Duna Encantada

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1 | Página Duna Encantada Duna Encantada, dirigida por José Vásquez Peña, con una orientación diferente, es una revista que desde su aparición (1987, Junio) es editada en plaquetas monotemáticas. Está dedicada, exclusivamente, a difundir la literatura iqueña. Han aparecido varios números hasta el año actual (2012). Pueden distinguirse cuatro épocas bien marcadas en su trayectoria: La primera, que abarca desde su aparición, hasta octubre de 1996; en esta etapa aparecen 18 números en su serie mayor: He aquí el listado: 1. Fiesta del Huarango o del árbol en la vendimia. / Jesús Cabel. 2. Ayacucho (Hoy 1984) / Miguel Sevillano Díaz. 3. La soledad como límite para recuperar la palabra que es la vida. / Manuel Pantigoso Pecero. 4. Ica Germinal. / Orfelinda Herrera de Ángeles. 5. Canto a Ica. / Joel Muñoz García. 6. Homenaje Nacional al poeta Nicanor de la Fuente. / Manuel Pantigoso Pecero.

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Duna Encantada

Duna Encantada, dirigida por José Vásquez Peña, con una

orientación diferente, es una revista que desde su aparición

(1987, Junio) es editada en plaquetas monotemáticas. Está

dedicada, exclusivamente, a difundir la literatura iqueña. Han

aparecido varios números hasta el año actual (2012).

Pueden distinguirse cuatro épocas bien marcadas en su

trayectoria:

La primera, que abarca desde su aparición,

hasta octubre de 1996; en esta etapa aparecen 18

números en su serie mayor: He aquí el listado:

1. Fiesta del Huarango o del árbol en la vendimia.

/ Jesús Cabel.

2. Ayacucho (Hoy 1984) / Miguel Sevillano Díaz.

3. La soledad como límite para recuperar la

palabra que es la vida. / Manuel Pantigoso

Pecero.

4. Ica Germinal. / Orfelinda Herrera de Ángeles.

5. Canto a Ica. / Joel Muñoz García.

6. Homenaje Nacional al poeta Nicanor de la

Fuente. / Manuel Pantigoso Pecero.

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7. Dos voces para un ejemplo. / Jesús Cabel y

José Vásquez Peña.

8. Ica Homenaje Esencial. / Augusto Escalante.

9. Danza de los Párpados en la Oscuridad. / José

Vásquez Peña.

10. Ica Telúrica. / Augusto Rojas Gasco.

11. Nazca del mito al rito de la palabra y Líneas de

Nazca. / José Vásquez Peña y Miguel Sevillano

Díaz.

12. El Canto Eterno del Curaca. / José Vásquez

Peña.

13. Aproximación al mundo mítico del hombre

iqueño intemporal. / José Vásquez Peña.

14. Desandar los días. / Miguel Sevillano Díaz.

15. Homenaje al XVI Encuentro de Escritores ARPE-

Ica. / Miguel Sevillano Díaz y José Vásquez

Peña.

16. Hilandero Sur y Derrotero de una voz Gastando

el tiempo. / Miguel Sevillano Díaz y José

Vásquez Peña.

17. El Hipocampo de Oro, abriendo las puertas del

maravilloso universo de la narrativa Fantástica

infanto - juvenil Peruana. / José Vásquez Peña.

18. Silencio para el Maestro. / Juan Contreras Sosa.

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En esta etapa, igualmente, se editó un número de la serie

Eureka, dedicada a la poesía de Javier Nestares.

En su segunda época (1998) se llegaron a publicar

dos números, con el auspicio de la Universidad

Privada Abraham Valdelomar de Ica:

1. Homenaje al XVII Encuentro de escritores de

Literatura Infantil y Juvenil, APLIJ, realizado en

la ciudad de Tacna. / Varios

2. Homenaje la XVIII Encuentro de Escritores y

Poetas ARPE – Ica / Varios

En su tercera época ( a partir del 2004) se dieron a

luz los siguientes números:

1. El Canto eterno del Curaca. / José Vásquez

Peña.

2. Muestra antológica. / Erika Vásquez Miranda.

3. El Señor del Pisco. / Wigberto Peña Pérez.

4. Cantos de Arena. / Augusto Escalante.

5. La vida y casi muerte de Pascual Tipismana.

José Vásquez Peña

6. Desde el espejo de la Paraca. Breve antología

poética. Autores varios

7. Cantata al terruño. Antología. Autores varios.

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8. Homenaje a Vallejo. Autores varios.

9. A orillas del Sauce o el exilio al lejano país de

arena.

10. Eliseo Carbajo, el hombre, la música y el

tiempo.

11. En el nudo de tiempo o el hallazgo definitivo

de la identidad poética

12. Juan Donaire Vizarreta: venero de iqueñidad.

13. El príncipe Chaucato: tradición e imaginación

creativa.

14. Imagen literaria del Cristo de Luren.

15. A la sombra de un huarango: La ironía y el

humor como recurso. narrativo

16. La niña de los ojos más poderosos del mundo.

José Vásquez Peña.

17. ¡Yo tampoco! José Luis Morón Moquillaza.

18. El parral de las ánimas. José Vásquez Peña.

19. El Hijo del Arco Iris. Wigberto Peña Pérez

20. Odisea al país del nunca regreso. José Vásquez

Peña.

21. Ica, apuntes monográficos. Infalible fuente de

iqueñidad o el telúrico retorno a la heredad.

22. Desfile de Zenón sobre las aguas de la muerte.

José Vásquez Peña.

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En su cuarta época (2011) se continua con las

siguientes publicaciones.

23. Manonga arrojada del infierno. José Vásquez

Peña.

24. El cantar del ruiseñor: Permanente elogio

poético - musical a la tierra iqueña. José

Vásquez Peña.

25. El increíble viaje al país de Duna Encantada:

Poesía, encantamiento e identidad cultural.

José Vásquez Peña.

26. Símbolos extraños y Canciones indestructibles:

Recuperación simbólica del universo marino.

José Vásquez Peña.

27. Danza de los Párpados en la oscuridad. José

Vásquez Peña.

28. Nohombre: Fulgurante visión polisémica de la

palabra poética y el acto lúdico. José Vásquez

Peña.

29. El muerto del mango rosado. José Vásquez

Peña.

30. Viaje hacia la realidad. José Vásquez Peña.

31. Aranvilca, el Curaca de la eternidad. José

Vásquez Peña.

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32. El arriero o el principio del camino. José

Vásquez Peña.

33. El camino encantado del amanecer. José

Vásquez Peña.

34. Inesperada tardanza en la cita. José Vásquez

Peña.

Explicitamos que en su cuarta época, urgidos por el reto de la

globalización e imbuidos por la necesidad de la defensa

indoblegable de nuestra identidad cultural, frente a la

globalización cultural, aparecemos en el ciberespacio,

contando para la realización de este proyecto con la

invalorable colaboración del plástico Oscar Paucas, actual

presidente de la ANEA- filial Ica.

En el ínterin, es decir entre las publicaciones ordinarias en

cada una de sus épocas, se han publicado ediciones especiales

de plaquetas, sin numeración, tales como:

- Hada de la Vendimia / José Vásquez Peña

- Despertar / El Vals de tiempo. Miguel Sevillano

Díaz, José Vásquez Peña.

- ¿Se acabó el caminito? / Miguel Sevillano Díaz.

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- Desideratum. / José Vásquez Peña.

- Cabalgando sobre el horizonte. / José Vásquez

Peña.

- Poemas. / Erika Vásquez Miranda.

Igualmente, como información complementaria, cabe acotar

que con el sello de Duna Encantada se llegaron a editar dos

libros:

- La soledad del Viejo Huarango. José Vásquez

Peña. Ica 1988.

- Perrolandia. Juan Donaire Vizarreta. Ica, 1989.

Ica, Diciembre del 2012.

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Danza de los Párpados en la

oscuridad

José Vásquez Peña

as mariposas rojas del sueño

revoloteando sobre sus ideas, en aspas,

eses, círculos. Sueño. Nebuloso

panorama. Su mano aplastando el séptimo

bostezo del amanecer. La perplejidad trepándose

a su rostro. Hiedra blanca. Sueño. Toda ella

asombro, asombro, luego que se desperezó y

me vio fatigado, con los ojos abiertos, muy

abiertos. Su sueño se metió en mi sueño y las

mariposas fueron entonces blancas nubes de

algodón y espuma en el blanquecino cielo de mi

¿pensamiento? dormido. Más allá del asombro

brotaron las palabras y dijo, ajá, qué milagro tus

ojos acostumbrados a mirar el mundo a media

mañana ahora compiten con los ojos de los

pájaros. Solamente falta que chauches como

chaucato. Mujer, respondí, anoche he sentido

que un minúsculo monstruo sigilosamente se

introdujo en mis huesos y después perdióse en

L

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ese laberinto óseo. Cada vez que yo hacía

amagos para conciliar el sueño, el endemoniado

tronaba mis huesos, mis articulaciones,

despertándome. Así me mantuvo en vigilia todo

el tiempo. Entonces pensé, lo que me sucede no

puede ser verdad. Esto definitivamente es una

terrible pesadilla, tengo que buscar la manera de

salir de ella, José Vega Veguita, en mejores

épocas, me había recomendado, muérdete

fuerte la punta de la lengua, es el mejor secreto

para lanzar la pesadilla lejos del umbral de la

conciencia. Hazlo y verás que pronto volando

sobre el níveo lomo de Pegaso, regresarás desde

la realidad onírica. Así lo hice, pero nada. No

encontraba la puerta para salir del maldito

sueño. Ese ni otros recursos dieron resultado y

sólo cuando agoté mis esfuerzos, entendí lo

incomprensible. Era realidad laberíntica y no

transparente sueño. Lo que cuento empezó ¡vaya

a saber cuándo! Desde ese perpetuo momento

no he podido fugar de esa cárcel con barrotes de

luz. ¿Habrá escape posible? Desesperación.

Angustia. Tiempo que discurre. Nuevamente

desesperación, hasta que ayer realicé un

experimento seductor, decidí apretarme el

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cuello, fuerte, fuerte, para comprobar si por

asfixia podía dormir y sobre todo para arrojar al

diminuto engendro por la vértebra atlas, ahí lo

sentí, lo quise expulsar antes que su voracidad

corroyese mi cerebro. Evocación. Oigaoiga.

Evocación. Despacio, colóquenlo en la cama.

Visión borrosa, un mandil blanco con un

estetoscopio, reluciente, mi nariz se refleja en el

disquito en que termina la finísima manguera

como trenza fina de mujer. Algo frío se posa en

mi pecho desnudo, presiona, golpe de dedos,

presiona, avanza sobre mi corazón, presiona.

Una voz ¡ejem! Está bien. Otra vez el golpe de

dedos. Lo siento ahora sobre mis pulmones,

presiona, se retira. ¡Liberato! ¡Liberatooo!

Escucho, en este momento, voces lejanas, casi

inaudibles. Mi cuerpo sigue manteniéndose

rígido, no obedece al mandato de mi cerebro.

Oigo como si alguien con reiteración me

llamara, despierta, despierta. ¡Despierta! Pero yo

no estoy dormido. Hace mucho tiempo que no

sé lo que es dormir. La gente no quiere

comprender que permanezco ya por años

insomne. Y cada amanecer, cuando salgo de

casa, me preguntan ¿dormiste bien, Liberato

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Luces? Como siempre no he cerrado los ojos,

respondo. Retrucan: Tu cara lo dice, has

dormido bien… no lo niegues. Entonces para no

contradecir, asiento. En verdad lo que ha

sucedido es lo siguiente, en sus primeros

tiempos, la obligada vigilia era extenuante,

después mi organismo se adecuó a ese ritmo de

vida y la falta de sueño, a partir de ese instante,

ya no me afectó. Para que ello suceda corrió

mucho tiempo. Corrieron y crecieron los

rumores, también. Imagínense como sería de

trágica la cosa que cuando los habitantes de la

ciudad, una mañana, supieron que yo había

cumplido veinticuatro semanas sin dormir,

empezaron a buscar culpables de mi desgracia.

Circularon comentarios diversos: seguro que sus

padres y antepasados tienen la culpa, a quien se

le ocurre ponerse el apellido Luces, habrá sido

por pura ostentación, ahora, ya lo fregaron al

pobre Liberato Luces. Luces, luces. Tal vez lo

han embrujado, decían otros. Quizá se está

preparando para la gran maratón del insomne,

aducían los demás. Esos son decires de la gente.

En suma, fueron pensamientos que a mí no me

convencieron. Por eso sigo buscando

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explicación y tratando de vérmelas con Morfeo,

obsesiva idea que me persigue, sin

materializarse, desde la noche en que ese

maldito fenómeno se metió en mis huesos y

recorre todo mi cuerpo, despertándome

abruptamente, cada vez que estoy para

dormirme. Luego de tiempo, cuando comprobé,

con indescriptible desesperación, que mis ojos

no se cerraban más, me dio por pensar en

cuanto hay de cierto en aquello de la

adivinación. Esa madrugada de la definitiva

constatación, antes que nada, evoque las

premonitorias palabras de la hechicera Saturnina

Cahua, que me anunció, llegará el momento en

que mirarás el sol día y noche. Y esos tus ojos

de azabache no podrán cerrarse por el resto de tu

existencia. Consolidó su vaticinio con esta

sentencia, no lo dudes, estoy viendo tu porvenir

con los ojos del alma. Fue aquella vez en que,

aturdido y preocupado, por no haber dormido

diez días con sus noches, decidí viajar al

misterioso caserío de Cachiche a resolver mi

problema. Y el viaje resultó otro sueño. Si, esa

vez soñé olores. ¿Qué raro verdad? Primero un

olor a palmeras, a dátiles. A la derecha, el

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camino, los coposos hurangos, las majestuosas

dunas como telón de fondo del sugestivo

paisaje, elementos que con extraño sortilegio me

subyugaron, distrajeron mi mirada, mientras yo,

percibiendo olor a tierra mojada mezclada con

sudor, fui encontrando la casucha de la

hechicera, ubicada casi en la falda de una

vaporosa duna. Era tan real ese sueño que casi

he llegado a la certeza de que estuve soñando

despierto, mientras caminaba por esas mágicas

tierras. Mirarás el sol día y noche, retumbaban

en mis oídos esas palabras, ya de regreso,

aproximándome a Ica-ciudad, casi cerca del

Coliseo Cerrado. Allí fue que nació mi otra

obsesión: ¿Cómo haré para morir? ¿Moriré

también con los ojos abiertos? Pertinaces

interrogantes que en esa ocasión, en primer

lugar, se me clavaron en las venas; luego,

discurrieron por mi torrente sanguíneo y

alimentaron la duda en mis neuronas cerebrales.

Duda que hasta ahora no despejo. Creo que

sabré la verdad el día que sin cerrar mis ojos, dé

el paso hacia lo desconocido. ¿Cuándo ocurrirá

eso? Lo ignoro. Por lo pronto estoy

desconcertado. Tanto, que no sé dónde me

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encuentro, ni qué me hacen. Si permanezco

despierto hace mucho tiempo, cómo es que

escucho, lejanamente, que hay un grupo de

gente empeñada en hacerme despertar. Hasta

suplican ¡Diosito lindo que despierte Liberato!

Siento unos tubos delgados, largos, que entran

por mi boca, pasan por mi esófago y depositan

líquido en mi estómago. Me estoy ahogando.

Advierto, ahora, que otros tubos ingresan por mi

nariz y llevan aire a mis pulmones. ¿Por qué

será? Claro, lo que sucede es que hasta el aire ha

encarecido en este país de mierda y como

medida de reajuste económico lo están

suministrando por gotas, gotas, gotas. Mi

cuerpo se arquea, es una náusea gigante, quiere

levitar, dejar la cama, pero logro domeñarlo

como a potro salvaje, lentamente, hasta que

vuelve a seguir el ritmo de mi respiración. La

adivina me dijo… ¡Eso ya lo recordé, estoy

volviéndome loco! Me relajo, trato de

concentrar mi pensamiento. Encuéntrome en ese

trance cuando aparece ante mí, tamaña boca,

seguida de millones de niños, boca angustiada

de niños pobres, pretendiendo engullir

alimentos, los mismos que esquivos e irónicos

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se pierden en el espacio, elevándose más y más.

Contrasta con esa enorme boca hambrienta, una

boca pequeña, que haciendo un mohín de

alegría, alegría de pocos niños, expresa

satisfacción, luego de comer ingentes

cantidades de alimentos. ¿Sueño? ¿Realidad? El

olor de una crema de apio llega a mí de

improviso. Eso huele a dieta. Pero que me puede

importar la comida si yo sigo insomne,

preocupado, sin apetito. ¿Qué haré? ¡Mis ojos

no se cerrarán más! No podré morir tranquilo.

Dicen que cuando uno muere con los ojos

abiertos es señal que se llevará a la otra vida a

varios familiares o allegados. No, con esa

difundida superstición, mi gente no me dejará

morir. Y si acaso muriera, mujer, me apresuro a

devolverte la eternidad que me prestaste con tu

cariño.

- Silencio… Ya despierta, pensé que no

superaría el estado de coma – el médico

con su impecable mandil blanco.

Prosiguió

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- Aún no podrá tomar la instructiva al

fallido suicida… Señor Juez… Sigue my

grave.

Los suaves colores de la sala de cuidados

intensivos, se refugiaron en los tenues ojos de

Liberato Luces.

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Aranvilca, el Curaca de la Eternidad

José Vásquez Peña

n esa realidad pictórica la paraca empañaba el

paisaje; envolvía, el espacio y el tiempo, como un

torbellino sin final. El óleo de cinco por cuatro

metros, desde su marco tallado en plata, era imponente.

Su plenitud cromática -lo más sobresaliente del cuadro-

posibilitaba una explosiva sonoridad de colorido que

involucraba a los protagonistas y al motivo de la pintura.

Les daba tal verosimilitud que hasta supuse que ésa era

la verdadera realidad. Observábase, en él, un manejo

surrealista de los colores. Hasta me atrevería a decir que

el artista, virtuosamente, había logrado plasmar el exacto

color y sabor del sueño. Claramente se apreciaba que el

pintor era una proyección del espíritu de eximios artistas

como: los yungas, los paracas, los nazcas. No soy muy

inclinado a ponderar una obra de arte. Pero esta era

diferente. Me dejó alelado. Ejercía sobre mí una

irresistible atracción. Desde su título, El Canto Eterno

del Curaca, el lienzo, me introducía en un universo

E

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prodigioso. Respiré hondo y pensé: ¿estos parajes

acaso no son iguales a aquellos juegos borgianos que

dislocan nuestra conciencia y arrasan con la noción

espacio-temporal? Antes de llegar al éxtasis

contemplativo, pude avistar al Curaca con su típica

vestimenta pre-incaica. Sus brazos ataviados con

brazaletes de oro, extendidos hacia el infinito, en señal

de oración; su adusta faz cetrina, denotando fiereza y su

colosal estatura, detallaban un primer plano, rodeado de

extrañas dunas y huarangos. De otra perspectiva

pictórica, un mar superpuesto, poblado de carabelas,

desembarcaban, pareciera que de un tiempo posterior,

centauros barbudos, empuñando una espada, en una

mano; y en la otra, una cruz. Su expresión era elocuente,

daba la impresión que gritaban: Santiago…Santiago.

Ellos, los centauros del fin del imperio inca, se

mostraban eclipsados por la asombrosa presencia del

Curaca Aranvilca, líder y descendiente de la antigua

raza yunga. Al lado, en un plano circunstancial,

desprendiéndose de una nube, los Curacas menores,

prolongando sus cabelleras y sus manos

interminablemente hacia un feto, festejaban la siembra

de la semilla; celebraban, también, el fermento de la

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heráldica rebeldía de nuestra raza yunga. La

admiración me poseyó… lentamente. Fue en ese

instante que exclamé: ¡Por qué los artistas, con sus

obras, almacenarán así el pasado! Sentí un ruido cerca

de mí… ¿un golpe? Pero sentí que la conciencia no me

abandonó. De improviso se me nubló la visión. Luego,

creí encontrarme en un sueño o realizando un viaje, que a

diferencia de los muchos que realicé durmiendo; éste, se

producía en pleno estado de vigilia. A partir de ese

instante, el tiempo, se doblo ¿o desapareció? La duda me

atrapó. Ya no sabía si ahora era ahora y aquí era aquí: o

ahora, era entonces; y aquí era allí. O sea, insólitamente,

me cercioré que en los otros planos del cuadro, el tiempo

ya no era tiempo, era espacio, y... caminos. Muchos

caminos. Convengo en que, desde ese segundo, empecé

a introducirme en un laberinto pictórico. Los vivísimos

colores utilizados, eran tan reales, que mis retinas se

tiñeron de rojo brillante; y el olor de aceite de linaza,

convirtióse en olor a huarangos de ruinosas cortezas

que escoltaban otro camino, desde el cual sustrajeron

sutilmente mis pasos. Fue allí ¿creo? que contacté con un

extraño paisaje de: dunas, huarangos y tiempo inédito.

La paraca, otro elemento avistado en el panorama, me

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sitió. Percibí un rumor de siglos, y una voz,

repentinamente, asaltó mis oídos. Fue entonces que desde

la orilla de otro sueño, Aranvilca me miró fijamente,

para luego hablar: ¡Otra vez he nacido, dónde estoy!

Dijo. Su voz desplazóse cual hoja impelida por la

suavidad de la paraca, inaugurando la nueva vida.

¿Dónde está el tiempo, dónde está el espacio? Continuó.

Sus palabras se agigantaron; tanto, que fueron advertidas

por las dunas inmensas, que celebraban ya el nuevo

nacimiento de Aranvilca, danzando animadas, alegres,

incitantes. Todo esto sucedió a un palmo de mi cara.

Naturalmente, ésa voz, se hizo palabra viva,

persuadiéndome que yo irremediablemente estaba

integrado ya a esa atmósfera; era parte de ese cuadro.

No me explico qué sucedió, pero me persuadí: ése

segmento de realidad constituía ya una más de mis

vivencias. Miré detenidamente a Aranvilca. Colegí, por

su expresión, que él en ese momento sintió que un

lejano e infinito cansancio le sacudía. Era la fatiga

ocasionada por el permanente vivir y morir; por el

constante morir y vivir. Oí que musitaba, fastidiado: ¡Oh,

otra vez he nacido a la vida perecedera! Pero digo –

dijo- yo soy la encarnación del mito; provengo de Kon,

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dios/hombre, dios sin huesos, incansable, veloz, alado

caminante, que acortaba los caminos, haciendo decrecer

las montañas y elevar los desiertos, sólo con su voluntad

y con su palabra. Estoy convencido que lo prodigioso

me viene desde los inicios del universo, proviene de

Kon, creador de mundos, que le confirió a esta tierra, de

enormes dunas, un singular encantamiento.

Reponiéndose del evidente cansancio, tomando nuevos

arrestos, prosiguió: Andando el tiempo, hasta Inkarri,

nutrióse de mis cualidades, aprendiendo a: convertirse

en piedra, a desaparecer, a dominar el tiempo, hasta

lograr ser más viejo que él. Por eso, erigid cantos sobre

mí. Erigidlos, descendientes, aunque sólo sea con sus no

nacidas y borrosas imágenes en el firmamento de mi

vida. Erigidlos, ancestros, aunque sólo sea con sus

sombras de tiempo. Sólo así serán dignos de que yo me

reencarne en ustedes o de que sea su reencarnación. El

soliloquio se detuvo. Las últimas palabras, fueron

silabeadas, enfáticamente. Se instauró el silencio.

Entonces fue que me acordé. ¡Vaya recuerdo! ¡Yo no

pertenecía a esa realidad! Empecé a titubear. La extraña

realidad se impuso. Me envolvió, nuevamente. Me orilló

a aceptar que yo era, definitivamente, una tesela de ese

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paisaje. Pero antes que los hechos me hicieran abrigar

la absoluta aceptación de convivencia con esos tiempos,

Aranvilca me preguntó: ¿De dónde vienes? De lejos, o

tal vez de mi mismo, contesté. A las márgenes del día,

caía la lluvia. Caían voces. Caían ruidos, que nacían y

se diluían. Caía tiempo y tiempo. El paisaje variaba.

Oscuro atrás, oscuro adelante. Al lado de la noche,

Aranvilca, seguía hablándose: Otra vez he nacido,

aunque he tenido que desandar una ruma de años. Otra

vez he sentido que mis cenizas han sido esparcidas por la

paraca, como hojarascas color arcoíris; y ellas, han

volado, como antes, hacia todos los rumbos del horizonte

dilatado. Otra vez tendré que acudir a la memoria de los

sueños. Si él hubiera sabido que su cabalgata de sueños

y sus palabras, eran la anticipada visión de sus muchas

vidas posteriores, hubiera comprendido quizá cuál era su

misión en esta vida: nacer mil veces o más, del vientre

de la tierra en el desierto de Yauca. Hubiera intuido, al

menos, que desde allí el tiempo inmóvil le habría de

otorgar muchas vidas más, enfundándolo en la piel de

otros líderes para enfrentar siempre al invasor; sea éste,

el fiero Inca, o Zenón el fantasma del opresor español; o

ahora, en estos tiempos, resistir frente a los predicadores

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de la utopía de la globalización. Hubiera entendido que

su sino era resurgir, cíclicamente, manteniendo intactas

la raíces de nuestra identidad cultural, enarbolando el

espíritu del triunfo, hasta una nueva vida. Él no lo sabía.

Pero lo digo Yo, que he viajado a mis raíces. Eso lo sé

ahora. Cómo no lo supe antes, me dije. Prontamente, me

enfrasqué en reflexiones como estas: ¿Habré encontrado

la llave del arcano? O ¿Habré dominado el tiempo?

Estas cogitaciones, fueron convirtiéndose en visiones.

Entonces, pude ver que al otro lado de la alameda de los

huarangos, apareció otro camino. Al notar mi propósito

de encaminarme por él, los Curacas menores, me

advirtieron: No vayas, no sabes que más allá está el

sueño absoluto. Desistí. Me propuse más bien, fijar el

momento exacto en qué había empezado a transitar por

esta fracción de siglos. En eso estaba, cuando sentí que se

¿nublaba o aclaraba? el paisaje. Volví a percibir olor a

aceite de linaza y aguarrás, confundido con olor a alcohol

empapado en un algodón que acercaban a mi nariz. - Para

que se reanime, decían. Oí correrías, gritos,

desesperación. Voces: La arista del marco de plata le

cayó de golpe en el tabique nasal. Llévenlo al hospital.

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Luego de un tiempo ¿o de varios? Me quitaron las

vendas. Dejé de tener la cara enfardelada.

El Galeno acercándome un espejo, dijo:

- Le tuvimos que operar, para contenerle la hemorragia.

¡Mírese cómo ha quedado!

Al hacerlo, grité asombrado:

- ¡Aranvilca ha pintado su rostro en el mío!

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El muerto del mango rosado

José Vásquez Peña

I

La búsqueda fatigó sus pasos. Los rastros de sus viejos zapatos

convoyaban su cansino caminar. Siguiéndolo o precediéndolo, éstos le

señalaban el derrotero a seguir en el vericueto de innumerables rastros

que perdían vigencia, fundiéndose con los polvorientos caminos.

El calor circundaba su cuerpo. Ígneos anillos estimulaban sus glándulas

sudoríparas. Su modesta camisa de costalillo de harina se poblaba

gradualmente de lagunas que amenazaban convertirse en lago.

Un vaho ardiente de invisible geiser, emergía de la tierra en implacable

persecución. Belisario Huamán tenía la plena convicción que éste le

acompañaba constantemente como si estuviera en todas partes:

- Será ubico peé. Así llaman los curas a lo que está en todas

partes. – dijo para sí.

Belisario, mocetón fuerte y entusiasta, aupado en el limbo de la

pubertad y la juventud accedía a la edad de la responsabilidad

campesina. En ese momento, recorría premioso, la fanegada de

extensión del Fundo San Andrés.

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Buscaba, afanosamente, a su tío Benjamín y a su primo Santos, para

comunicarles que los abuelos ordenaban que ya no recogieran más

algodón en la poza del piano, pues se habían completado las arrobas

necesarias para la venta semanal.

Los ubicó, luego de intenso trajinar, en la parte alta de un árbol,

empeñados diligentemente en colocar, lo más alto posible, un amorfo

objeto metido en un costal. Lo lograban, en ese instante.

Ante su presencia, mostrándose turbados sin exhibir pánico, presurosos

le endilgaron una explicación.

- Murió en forma casual, luego de un forcejeo que se inició con

nuestra intención de capturarlo – le dijeron, emulando una “incentivada”

declaración policial.

- Le sorprendimos, anoche, robando algodón en la poza larga.

Corrimos tras él hasta darle alcance y en ese momento, al atenazarlo

para evitar que escapara, sentimos una detonación apagada, proveniente

de su cuerpo, que se acalló sólo cuando su humanidad entera terminó de

desplomarse pesadamente sobre el bordo del ciruelo viejo. ¡No tuvimos

culpa alguna!

Estaban bajo la sombra de una planta de mango rosado, frondoso y

altísimo. Los candentes rayos solares, atravesando su copiosidad, caían

atenuados hasta la debilidad, al igual que delgados hilos de telaraña.

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El enorme tronco del mango con su arrugada y dura corteza –símbolo

inequívoco de su presencia longeva- conservaba señas indelebles del

paso finito de generaciones de campesinos.

Ora, mudo testigo de amoríos perennizados en corazones, atravesados

por las flechas de Cupido, tallados aquí y acullá, adornados con las

iniciales o los nombres de los enamorados, como inmarcesible huella del

amor campesino.

Ora, memoria colectiva, pues contiene tallados de fechas importantes:

nacimientos, matrimonios, muertes.

Asimismo, este árbol de mango, ha prestado, desde sus primeros

tiempos, el más pragmático de los usos: brindar su exquisito fruto a la

par de cobijar al campesino, bajo su agradable y refrescante sombra,

luego de agotadoras sesiones de contacto laboral con la fructífera

naturaleza

Sus ramas se apartan del macizo tronco, con estimable grosor.

Siguiendo infinitas sendas, cual intrincado dédalo, se yerguen en el

espacio, como proyección arbórea de la naturaleza, alcanzando altura

inimaginable. Llegan a la copa sólo delgadas ramificaciones que pugnan

por elevarse aún más lejos de la matriz, en abierta lid competitiva con el

pacay: el coloso de los árboles frutales.

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II

Casi en la copa del árbol divisábase el bulto de regular tamaño envuelto

en un costal de yute.

Benjamín, joven veinteañero, corpulento y temeroso para enfrentar la

soledad, resuelto le dijo a Belisario

- No vayas a decirle a nadie lo que has visto ¡Menos a mi Papá! –

enfatizó.

Señalando con el índice el bulto entre las ramas alojado, continuó

- Ahí está el muerto. Esperaremos algunos días para sepultarlo.

Para entonces nadie lo buscará. ¡No vayas a decir nada! -

repitió.

- Tú, te encargarás que nadie se acerque a este lugar. - Díjole

a Santos, quinceañero de estatura esmirriado, ojos vivaces y tendencia

al seguidismo.

Estas indicaciones fueron el preámbulo a su retiro… Se alejó.

Belisario, quedó petrificado. Un escalofrío recorrió su cuerpo en sentido

multidireccional. Estoy vivo, pensó. Respiraba y exhalaba sudor. El

sentirse cerca a un cadáver, definitivamente le inspiraba terror infinito.

Pasmado, miraba la parte alta del árbol, para comprobar si

efectivamente estaba el muerto allí. Lo comprobó con una furtiva mirada

dirigida al bulto. No era una visión. Era realidad proyectada a su mundo

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psíquico, destrozando estructuras mentales y originando irrefrenable y

pavoroso temor, que secretaba por los poros.

Santos, se marchó también. Belisario, quedó sólo. Intentó caminar para

seguirlo. Sintióse clavado en el suelo, a la vez que desde lo alto suponía

recibir fuerte presión. Tuvo la impresión que el árbol se le venía encima.

La fricción de las hojas impulsadas por el viento, percibida en otra

circunstancia cual sinfonía de sutil textura musical, sentíala como

agónicos llamados del más allá, que lo transformaban en improvisado

médium del desconocido muerto.

Esfuerzo le costó despegar un pie. Luego otro. Caminaba. ¡Camino…

camino! Pensó. El movimiento se demuestra andando.

Le parecía imposible caminar, dada la intensa emoción de miedo que le

embargaba y la sensación de rigidez absoluta que se apoderó de él. Por

momentos sintió que su cerebro no era obedecido por sus músculos;

hasta que paulatinamente todo volvió a la normalidad. El cerebro retomó

su condición de rey de todos los órganos y Belisario dominó nuevamente

su accionar psico-motriz.

III

Subió al bordo. Tomó el camino grande que conducía a su hogar

campestre. Las cenefas de parras se extendían a cada flanco,

configurando un carrusel natural con tramos: rectos, curvos, sinuosos.

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Lentamente recuperó su estado de ánimo normal. El caminar pausado

coadyuvó a lograr ese equilibrio necesario. El camino otras veces se

hacía corto, se había alargado.

Al fin entre platanales, formando escuadra con un cerezo, perspectivose

la casa. Nunca había sentido tanta alegría al divisarla. Esta vez era como

si una enorme piedra se le quitara de encima.

Al entrar, los abuelos, notaron su alterado estado de ánimo e inquirieron

a la vez

- ¿Qué te pasa muchacho, que estás pálido? ¿Te ha sucedido

algo?

Decidió contarlo todo. Pero la mirada prohibitiva de Benjamín lo cohibió.

Fingió.

- Se trata de un vértigo. Voy a descansar. Luego almorzaré.

Permiso.

Durmió toda la tarde. Entre sobresaltos logró descansar, disipando el

temor que le asolaba. A la hora del crepúsculo, salió a la orilla de la

acequia La Toledo a contemplar la caída del sol. Visualizó un espléndido

panorama: una inmensa sábana verde con aplicaciones blancas se

extendía a la distancia. Los vehículos que transitaban por la

Panamericana Sur, veíanse diminutos. Más allá continuaban los

algodonales hasta toparse con los cerros de arena que majestuosos

ponen fin a esta parte del valle.

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En medio de dos altas dunas, agotado, se alejaba el sol, coloreando el

espacio con un rojo encendido que se reflejaba en las nubes; éstas,

debido a este fenómeno adquirían una tonalidad pomo-rojiza.

A la claridad crepuscular advino la oscuridad. Lentamente la campiña se

pobló de entes mágicos que acosan la imaginación de los campesinos.

La noche impenetrable, hizo su aparición. La tensión sufrida durante el

día se incrementó sensiblemente. La persistente idea del muerto

desconocido se hizo fija y constante. A pesar de estar distante del árbol

en que se encontraba, Belisario tenía la extraña sensación que el bulto

pendía sobre su cabeza en todos los lugares.

Avanzó la noche. Belisario estaba recostado en su camastro, en oscuras,

con los ojos abiertos. Pensando. Pensando. ¿Cómo lo harán

desaparecer? ¿No ocasionará problemas con la policía este suceso?

Interrogantes insolubles. No se le ocurría forma alguna para resolver el

problema. Sopor. Sueño profundo.

IV

Al día siguiente se semi-despertó temprano. Soñoliento. Ojeras

enormes rodeaban sus ojos como antifaces circulares. La tensión

emocional había disminuido.

Era sábado. Día de venta de algodón. El ruido de un vehículo que

estacionó en la puerta; y el vocerío de los abuelos conversando con el

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comprador de algodón, terminaron de despertarlo. Son cincuenta

arrobas destaradas Les giraré el cheque. Carguen los sacos, escuchó.

Se levantó.

En la salita logra ver que Benjamín llama a un costado y conversa con el

comerciante. Este asiente con la cabeza. Terminaron de cargar los

sacos.

Con premura, Benjamín, dirigiéndose a Belisario y a Santos,

dijo:

- Vamos a dar vuelta a la chacra.

Salieron. Tomaron el Camino con mucha prisa. Belisario, remolón, quedó

atrasado.

Llegaron al mango rosado. Subieron rápidamente. Cogieron el saco.

Bajaron.

Belisario llegó en el momento que tocaban tierra. Pensó: llegó el

momento del entierro. Comienza a temblar. Incontenible temor. No le

dicen nada. Con el costal al hombro, caminan.

Belisario, asustado pregunta:

- Donde vamos.

Benjamín y Santos, no respondan. Avanzan con el pesado bulto.

Cerca de la cruz de Conuca, se divisó la camioneta del comprador de

algodón. Belisario cavila, Se llevará el muerto.

Se detiene distante. Los otros dos avanzan.

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En la camioneta, pesan el costal. Qué raro, soterradamente dijo

Belisario. Observa que le entregan dinero a Benjamín. Regresan.

- Toma tu parte por el silencio - le dijeron, entregándole unos

billetes. Belisario no sale de su estupor. Recibe.

- Era algodón y no un muerto, Te la creíste, cojudo.

Riendo, riendo, continúan hablando.

- Es la sisa que le sacamos al viejo. Si no te mentimos nos

hubieras divulgado.

Retornan a desayunar, perdiéndose en el verdor de la campiña.