Dumas, Alejandro - Los cuarenta y cinco

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LOS CUARENTA Y CINCO ALEJANDRO DUMAS Distribución Exclusiva de SELECCIONES EDITORIALES Muntaner, 467 - Barcelona-6 (España) © 1969 by Selecciones Editoriales

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Tercer libro de una TrilogiaLa Reina MargotLa Dama de Monsoreauy Los Cuarenta y Cinco

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LOS CUARENTA Y CINCO

ALEJANDRO DUMAS

Distribucin Exclusiva de SELECCIONES EDITORIALES Muntaner, 467 - Barcelona-6 (Espaa) 1969 by Selecciones Editoriales Depsito legal: M. 16.128 -1969 IMPRESO EN ESPAA PRINTED IN SPAIN Talleres Grficos de Ediciones Castilla, S.A.- Maestro Alonso, 21 Madrid Digitalizacin, correccin y notas por Antiguo.

CAPITULO I LA PUERTA DE SAN ANTONIO

Etiamsi omnes. A las diez de la maana del 26 de octubre de 1585 no se haban abierto an las barreras de la puerta de San Antonio. A las diez y tres cuartos, un piquete de unos veinte suizos, cuyo uniforme daba a entender que pertenecan a los pequeos cantones, es decir, a los ms fieles partidarios de Enrique III, desemboc por la calle de la Mortellerie hacia la puerta de San Antonio, la cual se abri, volviendo a cerrarse luego de haberles dado paso. En la parte exterior de dicha puerta los suizos se alinearon a orillas del soto que por aquel lado cercaba las dos lneas del camino. Su aparicin hizo entrar en la ciudad antes de las doce a gran nmero de paisanos que a ella se encaminaban desde Montreuil, Vincennes y Saint-Maur, operacin que antes no haban podido llevar a efecto por hallarse cerrada la puerta. En vista de la referida aparicin del piquete, pudo pensarse que el seor preboste intentaba prevenir el desorden que era fcil tuviese lugar en la puerta de San Antonio con la afluencia de tanta gente. En efecto, a cada momento llegaban, por los tres caminos convergentes, religiosos de los conventos circunvecinos: mujeres que cabalgaban en lucidos asnos, labradores tendidos en sus carretas que penetraban por entre aquella masa ya considerable, detenida en la barrera por la clausura inesperada de las puertas, que nada tenan que ver con la mayor o menor prisa de los que a ella acudan, formaban una especie de rumor semejante al bajo continuo de la armona, al paso que algunas voces, dejando el diapasn general, suban hasta la octava para expresar sus amenazas o sus quejas. Fcil era observar al mismo tiempo, adems de aquella masa compuesta por los que aspiraban a penetrar en la ciudad, algunos grupos particulares que al parecer haban salido de ella, pues en vez de dirigir sus miradas al interior, devoraban, al contrario, todo el horizonte, cerrado por el convento de los jacobinos, por el priorato de Vincennes y por la Cruz Faubin, como si por alguno de estos tres caminos en forma de abanico debiese aparecer un nuevo Mesas. Hubieran podido compararse los ltimos grupos a los tranquilos islotes que se elevan en medio del Sena, mientras a su alrededor separan de su base las inquietas aguas, y los pedazos de csped, y algn ramo de sauce que se desliza por la corriente luego de haber oscilado algn tiempo entre los remolinos. Dichos grupos, que tanto llaman nuestra atencin, porque efectivamente la merecen, se vean compuestos en su mayor parte de vecinos de Pars, hermticamente encerrados entre sus bragas y jubones, porque el tiempo estaba fro, soplaba un cierzo delicioso, y gruesas nubes que se arremolinaban muy cerca de la tierra, pareca que iban a despojar a los rboles de las ltimas y amarillentas hojas que se agitaban tristemente en sus ramas. Tres de los vecinos referidos hablaban en amor y compaa, o mejor dicho, platicaban2

dos de ellos y escuchaba el tercero. Esto tampoco es exacto: el tercero ni aun pareca escuchar, porque sus cinco sentidos se hallaban fijos en el camino de Vincennes. Era este sujeto de alta talla cuando se mantena derecho, pero en el momento en que nos ocupa, sus largas piernas, de las cuales no saba qu hacerse cuando no las empleaba en su natural y activo destino, estaban como replegadas debajo de su cuerpo, en tanto que sus brazos, de no menor extensin que sus piernas, se cruzaban sobre el jubn. Recostado en la cerca del soto, conservaba su rostro cubierto con una mano como un hombre que no desea ser conocido, arriesgando solamente un ojo, cuya mirada penetrante atravesaba entre los dedos, separados por la distancia estrictamente necesaria que daba paso a la vista. Inmediato a tan extrao personaje, un hombrecillo subido sobre un cerro conversaba con otro muy gordo que apenas poda sostenerse en la pendiente del mismo, y que a cada traspis que daba se sostena agarrado a los botones del jubn de su interlocutor. Y stos eran los otros dos vecinos de Pars que con el personaje mudo componan el nmero cabalstico tres, anunciado. S, Mitn deca el hombrecillo al gordo; habr hoy cien mil personas alrededor del cadalso de Salcedo... cien mil por la parte ms corta, y esto sin contar las que estn a estas horas en la plaza de Grve, o que concurren a ella de los diversos barrios de Pars. Ya veis cuntas hay aqu, y eso que sta no es ms que una puerta: juzgad las que entrarn por las otras quince puertas. Cien mil son muchas personas, compadre Friard respondi el hombre gordo, creed que no pocos seguirn mi ejemplo y no irn a ver descuartizar a ese desgraciado Salcedo por temor de algn jaleo, en lo cual obrarn con mucho tino. Cuidado con lo que dice, seor Mitn replic el hombrecillo, porque est usted hablando como un poltico. Le aseguro que nada habr, nada absolutamente. Y notando que su interlocutor sacuda la cabeza con un gesto de duda: No es verdad lo que acabo de decir, seor mo? aadi volvindose hacia el hombre de largos brazos y descomunales piernas, quien en vez de continuar mirando hacia el lado de Vincennes, aunque sin separar la mano de la cara, acababa de hacer un cuarto de conversin, eligiendo la barrera por punto de vista con la ms escrupulosa atencin. Qu? pregunt como si slo hubiese odo la pregunta que se le haca y no las palabras que haban precedido a la interpelacin y a las cuales deba responder el otro vecino. Deca que nada acontecer hoy en la Grve. Creo que os engais y que por el contrario acontecer algo, toda vez que van a descuartizar a Salcedo replic tranquilamente el hombre de los brazos largos. Sin duda, pero sostengo que no habr el ms leve ruido con motivo de ese suplicio. Habr el ruido de los latigazos que reciban los caballos. Veo que no me habis comprendido; por ruido entiendo yo el motn, y as digo que hoy no habr motn, fundndome en que si abrigase la menor sospecha, no hubiera mandado el rey adornar un aposento en la Casa Ayuntamiento para asistir al suplicio en compaa de las dos reinas y de mucha parte de la corte. Y qu! Acaso saben los reyes cundo ha de haber motines? contest, alzando los hombros y con tono de piedad,el hombre de largos brazos y de largas piernas.3

Hola! hola! dijo Mitn inclinndose al odo de su interlocutor: he ah un hombre que habla de un modo particular. Le conocis? No por cierto contest el hombrecillo. Y por qu le hablis? Toma! por hablarle y nada ms. Hacis mal, porque ya debis haber conocido que no es amigo de conversaciones. Y no obstante observ el compadre Friard en tono bastante alto para que pudiese orle el hombre de los brazos largos, me parece que la comunicacin es uno de los grandes goces de la vida. S; la comunicacin con aquellos a quienes conocemos bien repuso el to Mitn, pero no con los desconocidos. No somos hermanos todos los hombres, como dice el cura de Saint-Leu? murmur el compadre Friard con tono persuasivo. Es decir, que en los tiempos primitivos todos los hombres eran efectivamente hermanos, pero en nuestra poca, amigo Friard, se ha relajado mucho el parentesco. Hablad, pues, conmigo, si es que os empeis decididamente en hablar, y dejad que ese extrao se entregue a sus cavilaciones. Es que yo os conozco hace bastante tiempo, y por consiguiente me figuro de antemano lo que vais a responderme, al paso que este desconocido me dir tal vez algo de nuevo. Callad... parece que os est escuchando. Mejor, porque, si me escucha, tal vez me responder. Ea, pues, seor mo prosigui el compadre Friard dirigindose al desconocido, creis que hoy habr jarana en la Grve? Yo!... Nada de eso he dicho. Tampoco sostengo que lo hayis dicho agreg Friard procurando dar a su entonacin un eco de finura; lo que creo es que as lo opinis. Y en qu os fundis para abrigar tal creencia? Sois brujo, seor Friard? Toma! Pues me conoce exclam ste con el mayor asombro. Y de cundo? Y de qu? No he pronunciado yo vuestro nombre dos o tres veces? dijo Mitn fingiendo avergonzarse de la escasa inteligencia de su amigo. Cierto, cierto replic Friard haciendo un esfuerzo para comprender las palabras de su compadre. Eso es, no hay duda; eso, eso, y supuesto que me conoce me contestar seguramente. Como deca, seor mo prosigui hablando con el desconocido, yo creo... que vos creis... que hoy habr ruido en la plaza de Grve, porque, si no lo creyeseis, estarais ya en ella, cuando por el contrario os hallis aqu, y... Ah!... Aquel ah! probaba que el compadre Friard haba llegado en sus deducciones hasta el lmite ms remoto de su lgica y su talento sublime. Y vos, seor Friard, toda vez que pensis lo contrario de lo que creis que yo pienso respondi el desconocido, por qu no os encontris a estas horas en la plaza de Grve? Me parece que el espectculo que en ella va a celebrarse es harto divertido para que los amigos del rey se regocijen en contemplarlo. Tal vez me digis, en vista de mis4

razones, que no pertenecis al nmero de los amigos del rey, sino al de los del seor de Guisa, y que esperis aqu a los de Lorena, quienes, segn se dice, tratan de invadir a Pars para libertar a Salcedo. Qu decs!... Nada de eso es cierto contest con viveza el hombrecillo asustado de las suposiciones del desconocido: os habis engaado de medio a medio: espero a mi mujer, la seora Nicolasa Friard, que ha ido a llevar veinticuatro sabanillas de altar al priorato de los jacobinos, pues tiene la honra de ser lavandera particular de don Modesto Gorenflot, abad del referido priorato. Pero, volviendo al asunto del jaleo de la Grve de que hablaba mi compadre Mitn y en el cual ni vos ni yo creemos, segn habis dicho... Compadre, compadre, observad lo que pasa dijo Mitn. Y siguiendo la direccin indicada por el dedo de su amigo, vio que adems de las barreras, cuya clausura preocupaba ya seriamente los nimos, cerraban asimismo la puerta principal. Al mismo tiempo una parte del destacamento de suizos se estableci delante del foso. Qu quiere decir esto? exclam Friard plido como un muerto. Conque no tienen bastante con las barreras, sino que tambin nos cierran la puerta? Lo que yo os deca agreg Mitn palideciendo a su vez. Qu chasco tan gracioso, eh! dijo el desconocido riendo a carcajada tendida. Y al tiempo de rerse mostr entre su bigote y su barba dos hileras de dientes blancos y agudos, que parecan maravillosamente afilados por la costumbre de servirse de ellos cuatro veces cada da al menos. La muchedumbre compacta que se agolpaba junto a las barreras hizo or un sordo murmullo de asombro, y poco despus arroj gritos de espanto. En crculo, en crculo! exclam con voz imperiosa un oficial. Operacin que se ejecut al punto no sin dificultades, porque los que haban llegado a caballo y en carretas, vindose forzados a retroceder, aplastaron aqu y acull y ocasionaron a derecha e izquierda bastante desorden y desgracias. Las mujeres chillaban, juraban los hombres, y cuantos podan escapar huan atropellndose y derribndose unos a otros. Los de Lorena! los de Lorena! se oy gritar en medio de aquel tumulto. La ms terrible palabra tomada del plido vocabulario del miedo, no poda producir all a la sazn un efecto ms pronto y decisivo que este grito: Los de Lorena! Os? os? exclam Mitn tembloroso. Los de Lorena! Los de Lorena! Huyamos. No hay ms que huir! por dnde? pregunt Friard azorado tambin. Por este vallado repuso Mitn lastimndose las manos por agarrarse a los espinos de la cerca, sobre la cual estaba muellemente recostado el desconocido. Es ms fcil eso de decir que de hacer, to Mitn, pues no diviso el menor agujero para meternos ah dentro, y no pretenderis pasar por encima de la cerca, que es ms alta que nosotros. De eso trato precisamente respondi Mitn haciendo esfuerzos para lograrlo.5

Cuidado, cuidado, buena mujer exclam Friard, cual si hubiera perdido la cabeza, vuestra borrica me pisa los talones. Eh! Caballero, mirad lo que hacis, pues vuestro caballo va a aplastarme a coces. Por vida de...! carretero, no ves que las varas de tu carreta me estn quebrando las costillas? Mientras el to Mitn trepaba por la cerca para pasar al soto, y que su compadre Friard buscaba en vano algn agujero con objeto de evitar todo peligro al hacer lo mismo, psose en pie el desconocido, abri con sosiego sus largas piernas, y haciendo un movimiento semejante al de montar a caballo, se encontr al otro lado de la cerca. El to Mitn le imit, aunque rasgando el calzn por tres sitios, pero no sucedi lo mismo al compadre Friard, quien al ver que ni por encima de la cerca, ni por otra parte poda pasar, arrojaba lastimeros clamores, hasta que al fin extendi su brazo el desconocido, le cogi por la gorguera y por el cuello del jubn, y levantndole en alto, lo traslad desde el camino al vallado con la misma facilidad que si hubiera sido un mueco. Oh! oh! oh! exclam el to Mitn en extremo regocijado con semejante espectculo y siguiendo sin pestaear la ascensin y descenso de su amigo Friard: os parecis a la bandera del gran Absaln. Vlgame Dios! dijo Friard al tocar tierra firme; dejad que me parezca a todo cuanto os plazca, supuesto que ya me veo dentro del soto por la ayuda de este buen caballero. Enderezndose en seguida para mirar al desconocido, a cuyo pecho apenas llegaba, continu diciendo: Cunto os debo por lo que habis hecho en mi favor! Sois un verdadero Hrcules; yo lo digo, yo, bajo palabra de honor y a fe de Juan Friard; vuestro nombre, seor mo, el nombre de mi... libertador, el nombre de mi... amigo. Y el buen hombre pronunci efectivamente esta ltima palabra con toda la efusin de un alma profundamente reconocida. Me llamo respondi el desconocido Roberto Briquet; servidor vuestro. Y confieso en voz alta que me habis prestado un servicio eminente, seor Roberto Briquet. Oh! Mi mujer os colmar de bendiciones; pero... a propsito, mi pobre mujer... Dios mo! Dios mo! La van a ahogar en esta infernal batahola. Malditos sean los suizos que slo aprovechan para aplastar al gnero humano! No bien haba dado fin a este apostrofe Friard, cuando sinti caer sobre su hombro una mano tan pesada como la de una estatua de piedra. Volvise para ver quin era el osado que se tomaba con l semejante libertad, y cul fue su asombro al notar que aquella mano era la de un suizo! Vos querrer morir, mi fuen amico? pregunt el soldado. Estamos vendidos y cercados! exclam Friard. Slvese el que pueda chill Mitn. Y gracias a que haban pasado la cerca y tenan ancho espacio por donde correr, ambos amigos se largaron, al paso que el hombre de largos brazos y largas piernas observaba sus movimientos con malignas miradas y silenciosa sonrisa, hasta que habindolos perdido de vista se aproxim al suizo, que acababa de ser colocado all de centinela. Segn parece le dijo, no tenis mala mano.6

Non ser entierramente mala. Tanto mejor, sobre todo si, como se afirma, llegan hoy los de Lorena. Oh! Non sinorr. Non vendrn. Que no? De ninguna manierra. Y por qu motivo se ha cerrado la puerta? Por Dios que no entiendo... Ni zeneis necesitaz di comprenderr... replic el suizo rindose de su propia chulada. Es justo, camarada, muy justo dijo Roberto; gracias, gracias. Y se apart del suizo para acercarse a un grupo no lejano, mientras el digno hijo de la Helvecia murmuraba despus de haberse redo a su gusto: Bei Gott! Ych glaube er spottet meiner... Was ist das viir ein Mann, der sich erlanlet ein Schweitzer seiner konighche magestaet auszulachen? Lo cual, traducido, significa: Ira de Dios! Parece que ha querido burlarse de m. Y quin es se que se atreve a hacer mofa de un suizo de Su Majestad? Se compona uno de los grupos estacionados, de un gran nmero de ciudadanos a quienes haba sorprendido fuera la orden de cerrar las puertas, y que a la sazn rodeaban a cuatro o cinco caballeros de marcial continente, sumamente incomodados con aquella disposicin, y que gritaban con todas sus fuerzas: La puerta! la puerta! Palabras que repetidas por la muchedumbre con visibles seales de disgusto y de clera, producan un ruido infernal. Roberto Briquet se reuni al referido grupo y empez a gritar con voz ms robusta y alta que todos los que lo formaban: La puerta! la puerta! Uno de los caballeros, encantado de sus facultades pulmonares, se volvi hacia l y le dijo saludndole: No os parece vergonzoso, caballero, el que se cierren las puertas de una ciudad a las once de la maana, como si los espaoles o los ingleses estuviesen sobre Pars?

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II LO QUE ACONTECA EN LA PARTE EXTERIOR DE LA PUERTA DE SAN ANTONIO

Se puso Roberto Briquet a mirar con atencin al que le diriga la palabra, y que al parecer estaba entre los cuarenta y cinco aos y pareca adems ser jefe de otros tres o cuatro caballeros que le acompaaban. El examen de Briquet sin duda fue satisfactorio, y le inspir alguna confianza, porque se inclin para contestar al saludo del que haba sabido apreciar la fuerza de sus pulmones, y le dijo: Tenis razn, caballero, pero, me atrever a preguntaros, sin pasar por curioso, a qu motivo achacis que se haya tomado semejante medida vejatoria? Voto a...! respondi uno del grupo, el temor que tienen de que nos comamos a Salcedo. Por vida de Satans! murmur otro; triste condumio1 en verdad. Roberto Briquet se volvi hacia el lado de donde haban salido estas palabras, cuyo acento indicaba algn gascn de no pocos humillos, y divis a un joven de veinte o veinticinco aos, que apoyaba la mano en la grupa del caballo que montaba el que le haba parecido jefe de los dems caballeros. Tena el joven la cabeza descubierta, pues indudablemente haba perdido el sombrero durante el anterior desorden. Si bien Briquet se daba el tono de observador, sus observaciones eran cortas; as que, apart rpidamente sus miradas del gascn, a quien no tuvo a bien conceder la menor importancia, para fijarlas en el caballero como la vez primera. Pero ya que se anuncia dijo que ese Salcedo pertenece al seor de Guisa, no deja de ser un buen bocado. Ca! Conque se dice eso? pregunt el gascn con curiosidad y hacindose todo orejas. S, sin duda, eso es lo que se dice contest el caballero con un movimiento de hombros; pero corren tantos chismes y necedades.. Conque por lo mismo se aventur a observar Briquet, mirando al caballero de hito en hito, y sonrindose con malicia: creis vos que Salcedo nada tiene que ver con el seor de Guisa? No slo lo creo, sino que estoy seguro de ello repuso el caballero. Si Salcedo perteneciese al duque, ste no le hubiera dejado prender, o al menos no hubiera permitido que le llevasen desde Bruselas hasta Pars, atado de pies y manos, sin poner en ejecucin alguna tentativa para libertarlo. Y esa tentativa observ Briquet hubiera sido muy arriesgada, porque al fin, aunque tuviese un xito bueno o malo, puesta en juego por el duque de Guisa, hubiera ste confesado que efectivamente haba sido conspirador contra el duque de Anjou.1

Manjar que se come con pan, como cualquier cosa guisada. 8

Esa consideracin estoy convencido de que no hubiera detenido al duque; y el hecho de no haber reclamado ni defendido a Salcedo, prueba que ste no era de los suyos. No obstante, permitidme que insista en mi opinin, supuesto que no soy yo el que ha inventado las noticias que la confirman: dcese de positivo que Salcedo ha hablado. En dnde? En presencia de los jueces. Seor mo, eso no es verdad; ha hablado en el tormento. Y no es lo mismo? pregunt Briquet con una sencillez que se esforzaba intilmente en hacer que pareciese natural. No es lo mismo, no, seor, ya que debo decir lo que siento: por lo dems, asegrase que ha hablado, enhorabuena; pero no se repite lo que ha dicho. Dispensadme, caballero, se repite y con todos sus puntos y comas. Y a qu se reduce todo? pregunt impaciente el caballero: vamos, ya que estis tan bien instruido, ponednos al corriente de todo. No presumo de tal cosa, caballero, supuesto que de vos espero instruirme de cuanto sucede. As, pues, es preciso que nos entendamos: pretendis que andan de boca en boca las palabras de Salcedo, y he aqu por qu deseo que las pronunciis. No puedo responder de que sean autnticas las que han llegado a mis odos dijo Briquet que se complaca en impacientar al caballero. Pero hacedme saber las que se supone que han salido de su boca. Afrmase... que ha declarado... que conspiraba en favor del seor de Guisa. Contra el rey de Francia sin duda: siempre el mismo cantar. De ninguna manera contra el rey, sino contra Su Alteza, monseor el duque de Anjou. Si ha declarado eso... Qu? pregunt Roberto Briquet. Es un miserable replic el caballero frunciendo el entrecejo. En efecto dijo en voz baja Roberto, pero si ha hecho lo que ha declarado, es un valiente. Ah! Ignoris que los borcegues, los torniquetes de los pulgares y los escalfadores, obligan a los hombres honrados a confesar muchas cosas? Acabis de decir una gran verdad, seor mo contest el caballero lanzando un suspiro. Bah! exclam el gascn que haba escuchado todo, sin tomarse ms trabajo que el de alargar el pescuezo hacia los dos interlocutores. Bah! Escalfadores, borcegues... eso es una miseria. Si Salcedo ha hablado, es un cobarde y su amo otro tal. Hola! Hola! exclam el caballero sin poder contenerse: cantis muy alto, seor gascn. Yo? S, vos.

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Canto en el tono que ms me place, voto al diablo, pese a los que se amostacen2 con mi msica. El caballero hizo un ademn de clera. Paciencia se oy decir al mismo tiempo, sin que Roberto pudiese reconocer de dnde haba salido aquella voz suave e imperiosa a la par. Aunque el caballero trat de contenerse, no pudo conseguirlo del todo, y as pregunt al gascn: Conocis bien los individuos de quienes hablis? Si conozco a Salcedo? S. No,en verdad. Y al duque de Guisa? Tampoco. Y al de Alenon? Menos. Sabis que el seor de Salcedo es un hombre intrpido? Tanto mejor; as morir valerosamente. Y que, cuando el seor de Guisa quiere conspirar, conspira en persona? Qu me importa todo eso? Y que, el duque de Anjou, en otro tiempo el seor de Alenon, ha hecho que maten o dejado matar a cuantos se han interesado por l, como La Mole, Coconas, Bussy y otros? Buen provecho! Cmo! os burlis de lo que digo? Mayneville! Mayneville! exclam la misma voz. Sin duda que me divierten vuestras noticias, pero lo que os digo es que slo me cuido de una cosa, de que tengo que hacer en Pars hoy mismo, esta maana, y que por causa de ese maldito Salcedo se me cierran las puertas. Repito, por tanto, que Salcedo es un truhn as como todos los que con l han dado motivo para que no se hayan abierto las puertas. Ja! ja! Vaya un gascn a toda prueba exclam Roberto Briquet: sin duda vamos a presenciar algn lance divertido. Pero su esperanza qued completamente frustrada, porque el caballero cuyo rostro haba encendido de furor el ltimo apostrofe, baj la cabeza y reprimi su ira. AI fin veo que tienes razn balbuce, malditos sean todos los que nos impiden entrar en Pars. Oh! oh! dijo para s Roberto Briquet, que ni haba perdido las transformaciones del rostro del caballero ni los dos desafos dirigidos a su paciencia: creo que voy a ver una escena mucho ms curiosa que la que esperaba presenciar. Mientras reflexionaba de este modo, se oy un toque de corneta, y atravesando casi al mismo tiempo los suizos con sus alabardas por medio de la muchedumbre, separaron los2

Amostazar: Irritar, enojar. 10

grupos en dos porciones compactas: dichas porciones se alinearon por ambos lados del camino, dejando vaco todo el espacio del centro. Empez a pasearse a caballo de arriba abajo el oficial de quien hemos hecho mencin, y que pareca ser el encargado de vigilar aquella puerta: despus de un momento de examen que tena todas las apariencias de un desafo, orden que tocasen las trompetas, orden que fue ejecutada al momento, produciendo en las masas un silencio que nadie hubiera credo posible en vista de la agitacin y algazara que poco antes reinaban. El pregonero, con su sobrevesta flordelisada y con el escudo de armas de la ciudad de Pars en el pecho, avanz, y desdoblando un papel ley con voz gangosa, peculiar de todos los de su oficio, lo que sigue: "Hacemos saber a nuestro buen pueblo de Pars y de sus cercanas que las puertas permanecern hoy cerradas hasta la una de la tarde y que nadie podr entrar en la ciudad antes de dicha hora: tal es la voluntad del rey, que tendr debido cumplimiento por la vigilancia del preboste de Pars." El pregonero detvose aqu para tomar aliento, y la multitud se aprovech de esta pausa para manifestar su descontento por medio de una larga rechifla, que el pregonero, a quien debemos hacer la debida justicia, sostuvo imperturbablemente sin pestaear. Hizo el oficial una seal de mando y se restableci el silencio interrumpido. Contina el pregonero su lectura sin turbarse ni dar otra muestra de temor, como si la costumbre le hubiera prestado una coraza a prueba de manifestaciones populares, como la que acababa de acoger sus palabras: "De la anterior medida quedan exceptuados los que se presenten con documentos que sirvan para reconocerlos, o los que sean llamados por requisitorias y mandamientos judiciales. "Dado en el prebostazgo de Pars, por orden expresa de Su Majestad, el 26 de octubre del ao de gracia de 1585." Toquen las trompetas. Y obedeciendo esta intimacin, lanzaron al espacio sus roncos aullidos. No bien acab de hablar el funcionario pblico, cuando la multitud agrupada detrs de la lnea que formaban los soldados y los suizos, empez a ondular como una serpiente cuyos anillos se hinchan y se enroscan. Qu significa esto? preguntaban los ms pacficos. Sin duda algn nuevo complot. No, no: las cosas se han combinado de ese modo, para impedirnos, sin duda, penetrar en Pars dijo en voz baja a sus compaeros el caballero que con tanta paciencia haba sufrido las despreciativas rplicas del gascn. Esos suizos, ese pregonero, esos cerrojos corridos, esas trompetas... de todo lo que veis somos nosotros la verdadera causa, y por Dios y por mi nima que lo celebro infinito. A un lado! A un lado todo el mundo! orden el oficial que mandaba el destacamento. No veis que estis impidiendo el paso a los que tienen derecho para que les abran las puertas? Mil diablos te confundan! Yo s de uno que entrar hoy en Pars aunque se interpongan entre su cuerpo y la barrera todos los naranjos del mundo dijo dando11

codazos a derecha e izquierda el mismo gascn, que con sus rudas contestaciones haba despertado la admiracin de Roberto Briquet. Y no tard en ganar el espacio vaco que, merced a los suizos, separaba las dos masas de espectadores. El gascn hizo muy poco aprecio de las envidiosas miradas que se le dirigan. Se plant en medio del camino con arrogancia, haciendo alarde de mostrar, sealados por su verde y angosto jubn, todos los msculos de su cuerpo. Sus puos flacos y huesosos sobresalan tres pulgadas lo menos de las radas mangas: sus ojos eran difanos y sus cabellos amarillentos y ensortijados, bien fuese naturalmente o por casualidad, porque el polvo del camino contribua bastante a su color. Sus pies largos y flexibles aparecan encajados en unos juanetes nervudos y secos como los del gamo, y una de sus manos, una sola, calzaba un guante de piel bordado, que extraaba verse en la precisin de proteger una piel ms basta que la suya, al paso que en la otra se agitaba una vara de avellano. Dirigi unas cuantas miradas a su alrededor, y considerando en seguida que el oficial de quien hemos hablado era la persona ms considerada del destacamento, se acerc a l. El oficial mir al gascn de pies a cabeza antes de hablarle, y el gascn, sin desconcertarse en lo ms mnimo, hizo otro tanto con el oficial. Parece que habis perdido el sombrero... Es verdad contest el gascn. Habr sido ah... entre el barullo... Nada de eso: acababa de recibir una carta de mi querida y la estaba leyendo a orillas del ro, como a cosa de un cuarto de legua de aqu, cuando un remolino de viento se llev con mil diablos la carta y el sombrero. Ech a correr tras de la primera, y eso que el botn del segundo era un verdadero diamante, y logr cogerla, pero cuando quise acordarme del sombrero, me encontr con que el viento lo haba arrojado al ro. Y a qu ro! Nada menos que al de Pars, para que algn tunante haga fortuna con l. Tanto mejor. Pero el resultado es que llevis la cabeza descubierta. Y qu! No se encuentran sombreros en Pars? Yo comprar otro mucho ms elegante y magnfico, y le adornar con un diamante dos veces ms grueso que el que he perdido. El oficial hizo un movimiento imperceptible con los hombros, aunque no con tanto disimulo que dejase de notarlo el gascn. Qu queris decir?... Eh? le pregunt ste. Supongo que trais vuestro pase. No slo un pase, sino dos, si hacen falta. Con uno basta. Calle! Pues no me engao aadi el gascn abriendo los ojos una cuarta: no... por todos los santos del Paraso; no puedo equivocarme; estoy seguro de que tengo el honor de hablar al seor de Loignac. Puede ser contest con frialdad el oficial poco satisfecho al parecer de aquel reconocimiento. Eso es... al seor de Loignac. No lo niego.12

A mi primo... Bien, bien. Y vuestro pase? Aqu est. Y extrajo el gascn del guante la mitad de un papel recortado con arte. Vos y vuestros compaeros, si los tenis, seguidme dijo Loignac sin mirar el papel , a fin de que examinemos esos documentos. Dicho esto, volvi a su sitio cerca de la puerta, y el gascn le sigui. Cinco nuevos personajes se presentaron entonces, y echaron a andar detrs de l. El primero iba cubierto con una armadura magnfica, tan admirablemente trabajada, que cualquiera hubiera credo que acababa de salir de las manos de Benvenuto Cellini; pero como el modelo que haba servido para trabajarla era ya bastante antiguo, su magnificencia ms bien provoc la burla que la admiracin, a la cual debemos aadir que ninguna otra prenda del traje de aquel individuo corresponda a su casi regio esplendor. Detrs del segundo que se adelant segua un escudero canoso, y as como aqul, enjuto de carnes y moreno, pareca el precursor de don Quijote, su domstico poda pasar por el de Sancho Panza. El tercero llevaba entre los brazos una criatura de diez meses y seguale una mujer que se agarraba a su cinturn de cuero, as como se agarraban al vestido de la mujer otros dos chicuelos, de cuatro aos el uno, y de cinco el otro. El cuarto era cojo y se apoyaba en una descomunal espada. Finalmente, como para cerrar la marcha, un joven de agradable semblante avanz en su caballo negro cubierto de polvo, que revelaba su noble raza. Precisado a caminar al paso para no adelantarse a los dems, y acaso satisfecho interiormente por no acercarse demasiado a ellos, el joven se detuvo un instante en el lmite de la lnea formada por el pueblo. Al mismo tiempo sintise detenido por la vaina de su espada y se inclin hacia atrs. El que llamaba su atencin de aquella manera era otro joven de negros cabellos y expresivos ojos, pequeo, delicado y gracioso, que llevaba guantes. En qu puedo serviros, caballero? interrog el primero. Tengo que pediros un favor. Hablad, hablad, pero sed breve, pues ya veis que me esperan. Necesito entrar en la ciudad, caballero; a toda costa es necesario que lo consiga... Me entendis? Vos estis solo y no os vendr mal un paje que honre vuestro parecer. Y qu? Y qu! Favor por favor, hacedme entrar y yo os servir de paje. Gracias; no quiero que nadie me sirva. Ni yo? pregunt el joven sonrindose de un modo tan extrao, que el interpelado sinti que se deshaca la fra armadura con que haba credo guarnecer su corazn. He querido decir que no quiero ser servido. Ya s que no sois rico, seor Ernanton de Carmaignes. El caballero se estremeci al escuchar estas palabras, pero el joven prosigui como si13

nada hubiese notado: Esto significa que no necesitamos hablar de salario, pues, por el contrario, si me concedis lo que os pido, seris recompensado centuplicadamente por el servicio que os deber: dejadme, pues, que ocupe a vuestro lado mi puesto de paje, y tened presente que el que hoy os ruega, alguna vez ha mandado. Venid, venid, pues le respondi el caballero, subyugado por aquel tono de persuasin y de autoridad. Y el joven le estrech la mano, lo cual era harto familiar para un paje, y volvindose en seguida hacia el grupo de caballeros que ya conoce el lector, dijo: Voy a entrar, al fin, que es lo que ms importa: Mayneville, procurad hacer lo mismo de cualquier manera que sea. No basta que entris contest ste; es preciso que l os vea. Tranquilizaos; me ver en cuanto se abra para m esa puerta. No olvidis la seal convenida. Dos dedos sobre la boca. No es esto? S; y ahora, que Dios os ayude. Ea, seor paje grit el del caballo negro. Estamos prontos? Heme aqu, seor respondi el joven saltando con ligereza a la grupa. Su nuevo amo corri a reunirse con los otros cinco, que se hallaban ya presentando sus pases para justificar que tenan derecho a entrar en Pars. Mil millones de demonios! exclam Roberto Briquet, que les segua con la vista: llveme Lucifer si sa no es una verdadera inundacin de gascones.

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III LA REVISIN

No deba ser largo ni muy complicado el examen que deban sufrir los seis individuos privilegiados, a quienes vimos sar de las filas de la multitud para acercarse a la puerta. nicamente se trataba de presentar la mitad de un pase al oficial, quien la comparaba con otra mitad, y si al juntar las dos partes encajaban exactamente y formaban un todo perfecto, no poda menos de reconocerse los derechos del portador. El gascn del sombrero perdido fue el primero que se aproxim. Vuestro nombre? pregunt el oficial. Ah est escrito.,, en ese papel, que tambin contiene otra cosa, segn podis ver. No importa; os pregunto vuestro nombre repiti el oficial con enfado. Lo ignoris por ventura? Lo s perfectamente, con mil docenas de rayos, y si lo hubiera olvidado, vos mismo podrais decrmelo, supuesto que somos compatriotas y aun primos. Decid cmo os llamis, por el alma de Can. Creis que puedo malgastar el tiempo en reconocimientos intiles? Basta, basta: me llamo Perducas de Pincorney. Perducas de Pincorney... murmur el seor de Loignac, a quien en adelante daremos el nombre con que le haba saludado su compatriota. Mirando en seguida el pase, aadi. Perducas de Pincorney, 26 de octubre de 1585, a las doce en punto... Puerta de San Antonio continu el gascn colocando un dedo sucio y seco sobre el documento. Muy bien, est en regla; entrad le dijo el seor de Loignac deseando cortar toda explicacin ulterior con su compatriota. Ahora vos continu dirigindose a otro. El hombre de la armadura adelantse. Vuestro pase? le pregunt el oficial. El seor de Loignac? dijo aqul: no reconocis ya al hijo de uno de vuestros antiguos amigos? No. Soy Pertinax de Monterabeau repuso el joven, admirado. No me habis conocido? Cuando estoy de servicio a nadie conozco. Vuestro pase? El de la coraza se lo dio. Pertinax de Monterabeau, 26 de octubre, a las doce en punto, puerta de San Antonio. Perfectamente; podis pasar adelante. Hzolo as el joven, no sin extraar aquel recibimiento, y fue a reunirse con Perducas. En seguida toc el turno al tercer gascn, que era el de la mujer y los chicuelos.15

Vuestro pase? le dijo Loignac. Su mano obediente se perdi al punto en las profundidades de un zurrn de piel de cabra que llevaba colgando al lado. Pero su empeo no produjo el menor resultado, porque el nio que sostena en sus brazos le impeda hallar el documento que necesitaba. Cmo demonios queris hacer cosa buena con ese mueco? No veis que os estorba? Es mi hijo, seor Loignac. Pues bien; dejadlo en el suelo. El gascn obedeci y el nio empez a berrear. Conque es decir que sois casado? le dijo el seor de Loignac. Para serviros, seor oficial. Y eso que solamente tenis veinte aos... En nuestro pas todos se casan jvenes, como debis saberlo por experiencia, seor de Loignac, pues tambin vos os casasteis a los diez y ocho aos. Basta murmur Loignac: he aqu otro que me conoce igualmente. La mujer se aproxim a l durante el dilogo precedente, y los nios le haban seguido sin soltar el vestido de la madre. Y por qu no nos hemos de casar? pregunt enderezndose y apartando de su morena frente unos cabellos negros que con el polvo del camino y el sudor se haban pegado a ella como una pasta. Ha pasado ya en Pars la moda de casarse? S, seor; est casado y aqu tenis otros dos angelitos que le llaman padre. Pero slo son hijos de mi mujer, seor de Loignac, as como ese mozo alto que veis detrs de nosotros: acrcate, y saluda al seor de Loignac, nuestro paisano. Un mocetn de diez y seis o diez y siete aos, gil, robusto y muy parecido a un halcn en sus ojos redondos y nariz retorcida, se arrim a los interlocutores con las dos manos metidas en su cinturn de piel de bfalo: vesta una buena casaquilla de lana hecha a punto de malla, cubra sus musculosas piernas un calzn de piel de gamuza, y un bigote naciente haca sombra a su labio insolente y sensual. Este es mi hijastro Militor, seor de Loignac, el hijo mayor de mi esposa, que pertenece a la familia de Chavantrade, y es pariente de los Loignac, Militor de Chavantrade, para serviros. Vamos, saluda, Militor. E inclinndose acto continuo hacia el nio que rodaba por el suelo poniendo el grito en el cielo, aadi: Calla, calla, Escipin; no llores, hijo mo. Y sin dejar de hablar buscaba el pase en todos sus bolsillos. Militor, entretanto, obedeciendo la indicacin de su padrastro, salud con un ligero movimiento de cabeza sin sacar las manos del cinturn. Estamos perdiendo un tiempo precioso, caballero dijo por ltimo el seor de Loignac incomodado: presentadme el pase. Ven ac, Lardille, y aydame exclam el gascn avergonzado, dirigindose a su mujer. Apart Lardille una a una las dos manos que tena aferradas por detrs a su vestido, y16

registr el zurrn y los bolsillos de su marido. Buena la hemos hecho! Sin duda se ha perdido el tal pase. En ese caso quedaris arrestados repuso Loignac. El gascn se puso plido, y contest: Me llamo Eustaquio de Miradoux, y pedir recomendaciones a mi pariente el seor de Sainte-Maline. Ah! Conque sois deudo del seor de Sainte-Maline? repuso Loignac con tono ms dulce, verdad es que, si uno les hace caso, son deudos de todo el gnero humano. Vamos, vamos, seguid buscando el pase, pero que lo encontris pronto. Lardille, registra la ropa de los nios grit Eustaquio temblando de clera y de inquietud. Arrodillse Lardille delante de un paquete de modestos efectos, que revolvi mil veces de arriba abajo, aunque sin resultado. El pequeo Escipin prosegua haciendo or a los sordos con sus diablicos gritos, lo cual provena en gran parte de que sus hermanos por parte de madre, al ver que nadie se ocupaba de ellos, se divertan en llenarle la boca de tierra. Militor no deca esta boca es ma, y cualquiera hubiera credo al contemplarle que la familia no haca impresin alguna en su estoico corazn. Qu es eso que veo pregunt el seor de Loignac entre la manga de ese necio y cubierto con una piel? S... s... eso es repuso alegremente Eustaquio: qu queris? Una idea de Lardille que ahora me viene a las mientes: ella es la que ha cosido el pase a la manga de Militor. De fijo para hacerle cargar con algn peso observ irnicamente Loignac. Hasta ahora no haba visto un becerro que tuviese miedo de servirse de sus brazos. Militor tembl de ira, al mismo tiempo que todo su rostro se cubri de un rojo subido. Un becerro no tiene brazos murmur lanzando siniestras miradas, sino patas, como algunos sujetos que yo conozco. Dejemos eso a un lado le interrumpi Eustaquio: ya ves, Militor, que el seor de Loignac nos hace el obsequio de chancearse con nosotros. No por cierto repuso el oficial; no me chanceo, y deseo, por el contrario, que ese gandul d a mis palabras el sentido que verdaderamente tienen. Si fuese hijastro mo le hara cargar con la madre, con el hermano y con el equipaje, hecho lo cual montara yo encima de todo, dejndole la libertad de estirar las orejas para probarle que no es ms que un asno. Militor perdi enteramente los estribos, y Eustaquio demostr una viva inquietud, a pesar de que no pudo menos de dejar conocer cierta alegra al ver humillado de aquel modo a su hijastro. Lardille, con el objeto de vencer cualquiera nueva dificultad que pudiera impedirle la entrada en la ciudad y libertar a su hijo mayor de los sarcasmos, present el pase que haba arrancado de la manga de aqul. El seor de Loignac lo tom y ley lo siguiente: "Eustaquio de Miradoux, 26 de octubre, a las doce en punto, puerta de San Antonio."17

Adelante agreg sonrindose, y cuidado con que dejis olvidado alguno de vuestros feos o bonitos muecos. Miradoux volvi a coger en brazos a Escipin. Lardille se aferr de nuevo a su cinturn, los otros dos nios se cogieron al vestido de su madre, y toda la familia, seguida del mudo Militor, fue a reunirse con los que esperaban junto a la puerta. Malditos de Dios! murmur Loignac entre dientes al ver pasar a Miradoux y a los suyos. Buenos soldados para el seor d'Epernon! Y vos, qu hacis ah parado? Estas palabras se dirigan al cuarto individuo que pretenda entrar en la ciudad. Estaba solo, y derecho como un huso, al paso que con dos dedos sacuda el polvo de su jubn gris oscuro. Su bigote, que pareca formado con pelos de gato, sus ojos verdosos y brillantes, sus cejas, cuyos arcos describan dos semicrculos sobre unos juanetes pronunciados, y por ltimo sus delgados labios impriman a su fisonoma el tipo de la desconfianza y de la artificiosa reserva, peculiar del hombre que oculta su bolsa con tanto cuidado como el fondo de su corazn. Chalabre, 26 de octubre, a las doce en punto, puerta de San Antonio: no hay la menor duda, podis pasar le dijo Loignac. Supongo observ el gascn amablemente que se facilitar el socorro de cajn para gastos de viaje. No soy tesorero, seor mo contest con sequedad el oficial; hasta ahora no ejerzo ms funciones que las de portero. Vamos, andad, andad. Chalabre pas como los otros. Detrs de l se adelant un joven rubio, que al sacar de su bolsillo el pase dej caer un dado y gran porcin de naipes. Dijo llamarse Saint-Capansel, y confirmado por el documento presentado, hall el paso expedito. Tan slo faltaba el sexto personaje que ape de su caballo, habindolo hecho antes el joven que se le haba reunido; present al seor de Loignac un pase en el cual lease: "Ernanton de Carmaignes, 26 de octubre, a las doce en punto, puerta de San Antonio." Mientras el oficial examinaba este documento, el paje procuraba ocultar su rostro, haciendo como que arreglaba el caballo de su improvisado amo. Est a vuestro servicio ese joven? pregunto a Ernanton el seor de Loignac indicando al paje. Caballero oficial respondi el primero, que no quera mentir ni hacer traicin a su protegido, ya veis que est ocupado en arreglar la brida a mi caballo. Muy bien, pasad cuando os plazca repuso Loignac, examinando con atencin al seor de Carmaignes, cuyo rostro y talle le agradaban ms que cuantos hasta entonces se le haban presentado. Al menos se ya es otra cosa murmur con notable complacencia. Ernanton volvi a montar; el paje, sin afectacin y con natural ligereza, le haba precedido, y se hallaba ya mezclado entre los que aguardaban al otro lado de la barrera. Abrid la puerta grit Loignac, y dejad entrar a esas seis personas, as como a las18

que van en su compaa. Pronto, pronto, amo mo dijo el paje; corramos sin detenernos un instante. Ernanton cedi por segunda vez al ascendiente que sobre l ejerca aquel extrao joven, y habindose abierto la puerta aplic espuelas al caballo, y guiado por las indicaciones del paje, se perdi en el centro del arrabal de San Antonio. Mand Loignac que se volviese a cerrar la puerta despus que pasaron los seis favorecidos, aunque con gran descontento de la muchedumbre que esperaba penetrar en la ciudad cumpliendo con la formalidad que se exiga, y que al ver burlada su esperanza manifest ruidosamente su desaprobacin. El to Mitn, que luego de haber corrido por el campo, y recobrado poco a poco su valor, haba vuelto al mismo sitio de donde haba partido, aventur algunas quejas acerca del modo arbitrario con que la soldadesca interceptaba las comunicaciones. El compadre Friard, que haba logrado encontrar a su mujer, refera a su cara mitad las ocurrencias del da, adornndolas con comentarios de su propia cosecha. Los caballeros, por ltimo, a uno de los cuales haba llamado el paje Meyneville, hablaban sobre lo conveniente que sera dar la vuelta a la muralla de la ciudad, esperando con fundamento hallar alguna abertura que les permitiese entrar en Pars, sin necesitar presentarse en la puerta de San Antonio ni en ninguna otra. Roberto Briquet, como un filsofo que analiza y como un sabio que extrae la quinta esencia, conoci que el desenlace de la escena que acabamos de describir, deba efectuarse junto a la puerta, y que las conversaciones particulares de los caballeros, de los ciudadanos y de los paletos de nada le enteraran. Acercse en consecuencia lo ms que le fue posible a una barraquita que serva de habitacin al portero y reciba la luz por dos ventanas, una de las cuales daba vista a Pars y otra al campo. No bien se haba instalado en su nuevo puesto, cuando un hombre que llegaba a la carrera de la parte interior de la ciudad, ech pie a tierra y entrando en la barraca se asom a la ventana. Hola! hola! exclam el oficial. Estoy aqu, seor de Loignac le grit el hombre. Bien. De dnde vens? De la puerta de San Vctor. Qu dice vuestro registro? CINCO. Y los pases? Aqu los tenis. Los tom Loignac, y despus de examinarlos, escribi en una pizarra que pareca preparada al efecto, el nmero 5. Cinco minutos haban transcurrido apenas, cuando llegaron otros dos mensajeros. Loignac les interrog sucesivamente a travs del postigo. Uno de ellos vena de la puerta Bourdelle y presentaba el nmero 4. El otro de la del Temple, con el nmero 6.

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Loignac apunt con gran cuidado los dos nmeros en la pizarra. Estos enviados desaparecieron como el anterior y poco despus aparecieron otros cuatro. El primero, de la puerta de San Dionisio, con el nmero 5. El segundo, de la de Santiago, con el nmero 3. El tercero, de la de San Honorato, con el nmero 8. El cuarto, de la de Montmartre, con el nmero 4. Apareci por fin el ltimo, que llegaba de la puerta de Bussy, tambin con el mismo nmero 4. En vista de esto, el seor de Loignac aline con todo esmero uno despus de otro los nombres y nmeros que siguen; Puerta de San Vctor ........................ 5 Puerta Bourdelle ................................. 4 Puerta del Temple .............................. 6 Puerta de San Dionisio ........................ 5 Puerta de Santiago .............................. 3 Puerta de San Honorato ..................... 8 Puerta de Montmartre ........................ 4 Puerta de Bussy ................................. 4 Puerta de San Antonio ........................ 6 Total, CUARENTA Y CINCO ..................... 45 Perfectamente y Loignac grit con estentrea voz; ahora, abrid las puertas y entre todo el que quiera en la ciudad. Abrironse las puertas, y en un instante, caballos, mulas, mujeres, nios y carretas se precipitaron a ellas con riesgo de ahogarse en el apiamiento que a todos confunda y sofocaba por la estrechez del puente levadizo. En un cuarto de hora desapareci por la vasta calle de San Antonio toda aquella masa popular. El ruido y la algazara se fueron alejando poco a poco, y el seor de Loignac mont a caballo, imitndole los soldados que le acompaaban. Roberto Briquet, que habase quedado el ltimo despus de haber llegado el primero, pas de una zancada la cadena del puente, diciendo para s: Toda esa gente quera ver algo y nada ha visto; yo no deseaba ver nada y soy el nico que he visto algo. Es muy gracioso y muy importante; continuemos... pero, con qu objeto, supuesto que s bastante? Qu ventaja sacar de ver descuartizar a Salcedo? Nada de eso... Por otra parte, he renunciado a la poltica. Vamonos a comer, pues si hubiese sol sealara la hora del medioda, lo cual quiere decir que ya es hora de comer. Dijo y entr en Pars sonrindose con calma y maliciosamente.

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IV EL BALCN QUE OCUPABA S. M. ENRIQUE III EN LA PLAZA DE GRVE

Sigamos hasta la plaza de Grve, a la cual se dirige ese enjambre del barrio de San Antonio; encontraremos sin duda entre la multitud a muchos de nuestros ya conocidos personajes; pero en tanto que todos esos pobres ciudadanos, menos prudentes por cierto que Roberto Briquet, se adelantan codeando, empujando y sacudiendo a derecha e izquierda a los que les preceden, prefiramos transportarnos a la misma plaza, y una vez all, y despus de haber abarcado de una ojeada el espectculo entero que ofreca, traer por un momento a la memoria lo pasado, con objeto de profundizar la causa por medio de la contemplacin de sus efectos. El compadre Friard tena muchsima razn cuando haca subir por la parte ms corta a cien mil el nmero de los espectadores que deban amontonarse en la plaza de Grve y sus inmediaciones para disfrutar del espectculo que en ella se preparaba. Todo Pars pareca haberse citado alrededor de la Casa Municipal, y ya se sabe que Pars es un pueblo muy exacto, y que nunca falta a una fiesta. Efectivamente, aquella lo era y muy extraordinaria, como todas las que consisten en el suplicio de un hombre, que ha conseguido sublevar las pasiones, y a quien unos maldicen y otros ensalzan, nterin le compadecen el mayor nmero. El que consegua penetrar en la plaza, bien fuese por el muelle inmediato al fign3 de la "Imagen de Nuestra Seora" o por los soportales de la plaza de Beaudoyer, distingua desde luego en el centro de la de Grve a los arqueros de Tancnou, teniente de garnacha 4, y a no despreciable nmero de suizos y de soldados de caballera ligera, que rodeaban un patbulo que apenas tena cuatro pies de elevacin. Este patbulo, slo visible para los que le rodeaban de muy cerca, o para los que tenan la suerte de asistir al espectculo desde alguna ventana, esperaba la llegada del paciente, de quien se haban hecho cargo los religiosos agonizantes por la maana, y a quien, segn el dicho del pueblo, aguardaban impacientes los caballos para obligarle a hacer el viaje a la eternidad. Y en efecto, bajo un cobertizo, cuatro vigorosos caballos de casta bearnesa, de rollizos lomos y blancas crines, golpeaban la tierra impacientes y se mordan unos a otros relinchando e inspirando no poco temor a las mujeres. Los cuatro caballos eran potros, y hasta puede decirse que en las frondosas llanuras de su pas natal slo por casualidad haban sufrido sobre sus anchos lomos el peso de algn mofletudo vstago de aldea extraviado. Despus del cadalso, an vaco, despus de los alborotadores corceles, lo que con ms empeo atraa las miradas de aquel inmenso gento era la habitacin principal de la Casa del Ayuntamiento, colgada esplndidamente de terciopelo encarnado, con bordaduras de oro, en cuyo balcn se ostentaba un rico repostero asimismo de terciopelo con las armas reales de Francia. Aquella habitacin era la preparada para el rey, quien desde el balcn3 4

Casa de poca categora, donde se guisan y venden cosas de comer. Vestidura talar que usan los togados, con mangas y un sobrecuello grande, que cae desde los hombros a las espaldas. 21

indicado deba presenciar la ejecucin. Daba la una y media en el reloj de San Juan de la Grve, cuando aquel balcn, parecido al dorado marco de un acabado cuadro, se llen de personajes. El primero fue el rey, aquel Enrique III, plido y casi calvo, a pesar de que slo contaba treinta y cuatro o treinta y cinco aos, con los ojos hundidos en sus rbitas vidriosas y con la temblorosa boca, cuyos labios se hallaban tan sujetos a contracciones nerviosas. Entr silencioso y cabizbajo, con la mirada fija y distrada, a la vez majestuoso y vacilante, original en su traje, original en su apostura y continente, sombra mejor que espritu animado, antes espectro que rey, misterioso siempre incomprensible y nunca comprendido por sus vasallos, que al verle aparecer en pblico, no saban si les tocaba gritar: viva el rey! o si deban pedir a Dios por su alma. Llevaba Enrique un jubn negro bordado tambin de negro, sin condecoraciones ni pedrera: un solo brillante resplandeca en su toquilla, el cual serva de presilla a tres pequeas y rizadas plumas. Llevaba en la mano izquierda un perrillo negro que su cuada Mara Estuardo le haba enviado desde la torre de Londres, y sobre cuya sedosa lana brillaban, como si fueran de alabastro, sus blancos y delicados dedos. Lleg despus de l Catalina de Mdicis, ya encorvada por el peso de la edad, pues la reina madre poda tener en aquella poca de sesenta y seis a sesenta y siete aos, aunque mantena an la cabeza derecha y firme, y lanzaba al travs de sus pestaas fruncidas a fuerza de la costumbre, miradas penetrantes y mortales, pero apareciendo, a pesar de ellas, siempre fra, siempre inanimada, como una estatua de cera cubierta con un velo negro. Al mismo tiempo apareci el semblante suave y melanclico de la reina Luisa de Lorena, esposa de Enrique III, compaera al parecer insignificante, pero fiel en realidad, de sus das agitados y poco felices. La reina Catalina se dispona a saborear un triunfo. La reina Luisa asista a un suplicio. El rey Enrique se dispona a tratar de un negocio. Triple amalgama de intereses que se lean en la altanera frente de la primera, en la frente resignada de la segunda y en la sombra y arrugada frente del tercero. Detrs de estos ilustres personajes, a quienes el pueblo admiraba, no obstante contemplarlos tan taciturnos y tan plidos, llegaban dos hermosos jvenes: uno de ellos apenas tena veinte aos, y el otro veinticinco a lo ms. Iban asidos del brazo, a despecho de la etiqueta, que prohbe a los hombres delante de los reyes, lo mismo que en la Iglesia delante de Dios, apegarse a las cosas de la tierra. Los dos hermanos, pues lo eran, se sonrean, el ms joven con inefable melancola, y el mayor con encantadora gracia: ambos eran bellsimos y de elevada estatura. El menor se llamaba Enrique de Joyeuse, conde de Bouchage, y el otro el duque Ana de Joyeuse: poco tiempo antes slo era conocido en la corte por el nombre de Arques, mas el rey Enrique, que le quera entraablemente, le haba nombrado par de Francia erigiendo en ducado-paira el vizcondado de Joyeuse. No senta el pueblo contra este favorito el odio que en otro tiempo le inspiraran Maugiron, Quelus y Schomberg, odio que nicamente d'Epernon haba heredado; por consiguiente acogi al prncipe y a los dos hermanos con discretas aunque lisonjeras22

aclamaciones. Enrique salud gravemente y sin sonrerse a la multitud y dio un beso a su perrillo en la cabeza, despus de lo cual se dirigi a los jvenes con la mirada y dijo al mayor de ellos: Ana, ven, y recustate sobre el tapiz para no cansarte tanto en estar de pie, porque este negocio ser largo probablemente. As lo espero le contest Catalina; negocio largo y provechoso. Madre ma, creis que por ltimo hablar Salcedo? le pregunt Enrique. Espero que Dios confundir de ese modo a nuestros enemigos; y cuando digo nuestros enemigos, entiendo que tambin son los vuestros, hija ma aadi volvindose hacia la reina Luisa, la cual palideci de pronto y fij en el suelo sus hermosos ojos. Mene el rey la cabeza como para revelar las dudas que le asaltaban sobre el particular. Dirigindose en seguida otra vez a Joyeuse, y viendo que ste permaneca en pie a pesar de su invitacin, le dijo: Por qu no haces lo que te he dicho, Ana? Descansa sobre el tapiz o apyate de brazos en mi silln. Vuestra Majestad es la misma bondad, seor respondi el joven duque-, pero slo me aprovechar de tan generoso permiso cuando realmente me sienta fatigado. Y supongo que no nos estaremos aqu hasta que eso suceda, no es verdad? le replic su hermano Enrique en voz baja. Tranquilzate repuso Ana, ms bien con una mirada que por medio de la voz. Hijo mo exclam Catalina, parece que es una especie de tumulto lo que distinguen mis ojos all abajo, hacia la punta que forma el muelle? Qu ojos tan penetrantes tenis, madre ma! S; en efecto; me parece que no os engais. Ah! Qu cansada tengo ya la vista, y eso que an no soy viejo! Seor observ Joyeuse con franqueza, ese tumulto proviene de que el pueblo se ve rechazado hacia la plaza por los arqueros: seguramente porque llega ya el reo. Cuan agradable debe de ser para los reyes dijo Catalina, ver descuartizar a un hombre por cuyas venas corre una gota de sangre real! Al decir estas palabras sus ojos devoraban a Luisa. Ah, seora! perdonad, no digis eso repuso la joven reina con una desesperacin que en vano procur disimular: no, ese monstruo no pertenece a mi familia, ni creo que vuestro propsito haya sido expresar semejante idea. Es verdad que no interrumpi el rey, y estoy seguro de que mi madre no ha querido decir tal cosa. No obstante replic incomodada Catalina, pertenece a los de Lorena, y los de Lorena son vuestros parientes, seora, o al menos as debo creerlo. Ese Salcedo, por lo tanto, es pariente vuestro, y pariente bastante inmediato. Es decir exclam Joyeuse posedo de la noble indignacin que formaba el tipo esencial de su carcter, y que en cualquier circunstancia se declaraba contra el que se atreva a excitarla, sin fijarse en categoras, es decir, que tal vez ser pariente del seor de Guisa, pero no de la reina de Francia. Ah! Estis ah, seor de Joyeuse? dijo Catalina con inexplicable altanera, y23

devolviendo una humillacin en pago de una negativa. Verdaderamente sois vos?... No os haba visto. Seora, aqu estoy, no slo con consentimiento, sino por orden del rey contest Joyeuse, interrogando a Enrique con una mirada. No es cosa tan divertida el ver cmo descuartizan a un hombre, para que yo viniese a presenciar semejante espectculo. Tiene razn Joyeuse dijo Enrique; aqu no se trata de los de Lorena, ni de Guisa, ni mucho menos de la reina, sino de ver cmo queda dividido en cuatro pedazos ese Salcedo, es decir, ese asesino que deseaba matar a mi hermano. De mala suerte estoy hoy observ Catalina recogiendo velas con arreglo a su ms hbil maniobra, supuesto que mis palabras hacen llorar a mi hija, y rer al seor de Joyeuse, a lo que creo. Ah, seora! exclam Luisa apoderndose de las manos de Catalina: es posible que Vuestra Majestad no haya conocido las causas de mi dolor? Ni mi profundo respeto? agreg Ana de Joyeuse inclinndose hasta tocar el silln del rey. Es verdad, es verdad contest Catalina asestando el ltimo golpe contra el corazn de su nuera; ya deba yo tener en cuenta lo penoso que debe seros, querida ma, el ver que as se descubran las maquinaciones de vuestros aliados, los de Lorena, pues aunque no seis cmplice en ellas, no por eso dejar de perjudicaros este parentesco. Oh! oh! exclam el rey, que quera poner a todos de acuerdo; en cuanto a eso hay algo de verdad, porque al presente sabemos ya a qu atenernos respecto a la participacin que ha tenido el de Guisa en el complot. Pero, seor replic Luisa de Lorena con mayor audacia que la que hasta all haba demostrado, Vuestra Majestad no puede ignorar que al sentarme en el trono de Francia me he separado de mis parientes. Ah! grit Ana de Joyeuse, ya veis, seor, que no me engaaba: he ah el reo. Ira de Dios! Y qu fea catadura. Tiene miedo y hablar dijo Catalina. Si no le faltan las fuerzas observ el rey . Ved, madre ma; su cabeza vacila como la de un cadver. Seor repuso Joyeuse; es una figura horrible. Y cmo quieres que sea hermoso un hombre que abriga pensamientos tan feos? No te he manifestado ya, Ana, las relaciones secretas de la parte fsica y de la moral, como Hipcrates y Galeno las comprendan y las comentaban? Es muy cierto, seor, pero no presumo de poseer la ciencia en tan alto grado como vos, y algunas veces he visto que hombres muy feos eran excelentes soldados. No es verdad, Enrique? Joyeuse se volvi hacia su hermano, como para pedirle que aprobase su idea, mas Enrique miraba sin ver y escuchaba sin or, porque estaba absorto en profundas cavilaciones, de modo que el rey contest por l, diciendo: Pero, mi querido Ana, quin te dice que Salcedo no es un valiente? Lo es, sin duda alguna, como un oso, como un lobo, como una serpiente. No recuerdas sus proezas? Pues bien: ha quemado en su casa a un caballero de Normanda, que era enemigo suyo, se ha batido diez veces, ha dejado tendidos a tres de sus contrarios, ha sido sorprendido24

fabricando moneda falsa, y en consecuencia condenado a muerte. Ya ves. Por ms seas agreg Catalina, que se le ha concedido el perdn por haber intercedido el seor de Guisa vuestro primo, hija ma. Las fuerzas de Luisa se haban agotado, y slo respondi exhalando un suspiro. De todo eso deduzco dijo Joyeuse que esa existencia ha cumplido su trmino y debe concluir muy pronto. Por el contrario murmur Catalina, pienso que acabar lo ms lentamente posible. Ah, seora! repuso Joyeuse meneando la cabeza veo all, bajo aquel cobertizo, cuatro caballos que se impacientan, y no me parece que a su fuerza puedan resistir mucho tiempo los msculos, tendones y cartlagos del seor de Salcedo. Pero mi hijo es muy misericordioso aadi Catalina sonrindose de un modo que le era peculiar, y ordenar que los ayudantes tiren poco a poco. Sin embargo, seora repuso la reina con timidez, me pareci que esta maana decais a la seora de Mercceur que ese infeliz no sufrira ms que dos tirones. S, en verdad, con tal que se porte bien dijo Catalina, en cuyo caso se le despachar cuanto antes se pueda: pero ya habis odo la condicin, hija ma, y yo quisiera, supuesto que os interesis en su favor, que pudierais hacerle decir que se porte bien, puesto que esto puede interesarle. Seor, Dios no me ha dotado como a vos de suficiente fortaleza para que pueda ver sufrir sin conmoverme. Pues bien; no miris, hija ma. Luisa enmudeci. El rey nada haba odo, pues sus ojos estaban fijos en la plaza, porque en aquel momento sacaban al paciente de la carreta en que le haban conducido, a fin de colocarle en el tablado. Durante este tiempo, los alabarderos, los arqueros y los suizos haban ensanchado muchsimo el espacio, de manera que en torno del cadalso se notaba un vaco bastante grande para que todas las miradas pudiesen distinguir a Salcedo, a pesar de la poca altura que tena su fnebre pedestal. Contaba Salcedo treinta y cuatro o treinta y cinco aos, era fuerte y vigoroso, y las plidas facciones de su rostro, en el cual brillaban como perlas algunas gotas de sudor y de sangre, se animaban, cada vez que diriga la vista en torno suyo, con una expresin indefinible, ya de esperanza o ya de angustia. Clav sus miradas al principio en el balcn del rey, pero como no tard en comprender que slo la muerte y no la libertad poda aguardar de aquel lado, las retir al momento. La multitud era el punto que atraa su atencin; all, en el seno de aquel mar tempestuoso era donde sus vidos y ardientes ojos penetraban, al paso que su alma toda entera vagaba melanclica entre sus labios temblorosos. La multitud se mostraba impasible. Salcedo no era un asesino vulgar; perteneca por su nacimiento a una familia ilustre, supuesto que Catalina de Mdicis, tanto ms inteligente en genealoga, cuanto ms pareca desdearla, haba descubierto que circulaba por sus venas una gota de sangre real: adems de esto Salcedo poda tenerse por un capitn de nombrada, pues aquella mano ligada con una cuerda infamante haba empuado una25

fuerte espada, y aquella frente en la cual se reflejaba el terror de la muerte, terror que el reo hubiera encerrado sin duda en el ms profundo pliegue de su alma, a no halagar a sta una esperanza excesiva, haba concebido grandes designios. As es que para muchos espectadores Salcedo era un hroe, y una vctima para otros en no menor nmero; algunos le consideraban realmente como un asesino, pero la multitud coloca con dificultad en el rango de los criminales ordinarios y con mucho trabajo anonada con su desprecio a los hombres que han intentado cometer esos grandes asesinatos, que menciona el libro de la historia. De boca en boca corra, pues, que Salcedo perteneca a una raza de guerreros; que su padre haba combatido encarnizadamente contra el cardenal de Lorena, lo cual le haba proporcionado una muerte gloriosa en la carnicera de la noche de San Bartolom; que olvidando algn tiempo despus el hijo aquella muerte, o sacrificando ms bien su resentimiento a ciertas ambiciones que siempre despiertan las simpatas del populacho, haba celebrado tratos con la Espaa y con los Guisas para aniquilar en Flandes la naciente soberana del duque de Anjou, al cual aborrecan en extremo los franceses. Citbanse sus relaciones con Baza y con Bolouin, autores supuestos del complot que pudo haber quitado la vida al duque Francisco, hermano de Enrique III, y la astucia que haba puesto en juego durante los procedimientos para evitar la rueda, la hoguera o la horca, sobre cuyos suplicios humeaba todava la sangre de sus cmplices. l nicamente haba logrado, segn decan los loreneses, por medio de revelaciones artificiosas y falsas, alucinar a los jueces hasta tal punto, que el duque de Anjou, con el objeto de que declarase ms, prorrog su muerte y le hizo transportar a Francia en lugar de mandar que fuese decapitado en Amberes o en Bruselas. El resultado en verdad era el mismo, pero en aquel viaje, objeto principal de sus revelaciones, Salcedo lo esperaba todo de sus partidarios: por desgracia para l haba contado sin el seor de Believre, quien, como encargado de tan precioso depsito lo haba custodiado con tanta escrupulosidad, que ni los de Lorena ni los de la Liga pudieron aproximarse. En la crcel haba esperado Salcedo, haba esperado en el tormento, en la carreta, y una vez en el cadalso, esperaba todava. No le faltaban por cierto valor y resignacin, pero era uno de esos hombres tenaces que se defienden hasta el ltimo suspiro con aquella obstinacin y vigor que la fuerza humana no logra apagar. Observaba el rey lo mismo que el pueblo aquel pensamiento incesante de Salcedo, y Catalina, por su parte, estudiaba con ansiedad el ms pequeo movimiento del desdichado paciente, a pesar de hallarse a mucha distancia para seguir la direccin de sus miradas. En cuanto lleg el reo, se levantaron como por arte de encantamiento hileras completas de hombres, de mujeres y de nios que se sobreponan unas a otras entre aquella muchedumbre inmensa, pero cada vez que sobre el nivel oscilante, ya medido por las ojeadas escudriadoras de Salcedo, apareca una cabeza nueva, la analizaba en un segundo, que poda pasar por el examen de una hora, tratndose de una organizacin sobreexcitada, cuyas facultades centuplicaba el tiempo, extremadamente precioso en aquella ocasin. Apagado ya aquel rayo de su mirada que haba dirigido al rostro desconocido, Salcedo volva a quedar triste, sombro, procurando buscar hacia otro lado algn objeto que llamase su atencin. Mientras tanto, el verdugo haba comenzado a hacerse cargo de l, sujetndole por la cintura al centro del tablado. Obedeciendo una seal de Tanchou, teniente de garnacha,26

que presida la ejecucin, dos arqueros haban atravesado por medio de la multitud para conducir a la plaza los caballos preparados. En otra ocasin, tal vez no hubieran podido dar los arqueros un paso por medio de aquella masa compacta, pero la gente saba lo que iban a hacer los arqueros, y por lo mismo se abra y se apiaba como los comparsas de los teatros para dar paso a los actores encargados de los principales papeles. Un ruido que se oy en la puerta del real aposento llam la atencin, y alzando el ujier la tapicera hizo saber a Sus Majestades que el presidente Brisson y cuatro consejeros, entre ellos el relator del proceso, solicitaban tener el honor de hablar un momento al rey con motivo de la ejecucin. Perfectamente contest el rey. Y en seguida dijo a Catalina: Al fin, madre ma, vais a quedar satisfecha. Movi levemente Catalina la cabeza en seal de aprobacin. Que entren esos seores dijo el rey. Seor, concededme una gracia exclam Joyeuse. Habla, y con tal que no sea el perdn del reo... No es eso; hay dos cosas, seor, insufribles para mi hermano y especialmente para m, a saber: los togados y los curas: permtanos, por lo tanto, Vuestra Majestad, que nos retiremos. Te interesas tan poco en mis negocios, seor de Joyeuse, que quieres salir de aqu en una ocasin como sta? Seor, todo cuanto atae a Vuestra Majestad es para m del mayor inters, pero mi organizacin es sumamente delicada, y la mujer ms dbil es, cuando de estas cosas se trata, mucho ms fuerte que yo. No puedo contemplar una ejecucin sin estar malo ocho das, y como soy en la corte el nico que se re desde que mi hermano no lo hace, pensad qu va a ser de ese pobre Louvre, ya tan triste, si se me pone en el magn 5 fastidiarle con mi misma tristeza. As, por merced, seor... Conque deseas dejarme?... exclam Enrique III con tristsimo acento. Seor, no es bastante para vos un espectculo atroz, una venganza y un espectculo que os divierten, sino que adems queris disfrutar de la debilidad de vuestros amigos?... Qudate, Joyeuse, qudate, porque esto promete ser muy interesante. No lo dudo, y temo, seor, que el inters llegue a ser tan grande, que me sea imposible soportarlo. Por lo tanto, espero que me permitis... Y Joyeuse hizo un movimiento como para dirigirse a la puerta. Sea dijo Enrique III suspirando; cmplase tu deseo, ya que mi destino me condena a vivir solo. Y diciendo as se volvi el rey con el semblante abatido hacia su madre, temiendo que sta hubiese escuchado el coloquio que acababa de tener con su favorito. Catalina tena los odos tan finos como la vista, pero cuando no quera or, era ms sorda que una piedra.5

Imaginacin. 27

Durante este tiempo, Joyeuse acerc su rostro al odo de su hermano, y le dijo: Bouchage, cuando veas entrar a los consejeros deslzate detrs de sus largas tnicas y saldremos los dos de aqu. El rey dice ahora que s, mas dir que no dentro de cinco minutos si nos quedamos. Hermano mo repuso el joven, estoy rabiando por salir de aqu. Bien, bien; he aqu que ya llegan los cuervos; huye, huye, tierno ruiseor. En efecto, no bien se presentaron los consejeros, cuando se ausentaron del balcn los dos hermanos como dos sombras fugitivas. El gran tapiz cubri su retirada, y cuando el rey volvi la cabeza ya haban desaparecido. Dio Enrique un suspiro y bes a su perrillo.

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V EL SUPLICIO

Mantenanse los consejeros con respeto y silenciosos en el balcn del rey, esperando que les dirigiese la palabra Su Majestad. Enrique les hizo esperar un rato, y luego, volvindose hacia ellos, djoles: Hola, seores? Qu novedades hay? Seor presidente Brisson, buenos das. Seor contest el presidente con una dignidad que en la corte se llamaba cortesa de hugonote, venimos a pedir a Vuestra Majestad, pues as lo desea el seor de Thou, que tenga alguna consideracin con el culpable: sin duda puede revelar algunas cosas, y prometindole la vida ser fcil que las declare. Mas no ha declarado ya todas esas cosas, seor presidente? S, seor, en parte; pero, es esto suficiente para Vuestra Majestad? Yo s lo que s. Y no ignora por consiguiente Vuestra Majestad, a qu atenerse respecto a la participacin de la Espaa en el asunto. De la Espaa, s, seor presidente, de la Espaa, y tambin de otras muchas potencias. Pero sera muy importante hacer constar esa participacin. Por eso el rey, seor presidente interrumpi Catalina, tiene el propsito de que se sobresea la ejecucin, si el culpable firma una confesin anloga a sus anteriores declaraciones prestadas ante el juez que lo sentenci al tormento. Brisson interrog al rey con los ojos y con el gesto. En efecto aadi el rey, sa es mi intencin y no quiero ocultarla por ms tiempo; podis convenceros de ella, seor Brisson, haciendo hablar al reo por medio de vuestro teniente de garnacha. No tiene Vuestra Majestad otra cosa que mandarme? Nada ms. Pero nada de variacin en las declaraciones, y retiro mi palabra. Son pblicas y deben ser completas. Est bien, seor. Con los nombres de los individuos comprometidos ? Con los nombres, todos los nombres! Aun cuando esos nombres sean tildados en la declaracin del paciente de alta traicin y sedicin en primer grado? Aun cuando esos nombres fuesen los de mis parientes ms prximos dijo el rey. Se har como Vuestra Majestad lo ordena. Entendmonos, seor Brisson: lo que debe hacerse es suministrar al sentenciado papel y plumas para que escriba su confesin, con lo cual demostrar a las claras que apela a nuestra misericordia y se pone a merced nuestra. Luego ya veremos. Pero, puedo yo prometer algo? Por qu no? Podis prometer sin dificultad alguna.29

Seores exclam el presidente despidiendo a los consejeros: retiraos. Luego salud al rey con respeto y se march tras ellos. Hablar, seor dijo Luisa de Lorena trmula y conmovida, hablar y Vuestra Majestad le perdonar. Mirad cuan lvidos y espumosos estn sus labios. Es que busca alguna cosa dijo Catalina; pero, qu ser? No es muy difcil adivinarlo repuso Enrique III: busca al duque de Parma, busca al duque de Guisa, busca al muy catlico rey mi hermano. Ya se ve que busca; pero, creis que la plaza de Grve es lugar ms cmodo para una emboscada que el camino de Flandes, y que no tengo aqu cien Bellievre para impedir que baje del cadalso a que ha subido por la voluntad de una sola persona? Salcedo comprendi que el rey acababa de mandar que se llevara a cabo el suplicio, y lo comprendi al ver que los arqueros partieron en busca de los caballos, y que tanto el presidente como los consejeros se encontraban en el balcn del rey. Entonces fue cuando mostr su boca la espuma sanguinolenta que not la reina, porque no pudiendo dominar el infeliz la impaciencia de que se hallaba devorado, se morda los labios con rabia. Nadie viene a socorrerme! murmuraba; ninguno de los que me lo han prometido! Son unos cobardes, s, unos cobardes!... El teniente Tanchou se acerc al cadalso y dijo al verdugo: Disponeos para obrar. El ejecutor hizo una seal al otro extremo de la plaza, y vise a los caballos por medio del gento, dejando tras de s una tumultuosa estela que, parecida a la que imprime la nave en el mar, se cerraba apenas pasaban. Esta estela era producida por los espectadores que los caballos en su rpida marcha hacan replegar o atropellaban; pero la muchedumbre, un punto fraccionada, se comprima con nuevo esfuerzo sin ms variacin que la de pasar los que estaban primero a las ltimas filas, porque los ms fuertes llenaban el vaco. Pudo repararse entonces hacia el ngulo de la calle de la Vannerie, despus que pasaron los caballos, en un hermoso joven a quien ya conocemos, el cual salt del guardarruedas, sobre el que haba estado hasta entonces como empujado por un muchacho que apenas tendra quince o diez y seis aos, y que se interesaba sobremanera en aquel espectculo. Eran el vizconde Ernanton de Cairmaignes y el paje misterioso. Pronto, pronto exclam ste al odo de su compaero, penetrad en ese boquete abierto por la multitud, pues no debemos perder un instante. Pero nos van a ahogar repuso Ernanton; sin duda alguna estis loco, amiguito. Quiero ver, quiero ver de cerca aadi el paje con tan imperioso tono, que claramente se echaba de ver que aquella orden sala de una boca acostumbrada a mandar. Ernanton obedeci. Seguid junto a los caballos le grit el paje, no os separis de ellos un instante, pues de lo contrario no podremos llegar. Lo que yo creo es que antes de que lleguemos os harn pedazos. No os preocupis por m. Adelante, adelante.30

Es que los caballos van a reventarme a coces. Coged al ltimo por la cola; nunca cocea un caballo cuando se le sujeta as. Ernanton sufra, a pesar suyo, la influencia extraa de este nio; obedeci, se agarr a la cola del caballo, al paso que el paje se coga a su cintura. Y en medio de esta muchedumbre ondulante como las aguas del mar, espinosa como una zarza, dejando aqu un pedazo de su capa, all otro de la ropilla, ms adelante el cuello de la camisa, llegaron al mismo tiempo que los caballos a tres pasos del tablado sobre el cual Salcedo se entregaba a la desesperacin. Hemos llegado? pregunt el jovencillo casi sin respiracin, cuando sinti a Ernanton detenerse. S, por fortuna repuso el vizconde, porque ya me iban faltando las fuerzas. Nada veo. Poneos delante de m. Ni as tampoco... Qu estn haciendo? Nudos corredizos en los extremos de las cuerdas. Y l? De quin hablis? Del paciente. Revuelve los ojos con furor hacia todos lados como un buitre que avizora su presa. Hallbanse los caballos a distancia proporcionada del tablado, para que los ayudantes del verdugo pudiesen sujetar los tirantes a los pies y a los brazos de Salcedo, que lanz un rugido de len cuando sinti rozarle los tobillos el spero y rugoso contacto de las cuerdas, cuyos nudos corredizos cean ms y ms las carnes. Entonces fue cuando el desgraciado dirigi una mirada indefinible a aquella inmensa plaza, cuyos cien mil espectadores abarc de una vez en el crculo de su rayo visual. Queris hablar al pueblo antes que procedamos a la ejecucin? le pregunt con mucha poltica el lugarteniente Tanchou. Y acercndose a l aadi en voz baja: Vamos... una buena declaracin y contad con la vida. Salcedo le dirigi una mirada que debi profundizar toda el alma de Tanchou, cuyo rostro revel en aquel momento todos sus sentimientos exteriores. No se equivoc Salcedo al conocer que el lugarteniente le hablaba con sinceridad y que cumplira su palabra. Ya estis viendo aadi Tanchou que todos vuestros amigos os abandonan, y que solamente os queda en el mundo la esperanza que yo os ofrezco. Corriente respondi Salcedo, lanzando al mismo tiempo un hondo suspiro. Lo que el rey pide es vuestra confesin escrita y firmada. Entonces desatadme las manos y dadme una pluma: voy a escribir. Vuestra confesin? Mi confesin, s.31

Lleno Tanchou de alegra no tuvo que hacer ms que una seal, pues el caso estaba previsto. Un arquero tena preparados los tiles necesarios; entreg el tintero, las plumas y el papel, que Tanchou puso sobre el tablado. Al mismo tiempo aflojaron cerca de tres pies la cuerda que sujetaba el puo derecho de Salcedo, y le colocaron convenientemente para que pudiese escribir. Sentado al fin Salcedo, comenz por respirar con fuerza, limpindose la boca con la mano y arreglndose el cabello, que humedecido por el sudor le cubra la frente. Vamos, vamos exclam Tanchou, colocaos a gusto y escribir bien todo. Oh! no tengis cuidado respondi Salcedo alargando la mano para tomar la pluma . Estad tranquilo: no olvidar a los que me olvidan. Y al decir estas palabras aventur una nueva ojeada. Sin duda era llegado al paje el instante de mostrarse, porque cogiendo la mano de Ernanton, le dijo: Por favor, tomadme en brazos y alzadme por encima de esta gente que me impide ver. Pero, joven, sois verdaderamente insaciable. Caballero, hacedme an este favor. Abusis demasiado. Necesito ver al sentenciado... No me habis odo? Necesito verle... Ah! Tened compasin... os lo ruego... Aquel nio no era ya un tirano fantstico, sino un nio que demandaba una gracia. Ernanton lo cogi en sus brazos, no sin admirarse de la delicadeza de aquel cuerpo que oprima contra el suyo. La cabeza del paje domin todas las dems, cuando Salcedo coga la pluma despus de haber paseado sus miradas por toda la plaza. Al ver el semblante del joven se estremeci. El paje al mismo tiempo puso dos dedos sobre la boca, y una alegra indecible se revel en el semblante del paciente. Cualquiera la hubiera comparado al gozo del mal rico cuando Lzaro deja caer una gota sobre su lengua rida y seca. Acababa de reconocer la seal que esperaba con tanta impaciencia y que le anunciaba pronto socorro. Salcedo, despus de haber permanecido algunos segundos absorto en sus ideas, se apoder del papel que le ofreca Tanchou, inquieto ya por sus vacilaciones, y comenz a escribir con febril actividad. Ya escribe, ya escribe murmur la multitud. Ya escribe repiti la reina madre con un placer visible. Ya escribe dijo el rey: pues bien, juro que le perdonar la vida. De repente Salcedo se detuvo para mirar otra vez al joven. Este repiti la misma seal, y Salcedo se puso nuevamente a escribir. Despus de un intervalo ms corto interrumpi de nuevo la escritura para volver a mirar. Esta vez el paje hizo sea con los dedos y la cabeza.

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Habis acabado? dijo Tanchou, que no perda de vista su papel. S dijo maquinalmente Salcedo. Pues firmad. Salcedo firm, sin echar sobre el papel la vista, que conservaba invariablemente clavada en el joven. Tanchou alarg la mano para recoger la confesin. Mostradla al rey, al rey nicamente dijo Salcedo. Y dio el papel al lugarteniente, aunque de mala gana y como un soldado vencido que se desprende de sus ltimas armas. Si habis confesado todo ingenuamente le dijo Tanchou, podis vivir convencido de que os salvaris, seor Salcedo. Una sonrisa mezclada de irona y de inquietud anim los labios del paciente que pareca interrogar con ansiedad a su misterioso interlocutor. Mas cansado ya Ernanton, quiso depositar en tierra aquella incmoda carga y abri los brazos: el paje se desliz hasta el suelo. Con l desapareci la ilusin que hasta all haba mantenido el sentenciado. No vindole Salcedo, le busc por todas partes con los ojos y en seguida pregunt fuera de s: Qu vais a hacer? Vamos, daos prisa. Nadie respondi a sus palabras. El rey desdoblaba precipitadamente el papel que contena la firma del reo. Ah! grit ste desesperado. Habrn querido burlarse de m?... No obstante, yo la he reconocido... s... era ella. Apenas hubo el rey recorrido las primeras lneas del pliego cuando se puso plido de indignacin; en seguida exclam furioso: Oh! el miserable! el malvado! Qu hay, hijo mo? interrog Catalina. Hay que se retracta, madre ma; hay que pretende no haber confesado cosa alguna jams. Y luego? Despus declara inocentes y extraos a todo complot a los de Guisa. En realidad balbuce Catalina, si es cierto... Miente repuso el rey, miente como un renegado! Cmo lo sabis, hijo mo? Puede ser que se haya calumniado a los Guisa; puede ser que los jueces, por un exceso de celo, hayan interpretado errneamente las declaraciones. Seora repuso Enrique sin poderse ya contener, yo lo he odo todo. Vos? S, yo mismo. Cundo? Cuando el culpable sufra el tormento: yo me hallaba oculto detrs de una cortina, y no33

he perdido una sola palabra: las que l ha pronunciado no pueden borrarse de mi imaginacin. Pues, bien; hacedle hablar nuevamente por medio del tormento, ya que esto es tan buen expediente; mandad que los caballos le den un tirn. Enrique, sofocado por la clera, extendi la mano, y el lugarteniente Tanchou repiti aquella seal. Las cuerdas estaban ya amarradas a los cuatro miembros del paciente; cuatro hombres montaron en los cuatro caballos, oyronse cuatro latigazos y los cuatro animales fogosos arrancaron en direcciones opuestas. Un horrible crujido y un grito desgarrador estallaron a un mismo tiempo desde el piso de la plaza y desde el cadalso: los miembros del desventurado Salcedo se amorataron estirronse e inyectronse de sangre; su rostro no era ya de criatura humana, sino de demonio. Traicin! Traicin! grit medio muerto. Voy a hablar; quiero hablar; quiero declararlo todo. Ah! Maldito duque... Su voz dominaba los relinchos de los caballos y el murmullo de la multitud, pero se apag de pronto. Deteneos! Deteneos! repiti la reina. Los ojos de Salcedo se haban dilatado extraordinariamente, aparecan fijos y obstinadamente parecan dirigirse al grupo en que el paje se haba presentado: Tanchou segua admirablemente esta nueva pista, pero Salcedo no poda hablar porque era ya cadver. El lugarteniente dio en voz baja algunas rdenes a los arqueros, y stos comenzaron a hacer pesquisas entre la multitud, siguiendo la direccin indicada por los denunciadores ojos de Salcedo. Estoy descubierta dijo el paje al odo de Ernanton; por compasin, valedme, amparadme, caballero; ved que se acercan... Pero, qu es lo que deseis? Huir... No habis conocido que me buscan? Y quin sois vos? Una mujer... ah! salvadme!... protegedme! Ernanton palideci, mas su generosidad triunf al fin del temor y de la sorpresa coloc delante de l a su protegida, le abri paso repartiendo a derecha e izquierda sendos golpes con el puo de la daga, y la llev hasta el ngulo de la calle del Carnero, en donde haba una puerta abierta. El joven paje se precipit hasta dicha puerta que pareca esperarle, y que se cerr tras l. Ernanton no tuvo tiempo ni para preguntarle su nombre, ni el lugar en que volveran a encontrarse; pero el paje, como si hubiera adivinado su pensamiento, le hizo una sea al separarse de l, que equivala a mil promesas. Libre ya de todo compromiso, Ernanton regres al centro de la plaza, y examin con rpida ojeada el cadalso y el balcn regio. Salcedo se hallaba extendido cuan largo era sobre el primero. Catalina apareca de pie lvida y temblorosa en el segundo. Hijo mo dijo por ltimo enjugndose el sudor de su frente, no haras mal en despedir de tu servicio al ejecutor de la justicia. Y eso por qu? pregunt Enrique.34

Mira... mira. Qu queris decir? Que Salcedo solamente ha sufrido un tirn, y sin embargo ha muerto. Porque era demasiado sensible al dolor. No, no! replic Catalina con una sonrisa de desdn por la poca perspicacia de su hijo, sino porque ha sido estrangulado por debajo del cadalso con una cuerda fina en el instante en que iba a acusar a los que le dejaban morir. Haced inspeccionar el cadver por un doctor inteligente, y se hallar en su cuello, estoy convencida, el crculo que la cuerda ha de haber impreso. Tenis razn dijo Enrique, cuyos ojos centellearon un instante: mi primo Guisa est mejor servido que yo. Silencio, silencio, hijo mo! nada de ruido, porque se mofaran de nosotros; tambin esta vez se ha perdido la partida. Joyeuse ha hecho bien yendo a divertirse a otra parte dijo el rey: en este mundo no se puede contar con cosa alguna, ni siquiera con los suplicios. Partamos, seoras, vmonos de aqu.

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VI LOS DOS JOYEUSES

Estos, como ya hemos visto, haban desaparecido durante la escena precedente por detrs de la casa municipal y sin cuidarse de sus lacayos y monturas que quedaban con la comitiva del rey, iban del brazo por las calles de aquel barrio populoso, que entonces estaba desierto, a causa de los muchos espectadores que se haban agolpado a la plaza de Grve. Internados ya en dicho barrio, continuaron andando siempre del brazo, aunque sin hablar palabra. Enrique, antes tan alegre, estaba preocupado y casi sombro. Ana pareca inquieto y como embarazado por el silencio de su hermano. l fue, no obstante, quien rompi primero el silencio. Y bien, Enrique, adonde me llevas? A ninguna parte, hermano mo: voy andando y nada ms contest Enrique, como si se despertase sobresaltado. Deseas ir a algn lado, hermano mo? Y t? Enrique se sonri con tristeza. Oh! Por lo que a m toca me importa muy poco adonde voy. Y no obstante, a alguna parte vas todas las noches replic Ana, porque siempre sales a la misma hora y vuelves ya muy tarde, menos cuando no vuelves en toda la noche. Me interrogas, hermano mo? pregunt Enrique con encantadora dulzura, a la que se mezclaba cierto respeto hacia su hermano mayor. Yo interrogarte? replic Ana: Dios me libre: no investigo secretos que se me ocultan. Cuando lo desees, hermano mo, no guardar secretos para ti. No tendrs secretos para m, Enrique? Nunca, hermano mo, no eres a la vez mi seor y mi amigo? Cspita! Crea que tenas en efecto algo que ocultarme, porque al fin no soy ms que un pobre lego, pensaba que debas contar ante todo con nuestro sabio hermano, esa columna de la teologa, esa antorcha luminosa de la religin, ese docto arquitecto que entiende en los casos de conciencia de la corte, que indudablemente llegar un da a ser cardenal, que siempre ha sido tu confidente, que te oa en confesin, que te absolva y... lo dir? que te aconsejaba, porque los individuos de nuestra familia aadi Ana rindose, son buenos para todo, como ya sabes; testigo, nuestro queridsimo padre. T eres para m ms que un maestro, ms que un confesor y ms que un padre dijo Enrique de Bouchage estrechando afectuosamente la mano de su hermano: eres mi amigo. Explcate, pues, en qu consiste que estando alegre te has ido poniendo triste poco a poco, y que en vez de salir de da no lo haces ahora ms que de noche.36

Te engaas, hermano mo dijo Enrique: no estoy triste. Pues qu tienes? Estoy enamorado. Y esa distraccin? Se debe a que noche y da pienso en mis amores. Pero... suspiras al decrmelo. S. Suspiras t, Enrique, conde de Bouchage, t, el hermano querido de Joyeuse, t, a quien malas lenguas llaman hoy el tercer rey de Francia! Bien sabes que el duque de Guisa es el segundo, suponiendo que no sea el primero: pero t, que eres rico y arrogante mozo; t, que sers par de Francia y duque, como yo, en la primera ocasin que se me presente para alcanzarlo, ests ah enamorado, pensativo y triste? Y eres capaz de suspirar despus de haber adoptado por divisa la palabra Hilariter? Querido Ana, todas esas ventajas que pasaron, todas esas esperanzas del porvenir, jams han pertenecido al nmero de las cosas necesarias para mi felicidad... No soy ambicioso. Eso quiere decir que ahora no lo eres. O, lo que es igual, que no tengo prisa en alcanzar todo lo que dices. En la actualidad tal vez; pero ms adelante volvers a desearlo. Jams, hermano mo. Nada deseo, nada quiero. Haces mal, hermano mo. Cuando uno se llama Joyeuse, es decir, uno de los ms bellos nombres de Francia, cuando se tiene un hermano que es favorito del rey, se desea todo, todo se quiere y todo se obtiene. Enrique baj tristemente la cabeza agitando con triste ademn su blonda cabellera. Veamos dijo Ana, henos aqu bien solos, completamente extraviados, El diablo me lleve! hemos pasado el ro y nos encontramos en el puente de la Tournelle, sin haberlo siquiera notado. No creo que nadie pueda venir a escucharnos en esta playa desierta con el fro que hace, y al lado de estas aguas verdinegras. Tienes que comunicarme alguna cosa seria, Enrique? Nada, nada ms que estoy enamorado, y ya lo sabes, hermano mo, pues acabo de confesarlo. Mas, qu diablo! Eso no es cosa seria dijo Ana dando una patada en el suelo. Tambin yo voto al Papa! estoy enamorado. N