dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en...

39
¡Adquiere este libro! 1

Transcript of dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en...

Page 1: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 1

Page 2: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!2

¡Gracias por empezar a leer las primeras páginas de este título!

Te doy un trato preferente porque lo mereces, disfruta de esta lectura y no

te pierdas la oportunidad de tener este gran libro en tus manos.

Saludos,Editorial Endira

Page 3: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 3

Índice

PrólogoDedicatoriaCapítulo 1 Un desafortunado incidenteCapítulo 2 Nuevos comienzosCapítulo 3 La cartaCapítulo 4 Los días pasados en MoscúCapítulo 5 Doble juegoCapítulo 6 Bravo, el barrioCapítulo 7 Una noche de luna pequeña y bajaCapítulo 8 Una maleta que flotaba en un canalCapítulo 9 Damita , eres negocioCapítulo 10 El rezo a la SantaCapítulo 11 EmergenciasCapítulo 12 En cuba, al esteCapítulo 13 La mesa herida

1113

17

30

52

64

120

131

156

165

193

224

275

301

335

Page 4: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!4

Capítulo 1Un desafortunado incidente

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.”

William Shakespeare

I

El avión BA0477 despegó de Barcelona con nor-malidad. Hacía años que Júlia trabajaba en un

banco de inversión de la city londinense y viajaba a menudo a su Barcelona natal por negocios. Ronda-ba la treintena y no tenía compromisos ni familia, con lo que era la candidata ideal para ocuparse de los clientes españoles del banco.

De piel gélida y pelo ardiente, Júlia vivía absorta en su ascensión a la cima empresarial. En los acris-talados pasillos de su banco la solían llamar Danny Manhattan, en alusión al cóctel de vermut y whisky con el que su pelo compartía el color rojo y ella la frialdad. Júlia era consciente de lo que se decía de ella, pero no le importaba. Su trabajo le proporcio-naba seguridad y unos ingresos que mantenían a flote su autoestima.

Ese día Júlia se encontraba rodeada de viajeros concentrados en sus propios asuntos, fieles al có-digo no escrito de silencio en primera clase. Júlia se sentaba al lado del pasillo y a su lado, separado por el asiento vacío de rigor, un joven de más o menos su edad leía una revista de fotografía. Júlia le miró de reojo y observó que era ciertamente atractivo, pero no le prestó más atención. Justo detrás de ella

Page 5: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 5

notó la incómoda presencia de un hombre muy mayor que parecía tenerle gusto a quejarse; recla-maba la presencia de la sobrecargo para protestar por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta.

No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron que era posible.

El avión llevaba una media hora de vuelo cuando Júlia levantó la vista de la pantalla de su Mac Air por primera vez. Un leve dolor de cabe-za la molestaba.

A su lado, el chico de la revista de fotografía mi-raba por la ventana, observando un paisaje mon-tañoso con la nieve espolvoreando las aristas zig-zagueantes de los Pirineos. De la primera fila otro joven se levantó, cruzó los brazos sobre el respaldo de su asiento y empezó a conversar con él en un inglés de inconfundible acento británico; parecían viajar juntos. Júlia notó un leve parecido físico que despertó su curiosidad. El que se sentaba en su fila tenía unos vivaces ojos verdes que alegraban sus rasgos duros y masculinos. Dotado de pómulos al-tos y labios finos, su desordenado pelo oscuro le confería un aire rebelde. El otro era más joven y tenía unos ojos igual de pícaros, pero de un azul acuoso. Júlia supuso que eran hermanos. Los dos desprendían una sensación de vitalidad muy no-toria, pero mientras que en el mayor esta vitali-dad parecía contenida, en el más joven se des-bordaba en una expresión risueña, casi coqueta.

Poco después se oyó algo extraño que provenía de la clase turista: un par de gritos seguidos de un murmullo general. Se extendió una ola de nervio-sismo. Los pasajeros se volvieron para ver la parte

Page 6: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!6

trasera del avión, pero la cortina que separaba las dos clases estaba corrida y nadie pudo ver nada.

El viejo de la tercera fila se atrevió a hablar.—¿Qué ocurre…? —preguntó en voz alta.La sobrecargo que había estado preparando los

menús se dirigió con paso rápido hacia la clase tu-rista. Desapareció detrás de la cortina mientras se-guían oyéndose sonidos preocupantes.

—Algo no va bien —dijo un chico de rasgos orientales y marcado acento norteamericano de la segunda fila, al otro lado del pasillo.

Una pareja de mediana edad, sentados delante de él, también se habían levantado. El hombre te-nía el pelo grisáceo y era alto y de espaldas anchas. La mujer lucía una melena muy blanca y unos ojos muy azules que enmarcaban un rostro matizado con arrugas, pero aún atractivo. Estrechando la mano de su imponente marido, parecía un ángel asustado.

—Alguien habrá bebido de más —dijo él en un tono que dejaba entrever fastidio, pero también cierta inquietud.

Esos gritos no parecían los de un borracho.Un par de minutos después, un hombre con el

semblante pálido abrió la cortina. Arrastraba a la sobrecargo amenazándola con un cuchillo. Ella estaba en estado de shock y solo caminaba con la vista fija en el techo del avión. El viejo de la tercera fila balbuceó, y el chico norteamericano dejó esca-par un grito quebrado. Los demás se quedaron pe-trificados. El secuestrador seguía avanzando hacia delante mirando a ambos lados compulsivamente.

—Abre la cabina de los pilotos —ordenó a la so-brecargo, sin apartar la vista de los pasajeros.

Page 7: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 7

—No puedo —contestó ella, hablando en un hilo de voz.

—La cabina solo la pueden abrir los pilotos, y sa-ben que hay una emergencia. No la abrirán.

—¿Puedes hablar con ellos? —insistió el secues-trador. El pelo grasiento y la tez violácea le confe-rían un aire tétrico.

—Sí —balbuceó la sobrecargo.—Entonces diles que cambiamos de rumbo. No

vamos a Londres. Vamos a Argel.Todos los pasajeros seguían la conversación con

el corazón en un puño. El captor les lanzó una mi-rada fulminante y a medida que sus ojos recorrían cada uno de los asientos, Júlia sintió una ola de pavor inundar su cuerpo. Nunca en su vida había sentido una sensación similar, se sentía totalmente desprotegida.

—Ustedes se quedarán quietos y nada malo va a pasar —advirtió el secuestrador—, pero no hagan ninguna tontería. Mi amigo atrás tiene una bomba.

Desde el fondo del avión llegaban los gritos de un segundo secuestrador. La sobrecargo habló con los pilotos a través del interfono. El comandante argumentó que el avión no tenía combustible suficiente para llegar a Argel, pero el secuestrador le arrebató el telefonillo y le gri-tó al piloto.

—Argel está más cerca que Londres. No juegue conmigo, “amigo”. No soy estúpido. Vamos a Argel o empiezo a matar a gente.

La comunicación se cortó y al poco tiempo el avión invirtió su rumbo para complacer los deseos del hombre del cuchillo, que lanzó un grito para ha-cer saber a su cómplice que todo marchaba bien.

Page 8: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!8

Después, miró a los temblorosos pasajeros de pri-mera clase.

—Quiero que todos pongan bolsas y compu-tadoras aquí en el suelo, cerca de mí. Mi “amiga” la sobrecargo recogerá las cosas —les dijo, es-cupiendo cada palabra. El hombre desprendía un agrio olor a sudor.

La sobrecargo fue recorriendo cada fila con obli-gada diligencia. Los pasajeros le fueron entregando sus cosas, hasta que el viejo levantó la voz.

—Esto no te va a salir bien, “amigo”.El secuestrador avanzó hacia la tercera fila.—¿Qué has dicho, viejo? —Que esto no te va a salir bien, y lo sabes.El captor soltó una risotada insolente, que sin

embargo tenía visos de inseguridad.—Cállate o te mato —añadió. Pero el viejo no se

acobardó.—A mi edad, ¿tú crees que me importa lo que

pueda pasarme?Apartando de un golpe a la sobrecargo, el

secuestrador arrancó de las manos del anciano un pequeño bolso de viaje. Los demás pasajeros contemplaban la escena con incredulidad.

—No te daré el placer de acabar con tu vida de forma heroica, desgraciado, —masticó el se-cuestrador, mirando al resto de los pasajeros— los demás sigan tranquilitos y no pasará nada.

Dejando abierta la cortina entre las dos cla-ses, el secuestrador se encaminó hacia la parte de atrás, dónde se reunió con su cómplice. El se-gundo secuestrador sudaba profusamente y no cesaba de mover un paquete que alegaba podía hacer explotar.

Page 9: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 9

El chico de los ojos azules de primera fila se giró agitado y susurró al joven de la revista de fotografía.

—Alex, esto no pinta bien. ¿Qué hacemos?—Estos tipos son listos. Han entrado en el avión

con un cuchillo —aseveró este, aparentemente tranquilo.

Júlia se decidió a intervenir.—¿Eres policía?El joven llamado Alex la miró con sus ojos pro-

fundos, verdísimos, y negó.—No. Soy fotógrafo.—Pero Alex siempre sabe qué hacer —contestó

el chico más joven.—Cállate, Wills.No había sido Alex quien le había mandado ca-

llar. Pese a que las frases eran casi murmullos abri-gados por el miedo, la voz había sonado autorita-ria. Provenía del hombre alto de la primera fila.

—Lo más prudente será esperar a que la policía intervenga —añadió—. Alex, quieto. Y tú, Wills, no hagas ninguna de las tuyas.

—Si tenemos que confiar en la policía… mal va-mos —remarcó el viejo de la tercera fila. Hablaba en un tono sarcástico que le venía de fábrica.

—¿Y qué sugiere usted? ¿Quiere enfrentarles? —contestó el otro hombre.

—Son solo dos y podríamos… —añadió el viejo.—Le había menospreciado. Sujétese la dentadu-

ra postiza, yo les arrearé con mi poderosa derecha.—Basta, papá —intervino Alex—. No hagamos

nada por ahora. Son dos y van armados.Los secuestradores se encontraban lejos, con-

trolando al centenar de pasajeros de clase turista y al resto de la tripulación, que se amontonaba al fi-

Page 10: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!10

nal del aparato. Alex se dirigió a Júlia con esa calma sorprendente que no parecía perder.

—¿Cómo te llamas?—Júlia.—Bien, Júlia. Eres española, ¿no?—Sí, de Barcelona. ¿Cómo lo sabes?—Por tu acento.Júlia llevaba muchos años trabajando en el Rei-

no Unido, pero su acento aún la delataba. Las pre-guntas de Alex casi parecían un interrogatorio; Jú-lia tuvo la sensación de que no eran aleatorias.

—¿Y el pelo rojo? —continuo él.—Herencia de mi abuelo escocés.—Ssshh… —se oyó—. ¡Callen! Si seguimos ha-

blando lo único que conseguiremos será que nos maten —susurró el joven norteamericano. Llevaba el pelo cortado asimétricamente, y sus ojos de al-mendra parecían querer esconderse debajo del fle-quillo desordenado.

Una chica de raza negra sentada en la tercera fila, que hasta entonces había estado quieta, rom-pió su silencio.

—Hay que hacerse a la idea que podemos morir. Tanto si hablamos como si callamos.

Su voz tenía la candencia agreste del África oriental. Llevaba las uñas largas y bien cuidadas, decoradas con un diseño original de flores entre-lazadas. Mentalmente, sin saber bien porqué, Júlia conjuró la imagen de un tigre al acecho, silencioso y atento.

—Por Dios, mujer, no digas eso —intervino la madre de Alex y Wills.

—Es verdad, María —su marido le apretaba la mano.

Page 11: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 11

—Sí, pero no hace falta ser tan cruda.—No intento ser cruda —se excusó la chica—,

soy realista. Y creo que estamos descendiendo.El avión efectivamente parecía perder altura.

Los secuestradores también percibieron el cambio y el del cuchillo volvió hacia la parte delantera. Co-gió el telefonillo para hablar con la cabina de los pilotos.

—No quiero oír excusas de que no podemos aterrizar. Si no nos dan permiso para bajar, el avión dará vueltas hasta que se nos acabe el combustible.

La voz del piloto sonó entrecortada y nerviosa.—Estamos contactando con el aeropuerto

Houari Boumedienne…Alex miró al exterior y creyó distinguir las pistas

de un aeropuerto en forma de boomerang. El se-cuestrador fue hacia la parte trasera del aparato y se colocó aproximadamente a la mitad del pasillo. Alzó la voz.

—Vamos a aterrizar. Todo el mundo perma-necerá sentado y quieto una vez hayamos toca-do suelo.

El silencio entre el pasaje era casi absoluto; al tomar tierra, se hacían conscientes de que el des-enlace estaba delante de sus narices, y no sabían si sería un final feliz.

El avión descendió con normalidad y se deslizó por la pista de aterrizaje con pasmosa facilidad; la mecánica no entendía de psicología humana. Pero a través de la ventana se veía a un enjambre de co-ches de policía aguardándoles.

—El protocolo de seguridad. Vamos a tener fue-gos artificiales… —dijo Alex con ironía.

—¿Eres policía?

Page 12: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!12

—Dale con eso. No. Soy fotógrafo.—¿Pero intentarás hacer algo? —preguntó Júlia.

La tranquilidad del otro la llevaba a deducir que se traía algo entre manos.

—No me haré el héroe, pero les he estado ob-servando y creo que el de atrás no lleva una bom-ba. Supongo que es mucho más fácil decir que tie-nes una a realmente meterla en un avión. Si es así, entonces el único armado es el del cuchillo.

—Eso es mucho suponer —rebatió Júlia.El avión había tocado tierra y se había detenido,

pero las unidades de policía se mantenían a distan-cia, como si el drama no fuese con ellos. Al fondo del avión, los secuestradores negociaban a través de un teléfono celular, lo que proporcionaba a los pasajeros de primera clase un tiempo valiosísimo. Wills susurró a través del mínimo espacio que que-daba entre asientos.

—Alex, si esto se pone feo deberíamos interve-nir.

Fue el viejo de la tercera fila quien le contestó.—Si yo fuera joven como ustedes les daría una

paliza a esos dos pusilánimes…Los secuestradores habían estado atareados

conversando por teléfono, pero en ese momento el hombre del cuchillo anunció algo y a continuación se acercó hasta las primeras filas.

—Los pasajeros y la tripulación bajarán del avión, a excepción de los pilotos y de ustedes.

Necesitaban un grupo reducido que pudieran controlar y tampoco podían quedarse sin rehenes.

—Ventajas de viajar en primera clase —añadió con sarcasmo antes de dirigirse hacia la cola del avión para reunirse con su compañero.

Page 13: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 13

El secuestrador con la bomba se situó en la puerta trasera mientras el otro se mantenía a mi-tad del aparato.

A una seña del primero, dos sobrecargos abrie-ron la puerta y extendieron una rampa hinchable de emergencia. El secuestrador con el cuchillo fue conduciendo a los pasajeros, fila por fila, hacia la puerta. Se vivió un momento tenso cuando una mujer muy mayor y débil tuvo que deslizarse por el tobogán y el secuestrador la empujó bruscamente; el grito de terror de la pobre mujer se ahogó entre los pasos apresurados de los pasajeros que la se-guían para salir.

Cuando el último pasajero de clase turista se hubo deslizado por el tobogán, el secuestrador que llevaba la bomba intentó cerrar la puerta.

Entonces todo sucedió muy rápido.Se oyó un disparo y un grito. La policía había dis-

parado desde el exterior y había dado al secuestra-dor que manipulaba la puerta. El otro se lanzó en su ayuda y entre los dos consiguieron finalmente cerrarla. El secuestrador herido se sentó en el sue-lo y empezó a gemir. Sus débiles aullidos sonaban desgarradores; estaba malherido. El otro secues-trador, blandiendo el cuchillo amenazadoramente, se dirigió hacia el grupo de primera clase.

—¿Hay algún médico? —gritó.Nadie contestó. Estaban paralizados por el te-

mor que les infundía esa figura que se cernía sobre ellos, por la sangre derramada, por todo.

—¿Hay algún médico?Su voz era cada vez más fuerte y tensa. Enton-

ces Alex se incorporó.—Yo —mintió.

Page 14: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!14

El secuestrador lo miró con desconfianza. De pie, Alex tenía que arquear ligeramente el cuer-po para no golpear el techo. No solo era un chico alto, también era fuerte y atlético; sus músculos, tensados, se entreveían a través de la camiseta. Su tranquilidad no gustaba al secuestrador. Júlia se dio cuenta de ello y por eso se dirigió a ese hombre terrible por primera vez.

—Es… es verdad. Él es médico —inventó, seña-lando a Alex—, él le puede salvar.

El secuestrador los miró sin decidirse. Por un ins-tante, Júlia cerró los ojos, en una reacción instintiva de protección. Las palabras del captor se oyeron nerviosas al contestar.

—Está bien. Apártate, pelirroja. Tú, muévete y ven conmigo.

Júlia estaba tan cerca del secuestrador que po-día ver claramente una vena palpitar en su frente sudorosa. El secuestrador la apartó bruscamente, y ella tropezó. No cayó, y en un movimiento reflejo golpeó levemente al secuestrador, intentando aga-rrarse a algo.

El hombre la miró desconcertado, y en ese justo instante Alex se abalanzó sobre él. Se oyeron un par de gritos mezclados de exclamación y miedo. Wills salió cómo una furia de su asiento y se unió a su hermano. Hubo dos forcejeos más, que resul-taron en Wills sosteniendo al secuestrador por la espalda y Alex levantando el cuchillo, que brilló a la luz del mediodía que se filtraba por las ventanillas.

A Júlia, ver el cuchillo le quitó un peso de en-cima, aunque su corazón seguía agitado. Faltaba algo, faltaba algo, se repetía para sí. La chica afri-cana gritó con desesperación. Su aspecto no se

Page 15: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 15

parecía nada al de la mujer sofisticada que había embarcado en el avión.

—¡La bomba…!Eso era lo que faltaba. El otro secuestrador esta-

ba desangrándose, pero tal vez podría accionarla.Júlia Daniel no pensó en nada más y se lanzó

corriendo hacia la parte trasera del avión, sortean-do la masa amorfa que formaban los tres hombres que se habían peleado. Más tarde se encontraría moretones por todo su cuerpo y los pantalones rasgados. Cuando llegó al final del avión, el segun-do secuestrador deliraba, recostado contra unos armarios metálicos; tenía los labios azulados y tem-blorosos. Se estaba muriendo.

Júlia vio que el hombre había soltado un paque-te. Lo apartó bien lejos, por si acaso, y miró a Alex desde la distancia. Este sonreía, al lado de su exul-tante hermano. El primer secuestrador yacía ren-dido debajo de sus cuerpos, mientras que sus pa-dres intentaban hablar con los pilotos a través del interfono y los demás se abrazaban. Júlia también sonrió.

Lo habían logrado. Habían acabado con la pe-sadilla.

II

Quienes habían constituido el pasaje de primera clase del azaroso vuelo Barcelona-Londres se sen-taban ahora en una fría sala de paredes sucias. Dos moscas revoloteaban alrededor de un viejo fluo-rescente que arrojaba una luz innecesaria. Era sep-tiembre y hacía calor en Argel.

En las inquietantes estancias policiales del ae-ropuerto se oían rumores de periodistas y de un

Page 16: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!16

nutrido grupo de curiosos que se agolpaban fuera. Wills relajó la atmosfera bromeando.

—Estos policías parecen contundentes, ¡porque me han dado más golpes ellos al salvarnos que el tío del cuchillo!

Los demás se unieron a su risa. Se sentían cóm-plices de la hazaña.

—¿Te han dicho qué querían esos dos hijos de puta? —continuó Wills.

—Pretendían liberar a un sobrino suyo que se encuentra en prisión —contestó el chico estadou-nidense. Se llamaba Wayne Li y ya había pasado por la sala de interrogación dónde en ese momen-to la policía hablaba con Thomas Logan, el padre de Alex y Wills.

—Pues el sobrino va a pudrirse en prisión. Por cortesía nuestra —chuleó Wills hinchando el pecho.

Se abrió la puerta que conducía a la otra estan-cia y apareció Thomas. La voz de un policía se oyó llamando al próximo pasajero y Alex se levantó. Al cruzarse con su padre, bromeó dándole una palma-dita en la espalda.

—Alegre esa cara, señor Logan, que su hijo Wills dice que somos unos héroes.

Page 17: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 17

Capítulo 2Nuevos comienzos

“Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación.”

Henry David Thoreau

I

Después del incidente en el avión, a Júlia Daniel le fue muy difícil concentrarse en su trabajo. Era

la primera vez que le ocurría algo así; en el pasado su trabajo siempre había prevalecido y sus logros en la City habían actuado como rieles que llevaban su vida adelante. Pero el secuestro rompió algo dentro de ella. ¿Qué había sentido? Solo acerta-ba a definirlo como una extraña excitación: como si viviese por primera vez. No advirtió que todas aquellas dudas que copaban su mente se estaban haciendo evidentes a sus compañeros del banco.

Dos semanas después de haber salido por su propio pie del Boeing secuestrado, su jefe la llamó al orden. Era un martes de principios de octubre; la luz fría del final del otoño bañaba la maraña de mesas y tabiques tachonados de gráficos que eran el hábitat natural de Júlia.

Su jefe, Andrew Murphy, era el vicepresidente de Merges & Adquisistions. Siempre andaba ocu-pado, así que cuando la llamó personalmente, Júlia supo que no podía ser por nada bueno. Al fran-quear la puerta del despacho de Andrew, Júlia vio a la directora de recursos humanos pulcramente sentada en una de las sillas de la sala.

Page 18: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!18

Era una bruja con una pasión por los collares de perlas, que a Júlia nunca le había caído bien; la consideraba una hipócrita arrogante. Esa ma-ñana, su mirada era una mezcla de compasión y desprecio. Andrew Murphy se acomodó sobre la esquina de su mesa, agarrándose la rodilla con las manos en una pose de fingida informalidad.

—Júlia, estamos preocupados.Júlia conocía lo suficiente a Andrew Murphy

para saber que la preocupación por sus empleados no entraba en su elenco de emociones.

—Desde el incidente del avión, tu rendimiento ha bajado sustancialmente —sentenció la bruja de los collares de perlas—, y aunque el bajón es total-mente explicable por las circunstancias traumáti-cas en las que…

—Perdón —interrumpió Júlia, intentando man-tener la calma—, pero no creo que el secuestro me haya afectado de tal manera.

—Estás distraída —replicó el jefe.—Una cosa es estar un poco distraída y otra

muy diferente estar traumatizada —rebatió ella.Júlia notó en sus dos interlocutores un ligero

sobresalto ante su tono inesperadamente vehe-mente. Pero la directora de recursos humanos reaccionó, suspirando antes de dar su estocada.

—Escucha, Júlia. Sabes perfectamente que en nuestro entorno no nos podemos permitir síndro-mes post-traumáticos.

—Vamos al grano, ¿les parece? —dijo Júlia, de-jando que su irritación trasluciese.

Su reacción no pareció gustar a ninguno de los otros dos. Júlia notó cómo luchaban contra sus ga-nas de mirarse entre ellos. Andrew Murphy hizo un

Page 19: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 19

ademán para que Júlia se sentase, pero ella no lo hizo. La luz grisácea del cielo londinense ribeteaba en dos plumas Montblanc que el vicepresidente de Merges & Adquisitions tenía sobre su mesa de ro-ble.

—O vuelves a ser la Júlia de siempre, o… —concluyó Andrew Murphy, alargándole una nota en la que había escrito el monto de una indem-nización.

Júlia contuvo el aliento. Era mucho; estaba claro que ya habían decidido librarse de ella. Cinco minu-tos después, Danny Manhattan salía del despacho luchando con las ganas de dar un portazo y con un cheque en el bolsillo.

Era la primera vez que se paseaba por ese labe-rinto de despachos acristalados con un completo desinterés por lo que allí se cocía. Su antigua secre-taria se acercó trotando sobre unos tacones ines-tables, que sustituía al salir de la oficina por unas zapatillas deportivas.

—Lo siento, Júlia —dijo.Amanda tenía cincuenta años, algunos kilos de

más y una de las pocas sonrisas auténticas en todo el edificio.

—¿Es esta forma de despedirme? —replicó Júlia, falsamente ofendida.

—Me has hecho correr con esta mierda de taco-nes. Eh… ¿despedirte?

—Me voy, Amanda.Júlia vio como el rostro de Amanda se ensom-

brecía, y pensó que sería la única que se apenaría por su marcha.

—No te preocupes. Es para bien —añadió Julia.—¿Encontraste algo mejor? ¿Vas a la competen-

Page 20: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!20

cia?Júlia también sabía que cuando Amanda se abu-

rría solía ir al rincón del café y repartir cotilleos con las otras secretarias del departamento. Así que solo sonrió con sorna, callándose.

—Espero que seas muy feliz —concluyó Amanda.Júlia salió de allí notando cómo el resto de sus

antiguos compañeros la observaba de reojo. Sen-tía decenas de malintencionadas miradas caer en picado sobre su espalda. Acabarían a golpes para ocupar su puesto.

II

Júlia pasó los primeros días sin trabajo tirada en el sofá, hartándose de comida basura y de progra-mas de televisión que remodelaban casas o pro-baban coches. Hasta que su hermana Rita la llamó alarmada, por la falta de mensajes en el teléfono celular, con los que normalmente se comunicaban.

Sus padres se habían divorciado cuando ellas eran muy pequeñas, con su padre abandonando la familia por una mujer más joven y su madre desa-rrollando una actitud enfermiza en la que culpaba a todo y a todos de su desgracia. Ver a su madre sumergida en un abismo de amargura había con-vertido a Júlia en una escéptica de las relaciones. En su hermana Rita había creado una perenne me-lancolía, pero los años y una próxima maternidad la habían cambiado; Rita era feliz con la perspectiva de formar una familia. Júlia prefería estar sola.

—¿Por qué no vienes a Barcelona? La abuela tie-ne ganas de verte —sugirió Rita, preocupada al sa-ber que su hermana, la eterna adicta al trabajo, se

Page 21: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 21

encontraba desempleada.Júlia supo inmediatamente qué quería conseguir

su hermana con la sugerencia. Su abuela Gertrudis era una persona risueña, siempre calmada y justa. Júlia y Rita se sentían más unidas a ella que a su pro-pia madre. La abuela las conocía bien y era capaz de hacer brotar en ellas un sentimiento de seguri-dad incluso cuando se sentían más perdidas.

Júlia compró su billete a casa esa misma tarde.Unos días más tarde, Júlia Daniel se dirigió al

piso de su abuela en el barrio de Gracia.Júlia conocía bien las callejuelas del barrio, en

las que la sombra de árboles raquíticos cobijaba a viandantes que lucían camisetas de logos ca-nallas. Júlia caminaba sin prestar mucha aten-ción a la línea de locales convertidos en bares oscuros, de nombres insólitos y paredes con murales, que durante el día servían tés y por la noche caipiriñas.

El aire se había vuelto crispado y amenazaba lluvia. Júlia apretó el paso. Cuando llegó al viejo portal estaban cayendo las primeras gotas de una tormenta otoñal. Subió y le abrió la puerta Dulce María, la mujer ecuatoriana que cuidaba a su abue-la desde hacía años. Júlia se sentía niña otra vez; siempre le sucedía cuando entraba en esa casa.

Su abuela estaba en el comedor viendo una an-tigua película de aventuras con Gary Cooper en la legión extranjera.

—Yaya…—¡Júlia!El rostro de la anciana se iluminó e hizo un ade-

mán de levantarse. Júlia fue más rápida y se acercó para besarla. Arrastró una silla y se sentó cerca.

Page 22: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!22

La mirada translúcida de Gertrudis se clavó en su nieta, pero esperó a que la joven contase lo que le hervía en su interior. La abuela la conocía mucho mejor que nadie. Júlia sintió cómo las palabras bro-taban desde algún lugar de su alma que no conocía.

—Desde el secuestro, mi vida parece haber per-dido el sentido. Todo me parece artificial y falto de emoción —Júlia suspiró—. En el avión estábamos en una situación límite, y sin embargo daría lo que fuera para vivir de nuevo una sensación así.

—Pero Júlia, ¡pudiste haber muerto!—Lo sé. Tal vez es precisamente por eso.Por un instante ninguna dijo nada; las dos sabían

respetarse los silencios. Se oía claramente el repi-queteo de la lluvia a través de los cristales. Júlia casi deseaba que aquella lluvia durase para siempre: así podría quedarse en el salón de su abuela, protegida en el calor del único hogar que conocía.

—Lo que sí sé es que quiero cambiar, quiero ha-cer algo. No puedo seguir trabajando y comiendo comida china cada noche en frente de algún infor-me y pensar que soy feliz —dijo finalmente.

Gertrudis siempre había tenido una apariencia endeble, pero era dueña de una entereza y una cla-rividencia extrañas.

—Mi querida niña, mi pequeña Júlia… —susu-rró, en un tono que parecía atravesar el corazón a su nieta—. Mi juventud me queda muy lejos, y a veces me es difícil volver atrás y recordar la mujer que era, olvidándome de la anciana que soy. Pero tú siempre me has recordado lo que un día fui. Tu hermana estudió arte, y tú finanzas. Sus modos son apasionados, pero su corazón es tranquilo. Tú vives la vida con fría pulcritud, pero algo te abrasa

Page 23: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 23

por dentro. Lo que te está sucediendo es algo que tenía que pasarte, tarde o temprano.

Júlia decidió disentir de la opinión de su abuela, que la había tomado fuera de juego.

—Antes del accidente era una persona feliz. Me gustaba mi trabajo.

—¿Por qué te gustaba?Si no hubiese sido por el tono asertivo que Ger-

trudis empleaba, exento de cualquier banalidad o desvarío, Júlia hubiese pensado que la edad enmo-hecía su buen juicio.

—Pues, ¿por qué va a ser? —protestó—, porque tenía un buen sueldo y me habían ascendido a…

Gertrudis la cortó con vehemencia.—Solo me estás dando excusas, no verdaderas

razones. Excusas para no vivir, para seguir adelan-te como un autómata, como siempre has hecho. No te arriesgas a averiguar si tu trabajo realmente te gusta, porque podría no ser así. No te arriesgas a establecer relaciones con los demás, porque po-drían herirte. Es más fácil, pero a la larga te va pu-driendo por dentro. Lo sé, porque es el camino que tomé.

—No te entiendo, yaya.La abuela bajó la vista y se miró sus ajadas ma-

nos, que reposaban inmóviles una sobre otra.—Tú siempre me has conocido así: mayor, re-

signada. ¿Sabes por qué te dicen siempre que te pareces a mí? Porque yo me he comportado siem-pre de forma práctica, enterrando viejos sueños y anhelos. Saqué adelante a mi hija sola cuando tu abuelo murió, y lo hice tocando con los pies en el suelo. Pero cuando era joven yo era muy diferente. El mundo me parecía lleno de oportunidades, y te-

Page 24: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!24

nía hambre de vivir.Los ojos de Gertrudis eran apenas un rasguño

de luz entre los pliegues de su rostro.—Verme en la obligación de criar a una hija me

volvió una persona fría a la que le horrorizaba la gente que se perdía en ensoñaciones. Ahora me arrepiento de no haber sido más fiel a mis senti-mientos. Quizá tu madre intuyó mi secreta amar-gura, y por eso nació triste.

Se pausó por un instante. Júlia temió que no fuera a proseguir. Pero Gertrudis miró a su nieta fijamente y una chispa vital prendió en sus pupilas.

—Júlia, corta por lo sano y averigua lo que real-mente va a hacerte feliz. Créeme: cuando llegues a mi edad, lamentarás mucho más lo que dejaste de hacer que cualquier cosa que te haya salido mal.

La complicidad entre las dos no necesitaba de palabras; sus miradas se fundieron la una con la otra y Júlia se reconoció en su vieja abuela y en su voluntad férrea.

Cuando Júlia pisó la calle de nuevo, al abrigo de una lluvia que convertía el empedrado de las calles en miles de espejos, sabía que las palabras pronun-ciadas en ese entreacto íntimo le darían la fuerza para dar forma a una idea que cambiaría su vida.

III

Los ocho pasajeros de primera clase del avión secuestrado se reencontrarían en una pequeña chocolatería en el corazón del barrio de Gracia de Barcelona.

Júlia había empezado llamando a Wayne Li. Le explicó que quería organizar un reencuentro

Page 25: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 25

y Wayne, un ingeniero informático californiano en excedencia, accedió rápidamente. Júlia habló después con el matrimonio Logan, quienes, con el padre jubilado y la madre organizando actos de beneficencia, no tenían problemas de agen-da. María se ocupó de llamar a sus dos hijos: Alex se encontraba en África por trabajo, pero volvía en unos días. Su hermano Wills no parecía tener una ocupación profesional que le robase demasiado tiempo.

La chica de la tercera fila se llamaba Mónica Burch, era nigeriana y vivía en Londres con su ma-rido Neil, un arquitecto inglés. Mónica y Neil habían viajado a Barcelona para pasar un fin de semana romántico, pero él se había visto obligado a volver antes de lo previsto por problemas en un proyecto en el que trabajaba.

—Neil desapareció como hace siempre. Él y sus malditos planos —explicó la desafortunada Móni-ca, a la que su decisión de quedarse en la ciudad mediterránea la había llevado no solo a una discu-sión con su marido, sino a sufrir un secuestro aéreo.

En último lugar, Júlia habló con Eusebi de la Sie-rra, que vivía en Barcelona. Así se llamaba el viejo gruñón del avión, que tan sarcástico, y valiente, se había mostrado durante los momentos de crisis. También él fue positivo con la idea de encontrarse.

Júlia llegó la primera y atravesó la puerta de la que colgaban unos focos de colores, encogiendo la cabeza para pasar por debajo de una luz verde pis-tacho y otra rojo carmín. Júlia conocía el lugar de haber pasado largos ratos en su juventud delante de un chocolate caliente y un suculento pastel. El sitio no había cambiado, con sus techos altos sos-

Page 26: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!26

tenidos por vigas de madera y multitud de retratos inverosímiles colgados de la pared. Wayne Li fue el siguiente en llegar. Llevaba puesta una camiseta de colores vivos con el dibujo de un pingüino. Júlia no entendió la referencia al sistema operativo Linux y se apartó con el índice un mechón de su lacio ca-bello negro.

—Me sorprendió que organizaras una reunión —aseguró sonriente.

Júlia entornó los ojos.—¿Por qué?—Siempre pensé, viendo tu aspecto y tus ade-

manes, que serías alguna ejecutiva agresiva hasta arriba de trabajo.

—Y lo era.—¿Ya no?—Se puede decir que he cambiado.—Ahí llega Eusebi —indicó Júlia.La figura ligeramente curvada que había entra-

do por la puerta era la de Eusebi de la Sierra. Lucía unos pantalones de franela, una camisa de lana bien abotonada y un sombrero de fieltro, que le daba un aire de dandi de los años cincuenta. Mónica, vestida a la última y arrastrando un enorme bolso, iba con él. Su piel de ébano brillaba, moteada de diminutas perlas de sudor. Poco después llegaron los Logan al completo, sorteando a los niños con morros emba-durnados de chocolate y a las atareadas camareras.

—Buenas tardes —saludó María en un español de acento meloso.

María notó la sorpresa de los demás y aclaró que era argentina. Su talle fino y su pelo, tan blanco y largo, la dotaban de un aire etéreo y volátil. Llevaba un vestido floreado adornado con un broche, y su

Page 27: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 27

sonrisa se parecía a las de sus dos hijos.En unos instantes estaban todos recordando

el secuestro, con el matrimonio Logan llevándose la contraria en casi cada frase, Eusebi matizando que él había sugerido apalear a los secuestradores desde un principio y Wills azuzando a su hermano para revivir su momento de gloria. Finalmente, Jú-lia intervino.

—Tengo una proposición que hacerles —captó la atención del grupo.

—Cuando cogí ese avión, me limitaba a trabajar, trabajar y trabajar. Pero después del secuestro, em-pecé a ver mi vida desde otra perspectiva… y a juz-garla insustancial. Pequeños detalles a los que antes no había prestado atención adquirieron también un significado diferente. Recordé cómo una secretaria dejó el trabajo para emprender un viaje alrededor del mundo. Listé en mi cabeza todas las personas de mi empresa de las que se rumoreaba tenían algún lío extramatrimonial. Vi tantas señales de querer algo fuera de la rutina diaria… señales que habían estado allí, pese a que yo no les había prestado atención. Mi vida no era la misma porque había experimentado una experiencia extraordinaria. Me imaginé dentro de treinta años, con nietos sentados a mi alrededor pidiéndome que les contara otra vez el episodio del secuestro. No me pedirían que les contara los cua-renta años que me pasé en una oficina de la city…

Júlia apoyó las manos en la mesa y miró a sus compañeros uno por uno.

—Quiero que formen parte de mi proyecto: una empresa que ofrecerá un servicio muy espe-cial. Cada año, uno de sus clientes, elegido al azar, vivirá una experiencia extraordinaria. Pero lo hará

Page 28: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!28

sin saber que está preparada de antemano, que nosotros estamos detrás. La persona en cuestión tendrá la impresión de estar viviendo algo fuera de lo común, emocionante y peligroso incluso. Quiero llamar a nuestra empresa “El club de los aconteci-mientos extraordinarios”.

Ante las caras de pasmo de los demás, Júlia pro-cedió a explicar los detalles de su atípica propuesta.

—Las verdaderas aventuras se presentan ines-peradamente. Puedes pasarte la vida en busca de emociones y nunca paladear la sensación de estar viviendo una aventura real. Nosotros la organiza-remos; entre los clientes que se hayan registrado tras pagar una cuota. Cada vez será algo diferente. Incluso nosotros podemos ser actores en el drama, para hacerlo todo más creíble.

—Me encanta la idea —exclamó Wills.Su padre rebufó mostrando una sonrisa escépti-

ca, pero su madre sonrió.—Soy psicóloga, y he tratado con muchos pa-

cientes que solo piden un poco de emoción —explicó María—. Transitan por la vida con un sen-timiento subyacente de aburrimiento que los mata lentamente.

—Antes has dicho que nuestros clientes no sabrán que la aventura es ficticia —intervino Mónica—. Pero si se han apuntado a nuestra lista, estarán sobre aviso. ¿Cómo esconderemos que lo que vivan está planificado?

Júlia mimó cada palabra.—Venderemos las aventuras como algo lo su-

ficientemente emocionante para captar clientes, pero organizado: un descenso de un río de aguas bravas o un salto en paracaídas, por ejemplo. Aun-

Page 29: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 29

que realmente, lo que amañaremos será muy dis-tinto y sucederá sin aviso.

—... ¿y las “víctimas” pueden pasarlo mal? —especuló Alex, refiriéndose a los potenciales clien-tes con inofensiva malicia.

A Júlia le gustó el término.—Exactamente. Montaremos aventuras impre-

visibles, y lo haremos de tal manera que nuestras “víctimas” no lo relacionen con el sorteo de “aven-turillas” al que un día se apuntaron.

Su audiencia asintió; algunos todavía perplejos y otros seriamente entusiasmados. Mónica Burch parecía de los primeros, pero su afirmación fue ca-tegórica:

—Puedes contar conmigo. Voy a formar parte del club, aunque mi marido no lo apruebe.

No solo Júlia se sorprendió por el comentario; tampoco los demás esperaban tal confidencia. Pero Mónica no tenía pelos en la lengua.

—Conocí a Neil en Nigeria; él trabajó allí duran-te unos meses, nos casamos y me trajo a Inglate-rra. Ahora estoy estudiando gracias a él. Mi familia era pobre y no tenía una vida fácil en mi país —le-vantó los ojos al techo antes de suspirar —. A Neil le debo tanto... o eso me dicen todos. Pero yo soy mucho más que su perfecta esposa, y quiero participar en algo por mi propia cuenta.

Júlia entendió que el agradecimiento la hacía sentirse enjaulada, y con el club se libraría de ata-duras que eran cargos de consciencia. Wayne Li fue el siguiente a intervenir. Sus ojos ansiosos de-notaban que tenía ganas de mostrar el porqué de su decisión.

—Yo me uno al club porque quiero volver a sen-

Page 30: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!30

tir la sensación de trabajar en algo emocionante —el californiano se aclaró la garganta y habló con determinación—. En 1999, durante la burbuja de internet, dejé mis estudios para crear un start up en Silicon Valley, creyéndome Jerry Yang. Recuer-do las inacabables noches delante de la pantalla en una oficina mugrienta, comiendo pizza con mis compañeros y compartiendo ideas que iban a lan-zar a nuestra empresa al estrellato tecnológico.

Wayne no había tenido nunca más una sen-sación igual, y era precisamente esa adrenali-na la que echaba de menos. Cuando la burbuja tecnológica había estallado, Wayne se había en-contrado en la calle, con su stock options papel mojado.

—No me atrevía a mirar a los ojos a mis padres, emigrantes chinos de primera generación de los que sufren, y mucho, y que se habían gastado todo el dinero en mis estudios —continuó, agachando la cabeza—. Casi como un castigo me fui a trabajar en una multinacional en Cleveland. Me he pasa-do muchos años apedazando un software lleno de bugs y lidiando con idiotas que no saben llevar pro-yectos. Era tan infeliz, que precisamente fueron mis padres los que finalmente me sugirieron que me tomase un descanso. Y cogí una excedencia para ver qué quería hacer con mi vida.

Alzó la vista y la sonrisa se le iluminó.—Quería trabajar de nuevo con un grupo ilusio-

nado de personas que disfrutan de lo que hacen. ¿El club de los acontecimientos extraordinarios? Sí, ¿por qué no?

—Yo no les contaré mi historia porque se nos haría de noche —atajó entonces Eusebi de la Sie-

Page 31: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 31

rra—, pero también voy a formar parte de la “em-presita” esta…

Thomas Logan resopló.—Seguramente pensarán que como estoy

tan viejo me aburro, ¿no? —replicó Eusebi—. Pues no. ¡No me he aburrido en mi vida! Pero me gusta la idea de ir por ahí puteando a gente que nos haya pagado para hacerlo, ji, ji, ji —se burló. Su risita era contagiosa—. Incluso conse-guiré financiación.

Thomas no pudo contener su ironía.—La verdad es que no pensaba participar por-

que la empresa sin usted estaba condenada al fra-caso. Pero esto lo cambia todo. ¿Dónde se firma?

—Thomas… —intervino María, conciliadora. Pensaba en Windsor, la burguesa ciudad en la que vivía, y en sus pacientes con un vacío interior difí-cil de explicar contemplando su perfecta vida de puertas afuera—. Para mí, participar en esto tiene una vertiente profesional —declaró.

—Quiero ver cómo reacciona una persona si le ofrecemos la posibilidad de salir de la rutina. Será como una especie de trabajo de campo.

—Y yo, anuncio que también me uno al pro-yecto —proclamó Wills, hinchando el pecho—. No tengo un trabajo fijo, a pesar de las protestas de mis padres —añadió, dirigiéndoles a los dos una mirada socarrona—, así que tengo tiempo y ganas para colaborar. Además, creo que puedo ser bas-tante útil. Soy supervisor de surf y de escalada y hablo distintos idiomas: el inglés y el español por mis padres, y el japonés porque de niño vivimos allí.

Instintivamente Júlia miró a los Logan, y no fue la única. Esa familia prometía ser una fuente inago-

Page 32: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!32

table de sorpresas.—Thomas era diplomático y hemos viajado mu-

cho —aclaró María—. Pero lo más difícil que hemos hecho es criar a estos dos chicos que nunca han estado quietos.

—La inquietud nos viene de herencia —replicó Wills, que seguía mostrando una sonrisa perenne.

—Como siempre, culpando a tus padres —la voz de Thomas era sobria.

—¡Evidentemente! Por cierto, ¿en esta aventu-ra también podré culpar a los dos? —contraatacó Wills—. Papá, ¿te apuntas?

Thomas Logan cruzó las piernas.—Bien…. La idea no deja de ser un poco desca-

bellada…Wills lanzó un resoplido de medio enfado que su

padre ignoró.—Pero será divertido volver a hacer algo con los

niños. Y, desde que me jubilé, de alguna manera echo de menos la acción.

Que su inquebrantable padre entrase en el jue-go sorprendió a Wills.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó jubilo-so—. Alex, ¡solo faltas tú!

Júlia miró al guapo fotógrafo. Tenía una ex-presión indescifrable en su rostro. Recordando al Alex del avión, Júlia pensó que, sencillamente, él era así.

—Hijo, necesitamos tus puños —Eusebi añadió.—La idea de la empresa es buena —empezó a

decir Alex—, pero no podrán contar conmigo. Al menos, no en este momento.

—Joder, Alex, ¡pero si tú eres perfecto para esto! —protestó Wills.

Page 33: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 33

—¿Por qué lo dices? —preguntó una desorien-tada Júlia.

—Mi hermanito es experto en artes marciales. Nada más ni nada menos que cuarto dan en Aiki-do. —Wills suspiró—. Además, cuando vivimos en Japón y a mi madre le dio por ir a meditar a un mo-nasterio, a Alex unos monjes le introdujeron en el kendo, el arte del sable.

—Recuerda que el secreto de la vía del sable es no combatir —Alex apuntó cariñosamente con su dedo a su hermano, como si le estuviese recordan-do algo importante—. Anticipándote… —Wills se encogió de hombros para mostrar su desacuerdo.

—Pues si el secreto era no combatir, yo sí lo abracé, porque no me dejaste dar ni un golpe.

Alex rio, cómplice con su hermano. Eusebi tam-bién dijo la suya:

—¡Evitar toda lucha! ¡Paparruchas! ¡Suerte que te saltaste tus preceptos en el avión, sino aún esta-ríamos sentados allí!

—Alex es además un cerebrito. Estudió en Cam-bridge —continuó Wills. Claramente adornando a su hermano mayor.

—También tú, Wills. Pero no duraste ni cinco meses… —comentó su padre con acidez.

Wills sintió la necesidad de explicar tal extremo:—Estuve allí cinco meses y medio —se justifi-

có—. ¡Y fue demasiado! Cambridge está lleno de niños de papá…

—¿Qué estudiaste? —preguntó Wayne a Alex para ayudar a Wills.

—Historia.—¿Historia? —se interesó Eusebi; sus ojos de

viejo zorro traslucían un inusitado interés.

Page 34: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!34

—Sí, me especialicé en historia contemporánea. ¿Por qué?

—¡Me parece muy importante que los jóvenes se interesen por su historia reciente! —proclamó el viejo. Estaba exultante.

Alex sonrió ante lo que consideró un halago y remató su disculpa.

—Precisamente con mi compañero de cuarto en Cambridge hemos empezado a trabajar por nuestra cuenta, él como editor y yo como fotope-riodista. Vendemos reportajes a varias revistas, y ahora tenemos mucho trabajo. Por eso ahora no puedo ayudar; sencillamente, no tengo tiempo.

Sonaba concluyente. Júlia se había quedado muda. Sabía que era una tontería, pero sentía algo parecido al despecho. Por suerte, los demás se-guían adelante.

—¿No has dicho que conseguirías financiación? —preguntaba Wayne en esos momentos a Eusebi.

—Tengo buenos contactos y puedo conseguir-nos un crédito en condiciones inmejorables.

Júlia se sacudió de encima el azoramiento y em-pezó a calibrar qué tipo de documentación necesi-taría Eusebi.

—Té escribiré un dossier para inversores.—¿Sabes hacer eso? —intervino Wills. Júlia sonrió.—Sé hacer eso y mucho más. Trabajaba en un

banco.Wills levantó una ceja y sacó la lengua en un

gesto de mofa inocente.—Vale pues, señorita ejecutiva.

IV

Page 35: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 35

Al día siguiente, Eusebi, Júlia y Wills se dirigieron a unas oficinas en la Diagonal, la gran avenida que cruzando Barcelona va a morir al mar.

Habían alquilado un coche, que Wills conducía con brío, nada intimidado por unas calles que le eran desconocidas, y se detuvieron delante de un impersonal edificio de cristal franqueado por lindos jardines. Eusebi no se había mostrado especialmen-te comunicativo acerca del hombre que iba a visitar. Solo había dicho que era el patriarca de un impor-tante grupo de empresas, un hombre retirado pero que seguía ostentando el título de presidente.

—Me debe un favor —fue lo único que concedió.Encontrar estacionamiento en la zona se pre-

veía una misión imposible.—Yo me ocupo —dijo Wills. Sonreía como un

granuja. Eusebi y Júlia subieron hasta el último piso, desde el que se dominaba una vista impresionante de la ciudad: la Sagrada Familia, las Torres Ma-pfre y la Torre Agbar se recortaban delante de un apacible Mediterráneo. Se sentaron en una sala de espera decorada con pósters de los ungüentos que la firma fabricaba y esperaron; Júlia dedujo que era un grupo de empresas químicas o farmacéuti-cas.

Propaganda con rostros sonrientes y un sinfín de eslóganes que a Júlia le recordaban a los de su banco londinense.

Al poco una joven recepcionista invitó a Eusebi a entrar hacia la sala de juntas.

—Ya era hora —dijo Eusebi de la Sierra mientras se levantaba. Sus músculos se tensaron. Pese a la edad, Eusebi desprendía poderío.

Page 36: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!36

Dispuesta a escoltar a Eusebi, la recepcionista exhibía una actitud comedida, casi temerosa. Eu-sebi desapareció detrás de la puerta de la sala de juntas mientras Júlia, aburrida de hojear revistas del sector farmacéutico —un sector que desconocía y que deseaba seguir desconociendo—, salió a estirar las piernas. En uno de los pasadizos vio colgadas las fotos de la junta directiva, incluyendo la del presi-dente vitalicio. La siguiente foto era la del consejero delegado, que tenía el mismo apellido. Júlia aventu-ró que esa corporación estaba controlada por una familia: burguesía catalana en estado puro.

—Su amigo ha venido a ver al viejo Jaume Ca-randell.

Júlia se volvió hacia la recepcionista con curio-sidad. Le notó el orificio de un piercing en la aleta de la nariz; la chica debía quitarse el piercing para trabajar.

—El viejo Jaume ya no viene mucho por aquí —continuó la chica, buscando conversación ante una visita inusual.

—Parece muy mayor —dijo Júlia.—Creo que tiene como noventa años... Pero

por lo que he oído, mantiene intacta la cabeza —la chica hizo un gesto señalándose la sien. El traje de oficinista eficiente le iba muy grande a su juventud.

En ese momento la puerta doble de cristal que separaba las oficinas de los ascensores se abrió, y Júlia vio entrar a Wills.

—¿Pero tú no estabas en el coche? —pregun-tó esta.

—Está estacionado. Me aburría abajo, así que he subido a hacerte compañía —sonrío el joven con

Page 37: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro! 37

un guiño.—¿No lo habrás estacionado en doble fila? —si-

guió preguntado la responsable Júlia ante lo que le parecía una temeridad.

—Tranquila… —Wills alargó la última vocal—. Está todo controlado.

El joven volvió sus ojos azules hacia la recepcio-nista. Júlia supo que en ese momento el coche se había desplazado a un segundo plano y la joven re-cepcionista había pasado a un primero.

—Hola. Soy Wills.Usaba su mejor acento argentino. Júlia reprimió

un bufido y volvió a sentarse, resignada. Wills y la recepcionista se embarcaron en una juguetona conversación, pero poco después se oyó el crujir de la puerta de la sala de juntas.

Eusebi salió con paso firme, dejando a su es-palda paredes tapizadas de madera noble. Júlia tuvo un segundo para cruzar la mirada con el hombre de la fotografía, que se encontraba den-tro de la sala. Era ciertamente muy viejo, pero conservaba el mismo fulgor en los ojos que Eu-sebi. Una expresión de orgullo muy diferente de la de quienes llegan a la última etapa de sus vidas vencidos y apagados.

Eusebi instó a Júlia y a Wills a seguirle. Júlia casi tuvo que arrastrar a Wills, que ya había intercam-biado números de teléfono con la recepcionista.

—¿Y bien? —preguntó Júlia mientras bajaban en el ascensor.

—Carandell nos proporcionará un crédito en condiciones inmejorables.

—¿Condiciones inmejorables?—Nos deja el dinero sin ningún interés.

Page 38: dquiere ete liro 1 · por algo. “Un viejo gruñón”, pensó Júlia, molesta. No reparó en nadie más y se afanó a encender su computadora en cuanto las luces de cabina se-ñalaron

¡Adquiere este libro!38

—¿Sin ningún interés?—Júlia, pareces mi eco —cortó Eusebi.Wills no decía nada, estaba ocupado escribien-

do en el celular un mensaje a la recepcionista: otro tipo de intereses muy diferentes de los bancarios barajaba el joven. Eusebi atajó la conversación con una lacónica frase.

—Me debe un gran favor, y me lo pagará así.Cuando los tres llegaron abajo, el parabrisas del

coche sostenía el papel de una multa. Júlia suspiró. Algunas veces, no le gustaba tener razón.

¿Quieres continuar leyendo este libro?