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Índice

[pág. 3] Jubileo de la Misericordia (carta del Santo Padre Francisco)

[pág. 5] El nombre de Dios es Misericordia

[pág. 6] Mostrar el rostro de la misericordia

[pág. 9] Carta Pastoral del Padre (Obras de Misericordia)

[pág. 14] Amor conyugal y vida de piedad

[pág. 16] Un plus cerebral por ser padres

[pág. 19] Padres que impiden crecer

[pág. 22] San Josemaría Escrivá: Amor a la libertad

[pág. 23] Bibliografía

[Contraportada] Santuario de Torreciudad indulgencia plenaria

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Carta del Santo Padre Francisco con la que se concede la indulgencia con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia

Al venerado hermanoMonseñor Rino FisichellaPresidente del Consejo pontificiopara la promoción de la nueva evangelización

La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea expe-riencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese to-car con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia ju-bilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada cate-dral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dis-pongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las igle-sias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la pro-fesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo.

Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer

lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a me-nudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maes-tra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la ora-ción comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnis-tía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado

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conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericor-dia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los co-razones, es también capaz de convertir las rejas en expe-riencia de libertad.

He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericor-dia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.

La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar tam-bién para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testi-monio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también po-demos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.

Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuen-ta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condiciona-

mientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mu-jeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elec-ción sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente in-justo; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepen-tido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conce-der a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepen-tidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.

Una última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos luga-res, algunos hermanos obispos me han hablado de su bue-na fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la difi-cultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolu-ción de sus pecados.

Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario.

Vaticano, 1 de septiembre de 2015.

Francisco

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El nombre de Dios es Misericordia

Josemaría Carabante Aceprensa, enero 2016

Andrea Tornielli, FranciscoPlaneta..Barcelona (2016).141 págs.17, 90 €. (papel) / 12,99 € (digital).

Es una lástima que de la breve conversación que Andrea Tornielli mantiene con el Papa Francisco en este libro, que recoge también la bula Misericordiae vultus, la prensa en general haya destacado solo lo ac-cesorio o superficial, la anécdota más que el profundo mensaje de la entre-vista. Pues en ella el Papa explica que la mejor manera de vivir el Año de la Misericordia es acoger las gracias de la confesión sacramental y practicar las obras de misericor-dia, más urgentes que nunca para Francisco.

No sorprendió mucho que el Papa dedicara este año a la misericordia, puesto que desde el inicio de su pontifi-cado hizo de ella un tema central de su predicación. Para Francisco, los problemas y las crisis sociales, el relativis-mo y la desorientación cultural, muestran una humani-dad dolorosamente herida por el pecado y desesperada por salvarse. El Papa desde entonces ha instado a los fie-les a reconocerse pecadores. Y a salir de su comodidad, acudir al encuentro de los desnortados y transmitirles que el pecado no es obstáculo para Dios, que sigue sien-do fiel al hombre y está dispuesto a sanarle. Es en este sentido en el que hay que entender también sus mensa-jes en relación con la Iglesia: lo que ha querido subrayar sobre todo es la necesidad de vencer la indiferencia del

cristiano frente al sufrimiento de su entorno.

Así, para el Papa el confesionario es el lugar en que el hombre se en-cuentra con la misericordia divina y donde el penitente, saliendo de sí mis-mo, recibe el abrazo de Dios. Por ser práctico, el Papa ofrece consejos para vivir bien la confesión: a los fieles, les anima a examinarse con sinceridad y a asombrarse del perdón divino; a los sacerdotes, les pide que recen y que se sientan pecadores también al ad-ministrar el sacramento. La confesión es el sacramento de la escucha, de la delicadeza y de la comprensión.

Pero la misericordia, explica, exige también el reco-nocimiento del pecado. Según Francisco, la obligación y la responsabilidad de decir la verdad ante el pecado no está reñida con la acogida del pecador arrepentido. No hay oposición, insiste, entre la doctrina y la misericordia, ya que justamente “la misericordia es doctrina”, transforma al pecador compungido y lo encamina a Dios, impulsándolo a levantarse de las caídas.

Las preguntas de Tornielli son interesantes y las res-puestas de Francisco, pensadas, didácticas y muy claras. Pese a la brevedad del texto, aparecen temas vinculados con la misericordia de gran trascendencia, como la dife-rencia entre corrupción y pecado, la importancia de la hu-mildad para la transmisión de la fe y la acogida misericor-diosa, la dimensión social de la misericordia, el apostolado de la oreja o de la escucha comprensiva al que sufre, etc. En el Año de la Misericordia, la tarea es acercarse al que sufre, sin hipocresía ni condescendencia.

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Resumen de la bula de convocatoria del Año Santo

Mostrar el rostro de la misericordia

Aceprensa 29 abril 2015 - n.º 34/15

En la bula de convocatoria del Año Jubilar extraordi-nario, dedicado a la misericordia divina, el Papa Francisco invita a mirar el rostro de Cristo, que revela de forma con-creta el modo de ser de Dios. La misericordia del Padre se convierte en criterio de actuación para los hijos. Por eso, durante este año de gracia, la Iglesia está llamada a renovar su misión de testimoniar el amor misericordioso de Dios.

La misericordia divina no es algo abstracto, sino que se hace visible en el rostro de Jesucristo. De ahí el título de la bula, Misericordiae vultus (“El rostro de la misericordia”). Contemplar ese rostro es introducirse de lleno en la esen-cia del misterio divino y, por eso, “es fuente de alegría, de serenidad y de paz”. La misericor-dia, sintetiza el Papa, “es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado” (n. 2).

Un tiempo extraordinario de gracia

Francisco destaca la importan-cia de la fecha de apertura del Año Santo, que tendrá lugar el 8 de di-ciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. “Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios”, quien “no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr. Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón” (n. 3).

El Papa también ha escogido esa fecha, 50° aniversa-rio de la conclusión del Concilio Vaticano II, “por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia”. Los Padres conciliares vieron que “había llegado el tiempo de anun-ciar el Evangelio de un modo nuevo”. Francisco quiere

“mantener vivo” ese espíritu con el testimonio de la mise-ricordia divina (n. 4).

El Año Jubilar concluirá en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016.

La fuerza que lo vence todoLa misericordia revela el ser mismo de Dios: no es un

signo de debilidad, sino expresión de su omnipotencia. Y su ser misericordioso se concreta en acciones de salvación con las que “revela su amor, que es como el de un pa-dre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata

realmente de un amor ‘visceral’. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y com-pasión, de indulgencia y de per-dón” (n. 6).

En los puntos siguientes (nn. 7-9), el Papa se detiene a explicar que en la vida de Jesucristo “todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión”. Con ese amor compasivo, Jesús “leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” (n. 8).

Particular importancia tienen las parábolas dedicadas a la mise-ricordia, en las que “Dios es pre-sentado siempre lleno de alegría,

sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el nú-cleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (n. 9).

Las mismas parábolas enseñan que “la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos”. Así pues, los cristianos están llamados a imitar esa actitud, conscientes de que “el perdón de las ofensas deviene la

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expresión más evidente del amor misericor-dioso” (n. 9). De ahí que, más adelante, es-coja como lema del Año Santo las palabras: “Misericordiosos como el Padre” (nn. 13-14).

La Iglesia, oasis de misericordiaEn los puntos 10 a 12, el Papa dice por

dónde ha de caminar la Iglesia: “La miseri-cordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (...) Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debili-dades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (n. 10).

Francisco repasa dos pasajes de la encíclica Dives in misericordia, la segunda de san Juan Pablo II, y afirma que “es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos de-ben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reen-contrar el camino de vuelta al Padre” (n. 11).

“La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo”, que no excluye a nadie. “Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las aso-ciaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia” (n. 12).

Abrir el corazón a las miserias del mundo

Un rasgo peculiar del Año Santo es el sentido de “pere-grinación”, que el Papa quiere que se viva en todas las dió-cesis del mundo. Se trata de un camino interior que cada cual ha de recorrer “para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar”, y que “requiere compromiso y sacrificio” (n. 14). Una de las etapas de esa peregrinación es “no juzgar y no condenar”, que “significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona” (n. 14).

El Año Santo también es un llamamiento a “abrir el co-razón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales”, y a no caer “en la indiferencia que humilla”. “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de

dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio” (n. 15).

En este contexto, el Papa pide “que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericor-dia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el dra-ma de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presen-ta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos” (n. 15).

Confesiones acogedorasOtro aspecto central del Año Santo es “el sacramento

de la Reconciliación”, que “permite experimentar en car-ne propia la grandeza de la misericordia”. “Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo aunque haya dilapidado sus bienes” (n. 17).

Como medidas concretas, Francisco ha previsto in-crementar en más diócesis la iniciativa “24 horas para el Señor”, una jornada penitencial prevista para el viernes y sábado anteriores al IV domingo de Cuaresma (n. 17). Y enviará a las diócesis, también durante la Cuaresma del Año Santo, “misioneros de la misericordia”; es decir, sa-

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cerdotes a los que el Papa dará “la autoridad de perdo-nar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica” (n. 18).

En el Año Santo de la misericordia, la indulgencia -una gracia típica de los jubileos- adquiere una relevancia particular. Así lo explica el Papa: “En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmen-te quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto” (n. 22).

Justicia y misericordiaEl Papa dirige una llamada especial “a los hombres y

mujeres que pertenecen a algún grupo criminal” y “a todas las personas promotoras oómplices de corrupción”. “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón (...) Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la

justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia” (n. 19). De ahí Francisco pasa a reflexionar sobre la relación entre justicia y misericordia. “La justicia es un concepto funda-mental para la sociedad civil” (n. 20). Pero “si Dios se de-tuviera en la justicia dejaría de ser Dios; sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley”. Así pues, “la misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndo-le una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (n.21).

El Papa confía en que el Año Santo favorezca el acer-camiento entre las tradiciones religiosas, y menciona en particular al judaismo y al islam, que consideran la mise-ricordia como “uno de los atributos más calificativos de Dios” (n. 23). Y concluye la bula pidiendo la intercesión de la Virgen María, testigo al pie de la cruz, junto a san Juan, “de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús”, y de “la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska”.

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Las obras de misericordia corporales

13. La doctrina católica ha sintetizado así las obras de misericordia corporales: «Dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios»1. Todas, en de-finitiva, ponen en ejercicio el mandátum novum (Jn 13, 34), el mandamiento nuevo de la caridad que nos entregó Jesucristo. Siguiendo esa recomendación del Salvador, la Iglesia ha manifestado siempre un amor de predilección por los pobres, los enfermos, los desamparados, las perso-nas que carecen de hogar... Y ha tenido presentes aquellas palabras del Señor en el juicio final: en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más peque-ños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40). Y con la parábola del buen samaritano, Jesús puntualizó que nuestra caridad se extiende a toda persona humana.

14. En el Opus Dei, parte viva de la Iglesia, se nos in-siste en no abandonar nunca las obras de misericordia corporales. Las realizaba nuestro Fundador ya en los pri-meros años de la Obra, con sus visitas a los enfermos de los hospitales de Madrid, con su dedicación generosa a los pobres miserables y a los vergonzantes que ocultaban sus privaciones bajo el velo de una vida aparentemente nor-mal. Y enseñó a comportarse de igual modo a las personas que se acercaban a su apostolado. Confió esas actividades a Nuestra Señora, y así nacieron en el Opus Dei las visi-tas a los pobres de la Virgen, que continúan realizándose en todos los lugares donde se encuentran los fieles de la Prelatura: el sábado, día de Santa María, se invita a los jóve-nes a ofrecer limosnas que se destinan a ayudar a quién se halla en la necesidad. Ayudando a los pobres, se honra a la Señora y se ejercita la caridad2. Son un medio de for-mación, porque fomentan la generosidad de la juventud y así se crece en el amor.

Aprendiendo siempre de cómo Dios cuida de sus criaturas, dolía mucho a san Josemaría el espectáculo de los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera,

1 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447.2 San Josemaría, Instrucción, 9-I-1935, n. 196.

hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor (...).

Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuen-tro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad3.

¡Cuántos jóvenes —muchachos y muchachas—, y también gente adulta, al descubrir y contemplar las indigencias más perentorias del prójimo, han descubierto en esos hermanos o hermanas a Cristo pobre, y han mejorado sus disposiciones de servicio a los demás! El Señor, infinitamente más generoso, se ha volcado en sus almas con gracias especiales: sólo Él conoce las profundas conversiones que muchos han experimentado, las deci-siones de entrega total al servicio de Dios y de la Iglesia, nacidas al calor de esas visitas a los menesterosos, a los ancianos, a los enfermos, a los encarcelados...

15. Con el desarrollo de la Obra de Dios, mediante la es-pontaneidad apostólica de los fieles y de los Cooperadores del Opus Dei, las actividades de servicio material al próji-mo han ido adquiriendo nuevas formas, según las situacio-

3 San Josemaría, Es Cristo que pasa, n.111.

Carta pastoral del PadreExtracto de los nn. 13 a 21: las obras de misericordia

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nes de las épocas y las circunstancias de los diversos luga-res. Han surgido así escuelas para la capacitación profesio-nal de personas de ambientes muy diversos, en el campo y en las periferias de las grandes ciudades; dispensarios médicos y hospitales en barrios extremos, destinados a gentes sin recursos; y se han multiplicado las actividades asistenciales —como las ONGs para ayudar a países menos desarrollados, o los bancos de alimentos en naciones con-sideradas más avanzadas, por citar sólo unos ejemplos—, que en momentos de crisis económica, como los actuales, permiten a muchos hombres y mujeres subvenir a las ca-rencias materiales propias y de sus familias.

Doy gracias a Dios por la extensión de las iniciativas solidarias promovidas por fieles y Cooperadores de la Prelatura. Pero no pode-mos conformarnos: con la gracia de Dios, contando con la ayuda de muchas personas de buen cora-zón —cristianos y no cris-tianos—, aspiramos a que se amplíe más el radio de acción de esos proyectos.

16. Dejadme que os in-sista, una vez más, en que os esmeréis en la atención de los enfermos y de las enfermas: en sus casas, en los hospitales y en cual-quier lugar donde alguien sufra en el cuerpo o en el espíritu; y, naturalmente, en los Centros de la Obra y en los hogares de los Agregados y Supernumerarios. En cada pa-ciente se nos hace presente de modo especial Jesucristo.

Además de facilitarles los cuidados médicos posibles, hemos de extremarnos en su asistencia espiritual: la re-cepción de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía por parte de los sacerdotes; el ejemplo y el con-sejo de los seglares para que —en la medida de lo conve-niente— los enfermos mantengan un espíritu de oración, que es contemplación y acción de gracias, alabanza y pe-tición: por ejemplo, el rezo del Rosario y las demás expre-siones de piedad cristiana, que colman de alegría, aun en el dolor. Ellas y ellos agradecen descubrir que, con el ofre-cimiento a Dios de la enfermedad y de los sufrimientos y limitaciones que la acompañan, suplen en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24), como escribió san Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento4.

4 Cfr. San Juan Pablo II, Carta ap. Salvifici doloris, 11-II-1984.

Si les sobreviniera un momento de especial gravedad, esmerémonos en prepararles para recibir la Unción de los enfermos, con el mayor fruto posible: la Iglesia predica que este sacramento de misericordia encierra la virtud de perdonar los pecados y —si conviene al alma— contribuye también a la mejoría del cuerpo e incluso a su curación5. La tradición multisecular de la Iglesia demuestra que este sacramento confiere gran paz y serenidad a los que lo aco-gen bien dispuestos, sin esperar a los últimos momentos de su vida. ¡Qué buena catequesis cabe cumplir con las familias, que muchas veces —por ignorancia o por un falso temor a inquietar a los enfermos— no acuden al sacerdote o piden su asistencia sólo cuando las personas queridas han entrado en un estado de inconsciencia!

17. Con el transcurso del tiempo, algunas obras de misericordia corpo-rales han variado en su enunciado o en su aplica-ción. La atención a los pe-regrinos se suele formular ahora como “dar un techo al que no lo tiene”. En los momentos actuales, com-prende la ayuda a los emi-grantes que abandonan su país buscando trabajo, mejores condiciones de vida, etc. Ningún discípulo del Maestro puede desen-tenderse de ocuparse de

estos hombres o mujeres; a veces, familias enteras. Pienso de modo particular en los cristianos perseguidos por mo-tivos religiosos, y cuyo exilio ha de avivar en nosotros el sentido de la Comunión de los santos.

El Papa Francisco ha lanzado una llamada apremiante a las autoridades, y a todos los hombres de buena voluntad, para que busquen remedios concretos a esta necesidad. Ya en la exhortación apostólica Evangélii gáudium nos pedía: «Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad, donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso apa-rentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmedia-tos: los sin techo, los tóxico-dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos»6. Últimamente, como preparación

5 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1520.6 Papa Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 210.

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inmediata para el Año de la miseri-cordia, ha intensificado este urgente llamamiento7.

Hagamos eco a estas exhorta-ciones del Santo Padre y animemos a parientes, amigos y conocidos a tenerlas muy presentes, de acuer-do con las circunstancias y las po-sibilidades de cada uno. Además de rezar, que examinen cómo pueden intervenir personalmente: desde avivar la conciencia de la opinión pública ante esta emergencia, hasta facilitar un alojamiento, un puesto de trabajo, una ayuda económica, etc. Actuando siempre con res-ponsabilidad personal, un buen modo de secundar esta intención consiste también en no sentirse ajenos a las iniciativas de las diócesis y de las parroquias, a las que el Romano Pontífice ha confiado de modo especial esta labor. Me consta que muchos de vosotros y de vosotras, así como Cooperadores y amigos, intervenís ya en acciones con-cretas para servir a los emigrantes: os lo agradezco en nombre del Señor, porque el bien que prestamos a esos hermanos o hermanas nuestros se lo prestamos al mis-mo Jesucristo.

Las obras de misericordia espirituales18. San Josemaría nos confiaba: me atrevo a decir que,

cuando las circunstancias sociales parecen haber des-pejado de un ambiente la miseria, la pobreza o el dolor, precisamente entonces se hace más urgente esta agude-za de la caridad cristiana, que sabe adivinar dónde hay necesidad de consuelo, en medio del aparente bienestar general8.

Pensemos que los gestos de amor al prójimo no se limi-tan a una aportación material, por necesaria que ésta sea. El Romano Pontífice lamenta que «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual»9. La Iglesia se ha caracterizado a lo largo de su historia por la promoción de las obras de misericordia espirituales, tan reales y actuales siempre: «Dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos»10.

7 Cfr. Papa Francisco, Alocución en el Ángelus, 6-IX-2015.8 San Josemaría, Carta 24-X-1942, n. 44.9 Papa Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 200.10 Papa Francisco, Bula Misericordiæ vultus, 11-IV-2015, n. 15.

¡Qué delicada resulta esta caridad espiritual! ¡Y qué imprescindible es en estos momentos, cuando tantos y tantas sufren la soledad, la incomprensión, las persecuciones, las maledicencias y calumnias; o bien se debaten en la duda, sin conocer la senda que conduce al Cielo! Porque la generalización de los remedios so-ciales contra las plagas del sufrimiento o de la indi-gencia —que hacen posible hoy alcanzar resultados humanitarios, que en otros tiempos ni se soñaban—, no podrá suplantar nunca, porque esos remedios so-ciales están en otro plano, la ternura eficaz —huma-na y sobrenatural— de este contacto inmediato, per-sonal, con el prójimo: con aquel pobre de un barrio cercano, con aquel otro enfermo que vive su dolor en un hospital inmenso; o con aquella otra persona —rica, quizá— que necesita un rato de afectuosa con-versación, una amistad cristiana para su soledad, un amparo espiritual que remedie sus dudas y sus escep-ticismos11.

Recordemos aquel suceso de la mendiga a la que san Josemaría sólo pudo ofrecerle su dedicación espiritual y su sacerdotal afecto humano. En correspondencia, la mu-jer decidió ofrecer su vida por la Obra. Al reencontrarla más tarde en un hospital y conocer la ofrenda dirigida al Señor por aquella mendiga, la calificó como la primera vo-cación de entre sus futuras hijas.

19. Entre las numerosas acciones de solidaridad o de fraternidad cristiana, me detengo sólo en algunas: en-señar al que no sabe, dar consejo a quien lo necesite, perdonar las ofensas. Son demostraciones de una cari-dad esmerada que hemos de actuar con todos, y espe-

11 San Josemaría, Carta 24-X-1942, n. 44.

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cialmente con los que se hallan más cerca de nosotros: los miembros de nuestra familia, los amigos y colegas de trabajo, los conocidos...

Enseñar al que no conoce las verdades de nuestra fe, constituye una manifestación de misericordia de funda-mental categoría. Nuestro Fundador lo resumía en pocas palabras: dar doctrina es la gran misión nuestra. Subrayó a menudo que el gran enemigo de Dios y de las almas es la ignorancia religiosa, y afirmaba que la labor del Opus Dei es una gran catequesis, un situar al alcance de todos el mensaje salvador de la Iglesia y enseñar a practicarlo. Convéncete: tu apostolado consiste en difundir bondad, luz, entusiasmo, generosidad, espíritu de sacrificio, constancia en el trabajo, profundidad en el estudio, am-plitud en la entrega, estar al día, obediencia absoluta y alegre a la Iglesia, caridad perfecta...12. Todo ese plan re-quiere esfuerzos generosos para facilitar la formación doc-trinal, espiritual y apostólica a las personas con las que nos relacionamos. ¡Qué alegría cuando la verdad del Evangelio ilumina los diversos campos de nuestro quehacer: profe-sional, social, cultural!

Procuremos, en este Año de la misericordia, incre-mentar el empeño para que muchas almas se acerquen al calor de la Iglesia, Esposa de Jesucristo y Madre nues-tra. Lo alcanzaremos, con la ayuda de Dios, si cada una y cada uno se afana personalmente por acercar más ami-

12 San Josemaría, Surco, n. 927.

gos, colegas y conocidos a los medios de formación.

20. Los modos de dar un buen consejo a quien lo ha de menester son igualmente va-riadísimos. El primero, el tes-timonio de nuestra conducta. Así fue el paso de Cristo por nuestra tierra, como nos re-petía con machacona insis-tencia san Josemaría. Nuestro Padre amaba detenerse en ese ejemplo con las palabras que abren los Hechos de los Apóstoles: Jesús comenzó a hacer y a enseñar (Hch 1, 1). A continuación del testi-monio de la propia conducta, surge el momento de expo-ner la palabra oportuna, re-pleta de claridad y de cariño, sin herir, pronunciada al oído de nuestros amigos o conoci-

dos: el apostolado de amistad y confidencia, en el que tanto insistió nuestro Padre.

¡Cuán fecunda es esa coherencia entre lo que uno realiza y lo que afirma! En ocasiones tomará la forma de la corrección fraterna, como enseña el Evangelio (cfr. Mt 18, 15-17): una obra de misericordia noble, valiente y fecunda, que nace de la caridad, del interés por el amigo o por la amiga.

«Hoy somos generalmente muy sensibles —decía Benedicto XVI a este propósito— al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último (...). Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana»13. Y añadía: «Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodi-dad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el cami-no del bien»14.

13 Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma de 2012, 3-XI-2011, n. 1.14 Ibid.

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Mostrémonos agradecidos a san Josemaría, que nos recalcó la eficacia de esta práctica evangélica como un modo excelente, bueno y habitual, de ayudar al prójimo, que nace de la caridad y se ha de ejercer con humildad real y prudencia sobrenatural.

Porque «lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdade-ra solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afir-ma: “Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tenta-do” (Gal 6, 1).

»En nuestro mundo impregnado de individualismo —proseguía Benedicto XVI—, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad»15.

21. Perdonar las ofensas define otro modo maravillo-so de ejercitar la caridad. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midáis se os medirá (Lc 6, 37-38). Meditemos la parábola de aquel hombre que no quiso re-mitir a su compañero una deuda pequeñísima, después de que su señor le había condonado a él una suma enorme. ¿Y cuál fue la respuesta del señor?: siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañe-ro, como yo la he tenido de ti? Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Del mismo modo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano (Mt 18, 32-35).

Perdonar los agravios representa un indicio claro de que somos y nos comportamos como hijos de Dios. Lejos de nuestra conducta, por tanto, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido —por injustas, inciviles y toscas que hayan sido—, porque es impropio de un hijo de Dios te-ner preparado un registro, para presentar una lista de agravios. No podemos olvidar el ejemplo de Cristo16. San Lucas, precisamente al relatar la Pasión del Señor, escri-be que cuando llegaron al lugar llamado “Calavera”, le crucificaron allí a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, per-dónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23, 33-34).

15 Ibid.16 San Josemaría, Amigos de Dios, n. 309.

Evidentemente, quizá no resulta fácil este modo de conducirse; pero la gracia de Dios lo convierte en camino hacedero, como lo muestra la conducta de tantos cristia-nos que, desde los primeros momentos de la historia de la Iglesia, y también ahora, han sabido no sólo ser clementes, sino amar sinceramente a sus perseguidores. En esta línea, san Josemaría tomó la decisión recta y permanente de per-donar siempre y en todo momento, que confirmó además con el ejemplo y con la palabra.

No odiar al enemigo, no devolver mal por mal, re-nunciar a la venganza, perdonar sin rencor, se conside-raba entonces —y también ahora, no nos engañemos— una conducta insólita, demasiado heroica, fuera de lo normal. Hasta ahí llega la mezquindad de las criaturas. Jesucristo, que ha venido a salvar a todas las gentes y desea asociar a los cristianos a su obra redentora, qui-so enseñar a sus discípulos —a ti y a mí— una caridad grande, sincera, más noble y valiosa: debemos amarnos mutuamente como Cristo nos ama a cada uno de noso-tros. Sólo de esta manera, imitando —dentro de la pro-pia personal tosquedad— los modos divinos, lograremos abrir nuestro corazón a todos los hombres, querer de un modo más alto, enteramente nuevo17.

Seremos juzgados en base a nuestras obras de mise-ricordia: «Si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba en-fermo o prisionero (cfr. Mt 25, 31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de estar cerca de quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio, que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios, que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se torna de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga..., para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asista-mos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzga-dos en el amor”»18.

17 San Josemaría, Amigos de Dios, n. 225.18 Papa Francisco, Bula Misericordiæ vultus, 11-IV-2015, n. 15. La cita de san Juan de la Cruz es de Palabras de luz y de amor, 57.

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Amor conyugal y vida de piedad

Rosamaría Aguilar

“La familia que reza unida, permanece unida”. Este dicho constata que Dios desea contribuir al proyecto de cada familia. Nuevo editorial de la serie sobre el amor humano. (www.opusdei.es)

Tenemos una gran suerte porque el matrimonio no es cosa de dos, sino de tres. ¿Y quién es el tercero en dis-cordia, estaréis pensando? Pues, además de los cónyuges hay alguien todavía más interesado en sacar adelante el proyecto de cada matrimonio, el proyecto de santidad de cada cónyuge: Dios.

Jesucristo elevó el matrimonio natural a la alta cate-goría de sacramento, para dar una gracia especial a cada uno de los esposos al emprender este camino apasionante de formar una nueva ‘iglesia doméstica’; y además no nos deja solos, sino que se entremete en nuestra vida y es como si nos dijera: “Yo me implico en todo lo vuestro, pequeño o grande, permanente o efí-mero; recorreréis mi senda, habrá ra-tos para todo, estaremos en Nazaret, en Betania… y en el Calvario; pero no acaba ahí porque habrá también Resurrección: pero, confiad, pues Yo estaré siempre con vosotros animan-do vuestras jornadas”.

Como decía san Josemaría: “El matrimonio está he-cho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado –con la gracia de Dios– todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive”[1].

La vida conyugal es verdadero itinerario de santidad cristiana, y el truco que cualquier matrimonio busca para conseguir la felicidad consiste en hacer Su voluntad en cada situación y amar mucho, mucho, como Él nos ha

amado. Por eso en una familia cuando uno está pendiente de los demás es más feliz, porque entonces de su felicidad se ocupan los otros y, por supuesto Dios: Él nunca falla.

Como nos ha dicho el Papa Francisco en su catequesis sobre la familia: “Dios ha confiado a la familia, no el cui-dado de una intimidad en sí misma, sino el emocionante proyecto de hacer‘doméstico’ el mundo. La familia está en el inicio, en la base de esta cultura mundial que nos salva; nos salva de tantos, tantos ataques, tantas destrucciones, de tantas colonizaciones, como aquella del dinero o como

aquellas ideologías que amenazan tanto el mundo. La familia es la base para defenderse”[2].

El hombre no podrá sacar lo mejor de la mujer si no está cerca de Dios, y la mujer no podrá sacar lo me-jor del varón si no está cerca de Dios.

En este sentido, vale la pena recu-perar el sentido del matrimonio sa-

cramental. No sólo como un evento festivo o familiar –que lo es–, sino porque entendemos con profundidad lo que vamos a hacer: la recíproca entrega-aceptación de nuestras personas en su conyugalidad, participando del misterio de amor entre Cristo y su Iglesia. De aquí que la etapa de no-viazgo sea tan crucial para ir poniendo ya a Dios en el centro de nuestra vida personal: y que llegue a formar parte de un tu, un yo y de un nosotros abierto a los hijos, y a otras fa-milias. El hombre no podrá sacar lo mejor de la mujer si no está cerca de Dios, y la mujer no podrá sacar lo mejor del varón si no está cerca de Dios. Estar o no cerca de Dios es clave para la felicidad matrimonial.

Desde nuestro matrimonio también podemos ser –sin mérito alguno de nuestra parte– luz para los demás: luz

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que diga –sin decir– que Dios está en nuestra vida porque las cosas en nuestro matrimonio y en nuestra familia, con naturalidad se sobrenaturalizan; no hacemos nada raro: tra-bajamos como los demás, salimos y nos distraemos como los demás, nos reímos como los demás, tenemos las inquie-tudes propias de nuestra edad, sueños, quimeras que quizá cumplamos o quizá no. Pero procuramos ponerlo todo en manos de Dios: esta es la diferencia… y lo vivimos con una alegría de fondo: porque si tenemos un hijo con problemas, o si parece que los hijos no llegan, si hay una enfermedad, lloraremos como los demás, pero con los pies en la tierra y los ojos mirando al cielo.

“La caridad llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores –nos recuerda san Josemaría–; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mos-trándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo po-dría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria”[3].

Rezar juntos en familia –respetando la libertad y la edad de cada uno de los hijos: la fe se trasmite, no se impone– es algo que la tradición cristiana recomienda pues, a través de esas pequeñas pero concretas prácticas de piedad familia-res, se ha transmitido la fe generación tras generación: rezar por la mañana –el ofrecimiento a Dios de nuestra jornada–, el Angelus al mediodía, y por la noche las tres Avemarías; invocar a Dios al empezar un viaje; asistir juntos a la Misa dominical; y quizá rezar el Rosario en familia, porque como se dice “la familia que reza unida, permanece unida”, pero siempre. Entre esas prácticas resulta muy familiar la bendi-ción de la mesa, como nos recuerda Laudato si’: “Una expre-sión de esta actitud [contemplativa ante la creación] es de-tenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidari-dad con los más necesitados”[4].

Los esposos tenemos el deber conyugal, que prome-timos el día de nuestro matrimonio, de la ayuda mutua, y ayudar al otro es abrirle un horizonte para que pueda sacar lo mejor, y por supuesto animarle a estar cerca de Dios –sin atosigar, ni importunar indebidamente; porque el mejor y

más eficaz modo de atraer a Dios, el compelle intrare (Lc 14,23) del evangelio, es amar y rezar por el otro cónyuge y por los hijos–, porque lo más importante para uno es llevar al cónyuge al cielo, pero ayudándole a apreciar el bien por sí mismo.

Hay que respetar los tiempos de cada quien, las posi-bles crisis: estando, acompañando, rezando y no agobiando. Pero al revés también: respetar al otro en sus ratos de intimi-dad con Dios, aunque el otro no los comparta, es algo que no entorpece nuestro matrimonio, sino que lo enriquece. Es importante el respeto mutuo, y más en lo que toca a la conciencia, que es el lugar en el que cada uno abre su inte-rioridad al Señor, el lugar donde nuestra libertad cuaja las decisiones más trascendentes de su vida. La intimidad con Dios es personal y cada uno ha de descubrir su personal camino hasta Él, que ciertamente pasa por el otro cónyuge: esto es muy enriquecedor para ambos.

Dios se ha implicado en esta aventura del matrimonio con nosotros, porque le ha dado la gana, porque nos ama de modo entrañable y desea nuestra felicidad, y porque quiere que seamos luz para los demás, y que formemos una autén-tica ‘Iglesia doméstica’ con nuestros hijos. “En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora (...). Esta misión apos-tólica de la familia está enraizada en el bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según el plan de Dios”[5]. ¡Qué grande es la misión a la que Dios ha llamado a los esposos, y que ha puesto en sus manos! ¡Qué maravillosa responsabilidad estar en el mismo surgir de una sociedad renovada por la caridad de Cristo, y qué imperiosa necesidad de Su auxilio!

Notas:[1] San Josemaría, Conversaciones, n. 91.[2] Papa Francisco, Audiencia 16/09/2015.[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 23.[4] Papa Francisco, enc. Laudato si’, n. 227.[5] San Juan Pablo II, exhort. apost. Familiaris consortio, n. 52.

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Natalia López Moratalla: Cómo el vínculo con el hijo potencia las capacidades de la madre y del padre

Un plus cerebral por ser padres

LUIS LUQUE Aceprensa, diciembre 2015

La gestación de un bebé no es solo un proceso de de-sarrollo, crecimiento y maduración del nuevo ser. También el cerebro de sus progenitores experimenta modificacio-nes y adaptaciones que les facilitan y predisponen a ejer-cer su papel de padres. Según se ve, en esta “autopista” biológica, las influencias vuelan en ambas direcciones.

La Dra. Natalia López Moratalla, presidenta de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica, y docen-te de la Universidad de Navarra, ha investigado el tema, como parte del proyecto Los secretos del cerebro. En días pasados, al presentar su estudio Cerebro materno y cere-bro paterno: adaptación de estilos de vida familiar, la ex-perta describió al dedillo los mencionados cambios a nivel cerebral en los padres, una “reprogramación” casi auto-mática, encaminada a asegurar al bebé el mayor bienestar posible y que, simultáneamente, les vuelve a ellos perso-nas más atentas y con mayor capacidad de concentración y reacción en las actividades cotidianas.

— Según entiendo de su tesis, habría todo un condi-cionamiento, digamos, bioquímico en la relación de los padres con su bebé. ¿Cómo se traduce en cada caso?

— Más que un condicionamiento, lo que existe es una posibilidad radical de cada persona humana de ser madre o ser padre según su identidad biológica, sea de mujer o de varón. El primer nivel de todo ser humano es el bioló-gico. La persona, como ser vivo mamífero, tiene dos deter-minaciones: una, de qué padre y de qué madre procede, que le hace ser esa persona concreta, y la segunda, si el gameto paterno llevaba el cromosoma X, con lo que es mujer y desarrollará su cuerpo femenino, o si llevaba el cromosoma Y, lo que le constituye como varón.

Ser cuerpo humano de mujer –dotación cromosómica XX– le capacita para engendrar, gestar y dar a luz un hijo. Su cerebro, con diseño necesariamente femenino, desarrolla du-rante el embarazo su “cerebro social”, de forma que crea el vínculo de apego materno. Es la naturaleza la que se lo regala.

Una ventaja de la maternidad es el rejuvenecimiento del cuerpo de la mujer con cada hijo que gesta

El padre, con su constitución corporal –dotación cro-mosómica XY–, queda siempre fuera del proceso de ges-tación. No se lo da la naturaleza. Es cuidando a su hijo que se “gana” ese vínculo de apego paterno.

Ahora bien, los dos son vínculos de amor. El materno es de amor “ciego”, indulgente al punto de no ver defecto en el hijo, porque se silencian los mecanismos del enjui-ciamiento negativo, mientras que el paterno comprende, y justamente al mejorar su capacidad de evaluar, asegura el futuro.

El “cerebro social” de los padres— ¿En qué medida el bebé puede, a su vez, modificar

el comportamiento y las reacciones de sus progenitores?

— La atención al bebé enriquece el “cerebro social” de sus padres. El cerebro “mide” las relaciones con los de-más como distancias afectivas, por el mismo proceso con que calcula las distancias físicas. Y un vínculo de apego es precisamente eliminar distancias, llegar a esa fusión con la otra persona que es el amor de los padres a los hijos. El vínculo con el hijo hace a los padres más abnegados, comprensivos, generosos… Al desarrollar sus cualidades,

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les prepara para acudir con pron-titud a solucionar las necesidades del hijo.

Es así que, si el rostro de todo bebé despierta en los demás un afecto que induce a atenderles, en los progenitores además pone en marcha los sistemas cerebrales que les permiten acertar las respuestas a lo que reclama. El cerebro de los padres se “enciende” ante el llan-to del hijo, mientras el cerebro de los no padres se calienta solo si el niño le ríe.

— ¿Qué ventajas, en lo bioló-gico y psicológico, conlleva para la persona el aconteci-miento de la paternidad y la maternidad?

— De nuevo tenemos que diferenciar entre madre y padre. El nivel biológico es específico. Una ventaja de la maternidad es el rejuvenecimiento del cuerpo con cada hijo que gesta. Con cada embarazo, células jovencísimas de cada hijo pasan a su sangre y se mantendrán en la mé-dula de sus huesos. Es un obsequio de la naturaleza que, lógicamente, cuida de modo especial el cuerpo de la ma-dre, porque en ello le va la supervivencia.

En cada persona, el nivel biológico está inseparable-mente fundido con el nivel del espíritu, de la libertad, que le permite convivir. Su cerebro y, por tanto, su psiquismo no se despliegan si no es en relación con los demás.

Por ello, el vínculo con el hijo potencia las capacida-des propias. En la madre, la relación de empatía emocio-nal que le aporta su gestación, se enriquece obviamente con el cuidado; es más, cuando atiende otras tareas –por ejemplo, laborales– desarrolla un cerebro multitarea que le permite seguir teniendo centrada su atención en el bebé.

Por su parte, en el padre, el cuidado del hijo peque-ño, el contacto físico habitual con él, adapta su cerebro mediante un aumento de la empatía cognitiva propia. La atención al bebé le elimina el estrés, le aumenta la memo-ria emocional y hasta la flexibilidad cognitiva.

Madre y padre hacen falta— ¿Puede considerarse un absoluto el argumento

de la complementariedad entre padre y madre, habida cuenta de que muchas personas pueden considerarse equilibradas y satisfechas con su vida, pese a haber sido criadas por solo uno de sus progenitores?

— El cerebro es plástico a lo largo de la vida y registra todo. Las experiencias, las vivencias, las decisiones, las re-laciones con los demás; todo deja huella y nada determi-na. La influencia del entorno familiar de los primeros años es muy grande por la enorme plasticidad del cerebro. Y en la infancia necesita como nunca de la familia, no solo para subsistir, sino por la necesidad de establecer los vínculos de apego seguros, que marcaran su psiquismo.

El hecho de que una persona haya sido criada por uno solo de sus progenitores no significa que no haya tenido una figura materna o paterna con la que alinear su cere-bro. En el entorno familiar puede contar con quien haga las veces del progenitor que le falta.

— En un contexto de regulación de la adopción por parte de parejas homosexuales, algunos afirman que “no pasa nada”; que para un chico es igual que haber sido criado por una pareja heterosexual. Mi pregunta es esa: ¿En verdad “no pasa nada”? ¿Todo son “ventajas”?

— Pienso que más que afirmar que “no pasa nada” ha-bría que decir que no hay suficiente experiencia para afir-mar con rigor científico qué es lo que pasa. Conocemos con rigor la necesidad de la relación con la figura materna y paterna desde la primerísima infancia. Habría que extra-polar a esa situación lo que ocurre cuando se le resta una de ellas, precisamente si se pretende que se duplique la otra.

La experiencia de la adopción señala una relación di-recta entre las deficiencias psicológicas de los niños y el tiempo en que hayan estado sometidos a carencias afec-tivas familiares. Darles un hogar es una necesidad. Pero ante la duración de los procesos de adopción urge, como se está haciendo en comunidades sensibles a la enorme

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importancia de la familia, intentar que sean acogidos en una familia, que tengan padre, madre y hermanos... Esto exige mucha generosidad, y me atrevo a decir que se lo de-bemos por justicia a los bebés que han sido abandonados por parte de sus padres.

A buena atención, mayor supervivencia neuronal

Según el mencionado estudio de la Dra. Moratalla, en el organismo de la mujer se verifican durante el embarazo varios procesos resultantes de esa condición. Se constata que los niveles de progesterona aumentan en el torrente sanguíneo y en el cerebro, lo que impide la liberación de cortisol y, con ello, disminuye la reacción física y emocio-nal de la mujer al estrés.

De igual modo, desde el quinto mes, cuando el feto presiona con sus pies el vientre materno, se libera en la

mujer una mayor cantidad de oxitocina, acumulada en las neuronas del hipotálamo, lo que crea nuevas conexiones neuronales en su cerebro.

Los mayores niveles de la también llamada “hormona de la confianza” derivan de este modo en una mejor mo-tivación para participar en interacciones sociales, y en una mayor generosidad, a través de la identificación emocional con otra persona. En el padre, dicho incremento se produ-ce en la medida en que se involucra en el cuidado del bebé y genera una empatía cognitiva.

Respecto al nuevo ser, el estudio afirma que el cuidado de ambos padres mejora la génesis neuronal, y que se ha comprobado una reducción de la creación de nuevas neu-ronas en varones adultos como resultado de haber sufrido la separación materna de niños, mientras que la supervi-vencia de esas células es mayor en aquellos adultos que, de pequeños, recibieron una buena atención materna.

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Cuando la preocupación por los hijos resulta excesiva

Padres que impiden crecer Josemaría Carabante

Aceprensa, marzo 2016

Los psicólogos hablan de la paradoja de la crianza para referirse a esa ambigüedad que sienten todos los padres: a la satisfacción por ver crecer a sus hijos, se añade una intensa ansiedad por su seguridad y por su futuro. Hoy este temor parece haberse acentuado y se habla de padres helicópteros en referencia a aquellos que se muestran excesivamente protectores con sus hijos y cuyo modo de educar resulta contraproducente.

How to Raise an Adult (Henry Holt & Company, Nueva York, 2015), de Julie Lythcott-Haims, es uno de los últi-mos ensayos dedicados a denunciar ese estilo “invasivo” y controlador que impide que los niños maduren. Con el fin de protegerles y ayudarles, muchos padres bieninten-cionados ahorran a sus hijos situaciones incómodas que resultan imprescindibles para su formación. A juicio de esta autora, los “padres helicóptero” terminan no tanto “preparándoles para la vida como protegiéndoles de ella”.

Desde que en la década de los noventa Foster Cline y Jim Fay llamaron la atención sobre la excesiva implicación de los padres como consecuencia de cambios culturales y económicos, el fenómeno de los “padres helicóptero” –continuamente revoloteando sobre sus hijos– se ha ex-tendido entre las clases medias y altas. Pero ¿a qué se refie-re? Algunos especialistas han resumido que se trata de un estilo educativo que tiende a resolver todos los problemas de la vida del hijo, adelantarse a sus deseos y a tomar de-cisiones por ellos, con independencia de si pueden o no hacerlo por sí mismos.

La mejora en las condiciones de vida y una mayor con-ciencia sobre su responsabilidad como padres han invo-lucrado más a las familias en la educación. Según el estu-dio “Modern Parenthood”, realizado en 2013 por el Pew Research Center, los padres y las madres pasan más tiem-po ahora con sus hijos que hace décadas. También han caí-do ciertas barreras; existe más cercanía y se han despres-tigiado las actitudes autoritarias. Todo ello ha redundado en beneficio de la vida familiar. Pero también es cada vez más fácil desarrollar inclinaciones hiperprotectoras. Si las deficiencias educativas de los baby boomers se achacaban a la despreocupación de sus padres, quizá las de las nuevas generaciones se deba a su presencia excesiva.

La obsesión por la seguridad

Lythcott-Haims, que dirige el departamento de aseso-ramiento y orientación de alumnos en la Universidad de Stanford, se ha percatado de una de las consecuencias de esa obsesiva implicación: se ha retrasado el ingreso en la vida adulta y los jóvenes de hoy requieren de la ayuda de sus padres para hacer cosas que antes resolvían sin su con-curso, como afrontar por sí mismos problemas académi-cos, profesionales o emocionales.

En un artículo publicado en la revista Education and Training (2014), dos investigadoras, J. Bradley-Geist y J. Olson-Buchanan, mostraron que era más probable que los hijos sobreprotegidos carecieran de ciertas “aptitudes blandas”, como iniciativa, responsabilidad o capacidad de aprender de los propios errores, importantes en el mercado laboral. Asimismo, relacionaron la “crianza invasiva” con una menor eficacia en el empleo y con una mayor probabilidad de tener problemas de adaptación en el entorno de trabajo.

Sin embargo, para Lythcott-Haims, esas actitudes de los padres helicópteros que tan perjudiciales se muestran para la vida adulta nacen ya en esa desmesurada solicitud con que, por ejemplo, protegen a sus hijos pequeños. Se

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evita que los niños salgan solos de casa a una edad a la que ya podrían hacerlo sin peligro, se acolcha el entorno para evitar lesiones, se les impide hablar con adultos o se contesta por ellos, etc. Los “padres helicóptero” miman tanto a sus hijos que dificultan que adquieran de un modo natural autonomía e independencia.

Una autoestima solo sentimentalPara Lythcott-Haims, la proliferación de este modelo

constituye una reacción a la cultura familiar precedente y una respuesta a la presión social que existe sobre el éxito. Pero además ha contribuido a su difusión la relevancia pe-dagógica que desde hace varias décadas ha adquirido la cuestión de la autoestima en los niños, aunque entendida desde una óptica sentimental.

Los hijos de hoy día pertenecen a lo que se ha llama-do “la generación que siempre consigue un premio”, y en parte se debe al esmero con que los padres se cuidan de no herir los senti-mientos de sus hijos. En la vida acadé-mica y familiar se ofrecen recompen-sas y gratificaciones por acciones o conductas que antes se consideraban normales o exigibles, y se aplaude como logro cualquier acción del niño para no dañar su autoestima.

Sin embargo, como algunos estu-dios han mostrado, esto hace a los ni-ños muy susceptibles y más inseguros. Crea en ellos además “una percepción equivocada de lo que es excelente y la falsa idea de que, hagan lo que hagan, ahora o en su vida adulta, tendrán de alguna manera que ser premiados”.

Un niño con la agenda llena

Por otra parte, los padres también se han implica-do más en la vida de sus hijos debido a la obsesión cul-tural por el éxito o por lo que David Brooks ha llamado los “logros de currículum” (ver Aceprensa, 15-06-2015). Los “padres helicóptero” quieren que sus hijos alcancen determinados estándares y que triunfen, y les estimulan hasta el agotamiento, sometiéndoles a un horario sobre-cargado de actividades académicas y extraacadémicas que les saturan. Sin embargo, a juicio de Madeline Levine, que trabaja como psicóloga con adolescentes desde hace más de treinta años, esta estrategia no tiene buenos resultados.

Tanta exigencia, que contrasta con la condescenden-cia que muestran en otros aspectos, es la que propuso en su momento la ya conocida Madre Tigre, Amy Chua (ver Aceprensa, 3-01-2012). Lythcott-Haims denuncia versiones menos severas pero igual de perjudiciales para la salud psi-cológica de hijos y progenitores. Y, sobre todo, advierte de la transformación de la vida familiar que ha provocado esa presión: “Ha habido un gran cambio cultural. El tiem-po pasado en familia ha dejado de ser un tiempo relajante y de descanso. Ahora todo está estructurado, parcelado y organizado y repleto de actividades”.

En una jornada infantil llena de ocupaciones impues-tas, con la sensación de que hay cada vez más deberes, los padres ejercen la función de “asistentes” de sus hijos. Así evitan que asuman tareas domésticas o que se distraigan en juegos poco productivos, para que se centren y cum-plan con las ambiciosas expectativas depositadas en ellos.

Sin embargo, la proyección de esta elevada exigencia en la niñez y en la adolescencia, además de haber incre-mentado los casos de estrés y ansiedad de padres e hijos y extenuarles, aumenta las posibilidades de frustración tanto del niño, que no cumple con lo que se espera de él, como de los padres, que cuando no logran los resultados espe-rados, piensan que han fracasado en su labor educativa.

Ayudar, no reemplazar

Hay cierta contradicción en los modos de actuar de los “padres helicóptero”, que oscilan así entre la indulgencia en las cuestiones relacionadas con el carácter de sus hijos y sus desorbitadas expectativas académicas. Lythcott-Haims propone un estilo educativo intermedio y lleno de sentido común que paulatinamente prepare a los hijos para la vida

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adulta. Eso implica, entre otras cosas, la difícil decisión de dejarles hacer las cosas por sí mismos, aun cuando se equivoquen. Ayudarles, señala, no es lo mismo que hacer todo por ellos.

De modo general, y recogiendo los consejos de psi-cólogos infantiles, hay que evitar tres actitudes: hacer por ellos lo que pueden hacer solos; hacer por ellos lo que casi pueden hacer solos y que, por esta razón, les enrique-ce; y, por último, evitar que las exigencias estén motivadas por las aspiraciones de los propios padres –por su propio ego–, pues de otro modo “estaríamos construyéndoles un camino que tiene que ver más con nosotros mismos que con ellos”.

En su libro Teach Your Children Well, publicado en 2012, Levine recomienda ejercitar un mayor desape-go. Eva Millet en Hiperparternidad (Plataforma, Barcelona, 2016), siguien-do a la psicóloga americana, propone una “sana desatención” –confiar más en ellos, evitar controlarles y no atosi-garles–. Se trata, en definitiva, de que como educadores los padres pongan fin a esa “crianza invasiva” que coarta el aprendizaje, cohíbe la adquisición de responsabilidades y ofrece a los niños una infancia vicaria, libre en efecto de peligros, pero también de oportunidades para progresar.

Jugar, una inversión segura

Para contrarrestar el estilo educativo de los “padres helicóptero”, Lythcott-Haims sugiere recuperar espacios lúdicos y reconocer la potencia pedagógica del juego. Jugando libremente, los niños desarrollan virtudes y des-trezas: aprenden a manejarse en el entorno y a relacionar-se con los demás, ponderan sus deseos y los expresan, se habitúan al esfuerzo, ejercitan la generosidad y la pa-ciencia, posponen la gratificación… Jugar es, en todos los sentidos, “una inversión para la vida”.

Pero no se trata de incluir momentos concretos de esparcimiento en el atareado día a día de los niños, sino de establecer “tiempos no estructurados” que les des-cansen y relajen. Recomienda evitar los juegos progra-mados y electrónicos, ya que en ellos los niños son nor-

malmente espectadores pasivos y por tanto no fomentan su creatividad.

La asignación de tareas domésticas a los hijos es tam-bién insustituible en su desarrollo. Lythcott-Haims de-fiende su provecho formativo incluso también cuando se cuenta con empleada del hogar. Ayudar en casa les enseña a cumplir de un modo natural con lo que se espera de ellos, les instruye sobre el valor del sacrificio, contribuye a que aprecien las cosas y es un modo sencillo de que asu-man responsabilidades.

Comer y dialogar en familia

La sobreprotección puede dañar también la autono-mía intelectual de los niños y complicar los procesos por medio de los cuales elaboran opiniones propias, así como

debilitar su pensamiento crítico. ¿Cómo fomentar el desarrollo intelectual y emocional de los hijos? Lythcott-Haims lo tiene claro: comiendo en familia.

Cuando en la mesa se favorece la conversación y se pregunta a los niños por sus cosas, ofreciéndoles oportuni-dades para expresarse, se comparten situaciones y hay un ambiente distendi-do y amable, se está formando adultos

independientes, estables emocionalmente y maduros. El diálogo entre padres e hijos es, así, una estrategia valiosa que les enseña a pensar. Por medio de preguntas, y evitan-do sobre todo ofrecerles respuestas inmediatas, los padres ayudan a que los hijos saquen sus propias conclusiones y les orientan en la formación de sus propios criterios.

Para Lythcott-Haims, la educación tiene como objetivo que el niño adquiera competencias y construya hábitos que le ayudarán después en su vida adulta a alcanzar una existencia plena y satisfactoria. Pero también es consciente de que no es posible educar sin el ejemplo. Con frecuen-cia, en la literatura pedagógica se pone el acento en la me-jora de los hijos, pero tanto Lythcott-Haims como Levine o Millet creen que es preciso que los padres tengan una vida propia. Por eso les invitan también a “invertir en sí mismos”, cuidar sus relaciones y convertirse en los padres que quieren ser, pero también en los que sus hijos real-mente necesitan.

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San Josemaría Escrivá. Amor a la libertad

Me gusta hablar de aventura de la libertad, porque así se desenvuelve vuestra vida y la mía. (Amigos de Dios, 35)

Tesoros divinos sean llevados en vasos de barro

En esa tarea que va realizando en el mundo, Dios ha querido que seamos cooperadores suyos, ha querido co-rrer el riesgo de nuestra libertad. Me llega a lo hondo del alma contemplar la figura de Jesús recién nacido en Belén: un niño indefenso, inerme, incapaz de ofrecer resistencia. Dios se entrega en manos de los hombres, se acerca y se abaja hasta nosotros.

Jesucristo teniendo la naturaleza de Dios, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios, y no obstante se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo. Dios condesciende con nuestra libertad, con nuestra imperfección, con nues-tras miserias. Consiente en que los tesoros divinos sean llevados en vasos de barro, en que los demos a conocer mezclando nuestras deficiencias humanas con su fuerza divina.

(Es Cristo que pasa, 113)

Canto a la libertadNunca te habías sentido más absolutamente libre que

ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendi-miento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios.

(Surco, 787)

Entiendo muy bien, precisamente por eso, aquellas palabras del Obispo de Hipona, que suenan como un ma-ravilloso canto a la libertad: Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti, porque nos movemos siempre cada uno de nosotros, tú, yo, con la posibilidad —la triste desventura— de alzarnos contra Dios, de rechazarle —quizá con nuestra conducta— o de exclamar: no queremos que reine sobre nosotros.

(Amigos de Dios, 23)

¿Quieres tú pensar —yo también hago mi examen— si mantienes inmutable y firme tu elección de Vida? ¿Si al oír

esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la santidad, respondes libremente que sí? Volvamos la mirada a nues-tro Jesús, cuando hablaba a las gentes por las ciudades y los campos de Palestina. No pretende imponerse. Si quie-res ser perfecto...(Mt, 19,21), dice al joven rico.

(Amigos de Dios, 24)

Amar es... no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar someti-do venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia.

(Surco, 797)

Donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad

Para perseverar en el seguimiento de los pasos de Jesús, se necesita una libertad continua, un querer conti-nuo, un ejercicio continuo de la propia libertad.

(Forja, 819)

Necesitas formación, porque has de tener un hondo sentido de responsabilidad, que promueva y anime la ac-tuación de los católicos en la vida pública, con el respeto debido a la libertad de cada uno, y recordando a todos que han de ser coherentes con su fe.

(Forja, 712)

Sólo si defiende la libertad individual de los demás con la correspondiente personal responsabilidad, podrá, con honradez humana y cristiana, defender de la misma mane-ra la suya. Repito y repetiré sin cesar que el Señor nos ha dado gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa dádiva humana, la libertad per-sonal, que exige de nosotros —para que no se corrompa, convirtiéndose en libertinaje— integridad, empeño eficaz en desenvolver nuestra conducta dentro de la ley divina, porque donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad.

(Es Cristo que pasa, 184)

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Actuar en conciencia, con libertad personal

No podemos cruzarnos de brazos, cuando una sutil per-secución condena a la Iglesia a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre todo, impidiéndole interve-nir en la educación, en la cultura, en la vida familiar.

No son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, El los ha confiado..., ¡para que los ejercite-mos!

(Surco, 310)

No te entiendo cuando, hablando de cuestiones de moral y de fe, me dices que eres un católico indepen-diente...

¿Independiente de quién? Esa falsa independencia equivale a salirse del camino de Cristo.

(Surco, 357)

Resulta chocante la frecuencia con que, ¡en nombre de la libertad!, tantos tienen miedo ¡y se oponen! a que los católicos sean sencillamente buenos católicos.

(Surco, 931)

Nadie puede pretender en cuestiones temporales im-poner dogmas, que no existen. Ante un problema concre-to, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con respon-sabilidad también personal.

(Conversaciones, 77)

BIBLIOGRAFÍA:

(1) Desafíos de la Familia. Papa Francisco. Ciudad Nueva, Madrid 2015, 160 pp. 13 €(2) El nombre de Dios es Misericordia. Papa Francisco. Una conversación con Andrea Tornielli. Planeta testimonio.

Libro papel 17,90 €; epub 12,99 €.(3) Dos homilías de San Josemaría para el jubileo de la Misericordia: Con la fuerza del Amor; El Corazón de Cristo

paz de los Cristianos. Ediciones Rialp. Libro papel 3 €.(4) Carta Pastoral, Roma 4-XI-2015, Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei.(5) Amar al mundo apasionadamente, homilía de San Josemaría, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer;

Rialp 2002, n. 113.

ENLACES:

1. Fundación Vianorte Laguna (http://www.lagunacuida.org)2. Desarrollo y Asistencia (http://www.desarrolloyasistencia.org)3. IFFD de España (http://www.iiof.es)4. IDEFA (http://www.idefa.es) Bibliografía (Libros sobre familia)

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