Domingo ordinario 13 ciclo c

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Domingo 13º del tiempo ordinario Ciclo C

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Domingo 13º del tiempo ordinario

Ciclo C

Es un camino material, real; pero está simbolizando un camino espiritual que nosotros debemos recorrer con Jesús, pasando por sacrificios, para llegar a la Gloria.

Hoy en el evangelio se nos presenta a Jesús caminando hacia Jerusalén.

Las dos nos presentan cierto fracaso aparente de Jesús en la evangelización. La primera porque unos samaritanos no quisieron recibirle y la segunda porque tres hombres no aceptan la llamada de Jesús.

No es fácil seguir a Jesús, pues hay que salvar diversas dificultades, que nos enseña el evangelio de este día: Un evangelio que podemos dividir en dos partes.

Veamos lo que nos dice la primera parte cuando Jesús con los apóstoles en su camino hacia Jerusalén deben pasar por tierras samaritanas y tienen deseos de descansar.

Lc 9, 51-56

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió

mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para

prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que

acabe con ellos”? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.

Lo primero que se nos dice es que, como aquel camino es difícil porque le lleva a Jesús hacia la muerte, entrega total por nosotros, se necesitaba una gran valentía.

Por eso «tomó la

decisión de ir a

Jerusalén».

Para seguir el camino espiritual, el camino de la voluntad de Dios, hay que ser decidido. Se necesita, como decía santa Teresa: “una grande y muy determinada determinación”.

Es un camino que comenzamos con el bautismo. Muchos se quedan estancados. La corona y el triunfo final está no tanto en hacer grandes cosas, sino en el proseguir siempre, continuamente, con la ayuda de Dios, porque falta mucho hasta el final.

El camino ha comenzado

para ti,pero es mucho lo que falta por

andar.

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Va muy lejos, pon

tus ojos más allá,

que aún es mucho lo

que queda hasta el final.

Va muy lejos,

pon tus ojos más

allá,

que aún es mucho lo que queda hasta el

final.

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Aunque nuestras vidas sean diferentes, todos estamos llamados para seguir a Jesús y con Jesús. Hay algunos a quienes llama Jesús a una vida más concorde con la suya en el sentido material.

Pero a todos Jesús nos llama para seguirle en el camino del verdadero amor. Y varias dificultades nos vienen de aquellos con los que vamos encontrándonos por el camino. Hay que ser valientes y confiar con Dios que va a nuestro lado.

Hoy se nos habla de una dificultad que encontró Jesús: Había caminado bastante con los apóstoles y por la tarde estaría cansado, pues era humano. Y mandó a unos mensajeros para que preparasen algún alojamiento en una aldea de Samaría.

Estos samaritanos no fueron como el bueno de la parábola. Jesús fue rechazado por el hecho de que iba a Jerusalén. No sabemos el motivo. Es posible que no tuvieran nada en contra de Jesús; pero era “por el hecho de que iba a Jerusalén”.

Los samaritanos, en general, eran opuestos a los judíos y a todo lo que se tratara del templo de Jerusalén.

Los apóstoles seguían en el camino con Jesús; pero les faltaba mucho para llegar al final en el camino espiritual del amor. Por eso Santiago y Juan le dijeron a Jesús: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?"

Estos apóstoles creían que lo hacían bien, pero todavía no habían aprendido la manera de ser que quería Jesús para todos sus discípulos.

Se acordaban de lo que

había hecho el profeta

Elías; pero el profeta lo

había pedido y

conseguido para un bien.

Por eso Jesús se volvió hacia ellos “y les regañó”. Otro evangelista expresa que Jesús les dijo: “No sabéis de qué espíritu sois”. No hay por qué lanzar rayos ni desear catástrofes.

El espíritu de Jesús, su manera de ser, es de bondad, mansedumbre y perdón. Jesús no puede estar de acuerdo con los fanatismos religiosos y mucho menos con las mal llamadas guerras de religión. Hay que morir por los demás, pero no matar a los demás.

Y continúa la segunda parte del evangelio que dice así:

Mientras iban de camino, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro le dijo: "Sígueme.“ Él respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios."

Y de los que le siguieron alguno le traicionó, otros le dejaron y los mismos apóstoles tenían muchos defectos, que sólo los pudieron dejar con la venida del Espíritu Santo.

A veces creemos que

todo aquel que oía el

llamado de Jesús le

seguía; pero no es así.

Es una expresión muy hermosa, si fuese dicho desde lo profundo del alma. Lo que pasa es que en la vida se dicen muchas cosas en momentos de entusiasmo, sin mucha consistencia.

Hoy el evangelio nos habla de uno que le dice a Jesús: “Te seguiré adonde vayas”.

Muchas veces se hacen promesas, especialmente a Dios, sin reparar en las dificultades que hay en el “mundo”, que mira sólo lo material. Por eso Jesús le expuso a aquel hombre las dificultades y pobreza entre las que vivía el mismo Jesús. Parece que aquel hombre se echó atrás.

Una de las condiciones del caminar cristiano es un cierto desprendimiento, una cierta inseguridad material, para no estar atado al mundo terreno.

En lo afectivo el desprendimiento

debe ser necesario, y en

lo efectivo muchas veces

será conveniente.

Ojalá nosotros podamos decir al

Señor, pero desde lo más íntimo y, contando con la gracia de Dios, que no nos faltará si

hacemos lo propio de nuestra parte: “Te

seguiré donde quiera que tu vayas”.

Te seguiré dónde quiera que tu vayas

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y tu palabra

yo siempre

escu-charé.

Serás mi luz, mi

vida y mi esperanza,

serás el agua viva de mi fe.

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Se acercó a Jesús otro, que parecía buena persona, tanto que Jesús se atrevió a decirle, como había dicho a los apóstoles: “Sígueme”.

Y aquel hombre le dijo: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Pero Jesús no le dejó.

Y alguno dirá: Qué bárbaro Jesús, que no le deja ni enterrar a su padre. En aquella cultura no quería decir que su padre hubiera muerto y no estuviera enterrado (no estaría allí aquel hombre). Quería decir que cuando se muera su padre y le entierre, quizá dentro de bastantes años, seguirá a Jesús.

Esas son excusas de la inconstancia, de la inseguridad. Quiere dar largas, está falto de responsabilidad.

Hay personas, especialmente mujeres, que prefieren, con buen criterio, no entrar religiosas por atender a sus padres enfermos y mayores. Esa es otra cosa.

Y Jesús tampoco le deja despedirse de su familia. ¿Es que es malo despedirse de la familia? No no. Es muy hermoso cuando las intenciones son despedirse para volver verdaderamente con Jesús.

Hay un tercero que le dice a Jesús: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”.

Y tiene tanta alegría en seguir a Jesús que organiza un banquete para despedirse de su familia y amigos, estando presente el mismo Jesús.

Está el ejemplo

hermoso de san Mateo.

No era pobre, pues

era recaudador

de impuestos.

Hoy en la primera lectura está el ejemplo del profeta Eliseo. Pide permiso a Elías para despedirse de sus padres y Elías le dice: “¿quién te lo impide?” Era rico, tenía varios criados. Con un gran banquete muestra la alegría de ser profeta, discípulo del gran profeta Elías.

(1Reyes 19, 16b. 19-21)

Dará de comer a mucha gente con la carne de los bueyes, con los que estaba arando.

En aquellos días, el Señor dijo a Elías: “Unge profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de

Prado Bailén.” Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el

manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: “Déjame decir adiós a mis

padres; luego vuelvo y te sigo”. Elías le dijo: “Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?” Eliseo dio la vuelta,

cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras

Elías y se puso a su servicio.

Eliseo no sólo se despide de su familia, sino que con un gran banquete muestra la alegría de ser profeta.

Después vuelve con Elías hasta que un día le ve ir al cielo y obtiene el manto de su mismo maestro.

Jesús ve los corazones. Veía que aquel hombre estaba demasiado apegado a su familia en el sentido plenamente material. O quizá veía que la familia no le iba a ayudar en el desprendimiento y en su vocación.

Y le dice: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”.

No se trata de un seguimiento a unas normas o una doctrina, que también lo es, sino especialmente a su

persona. A Él, que es bondad y amor. Por eso debemos tener un conocimiento más íntimo del Señor.

Jesús nos llama a todos. A unos les llama para una entrega más en el sentido externo; pero a todos nos llama para seguirle.

Para seguir a Jesús se necesita, entre otras cosas, conocimiento y valentía. Nuestras fuerzas son débiles, pero nos fiamos de su ayuda. A los decididos a seguir sus huellas Jesús les presenta las dificultades, pero también les presenta la gloria.

Para seguir fielmente al Señor

se necesita perseverancia.

Hoy nos enseña Jesús que

debemos seguirle “sin mirar atrás”. Tomar el camino

del Señor con entusiasmo y ser

fiel en este caminar hasta el

final.

Quizá un día respondimos que sí.

Seamos fieles a aquella llamada y respuesta.

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Seguirte sólo a Ti, Señor.

Seguirte sólo a

Ti, Señor, y no mirar

atrás.

Seguir tu caminar, Señor;

seguir sin desmayar, Señor;

postrarme ante tu altar, Señor,

y no mirar atrás.

Seguir tu caminar, Señor; seguir sin desmayar, Señor;

postrarme ante tu altar, Señor, y no mirar atrás.

Que María, seguidora y discípula de

Cristo, interceda para que no

desfallezcamos en el

seguimiento del Salvador.

AMÉN