que le da nombre a este auditorio,

Leon de Greiff: lo vi pasar por la carrera Séptima con su boina y comiendo bizcochos

que se sacaba del bolsillo del pantalón. «Mira, mira —me dijo mi papa—. Ese viejito

que va ahí es León de Greiff". Y pensar que ahora sacando cuentas, cincuenta años

después, yo estoy más viejo que él. ¡Que horrible es esto! Ni se les ocurra tener

hijos. ¿Para qué? ¿Para la vejez y la muerte? ¿Para que en vida los atraque el

gobierno y de muertos se los coman los gusanos? Eso es un crimen. Es crueldad,

maldad inútil. ¿Y cuánto les van a costar? Millones y millones y millones. Gástense

más bien esa platica en viajes. En libros no porque el libro es cosa de antes, ya

paso. No se dejen embaucar por promotores culturales ni por médicos, que son

unos charlatanes. Al que le toca le toca y cuando le toca le toca, lo creman y punto,

no gasten en quimioterapia que eso no sirve. Por razones de espacio, eso sí,

recomiendo la cremación. Con tanto vivo ya no hay donde enterrar a tanto muerto.

El espacio es finito y no cede, no es elástico. Salvo que Einstein resucitara ahora a

decir lo contrario, en cuyo caso sí. Si no, por fuerza habrá que quitarle espacio al

cementerio para abrirle campo a la construcción. ¡Se imaginan la cantidad de

bloques de apartamentos que caben en el cementerio de la Veintiséis, donde está

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enterrado Silva con su hermana? Otra Ciudad Kennedy. ¿Y Silva y su hermana

qué? Los sacamos. No permitamos los vivos que abusen de nosotros los muertos.

Los muertos quieren seguir mandando, mangoneando, y no puede ser. Nos dejan

de herencia todo; sus carencias, sus vicios, sus prejuicios, sus taras, la religión... Si

aparte de eso nos dejan una casa, no es por generosidad: es porque no se la

pudieron llevar.

Pero volvamos al muchacho que llego hace cincuenta años a esta Universidad lleno

de ilusiones. ¿ Que fue de esas ilusiones? Humo se le volvieron. Polvo. Smog. Se

le fueron deshaciendo en el camino y hoy no le queda ninguna, como es lógico,

pues los viejos no tienen por qué tener ilusiones. Lo que si tienen los viejos es

recuerdos. ¡Qué cosa más aburrida que un viejo rememorador, anecdotero,

contando lo que le paso! ¡Qué horror los viejos! Se necesita un rey Herodes de

viejos que fumigue y limpie esto.

Y la Colombia con que soñó el muchacho, ¡Que fue de ella, donde esta? Ya lo dije:

no está. Se esfumo como lo que fue, un sueño de marihuana o de bazuco. Esto que

padecemos hoy no es Colombia, es otra cosa, hay que cambiarle el nombre. iY

como la ponemos? Ah, yo no sé, ya no estoy en la edad de los bautizos: estoy en

la edad de los entierros. Setecientos cincuenta muertos se dicen rápido, ¡pero

pesan!

En cuanto a ustedes, la mayoría de ustedes, ¡cuántos muertos tendrían para poner

en sus libretas si hoy las empezaran? ¿Cinco? ¿Diez? ¡pobrecitos! La que les

espera. Una vía dolorosa cargando muertos. Con esta manía de cambiar las cosas

porque si o porque no que le ha acometido al mundo, a mi pobre Facultad de

Filosofía y Letras la atomizaron volviéndola no sé cuántas carreras, y a la filosofía

prácticamente la desaparecieron. Sera por eso que esta noche yo apenas voy a ser

doctor a medias, en Letras y no también en Filosofía, como debiera ser.

Les quedo faltando pues, señores, la otra mitad, la filosófica. Que importa, no me

deben nada, no es un reproche, yo no quiero ser filósofo. La filosofía sirve para lo

que sirve Dios. Para un carajo. Desde Tales de Mileto, Pitagoras, Democrito,

Parmenides, Heraclito, Empedocles, Anaxagoras, Anaximenes, Anaximandro y

Zenon de Elea —esto es, los presocráticos— hasta Heidegger, los filósofos no han

hecho más que empantanarse en falsos problemas que ellos mismos se buscaron,

hundirse en unas arenas movedizas que finalmente, gracias a Dios, acabaron por

tragárselos a todos. ¡Que bueno! El ser y el tiempo de Heidegger es horrible, la

Critica de la Razón Pura de Kant es horrible, la Suma teológica de Tomas de Aquino

es horrible, el Discurso del método de Descartes es horrible. El ser y la nada de

Sartre es horrible. Horrorosos todos, no pierdan el tiempo en eso, créanme,

aprendan de la experiencia ajena para que ganen tiempo, que está muy escaso.

¡Qué bueno que no me dieron el doctorado en Filosofía, muchas gracias!

Y las letras, la literatura, ¿esas qué? También vamos a salir de ellas no bien

desaparezca el libro. Lo único verdaderamente importante para el hombre es la

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alimentación y la copula. 0 mejor dicho, la alimentación para la copula, pues el

hombre en esencia no vive para comer sino que come para lo otro. El bípedo

humano tiene grabado el sexo en las neuronas con que nace. Y no desde el

Pithecanthropus, que es recientísimo. No. Desde hace seiscientos millones de años,

que es cuando aparecieron las especies que se reproducen por el sexo, de las que

surgimos. Esa manía fea nos quedó grabada desde entonces en el cerebro como

con cincel. Y ahí va el simio humano recientemente bajado del árbol siempre en lo

mismo detrás de lo mismo. ¡Cual Kant, cual Anaximenes, cual Heraclito, cual

Heidegger! La filosofía no sirve para nada. Además, ¿Qué título les van a dar a esos

muchachos cuando se gradúen?, ¿filósofos? El hábito no hace al monje y el filósofo

no es un título, es una forma necia de ser. Tales, reflexionando en la noche

estrellada sobre no sé qué, se fue a una zanja y casi se desnuca. Ese fue el

comienzo de eso.

¿Me permitirán un recuerdo, habida cuenta de mis muchos años y de que ya no

tengo ilusiones?

Cierro los ojos y recuerdo, en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la

Universidad Nacional de Colombia, al profesor Alfredo Trendal copiando en griego

en el tablero los fragmentos de los presocráticos que se salvaron de la destrucción

del tiempo y que recopilo Hermann Diels. A Alfredo Trendal lo veía yo entonces muy

mayor: tenía veintiocho años y hoy podría ser mi nieto. Lo recuerdo con admiración.

A veces, en las noches, me lo encontraba caminando por la Ciudad Universitaria,

donde yo vivía (en las Residencias Gorgona, así llamadas en honor a una colonia

penitenciaria nuestra de entonces, caminando bajo el cielo estrellado, absorto en

sus pensamientos y con grave riesgo de irse, como Tales, a una zanja. ¡Cuánto

aprendí de el a querer a los presocráticos! Y muy en especial a los sofistas y sus

terribles paradojas que no tienen solución. Con los presocráticos, o sea los filósofos

anteriores a Sócrates, el hombre empezó a pensar en serio. El no de Heráclito, en

cuyas mismas aguas no volveremos a bañarnos nunca, me acompaña desde

entonces. No volveré a bañarme en el Cauca de mi niñez, ni a oír a Rafael Carrillo

—el discípulo de Heidegger— filosofando, ni a ver la mano de Alfredo Trendal

trazando en el tablero las letras griegas de los fragmentos de los presocráticos: alfa,

beta, gamma, delta, epsilon...Todo se vuelve recuerdos y uno se muere con ellos.

La filosofía es una maravilla. Me quedan debiendo, señores, el titulo de filósofo,

¿eh? No me volveré a bañar en el Cauca de mi niñez y en sus peligrosas aguas,

pero por aquí vuelvo algún día por él. Mi agradecimiento por el que me dan esta

noche y por su afecto.

¡Muchas gracias!