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Don Carlos de Sigüenza y Góngora, educador de príncipes:^ el Theatro de virtudes políticas^ Antonio Lorente Medina Universidad Nacional de Educación a distancia (UNED), Madrid Resumen. Este trabajo desarrolla tres ideas básicas para la correcta interpretación de Theatro de virtudes políticas. La primera explicita la tradición hispana a que se acoge Sigüenza y Góngora cuando erige —por manuscrito del cabildo de México— el arco de triunfo para la entrada del virrey Marqués de la Laguna (1680) y el revuelo social que ocasionó la originalidad de colocar a los príncipes aztecas como modelos de "príncipes cristianos" en los que el virrey debería fijarse; revuelo al que no fue ajeno tampoco el Neptuno alegórico de sor Juana Inés de la Cruz. La segunda idea desarrollada incide en la es tructura discursiva de Theatro de virtudes políticas para comprender el alcance exacto del espejo de príncipes propuesto por Sigüenza al virrey y el modo específico en que se concreta en sus Preludios, des cripción del arco y discurso poético de la ciudad de México, equipa rada a la ciudad de Roma. La tercera aclara la textura del discurso con el que Sigüenza traslada al lenguaje escrito la disposición artísti- co-simbólica del arco y el método con que compuso sus empresas. La llegada de un virrey En mayo de 1680 el Marqués de la Laguna fue nombrado virrey de la Nueva España. El 15 de septiembre de ese mismo año arri- ' Este trabajo constituye el capítulo II del libro que estoy terminando sobre Sigüenza y Góngora, cuyo título definitivo será La prosa de Sigüenza y Gón gora y la formación de la conciencia criolla mexicana. ^ La portada reza: THEATRO DE VIRTUDES POLITICAS / QVE / Consti tuyen á vn Principe: advertidas en los / Monarchas antiguos del Mexicano Imperio, con / cuyas efigies se hermoseó el ARCO TRIVMPHAL, / Que la muy 335

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Don Carlos de Sigüenza y Góngora, educadorde príncipes:^ el Theatro de virtudes políticas^

Antonio Lorente Medina

Universidad Nacional de Educación

a distancia (UNED), Madrid

Resumen. Este trabajo desarrolla tres ideas básicas para la correctainterpretación de Theatro de virtudes políticas. La primera explicitala tradición hispana a que se acoge Sigüenza y Góngora cuando erige—por manuscrito del cabildo de México— el arco de triunfo para laentrada del virrey Marqués de la Laguna (1680) y el revuelo socialque ocasionó la originalidad de colocar a los príncipes aztecas comomodelos de "príncipes cristianos" en los que el virrey debería fijarse;revuelo al que no fue ajeno tampoco el Neptuno alegórico de sorJuana Inés de la Cruz. La segunda idea desarrollada incide en la estructura discursiva de Theatro de virtudes políticas para comprenderel alcance exacto del espejo de príncipes propuesto por Sigüenza alvirrey y el modo específico en que se concreta en sus Preludios, descripción del arco y discurso poético de la ciudad de México, equiparada a la ciudad de Roma. La tercera aclara la textura del discursocon el que Sigüenza traslada al lenguaje escrito la disposición artísti-co-simbólica del arco y el método con que compuso sus empresas.

La llegada de un virrey

En mayo de 1680 el Marqués de la Laguna fue nombrado virreyde la Nueva España. El 15 de septiembre de ese mismo año arri-

' Este trabajo constituye el capítulo II del libro que estoy terminando sobreSigüenza y Góngora, cuyo título definitivo será La prosa de Sigüenza y Góngora y la formación de la conciencia criolla mexicana.

^ La portada reza: THEATRO DE VIRTUDES POLITICAS / QVE / Constituyen á vn Principe: advertidas en los / Monarchas antiguos del MexicanoImperio, con / cuyas efigies se hermoseó el ARCO TRIVMPHAL, / Que la muy

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baba al puerto de Veracruz, y cuatro días después se anunciaba lanueva a la ciudad de México "con las vozes sonoras de las campanas" {Theatro 41).^ Comenzaba así una actividad febril en lacapital del Virreinato, ordenada por las autoridades civiles y eclesiásticas, en la que no se escatimaron medios para preparar elrecibimiento de tan poderoso personaje. Los largos preparativosde los diferentes festejos, émulos del boato y la ostentación de lasfiestas reales en España,"* tenían como finalidad primordial, aquítambién, la de sorprender y admirar temporalmente a los ciudadanos, mostrando la grandeza y el poder social de sus instituciones,a la par que inclinar la voluntad del virrey entrante en su favor.Los artefactos que se constmyeron para celebrar el acontecimiento, hechos, como era usual, con materiales perecederos, constituyeron su expresión plástica.En verdad, el arte efímero fue y ha sido siempre la expresión

plástica de la fiesta; pero fue en el Barroco cuando alcanzó todosu esplendor. Y los arcos de triunfo (y los templetes y catafalcos).

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Noble, muy Leal, Imperial Ciudad / de MEXICO / Erigió para el digno recivi-miento en ella del / Excelentissimo Señor Virrey / CONDE DE PAREDES, / |MARQVES DE LA LAGUNA, etc. / Ideólo entonces y aora lo descrive/ D. |Carlos de Sigüenza y Gongora / Cathedratico propietario de !Ísu Real Vniversidad. / [Pegaso con el lema de Sigüenza: SIC ITUR AL) AS- jTRA] / EN MEXICO: Por la Viuda de Bernardo Calderón. / MDCLXXX ///.Utilizo la edición de Francisco Pérez Salazar (1928), basada en la princeps. |Descarto la 2a edición (1853), en la colección Documentos para la Historia deMéjico (3a serie), vol. 1, porque se realizó "mediante una copia manuscrita que {se conserva en el Archivo (jeneral de la Nación", como ya aclarara Pérez Sala-zar (p. Ixxxviii). i

' Antonio de Robles (1853 2: 311) ratifica con su testimonio las palabras deSigüenza: "Jueves 19, entró correo al amanecer, a las dos, con nueva de flotadoce naos, con vir[r]ey el marqués de la Laguna con vir[r]eina, obispo deCuenca el señor arzobispo y <vi> vir[r]ey de Méjico: repicóse a las cuatro dela mañana; amarróse esta flota el domingo 15 de éste".

* José Antonio Maravall (1983 487-498) ha mostrado con claridad el boatoy la ostentación de las fiestas reales españolas, así como su múltiple finalidad—exaltación de la grandeza real, asombro y admiración del espectador— y queconcluyen en adhesión ciega e irresponsable ante tanta magnificencia. La extrapolación a la realidad novohispana es completamente pertinente, porque susconclusiones de carácter general sobre las fiestas en el mundo hispánico, comoproducto esencial de la cultura barroca y como "instrumento" .en manos delpoder político, que simultáneamente atraía y distraía a las masas, son perfectamente homologables a la sociedad novohispana del seiscientos.

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su mejor plasmación. El origen moderno de los arcos triunfaleshay que buscarlo —procedan de Borgoña o de Nápoles, eso aquíes indiferente—^ en el fortalecimiento de las monarquías europeas. Las fiestas que celebraban y el arte fingido con que decoraban sus actos solemnes constituyeron el mejor reflejo de su poder.Por otra parte, el prestigio político y cultural que los modelos dela Antigüedad Clásica proyectaban sobre las casas reinantes impuso en estos espectáculos la inclusión de la entrada triunfal(Soto Caba 6). El paralelismo entre las entradas de los monarcasen las ciudades de sus dominios que visitaban y el que habíanefectuado en Roma durante la Antigüedad los cónsules y generales romanos victoriosos resultaba evidente y redundaba en la exaltación y glorificación de los primeros y de la idea de realeza,como un modo de asegurar la fidelidad de sus subditos y la continuidad dinástica. Repletos de mensajes simbólicos, procedentesde la literatura emblemática, los arcos triunfales se convirtieronen el mejor manifiesto del parangón entre los príncipes europeosy los héroes de la Antigüedad y en el soporte de un discursoapologético, claramente vinculado a su ideología política.

Esta práctica suntuaria se institucionaliza en España con Carlos Vy cruza el Atlántico para hacerse común en los virreinatos americanos. En el caso concreto de la Nueva España, de tenerpresente que la sociedad novohispana contaba, además, con unantecedente histórico de enorme trascendencia: el viaje triunfal deHernán Cortés desde el puerto de la Veracruz y su conquista deMéxico. Así, la entrada de un virrey en México se realizaba según un férreo protocolo, en que todo estaba fuertemente ritualiza-do y cargado de simbolismo. Es probable que ningún otro aconte-

^ Hasta fecha muy reciente se ha asociado la costumbre de los arcos triunfales en España con el ceremonial borgoñón introducido por Carlos V. Y nocabe duda de que con el Emperador se institucionaliza. Hoy día se piensa enNápoles como lugar de origen y se retrotraen sus fechas por lo inenos unaveintena de años. La creencia actual es que fue Femando el Católico quien,percatado en Nápoles (1506) de la eficacia de las artes en la difusión del discurso político, la introdujo en España. (Esto sin olvidar que ya en 1^3 Nápoles había revivido la tradición romana del arco triunfal para celebrar a Alfonso V elMagnánimo, tío de Femando el Católico, y que de este evento pudo tomar laidea el sagaz rey aragonés.) Véase al respecto. Miguel Falomir Faus (49-55).

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^ Morales Folguera describe los arcos triunfales que se levantaron en México en honor de los virreyes. No es el suyo un estudio exhaustivo, se olvida,por ejemplo de los dos que se edificaron a la entrada del marqués de la Laguna(97). Evidentemente se pretendía con ello ofrecer un espectáculo visual y sonoro que cautivara los sentidos; un artificio que sorprendiera a los ciudadanos ylos distrajera por breve tiempo de la dura realidad cotidiana, con la exposición"ideal" de la ciudad. En este sentido, los arcos de triunfo (o los templetes ycatafalcos) fueron, por su carácter coyuntural, el reflejo de las posibilidadesarquitectónicas de cada período, que ofrecía a los artistas la libertad proyectualmáxima, por la caducidad y por la ductibilidad de los materiales empleados(Toajas).

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cimiento en la vida colonial tuviera más influencia sobre el espa- I|cío urbano que éste. Los días en que un virrey —o un arzobis- Ipo— entraba en la capital del Virreinato eran días señalados. La Sciudad de México y sus alrededores sufrían profundas transforma- ||ciones "para dar una imagen unitaria y triunfal, que normalmente :|no coincidía con la realidad" (Morales Folguera 97-153).^ Por ¡|otro lado, el itinerario que realizaba el virrey entrante estaba tra- ;izado de antemano y constituía, como ha señalado Octavio Paz ||(193-195) "una verdadera peregrinación ritual", que evidentemen- (Ite hemos de interpretar como una "alegoría política". El despliegue fastuoso de poder se iniciaba antes incluso de su llegada a |San Juan de Ulúa: dos barcos de la flota se adelantaban para dar Iaviso de la llegada del virrey (Alamán 3: 94-100; Rubio Mañé |115-197). La ciudad de Veracruz, engalanada, esperaba a que la i|flota amarrara en los argolIones de bronce de la fortaleza de SanJuan de Ulüa y que el virrey hiciera acto de presencia para rendirle honores militares. El virrey tomaba posesión de la ciudad ennombre del rey de España y varios días después iniciaba su mar- ícha hacia México. Las etapas importantes de su itinerario —Xala- tpa, Tlaxcala, Puebla, Otumba (o Cholula), Guadalupe, Chapulte- |pee y México— guardaban estrechísima relación con la conquistamilitar (Cortés) o espiritual (la llegada de los doce apóstoles")del mundo azteca.

Tlaxcala, aliada de los conquistadores, era la capital de la "república de indios"; Puebla, ciudad construida por y para españoles, según los designios milenaristas de los primeros franciscanos,simbolÍ2^ba social y espiritualmente el polo criollo. Otumba, re- o

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cordatorio de la resonante victoria de Cortés, era el lugar elegidopara el encuentro y la transmisión del mando entre el virrey entrante y el saliente7 La visita del nuevo virrey a Guadalupe revestía especial significación: comenzar su gobierno bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe era un gesto de religiosidad ytacto político que satisfacía a la poderosa facción criolla, que concretaba sus ideales patrióticos en su ferviente guadalupanismo.Chapultepec era el palacio de retiro de los virreyes, a pocos kilómetros de México, donde el nuevo virrey recibía a las autoridadeslocales mexicanas antes de la toma de posesión solemne; a la vez,desde ahí podía enterarse de los preparativos de la fiesta con queconcluiría su entrada triunfal en México. Cada una de las secuencias tenía especial significación histórica, pero todas estaban estrechamente vinculadas entre sí y formaban un conjunto de relaciones simbólicas, en las que "los significados religiosos se entre-la2:aban con los históricos" (Octavio Paz), para construir una alegoría jurídica y política que se pretendía verdadera imagen de lasociedad novohispana.

El "aindiado*^ arco de Sigüenza y Góngora

La liturgia política de estas festividades cumplía una doble función: de un lado, renovaba los vínculos de unión entre el rey ysus subditos, a través de la figura del virrey; de otro lado, aunabatemporalmente a las dos naciones —india y española en untodo unitario y armónico.® En este sentido, los arcos de triunfo

J. Ignacio Rubio Mañé nos informó que la transmisión de poderes entre elvirrey saliente y el entrante se realizaba al comienzo en Cholula, antigua capital religiosa del Anáhuac. Con este acto se subrayaba la doble vertiente de laconquista española —militar y espiritual— y se actualizaba periódicamente eltrascendente hecho.

® La función "pedagógica" y adoctrinadora de la fusión temporal de las"dos naciones" se completaba con la imbricación de las distintas castas y elconsiderable número de esclavos y siervos negros existente en la ciudad. Enesos momentos se diluía la rígida división estamental que constituía a la sociedad novohispana y se daba al gran público la sensación de una "ilusión igualitaria", cuidadosamente dirigida desde arriba.

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desempeñaban un gran papel, ya que la idea fundamental que desarrollaban en su programa consistía en "la alabanza y exposiciónpública de la persona del virrey" (Morales Folguera), a la que serelacionaba por lo general con varones heroicos o semidioses destacados en la mitografía por su virtudes y sus hechos heroicos. Encontadas ocasiones se utilizaban las imágenes de los grandes dioses, comúnmente reservadas a las personas reales.^ Y se encargaba de la realización de los arcos y de la coordinación de los escultores, pintores y artesanos a un intelectual, perteneciente a la Iglesia, a la Universidad o a ambas instituciones, que ideaba el programa iconográfico. También en 1680 ocurrió así, aunque en estaocasión fueron erigidos dos arcos triunfales: el primero, por encargo de la iglesia metropolitana de México, cuya realización corrió por cuenta de sor Juana Inés de la Cruz, y el segundo, porencargo del Cabildo de la ciudad, que fue realizado por Sigüenzay Góngora. Ambos intelectuales se dedicaron rápidamente a suconfección, conscientes de la importancia del arco en la exaltación final del virrey y de su posible repercusión en la solución desu vida futura. El 19 de octubre don Carlos solicitaba licencia

para ausentarse de su cátedra y dedicarse plenamente a la "disposición" del arco, que lo mantendna ocupado hasta fines de noviembre. Finalmente, el 30 de noviembre tuvo lugar la entradasolemne del nuevo virrey en la ciudad de México, como parcamente lo relata Antonio de Robles: "Sábado 30, en la tarde entró

públicamente S.E. y salió de pontifical el señor arzobispo y elclero a recibirlo, y se cayó un indio del arco de la ciudad y semedio murió" (1: 316).

Por ciertos indicios que nos han llegado, especialmente delpropio Sigüenza, podemos pensar que el arco por él erigido levantó cierto revuelo —^ya que no escándalo— entre una parte de losespectadores. Un contemporáneo suyo, al parecer, habló del "ain-

' El Neptuno alegórico de sor Juana Inés de la Cruz excepcionalmenteequiparó al virrey y a su esposa, la condesa de Paredes, con la pareja divina deNeptuno y Anfítríte. No sabemos si la adulación a los marqueses, sazonada conun espejo de príncipes propuesto, surtió efecto y sor Juana tuvo en ellos elmecenazgo que necesitaba, o si fue la afinidad espiritual de la marquesa la quepropició ese mecenazgo.

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sigüenza: theatro de virtudes políticas

diado Arco de Sigüenza", y él mismo dedicó el Preludio II de surelación (y parte del cap. 2°) a justificarlo y a exponer los motivos de su elección. Por ello resulta extraño que hasta 1977 nadiese haya planteado cuán sorprendente resulta el silencio con quelas "altas autoridades españolas" acogieron las "interpretacionesaindiadas de Sigüenza", si bien es cierto que hasta fecha muyreciente no se ha realizado ningún estudio individualizado delTheatro de virtudes políticas. Con todo, repito, no deja de resultarcuriosa esa omisión, y motivo más que suficiente para que nosdetengamos ahora brevemente en ello.En 1928 Francisco Pérez Salazar coloca al frente de su edición

de las Obras de Sigüenza y Góngora una considerable biografía,que constituye fuente esencial para cualquiera de los estudios biográficos que se han efectuado posteriormente sobre el sabio novo-hispano. Pues bien, en tan enjundioso trabajo el crítico mexicanodedica unas líneas a Theatro de virtudes políticas, sin concederlemayor importancia, a pesar de ser una de las obras de Sigüenzaque reedita con esmero.^® Un año después (1929), en su excelentemonografía sobre Sigüenza y Góngora, Irving A. Leonard sostieneuna lógica similar a la de Pérez de Salazar y apunta una relaciónestrecha con sor Juana Inés de la Cruz, sobre la cual será precisovolver más adelante. Lo curioso es que en la verdión española desu libro, cincuenta y cinco años después (1984), mantiene las mismas ideas —y con idénticas palabras— que ya había expuesto ensu original en inglés:

Este libro, publicado en 1680, fue escrito en ocasión de la llegadade un nuevo virrey, el conde de Paredes, y es un relato a la vezalegórico e histórico de las virtudes políticas de los antiguos gobernantes del Imperio azteca. Obra de gran erudición que abundaen impresionantes citas de los clásicos, su lectura resulta tediosahoy. Sin embargo, al escribirla recibió don Carlos cierta ayuda de

•o Éstas son sus palabras; "La circunstancia de referirse en el arco a losantiguos gobernantes del imperio azteca, hace interesante el libro por las re a-ciones personales que de cada uno ministra; pero la extraordinaria cantidacl ecitas y referencias latinas en que abunda, cansa y enfada al más paciente lector" (xxxiv). í

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torexTemXdaío^^^^ ""uudiono dedicado a Sigüenza (1984 66).

bl/°del Hbro STn P"®'*náíHnfl^ niiP ri^H" i -r^, ^ Ocasionar el arco. Lasno^ cnn^in de virtudes políticas (1945 126-entre una anto^oei^^d i contenido, a caballofraffmenfn í> • • j ^ paráfrasis, si exceptuamos ely consecuentement"'^' ̂ novedad presentada por Sigüenza.y, consecuentemente, en su patriotismo:

políticas la primera obra en que see gran amor de Sigüenza por las cosas y tradiciones de su

pa la, pues ya queda dicho que ejemplos de ellos se encuentran enobras anteriores como la Primavera indiana y las Glorias de Que-retaro. pero en esta descripción del Arco Triunfal se pone de releve su a n e ensalzar lo mexicano, y no puede tomarse tal empeño como simple prurito de historiador pues, aunque bien se nota

^ ̂ Carlos hacer alarde y lucimiento de su mucho saber, la manera como trata las cosas de México revelan unsentimiento más hondo y más grande. Como símbolos de las virtudes que debe tener el estadista, y que por adulación suponían adornaban al entrante Conde de Paredes, a Sigüenza se le ocurrió poner nada menos que a los antiguos reyes o señores del México *precortesiano, lo cual no solamente resultaba de gran originalidaden esa época, en que siempre buscábanse los trillados símbolos yalegorías de la mitología clásica, sino que, cosa mucho más importante, significaba una verdadera reivindicación de un pueblo quesiglo y medio antes había sido vencido y dominado por el régimenque el festejado virrey directamente representaba (122-123).

Lo curioso es que tras tan justas palabras, cuyo contenido suscribo plenamente. Rojas Garcidueñas abandone la vía de exégesisque sugerían sus cuatro últimas líneas y continúe con el tono deglosa argumental y antológica que caracteriza a su trabajo.

Así, llegamos a la fecha axial de 1977. En ese año aparece ellibro de Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formaciónde la conciencia nacional en México. Las páginas en que se

" Son muy sugestivas —y muy subjetivas— las páginas que dedica a Si-

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sigüenza: theatro de virtudes políticas

ocupa del Theatro de virtudes políticas contienen juicios de graninterés. Son fundamentales los párrafos en que afirma que las figuras de los reyes aztecas supusieron una auténtica revolución enel pensamiento criollo de la segunda mitad del siglo xvii, cuandoya habían tenido lugar las justas teóricas en que tantos escritoresespañoles de literatura emblemática habían contendido por definirlas virtudes de un "príncipe cristiano"; que la irrupción de los"príncipes bárbaros" del antiguo México, como modelos de buengobierno para el virrey entrante, "habría tenido que provocar aprimera vista la protesta del virrey"; y que la audacia alegórica deSigüenza y el "elocuente silencio" del virrey permiten concluirque el indio presentado por don Carlos era un indio muerto eincapaz de generar la menor suspicacia en los espectadores:

Si al paso de un virrey pueden alzarse las imágenes de los emperadores de Anáhuac es porque esos gigantes ya no dan miedo ¡hanido a juntarse con los moros exhibidos en las fiestas españolas de"Moros y cristianos"! Se había abierto una era en la cual el pasadoindígena y sus creencias habían perdido toda capacidad subversivaen México;'^ la plaza estaba franca para que en ella se diera unproceso de mitifícación del pasado indígena (116).

Cinco años después (1982) Octavio Paz dedica unas páginasesclarecedoras al Theatro de virtudes políticas, libro que insertadentro del sincretismo universalista que caracterizaba al pensamiento de la Compañía de Jesús; pero no avanza un ápice encuanto a la repercusión del arco (y de su relación subsiguiente) enla sociedad novohispana. Sorprendido también por el silenciode las autoridades españolas ante las audacias interpretativas de

güenza, bajo el rubro de "Un Petrarca mexicano, don Carlos de Sigüenza yGóngora (1645-1700)" (109-119). .

A continuación, el propio Lafaye matiza tan tajante afirmación, cuandomuestra que la exaltación del pasado indígena será un arma política que loscriollos usarán en el siglo siguiente para inici^ la independencia Pol ti^a ̂pecto de la metrópoli. No es necesaria por ello la observación posteriorOctavio Paz, con la que responde al crítico francéspiensa «que el pasado indio había perdido toda potenciametáforas serán un siglo después proyectiles ideológicos contra la dominaciónespañola". Como vemos, son juicios muy parecidos.

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Sigüenza, lo resuelve de forma simplista con una pregunta retóri-^subraya la trinidad "indiferencia", "ignorancia", "incons

ciencia , como causas posibles del mismo.También en 1982, publica Laura Benítez un libro sobre Sigüen

za, interesante por muchos conceptos. Sin embargo, la atenciónque dedica en él al Theatro de virtudes políticas es más bien escasa, aunque lo incluye certeramente dentro de la órbita del criollismo (113-114). Finalmente, en 1992 aparece un artículo deHeinrich Merkl, que resume otro trabajo suyo manuscrito muchomás extenso en el que —al parecer— se estudian el Neptuno alegórico y el Theatro de virtudes políticas, para conocer algo de lasposiciones político-ideológicas que sustentan sor Juana Inés de laCruz y Carlos de Sigüenza y Góngora. Desgraciadamente, no meha sido posible consultarlo, aunque por los aspectos que resumeen su artículo me parece de enorme interés. Por vez primera sedestaca el hecho —olvidado a fuer de obvio— de que Sigüenza"trabaja y escribe por mandato del Cabildo de la ciudad, institución rica y poderosa, cuyos miembros se rec[l]utaron sobre todode la clase de los mercaderes criollos"; que don Carlos se identifica con el grupo social para el que escribe; y que es desde esaidentificación desde donde "polemiza vigorosamente con sus adversarios, defendiéndose de las críticas que le habían sido dirigidas" (25). Por fin vemos explicitado un hecho, velado hasta 1992y sugerido por un contemporáno suyo anónimo: Sigüenza habíarecibido críticas por la erección de su arco "aindiado", críticasque se manifiestan con rotundidad en una lectura atenta del Preludio II y del Preludio III.

Pero sólo sabemos eso: que sufrió críticas. ¿De dónde surgieron? Desde luego, que no salieron de las altas autoridades españolas, con el virrey a la cabeza, que prudentemente prefirieron callarantes que chocar frontalmente con la poderosa institución del Cabildo. Y ¿qué tipo de críticas recibió Sigüenza —y de rechazo, elCabildo de México— por la disposición "original" del arco? Lascontestaciones de don Carlos en su Theatro de virtudes políticaspeimiten entreverlas con cierta claridad. La primera y fundamental tiene que ver con su rechazo de los modelos consagrados porlá mitología clásica y la elección de los emperadores aztecas.

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"príncipes bárbaros" que contradecían implícitamente el axiomaesencial, establecido por los moralistas españoles desde Ribade-neyra, de que "fuera de la verdadera religión no ha habido ni hayverdadera virtud".'^ La segunda, de contenido teológico-moral, lereprochaba el que usara textos de las Sagradas Escrituras para laconfección de los lemas de sus empresas. Como podemos ver, dosobjeciones de hondo calado, que mantendrán sus detractores enmuchas de sus obras. Veamos a continuación cómo se defiendeSigüenza.

La contestación de Sigüenza

No creo exagerado afirmar que todo el Theatro de virtudes políticas está traspasado por un profundo estado de exaltación patriótica. Este sentimiento se percibe ya en el epígrafe latino inicial conque se abre el libro ("Consideren lo suyo los que se empeñan enconsiderar lo ajeno") y se ratifica en la misma Dedicatoria. Laidentificación del México criollo —el aquí y ahora de Sigüenzacon el pasado precortesiano —no español— se combina con elelogio a la alta genealogía del virrey. Conde de Paredes'"^ y anticipa.con claridad su sentimiento indigenista. Desde esa perspectiva, el Preludio I constituye, entre otras muchas cosas, un largocircunloquio preparatorio del preludio siguiente, con el que se

Resulla fundamental para el análisis de todo el Theatro de virtudes políticas (y del ideario que se desprende de él) el excelente libro de José AntonioMaravall (1944). Para observar el peso de la tradición de los escritores moralistas españoles del siglo xvii en Sigüenza es básico el capítulo VI, "El titulardel Poder: Idea de un Príncipe político y cristiano" (227-272). Las ideas quesistematiza evitan a cualquier lector la necesidad de "descubrir el Mediterráneo" del imaginario colectivo en el que sustenta Sigüenza su pensamiento.

"Y si era destino de la Fortuna el que en alguna ocasión renaciesen losMexicanos Monarchas de entre las cenizas en que los tiene el olvido, para quecomo Fénizes del Occidente los inmortalizase la Fama, nunca mejor pudieronobtenerlo que en la presente, por haver de ser V. Ex* quien les infundiese elespíritu, como otras vezes lo á hecho su real y excelentíssima casa con los queilustran la Europa" (4). Como vemos, Sigüenza intenta mezclar "el azúcar conla melecina", como aconsejaba don Juan Manuel: el "azúcar" del elogio con"la melecina" de la exaltación patriótica. Sus intenciones, sin embargo, quedanpatentes.

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pretende eliminar la denominación de "Arco Triunfal", que Si-güenza considera inadecuada para la realidad americana, por el dePuerta". El soporte erudito de don Carlos le permite elaborar una

operación (aparentemente inocente) de transmutación nominal yomitir la conquista sangrienta de México como el origen sobre elque se sustenta la sociedad a la que pertenece. Ello le posibilitapara oponer la realidad "paradisíaca" americana a la "cruel" realidad europea, en permanente estado de guerra. La "Puerta" se convierte así en el umbral mítico desde el cual se tiene acceso

—visual, pero espiritual— a las "virtudes heroycas de los mayores" que encierra la ciudad de México. El arco, devenido puerta,se erige como una prueba iniciática que los príncipes y gobernadores deben traspasar para penetrar adecuadamente en "el exerci-cio de la authoridad y del mando", como ratifican las variadasfuentes que Sigüenza utiliza, entre las que destacan las SagradasEscrituras y San Gregorio:

Providencia será también el que la vez primera que a los príncipesy governadores se les franquean las puertas sea quando en ellasestuvieren ideadas las virtudes heroycas de los mayores, para que,depuesto allí todo lo que con ellas no conviniere, entren al exerci-cio de la authoridad y del mando adornados de quantas perfecciones se les proponen para exemplar del govierno (10).

El Preludio II es, en esencia, la justificación de Sigüenza porsu idea del arco, transmutado en puerta depositaría de las virtudes

heroicas de sus mayores. Y es desde esa atalaya de exaltaciónpatriótica desde donde responde a sus detractores. El "amor quese le deve a la patria", como reza el título del preludio, es el faroque le permite salvar los escollos de su originalidad y mantenersu idea en "la disposición formal del arco". Espoleado por el acicate de la crítica,'^ contraataca reprochando a los "americanosingenios" de escamotear la verdad, o, en el mejor de los casos, de

La crítica de sus obras surte siempre en él una reacción contestataria.Espoleado por ella, se yergue con soberbia, en una actitud numantina. Es loque ocurre en este caso; pero también le ocurrirá en su polémica cometaria; oen la que mantiene al final de su vida, enfermo y achacoso, con el capitánArrióla.

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camuflarla "entre neblinas" y hermosear con "mentirosas fábulas"

las portadas triunfales erigidas para recibir a los príncipes, en detrimento de la "idea noble de las virtudes". Siguiendo a Suetonioy a Casiodoro, de quienes obtiene las ideas de que "mendigarestrangeros héroes" era "agraviar a su patria" y de que "no soportamos ser diferentes de aquellos a quienes gozamos como autores" (18; traducción mía), Sigüenza establece la segunda analogíacon la que reconoce las virtudes de los príncipes aztecas como lasvirtudes de sus mayores, y no las virtudes de sus verdaderos padres y lo que ellos representan. Es una actitud que puede parecerantiespañola y que debió resultar excesiva a sus críticos. El pasodado parece en exceso audaz, y Sigüenza, a quien no se le ocultala contradicción que supone el que fueran sus mayores los quedestruyeron a los emperadores aztecas y que ahora él quiera haceral virrey sucesor de éstos, también lo percibe así. De ahí queconcluya su argumentación cerrando un camino que él mismo había abierto y que lo conducía —como vio con claridad— a lanada patriótica, no sin reasumir la parte de originalidad que contenía su propuesta, desde un patriotismo menos comprometido ymás digerible para sus detractores, de exaltación de lo propio yrechazo de lo ajeno:

con todo, no será muy desestimable mi assumpto quando en losMexicanos EMPERADORES que en la realidad subsistieron eneste Emporio celebérrimo de la América^^ hallé sin violencia loque otros tuvieron necessidad de mendigar en las fábulas (18).

El siguiente pasaje lo manifíesta con claridad: "Pero no por faltar esterequisito dexa nuestro Excelenlíssimo Príncipe de suceder en el mando a aquellos cuya inmortalidad, merecida por sus acciones, promuevo en lo que puedocon mis discursos" (18).

En su pensamiento está siempre presente la comparación de América y deMéxico, como cabeza de América, con el "otro" (Europa, España, en sus tierras, en sus hombres, en su historia), y siempre América (sobre todo, México)sale favorecida. Este texto es un claro ejemplo de lo que afirmo. En él subyaceimplícitamente la idea de México como "Imperio". Es cierto que los dominiosamericanos dieron a la Corona de España una dimensión imperial, desconocidahasta entonces; pero también es verdad que ideológicamente sólo se concebíaun Imperio: el Sacro Imperio Germano. Incluso el mismo Felipe II aceptó esaconvención y rehusó el título de "Emperador". Por eso la denominación de

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No acaba aquí el Preludio II. A renglón seguido, Sigüenza explica al posible lector las "diversas circunstancias" que ha podidopercibir en las puertas del arco que también fueron motivo decríticas: la falta de "acomodación del nombre, títulos, exercicio ypropiedades del Príncipe que se elogia en el mismo contexto delassumpto o fábula que se elige" (19). Y, como de costumbre,aprovecha su explicación para contraatacar a sus oponentes: las"circunstancias" que faltan sólo sirven para "suspender a los ignorantes", y él se centró exclusivamente en la exaltación de las virtudes imperiales, eliminando cualquier "nota de liviandad". Y siello ha disgustado a algunos, será porque disgusta "lo que no seentiende" y porque es fácil criticar lo que se sería incapaz deconstruir. En estos momentos las palabras de Sigüenza adquierenun tono agrio y personal. Sus quejas contra quien "sin haverle yojamás ofendido, hizo gala de Satyrizarme mi obra" (21), tienen undestinatario concreto, aunque nos resulte imposible aún averiguara quién iban dirigidas. Es verdad que no abandona el apoyo de lasautoridades clásicas, pero en este caso Plauto resulta ideal para lasátira e incluso para el insulto. Y no satisfecho con ello, pide quese le aplique la pena de flagelación, establecida por el PapaAdriano, contra quien "invente escritos o palabras injuriosas a lafama de otro" y, descubierto, "no pruebe lo escrito" (22; traducción mía).

Estrechamente relacionado con las críticas recibidas, hay otro

tema conexo, hasta hoy irresoluble: la posible "reprimenda" deSigüenza a sor Juana Inés de la Cruz, camuflada en el elogio hiperbólico a su persona con que se inicia el Preludio III, y el soneto con el que sor Juana contestó a Sigüenza. Desde que en 1927Dorothy Schons afirmara que don Carlos sometió a la crítica desor Juana la composición de su arco y que ella "expresó su aprobación con un soneto" (19-20),^® la casi totalidad de la crítica

"Empório" que Sigüenza ofrece aquí conlleva necesariamente la idea de grandeza parangonable, por todos los conceptos, al único imperio aceptado por loseuropeos.

Dorothy Schons concluye: "Este incidente muestra en cuán alta opiniónla tenían los intelectuales de la ciudad, puesto que Sigüenza y Góngora era elmás distinguido erudito de ese período".

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—Pérez Salazar, Leonard, Rojas Garcidueñas, Méndez Flanearte— ha dado por buena la noticia. Y en verdad, el tono laudatoriocon el que Sigüenza coiuienza el preludio contrasta con la no disimulada ira con que había cerrado el anterior.'^ También es ciertoque el reproche con que recrimina a los "americanos ingenios" de"mendigar en las fábulas" las virtudes que se pueden hallar en lapropia historia de México parece chocar frontalmente con la disposición que del Neptuno alegórico hiciera sor Juana, quien también recurrió a las "mithológicas ideas de mentirosas fábulas"para encontrar un digno parangón al virrey entrante, el Conde deParedes. No tiene nada de extraño por eso que el Preludio III seinicie con una aclaración de Sigüenza para salir al paso de lasuspicacia de sus posibles lectores, sor Juana incluida, y que seextienda en su alabanza, tan retóricamente barroca como probablemente sincera. Pero esta interpretación se complica si leemosel soneto de sor Juana Inés y perseguimos las ediciones que sehicieron de él. De ese rastreo se encargó Francisco de la Maza(1966), y los resultados que obtuvo lo llevaron a realizar una lectura irónica del soneto sorjuanino. Así, lo que en principio parecíauna composición circunstancial, típicamente barroca, en la que seunían el elogio hiperbólico y la admiración sincera, puede convertirse en una burla sutil de los dislates argumentativos de Sigüenza.^® Desde luego, es innegable que el soneto, aparentemente inocuo, desde una lectura irónica gana en complejidad y que la hipótesis de Francisco de la Maza adquiere verosimilitud si pensamos

"Qvanlo en el antecedente Preludio se á discurrido, más tiene por objetodar razón de lo que dispuse en el Arco que perjudicar lo que en el que erigióla Santa Iglesia Metropolitana de México al mismo intento ideó la Madre Juana Inés de la Cruz" (23).

De la Maza publicó después este texto como libro,.en tirada limitada de99 ejemplares (1970). Cito por esa edición. Para este autor, la cascada de clásicas erudiciones, "mendigadas de las fábulas", que constituyen los dos cuartetos, aunque parecen alabanzas usuales del Barroco, se deben interpretar, por sudesmesura, como una burla soterrada. Burla que se concreta en el terceto final:"Pues por no profanar tanto decoro, / mi entendimiento admira lo que entiende/ y mi fe reverencia lo que ignoro". El crítico mexicano piensa que sor Juana ledevuelve a Sigüenza el verbo profanar y le dice, en suma, que admira lo queentiende, es decir, que el arco de su rival sea azteca y novedoso, pero que sólocon fe "reverencia" lo que ignora; o sea, que Neptuno haya sido progenitor delos indios americanos y fundador de la ciudad de México (22).

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que Sigiienza, que lo había publicado junto con su panegírico,rehusa hacerlo en su Theatro de virtudes políticas, lo que resultaverdaderamente extraño si se trata de un poema laudatorio. Y másextraño aún resulta el hecho de que el soneto no fuera reimpresoen ninguna de las recopilaciones poéticas de sor Juana Inés de laCruz que se editaron entre 1682 y 1725 y que haya que esperar aque Eguiara y Eguren lo publique nuevamente en 1755.^' Contodo, la crítica posterior pareció olvidar los argumentos de De laMaza hasta que en 1992 Merkl aludiera a ellos para negar cualquier atisbo de ironía en el pasaje en que Sigiienza alaba a sorJuana:

Sin duda Sigiienza excluye a sor Juana de la polémica que precede, la nombra repetidas veces con gran respeto y le muestra hastadeferencia, lo que no quiere decir que el profesor de matemáticasno se sintiera por lo menos el igual de la monja autodidacta (25).

Como podemos ver, el caballo de batalla sigue siendo el desmedido elogio a sor Juana Inés de la Cruz, tan distinto en su tonode la ira con que fínaliza el Preludio 11?^ La mayor objeción a lahipótesis de Francisco de la Maza estriba en aceptar la sutil "reprimenda" de Sigiienza a la monja jerónima, envuelta en elogio,esa mezcla de "sal y azúcar" bien revuelta "a la vista pero no alpaladar", como dice De la Maza, porque no se corresponde con eltalante de don Carlos, el cual, si se sentía aludido —siquiera indirectamente— reaccionaba con virulencia (y el pasaje final delPreludio II me exime de mayores explicaciones). Por otra parte,resulta evidente que ambos autores conocían la relación manuscri-

Fue Dorothy Schons la primera en identificar —aunque sólo como probable— este soneto como el reimpreso por Eguiara en su Biblioteca Mexicana (1:483), opinión que ratificaría dos años después Irving A. Leonard (1984 66).

"[...] no hay pluma que pueda elevarse a la eminencia donde la suyadescuella, quanto y más atreverse a profanar la sublimidad de la erudición quela adorna. Prescindir quisiera del aprecio con que la miro, de la veneración quecon sus obras grangea, para manifestar al mundo quánto es lo que atesora sucapacidad en la encyclopedia y vniversalidad de sus letras, para que se supierael que en vn solo individuo goza México lo que en los siglos anteriores repartieron las gracias a quantas doctas mugeres son el assombro venerable de lasHistorias" (23-24).

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ta del otro. No podría entenderse de otro modo el estrecho paralelismo entre el preludio explicativo del Neptuno alegórico y la disertación de Sigüenza en el Preludio Illy cuando pretende demostrar que Neptuno es el "progenitor de los indios americanos".

El lector tiene la impresión de que don Carlos reaprovecha laargumentación de sor Juana para llevar a cabo un auténtico tourde forcé. Dando por supuesto que sor Juana eligió a Neptunocomo réplica heroica del virrey porque conocía la verdadera identidad del Dios del mar,^^ estira el razonamiento discursivo de lamonja para intentar demostrar tan —para nosotros— peregrinaafirmación. La homogeneidad de las fuentes que utilizan (el Génesis, Plutarco, Bolduc, Cartario, Josepho y, especialmente, Bernardo de Aldrete)^^ se corresponde con la similitud de las ideasque desarrollan: ambos presentan desde una perspectiva racionalista los mitos, establecen la misma genealogía para Neptuno,identifican de manera similar a Misraim con Isis, que simbolizapara ambos la sabiduría; y ambos atribuyen a los romanos la equiparación de Neptuno con Conso. Pero mientras sor Juana lo hacecon el fin de que coincidan las virtudes y atributos de Neptunocon los del Marqués de la Laguna, Sigüenza lo hace para dignificar a los indios americanos, organizándoles una genealogía tanheroica como la de cualquier pueblo europeo.^^ Así, intenta emparentados con los cartagineses, bajo el influjo de la obra de frayGregorio García,^^ aunque lo descarta porque no le satisface, para

"No dudo el que prevendría al elegir el assuinpto con que havía deaplaudir a nuestro Excelentíssimo Príncipe no ser Neptuno quimérico Rey ofabulosa Deidad, sino sujeto que con realidad subsistió, con circunstancias tanprimorosas como son haver sido el Progenitor de los Indios Aniericanos (25).

Bernardo de Aldrete es fuente esencial para Sigüenza (y para sor Juana).Especialmente el lib. III, cap. vi (344-355), titulado "África se llamó Libya, isu origen i el del nombre de Neptuno i Egypto se llamó Mesraim . De élobtiene las ideas y las fuentes necesarias para el desarrollo de sus textos, aunque omita las serias dudas de Aldrete.

En el fondo, Sigüenza no hace sino aplicar las fórmulas de exaltación delos orígenes de los pueblos aprendidas en las numerosas fuentes hispanas de laépoca, de forma similar a la que lleva a cabo el propio Aldrete, por citar unejenmlo, cuando pretende que el español deriva de la lengua de Túbal.

Es evidente que Sigüenza leyó con atención los cinco libros de que consta, sobre todo: lib. I, cap. iii, par. I, "De lo que sintió Platón de el nueuo

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seguir las conjeturas que —le parece— se adaptan mejor a losindios americanos. Así muestra el paralelismo entre éstos y loshijos de Neptuno: de ninguno de ellos se sabía nada, salvo queexistían; unos y otros estaban en "apartadas regiones" que fueronpobladas por Neptuno; a ningún otro pueblo cuadra la profecía deIsaías como a los indios (sobre todo, si son mexicanos), por lacantidad de desgracias y calamidades que han sufrido y soportantodavía,^^ que edificaron una ciudad sobre las aguas, en honor desu Dios; gentem expectantem, conscientes de ser dueños interinosde la tierra, hasta tanto volvieran sus legítimos dueños.

El edificio que construye Sigüenza, basado en pequeñas analogías (que en muchos casos sólo él ve) de las fuentes que utiliza,se asienta sobre una débil base conjetural, cuya debilidad él mismo percibe. De ahí que sienta la necesidad de aludir a las historias mexicanas antiquísimas que posee y de las que ha obtenidolas "evidencias" de la "compathía" entre los mexicanos y losegipcios, que por falta de noticias apuntó imperfectamente Atha-nasio Kircher en su Edipo egipcíaco^^ tras el análisis que efectuó

mundo" (46-48), y todas las objeciones del Padre Acosta; lib. II. caps, i-iii(sobre el origen cartaginés de los indios (84-109)); lib. IV, caps, viii-x (suprocedencia de la isla Atlántica, con las objeciones a Platón (351-378)); y lib.V, caps, i-vi (De lo que cuentan los indios sobre su origen (489-520)), y muyespecialmente los caps, iii-vi (dedicados a los indios de Nueva España). Ellomuestra que las opiniones vertidas por Sigüenza en el Theatro de virtudes políticas no podían sonar a nuevas sino a los "Zoilos", como dice el propio Sigüenza. Su novedad fue la osadía de representarlo en un arco de triunfo, con loque éste conllevaba de "pedagogía" política dirigida.

En ningún otro texto expresa Sigüenza con mayor intensidad su sentimiento indigenista (de conmiseración) que en éste: "se verá quánto más seajustan a los miserables indios que a los españoles, y si algunos, en particulara los de México, gente arrancada de sus pueblos, por ser los más estraños de suprovincia, gente despedazada y hecha pedazos por su pobreza, pueblo terribleen el sufrir, después del qual no se hallará otro tan paciente en el padecer,gente que siempre aguarda el remedio de sus miserias y siempre se halla pisadade todos, cuya tierra padece trabajos en repetidas inundaciones" (30-31; lascursivas son mías).^ De él entresaca: t. 1, Syntagma V, cap. v {"De Religione Americanorum

Aegyptiacae parallela" (417-423)); t. II, Classis I, cap. ii, p. 12 (precepto 5®);y t. IV, cap. iv, ("De Literatura Mexicanorum, et an propie hieroglyphica dicipossit" (28-36)^ Los cuatro tomos del Edipo egipcíaco constituyen una "sum-ma" de comparatismo antropológico entre el pueblo egipcio y los demás pueblos del mundo conocidos. Las analogías destacadas por Sigüenza son comunes

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de los Anales de los Antiguos Mexicanos existentes en el Vaticano:

Quanto hasta aquí he referido parece que sólo tiene por apoyo lasconjeturas, y, a no divertirme con ello de lo principal de mi as-sumpto, puede ser que lo demostrara con evidencias, fundado en lacompathía que tengo advertida entre los mexicanos y egypcios, deque dan luzes las historias antiquíssimas originales que poseo yque se corrobora con lo común de los trajes y sacrificios, formadel año y disposición de su calendario, modo de explicar sus conceptos por hyeroglyphicos y por symbolos, fábrica de sus templos,govierno político y otras cosas de que quiso apuntar algo el P.Athanasio Kirchero en el Oedipo egypciaco (34).

Lamentablemente, Sigüenza abandona la posible vía documental para acogerse de nuevo a la erudición mitográfico-literaria desu argumentación. Conti, Platón, Josefo y Kircher son sus basessobre el mito de la Atlándida ("Atlántica", dice él), para sentar laidea de que de esta isla salieron colonias pobladoras hacia otrasislas (entre ellas, América) y que se extendieron hasta EgiptoCquae Aegyptum usque"). Ello le permite volver sobre su conjetura anterior de la similitud entre los egipcios y los indios americanos, para cerrar "concluyentemente" su silogismo.

se fortaleze mi conjetura de la similitud (bien pudiera dezir identidad) que los indios, y con especialidad los mexicanos, tienen [con]los egypcios, decendiendo de Misraim, poblador de Egypto por alínea de Nephthuim. Luego si de la Atlántica, que govemava eptuno, pasaron gentes a poblar estas provincias, como quieren osautores que expresé arriba, quién dudará el que deben tener a eptuno por su progenitor sus primitivos habitadores, los toltecas, dedonde dimanaron los mexicanos, quando en sumo grado convienencon los egypcios de quienes descendieron los que pob aron a tlántical (38).

a otros muchos pueblos; pero él sólo entresaca las quementación. A continuación aprovecha las "imperfecciones de Kirc er pticar a "nuestra nación criolla", porque permite que los sabios europeos mantengan "las tinieblas" de la ignorancia sobre los asuntos amencanos ypreocupa de proporcionar las "noticias" necesarias para evitar esta situaci n.

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Acaba el Preludio III engarzando la "cortesanía" a que le obligó el título del mismo con otra alabanza desmesurada de sor Jua

na Inés de la Cruz y con la reafirmación de su credo patrióticocriollo-indigenista. Con lo cual volvemos a la pregunta inicial:¿elogia Sigüenza a sor Juana o le reprocha el "mendigar en lasmentirosas fábulas"? Yo creo que el elogio que Sigüenza hace essincero. Pero no cabe duda de que está ligado inextricablemente ala defensa de su arco contra las críticas recibidas. Ello implica

necesariamente una conexión de causa-efecto entre uno y otra.Desde luego, es evidente que sus detractores se identifican plenamente —a tenor de las críticas que contesta— con el arco erigidopor sor Juana y, consecuentemente, con el ideario político (y losintereses) que sustentaba. De ahí que Sigüenza, alabando sinceramente el "peregrino ingenio" de la monja, sienta la necesidad dedar otra explicación y persiga contenidos que convengan a su exposición, muy distintos de los manifestados por ésta en el Neptu-no alegórico. De ahí también la ambigüedad del soneto de sor

Juana Inés y la sinuosa historia de su publicación.En cuanto a la segunda de las críticas, el uso de las Sagradas

Escrituras para la confección de los lemas de sus empresas,^^ tiene que ver con la composición formal del arco, pero, como muybien lo nota Sigüenza, trasciende a ésta para insinuar un problemareligioso-moral. Por eso se detiene en justificar los motivos de suuso, que, brevemente expuestos, son: 1) imitación de los antiguos,a los que siempre les resultó lícito su uso en pro de la elocuencia;2) con el fin de hermosear (Sigüenza matiza: "mejor diré, santificar") las humanas letras con las divinas, puesto que la Sagrada

Escritura es la fuente de toda erudición (61); 3) porque los epígrafes son el espíritu de empresas, jeroglíficos y símbolos, y, portanto, ¿qué mejor espíritu que el de los "sagrados hemistichios",que, como muestran Kircher y Beyerlinck han sido utilizados numerosas veces por "muchíssimos doctos" para componer las su-

"Por lo que en este (parágrafo] he dicho y por lo que adelante diré, meveo obligado a dar razón de los motivos que tuve en animar lo material de lasentpressas de el Arco con algunos epígraphes o motes de la Sagrada Escritura, en que se ha hecho reparo" (59-60).

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sigüenza: theatro de virtudes políticas

yas? Y 4) porque el modelo propuesto al virrey es un "theatro devirtudes políticas" cristianas, y malamente podría hacerse sólocon las virtudes "étnicas" de los monarcas aztecas, carentes de laluz verdadera del conocimiento divino".Es éste un punto cardinal en la literatura emblemática española

del siglo XVII, que Sigüenza asume plenamente. Con todo, resultadifícil compagin2u- tan rotunda afirmación con su posterior presentación de los emperadores aztecas (incluido el dios Huitzilopoch-tli, devenido héroe valeroso por obra y gracia del sincretismo deSigüenza) como modelos de virtud. No tiene nada de extraño poreso que en diversos momentos del Theatro de virtudes políticasdon Carlos pondere la piedad a que se ajustaban las acciones delos emperadores ni que en el capítulo 8° intente cristianizar aspiadosas manifestaciones de Motecoh9uma Uhuicamina, subrayadas por cronistas anteriores (José de Acosta y Fray Juan e orquemada) con el estigma de demoníacas y vanas supersticiones,distinguiendo de manera sutil entre objeto de culto (el demonio yculto propiamente dicho (manifestaciones cultuales).

Niguno (o de lo contrario se podrá inferir no tener el juyziome objecionará las citas antecedentes, como si laspara apoyar los errores que se mencionan en m*»bien, pues mirándolas sólo por el viso que tienen de rebgión mehan de servir de motivo para referir los egioschris[tian]a piedad. Erraron los gentiles en ° ̂30°' ®to, que era lo que les constituía la religión (1 )•

Las cuatro razones aportadas por Sigüenza se reducen realmente a una: el prestigio de la "autoridad" en apoyo e su posiciónsobre el uso de textos de la Sagrada Escritura para a con eccionde sus epígrafes. Don Carlos, tan crítico en otrosla "autoridad", se acoge aquí al amparo de una tra ici n que p

Unos años después (1688) la propia sor Juana Inés(nada menos que en la Loa para el Divino Narciso) q . «uesto queaunque tergiversada por el demonio, era esencialmen e „n'nensamientocreía en la existencia de un solo Dios verdadero. Como ve '• j 1 náhuatlsimilar al de Sigüenza, que ataca el timbre de "infamia'a la par que invalida indirectamente los derechos de conqui

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sibilita la confección "original" de su arco y desde él ataca a susposibles impugnadores, motejándolos de "zoilos":

Si practicar esta doctrina y todas las razones que he discurrido seme reputa por yerro, más quiero errar con lo que maestros tansuperiores me dictan que acertar con lo que los Zoilos reputan ensu fantasía por más acierto (62).

Estructura y contenido

El Theatro de virtudes políticas consta de tres partes claramenteperceptibles. La primera la constituyen los tres preludios, cuyafínalidad básica —^ya lo hemos visto— estriba en la justificaciónde Sigüenza por la ideación de su "arco aindiado" y la contestación airada a sus detractores. La segunda parte se compone dequince capítulos, de los cuales los dos primeros y el último estándedicados fundamentalmente a la descripción del arco y de lostableros de sus fachadas Norte y Sur, respectivamente, y los docerestantes desarrollan las acciones de los monarcas aztecas^' propuestos en el arco como modelos de virtud. La tercera parte consta de dieciséis octavas que forman el parlamento de la ciudad deMéxico, personificada, en alabanzas del virrey. Conde de Paredes.Y se cierra con una octava de confección posterior,^^narrador heterodiegético da cuenta del "aplauso celestial * que siguió a la intervención de la ciudad, que el eco expandió por elorbe para que "eternamente" cante "veloz la Fama en cítara sonante" (148). Es decir, que la segunda parte de Theatro de virtu-

Ya sabemos que el primero de ellos, Hutzilopochtli, era en realidad eldios de la guerra, aunque SigUenza lo transforme aquí en el caudillo conductor" de los mexicanos.

Jaime Delgado (Iv-lvi) habla de un opúsculo titulado Panegyrico con quela muy noble e imperial Ciudad de México aplaudió al Excelentissimo SeñorD. Thomas [...], publicado en México por la Viuda de Bernardo Calderón en1680, que indudablemente es la tercera parte de Theatro de virtudes políticas yque se debió publicar inmediatamente antes que él. José Rojas Garcidueñas(1960) y posteriormente William G. Bryant (240) ya cayeron en la cuenta deque la última octava era un añadido posterior de Sigüenza y la editaron encursiva.

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des políticas es en realidad la relación escrita del arco representado el 30 de noviembre de 1680 en la plaza de Santo Domingo,como era habitual, que "a juizio de los entendidos en el Arte, fuevna de las cosas más primorosas, y singulares que en estos tiempos se han visto" (42). Desconocemos la existencia de algún dibujo del arco, pero por la información suministrada por el propioSigüenza, sus medidas eran idénticas a las que estableciera comomodelo el arco erigido a la entrada del Marqués de Villena en1640: 90x60x12 pies geométricos.^^ De igual modo, el diseño desus frentes constaba de tres cuerpos en orden corintio, rematadoel tercero por "hermatenas áticas" y "bichas pérsicas", "aliñadascon cornucopias y volantes" (43). Tres entrecalles descollabansobre las tres puertas, más retirada la central en beneficio de laperspectiva. El afán de homologar la cultura azteca a la culturaclásica, evidente en los preludios y en el título mismo del libro,aparece nuevamente en la cronología que coronaba la puerta central. Si en los frisos de las laterales aparecían dos cronológicosseñalando la efeméride (1680), en la tarja de la central, escrita enlatín y dedicada al virrey, se encontraba el año 353, que correspondía a la fechación desde la fundación de la ciudad de México,de forma similar a como los romanos fechaban en época republicana sus monumentos: "PRID. KAL. DECEMB». / ANNO A.MEXIC. CONDIT. CCCLIIl". En este sentido, la puerta centrd seconvierte en la expresión sintetizada del simbolismo que encierrael Theatro de virtudes políticas.

El sincretismo de Sigüenza funde en un todo indisoluble la tradición hispana y la tradición azteca, bajo un modelo formal queprocede de la cultura clásica, para instar al virrey con una requisitoria política grata a los intereses de la oligarquía local. Quizá

José Miguel Morales Folguera (110-111) afirma que las medidas de90x60 pies geométricos fueron "similares y constantes en todo el virreina o(aunque ello no es totalmente cierto), que el diseño de los dos frentes se organizaba "en tres cuerpos y tres órdenes, siendo los más utilizados el jónico, ecorintio y el compuesto", y que se "completaba con adornos diversos, escu osde armas, cornucopias, festones [...]". Como podemos ver, el arco idea o porSigüenza se corresponde con el paradigma tipificado.^ Por supuesto, que el aviso al virrey entrante va envuelto dentro de as

alabanzas de la dedicatoria latina, pero la frase que lo encierra no puede ser

L

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por eso no se representó al virrey entrante sobre un carro triunfal,sino suave y apacible (tablero fachada Norte), esperando que losreyes mexicanos le franqueran las puertas a las voces —tambiénapacibles— del Amor, y la ciudad de México, en cambio, se representó dominando "desde lo más superior" (55), simbolizada enuna india vestida al uso, sobre un nopal. No me parece casual quela ciudad de México se representara dominando "desde lo másalto" todas las acciones —^por muy "apacibles" y laudatorias quefueran— de los dioses, emperadores aztecas y virreyes. Antes alcontrario, creo que el programa iconográfico pretendía dejar muyclaro el lugar que le correspondía a cada uno de los personajesrepresentados. Numerosos textos del Theatro de virtudes políticasavalan esta afirmación. Ya he subrayado el valor que tienen larequisitoria de la puerta central y la preeminencia de la ciudad enla confección del arco. La identificación de México con Roma,

por otra parte, suministra otros motivos de reflexión en este sentido. El paralelismo ofrecido en la tarja central entre la historiaromana y la azteca se continua en las acciones de los héroesmexicanos: Huitzilopochtli, "caudillo y conductor de los mexicanos" (67), cual nuevo Moisés, conduce a su pueblo hasta Tenoch-titlan. Fundador de una estirpe, como Eneas, impulsa la creaciónde la ciudad. Acamapichtli deseca zonas pantanosas para extenderlos territorios de la primitiva aldea, de la misma forma que Rómu-lo hizo con Roma. Huitzilihuitl establece las leyes como NumaPompilio; Motecohguma Ilhuicamina engrandece la ciudad-estado,como Anco Marcio y Tulio Hostilio, etc. Incluso la caída de ambos imperios tiene en Sigüenza una total equivalencia:

Vna Águila volando sobre la cabeza de Marciano y de allí remontándose a lo sublime fue pronóstico que le previno el Imperio:refiérelo Boronio tom. 5. Annal, anno 431. Y otra Águila precipitándose de lo más excelso fiie presagio de la ruina del ImperioMexicano (137).

más elocuente: "UT OMNIA, ET SINGULA / AEQUUS, ET BONUS CONSU-LAT POPULO" ("para que, justo [también vale 'apacible'] y bueno, consulte alpueblo todos y cada uno de los asuntos", 52).

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Todas estas acciones, y otras más que me parece superfluo reseñar, se encaminan a la exaltación patriótica de México como"urbi et orbe'\ cual nueva Roma rediviva, idea subyacente en numerosos escritos hispanoamericanos de la época, suficientementeconocidos por todos para que ahora me detenga en ellos. Siquiero en cambio subrayar que esta exaltación condiciona la configuración formal del arco y que ello se concreta en el tableroprincipal de la fachada Sur (cap. 15). Los rayos procedentes delas insignias imperiales aztecas concluyen en una cornucopia(símbolo de la abundancia) que el virrey vierte sobre la ciudad deMéxico (141). Todos convergen en la figura del virrey entrante,dando a entender con ello que este personaje reúne todas las virtudes, pero a la vez —y las citas clásicas lo resaltan » que éstasle impelen sutilmente a la realÍ2Lación de un gobierno en consonancia con tan elevados méritos. El soneto con que Sigüenza acabó su £urco incide también en la misma idea. Y por si no quedarasuficientemente claro, en las octavas del panegírico final (en quela ciudad misma alaba al virrey y le insta a que penetre en el a) e"Orbe Mexicano" —clero, claustro, plebe, noble cortesano, villano, docto e inculto— le ofrece el cielo.

Si en mi pecho y mi afecto te introduces,Rayos negando y dispendiendo luzes (vv. 111-112).

Como vemos, entre las indudables alabanzas al virrey, Sigüenza le expone, suave pero firmemente, unas normas de actuaciónque, si generales en los capítulos 3 a 14, parecen concretase a arealidad específica mexicana de 1680 en el capítu o ma eTheatro de virtudes políticas?^ La crítica anterior ha sentí o es o

Resulta evidente el anhelo de los emperadores ^a^cuvones —aun en las equivocadas— por engrandecer la ciuda natrintUmo delogro sacrifican hasta su propia vida. Ello tiene 11^^^Sigüenza, desde luego, pero también relación con laa pensar que el indigenismo de don Carlos esta en cm «lioarnnfncapacidad que tiene la historia azteca de enaltecer los . virtudeslocal, sostén económico del arco y de la publicación del T

De ahí que, sin cuestionarse "el principio de donde Iwpríncipes supremos la autoridad" (93), ni el "recato y veneraci n que

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de algún modo y se ha extrañado del silencio del virrey (y deotras autoridades españolas). Pero, en verdad, el prudente silenciodel Conde de Paredes no debe sorprendemos. La realidad era quelos virreyes y altos funcionarios, carentes en el siglo xvii de losrecursos de poder de que habían disfrutado en el siglo anterior, sevieron obligados a actuar con gran tacto y flexibilidad para hacerse obedecer sin provocar situaciones difíciles (como la que tuvoque sufrir el Marqués de Gelves en 1624), concillando los intereses contrapuestos de los distintos grupos criollos, atenuando los^tagonismos entre criollos y peninsulares y armonizando las pretensiones locales con las directrices y necesidades de la Corona.Los virreyes, en concreto, estaban fuertemente constreñidos

durante su mandato. Las numerosas cargas cotidianas, como consecuencia de los diversos cargos que coincidían en su persona, elescaso margen de maniobra de que disponían, maniatados desdeel comienzo por las instrucciones reales, muchas veces inaplicables a las situaciones concretas con que se encontraban; el segui-núento estricto de cada uno de sus actos por los oidores y juecesde la Audiencia; y el juicio de residencia a que eran sometidos alfinal de su mandato, imprimieron a sus gobiernos una sensaciónde "desgobierno, ineficacia y mediocridad" (Elliot), hasta extre-n»os tales de ocultar lo que verdaderamente ocurrió en México:tras ese ficticio desorden "se mantenía una sólida estabilidadadaptada a las nuevas circunstancias de practico autogobierno queejercía la élite criolla" (Mijares y Sanz 437). Ésta, en cambio,nucleada en tomo al Cabildo, institución local a la que acaparóPermanentemente, insatisfecha en sus pretensiones nobiliarias y

la obtención frustrada de altos cargos de la administración,estaba constituida por poderosas familias de hijos de conquistado-t'es, grandes hacendados, mineros y mercaderes, que tenían fuertes^os de parentesco y de intereses con figuras de la Corte y que

a sus vicarios y sustitutos, subraye la servidumbre que el cargo les impone y suaispombilidad a la República, y no de la República a ellos, basándose en la

de^^^^^r^ Séneca: "Considera que la república no es tuya, sino que tú eresobse ello quiero resaltar de nuevo la actitud que el virrey debed(»i de la república mexicana, identiñcada aquí por los interesescabildo, representante de la poderosa oligarquía local.

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aprovecharon el debilitamiento del poder central en el siglo xviipara establecerse fuertemente. Y una vez asentados y consolidados en su poder económico, social y político, buscaron símbolosen los que descansar sus rasgos identitarios (Manrique). Los encontraron en la religión, con la aparición de la Virgen de Guadalupe, en la tierra y en sus gentes, y las alabaron con orgullo; y enel pasado indígena, para exaltarlo y equipararlo a las tradicionesculturales europeas. En tal sentido, el arco ideado en 1680 porSigüenza —a instancias del poderoso Cabildo local— concreta elsentinüento de esta comunidad histórica e ilustra, como ningúnotro acontecimiento, el hecho cierto de que gran parte de la sociedad colonial había crusiado ya su línea divisoria en su afán deautoidentificarse frente al español metropolitano. Una manifestación pública en contra del arco por parte del virrey entrante hubiera significado el rechazo de los sentimientos de la facción máspoderosa, además de una imprudencia política incalificable.Los capítulos 3 a 14 constituyen esencialmente un "espejo de

príncipes", un tratado para la educación de la conducta de unpríncipe cristiano. Se inscriben, por tanto, dentro de la nutridaliteratura emblemática hispana del siglo xvii, de Ribadeneyra,Álamos de Barrientes, Covarrubias, Figueroa, Quevedo, Orozco,Saavedra Fajardo, Mut, o Zeballos,*^^ con huellas visibles inclusoen el discurso textual. Hasta la idea de representar las enseñanzasmorales a través de una serie dinástica tiene su precedente en latradición hispana, como ya mostrara Maravall en 1944. Y por elloparticipa de tres aspectos temáticos esenciales al género: ¡) elcontagio de la virtud, por medio de la admiración a grandes héroes del pasado; 2) la demostración de que es posible ser un gobernante virtuoso desde el momento en que otro lo ha sido, y 3)

No es mi intención llevar a cabo ahora un estudio comp^ativo entre ellibro de Sigüenza y los de los literatos españoles, cuyos paralelismos son evidentes con una mera ojeada a ellos. Heinrich Merkl (27), al parecer, lo hahecho con Ribadeneyra y Saavedra Fajardo, posiblemente porque desconocía elespléndido libro de José Antonio Maravall (1944), que le habría ahorrado muchos problemas y ampliado su visión. Al lector interesado en la literatura emblemática española le aconsejo también (entre otros muchos): Sánchez Pérez(1977) y Verso e imagen (1993). Este último es útil en general, pero interesasobre todo el apartado bibliográfico recogido por Diez Borque.

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emular la fama que estos héroes se han granjeado con su buenproceder. Como buen tratado de "príncipe político y cristiano ,insiste en que las acciones de sus héroes han de estar siempredirigidas por la piedad y la fe, siguiendo la preceptiva hispana deque la virtud atrae el favor divino. Así, los distintos monarcasaztecas anteriores a la llegada de los españoles representan consus empresas las virtudes teologales y/o cardinales, verdadero decálogo educativo en la formación de la voluntad de un príncipecristiano. La fe orienta las acciones de Huitzilopochtli y de Mote-cohguma Hhuicamina; la esperanza es el resorte que mueve aAcamapich; la justicia y la templanza, a Huitzilihuitl; la pru encia, "regla y medida de las virtudes", al decir de Saavedra Fajado, rige los actos de Itzcóhuatl; y la fortaleza es el atn uto eAxayacatzin. Incluso los monarcas que padecieron la inconteni eirmpción de los españoles —Motecohíuma Xocoyotzin, CuiUa-huatzin y Cuauhtémoc— presentan sus correspondientes virtudes(aunque sean de rango inferior a las anteriores): liberal ida y''^gnificencia con sus enemigos, amor a la libertad y a la pa^a,constancia en la lucha. Es cierto que todas ellas están sometid^al imperio de la Fortuna,^® que veleidosamente les es contrarm.primero en sufrir sus embates, Motecoh^uma, fue despoja o e supoder y de la vida en el punto culminante de su esplendor. Foeso su virtud resplandece más y se resaltan negativamente 1^ acciones de los españoles (aunque no se digan). Contra e po er eFortuna —personificada en el "ínclito Capitán Femando Cor-

loe A de que Sigüenza piensa, como todos los moralistas españoles del siglo xvii, que la Fortuna es "hija de la Suprema Providencia . Es decir,que se aünea con la concepción antimaquiavélica (una vez más) que cree en unprovidencialismo divino, y, por tanto, racional, aunque oculto a la inteligenumana. La Primavera indiana, el Parayso occidental, y la Piedad heroyc ,por citar al'gunos ejemplos, lo muestran con claridad. Sin embargo, en estoscapítulos sólo la actuación de los monarcas aztecas parece caer dentro de esaconcepción, pero no la caracterización de la Fortuna. Resulta curioso que unwtor tan asiduo de Torquemada como Sigüenza omita esta idea, evidente en laMonarquía indiana. La omisión concreta, harto significativa, de la idea provi-dencialista en esta parte del Theatro de virtudes políticas evita a don Carlosre^tir el estigma de infamia que tenían los aztecas y, consiguientemente, respaldar las razones en que fundamentaban los españoles su derecho a la conquista de América,

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tés''— reacciona Cuitlahuitzin, que consigue "expeler a los españoles de su ciudad, derrotándolos en la memorable Noche Tristedel día diez de julio del año mil y quinientos y veinte" (135). Ycon constancia y "alegría" se enfrenta Cuauhtémoc a los enemigos que Fortuna le envía (guerra, hambre y muerte), en un intentofinal de detener "la ruyna del Imperio". El epigrama que explicasu empresa y los hiperbólicos epítetos que Sigüenza le dedica inician un crescendo patriótico, que culmina en la identificación final de los criollos con los indígenas del pasado:

No tienen ya los mexicanos por qué embidiar a Catón,^^ pues tienen en su último emperador quien hiziese lo que de él dice SénecaEpist. 104: Nemo mutatum Catonem, toties mulata República vidií,eundem se in omni statu praestitit, in praetura, in repulsa, in acu-satione, in provintia, in condone, in exercitu, in morte denique

Composición del texto

Estrechamente relacionada con su estructura extema está la textura del discurso que Sigüenza concreta en su Theatro de virtudespolíticas. Su reto inicial consiste en trasladar al lenguaje escritola disposición artístico-simbólica del arco. El texto escrito surgeasí con el decidido afán de hacer posible el tópico horaciano utpictura poesisy con las dificultades que conlleva la armonizaciónsimultánea de distintos códigos estéticos. Para efectuarlo y hacer-

¿A qué mexicanos puede referirse Sigüenza, que envidien a Catón, ®Séneca y, simultáneamente, tengan en Cuauhtémoc a su "último emperador .Obviamente sólo puede referirse a los mexicanos que pertenecían a la élitecriolla, la que, deliberadamente y desde un estrato de cultura superior, asumióel pasado prehispánico como suyo, como sefla de identidad diferenciadora frente al "gachupín" peninsular.

"A pesar de que tantas veces cambió la república, sin embargo nadie viocambiado a Catón; siempre se mantuvo él mismo en cualquier estado: en lapretura, en la repulsa, en la acusación, en la provincia, en el discurso, en elejército y finalmente en la muerte" (traducción tomada de Rojas Garcidueñas,ed. 352).

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lo con acoluthÍQy como quiere Sigüenza, abandona la descripciónespacial de los personajes que "animaron" el arco de triunfo, enbeneficio de una narración lineal y cronológica, establecida previamente por él en un libro suyo perdido, denominado Cronologíadel Imperio Mexicano:^^

No pretendo en esta materia alargarme más, porque ya me llamapara su explicación el assumpto que iré decifrando, no por e orden del tablero que todos vieron, sino según la Chronología delImperio Mexicano de que tengo ya dada noticia, con exacci najustadíssima, en vn discurso, que precede al Lunariopara el año de 1681, a que remito los doctos y curiosos (62-63).

Sin embargo, la fuerte erudición de que hace gala ha dificultado hasta ahora su escléu-ecimiento. Las continuas citas atinas, impresas en cursiva, según la costumbre tipográfica de a época, seinsertan en el texto mismo del Theatro de virtudes po iticas^ constituyen el texto y le confieren un carácter bilingüe, que o a ejadel aplauso popular. Además, las constantes referencias a lasición del arco, su contestación a las críticas recibidas ®su elogio a sor Juana—, su indudable paralelismo con e eptuno

Como ocurre con todos los manuscritos perdidos í. nensarse queplantea numerosos problemas sin resolver. En principio peste libro es la Noticia Cronológica de los Reyes, Emperadores,Presidentes y Vi-reyes de esta Nobilíssima Ciudad de México, de la quconserva excepcionalmente-un ejemplar en la Biblioteca Lillyna), según William G. Bryant (235 n. 2). (En la obra que hemos citado (iy»4;,Bryant incluye su edición de Theatro de virtudes políticas. Mucho antes, en1948, se hizo una edición limitadísima, de treinta ejemplares, ̂ México, JosPorrúa e Hijos, Sucs., Libreros. Utilizo el ejemplar n° 23, del CSIC). Pero lasdiversas alusiones a la Chronología del Imperio Mexicano esparcidas a lo largode su Theatro de virtudes políticas evidencian que de ningúnesta obra, sino de otra mucho más larga. Tanto Bryant como Elias Trabulse(57) aclaran que la Noticia... "se compone de dos partes: una impresa, de ochopáginas sin numerar, y otra manuscrita, de 28 páginas tampoco numeradas Laconclusión a que llega el último es que de la Chronología del Imperio Mexicano "Sigüenza hizo un compendio que colocó al frente de su Lunario de 1681,como afirma el propio Sigüenza, que contenía dos partes, la segunda de lascuales es la Noticia..." Al lector interesado en seguir los pormenores de estaobra le aconsejo la lectura de las páginas 29-31, 39-42 y 57-59 que Trabulse lededica, junto con la crítica que hasta 1988 se ha ocupado de ella.

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alegórico^ el uso intermitente de tiempos verbales propios de lanarración y tiempos verbales del comentario, así como de distintas voces narrativas (yo, él), incrementan su ya original complejidad. El texto de Sigüenza recuerda por su prolijidad al de unafachada barroca, en la cual el exceso de ornamentación oculta sus

líneas arquitectónicas. No obstante, pasada la primera impresión,el lector percibe con claridad el férreo esquema estructural a queestá sometida la parte central del Theatro de virtudes políticas,que constituye la relación escrita del arco. Pero antes Sigüenza seocupa de introducimos suavemente en él, con las noticias queproporciona en el capítulo primero. Narra los antecedentes de laerección del arco (noticia de la llegada del virrey, actividades preparatorias, encargo del Cabildo, etc.); describe sus características(dimensiones, peculiaridades arquitectónicas, artistas que intervinieron, actuación sobresaliente del corregidor de México, AlonsoRamírez de Valdés,'^^ inscripción latina de sus puertas, dataciónhistórica azteca, etc.). Y, sobre todo, concreta el método utilizadopara la "deducción" de sus empresas, de acuerdo con las directrices de Henri Famése sobre la plausibilidad de las empresas, porque la virtud y la sabiduría son "sus metas", y de Atanasio Kir-cher (Edipo egipcíaco, t. II, das. I, cap. 2), de que Impressia de-bet esse directa ad mores:

de las [acciones] que fueron más plausibles en el discurso de suvida, del nombre de cada emperador o del modo con que lo sig-nificavan los mexicanos por sus pinturas se dedujo la empressa o hie-roglyphico, en que más atendí a la explicación suave de mi concepto que a las leyes rigurosas de su estructura, que no ignoro (49).

Antonio de Robles (1: 315) informa sucintamente de la brevísima enfermedad y muerte del corregidor. Sigüenza hace un panegírico de su persona,para conseguir de la desgracia felicidad, porque piensa que el virrey será máshumano ante el desengaño de esta vida tan efímera. Es éste un tópico de laliteratura barroca. Con todo, no puedo dejar de recordar el paralelismo textualentre Sigüenza y el soneto con que cierra Saavedra Fajardo su Idea de unpríncipe político christiano, recordando a los príncipes que "en los ultrajes dela muerte fría / comunes sois con los demás mortales" (753).

El anhelo de claridad por parte de Sigüenza y, por otro lado, la dificultadintrínseca de su prosa es una tensión constante en muchas de sus obras. Y lasafirmaciones que coloca en el prólogo de su Paray'so occidental me eximen de

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Las acciones "más plausibles", el significado del nombre en lavida de los emperadores, o su modo de significar o en os cpictográficos que poseía, son los puntales en que sus en ̂

. 1 «n <»! arco es la representa-empresas. Y su manera de plasmarlas en elción pictórica, porque, inserto extasiar a losca,^ considera la pintura el medio mas er P imespectadores y persuadirles del poder egregio e , _buidas las figuras representada, palabras, "paramostración magnífica de el poder O P°^ recomen-que, suspensos los ojos con la que manifesta-dava, discurríese el aprecio quanta era la sba el pincel (49). ^ «mnnner sus empresas, y trasUna vez expuesto el f ̂°"P ja fachada Norte (lo

la descripción pormenonzada del tablero ^ qicnienza»>.„ U J ,1 cap,».. .> conconcreta las líneas "arquitectónicas que c^rihp la« vírtu-estractural de los capítulos 3 a 14, en los que e resoe-des de los emperadores mexicanos. Con ligeras vcialmente en los capítulos 6 y 8), es ^'®"^'°^„„tinuación, del

1) Enunciación de la vi^d, <1«® afirmación inicial,príncipe azteca. Apoyo erudito que justifi emblemáti-obtenido por lo común de los numerosos ceos, y más exactamente de Famése y Beyerlinc

más explicaciones. El ideal prosístico que propugna no se compadece corealización práctica. ,^ Sigüenza, como buen intelectual del Barroco, de afectos

más directos y eficaces medios de que podemos valemos deoende quey que la visión directa de las cosas importa sobremanera. D y r^mnocfase enciendan movimientos de afección, de adhesión y ® "n nnn irmcn deen la pintura la manifestación artística más eficaz para atropinión" por los cauces extrarracionales y mover su ánimo, P Maravíilldirectamente. Es interesante el Apéndice que introduce Josen su libro de 1983 (501-524), sobre los "Objetivos sociopoilticos aei empleode medios audiovisuales", para ver cómo era una opinión generalizada en elBarroco el que la pintura era el medio más eficaz para atraer a las masas ycaptar sus voluntades.

En este capítulo es donde Sigüenza tuvo que salir al paso de algunascríticas que le hicieron por haber "animado" sus empresas con epígrafes de lasSaldas Escrituras, como hemos visto en páginas anteriores.

Sigüenza usó con cierta frecuencia en su Theatro de virtudes políticas la

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2) Digresión aclaratoria sobre la etimología del nombre delmonarca representado y sobre la relación simbólica entre su nombre y los hechos más "plausibles" de su vida, basada fundamentalmente en fray Juan de Torquemada^' y en su propia Chronolo-gía del Imperio Mexicano.3) Narración sucinta de los hechos "más plausibles" de su vida,

generalmente comparada con historias semejantes de héroes de laAntigüedad clásica o de las Sagradas Escrituras. La extracción dedatos concretos de la Monarquía indiana es sistemática'*^ y siempre orientada hacia la ideación de su Theatro de virtudes políti-caSy omitiendo cuantos detalles considera improcedentes, sea cualsea la importancia que Torquemada les conceda.

obra de Henrici Famesii, eburonis I.C., De simulacro reip sive de imaginibuspoliticae et oeconomicae virtutis, en apoyo de sus empresas. Destaca el elogioque de él hace en el cap. 11: "Nadie mejor que el eruditfssimo J. C. HenricoFamesio lib. I de Simulac. Reip. Panegyr 3. cap. 2 [...] cuyos estudios venero,pues a ellos devo el que sirvan de re¿ce [...]" (124). En cuanto al libro deBeyerlinck {Magnum theatrum vitae humanae.hoc est rerum divinarum huma-narumque syntagma), sus ocho tomos constituyen una auténtica "enciclopediauniversal" de las virtudes y los actos humanos, en cuyo espléndido venero Sigüenza podía espigar multitud de datos valiosos para la elaboración de cualquier idea relacionada con la virtud. Por citar sólo un ejemplo: la esperanza,personificada en Acamapichtli, la obtuvo Sigüenza de Beyerlinck (7: 299-304),en latín, s.v. spes. Ofrece al lector los siguientes apartados: I) Definitio etEtymologia\ 2) Subiectvm', 3) Spem qvi habeanf, 4) Encomivm et efficacia{Ethnicorum testimonia, con diversos autores clásicos): 5) Philosophorvm etaliorvm apohtegmata (con numerosos ejemplos de autores clásicos); ó) Simvla-crvm (Emblemata, XLVI de Alciato, que Sigüenza aprovecha); 7) Hierogíyphi-ca; 8) Exempla Ethnicorvm', 9) Spes. Christianorum\ 10) ̂templa S. Scriptura(numerosos); y 11) Histórica (también numerosos personajes).

Es necesario destacar la importancia de la obra de fray Juan de Torquemada en varias obras de Sigüenza. Su admiración por el franciscano fue duradera, como muestran los varios comentarios elogiosos diseminados en el Theatro de virtudes políticas, su reaprovechamiento para la confección del capítulo1 del Parayso occidental (t. II, libro nono, cap. XIV, pp. 202-205) de su 7®parte de los veynte y un libros rituales y Monarchta yndiana, con el origen yguerras de las Yndias Occidentales, de sus problagones, descubrimiento, conquista, conuersión y otras cosas marauillosas de la mesma tierra, distribuydosen tres tomos (...), Sevilla: Mathías, 1615. O los apuntes conocidos como Anotaciones críticas a las obras de Bemal Díaz del Castillo y de Fray Juan deTorquemada. Ello sin olvidar que Sigüenza firmaba sus Lunarios con el seudónimo Juan de Torquemada.

Libro II, caps, xiii, xvi-xviii; xxii, xliii, Iv, Ix, Ixvii y Ixviii; y del LibroIV, los capítulos relacionados con la conquista de México por Cortés

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4) Representación plástica de la empresa (o en su caso, descripción de la misma) y acomodación final del epígrafe en verso,con el que encierra en una estrofa o dos lo esencial del personajerepresentado. Curiosamente, los doce epígrafes se distribuyen matemáticamente entre cuatro epigramas (con dos redondillas cadauno), cuatro octavas reales y cuatro décimas. Por otra parte, resulta obvio destacar que el epígrafe resume y aclara un texto denso yabigarrado, como consecuencia de la concentración de símbolosvisuales y acústicos que concurrieron en el arco, procedentes decódigos estéticos distintos.^ Proyección inmediata de la virtud representada hacia el futu

ro gobiemo del virrey entrante. Marqués de la Laguna.El texto del Theatro de virtudes políticas se adensa —oculta su

"arquitectura"— con la profusa ornamentación de su prosa bilingüe, normalmente ramificada en múltiples matices simbólicos, patrióticos, históricos, moralizantes o simplemente eruditos, peronunca abandona sus líneas directrices, que convergen al final,como los rayos de las insignias imperiales, en el tablero de lafachada Sur (cap. 15), con la exaltación final de la ciudad deMéxico y del virrey entrante, siempre que éste guarde los "preceptos" insinuados por Sigüenza y Góngora, y, en resumidascuentas, por el Cabildo de la ciudad.

Para concluir, quizá convenga subrayar de nuevo que lo queSigüenza lleva a cabo al erigir en su arco a los emperadores aztecas como modelos de virtud y, consiguientemente, al proponer suTheatro de virtudes políticas como "espejo de príncipes", no hacesino repetir lo que la civilización cristiano-occidental había hechopara adaptar las virtudes de los héroes clásicos a la realidad concreta de los países europeos modernos. La diferencia estriba enque éstos gozaban de un prestigio imponente en la Europa delsiglo xvn (lo siguen teniendo aún, muchas veces sin que nos demos cuenta de ello), mientras que los emperadores aztecas temanel estigma de príncipes "bárbaros", demoníacos y vencidos. Esdecir, carecían de prestigio a los ojos de la cultura europea. Loque Sigüenza persigue con su exaltación es la homologación deéstos con aquéllos, como paso ineludible para la reafirmaciónidentitaria de su propia comunidad; homologación para la que no

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le importa transformar una divinidad prehispánica, Hutzilopochtli,en un caudillo legendario,'^^ ni obviar las continuas guerras queensangrentaron a las ciudades-estado aztecas, tan pormenorizada-mente narradas por Torquemada. E, intelectual de su época, encuentra en los clásicos el fundamento para rechazar la culturamixtificada (o que él siente "falsa") de las fábulas y sostener suplanteamiento patriótico original; en el silogismo escolástico y ensu nómina de autoridades, el método en que basarse para desarrollarlo; y en las citas religiosas, el respaldo oportuno para proponera unos príncipes que la intolerancia religiosa rechazaba comomodelos de virtud.

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Octavio Paz (209-211), ha mostrado con claridad la filiación jesuítica delsincretismo de Sigüenza y cómo sus ideas, por muy originales que nos parezcan, son "variaciones de una doctrina común que, más o menos difusa,^ se ot-cuentra en otros autores de la época, miembros de la Compañía de Jesús . Nocabe duda de que en la actitud de Sigüenza confluyen dos corrientes—ideas y sentimientos—, como han mostrado Jorge Alberto Manrique (650 ss)y O. Paz. Las ideas proceden, en gran medida, del sincretismo universa is apropagado por los jesuítas, en su afán de hacer compatibles las antiguas re i-giones mesoamericanas con la religión católica (si bien esta idea empieza aflorecer más o menos conscientemente en los primeros franciscanos y se percibe ya en Torquemada).

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