Duhau - Forasteras

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Novela

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  • ForasterasBrbara Duhau

  • Diseo de tapa y diagramacin interior:Ed. La Parte Maldita.

    2013, Brbara Duhau.

    2013, Ediciones La Parte Maldita.Bolivia 269, Ciudad Autnoma de Buenos Aires.

    Queda hecho el depsito que indica la Ley 11.723

    [email protected]://www.edlapartemaldita.com.ar

    Primera edicin, marzo 2013.

    Licenciado bajo Creative CommonsAtribucin - No comercial - Compartir obras derivadas igual

    Duhau, BrbaraForasteras. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones La Parte Maldita, 2013.154 p. ; 17x12 cm.

    ISBN 978-987-28626-3-3

    1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. TtuloCDD A863

  • Forasteras

  • Conoce usted esos das en los que se ve todo de color rojo?

    Color rojo? querr decir negro. No, se puede tener un da negro porque una en-

    gord o porque llovi demasiado, o est triste y nada ms. Pero los das rojos son terribles, de repente se

    tiene miedo y no se sabe por qu Desayuno en Tiffanys

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    Voy ir a una guardia para que me digan qu es el bulto que siento en el costado izquierdo de la pan-za. Hace un par de das que siento que algo parecido a una pelota de tenis se aloj en mi abdomen. Llueve y preferira dejar la consulta para otro da pero Ana me propone acercarme hasta la guardia.-Vamos -me dice, enftica-. Te alcanzo hasta el subte. Si pudiera te llevaba pero tengo que ir a buscar a los chicos al cole y se me va a hacer tarde. Antes de bajarme del auto me da un beso y me desea suerte. -Maana me conts -escucho que grita desde el auto y la veo alejarse entre la multitud de autos que circulan en la hora pico por Corrientes. Cruzo la calle y vislumbro a lo lejos mi lencera preferida. Est entre la zapatera y el negocio de chu-

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    cheras al que tantas veces fui a pispear. Entro y pido una bikini. No digo bombacha porque me parece una antigedad. Una empleada que no conozco me mues-tra varias. Me pregunto dnde estar Elsa, la viejita simptica que me atiende siempre y que ya conoce mis gustos. Por entre una cortina hecha con restos de telas de colores diviso la puerta de la persiana que cubre la fachada del local por la noche. Tiene pega-do un cartel con unas letras descoloridas escritas a mano. Entrecierro los ojos y alcanzo a leer: Cerra o por d el . La empleada nueva quiere saber cul voy a llevar. Me muestra un puado de vedetinas con vivos dorados y encaje. Elijo una negra, la ms comn que encuentro. Agradezco y le hago una sea con la mano para que se quede con lo que sobra. Tomo el subte y me bajo en la estacin Lacro-ze. Cruzo la avenida corriendo. Se hace de noche y la lluvia, que comenz a amainar, ahora cae como en diminutas perlas que se adhieren a mi pelo. Camino con la cabeza gacha debajo de los techos de los pues-tos y entro a la guardia. No hay nadie. La hora y el

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    clima pueden ser los motivos. En la entrada me dan el nmero 55. El ao en que nac. Pienso que si est abierta la lotera cuando salga, le voy a jugar a ese nmero. Inmediatamente busco la puerta del bao. Me saco las botas, el pantaln y la tanga. Justo hoy se me ocurri ponerme un hilito en el culo. Me cam-bio rpido y guardo la prenda hecha un bollo en un bolsillo de la cartera. No llego a ponerme el pantaln cuando, a travs de la puerta, escucho que me llaman. -Silvina Barcos- pronuncia una voz aguda y de poca intensidad que separa cada slaba de mi nom-bre. Me subo rpido el cierre y me pongo la cartera al hombro. Salgo del bao pero en el pasillo no hay a nadie as que me siento a esperar en uno de los banquitos de frmica. Como si me hubiese espiado, la voz repite mi nombre y un segundo despus es el cuerpo de una doctora petisa, morruda y de un pelo oscuro y largo que se asoma por una de las puertas que dan al pasillo.Entramos en su consultorio y empieza a ha-cerme preguntas de rutina: cuntos aos tengo, qu siento, dnde me duele. No me mira.

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    Me hace subirme a una camilla. La superficie metalizada est helada y me da un cosquilleo en la parte baja de la espalda. La mdica tiene las manos fras. Lo noto cuando me roza para auscultarme y hundirme levemente la panza donde le digo que sien-to el bulto. Luego de examinarme, se sienta a escribir rdenes de anlisis. Todo parece normal, hay que ver de qu se trata, dice, sin sacar la vista de los papeles que desparram sobre el escritorio. Salgo del consultorio con las indicaciones y me acerco al mostrador de la entrada. Cuando les entrego las rdenes a las recepcionistas observo por primera vez la frase a la brevedad, como si fuera una firma, pero en un lugar poco usual; est escrita cerca del borde superior de todas las hojas. Para las empleadas parece muy importante. Les lleva un rato largo de buscar en la computadora y en las agendas hasta que me dan un turno. Cuando salgo, otra vez bajo la lluvia, camino una cuadra hasta la parada del colectivo. Por suerte, llega enseguida. Me subo, me seco un par de gotas de lluvia que ruedan por mi nariz y trato de ver por la

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    ventanilla empaada. Hago una cuevita con las ma-nos para ver mejor. Una nena con su pap se bajan del colectivo atestado de pasajeros. Observo cmo se entienden sin palabras; slo con gestos y seales. El padre le sube la capucha de un rompevientos ama-rillo patito y le alcanza un paraguas con motivos na-videos. La nena casi no puede sostener el paraguas erguido. En un intento por acomodarse la capucha a la nena se le suelta el paraguas que comienza a volar por los aires y, como impulsado por una fuerza sobre-natural, asciende hasta perderse de vista. La ciudad de noche y con lluvia me da melan-cola. Las luces de los autos que van y vienen por la avenida le dan un aspecto de pelcula antigua. Son como fotografas lavadas con agua: borrosas y acua-reladas. Me acomodo en uno de los asientos y miro otra vez hacia afuera. Por primera vez reconozco por dnde estamos yendo en el recorrido. El colectivo pasa muy cerca de la facultad donde est cursando Mauro y se me ocurre llamarlo.-Estoy pasando por la puerta de tu facu -le cuento apenas le escucho la voz- pero antes de que

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    termine la frase me dice apurado que tiene que entrar a otra clase. Le pregunto qu tiene ganas de comer, no recibo respuesta y cuando me estoy despidiendo me doy cuenta de que ya me cort.En el trayecto que me queda hasta casa de-cido que vamos a comer fideos con crema, algo que a Mauro le parece un banquete y a m me hace salir del paso. Antes de llegar a casa voy a la farmacia para comprar un frasquito esterilizado y por el chino a comprar la crema, algunas gaseosas y pan. Paso por la lotera pero ya tiene la persiana baja y, a pesar de que hay gente adentro del local, cuando les hago seas me responden que ya cerraron, que vuelva maana. En el aire ya se siente el aroma de las cenas cocinndose; una mezcla de salsas y especias. El viaje

    me dio mucha hambre y espero que los fideos estn listos, como otras cosas, a la brevedad.

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    2.

    Estoy sentada sobre el pasto. Las hojas me hacen cosquillas en los tobillos y siento hmedo el pantaln. Mantengo la mirada fija en una de las ven-tanas del edificio de enfrente. Mauro me habla pero yo estoy hipnotizada por lo que pasa en uno de esos departamentos. El olor a garrapiada que se cuela por entre los rboles me da hambre. Cuando terminemos de charlar sobre el viaje pienso ir a buscar un paquete. Pero Mauro se me adelanta y se dirige al puesto. Yo sigo observando la ventana sin cortinas. Un hombre de unos cuarenta aos aparece por un costado del ventanal en un living que parece casi vaco. Al mismo tiempo, del otro lado, una mujer rubia, inslitamente desabrigada, lo mira entrar y sentarse en un lado de una mesa ubicada en el centro. Dibujo crculos en el

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    pasto con uno de los pies y de vez en cuando escudri-o a lo lejos a Mauro, que camina con paso lento hacia una de las esquinas de la plaza. Arriba, en el primero, la pareja parece discutir. Ella, ponindose un suter blanco, asiente con la cabeza y se para de a ratos a mirarse en un espejo. l, se niega a mirarla, parece gritar y estar irritado, de mal humor. Est despeina-do, como si no se hubiese baado en das.Empieza a oscurecer. Una luna en cuarto creciente se intuye a lo lejos subrayada por unas nubes flacas y alargadas. Mauro se detiene a mirar unos collares con cuentas de colores a la mitad del camino. El hombre despeinado del departamento desapareci hace un rato. La cabellera rubia, temblo-rosa, est apoyada sobre la mesa. Se mueve apenas, como sacudida por un leve sismo. Luego, se levanta y atiende algo que presumo es un celular, o un telfono inalmbrico. Permanece inmvil, expectante por un momento. Los ojos observan el cielorraso, la mirada est perdida; las piernas inquietas. Me estremezco del fro, me sueno los dedos de las manos e intento cubrirme el pedazo de piel destapado que me qued

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    al aire entre la campera y el jean. Una rfaga hmeda me vuela la bufanda.El hombre aparece de nuevo, con un bolso en una mano y una campera en la otra. La mira de cos-tado, sin que ella pueda observarlo. Da media vuelta sobre sus pasos y se aleja del cuarto. La mesa se vuelve un trozo de madera en el living vaco. La boca que se adivina debajo de los mechones rubios parece decir algo. Los labios quedan abiertos, las manos de l se vuelven dos puos.Me levanto del pasto aturdida y me miro las zapatillas manchadas. Por un momento me invade la idea de ir a tocar el timbre de aquel departamento pero unos gritos me interrumpen la reflexin. -Ceci, ven! mir!Me doy vuelta y descubro a Mauro sentado de espaldas a un artesano. Un hippie de pelo negro sucio y grasiento le est haciendo una trenza de colores agarrada a un mechn de pelo. Le pongo cara de asco y voy a buscarlo. Me siento a su lado y mientras espero alzo la vista y observo a las palomas que estn refugiadas en las copas de los rboles. Cmo dormi-

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    rn los pjaros. Es una duda que tengo desde que era chica, cuando bamos a la quinta con mi hermano y mis padres. En mi memoria tengo el recuerdo de Alan jugando a la pelota con un montn de amiguitos. Yo estoy sola, dibujando a la sombra de un omb; la mesa repleta de marcadores.El pululado de una paloma me asusta y me levanto de un salto del banco de la plaza en el que me sent. Me viene un deja v, siento que ya viv esto. O no, pero me hace acordar a algo

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    3.

    Entro en un sper chino y agarro dos botellas de agua mineral de medio litro. Tengo que tomar agua hasta que me hagan la ecografa. Cuando estoy en la

    fila veo que una vieja le pide a la china que cobra en la caja si le puede abrir el paquete de papel higinico que carga en sus brazos como si fuese un beb recin nacido. Le cuenta que no puede hacerlo sola, se sube la manga del saco y le muestra una mueca huesuda. Unas venas gordas y violceas le recorren el brazo, la piel est muy arrugada y es casi transparente. Desde donde veo la escena no distingo qu es lo que quiere exhibir. S noto que tiene puesta una muequera azul, como las que usan los esguinzados. Supongo que ser un golpe o una fractura. La cajera accede y rompe el plstico del paquete de seis rollos con mucha parsimonia. Despus, la vieja le ruega que adems le

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    suelte el papel de un rollo del pegamento que lo man-tiene adherido. Cuando la cajera se lo devuelve dice gracias muchas veces y se dirige a la puerta con los rollos restantes en una bolsa de plstico blanca. En una de las manos lleva el rollo que la china le acaba de abrir y el papel que le solt cuelga y flamea con el viento. Cuando la vieja sale por la puerta la observo y me pregunto cmo har para abrir el resto de los rollos que se llev. Le quedan cinco sin abrir.

    En la sala de espera est sintonizado Animal Planet sin audio. Hay imgenes en tamao gigante de hormigas que llevan y traen hojas. Verlas tan am-pliadas me da repulsin. Parecen monstruos negros y repletos de cuernos y patas. Espero un rato largo, mientras unos chicos que tienen su turno de atencin peditrica no paran de gritar, de llorar y moverse. Me llaman y entro a una sala. Los chicos se levantan al mismo tiempo e ingresan al lado de la que entro yo. Uno de los nenes me saca la lengua antes de desapa-recer por la puerta.

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    Me hacen la ecografa abdominal. Estoy muy incmoda. Por la cantidad de litros de agua que tom siento todo el tiempo que me voy a hacer pis encima de la camilla. Cuando salgo con los resultados en una mano y la bolsa con las botellas de agua vacas en la otra, saco del sobre las ecografas pero esas imgenes no muestran nada a quien no sabe ver. Espero otra vez en la sala de espera a que me vea otra mdica que tampoco me mira. Toma los estudios y se pone a escribir una nueva orden para otro anlisis. Escribe CA 125. Tambin pone Urgente. Cuando termina de escribir en los papeles y sin inmutarse me dice que tengo un ndulo de ocho centmetros alojado en el ovario izquierdo. Los ojos se me abren muy grandes. Casi tanto como el tamao de ese bulto. Ocho cent-metros. Salgo del consultorio y me encuentro en la puerta con Mauro que acaba de salir de la facultad y me vino a buscar. Caminamos en silencio. Mauro me pregunta por qu el silencio y no s qu decirle. Adems del miedo que tengo estoy repasando los turnos, las rdenes pendientes, los anlisis que me

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    quedan por hacer. Estoy aterrada pero no quiero contarle nada. Cuando llegamos a la puerta de casa el encargado del edificio est leyendo el Ol. Nos saluda y dice que a las tres de la tarde van a venir a destapar el tanque y no va a haber agua hasta las nueve de la noche. Ninguno de los dos le responde una palabra.

    Al da siguiente, otra vez estoy sacndome sangre, mientras pienso por qu no me habrn pedi-do ese estudio en la primera orden, as no tenan que pincharme dos das seguidos.Despus de la extraccin me voy a tomar un caf con leche con medialunas al barcito que est en-frente a los consultorios y, ms tarde, voy a trabajar.El lunes anterior, en el colegio, les haba co-mentado a Ana y a Laura que tena un bultito que me molestaba, pero que lo que realmente me dola era la cintura, en la parte de atrs. Justo el fin de semana que a Mauro se le haba ocurrido poner unos estantes en casa, y a m me costaba moverme por el dolor, como si hubiera levantado algo muy pesado. Por eso

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    les dije que iba a ir a la guardia ese mismo da. Ese da que llova. Ese da que Ana me alcanz hasta el subte.

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    4.

    Me reconcili con Mauro. En realidad, l nunca se enter de que estaba enojada con l. Suelo enojar-me sola, adentro mo, hacerme la pelcula y tratar de que el resto del universo se entere sin que yo lo ma-nifieste. La trenza de colores que se hizo tejer por el hippie de la plaza me sigue pareciendo horrible. Puse cara de orto en todo el trayecto hasta la casa de Trini. A todo lo que me deca le responda con un gruido. Segua muy fastidiosa, insoportable. Un rato antes de llegar, explot. Despus de contener una rabia que, no entiendo bien por qu, se me anud en el pecho, le llor un ro contenido. Estaba angustiada y me la agarr con l. Cuando lloraba y l me pregunt qu pasaba, no tuve ninguna respuesta para darle. Des-pus pens en la conexin absurda entre todas ellas

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    pero prefer el silencio. Haca mucho tiempo que no lloraba tanto. Estoy encargada de dibujar un storyboard; una entrega final que tengo que presentar el lunes en la facultad con mi grupo. Cuando estaba por empezar me di cuenta de que estaba mal el borrador y tuve que cambiar todo. As que no pude hacer nada, sino resignarme a la ayuda de Trini, que tambin estudia diseo, pero de indumentaria, y que algo de lo que estoy haciendo entiende. Hay pedacitos de goma de borrar por todo el living. Necesito dormir pero despus de los cinco Speed y los litros de caf que nos tomamos calculo que hasta dentro de un rato largo no vamos a poder pegar un ojo. Toda la semana pasada tuve que trabajar una hora ms cada da para poder tomarme el da de la entrega y no salir corriendo con las maquetas y las lminas desde mi casa hasta el trabajo y despus otra vez desde el trabajo hasta la facultad, todo el trayecto en colectivo. Encima los colectivos que van al centro no tienen el maquetero; ese cubculo que est de-trs del asiento del conductor, como un espacio vaco

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    en el que caben perfectamente las maquetas. Me pregunto si ser una casualidad o si los fabricantes de colectivos pensaron que era buena idea dejar ese espacio en los colectivos que van a Ciudad. La gene-rosidad no me parece que alcance en estos casos. De marzo a diciembre, en el colectivo 160, se ven jvenes con carpetas de dibujo, maquetas de edificios soados, chicas con maniques y lminas cubiertas de nmeros y frmulas matemticas. Tambin se suben chicos que esperan terminar el ciclo bsico, se les ve la ansiedad en las caras, y me acuerdo de cuando tuve que pasar por esa situacin. Hoy tengo menos ilusin por aprender que por terminar la carrera de una buena vez. Gorda, wake up, me dice Trini, sonando los de-dos en el aire con un chasquido, te ests pasando. El naranja iba slo en el piso, en el camino de piedritas anaranjadas que me dijiste. Las de ladrillo. Y vos ests pintando tambin el cielo. Est mal. La puta madre, grito, y tiro el lpiz naranja como si fuese una flecha contra la pared de la ventana. Desde lejos veo que queda un agujero minsculo perforado en el empa-

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    pelado. Par, loca, que se van a despertar mis viejos. Afloj la mala onda que te estoy ayudando. Baj un cambio. Quers otro caf? No, le respondo, al tiempo que me tapo la cara con las dos manos. Estoy harta. Esta semana labur como loca. Los yanquis estn insoportables. Hay descuentos en la tienda, decs, levantando los dedos ndice y medio para dibujar unas comillas en el aire, y llaman todos para quejarse de que sus mp3s no funcionan y toda la saraza. Cuan-do salgo del call me explota la cabeza. Encima mis compaeros de facultad me dejaron en banda y me tengo que comer el garrn de hacer esto sola. Bueno, par, y yo qu soy? No te estoy ayudando acaso?, me pregunta Trini, suplicante. S, amiga, sos lo ms, pero vos me entends. Me dejan sola con esto porque dicen que la vez pasada no los ayud. Son todos unos conchudos. Estaba enferma. S, me acuerdo, si me estuviste rompiendo las pelotas toda la semana, dice Trini, y se sonre. And a dormir. Es re tarde y tens unas ojeras que me asusts. Tens razn, maana lo sigo, respondo. Lo voy a llamar a Mau para que me pase a buscar. Est en el cumpleaos de ese pibe

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    Quin? Facundo? Al que no se le para? dice Trini rindose, y acerca el dedo ndice a la zona de la pelvis. Hace un gesto para arriba y para abajo con el dedo, como si fuese una antenita de vinil del Chapuln colo-rado. Par, tarada, le decs entre risas. S, ese. No te llam ms? Es un pesado, responde Trini con cara de agobio. Lo tuve que eliminar de todos lados porque no paraba de stalkearme, termina, hacindose la canchera. Me levanto de la mesa y me sacudo los restos de goma que me quedaron pegados a la ropa. Levanto el cementerio de tazas, vasos y latitas que estn sobre la mesa y los llevo a la cocina. En el camino, cuando estoy pasando por la puerta de la habitacin de los viejos de Trini, se me cae una latita de Speed. Trini, que va atrs mo cargando lo que me falt, me echa una mirada fulminante. Shhh, no ves que no vivo sola como vos, naba, me dice. Despus me rompen las pelotas todo el desayuno, agrega en voz baja, en un tono casi imperceptible. Sigo caminando y cuando llego a la cocina me doy cuenta de que me olvid el celular. Estoy cinco minutos buscndolo en la cartera.

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    Est llena de marcadores, lpices, pasteles, gomas de borrar, apuntes. Mauro me atiende medio dor-mido. Dice que todava no sali al cumpleaos. Que est saliendo recin ahora y que cuando termine el cumple me pasa a buscar. A la tarde le haba pedido que por favor me pasara a buscar por lo de Trini, que vive re lejos de mi casa, y l accedi. Ahora no puedo creer que todava no haya salido. No puedo gritarle porque estn todos durmiendo pero las ganas no me faltan. Me da un montn de explicaciones que no me convencen y le corto. Le mando un par de mensajes dicindole que se cag en mi y finalmente me quedo a dormir en lo de Trini, como en los viejos tiempos.

    Ahora estoy en mi casa, sentada frente a la computadora y con el celular vibrando sobre la mesa. Es l y no quiero atenderlo. No tengo auto y tuve que volverme desde lo de Trini a la maana en colectivo. Mis viejos estn en su casa en el country con su losa radiante y en mi casa hay un fro polar, estoy sin estu-fa y tengo los pies congelados.

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    La semana pasada vino mi viejo a visitarme. Acced porque era primero de mes y estoy obligada a pagar el alquiler con la plata que me dan. Por suerte me ahorr ponerme en la situacin de ser yo quien le pidiera el sobre. Lo acompa al ascensor y el muy turro esper a que llegara a mi piso para sacarse el sobre del bolsillo y drmelo. De vez en cuando imagino que todo sera ms fcil si me hubiese ido con ellos cuando decidieron que todos se mudaran a un country. Despus lo pienso mejor y se me hace imposible. Si no soporto que me vengan a visitar, cmo hara para verles la cara todos los das, escu-char cmo se pelean, verle la cara de orto a mi vieja. Creo que el arreglo que hicimos cuando armaron el escndalo antes de la mudanza fue bastante justo. Ellos me pagan el alquiler y yo me solvento los gastos. No importa cmo. Por eso laburo en ese call center que a veces me deja la cabeza quemada. Tengo que pagarme las cosas que me gustan de alguna manera y volver a vivir con mis viejos no me parece la op-cin. A veces pienso que somos como los Excntricos

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    Tenembaums; las familias disfuncionales abundan y nosotros no somos lo que se dice originales.Finalmente atiendo a Mauro. Me pide que por favor nos veamos y acepto. Le propongo que sea en mi casa. No pienso volver a salir con este fro.

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    5.

    Sigo la semana con normalidad, incluso bro-meando con que tengo una bola de pelo adentro de la panza, como la que se le forma a los gatos cuando se tragan sus propios pelos. Mientras tanto, el resultado del segundo anli-sis de sangre va a estar para el lunes por la tarde. Ese da voy a trabajar normalmente pero no retiro el re-sultado. No quiero, busco excusas mentales y me voy para casa. Cenamos con Mauro y Andrs y ninguno saca el tema.Al da siguiente, como todos los das, escucho el sonido del despertador. Doy vueltas en la cama, tengo modorra. Todos se levantan menos yo. Andrs me llama tres veces. Doy vueltas y ms vueltas, ta-pndome la cara con las sbanas. No s bien el motivo pero no quiero levantarme. Y no me levanto.

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    Le mando un mensajito de texto a Ana para avisarle que no voy a ir a la escuela. Ya saben que estoy hacindome estudios as que no les llama la atencin. Antes de irse, Andrs me dice que va a ir a buscar el resultado del anlisis. Eso me tranquiliza. No quiero ir, es fiaca, o cansancio, o susto. Simple-mente no quiero.Me levanto tarde y le preparo algo de comer a Mauro antes de que se vaya a la facultad. Hace un par de das que no se levanta temprano de la cama. Lo noto distante, casi no me habla en todo el da. Apenas dice algunos monoslabos para responder lo que quiere comer. Almorzamos juntos mirando la tele. l adems chatea; escucho los sonidos del msn que salen de su compu. Le pido que por favor no lo haga mientras estamos comiendo pero no hay caso. Mientras estamos por comer el postre llama Andrs, conversamos y me dice que tiene el resultado del estudio. Lo noto un poco evasivo, le pido que me lea lo que dice y me responde que son nmeros, que no figura nada que yo pueda entender. Tambin me cuen-ta que llam a su amigo, el mdico, para consultarle sobre el resultado. No entiendo por qu pudo haber

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    hecho eso. Habl con alguien sobre el resultado de mi estudio? Qu es lo que ley? Qu es eso que vio que tuvo que preguntarle a alguien de confianza antes de llamarme a m? Le pido que me lea exactamente, palabra por palabra, en qu consiste ese estudio. l me lee las palabras y los nmeros. Dice, suavizando la voz, que est un poco elevado el marcador, pero que no es para preocuparse. El estudio CA 125 da como resultado 293. Los valores de referencia que figuran al costado dicen hasta 35 U/ml. Yo no entiendo nada. Cortamos.Confundida, le pido a Mau que me ayude a bus-car informacin en Google. Escribimos con exactitud los datos que me pas Andrs por telfono: CA 125, anlisis. Todas las pginas web en las que aparece ese estudio son sobre cncer. Nos quedamos los dos mirando la pantalla sin poder hablar. La confusin va creciendo y el temor tambin. De qu se trata todo esto? Es una broma. Evidentemente hay un error. Por primera vez en das Mauro me mira directo a los ojos. Ahora soy yo la que prefiere no sostenerle la mirada.

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    6.

    Apenas llega le pregunto si quiere un t. Le veo la cara toda colorada, como cada vez que tiene mucho fro. -S, y un vaso de agua responde esquivando mis ojos.-Ya te traigo.Desaparezco por la puerta de la cocina dejando una estela de perfume detrs de m. Mientras pongo el agua en la pava escucho su respiracin agitada. Est hojeando una revista que dej abierta sobre la mesa. Se lo nota inquieto. La silla sobre la que se sent cruje con cada movimiento de su cuerpo. Cuan-do entr, se sac la campera empapada por el agua de lluvia y la dej colgada en el perchero. A lo lejos escucho cmo las gotas que van deslizndose por su campera chocan con el suelo, mojando el parquet y

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    las revistas apiladas abajo. De pronto, me habla. Su voz se escucha como dentro de un tubo de papel.-Quiero que nos separemos -dice en voz baja, como si pronunciar cada letra le costara muchsimo.Paralizada y sin decir una palabra me limito a mirar el vapor salir por el pico de la pava silbadora. Hierve el agua. Tengo que correr la pava del fuego, sacar las tazas, poner los saquitos adentro y esperar. En vez, abro la heladera y saco una jarra llena de agua helada. En el trayecto, se me cae el repasador que ten-go en la mano. Al levantarlo, tiro, sin querer, la jarra entera de agua sobre el piso de la cocina. La pava sil-ba, ruge, exuda agua hirviendo. En el suelo, ms agua. A lo lejos, su respiracin agitada. No s qu decir. Se me llenan los ojos de lgrimas. Contino adentro de la cocina, donde no puede verme. Chapoteo con los pies en el piso. Est todo inundado. El Titanic se est hundiendo. Me seco las lgrimas con el repasador y salgo a hablar con l.Destruccin total. Como los autos cuando que-dan convertidos en chatarra. Un conjunto de plstico

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    quemado, hierro retorcido y pedacitos de vidrio. El ruido es insoportable. Parece que te taladran la ca-beza. Que estn al lado haciendo trizas el otro cuarto.Destruccin total. No queda nada de lo viejo. Se caen las paredes, el empapelado, lo pisado, las cortinas, el pasado. Se queda atrs la construccin primitiva. Los cuartos pequeos, el individualismo puro. Se abren los espacios. Que no lo llame sin ganas ni lo busque sin tiempo. La mquina destructora sigue girando, aplasta todo a su paso. Quema papeles, maderas, cartas, fotos, instantneas que retroceden hasta hace cinco aos. La mquina se lleva todo para construir lo nuevo. Y en el centro queda un rbol. Las ramas se zarandean al ritmo del carro; las hojas ver-des estn intactas. El humo solo asciende. Me tapo los odos y quiero gritar por el ruido. Pero me contengo, giro en la cama y no lo encuentro a mi lado.

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    7.

    Entro al consultorio y me frena una persona de seguridad que me pregunta si estoy resfriada, con tos o fiebre. Despus de dudar, por lo inesperada de la pregunta, respondo que no y me dejan avanzar. Es la paranoia de la gripe A que tiene a todos con ms dudas que certezas y necesitan saber cmo derivar a los apestados para que no contagien al resto. Me recibe la doctora Iriarte, una mujer muy bajita, rubia, a la que le cuesta movilizarse. Tiene una muleta y renguea. Le cuento y le muestro todos los resultados. Ella no slo me mira sino que me expli-ca, me cuenta lo que puede ser, cmo debe tratarse lo que tengo, y su pronstico adelantado es que el quiste, o mi bola de pelos, slo va a poder eliminarse quirrgicamente.

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    Cuando me deja sola se me empiezan a caer unas lgrimas chiquitas, imprudentes. No puedo pen-sar con claridad. Operar? Quiero contenerme pero esas gotitas van transformndose en un torrente de lgrimas; no puedo detenerlas. El segundo pauelo de papel ya no me alcanza. Cuando la doctora vuelve, me confirma el turno esa misma tarde para hacerme

    una nueva ecografa y me recomienda no ir a traba-jar ni hacer movimientos bruscos. Es una consulta movilizadora, por el trato afectuoso y didctico de la mdica y porque, automticamente, me deriva con un cirujano. Las dos cuadras desde el consultorio hasta la escuela las camino flotando. Estoy llena de confusin, de dudas, de temores que no me atrevo a confesarle a nadie. La pelota de tenis (bola de pelos) no est so-lamente en mi ovario, ya empieza a alojarse tambin en mi cabeza.

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    8.

    Perdida por completo. Y sola. En realidad no, estoy con Trini, pero ya se fue a dormir. Estuve todo el da con la idea de que bamos a salir pero a Trini le agarr sueo y se qued dormida en mi cama con toda la ropa puesta. Todo es negro, catico. Sin salida aparente. Me quiero enterrar y desaparecer. Me creo la mujer ms desdichada del mundo. Encima: las vacaciones. Haca un mes me haba pedido una semana de vacaciones en el trabajo para irnos con Mauro a su casa de fin de semana en Tandil y ahora que no estamos juntos de-cido irme a algn lado sola, pero me resfri el lunes a la maana, por lo que decid que mejor no, que mejor quedarme en mi casa, quedarme con mi soledad ac, donde nadie puede lastimarme tanto. Sin embargo, ahora la amargura va creciendo adentro mo como

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    la semilla de una planta carnvora que me va carco-miendo las entraas. Soy exagerada, siempre lo fui, y esta no es una ocasin que merezca lo contrario. Hago el intento constante de cerrarle la puerta a los recuerdos. Ya limpi todo rastro de l en el departa-mento pero igual cada detalle me evoca una imagen, un momento, la reminiscencia de algo que fue. Como cuando te dicen No pienses en un elefante, y lo pri-mero que hacs es crearte la imagen, hacer un dibujo, inventarte un elefante rosado, o gris o de cualquier color, y paf, ya tens un elefante rondando tu cere-bro. Tengo que ser ms minuciosa. Borrar todas sus huellas, guardar sus fotos, eliminarlo de todas las agendas, de los discados rpidos, de mis itinerarios. Hago memoria de los ltimos momentos juntos, voy en rewind despellejando sus actos, sus reacciones, sus miradas y dichos. Me encuentro con la yuxtaposicin de las escenas. Fotos en movimien-tos que se mezclan y se funden. Qu tendra puesto el da que me dej, qu habr sido la ltima cosa que yo le habr dicho antes de pensar que ya estaba todo perdido, adnde habr dejado la gomita de pelo que

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    l me regal y que en algn momento perd de vista. Siempre me pregunto cmo puedo recordar todava tal pavada. Cmo es posible que despus de todo este tiempo todava pueda recordar semejante estupidez. En esa recopilacin de datos me topo conmigo sentada en la plaza, todava haba sol, observaba cmo el hippie le haca la trenza a Mauro y me asust por-que las palomas pululaban encima mo en las copas de los rboles. Tuve un deja v, me dio la sensacin de lo ya vivido. Y ahora me acuerdo por qu. Hace un ao y medio Mauro manejaba por la ruta. Iba muy rpido. Yo miraba a mi alrededor. Puro pasto corriendo. Puro cielo celeste sin nubes. Yo hablaba de un libro de la facultad que estaba leyendo. Lo intuyo porque tengo el recuerdo de que no entenda nada. Me retumba esa frase en la cabeza: No entiendo nada, digo al aire, cierro el libro, y luego zas! un golpe, un estruendo, el silencio. Una paloma explota sobre el capot. La sangre y las plumas se adhieren al vidrio. Me tapo la cara con las manos, me da mucha impresin. No hay estaciones de servicio cerca y recin al rato po-demos parar en una. Cuando me bajo, me resisto a

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    mirar la trompa del auto. Estoy segura de que va a estar el cadver pegado. Me meto corriendo al bao de la estacin. Mi llanto hace eco en las paredes. Me agarro de la manija de la puerta. Quiero estar sola. Con mi soledad siempre me sent ms en calma. Voy aflojando toda esa tristeza contenida. Ya no s bien

    por qu lloro pero algo se diluye. Leo los grafitis que estn escritos con marcador negro en todas las puer-tas. Los feos tambin tienen derecho a vivir pero no todos en ese pueblo. Algunos me dibujan una sonrisa en el medio de la cara cubierta de lgrimas. Salgo del cubculo y me miro en el espejo. Veo las muecas del llanto que uno no sabe qu hace. Hago el esfuerzo por sobreponerme y salir del bao. Y ahora s miro el capot. Pero ya no hay nada.

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    9.

    No s en qu ocuparme. No s en qu pensar. Intento encontrar una explicacin, como cuando a cualquiera le sucede algo malo, un accidente, una tragedia o algo que no puede comprender, y surge la bsqueda de un por qu. De un cmo. Un llegar hasta las ltimas consecuencias. Un confiar en la justicia. O pedir que pongan preso al responsable de ese dao. Pero en este caso no puedo encontrar nada, ni un responsable, ni un causante, ni un culpable, ni nada. A quin le puedo gritar? A quin le puedo pedir explicaciones?Me siento miserable al preguntarme por qu a m y no a otra persona. Me asusto de m misma. No quiero pensar en nada. Nada me calma pero, a la vez, ninguna cosa me perturba.

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    10.

    El domingo lo vi a Mauro. Le ped que me devolviera mis cosas. Las cosas mas que estaban en su casa. Me pas a buscar por el Village Recoleta. Me trajo las cosas en una bolsa. Lo esper en Yenny, la librera, como si eso pudiera amortiguar un poco el encuentro. Cuando lleg me pregunt si quera ir a tomar un caf. Le dije que s, aunque yo tom agua. Hablamos de la vida. De l, de su carrera, de mis va-caciones, de todo un poco. Mencion algo de que a su mam le estaban haciendo unos estudios, pero no le di mucha importancia. Fue todo muy superficial, muy banal, nada demasiado profundo, como para no tocar hilos sensibles. Lo vi lindo, muy lindo. Haca falta te-ner el corazn blindado para mirarlo sin sentir nada. No puedo creer que ya no me quiera. Que no quiera estar conmigo. Intento que no me haga mal. Creo

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    una coraza a mi alrededor, me rio, intento pensar en otras cosas pero no me sale. En vez, me pregunto qu har l ahora, cul ser el camino que recorrer hasta volverse simplemente un desconocido.Encima, estoy de vacaciones y mi cabeza va a mil. No puedo hacer descansar el cerebro. Parar. De-tener el cmulo de sinapsis que mi cerebro no para de generar. Y al mismo tiempo me autoflagelo. Pienso en todo lo que hice mal. En lo mal que me port. No s qu hacer para olvidarme de eso. No encuentro la manera de convencerme de que su deseo es no volver a verme; clausurar, por fin, el dilogo ridculo que

    mis pensamientos insisten en sostener con su figura imaginaria.La cosa es que hablamos de todo un poco, esta-mos juntos como una hora, o algo as. Me parece poco. Lo necesito ms tiempo cerca. Me da la sensacin de que me mira con ganas, como si quisiera aprenderme de memoria otra vez, pero en verdad no s si es una elucubracin de mi mente que proyecta aquello que me gustara que pasara.

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    En ningn momento hablamos de nosotros como pareja, de lo que pas, de lo que somos o se-remos. Hablamos de la nada. Despus yo tengo que ir para el local de Alan, el que inaugur ese mismo domingo, y l se ofrece a acompaarme. Yo, con tal de pasar unos minutos ms con l, acepto. Pero queda muy cerca y, apenas llegamos saluda a mis viejos, a Alan, a todos. Es una situacin bastante de mierda. l charlando con toda mi familia. Me trae demasiados recuerdos. Cre que lo tena recontra superado pero todo se derrumb en el momento en el que lo vi. Me cuesta tanto aceptarlo, a m, que siempre tuve el con-trol. Creo que fui muchas veces dura con l, que no lo valor, que no supe quererlo. Me arrepiento tanto que nadie se da una idea. Ni siquiera l, si se lo explicara. Nadie puede ni va a poder entenderlo ms que yo. Y eso es lo que peor me pone. Estoy sola en este viaje. l se va y yo quedo completamente en shock. Con todas mis cosas en una bolsa de plstico de Coto. Mis dvds, mi ropa, mi perfume, mi desodorante, todas las cosas que estaban en su casa. Todo eso junto fuera de su hbitat. Todo eso junto slo conmigo y no con

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    l, en su casa, compartiendo lugar con sus cosas. Me pongo a imaginar qu habr sentido cuando guar-daba mis remeras en la bolsa. Esa en la que se me cay el trago que preparamos juntos, aquella que me regal para Navidad, cubierta de flores de colores, o la que us para dormir el ltimo tiempo, su preferida, porque le dejaba verme por completo los hombros.Tambin me obsesiono imaginando qu sin-ti. Qu le pas. Y si no le pas nada tambin quiero saberlo. Porque al menos de esa forma voy a poder cortar por lo sano. Intentar olvidarme de una vez y por todas de l. Es una incomodidad extraa. Estoy como en una nube de humo. No s para dnde correr, pero tampoco me importa demasiado. Slo correr. A veces en crculo, otras para adelante, otras retrocedo ms de lo que haba avanzado, pero jams dejo de correr. Creo que ese impulso es lo nico bueno que tengo. Como un ratn que gira en su ruedita. No tiene metas ni propsitos pero el ingenuo contina corriendo, ms por inercia que por otra cosa. Y as voy por la vida. Soy un ratn enjaulado.

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    11.

    La semana siguiente la empiezo como si no pasara nada. Voy a trabajar normalmente, con la ca-beza tapada de cosas que me distraigan. Es el final del primer trimestre y tengo que cerrar notas y corregir exmenes. Digo que no pasa nada. Me aparece el pen-samiento mgico de que no pensando o no haciendo, nada malo sucede. Los das pasan y creo que ya no puedo seguir esperando. Me encuentro con la doctora Iriarte que se acuerda de mi. Mira los resultados y es terminante. Dice que no debo seguir trabajando, que no es conve-niente, y me da un certificado por una licencia hasta la fecha en la que vea al cirujano. No entiendo por qu tanta prevencin si me siento bien, pero me dice que es preferible que no haga movimientos que puedan alterar ese bulto. Que se puede retorcer o estallar.

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    Llamo al colegio, hablo con Ana, le explico y quedo con el da libre. Camino mucho, miro vidrieras, me paro en todas las casas de camisones que encuen-tro. Mi mente est en el detalle frvolo de buscar cosas para ponerme el da que vaya a internarme. Termino cargada con bolsas de compras recin hechas. Llevo medias y camisones para m y un pijama para Mauro. Despus cenamos en casa. Hago un budn de zanaho-ria. Le propongo a Mauro que invite a Cecilia porque me acuerdo que es su postre preferido. Mauro me dice que Cecilia no puede venir. Yo intuyo que hay algo que no anda bien pero prefiero no preguntar nada por el momento.

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    12.

    Es sbado y llueve. Est gris y aplastante, como un dedo ndice gigante que no te deja pararte por completo, erguirte. Miraba Perdidos en Tokio y me sent tan identificada con los personajes que se me hizo imposible seguir mirando. Necesit pararme, ir al bao, revisar el Facebook, hacer cualquier cosa para sentir que no soy tan pattica como ellos; que no estoy tan sola en el mundo como los protagonistas que viven en un hotel en Tokio. Lo peor: yo estoy en mi casa, con mis pelculas, mis dibujos, mi ropa, mi cama, mis cuadros colgando. Esta no es una ciudad extraa con un idioma distinto y una cultura tan alejada de la ma. Yo estoy justo y precisamente en mi casa, pero me siento aislada como ellos. Como si viviera en otro lado. Como si toda mi casa hubiese viajado miles de kilmetros. Estoy gris y desalentada y pareciera que

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    nada fuera a salvarme. Desganada, estoy frente a la tele pensando en lo que no estoy haciendo. Adems hace das que tengo mucha tos y me cuesta respirar. Creo que es el pucho. Estoy fumando, saliendo y tomando mucho. Estoy desbandada. Me quiero ir de ac. Desaparecer. Hacerme humo, literalmente.Abro el msn despus de siglos de no hacerlo. Es un cementerio. Est lleno de zombies que ni re-cordaba. Todos ex, chongos o pibes que no vi nunca en la vida. Empiezan a titilar ventanitas. Es mi da de suerte. Un tal Juancho me pregunta si salgo. No tengo ni idea de quin es Juancho pero estoy tan aburrida que le voy a seguir el juego. No s, puede ser, tens alguna propuesta? , le pregunto, as, mandada como nunca. Voy a ranchar con unos amigos, quers ve-nir?, pregunta. Ranchar, ranchar. Qu ser ranchar. Mientras pienso qu responderle abro otra de las ventanitas que estn titilando. Es Trini que se alegra de verme conectada. Est todo el da boludeando en el msn. Dice que es la manera ms fcil de conseguir entrar gratis a todos los boliches, que en los tarjete-ros ponen en sus nicks las fiestas que va a haber esa

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    noche. Juancho vuelve a titilar. Miro la fotito que tiene puesta e intento acordarme de quin es. En la foto se lo ve en cueros, con un fondo de playa y abrazando a un perro de esos que tienen toda la cabeza arrugada como si les sobrara el doble de piel. El perro me suena de algn lado. Ahora me acuerdo. Es el hermano de Valentina, una compaera de la secundaria con la que no hablo hace aos. El pibe me gustaba. Iba al mismo colegio que nosotras a un grado menor. Debajo de lo ltimo que escribi me pone signos de pregunta. Le respondo: definime ranchar. Contesta: dale, boluda, no sabs lo que es? Juntarse a drogarnos y escuchar msica. Aj. Drogarse y escuchar msica. No me parece una mala idea. Me pregunta si sigo viviendo en Libertador, que tiene un amigo que se mud con los padres a una cuadra pero que se fueron de viaje por el finde y tiene la casa sola, y que va a estar ah toda la noche. Me pasa la direccin y se desconecta antes de que le pueda decir que me mud y que ahora vivo sola en un barrio menos concheto. La ventanita de Trini vuelve a titilar. Le pregunto si tiene ganas de ir a ranchar con el hermano de Valen. Me dice que

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    estoy loca. Se acuerda perfecto del pibe y me dice que ahora es un drogn de atar, que estuvo en rehabilita-cin y que los padres lo echaron de la casa porque se la pasaba todo el da durmiendo. Me pincha el globo. Con las ganas que tenia de salir Le pregunto qu va a hacer y me dice que no sale, que est en el country y que ya no salen combis. Los viejos no le prestan el auto porque la ltima vez que lo us lo choc contra un tacho de basura yendo a 30 kilmetros por hora en una de las calles interiores del country. Toco timbre y espero. Estoy en Libertador y Godoy cruz, a una cuadra de donde vivamos todos. Mi antiguo barrio. Qu nostalgia. Se me vienen todos los recuerdos juntos de una poca pasada. La secundaria, los asaltos en el living de casa, el cuarto pintado de rosa, las botellas de whisky de mi viejo y las mucamas sacando a pasear a los perros. Las mucamas. Cmo valoro su trabajo ahora que tengo que limpiar el bao con mis propias manos. Por el portero elctrico me dicen Pas casi gritando. No preguntan ni quin es. Se escucha un

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    ruido en la puerta y entro. Apenas me subo al as-censor me arrepiento por completo de lo que estoy haciendo. No puedo estar tan desesperada. Con tal de no estar en mi casa me meto en cualquiera. Se me cru-za por la cabeza decirles que nunca me drogu pero voy a quedar como una tarada as que lo anulo y me hago la linda. Entro al palier y me quedo esperando que me abran la puerta del departamento. Se escucha msica fuerte del otro lado de la puerta, unos sonidos como de sitar, una msica india. En la pared frente al ascensor hay un cuadro de borde dorado con la cara de Sai Baba. Me da miedo. Hola, qu tal, morocha, te teiste, me gustaba ms el rubio, ven, pas, sentite como en tu casa, me dice Juancho todo de corrido casi sin respirar. Est mucho ms alto y flaco de lo que recordaba. Los hombros le quedaron angostos, como si le hubiesen agarrado la cabeza y los pies y hubiesen tirado con fuerza. Como cuando estirs el palito de la selva antes de comrtelo. Lo primero que le digo es: No tienen problema con los vecinos por la msica? Qu boluda. Parezco un polica. Me pone cara de qu stas dicien-

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    do y no responde. Adentro es otro clima. Hay un humo espeso en todo el living. Hay varias personas echadas en los sillones que levantan un brazo desganado para saludarme. A algunos los reconozco de la secundaria. A otros es la primera vez que los veo.Las amigas de Juancho son buena onda pero no logro hacerlas rer con ningn chiste. Tienen un sentido del humor extrao, como si rerse estuviese

    mal visto. Dosifican las risas para usarlas con los pi-bes. Debe ser un arma de seduccin que no conozco. As me voy a quedar toda la vida sola Me prendo un pucho y busco la cocina. Tiene que haber alcohol en algn lado. El dueo de casa se llama Lucio y cada vez que paso al lado de l me agarra de la cintura y masculla frases incomprensibles. Tiene un olor a marihuana que voltea y los ojos tan achinados que no entiendo bien cmo es que me ve. Le pregunto dnde estn las bebidas pero no le entiendo cuando me responde. Est puesta una msica muy new age que no conozco y los parlantes estn al mango. Hay luces de colores

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    y una bola de espejos improvisada en el medio del li-ving. Le entiendo algo parecido a balcn. Miro por el ventanal que hay de pared a pared y veo que del lado de afuera hay un tabln repleto de bebidas y hielo. Abro el ventanal y paso afuera. Hay un viento helado A quin se le puede ocurrir poner las bebidas ac?, me pregunto, y sin querer lo digo en voz alta. Sentado en el balcn hay un pibe que descubro cuando me responde la pregunta. Es que la ltima vez que nos juntamos a ranchar ac una mina se pas y tiro todo el tabln con botellas al piso del living. Estuvimos toda la noche limpiando. Nadie hablaba. Todos con trapos en un trance re bizarro. Ese da adems ha-bamos colado un cuartito, dice el pibe sentado en el balcn que, ahora descubro, era compaero mo de la secundaria. Ceci, sos vos?, me termina de decir y me alcanza un vaso lleno del fernet con coca que acaba de preparar. Me empiezan a venir recuerdos del viaje de egresados en el que yo no paraba de vomitar y l fue el nico que se ofreci a llevarme hasta el hotel a las tres de la maana. Qu desastre. Quiero volver a entrar porque me muero de fro pero adentro el

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    microclima es ms denso de lo que estoy preparada a enfrentar as que me siento en el piso del balcn al lado de Marcos que adems del fernet preparado me pasa un porro. Le doy una pitada rpida, como cuando le robaba los puchos a mi viejo y fumaba en el balcn con culpa. Empiezo a toser y no puedo parar. Me tiro un poco de fernet encima por el movimiento y Marcos se re mucho de mi desparpajo. De repente todo empieza a pasar ms lento y la luz del balcn me empieza a molestar en los ojos. Marcos me habla y yo estoy en cualquiera. Le miro la remera que tiene puesta. Tiene dibujadas unas burbujas verdes con un dragn de colores. Creo que nunca me detuve a pen-sar todo lo que me gustan las burbujas. Me gustara hacer burbujas ahora Cmo era que las hacamos? En carnaval comprbamos bombuchas y las llen-bamos de detergente para hacer burbujas chiquitas antes de tirrnoslas entre nosotros. Alan siempre me dejaba toda marcada de los golpazos. Tendra que ir a la cocina a buscar detergente. Pero no tengo ni idea dnde est la cocina en esta casa. Mejor apago la luz sta que me est dejando ciega. Me agarro de los hom-

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    bros de Marcos para pararme. Miro por el ventanal hacia adentro para saber qu estn haciendo y veo lo que parecen unas heladeritas de frigobar plateadas, hermosas. Y dibujos de vidrio, formas de elefantes minsculas, de colores, unas encima de otras pero acomodadas. Pusieron un video muy flashero en un proyector. Toda la pared est inundada de color. Me cuelgo como cinco minutos mirando esas formas. De repente aparece una mina montada a un caballo. Atrs hay un arcoris. La mina cabalga y entra en el patio de una casa. Me encantara tener una casa con patio. O con un balcn grande, como ste. Estoy tan enojada. Estoy tan enojada con todos. Conmigo. Me parece que me quiero ir. Recuerdo con insistencia la obligacin de mantener la compostura pero ya nada me importa. Quisiera gritar y que no se escuche. Qui-siera agarrar los muequitos de vidrio de la proyec-cin y estrellarlos contra el piso. Quisiera tener una fuerza incontenible. En el medio de todo eso Marcos me habla. Imaginate algo bien escandaloso, me dice, bueno, eso quiero con vos. Est divagando. Est dro-gado y yo tambin. Me parece que tengo mucho fro

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    y estoy temblando. Marcos se mete adentro a buscar ms porro y yo me quedo sola mirando para adentro. Me siento como en un zoolgico, mirando todo lo que pasa del otro lado del ventanal como si fuese una pelcula en vivo. Salto un poco para que se me vaya el fro y me sirvo otro fernet bien cargado. Voy en el taxi cabeceando, viendo todo en

    stop motion. Con los ojos entrecerrados veo un auto chocado, un choque. No hay nadie adentro del auto. Est estacionado en diagonal a la calle por la que van, en sentido contrario. Se ve toda la trompa aplastada: el parabrisas sin vidrio, pedazos de chatarra por el asfalto. Me pregunto qu habr sido de los pasajeros del auto. Despus paranoiqueo con que es una pre-monicin: todos vamos a morir en este taxi al ritmo del cuarteto. Estn escuchando unas canciones de Rodrigo que jams o. Las chicas que van conmigo se las saben todas. Le piden al taxista que las vaya pasando. El tipo tiene una gorra con unos cuadritos blancos y negros, como un damero, como un tablero de damas. De vez

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    en cuando se da vuelta y comenta: Mmm, a la del medio -o sea a m- la perdemos. Mir cmo cierra los ojitos. Y yo inmediatamente intento abrirlos, abrir los ojos, abrirlos bien abiertos. Slo para no complacer al taxista cuartetero, para sentir que todava me queda un resto de lucidez. Por momentos me balanceo al ritmo de la msica, a ver si eso me calma, a ver si eso si me devuelve a la tierra, al taxi, al asfalto.Cuando puedo atino a decirles que me dejen en mi casa. Por suerte van para ese lado. Llego, no s bien cmo. S me acuerdo que les digo que tengo cien pesos as que les pago la prxima. Una rata, la mina. Una rata borracha y tambaleante. Aterrizo sobre la cama con toda la ropa puesta. Mi cerebro me impera: sacate el maquillaje, sacate la ropa, hac algo por tu vida, pero la conexin mente-cuerpo sufri una interrupcin. Como cuando te quers conectar al messenger y los muequitos giran y giran pero no pasa nada. Ahora es mi cabeza la que gira. Gira sin parar. Como en un centrifugado. Cerrar los ojos es peor pero mantenerlos abiertos es una tarea imposible.

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    Intento fijar la vista en la lmpara del techo; una luz de dicroicas con una forma singular. Un artefacto con tres luces apuntando a diferentes partes del cuarto. Cada una gira sola y hacia un lugar determinado. El aparato entero gira sobre su eje. Es un torbellino de metal. Un tornado. Vuelvo a cerrar los ojos y otra vez el intento fracasa. Me siento en el medio de un terre-moto, un maremoto, un sismo. Destruccin.Me levanto impulsada por una fuerza extraa. Algunas neuronas todava funcionan. Vomito un lquido rosado, muy intenso. Al principio me da mu-cho miedo. Pienso: sangre. Pero no, me acuerdo que adems del fernet y el porro me baj casi una botella entera de vino. De vino Santa Ana. Un vino asqueroso, spero, caliente y en vaso de plstico.

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    13.

    Por una semana no voy a trabajar. Vivo, den-tro de lo infrecuente de la situacin, una especie de vacaciones no gozadas. La operacin se va haciendo ms natural, ms posible, ms inevitable. Voy a ver al cirujano que me recomendaron pero me atiende otro mdico, uno de los ayudantes del equipo. Es muy joven y, aparentemente, poco experimentado. Pregunta, lee cada estudio, copia datos en la computadora. Su diag-nstico coincide con los anteriores pero parece ms concentrado, menos optimista. Me pregunta si me ya me hicieron una tomografa y, como no la tengo, me

    da rdenes de hacerla. Me voy sin nada definido, con ms datos en mente, ms confusin y nada concreto.Al da siguiente a las cuatro de la tarde estoy esperando hacerme la tomografa computada. Me dan una jarra llena de algo que no tengo idea qu

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    es para que me lo tome. Obediente, lo voy haciendo, vaso tras vaso. No sabe a nada, parece agua pero es de color amarillo, como un jugo instantneo mal disuelto. Cuando ya casi lo termino me hacen pasar a un pasillo. Entro a una especie de camarn y me piden que me saque todo lo que sea metlico pero no tengo nada. Entro a un cuarto muy grande con una camilla y un aparato enorme al final. El mdico me pide que me acueste y me pregunta por qu estoy hacindome ese estudio. Le cuento lo que ya se est convirtiendo en mi monlogo frente a todos los que me preguntan lo mismo, da tras da. Me escucha y me explica que tengo que quedarme quieta cuando l me lo pida. En una mano me pincha con una aguja finsima en el que va a ponerme un lquido y se retira a una sala conti-gua que se comunica a travs de un vidrio. Comienzo a escuchar ruidos, vibraciones, como cuando dejo el celular sobre la mesa y tiembla todo lo que est arriba. La camilla se mueve y me traslada hacia atrs. Todo mi cuerpo queda rodeado por esa mquina. En la parte superior de ese circunferencia hay un panta-llita. Unos segundos despus esa pantalla se prende

  • 69

    y veo dos figuras dibujadas. Una se ilumina. Es una carita de frente de color rojo que parece un pacman con la boca cerrada y escucho una grabacin que dice inspire y contenga la respiracin. La camilla se mueve hacia atrs y se ilumina la otra figura. Esta

    vez la cara est de perfil; tiene la cabeza verde y la boca abierta. La grabacin ahora dice respire nor-malmente. Este movimiento hacia adelante y hacia atrs lo hacen durante tres veces. Yo, por mi parte, no puedo dejar de mirar esos dibujos, esas caras que me indican, como una historieta, lo que tengo que hacer; cundo respirar y cundo no. Me entretengo mirando esos pacman. Me maravilla lo genial de unos trazos que me comunican tan bien lo que tengo que hacer. Es diseo puro y me enorgullezco de tener una nuera que estudia diseo grfico. Entra el mdico y me pregunta si est todo bien. Me avisa que voy a sentir unos calores en algn lugar de mi cuerpo, que no me asuste, que es normal. Le digo que no siento nada y no termino de responderle cuando siento entre mis piernas un calor muy fuerte, como si me estuviese haciendo pis. Se lo comento y me dice que est bien,

  • 70

    que en dos minutos se me va a pasar. Me quedo quie-ta y todo vuelve a repetirse; la camilla que se mueve

    hacia delante y atrs con las figuras que contienen la respiracin y despus respiran. Miro esas caras y, de alguna manera, me siento acompaada.

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    14.

    Me dan una bomba. La recibo en la puerta. No s quin es. No le veo la cara. O s, pero ahora no me acuerdo. Es como un cubo mgico pero com-pletamente plateado y con franjas rectangulares de agujeros. Unos agujeros nfimos, como si adentro viviese un bicho y no quisiesen que se escape. Tiene un cuadrado negro lustroso en uno de los lados. Le sobresalen nmeros verdes brillantes como a un reloj despertador. La caja es plateada y me parece precio-sa, un bien preciado, precioso. Me hace acordar a las medio esferas de vidrio o plstico que se compran en navidad, llenas de agua y nieve artificial.De alguna manera siento que esto es algo que me salva. Soy plenamente consciente de que esto que tengo en las manos es una bomba y no me inquieta, estoy tranquila, con un aplomo inusitado.

  • 72

    El objeto tambin tiene forma de pisapapeles, o de adorno futurista, pero yo ya s que es una bomba. Y no entiendo bien por qu pero, impulsada quizs por la curiosidad, descubro un botn en la parte de abajo y lo presiono. Los nmeros empiezan a correr. Son indistinguibles. Cambian tan rpido de un nmero a otro que no hay forma de saber qu nmero marcan.Salgo de mi departamento, que es chiquito y todo blanco y veo que estoy en un edificio lleno de estudiantes. Son departamentos con estudiantes que van y vienen. Reconozco a varios de mis compaeros de facultad. Algunos son conocidos y otros no tanto. Y ahora s empiezo a desesperarme. Siento un vrtigo acelerado. Como si estuviese subida a una montaa rusa que slo desciende. Esa sensacin en la panza que te estruja, que te tira para dentro y se expande a las extremidades.Pienso mil cosas al mismo tiempo. No s qu hacer con la bomba y decido tirarla por las escaleras, al lado del ascensor. Veo pasar a uno de mis compae-ros y le grito: es una bomba! Vuelvo, me encierro de nuevo en mi habitacin y espero. Empieza a sonar una

  • 73

    alarma y el cuarto empieza a girar. Da vueltas como si estuviera metida en un centrifugado. Y ah me quedo, hecha un bicho bolita con las rodillas flexionadas y la cabeza metida entre ellas. Espero que se acabe. Cuento un montn de nmeros que van para atrs. Me despierto y miro el celular. Son las 11 de la maana. La alarma nunca son. O no la escuch. Me tendra que haber despertado hace una hora. Voy a llegar dos horas tarde a trabajar. Es la segunda vez en la semana que me pasa lo mismo. Todos los das llego a las corridas, me calzo los headsets en la cabeza y empiezo a hablar como un lorito con tipos que putean en ingls desde el otro lado del planeta. Siempre me preguntan dnde estoy y, como me prohben contar la localizacin, estoy diez minutos dando rodeos. Encima me sube el average handling time que, junto con otras tres variables, hace que me gane el bono o no. El mes pasado cort una llamada. Era un tipo que me puteaba sin parar. Se le haba roto la pantalla de su reproductor de mp3. Era la quinta persona que me llamaba por eso en el da. Haba una falla en ese

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    lote y a todos se les rompa la pantalla sin siquiera tocarlos. Mis supervisores no me dejaban contarle a los tipos que era una falla de fbrica; me obligaban a mentirles, decirles que era su culpa, que se les haba cado, o algo as. Este tipo insista en que lo haba dejado sobre la mesa y al volver tena la pantalla partida al medio. Era lgico que se enojara, pero no poda decirle la verdad. Estoy entrenada para mentir. Todos mis compaeros y yo mentimos a diario. Nos pagan para mentir, engatusar y embaucar a tipos que viven a miles de kilmetros de distancia. El problema es que, adems, si te escuchan que cortaste te multan y no cobrs el bono. El mes pasado me escucharon hacerlo con el tipo de la pantalla partida y cobr quinientos pesos menos. Si me llegan a escuchar otra vez este mes no voy a poder comprarme nada. S que no me servira otro trabajo; tendra que trabajar ms horas y mis tiempos de facultad se acortaran, pero an as atender a gente enojada todo el tiempo me est volviendo loca.

  • 75

    En la quinta llamada del da, apenas media hora despus de que llego -tarde- al trabajo, y lue-go de recibir un apercibimiento, alguien me grita, confundido, enojado. Me grita, me culpa, quisiera insultarme, lo s, pero no se anima, y yo no puedo ayudarlo. Se lo explico pero no me cree. Por suerte me corta rpido. El da se hace cada vez ms largo. A la mitad ya no me quedan fuerzas y slo resiste un resto de malhumor con mucho de resignacin para escuchar otros reclamos y encarar los llamados que me que-dan. De la resignacin no tardo en aproximarme a la amargura. No quiero esto para m, no quiero seguir atendiendo llamados de gente loca ni comerme el garrn de la puteada constante. Todo comienza a estirarse como un chicle que termina por ahogarme y me reclama un cambio de actitud.En un rapto de inconsciencia cuelgo los headsets del borde del cubculo y voy a hablar con mi supervisor. Aunque coma arroz todo el ao a este lugar no vuelvo ms.

  • 77

    15.

    Rubia, joven, bronceada. La doctora Hernn-dez, ayudante del jefe de ciruga, vuelve a hacerme un montn de preguntas; ya siento que me repito de tantas veces que digo las mismas cosas. Quiere exa-minarme. Me mira, me palpa. Seca, ausente, responde llamados, comentando a la vez con otro mdico que ingresa del consultorio de al lado. Me dice que deben operarme pero que no tiene fecha precisa, que me vaya, que mientras tanto puedo hacer una vida nor-mal. Normal. Esa palabra es como un golpe Cmo se hace para tener una vida normal despus de todo lo que me dice? De todo lo que habla voy enganchando algunas palabras sueltas, que ella va nombrando con total asepsia, digna de quirfano. Oncologa,

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    operacin, histologa, arterias. Sus palabras se me aparecen como en una marquesina, brillando en neones. Dnde aparece la normalidad en medio de esas luces, de esas frases? No puedo entender lo que pasa mientras miro a esa doctora Dnde perdi esta persona la emocin? Cundo aprob esa materia en la facultad? Comienzo a balbucear algunas preguntas. Apenas puedo hablar. Se me atragantan las lgrimas con las palabras y, haciendo un esfuerzo, intento no detenerme. A medida que hablo, con temor, con incre-dulidad, me doy cuenta de que estoy tan enojada que me cuesta hacerme entender. La doctora se queda en silencio. Me mira. Me hace sentir una imbcil. Como si cada una hablara en un idioma distinto. El doctor del otro consultorio vuelve a entrar y pide examinarme. Hacen comentarios entre ellos. Yo dejo de ser yo, persona. Soy un objeto de anlisis. Es el momento de irme. Con mucho esfuerzo y ms dudas que antes, le pido disculpas a la doctora y le digo que no entiendo nada. Que todo lo que me dijo se contradice con todo lo dicho por los mdicos que vi antes. La doctora sigue en silencio, hasta se sonre.

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    Pero esa sonrisa no es tranquilizadora, sino todo lo contrario. Me pide un nuevo estudio. Para hacerlo, debo pedir autorizacin a la obra social, y ella calcula que no voy a tener los resultados hasta antes de dos semanas. Dos semanas ms; quince das sin saber qu hacer. Sin nada para hacer ms que pensar en todo y en nada. Eso sin contar con que la doctora sugiere que vaya a trabajar. Que no cargo bolsas en el puerto como para darme licencia.

    Me siento subida a un carrito del tren fan-tasma como el que haba en el Italpark, yendo a una velocidad muy rpida y recibiendo golpes, gritos, empujones, viendo caras horribles, movimientos que no llego a descifrar, y el viaje no termina nunca. De repente parece que por un impulso, el carrito se detiene y todo se paraliza. Me doy cuenta de que el mundo contina con su ritmo, con su rutina habitual, pero yo me quedo detenida y no me atrevo a decir nada; me quedo esperando que todo sea una pesa-dilla, que todo sea irreal, que mi monotona llegue cuanto antes. Quiero que todo sea igual a ese da de

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    lluvia. Que nunca hubiera tenido que enterarme de que algo dentro de m, sin saberlo, est creciendo para cambiar toda mi realidad.Nada vuelve a ser igual. Ni lo cotidiano, ni los horarios, ni las miradas, ni las voces. Todo se contamina de algo difcil de definir. Es una mezcla de sensaciones que hacen que cada da sea un poco ms duro de afrontar. Y la gente que me rodea tambin lo siente, aunque haga la tarea de crear una situacin de normalidad aparente. Nada es igual. Cmo se hace para tener una vida normal segn lo recetado si todo est patas para arriba? Necesito un remedio urgente para convivir con la enfermedad. Con una enfermedad que no se ve y no se siente, pero que est instalada en m y a la que hay que atacar. Y que provo-ca en los dems un miedo grande, que les cambia los silencios, la manera de mirarme y hasta la de hablar.

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    16.

    Llegamos con Trini en taxi. Al bajar siento que la gente nos mira raro, pero no me importa, es-toy muy ansiosa por ver mi obra entre otras obras. Eligieron uno de mis dibujos para presentarlo en una feria independiente. Al toque me doy cuenta de que nos miraron porque nos bajamos de un taxi y las dos tenemos puestas botas. No pegamos con la fbrica abandonada de fondo pero a Trini hasta ac en colectivo no la traa ni a la fuerza. Al entrar siento un temblor. Es todo muy lgubre y tenemos que subir por unas escaleritas angostas en las que caben, como mucho, dos personas apretadas. Trini me dice: si se incendia esto, Cromaon es un poroto. Pienso que tiene razn pero nada me importa ms que subir y ver que la feria es realidad, que voy a ver obras de

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    arte, y que todo eso sucede en torno de algo que cre yo. A medida que vamos subiendo la luz se hace cada vez ms intensa y se pueden ver las caras de los que van bajando. Al fin afloramos en el tercer piso. Caminamos por un pasillo largo en el que se empiezan a escuchar voces. Al final del pasillo nos encontramos con Alan. Pens que no iba a ir pero aparentemente el haberse ido de la casa de sus viejos, mis viejos, le cambi un poco la cabeza. Le est yendo bien con el local y me pone contenta. Lo siento cerca por primera vez en la vida. Le pregunto si ya entr. Dice que no, que recin llega. Veo que est fumando y lo reto. Aho-ra s me da miedo que haya un incendio. Ya estamos arriba y, si hay que escapar, las escaleritas van a ser una trampa mortal.Termina el pasillo y nos encontramos frente a una barricada. Un tapn de al menos treinta per-sonas bloquea la entrada. Nos escabullimos por entre la gente y logramos avanzar unos metros. A la izquierda hay un puesto que vende imanes con

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    palabras relacionadas con Marx y Lacan. Del techo cuelgan unos adornos hechos con papeles de colores, como origami. En el tumulto pierdo a Trini y a Alan y logro respirar un poco de aire. Est viciado pero es aire al fin. Quedo hipnotizada, mirando todo lo que sucede a mi alrededor. Hay mesas, caballetes y sillas dispuestos de forma desorganizada. Me doy vuelta y descubro la cara de Trini que me mira asustada. Se acerca y me dice al odo: Gorda, esto es un asco, son todos unos hippies inmundos. Yo sonro y por prime-ra vez no acuerdo con ella. Al parecer, los hippies ya no me caen tan mal. Seguimos caminando y un pibe con lentes nos dice que no se puede pasar, que est cerrado. La disposicin de los puestos es demasiado aleatoria. Retrocedemos y empezamos a seguir a la peregrinacin de personas que van hacia la izquierda. Distingo un gran claro donde poder respirar mejor y, al atravesar unas rejas que separan una parte de la feria de la otra, me encuentro con una ex compaera de trabajo. Sigue teniendo las rastas largusimas y esa expresin tan relajada en el rostro. Me cuenta

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    que renunci el viernes. Y se nota. No puede estar tan alegre despus de dos aos ininterrumpidos de trabajar en el infierno del call center del que yo, por suerte, tambin escap. Me dice que est exponiendo un libro con fotos y recuerdo cuando me mostraba sus obras mientras esperbamos que nos cayera una llamada en el call. Me vienen a la cabeza palabras como avail y frases como Thank you for calling. Me doy cuenta de que en este lugar todo eso que antes me pareca normal es una locura. No puedo creer que esta chica trabajara conmigo en esos cubculos. Pero pronto todo vuelve a la normalidad cuando veo a dos amigas. Ellas tambin tienen botas, no me siento tan desubicada. Estn contentas y un poco desorientadas tambin pero me ven muy emocionada y entonces acompaan mi alegra.Mi ex compaera me saluda. Me olvid de ella. Le digo que tambin estn exponiendo un cuadro mo pero no me escucha. En ese momento descubro que todava no lo vi, ni las otras obras, ni ninguna otra cosa en esta inmensidad. Entonces miro a mi alrede-

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    dor y veo pilas de discos, imanes de colores pegados en latas, objetos colorinches colgando del techo, unas remeras con inscripciones, carteras hechas con dis-kettes, unas alpargatas con la cara de Marx, revistas de todos los tamaos y colores y, a lo lejos, una virgen de yeso que, luego descubro, tiene portaligas y tacos. Media hora despus Trini me dice que se va, que no puede ms, que me re banca pero que es de-masiado para ella. La acompao afuera de la fbrica. Cuando me estoy despidiendo miro el celular y descu-bro un mensaje de texto. La sorpresa de que en quien te habas propuesto con xito no pensar, de pronto se acuerde de vos un domingo a la noche, me hace debatirme durante diez minutos sobre qu contestar. Hace mucho que no leo Mauro en el remitente de un mensaje de texto. El texto dice, en letras maysculas, que maana operan a la madre, que si quiero ir es a las ocho de la maana en la Clnica San Jos. No me manda un beso, ni un abrazo, ni un saludo. Ni siquiera la direccin. Es as, cortante. Pero me parece evidente que es un pedido.

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    17.

    A las cinco de la maana ya estamos levan-tados. Pocas palabras, ojeras, monoslabos y lluvia. Otra vez lluvia. Todava es de noche. Tomamos un taxi hasta la clnica y a los diez minutos ya estamos en la puerta. Vamos a admisiones. Despus, a la guardia. Nos hacen esperar casi media hora. Son treinta mi-nutos de mucha ansiedad y nervios. Llega un mdico que me hace un interrogatorio, me pide todos los estudios y me deriva a un cuarto. Cuando llegamos a la habitacin, chiquita, im-personal, con una silla minscula que me causa gracia por lo ridcula, aparece Cecilia. No entiendo bien qu hace ac. Por lo poco que me cont Mauro, que es siempre menos de lo que deseara, tena entendido que ya no estaban juntos.

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    Al rato entra un enfermero que me pide que me saque la ropa y me ponga una bata; me avisa que van a venir a buscarme enseguida. Con parsimonia empiezo a sacarme la remera, las botas y el pantaln. Cuando termino, con esa bata que no cubre nada, me siento sobre la cama a esperar. Cecilia acerca la mano al acolchado, lo acaricia y comenta lo lindo que es. Es cierto, es lo ms lindo que hay en ese cuarto. Mauro se acerca, me abraza y yo me aferro a l mientras las lgrimas comienzan a caer. No s por qu lloro. No s por qu estoy ac. Es todo silencio y espera. Hasta que las palabras surgen de una boca desconocida. Es el enfermero que viene a buscarme con una silla de ruedas. Ya es hora. El ascensor tarda mucho en llegar. Cuando llega bajamos hasta quirfano. Me hacen acostar en una camilla, al final de un pasillo que tiene una es-pecie de ventana, como si fuera un pasaplatos. Nos despedimos. No digo nada, ni chau, ni hasta pronto; tengo la boca pegada. Cuando la camilla comienza a moverse, unas cofias de color azul se van asomando

  • 89

    desde arriba. Son los mdicos y asistentes que me saludan. Enseguida aparece el cirujano, tambin con cofia. Me cuesta reconocerlo pero, apenas habla, me doy cuenta de que es l. Qu tal, petisa?, me pre-gunta. Me suena ridculo y me da risa, soy la mujer ms alta que conozco.

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    18.

    Estoy sentada en el silloncito de la habitacin de la clnica. Tena la cabeza apoyada en el hombro de Mauro, que ahora me ve despierta y me mira. Me lim-pio la baba que tengo pegada en una de las comisuras de la boca. Estoy desconcertada. Desde que llegu no hablamos. Lgicamente l estaba pendiente de Silvi-na y slo cruzamos monoslabos. Le pregunto la hora. Falta poco para que Silvina salga de la operacin. Ten-go mucha sed y decido ir a comprarme un agua. Le digo que ya vengo y desaparezco por la puerta. Estoy diez minutos esperando el ascensor. Todos parecen detenerse en planta baja y volver a subir a los otros pisos. Opto por ir por las escaleras. Cuando llego al subsuelo me dirijo a una puerta grande y plateada que tiene esas barras como de salida de emergencia e intuyo que es esa la puerta me conducir hacia afuera.

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    La empujo con fuerza, pesa una tonelada. Cuando doy un paso adentro me doy cuenta de que me equivoqu. No hay un pasillo sino un cuarto enorme. Adentro est helado y todas las paredes ests recubiertas de aluminio, o hierro, algo gris y brillante que no puedo definir con claridad. No hay nadie y el silencio ah adentro es intenso. Creo que nunca sent esa paz. In-tento buscar alguna seal de qu es ese lugar, me doy vuelta y veo un cartel pegado en la parte interna de la puerta por la que entr que dice, en letras amarillas fluorescentes MORGUE.

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    19.

    Escucho en susurros lo que me dicen. No s dnde estoy pero no quiero estar ah. Es doloroso. Es molesto. Quiero irme, escaparme, cualquier cosa menos sentir lo que siento. Las voces me dicen que todo sali bien, que ya est, que la operacin termin. Yo no consigo expresar lo que quiero. Estoy atada y no me gusta, quiero que me suelten. Quiero que me suelten ya. Tengo mucha sed, quiero tomar algo, quie-ro sacarme esto que me molesta en la nariz pero no puedo. Me pesa algo en la panza, siento como si tuvie-ra un yunque encima. Casi no puedo abrir los ojos. No veo bien, pero puedo darme cuenta de que hay gente cerca mo. Adems de Mauro entra corriendo Cecilia. Hablo y hablo pero no s lo que digo. A los minutos me dicen que tienen que irse. No me gusta. No quiero. No quiero que se vayan. Pero no pueden quedarse, es

  • 94

    terapia intensiva, ac la nica que se queda soy yo. Estoy sola en este viaje. Pasan horas. Muchas. Me desespero, no puedo pensar, no s por qu estoy en este lugar, sobre esta cama, en esta habitacin. Lo nico que tengo claro es que no quiero estar ac. Que todo inevitablemente me lleva a un solo lugar y a una sola palabra: dolor. Dolor de que me est pasando esto. Dolor de darme cuenta que ya no soy la misma persona que entr a la clnica cuando todava llova y era de noche. Dolor de sentir que me hicieron un corte en la panza. Dolor de saber que tengo, por fin, algo visible para recordar-me que tengo algo malo. Dolor de enterarme que no pudieron extraer todo, de que algo queda. Dolor de saber que estoy sola. Dolor.

    Me adormezco y me despierto todo el tiempo. De a ratos, aparecen voces y manos que controlan cables, que preguntan cosas, que cambian aparatos, que me pinchan en los brazos. Cada vez que puedo, pregunto la hora, necesito saber en qu mundo estoy.

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    Qu da es, qu hora es, cunto tiempo falta para volver a casa, para irme de ac. Una de esas voces es la de un enfermero que se acerca, me habla suavemente, dice que me va a ayu-dar a sentirme mejor. Me pone una gasa mojada en la boca cuando le pido agua. Tengo mucha sed pero dice que no puede darme nada para tomar. Mi cabeza no puede razonar, no puedo hacer nada. Soy un cuerpo sin voluntad, no puedo moverme. Me entrego mansa a esas manos que me frotan con unas gasas hmedas, que de algn modo son caricias y as puedo volver a sentirme humana. Esas manos me descubren la cica-triz y puedo ver por primera vez ese tajo. Esa marca. Ese camino que me recorre todo el abdomen. Esos puntos que parecen alambres de pas. No se parece a nada de lo que hubiera podido imaginar. Es peor. Miro y no puedo dejar de mirar; cmo ese enfermero me cura, me cubre otra vez, me tapa. Me pregunta cmo me siento, si tengo fro. Cuando se est por ir, le pregunto, adems de la hora, cmo se llama. Quiero recordarlo, no olvidarme de esa persona sin rostro

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    que me alivi, me acarici, me hizo sentir mejor. Creo que Miguel. Pero nunca llego confirmarlo.

  • 97

    20.

    No s exactamente qu pas minutos antes pero creo que Mauro dej de aceptar los cdigos impuestos durante el tiempo de separacin. Romper conmigo, romperme toda, como me dej. Haba moti-vos para hacerlo. No haba tanto tampoco por romper o terminarse; nuestra relacin no se basaba ms que

    en el tiempo y en la distancia. El tiempo, largo; la distancia, escasa. Pero este da su vulnerabilidad jug de mi lado, y el cario y la sinceridad empezaron a brotar sin control. No toler tanta frialdad y creo que me le tir encima, mezcla de abrazo y torpe empujn, mientras intentaba aclarar algunas cosas y confirmar que terminar con una relacin que ya no aportaba nada era una buena decisin. Quera aseverarle que yo estaba bien, que crea que haba tomado el camino correcto, que yo no lo hubiese podido hacer. Estaba

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    orgullosa de que hubisemos escapado de los fan-tasmas de la rutina y le afirmaba que su coraje era envidiable.En silencio me abraz fuerte y me bes en el cuello. Sent sus labios posarse levemente en mi piel. Estbamos sentados en el bar de la clnica. l me haba pedido que lo acompaara a buscar el bolso de Silvina, con todas sus cosas para que ella pudiera cambiarse cuando saliera de terapia intensiva. Me mora de ganas de besarlo, de abrazarlo, de reconfor-tarlo. Le vea en los ojos el miedo, el terror de que algo saliese mal y tambin las ganas de que yo lo cuidase.Sin embargo, de pronto tuve ganas de estar sola. Me lleg un eco de la antigua tristeza. De repente ya no me sent fuerte sino desamparada. Sola. l ha-ba encendido la chispa y la haba vuelto a soplar. Me haba besado y ahora esperaba algo a cambio. Algo que no exista. Algo que haba desaparecido mucho tiempo atrs. Incluso ms atrs que la separacin. Ahora me pareca mejor estar sola. Estar sola de veras. Verdaderamente sola. Estar con l pero sin l era peor. Estar de nuevo pensando en la posibilidad

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    de algo que ya no iba a suceder. O s, pero no as. Yo haba salido un poco a mirar afuera y no haba nada interesante. Todo era un poco ms triste, ms gris, un poco ms solitario. Estar juntos, incluso juntos de la manera rutinaria en la que habamos estado, era lo ms parecido a un hogar que conoca. Y ahora era como volver a la casa de tus padres cuando ya con-virtieron tu ex cuarto en otra cosa. Quera abrazarlo, besarlo, amarlo como antes, lo quera, pero tena emociones encontradas, contradictorias, que inten-taba mantener bajo control.En ese momento, sentados en el bar de la clnica, bajo una luz de tubo muy parecida a la de-solacin, me dio la impresin de que l quera algo ms, que quera poder quererme en ese momento. Que necesitaba ese hogar otra vez. Me miraba y me tocaba la mano como si a partir de su tristeza se hu-biese establecido una nueva relacin entre nosotros. O la misma de antes. Pero al menos algn vnculo. Entonces l empez a hablar de nosotros. De que me extraaba, de lo que haba sufrido este tiempo solo, de que me necesitaba, cuando yo no quera que existiera

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    relacin alguna. Quise dar el tema por terminado y hablar de otra cosa. Quise poder huir pero no pude. Quise barrer las cenizas de nuestra relacin y l me las tir en la cara. Era deprimente hablar de un noviazgo que ya no entenda, un noviazgo del que era parte por algn tipo de necesidad, al que me agarraba con uas y dientes por mambos personales y que, por algo oculto en m, pensaba que iba a durar para siempre. Pero ah estbamos, juntos, rotos los dos, queriendo consolar al otro cuando en verdad queramos que nos consolaran.

  • 101

    21.

    Histerectoma. Eso dicen que me hicieron. Tuvieron que extirpar los dos ovarios, el tero, gan-glios y una membrana del peritoneo. Tambin que intentaron sacar algo ms que haba comenzado a desparramarse y no lo hicieron porque estaba junto a la arteria aorta y era muy peligroso acercarse a una zona tan delicada. Me impresiona escuchar todo eso pero nece-sito saber. Me duele pensar que ya no queda nada interno que me represente como mujer; arrancaron de cuajo esos rganos que fueron los que permitieron crear a Mauro y ahora ya no queda nada de ellos. La cicatriz es horrible, gorda, llena de hilos morados que sobresalen en una lnea que divide mi panza. Esa panza que ya no es la que tanto orgullo me dio antes: chata, plana, sino que tambin simula separar una

  • 102

    historia. Un antes y un despus. Veinticinco puntos. Los cuento cuando tengo el valor de mirar ese tajo sin impresionarme tanto. Al da siguiente, o a las horas siguientes del si-guiente da -es todo tan impreciso- llega el momento de la visita. Voy a poder reencontrarme con mi gente, con mis afectos. Necesito verlos, escucharlos, eso es lo nico que puede darle un poco de sentido a todo lo que me est pasando. Llegan todos juntos, aunque no puedo verlos claramente. Mauro, Cecilia, mam. Despus puedo ver a Ana que me saluda y sale. Tiene los ojos aguados y en la mano un paquete de carilinas. La puedo ver a travs de un vidrio que me separa del pasillo de la te-rapia. Las frases que puedo escuchar son alentadoras, me ven mucho mejor que el da anterior. No puedo darme cuenta si son palabras para hacerme sentir bien o son sinceras. Pero no importa. En realidad no hace falta que digan nada. Lo importante es que estn. Nunca pude haber imaginado lo enloquecedor que es sentirme tan sola, tan inmensamente sola. Se hace la hora, se tienen que ir y yo vuelvo a quedarme

  • 103

    ah, inmvil, frente al techo que tiene una mancha de humedad negra que no puedo dejar de mirar y mirar.Al rato llega el cirujano que me oper. Me mira, me habla, mira la herida, lee planillas, conversa con algunos enfermeros.-Te veo muy bien, petisa. Si todo sigue as ma-ana te pasamos a la habitacin.-Maana recin? -le pregunto, con la mirada ms suplicante que tengo. Estoy decepcionada. Quiero irme lo ms pronto posible. Pero algo en la expresin del mdico me anima. Lo veo consultar cosas acerca de mi cama, habla por telfono y cuando se me acerca lo escucho: -Vamos a pasarte a una habitacin. En un rato te vas. Es la primera vez que puedo sentir alegra desde que llegu a la clnica. Siento alivio. Se me

    afloja un nudo enorme que tengo atrancado entre el

    pecho y la garganta. Se me aflojan las extremidades. Recin ahora me doy cuenta de que tena todo el cuerpo en tensin. Como cuando se detiene un objeto

  • 104

    que estaba haciendo ruido un ventilador, una hela-dera- y slo en ese instante percibs que algo estaba en funcionamiento. Casi una hora despus todava estoy ac. Escucho voces. Son los enfermeros que comienzan a prepararme. Lo nico que me interesa, adems de irme, es que mi gente no se haya ido. Espero. En realidad, no puedo hacer otra cosa ms que esperar. Se acercan los enfermeros y comienzan a quitarme la

    sonda; voy a respirar sin trabas. Pero al sacarme ese objeto de la nariz me provocan un dolor tremendo, punzante, como si me estuvieran arrancando un pe-dazo de carne. Cuando me quejo, el enfermero intenta consolarme explicndome cun difcil es colocar esa sonda y que sacarla es una pavada. Este principio de traslado se convierte en una suma de molestias y dolores, como si probaran hasta dnde puedo soportar. Cuando se acercan me sostienen con las sbanas y en un movimiento rpido de arriba hacia abajo, me depositan de nuevo en una camilla. Otra vez estoy mirando los cielorrasos.

  • 105

    Despus de atravesar una puerta, levanto un poco la cabeza -con mucho cuidado, porque los puntos me tiran y los enfermeros no me pusieron almohada- y puedo verles el torso. Mauro, Ana y Cecilia caminan al lado del enfermero que empuja la camilla. Yo no s adnde, pero me fortalece saber que me voy y que estoy acompaada. Cmo desde hace poco tiempo, me dejo llevar. Dos mujeres de voces agudas hablan a los gri-tos, sin cuidado, preguntando y gritando, buscando cul es el lugar al que estoy destinada, como quien acomoda cajas en un depsito.-Cmo? Si en la 246 hay un seor, no la pode-mos llevar ah. Qu le dijeron, seor? le pregunta una mujer a Mauro-. Ac hay un error. Se habrn confundido de nmero -agrega la otra. Intento descubrir qu es lo que pasa pero slo percibo papeles que se rozan, pasos que van hacia un lado y hacia el otro del pasillo. En el techo, las luces de los tubos me hacen doler los ojos. Tengo que en-tornarlos para que no me ardan y, al mismo tiempo, poder ver algo de lo que sucede a mi alrededor.

  • 106

    -No, tiene que volver a admisiones y consultar otra vez. -Pero, no pueden llevarla primero y despus vamos a hacer el trmite? -pregunta Mauro, subiendo el tono de voz.Yo, mientras tanto, me quedo quieta, casi sin respirar, como para que no se den cuenta de que estoy ah, estacionada en un pasillo. Cualquiera sea el destino que me toque va a ser mejor que estar en terapia. Incluso en un pasillo, rodeada de gente que va y viene, con luces apuntndome directo como en un interrogatorio.De pronto, escucho una voz que no haba odo en todo el trayecto. -Este problema hay que resolverlo ya. No la pueden dejar en un pasillo, acaba de salir de terapia y esta ac, chupando fro. Son un desastre. Me sorprendo. Cecilia no es de hacer reclamos ni de alzar la voz. Me hace bien escucharla. Siento que me est cuidando. Otra de las voces le dice a Mauro:

  • 107

    -Usted vuelva a admisiones y reclame. Diga que le den otra habitacin. La que le dieron est ocu-pada por un hombre. Pero enjese, mire, dgales que trabajen bien. Siempre nos causan problemas No entiendo nada. Si no fuera porque soy la que est en el medio de un pasillo, tapada con una frazada y con veintipico de puntas erguidas que me unen un tajo en la panza, medio dormida y atontada, estara rindome a carcajadas. Es una situacin rid-cula y humillante. Como si de repente estuviera en la cola del sper y me avisan por parlantes que la caja cerr, que hay que moverse a la de al lado. Escucho que Cecilia y Mauro se van corriendo. Mientras tanto, las voces continan haciendo comen-tarios entre s, atacando a los administrativos, que no saben nada, que hacen las cosas siempre mal. Ana me toma de la mano, me la aprieta fuerte y no me suelta hasta que escuchamos llegar a Mauro y anunciar: la nmero 132. -La ciento treinta y dos te dieron? -le pregun-ta una de las voces.

  • 108

    La voz desagradable ahora se dirige a m, se arrima muy cerca de mi cara. Puedo sentir su aire tibio salir por sus fosas nasales. Tiene los labios mal pintados, el rouge le rebalsa los bordes; tiene

    los prpados arrugados, le siento un perfume floral mezclado con alcohol y est teida de rojo.-Mir vos la que te dieron, mamita. Es regia esa, una de las mejores. Vas a ver que te va a gustar. Se equivocaron, por eso ahora te dan esta, para arre-glarlo. Cierro los ojos. Creo que algunas gotas de sali-va me cayeron en la nariz y los pmulos. Me vuelvo a sentir arrastrada. Oigo ruedas deslizndose, voces y ms pisadas. Despus de todo este tiempo estaciona-da en el pasillo parece que llego a un cuarto. Cuando me vuelven a levantar y me depositan en la cama, me siento ms segura. El cuarto, como me anticiparon, es lindo, amplio y tiene un silln junto a una ventana para que pueda acomodarse algn acompaante; un televisor chiquito, una silla y una mesa de luz.

  • 109

    Cuando se van los enfermeros me doy cuenta de que no tengo ropa, slo me tapa una sbana. Ana me ayuda a ponerme uno de los camisones que traje. Lo hace con mucho cuidado. Las vendas en la panza no lo facilitan pero, de a poco, y con su ayuda, me visto de estreno para la ocasin. Todos se van acomodando, viendo cmo seguir. Las enfermeras entran, controlan el suero, me toman la presin, me dan alguna medica-cin y salen sin hacer comentarios. Logro dormirme un rato, ya casi es de noche y estoy cansada como si hubiese dado clases veinticuatro horas seguidas.

  • 111

    22.

    Le digo a Mauro que no voy a permitir que se quede otra noche en la clnica. Que esta noche me quedo yo. No le doy muchas opciones. Me pongo firme y su cansancio le impide discutirme con mucho ahnco. Asiente y se va a su casa. Yo no entiendo bien cmo me sobrepuse a todo lo que est pasando. Todos a mi alrededor estn doblados al medio, espantados y, sobre todo, confundidos. Mauro, aunque hace lo posible para que no se le note, est aterrado. Pienso que ahora lo mejor va a ser acompaarlo. Estar a su lado, abrazarlo. No me importa nada ms. Tengo que estar ac. No es un deber, es una imposicin que surge desde algn lugar de mi existencia que acabo de des-cubrir. Por primera vez me siento capaz de concretar algo. De ser algo para alguien ms. De cumplir con algn tipo de funcin para la que me creo capacitada.

  • 112

    A m tambin se me pararon los pelos de la nuca cuando el mdico dijo que Silvina tena cncer. Esa palabra a la que le tuve miedo desde chica. Nunca supe bien por qu. Supongo que por supersticin. Nombrar esa palabra me daba tanto miedo que pen-saba que si la repeta varias veces ya lo tena. Como Candyman, la pelcula, en la que si repets tres veces el nombre frente a un espejo aparece con su ganza para asesinarte. Ahora incluso esta palabra me sirve para relativizarlo todo. Relativizar todo en torno a una enfermedad, en torno a una soledad inminente, en torno a un destino trgico, a una posibilidad de la orfandad. Puedo entender que hay cosas de las que hay que preocuparse menos. Porque como buena apocalptica siempre pienso que todo va a salir mal. Tengo las expectativas bajas. Es como una red de contencin que me salvar de una cada estrepitosa y de un golpe duro contra la frente. Y aunque la red sea invisible y todo sea un producto de mi imaginacin, me siento ms segura si pienso que todo va a salir mal. Todo va a salir mal, todo va a salir mal, me repito, aunque tampoco tanto ni muy fuerte, porque

  • 113

    tambin creo en las leyes d