DISCURSOS - Saber.es · casó con D.a }\lIaría de Mendoza, hija de D. Bernardino, segundo Conde de...

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DISCURSOS DE DON ANTONIO DE MENDOZA

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DISCURSOS DE

DON ANTONIO DE MENDOZA

, SECRETARIO DE CAMARA DE

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DON FELIPE IV ~ ~

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PUBLICA LOS CON UNA INTRODUCCIÓN Y NOTAS EL

MARQUÉS DE ALCEDO ACADÉMICO CORRESPONDIENTE

DE LA HISTORIA

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Anteportada. . Portada .....

INTRODUCCIÓN •

, INDICE

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Papeles di versos y curiosos hallados entre los que quedaron de Don Antonio de Mendoza, Secretario de Cámara del Rey nuestro señor Don F'eli pe IV, habidos de la mano del señor Don Pedro de Lemos, su yerno, que me los di6 estando yo en Lemos por los fines del año 1654 .....•................

Modo de tener el Rey el Consejo de Estado en su aposento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Forma que se guarda en tener las Cortes y el juramento que se hizo al Príncipe nuestro señor y se ha hecho siempre con tudos los que hu­biesen de suceder en esta Real Corona ....

Páginas

1

3

5

15

17

23

Páginu'

Cómo 'elPtfncipe:nuestr.oseñor~,·tomó:el·Toisótr/,,: 35 .'

Papel de Don Antonio de Meiidoza, á pedimento de D. Martín de Ibarra, cuando pasó á Flandes á servir al señor Infante Cardenal en el puesto de Secretario de Cámara, 1636 . · · . . . . .. 45

Papel del mismo Don Antonio ,de Mendoza, en que discurre sobre los ;principios del oficio de Secretario de Cámara . . . '. . . · · . . . . .. 59

Papel en que Don Antonio de Mendoza, escri­biendo al Conde-Duque cuando estaba en lo ardiente: de su valimiento, discarre sobre-UD ,'1,

libro que saHé impreso ¡\in autor .~. . .. . .. 71

Discurso de Don .Ant9nio~de :Mendoza, Secretl~':',l; , rio de Cámara de Felipe IV, en que persuade al Conde-Duque' se deje'~prentiar(,de Su Ma .. < jestad. (Fragmento); ........ " ...... '. 101'

Discurso del' ndSn10 'Don~' AntQnio! de Meildoz~',:' ", "-. de los gastos~que algunos" señores' 'de Cast.ilhi' ¡ ;": han hecho en diferentes tiempos en -'serVicio,,:: de Sus Majestades,. . . . . . . . . . . . . . .. 111'

Relación del Señorío de V<izcaya-¡ hechaal Conde ... " , Duque por Don Antonio, de Mendoza, Secre~: tario de Cámara, en ocasión que aquella pro­vincia estaba' alterada'por bien :tivia'na: causa. '125

Al Conde-Duque, cuando las alteraciones de Viz';' ~

, caya, escribió le I)on Antonio de Mendoza. .. 137

..

Piginas

Del mismo Don Antonio de Mendoza al Conde~ Duque en el informe de las calidades que han de tener los que se reciben para pajes de Su Majestad. . . . . . . . : . . . . . . . . . · . .. 149

Del mismo á la Marquesa de VilJahermosa,.doña Lorenza de Sotomayor y Zárate, proponién-dole algunos caballeros para marido. . . . .. 161

Don Juan de" Castro y Castilla, Conde de Mon­talvo, al Rey, cuando le llevaron al castillo de Montánchez .......... · . . . . . . . .. 173

Discurso del mismo Don Antonio de Mendoza, Secretario de Cámara y de la Inquisición, sobre un caso que sucedió en la ciudad de Granada entre la Cancillería y la Inquisición. (Frag-mento) ....................... 183

Modo de dar parabién al Rey en nacimiento de Príncipe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . · .. 197

índice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • • • 2°3

Colof6n .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

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, INTRODUCCION

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UANDO, al fallecimiento de mi padre, se

repartieron entre mis hermanos y yo

los papeles que formaban su archivo, hallé

entre los legajos que me correspondieron uno

compuesto de documentos, escritos con me­

nudísima letra, del siglo XVII. Se hallaban re­

unidos bajo una carpeta que dice: «Papeles

diversos y curiosos hallados entre los que que­

daron de D. Antonio de l\lendoza, Secretario

de Cámara del Rey nuestro señor D. Felipe IV,

habidos de la mano del señor D. Pedro de

Lemos, su yerno, que me los dió, estando yo

en Lemos, por los tines del año 1654.»

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Esta indicación y la circunstancia de ha-­

berse enlazado mi familia frecuentes veces con

la de Mendoza (1), me determinaron á tratar

de descifrar los documentos. No era fácil tarea,

pues muchas palabras estaban medio borradas

ó carcomidas; otras ilegibles, por la descuida­

da y microscópica caligrafía del amanuense, y

algunos discur~os ,no existían "ya ~ino en esta-. .. I , \ . I

do fragmentario. Sin embargo, logré terminar

mi trabajo, y puestos .. en, claro los textos, me

(1) Desde el siglo XIV hallo hasta nuestros días los siguien tes enlaces:

SIGLO XIV . ,

Suero Pérez de Quiñones, segundo Merino mayor de Asturias de este apellido, con D.a María :Fernández

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de Mendoza. Ares Pérez de Quiñones, hermano del anterior, con

D.a Teresa López de Mendoza.

SIGLO XV

Doña Elvira de Quiñones, herrpana de D. Suero (el del Paso Honroso), 'casó con Íñigo López de Mendoza, primer Conde de Tendilla.

Dofia María de Quiñones, "hija de Pedro F ernández de Quiñones .y de D.a Beatriz de Acuña, con D." Pedro Carrillo de Mendoza, segundo Conde de Priegue. "

\. Otra D.a ' María de Quiñones, «que llamaron la Blanca, por "haberlo sido:., casó con D. Oiego Hurtado

6

parecieron, como lo decía la carpeta, curiosos

en su mayor parte,. y por ser (en opinión de

eminentes eruditos) inéditos, me decidí á pu­

blicarlos.

Aunque bien conocido el autor de estos

discursos, el olvido relativo en que han caído

sus obras y su persona, así como el largo tiem­

po que nos separa de la época en que vivió,

quizás justifiquen que hagamos aquí una breve

reseña de su vida y de sus escritos.

de Mendoza, que luego fué Cardenal y Arzobispo de Sevilla.

Doña 16eonor de Quiñones, con Pedro Hurtado de Mendoza, Adelantado de Cazorla.

SIGLO XVI

Don Francisco de Quiñones, tercer Conde de Luna, casó con D.a }\lIaría de Mendoza, hija de D. Bernardino, segundo Conde de Coruña.

SIGLO XVII

Don Claudia de Quiñones y Guzmán, Señor de ViHarente, casó con D.a Mariana de Zúñiga y Mendoza.

SIGLO XVIII

Don José Quiñones de León, quinto Marqués de Montevirgen y de San Carlos, casó con D.a . Francisca SantaIJa y Quindós de Mendoza, descendiente ,de don Mauro de Mendoza, primer Marqués de. Villagarcía.

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Nacido en las montañas de Burgos á fines

del siglo XVI, pertenecía D. Antonio Hurtado

de Mendoza á la ilustre familia vizcaína de este

apellido, y procedía de la rama de los Señores de la Bujada. Era biznieto de D. LopeHurtado

de Mendoza, Embajador de Carlos V en Ale­mania, Roma y Portugal, y sobrino carnal de D. Fernando de Mendoza, Comendador de

Sancti-Spíritus en Alcántara, General de la

costa de Granada y Señor de la Bujada.

Distinguióse ya D. Antonio como poeta

dramático en vida de Lope de Vega (1), y

( 1) En El laurel de Apolo se le alaba en los térmi­nos siguien tes:

La gran montaña en quien guardaba La fe, la sangre y la lealtad estuvo, Que limpia, y no manchada, Más pura que su nieve la mantuvo (Primera patria mía), A don Antonio de Mendoza envía, Aquel famoso Hurtado, ,

De lás musas que al monte de ~elicona De las montañas trasladó el cuidado; Que tan vivos espíritus corona A quien Apolo Delphico previene Tantos laureles como letras tiene Todo discurso que su mano escribe De las altas ideas que concibe; Bizarro ingenio dulcemente grave.

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una de sus mejores obras, El galán sln dama,

hubo, probablemente, de escribirse hacia el año

de 1620. Sin duda aquella circunstancia le

mereció que en el año 1623 Felipe IV, deci­

dido protector de escritores y poetas, le nom­

brara (1) Secretario de Cámara y Justicia y

del Consejo de lá Suprema Inquisición, con­

siguie~do en este mismo año la dignidad de

Comendador de Zurita de la Orden de Cala­trava (2).

Tan orgulloso de su'noble cuna como pren­

dado de su solar y abolengo vascongados, ve­

remos á Mendoza en estas relaciones discurrir

(1) Carta décima que escribió un caballero de esta corte á un su amigo:

cMadrid, 12 de Marzo de 1623.

A D. Antonio de Mendoza se dió título de Secre­tario del Rey.»

(2) . Sucesos de esta corte desde 15 de Agosto hasta fin de Octubre de 1623: cEI señor Conde de Olivares, con gran ostentación dió el hábito de Calatrava á don Antonio de 'Mendoza, de la Cámara de S. M., y su va­lido, justamente por su calidad, su ingenio, agrado y buenas partes, pues pocas veces se hallan hombres de ánimo igual.»

Entre los escritos de Mendoza se halla la ~Noticia de cómo el Conde-Duque de Olivares le dió el hábito de Calatrava, 1623».

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á menudo con al~or y acierto 'sobre Jos' suce':'

sos y personas de Vizcaya, y, con la compe­

tencia que le daba su posición palatina, ocu-

parse minuciosamente de las cuestiones de

etiqueta (1) Y preeminencias, siempre tan· im­

portantes y complicadas en la ceremoniosa Corte de la 'Casa de Austria.

Su talento y erudición, unidos á 10 ilustre

de su nacimiento, le aseguraron gran prestigio

y briI1ante posición en los círculos y camarillas

tan cultos del Buen Retiro, compartiendo con

Lope, Quevedo, Calderón y otros ingenios pri­

vilegiados el favor de Felipe IV y el aplauso

general. Puede decirse que fué Mendoza el

poeta de Cámara, conociéndosele con el sobre­

nombre de el Discreto de Palacio, Ó, como le

llamaba Góngora, el Aseado lego.

Todas sus obras muestran asombrosa faci­

lidad, entonación elevada y gran diversidad

de conocimientos; pero co~temporáneo y ami­

go de Góngora, se dejó contagiar, y no poco,

(1) Mendoza, como es sabido, escribió el Me­

morial de la Casa del Marqués de Cañete y De la Gran­deza de España, es decir, de los privilegios de los mag­nates.

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de todos los vicios de su escuela, en Ja que la

sutileza de los conceptos, el discreteo de las

frases y la atildadura de . las palabras llegan,

en las composiciones líricas sobre todo, á lo

obscuro, y aun, con harta fr~cu~nci~, á lo in­

comprensible y ridículo. De esta .falta adole­

cen las inismas comedias de Mendoza (al pa­

recer no escribió más de ocho) (1), en las que

dió rienda suelta á su descabellada fantasía y

fecunda vena, especialment~ en la titulada

Querer por solo querer,' inmensa composición

que ocupa nada menos que 80 páginas de im-

prenta y consta de unos seis mil cuatrocientos

versos. Verdad es que' aq,uel estilo grandilo­

cuente y ese derroche de erudición eran es­

trictamente apropiados al público académico

,( 1) En la colección de las obras de Mendoza, «Obras l/ricas y cÓlIlicas, divinas y hu.manas, del canoro cisne, el ",ds pulido, mds aseado y el mds cortesano cultor de las musas castellanas, D. Antonio Hurtado de MendoBa; Madrid, I i28», se hallan las siguientes: Querer por solo qutrer, No hay amor donde no leay agravio, El marido hace mujer y el trato muda costumbres, Los empeños del lIlentir, Mds merece quien mds anta, Cada loco con su tema

.JI el montañes en Viana, Entrenzés de Micer Palomo. Faltan El galdn sin dama y Los riesgos que tiene un

coche.

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y culto de los palacios de Aranjuez y. del Re­

tiro, donde se representaban las obras de Men­

doza (1); Y el mismo autor se lamenta ,gracio­

samente en una de ellas de que las damas,

meninas y pajes que habían de desempeñar los

principales papeles de sus comedias le pedían

Un concepto en cada verso, Un desdén en cada copla y á cada plana un soneto. I

y esta corrupción y decadencia en que

cayó la literatura fué la consecuencia inevita­

ble (al no enriquecerse con otros conocimien­

tos humanos que la dieran nueva vida) del

mismo desarrollo y de la misma perfección

que le habían hecho alcanzar los grandes in­

genios que dieron tal esplendor en España á

(1) Dispénsanle algunos al Rey el honor de haber sido él mismo autor dramático, ocultándose bajo el in­cógnito, entonces muy usado, de e U ó ingenio de esta corte». Atribúyele la tradición las comedias tituladas El Conde de Essex y Dar la vida por su da»¡,a y otras dos ó tres en que dicen tuvo parte. Hay motivo para creer que, en efecto, cultivó las letras, y en la Biblio­teca Nacional existen dos traducciones manuscritas que pasan por suyas: una de las Guerras de Italia, de Fran-

. cisco Guicciardini, y otra de la Descripción de los Paises Bajos, de Luis Guicciardini, su sobrino.

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la primera mitad del siglo XVII. Los que vinie­

ron después de aquéllos y aspiraron á la ori­

ginalidad, no· pudiendo lograrla en el fondo

quisieron singularizarse en la forma, y de aquí

que adoptaran aquella afectada cultura, de la

que se derivó el gongorismo. Una \Tez m~ nos prueba el autor de estos

DISCURSOS hasta qué punto fué víctima' su in­

genio del mal ambiente: á menudo, y á pesar

del acierto de los juicios y de la elevación de

los pensamientos, se cansa el ánimo del lec­

tor en su sostenido esfuerzo por penetrar el

sentido de la frase alambicada y el sutil con-

cepto. Fué, sin embargo, D. Antonio de Mendo-

za, no obs(a~"te los defectos apuntados, hom­

bre de verdadero talento, de buen gusto y de

indiscutibles conocimientos y numen dramá­

tico; figurando su nombre en el Catálogo de

autorldades de la lengua, publicado por la Aca-

demia ,Española. En los Avisos de Pellicer de 20 de Sep-

tiembre de 1644 se lee: «Ayer vino también

aviso que murió D. Antonio de Mendoza, de

la Cámara de S. M. y su Secretario de ella,

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que tant,os años se había conservado en la' gracia' de todos.»

Fué, pues, según se deduce de la carpeta

antes citada, diez años exactamente después

del fallecimiento del' Discreto' en 'Palacio, que

su yerno entregó al que flOS Jos hatransm'i- .

tido, estos «(papeles curiosos que de él queda­

ron», los cualeS publico hoy para entreteni­

miento y estudio de aficionados y eruditos.

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PAPELES DIVERSOS Y CURIOSOS

HALLADOS ENTRE LOS QUE QUEDARON DE DON ANTONIO DE MENDOZA, SECRETARIO DE CÁMARA DEL REY NUESTRO SERoR DON FELIPE IV, HABI­DOS DE LA MANO DEL 'sERoR

DON PEDRO DE LEMOS, SU YERNO, QUE ME LOS' DIÓ ESTANDO YO EN LEMOS

POR LOS FINES DEL ARo DE 1654

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'" DISCURSOS DE DON ~ ANTONIO DE MENDOZA

MODO DE TE·NER EL REY EL CON­SEJO DE ESTADO EN SU ·APOSENTO

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Los Consejos, que Carlos V llamaba el alma del Gobierno, FeliPe 11 el braz:o real y Felzpe 111 el desca1zso del Rey, e1Z tlemPO de FeliPe IV no fueron sino el znstru1nento 'inocente sobre el que levantó la nzáquina de su poder su valz"do. Como éste vzese que l1luchas veces los Conse.Jos y Tribunales se oponían á sus propo­sicz"ones y designios, discurrz"ó debz"¡z"tar la auto­ridad de aquell~s antiguas y respetables Corpo­raciones, sometiendo los puntos princlpales de gobierno á jilntas extraordinarias y especiales, formadas, de personas de su confianza, no con el carácter de permanentes, sino que se dz"solvían y Juntaban cuando la' necesidad ó la c01tvelziencia, á su juicz"o, lo exigían, reemplazanllo de esta manera las sesudas delz·beraciones de aquellos Cuerpos consultivos, indepe1zdientes y sabios, con los desautorizados dictámenes de gente muchas

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veces z,"ncompetente é tndocta, y Sltstz"tuyendo la multiplicz"dad, el desorden y la confusz"án, al or­den y á la unidad.

Respecto á los ConsCJos mismos, so pretexto de que la publicidad dañaba á la libertad en la cmisl"ón de las Opl,nl:ones, inventó que en adelante cada ConsCJero diera su dictaJ1Zen en secreto y por escrito, y firmado y sellado se llevara á Su Majestad para la resolución. Y conto el Rey no gustaba de leer y examinar tanta multitud de papeles, entregábalos al ministro, el cual por este m~difJ conocía las opinzones de los ConsCJc­ros, y la delz"beración que sobre cada asunto aconsCJaba al Rey, y la reso!utz"ón que el Rey por su consCJo tomaba, aparecía al público como el resultado de la Pluralidad de votos. Con este artificto, que tardó en descubrirse, estuvo mucho tiel1tpO suplantando los informes de los Cuerpos superiores del Estado y CJcrciendo una especie de autorz"dad suprema" == (LAFUENTE).

Para que en Palacio se tenga noticia del modo con que el Rey ~iene los Consejos de Estado en su aposento, me ha parecido hacer memoria de la junta que tuvo de algunos Consejeros de este Consejo, el martes 23 de Enero de 1629, hallándose en ella con Su Majestad los señores Infantes D. Carlos y

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D: Fernando, sus hermanos. Fueron de esta junta: el Marqués de los Balbases, Ambrosio Espí~ola, Maestre de Campo general de los ejércitos de Flandes y Capitán general de los Estados y del ejército del Palatinado; don A~stín Mexía, Maestre de Campo general de España y del que se ..... el año de 1625; don Fernando Girón, que fué nombrado por Go­bernador de Milán y Capitán general en Italia; D. Fr. Antonio de Sotomayor (1), Confesor de S. M., Comisario general de la Cruzada; D. Juan de Villela, Comendador mayor de Aragón y Presidente que fuéde Indias, y que tiene á su cargo las dos secretarías de Estado.

La pieza en que se hizo la junta fué en la que oye Su Majestad á los Presidentes y le besan la mano los grandes cuando no es la primera entrada á cubrirse.

La siUa de Su Majestad estaba arrimada á la pared, y delante un bufete y en él la es­cribanía, un atril y campanilla, y,más a.delante del bufete, á la postrera esquina de él, las si­llas de los señores Infantes, y consecutiva­mente, algo apartados, los bancos de los Con­sejeros, sin respaldos, y un bufete sin sobre­mesa y con escribanía deJante de D. Juan de

(1) Primer Conde de Priegue.

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Villela que, como del Consejo, había de estar . sentado; que los secretarios estaban siempre en pie y descubiertos.

La ceremonia que se acostumbra en los Consejos de Estado que se pasen -delante del Rey, es que mientras Su Majestad habla han de estar descubiertos y sentados, y en ~ca­bando de hablar se cubren, y cuando ellos empiezan á hablar se levantan y descubren y hacen reverencia al Rey, y votan sentados y descubiertos, y en acabando vuelven á levan­tarse, y hacen su reverencia y se sientan. y cubren. Delante del Rey siéntanse por su an~ tigüedad y empieza á votar el más antiguo, y en ésta, por ser junta y no Consejo, sentados por su antigüedad comenzó á votar el más moderno, y por ser cosa nueva el hallarse In­fantes en los Consejos y no tener ejemplo de las ceremonias con ellos, creo que resolvió Su Majestad que cuando sus Altezas hablasen tam­bién se descubriesen los Consejeros, y que al hacer reverencia al Rey, hiciesen luego corte­sía á los Infantes; y pareciera necia esta ad­vertencia al que la leyere, pero más necedad parecerá al que ve que cada día es menester preguntar lo que se hace, y que de lo más co­mún y ceremonioso en Palacio, que son en­tradas y comidas públicas y otros actos de

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lucimiento y de atención, nunca se ajusta ni se sabe el modo con que se hizo ayer, ni hay nada decidido ni asentado en casos semejan­tes, dejándolos siempre á la relación de los que por mostrar más noticia y experiencia de ·Palacio refieren cosas muy descaminadas, y por no rendirse á ignorar lo que les preguntan ó lo, que era su honor supiesen, han hecho hacer hartos despropósitos, y con la licencia de viejos hay muchos que hacen tomar las peores resoluciones; y así como no importa nada que se haga bien esto, importa lnenos el dejarlo de saber, y osaría yo pensar que en Palacio, que viene tan atento á la decencia y al respeto y ceremonia pública, no hay cosa pequeña para errada.

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FORMA QUE SE GUARDA EN TENE'R LAS CORTES Y EL JURAMENTO QUE SE HIZO AL PRÍNCIPE NUESTRO SENoR y SE HA HECHO PARA. SIEMPRE CON TODOS LOS QUE HUBIE-

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FORMA QUE SE GUARDA EN TENER LAS CORTES Y EL JURAMENTO QUE SE HIZO

, -AL PRINCIPE NUESTRO SENOR y SE HA HECHO PARA SIEMPRE CON TODOS LOS QUE HUBIESEN DE SUCEDER EN ESTA REALCORONA~~~~~~~~~~~

(Esta relación parece ser un compendio del libro en 4.0 que, por orden del Gobierno, se publicó en Madrid [en 1632] bajo el título Convocación de las Cortes de Castilla y j1(,rantento al Prlncipe Baltasar Carlos).

Las Cortes de I6J2 fueron convocadas al .,

regresar FeliPe IV de su viaje á Valencia y

Barcelona, y su princiPal objeto era pedir nue-. vos y grandes subsidios para atender á los gas-

tos de las guerras.

La necesidad de pedir recursos á las Cortes

era tal, ,que poco tiel1tpo antes se había visto pre- '

cisado el C01zde-Duqlie á recurrir á la generosz"­

dad de los particulares en dentanda de algunos

aU~1:ilios, de una nzanera poco decorosaj el Car­

denal de BorJa había socorrÍllo al Rey con 5 0 .000

escudos de sus beneficios y pensiones, y los gran­

des levantaron regi1l1ientos, que mantenían á su ,

costa . ./1 pesar (le esto) los Procuradores a1ldu-

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vieron muy rekaclos en otorgar al Monarca los grandes subsidios que les pedía, dtciendo que no era Justo empobrecer el reino por enviar sumas inmensas al Emperador para· sostener en Alema­nia una guerra tan inútil como ruinosa. Sin embargo, se ·ofrecieron á servl:rle con lo que pu­dieran para ocurrir á las más urgentes necesl,aa­des, al modo que le servían también Aragón, Portugal, Flandes, N áPoles y Sicilia.

Habiendo mandado el Rey nuestro señor Felipe IV convocar los grandes títulos y caba­lleros de los teinos de Castilla y de León, y á las ciudades y villas de ellos en esta de Ma­drid, su corte, para hacer el juramento y ho­menaje de obediencia y fidelidad al Serenísimo Príncipe Don Baltasar Carlos, su hijo y señor mío, señaló para este acto el domingo de Car­nestolendas, 22 de Febrero del año de 1632, Y por haberle sobrevenido un accidente se dilató hasta 7 de Marzo, día del glorioso señor Santo Tomás de Aquino, en el cual,celebra también la Iglesia la fiesta de las dos Santas Perpetua y Felicitas, siendo Su Alteza (q. D. g.), de edad de dos años, cuatro meses y diez y nue­ve días; proponiéndose las Cortes, que tam­bién se convocaron para otros efectos grandes del servicio de Su Majestad, el sábado 2 1 de

Febrero en su palacio, y porque esta relación se escribe para noticia universal, y que en este papel se sigue lo que en algún día se buscase, 'pues en cada ocasión se necesita de ejemplos, no será fuera de propósito referir el modo y circunstancias con que se hace, y pasó uno y otro, pues el intento es que se lea para la pun­tualidad y advertencia, que ta~ vez es más im­portante que curioso.

Las Cortes de Castilla, que desde el año de 1538, en que concurrían los tres brazos eclesiástico, nqble y el pueblo, que le repre­sentaban, como' ahora, dos caballeros de cada ciudad, que tenían voto en ellas, se redujeron á sólo diez y ocho ciudades y villas, contán­dolas con el nombre de reinos, que se prece­den como van nombradas: Burgos, León, Gra­nada, Sevilla,. Córdoba, Murcia y Jaén; Toledo, competidora con Burgos, se dirá adelante; siendo las ciudades: Valladolid, que hizo ciu-

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en cada ocasión, compitiendo á la de Burgos, cabeza de Castilla, Toledo, que lo fué del imperio de los godos, y perseverando tres­,cientos y más años, desde el tiempo del Rey Don Alfonso el Onceno, -en esta emulación y porfía en todas las Cortes y acciones ma­yores de ellas'; no toma asiento consecuti­vo, teniendo señalado el que se mostrará en su lugar.

Luego que llegan los Procuradores á la Corte, presentan los poderes de sus ciudades en el Consejo de la Cámara, en donde] con la atención que en él se acostumbra hasta en las menores cosas, se ve si vienen bastantes para todo lo que han sido convocadas; y si hay que· advertir ó enmendar, se hace con tiempo y les toman en ella el juramento.

El día que se han de proponer las Cortes} vienen todas las ciudades en casa del Presi­dente de Castilla,. á caballo, acompañadas de los grandes señores y caballeros que son natu­rales de ellas, y en el puesto que le toca á cada reino y le ha tocado por suerte á cada ciudad, acompañan al Consejo de la Cámara á Palacio, trayendo á su lado derecho el Secretario de ella al Consejero más moderno, siguiéndose los demás por sus antigüedades, y el decano toma el lado izquierdo del Presidente. La ciudad de

Toledo va de por sí á casa del Presidente á

tomar la orden que le da, volviendo á su po­sada, y desde ella misma, con mucho acom­pañamiento, viene á Palacio.

Los Procuradores de Cortes se ponen en forma de reino en la pieza señalada para este acto, y es la propia en que Su Majestad se halla á las consultas del Consejo de Justicia; el de la Cámara entra en la del Rey, hasta la ,galería pintada de Poniente, que es la en que se-quedan los Consejeros cuando los viernes acompañan al Presidente, que después de la consulta le oye Su Majestad en audiencia re­tirada, y la forma 'que los Reyes tienen en sa­lir á las Cortes, y tuvo Su Majestad en éstas, es la siguiente:

Salía Sú Majestad de su aposento, y en la galería dorada de Poniente aguardaron el Ar­zobispo de Granada, Gobernador del Consejo y Consejeros de la Cámara, y los Procurado­res de Cortes de la ciudad de Toledo, y en la pieza -de la audiencia los Alcaldes de Corte; salió por la puerta que va de la audiencia á la antecámara, acompañándole, delante los Alcal­des y sus mayordomos, á quien seguían los del Consejo de la Cámara, y delante de Su Majes­tad el Gobernador del Consejo y detrás el Duque de Alba, Mayordomo mayor, y Duque

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de Medina de las Torres (1), sumiller de Corps, y otros Gentile~hombres de la Cámara; y ha­biendo hecho todos á Su Majestad su reveren­cia, tomó su silla debajo del dosel, y arrimado á ella la mano derecha, el Gobernador del Consejo, hasta el banco de este lado los Con­sejeros y sus Secretarios, todos en pie, y de­trás de ellos los escribanos mayores de las Cortes y otros ministros del reino; los AlcaI­des enfrente de Su Majestad, arrimados á la pared, al fin de los bancos, y los Mayordo­mos y Gentileshombres de la Cámara al lado izquierdo de Su Majestad, enfrente de los Con­sejeros de la Cámara, y detrás del banco de la mano derecha muchos caballeros y señores, que vinieron acompañando á sus ciudades, como se acostumbra en acción semejante. Su Majestad mandó al reino se sentase, y sa­liendo los Procuradores de Cortes de Toledo por la parte que Su Majest~d había entrado, y hecho la reverencia, fueron á querer tomar el primer asiento, en que estaban los Procurado­res de Burgos, pretendiendo precederles, en lo que hubo las réplicas acostumbradas (2). Su

(1) Yerno del Conde-Duque. (2) Ya en el siglo XIII Burgos era el primer voto

en las Cortes castellanas, dando lugar á reñidas con-

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Majestad mandó que se hiciese lo que otras veces; con esto se sentó Toledo en un banco, que en este tiempo se le puso enfrente de Su Majestad, al fin de los otros bancos y delante de los Alcaldes de Corte; sentados todos y descubiertos, Su Majestad propuso las Cortes y remitió al Secretario que leyese la proposi­ción, y antes de leerla les mandó cubrir, que­dando el Presidente y Consejero en pie y des­cubiertos; el Presidente se arrima á la misma pared de Su Majestad, y si es grande ó Arzo­bispo se cubre) y si Cardenal se le pone la misma silla y en el propio sitio que en las con­sultas y en aquel ámbito que hay desde la pa­red del Rey á la cabeza del banco de la mano derecha en que asiste Burgos; está el Consejo de la Cámara por sus antigüedades, en pie y descubierto, como va dicho. Entonces don Sebastián de Contreras, caballero del hábito de Santiago y Secretario de la Cámara y Es­tado de Castilla, en pie y descubierto, leyó la

tiendas con los representantes de la ciudad de Toledo, y á que se estableciera como medio conciliativo el que Burgos tuviera el primer asiento y el primer voto, y los Procuradores de Toledo en lugar apartado de los de­más, enfrente del Monarca, que nombraba primero á Toledo, diciendo: e Yo hablo por Toledo y hará lo que la mandare; hable Burgos».

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proposición, empezando en el juramento de fidelidad que todos habían de hacer al Serení­simo señor Príncipe, su hijo, y representando eñ ella con grandes y prudentes palabras y efi­caces razones las causas de los aprietos y ne­cesidades de Su Majestad, sus excesivos gastos 'en tantos ejércitos y armadas en amparo y defen~a de la religión católica y conservación de su dilatada monarquía,' cuales nunca en número y continuación los ha sustentado otro Rey en España, en que se han consumido tantos millones de su real Patrimonio. La emulación de las naciones á su grandeza, la precisa necesidad de resistir á tantos y tan declarados enemigos de la Iglesia y suyos y de la augustísima Casa de Austria, el constante ánimo con que estaba resuelto de oponerse á sus invasiones y fuerzas, hasta aventurar, no sólo el Estado, sino la vida, ofreciéndola á la defensa de la fe ./ del imperio, confiando de sus fidelísimos vasallos, que para efectos tan del servicio de Dios y suyo le ayudarían con el amor, afecto y voluntad' que han acostum­brado en tantas ocasiones; admirando los cir­cunstantes la suma templanza y modestia de . las palabras, sin que en ninguna se descubriese particular sentimiento de los que ayudan al riesgo público de la Cristiandad, que, no igno-

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rándolo ninguno, bien pudiera hacerse notorio á todos. Acabada la proposición, y usando de esta ceremonia, que siempre se nombraba en eIJa á Su Majestad y á la Reina y al Príncipe,

. hacían reverencia el Secretario y Consejeros y se descubrían el Arzobispo y los Procuradores. Levantáronse todos, y queriendo adelantarse Toledo, el Rey mandó que hablase Burgos, que Toledo haría lo que Su Majestad le man­dase; y D. Jerónimo de San ..... , Procurador más antiguo, respondiendo por todos, y descu­bierto y en pie,. dijo:

Señor: Es felicidad suma para vasallos lea­les manifestar, con público testimonio, la fide­lidad de sus pecho~, y para estos reinos el ma­yor favor que Su Majestad les mande confir­mar con homenaje inviolable la' seguridad de su fe, dando la obediencia al Serenísimo Prín­cipe nuestro señor, con igual alborozo que les causó su feliz nacimiento y las prendas ciertas de que tendrá Vuestra Majestad, no sólo suce­sor~ y émulo de sus glorias, \ sino conquistador de nuevos imperios, que dOfi?e las rebeldías de los enemigos de la Iglesia; por más que contra la grandeza de esta monarquía vana­mente se conjure su envidioso temor, recono­cen estos reinos por merced muy estimable haber Vuestra Majestad mandado darles parte

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• del estado de su real Patrimonio, justamente empeñado en defender la religión católica y conservar en ellos la paz, sustentando fuera la guerra con tan poderosas armadas y tan vic­toriosos ejércitos.

Cuando Vuestra Majestad diere licencia se juntarán estos caballeros á mostrar su antigua fidelidad, buscando medios para servir á Vues­tra Majestad y ayudar sus católicos intentos, á quien humildemente suplicaré premie su afec­to, sirviéndose de su caudal y vidas, pues tan prontas las ofrecen á sus Reales pies.

Acabado esto, manda Su Majestad que se junten en la pieza deputada para el Reino, á tratar lo que de su parte propondrá el Presi­dente del Consejo, y se levanta, acompañán­dole el Consejo de la Cámara; y Toledo en la misma forma, y sale, y desde allí bajan el Pre­sidente y Consejo al Reino, donde se empieza á tratar los negocios; esta es la forma que se guarda siempre, y la que se observó en esta

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El Príncipe nuestro señor, Dios le guarde, recibió el Toisón de mano del Rey nuestro se­ñor, su padre', domingo 24 de Octubre de 1638, á los nueve años y siete días de su edad.

Hízose el acto en la pieza grande dorada, junto al aposento en que Su Majestad duerme, y estaba un biombo delante de la puerta se­gunda y en él. una silla de terciopelo carmesí para asiento de Su Majestad, como soberano de la Orden, y á su mano derecha un bufete con sobremesa de lo mismo y junto á él una sillera rasa del mismo terciopelo con un misal, y sobre él un crucifijo para hacer el juramen­to; y por ambos lados estaban dos bancos sin respaldar, cubiertos de alfombra, y en medio, en el suelo, una grande, y á los pies, fuera de ella, el banco raso descubierto para los oficia­les del Toisón, aunque en éste ni en el del Du­que de Módena (2), que se tomó luego, no se

(1) El Príncipe Baltasar Carlos. (2) Francisco de Este.

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En la pieza no quedó nadie, y en celosía (1) estuvieron la Reina nuestra señora, las damas y el Conde-Duque junto al biombo, en pie y descubierto, y desde las puertas retirada mente miraban los caballeros que se hallaban, y Su Majestad se sentó en la silla y llegó luego el Grefier del Toisó~ y de rodillas oyó lo que Su Majestad le dijo, que fué que preguntase al pretendiente si quería entrar en la Orden; ha­biendo de tocar esto al más moderno de ella, y por no haber entonces en la Corte más ca­ballero que Su Majestad, le tocó por falta del Canciller al Grefier, que salió á hacer la pre­gunta y á llamar al Príncipe nuestro señor; y

(1) Las celosías en Palacio era'n unos enrejados de listoncilIos de madera que se colocaban en los huecos del aposp.nto para que las personas que estaban de la parte de dentro viesen sin ser vistas, pudiendo así asis­tir á actos palatinos, aunque su rango ó categoría no les autoriz1.se para ello. -La costumbre de las celosías fué importada de los moros á nuestro suelo.

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Su Alteza, con capa y espada, entró por entre los dos bancos, haciendo tres reverencias á su padre y se hincó de rodillas sobre una almo­hada de tela de oro, que se la sirvió el Conde de Castro, mayordomo más antiguo de Su Majestad.

Preguntándole si era armado caballero, respondió que no; se armó en esta forma: el Conde-Duque, á quien asistía el Marqués del Carpio, su cuñado, Gentilhombre de la Cáma­ra de Su Majestad y capitán de su guarda es­pañola, haciendo oficio de primer caballerizo, desnudo puso el estoque en manos de su ex­celencia, y el Conde-Duque en la de Su Ma­jestad, como su caballerizo mayor, y éste es el mismo que se lleva en la representación de la majestad y Justicia en las entradas públicas de los reyes, y que se guarda siempre en su armería, y en la casa de Borgoña se llama la espada de honor; y teniendo Su Majestad el estoque levan~ado, preguntó si quería ser ca­ball~ro, y respondiendo que sí, le dió un golpe sobre el hombro izquierdo, diciendo: «Dios os haga buen' caballero y el Apóstol San Andrés» , repitiendo esto mismo tres veces; y en habién-

. dole armado caballero y besado la guarnición· del estoque, hizo el juramento con las mismas palabras que por el libro ceremonial de la Or-

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den iba refiriendo el Grefier, que estaba de la parte de afuera, y luego inmediatamente le puso el Rey el collar del Toisón, que era el mismo con que el Rey fué recibido siendo Príncipe, y Su Alteza le besó la mano y se sentó en el banco de la mano derecha y se cubrió, y consiguientemente el Grefier salió á llamar al Duque de Módena, Francisco de Este, y entró por los bancos haciendo tres grandes reverencias á Su Majestad, y llegando á sus pies le puso una almohada de terciopelo carmesí el tapicero mayor de Su Majestad don Pedro de Torres, y el Duque no quiso hincarse de rodillas en ella; hízose la ceremonia misma que con el Príncipe en armarle caballero y ha­cer el juramento y pasarle Su Majestad el ,co­llar del Toisón, y en recibiéndole, pidiendo de rodillas la mano á Su Majestad, con mucha caricia se la retiró y se sentó el Duque en el banco de la mano izquierda;' y luego se le­vantó el Rey, y todos los que se,hallaban pre­sentes besaron la mano al Príncipe, y Su Majestad y Su Alteza y el Duque se quitaron los collares y se pusieron el Toisón en la forma que se hace ordinariamente. Esto fué con pun­tualidad lo que pasó en este acto, que se es­cribe para sólo memoria y advertencia de lo que sucede en él, por la falta que Palacio tiene

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de formularios, siendo tan atento á ceremo­nias y tan descuidado en sus noticias~

Aquel mismo día, en volviendo Su Majes­tad del Real Convento de la Encarnación, donde rué acompañado del Duque de Módena, hizo el Duque el juramento sobre un misal y un escrito de servir á Su Majestad bien y fiel­mente en el cargo de ser Capitán general de los dos mares Océanos, refiriendo el Duque c~n las mismas palabras que le iba diciendo el Protonotario D. Jerónimo de VilIanueva (1), Secretario de Estado de España de los Con­sejos de guerra, y Aragón, caballero del há­bito de Calatrava y Comendador de Villafran­ca, que asiste á Su Majestad y al Conde-Duque en el despacho universal de los negocios; y acabado el juramento, pidió la mano el Duque á Su -Majestad, que con el mismo agrado que en el acto del Toisón, se excusó de dársela.

(1) Protonotario del reino de Aragón y del Consejo de aquel reino, rué el fundador del célebre convento de S~n Plácido. Acusado de participante en los excesos que se atribuían á las monjas, y de pertenecer además á la secta de los alumbrados, se le formó causa, por la Inquisición. En el tomo de la Biblioteca de Salazar, per­tenecien te á la Academia de la Historia, se halla un larguísimo alegato que se imprimió en defensa del pro­tonotario, negando al San to O ficio la facul tad de pro­cesarle.

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Celebróse esta jura en el aposento 'en el que el Rey duerme y en la· misma forma y sitio que la hizo por gobernadora de Portugal la Prin­cesa Margarita (1), tía del Duque.

Hizo Su Majestad aquella misma tarde otro mayor favor al Duque, queriendo que se ha­llase presente á la lección del Príncipe, en que en nueve años de edad le tiene tan ejercitado su maestro el Vizconde D. Juan de Isassi, ca­ballero del hábito de Santiago y señaladísif1?o en todas letras y virtudes; y Su Alteza, con admirable gracia y prontitud, hizo demostra-· ción de las noticias que tiene de la lengua la­tina, griega y muchas de las vulgares, y dis­currió por la Cosmografía y Geografía· y otras ciencias en que, no para sus años y fortuna es admiración grande, sino para el hombre ordi­nario que más se hubiera de estimar por sólo el ingenio, y tiene las perfecciones de padre tan señaladamente enseñadas de la Condesa- .

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Duquesa, su aya, que á su generosa y exce-lente crianza se deben las que en su bellísima niñez resplandecen tanto, y ~as glorias y virtu­des del Rey sólo podrá aprenderlas aventaja­das y esclarecidas de su gran padre.

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A la noche hubo comedia en el salón, y el Duque de Módena, sobre dos almohadas, al modo que solía asistir en ellas el Príncipe Fili­berto, su tío,- estuvo en lugar con la señora D.a Catalina de Moneada, hija del Marqués de Ay tona (1), y de las damas de mayor aplauso que ha tenido Palacio en lo más lu­cido de todos sus tie .. mpos.

(1) Don Guillén Ramón de Moncada, Marqués de Ay tona, Virrey y Capitán general de Cataluña, casó con D.a Ana de Silva, hija del Marqués de Orani, dama

· de la Reina y agasajada belleza de la Corte.

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PAPEL DE DON ANTONIO DE MENDOZA, Á PEDIMENTO DE DON MARTÍN DI! IBA­

RRA, CUANDO PASÓ Á FLANDES Á SER­VIR AL SEÑOR INFANTE CARDENAL EN , EL PUESTO DE SECRETARIO DE CAMARA

La Secretaría de la Cámara es oficio de más confianza que suficiencia, y aunque tiene más ocasiones en que ejercitar la fidelidad que el entendimiento, ha menester buen juicio para todas; y porque las más veces ha estado en personas validas) ha granjeado la 'estimación pública en que se halla, y en conveniencias puede ser de este género el más grande. Y por­que la gracia del Príncipe es el mejor puesto de Palacio, éste sin ella es moderado y corto, y con ella más ocasionado á favores que nin­guno, y en su esfera y medianía el mayor del Aposento Real, y siempre será justo que le ocupe hombre de honrada sangre, poco entro­metido, y menos codicioso, y bien intenciona­do; que á los oídos de un Rey hacen los de profesión entretenida, cuyas palabras se oyen y no se atienden, se buscan de buena inten­ción; que la Majestad es cosa tan sagrada, que

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sus orejas y ojos se deben no imaginar, sino . creer soberanos.

En 1.0 antiguo, las secretarías (que aún no tenían este nombre) no trataban negocio al­guno, mas podían rogar en todos, y del favor del Amo se formaba lo importante de esta ocupación; y ahora, si es he~hura del valido y conoce no sólo con la necesidad, sino con la ley, que pende sólo de aqu~lla mano y sirve con la puntualidad y respeto que es justo, nin­guna cosa proporcionada dejará de alcanzar, sin que la importune como negociante, y el ejercicio es este.

Recibir los memoriales que se le dan en su mano al Príncipe y los que traen las partes, y éstos los examinan primero los oficiales de la Cámara, y apuntados de uno de ellos se re­miten á los Ministros á quien tocan, y no se llevan ningunos derechos, y los que no se pier­den, es hacerlo con brevedad y gusto.

Para las audiencias de su Amo no ha de permitir que busquen la suya, que junto con su apariencia muy vana, e,s inútil y embara­zosa, y asistiendo· media hora por la mañana en la antecámara, donde precisamente han de llegar los que la piden, podrá hablar con to­dos, y de suerte que parezca conversación y no audiencia, que este nombre le ha de tener

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no más que la de su dueño. Y el modo de dar~a, si el tropel de la gente es mucho, será hacer una memoria de las personas que la so­licitan, para llamar por ella á las que merecen ser preferidas, y en este número deben de en­trar todos, unos por la dignidad ó estado que tienen, otros por la intercesión que tienen; que es dura severidad no querer á un tiempo mis­mo hacer placer al que viene y al que le en­vía. Otros, porque no son conocidos ni ruega nadie por ellos, que éstos los ha de tener muy á cargo su atención y gentileza; con que todos caben igualmente, y el que no pueda hablar, vuelva bien respondido, y el que hubiese tar­dado, preferirle otro día, con que ninguno irá justamente quejoso.

Por ningún designio, particularmente de . enemistad ó enfado, ha" de negar aquella puer­

ta á nadie, antes bien, con afectación se la ha de conceder más bien al que menos obligado le tenga, y ha de procurar que en la pieza in-

" mediata no haya confusión ni ruido, y cuando sucede ser mucho el concurso y congojan los negociantes, acercándose demasiado á la puer­ta, llam.ar á los que están más lejos, y sin vio­lencia desembarazarán el paso todos.

y porque los soldados suelen hacer bizarría del arrojamiento, templarse con ellos de suerte

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que vean que los adelantan por sus fatigas y ra­zones, y no por sus desembarazos y descuellos.

Con las religiosas y sacerdotes se ha de tener mucha cuenta, para anteponerlos y res­petarlos; pero con esta medida: que si fuese al­guno común negociante no ha de ser preferido siempre, porque frailes y clérigos, dados á las pretensiones, cuidan poco de I~comodidad ajena, atentísimos prolijamente á la suya, y habiendo muchos q~e hablen, ocupar uno solo toda la hora de la audiencia es quedar los de­más ofendidos, y este riesgo de dilatarse se corre también con los letrados, que no saben decir su razón sin muchas.

Si concurren á un tiempo dos ministros y de un mismo Consejo, entrará el más antiguo, y siendo de varios tribunales, por la prece­dencia de cada uno, y en los títulos y caba­lleros que no hay estas distinciones, escoger el más anciano, y las provincias, iglesias y ciu­dades, cuando vienen dos en su nombre, se in­troducirán primero.

La ceremonia es á mediana distancia, con dos reverencias, decir "el nombre del que ha de llegar, habiéndole ya señalado, y h~sta que salga el que está hablando no ha de entrar el otro, y por su cuenta de ellos corre el des­alumbramiento y atino de las tres reverencias

que hacen y del modo con que hablen, que eso no le toca advertirlo, si no se lo pregun­tase el pretendiente, que entonces será corte­sanía y claridad enseñarle.

La hora del despacho la señala el dueño, que suele ser varia, ya por la mañana, ya por la tarde, y el Secretario vendrá primero á com­poner la mesa de los papeles, requiriéndola toda para que no falte nada de lo necesario, que lo trae un oficial del escritorio y 10 entre­ga á un ayuda de cámara que lo pone en el bufete; y los pliegos que se han de firmar, que en ellos mismos· se conoce, los pondrá aparte, y los de consulta, que los abre el Príncipe á solas, no son de su jurisdicción, sino de la del Secretario universal de los negocios, si bien en Flandes creo que es diferente el estilo, que allí el Secretario español trata no más que las ma­terias de la guerra y las forasteras de Esta­do; que todas las del país las manejan Minis­tros señalados para cada una; y cuando fuese firmando Su Alteza irá quitando aquel pliego, y lo mismo en todos, y en acabando hará una "reverencia y sacará los pliegos firmados, y el hacerlo será más práctico en su misma cu­bierta, porque se vea que no se han salteado y que llegaron fieles; y con un soldado de la guarda española remitirlas á los Ministros que

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las envían. Y si el despacho es de más impor­tancia que los ordinarios y pide mucha prisa, ponerle dos luegos y saber el nombre del sol­dado á quien se entrega; y el Conde-Duque, en su desvelada atención á lo mejor servido del Rey, me advirtió á mí una circunstancia que se observa con suma puntualidad y obe­diencia: que si tal vez entrase un Gentilhom­bre de la Cámara estando firmando el Rey, se hiciese un cumplimiento de que llegase á ejer­cer aquello mismo, que nunca lo admiten, y no es contra el ejercicio, antes bien muy en autoridad suya, pues tan grandes personas pueden hacerle.

El Secretario, aunque sea más moderno que los Ayudas de Cámara, los prefieren en todo: en el coche, en el estado y en los más lucimientos del oficio, y está reservado de viandas, guardas y de dormir en Palacio; y es­tando en él, si no hay otro á quien se pide lo doméstico del servicio de su amo, lo debe ha­cer todo, que lo fundamental de la ocupación es ser Ayuda de Cámara y no Secretario, por­que cualquiera de los otros ejercerá sus ausen­cias en faltando el que las tiene, que siempre le hay, y se llama sustituto, y aunque riguro­samente se ha dicho, pero jamás practicado, que los Gentileshombres de Cámara podrían

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llamar de vos á los Ayudas, al Secretario no, que sólo puede hacerlo el Sumiller, y el sen­tarse en presencia del Gentilhombre, porque se lo mandara primero, no tendrá ocasión de ha­cerlo antes.

Si la Cámara de Su Alteza tuviese gastos secretos, habrá de estar por la instrucción que hubiese en ella, y si no el estilo es tomar sus órdenes á boca, y las que le enviara el Sumi­ller, ó el que le sustituye, de palabra ó por es­crito, y 'si alguno de sus compañeros estuviese enfermo, ó criado de la casa, debe acordarlo para que se le haga algún socorro.

Cuando el Infante estuviese despachando consigo ó con el Secretario del despacho, que siempre será á puerta cerrada, y llegare algún pliego, ó sucedier,a venir su confesor ú otro ministro grande á hablar con Su Alteza, y sea preciso hacerlo antes que salga, llamará para avisarlo, y hasta que responda con la campa­~illa no ha de entrar, y si llamando segunda vez no respondiere, no porfíe, que entonces es señal que no quiere que le embaracen, y hará después la señal cuando gustare de ello.

Si alguna persona grave, como Presiden­te ó Consejero, ó Capitán señalado le pidiere audiencia retirada, tomará la orden de Su Al­teza de la hora, y lo avisará en la forma misma

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Ofreceráse que de parte de alguna repú­blica y de algún señor ó caballero se venga á hablar al Infante, y convendrá por entonces dilatarle la audiencia que pide; esto lo puede hacer con tal destreza, que no se descubra que él tiene orden de diferirla, y con buen sufri­miento y maña ha de pasar por toda la queja, haciéndose dueño de la culpa, que no es de nadie; que en esto, aunque más costosamente que en nada, se sirve más que en todo.

Si por ventura (que tal vez sucede) se le quedare á Su Alteza en la mesa del despacho, abierto ú olvidado algún papel, sin mirar una letra sola, ha de advertírselo, para que le recoja ó rasgue; y este, á mi parecer, es el punto más delicado de lo legal de este oficio; que no ha de presumir que es Secretario para más de lo que le toca, y no ha menester los ojos de su dueño para tenerle presente con la ley, respeto y firma, que fidelidad que busca testigos es sospechosa; y sin que lo solicite ha de tener muchas ocasiones en que ejercitarla, no sólo en el encuentro de estos papeles) sino que tal vez llegará ocasión donde su amo esté hablando materias muy retiradas con algún ministro, ó con otra persona, y lo que oye

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acaso es de tan gran obligación en su pecho con lo que le fian, que la decencia de un secreto, aun sin ser suyo, tanta culpa es de­cirle como romperle, y porque es mejor pre­venir los accidentes que usar bien de ellos, llegue siempre tan recatado y retenido, que antes encuentre con el miedo del estorbo que con el peligro de 'hacerle.

El ser igual y cortés con sus compañeros es forzoso, y no menos entender que la prece­dencia es suya, mas no la ventaja, y hacerles el gusto que pudiese es necesario; y si el Gen­tilhombre, el Mayordomo y el gran señor que se hallan en la audiencia le interceden por algún criado y deudo, es justo concederlo, y lo mismo por el Ayuda de Cámara que tiene la puerta) y por otros que llegaren allí al ruego, advirtiendo que no se deje oprimir con las intercesiones; que dar entrada á uno por quien le piden es cortesía y á n1ás es servidumbre.

Tiene tantas ocasiones el Secretario de la Cámara de un Príncipe de hallarse más cerca de él que los otros, que sin entrometimiento puede hacerlo; que no siendo á materias pre­cisas de su oficio, en lo demás ha de ponerse tan lejos corno todos.

Siempre que se imaginare en buen oficio de criado tendrá buen lugar y estimación, y si

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Los Secretarios solían tener las llaves de los escritorios retirados en que se guardaban algunas alhajas de gusto, y hasta en mi tiempo lo conservaron siempre; y yo, que me he dado más á excusar confianzas que á tenerlas, no he ~uidado de mantener ésta; y asimismo co­rrían por su mano los presentes que se traían de los bosques y de varias partes, que, aunque es así que pertenece á esta ocupación el repar­tirlos y guardarlos, yo he querido más hacer bueno el ánimo que el oficio; y en orden á no mostrar interés ni codicia en nada, lo dejaría perder todo; pero el que entrare después po­drá restituirse, si llegase á tiempo; que en Pa­lacio se cree lo primero que se oye y se está por lo último que se hace.

He dejado el postrer punto, lo más difícil de gobernarse con el buen seso é intención que propuse en el que ha de tener este ejerci­cio, que es el modo de valerse, en el peligroso celo de muchos, que á la sombra de este falso nombre están haciendo contihuadas injurias, á los más ajustadas; que es tan frecuente dar memoriales calumniosos y el escribir cartas atrevidas, que es menester gran tiento y ad­vertencia. Los memoriales los suelen dar en la

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propia mano del Príncipe, cuando sale á la capilla, á los templos, al campo y por las ca­lles. Las cartas las dirigen por los correos y or­dinarios, diciendo que son de grande impor-. tancia á su servicio, y esto es de mayor sos­pe~ha y menor autoridad el venir con firma religiosa, que por esta vía encaminan particu­lares venganzas y arrojados odios; y aunque tal vez dan avisos no despreciables, muchos, con malignidad y osadía, ni perdonan lo más ino­cente, ni aun á 19 más sagrado, y es muy de razón cuidar primero de no poner ninguna en mano del Infante, si ya no conociere la letra ó sello, y que llega por senda conocida; pero en lo sospechoso, lo que debe hacer es, sin fiarlo más que de sus ojos mismos, ver atentamente lo que contienen, y siendo acusación, sin des­cender á cosa particular, sino informando al sujeto) romperla al punto, y si viene tan guar­necido de noticias que individualmente avisen lo que es digno de remedio, en tal novedad, aunque sea contra su mayor amigo y deudo, debe 'comunicarlo con el ministro de toda la confianza de Su Alteza, si le tuviere, y si no con el confesor, que es el más decente y seguro depósito á quien avisarlo, y esto sin tacañería ni ligereza, sino cuando la materia es tan rom­pida que requiere no disimularla y que la sepa

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el dueño; que aquel poder y aquella prudencia darán el crédito, cobro y tasa que pide el caso.

y porque la malicia y la emulación no de-o jan camino cerrado al atrevimiento, y los pa­

peles suelen herir la mayor inocencia y sobe- . ranía, con designio, ya que no les puedan ha-cer otra pesadumbre, reciben aquélla, junto en quemar luego estos desatinos; jamás ha de saber nadie que se recibieron; que la fideli­dad primorosa y fina ~on los que la merecen consiste en que no entiendan en qué les han sido fieles; y han de serlo tanto sus manos, que ya para el desprecio que se debe de hacer de ellos, ya para la prevención que costaren,

. ha de quedar todo en su silencio, y pocos qÍas tendrá sin que le haya menester, porque en las cortes, y aun fuera de ellas, viven muchos de no dejar vivir á nadie; y lo que en una república es digno que se remedie, no ha me­nester embozos, que entregándose á la luz ya deja verse el delito; y guarde esta regla por universal, que lo que una vez se hiciere para advertir, será infinitas para ofender.

. Esto parece lo forzoso y' más atinado de este oficio, y si hubiese otro de más informa­das noticias que el que le ha ejercitado diez años, de quien tomar las que se piden, cual­quiera las dará con mayor acierto.

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PAPEL DEL MISMO DON ANTONIO DE MENDOZA, EN EL QUE DISCURRE SOBRE LOS PRINCIPIOS DEL OFICIO DE SECRE-

El nombre de Secretario de la Cámara es nuevo en Palacio, y el primero que tuvo este título fué Alonso Muriel, en los principios del reinado del Señor Rey Felipe 111, de quien, cuando Príncipe y algunos años después, fué muy estimado, hasta el suceso que se dirá ade­

lante. Juan Ruiz de Velasco y Sebastián de Sart-

toyo, su antecesor, fueron dos Ayudas de Cá­mara favorecidos de Felipe 11, y su ejercicio les acrecentó la confianza de su dueño, sin que á la mayor ocupación que llegaran le tocase más que el tener cuenta con la mesa del despacho y las llaves de los escritorios, algunos gastos secretos y dar las audiencias; que la remi­sión de los melnoriales, que es la que perte­nece al oficio de Secretario, la hacía Mateo Vázquez, y después de él Jerónimo Gassol, su

sobrino.

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Sebastián de Santoyo murió sirviendo y dejó á D. Francisco, su hijo (que era tam­bién Ayuda de Cámara), 12.000 ducados de rentas.

Sucedióle Juan Ruiz de Velasco, y después de la muerte de Felipe 11, quedando sin pues­to, se le dió la Secretaría de la Reina y luego la de la Cámara de Castilla, y él Y Santoyo eran hechuras del Príncipe Ruy Gómez, y no tuvieron ministerio público en la Corte, y por tan vecinos á la Persona Real los res­petaba el pueblo, los atendía el grande, de­seaba complacerlos el Ministro más rígido, no trataban negocio ninguno y podían rogar en todos.

Alonso Muriel, cuando se le puso casa á Felipe 111, de cuatro Ayudas de Cámara que se le señalaron, juró el más antiguo, por ser hijo y nieto de criados en esta ocupación. Hízole merced siempre, y por su mano se man­tuvo la correspondencia entre el Príncipe y el Marqués de Denia, y cuando llegó el Duque al valimiento le pagó este beneficio con mu­chos y grandes. Y habiéndole dado después demasiado y haciendo sobrada ostentación de su cabida y no midiendo las distancias, se vió obligado á deJar el lugar, pero con aventajadas recompensas, y entre ellas las dos Secretarías

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de la Cámara (que no quiso admitir) y la Teso­rería de Sevilla, que aceptó, valiéndole 10.000

ducados de renta; y desde él hasta D. Ber­nabé, siempre los Secretarios de la Cáma­~a de Palacio remitieron los despachos de firmas y consultas á todos los Ministros de la

corte. Sucedióle D. Rodrigo Calderón, cuya suer-

te no se trae por ejemplo; que la grandeza de . los Amos y enemigos que hubo, hicieron igual­mente grande su fortuna y su ruina.

Don Bernabé de Vibanco, ~omo sustituto suyo, entró luego en el oficio, adquirió en él 10.000 ducados de renta, abrió el cerrado camino de los hábitos, tuvo una buena en­comienda en su Orden, adquirió lícitamen­te muy buenas alhajas y ricas joyas y sirvió siempre con públicas demostraciones de favo-

recido. Muerto Felipe III (que Dios tiene), el Rey

mi señor (Dios le guarde) le admitió en la mis­ma oGupación (que en la propia gracia era temprano), y no pudiendo su~rir la diferencia del trato, pidió el retiro, y dentro de seis me­ses se le dió con 3.000 ducados de renta en la Caja real de Méjico, y quedó con ellos y las demás mercedes en el ejercicio de Secretario de la Suprema Inquisición; salió á vivir en re-

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Antonio de Alossa, entrando en más ce­ñida escuela, la primera merced suya fué 1 5.000 ducados de ayuda de costa en plata en los azúcares, y en menos de tres años de Secretario (pero bien servidos) g~anje6 más de 60.000 reales de aprovechamientos cada año; 'y cuando el mundo le señalaba por desvalido' y él se temía embarazoso, el Conde-Duque, mi señor, con su constante y generosa condi­ción, le desengañaba con honras y mercedes; sucedió aquel accidente, y yo, que sé tanto de las nobilísimas entrañas de Su Excelencia y de las buenas partes de Antonio de Alossa, co­nocí en el Conde-Duque templanza de señor, y en Alossa no más que culpa de mozo. Can­sóse el Rey, detúvole en su casa, y la piedad del Conde, reparando mayores demostracio­nes, parece que guardó el semblante del eno­jo, hasta la ocasión de perdonarle más luci­damente, dándole el mejor o'ficio del Reino, en autoridad y descanso, y que al sólo conce­derle la antigua mano y correspondencia de los Secretarios con los Reyes, salió á vida so­segada y segura, y llevó de Pálacio 1.500 du­cados cada añ·o en el dinero de la Cánlara, y

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400 en la despensa, y cuatro casas en que vive, por su vida y parte por la de su hijo, y para él la futura posesión de la Secretaría de la Su­prema Inquisición, y otras rentas en Italia; y si tal suceso tuvo el yerro, ¿qué podrá esperar el acierto?

Muriel sirvió el oficio de Secretario de la Cámara siete años y algunos meses; D. Ro­drigo, menos de seis años; D. Bernabé, diez; Antonio Alossa, cuatro y dos meses. Yo la he servido catorce años, y aunque me conozco muy desigual en los méritos á quienes lo han sido y muy inferior en todo, en muchas cir­cunstancias (que ninguna es virtud y por eso las refiero) les hago conocida ventaja.

Que en Palacio los que han llegado á este puesto, han sido encaminados de los validos ó sustentados de los Reyes: gran favor en el uno y gran repugnancia eI1 el otro. No hechura en­tera del Rey ni del privado, yo entré á servir á Su Majestad (Dios le guarde) por mano del Conde:.Duque, mi señor, y aunque nunca he tenido gran lugar con ninguno, he sido media­namente acepto á entrambos.

Que en mí se ajustó el entrometimiento moderno con la modestia antigua, no sólo en hacer pobre y desaprovechada esta ocupación, sino encogida, obedeciendo los preceptos que,

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aunque precisos para la decencia y la 'autori­dad del Rey, nuevos y recibidos en los otros Secretarios.

Que nunca ha sido tan trabajoso este ofi­cio ni tan molesto, habiendo quedado su ma­yor lll:stre en una importancia ociosa de bus­carla todos, para lo que no está en .su mano, pues al dinero que le piden no bastan la con­signación, y las audiencias tien~n este riesgo, que hablando pocos van quejosos infinitos, y siendo muchos 'lo padece el Conde-Duque" 'mi señor, que es el mayor trabajo, y sobre tantos de Su Excelencia, éste llega á ser in­sufrible.

Que todos los Secretarios han recibido 'grandes y señaladas mercedes en rentas, en pensiones y en ayuda de costa en la Cámara, y no gocé un solo maravedí de pensión en ella, y hoy todo lo que tengo de Su Majestad por mis oficios, de merced, no pasa de 24.000

reales, y lo gozan muchos oficiales may~res. Que ]0 que no se puede pleitear ni pedir

en Palacio es la.confidencia ó favor particular, yeso es de quien lo merece ó lo alcanza, y no de quien lo solicita; pero las estimaciones, aprovechamientos y mercedes que to.can al ,ejercicio y que no se han negado nunca á cuantos han estado en él, el más modesto tiene

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razón de esperarlo y pedirlo; y la queja podrá ser ociosa, pero no injusta.

Que de 9.000 ducados y más de renta que trajo D.a Clara, constan sólo las posesiones, y adquiridas de tantos ilustres abuelos suyos que tuvieron siempre eminentes ocupaciones en el Reino; de los 6.000 en juros no queda nada, porque de los 3.000 se 'sirve Su Majes­tad cada año, y lo demás no se cobra por ]a

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malicia y quiebra de los Tesoreros; y lo res-tante~ que es el molino, ha padecido los acci­dentes que se han representado, y las casas, por no reparadas, se han venido al suelo.

De suerte que habiéndose acrecentado to­dos con los Reyes, tanto como se dice y sabe, yo me hallo en tan grande extremo de estre­chura que no ha y criado ninguno de los más inferiores que, se vea tan necesitado y pobre, y lo que hace más congoja, con salud tan flaca y sin modo de poder socorrerla, y obligado á sufrir el destemple de la demasiada razón de una mujer de pocos años, muy noble, muy autorizada, muy rica y que en mi poder lo ve mal logrado todo. '

Tres salidas tiene Palacio: una desdichada" otra p~ligrosa y otra cuerda; por las dos pri­meras pasaron Juan Ruiz y D. Bernabé, fal­tando los dueños; por la segunda, que fué oca-

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sional el suceso, Muriel y Alossa, y la postre­ra, que es solicitarla con la voluntad y agrado de los amos, que nadie la ha practicado, ha diez años que la he querido emplear yo, pero no h~· podido conseguirla, porque ningún' au'­mento ni descanso me puede obligar igual­mente que mi ley y respeto al Conde-Duque, mi señor, por criado y hechura suya, llena de 'tantos reconocimientos y experiencias; y sien­do mi ansia vivir en quietud, no puedo ni debo apetecer más de lo que Su Excelencia quisiera disponer, que sirviéndose de atender á los in­finitos achaques y peligros que me asisten, y viniendo en que yo desembarace el puesto en que soy inútil, Su Excelencia verá con qué honores, con qué estimaciones, recompensas y mercedes ha de ser. Y cuando no fuese por:' que yo no reconozco más amigo, más nombre y dueño que á Su Excelencia, debería esperar yo más aventajados y lucidos partidos por no hacer ejemplar tan injusto que dañoso, como 10 sería que el obediente y rendido quedase menos bien que el dichoso y despeñado, y na­die puede acreditar que es elección admitida el salir de Palacio y que se hace en buena gracia de ambos dueños, si no es las mercedes lucidas, que en la medianía de ellas lo que se busca para el descanso y premio se atribuiría

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al desvío y despojo, y la mano generosa que sin haber precedido ningún mérito mío me puso en las ocasiones de adquirir tantos, es cierto que en todas partes querrá dejar señas de su favor y amparo en una hechura que no se ha valido nunca de más r:¡zón que la de su grandeza.

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PAPEL EN QUE DON ANTONIO DE MEN­DOZA, ESCRIBIENDO AL CONDE-DUQUE CUANDO· ESTABA EN LO ARDIENTE DE SU VALIMIENTO, DISCURRE SOBRE UN , LIBRO QUE ~ALIO IMPRESO 51N AUTOR

Señor: Si Vuestra Excelencia se me que­jara de que hoy le he callado una verdad que puede ser de servicio suyo, infiel silencio sería el que por ningún honor faltase á obligación tan grande, y las que yo tengo á Vuestra Ex­celencia son tantas, que aun su mismo enojo no me pusiera recato en la menor convenien­cia suya; que he puesto toda mi estimación y honra en la fidelidad á Vuestra Excelencia, y si se despreciase el aviso por pequeño, tanto mayor cuidado mostrara la ley y el amor en que soy todo de Vuestra Excelencia.

Señor: estos días se ha impreso un libro sin autor; la materia que trata es la más seria y dificultosa que puede ofrecerse; el estilo y el modo el más indigno y bajo que podía hallarse; el intento, como descubre, es engañar ó des­engañar los ánimos de todos; advierto á Vues­tra Excelencia que los desazona, por no decir-

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-haya mirado con ceño . Plática es universal de cuantos le han vis-. .

tOe Vuestra Excelencia llame las personas de más segura satisfacción y tome esta noticia, y pues los oídos de Vuestra Excelencia sirven tan fáciles y modestos á las demasías y á las importunaciones de tantos, poco sufrimiento serfÍ menester prevenirle para una verdad que

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.las honradas fatigas de- Vuestra Excelencia 'ne­cesitan de defenderse? . Y en invectivas y' len~ guaje que se hizo para la risa de las conversa­ciones. y libertad de los tablados, ,¿qué ,persona de: seso grande. y de obligaciones' aventajadas no debiera,. cara á cara, y á pluma y á rostro descubierto (cuando conviniese) tomar esta ,oeu.pación, no .para defensa, y para premio? ¿Á qué propósito' es confesar .ni decir que está España tan desafecta que sea necesario acre­ditar al Príncipe ni al valido? ,¡Quién hace tan dura lisonja!. Pues no sería difícil empresa pro­bar, ·no sólo que esto es engaño, sino que nun~ ca ·se ha visto el pueblo más de parte de los aciertos y felicidades de su Rey. Mal intencio­nados,; ¿qué siglo no los tuvo?; sin: desconten~

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tos,' '¿qué edad ha' pasardo?; \ murmuraciones,. ¿qué tiempo no las ha sufrido?; ¿qué Rey más feliz, más valeroso, no padeció tristes sucesos?

El católico, grande y señalado Príncipe en­tre- todos los de Europa, ¡cuántos ejércitos

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rra ,de Granada (mayor gloria suya), 1 qué escuadrones y generales no perecieron á sus ojos! Y en la de Italia (dichoso testigo de sus vic~orias), ¡qué batallas no perdieron sus capi­tanes, que aun en una sola quedaron pres~s' todos y 'puso en aventura al mundo por"sus­tentar un soldado mozo (aunque después de esclarecido nombre) en el gobierno de los ejércitos y 'mantener un disfavor con el capi-' tán más gránde y envejecido en hazañas, hasta llegar al peligro de la ingratitud y :de la mo­narqrda! ,,' ,El Emperador, el más victorioso'y celebra-'

do . Príncipe, ¡qué encuentros de la suerte no: tuvo!; ¡tantas alteraciones de su imperio!; ¡tan-' tos peligros de su persona!; ¡tantos estragos de su gente!; dentro de España' le ganaron los franceses Fuenterrabía; le saquearon los turcos á Gibraltar; ¡qué armada le destruyó Argelf; ¡qué ejército .le deslució M. de Lorena!; y ha-' biendo sido: el más glorioso Rey Y' el :más va-, Jiente caballero, ¡qué papele~ atrevidos escri~'

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bieron entonces contra su valor y fortuna, y hasta su postrer gloria padeció descréditos, habiendo quien atribuyese á flaqueza Iamag­nani~idad del retiro, y una acción tan grande y generosa no se libró de las ofensas de in­digna!

Felipe 11, heredero de aquellas hazañas, poblados sus reinos de reputación y capitanes, vigilante, entero y advertido Príncipe, á un mismo tiempo empezó con victorias y desgra­cias, alternando unas con otras, "como es fuer­za en dilatadas monarquías; ¿qué pérdidas no le afligieron?; ¿qué daños no le fatigaron?; en su tiempo se abrió la llaga que ha sido herida cruel y tan sangrienta de la hacienda y sangre española. Perdió importantes Estados y arros­tró la grandeza de todos. Una mujer enemiga compitió y aun turbó su poder; unos vasallos rebeldes le enflaquecieron sus fuerzas; apara­tos y prevenciones grandes en tantas armadas, no hicieron más efecto que llenar el mar de escarmientos y hombres, y á España de gemi­dos y miserias. Y ni el empeño costoso de la hija de Francia, ni la pérdida de Frisia, que destruyó á Flandes, ni sucesos tan contrarios, ni acciones que parecieron tan erradas, no le quitaron, ni quitarán jamás, el nombre de Prudente.

, A Felipe 111, santo, agradable y afortuna-

do Príncipe, cuentan por el más digno en el amor de la gente, y murió con los ojos enjutos de sus vasallos; pues bien, ¿no le querían bien todos?; no se duda conociendo sus virtudes; pero en España, así como veneran con reve­rencia y fidelidad el nombre del Rey, sin re­servarle haciendas ni vidas, la parte de hombre no las gana tan fácilmente, ó porque le comu­nican poco (de que trataré luego), ó por la con­dición del vulgo, que quiere más una novedad que una dicha. Reinó felizmente; ganó plazas

, en Flandes y alguna en Italia; dos en Africa; desalojó al holandés en las Indias; quemó los bajeles de los corsarios en Túnez; defendió en Alemania el Imperio; adelantó el suyo en Asia; dilatóle en A.mérica (acciones todas grandes y esclarecidas); pero si se nivelasen los sucesos, qué partido quedaría el canlpo, qué trabajoso principio en Flandes, con la batalla de las Dunas, en que acabaron, de creer los rebeldes que eran formidables á la grandeza de España y competidores del valor nuestro, que hasta aquel día osaron pelear con los españoles, pero no igualarlos; sabían resistirse en sus muros, pero no vencer en campaña. Gran victoria la de Ostende; pero qué sangrienta y costosa, y qué descontada con la pérdida de la Eclusa;

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las armas' hola'ndesas, ¿qué 'parte de la monar-quía no inquietaron?; en el Oriente,. estable";" ciendo su comercio y su nombre; e·n el Sur, rompiendo una armada; en la bahía de Gibral~ tar, destrozando otra, con su general Juan , Alvarez.

La tregua que se hizo con ellos, poco de­cente y menos provechosa, que en el ocio se ayudaron más de sus invasiones' que en la: misma guerra. La de Italia, que consumió tan­tos millones inútiles y otro caudal más impor­tante, que fué el respeto de los Príncipes me­nores.

Dos armadas poderosas de galeras, que sirvieron sólo de hacer á Argel más advertida y' fuerte; una de navíos para Filipinas, que se perdió en la costa de Andalucía; la escuadra de Cantabria, que fracasó en Carcasona; los galeones de la plata, que se hundieron con toda el año de 1605; la desgracia del Ade­lantado en la ..... ; el saco de ]os turcos en Manfredonia; . los asaltos de corsarios en la costa' de' España; ruinas universales, unas en que el' pueblo tasa la fortuna del Príncipe; otras el Gobierno. La peste, que en el prin­cipio de este reinado consumió tanta gente; las bodas de Valencia; la mudanza de la Cor-'

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venenoso) par.a. España; puei atrevido· ,sería . quien por ninguno de'estos·accidentes culpase tiempo ni dejase de conocerle .por. .di~hosp; porque en aquél :se aprobaron, .todas estas, co­.s~s:y ~e h.~cieron~ con .acuerdode los más pru­dentes, y los ,que bIS aconsejaron .creyeton que se:acer.~aba, si ya no es que se les pedía apro­bación, yno parecer, no dejandQ libertGld. á los votos, 'que donde .ésta falta ó s~ . desdeña, . nO-t es junta d:e co~seJeros., sino de of~ndidos.

: .. La· expulsión ~e los~morisco~, que.se contó por hfizaña.; y muchos le! hat;l mudado el~om­bre, 1lamándola ,imprudencia,. habiendo. sido una ~acción tan gloriosa, que ha.sta .el mismo ipconveniente lo confesó entonces, por.que el ceJ~, de la, r.eligión y de la seguridad.· pudo tanto,: que atropelló el interés universal y pro­pi,a, y~ hoy dura la disputa del acierto;; pero, no lo sufre la santidad) el valor, .Ia templanza y la dicha. de este. Principe.

La costumbre del; pueblo es no . medir nada con Juicio; por un accidente.sin culpa se enoja, por una acción acertada se templa; es­tán los ánimos encogidos ó disgustados, por­que no sucedió bien esta ó aquell~ empresa, ¡qué maravilla! Este es amor y no ".delito. Nace el Príncipe nuestro señor, y alborótanse todos, y cada uno hace particular y propia Jauniver-

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sal alegría; juega el Rey las cañas, muéstrase airoso y atento en la Plaza, y no hay vasallo que segunda vez no lo sea, haciéndole más Rey en su corazón que en su persona, pagán­dole un buen aire con el aplauso que pudiera una victoria. El tener un hijo es dádiva de Dios y se le agradecen á su padre; el gobernar un juego de cañas es cosa que la acierta un regidor en Jerez, y se lo aplaude'el mundo á Su Majestad en Madrid; de la misma manera el acaso en que fueron culp:ldos los vientos, en que tuvieron parte las aguas y en que no erró ninguno, lo atribuye el pueblo ignorante á la fortuna del Príncipe. Acuérdese Vuestra Excelencia de una galantería que me dijo (muestra señalada de cuán despierto vive); que intercediéndole yo por unos criados que ha­bían hecho una falta leve al vestir del Rey, y disculpándoles yo de que no estaba aquello á su cargo, me respondió Vuestra Excelencia: «Cómo no tienen culpa los de la guardarropa de que á Su Majestad le falte una cinta, si des­de este aposento la tengo yo 'de la pérdida de ..... »; bien sabía Vuestra Excelencia que no era culpado; pero quiso descubrirme el pe­ligro del lugar' que ocupa y la condición de la gente en el sentir de los sucesos .

Liviana cosa es en los hombres grandes

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lozanearse ni desvivirse por los afectos d~l

vulgo. Villeroy, ministro confidente de cinco Reyes de Francia, decía (hablando de calum­nias) que era un género oe espíritus que no se , po~ían lanzar sino con el desprecio. Oigame Vuestra Excelencia el mayor ejemplo del des­cpntento humano que por ventura se hallará en las. historias hi en todas las noticias: ¿qué

• siglo vió ESpaña más modesto, más aventa-jado, más valeroso, más justo, más prudente que el- del Rey Católico? Pues en ninguno se hicieron tantas sátiras ni se desembarazaron tanto las murmuraciones, y no. sé que se hi­ciese ninguna pesquisa por ellas ni se ca~ti­gase ninguno; que todos los grandes Príncipe·s han desdeñado estas injurias y hecho gloria de padecerlas y disimularlas, y mientras vivió el Católico no hub~ ninguno más desamado; pues desempéñeme Zurita, tierno historiador 'y amante de este Rey, que refiriendo no sólo el desabrimiento de los grandes y la dureza y obstinación con que le arrojaron del gobierno de Castilla, dice que por los lugares que pa­saba no le querían dar posadas ni manteni­mientos; y añade que salía la gente al camino á decirle injurias y desacatos, y que parecién­doles á los pocos criados que le acompaña­ban sobrada desautoridad y modestia el sufrir

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que mañana me desearán, y más solo y des­amparado entré en estos Reinos cuando vine á gobernarlos, y me ha dejado'Dios reinar en ellos con mucha glo~ia treinta años». Y apenas le vió Castilla ausente, cuando empezó á qe-

. searle; y, al punto que murió su yerno, á res­tituirle; y volvió segunda vez á desamarle, porque de los gobiernos no se aborrece el por­venir, sino el presente." Y aunque parezca ni­ñería, he de referir á Vuestra Excelencia un suceso nuevo, para que vea cuán·distante está la malicia en la gente de la culpa en los Mi­-nistros, y cuánta inocencia les descubren en sus mismas dañadas intenciones. Fueron con una diligencia secreta el Alcalde Mósquera y el Protonotario, y viéndoles un pretendiente en­trar en un coche á solas y que luego los cercaron los alguaciles, sin examinar la razón de aquel recato, publicó luego que le llevaban "preso.

Divulgóse por todo el lugar,. y si' lo creye­ron muchos, nó hubo una persona" q'ue dijese ni hallase causa para aquel suceso; que siendo fuerza tener como Ministro d"esafecto y que­joso, creyéndola nueva no imaginaron la culpa (gran testigo de cuán ociosos y baratos se 'ha­llan los descontentos de esta edad).

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Pase Vuestra Excelencia la consideración á mayor sitio y descubrirá que los ofendidos son más del puesto que de la persona, y que ningún accidente en la de Vuestra. Excelencia si les diera gusto, no razón, y que está Vues­tra Excelencia tan prevenido de Sus acciones q1!e no hay calumnia á que no pueda ·respon­der de repente, y que ni~guno entra con su mala voluntad á buscar un desacierto en Vues­tra Excelencia, que no tope prime.ro muchas alabanzas suyas, con diferencia tan lucida para Vuestra Excelencia que" las partes que le con­fiesa son propias y ejercitadas de su valor y virtud, y las que le acusa, de los acasos de la suerte.

Póngome de la parte de los peores, y en­tre las victorias grandes que ha tenido el Rey, no q~iero confesar ninguna, y refiero, con el amor mal intenqionado, las perdidas. ¿Cómo probaré que el Rey ni el Ministro son culpa­dos en e11as? Ya sucedió en los postreros años de Carlos V, que un caballero grande en ocu­pación, en valor, en sangre y entendimiento, teniendo á su cargo una de las plazas más im­portantes de Italia, siendo Capitán general en ella, la aventuró y aun perdió por estar galan­teando una dama en Roma. Ya nos cuentan (aunqu~ no lo aseguran) las crónicas de Cas-

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tilla, de un Prelado poderoso que habiendo el Rey Don Juan 11 vencido la batalla de la Higuera, la más señalada de aquellos tiempos, no se prosiguió la victoria, perdiendo la oca­sión (al parecer de todos grande) de poner en servidumbre ó en más estrecho á Granada, atribuyéndose á que el valido se dejó granje,ar de aquel Rey, y señalan hasta los instrumentos en que vinieron encubiertas las dádivas pode-

• rosas y rIcas. Vea Vuestra Excelencia cuán lejos se topa

de estos indicios, qué interés, qué divertimien­to y qué ociosidad suya sería culpada en el daño que hoy sucediere; y cuando más sensi­ble'se hallase oiría las nlurmuraciones con sen­timiento, pero no con susto.

Dirá Vuestra Excelencia que eso mism~ le congoja, obligado á padecer lo que no yerra; flaca paciencia es la que 'no se .. cohonesta á ello; más dolor causa (no lo ignoro) la inocencia ofendida que el ánimo culp\ldo; pero mejor lo sufre (y más fácilmente sana) la ofensa que~ la culpa.

Señor, las obras propias y no las palabras ajenas justifican ó infaman; ¿qué quietud de­jará en un corazón llagado una alabanza men­tirosa? ¿Qué congoja en un espíritu seguro una calumnia falsa? Dentro de la verdad, y no de

la opinión, está la paz del ánimo; si para el resplandor público, si para satisfacción de los buenos, si para confusión de los ruines im­porta despertar ó lucir'las acciones del Prín­cipe y del Ministro (que no lo apruebo), hágase á campo abierto, fíese á las plumas y á las personas más acreditadas, que muy lucido y . autorizado estará el mejor nombre y el mejor ingenio describiendo las virtudes del Rey, el desvelo desde sus principios, entrando á rei­nar sin años, sin doctrina de' Príncipe, como á

quien -le daban tan lejos la esperanza de Rey, consumido el patrimonio, empe,ñado hasta los años que no han llegado, España sin dinero, el mar sin navíos, en Flandes ociosos los "sol­dados, los pocos españoles desfavorecidos (do­lencia de que no han podido convalecer hasta ahora); y á fuerza de su cuidado se vieron luego muchas armadas, se aumentaron mu­chos ejércitos, la guerra de Alemania (á la que su padr~ dió tan gloriosos alientos) tuvo en su tiempo feliz remate con muchas victorias .

. No hago aparato del día de San Lorenzo, en que Don Fadrique de Toledo, con tan des­igual número de navíos, rompió tantos de los holandeses y tomó algunos, guardándole para la restauración del Brasil, y con tanta gloria de Su Majestad y suya cobró la plaza, usando

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de tal gentileza con los enemigos, que hasta ellos celebraron su victoria.

·El estruendo de la armada inglesa en Cá­diz, que no sólo parece que tenía por vengan­za, sino para ostentación, más deseada cuanto más fingido el agravio; aquel poblar la. bahía

~'de galeones poderosos, aún más. por ser fuer­tes que por tantos; el saber ya el camino de aquella victoria; la suspensión en que el inglés .puso al mundo con sus prevenciones en 1 20

bajeles y 14.000 infantes, y solos 400 solda­dos de las galeras de España, en lugar poco defendido de gentes y murallas, le resistieron, le embarcaron con afrentas de todos y pérdida de Ifluchos; y aquel viejo y noble capitán que la defendía, en el tiempo más desimaginado y desapercibido, sin alteración ni embarazo, con sólo avisar á su Rey el riesgo, se imaginó se­guro y se le dió tanta asistencia que le sobró su constancia, siendo su esfuerzo tanto, que aun á sus soldados no tuvo miedo que quitar­les; y habiendo dejado la armada tan lucida, el valor español quiso también, acreditada su fortuna, que pensando desagraviarse de la re­sistencia de Cádiz con la presa de los galeo­nes de la plata (que para hacer más sabroso el peligro aún no habían llegado por Diciem­bre), salió á encontrarlos, y pasando Dios de

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nuestro discurso y de toda la prudencia hu-. mana, dispuso que todas las prevenciones he­chas (al parecer) con acierto perdiesen el ca­mino, porque sólo se debiese el suceso á su providencia, entrando los galeones seguros en Sanlúcar y volvien4o la armada á ~ Inglaterra con escarmiento; y primero llegó á todo el Norte la nueva de que volvió desairada que de que salió poderosa.

Bien quedó el año de 1596 Cádiz, des­agraviada del destrozo que padeció entonces, y España satisfecha 'de aquella injuria, y no menos del amor y gallardía, que en esta oca­sión mostró su mayor nobleza, partiendo de prisa, si no al" remedio (que no fué necesario), á las demostraciones de su lealtad, y en la oca­sión primera los más. vecinos acudieron con gente, y en ésta los más apartados con sus

personas. ¿Qué providencia, qué valor, qué constan­

cia no se hallara embarazada y confusa en el tropel de tantos ':lprietos juntos? ljgado el mundo contra esta monarquía, faltando en unos Príncipes el parentesco, en otros la obli­gación y en el más asegurado el oficio; to­mando todos por pretexto la razón que imagi­naron grande parte para destroncar este Im­perio, acometido de tantos y á fuerzas, aunque

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robustas por el gobierno y prevenci6n, por los imperios antiguos y más por repartidas en tan­tas partes, un ejército suyo ocupado en Flan­des en la expugnación de una plaza, una ar­mada grande recuperando en las Indias otra, Cádiz sitiada de la mayor que ha visto el Norte, Italia embestida de dos ejércitos cau­telosos, Génova medrosa y vecina· al saco, Mi­lán no lejos del susto; y á un mismo tiempo Breda quedó vencida 'en Flandes, la Bahía restaurada én el Brasil, la armada inglesa in­útil en Cádiz, Génova defendida y cobrada su ribera, Saboya corrida, los franceses burlados, los españoles gloriosos y las panderas del Rey victoriosas y lucidas.

¡Qué tiempo, desde que empezó esta mo­narquía á ser envidia y recato de los otros Reyes y celo de las demás naciones, se vió más temida de enemigos, más asaltada por . todas partes, asistida de ninguno, debilitada con tantos atrasados empeños, flacas las fuer­zas y repartidas en muchos sitios, y cuándo salió más victoriosa de todos!

Ignorante y bajamente envidioso sería el que' negase que, después de Dios, se debieran estas felicidades al cuidado del Rey y al des­velo de Vuestra Excelencia; que yo, que fuí . uno de los más cercanos testigos, y vi la pru-

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dencia, la atención, el ánimo, la seguridad, el valor, la prisa, el sosiego con que se previno á tantas dificultades, sin alterarse por noticias tan encontradas y congojosas como llegaron al principio, serenándose los avisos tan fácil y gloriosamente, que en todo aquel año no su-. pieron las nuevas de tantas victorias.

. Ya que las acciones de la guerra dejaran el valor del.Rey tan lucido, quiso Vuestra Ex­celencia que le debiesen el mismo crédito las artes de la paz, ~ncaminando las Cortes de la Corona de Aragón para algún alivio de los hombres de Castilla, cuyo peso ha deseado Su Majestad repartir con unión de las otras provinci~s, debiéndole los castellanos, junto con la primera estimación, el dolor de su fati­ga, y convocando las aragonesas en Barbastro y las valencianas en Monzón, se vencieron con suma destreza y tolerancia las dificultadei con que siempre aquellos Reinos (bien que fidelí­simos) ponen igual atención en la observancia de sus fueros que en el servicio del Rey, nive­lando lo primero tan estrechamente con lo se­gundo y con tan delgadas circunstancias, que es forzoso medirse el Príncipe y los ministros con aquella costumbre, que, siendo acompaña­da de lealtad y fineza, mirada al semblante castellano parece melindrosa; porque Castilla

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no . tiene más ceremonias ni "albedrío que plei­tear sobre ser uno primero y obedecer mejor, si bien no hay cosa tan justa, blanda y fácil

~ para los buenos Príncipes como conservar y mantener á los vasallos en las leyes que los recibieron, que nluy barato es cualquier Reino que no cuesta más que guardarle sus estatutos y costumbres; y de la manera que se quejarían, sin razón, del temple de los lugares aut:l mo­lestos, siendo aquella su naturaleza propia, se­ría injusto el que se sirviese de las provincias, y más de aquellas que de tantos siglos regidas y toleradas en aquel modo por los antiguos Príncipes; y á este propósito, cu~ndo la Reina Católica extrañó con desabrimiento y palabras arrojadas el no jurar en Zaragoza á la Princesa Isabel, ·su hija, Reina de Portugal, la templó Alfonso de F onseca, diciendo que era de muy buenos y finos vasallos dudar lo que habían de prometer, cuando estaban ciertos que lo h':l­bían de cumplir con fidelidad y entereza.

y atendiendo Su Majestad y Vuestra Ex­celencia á estas razones, esperaron con pru­dente sufrimiento, toleraron la dilación de las Cortes, repartidas en tan distintos pareceres y brazos, que las de Aragón se fornlan de cua­tro, en que ha de concurrir siempre la mayor parte, y la de Valencia de tres estamentos, en

que han de ser conformes todos los votos, em­presa no fácil para un ánimo poco desahogado; y con medir el semblante á la conveniencia, se,ajustó el servicio, que fué el mayor que han hecho aquellos Reinos, cuya plática escucha­ron en su principio con asombro y la encami­naron con bizarría, y á no llamar á Su Ma­jestad tantos negocios que necesitan de su presencia en la Corte, las de Cataluña se hu­bieran concluído con la misma felicidad, pues

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en pocos días que se llegó al término de fene-cerlas, pasando aprisa los catalanes por aquel perezoso y atento camino de sus Constitucio­nes, á la primera observancia de un libro ver­de, en el tiempo en que solía gastarse en los primeros rudimentos, se pasara á la resolución de ellas, si las causas universales de toda la monarquía y la vecindad del verano permitie­ran á Su Majestad esperar un mes en Barce­lona, enseñada aquella ciudad y aquel Reino á detener á sus Reyes años en la prosecución de unas Cortes, sintiendo los catalanes que la forzosa y apresurada jornada de Su Majestad les quitase el servir con la sazón y gentileza que deseaban, siendo más precioso asegurar la salud de Su Majestad y los demás negocios que le aguardaban en Castilla, que concluir éste, que podía esperar tantas ocasiones.

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Las de esta monarquía han sido tan conti­nuas y tan grandes desde que Su l\Iajestad (Dios le guarde) reina, que ha llegado ápare~ cer divina más que h.umana providencia el lnantenerse entera, pues vemos en un papel de Felipe 11, escrito más de cincuenta años, de su propia mano, á un ministro de su ha­cienda, con quien platicaba su aprieto y su necesidad, estas palabras: «Dejadme que me desconsuele, que,no sé hoy con lo que he de . . -VIVIr manana».

Pondérese la ruina, el estrago que después acá han padecido estos Reinos, tantos millones consumidos, tantas pérdidas lastimosas, y cuánto se debe á Felipe III en haber sustenta­do con igualdad su grandeza, y cuánto más á Felipe IV, que, sucediendo á. lo estrecho del uno y á lo liberal del otro, y hallando la here­dad tan gastada que aun respirat un ánimo real no pudiera, sino erguido de quien con su industria y moderación pusiera su mayor glo~ ria en la templanza, dando á la' necesidad y obligación de Rey cuanto en otros siglos con­sumían la ostentación y el desperdicio, empe­zando Jo refrenado' y lo modesto por donde so­lía comenzar lo sediento y ambicioso, que en España era menos novedad ajustarse un Rey en sí mismo que en su privado, cuyo ejemplo

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lo hizo Vuestra Excelencia, tan ayenido y nue­vo que no le halló en ninguno ni se conoció en otro, y platicándole, no ha muchos meses, mi­nis~ro grande y de los de mayor seso entre los togados, el 'aprieto, la estrechez, la cortedad, el peligro y fatiga' de todo, respondió á quien le encarecía: «Es así que nos vamos acabando, pero en otras manos hubiéramos perecido más presto». Y porque la profesión de este hombre es una continuada y cuerda entereza que, aun á su verdad misma la pondrá en riesgo de pare­cer lisonja, no se dilató en mostrar que si no es en diligencia y atención, casi milagrosa, no pudiera haberse sustentado esta monarquía, y que los accidentes que padece vienen conti­nuados de dolencia tan larga, que á no estar el p~lso en mano tan desvelada y cuidadosa, la enfermedad llegara á ser desesperación, y aunque muchas veces la demasía de las _ medi­cinas es contraria á la salud que se procura, y en ellas -propias suele peligrar el enfermo, es preciso intentarlas, que cuando se sabe que puede sanar con alguna y grande, es el afecto y amor que descubre el que asiste siempre al doliente, y con su cuidado' y celo, no sólo le entretiene la vida, sino se la restaura.

Como, en parte, se la deben estos Reinos á Vuestra Excelencia, que aunque no niego

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la carga de sus tributos y la miseria de sus va­sallos, de qué suerte sin ellos viviera el cuerpo universal, que alimenta tantos brazos, y nunca está débil un sujeto cuando se ~onserva ente­ro, y se pone en estado que con moderados alivios cobrara su pritnera y antigua fortaleza, y en proporción se sienten aun 'máS fatigados los otros Príncipes, que no pueden' ser tan so­corridos de sí propios ni tan ayudados de los súbditos, ni se han ajustado á la moderación y templanza que el nuestro, ni se hallan servi­dos de ministro tan fiel, tan puro, inteligente y celoso, ni en sus Reinos mantienen igual la justicia ni conservan entera la religión católica, firmes columnas y solar de las perseverantes

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y como en una familia de muchos hijos y criados, y en una casa de grande aposento no puede dejar menos de estar enfermo este mozo ó de sentir quiebra aquel cuarto, y es necesario socorrer aquel achaque y cuidar de acudir á aquella pieza, así en los extendidos imperios es imposible que deje ser forzoso el acudir con el remedio y asistir con el reparo á esta ó aquella provincia, á una y otra plaza que la codician muchos.

Así el Rey, el Ministro y el pueblo deben estar prevenidos y constantes á estos acciden~

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tes, poniendo cobro con prudencia y celeridad á cuanto se pueda, armados no menos que de prevenciones y sosiego para remediarlo y oirlo; y de nada necesita tanto un Príncipe y un Ministro grande como de corazón esparcido y dilatado, que ni se turbe ni desaliente con nada, que dónde hay menos fondo levantan los vientos mayores o,las.

y considerando yo lo que he observado en Vuestra Exclencia, y que tal vez se lo he dicho, que en cosas pequeñas y domésticas se desabre y altera con demasía, y en casos grandes y dificultosos se templa y serena con igualdad y amoración, he hallado fácil la causa de esta diferencia: que lo que desazona su mo­destia lo toma con honra sobre la condición, y lo que oprime y atemoriza lo recibe en el ánimo.

El de Vuestra Excelencia hallo tan exa­minado en lo que deja, en lo que sufre, en lo que dispone y previene, que si este papel se empezara para un elogio y no para un aviso, gran playa se le descubría á la plum~, pues en el largo distrito de las historias y en la noticia de varios de la Corte y Palacio, no he topado al poder contra circunstancias más nuevas y diftciles de juntarse, mayor, menos embaraza­do y más modesto, pocos renglones serán me-

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nester para probarlo, y para que el mundo lo crea, pues todo él es testigo.

y porque estos pliegos, por el olvido y cu­riosidad de alguno, puede ser que pasen á otras edades y no caigan en sospecha de nlano so­bradamente amiga, y por el descrédito común que padecen los que escriben de validos, que mientras lo son todo lo presumen. lisonja y ne­gocio, y después todo aborrecimiento y ven­ganza, quiero para entonces y para ahora que se vea que hubo un poderoso que osó oir la la verdad y un criado y confidente que se atre­vió á decirla, refiriéndola con la nota de la gente.

Las virtudes' que de Vuestra Excelencia van derram~daspor este discurso son tan se­guras y ciertas, que en la mayor desesperación . el negociante, ni en su mayor envidia el ene­migo, no las ha' negado nunca, antes las con­fiesan todos con tan natural confianza, que en­tran siempre á la queja y á la ira por este co;..

nocimiento. Gloriosa es la opi~ión en el des-interés, que decir limpieza es alabanza que se mide con un licenciado; aquel ánimo generoso y entero para despreciar toda ambición y co­dicia, se ajusta bien con la sangre y profesión de Vuestra Excelencia, que pudiera, con afec­tado modo ó con verdadero, desdeñar las dá-

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divas pequeñas ó grandes de los pretendien­tes, y los que se llaman agradecidos para pe­dir más, que en ellos no es agradecimiento, sino negocio, y con la mano poderosa y gracia de su Rey, disfrutar en mercedes excesivas la facilidad y grandeza de un Príncipe mozo, no pretendiendo ocasión de alguna alegría públi­ca, que no se lograse en acrecentamiento de su casa, aprovechando hasta las dudas de la pri­vanza, acreditándola, cuando menos, segura, con alguna honra demasiada, ó sacando este provecho ~e la emulación de los envidiosos, arte que leernos en los siglos pasados; mas no hay encarecimiento, no hay admiración en que no pague el pueblo á Vuestra Excelencia esta virtud, reconociéndole hasta haber hecho reJi­gión de su modestia) su templanza en sus mi­nistros y criados, escuela maravillosa y no ha­llada en ningún tiempo.

El celo de Vuestra Excelencia todos le co­nocen p~r el más desvelado y grande; el tra­bajo por el mayor y más continuo; la capaci­dad por la más hech3: y aventajada; la aten­ción, el cuidado, el estudio para encaminar el servicio de su Rey, como la conservación de la monarquía, la más excelente y constante que se ha visto en ningún hombre; partes que cual­quiera de ellas merece la confianza de un Rey;

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y hls que' miran 'á la 'convenien'cia particular de los vasallos, ¡qué puerta tan franqueada, qué asistencia tan poco divertida, qué sin al­tivez con los pequeños, qué ... sin soberbia con los iguales, qué baratas las mercedes que han recibido tantos, que no se cuenta hombre he­rido en el reino que no~ haya alcanzado por su

, intercesión alguna!; y muchos, las que no se creyeran, que si bien se puede referir por de­fecto, es, por lo menos, culpa generosa, y más en Vuestra Excelencia, que n'o las ha cobra­do, sino que en muchos, ingratitud.

El haber aficionado el Rey á los negocios, el haberlos apartado de él dos veces, una cuando tuvo con quien partirlos, otra cuando convino que los tratase el Rey, que detenido en repartir su favor con daño ajeno) pues en materia de justicia, ya del allegado, ya del amigo, ya del deudo, ya propia, jamás ha he­cho intercesión ninguna ni procurado que se violente nada; por lo que más le toca, ¡qué enfrenada la familia, qué asustada, que apenas hay alcalde ni alguacil que conozca un criado de Vuestra' Excelencia, no sólo para perdo­narle algo, mas ni aun para que le cueste ;nin­guna atención ni cumplimiento! ¡Qué retiro tan decente el de Vuestra Excelencia! No por al­tivez ni melancolía, sino por no quitar al tra-

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bajo, ni,', al ·negocio un instante; y sabiendo cuánto se gana el aplauso y la gracia del pue­blo con dejarse ver cortés y apacible en las ca,les, se niega, esta gloria, por no cebarse en el ocioso ~sto de-merecer, no haciendo nada~ y que si q.el mucho tiempo que ha de me­nester el despacho se llevase algo el cumpli­miento, fuerza que lo padeciese el particular y público; y no pienso celebraren Vuestra Ex­celencia lo ceñido de sus costumbres ni la pu· reza con que :vive en todas, porque las buenas de hombre no son resplandor de la persona, . siendo más necesarias las que tocan á la ocu-pación. Y aunque la más lucida entre ellas es la honestidad, también es la más peligrosa si no se gobierna con seso, porque he conocido muchos que con tener esta virtud les parece que les son lícitos todos los demás vicios, y habiendo enfrenado aquél, alargan descollada­mente la rienda á la crueldad, avaricia, sober­bia y ambición; y Vuestra Excelencia, que se hallaba libre de aquellos riesgos, se quiso apar­tar apartada y perfectamente del que sólo po­día tener, no dejando á la parte de Ministro aún, ó por los años ó por su fortuna, y sufra V uestra Excelencia el decir ó por su inclina­ción, pues aunque dentro de la decencia y re­cato no se negó mozo á la bizarría de caba-

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llero, ni aun el achaque de hombre, que suele ser tan común, tan dispensable en los más per­fectos; y nada de esta clausura para llamarse virtuoso, sino para quererse ajustado hasta en lo que importara poco dejar de serlo.

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DISCURSO DE DON ANTONIO . DE MENDOZAt SECRETARIO DE

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SE DEJE PREMIAR DE SU MAJESTAD

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DlSCURSO DE DON ANTONIO DE MEN-, DOZA, SECRETARIO DE CAMARA DE FE-LIPE IV, EN QUE PERSUADE AL CONDE­DUQUE SE DEJE PREMIAR DE SU MA­

JESTAD

'Nacieron, señor, de las grandes acciones los buenos ejemplos; Roma en sus principios, maestra de las buenas artes y costumbres, es­tableció en una dar gracias á los varones ex­celentes que en guerra ó en paz acrecentaron ó florecieron la república; y después, por mas necesaria, se continuó en los Príncipes yen todos para premio de sus virtudes y para que por él las ifi?itasen, no habiendo' otro camino para alabanza que merecerla. Y mientras se merecieron estas honras se estimaron, hasta que la adulación y la violencia hicieron el mis­mo aplauso á los vicios, Y los hombres insig­nes se recataban ya más de ser alabados que ofendidos. Pero la sinrazón de los tiempos po­drá hacer desdichados á los ejercicios' nobles, pero no injustos, que de alabar á quien lo m~ rece' jamás contó escarmiento ningún siglo.

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Las oraciones de Cicerón, que tanto engran­decieron á César, no contienen lisonjas á Cé­sar, ~ino doctrina al Príncipe para encender los ánimos generosos á obrar ilustremente; y si p~rque. supo crear un enojo acabando de tomar á todo el mundo y perdonó á Marco Antonio, le admiró en el Senado con tan es­clarecidas alabanzas públicas, con cuántas (á razón grande) celebrará por más gloriosa la acción que hoy ha hecho (digna sola de ser' suya), que antes de ir por el camino de la am­bición y de la tiranía se procuró siempre ad­quirir y sustentar el poder y sufrir la senda de la templanza. Hállase otra mayor grandeza, que es serlo todo dejándolo, y cuando ni aun tú mismo te lo pudieras quitar; hazaña tan nue­va que mereció que tú la empezases, y tan des­nuda del interés de tu gloria, que la hiciste por la ajena. Y si aquella elocuentísima voz aun te pagara cortamente, ¡con qué desconfianza en­traré yo en tus merecimientos! Pero ya que no es posible imitar ni la elegancia ni el modo, igualaré á lo menos en alabar lo justo, aven­t~jándole en la razón de lo que alabo y en tratar de lo más nuevo y mejor, que es más glorioso que el mostrarse uno Príncipe, hacer que lo sea.

Empezaste con hacer grande á tu Rey con

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hacerte bueno á ti; obró con tu mano ilustres acciones; no entró á vivir, sino á reinar; en pocos días reinó muchos años; enmendó en breve tiempo largos siglos.

Siempre trataste de ayudarle á trabajar, no á estar ocioso, procurando que fuese suyo el acierto y tuyo el cuidado, y en la ya opi­nión adquirida resulte el descuido el de la edad, no el del entendimiento; que los tiernos años, enseñados á tratarse como pocos, aunque no embarazaban á ]a fatiga de Rey, se defendían á la fatiga de serlo. (Culpa, si la hubiera, á los que le criaran tan apartado de haberse menes­ter tan presto.) Y conociendo su repugnancia á los negocios (ó quizá satisfacción suya de ti) entre despierta prudencia, no fueron menester avisos ajenos, que tu amor ha estado velando siempre en su honra, tanto,- que sin tener por qué recelar el clamor público (en cuyas que­josas voces, y nunca escuchadas, pusiste ]a pri­mera huella), ni que temer la permitida acos­tumbrada licencia de los púlpitos, ni la que se toman los magistrados, ni la que pueden los deudos, ni la que pudieron los familiares, ni lo que llega á los Reyes en relaciones torcidas, osaste . perderle contra ti el miedo que por ti le hubieran todos. Y por tu verdadera gloria no has permitido el lucimiento vano de que se

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creyese que no era menester advertirle; y es segunda fineza, que amando tanto su opinión no la celaste en esto por dársela en todo, que­riendo más la costosa salud que la engañada.

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, En este osado respeto le has conseguido crédito nuevo, descubriéndonos que tenemos Rey que huelga de ser advertido, y que tan presto como la atención á oirlo, pone la mano á ejecutarlo; y más se te debe que en no haber ayudado al error, en atreverte á enmendarlo.

Ninguna de tus obras es para ostentación tuya, sino para' remedio de todo; que ante­pusiste al falso resplandor de que se tuviese por acertado cuanto hacía tu Rey el prove­cho de que lo acertaste.

y sabiendo que había de tomar el consejo, más por bueno que por tuyo, se le diste, qui­tándole que él hubiese menester para otro me­jor ni para servicio más grande; y nueva esti­mación hace de su Príncipe e1 que se atreve á aconsejarle lo que se aparta de su inclina­ción y de su gusto, que en dici~ndole en lo que yerra tía que será bien escuchado. Y en­trarle obligándole con lo que le avisa, gran aprobación es de la virtud de un Rey y celo de un vasallo.

y hasta en el modo como en la sustancia te aventajaste, apartándote de la presunción

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que hacen muchos de hablar libremente en público de los Príncipes, interesando su vani­dad en el aplauso de los oyentes y el apetito de culpar otro, y más al que todos envidian, y los más muy encaminados á la venganza ó á la queja propia.

Mas tú no pudiste darte este malicioso gusto, ni tener más fin que la pureza de tu corazón, porque advertías al que reveren.cias con más amor y razón que ninguno, y al que holgaras que no lo hubiera menester, propo­niendo lo que aun no quisieras que te lo de­biera á ti y sabiendo que su enmienda había de empezar contigo; siendo lo más en que le has podido servir el servirlo menos, tanto im­porta que se valga de ti, que aun obrarlo tú no importa tanto. Vives t~n atento á que sea y parezca suyo todo, que le has restituído aun lo que no le tomaste, huyendo de que te lo dejase, desmintiendo y desmientes hasta el in­justo temor de los mal intencionados, que no el solicitarle la forma primera fué prevenir som­bra á esperados excesos, ni menos ya quererle por escudo de ~lguna intención escondida, porque tu proceder tan experimentado se de­fiende de tan delgada sospecha; que siempre te han conocido ansia de acrecentar á todos y no deseo de ofender á nadie, ni es tu cui-

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dado cubrirte á' la queja de las mercedes que no han de hacerse, sino quitarte las gracias de' las 'que se han de hacer del más ignorado y esclarecido ejemplo, y tan sin él, que la con­tinuacióñ de poderlo todo no ha sabido hasta ahora dejar nada, creciendo de suerte que aun lo que siempre ha durado poco les parece corta posesión que se acabe .con la vida; que de ninguno sabemos que le haya hecho más modesto la costumbre del poder, porque el largo imperio ha enseñado siempre las mayo­res demasías, y tú con él has aprendido á te­merlas y á vivir sin el pesado nombre de pode­roso, teniendo hasta ser conveniente el dejarlo. y no te movió el desacierto (que nunca le co­nocimos), sino la congoja de que lo acertado se tuviese por acción tuya, teniendo celos de ti mismo por amor de tu Príncipe. Y no osara el entendimiento á imaginarlo, si el amor no se resolviera á la bizarría de emprenderlo, mos­trando que no estimas tu seguridad, sino su conveniencia, y que para ti no hay otra que

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la suya, deseando que, aun á precio de su pe-ligro, sea el que merece su n~mbre.

Si esta rara y no parcial demostración no está libre de calumnia, pierda las esperanzas todo lo justo, que no deja ninguna razón á la malicia ni al descontento (que temor de acu-

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sado por ambicioso no puede ser); porque la verdad es ánimo y la experiencia toda es tes­tigos. Recelo de perder la grandeza por mu­cha, tampoco, porque siempre se ha ido tem­plando y resistiendo; si arte para mantenerse en tan gran lugar, ninguna culpa te puede tener recatado, y quien advierte la descon­veniencia del darle, no le procura, y el que anima á su Príncipe que no haya menester á otro, lejos está de quererle para sí, que ce­bado el Rey en la gloria de que le tengan por solo, se pone á riesgo de que lo quiera estar y haga aprensión de que se autoriza con ello. Pero en esta parte se confiesa seguro que si trabajas en hacer perfecto á un Príncipe es forzoso que le saques agradecido, que ninguna prosperidad será mayor para tu casa ni más grande para la suya; que el medio para que hallen sus hijos otro como tú es ver en los

. tuyos los premios que les mereció su padre; y hasle enseñado sólo una cosa en tu favor, pero más en el suyo, y es que sepan hacer . . , estlmaClon. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

(Falta el fin.)

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DISCURSO DEL MISMO DON ANTONIO DE MENDOZA, D~ LOS GASTOS QUE ALGUNOS SENoRES DE CASTILLA HAN

HECHO EN DIFERENTES OCASIONES EN SERVICIO

DE SUS MA]EST ADES

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DISCURSO DEL MISMO DON ANTONIO

DE MENDOZA, DE LOS GASTOS QUE AL--GUNOS SENO RES DE CASTILLA HAN HECHO EN DIFERENTES OCASIONES EN SERVICIO DE SUS MAJESTADES ~~~~~~

Como observa La/uente, el generoso y pa­

triótico desprendi111iellto (I) de la Re'ina Isabel

de Borbón /ué, en el reinado de relipe IV, U1Z

bue1z estílnulo para que 1Z0 pocos g-randes y pre­

lados ofrecieran en aras de la patrza una buena

parte de sus fortunas. Verdad es que de 1nuchos

de ellos podía decirse lo que un epigranza de

todos conocido atribuye á cierto bzenhechor que

erigió un hospital para aquellos á qUIenes él

1nislIIO había hec/lo pobres. hfuchos, es cierto,

(1) Queriendo hacer algo por su cuenta, recogió todas las joyas que poseía, que entregó al Conde de Castrillo para que éste las pusiera en manos del Conde-Duque, para entregarlas al Rey con una discre­tísima carta, á cuya Embajada contestó el Rey con otra epístola dirigida á la Reina, en la que le decía que con­servaba aquellas joyas, pues antes empeñaría su corona que deshacerse de alhajas de tal dueño. - RICARDO DEL ARCO, Boletln de la Acade1ltia de la Historia.

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habían fabricado á costa de los pueblos aquellas opulentas fortunas} aquellas pingües rentas de

que después sacrificaban una parte á las necesl:­dades públicasj pero también es verdad que sin las compañías y regi1nientos' que á su costa le­

vantaron algunos prelados, grandes) conso/eros, ricoshombres é hidalgos} habría sido mayor y nzás rápzaa la ruina de Españaj tal vez no se hubiera dado tiempo á Cataluña para reflexio­nar y para volver á la obediencia de su legí­timo Soberano, y de seguro la guerra de Por­tugal, aunque desastrosa} no habría podido sos­tenerse} más o menos viva} tan largo número de años.

Lo que está sucediendo ahora al Rey nues­tro señor (Dios le guarde) con alg~nos caba­lleros á quienes ha querido favorecer pidién­doles que, le sirvan en esta ocasión, con lo que en ninguna les puede hacer falta, me mueve á traer á la memoria varios ejemplos de exce­sivos y grandes gastos hechos en Castilla por muchos señores, y no en ocasión de peligros de reinos, sino á sólo el lucimiento y ostenta­ción de la grandeza de los Reyes y propia suya; y no recordaré casos muy remotos, ni para lo que dijere será menester hacer notar la diferencia. de los tiempos, ni la substancia

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de los súbditos, ni la espía ~e la gente, sino el ánim<?, la firmeza y la demostración de los buenos vasallos.

En lo antiguo no se ignora que con las re­vueltas de los reinos se acrecentaron muchos, cundiendo la lealtad y la necesidad, que fué mercadería validísima de aquellas edades, hasta que el establecer los Reyes la justicia y obe­diencia los hizo príncipes soberanos en la gran­deza y en el respeto.

Entró el Rey Don Alonso de Portugal has­ta Zamora, con tan numeroso ejército y con tan aparente y ruidosa querella, como venir casado con una Princesa jurada de Castilla, y aclamado Rey en Plasencia y llamado de al­gunos de los más poderosos del Reino, empe­ñados en el suceso mismo, y con los Estados y las personas acudieron á los Reyes Católicos los demás grandes señóres y caballeros, sin que ninguno les pidiese ni sueldo, ni merced~ ni satisfacción de aquel servicio, que sólo por obligación y bizarría y ley natural les asistie­ron todot ellos hasta dejarles pacíficos en el Reino; y no sólo no hicieron merced dema­siada entonces, pero después despojaron á mu­chos de las que habían recibido de su ante­cesor Enrique IV, que si bien adelante favo­recieron y honraron á los que tanto se lo me-

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recieron, los Reyes tuvieron por indignidad ofrecer algo y los grandes el recibirlo.

En la guerra de Granada véase cómo sir­vieron á los Reyes tantos grandes, qué gente lIev~ron á su costa, qué hazañas hicieron y qué gloriosa memoria dejaron á sus casas y sucesores, sin más acrecentamiento en ellas que este blasón y nombre.

Estaban los Reyes en el sitio de Málaga sin bastimentos ningunos, y para levantar el cerco vino el Duque de Medinasidonia á sus expensas propias con una flota entera de na­víos cargada de pertrc~hos, municiones y ví­veres, en gran abundancia uno y otro, y se ab~steció el ejército y se rindió la plaza.

Los continuos gastos que esta Casa hizo en diez años que duró la guerra, los infinitos que hicieron los Duques de Arcos, los Condes . de Benavente) de Lemos, de Cabra y de Ure-ña; D. Alonso de Aguilar, el Alcaide de los Donceles, el Señor de Alcaudete, el Conde de Tendilla, el de Palma, el de Cifuentes, el de Paredes, el de Osorno) el de Feria', el Con­destable, el Almirante, y los Duques del In­fantado, de Alba, de Alburquerque y Nájera

, y Medinaceli, y los Maestres de las Ordenes de Comendadores militares y otros muchos grandes y muchos Prelados, ¿qué les cató de

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los Reyes más que el agradecimiento de su fidelidad y fineza? ¿Y qué buscaron eHos más que la honra y la estimación de servir á sus

. . Príncipes?

Vino preso á España el Rey Francisco de Francia y mandó el Emperador al Duque del Infantado que le hospedase; ~y qué pluma osará referir lo que dice el Giovio?, ni lo que cuentan las memorias de aquellos tiempos, que celebran tanto las grandezas del Emperador en la del Duque, en tanta admiración de aquel siglo, y que aquel Rey extrañó que ningún Príncipe pudiese tener' tan gran vasallo; res­pon~iendo el Duque á su duda q~e de los grandes él era el más pobre y pequeño.

Cuando se fué á coronar Carlos V á Italia, ¿quién no sabe las grandezas del Marqués de Astorga y el encarecimiento con que las re­fieren varios autores?

Casóse Felipe II con la Princesa D.a Ma­ría, y qué ostentaciones hicieron el Duque de Alba y -D. Alonso de Fonseca, Arzobispo de Toledo, 'que la trajeron á Salamanca) donde los veló el Arzobispo y el Duque fué su pa­drino y entrambos mostraron singular y nota­ble grandeza.

Casó el Rey tercera vez, en Guadalajara, con D. a Isabel de la Paz, y fueron por ella á Ron-

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cesvalles el Cardenal D. Francisco de Mendoza, Obispo de Burgos, y el Duque del Infantado; digan las historias de Castilla con qué aparato, lucimiento y majestad hicieron esta jornada.

Casó cuarta vez con la Reina D. a Ana, su sobrina, en Segovia, y fueron á Laredo y Santander á su recibimiento el Cardenal don Gaspar de Zúñiga y Avellaneda, Arzobispo de Sevilla, y el Duque de Béjar, ambos con mag­nificencia y ostentación real. Pregúntese qué recompensa ni qué merced se hizo á ninguno de estos grandes por tan innumerables gastos. La honra y estimación que quedó en sus casas y familias de servir á sus Reyes .con tan lucida grandeza.

La que llevaron el Duque del Infantado y el Almirante á Valencia á las bodas de Feli­pe JII, muchos testigos tiene vivos, y lo que en ellas gastaron con sumo lucimiento en li­sonja de su Rey tantos grandes y caballeros.

¿Quién no admira en la historia de Don Juan el Segundo las generosidades con que D. Pedro Hernández de Velasco, primer Con­de de Haro, trajo á Castilla la Princesa doña Blanca de Navarra, y las peregrinas y costosas fiestas que se hicieron en Briviesca, y las veri-, ficadas en Buitrago por D. Iñigo López de Mendoza, primer Marqués de Santillana?

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¿Quién no se asombra de oir en García de · · · .. el majestuoso aparato con que llevaron á Portugal á la Princesa D.a Isabel, hija mayor

, de los Reyes Católicos, el Cardenal D. Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Toledo; el Maestre de Alcántara, el Conde de Bena­vente y el de Feria, D. Pedro Portocarrero, Señor de ~oguer, y Juan de UUoa, Contador mayor de Castilla?

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¿Qué magnific~ncia igual á la del Duque de Medinasidonia cuando fué á recibir al Rey Don Manuel para casarse con la misma Prin­cesa D.a Isabel y á jurarse Príncipe de Cas-

• tilIa, en que llevó no menos aparato que un Rey?

Cómo encarece este mismo autor el hos­pedaje que hizo en Chinchón á los Reyes de Castilla y Portugal el Marqués de Moya, don Andrés de Cabrera, mostrando cuán poco obraba, pues todo lo había recibido de la mano de sus Príncipes, y con qué palabras esclarece la grandeza del Duque del Infan-

. tado cuando, pasando á Zaragoza, los recibió en Guadalajara.

¿Quién ignora con qué real casa y familia Ilevó á Flandes el Almirante D. Fadrique á la Infanta D.a Juana, después Reina, mujer de Felipe I?

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y sobre todo,· cuántos vimos la grandeza generosa y admirable con que el Duque de Lerma salió de Burgos á la jornada de las en­tregas y la prosiguió en su nombre el Duqpe de Uceda, que fué de las cosas más ilustres y señaladas de estos tiempos, y no menor el hospedaje que hizo en Valladolid á su costa

. al Duque de Parma. El Duq~e de Alba y el Cardenal Guzmán,

Arzobispo de Sevilla, ¡qué espléndida y gene­rosamente acompañaron á la señora Reina de Hungría y Emperatriz de Alemania, y qué numerosos gastos hicieron en tan largo viaje!

En la jornada de Andal~cía, 'el año de 1624, cómo recibieron al Rey nuestro señor en sus lugares, el Conde de Santisteban y e] Marqués del Carpio, y qué fiestas y presentes hizo el Marqués á Su Majestad en aquel1a villa y á cuantos señores y caballeros le acompa­ñaban.

En el coto de Doñana, qué lujoso y mag­nífico huésped, aun sin hallarse en él, por su indisposición, le fué el Duque de Medinasido­nia, y después qué real presente le envió á Madrid.

Los más de los señores y caballeros de Castilla, en ocasiones de menor consecuencia y necesidad, cómo han acudido á servir con

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sus personas y haciendas, y al socorro de algu­nas plazas en que se aventurara poco del ries­go y de la reputación en perderla.

En festejar las bodas de los hijos de los . privados, ó los nacimientos, qué gastos volun­tarios y copiosos no han hecho muchos gran­des, títulos y caballeros.

En sólo entretener y divertir á sus Reyes, qué no han gastado muchos señores de Cas­tilla; y en la moderación y templanza con que tantos años sirviéronles los validos, en medio de sus desvelos universales, qué no emplearon en servir domésticamente á sus Reyes.

En dar la obediencia á los Pontífices, qué empeños no se han hecho; en estas demostra­ciones, qué riquezas no se han consumido; en particular los Duques de Alcalá y de Feria, el Condestable de Navarra, y modernamente el Conde de Monterrey en las jornadas de Roma.

En las que hicieron á Francia D. Pedro de Toledo y el Duque de Feria, qué hacienda no gastaron; y el Duque de Pastrana, qué no con­sumió de su estado en el lucimiento grande de la suya.

¡Cuántos prelados y señores han empren­dido conquistas sin gravar en nada el caudal de sus Príncipp.sl

El Cardenal D. Fray Francisco ]iménez

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ganó á· Orán, llevando ·el ejército á su costa. El Duque de Medinasidonia á la suya co-

, bró á Gibraltar y conquistó á MelilIa en Africa.

El Duque de Arcos, sin noticia de su Rey, escaló una noche á Alhama, una de las mayo­res fuerzas del Reino de Granada, que dió principio á la expugnación de aquel Reino.

Pues si á no más que una gentileza espa­ñola y una bizarría castellana, por lisonjear la majestad de sus R~yes, han consumido sus casas y tantos tesoros muchos grandes y no­bles del Reino, quién puede negarles el ser­vicio y socorro que no .sólo no empeñaron su estado, sino el caudal que tien.en ocioso; y más cuanto que todo se. ha granjeado y con­seguido á la sombra del Rey, y en sus cargos, dignidades y mercedes; y cuando el Príncipe lo pide en ocasión tan precisa como es la de­fensa de sus Reinos y lo común de la Patria; y cuando está haciendo un ejemplo de pie­dad tan grande como no querer valerse del tesoro de las iglesias, que otros Príncipes, con menores accidentes, han admitido; y si quien niega lo justo concede todo lo demasiado, qué resolueión no merecerá quien se resiste á lo forzoso, y más cuando afectadamente publica necesidades, no sólo imposibles de creídas, sino sospechosas de escrupulosa ri-

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queza; y si la última necesidad no reserva lo más sagrado, cuál será, según esto} la re­pugnancia y cortedad (por no darle peor nombre) del que no ayuda á su Rey, con ~o que recibió de su mano y de la de otros Reyes; que es igual regalo y majestad de los Príncipes el pagar ilustremente los servicios y el escarmentar los que, pudientes, no se los hacen.

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RELACIÓN DEL SENoRÍO DE VIZCAYA, HECHA AL CONDE­DUQUE POR DON ANTONIO DE MENDOZA, SECRETARIO DE CÁ­MARA, EN OCASIÓN QUE AQUE­LLA PROVINCIA ESTABA AL TE­RADA POR BIEN LIVIANA CAUSA

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Los dzsturbios á que se refiere Mendoza en esta relaczeón y la sigulente, reconocleron por causa e~ reszstzrse el pueblo á pagar un zmpuesto sobre la sal. Duraron desde el 24 de Septiembre de I6JI hasta 24 de Mayo de I6J4, con 'los oblze-gados' asesinatos y destrozos proPios del caso. '

El Rey nombró una Junta} en la que figu­raba en prz1ner térmlno Ollvares, para que en­tendz~ra en el asunto, y acordó dzslmular y hacer en el castigo de los culpables lo que bas­tara á z·n!undlr te1nor en la gente lnquzeta.

EXtste en la Biblzoteca Naclonal una rela­czón manuscrlta (de letra del siglo 'XVII, en 54 hOjas follo) en que se descrzeben blen y detalla­damente aquellos sucesos.

El señorío de Vizcaya se divide en cua­tro partes: villas y ciudad de Orduña, Tierra-

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llana, Merindad de Durango y Encartaciones. La Justicia tiene en una cabeza cuatro Mi­

nistros: el Corregidor que asiste en Bilbao y sus Tenientes; el de la Tierrallana, en Guernica; el de Durango, que es de capa y espada, en esa villa, y el de la Encartación, en Avellaneda.

En los encartados se incluyen los valles de Salcedo (que es el primero en la Junta), el de Somorrostro, el de Sopuerta, el de Galdames, el de Gordejuela, el de Carranza, el de Arcen­tales y el de Trucíos, y cada valle se reparte en diferentes Consejos y distintos nombres; y en cada uno hay Alcaldes ordinarios, que co­nocen de la primera instancia, y de ellos se .apela al Teniente general de las Encartaciones y al Corregidor' de Vizcaya, y todos tienen recursos al Juez mayor, en Valladolid.

Háblase en ellos universalmente la lengua .castellana, sin mezcla ninguna del vascuence, ni los naturales lo entienden si no es aprendido; hay en cada uno casas muy nobles, que entre muchas se descuellan de las otras. La de Sal­cedo es de gran autoridad en toda aquella tie­rra, y la que sólo tiene vasallos; pero después que faltó en ella la varonía última de Mendoza, y que los dueños no viven en el valle, y se han pasado á Valmaseda, son allí menos aplaudi­dos; bien que el señor que hoy tiene, que es

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hombre de valor y de resolución, se ha hecho estimar, casi á la igualdad; pero ahora asiste en la ·Corte, y tullido de la gota, y su salud no es apropiada para encargarle nada ..

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Su hijo heredero es mozo de singular vir-tud, de buena' razón y gran blandura; y' por ello muy amado de aquella gente, y ahora es Alcalde de' Valmaseda,'una de"las ~illas prim~ ras del señorío; y cuando las citaron: á todas para la Jttnta general de Guernica le escri­bió D. Juan ,Hurtado, su padre,. que procurase nombrar por su. rep6blica la persona que ha­llase más afecta al servicI.o de Su 'Majesta'd, y que si no hubiese entera satisfacción de nin­guna~ se nombrase á sí, y en ella anduviese tan declarado por el Rey como debía á su san­gre; y si muriese por ello~ ninguna mejor honra para su casa.

y el Duque de Ciudad Real le escribió no fuese Gomo Alcalde, sino como hijo de la casa de_ Salcedo; y así lo obedeció y se halló en la Junta, sin faltar un instante del lado del Corregidor; y escribe á su padre con sencillez y lástima lo que pasó en ella, y yo tengo la carta, y siempre han estado atentas á hacer algunas finezas en servicio del Rey, desde que empezaron los desacuerdos de Vizcaya, que ya merecen otro nombre. .' .

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En ~ste ~ismo valle de Salc~do hay otra casa del mismo apellido, hija de la mayor, que la posee po~ ,.su madre D.' Diegq de' O~ibel paje que fU,é. del Duqlle de Uceda,! que es tUYo c~ado con la 'patrona de Begoña;' es -caballero muy ,honrado y, brioso, y que si no se hUQiera

- '. , embaraza(.lo,,~n las competencias.co,n D. Iñigo,

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último va.rón y. sefíor de SalcedoJ tuvieta hoy much~ ma!)O, y como no ha querido decidirse; se halla muy solo; pero en este valle,! y e~ todas las Encartacion.es, la tiene aventaja.da; es

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1ic~nciado, letrado y clérigo, dos circunstan-~ias que cuando se juntan con hacienda y san­gre son muy poderosas en aquellatierra, como se experimenta con éste, en mucha grac~a del

.. . pueblo. y de todos~

También está allí el antiguo y cele~rad~ solar de Marroquín de Monte I-lermoso, hijo del de SalGedo; pero hállase en suma pobreza y vienen á heredarle personas por quienes no estará más ·lucido.

-En Somorrostro, la casa de Salazar es muy

autorizada, noble y preferida, y tiene bastante hacienda; es su dueño D. Joaquín, caballero del hábito de Santiago, paje que fué <le Su Majestad; pero es mozo encogido y retirado y no: ha tratado nunca de tener mano, séquito ni autoridad en nada, siendo cierto que si tra~

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tara de ello, que lo granjeara como sus abue­los y tuviera mucha.

En Arcentales, la de Traslaviña es muy principal y estimada; hoy la posee, por su mu­jer, D. Rodrigo ,de Tapia, que por no haber nacido ni estado en ella sino á casarse, no tiene noticia ni 'plática alguna; y D. Incio• de Medi­na, su suegro, que casó con la señora propie­taria, aunque es' muy buen caballero, no ha procurado adquirir aquel lugar y' estimación de los antiguos Hurtados.

En Carranza, las casas de Matienzo y Mo­nesterio son principales; de la de A ven daño permanece Ochoa, el viejo y sus nietos, gente noble y rica, pero no 'se embarazan con más que vivir en sus valles; iguales y quietos con sus vecinos, y por más memorias de sus pa­trones, que dejó aIJí D. Diego, Arzobispo de Palermo, los (1) ..... , los comarcanos; y como este valle está más apartado de con Viz­caya qge ninguno, tiene menos comunicación con ella.

En Gordejuela tiene estimación por su vir­tud y riqueza D. Antonio de Zamudio, her­mano de Fray Pedro de Zamudio, religioso Agustino que se dió á conocer tanto por las

(1) Tres palabras ilegibles.

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inquietudes con su religión; pe~o~ éste· 'es un - ,

hidalgo muy noble, cuerdo y apacible, y que' acudirá con fineza á lo que se le encatgare.

" En Tru~íos es to~o igualdad, y la casa de la Torre" que solía ser más rica y' estimada, h~ llegado á la pobreza y olvido de las ótras.'

En Galdames, la de Loizaga', cuyos dueños fueron Jos primeros patronos de B.egoña, ha ve­nido, ppr varios accidentes, á otro dueño; y en aquel valle, ,!a casa de D. Jerónimo de MQrga, paje que fué del Copde de Miranda, está hoy muy rica;p~r() enun niño de pocos años.

, 'En Sopuerta hay casas nobles, y entre ellas, las de Alcedo; Villa y Garay son más

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conocidas, y en ninguna hay ahora hombre particular, si·no es el :Comisario Alcedo, que asiste en Sevilla; pero aún vive en aquel valle un hi,dalgo principal de la casa de Largaya, en Gordejuela, por haber .c,a~~<;lo en él' con la hija mayor de Francisco de Montellano, escribano muy conocido y estimado ~n las Encartacio­nes, y ha sucedido en el manejo de todo á su suegro. Casó á D. Antonio, su hijo mayor, con , hermana de D. Iñigo de Ayendaño, heredera de 'toda la casa de D. Martín, su padre, en quien permanece autorizado (aunque no legí­timo) lo varón de este linaje; y habiendo jun­tado á su hacienda, que pasa de 80.000 du-

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tos, la de Avendaño, y toda adquirida ,y gran:...· jeada por su industria, es hoy la persona más poderosa de aquellos- valles, porque 'con todos l~s más lucidos tiene algún vínculo: ·elde ca­samiento con- la de Salcedo., el de Salazar por la suegra, el de Traslaviña pOr· . haber gober­nado aquella casa; y como es rico, diligente y atento á las cosas públicas, es muy reputado, y en todos los negocios que ¡'ellos tienen por graves le nombran, por ser procurador ó sin-

. dico; y el señor licenciado José González le conoce, y cuando fué á Vizcaya á pedir'el do­nativo, Martín de Salazar solicitó que en el repartimiento se separasen las' Encartaciones del señorío, y siempre han procurado n'o te­ner más parte con él que en gozar sus fueros y en valerse de la jurisdicción'del Juez mayor, que en lo otro más parecen dos provincias 'dis­tintas que una sola, y' aun en el tiempo de 'los bandos no seguían las cosas de Vizcaya y 'no conocían los nombres de gamboínos y oñecz-,;.. nos ( 1), que los suyos eran marroquines y sala-

, (1) Estos fueron los dos grandes bandos en que

se dividió Vizcaya, como todo el país vascongado, en las cruentas guerras de linajes que llenan su historia en los siglos XIII Y XIV, si~ndo, respectivamente, los jefes de esos bandos el señor de la Casa de U rquiza de Avendaño y el señor de la Casa de Mújica_

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zartegos, de s~erte que los encartados no hay que esperar que se conformen en nada con los

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del señorío ni -sigan . sus dictámenes, cuanto más su furor. Tendrán los valles más de gente robusta y suelta, y aunqQ.e litigiosa, de buen trato y ánimo, y de todos, s610 Somorrostro y Salcedo confinan con el señorío de ,Vizcaya: ~omorrostro, que se, junta con ]a jurisdicción de, la villa de' Portugalete, .en Baracaldo, por el convento de Burceña, patronazgo de la casa de Salazar, que fundó en la ría que ,·~ube á Bilbao; Sal~edo, que llega más adelant~-, cuyo río desemboca por la Torre de Lugera, cono­cida fortaleza del Condestable y puesta en me­dio de Bilbao y Portugalete, cuya distancia es de dos leguas. La parte de Somorrostro es ~ontuosa y embarazada con ·Ias innumerables minas de vena de que se forja el hierro. La de Salcedo es· llana y seguida de la amenidad de aqu~l río, que hace sumamente apacible aquel valle, y así he hecho más particular relación de él por el sitio y dependencia de ambos, y los que más parecieren á propósito, y es, sin duda, que se hallará con la gente cuanta dis­posición y fineza se buscare, y que en nada se muestra más hidalga que en el respeto de la justicia, amor del Rey .Y veneración de su nombre.

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y si Su Majestad quiere servirse en algo de la Encartación, mande venir aquí tres hom­bres particulares: á D. Francisco Hurtado de Salcedo, que por sucesor de aquella casa y por sus costumbres es muy querido; al Licen­ciado OIavarría, que por sus letras y part~s es muy estimado; á Martín de Salazar, que por su hacienda y maña es muy importante; y si yo lo fuere para tratar algo con ellos, ofrezco toda la buena ley y diligencia que debo.

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RACIONES DE VIZCAYA, ESCRIBIOLE DON ANTONIO DE MENDOZA Z)g~~~Z)g~~~~

Señor: De la manera que mi hacienda y honra es dádiva de Vuestra Excelencia, y debo restituírsela siempre que fuera su gusto, es también de Vuestra Excelencia cualquier cau­dal que yo tenga, y estoy obligado á servirle no menos con éste que con el otro.

Las materias de Vizcaya se van empeoran­do cada día) y yo, que tanta noticia tengo del natural de la gente, por la vecindad en que me vive y porque los más de mis abuelos na­cieron en ella, faltara á la obligación con que nací, al Rey y á Vuestra Excelencia, si no ali­viara en algo parte de los grandes cuidados de Vuestra Excelencia.

El-mayor riesgo que hoy se pudiera temer en Vizcaya es. la falta de las casas ilustres y antiguas, cuyos dueños (con ser tan fiel toda la nación) eran los más atentos al servicio de Su Majestad, y siendo sangrientísimos y con­tinuos sus bandos unos con otros, á una voz sola del R~y se rendían con suma obediencia

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y respeto; ejemplo sea el que mostraron Juan Mújica y Pedro de Avendaño, cabezas de las dos parcialidades, cuando el Condestable don Pedro los desterró de Vizcaya, y con sólo mandárselo obedecieron; y si después sucedió la batalla de Mong\Jía, que dieron al mismo Condestable, fué con fineza y lealtad, porque el Conde de Treviño, émulo de la casa de VeJasco, les persuadió que el Rey Don Enrique el Cuarto, con su facilidad, había hecho mer­ced del señorío al Conde de Haro, y que iba con ejército á rendirlo por fuerza; de suerte que por no enajenarse de la Corona Real, hi-

. cieron aquella cruda resistenci~, y hánse pre­ciado tan de fieles aun así, que cuando el Rey Don Sancho el Bravo mató en Alfaro al Con­de D. Lope Díaz, señor de Vizcaya, su cuña­do envió á tomar posesión del señorío, con gran número de gente, á D. Diego López de Salcedo, Adelantado mayor de Castilla, tío del Conde, que se apoderó de todo él, si no es de la torre de Unceta, que se le resistió; y los vizcaínos, con su natural fidelidad, le entrega­ron á D. Diego López de Haro, hermano se­gundo de D. Lope, para que poseyese el se­ñorío en tanto que se criaba D.a María Díaz, hija del Conde D. Lope, que casó después con el Infante D. Juan, hermano del Rey, viniendo

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en ello el mismo Don Sancho el Bravo. Y cuan­do el Rey Don Pedro, ya fugitivo D. Nuño de Lara y muerto el Infante D. Juan de Arag,ón, su cuñado) y rebelde el Conde D. Tello; que todos debían ser legítimos señores de Vizcaya por maridos de las dos hermanas de D. Nuño, con qué fe se entregaron al Rey y con qué fineza se resistieron á la enajenación que quiso hacer del señorío al Príncipe de Gales, que como poseía entonces la Guiyena en Francia) quería juntar con ella este señorío; y desde que se incorporó legítimamente en la corona de Castilla en Don Juan el Primero, que por su madre Doña Juana Manuel heredó los señoríos de Lara y Vizcaya, qué demostracione~ de amor no ha hecho aquella nación con sus Re­yes y qué bizarría no mostró en favor de los católicos en el dudoso principio de su reinado; y el mayor testigo que hallamos de lo que pue­de con aquel sefiorío la voz y nombre del Rey, es un suceso que con grandes ponderaciones lo refieren sus historias. Y fué que habiendo muerto en una conjuración en la Junta de Ave­llaneda, delante del Doctor Gonzalo Moro, Co-, rregidor de Vizcaya, á Iñigo Ortiz de Salcedo, celebradísimo hombre en aquella tierra, en que era casado con hermana de Diego López de Zúñiga, Justicia mayor de Castilla, el Rey

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Enrique 111, por la mano sola de este letrado, expulsó y desterró del señorío una gran can­tidad de gente, derribándoles las casas y mu­chas solariegas, que para creerlo es menester más crédito que el de Lope García de Salazar, que lo ~efiere.

He querido embarazar á Vuestra Excelen­cia con este pedazo de noticia, no porque Vuestra Excelencia lo ignore, sino por repre­sentar q'ue la mayor nobleza vizcaína siempre ha sido y será constante y fiel á Su Majestad, y que el caso de hoy no pende de ella,' como se probará fácilmente.

La villa de Bilbao, que en, estimación, no en grado, es la primera de aquella provincia, está compuesta de forasteros y extraños, que viven con el trato de Inglaterra y Francia, y de cinco casas (entre otras) que se señalaban en nobles en aquella villa, que eran la de Le­gicamo, Zurbarán, Arbolanga, Bilbao la Vieja y Barraondo, que pudieran oponerse á la violen­cia y atrevimiento del vulgo revoltoso; no permanece ningún varón ni persona señalada, antes dos de ellas, que las goza por su mujer Domingo Martínez de Isasi, por. guipuzcoano y por los pleitos con la villa sobre algunas pre­eminencias, es sumamente aborrecido del pue­blo; y aunque es hombre autorizad,o y pruden-

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te, no bastante, aunque tuviese más aliento, á . resistir ni á componer aquellos ánimos.

En. todo el señorío de Vizcaya, aunque hay casas muy ilustres, no se hallan hoy señas de aquellas que florecieron tanto y fueron tan estimadas de los Reyes; que ni de las de Bu­trón y l.\Iújica, Avendaño, Zamudio, Arteaga, Gamboa, Zurbano, Marzana, ..... , Y~rza y Zaldívar y otras muy nobles, iguales en anti­güedad á éstas, no consta un varón de todas ellas, y. la de Villela está en un muchacho que hubo menester desamparar la patria; y Vues­tra Excelencia habrá notado que el Duque de Ciudad Real, que posee dos casas tan princi­pales, por no ser vizcaíno tiene poca autoridad con todos.

. y las riquezas que solían 1;.tner estas fami­lias se han pasado en Bilbao á otras menos lustrosas, que han fabricado la hacienda y el lustre con el trato y con casamientos en las ·Indias y con hijas y nietas de ingleses y fran­ceses, que repartiéndose en dos afectos, unos que se complacen de la licencia del vulgo, y otros que por mostrar que no por haber naci­do ellos ó sus padres fuera del señorío le tie­nen menos amor, aprueban sus excesos; y to­dos éstos, aunque fueran bien intencionados, no osarán oponerse ni descubrirse, porque el

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pueblo no los obligase á las informaciones·y probanzas estrechas para gozar de la: entereza del fuero; y no dudo que habrá' en ellos la lealtad que es justo, pero no les fío el valor de aventurarse por mostrarla, como lo hicieron los hombres generosos de aquel señorío, y los que hoy permanecen, que son muchos; viven retirados en .sus casas sin tener) como se dirá adelante, ninguna mano en la repú~lica.

En ]a Encartación hay, entre m'uchas, cua­tro casas muy principales: la, de- Salcedo, á quien siguen las de Lezama, . . . . ., Zárate y otras. Las de Salazar, Avellaneda, y 'T ras­laviña; de las unas hay muchos años que no :vive nadie en Vizcaya, y los que poseen las otras se hallan lejos y fuera del señorío, y la autóridad que tienen en las Encartaciones no pasa de ellas; de suerte que el servicio que Su Majestad (Dios le guarde) pudiera tener en aquella tierra, que eran los más ilustres, mu~ chos han faltado, y los que duran se hallan pobres y sin parte en el gobierno, porque los 'que han enriquecid9 con el comercio y las In­dias se han levantado con todo, y éstos, como ha poco "que empezaron á tener autoridad, no son suficientes, como ya se ha dicho, para re­frenar la insolencia de unos pocos que, ayuda­dos de ]a demasía de algunos clérigos (que ha-

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Jlándose sin prelado no hay quien los modere), han formado estos desacatos con sumo dolor de Jos más nobles; y los ignorantes de la fine­za, de la lealtad, creen que no desnudando la espada contra su Príncipe, no se ha de llamar traición; y en Vizcaya debe ser más escrupu­loso que en otra parte este nombre, porque, como nación tan fina, se desluce con menos accidente, y los que han ocasionado el que se padece ahora, son los advenedizos, cuyos pa­dres ni abuelos no nacieron en Vizcaya ni tie­nen sangre suya~ hijos de extranjeros y mer­caderes arrimados á eclesiásticos atrevidos y á la plebe más baja, que persuadidos de que les violentan s~s fueros y que deben defender­los con la vida, hacer! honra de la misma infa­mia en injuria de la nobleza del señorío, que llora estos desaciertos y no tiene fuerza para oprimirlos, ni hay, como ya se ha representa­do, ninguno de aquellos caballeros antiguos á quien respetarían por la nobleza de su fami­lia y resplandor de su casa, de quienes solía pender lo menudo del pueblo, sustentándose á su sombra; y como ya ninguno reparte su hacienda con los allegados, no hay nadie que tenga autoridad ni mando.

y si Su Majestad (Dios le guarde), con su benignidad y grandeza, no quisiera tratarlos

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como vasallos 'tan fieles, perdonando por la fineza y sangre de tantos buenos la ignorancia y osadía de pocos malos, fácilmente pudiera castigarlos y deshacerlos; pero no hay castigo de hijo que no sea sensible á un buen padre, y si la maña pudiese hacer el remedio, ningu­no se valdría del azote.

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Bien sé que la prudencia y el celo de Vues-, - .

tra Excelencia acertará siempre á pensar lo rtlejor; pero no desestimará V~estra Exceleri­cia que un criado suyo le ayude á topar con lo que podría ser necesario, ,de la suerte que los grandes letrados suelen de los platicantes de sus estudios para buscarles con descanso los textos; y'yo, si con mi celo acertare en algo en el servicio de Su Majestad, de Vuestra Excelencia lo aprendí, y así todo será de V uestra Excelencia.

Los vizcaínos están recatados del Consejo, por parecerles que sin oirlos bastantemente los condenaron; y aunque su autoridad y pruden­cia suya es y debe ser tan grande, no se des­deñara de que el de Estado, que es el univer­sal de la monarquía, se haga dueño de la materia, ó que ambos juntos la traten, orde­nándoles Su Majestad que oigan de nuevo á Vizcaya, y que sin buscarles la razón á los fueros se los declaren por legítimos, publican-

do que no se había bien entendido su razón; y el mismo Consejo Real solo podrá disponerlo, porque no se vea que es negocio que importa tanto; establecerá Su Majestad con esto la jus­ticia y la quietud en aquel señorío; y después, si conviniere, podrá castigar sin riesgo á cuan­tos han movido y ayudado estos alborotos, y no será bien publicar perdón, antes convendrá que se muestre que no necesitan de él, y que Su Majestad quiso oir sus justos ruegos; y Vuestra Excelencia, con su gran juicio, habrá topado con razo~es mayores para considerar que cualquiera camino que se tome con. está gente es más útil que el de la f~erza; que así como no todas las medicinas, aunque buenas, son provechosas para ejecutadas en todos ·Ios tiempos, hay algl:1nas en la república en que no son mejores los remedios más justos, sino lbs más á propósito.

Vuestra Excelencia lo sabrá disponer man­samen~e y conocerá que se ha de atender á la materia, por descubrir que se hace mucho caso de ella, y ordenar á algunos de los caba­lleros que están ausentes de Vizcaya que vuel­van ó vayan al señorío á decirles cómo Su Ma­jestad quiere que los oigan en sus fueros, y que su intención es que se los guarden, siendo tales como ellas .representan, y. que éstos sepan ha-

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cer allá la ostentación que deben de la gran­deza y justicia de Su Majestad, que ni al menor vasallo desea romper sus privilegios; y á los mismos que fueran, pod·er dar los Diputados el poder para que pidan aquí su justicia, por-' que no se diga que Su Majestad quiere, con· algún. fin, sacarlos de Vizcaya, y tendría por acertado que no luego se hiciesen estas dili­gencias, porque no les parezca que Su Majes­tad está muy atento á ellos, sino que de aquí á veinte ó treinta días, ó cuando Vuestra Excelencia lo hubiese por mejor, se les escri­ba á los Diputados que envíen síndicos ó el poder para resolver este purito; y no es éste de tan pequeña consideración, que entre los muchos cuidados de Vuestra Excelencia no haya algún pero, porque ni el ejemplo, ni la consecuencia, ni la razón es buena, y tan gran trabajo es la obliga,ción del castigo, como el de una pérdida, y éste, aun en tiempos severos, había de ser el postrer remedio; y pues la co­nocida capacidad de Vuestra Excelencia halla­rá tantos, yo fío que elegirá el mejor, y que perdonará Vuestra Excelencia también en mi el mostrar, tan inútil y embarazosamente, que soy, no sólo hechura de su mano, sino de Su Majestad, cuya vida guarde Dios á Vuestra Excelencia, como hemos menester.

DEL MISMO DON ANTONIO DE . MENDOZA AL CONDE - DUQUE, EN EL INFORME DE LAS CALI­DAD~S QUE HAN DE TENER

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,DEL MISMO DON ANTONIO DE MENDOZA

AL CONDH- DUQUE, EN EL INFORME DE ~AS CALIDADES QUE HAN DE TENER LOS

QUE SE RECIBEN PARA PAJES DE SU MA­

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Señor: Otras veces he representado á Vuestra E~celencia las circunstancias que se deben buscar en los que se han de admitir para pajes del Rey, que de cuatro no se puede perdonar ninguna: sangre, lustre, hacienda y persona; y Felipe 11, en sus postreros años, añadió á éstas ~a limpieza; tan indispensable, que la examinaron primero en los hábitos, y después que se recibieron sin ésta, perdieron mucha parte del resplandor antiguo; y hoy no es esto lo que más ha retirado á la nobleza lucida ~e ofrecer sus hijos para servir en lo que fué siempre tan estimado, sino el entrar á ser meninos los que muy justamente debieran contentarse con la ocupación de pajes, en que no recibieran ning'ún desdén sus abuelos, pues tantos hombres' generosos sirvieron en éste ejercicio; y mientras los meninos no se queda­ren entre los hijos de los grandes, señores y

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títulos autorizados, no se volverá á establecer que los grandes caballeros se contenten con que sus hijos sean pajes, cuya escuela, en esti­mación y crianza} fué tan señalada en el Reino, que en un tiempo apenas se conoció caballero de garbo en todas las Coronas y provincias que no se hubiese criado paje del Rey; y desde que Portugal se unió con Castilla empezó esta distinción y quiebra; porque los portugueses, que no conocían el nombre de pajes, y en su patria no había más que el de meninos, tomado ·de la edad y de la lengua, se persuadieron que era la diferencia mucha, porq~e ya estaba em­pezada la división desde el casamiento de F e­lipe II con· la Princesa Doña María, su primera mujer, que antes se nombraban pajes del Rey y del Príncipe, y aun hoy se conserva este tí­tuJo en los de la Reina; y' desde que Felipe II volvió de Portugal} cualquiera portugués, aun­que de moderada fortuna, en siendo fidalgo, hizo porfia en ser menino; aunque los caballe­ros lustrosos castellanos se ofendieron de que presumiesen desigualarse, y entre los mismos portugueses desdeñaron en D. Luis Coutiño que se hubiese rendido á ser paje, siendo entre ellos de familia y calidad tan noble; pero no más que muchos que en Castilla sirvieron en lo mismo.

Que Vuestra Excelencia sabe que ilustres hombres lo fueren, padres y abuelos de perso-' nas hoy tan señaladas, y pocos años ha vimos damas y pajes hermanos á un tiempo; jamás podrá hacer disonancia, y siempre lo deberán ser, y nunca más digno. de restituirse, pues Vuestra Excelencia cuida tanto del nivel y ajustamiento de todo, y el mejor medio con­siste en que se guarde la tasa propia de' los meninos, los que siempre se admitieron algu­nos á la entrada en días señalados, pero no todos, á la costumbre, á la continuación y la cédula; y juntamente se debe que en las ciu­dades se escojan los de mayor lucimiento en ellas, como se acostumbró en Valencia ~y Cór­doba, seminario de tan b.uenos pajes; y adviér- , tase que pocos lo pretenden hoy de los valen­cianos, cuya razón es fácil de probar, en haber admitido alguno que no era de aquel lucido tamaño; y pues Vuestra Excelencia, que re­parte su desvelo y acierto en todo, desea que los pajes que hoy ha de recibir Su Majestad sean los más á propósito (que ninguno tanto como los hijos y nietos de los que lo fueron), y á su nobleza, lustre y hacienda ha querido que acompañe la buena persona, sería bien que haga atender á este punto, con que Su Majestad, que Dios guarde) tendrá de este gé-

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nero lo mejor, como Vuestra Excelencia se lo desea y procura en todo.

y obedeciendo á Vuestra Excelencia en decir lo que se me ofrece, puedo asegurar que en mi natura es mortificación grande lo que en mi pluma no quedar~ certificado; pero Vues­tra Excelencia, que es de .tan generosa inten­ción, y en honrar tan largo y piadoso, quiere la razón y no la facilidad, y que yo cumpla con esta confianza. ,

Don Miguel del Aguila., caballero del hábi-to de Santiago, hijo de D. Gil Antonio, es d¿

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una de las familias más nobles de A vUa y ha: tenido hombres muy señalad'os en la guerra~

, y basta D. Juan del Aguila (de cuyos servicios , es heredero) para dar lustre á este linaje, y si tiene hacienda con que lucirse y buena per­sona, que todo creo es muy suficiente, no le faltará nada de lo que se busca.

D.,Incio. de Córdoba y Carcamo es persona muy calificada, y aun tiene otra calidad que no refiere: que Andrés Ponce de León, su bisa­buelo, padre de D. Martín de Córdoba, Comi­sario general de la Cruzada, junto con haber sido, por sus grandes letras, noticias y ocupa­ciones, del Consejo Real y de Estado, era nieto varón legítimo del Conde de Alcaudete, y por· su madre también este mozo es caballero muy

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conocido y muy emparentado en Córdoba; con que su aprobación es muy justa.

Don Fernando de Solorzano, como hijo mayor del Licenciado Juan de Solorzano, del Consejo de Indias, es caballero del hábito de Santiago; los servicios y persona de su padre son de mucha estimación y sus dos apellidos en Castilla y Portugal muy nobles, y los de su madre no lo son menos en Extremadura. La persona es muy buena y será paje muy lucido.

Don Antonio de Villapadierna, sobrino de D. Andrés de Atienza Osorio, que fué paje de Felipe 11, hijo de hermano mayor de don Diego de Atienza, que es ahora del Consejo de la Suprema Inquisición, es caballero castizo, aunque no lo muestra el nombre, y señor de dos villas y otros lugares en Castilla la Vieja, y la heredó de muchos abuelos, y la antigüe­dad de los vasallos es uno de los mayores tes­tigos de la nobleza castellana, y los de su li­naje han servido al Rey de pajes; con que pa­rece que tiene derecho á la merced que pide, y su lucimiento en su hacienda y la de su tío se asegurará.

Don Antonio del Corral y Guzmán, hijo mayor de D. Juan Alonso, Veinticuatro de Córdoba, es en todo de lo más apropiado y

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lucido que se pretende, y ser de casta de pa­jes es lo que más le aprueba.

Don José Martel es hijo de D. Alonso Mar­tel, que fuéVeinticuatro· de Sevilla y uno de los caballeros que más se señalaron siempre en su cabildo en servicio del Rey, en que se descu­bre muy bien su nobleza, y la de este linaje es muy conocida en aquella ciud.ad; y si la ha­cienda y la persona no le desayudan, que de una ni de otra no tengo noticia, por su calidad es muy bastante.

Don Pedro de Medrano, Regidor de Cala­horra, es caballero muy honrado, y este linaje en la Rioja yen Navarra (de donde vino á So­ria) es de muchos parientes muy nobles, y de este apellido se han visto muchos pajes del Rey en todos tiempos, y á éste sería justo ha­cerle la misma honra y merced.

Don Rodrigo Flórez de Aldana es natu­ral de Alcántara; estos apellidos son muy prin­cipales y emparentados en Extremadura; si á

. esto acompañan otras razones, la calidad está muy de su parte, y esta es la noticia que puedo dar del pretendiente.

Don Plácido Carrillo y Aragón, en la san­gre es caballero muy estimado, pero en honra y hacienda poco lucido; los servicios de su pa­dre fueron grandes y los suyos no han desme-

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recido nada; el hijo es de bastante persona, y una tía s~ya muy rica ofrece traerle con mucho lucimiento, y él está heredado de parte de lo que ha menester; con que no le hará embarazo lo pobre de su padre, que en un soldado no es novedad ni deslustre, ni ha de perder por ello lo que le dejaron merecido sus nobles abuelos.

Don Estacio Coronel de Benavides, hijo de D. García Coronel de Salcedo; en otras oca­siones he dicho á Vuestra Excelencia mucho de la calidad de estos línajesy el gran lustre que tuvieron siempre en Castilla, y Vuestra Excelencia no lo ignora; y si la detención de su hábito llegara estando ya recibido, fuera justo que para entrar le hiciera estorbo (pues tantos padecieron y padecen la envidia y ene­mistad); pero el Rey, que para su casa no debe escoger dudas y debe ser ella más escrupu-

. , losa que el Consejo de las Ordenes, bien es que repare en estos reparos.

D~ D. Juan Osorio Guadalfajara he dicho otras veces á Vuestra Excelencia su mucha nobleza, calificada con el parentesco del Mar­qués de Astorga, que á este título ha pedido por él; mas no pasando su ocupación de abo­gado de los Consejos, no parece justo que lo pida ni que se le conceda, y si tuviese mañana el lugar que puede merecer por sus estudios,

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no debiera estorbarle lo que hoy le embaraza; y ahora baste la honra de pretenderlo.

Don Antonio de Robles y Guzmán, apo­sentador de la Corte, que pide para su hijo, corre esta misma suerte: calidad honrada, no­bleza conocida y puesto pequeño, y que de él jamás se tuvo esta pretensión ni esperanza.

Al capitán D. Gabriel de Frías y Lara co­nozco por las audiencias; de su' calidád y ha­cienda no tengo noticia; de los apellidos sí, que el uno fué de grandes hombres y el otro de buenos caballeros; y si en Ocaña tuviese la misma estimacion, su persona es muy honrada y de sus servicios he oído mucho.

Francisco de la Moneda y D. Gaspar Ruiz de Larramendi, el uno Regidor y el otro ve­cino de Burgos, pretenden este asiento para sus hijos, y aunque en lo antiguo jamás oí que ninguno de la ciudad fuese paje del Rey, si no es D. Fernando Hurtado, que nació en ella, y los hijos de Luis Sarmiento de Mendoza y de D. García Osorio, y los nietos naturales de Gó­mez Manrique, que procedieron del Condes­table D. Bernardino, que éstos se llamaron allí caballeros, y de algunos años á esta parte he conocido muchos pajes cuya nobleza está muy calificada, y entre éstos ahora lo piden los pa­dres de aquellos que lo consiguieron, no co-

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nozco ninguna diferencia, y si la hay en Jos servicios y méritos, diránlo las consultas, y si han servido al Rey estas dos casas en las ma­terias del Ayuntamiento y no lo han cobrado todavía, muy bien pudieran recibir lo que al­canzaron las otras; y á los muchos caballeros de esta ciudad se les debe una alabanza que no la han merecido los de otra ninguna; que la emulación y bando de desautorizarse unos á otros la han pasado ellos á honrosa compe­tencia de lucirse y señalarse en recíprocas finezas y estimaciones; con que en Burgos (ejemplo muy para imitado y que lo debieran seguir todos y no lo han hecho) están ociosas las dudas, las enemistades y envidias.

Señor: esto es lo que en sencilla verdad entiendo de· lo que se trata; que Vuestra Ex­celencia lo resolverá con el acierto que acos­tumbra y de Vuestra Excelencia esperan to­dos, que sabe que para lo que se ha de con­ceder es gran descanso que se merezca lo que se pide, y que en los hombres de buen cora­zón nada es tan costoso como lo que se niega.

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A LA MARQUESA DE VILLAHERMOSA, - , DONA LORENZA DE SOTOMA VOR y ZA-, RA TE, PROPONIENDOLE ALGUNOS CABA-

LLEROS PARA MARIDO ~~Z)g~~~~~~~

Doiia Lorenza de Sotomayor) agracz-ada con el título de Marquesa de Vz·llahermosa por Fe­liPe IV en 25 de Noviembre de I625. He procu­rado averiguar si esta señora casó con alguno de los caballeros cuyas prendas y condiciones refiere aquí Mendozaj pero según creencia del tan com-petente genealogista Sr. Bethencourt, D.a Lo­renza cedió su título á su prinzo el Vizconde de Santa Clara y nturió soltera.

Señora: Quien no supiese la orden que vuestra señoría me ha enviado con el Padre Fray Joseph para que le proponga las personas que yo le comuniqué, tendrá por entrometi­miento, y hasta despropósito, que yo entre en esta plática, y aun por liviandad que la em­piece por vuestra señoría y no por su madre; y díceme este religioso que su señoría holgara de oir mi parecer en la materia y que fiará de lo servidor que soy de su casa para la elec-

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La casa de Garcíes es de las ilustres y antiguas del reino, y entre sus vecinos la más caudalosa; la varonía es Toledo, que no sufre duda, aunque el apellido es Quesada; la ha­cienda, doce mil ducados de renta; la persona del Conde, excelente; su edad, á propósito; la crianza, admirable; porque mi señora la Con­desa, su madre, hija de D. Fernando Hurtado de Mendoza, mi tío, que fué Capitán general de la costa de Granada, es de las más cuerdas y prudentes señoras que tiene España; es se­ñor de dos casas tan lucidas como la de Garcíes y la de Santo Tomé, en Andalucía, y la de la Bujada, en la Montaña, cuyo dueño fué Lope Hurtado de lVIendoza, Embajador en Roma, y el más celebrado caballero que hubo en su tiempo en Castilla, bisabuelo del Conde

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y rebisabuelo mío. Y porque él desea con tan­tas demostraciones este casamiento, no es para desdeñado, que por lo menos en la estimación temprana los aventaja á todos, y tomará el partido y la voz que se le señalare; con que el nombre de vuestra señoría tendrá el lugar que se le debe.

Don Diego Sarlniento, hermano del Conde de Salvatierra; he oído que tuvo esta plática muy encaminada; la calidad es bien conocida, y de la persona puedo yo dar muchas señas) que ninguno he visto de mejores partes, te­niendo todas las de un buen caballero; y esta opinión que llevó de España la ha conservado y crecido en Flandes, sirviendo allí tan seña­ladamente; y mi señora la Condesa tiene el lu­gar que sabemos con los validos, y hasta para suegra me parece bonísima señora, y el tener tantos hijos no embaraza, porque ellos se irán haciendo camino con sus méritos propios; de manera que para su acrecentamiento no ha de menester su mádre trabajar mucho, por- ~

que en un ejército y en un colegio (donde unos y otros se crían) hasta los de mediana suerte se hacen gran paso, y al que se hubiese de hacer dueño de todo, antes aconsejaría yo que le sacasen de la campaña de Flandes que de las calles de Madrid.

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El Conde de Castronuevo, que me dicen viene á la corte, tiene un hijo. varón solo, y siempre la casa de este caballero ha tenido es­timación en Zamora, y habiéndosele juntado la de Quintana, que es tan noble y procedida de la de ..... , que se ]a pleitea el Conde, es mucha ]a calidad y la hacienda, y aunque mo­derada la de D. Nuño de Mújica, también la tendrá; y esto es de ]0 mejor' que puede ofre­cerse, pasando porque el mozo es muchacho y los padres no son viejos; pues quién duda que por aventajar á su hijo tanto ]e señalarán lucidos alimentos, y el achaque de las condi­ciones, si hubiere alguna, tiene cuerdo reme­dio: ó sufridas ó dejadas.

Don Fernando de Padilla, hijo de don Luis, que fué del Consejo Real y de la Cá­mara, es de los más ricos y sobrados caba­lleros de Castilla; tiene puesta demanda á la casa de Cifuentes, y cuando no salga con ella, la de su padre le basta á hacerse lugar; ha

t muchos años que heredó; no ha estado en la corte: con que ni el empeño, ni el desperdicio, ni las costumbres hacen miedo. La persona y la edad es muy buena, y el ser heredado y de­pender de sí solo, quita de mayor embarazo, que suelen ser los mayores inconvenientes de casamiento.

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Don Esteban, hijo de D. Diego Hurtado de Mendoza, Asistente de Sevilla, mi primo, si no tuviera tan pocos años, pudiera merecer el ser propuesto, porque la varonía de su padre es de las generosas de España, y la hacienda (aunque no heredada), de las mejores y más libres de Castilla; la crianza del muchacho, instruída de su madre (que es una señora de gran valor y virtud), era lo más que se podría apetecer, y los frutos que va continuando D. Diego prometen dejar muy acrecentada su casa, y él es persona que no lo sabrá desapro­vechar ni deslucir.

El mismo inconveniente de la edad me obliga á no proponer á vuestra señoría á don , Jerónimo, hijo mayor de D. Iñigo Briceño de la Cueva, mi tío, General de la costa de Gra­nada y del Consejo de Guerra, caballero muy autorizado, cuerdo y rico, que ha heredado ya la casa de D. Diego Bazán y Guzmán, su sue­gro, y su hijo es ya dueño de ella por muerte de mi señora D.a María Bazán, su madre, que si no me engaña lo que yo la estimo, nin­guna de mayor calidad, ni de mejores bienes, ni de más segura hacienda y lucidas posesió­nes, pues aun mal administradas, pues dicen que ha ochenta años que no la han visto, se arrienda en 60.000 reales adelantados, y el

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El Marqués de Bedmar, aunque su casa no es rica, es muy calificado, y él está muy ayu­dado de lo que tiene de la Iglesia; es muy cuerdo caballero y comedido, y la ~dad· y la persona más proporcionadas á este estado que á otro ninguno; y mi señora la Duquesa y el Cardenal, sus hermanos, harían demostración grande para conseguirlo, que desean los acre­centamientos del Marqués, y ninguno podrán hallar mayor.

El de Mondéjar tien~ un hijo sólo, y sin ninguno en tantos años de casado, y los suyos son menos de los que dice el semblante; la salud está entera; la casa fué siempre la más estimada en Castilla, aunque no la más gran­de; y el serlo ella y tan antigua, y el verse hoy muy aventurada en la sucesión, es fuerza que le obligue á pensar en casarse; y aunque por su edad no habrá imaginado ni apetecido esto, en todos tiempos merecieron aquellas pa­redes lo mejor; y para vivir en Granada, donde (entre la deidad de sus oidores) conserva siem­pre el Marqués el respeto y estimación de sus abuelos, tiene hacienda bastante, y el sitio de la Alhambra (memoria, más que premio, de

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los grandes servicios de aquella casa) ayuda esta comodidad y da grandeza. ,

Ministros conozco que ellos 6 algún hijo suyo pudieran entrar en esta esperanza; pero .no los señalo, porque harto los suele apetecer la inclinación y no la conveniencia; pero aten­diendo á ella sola, nadie en Castilla hoy tiene tanto lugar,. y estando lo licenciado ya tan caballero que hasta la primera nobleza del reino entra en esta clase, no s6lo es soberbia desdeñarlo, sino peligro; y en los Consejos hay personas que por sangre, estimación y crédito propio los antepusiera la más dificultosa de contentar, y estos hombres alcanzan hoy, no · sólo la mayor autoridad del Reino, sipo las comodidades y mercedes mayores.

Señora: entre ·las cosas humanas ninguna carece de imperfección y de inconveniente, y -si vuestra señoría le imaginase en estos caballe­ros, persuádase que ha de topar con los mis­mos y con mayores en cualquiera, y que el descpntento y la irresolución, lo desayudan y estorban todo y que nada se puede acabar sin empezarlo; vuestra señoría comunique con su madre y con sus deudos estas conveniencias, que si no es guiada por su acuerdo y su mano y con su gusto, ningunas se' aciertan. Y aun­que los sucesos de vuestra señoría, entrega-

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dos á tantas dilaciones, muestran ó pereza ú olvido en sus deudos y en los que habían de' cuidar de su estado (en que todos padecen la calumnia y la ira del pueblo), advierto á vuestra señoría que, fuera desaprovechado el crédito grande que tiene su obediencia si no prosiguiese en ella, estando á la elección y voluntad de sus parientes (que sU error es más autorizado que el propio acierto), y que no hay caso ni razón humana que permita ni dis­culpe la determinación que no se registra con ellos. Y aunque nadie osará perder el respeto á vuestra señoría en aconsejarle ni persuadirle que se prevenga á la tardanza de sus deudos, debe, recatarse mucho, y con particular aten­ción de religiosos (gente entrometida y mal nivelada), y que, á su parecer, habiendo qui­tado el que ellos llaman escrúpulo, no se em­barazan con el punt9 de la honra y estima­ción, como si en errores é indignidades se pu­diera asegurar ninguna conciencia; sólo pue­de vuestra señoría fiarse del que hoy la co­munica y la trata, que después de ser cuer­do, advertido y prudente, es muy noble y sabe qué precio han de tener las obligaciones grandes; y en estos accidentes, mejor acon­seja el valor que la virtud; y él lo tiene todo. y aunque el m'ejor seguro vienen á ser la san-

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gre, costumbre y entendimiento de vuestra señoría (que son gran fianza de sus accio­nes), me ha. parecido no callarlo, porque vea vuestra señoría que un buen celo y .. amigo,

. sin ser menester . . . . .; y siendo tan re­probada. en cualquiera muJer ordinaria su elección misma, en las ilustres es más repren­sibl~, porque si son indignas, es injuria de la casa y de· la persona, y si son proporciona­das con el igual en fortuna y calidad·, poco presume de sí el hombre que se deja escoger por el antojo y no por la razón y. se sujeta al descontento ó desdén de los p~rientes, y ya desmerece el ser escogido al que entra á que le midan y tasen conforme á la pasión ó á la vanidad. Ahora, que yo que soy un escudero muy desabrigado (bien que en Vizcaya nin­guno más lucido), si pudiera sucederme seme­jante ejemplo, no hay ambición, no hay inte­rés, no hay suceso por quien hiciera este tiro, á la memoria de mis abuelos) aun cuando no estuvieran enseñados estos umbrales á com­pañía, que la mayor no les puede hacer nove­dad; de suerte, señora, que los daños de la tardanza se pueden remediar con darse prisa, y los de una resolución desaconsejada no se podrán redimir con gemidos y arrepentimien­tos vanos. Vuestra señoría es tan entendida,

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tan cuerda, tan santa y tan obediente como el mundo dice: Jógrelo en serlo cada día más y encomiende á Dios nuestro Señor de veras (como acostumbra) sus acciones y aciertos, y en la modestia y respeto que es justo represente á sus' deudos lo que deben todos al nombre de su padre y á la sucesión de su casa; y fíeselo á Dios y á ellos, que lo encaminarán lo mejor, y cualquiera suceso de su mano (aunque vio-' lentase su voluntad) es más seguro que seguir la propia. El cielo encamine á vuestra señoría lo que merece y la guarde muchos años. En la posada, hoy sábado .

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DON JUAN DE CASTRO Y CASTILLA, CONDE DE MONT ALVO, AL REY, CUANDO LE LLEVARON AL CASTILLO DE MON-

Don Juan de Castro y Castllla, primer Conde de ,il1ontalvo, Correg'idor de Madrld, pa­rece haber sz·do en extremo pendenclero. Pocas semanas antes de la contienda que .motivó su prisión en ,1 castillo de Montánchez, tuvo su gente una ruidosa reyerta con la autoridad mzO­

Iz~ar, suceso que ocasionó una querella entre el ConsCJo de Guerra y el Real, declarándose el últlmo en favor de la autorldad civil.

La pendencia que dt:ó lugar á que el Conde fuese encarcelado y á que se le zmpust:era una crecida multa, jué con el ConsCJo de Castt·lla. Parece ser que habiendo dado el Corregidor cier­tas órdenes á un alguacil, éste se negó á cum-plirlas, alegando no estar sometido á la Jitrls­dicción de aquél. La contestación del Conde jué hacerle arrojar en un calabozoj y habiendo ape­lado el alguacil al Presidente del ConsCjo de Castilla, éste reconvino severamente al Corregi­dor por haber excedido sus poderes. Airado el

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susceptlble Conde de Monta/voJ exclamó: «.iA mí semCjante desazere! i Vzve Dios, que tzeene el Rey nuestro seiior muchos ministros que no sabe;z lo que hacen!» Herido á su vez, á lo vivo) el Pre­sidente hlzo zencontinente encarcelar al Corregz:' dor) y tan sólo después de bastante tiempo é infi­nitos pasos) logró el Conde recobrar su Izebertade

Señor: El dar cuenta los vasallos á su Rey, y más tan grande y justo, del estado en que se . hallan, no solamente no es queja, sino un res­peto y fe natural, debidos á la soberanía y 'grandeza suya. Por parte de D. Juan de Cas­tro y Castilla, Conde de l\fontalvo, de los Con­sejos de Guerra y Hacienda de Su Majestad, -no se representa nada en defensa de la culpa que hubiese cometido, ni se pretende hacer

. menor el castigo que mereciese por ella; que basta que penda su causa de la autoridad y justificación del Consejo para que se reconoz­ca, si bien en lo qu~ dió motivo á este suceso se pudiera dudar si el Consejo pudo) sin oir]o, 'declarar que los alguaciles de Corte no estaban obligados á acompañar al Corregidor de Ma­drid, pues cuando no fuera justicia ordinaria y tan superior á ellos, por Consejero de Gue­rra lo debían hacer,' pues los alguaciles son comunes al respeto y obligación de todos' los

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tribunales; pero no hace fundamento en ello, por respetar la resolución y el Consejo de Justicia como en este caso; s610 -, se informa á Vuest~a Majestad del desdén con que ha sido llevado preso, sin referirlo, para mos­trar sentimiento de ~ ninguna de sus circuns­tancias, sino para la real noticia' de Vuestra Majestad.

Teniendo señal~da su prisión en el castillo de ,Montánchez, que es en Extremadura, y siendo su posada en Santo Domingo el Real, y la salida por la puente segoviana, le pare.;. ció al Alcalde el camino derecho por la puerta 'de GUéldalajara y por la Plaza Mayor, querien.;. do con este rodeo hacer la demostración' más pública y más á los ojos del pueblo, cuya prin­cipal justicia, cuando no sea la más grande,: es el C;orregidor; habiendo precedido antes de s'alir de su casa, el quitarle la espada, que es la insignia sola:,de Consejero de Guerra, magis­trado t_~n grande en España y á quien Vuestra Majestad, entre los de su monarquía, hace tan particular honra y favor en las entradas de la Casa Real y 'aposento.

Muestra el Alcalde tener orden de llevar los días de precepto á misa á la iglesia, á pie y sin espada, al Conde de Montalvo, y esta es una diligencia extraña que no parece que nlira

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tanto á castigar la culpa como á deslucir la persona.

La de D. Juan no trata de valerse de los servicios que ha hecho á Vuestra Majestad, ni del amor, desvelo, desinterés y cuidado con que ha obrado en ellos, y el hallarse Vuestra Majestad bien servido, basta por premio de mayores; pero no puede despojarse la prerro­gativa que tiene por Consejero de Guerra para ser tratado como Ministro de Vuestra Majes­tad, cuya preeminencia es la de las armas, y más, fácil es hallar razón para quitar la' cabeza á bno de este Consejo que para quitarle la es­pada. Y al cargo militar es tan debida, que e·n el Consejo de Hacienda todos los Contadores de libros entran sin espada; los del sueldo, por . pertenecer en esto á la guerra, entran con ella, y á vista de sus compañeros, que en oficio y an­tigüedad tienen primer lugar, gozan de aque­lla diferencia por aquel corto ejercicio de mi­litares; y si la presencia de un Consejero no quita á un Contador la espada, aunque esté en costumbres y acatamiento la dejen todos, ¿cuál será el caso en que deba estar sin ella un Consejero de Guerra, que por el puesto es Juez superior de muchos Capitanes generales?

La insignia de un ministro de letras es la toga, que se llama garnacha, y convencido de

delitos por donde merece le priven de la pla­za, en que le dejan sin honra, sin lucimiento y sin hacienda, no le quitan la ropa, que es la seña de ]a ocupación que hubo, y que ya no tiene, que por sentencia y culpa le despo­jan de ella; y aquí á un Consejero de Guerra, por principio de castigo, 'le están tratando con peor modo que á otros delincuentes en el fin de él. La costumbre de los delitos es exceder, pero la. de . los castigos, no; pues no perdona nada del rigor el que los mide con lo que se yerra;' mas adelantarlos tanto en cosa tan sen­sible como la estimación) es digno de ponerlo en la.real consideración de Vuestra Majestad.

La superioridad del Presidente ó Procura­dor del Consejo, ¡quién no la sabe!, y que cualquier destemplanza en su presencia merece demostración rigurosa; el Consejo hará las que le parecieren más justas, si bien el intento an­duvo lejos de hacer ofensa al menor de auto­ridad tanta; la de Vuestra Majestad, que es tan soberanamente mayor, si en algo pudiese ser ofendida, que no cabe en su grandeza, . en diferente delito se vió ocasionado, en su mis­ma presencia, y con ninguno de los caballeros que se prendieron, aunque todos tan ilustres en sangre (ninguno de ocupación de magistra­do), y no se hizo con ellos este ultraje, ni se

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y ya que el castigo de la culpa, que en su gravedad se ignora, se someta al Tribunal mayor de la Justicia, sin consulta de Vuestra lVIajestad no podrán disponer los modos de la prisión de otro Ministro de Consejo, tan pree­minente y grande, entre cuyos Consejeros hace la diferencia la antigüedad sola. Si Vuestra Majestad, siendo consultado sobre ello, manda que se ejecute así, merced llega á ser cual­quiera resolución de su Real pecho; mas á su albedrío no tienen mano para desautorizar en nada á los que en nada penden de ellos, sino en este accidente de delinquir, en que el Con­de de Montalvo, para ser juzgado, podría ale­gar dos fueros: el de la Orden de Santiago y el del Consejo de Guerra; pero de ninguno se vale para que no se le castigue, pero tampoco quiere preindicar á la razón, en que él no se haga parte en este caso, pues no le va menos que toda su preeminencia y autoridad, y cual­quier Consejo y Ministro que defiende la juris­dicción de Vuestra Majestad, por la parte que le toca, le sirve con fineza, y no es nadie dueño de ello para omitirlo, que es de Vuestra Ma­jestad toda, y no menos Rey ni menos grande se muestra en un Tribunal que en otro. El cas~

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tillo de l\lontánchez es cierto que está inhabi­table, y no parece que se escogió por esto sólo para prisión del Conde de Montalvo, sino por la más conocida de mayores delincuentes; que hasta en esta apariencia se ha querido dar tan demasiado nombre á su culpa.

Vuestra Majestad, señor, mandará resolver en el término, en el sitio y en la manera de prisión que fuere servido, yeso será lo más justo.

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DE LA INQUISICION, SOBRE UN CASO QUE , SUCEDIO EN LA CIUDAD DE GRANADA , ENTRE LA CANCILLERIA y LA INQUI-,. SICION ~~~~~~~~~Z)lS~~

Viendo tan atropelláda la Inquisición y tan desautorizados sus Ministros, tantos y tan declarados descontentos como se descubren cada día de la que llaman destemplanza suya, cuando no por mi obligación, por piedad de­biera ponerme á su lado; y hago testigo á Dios · que no por e] lugar que tengo en ella le mues­tro este amor grande, sino por creer con evi­dencia que el servicio de Dios y del Rey pen­den igualmente de la autoridad y estimación de este Oficio Santo. Y ya que el ministerio no sea, los que le ejercitan tienen ,santos estí­mulos, y hablan de ellos con desestimación tanta, que si no recato, puede hacer des­consuelo.

La razón de este sentir no la alcanzo, por­que los tengo á todos por muy nobles en la sangre, y por valientes celadores de l':l fe, y

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que la fineza en ambas cosas de nadie se duda, pero se teme el dictamen; no hallo la causa por qué en este tiempo padece la Inquisición más quiebras que en los pasados; porque, con­siderando al Rey, Dios le guarde, ninguno de sus antecesores fué mayor en el celo de la re­ligión; y por ventura, de ningún Príncipe ca­tólico se habrá oído lo que yo podré referir de Su Majestad, que hablando un día de- las exce­lencias de sus mayores, dijo: «Que sufriría fácilmente que todos le excedieran en las vir­tudes Reales, pero no en las católicas; que en esta parte no se dejaría aventajar del más señalado en ellas»; y añadió -(gloriosa cosa en tan pocos años y en tan alta fortuna), «que jamás había deseado nada si no era la ocasión de aventurar muchas veces la vida por la fe y perderla por su defensa; y que esto era con ansia tan particular, que pocos días dejaba de pensar en ello.»

Véase cuál será la protección que deben hallar los que la tienen á cargo con un Rey que entre sus glorias posee por la mayor este afecto y cuidado; y si un Príncipe preciado de justiciero p1.;lsiera gran atención en que se respetasen sumamente los Ministros de Justicia, pues ella no se conservará sin la estimación de ellos, ¡considérese cuánto más necesitan de su

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esfuerzo y ayuda los que tratan de las materias de la religión!

Que los Tribunales de la Justicia, dentro de sí mismos, tienen cuanto han menester para su autoridad, pendiendo de ellos unas hacien­das, unas vidas, y aun diría, honras, no necesi­dad, les daría más respeto y veneración que ellos, quisiesen tomarse, y con fácil y evidente prueba haré demostración de esto. Declarado está que los Consejeros de Guerra sean iguales en el asiento con los de Castilla, y que se pre-. ceden por sus antigüedades, y el Rey hace á los de Guerra un favor particular y en cosa tan estimable como la entrada en su aposento; y no reparo en la permisión de la entrada, que es licencia que se toman todos, y no es de obligación, sino de uso. Y el Consejo de Esta­do, que es el universal de la Monarquía, lo aventaja en lo majestuoso (bien que el Real se tiene por más preeminente, porque en cédulas enviadas, á firmar por él á Su Majestad, he visto y 'admirado yo varias veces, de que ha­blando de D. García de Haro, Conde de Cas­trillo, le nombran de nuestros Consejos de Jus­ticia, Estado y Cámara; y viéndose precedidos de los de Estado en tantas Juntas y concu­rrencias, y que el Rey les da lugar tan supe­rior, siempre en sus palabras y aprensiones

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platican y presumen de la mayoría; y con ser así que los Consejeros de Estado tratan mayores cosas, el pueblo no los yenera y aca­ta, ni estima, ni teme en el grado y respeto que los Consejeros de Justicia. La razón es clara,~ que (como ya se ha dicho); penden de ellos las honras y enteramente las vidas y ]as haciendas, y hay pocos en .el Reino que no tengan cada día en sus manos de uno y otro. De suerte, que aunque el. Rey no alargase la atención á estimarlos, ellos se la granjearían con su propias fuerzas; pero es necesario que sean respetados del pueblo y favorecidos del Príncipe, en lo poco y en 10 mucho, para que tengan autoridad, vigor y poder, que conviene p~ra ejercitar la Justicia. y siendo esto infali­ble, si no en la misma, en mayor estimación, esfuerzo y majestad, se han de ir alimentando los Ministros de la fe, para que con empeño y fervor la ejerciten; que enseñados al desprecio y disfavor, no tendrán, cuando convenga, aquella soberanía, mano y fortaleza de que ne­cesitan para ministerio tan alto é importante

• y rIguroso. , .

A la Inquisición no la atiende quien no la embaraza y ocupa; y peligra casi con todos, porque los nobles, hoy considerados seguros en la sangre y en la religión, afectando con-

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fianza en uno y otro, hablan desdeñosamente, y los sospechosos en ambas cosas se le atreven con la ira y el odio; y conviene que los Inqui­sidores, hasta en el nombre, sean temidos y reverenciados, y su poder sea firme, sólo en. el brazo )' poder del Rey, sin que permita que au'n con las imaginaciones se llegue á creer que pueden ser desautorizados en nada, y más en lo que ellos toman para representar mayor majestad, ,ya por Ministros tan grandes del Rey, ya por tan continuos vengadores de Dios.

y el ,díJ. que Su Majestad'la desfavoreciese en' la menor cosa, se amenazaría la ruina de todas, ni menos puede temer hoy la Inqui~i­

ción ning.ún ultraje, privando el Ministro supe­rior que asiste al Rey cerca de su persona, en la sangre tari generoso, en el celo tan aventa­jado, en la vida tan ceñido, en la capacidad tan eminente, y tan templado en las costum­bres, y tan entero en las acciones, y que por la familia es fuerza que tenga singular amor á este Santo Oficio, y el mismo afecto y obliga­ción se les fía á los demás, que no se hace cargo añadir de que en· las materias tenga el parecer que se conforme con su entendimiento, que el juicio es libre y, dentro de los términos decentes, puede decir cada uno lo que entien­de; que no por estar yo en este caso de parte

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de la Inquisición, dejo de ser aficionado á la Justicia y á los Ministros de ella con la venera­ción que se les debe, creyendo que si no es por desdicha ó castigo universal, no puede caber en pensamiento humano que la Inquisi­ción sea desdeñada y escarnecida de nadie.

y llegando al suceso presente, pongo en consideración las razones que se siguen, y per­dónese lo prolijo de ellas, que 'no se miden con el cansancio ajeno, sino con lo que ha menes­ter para su razón y defensa.

Que ningún Tribunal de justicia tien~ auto­ridad en nada con los de la Inquisición, pues aunque en la representación pública tenga el primer lugar, es cosa distinta de ser primero á ser superior. Las Audiencias, las Cancillerías y el mismo Consejo tienen la jurisdicción de­rivada del Príncipe, y con su nombre y mano la alcanzan tan grande en las materias de la justicia y del gobierno. Y la Inquisición la tiene del Rey y del Pontífice, y su ejercicio por la parte de la fe es de Dios; por la apostó­lica, del Papa; por la. temporal, del Rey; pues, ¿cómo puede ser inferior este tribunal, que es real y divino, á ningún seglar?

El Consejo en nada puede ser juez de un Inquisidor ni conocer de él en ningún delito, y la Inquisición conocerá del Consejero si de-

linquiese en la fe 6 en sospecha de ella; de suerte que por esta parte es superior la Inqui- ' sición á la Cancillería, y por ninguna tiene su­perioridad la Cancillería á la Inquisición.

El Consejo de Castilla tiene autoridad no más que dentro de ella, y la Inquisición no sólo en este reino, sino en casi todos los de la Monarquía; teniendo como imperio colonias y presidios en tantas provincias, los dos brazos del Rey son la religión y la justicia; sepamos: ¿cuál de entrambos será el derecho? Los Reyes de España no se llaman los Justicieros" sino los Católicos; ¿yen qué razón cabe que sean menos autorizados los ministros de lo que es primero que de lo que está en segundo lugar? ¿Y por qué representará menos la' persona de un Príncipe cristiano el Tribunal de la Fe que el de la Justicia, si ambos son instituídos y sus~ tentados por él?

La Inquisición toda es justicia que la hace para Dios y para el Rey; la que ejercita el Consejo es la que piden los hombres para dar á cada uno lo que le toca, y loa que mira al Rey para que no se le atreva; la que usa la In­quisición es la que mantiene y representa la fe; la que eligió el Rey para su seguridad, blasón y grandeza; la que tiene Dios para su ven~ ganzaJ defensa y su gloria.

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. y no merece oídos piadosos decir que la Inquisición ha de ser amparada en los minis­terios de la Fe y no en más; de suerte que se podrá decir que la justicia no ha de ser defen­dida ni estimada sino cuando se ejerce, no­tando el pleito ó juzgando ]a causa; ¡gran des­varío imaginarlo!; pues en no respetándose sus Ministros perderían fácilmente la autoridad que han menester para ella. Y si en orden á con­servarla han introducido los oidores (y no sin prudencia y consideración grande) que en el Consejo, cuando los nombran (aun después de muertos), los llamen el Señor Fulano, y á su mujer la Señora, no haciéndolo con los Gran­des de Castilla ni con sus mujeres (aunque eJIos sean del Consejo de Estado). Y en orden á mostrar lo que deben ser respetados entre los otros, no perdonan la menor circunstancia, haciendo que en la Corte los veranos se les rieguen sus puertas; y podría decir el otro li­cencioso: ¿qué tiene que ver la justicia con que al oidor se le haga esta lisonja á los umbrales y sea él señor, aun cuando ~o vive?; y en todo parece justo que hasta en esto se mtlestre la atención que -se tiene á ella y á sus Ministr~s y más Consejeros de por su persona se les debe tener particular respeto. Y si un gran señor atropella un alguacil, que puede ser que con

su ignorancia y atrevimiento 10 ocasionase, se diría que él perdió el respeto á la justicia, y fundarían el apoyo y rigor de ella en que se castigue como desacato; y si por aJgunos res­petos se suspendiese, diría el Consejo que se enflaquece el poder de la Justicia; ¿quién será de tan corto juicio que diga que los Inquisido­res han de ser estimados y defendidos sólo en el ejercicio de la fe, pues es preciso. venerar -los ministros suyos en todo para que ella esté en su entera fuerza, como es razón favorecer los de la justicia para que se sustente con la entereza que es justo?

Yo ni cuJpo ni apruebo que el Tribunal de ]a Inquisición de Granada pusiese el dosel en sus ventanas en las fiestas á las que ]e convidó ]a ciudad, ni hago fundamento en que la Can­cillería no le hubiese puesto nunca, ni en que la Inquisición la quisiese iguaJar; ni en que er acuerdo sea preferido. Lo que admiro es que. cómo pudo persuadirse ]a Cancillería á que tenía jurisdicción sobre aquel Tribunal santo para estorbarle lo que era demostración de ser otro no menos ilustre que el de la Justicia. y cuando esto lo debiese impedir (que no hay razón humana que lo diga), ¿quién le dió el poder para que con tanto estruendo y con tan nueva y terrible injuria, en día tan público, á

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vista de tan gran ciudad, le hiciese aque]]a deshonra? Pues quien viera tres Alcaldes, tan­tos alguaciles y el mayor, y gran número de gente, ir con tanto aparato y ruido por la plaza, de creer es que pensaba que iba contra algunos sediciosos enemigos del Rey y de la paz pública. y esta presunción y este escán­dalo fué para atropellar y ofender á la Inqui­sición en un Tribunal entero, y el modo tan indecente y áspero, arrastrando los paños, cor­tando las cuerdas con las dagas, y á los ojos de tanto pueblo, que más parece que iban á ejecutar una venganza que una enmienda, y haciendo tan gran desprecio de l~ Inquisición y de sus censuras, no sólo en las demostracio­nes, sino en las palabras.

y esta acción fué más sensible y más cru-da cuanto se ejecutó por mandado y resolu­'ción de personas tan graves, tan prudentes, tan doctas en letras) tan nobles en sangre, tan conocidas en virtud como hoy tiene aquel ve­nerable acuerdo, y en particular un Presidente tan generoso y que ha pasado por tantos T ri­bunales y que ha sido del mismo general Con­sejo, que hac~ más acreditada la orde~ y más desconsolada la afrenta, y debieran considerar (cuando no las detuviera otra razón) que no menos representa la Inquisición á Su Majestad

que la Cancillería, y se puede decir que aun mejor, pues la justicia le representa Rey y la Inquisición Rey y católico, y es diferente cosa la representación de la autoridad) pues á este brazo del Rey en la justicia no se le concede jurisdicción para atropellar á esta mano del Rey en la fe; y ¿qué cosa tiene la Inquisición que no sea real?; el poder, la conveniencia, la majestad; esta fué la prudencia y maña de aquellos grandes esclarecidos Reyes, Isabel y Fernando, instituir de manera este Santo Ofi­cio que siendo eclesiástico fuese todo suyo, recibiéndole del Papa, no para que él lo admi­nistrase, sino para que le lograsen y mantu­viesen ellos; y ¿quién diría que es desautori­dad de un Príncipe católico que su justicia tenga mucho respeto á su religión? Y cuánto más debe estimar un Tribunal que le venga las injurias hechas á Dios, que no á otro que le castiga las que le hacen á él; que el de Cas­tilla enfrena los vasallos para que no excedan contra el Rey, y el de la Inquisición ata á los hombres para que no se atrevan á Dios.

Háceme gracia que se diga que si la Can­cillería pasa por aquella novedad quedará ofen­dido el Rey, como si se lo sufriera á un Tri­bunal de otro Príncipe y no al que es origi­nado de los mismos, y que los representa justi-

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cieros y católicos, y todos desde su fundación han puesto tan gran desvelo y estudio en acre­centarle y favorecerle. ¿Y de qué ceremonia y aparato usa en la Corte en los actos públicos el Consejo de Castilla, que no tengan lo mismo los demás Consejos, en la compostura de las ventanas de la plaza, en los sermones de la Cuaresma, y aun con más lucimiento los otros Tribunales, que muchos llevan sillas y al­mohadas? ..

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MODO DE DAR PARABIÉN AL REY EN , NACIMIENTO DE· PRINCIPE ~~~

Porque todo el tiempo que he asistido en Palacio he visto dudar en todas ocasiones lo que se ha hecho en las pasadas, me ha pare­cido hacer memoria de lo que pasó en Madrid el 17 de Octubre de 1629, un miércoles, el día en que nació el Príncipe nuestro señor, y el modo en que entran á besar la mano al Rey, así el pueblo como ~os Ministros, criados y grandes señores.

Todas las puertas de la antecámara, salón y retrete se abrieron, y entraron á besa'r la mano de Su Majestad hasta la pieza nueva, que está sobre la plaza, cuantas personas qui­sieron, sin reserva ninguna, y á todas las reci­bió con agrado y gu~to particular; y hasta que se retiró á vestirse de gala por el nacimiento de su hijo, no se detuvo á nadie, y asistiendo allí los señores Infantes Don Carlos y Don Fer­nando, les besaban también la mano, mostrán­dose no menos alegres que Su Majestad y el Conde-Duque, recibiendo á todos con gran

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agasajo y amor; y á los que hablaban de ne­gocios los oía, y todos los memoriales se reco­gieron, y se me ordenó, como Secretario de la Cámara, que los guardase y pusiese en or­den para entregarlos al Protonotario D. Jeró­nimo de Villanueva.

Los grandes le besaban las manos donde le hallaban, sin observar pieza, como en 'otras ocasiones públicas, que ya· están señaladas para este efecto, como la que en Palacio lla­man la. . . . . y en ésta le besaron las manos los dos Nuncios y dos Embajadores de Alemania que se hallaban en la Corte en esta ocasión. Y el Consejo Real estuvo aguardando en la sala en donde Su l\1ajestad da las audiencias ordi­narias, y entró á besar la mano en la misma que los Embajadores, y después. de ellos en­traron el Secretario del Presidente y el Escri .. bano de Cámara más antiguo. Y luego cuantos

. caballeros se hallaban presentes, sin que en tanta multitud y tropel se guardase la aten­ción de las entradas de cada uno; y lo mismo sucedió al salir el Rey á las capillas, que en cualquier parte que hallaban al Rey, los caba­lleros y la gente común le besaban la mano, y luego á los señores Infantes, haciendo majes­tad y fiesta de no guardar la ceremonia y re­lación con que se entra otras veces en el apo-

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sento; y al volver de la capilla sucedió lo pro­pio, y á la comida entraron cuantos caballeros conocidos pidieron licencia, y muchos que se la tomaron ellos, que otros días se la negaran; pero no pareció ofender á nadie con dete­nerlos.

Por 'la tarde besó el reino la mano á Su Majestad, esperándole en la'misma forma que acostumbra en principio de Cortes, pero no en la pieza que suele, que es la antecámara, ni sentados, sino de pie enJa que da Jas au­diencias cada día; en saliendo el reino entra­ron los Diputados de las Cortes pasadas, y tras de ellos los religiosos Prelados de los conven­tos de la Corte, sin g~ardar antigüedad, sino co~o llegaron; y Su Majestad, por tener que despachar correos, mandó decir á los caba­lleros y á otros que esperaran, que otro día

. le besarían la mano después de los Conse­jeros, que se les ordenó vinieran como acos­tumbran.

El jueves por la tarde, el de Inquisición y Hacienda y otros que no suelen, las Pascuas; el Embajador de Venecia besó la mano en la pieza que' Su Majestad come, y no hubo nin­guno de Francia, y por hallarse dos Nuncios y dos Embajadores de Alemania, asistieron en la capilla los extraordinarios monsieur ..... y

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el Duque de Guastala (1), y por no ser sacer­dote el Nuncio y no poder echar la bendición, se sa~ió en acabando el Te Deum /audamus y entró monseñor Fran. ~ .. , Nuncio ordinario, y asistió á la misa, y~cabada le besó la mano toda la Capilla real, siendo el primero el Pa­triarca D! Alonso de Guzmán, capellán y li­mosnero mayor del Rey, nuestro señor, que hizo el oficio.

(1) El Duque de Guastala, Embajador del Rey de Hungría, vino á Madrid en 1629 para concertar el ma­trimonio d6 su Soberano con la Infanta María. Hizo su entrada con lujoso séquito de caballeros de aquel reino vestidos de gran gala, no siendo menor el boato con que la Grandeza de España salió á recibirle, ostentando to­dos en sus trajes y en sus trenes tal gallardía y esplen­dor, que, como dice un escritor testigo de vista, pare­cía Madrid otra India.

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An teportada . Portada ....

, INDICE

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INTRODUCCIÓN •••••..•• . . . . . . . . . . .

Papeles diversos y curiosos hallados entre los que quedaron de Don Antonio de Mendoza, Secretario de Cámara del Rey nue~tro señor Don F'elipe IV, habidos de la mano del señor Don Pedro de Lemos, su yerno, que me los dió estando yo en Lemos por los fines del

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año 1654 ..... · . . . . . . . . . . . . . . .. 15

.Modo de tener el Rey el Consejo de Estado en su aposento. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 17

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Forma que se guarda en tener las Cortes y el juramento que se hizo al Príncipe nuestro señor y se ha hecho siempre con todos los que hu-biesen de suceder en esta Real Corona . . .. 23

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Cómo el Príncipe nuestro señor tomó el Toisón. 35

Papel de Don Antonio de Mendoza, á pedimento de D. Martín de Ibarra, cuando pasó á Flandes á servir al señor Infante Cardenal en el puesto de Secrptario de Cámara, 1636 . · · · . . . .. 45

Papel del mismo Don Antonio de Mendoza, en que discurre sobre los principios del oficio de Secretario .de Cámara . . . . . . . . . . . . . .

Papel en que Don Antonio de Mendoza, escri­biendo al Conde-Duque cuando estaba en lo ardiente de su valimiento, discurre sobre un libro que salió impreso sin autor. . . . . . . .

Discurso de Don Antonio de Mendoza, Secreta-rio de Cámara de Felipe IV, en que persuade

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al Conde-Duque se deje premiar de Su ~la­jestad. (Fragmento). . . . . . . . . . . . . . .. 101

Discurso del mismo Don Antonio de Mendoza, de los gastos que algunos señores de Castilla han hecho en diferentes tiempos en servicio de Sus Majestades . . . . . . . . . • . . . . .. 111

Re]ación del Señorío de Vizcaya, hecha al Conde­Duque por Don Antonio de Mendoza, Secre-tario de Cámara, en ocasión que aquella pro­vincia estaba alterada por bien liviana causa. 125

Al Conde-Duque, cuando las alteraciones de Viz-caya, escribióle Don Antonio de Mendoza. .. 137

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Del mismo Don Antonio de Mendoza al Conde­Duque en el informe de las calidades que han de tener los que se reciben para pajes de Su

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Majestad. . . . . o o o o • o o o • • • • • o o o o 149

Del mismo á la Marquesa de Villahermosa, doña Lorenza de Sotomayor y Zárate, proponién-dole algunos caballeros para marido o • • • •• 161

Don Juan de Castro y CastiUa, Conde de Mon­talvo, al Rey, cuando le llevaron al castillo de Mon tánchez. . . . . . . . . . . . . . . · . . .. 173

Discurso del mismo Don Antonio de Mendoza, Secretario de Cámara y de la Inquisición, sobre un caso que sucedió en la ciudad de Granada entre la Cancillería y la Inquisición. (Frag-mento) ........ o ••••••••••• • ••

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Modo de dar parabién al Rey en nacimiento de Príncipe. . . . . . . . . . . o o • • • • • • • •• 197

índice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2°3

Colofón. . . . . . o • '0 • o o o o • • o o o • • o • o 207

2°5

IMPRESO POR ,

JOSE BLASS y C!! SAN .MA TEa J - MADRID

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Aicedo y de San Carlos (Marqués de) Los Ma­rinos . Mayores de Asturias (del. apellido de

<'Quiñones) Y su descendencia. Apuntes genea­'. lógicos, históricos y anecdóticos. M., S. E. de ·'..'·~Artes Gráficas, 1918, 4.° mayor, 257 p. 1 h. ,lo'retratos, 24 láms. facsimiles y 1 árbol genea-.:Iógico. 40 pts., 1940. 6050

El autor se llama: Fernando Quiñones de León y de Francisco Martín. Hay Que- anadir a la obra citada: Parte segunda. M., Imp. Blass, S. A., 1925, 4.°, 220 p. 24 h. de reproducciones de documentos. 20 pts.

- Olivares et l'al1iance anglaise. Bayonne, 1905, 16.°, 48 . páginas. 6051 - Le Cardinal de (~.uinones et ]a Sainte Ligue. A \yec pré­

face par]e Comte de ]a Viñaza. Ba.lJonne, Inlprimerie Lamap-niére, A. Faltzer, 19]0,8.°, retrato, xxvIII-340 p. 2 facslmiles, 2 grabs. 15 pts. nuestra Librería, 1930. 6052

~ Discursos de' Don Antonio ~1endoza, Secretario de Cá­mara de D. Felipe IV. 1vl., Ilnp. de D. josé Blass y Cia. 1912, 4.°, 205 p. (10 pts.) 60.53

- Essais divers. Singuliére aventure. - Une partie de bridge. - Voyage du prince de Galles a Madrid. París, Lemerre, 1911, 8.° Tirada de 200 ejemplares numerados

·30 fres.; 20 pts. García Rico, 1926. 6054 - Un olvidado pleito del siglo XV. La herencia de Suero

de Quiñones. M., Tip. Blass, S. A., 1926, 8.°, 180 p. 10 . láminas. 6055

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