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122/ VIII DOMINICAL Domingo, ]8& julio de 200 ,1 Memorias de un general LARGA CARRERA Valeriano Weyler evoca sus combates en la tercera guerra carlista, su gobernación de Filipinas, las agitaciones anarquistas en Cataluña y su capitanía general en Canarias POLÍTICA `' Estuvo presente en la vida política española desde Isabel II a Alfonso XII P or real decreto de 14 de febrero de 1878, se me confió el cargo de capitán general de las islas Canarias, puesto que, no siendo muy apetecible, acepté, dispuesto a desem- peñarlo con el mayor entusiasmo . Embarqué en el vapor África y después de una feliz travesía, arribamos al puerto de Santa Cruz de Tenerife donde la guarnición me rindió los honores de orde- nanza. Esa guarnición, no muy numerosa, te- níauna organización especial : no existía guar- dia civil, carabineros ni caballería, y no contaba con más fuerzas peninsulares que las de una compañía de artillería de Cádiz; el resto estaba constituido por batallones de milicias provinciales, nutridas del recluta- miento local. Considerando que los periodos de ejercicio anuales eran breves, mi primer cuidado fue intensificar la instrucción de los batallones, creando también academias para la mejor preparación de los oficiales de mi- licias. Grande era el abandono en que tenían nuestros gobernantes aquella fiel y hermosa provincia. Tan distante de la Pe- nínsula y con tan malas comunicaciones, ape- nas la tenían en cuenta, si no era para enviar desterrados políticos . Tal estado de cosas, ofrecía ancho campo a la iniciativa de cual- quier autoridad deseosa de favorecerla . En aquel tlen1PO, la principal ri- queza de Canarias era t a producción de co- chinilla, que destinada al tinte de determi- nados tejidos, recogían las mujeres . Los adelantos de la industria química la arruina- ron, y esto determinó un cultivo más inten- sivo del tomate y del plátano. A poco de mi llegada a Cana- rias, recuerdo un día, marchando a pie por la carretera que une La Laguna con Santa Cruz de Tenerife, encontré unos campesinos que se unieron a sin conocerme . Recayó el te- ma de nuestra conversaciónen el nuevo ca- pitán general y, más o menos exactamente, entablamos este divertido diálogo : "Dicen que este tío es un autén- tico vinagre -opinó uno de ellos-, no sabe us- ted lo que hizo la mañanita de su llegada ... formó las tropas cuando estaba lloviendo a cántaros". "Pero él -le pregunté yo-, ¿estaría en su co- che?" . "¿Qué va! -exclamó aún con mayor énfasis el que llevaba la voz cantante-, él estaba a pie." "Entonces -insistí-, ¿llevaría impermeable?". "No señor, tampoco, se mojó tanto como la tropa" . Finalmente les pregunté si le conocían y me contestaron negativamente, reconociendo sin embargo la curiosidad que sentía por ver- le . En este punto de la conversación, coro- namos la cima de una cuesta que nos dejaba ver el mar, donde se encontraban los barcos de una escuadra francesa que había fondea- SULTÁN Recibí la orden de trasladarme a Mogador para tratar con el sultán la ubicación de Santa Cruz de Mar Pequeña LI,C"I'U12t~S El anciano general Weyler, en sus últimos afine, die a sus memorias a su hijo Fernando 1 m PaoVINan/o(P do unas horas antes . Les dije que, seguramen- te, el almirante francés iría a cumplimentar al capitán general a las doce de la mañana y que si ellos acudían a esa hora, quizás po- drían conocerle . Y me conocieron . Cuando salió el almirante de capitanía, efectuada la visita oficial, yo me asomé al balcón, vistien- do todavía el uniforme, y pude ver a mis com- pafieros de caminata contemplándome con cara de asombro . Y el "tío vinagre" les son- rió. Como he lICCllo siempre en todos mis puestos oficiales, procuré, como prime- ra medida, conocer el territorio a mi mando, empezando por la isla de Gran Canaria y su capital, Las Palmas . Después visité la isla de La Palma -anfiteatro y cordilléras- y a conti- twación las islas de Lanzarote, Fuerteventu- ra, Gomera y Hierro. No omití tampoco en Tenerife la obligada excursión al pico del Teide. Para lle- varla a cabo, acampé a mi llegada en su base, y al día siguiente inicié la ascensión por la Orotava, acompañado por dos guías y des- cendiendo por Los Realejos . De aquel terre- no volcánico emanaba azufre y si se enterra- ba el bastón en el suelo, salía quemado . Visité una cueva donde había dos lagos, uno deagua Hirviendo y otro de agua fría . (Recuerdo la proyección del Teide, a la salida del sol, so-

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122/ VIII DOMINICALDomingo, ]8& julio de 200,1

Memorias de un generalLARGA CARRERA

Valeriano Weyler evoca sus combates en la tercera guerra carlista, sugobernación de Filipinas, las agitaciones anarquistas en Cataluña y su capitanía general en Canarias

POLÍTICA `' Estuvo presente en la vida política española desde Isabel II a Alfonso XII

P or real decreto de 14 de febrero de 1878,se me confió el cargo de capitán general

de las islas Canarias, puesto que, no siendomuy apetecible, acepté, dispuesto a desem-peñarlo con el mayor entusiasmo .

Embarqué en el vapor África ydespués de una feliz travesía, arribamos alpuerto de Santa Cruz de Tenerife donde laguarnición me rindió los honores de orde-nanza. Esa guarnición, no muy numerosa, te-níauna organización especial : no existía guar-dia civil, carabineros ni caballería, y nocontaba con más fuerzas peninsulares quelas de una compañía de artillería de Cádiz; elresto estaba constituido por batallones demilicias provinciales, nutridas del recluta-miento local. Considerando que los periodosde ejercicio anuales eran breves, mi primercuidado fue intensificar la instrucción de losbatallones, creando también academias parala mejor preparación de los oficiales de mi-licias.

Grande era el abandono enque tenían nuestros gobernantes aquella fiely hermosa provincia. Tan distante de la Pe-nínsula y con tan malas comunicaciones, ape-nas la tenían en cuenta, si no era para enviardesterrados políticos . Tal estado de cosas,ofrecía ancho campo a la iniciativa de cual-quier autoridad deseosa de favorecerla .

En aquel tlen1PO, la principal ri-queza de Canarias era ta producción de co-chinilla, que destinada al tinte de determi-nados tejidos, recogían las mujeres . Losadelantos de la industria química la arruina-ron, y esto determinó un cultivo más inten-sivo del tomate y del plátano.

Apoco de mi llegada a Cana-rias, recuerdo un día, marchando a pie por lacarretera que une La Laguna conSanta Cruzde Tenerife, encontré unos campesinos quese unieron a mí sin conocerme . Recayó el te-ma de nuestra conversación en el nuevo ca-pitán general y, más o menos exactamente,entablamos este divertido diálogo :

"Dicen que este tío es un autén-tico vinagre -opinó uno de ellos-, no sabe us-ted lo que hizo la mañanita de su llegada . . .formó las tropas cuando estaba lloviendo acántaros"."Pero él -le pregunté yo-, ¿estaría en su co-che?" ."¿Qué va! -exclamó aún con mayor énfasisel que llevaba la voz cantante-, él estaba apie.""Entonces -insistí-, ¿llevaría impermeable?"."No señor, tampoco, se mojó tanto como latropa" .Finalmente les pregunté si le conocían y mecontestaron negativamente, reconociendosin embargo la curiosidad que sentía por ver-le . En este punto de la conversación, coro-namos la cima de una cuesta que nos dejabaver el mar, donde se encontraban los barcosde una escuadra francesa que había fondea-

SULTÁNRecibí la ordende trasladarmea Mogador paratratar con elsultán laubicación deSanta Cruz deMar Pequeña

LI,C"I'U12t~S

El anciano general Weyler, en sus últimos afine, die a sus memorias a su hijo Fernando 1 mPaoVINan/o(P

do unas horas antes . Les dije que, seguramen-te, el almirante francés iría a cumplimentaral capitán general a las doce de la mañana yque si ellos acudían a esa hora, quizás po-drían conocerle . Y me conocieron . Cuandosalió el almirante de capitanía, efectuada lavisita oficial, yo me asomé al balcón, vistien-do todavía el uniforme, y pudever a mis com-pafieros de caminata contemplándome concara de asombro . Y el "tío vinagre" les son-rió.

Como he lICCllo siempre en todosmis puestos oficiales, procuré, como prime-ra medida, conocer el territorio a mi mando,empezando por la isla de Gran Canaria y su

capital, Las Palmas . Después visité la isla deLa Palma -anfiteatro y cordilléras- y a conti-twación las islas de Lanzarote, Fuerteventu-ra, Gomera y Hierro.

No omití tampoco en Tenerife laobligada excursión al pico del Teide. Para lle-varla a cabo, acampé a mi llegada en su base,y al día siguiente inicié la ascensión por laOrotava, acompañado por dos guías y des-cendiendo por Los Realejos . De aquel terre-no volcánico emanaba azufre y si se enterra-ba el bastón en el suelo, salía quemado . Visitéuna cuevadonde había dos lagos, uno deaguaHirviendo y otro de agua fría . (Recuerdo laproyección del Teide, a la salida del sol, so-

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Weyler durante su mandato en Canarias . 11 A PROVINCIAiOI P

bre la isla de Hierro, como un espectáculoinolvidable) . El descenso fue muy fatigosoporque yo caminaba muy deprisa, y a la lle-gada, mis guías, agotados, recogieron aguaen una cazuela para refrescarse en ella la ca-beza, mientras juraban por todos los santosno,acompañarme a ninguna otra excursión,por mucho que les ofrecieran ( . . .) .

Aunque el Clllna de aquellas islasno tiene rival en el mundo, en verano el ca-lor obligaba a frecuentar las alturas en buscade temperaturas más bajas . como quiera queel capitán general no disponía de residenciaveraniega, durante los años de mi permanen-cia en estas islas, pasé las épocas de mayorcalor en La Laguna, La Orotava y TacOrOnte.La capitanía general estaba instalada en unacasa alquilada y vieja, sin el indispensabledecoro para albergar a la primera autoridadmilitar ; ni para recibir a los almirantes de lasescuadras extranjeras que menudeaban susvisitas a'Iénerife . En vista de lo cual, sin queEstado le costase un solo céntimo, construí,en poco más de un año, un palacio para estefin, orientando su fachada a una plaza queurbanicé al mismo tiempo . En reconocimien-to a esta labor, el ayuntamiento bautizó a otracon mi nombre.

Edifiqué, también sin ayuda algu-na del Estado, un hospital militar que des-pués ha sido ampliado . En igual forma cons-truí un edificio para el gobierno militar deLas Palmas, con dependencias para el capi-tán general . Cromo el comandante general deingenieros - a pesar de sus excelentes condi-ciones profesionales-no ponía todo el celoque yo esperaba en la realización de mi pro-yecto, decidí un día visitar la obra y, mien-tras la recorría, fui murmurando, como si ha-blara conmigo mismo: "Aquí podría ir bienun despacho, aquí convendría que fuera otro .. .aquí el salón . . ." . Y así continué, haciendo ladistribución de las habitaciones . Por lo queluego supe, eso le hizo sospechar al coman-dante que yo pensaba disponer del edificio y

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Un documento

único

Las memorias delgeneral 4Nreyler,editadas por Destinocon el título deMen,orlos de ungenerul, son undocurnento único.Dictadas yanonagenario a su hiloFernando, evocan tinacarrera meteórica (a los?rí afros, comandante ; alos 40, tenientegeneral) . En páginas deun realismo áspero,Weyler rcanernora suscombates en la terceraguerra carlista, sugobernación delarchipiélago filipino yla represión de losanarquistas enCatalufia . Estosrecuerdos se extiendenparticularmente en laetapa cubana, ctiandofue designado porCánovas para sofocarlarevueltaindependentista .

en consecuencia, desde aquel momento, tro-có su apatía por una pasmosa actividad, has-ta lograr la consecución de la obra.

Una vez al x110, viajaba a Madridpara gestionar todos los asuntos de interésgeneral para Tenerife. Facilité e impulsé laapertura de varias calles, la creación de unacompañía de bomberos, el establecimientode vapores interinsulares, la apertura de laplaza de la Orotava, la construcción de pa-bellones para el batallón provincial, etc .

En Las PalirlaS, llevé a cabo la re-forina del cuartel de San Francisco, la am-pliación del muelle del puerto y el tendidodel cable a la Península que, por cierto, tuveel honor de inaugurar, coincidiendo precisa-mente con mi cese en aquel mando .

Durante uno de estos viajes aMadrid, me ocurrió un curioso incidente altransbordar de tren en Alcañiz a la una de lamadrugada. Ocupaba un coche en el que via-jaban tres personas más, que casualmenteiban hablando de mí; uno me criticaba acer-bamente, contando una serie de embustes, ylos otros dos, valencianos, me defendían conardor. Molesto al fin, pregunté a mi detrac-tor si conocía al general Weyler, al tiempoque abría la pantalla de la luz para que meviese ."Lo conozco mucho"- me contestó ."Y a mí, ano me recuerda usted?" - volvía apreguntar ."No tengo el gusto" -afirmó con indiferenciami interlocutor."Entonces -le espeté-, miente usted en esto yen todo lo demás, porque yo soy el generalWeyler".

Balbuceó unas torpes disculpasy ellas pusieron fin a nuestro diálogo. Resul-tó pertenecer al cuerpo jurídico militar y ea-sttalmente,años después, fue destinado a misórdenes ehuna capitanía general .

También se celebró la inaugura-ción del Museo canario, con distintos feste-jos, banquetes y funciones religiosas ( .. .) .

En mayo de 1880, se celebró el 397aniversario de la incorporación de Gran Ca-naria a la Corona de Castilla, por cuyo moti-vo reviste, en gran parada, a los batallonesde milicias, acompañado del gobernador mi-litar, general Clavijo y del general Velarde,que estaba desterrado por razones políticas.

Durante la Última época de mi es-tancia en Tenerife, recibí la orden de trasla-darme a Mogador en una goleta de guerra,para tratar, con los delegados del sultán, laubicación de Santa Cruz de Mar Pequeña,posesión que nos habían reconocido por eltratado de Wad-Ras . Pretendían ellos quenuestra antigua posesión de este nombre, eraPuerto Cansado ; no sé si desde el punto devista histórico tenía cierto fundamento suopinión (a ella contribuyó un tal señor Man-rique, de Gran Canaria, publicando una seriede artículos endefensa de estas tesis) . Yo menegué a admitir que nuestra posesión estu-viera en puerto Cansado, porque la barra desu río es impracticable en invierno, y esta cir-cunstancia había dado lugar a que sucumbie-ra un destacamento ele Canarias que no pu-do recibir socorro . Para dilucidar estadiscrepancia, logré, de acuerdo con la repre-sentación del sultán, el nombramiento de unacomisión que, inspeccionando la costa, de-terminara el verdadero emplazamiento deSanta Cruz de Mar Pequeña. Se realizó el re-conocimiento a hondo del Rlasco de Garay, ylos notarios marroquíes certificaron que unasruinas existentes en la desembocadura delrío Ifni, correspondían a la fortificación es-

1X/123I.A PROVINCIAid1ARIO OR LAS PALMAS

pañola que se denominó, en el siglo XV San-ta Cruz de Mar Pequeña .

En el siguiente verano, tocó enTenerife la corbeta de guerra Tornado, quese dirigía a Tánger par recoger al padre l .er-sundi, muy apreciado por el sultán de Ma-rruecos . Yo embarqué en ella y pude perma-necer tres días en Tánger ; desde allí visitéGibraltar, logrando mantener el incógnito apesar de la estricta vigilancia que los ingle-ses ejercían en aquella época . Logrando mipropósito, inicié mi viaje de regreso.

Por una nueva disposición ministe-rial, se estableció en tres años el límite depermanencia en las capitanías generales ; asíque, como yo llevaba ya tnás de cinco, fui re-levado automáticamente .

ABANDONO ~y Grandeera el abandono en quetenían nuestrosgobernantes a aquella fiel yhermosa provincia . Tandistante de la Penínsulaapenas si la tenían encuenta si no era para enviardesterrados políticos

1{.l 4 de diciembre de 1883, dirigíalos canarios m¡ alocución de despedida. To-da la prensa, sin distinción de matices, se hi-zo entonces intérprete del sentimiento pú-blico de mi partida ; la despedida fue enextremo cariñosa, recordando mi labor enpro del archipiélago . Un gentío inmenso lle-naba el trayecto desde la capitanía general alembarcadero ; y desde este, al vapor África,me acompañaron gran número de lanchas .Zarpamos ( . ..) el 9 de diciembre de 1883 .

No se entibió con mi ausencia el ca-riño que me demostraron aquellos isleños ;además de honrarme con su representaciónen Cortes como senador del Reino, años des-pués, todos los ayuntamientos solicitaron yobtuvieron de S.M., la concesión del marque-sado de Tenerife .

t.,¬s\\`cyler en su predio de Sob Roca (1892) .

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141 DOMINGO

Mientras los españolesse movían con la lentitud de unbuey sobrecargado, los mambi-ses vigilaban, escondidos en laespesura . Como tábanos, acosa-ban a los soldados, los inquieta-ban y enloquecían, sin que ellospudieran responderles con nadaefectivo . Cada vez que recibíanalgunos tiros, los pobres mucha-chos detenían su marcha paragastar pólvora en salvas contraaquellos moscones, que ya se ha-bían evaporado. A veces, losmambises surgían de la selva, en-loquecidos como diablos, caíansobre la desconcertada tropa ymataban unos hombres a mache-tazos y golpes . Los repelían a ti-ros y bayonetazos, entre un es-cándalo de blasfernias, órdenes,gemidos, gritos y toques de cor-neta. Cuando los mambises se re-tiraban, nadie osaba perseguirlosen el bosque, pero los soldadosseguían disparando contra elverdor, para quitarse el miedo.Hasta que los oficiales lograbandetener el fuego y establecían elorden. Al cabo de un rato, la co-lumna tomaba de nuevo y reem-prendía su camino . Los guerrille-ros la dejaban en paz o volvían ahostigarla un poco más adelante .Hasta el infrnitó. Con los solda-dos acosados por la enfermedad,los insectos y el desánimo .

El 5 de noviembre (de 18681,Weyler fue nombrado jefe delEstado Mayor de Valmaseda yembarcó para Manzanillo . El ge-neral, al verlo, se dejó llevar porsu mal carácter y apenas prestóatención al jovencito que le en-viaban como colaborador másdirecto . El choque entre ambosllegó a los pocos días . Marcha-ban las tropas en columna cuan-do la vanguardia cayó en unaemboscada y Valmaseda ordenóla retirada para evitar una carni-cería .

El momento era tenso. En se-mejantes circunstancias, el gene-ral mandaba secamente sin quenadie osara abrir boca. Para sor-presa de todos, el pequeño reciénllegado replicó que una retiradadaría moral al enemigo y podíaconcluir encerrando a los espa-ñoles en las ciudades . No debíanretroceder, sino evacuar a los he-ridos y proseguir la marcha . Erapreciso avanzar pero no, comohasta ahora, en una larga colum-na indefensa . En la guerra deSanto Domingo habíaaprendidocómo luchar en la selva. Si des-plegaban grupos de fusileros en

', cl interior de la manigua. evita-1

El general Valeriano Weyler, penúltimo gobernador deEspaña en Cuba, fue el hombre más polémico del 98. Laprensa estadounidense lo convirtió en el símbolo infame

de la represión . Dos historiadores revisanahora la vida de este militar que formuló losprincipios de la lucha contraguerrillera . En el

libro Weyler. Nuestro hombre en La Habana, quela editorial Planeta pone a la venta el próximo

martes, Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada

kÉTIJUESÍRU- NÓiiBRE,Eta LA IABA

El joven Weyler

muestran a un hombre cuya escasa estatura (1,50metros) contrasta con su talla militar : "Un eficienteprofesional de la guerra en una España caótica ; un

general de la Roma republicana en un país de

.generales golpistas" . El fragmento del libro quehoy reproduce EL PAÍS comienza en 1868 :Valeriano Weyler tiene 31 años y acaba de sernombrado jefe del Estado Mayor del generalValmaseda, en Cuba .

Las primeras campañas en Cuba del militar más aclamado y odiado del 98

rían que los mambises pudieranpreparar nuevas emboscadas .

Valmaseda, sorprendido, lepermitió poner su idea en prácti-ca y la marcha se desarrolló sinmás incidentes- Al concluir laoperación le encargó redactarunamemoria sobre la protecciónde las tropas durante las mar-chas ; deseaba que todas las fuer-zas aprovecharan sus reflexionesbasadas en la experiencia domi-nicana .A finales de 1868, Céspedes

contaba con un ejército de cercade quince mil hombres armadoscon machetes, picas y algunas ar-mas de fuego que comenzaban allegar, enviadas por los cubanosresidentes en Estados Unidos .En Oriente, gracias a las monta-

A la izquierda, el general Weyler durante su mando en Filipinas . Arriba, el líder rebelde Máximo Gómez. Abajo, el generalValmaseda .

ñas fragosas y los agrestes vallesestrechos, las partidas a piese za-faban de las persecuciones . EnPuerto Príncipe y parte de LasVillas, donde predominaban lasllanuras, los alzados formaronpartidas a caballo, cuya veloci-dad les permitía burlar a la in-fantería de los españoles.

Los españoles incrementabansus efectivos movilizando algu-nos batallones en Cuba, entreellos el Ligero de Color, formadopor voluntarios negros libertos,transportando tropas desde laPenínsula y reclutando en Espa-ña batallones de voluntarios .Los primeros en llegar fueron losBatallones de Voluntarios Cata-lanes ; en segundo lugar, los Ter-cios de Voluntarios Vasconga-

dos, seguidos por otros forma-dos en Madrid, Cádiz, Santan-der y Asturias . A cada batallónse le añadió una compañía de es-clavos, con el compromiso deconcederles la libertad al términode la campaña.

En diciembre de 1868, Weylerpresentó a Valmaseda su me-moria sobre los nuevos métodosde lucha, sin limitarse a la pro-tección de las columnas, sinoteorizando sobre el conflicto quese desarrollaba en Cuba . Era elprimer militar que definía la gue-rra de guerrillas, dictaminaba sunaturaleza irregular y sin frentesestables, bosquejaba métodos decombate y desarrollaba una tác-tica contraguerrillera .

Como principal consecuen-

EL PAÍS, domingo 14 de diciembre de 1997

cia, establecía reglas para evitarlas emboscadas . Cuando se mo-vían por caminos en la maniguao terrenos con mucha vegeta-ción, los soldados quedaban fue-ra de la espesura mientras el ene-migo combatía desde dentro .Weyler incitaba a combatir en elinterior del bosque: "Si la guerri-Ila cubana puede, nosotrostambién" .

En lo sucesivo, cada columnaorganizaría una vanguardia conalguna artillería y se rodearía desoldados desplegados en guerri-lla, que marcharían doscientosmetros delante y a cada lado delitinerario, moviéndose por vere-das entre la vegetación, inclusoabriéndose carrimo con el mache-te, y separados unos seis metrosentre sí . Con tal precaución, si elenemigo se escondía muy cerca,quedaría entre dos fuegos y, si secolocaba lejos, no podría atacara la columna. De modo que severía obligado a renunciar a lasemboscadas .

Weyler no se conformabacon esto y pretendía ir más allá.Cuando los soldados descubrie-ran al enemigo, no debían limi-tarse a tirotearlo desde el cami-no, sino que penetrarían en elbosque para perseguirlo . Talforma de combatir exigía mayoresfuerzo fisico y aumentaba lafatiga, pero arrebataba la inicia-tiva a los mambises, qué setransformaban de cazadores enpresas.

Este tipo de guerra prescindíade arraigadas tradiciones milita-res, como las formaciones cerra-das y los toques de corneta, quepodían ser comprendidos por elenemigo. Los oficiales deberíandar sus órdenes a viva voz, pa-sando el mensaje, o con toquesde silbato, cuyo código se cam-biaría a diario .

El Cuerpo de Estado Mayorgestionaba la burocracia técnicadel Ejército y el laborioso Weylerpreparaba continuamente pla-nos, instrucciones e informespara Valmaseda, que tomaba enconsideración sus opiniones.Pero, sin desatender su trabajoespecífico, aprovechaba todaslas ocasiones para montar a ca-ballo y marchar al frente de lastropas de combate.

La redacción de la memoriano limitó su frenética actividad .Con el fin de verificar práctica-mente sus teorías, solía tornar elmando de la vanguardia dondeexperimentaba la táctica contra-guerrillera que había teorizado .Continuamente mandaba co-lumnas, intervenía en combates,

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EL PAÍS, domingo 14 de diciembre de 1997

limpiaba caminos y escoltabaconvoyes .

Tan ajetreada actividad com-bativa no le apartaba de tomarlas decisiones más comprometi-das del Estado Mayor. En ciertaocasión, el capitán general orde-nó que un batallón marchara aSantiago de Cuba; Weyler, desa-tendiendo sus órdenes . cursó unescrito para que acudiese en au-xilio de Valmaseda, que se en-contraba en apuros . La opera-ción fue un éxito, Valmaseda lefelicitó y Lersundi procuró nodarse por enterado .

En enero de 1869, su hermanoFernando logró una plaza de te-niente en la connpañía de volun-tarios de Nuevitas, pequeña po-blación al norte de Camagüey . .Valeriano había solicitado el car-go en diciembre, pero no ti uboplazas disponibles hasta que otrooficial, llamado Domingo Gó-mez, solicitó la baja alegandomal estado de salud.

Aquella guerra era una suce-sión de pequeños y crueles com-bates . En enero de 1869 tuvo lu-gar el primer choque de cierta en-tidad cuando, en el Salado, lasfuerzas de Valmaseda derrotarona Donato Mármol, que contabacon dos mil hombres; los españo-les pasaron después el río Cauto yrecobraron Bayamo . Weyler, quese había distinguido especialmen-te, fue ascendido a coronel.

( . . .) La estancia de Weyler enLa Habana le ofreció una nuevaoportunidad. Ya no era sólo unobjetivo de las casamenteras,sino también un héroe conocido .Un grupo de comerciantes leofreció mandar un batallón y unescuadrón de voluntarios, quepensaba formar a sus expensas .

Hasta entonces había sido un

cambio, constituían fuerzas demercenarios, que acompañabanal Ejército y llevaban su mismavida . Su batallón pertenecería aestos últimos y decidió llamarloCazadores de Valmaseda, en ho-nor de su general . Su forma decombate no sería esperar pasiva-mente al enemigo, sino arreba-tarle la iniciativa . Sus hombresdebían poseer tina acometividadincansable, dedicándose a perse-guir a los guerrilleros hasta elrnás recóndito de sus escondites,agotándolos y aterrorizándolos.

No podía esperar tal capaci-dad de los reclutas traídos a lafuerza desde España, sino quenecesitaba hombres con escasoapego a las cosas de este mundo,marginados, desesperados y sinnada que perder . Al estilo de laLégion Étrangére francesa, quehabía combatido en la primeraguerra carlista en favor de losisabelinos y en la expedición aMéxico de 1861 . Creada en Ar-gelia en 1831 como RégimentEtranger, encuadró primero alos mercenarios suizos que ha-bían servido hasta entonces a losBorbones absolutistas y que lannonarquía parlamentaria no de-

seaba conservar en sus ejércitos .Después admitió a toda clase devoluntarios, llegados al reflujode desventuras, persecuciones ymaldades, sin preguntarles suorigen, ideas o antecedentes.

Como la ley le prohibía per-manecer en Francia, la LégionÉtrangére participó en numero-sas campañas coloniales y ex-tranjeras . Y, muchos años más

solvía uno de los mayores pro-blemas : la falta de aclimataciónde los soldados, pues recién lle-gados a la isla caían diezmadospor la fiebre amarilla, el paludis-mo o la viruela, que eran endé-micos, o bien por la tuberculosis,la sífilis o la disentería, tambiénmuy frecuentes .

Los colonialistas británicos,franceses y los mismos españolesen Filipinas, ante dificultadesparecidas, organizaron regimien-tos de mercenarios indígenas,mandados por oficiales eu-ropeos . Weyler reclutó cubanosy residentes, adaptados al climay las enfermedades de la isla, re-chazando sólo a quienes no re-sultaban aptos físicamente y,como en la Légion Étrangére,hizo preguntar el nombre dequienes se presentaban sin averi-guar si era verdadero o falso, nipreocuparse por los antecedentese historias personales . Resultóun bronco conjunto de delin-cuentes, proscritos, fugitivos, in-felices, canallas, fracasados,marginados, desgraciados yaventureros de diversos orígenes,nacionalidades y etnias . La ma-yoría eran negros que consti-

Guerrilla de tropas españolas durante la guerra de Cuba .

tulan una buena propagandacontra los revolucionarios .

Los Cazadores de Valmasedarecibirían misiones que los solda-dos ordinarios no se atreverían aemprender . Sus objetivos iríanmás allá de la fatiga, las enferme-dades y el miedo .

Era difícil mandar sobreaquella gente sin esperanzas .Sólo urna durísima disciplina po-día controlar su explosiva mez-cla, haciéndola combatir segúnlas órdenes . Consciente de ello,aprovechó los primeros inciden-tes para mostrarse tan brutaldramático como su misma tropasin escrúpulos .

En el Ejército, la disciplina seimponía frecuentemente a gol-pes; los reclutas aprendían amarcar el paso entre las patadasy empujonesde loscabos; forma-ban al toque de diana, animadospor el cinto del sargento de se-mana y se exponían a un fustazodel teniente si equivocaban unmovimiento de armas. Bárbaracostumbre que no era exclusivadel Ejército . Pegaban tambiénlos padres, "es por tu bien". Losmaestros, "la letra con sangre en-tra" . O los propietarios, con elpretexto de poderes antiguos ypatriarcales . Hasta los curas lar-gaban coscorrones a los mona-guillos traviesos .

Un voluntario se le plantó enpúblico, desafiándole abierta-mente. Situado frente a él, Wey-ler parecía más pequeño que decostumbre, ante la mirada rego-cijada y curiosa del resto .

Le sobraba autoridad paraimponerse sin golpes. Pero prefi-rió explotar la dramática oca-sión . El militar canijo se exponíaal ridículo ante la masa expec-tante de una tropa, donde lafuerza bruta era un valor. Nece-sitaba ser más duro y más brutoque nadie . Un jefe terrible parauna gente terrible . Sin dudar, de-rribó al insubordinado de nobastonazo en la cara . Nadie rtno-vió una pestaña .

La instrucción prosiguió sinmayores problemas. Organizó suescolta personal con voluntariosnegros y, el 28 de octubre, partióde La Habana, al frente de losCazadores de Valmaseda, en (ti-rección a Oriente.

No habían llegado muy lejos

cuando surgió una segunda insu-bordinación . En Cienfuegos,provincia de Las Villas, un vo-luntario comenzó a proferir gri-tos subversivos . Ya no se tratabade encarrilara u[n recluta, sino deevitar la indisciplina en una fuer-za armada en marcha hacia laguerra . Ordenó formar un tribu-nal militar, que condenó a nnuer-te al desgraciado . Jamás se repi-

do Mayor de Madrid se estrena-ba corno jefe de mercenarios enuna guerra brutal y primitiva .

Entretanto, Máximo Gómezhabía consolidado su fama . As-tuto, precavido e intuitivo, sóloatacaba cuando se serítia supe-rior, retirándose con agilidadcuando intuía un serio peligro .Su primer encuentro con Weylerocurrió el 24 de enero de 1871 .Estaban los nnannbises enPalmi-to cuando los Cazadores de Val-maseda los atacaron por sorpre-sa . Los hombres de MáximoGómez, muy bien atrinchera-dos, sedefendieron eficazmente.Hasta que, en una acción suici-da, los cazadores asaltaron susposiciones a machete y bayone-ta sin importarles las bajas queles hacía el fuego. Ante la locuraque les venía encima, los mann-bises abandonaron la posicióny, escurridizo como siempre,Máximo Gómez se escabulló,casi entre las nnanos de los caza-dores .

En poco tiempo se hicierontan famosos que los marnbiseslos llamaban los perdigueros,por su capacidad para rastrcar-los, descubrir los escondrijos

DOMINGO 115

más secretos y atacarlos sin es-pera .

¡-os riesgos eran muchos yWeyler compartía la suerte co-nníun . El 12 de marzo se internóen un tabacal persiguiendo auna partida' Entre la excitaciónde la carga y la frondosidad dela plantación, quedó aislado desus honnbres, a quienes oía perono podía ver. De pronto lo ata-caron cuatro marnbises arma-dos de machetes . Uno sujetó labrida del caballo para inmovili-zarlo, los otros alzaron las ar-mas para descarnar el golpe. Eldesenlace era cuestión de segun-dos y reaccionó como un rayo :mató a uno con el sable, a otrocon el revólver v picó espuelas .El caballo arrolló al que suieta-ha las bridas y el cuarto huyó .Sin duda . era un hombre desuerte . Había vuelto a sobrevi-vir, conno ante la fiebre amarilla,como cuando la bala le atravesóel sombrero . o las varias vecesque le mataron el caballo sin su-frir un arañazo .

El 1 de julio de 1870 llegaronal río Caimito, entonces muycrecido . En el otro margen esta-ban parapetados unos mil hom-bres, mandados por ModestoDíaz y Vicente García . Los per-digueros atacaron, sin conside-rar las dificultades . Al cabo deunas cinco horas de tiroteo y devarios asaltos fracasados, Wey-ler se lanzó al río con su caballoy, señalando la otra orilla ene-núga, gritó a sus hombres: "¡Ésees vuestros sitio!" . Le siguieron,vadeando entre el chapoteo delas balas en el agua, que les lle-gaba al cuello . Los marnbises noesperaron el choque con aque-llos suicidas que atravesaban elrío berreando . Se retiraron an-

tes de que pu-sieran pie en susposiciones .

Las hazañasde la columna leconvirtieron enun jefe carisma-tico, a quien susdurisimos honrbres, ajenos asentírnientos depiedad o bon-dad, venerabanpor sus dotes demando y su va-lentía . Jamás re-husaba el peli-gro; vivía, mar-chaba y connba-tía- con ellos, co-

mía su mismo rancho, dormía enel suelo y no toleraba que nadie,oficial o soldado, disfrutara deprivilegios. Frecuentemente,mientras el campamento dormía,abandonaba su tienda para com-probar la seguridad de las guar-dias y acompañaba, en su sole-dad, a los centinelas .

En una ocasión, tras dos díasde sedienta travesía por la mani-gua, hallaron, por fin, una pe-queña fuente . Hombres y anima-les se abalanzaron en tumultopara beber. En la disputa por serel primero se empuñaron algu-nas armas y pareció inminenteuna pelea generalizada . En unacarrera revólver en mano, se co-locó en pleno barullo y amenazócon pena de nmerte a quien be-biera . Todos quedaron quietosalrededor. Después bebieron to-dos, racionando el agua . Prime-ro los enfermos, luego los civilesque iban con la columna, des-pués los soldados, los cabos, lossargentos y los oficiales . Bebió elúltimo y la misma cantidad quetodos. Por sus actividades encombate recibió numerosas dis-tinciones durante el Sexenio Re-volucionario .

colaborador de tarde, en 1920,Valmaseda. La nueva el modelo fran-Ahora podría cés sería imitadomandar una por España .fuerza propia . estrategia Durante la gue-Aceptó el ofreci- rra de Marrue-miento y, el 13 prescindió cos, el tenientede septiembre de tradiciones coronel Joséde 1869, recibió Millán Astrayoficialmente el como los toques fundó el Tercioencargo . de Extranjeros,

Algunas uni- de corneta, cuyo único pre-dades de volun- cedente españoltarios eran mili-cias de civiles que podían ser eran Weyler y

sus Cazadoresque prestaban de Valmaseda.servicio sin de- comprendidos Formar unasatender sus Ina-bituales activi- por el enemigo tropa con natu-

rales o residen-dades. Otras, en tes en Cuba re-

tió un hecho pa-recido . Para ganarseYa estabanlistos para loca- el respetolizar y combatiral enemigo en elmedio donde de su tropasemovía con sol- de mercenarios,tura : las ciéna-gas, las selvas y Weylerlos montes es-carpados . Sin se mostróotorgarle unrespiro, aunque tan brutalfuera a costa delos sufrimientos

las y dramáticoy bajas pro-pias . El estudio-

alumno de la como ellossoEscuela de Esta-