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Título: El pintor de almas Autor: Ildefonso Falcones Colección: Novela histórica Páginas: 688 P.V.P.: 22,90 euros Fecha de publicación: 29 de agosto de 2019 Edición en catalán: El pintor d’ànimes (Rosa dels Vents) LA OBRA El siglo XX arranca en Barcelona con el aroma de los nuevos tiempos. Centenares de mujeres y niños se echan a las calles para exigir los derechos de los que sus maridos, hermanos, hijos y padres jamás han dis- frutado. La revolución obrera tiene su llama prendida en 1901 y con ella comienza la historia de El pintor de almas, con las revueltas producidas en la ciudad por el despido de los trabajadores en huelga de la Com- pañía de Tranvías. «Con nosotras no se atreverán, y nos bastamos para conseguir el cierre.» DOSSIER DE PRENSA «Lo que debes vigilar es que ninguno de estos burgueses confunda tu pro- pia alma.» La historia de un artista que inmorta- liza la verdad de aquellos que posan para él y de una joven luchadora que hará de sus principios el motor esen- cial de su vida. Un pintor y la mujer a la que ama; dos destinos separados con la violencia de las olas que ale- jan los vestigios de un naufragio en una Barcelona donde arrecia la lucha obrera, por un lado, y la magnificen- cia del modernismo, por el otro. r.com/megustaleer /megustaleerEs Síguenos en: twitte www.facebook.com Manel Haro Comunicación [email protected] (+34) 93 366 03 00 Yolanda Cortés Responsable de Comunicación de Grijalbo [email protected] (+34) 93 366 02 30 Disponible en audiolibro megustaleer r.com www.megustalee

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Título: El pintor de almasAutor: Ildefonso FalconesColección: Novela histórica Páginas: 688 P.V.P.: 22,90 eurosFecha de publicación: 29 de agosto de 2019

Edición en catalán: El pintor d’ànimes (Rosa dels Vents)

LA OBRA

El siglo xx arranca en Barcelona con el aroma de los nuevos tiempos. Centenares de mujeres y niños se echan a las calles para exigir los derechos de los que sus maridos, hermanos, hijos y padres jamás han dis-frutado. La revolución obrera tiene su llama prendida en 1901 y con ella comienza la historia de El pintor de almas, con las revueltas producidas en la ciudad por el despido de los trabajadores en huelga de la Com-pañía de Tranvías.

«Con nosotras no se atreverán, y nos bastamos para conseguir el cierre.»

DOSSIER DE PRENSA

«Lo que debes vigilar es que ninguno de estos burgueses confunda tu pro-pia alma.»

La historia de un artista que inmorta-liza la verdad de aquellos que posan para él y de una joven luchadora que hará de sus principios el motor esen-cial de su vida. Un pintor y la mujer a la que ama; dos destinos separados con la violencia de las olas que ale-jan los vestigios de un naufragio en una Barcelona donde arrecia la lucha obrera, por un lado, y la magnificen-cia del modernismo, por el otro.

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Dalmau, el protagonista de la historia, busca con la mirada a Emma y a su hermana, Montse. Sabe que las dos jóvenes están ahí, ayudando a reclamar los derechos que les han sido negados a sus com-pañeros y a ellas mismas, que incluso trabajan en condiciones mucho más desfavorables que cual-quier hombre. Pelean sin resuello, en la marabun-ta, entre gritos de «¡Salud y revolución!» y «¡Huelga general!», y cuando ve a las dos mujeres sudorosas, con los rostros oscurecidos por el polvo del vagón de tranvía que acaban de volcar y una mirada triun-fante, a Dalmau le inunda el orgullo por estas dos valientes.

Él es hijo de un hombre que perdió la vida en un jui-cio injusto, un anarquista que falleció años atrás en el exilio, a causa de las heridas de las torturas a las que le sometieron al ser acusado de los atentados de la procesión del Corpus en Barcelona en 1896. Desde que perdieran a su padre, cinco años atrás, él se ha encargado de traer el sustento a su hogar, donde viven su madre y su hermana, dos mujeres que se dejan la vida en el trabajo para cobrar un sa-lario mísero. Desde niño, Dalmau ha mostrado un talento especial por el dibujo y la pintura, y ahora trabaja creando los diseños de la fábrica de azule-jos de don Manuel Bello, un rico industrial que ad-mira las capacidades artísticas del joven.

Emma, por otro lado, es una mujer que ha tenido que luchar desde niña. Perdió a su padre en las mismas circunstancias de Dalmau y desde enton-ces vive con la familia de su tío, a la que ayuda eco-nómicamente con lo poco que gana en la taberna en la que trabaja. Su mejor amiga es su cuñada, Montse, y la madre de Dalmau se ha comportado siempre como si fuera la suya propia, cuidándola y dándole el cariño del que tan poco pudo disfrutar durante su infancia. A salvo de las miradas, Emma disfruta posando desnuda para Dalmau, quien la pinta sabiendo en cada trazo que no existe en el mundo una mujer más sensual e inteligente que ella: no podría amar a nadie más, ella es su única musa.

Pero estos dibujos no le dan de comer, así que Dal-mau acude a diario a la fábrica de don Manuel Bello para recrear con sus lápices las figuras que, tiempo después, decorarán los fastuosos edificios moder-nistas que poco a poco van hilvanando el mapa de la ciudad de Barcelona. Flores naturales, flores en sombra, flores de perfil… Otros motivos naturales como lustrosas hojas y también diseños geométri-cos que parecen cobrar vida con el brillo de la ce-rámica. Cuando trabaja, para Dalmau no existe el tiempo ni el hambre, solo el carboncillo y el papel. Paco, el vigilante nocturno, tiene orden de avisarle de que es momento de regresar a casa si se aden-tra en la noche aún trabajando, en esas horas en las que coincide con los trinxeraires que duermen aprovechando el calor de los hornos en invierno. Son niños huérfanos o abandonados por sus pa-dres, incapaces de darles sustento, que malviven en las calles de Barcelona mendigando, hurtando o de cualquier forma que les permita llevarse un mendrugo a la boca.

Es una ciudad en ebullición artística, política y so-cial, y la peor parte de los cambios que ha atraído el siglo se la llevan las clases menos favorecidas: tienen que trabajar doce horas diarias y, si bien los salarios han ascendido un treinta por ciento en los últimos treinta años, los alimentos lo han hecho un setenta. El hambre azota a los miles de hombres y mujeres que duermen en los barrios más humildes de la ciudad, mientras pasan el día intentando salir adelante con trabajos duros y mal pagados en los que a menudo arriesgan hasta su propia vida.

«Barcelona, negó entonces con la cabeza Dalmau, era una ciudad tremendamente cruel con quienes la engrandecían entregando su vida y su salud, su familia y sus hijos.»

Si Dalmau es feliz repartiendo su tiempo entre el arte y su amada, Emma lo es aprovechando el poco tiempo libre que le deja su trabajo en la casa de comidas haciendo honor a la lucha que le costó la vida a su padre. El pintor, por su parte, se ha ganado

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la confianza de su patrón hasta tal punto que raro es el día que no lo invite a comer a su casa del noble Paseo de Gracia, una vivienda amplia, luminosa y repleta de lujo que nada tiene que ver con el piso angosto y oscuro que comparte con su madre y su hermana en la calle Bertrellans, en el corazón del barrio Gótico de Barcelona. Eso sí, jamás se sienta a la mesa en el comedor noble, donde don Manuel se reúne con su esposa y sus dos hijas. La gene-rosidad del industrial sólo llega a compartir con él alguno de los platos que prepara el servicio en la cocina y no con los cubiertos de plata que los Bello utilizan a diario.

De repente, la apacible vida de Dalmau se ve atra-vesada por una violenta grieta: Montse ha sido de-tenida en una protesta. El artista siempre ha estado muy unido a su hermana, más desde que perdieron a su padre, y cuando se enteran de que está presa en la cárcel de Amalia por haber participado en las revueltas obreras, su madre y él se hunden; saben bien qué significa que una mujer esté encarcelada y a merced de guardias que no dudan en abusar de ellas sexualmente, torturarlas hasta la extenuación, matarlas de hambre y de sed… El pintor promete a su madre que liberará a su hermana de este su-frimiento, aunque desconoce si sigue viva, ya que muchas de las presas no pasaban de las primeras horas de suplicio. Cuando finalmente consigue verla tras sobornar a varios guardias, Montse, ago-tada, sólo puede repetir una palabra, un ruego que se lleva todo su aliento: «Ayúdame». Y Dalmau se jura a sí mismo, ante la visión de su hermana con la ropa y el alma hechas jirones, que la sacará de allí aunque en ello tenga que invertir su vida.

Solo tiene una opción: acudir a don Manuel, quien dispone de dinero y los contactos necesarios para sacar a una obrera anarquista de la prisión. Y, aun-que sabe que rogárselo es una locura, porque su patrón es un hombre profundamente católico y contrario a cualquier ideología de izquierdas, por Montse es capaz de cualquier afrenta, aunque se arriesgue a perder su trabajo. No le resulta senci-llo, pero Dalmau consigue finalmente un pacto con

don Manuel que le obliga a él a impartir clases en los escolapios y a su hermana a estudiar el catecis-mo con las monjas del Buen Pastor, a cambio de su liberación. Por desgracia, cuando Montse se ente-ra, en lugar de alegrarse echa en cara a su hermano que haya claudicado. Todo lo que le ha ocurrido en la cárcel la ha cambiado para siempre. Ahora ya no quiere luchar, solo piensa en la derrota y la destruc-ción de sus enemigos y, si su vida es el pago que ha de hacer, está dispuesta a ello porque ya no le queda nada, tan solo sus ideas.

«Ningún cura va a devolverme lo que ya me han quitado ni a resarcirme por el dolor; sin embargo, mis principios siguen intactos.»

Desesperado, Dalmau acude a Emma y la conven-ce, no sin dificultad, para que asista a las clases de catequesis haciéndose pasar por Montse quien, al salir de la cárcel, solo pasa por su casa para recom-ponerse de las heridas físicas que le habían infrin-gido en la prisión antes de lanzarse de nuevo a las calles. Montse ya no es la hermana llena de vida y energía que Dalmau admiraba; Montse es ahora su propio cadáver embriagado de las ansias por ven-garse de todos aquellos que la han martirizado por defender sus principios. Josefa ya ha perdido a su marido y sabe que ha comenzado a perder tam-bién a su hija, y la idea le angustia mientras zurce en el piso de Bertrellans con su maltrecha máquina de coser y a la luz de un pobre candil que apenas ilumina su sombra. Y aunque Emma y ella aún se encuentran en los altercados callejeros, la novia del pintor ya no la reconoce, no ve en Montse aquella hermana que le brindó el destino, sino a una mujer rebosante de amargura que parece que nunca más se deshará de esta hiel que baña ahora su destino.

La lucha obrera, mientras tanto, sigue tiñendo las calles de Barcelona. Unas elecciones amañadas adjudican la victoria al partido monárquico que de-fiende al rey Alfonso xiii y a su madre, la reina Cris-tina, regente de España por la minoría de edad de su hijo. Con lo que no cuentan los defensores de la dinastía monárquica es con el desembarco de un

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partido republicano revolucionario recién llegado a la Ciudad Condal, al frente del cual se encuentra un líder capaz de levantar a las masas obreras con su discurso encendido y nutrido de ideas nuevas: Alejandro Lerroux. Dalmau y Emma continúan con la defensa de sus derechos y colaborando con sus compañeros. Sobre todo ella, mucho más belige-rante que el artista, quien ha comenzado a pintar a escondidas a los trinxeraires, retratos esbozados de noche en los que aparecen aquellos niños fa-mélicos, de pelo ralo y mirada triste, vestidos con andrajos. Entre todos ellos destaca Maravillas, una niña de edad indeterminada en cuyos ojos brilla una inteligencia que el hambre, la enfermedad y las noches al raso no han conseguido apagar.

Esta aparente normalidad se trunca, precisamente, en un enfrentamiento obrero en plena calle. La pa-tronal del metal no ha dado su brazo a torcer ante ninguna de las demandas de sus trabajadores, a pesar de las convocatorias de paros generales y protestas. Tanto es así que los anarquistas llaman a la huelga general el 17 de febrero de 1902, una jor-nada en la que cien mil trabajadores paralizan Bar-celona. Durante los días que dura la reivindicación, el pueblo levanta barricadas con muebles viejos, sacos de arena y adoquines, y tras una de ellas, hu-yendo de una unidad de soldados, Emma y Montse se encuentran entre reproches y gritos de traición. Si Montse no le perdona que pactaran con un bur-gués a cambio de su libertad, Emma reprocha su falta de gratitud por todos los esfuerzos que han hecho por ella. Hasta que la ráfaga de una ametra-lladora barre la calle y la hermana del pintor cae de bruces al suelo, mientras su sangre roja se diluye con los brillantes charcos que ha dejado la lluvia horas antes.

Josefa lo sabía. Ha perdido también a su hija y al se-pultarla siente que se entierra a sí misma con ella. A Dalmau le parte el alma verla así, rota en peda-zos y entregada por completo a su trabajo, tan es-clavo que apenas puede erguir la espalda después de años cosiendo casi a oscuras. Su único refugio es Emma, su inspiración, el amor de su vida, aque-

lla mujer que sabe cómo prender su imaginación, pero también cómo encender cada centímetro de su cuerpo. Hasta que un día, al entrar en la taberna, los parroquianos comienzan a propasarse con ella como si fuera su derecho perderle el respeto. Quie-nes antes la trataban con consideración, ahora la insultan y se ríen de ella. No entiende nada, ¿qué está sucediendo? ¿Por qué ha perdido su dignidad de un día para otro? La respuesta la tiene entre sus manos uno de los clientes: los retratos, los desnu-dos que había dibujado Dalmau cuando los dos es-taban a salvo de cualquier mirada, ahora andan de mano en mano de todos. Los han vendido, Dalmau la ha traicionado por dinero y, peor aún, ha roto la intimidad que siempre ha existido entre ellos, ese pacto que les unía desde que eran apenas unos niños jugando a ser mayores. Además de perder su trabajo, su tío la echa de casa por indecente y Emma se jura que jamás perdonará al pintor mien-tras deambula intentando encontrar un sitio donde dormir.

Abandonada y sola, la joven se aleja de su anterior vida todo lo que puede y no vuelve a ver a Dalmau: el pintor ha sido el causante de esta segunda or-fandad. Ahora ha de intentar ganarse la vida como sirvienta, si no quiere terminar mendigando en las calles, o trabajando en cualquier cosa mientras se defiende de patrones que quieren abusar de ella como si fuera su derecho. Emma es la dueña de su cuerpo y no volverá a bajar la guardia, mucho me-nos por un plato de comida. Lo único que le queda es su hambre y su dignidad.

Mientras tanto, la vida de Dalmau se hunde a la vez que su carrera como artista despega. Sus cerámi-cas le han dado fama en toda Barcelona y los prin-cipales arquitectos del Modernismo quieren contar con sus creaciones para ornamentar escaleras, patios y fachadas. Mientras el pintor se refugia en su trabajo para intentar olvidar la tristeza en la que se encuentra sumido desde la muerte de su her-mana y la desaparición de Emma, sus diseños se vuelven cada vez más originales y poderosos, tanto que terminan invitándole a un baile en el local de

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moda de la burguesía, la Maison Dorée. Para él es un espejismo, una puerta de entrada a una parte de la sociedad que siempre le ha estado vetada por su origen. Pero la insistencia de don Manuel, que considera que Dalmau ha de darse a conocer entre su clientela, le hace claudicar ante sus principios y asistir a esta cita tan elegante, con lo más granado de la burguesía catalana.

Si embargo, nada es tan sencillo para el pintor. Los mismos que acababan de franquearle el paso ha-cia su mundo, se lo cierran de golpe humillándolo como jamás nadie había hecho. Y aquí comienza el particular calvario de Dalmau, que descenderá hasta los infiernos sumiéndose en el abismo del abandono, de la miseria y de los efluvios de una

droga que comenzaba a llenar las calles de adictos: la morfina. Mientras Emma lucha por abrirse paso, roza la gloria de ser una líder sindical, pero también se sume en las tinieblas de la miseria y de un mun-do dominado por hombres, Dalmau se convierte en una sombra de lo que fue: un drogadicto, un fraca-sado, un hombre solo, un fugitivo de la justicia… Y hasta un esclavo.

El pintor de almas es un retrato de la Barcelona de los inicios convulsos del siglo xx y la con-movedora historia de Emma y Dalmau, dos lu-chadores que han nacido en el bando de los perdedores, pero que pugnarán por romper las cadenas que les impiden labrarse su propio destino.

LOS PERSONAJES

Dalmau SalaHijo de una anarquista que murió exiliado y de una costurera, su talento para la pintura le sirve tanto para ganarse la vida como para huir de la realidad. Su trabajo de diseñador en una fábrica de azulejos que surte a los principales arquitectos del Moder-nismo será su primer paso hacia el mundo del arte, donde su principal don es el de plasmar en sus re-tratos mucho más que la apariencia: el alma. Ho-nesto y comprometido, descenderá hasta el último círculo del infierno por culpa de la tristeza. El arte y su amor por Emma mueven toda su vida, que se verá sacudida por las malas decisiones y los reve-ses del destino.

Emma TàsiesInteligente, intuitiva y muy valiente. Emma se que-dó huérfana de niña y desde entonces vive con su tío, hasta que pierde su trabajo en una casa de co-midas y el respeto de su familia por culpa de la trai-ción de la persona que ama, Dalmau. Luchadora in-cansable, tiene un don especial para la oratoria que le hace convertirse en una líder de la lucha obrera

y del primer feminismo. Su carácter combatiente hace que la fe en sus principios se mantenga in-quebrantable a lo largo de su vida, incluso cuando sus compañeros de clase le muestran su peor cara.

JosefaViuda de un anarquista y madre de Dalmau y sus dos hermanos, Montse y Tomás. Trabaja como cos-turera en casa, donde pasa las horas sentada en la máquina de coser puños y cuellos para las camisas de los burgueses y los industriales. Su conciencia de clase no le impide darse cuenta de que a veces hay que dejar al lado los principios si es la supervi-vencia lo que está en juego. Siempre ha considera-do a Emma una hija más y se convierte en su aliada cuando todo el mundo le da la espalda.

MaravillasNadie es capaz de saber la edad ni el origen de esta trinxeraire. Criada como una huérfana en las calles de Barcelona, el hambre y la enfermedad la han encerrado para siempre en un cuerpo de niña, que la protege de algunos peligros y la convierte

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en invisible para los demás. Su fascinación por Dalmau, la primera persona que se fijó en ella sin ningún atisbo de desprecio, saca a relucir su lado más irracional, aunque su inteligencia siempre brilla por encima de sus actos

Don Manuel BelloBurgués, reaccionario, conservador y católico re-calcitrante, don Manuel Bello es el propietario de la fábrica de cerámica en la que trabaja Dalmau Sala. Junto a su mujer y sus dos hijas, vive en un

amplio piso situado en el Paseo de Gracia, la zona más noble de Barcelona. Pintor vocacional, su es-caso talento y su gusto por la pintura pasada de moda contrasta con la fuerza y la expresividad de las pinturas de su empleado, a quien ayuda en todo lo posible mientras ve en él a una especie de dis-cípulo. Un gravísimo contratiempo hace que jure venganza a Dalmau y lo persiga por toda la ciudad en una cacería en la que no dudará en invertir hasta su propia fortuna.

LA BARCELONA DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Almacenes, fábricas y talleres de todo tipo conver-tían Barcelona en una ciudad plenamente indus-trial a principios del siglo xx. Desde el xix, la energía a vapor convivía con la fuerza humana en las acti-

vidades productivas, por lo que las factorías conti-nuaban precisando de mucha mano de obra para permanecer en funcionamiento. Por otro lado, la cercanía con Francia, así como un espíritu atávica-

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mente emprendedor y comercial habían convertido Barcelona en una de las ciudades europeas más avanzadas.

De entre todas las industrias, la textil era la más des-tacada y aglutinaba a la mitad de los obreros que trabajaban en Barcelona. El resto de trabajadores de la ciudad, que había alcanzado del medio millón de habitantes, se ganaban el sustento en empresas metalúrgicas, químicas y alimentarias, así como en la industria de la madera, el cuero, el calzado, el pa-pel y las artes gráficas.

La prosperidad económica de algunos sectores de la población contrastaba, por un lado, con una política heredera de antiguas maneras que lastra-ban los procesos democráticos. Era costumbre, por ejemplo, que las elecciones se amañaran con votos de ciudadanos fallecidos, como ocurrió en 1901, cuando se falsearon las actas para ofrecer la victoria a Alfonso XIII y su madre, la reina regente Cristina. No obstante, Alejandro Lerroux, un político republicano revolucionario recién llegado a la Ciu-dad Condal, denunció el fraude ante miles de ciu-dadanos, que se alzaron contra este engaño en las urnas.

A los monárquicos no les quedó otra opción más que ceder y se procedió a un nuevo recuento de votos en el salón de Sant Jordi de la Diputación, un proceso que duró quince horas durante las cuales los espectadores allí apostados no salieron de la sala en ningún momento. Tras finalizar el segundo escrutinio, el resultado cambió por completo: de cinco diputados monárquicos y dos regionalistas se pasó a cuatro regionalistas, dos republicanos (uno de ellos Lerroux) y tan sólo uno monárquico. Por primera vez desde a Restauración monárquica el movimiento obrero entraba en la política espa-ñola.

Por otro lado, la buena marcha de las industrias barcelonesas contrastaba con las paupérrimas condiciones en las que trabajaba la mano de obra que la mantenía en marcha. La revolución obrera ya había estallado en la Barcelona de principios de

siglo xx y se recrudeció en la forma de reivindicar derechos que ya habían conseguido sus compañe-ros de otros países; jornadas de trabajo de duración limitada y un día semanal de descanso eran sus peticiones más reiteradas. Ante la falta de reacción por parte de los industriales, el 17 de febrero de 1902 se declaró una huelga general que duró varios días y fue secundada por alrededor de cien mil trabaja-dores. A pesar de que consiguieron paralizar las fá-bricas de la ciudad, la patronal no cedió en ningún aspecto y el paro terminó con violentas represalias contra los obreros insurrectos.

Otra de las huelgas más destacadas fue la que pro-tagonizaron más de treinta mil trabajadores en ve-rano de 1903. De ellos, catorce mil eran albañiles, los más vehementes y resueltos a la hora de recurrir a la violencia en la defensa de sus reivindicaciones. El alzamiento fue sofocado por cargas de caballería y golpes de sable de la Guardia Civil y los regimien-tos militares que habían llegado a Barcelona para mantener a los trabajadores de la construcción a raya y las fábricas en funcionamiento.

Pero, sin duda, los sucesos más importantes de la primera década del siglo xx son los que conforma-ron la Semana Trágica. Ya en 1908, con la creación del Partido Republicano Radical, Alejandro Lerroux consiguió alinear a muchos obreros con sus pro-puestas anticlericales, antimonárquicas y de corte reivindicativo. Apenas un año después, las suce-sivas derrotas del ejército español en Marruecos mermaron tanto su fuerza militar que el gobierno se vio obligado a reclutar nuevos hombres a los que enviar al frente. Estas levas se nutrieron, sobre todo, de hombres de extracción humilde, ya que las cla-ses más adineradas podían adquirir una dispensa que les eximía de cumplir con esta obligación. No sólo los hombres, sino también sus madres, esposas, hi-jas y hermanas protagonizaron un levantamiento po-pular en Barcelona, que cristalizó toda la frustración acumulada por la clase obrera por su situación mar-ginal y subyugada a los grandes poderes: el político, el económico y el religioso, ya que la Iglesia Católica se había alineado históricamente con la burguesía y las propuestas políticas más conservadoras.

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Se quemaron ciento doce edificios, de los cuales ochenta eran iglesias y conventos, entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909, y Barcelona estaba to-mada por las barricadas de los manifestantes, cuya revuelta fue sofocada finalmente por el ejército. El saldo final de esta semana de altercados sumó se-tenta y ocho muertos, de los cuales setenta y cin-co eran civiles, más de quinientos heridos y dos mil ciudadanos procesados, algunos de los cuales

fueron condenados a pena de muerte, cadena per-petua y destierro. Los obreros habían medido sus fuerzas con los poderes fácticos de la Ciudad Con-dal, pero la victoria estaba todavía muy lejos. «En Barcelona, los ricos cada vez eran más ricos y erigían monumentos destinados a inmortalizar-se mientras los humildes morían de hambre.»

EL MODERNISMO

LLa Revolución Industrial cambió para siempre la faz de las ciudades. Además de los avances que tra-jo, como el ferrocarril o la electricidad, los centros urbanos experimentaron un crecimiento sin pa-rangón hasta el momento, ya que muchos trabaja-dores del campo se trasladaron hasta estos encla-ves en busca de un salario que les permitiera vivir mejor que lo que conseguían explotando la tierra, que casi nunca era de su propiedad. Asimismo, una nueva clase social, la burguesía, se instalaba en las urbes más industriales, donde tenían sus fábricas y negocios. Y el Modernismo es, sobre todo, un estilo burgués, financiado con las crecientes riquezas de los industriales, y urbano.

Este soplo de aire fresco vino a renovar no sólo el estilo arquitectónico, sino también la escultura, la pintura, el diseño y la artes decorativas. El Moder-nismo, ante todo, se opone frontalmente a los estilo ecléctico e historicista que reinaron durante el siglo XIX, sobre todo por su carácter plenamente estético y ornamentado. No sólo cambia el diseño de los edi-ficios, sino también algunos conceptos arquitectó-nicos que ven cómo se dinamitan sus principios en favor de la belleza. Los edificios toman formas líqui-das, las fachadas aparecen cuajadas de mariposas, flores, pájaros y hojas, también de animales fabu-losos, todo ello resaltado por el brillo y el color de la cerámica, que adquiere en estos momentos un pa-pel protagonista en las principales construcciones que se levantan en los barrios nobles de la ciudad. Las escalinatas, las rejas metálicas, las barandillas, los marcos de las puertas, los frisos… No hay nin-gún elemento que no se decore con profusión y que

no cumpla, además de una función estructural, un objetivo estético.

Antoni Gaudí (Sagrada Familia, Parque Güell, Casa Calvet, Casa Vicens, Casa Batlló, Casa Milà...), Lluís Domènech i Montaner (Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Palau de la Música, Casa Fuster, Casa Lleó Morera…), Josep Puig i Cadafalch (Casa Amat-ller, Casa de les Punxes, Casa Macaya, Casa Martí…) y Enric Sagnier (Casa del Doctor Genové, Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya…) fueron los principales exponentes de la arquitectura mo-dernista, que cambió para siempre la apariencia de la ciudad de Barcelona y se convirtió en uno de sus estandartes en todo el mundo.

«La piedra y el ladrillo, grises, uniformes, tristes, se convertían por mor de un recubrimiento de azulejos en fachadas luminosas, coloreadas, brillantes, ca-paces de soportar y mostrar al caminante formas atrevidas, novedosas, impactantes, mucho más allá de las tediosas composiciones clásicas que ador-naban los paseos de las grandes ciudades.»

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EL AUTOR

Ildefonso Falcones, casado y padre de cuatro hi-jos, es abogado y escritor. Su primera novela, La catedral del mar (Grijalbo, 2006), ambientada en la Barcelona medieval, se convirtió en un éxito edito-rial mundial sin precedentes, reconocida tanto por los lectores como por la crítica y publicada en más de cuarenta países. Asimismo, fue merecedora de varios premios, entre ellos el Euskadi de Plata 2006 a la mejor novela en lengua castellana, el premio Qué Leer al mejor libro en español del año 2006, el Premio Fundación José Manuel Lara a la novela más vendida en 2006, el prestigioso galardón ita-liano Giovanni Boccaccio 2007 al mejor autor ex-tranjero, el premio internacional Città dello Estretto 2008, y el premio Fulbert de Chartres 2009.

Sus siguientes obras fueron La mano de Fátima (Grijalbo, 2009), que narra la expulsión de los mo-riscos de la Península y que fue galardonada con el Premio Roma 2010, La reina descalza (Grijalbo, 2013), que recoge la historia de dos mujeres que lu-chan por la libertad y la dignidad de los más opri-midos en la España del siglo xviii, y que fue mere-cedora del premio Pencho Cros 2013 y del premio Giardini (2014), y de Los herederos de la tierra, es-perada continuación de La catedral del mar. Con más de 9 millones de ejemplares vendidos de sus obras en todo el mundo, Ildefonso Falcones se ha consagrado como uno de los escritores españoles más difundidos.

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