Dos Caras y Un Mismo Rostro Rosario Castellanos

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Dos Caras y Un Mismo Rostro Rosario Castellanos

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  • Dos caras y un mismo rostro

    ... de todo este vendaval hu-mano slo quedaron

    letras que viven papeles que gritan y este dilogo.

    R.C.

    Rosario Castellanos sigue siendo, a 34 aos de su muerte, la poeta-escritora-dramaturga-

    ensayista chiapaneca, uno de los fenmenos ms felices que cruzaron las letras mexicanas.

    Un ser que dio cabida en su pluma a lo mgico y a lo lgico. De su bistur no escaparon los

    fenmenos que rodeaban su vida como individuo y como pueblo, mas, al mismo tiempo, la

    declamacin mgica, el verbo de los ancestros mayas, se escurran a travs de todos los

    espacios, haciendo escuchar la voz que aos de conquista y aculturizacin no pudieron

    borrar.

    En la literatura indigenista resalta generalmente el ser arrodillado o poseedor de una

    cultura superior. Aparece el noble salvaje, an no deteriorado por la civilizacin, o el

    otro, el perseguido y explotado, hijo de la leyenda negra y de la persecucin social. R. C.

    no vio al indio slo de rodillas, ni deshumanizado como smbolo romntico. En sus

    cuentos, novelas, poesas y ensayos, aparece otro indgena, denigrado a veces hasta su

    destruccin, y otras orgulloso de ser lo que es y no la copia del trgico conquistador. Unas

    veces es un ser que perdi su viejo calendario sin recuperar uno nuevo, y otras es un ser

    idolatrado y odiado por blancos y ladinos quienes contemplan a este ser-naturaleza con

    envidia y desprecio. Esclavos ellos de prejuicios, normas y miedos. Mas a la larga captan

    este mundo mgico con sus credos y mitos, mundo que dej su huella imborrable en el ser

    mexicano. R. C. trat de expresar al indio y no de describirlo, as como trat de expresar al

    blanco y al mestizo, descubriendo la tragedia de todos. No dolo cado ni diablo

    atormentado, ni ser infrahumano, el indio respira vida en sus obras.

    Los de abajo resaltan siempre en su creacin literaria. Los seres de abajo medidos por

    normas ms sociales que econmicas. Entre ellos la mujer, ser pasivo, vctima y cmplice

    de su situacin grupal. Propensa a violencia y discriminaciones y a un contexto de mitos y

    prejuicios que siempre la dejarn as. Estos mitos y prejuicios son tambin los culpables de

    la relacin sin solucin entre indgenas y blancos.

    Lo ms alarmante en la interaccin de sus personajes y situaciones es la incapacidad de

    dialogar. Blancos e indios, marido y mujer, amantes entre s, padres e hijos. Hasta cielo y

    tierra pareceran estar en desacuerdo. Normas de dioses pavorosos, dioses que buscan

    sacrificios humanos y usan magias para este fin, parecieran ser las normas que rigen al

    universo.

    Su extensa obra potica reunida en su libro Poesa no eres t, abarca todos los vaivenes de

    su vida y creacin, desde las trgicas lneas que hablan de soledad y muerte hasta las

  • ltimas que llegan a rerse de estas compaeras y de ella misma, la poeta, mujer

    tornillo, ser cuya trascendencia no pasa al ms all. Parte de un engranaje, y por ello la

    nueva adaptacin a la vida sin pretensiones trascendentales, como corresponde a un

    tornillo.

    En sus ltimos textos literarios y periodsticos, lleg a una de las expresiones ms perfectas

    de irona. Irona en el sentido romntico de la palabra: poeta que contempla todo desde

    fuera, aun a su misma persona y por ello su gran capacidad objetiva de ver y escuchar. Los

    mitos se derrumban uno tras otro, ante la desacralizacin que es la medida exacta de

    hechos, personas y credos todo retorna a su dimensin humana.

    Pero aun all, al alejarse de lo trgico y de lo dramtico de su obra anterior, al poder rerse,

    porque la risa es un smbolo de liberacin, el verbo mgico que la persegua hasta su ltimo

    da se hace presente una vez tras otra, y la que eligi la poesa porque los otros caminos

    no son vlidos para sobrevivir. .. Y en estos aos lo que ms me interesaba era la

    sobrevivencia, debe admitir que su refugio, la poesa, es tambin espejo de este medio del

    cual hua y aceptaba. Que nunca podr estar fuera, como ser irnico total. Siempre la

    tragedia y el dolor encontrarn alguna brecha.

    Pero si es necesaria una definicin

    para el papel de identidad, apunte

    que soy mujer de buenas intenciones

    y que he pavimentado

    un camino directo y fcil al infierno.

    (Pasaporte)

    Dos novelas escribi, una autobiogrfica, Balun Cann, que relata la vida de una familia de

    esclavistas-esclavos, como fue la vida de los terratenientes en Chiapas. La otra, Oficio de

    tinieblas, narra la historia mtica de la rebelin chamula contra los habitantes de Ciudad

    Real. Movidos los mayas rebeldes por un credo mesinico de renovacin religiosa y social.

    Estas dos obras son tal vez las que ms trasladaron el pensar y sentir de indios y blancos en

    una sociedad basada en la incapacidad de entenderse.

    Balun Cann narra la historia de una nia, la escritora, condenada por los brujos a la

    muerte. Ms tarde para proteger al hijo varn, el hermano de la nia, fue su madre la que

    volvi a elegirla para la muerte. En su desesperacin la nia acudi a la magia, la misma

    arma enarbolada por los brujos contra su vida. As logr vivir porque en su lugar muri

    Mario su hermano y compaero nico de niez. La nia qued rodeada por paredes de

    soledad, de culpa y arrepentimiento, esperando el momento en el cual la magia, ahora

    engaada, la encuentre y logre golpear trgicamente en la puerta de su vida: Y antes

    suplico a cada uno de los que duermen bajo su lpida, que sean buenos con Mario. Que lo

    cuiden, que jueguen con l, que le hagan compaa Porque ahora que ya conozco el sabor

    de la soledad no quiero que la pruebe... Porque Mario est lejos. Y yo quisiera pedirle

    perdn.

    En este espejo de vida y lucha se presenta todo un panorama de la vida en Chiapas, las

    relaciones imposibles de los padres ladinos, las relaciones imposibles y estriles de las

    familias indgenas, el amor imposible del amargado y bello bastardo que busca la

    legitimidad y encuentra la muerte. Al querer demostrar su hombra, mat a su Nagual y as

    fij su destino. La nana, figura central en la vida de la nia, debe desaparecer en la no

    identidad de masa, en el prejuicio respecto al indgena: Nunca aunque yo la encuentre,

  • podr reconocer a mi nana. Hace tanto tiempo que nos separaron. 'Adems todos los

    indios tienen la misma cara'. Todo este ambiente envuelto en un idioma potico, cuando

    nia, poeta e indgena, cercarnos a esta lengua, relatan la historia.

    Oficio de tinieblas, desarrolla varias figuras ya delineadas en Baln Cann. Esta obra, la

    ms madura de su prosa, contempla no slo la esencia de la relacin blanco-indio,

    individuo e individuo, sino que plantea la fenomenologa del creer en Dios, la causa de la

    derrota indgena y el mvil de los movimientos mesinicos.

    Varios personajes claves aprueban estas pginas. La llol india quien no puede tener hijos

    y por ello concibe hijos de piedra, dioses, y se convierte en la mesas de una rebelin tan

    estril como su vientre. Domingo, el que naci en el eclipse, un nuevo Dominus Dei, hijo

    adoptivo de la llol, hijo de la violacin de un blanco a una nia chamula, debe ser

    crucificado para anteponer su cuerpo al crucificado triunfante que lleg de Castilla y as

    provocar el triunfo indgena. El triunfo qued tan imaginario como la rebelin. Leonardo

    Cienfuentes el bastardo hecho caudillo de Ciudad Real por saber usar la violencia nica

    lengua al alcance de los pueblos. Fernando el blanco soador quien en su vida real es la

    transformacin de su sueo en pesadilla. Julia, su amiga, quien lo acompaa para

    abandonarlo luego y provocar su muerte. Y tras ellos una galera de indgenas y caxlanes,

    marco de un mundo sin sentido en cuyo centro brilla la cruz del gran sacrificio. Y como

    todos los sacrificios slo abrir otras puertas de sacrificios y guerras sin sentido hasta el fin

    de los das.

    En este mismo mundo hay que situar su libro de cuentos Ciudad Real. Sus otros libros de

    cuentos Los convidados de agosto y lbum de familia abandonan ya este tema. Ambos

    textos se centran en el lugar y papel de la mujer, cmplice y vctima de una sociedad falsa

    cuyas tablas de valores fueron creadas como escenario de un teatro que apaga las luces de

    la vida, sin representarla.

    lbum de familia y su creacin teatral El eterno femenino, son libros totalmente

    iconoclsticos. Ellos tratan de derrumbar barreras, mitos e ideas falsas para llegar a lo

    humano y dar paso a la creacin de otro mundo. As caen figuras histricas y folklricas,

    mitos nacionales y culturales, figuras legendarias y credos. Todos son colocados bajo otra

    luz, para que aparezca el hombre verdadero cubierto hasta ahora de harapos de falsedades.

    As podr haber otro modo de ser humano y libre, otro modo de ser. De esta manera,

    liberada del peso trgico de la costumbre, descubre R. C. otro mundo, otro Mxico, otras

    relaciones que van ms all de lo inventado para no ver la realidad. As invit al lector a

    acompaarla en sus fascinantes descubrimientos.

    El cuento, deca R. C, me parece ms difcil porque se concreta a describir un solo

    instante. Este instante debe ser lo suficientemente significativo para que valga la pena

    captarlo. Eleg dos de estos instantes Modesta Gmez de Ciudad Real como

    exponente de su primera poca y Leccin de cocina de lbum de familia como plano de

    su ltima poca. Dos caras de un mismo rostro. En ambas obras el personaje principal es

    una mujer, en la primera una mujer ladina quien por su pobreza se encuentra en el lmite

    social que divide al ladino del indgena. En la segunda obra es una mujer intelectual quien,

    a travs de un soliloquio, confecciona nuevamente, punto por punto, la historia de su vida.

    Modesta Gmez fue vctima y por ello se hizo victimaria. Sufri desde que sus padres la

    ajenaron en la temprana niez para tener una boca menos. Ms tarde como esclava

    cargadora fue lanzada a la calle por los mismos que la usaron. Vinieron las violaciones

    directas e indirectas, directas por el patrn e indirecta por el clsico marido borracho y

    violento. Hija perdida y madre perdida encontr su satisfaccin en la violencia que pudo

    descargar como un contrapeso a la violencia en la cual vivi. Como siempre, los que

  • causaron sus males no fueron sus vctimas. Ella fue slo un ser que naci para ser vctima

    en una sociedad sin justicia. Un ser inferior a ella, epicentro de esta inferioridad: nia-

    mujer indgena. De esta manera capt R. C. la eterna verdad: el pobre en su rebelin

    siempre atacar al otro pobre.

    Leccin de cocina traslada al lector a otra poca. Ya no los dolores del hambre, fro y la

    bsqueda de un techo y un hogar para los hijos. El dolor de existencia se convirti en dolor

    existencial. La violencia contina, mas es verbal, refinada. Desaparecieron los golpes y las

    terribles borracheras. En lugar de la palapa estn los hoteles de Acapulco como escenario

    del infierno. En lugar de la infame labor de atajadora, estn los trabajos creados por la

    nueva sociedad industrial e intelectual. Mas las puertas que se abren al infinito Hades,

    muestran que para que haya infierno se necesitan slo dos personas que deben representar

    la comedia del convivir.

    Como parte de una triloga de cuentos, lo extraordinario de Leccin de cocina es que

    usando smbolos que pueden partir de los trminos cocina (equivalente a templo

    femenino) y carne (equivalente a pecado) desenmascara a toda una sociedad. Sola, en la

    soledad de la cocina, trata de responder a las expectativas culinarias del marido. All se

    descubre y lo descubre. Con finsimo humor, como en todas sus ltimas obras, usando

    tcnicas de la corriente de la conciencia domestica al amor de aquellos tiempos, al

    amor catastrfico algo que pone en crisis lo que nos parece seguro, lo que rompe el

    egosmo que nos protege de las heridas...

    La nica misin del amor es esto: exponernos a las heridas y luego desaparecer. La nueva

    relacin es tan solo: Prefiero creer que lo que me une a l es algo tan fcil de borrar como

    una secrecin y no tan terrible como un sacramento.

    Leccin de cocina es una leccin de literatura. Si el arte de escribir es el arte de leer, este

    cuento revela nuevas facetas a cada lectura. Perfecto en la descripcin, en la rapidez de los

    pasos de realidad concreta al pensamiento, en la introspeccin sicolgica, y en el mensaje

    filosfico y humano. El uso de los smbolos es completo, mientras el desmitificante bistur

    corta con irona todo lo seguro dejando tantos signos interrogativos.

    ste es tal vez el gran aporte ltimo de R. C: los signos de pregunta para que las respuestas

    tiendan a construir otro mundo: una sociedad un poco ms humana; no? Un poquito

    menos cerrada a valores verdaderos y, fundamentalmente, un poquito ms autntica.

    Nahum Megged

  • Modesta Gmez1

    Qu fras son las maanas en Ciudad Real!La neblina lo cubre todo. De puntos invisibles

    surgen las campanadas de la misa primera, los chirridos de portones que se abren, el jadeo

    de molinos que empiezan a trabajar.

    Envuelta en los pliegues de su chal negro Modesta Gmez caminaba, tiritando. Se lo haba

    advertido su comadre, doa gueda, la carnicera:

    Hay gente que no tiene estmago para este oficio, se hacen las melindrosas, pero yo creo

    que son haraganas. El inconveniente de ser atajadora es que tens que madrugar.

    Siempre he madrugado, pens Modesta. Mi nana me hizo a su modo.

    (Por ms que se esforzase, Modesta no lograba recordar las palabras de amonestacin de su

    madre, el rostro que en su niez se inclinaba hacia ella. Haban transcurrido muchos aos.)

    Me ajenaron desde chiquita. Una boca menos en la casa era un alivio para todos.

    De aquella ocasin, Modesta tena an presente la muda de ropa limpia con que la

    vistieron. Despus, abruptamente, se hallaba ante una enorme puerta con llamador de

    bronce: una mano bien modelada en uno de cuyos dedos se enroscaba un anillo. Era la

    casa de los Ochoa: don Humberto, el dueo de la tienda La Esperanza; doa Romelia,

    su mujer; Berta, Dolores y Clara, sus hijas; y Jorgito, el menor.

    La casa estaba llena de sorpresas maravillosas. Con cunto asombro descubri Modesta la

    sala de recibir! Los muebles de bejuco, los tarjeteros de mimbre con su abanico multicolor

    de postales, desplegado contra la pared; el piso de madera, de madera! Un calorcito

    agradable ascendi desde los pies descalzos de Modesta hasta su corazn. S, se alegraba de

    quedarse con los Ochoa, de saber que, desde entonces, esta casa magnfica sera tambin su

    casa.

    Doa Romelia la condujo a la cocina. Las criadas recibieron con hostilidad a la patoja y, al

    descubrir que su pelo herva de liendres, la sumergieron sin contemplaciones en una artesa

    llena de agua helada. La restregaron con raz de amole, una y otra vez, hasta que la trenza

    qued rechinante de limpia.

    Ahora s, ya te pods presentar con los seores. De por s son muy delicados. Pero con el

    nio Jorgito se esmeran. Como es el nico varn...

    Modesta y Jorgito tenan casi la misma edad. Sin embargo, ella era la cargadora, la que

    deba cuidarlo y entretenerlo.

    Dicen que fue de tanto cargarlo que se me torcieron mis piernas, porque todava no

    estaban bien macizas. A saber.

    Pero el nio era muy malcriado. Si no se le cumplan sus caprichos le daba chaveta,

    como l mismo deca. Sus alaridos se escuchaban hasta la tienda. Doa Romelia acuda

    presurosamente.

    1 Del libro Ciudad Real

  • Qu te hicieron, cutushito, mi consentido?

    Sin suspender el llanto Jorgito sealaba a Modesta.

    La cargadora? se cercioraba la madre.

    Le vamos a pegar para que no, se resmuela.Mira, un coshquete aqu, en la mera cholla; un

    jaln de orejas y una nalgada. Ya ests conforme, mi puito de cacao, m yerbecita de

    olor? Bueno, ahora me vas a dejar ir, porque tengo mucho que hacer.

    A pesar de estos incidentes los nios eran inseparables; juntos padecieron todas las

    enfermedades infantiles, juntos averiguaron secretos, juntos inventaron travesuras.

    Tal intimidad, aunque despreocupaba a doa Romelia de las atenciones nimias que exiga

    su hijo, no dejaba de parecerle indebida. Cmo conjurar los riesgos? A doa Romelia no

    se le ocurri ms que meter a Jorgito en la escuela de primeras letras y prohibir a Modesta

    que lo tratara de vos.

    Es tu patrn condescendi a explicarle; y con los patrones nada de confiancitas.

    Mientras el nio aprenda a leer y a contar, Modesta se ocupaba en la cocina: avivando el

    fogn, acarreando el agua y juntando el achigual para los puercos.

    Esperaron a que se criara un poco ms, a que le viniera la primera regla, para ascender a

    Modesta de categora. Se desech el petate viejo en el que haba dormido desde su llegada,

    y lo sustituyeron por un estrado que la muerte de una cocinera haba dejado vacante.

    Modesta coloc, debajo de la almohada, su peine de madera y su espejo con marco de

    celuloide. Era ya una varejoncita y le gustaba presumir. Cuando iba a salir a la calle, para

    hacer algn mandado, se lavaba con esmero los pies, restregndolos contra una piedra. A

    su paso cruja el almidn de los fustanes.

    La calle era el escenario de sus triunfos; la requebraban, con burdos piropos, los jvenes

    descalzos como ella, pero con un oficio honrado y dispuestos a casarse; le proponan

    amores los muchachos catrines, los amigos de Jorgito; y los viejos ricos le ofrecan regalos

    y dinero.

    Modesta soaba, por las noches, con ser la esposa legtima de un artesano. Imaginaba la

    casita humilde, en las afueras de Ciudad Real, la escasez de recursos, la vida de sacrificios

    que le esperaba. No, mejor no. Para casarse por la ley siempre sobra tiempo. Ms vale

    desquitarse antes, pasar un rato alegre, como las mujeres malas. La vendera una vieja

    alcahueta, de las que van a ofrecer muchachas a los seores. Modesta se vea en un rincn

    del burdel, arrebozada y con los ojos bajos, mientras unos hombres borrachos y

    escandalosos se la rifaban para ver quin era su primer dueo. Y despus, si bien le iba, el

    que la hiciera su querida le instalara un negocito para que la fuera pasando. Modesta no

    llevara la frente alta, no sera un espejo de cuerpo entero como si hubiese salido del poder

    de sus patrones rumbo ala iglesia y vestida de blanco. Pero tendra, tal vez, unhijo de buena

    sangre, unos ahorros. Se hara diestra en un oficio. Con el tiempo correra su fama y

    vendran a solicitarla para que moliera el chocolate o curar de espanto en las casas de la

    gente de pro.

    Y en cambio vino a parar en atajadora. Qu vueltas da el mundo!

    Los sueos de Modesta fueron interrumpidos una noche. Sigilosamente se abri la puerta

    del cuarto de las criadas y, a oscuras, alguien avanz hasta el estrado de la muchacha.

    Modesta senta cerca de ella una respiracin anhelosa, el batir rpido de un pulso. Se

    santigu, pensando en las nimas. Pero una mano cay brutalmente sobre su cuerpo.

    Quiso gritar y su grito fue sofocado por otra boca que tapaba su boca. Ella y su adversario

    forcejeaban mientras las otras mujeres dorman a pierna suelta. En una cicatriz del hombro

    Modesta reconoci a Jorgito. No quiso defenderse ms. Cerr los ojos y se someti.

  • Doa Romelia sospechaba algo de los tejemanejes de su hijo y los chismes de la

    servidumbre acabaron de sacarla de dudas. Pero decidi hacerse la desentendida. Al fin y

    al cabo Jorgito era un hombre, no un santo; estaba en la mera edad en que se siente la

    pujanza de la sangre. Y de que se fuera con las gaviotas (que ensean malas maas a los

    muchachos y los echan a perder) era preferible que encontrara sosiego en su propia casa.

    Gracias a la violacin de Modesta, Jorgito pudo alardear de hombre hecho y derecho.

    Desde algunos meses antes fumaba a escondidas y se haba puesto dos o tres borracheras.

    Pero, a pesar de las burlas de sus amigos, no se haba atrevido an a ir con mujeres. Las

    tema: pintarrajeadas, groseras en sus ademanes y en su modo de hablar. Con Modesta se

    senta en confianza. Lo nico que le preocupaba era que su familia llegara a enterarse de

    sus relaciones. Para disimularlas trataba a Modesta, delante de todos, con despego y hasta

    con exagerada severidad. Pero en las noches buscaba otra vez ese cuerpo conocido por la

    costumbre y en el que se mezclaban olores domsticos y reminiscencias infantiles.

    Pero, como dice el refrn: Lo que de noche se hace de da aparece. Modesta empez a

    mostrar la color quebrada, unas ojeras grandes y un desmadejamiento en las actitudes que

    las otras criadas comentaron con risas maliciosas y guios obscenos.

    Una maana, Modesta tuvo que suspender su tarea de moler el maz porque una basca

    repentina la sobrecogi. La salera fue a dar aviso a la patrona de que Modesta estaba

    embarazada.

    Doa Romelia se present en la cocina, hecha un basilisco.

    Malagradecida, tal por cual. Tenas que salir con tu domingo siete. Y qu creste? Que

    te iba yo a solapar tus sinvergenzadas? Ni lo permita Dios. Tengo marido a quin

    responder, hijas a las que debo dar buenos ejemplos. As que ahora mismo te me vas

    largando a la calle.

    Antes de abandonar la casa de los Ochoa, Modesta fue sometida a una humillante

    inspeccin: la seora y sus hijas registraron las pertenencias y la ropa de la muchacha para

    ver si no haba robado algo. Despus se form en el zagun una especie de valla por la que

    Modesta tuvo que atravesar para salir.

    Fugazmente mir aquellos rostros. El de don Humberto, congestionado de gordura, con

    sus ojillos lbricos; el de doa Romelia, crispado de indignacin; el de las jvenes Clara,

    Dolores y Berta, curiosos, con una ligera palidez de envidia. Modesta busc el rostro de

    Jorgito, pero no estaba all.

    Modesta haba llegado a la salida de Moxviquil. Se detuvo. All estaban ya otras mujeres,

    descalzas y mal vestidas como ella. La miraron con desconfianza.

    Djenla intercedi una. Es cristiana como cualquiera y tiene tres hijos que

    mantener.

    Y nosotras? Acaso somos adonisas?

    Vinimos a barrer el dinero con escoba?

    Lo que sta gane no nos va a sacar de pobres. Hay que tener caridad. Est recin viuda.

    De quin?

    Del finado Alberto Gmez.

    El albail?

    El que muri de bolo?

    Aunque dicho en voz baja, Modesta alcanz a or el comentario. Un violento rubor invadi

    sus mejillas. Alberto Gmez, el que muri de bolo! Calumnias! Su marido no haba

    muerto as. Bueno, era verdad que tomaba sus tragos y ms a ltimas fechas. Pero el pobre

    tena razn. Estaba aburrido de aplanar las calles en busca de trabajo. Nadie construye una

    casa, nadie se embarca en una reparacin cuando se est en pleno tiempo de aguas. Alberto

  • se cansaba de esperar que pasara la lluvia, bajo los portales o en el quicio de una puerta.

    As fue como empez a meterse en las cantinas. Los malos amigos hicieron lo dems.

    Alberto faltaba a sus obligaciones, maltrataba a su familia. Haba que perdonarlo. Cuando

    un hombre no est en sus cabales hace una barbaridad tras otra. Al da siguiente, cuando se

    le quitaba lo engasado, se asustaba de ver a Modesta llena de moretones y a los nios

    temblando de miedo en un rincn. Lloraba de vergenza y de arrepentimiento. Pero no se

    correga. Puede ms el vicio que la razn.

    Mientras aguardaba a su marido, a deshoras de la noche, Modesta se afliga pensando en

    los mil accidentes que podan ocurrirle en la calle. Un pleito, un atropellamiento, una bala

    perdida. Modesta lo vea llegar en parihuela, baado en sangre, y se retorca las manos

    discurriendo de dnde iba a sacar dinero para el entierro.

    Pero las cosas sucedieron de otro modo; ella tuvo que ir a recoger a Alberto porque se

    haba quedado dormido en una banqueta y all le agarr la noche y le cay el sereno. En

    apariencia, Alberto no tena ninguna lesin. Se quejaba un poco de dolor de costado. Le

    hicieron su untura de sebo, por si se trataba de un enfriamiento; le aplicaron ventosas,

    bebi agua de brasa. Pero el dolor arreciaba. Los estertores de la agona duraron poco y las

    vecinas hicieron una colecta para pagar el cajn.

    Te sali peor el remedio que la enfermedad, le deca a Modesta su comadre gueda. Te

    casaste con Alberto para estar bajo mano de hombre, para que el hijo del mentado Jorge se

    criara con un respeto. Y ahora resulta que te quedas viuda, en la loma del sosiego, con tres

    bocas que mantener y sin nadie que vea por vos.

    Era verdad. Y verdad que los aos que Modesta dur casada con Alberto fueron aos de

    penas y de trabajo. Verdad que en sus borracheras el albail le pegaba, echndole en cara el

    abuso de Jorgito, y verdad que su muerte fue la humillacin ms grande para su familia.

    Pero Alberto haba valido a Modesta en la mejor ocasin: cuando todos le voltearon la cara

    para no ver su deshonra. Alberto le haba dado su nombre y sus hijos legtimos, la haba

    hecho una seora. Cuntas de estas mendigas enlutadas, que ahora murmuraban a su

    costa, habran vendido su alma al demonio por poder decir lo mismo!

    La niebla del amanecer empezaba a despejarse. Modesta se haba sentado sobre una piedra.

    Una de las atajadoras se le acerc.

    Yday? No estaba usted de dependienta en la carnicera de doa gueda?

    Estoy. Pero el sueldo no alcanza. Como somos yo y mis tres chiquitos tuve que

    buscarme una ayudita. Mi comadre gueda me aconsej este oficio.

    Slo porque la necesidad tiene cara de chucho, pero el oficio de atajadora es amolado. Y

    deja pocas ganancias.

    (Modesta escrut a la que le hablaba, con recelo. Qu persegua con tales aspavientos?

    Seguramente desanimarla para que no le hiciera la competencia. Bien equivocada iba.

    Modesta no era de alfeique, haba pasado en otras partes sus buenos ajigolones. Porque

    eso de estar tras el mostrador de una carnicera tampoco era la vida perdurable. Toda la

    maana el ajetreo: mantener limpio el local aunque con las moscas no se pudiera acabar

    nunca; despachar la mercanca, regatear con los dientes. Esas criadas de casa rica que

    siempre estaban exigiendo la carne ms gorda, el bocado ms sabroso y el precio ms

    barato! Era forzoso contemporizar con ellas; pero Modesta se desquitaba con las dems. A

    las que se vean humildes y maltrazadas, las dueas de los puestos del mercado y sus

    dependientas, les imponan una absoluta fidelidad mercantil; y si alguna vez procuraban

    adquirir su carne en otro expendio, porque les convena ms, se lo reprochaban a gritos y

    no volvan a despacharles nunca.)

  • S, el manejo de la carne es sucio. Pero peor resulta ser atajadora. Aqu hay que lidiar

    con indios.

    (Y dnde no?, pens Modesta. Su comadre gueda la aleccion desde el principio: para

    el indio se guardaba la carne podrida o con granos, la gran pesa de plomo que alteraba la

    balanza y alarido de indignacin ante su ms mnima protesta. Al escndalo acudan las

    otras placeras y se armaba un alboroto en que intervenan curiosos y gendarmes, azuzando

    a los protagonistas con palabras de desafo, gestos insultantes y empellones. El saldo de la

    refriega era, invariablemente, el sombrero o el morral del indio que la vencedora

    enarbolaba como un trofeo, y la carrera asustada del vencido que as escapaba de las

    amenazas y las burlas de la multitud.)

    Ah vienen ya!

    Las atajadoras abandonaron sus conversaciones para volver el rostro hacia los cerros. La

    neblina permita ya distinguir algunos bultos que se movan en su interior. Eran los indios,

    cargados de las mercancas que iban a vender a Ciudad Real. Las atajadoras avanzaron

    unos pasos a su encuentro. Modesta las imit.

    Los dos grupos estaban frente a frente. Transcurrieron breves segundos de expectacin. Por

    fin, los indios continuaron su camino con la cabeza baja y la mirada fija obstinadamente en

    el suelo, como si el recurso mgico de no ver a las mujeres las volviera inexistentes.

    Las atajadoras se lanzaron contra los indios desordenadamente. Forcejeaban, sofocando

    gritos, por la posesin de un objeto que no deba sufrir deterioro. Por ltimo, cuando el

    chamarro de lana o la red de verduras o el utensilio de barro estaban ya en poder de la

    atajadora, sta sacaba de entre su camisa unas monedas y sin contarlas, las dejaba caer al

    suelo de donde el indio derribado las recoga.

    Aprovechando la confusin de la reyerta una joven india quiso escapar y ech a correr con

    su cargamento intacto.

    Esa te toca a vos, grit burlonamente una de las atajadoras a Modesta.

    De un modo automtico, lo mismo que un animal mucho tiempo adiestrado en la

    persecucin, Modesta se lanz hacia la fugitiva. Al darle alcance la asi de la falda y ambas

    rodaron por tierra. Modesta luch hasta quedar encima de la otra. Le jal las trenzas, le

    golpe las mejillas, le clav las uas en las orejas. Ms fuerte! Ms fuerte!

    India desgraciada, me lo tens que pagar todo junto!

    La india se retorca de dolor; diez hilillos de sangre le escurrieron de los lbulos hasta la

    nuca.

    Ya no, marchanta, ya no...

    Enardecida, acezante, Modesta se aferraba a su vctima. No quiso soltarla ni cuando le

    entreg el chamarro de lana que traa escondido. Tuvo que intervenir otra atajadora.

    Ya basta! dijo con energa a Modesta, obligndola a ponerse de pie.

    Modesta se tambaleaba como una ebria mientras, con el rebozo, se enjugaba la cara,

    hmeda de sudor.

    Y vos, prosigui la atajadora, dirigindose a la india, deja de estar jirimiquiando que no

    es gracia. No te pas nada. Toma estos centavos y que Dios te bendiga. Agradece que no te

    llevamos al Niado por alborotadora.

    La india recogi la moneda presurosamente y presurosamente se alej de all. Modesta

    miraba sin comprender.

    Para que te sirva de leccin le dijo la atajadora, yo me quedo con el chamarro,

    puesto que yo lo pagu. Tal vez maana tengas mejor suerte.

  • Modesta asinti. Maana. S, maana y pasado maana y siempre. Era cierto lo que le

    decan: que el oficio de atajadora es duro y que la ganancia no rinde. Se mir las uas

    ensangrentadas. No saba por qu. Pero estaba contenta.