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r I ! «Déjame, por favor, ver tu rostro» - Vida contemplativa- M: VICTORIA TRIVIÑO (Barcelona) UN TESORO ESCONDIDO Ante la ventana de mi celda -que a mí me gusta llamar «la bodega» por aquello de la esposa del Cantar: «Me ha llevado a la bodega y su estandarte que enarbola sobre mí es amor» (2,4)-, van creciendo las viñas cada vez más lozanas y hermosas. Por la mañana, cuando el hermano sol se levanta con fuerza, la bruma se retira dejando un reguero de perlas temblorosas sobre las hojas anchas y tersas de la vid. Las viñas están en ciernes, el tiempo de las canciones ha llegado. Los viñadores van y vienen. Uno pasa sulfatando. Otro saluda y sigue su camino tirando del remolque que un día llenará de uvas doradas y dejará en la carretera un reguero de dulzura. Dicen: «Desde que las hermanas clarisas vinieron a vivir aquí, la cosecha es mejor». Luego vendrán contentos al convento, un año más, a ofrecer- nos las primicias. Y yo me pregunto: ¿Habrán encontrado, los viña- dores que van y vienen, el tesoro escondido en su campo? Un día dijo Jesús, el Señor, que un hómbre halló un tesoro mien- tras trabajaba cavando en el campo. Sin demora, fue a vender todo lo que tenía y compró aquella parcela ... Allí había un tesoro incalcu- lable l. Trece siglos más tarde, Clara de Asís hablaría del misterioso 1 Cfr. Mt 13,44. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 53 (1994), 483-500

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r I !

«Déjame, por favor, ver tu rostro»

- Vida contemplativa-

M: VICTORIA TRIVIÑO

(Barcelona)

UN TESORO ESCONDIDO

Ante la ventana de mi celda -que a mí me gusta llamar «la bodega» por aquello de la esposa del Cantar: «Me ha llevado a la bodega y su estandarte que enarbola sobre mí es amor» (2,4)-, van creciendo las viñas cada vez más lozanas y hermosas. Por la mañana, cuando el hermano sol se levanta con fuerza, la bruma se retira dejando un reguero de perlas temblorosas sobre las hojas anchas y tersas de la vid. Las viñas están en ciernes, el tiempo de las canciones ha llegado. Los viñadores van y vienen. Uno pasa sulfatando. Otro saluda y sigue su camino tirando del remolque que un día llenará de uvas doradas y dejará en la carretera un reguero de dulzura. Dicen: «Desde que las hermanas clarisas vinieron a vivir aquí, la cosecha es mejor». Luego vendrán contentos al convento, un año más, a ofrecer­nos las primicias. Y yo me pregunto: ¿Habrán encontrado, los viña­dores que van y vienen, el tesoro escondido en su campo?

Un día dijo Jesús, el Señor, que un hómbre halló un tesoro mien­tras trabajaba cavando en el campo. Sin demora, fue a vender todo lo que tenía y compró aquella parcela ... Allí había un tesoro incalcu­lable l. Trece siglos más tarde, Clara de Asís hablaría del misterioso

1 Cfr. Mt 13,44.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 53 (1994), 483-500

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campo y de la compra del tesoro escondido. Así escribía a Inés de Bohemia:

«Realmente puedo alegrarme, y nadie podrá arrebatarme este gOZO ... veo cómo tú ... has hallado el tesoro incomparable, escondido en el campo del mundo y de los corazones de los hombres, con el cual se compra nada menos que a aquél por quien fueron hechas todas las cosas de la nada ... » 2

Dios ha escondido un gran tesoro en lo hondo de nuestro cora­zón, es la gracia de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la ora­ción... El valor de estos dones no lo podremos calcular jamás, es inmenso. Clara dice que con este tesoro se puede comprar al Señor de todo el universo creado. Así es. En los últimos instantes de su vida un ladrón, por nombre Dimas, encontró este tesoro. Dijo una pequeñísima oración: «Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino», y esto bastó para comprar un lugar en el Reino de Dios. «Hoy estarás conmigo ... », le aseguró el Señor 3

Hablamos de la gracia del bautismo. Hablamos de la gracia de ser cristianos. Ahí está escondido el tesoro de la más grande felicidad que nunca gustaron los burlones, ni los paganos. Ha llegado el tiem­po -siempre estamos en ese tiempo- de proclamarlo sin complejos desde las terrazas: Nada hay más bello que ser cristianos. Nada hay tan hermoso como recibir el Amor de Dios. No hay esperanza más grande que la santidad. Es una manera de ser a imagen y semejanza del Padre, como espejos del Hijo, en el Espíritu que es Amor.

Por la unción bautismal aprendimos a decir a Dios «Abbá», Padre nuestro, nos alimentamos del Pan del cielo, y recibimos la fuerza del Espíritu santificador para dar testimonio de la Verdad. Bebemos de la fuente de los siete caños, los sacramentos. No hace mucho escuché el comentario de un musulmán de buena voluntad: «Qué daría yo por oír, por boca de un ministro de Dios, que mis pecados están perdo­nados».

Los cristianos hemos recibido, con la fe, la certeza de ser ama­dos, la más bella esperanza y el poder de amar como Dios ama. No

2 3CtaCl. 3 Le 23,41-43.

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hay más. ¡ Y qué más podríamos soñar! En el Antiguo Testamento se dieron diez mandamientos. En el Nuevo Testamento, los mandamien­tos se redujeron a uno solo: «Amaos unos a otros como yo os he amado». Y El nos ha amado hasta lavamos los pies ... hasta derramar su vida como se derrama un perfume al quebrar el vaso. Y dice Clara de Asís: «A su perfume revivirán los muertos» 4.

La fuerza divinizante del cristianismo es tan grande, es tan fas­cinante, que la Iglesia necesita crear lugares apartados, espacios abier­tos donde se muestra el camino hacia el tesoro escondido.

Los tesoros, en la tradición universal, siempre fueron el símbolo del conocimiento, de la inmortalidad, de los depósitos espirituales. Se hallan siempre ocultos en zonas subterráneas, Su búsqueda es peligrosa y solamente se descubren al final de largas pruebas. El tesoro del Evangelio es el Reino de Dios dentro de nosotros, ¡el Emmanuel!

¿Quién morará en el recinto sacro? ¿Quién morará en medio de un fuego devorador? ¿Quién? Los que fueron atraídos hacia el límite del espacio y del tiempo, los que fueron tocados por el ángel del amor -el ángel del amor es el serafín-, los que recibieron la lla­mada a ser de Dios en cuerpo y alma. Es la vocación contemplativa.

CONTEMPLACIÓN

De la raíz indoeuropea tem (cortar, delimitar) proviene la palabra templo. El templum significaba el sector del cielo delimitado por el augur romano para centrar su observación sobre los astros, el vuelo

, de los pájaros u otros fenómenos naturales, pasando después a desig­nar el edificio sagrado donde se practicaba esta observación. El grie­go temenos significó el ámbito del espacio y tiempo sagrado reser­vado a los dioses, el recinto que rodea el santuario ¡lugar intocable! En todo caso hay un corte en el espacio y tiempo profano que, des­techado, en una búsqueda ilimitada del Ser trascendente, se transfor­ma en etemidad y simultaneidad.

Los hombres de todos los tiempos y culturas han tenido concien­cia de un ser infinito y hacia él han levantado su mirada. La contem-

4 4CtaCl.

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plación es un anhelo irrenunciable del espúitu y de la razón. «La contemplación es la más alta expresión de la vida intelectual y espi­ritual del hombre. Es esa vida misma, plenamente despierta, plena­mente activa, plenamente consciente de que está viva ... La vívida comprensión de que nuestra vida y nuestro ser proceden de una Fuente invisible, trascendente e infinitamente abundante. La contem­plación es, por encima de todo, la conciencia de la realidad de esa Fuente. Conocer la Fuente, oscura, inexplicablemente, pero con una certidumbre que va más allá de la razón y de la sencilla fe. Pues la contemplación es una especie de visión espiritual, a la cual aspiran tanto la fe como la razón, por su misma naturaleza, porque sin ella siempre permanecerán incompletas. Pero la contemplación no es visión porque ve sin ver y conoce sin conocer. Es una profundidad de fe más honda ... » 5 Hablamos de la contemplación cristiana, no de esencias metafísicas, ni de vacíos mentales, ni de inactividad o téc­nicas de concentración ... Hablamos de «la Fonte que mana y corre, aunque es de noche». ¡Qué deliciosamente la canta contemplativa­mente San Juan de la Cruz! Desde la experiencia nos dice «do tiene su manida», porque bien lo supo.

Que la sed de contemplación está en lo íntimo del corazón huma­no es cierto. Que el espacio está abierto para todos, también es cierto. Hoy se habla mucho de una llamada general a la contemplación, pero esa facilidad con que se da a todos por contemplativos es un mito. Al menos habrán de conceder que no todos lo viven de la misma manera. Existe una vocación específica que vive la reducción de campos de actividad para crear espacios largos de silencio y soledad, desde el límite hasta lo ilimitado.

El contemplativo conoce como quien toca, ve, oye... Clara de Asís, pocos días antes de morir musitaba altas cosas acerca de la Trinidad. Las hermanas escuchaban esforzándose en retener todas sus palabras. Al darse cuenta de su afán, Clara les dijo: «Estas cosas que ahora digo, las recordaréis tanto cuanto os lo conceda Aquel que me las hace decir» 6. Thomas Merton no vaciló en escribir, aunque en

5 THOMAS MERToN, Nuevas semillas de contemplación, BS.As. 1963, Ed. Sudamericana, p. 15.

6 Cfr. PCCl I1I, 2l. En Santa Clara de Asís. Escritos y Fuentes biográficas, preparada por M.' V. Triviño, México, 1994, Ed. Parroquial Clavería, p. 98.

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tercera persona, acerca de la experiencia de Dios del contemplativo: «Conoce a Dios porque aparentemente lo toca. O mejor dicho, le conoce como si hubiera sido invisiblemente tocado por El... ¡Tocado por el que no tiene manos, pero es la Realidad pura y la fuente de cuanto es real! En consecuencia, la contemplación es un repentino don de conciencia, un despertar a lo Real dentro de lo cual es real todo. La vívida conciencia del Ser infinito que está en las raíces de nuestro ser» 7. Más ardientemente, con luz y calor de llamarada, lo expresa San Juan de la Cruz:

«¡ Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres!

Esto es: que con tu ardor tiernamente me tocas. Que por cuanto esta llama es llama de vida divina, hiere al alma con ternura de vida de Dios, y tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece, que la derrite en amor, porque se cumpla en ella lo que en la Esposa en los Cantares, que se enterneció tanto que se derritió, y así dice ella allí: Luego que el Esposo habló se derritió mi alma (Cant 5,6). Porque el habla de Dios es el efecto que hace en el alma ... Por lo cual estas heridas, que son sus juegos, son llamaradas de tiernos toques, que al alma tocan por momentos de parte del fuego de amor, que no está ocioso» 8.

Se ve y se toca y se oye ... con los sentidos espirituales. Antes se hizo ayunar a los sentidos corporales ... y se esperó en silencio, pu­rificación y armonía hasta quedar al descubierto ... , hasta romper el techo del templo y quedar cara a cara con Dios.

EL ruSTO VIVE DE FE

Aquel a quien el Señor ha tendido su mano para traspasar el umbral de lo sensible, es contemplativo. El justo vive de fe y se reviste con ella como de un vestido nupcial para aguardar, en vela,

7 MERTON, Semillas ... , p. 16. 8 SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama, 1,7.

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la venida del Señor. «Dios se enamora del alma que vive en fe. Las virtudes teologales constituyen el traje de bodas de la amada. Entre las páginas más bellas de San Juan de la ClUZ se encuentra aquélla en que describe estas virtudes como un vestido nupcial. La fe es la túnica blanca que adorna a la novia, sobre la que se coloca la almilla verde de la esperanza y la toga colorada del amor. Es el vestido que enamora a Cristo y que ella ha logrado después de numerosos traba­jos» 9. Por la fe se descubre <doda ciencia trascendiendo» que ¡ sólo Dios es la Vida! Allí se grita con Teresa de Jesús el «¡Quien a Dios tiene nada le falta! ¡Sólo Dios basta!»

Por la fe, a cielo abierto, el contemplativo es traspasado por la Palabra «como espada de dos filos». Lo contemplado se espeja en él, creando un ámbito transfigurante de pureza y amor. Es la experiencia que hará exclamar a Francisco de Asís al ser tocado por el ángel del amor, por el Serafín crucificado:

«Tú eres Santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres altísimo. Tú eres rey omnipotente, Tú, Padre santo, rey de cielo y

tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses. Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y

verdadero. Tú eres el amor, Tú eres la caridad, Tú eres la sabiduría,

tú eres la humildad, Tú eres la paciencia. Tú eres la hermosura, Tú eres la mansedumbre. Tú eres la seguridad, Tú eres la quietud, Tú eres el gozo. Tú eres nuestra esperanza y alegría. Tú eres la justicia, Tú eres la templanza. Tú eres toda nuestra riqueza a saciedad. Tú eres nuestra esperanza, Tú eres nuestra fe. Tú eres nuestra caridad, Tú eres toda nuestra dulzura. Tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable, Señor,

omnipotente Dios, misericordioso salvador» 10.

9 SECUNDINO CASTRO, Hacia Dios con San Juan de la Cruz, Madrid, 1986, Ed. de Espiritualidad, p. 62.

10 SAN FRANCISCO DE ASÍs, Alabanzas al Dios Altísimo.

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¡Los santos! Unos dan sabiduría con palabra simple y esencial. A otros se les vuela la pluma y son capaces de dar lo mejor de su alma con la expresión más bella, con la poesía. «Los hombres dedicados de por vida a la contemplación, los hombres religiosos por excelen­cia, más que ningún otro son candidatos a la poesía más sublime ... En realidad, entre los místicos y los verdaderos poetas, y en general entre los cultivadores de las artes, de las que la poesía es animadora y madre, existe una secreta afinidad ... Ambos se dirigen a la morada más profunda del ser, a la cima más alta del espíritu, al centro del corazón en donde los místicos experimentan la presencia de Dios, y los poetas perciben, aunque no perfectamente comprendida, pero sí adivinada e intuida, la presencia de un don del autor de la belleza» 11.

La contemplación no forja seres ausentes, torpes, uraños y abstraí­dos. ¡Dios es Humildad, y Bondad y Hermosura! ¡Dios es Amor! Quien le contempla largamente espeja lo contemplado sin velos y se siente cercano, amigo de todas las criaturas.

El justo vive de fe. El concepto de placer, gusto y belleza se recobran en una dimen­

sión nueva. Pierden su sabor los ingredientes de la sociología y la estética. Toma relieve la antinomia de una vida inútil y plena frente a la vanidad del «pesar, medir y contar» la utilidad de todas las cosas, frente al vaCÍo que sigue al comer y gastar, frente al cansancio y decepción que por activa y por pasiva conlleva el usufructo de las cosas ¡y de las personas!

La humillación y la gloria, las lágrimas y el gozo, el rechazo y la acogida toman sentido desde la Obediencia del Hijo, y se pier­den en el amor que «todo lo hace de un sabor». «Cambio de la muerte a la resurrección, del abandono de Dios a sentarse a la derecha del Padre, de la mayor impotencia a la suma omnipoten­cia: esta dimensión dilata a los ojos del contemplativo toda pleni­tud y soberanía del Hijo, pues «el que descendió es quien ha ascen­dido a los cielos para llenarlo todo» 12. En la debilidad humana se hace presente la fuerza de Dios, se revela el «amor hasta el extre-

11 Pablo VI, citado por SECUNDINO CASTRO, en «La Belleza en la Biblia», en Revista de Espiritualidad, n. 204, julio-septiembre 1992, p. 257.

12 HANS URS VON BALTIlASAR, La oración contempaltiva, Madrid, Encuentro, 1988, p. 138.

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mo» 13. Y el camino se ilumina con ¡la dicha! anunciada en el Sermón de la Montaña 14.

El justo vive de fe. Se descubre el silencio como umbral de la manifestación, «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma» 15. Se aprecia como espacio que hace perceptible la armonía, donde se ve «la música callada» y se oye «la soledad sonora» ... En silencio y soledad se gusta «la cena que recrea y enamora» ...

Dios basta y abastece de Pan, Dios que se expresa en palabra creadora. La Esposa seguirá diciendo lo que aprendió de labios de su Madre, ¡la toda Santa!: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» 16, y en la fe de que «Nada es imposible para Dios» se le cumple la promesa del Evangelio: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» 17. Esta gracia inmensa, Clara de Asís la explica desde la Virgen:

«La gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, tú, siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y pobreza, puedes llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal» ... 18

La gracia es «Dios con nosotros» Emmanuel. «Entretanto, la apertura de la Iglesia al reino que viene de los cielos, su oculto y callado misterio de ser seno, se mantiene siempre en algún lugar: en un santo, por ejemplo, cuya alma ha fijado los ojos tanto tiempo y tan profundamente en la luz de Dios que se convierte en un acumu­lador casi inagotable de luz y de amor, capaz de ofrecer durante siglos pábulo y energía» 19.

El justo vive de fe. Quien ha visto al Hijo entregado, no puede hacer otra cosa que entregar la vida en obediencia al Padre. «y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consa-

13 Jn 13,1. 14 Mt 5,lss. 15 SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de Luz y Amor, 21. 16 Le 1,38. 17 Jn 14,23. 183CtaCl.

19 HANS URS VON BALTHASAR, La oración ... , pp. 73-74.

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grados en la verdad» 20, Ser consagrados en espíritu y verdad es ser santificados entrando en el misterio pascuaL Así lo dice San Pablo: «según las riquezas de su gracia, alcanzan la redención por su sangre, la remisión de los pecados» 21. «Tan cerca del contemplativo como está Cristo -y mediante Cristo, el Dios uno y trino-, pueden estar­lo también, si el contemplativo quiere, todos aquellos hermanos y hermanas (vivos y difuntos), a los que ha llegado realmente el reino de Dios o les está llegando de verdad. Una comunidad inmensa a la que pertenece el contemplativo, de la que nunca puede desvincularse, ha realizado lo que él trata de realizar: el amén a la voluntad del Padre. Sólo en este amén puede llegar el reino. Y todos cuantos lo han oído y pronunciado y lo oirán y pronunciarán -así en la eter­nidad como en el tiempo- se asocian en la voluntad de Dios al orante» 22.

Dios, que entrega su amor en el aliento del Hijo, mientras su sangre divina, creando comunión, corre por nuestras venas ... «Tomad y bebed, esta es mi sangre de la Alianza» ... ¡Misterio de fe!. ..

En la vida contemplativa arde un impulso irresistible de ser de Dios. Y el justo vive de fe.

FORMAS DIVERSAS

La vida contemplativa es una llamada a la mística que se encama en formas variables a través de los siglos. Las formas nuevas difieren de las clásicas, aunque siempre se mantienen unas «constantes vita­les» irrenunciables. La soledad física, el silencio y el recogimiento son medios moralmente necesarios a todo el que quiera llevar vida contemplativa, aunque si no se comprende el fin, puede hacerse mal uso de ellos. Todos los contemplativos defienden el espacio de la intimidad donde nadie entra, donde a solas se respira el aire de Dios. Se le suele llamar: rincón, pustinia, ermita, bodega ... Todo contem­plativo conoce el lenguaje del despojo, desapropiación y desnudez. «Mientras vivamos en esta quietud y paz brillará sobre nosotros la

20 In 17,19. 21 Ef 1,6-7. 22 HANs DRS VON BALTHASAR, La oración ... , pp. 70-71.

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verdad que ilumina los ojos del alma con su esplendor. .. Esta luz ante todo nos enseña lo que debemos hacer para mantenernos bajo los rayos de la luz verdadera. Pies calzados no pueden subir a la altura donde se ve la luz de la verdad. Hay que descalzar los pies del alma, despojarnos de las pieles telTenales con que nuestra naturaleza se revistió al principio cuando nos hallábamos desnudos por no cumplir lo que Dios manda. A la desnudez espiritual sigue el conocimiento de la verdad, manifiesta por sí misma» 23.

Notamos algunos signos que vamos detectando, desde dentro, especialmente en la sensibilidad del mundo contemplativo femenino.

Del escondimiento a la visibilidad

Con frecuencia se sitúa a las contempiativas en el corazón de la Iglesia aludiendo a la acción vital e invisible de este órgano en el cuerpo humano. Santa Teresita del Niño Jesús tuvo una feliz intui­ción que iluminó su alma y confió a las páginas de su Diario: «En el corazón de mi madre la Iglesia, yo seré el amor». Sin embargo, ante algunos escritos que se dirigen a la vida contemplativa, tene­mos la impresión global de que, no conociendo su misterio desde dentro, tal como lo vive la mujer de las postrimerías del siglo xx, siguen exprimiendo el viejo tópico de los siglos XVI-XVIII «el escon­dimiento».

¿Escondimiento o visibilidad? Creemos que la vida contemplati­va de hoy ha dado pasos hacia la visibilidad. Por primera vez en la historia un contemplativo, el Abad de Silos, predicó las Siete Pala­bras del Viernes Santo de 1993 en la plaza de Valladolid. Su voz llegó a los grandes núcleos urbanos y a los últimos rincones de la Península. La celebración de los centenarios de San Juan de la Cruz y de Santa Clara de Asís ha hecho que se escuchara con avidez la voz de algunas contemplativas, incluso a través de la pequeña pantalla. Y las gentes dicen que los contemplativos transmiten algo, más allá de la palabra. Lo llaman dulzura, lo llaman luz, lo llaman experiencia,

23 SAN GREGORIO DE NrsA, Vida de Moisés, Salamanca, 1993, Ed. Sígueme, pp. 71-72. Cfr. MERTON, Semillas ... , p. 7.

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lo llaman palabra verdadera. Son actuaciones esporádicas que en un instante permiten intuir el misterio y la belleza de la vida contempla­tiva. Aparece visible y concreto el reto amoroso, humilde y silencio­so de los contemplativos: Dios es Dios y merece ser adorado, amado y contemplado, sin más.

No es nuevo el deseo de escuchar la voz de los contemplativos. El Papa Gregorio IX escribía así a Clara de Asís después de haberla visitado y escuchado: «Carísima hermana en Cristo: Desde que la precisión de regresar me privó de vuestros santos coloquios y me arrancó de aquel gozar de los bienes celestiales, se apoderó de mí tal amargura de corazón, tal abundancia de lágrimas y tan insoportable dolor, que temo caer en la angustia ... Y con razón, pues me falta aquella alegría gloriosa que sentí cuando hablaba con vosotras del Cuerpo de Cristo, con motivo de la Pascua que celebré contigo y con las demás siervas de Cristo» 24. Pero el contemplativo no prodiga palabras, porque ha gustado el peso de la Palabra. No habla si no se le pide, ni conoce la preocupación por el fruto ... Sabe que nada es suyo, sabe que sólo la Palabra puede llegar al corazón del que escu­cha, y que el Señor la pondrá en sus labios «por amor a sus hermanos y compañeros». Aunque está habituado al lenguaje de la mirada -donde se empobrece para poseer la mayor riqueza- puede acer­carse a los hermanos con sencillez y dulzura. Volverá a su retiro como la palomica regresó al arca al atardecer, con un ramo de olivo, sin detenerse 2S. «Los verdaderos contemplativos, los santos, se man­tienen modestos y reservados y cuando por misión deben comunicar algo a los demás, su voz resuena como si viniera de lejos, como si fueran simples cajas de resonancia y no responsables absolutos del sentido y efecto de sus asertos ... Así el contemplativo dentro de la Iglesia es ya entitativamente partícipe de los misterios no sólo del objeto, sino también del acto de la revelación divina; no sólo mirán­dolo desde fuera, sino conviviéndolo por dentro, le es dado compren­der que la revelación del Padre en el Hijo mediante la bajada del Hijo a la carne tiene la forma de un sacrificio de amor, de un empobre­cimiento y vacío interior, de una referencia inequívoca, por vacío de

24 SANTA CLARA DE Asís, Escritos ... , p. 214. 25 Gn 8,9-11.

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sí mismo, al origen y a la esencia del amor divino, que de este modo se glorifica» 26.

La mujer del siglo XXI, que es la joven de hoy, buscará la soledad, la reducción de la actividad, el silencio y el apartamiento -clausu­ra-, como lo han buscado las contemplativas de todos los siglos; pero no parece que le atraiga el «escondimiento», es algo que está fuera de sus esquemas mentales. El «escondimiento» de la mujer honesta o su equivalente «no ser» y «no ser vista» era un tópico que definía bien el modelo de mujer forjado en el barroco. No debe confundirse la clausura, entendida como espacio real de retiro e in­timidad irrenunciable, con el «no ver y no ser vista» que creó oscuros y lejanos coros 27.

Hay todavía algunos lugares donde las contemplativas siguen invisibles y separadas de la asamblea litúrgica, incluso sin ver ellas mismas el altar durante la misa. En una ocasión quise hacer la prueba de asistir, en uno de esos antiguos y bellísimos coros, a una misa «a ciegas». Experimenté la concentración que una situación así propicia al sentido del oído. Era como recibir la Palabra totalmente, en un ayuno implacable de la vista. El aislamiento físico en una asamblea litúrgica hoy, ciertamente, no es el ideal.

Una contemplativa está habituada a mirar con pausa los ojos del Señor, a colgarse de esa mirada con toda la intensidad del alma, del corazón y de la mente. Una contemplativa está acostumbrada a con­templar pausadamente la Palabra. Ante la celebración de una misa «de veinte minutos» impersonal y rectilínea, la contemplativa expe­rimenta el impulso de detenerse, se pierde por no perderlo todo. Someterla cada día a esto es defraudarla en el momento más sagrado de su jornada. Le parece que pierde la vida ¡y cuántas han tenido ya que plegarse y acostumbrarse a esta pobreza espiritual! Es el precio de la multiplicidad de celebraciones. En algunos lugares la falta de clero no sólo ha sacado a las hermanas del coro, sino también del recinto conventual para participar en la misa dominical de la parro­quia. La necesidad, «signo de un tiempo» ha forzado a dar el paso

26 HANS URS VaN BALTHASAR, La oración contemplativa, a.c., pp. 118-119. 27 Puede verse este tema desarrollado y cuidadosamente documentado en

M: JosÉ ARANA, La clausura de las mujeres, Bilbao, 1992, Ed. Mensajero.

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y luego se han gustado los frutos de una aproximación visible a la comunidad cristiana. Otras, emplazadas en lugares que no han llega­do a esta situación límite, han reaccionado recuperando el lugar de las vírgenes cristianas ante la asamblea y toman parte activa con vibración y naturalidad en la celebración conventual. Han pasado de la presencia pasiva y oculta a la presencia visible, marcando un ritmo vivo en la celebración.

\ Lo que Jna comunidad, en clausura y en visibilidad, está llamada a aportar a una liturgia es la calidad contemplativa de su misma vida, que traspase poderosamente a la asamblea su fe en la presencia del Resucitado. Que sus pausas, su vibración, su presencia sea percibida por la asamblea como un apoyo, un espejo que refleja la trascenden-

I cia e inmanencia de lo celebrado. Donde esto sucede los fieles se acercan ávidamente.

Unas jóvenes venidas de otro país decían: «No queremos adorar al Señor a escondidas, a ciegas en un coro tenebroso. Necesitamos ver el Cuerpo del Señor con nuestros ojos. Queremos dar testimonio de amor y ¡que se vea!» Esto no es un capricho de jóvenes poco abnegadas. Es un instinto, un sensus de los signos de su tiempo que no siempre saben formular, pero que palpita en su alma. Vienen de una sociedad paganizada donde es necesario ser valiente para dar testimonio y se sienten impelidas a darlo abiertamente, con naturali­dad y sin temor. Y lo darán, con su signo de consagración a Jesucris­to y también recuperando su lugar en la liturgia.

CERCANÍA EN FORMAS NUEVAS

Las gentes de nuestro tiempo están dispuestas a llenar autocares para peregrinar a cualquier lugar donde alguien anuncie una manifes­tación sobrenatural. Ante este fenómeno creciente todo lo que se suele hacer es debatirse entre su verdad o falsedad, sin detenerse a contemplar el rostro de ese pueblo hambriento y sediento. Y se dice y repite que no hacen falta cosas extrañas, que todo está dado en la Iglesia. Es cierto que ya estamos bien abastecidos, que tenemos todo: Los sacramentos, como signos de una gracia verdadera, actuante en la dínamis del Resucitado.

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¿Por qué, teniendo la Palabra, la Eucaristía ... las gentes se van de aquí para allá tras unos posibles fenómenos percibidos por videntes? Por qué las gentes se maravillan más con las palabras que transmite un vidente que con la Palabra. Hay algo más grande que la asamblea del Resucitado proclamando el Pan de la Palabra y compartiendo el Pan de la Eucaristía? .. Ciertamente, creemos que no tenemos cosa mejor. Entonces, ¿qué sucede? Que la persona de hoy, ahogada en el materialismo, hastiada de un lenguaje burlón o crítico, busca la trans­parencia de lo trascendente, quiere ver testigos de la gloria de Dios. Quiere ver verdadero creyente y se acerca a asir una comunión con ellos.

Además de la sequía causada por el materialismo y del vacío que en proceso ascendente han ido abriendo el ateísmo, el agnosticismo y la indiferencia, está al día la confusión entre fe, religiones, sectas ... Es un reto que pide respuestas 28.

Creemos que a esta sed de trascendencia puede y debe responder la vida contemplativa. En las órdenes ya añejas, tan venerables y pobladas de santos, se vive la diversidad, grandes contrastes, y a veces tensiones. Entretanto, aparecen formas nuevas más simples que crecen rápidamente. Cuidan su fondo y forma contemplativa prescin­diendo del escondimiento. Viven la cercanía y visibilidad.

Estos nuevos movimientos contemplativos tienen rostros jóvenes. Caminan pobremente por el mundo con libertad, semejante a la de Francisco de Asís, para sentarse en el suelo ante una imagen en cualquier lugar de la tierra, con su rosario al cuello y la Biblia entre las rodillas. Son testigos que el pueblo aprecia y hace suyos fácil­mente. No se les ve todos los días, llevan vida retirada, pero cuando salen dejan una estela de simplicidad y las gentes se acercan a pre­guntar su secreto. El secreto es el de siempre, la fascinación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Estos contemplativos suelen vivir en comunidad en casas senci­llas donde adoran el Santísimo Sacramento y rezan el Oficio Divino. Sin embargo no suelen multiplicar las misas. Acuden ordinariamente

28 Nicolás Tello Ingelmo hace un análisis de este proceso de deterioro y su penetración en la vida religiosa, sugiriendo una respuesta desde la consciencia carismática de la vida consagrada en su obra: Teología despierta de la vida consagrada, Madrid, 1994, San Pablo.

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a las celebraciones palToquiales, y a'veces participan, con cierta fle­xibilidad, en encuentros especiales donde su presencia alienta la Liturgia en beneficio del pueblo de Dios. Parece que el Espíritu del Señor suscita estas formas nuevas como una respuesta a lo que el mundo de hoy necesita ver, oír, tocar, gustar y percibir.

ROSTRO MATERNO DE LA IGLESIA

Desde una eclesiología moderna, aun comprendiendo las formas añejas y nuevas, la mística del corazón y hasta la del escondimiento, recogemos también algunas voces que hablan del «rostro» materno, mariano o místico, en visibiÍidad. «En Occidente se tiende, en ge­neral, a ver únicamente en la Iglesia un organismo constituido por hombres, en el que, en el plano de la dirección y la organización, las mujeres desempeñan un papel de escasa importancia. En realidad se ha acentuado de una manera demasiado intensa y exclusiva el aspecto institucional y masculino, de modo que el rostro mariano, el rostro femenino y maternal, el aspecto místico de la Iglesia ha quedado oscurecido ... La mujer -escribe el teólogo de la Belleza, Urs Von Balthasar-, ella es el símbolo de la Iglesia en su relación esponsal con Dios. Unicamente la mujer puede dar a la Iglesia ese rostro femenino y mariano. Unicamente la mujer puede simbolizar la Iglesia Esposa» 29. Como un eco firme podríamos citar algunas voces de teólogas de nuestros días: «La experiencia y la intuición contemplativa de las mujeres debería ser más y mejor acogida y promovida. No basta con alabarla paternalistamente. Las religiosas, especialmente las contemplativas, deberían tener una reconocida autoridad en la orientación y asesoramiento de la vida mística y espiritual eclesial.

La vida religiosa femenina debe transparentar y hacer vida la pluriformidad de los dones y carismas de Dios al mundo, a la Iglesia. Creemos que es necesario considerar a las mujeres como verdadera­mente receptoras de estos carismas y por lo tanto con la adultez

29 IGNACIO DE LA POTIERIE, María en el Misterio de la Alianza, Madrid, 1993, BAC, p. 275.

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necesaria para expresarlos, orientarlos, gobernarse y decidir por sí • 30 mlsmas ... »

Clara de Asís es un ejemplar oportuno en todo tiempo. Mujer evangélica, iniciada en la minoridad por el mismo Francisco de Asís, supo hacer florecer maravillosamente sus valores humanos-femeni­nos, en su ser de Dios en vida contemplativa y en fraternidad abierta a la amistad. Su amor apasionado hacia Jesucristo se desplegaba colmado de serenidad y ternura hacia todos los que se le acercaban. No hay que suponer que los hermanos «adivinan» que son amados. Clara dice: «y amándose mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que interiormente os alienta» 31. Pero, el título más hermoso que se dio a Clara fue: «Im­pronta de la Madre de Dios» 32, y «Otra María». Lo fue porque vivió, y enseñó a vivir, el Misterio de Cristo adherida a la Virgen pobre­cilla. Con Ella y como Ella entró en el dinamismo del Amor de Unidad que edifica la Iglesia como «hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo».

La sociedad mira con interés creciente a la mujer, por el instinto de rescatar los valores esenciales, y le va concediendo una represen­tatividad cada vez mayor. También en la Iglesia. Y es que «sólo si tomamos en serio lo humano, tenemos derecho a llamar a la Iglesia sacramento pleno de salvación» 33. Se va dando protagonismo y opor­tunidad de diálogo a la vida apostólica, mientras se oyen voces a favor de la formación y del autogobierno de las Ordenes contempla­tivas. «La vida contemplativa debe sobrevivir en este mundo, fre­cuentemente disipado y superficial, de manera que lleve un "auxilio" a todo el mundo. Pero algunas fOlmas tradicionales de clausura ya no son esenciales. Afirmar que una clausura rígida, junto con una suje­ción total de las monjas contemplativas a los hombres, es esencial a la vida contemplativa, querría decir condenar a muerte la vida reli­giosa de hoy y de mañana» 34.

30 M.A JOSÉ ARANA, La clausura de las mujeres, pp. 303-304.

31 TestC! 9. 32 LeyC! 10. 33 HANS URS VaN BALTIIASAR, La oración ... , p. 121. 34 B. HÁERlNG. Cit. en M.A

JOSÉ ARANA, La clausura de las mujeres, pp. 303-304.

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Hemos hilvanado voces que se oyen, experiencias que se ven, opiniones". mas, todo es relativo y parcial al tratar de la vida con­templativa. La verdadera experiencia de los contemplativos se pierde más allá de las formas y las palabras, en la Llama que hiere con toque delicado, en el seno abierto al rocío del cielo, en los ojos de fuego para contemplar el misterio de la contemplación misma, la Palabra en la profundidad de la misma Fonte, aunque es de noche.

CONCLUSIÓN

No es fácil hablar de lo que informa la vida en su cotidianidad y en su misterio. Hemos hablado de la sed de contemplación, de la experiencia, de los signos, voces, rasgos que quizá modificarán a largo plazo las formas de la vida contemplativa. Pero ... ¡SU rostro no se puede ver! La contemplación y la misma vida contemplativa es un proceso. Vivir la dureza y el deleite del proceso, perseverar en él es nuestra tarea. La vocación, como un secreto imán, levanta en el alma el deseo inesistible de ser de Dios en cuerpo y alma. Quien ha sido atraído no descansa y clama con Moisés: «Déjame, por favor, ver tu rostro». Clara de Asís lo expresaba apropiándose las palabras de la esposa del Cantar:

«¡Atráeme! ¡Coneremos a tu zaga al olor de tus perfumes, oh Esposo celestial! Coneré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace deliciosamente, y me beses con el ósculo felicísimo de tu boca» 35.

En el grito de esta mujer apasionada se esconde el clamor del alma de Moisés y de todos los contemplativos: «Si he hallado gracia a tus ojos". Déjame, por favor, ver tu rostro». Se entrega el amor indiviso, virginal y en pobreza. El que se pierde en las soledades es porque ha sido atraído.

El contemplativo fue atraído. Buscando la plenitud, se descolgó de las seguridades del camino llano, olvidó el rebaño que antes se-

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guía y avanzó anhelante, sin detenerse a coger las flores, sin acobar­darse por temor a las fieras ... ¡Déjame, por favor, ver tu rostro! Subió a la montaña sin analizar los riesgos y peligros ... sin temer la noche. Tuvo en poco el esfuerzo de la subida y deseó sus soledades hasta amarlas.

Más, no existe la vida contemplativa en estado puro, tampoco la fraternidad. Lo real es Cristo. El núcleo de la vida contemplativa está en la Trinidad Santa. El gran contemplativo es Cristo. Sobre la cum­bre del Tabor, un día, se abrieron los cielos. Al rasgarse el velo el Señor resplandeció más que el sol en toda su fuerza. Una luz, una voz ... una presencia fascinante. Cuando Pedro vio la eternidad en los ojos de Cristo quiso permanecer: «Hagamos tres tiendas».

¿Cómo se vive la vida contemplativa? Según el modelo mostrado en la montaña. Cristo transmite lo visto en el Padre y salva muriendo en la Cruz. El contemplativo ve el Amor del Padre en los ojos de su Cristo. Ve también el desamor que aflige al mundo y a la Iglesia ... y no se confunde. Ha comprendido que no es «darse cuenta» del Pecado, sino «dar la vida» para redimirlo. Calla y da la vida. Derra­ma la vida por amor allí donde no había amor. En su culto en espíritu y verdad. La verdad es Cristo.