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Capítulo 3 CURAR A LOS AUTIST AS APRENDER DE LOS PSICOTICOS Se han rodado filmes sobre la vida de los autistas. Uno de ellos, visto por Fran- çoise Dolto, giraba en torno de los dos primeros años de un niño autista a quien se asistía en uno de esos lugares de segregación donde acaban estos niños rechazados por la sociedad. ¿Se puede transmitir esa realidad en una película? Me parece interesante poner al conjunto de la población, a través de los medios de comunicación de masas, al corriente de la vida simbólica de un ser humano marginal, como lo es un autista. Pero lo que se ye no es nada al lado de lo que se vive en él. Lo que se ve no permite descubrir el habitus aparente de este niño que es el representante de la humanidad más sensible y precoz al nacer, y portadora de una deuda que no es visible ni comunicable. Es un ser de lenguaje, pero todo está desco- dificado. Su madre no sabe cómo amar a este niño vivo; su cuerpo lo fue, lo es, pero no su psiquismo, y ella es portadora de la deuda de uno o dos linajes, con la imposibilidad de decírselo. Los autistas son la imagen de una humanidad enfren- tada con las pulsiones de muerte del sujeto del deseo, que, en menor intensidad y en menor cantidad, existen en cada uno de nosotros. Vive negado en cuanto ser de comunicación. Este es el problema del autismo; ahora bien, ¿es consiguiente a la falta de comunicación que sufrió el niño siendo muy pequeño, o es un problema primario, al provocar su aspecto la dificultad de los adultos para comunicarse con él? Tal vez se trate de las dos cosas. Los niños psicóticos tienen mucho que enseñar a quienes los aceptan. La socie- dad saldría beneficiada de una mejor integración en nuestra vida cotidiana de los niños llamados anormales. Pero la gente teme a esa integración, y lo manifiesta a veces de una manera sumamente ingrata; por ejemplo, cuando los vecinos se oponen a la creación de institutos para débiles mentales. No aceptan su inserción en el 330

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Capítulo 3 CURAR A LOS AUTIST AS

APRENDER DE LOS PSICOTICOS

Se han rodado filmes sobre la vida de los autistas. Uno de ellos, visto por Fran­çoise Dolto, giraba en torno de los dos primeros años de un niño autista a quien se asistía en uno de esos lugares de segregación donde acaban estos niños rechazados por la sociedad. ¿Se puede transmitir esa realidad en una película?

Me parece interesante poner al conjunto de la población, a través de los medios de comunicación de masas, al corriente de la vida simbólica de un ser humano marginal, como lo es un autista. Pero lo que se ye no es nada al lado de lo que se vive en él. Lo que se ve no permite descubrir el habitus aparente de este niño que es el representante de la humanidad más sensible y precoz al nacer, y portadora de una deuda que no es visible ni comunicable. Es un ser de lenguaje, pero todo está desco­dificado. Su madre no sabe cómo amar a este niño vivo; su cuerpo lo fue, lo es, pero no su psiquismo, y ella es portadora de la deuda de uno o dos linajes, con la imposibilidad de decírselo. Los autistas son la imagen de una humanidad enfren­tada con las pulsiones de muerte del sujeto del deseo, que, en menor intensidad y en menor cantidad, existen en cada uno de nosotros. Vive negado en cuanto ser de comunicación. Este es el problema del autismo; ahora bien, ¿es consiguiente a la falta de comunicación que sufrió el niño siendo muy pequeño, o es un problema primario, al provocar su aspecto la dificultad de los adultos para comunicarse con él? Tal vez se trate de las dos cosas.

Los niños psicóticos tienen mucho que enseñar a quienes los aceptan. La socie­dad saldría beneficiada de una mejor integración en nuestra vida cotidiana de los niños llamados anormales. Pero la gente teme a esa integración, y lo manifiesta a veces de una manera sumamente ingrata; por ejemplo, cuando los vecinos se oponen a la creación de institutos para débiles mentales. No aceptan su inserción en el

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barrio. Y ponen por delante a sus propios hijos, diciendo: “Va a ser chocante para ellos” .

Esto no es verdad: los que se impresionan no son los niños, sino los adultos. Hace pensar en las guerras de religión. Ahora no se los considera poseídos pero se dice: “ ¡Impedirán desarrollarse a nuestros hijos, porque los tomarán como mode­los!” Estos padres quieren imponer a sus hijos sus propios modelos y repiten su pro­pia vida. Pero los niños adquieren perfectamente su identidad y su individuación respetando la individuación de otro, si así se les enseña: “Tú eres como eres; aquél es distinto por razones propias” . Y cuando de muy pequeños se les pone con niños impedidos para la comunicación, o impedidos motor-cerebrales, los niños sanos no se identifican con ellos, sino que los hacen entrar en la danza de su comunicación; están con ellos. Este niño necesita que se le ayude a conocer su historia de sujeto a través de la que se puede percibir de sus padres hablando con ellos. Pero también ha de suceder esto con los otros niños; los disminuidos son seres humanos, y seres humanos que sostienen la vida de los otros; forman parte del tejido social. La escue­la debe darles su lugar. Pero las cosas no están aún maduras para una transformación tan grande. Así pues, poco a poco hay que ir preparando a los espíritus. En diez o veinte años, la gente tendrá que cambiar y comprender que los psicóticos represen­tan su propia alma mal amada por ellos mismos, los “normales” .

LOS AUTISTAS

En Verona, un colectivo de obstetras, puericultoras y psiquiatras, realizó un estudio que confirma la factibilidad de la prevención del autismo.

Antes de que hubiera hospitales con maternidades para que las mujeres alum­braran, en toda la provincia no había más que 13 ó 14 inadaptados mentales (de 6 a 12 años). Después de los 2-3 años, se señalaron muchos casos de niños autistas (las mujeres venían desde la montaña a parir en la maternidad, donde permanecían ocho días). Nadie del pueblo recibía al niño a su nacimiento.

Se decidió organizar equipos-volantes. El parto se realiza en el hospital para evitar la mortalidad neonatal, pero, si todo es normal, el regreso al pueblo se produce a las cuarenta y ocho horas.

El equipo volante lo visita todos los días, relevado por las mujeres del pueblo que, reconocidas por aquél, quedan investidas de competencia.

Esto modifica completamente las relaciones del niño con su padre, su madre y su familia.

En Italia la decisión se toma a escala regional. La experiencia está en curso.De hecho, el autismo no existe al nacer el niño. Se lo fabrica. Es un proceso

reactivo de adaptación a una dura prueba tocante a la identidad del niño. Un estado traumatizante que hace perder al bebé la relación afectiva y simbólica con la madre

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impide su establecimiento sensorial. Se induce, por lo general, ya sea en los primeros días de vida, ya sea entre los cuatro y diez meses; no es congénito.

Tomado a tiempo, es recuperable. No hay que esperar a los efectos de esta alienación en la comunicación con los otros.

El autista huye al clima solitario de un lenguaje interior. Ha perdido el lenguaje con el prójimo. Es como un marciano en medio de su familia. Tiene una salud espléndida, no coge enfermedades.

Entre los cuatro y los nueve meses ha interferido un acontecimiento; a menudo una ausencia de la madre (duelo, viaje). Una interrupción brusca de su ritmo conoci­do de vida, que la madre no le ha explicado; ella misma, frecuentemente, ignora lo que ha sucedido. Este estado de no comunicación arranca en silencio. Cuando la madre logra reunir todos los detalles del suceso desencadenante, puede sacar al niño de la nube en que se encuentra, hallando el momento y las palabras para restituir al niño su vivencia pretraumática.

“Sin besarlo, cuando se está por dormir, dígale al niño lo que sucedió.” En radio pude conectarme con madres de auristas todavía pequeños, de menos de 3 años. Las invité a que hablaran con su hijo de su eclipsamiento cuanto tenía entre cuatro y nueve meses, circunstancia en que ellas no advirtieron cuánto sufría el niño por ello. Unos diez niños —de menos de 3 años— pudieron engancharse nueva­mente a su madre como en los momentos que precedieron a su entrada en el autismo.

Yo no creo en los psicóticos. Quiero decir, en la “fatalidad” de estos estados. Para mí, son niños precoces a quienes no se habla de lo que les concierne. Esto puede suceder en los primeros días, en la maternidad, cuando no se le habla al niño, por ejemplo, de la angustia de su madre por dar a luz un hijo sin padre, o si no se le dice que su familia no lo aceptará, o que ella quería una niña y ha nacido un varón,o que esta madre padece tal o cual inquietud profunda ajena a él que la obsesiona.

Se dice que los niños padecen una inadaptación, un bloqueo, porque se los abandona o porque se sienten rechazados. No, lo que sucede es que no hubo palabra que les explicara las difíciles circunstancias entre las cuales su cuerpo sobrevivió, pero con la falsa idea de que la madre (enfermedad-accidente-preocupaciones) los rechazaba.

Mi trabajo es acercarme a éstos niños refiriéndoles el origen de aquella ruptura. Como la que les habla es una persona distinta de su madre, hacen una transferencia regresiva; lo que subsiste de sano se aferra nuevamente a una maternante institu­cional, lo que no, se ha vuelto loco. Hacen primero una trasferencia de la relación con la madre sobre el o la terapeuta, de la que luego hay que desembarazarlos para que puedan entrar en relación, sin ligarse de manera regresiva a alguien distinto que les servirá de tutela pero nunca de madre ni padre arcaicos (que están integrados en su propio cuerpo).

Por eso es necesario que el terapeuta mantenga con ellos una relación exclusi­vamente de palabra, sin ningún contacto corporal.

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Una relación transferida y simbolizada.En las guarderías cuyo personal trabaja de 3 a 8 horas, y donde las maternantes

se relevan, los niños tienen miedo, y con razón, de ligarse a una persona profesional que forma parte de lo necesario y que pasa por su vida algunas semanas o algunos meses.

Cuando todas las raicillas de vida que ligan al niño al ser amado son arrancadas, ya no hay a qué aferrarse, como en el caso de un bebé separado de su adulto media­dor, ser dilecto del mundo vivo; pero cuando este arrancamiento es comprendido por la madre y expresado por ella, ya se lo soporta mejor. La herida no por ello se cura, pero puede llevar de nuevo hasta el recuerdo de un tiempo pasado, a este cuerpo que es para el niño su espacio de seguridad perdida. Reevocar un pasado y devolver al sujeto del deseo el derecho a su esperanza en sí y en los demás, tal es el difícil trabajo al que se consagran los psicoterapeutas, ayudados por los padres, con los niños autistas, por desgracia muy numerosos. Pero este trabajo psicoanalí­tico no excluye la acogida sociopedagógica que estos niños tanto necesitan, aunque parezcan indiferentes e incluso impermeables. Es que tienen fobia a los lazos que podrían establecer. Desconfían de amar y de ser amados. Hay que saber justificar­les esto y no obstante continuar hablándoles perseverantemente de todo lo que inte­resa a los niños de su edad.

Toda difícil prueba relacional en los lactantes se expresa en trastornos funcio­nales.

El niño la vive en su propio cuerpo. Su madre o la persona que él conoce lo deja, y el sufrimiento se expresa por una bronquitis o una rinofaringitis; el niño dice “mierda” por la nariz, por los pulmones, por el cavum. Hace una enfermedad reac­tiva al trance, y esto es un signo de salud psíquica. Todo el cavum, lleno hasta enton­ces del olor de la persona que sostuvo su conocimiento de él mismo, al perder ese olor se irrita o se desvitaliza. Su oído, que ya no percibe la voz familiar, hace una otitis. Los lugares desvitalizados son presa de microbios habitualmente no virulen­tos.

El niño hace una congestión de sufrimiento en los lugares mismos de su cuerpo que son privados del placer de esa relación estructurante. “Esa voz me construía. Se ha marchado, ella me desconstruye en el lugar donde yo me había construido por el placel- del deseo de comunicarme” . El placer y el deseo de comunicarse se eroti­zan en zonas en las que el adulto no piensa, el cavum, los ojos y los oídos, tübo digestivo y trasero. Estos lugares reciben el latigazo de la privación de oír la suavi­dad de la voz conocida, de respirar su olor. Esto sucede cuando el niño es súbita­mente separado por varias horas de su madre, que vuelve a su trabajo sin haberlo preparado para ello. Es posible prevenir estos grandes sufrimientos morales de efec­tos desvitalizadores.

La madre o su sustituto debe explicar que los sigue queriendo, que se va a otra parte pero no los olvida, y que tal persona va a ocuparse de ellos. Los niños que moquean, que respiran mal, hacen otitis a repetición y finalmente se vuelven semi­

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sordos para no oír que hay cambios todo el tiempo. La sordera inducida los lleva a no oír ya el vocabulario, y por tanto a retrasarse.

Como ya no hay mortalidad infantil, el cuerpo sobrevive, pero a fuerza de ser él lo único que se tiene en cuenta; se desconoció que la relación simbólica es tan im­portante como el cuerpo, se la descabezó y a veces erradicó, y de ahí las prepsi­cosis, expresión inconsciente de desamparo psíquico en niños precoces y sensibles cuya salud física se mantiene, médicamente asistida o no. También aquí, la separa­ción hospitalaria en el niño pequeño es un agente de ruptura relacional con su identidad.

Más vale prevenir que curar.En el ser humano, la que teje el vínculo simbólico es la palabra, al mismo tiem­

po que el tacto, el placer que el niño experimenta con él, cómplice de su madre o de su nodriza conocida.

También está el sentido que da al niño el arraigo en su origen. Por eso le digo el nombre de su madre y su apellido, le digo todo cuanto puedo saber del camino que ha recorrido: cómo llegó a la guardería. “Antes, lo sabes tú mismo, quizá pue­das acordarte; tu mamá sufrió y no podía tenerte.. . " Cuando se les habla así, las miradas de estos niños echan raíces en vuestros ojos. Es impresionante. Esto transformó a las maternantes que asisten al tratamiento.

“Ves tus manos, tus dedos, ella también tiene manos como tú, tu madre Fula­na las tiene también; tu padre, cuyo apellido no conocemos, las tenía. Eres como una persona desde que eres pequeño. Eres un ser vivo que será un hombre, una mu­jer, como Paquita, como Rosa, a las que antes tenías, como tu mamá que te confió a ellas... " Todo este relevo por la palabra hace que el niño recobre y conserve su seguridad de ser desde su origen, teniendo sustitutos cuyas personas representativas él nombra. Hay que explicarle su status tal como es, de alguien sin padres cuando ése es su destino.

Pero cuando se lo separa en el parto mismo y una enfermera se ocupa de él en medio de los gritos de los otros recién nacidos, ya no sabe quién es cuando a la salida se reúne con su madre; hecho ya ocho días de desierto en la relación que tenía antes con ella bruscamente se lo separa de los ruidos familiares que percibía in utero.

En Italia lo entendieron y se obtienen excelentes resultados. En Francia, cier­tas maternidades tienen boxes lindantes con la habitación de las parturientas. Pero los separa un tabique de cristal. Ellas no pueden oírlo ni tocarlo. El niño no oye la voz de su madre. No se halla en la confusión sonora de la nursery, pero hay un aislamiento nocivo de la voz de los adultos.

Es importante que el niño conserve el continuum, pues necesita oír los agudos de la voz de su madre y sentir sus olores corporales! Con el pretexto de que la madre debe descansar, otra mujer le da el biberón, lo cambia. Sea. Pero entonces, hay que explicarle todo.

Si la madre se aflige porque el hijo que nació no es del sexo que ella quería,334

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no hay que ocultárselo, ni reprocharle esto a la mujer. “Ya ves, tu madre habría. deseado una niña y tú has nacido chaval. Tú eres tú, pero es una sorpresa, y ella tiene que hacerse a la idea. La realidad no es lo que uno imagina, tú también lo comprenderás.”

Es mejor aun si se le dice esto al niño delante de la madre, que continúa lamen­tando que su deseo consciente haya quedado insatisfecho. Consciente, porque si ella lo nutrió en su cuerpo es porque su cuerpo estaba de acuerdo; el deseo incons­ciente era sin duda dar vida a un niño del sexo que es aquel que manifiesta el cuerpo de su hijito. El bebé imaginario que ella llora era otro. Así se ayuda a ambos, a lamadre y al niño.

Es excelente establecer el circuito de la palabra entre tres personas.Muchas madres no sabrían hablarle a un recién nacido. Cuando ven que alguien

le habla de lo que ellas acaban de decir, y que el niño mira a la persona que esta­blece el circuito de la palabra entre tres, dicen: “Es increíble, parece entenderle” . - “Seguro, él comprende el lenguaje. Un ser humano lo es desde el primer día, así que desde el principio es un ser de palabra” . Esta manifestación las une muchísimo más a su chiquillo. Y dicen, dos o tres días después: “Lo logré, le he hablado, él me escuchaba, me escuchaba. Pero yo ignoraba que esto se podía hacer con un bebé” . Es maravilloso.

Hay padres que dicen en la consulta que pueden hablarles a su gato, a su perro, y que no pueden hablarle a un niño que ya tiene 4-5 años.

¿Cómo explicar esta torpeza, este desentendimiento?Es una reedición de lo que aconteció cuando eran pequeños. Algunos lo consi­

guen con más dificultad que otros.Cuando una madre ve a la nodriza hablar con el niño que ella le ha confiado,

mientras que ella misma no sabe hacerlo, se pone celosa y a menudo le retira la guarda del pequeño. Teme que éste quiera más á la nodriza que a ella. No sabe hablarle al niño en el momento del relevo. El niño pasa todo el día con otra mujer que le habla, y con quien es feliz. Cuando la madre vuelve, se retrae. Parte con la madre como un paquete, vuelve con ella como una cosa. De nuevo en casa de la nodriza, a los cinco minutos es otra vez un niño de comunicación. Ve a la nodriza y le sonríe. No a su madre cuando ésta vuelve. Con su madre, tiene una relación de cosa, regresiva, mientras que, con la nodriza, tiene una relación de ser humano, en evolución.

En mi consulta, al principio, la secretaria anunciaba a los consultantes niños: “Bebé Fulano” .

Ahí estaba Bebé Fulano. "‘Pero, señora Arlette, le decía yo, ¡ha llamado usted ‘Bebé’ a esta chiquilla! Es la señorita Fulano” . Entonces se veía a la pequeña contentísima de que riñéramos a la señora Arlette. Y ésta se excusaba con la niña, sinceramente. Los niños son muy sensibles cuando se los trata con respeto; el mismo respeto que uno tiene consigo mismo.

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Posteriormente, en la escuela, también debería establecerse la reciprocidad del tuteo o del usted.

Está de moda llamar a la gente por su nombre de pila, y las madres quieren que el niño tenga su propio nombre de pila. Hay nombres ambiguos en cuanto al sexo, Claude, Camille.. . y muchos otros. En grupo de niños, se debe añadir: niño y niña. Hay que presentarlos a los demás. Por eso, nosotros subrayamos. . . Camille niño. “Sabes que Camille podría ser una niña. Debes saber que tú eres hiño. Tu mamá dice que te dio este nombre porque al principio le hubiera gustado más una niñita, pero naciste Camille niño. También es un nombre de varón.” Y él lo entiende. Debe saber que él es potencialmente varón y que su nombre de doble sentido sexuado durante su infancia imaginaria, no es un atolladero en cuanto al sexo, para él, mien­tras que sí lo fue para su madre.

Todos los autistas están superdotados para la relación humana y sin embargo viven en un desierto de comunicación. A menudo la persona que se ocupaba de ellos fue abandonada también en su primera edad y transmitió ese estado de desier­to a un bebé que le recordaba su más tierna infancia. El autismo no existe sino en razón de la importancia de la función simbólica en el ser humano. El autismo no existe en los animales. Es una enfermedad específica del ser humano. Entre los niños que fueron alimentados a pecho, rara vez hay autismo, y además es tardío (después del destete). En cambio, es más frecuente en aquellos cuya madre deposi­tó el biberón entre los pliegues de la almohada y dejó al niño beber solo.

Hace veintiún años, en Saint-Vincent-de-Paul, en la capilla abandonada que se utilizaba como guardería de niños abandonados, se podía ver a una enfermera, única de guardia para todas las filas, colocar los biberones en el pliegue del cojín, y recogerlos, tras haber leído su novela policial. Estaban casi llenos, porque los lactantes habían perdido la tetilla.1

Con ello estos seres humanos quedaban en una situación de función simbólica deshumanizada. Su función simbólica se ejerce todo el tiempo, pero el código de lenguaje resultante no es humano más que si los elementos sensoriales que alimentan esta función tienen el mismo sentido para, al menos, dos sujetos vivos. Así, para estos bebés, durante las mamadas, la madre era quizá el techo; el padre, quizá la tetilla que sirve de pene. Y el niño así alimentado era devuelto a una situación uteri­na en la cual las percepciones auditivas, visuales, las del tracto digestivo, toman sentido para él de su existencia animal. El encuentro de estas percepciones hace las veces de lenguaje, pero lenguaje que es ilusión de comunicación, porque el niño no recibe variancia de la complicidad de intercambio con la sensibilidad de otro. El

1 “Les enfants malades d’être trop aimés” , Lectures pour Tous, n° 113, mayo de 1963.

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niño se vuelve cosa, porque es tratado como una cosa, por personas que lo manipu­lan como una cosa. Fatalmente hay variaciones ópticas, variaciones auditivas, varia­ciones olfativas. Y todo eso es tomado por un lenguaje que le procura goces o vacíos pasajeros, y de esto se alimenta su función simbólica.

Los autistas viven. Perfectamente sanos, cuando niños, casi siempre sin enfer­medad alguna, están estupendos. Pero, al crecer, poco a poco asumen posturas incli­nadas, no caminan en posición vertical, son como lobos buscando qué comer, o buscando, cuando son hombres, penetrar a quienquiera, obtener lo que fuere. Están en carencia permanente; violan.. . Se los segrega cada vez más. Son los que, ya adul­tos, desprovistos de sentido crítico, confunden deseo y necesidad, se vuelven crimi­nales, violadores irresponsables.

Los autistas no saben quiénes son. Su cuerpo no les pertenece. Su espíritu está quién sabe dónde. Su ser en el mundo se codifica en la muerte, en lugar de codifi­carse en la vida. Están muertos en cuanto a la relación con la realidad de los otros, pero muy vivos con respecto a no se sabe qué indecible imaginario.

El niño autista es telépata. Tengo el ejemplo de una chiquilla autista de cinco o seis años. Su madre me contó que cuando viajaba con ella en el tren, era intolerable porque la niña hablaba sola, y decía la verdad de las personas que estaban en el compartimiento. . . Una vez, una vecina dijo a su madre; “Voy a París a reunirme con mi marido. y la niña interrumpió: “No es cierto, no es su marido, es un señor que su marido no conoce.. . ” Hablaba con una voz extraña, sin fijar la mira­da, con expresión de sonámbula.

Esta niña era un caso particular de autismo, no disponía de la parte inferior de su cuerpo; no podía estarse en pie; la tenían que llevar; no podía caminar ni quedar­se sentada sola. En cuanto llegaba a algún sitio, había que ponerla en el suelo. En realidad, bajo el nombre de autismo esto parece encubrir una histeria extremada­mente precoz.

Recuerdo la primera vez que la vi. La traía su padre, pues era demasiado grande y pesada para su madre. La pusieron en el suelo, sobre la alfombra de mi despacho; yo me paré a su lado. Quería entender por qué razón no podía verticalizarse, ya que el ser humano es un ser que nace vertical. Yo partía de la imagen que el niño tiene de su cuerpo: el niño tiene una forma fálica de su cuerpo. Nace de pie porque las vías genitales de la madre son como una caracola, como un cuerno de la abun­dancia, estrecho al arrancar, en el centro de la madre, y cada vez más ancho en la vagina y en la vulva; el niño sale, y, si no existiera el peso, quedaría cara a cara con su madre.

Como la pequeña no se sentó a la edad de costumbre, se la creyó aquejada de una encefalopatía. Al ver por primera vez a esta niña que daba vuelta los ojos y parecía extraviada, no sentí muchas esperanzas. Si no se apoyaba contra su padre o su madre, tenía las piernas flojas. A primera vista, la parte superior de su cuerpo tenía que formar parte del cuerpo de su padre, o del cuerpo de su madre, para que la inferior no fuese “muñeca blanda” . Pero una observación me iluminó: cuando

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se la separaba del cuerpo de su madre quedaba completamente floja, y cuando estaba contra su padre, parecía una estatua; no tenía las piernas de algodón, sino tiesas. Así, pues, no era parapléjica. Estaba asida imaginariamente al cuerpo de su madre y no tenía una parte inferior del cuerpo. En mi despacho, estando ella en el suelo, coloqué mis dos manos alrededor de su cintura —algo más abajo, a la altura de su ombligo- y, en ese momento, la levanté; hice un pequeño movimiento para que pudiera sentarse; se sentó. Luego, de golpe, la sostuve de la cintura para que sus pies tocaran el suelo. Y le dije: “Así te pondrás de pie tú misma” . A la visita siguiente, la pequeña caminó por mi despacho, tocándolo todo, pero estaba como ausente y no iba hacia su madre. No sabía de quién era su cuerpo, como si tuviera la pelvis de su madre y las piernas de su padre (que la había llevado mucho tiempo en brazos). Trabajé con su madre, que la acompañaba. Por su parte, el padre habíainiciado un psicoanálisis. En el castillo paterno vivía él una situación dramática:recibía un salario ínfimo por parte de un padre terrible que dirigía una fábrica y de quien él, ingeniero, debía hacer de criado. El hijo quería salirse de esta situación de objeto, de perro rastrero de su padre, y hacer marchar el negocio para que diera de comer a toda la familia (todo el mundo vivía de esta fábrica). Si él se marchaba, sería la ruina de la familia: el abuelo materno estaba senil y era incapaz de adminis­trarla. En cuanto a la madre de la niña, era hija de un oficial y estaba enteramente en la comunicación, como las hijas de los oficiales (creo que había vivido dieciséis mudanzas desde que era pequeña) que nunca han vivido mucho tiempo en el mismo regimiento. Pero su madre y sus hermanas siempre supieron instalar y organizar la casa que fuere para que en ella se pudiera vivir; en fin, la auténtica hija de oficial, que no se hacía preguntas metafísicas; uno vivía en los intercambios materiales y sociales, con urbanidad y civismo. Había tenido dos primeros hijos sanos. Pero la última - la niña de que hablo- había estado muy enferma al nacer y quedó afec­tada por esa anomalía bizarra que juzgué una histeria precoz. ¿Qué había sucedido? La niña presentaba, simplemente, un retraso de dos años: finalmente fue retomada por su madre como un lactante a partir de los dos años. Yo le dije que su hija era visiblemente inteligente y ella se sintió nuevamente animada.

Durante dos años vi a madre e hija juntas. Venían más o menos cada dos meses. Rehicimos juntas, con esta niña, en palabras, en recuerdos contados por su madre y repetidos por mí, todo el camino de esa infancia, para que la niña volviera a sentirse viva, con derecho a ser ella misma. Cuando llegó, al principio no hablaba; se puso a hablar con mucha rapidez, y precisamente a actuar como un lactante que tuviera la palabra y que, telépata, dijera a todo el mundo su verdad al mismo tiempo que todo lo que piensa y siente de la realidad dé las cosas. A los siete años, la pequeña entró en el parvulario, en una escuela privada que la tomó como si tuviera tres, cuando tenía la edad y la talla de una niña de siete, y se desarrolló a partir de ahí, tuvo una vida social con dos a tres años de retraso escolar y de retraso de maduración, mani­festando los intereses de un niño más pequeño. Y todo se desarrolló en esta niña que ahora se ha hecho mujer. A los nueve años y medio hubo un baile de disfraces

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al que se empeñaba en ir. Quería ponerse un disfraz y dijo a su madre: “Quiero que me hagas el traje que me hizo la señora —la señora era yo—, la señora que me curó” . —“ ¿Qué traje te hizo ella? —Lo sabes, me hizo un tutú de plátanos.” —Plátano: forma fálica para consumir. Esta fue su fantasía cuando la levanté, con mis manos rodeando su cintura, permitiendo así que sus pies tocaran tierra. Quiso que su madre le realizara esa fantasía, que le había devuelto la imagen de su verticalidad individuada sobre unas piernas incapaces de sostenerla. Cuando la madre le probó el tutú de “plátanos” , la pequeña la abrazó como nunca lo había hecho, diciendo: “ ¡Qué buena eres, mamá!” Y tuvo mucho éxito con ese traje.

Después de esta fiesta, todo marchó bien para ella.

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