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1 Durango. Las versiones diversas. Relatos de viajeros, investigadores y aventureros que pasaron por Durango durante el siglo XIX Antonio Avitia Hernández México, 2016

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Durango. Las versiones diversas.

Relatos de viajeros, investigadores y aventureros

que pasaron por Durango durante el siglo XIX

Antonio Avitia Hernández

México, 2016

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Prólogo

A pricipios de la década de los sesentas del siglo XX, mi hermana Guadalupe y yo,

como niños habitantes de la ciudad de Durango, teníamos autorizado, en las

mañanas de los domingos; después de ir a misa de 8:00, el asistir a una función de

cine de matiné, que invariablemente constaba de TRES PELÍCULAS TRES, mismas

que todos los niños teníamos clasificadas en unos géneros inventados por nosotros

mismos, como: de espadazos, de besos, de vaqueros, de la selva, de romanos, de

miedo, de luchadores, de charros y de canciones, entre otros. Es de considerar que;

en ese entonces, no había televisión, ni videos, ni computadoras, ni internet, ni

facebook, ni teléfonos celulares.

En algunos cines se proyectaban películas nacionales y, en otros, filmes

internacionales. De las cintas internacionales destacaban las de vaqueros; en las

que, en un esquema maniqueo, los enemigos de los protagonistas buenos; lease

blancos, eran los indios; sioux, apaches, pieles rojas o comanches. En otras

películas, las de la selva, los malos eran los negros, aunque también había negros

buenos y sumisos, que obedecían a los blancos; sobre todo en las películas de

Tarzán, que tenían lugar en el exótico continente Africano. Lo exótico era todo

territorio que no pertenecía al continente europeo ni a los Estados Unidos y los

personajes que no eran de raza blanca, incluidos los mexicanos.

En las películas de Tarzán, casi invariablemente, el problema, al principio de la cinta,

era, para los exploradores o los viajeros ingleses, europeos, o gringos; buenos y

superiores; el llegar a los más intrincado de la Escarpa Mutia. Ese lugar en el que

vivía Tarzán y en cuyo camino los negros porteadores se caían en los precipicios

junto con la preciada carga que transportaban sobre sus cabezas. En las películas,

no importaba mucho que uno o varios porteadores negros se cayeran a los

precipicios, fueran devorados por las fieras o asesinados por los guerreros de las

tribus salvajes, o que estos se los comieran. Total, no eran más que negros

porteadores y había muchos, que cantaban sus canciones tradicionales, en las

noches, ante las fogatas.

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Los guías negros inteligentes eran incondicionales de los viajeros ingleses. Y a

nadie sorprendía que Tarzán dominara a las fieras y que fuera temido por los negros

malos y salvajes, con la sola emisión de su extraño alarido, en un inopinado

ambiente de confusión ecológica que ponía a los animales de la sabana, el pantano

y el desierto; todos juntos en el ambiente selvático. De hecho, las películas eran

muy emocionantes, toda vez que sabíamos que los blancos eran los buenos,

aunque alguno de ellos fuera un poco traidor, y los negros caníbales de la tribu eran

los malos.

En los anteriores contextos se nos generó mentalmente una visión torcida de la

realidad mundial y del colonialsimo, en el que los europeos con su religión; católica

o protestante, eran los civilizados y, quienes no eran como ellos, debían ser

civilizados y adoctrinados.

En ese entonces era muy poco usado o muy deconocido el efecto de

distranciamiento escénico creado por Bertold Brecht que, a grandes rasgos,

consiste en que: Al representar, el actor y la trama pueden hacer que el público se

identifique con su papel y la historia que se cuenta, esta identificación posiblemente

conlleva a que los espectadores no racionalicen la acción ni la cuestionen, por lo

que; quienes presencian el espectáculo, pueden ser objeto de manipulación en el

razonamiento, conjeturas, conclusiones y reflexiones intelectuales en torno a la

trama que observan. En cambio, si el actor logra; a la par que interpretar su papel,

distanciarse del público, es decir, romper con el lazo intelectual de la identificación,

el espectador puede tomar conciencia de sí mismo y plantearse, de manera crítica,

los motivos, las acciones y reacciones que mueven a los personajes en la trama.

De esta manera, el observador adquirirá plena conciencia de la pieza y podrá hacer

una clara reflexión de los móviles e intereses que constituyen las razones de las

acciones y parlamentos de los personajes en la acción.

En nuestras funciones de matiné, como niños ingenuos, nunca nos cuestionamos

el hecho de que los indios, o nosotros mismos, podíamos ser los malos, o los

exóticos, para los gringos o los europeos.

Los relatos de viajeros exploradores europeos implicaban el descubrimiento y la

narración del exotismo, es decir; lo perteneciente a un país lejano a la Europa

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anglosajona o los Estados Unidos. Aunque para los habitantes del país al que

llegaban los exploradores, éstos venían, a su vez, de un país lejano.

En mi infancia nunca pensé que el estado de Durango pudiera ser, en algún

momento, un lugar exótico, como lo fueron; para los exploradores Henry Morton

Stanley y David Livingston, las zonas de África que recorrieron con sus porteadores

y guías negros africanos.

El descrubrir que Durango, para los viajeros europeos y estadounidenses del siglo

XIX, pudo ser exótico, fue algo, si bien no sorprendente, más bien si resultó curioso.

Coinciden los relatos de los viajeros europeos por Durango, con las películas de

Tarzán, si bien no tanto con los porteadores, sí con las mulas y la carga que se caen

a los precipicios y que a los viajeros europeos les puede más la carga que la vida

de la pobre mula, o que el viajero considere en segundo plano al o a los guías, qun

cuando su propia vida dependía de ellos. Si bien, en Durango nunca hubo un Tarzán

que, como hombre blanco, protegiera, desde adentro, la vida y bienes de los blancos

visitantes.

Hasta antes de la invención e instalación de los ferrocarriles y los barcos con

motores de vapor, los viajes solo se podían realizar: a pie, a caballo, en vehículos

de tracción animal, o en barcos de vela o de remos. En el estado de Durango los

ferrocarriles solo comenzaron a rodar hasta la décima década del siglo XIX.

A partir de la tercera década del siglo XIX, el territorio durangueño se transformó,

en tanto entidad de la división política de su momento; de ser un trozo de la provincia

novohispana de la Nueva Vizcaya, a ser el estado de Durango, como parte de la

naciente República Mexicana.

Hasta el inicio del siglo XIX, el conocimiento de los recursos, territorio, Geografía,

demografía, organización política, entre otros de la entidad era, casi en su totalidad,

producto de los muy inexactos informes eclesiásticos católicos y de los igualmente

inexactos estudios de la Corona española, los cuales no abarcaban la totalidad del

ignoto territorio y obedecían, en sus intereses, al limitado recuento de feligresía y

sus asentamientos, así como de los lugares de la explotación minera, ganadera y

agrícola.

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El recorrer los difíciles, irreconocibles y poco transitados caminos neovizcainos y

durangueños decimonónicos, se hacía en extremo peligroso, en parte por los

múltiples accidentes de la orografía y también por la constante amenaza del posible

ataque de los apaches y comanches.

A pesar de lo anterior, con diversos motivos que iban desde el espionaje politico, la

ocupación y la acción militar, el recuento de los posibles recursos mineros,

forestales, mineros y agropecuarios, la mera aventura; la investigación

antropológica, botánica y arquelógica, entre otros. En su mayoría, como parte de un

itinerario que incluía diversas partes del país, los viajeros de nacionalidades tan

diversas como: Henry George Ward, Robert William Hale Hardy, Georges Frederick

Augustus Ruxton, que fueron ingleses. Zebulon Montgomery Pike y Albert M.

Gilliam, estadounidenses. Juan José de Oteiza, novohispano. Alfredo Chavero,

mexicano, Carl Sofus Lumholtz, noruego. Ernst Von Hesse Wartegg, austriaco.

Friedrich Adolph Wislizenus y Berthold Carl Seeman, alemanes. Gustavus

Ferdinand von Tempsky, prusiano. Así como: Edmond Guillemin-Tarayre y Eloi

Lussan que fueron de nacionalidad francesa; reportaron los pormenores de su paso

por el Durango decimonónico, a lomo de mula o caminando, con excepción de uno,

Ernst Von Hesse Wartegg, a quien le tocó ya viajar parcialmente en el ferrocarril.

Los criterios para establecer esta antología fueron muy sencillos. Se trata de los

textos de viajeros que hayan escrito sobre su tránsito por el territorio durangueño,

durante el siglo XIX y cuyos escritos sobre la entidad hayan sido publicados. De

estas publicaciones se reprodujeron las separatas correspondientes a las

descripciones de la literartura viajera que tienen relación con la entidad.

El orden en que se estableció su inclusión correspondió al tiempo en el que el viajero

en cuestíón recorrió los caminos de la entidad. A saber: 1803, Juan José de Oteiza.

1807, Zebulon Montgomery Pike. 1827, Henry George Ward. 1827, Robert William

Hale Hardy. 1844 a 1845, Albert M. Gilliam. 1846, Friedrich Adolph Wislizenus.

1846, Georges Frederick Augustus Ruxton. 1850. Berthold Carl Seeman. 1853,

Gustavus Ferdinand von Tempsky. 1864, Alfredo Chavero. 1864, Edmond

Guillemin-Tarayre. 1888. Ernst Von Hesse Wartegg. 1893, Carl Lumholtz.

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Es de hacer notar que algunos distinguidos investigadores y compiladores que

recolectaron y clasificaron múltiples piezas de Botánica y Zoología en la entidad,

como: Federico Bendinghaus, Cyrus Guernsey Pringle, Edward Palmer, Joseph

Nelson Rose y Edward William Nelson, no se incluyeron en esta antología, toda vez

que sus textos y cuadernos de notas no han sido publicados.

El prejuicio de la superioridad racial del europeo y el gringo sobre los indígenas,

mestizos e incluso criollos; el temor constante por el ataque de los apaches; o la

desconfianza por los posibles asaltos, por parte de los propios sirvientes y guías de

viaje, lo complicado del tránsito por los caminos de la sierra y el desierto, son los

temas recurrentes de casi todos los escritos de los viajeros compilados.

La Sierra Madre Occidental, la ciudad de Durango, los llanos del este durangueño.

El Bolsón de Mapimí, La Región Lagunera y el extremo norte de la entidad, son los

lugares preferidos que se describen en los relatos.

La compilación de estas versiones extranjeras y diversas de la entidad, en el siglo

XIX, con su gran variedad de motivos, prejuiciosos o no, es en si una aportación

para la compresión de la Historia durangueña con sus mitologías reproducidas y

retransmitidas, como la que se refería al gran depósito de mineral de hierro, que

significaba el Cerro de Mercado, como el más grande filón del mundo, entre otros.

Excepto de uno, el del vienés Ernst Von Hesse Wartegg, de la mayoría de los textos

compilados fue posible realizar su traducción al español, según el caso.

Traducidos para este trabvajo fureron los txtios de: Zebulon Montgomery Pike,

inglés. Henry George Ward, inglés. Albert M. Gilliam, inglés. Friedrich Adolph

Wislizenus, alemán. Berthold Carl Seeman, inglés. Gustavus Ferdinand von

Tempsky, inglés. Edmond Guillemin-Tarayre, francés y Eloi Lussan, francés.

Los textos de Juan José de Oteiza y Alfredo Chavero no necseitaron ser traducidos

por ser el español su idioma original.

Por su parte, los escritos de: Robert William Hale Hardy, Georges Frederick

Augustus Ruxton y Carl Sofus Lumholtz tivieron la ventaja de que ya habían sido

previamente traducidos en ediciones anteriores.

Sin embargo como ya se mencionó, no fue posible hacer la traducción del almán

del escrito de Ernst Von Hesse Wartegg.

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Apasionante de por sí, en su entorno de incomunicación, que todavía en algunos

lugares de la entidad se hace difícil y que se realiza por vía aérea, más que por la

terrestre, o por brechas que destrozan las suspensiones o los muelles del más fuerte

camión de carga, el relato del viajero decimonónico representa una descripción de

las múltiples dificultades y tiempos, en días, que ocupaba el hecho de transportarse

en algunas zonas en las que ahora es posible desplazarse en cuestión de horas,

merced a la construcción de carreteras y caminos más transitables. En muchos

casos, los escritos abundan sobre las costumbres y formas de vivir y sobrevivir de

los durangueños y muestran las personales impresiones de los viajeros, sobre el

trato que se daba a los poquísmos extranjeros que, en ese entonces, atinaban a

pasar por esos apartados lares. Todavía hace cuatro años, al llegar al pequeño

poblado de Los Allendes, municipio de Indé, una joven me decía: “Ande. ¿Quién va

a querer venir a estos ranchillos…?”

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Juan José de Oteiza1

Nació en la ciudad de México en 1777. Estudió en el Colegio de Minería y colaboró

con Alejandro de Humboldt en la obtención de datos para la obra Ensayo político

sobre el Reino de la Nueva España. Escribió un estudio sobre las Pirámides de

Teotihuacán y el opúsculo En defensa del proyecto bomba del director Fausto de

Elhúyar, contra el dictamen formulado por el capitán de navío Joaquín Zarauz, así

como varios artículos, algunos e los cuales fueron publicados en el Diario de

México.2

En el año de 1803, en Durango, Oteiza elaboró los cálculos de la superficie y

densidad de población de algunas provincias de la Nueva España, incluyendo las

intendencias de Durango y Sonora, y obtuvo los siguientes resultados en el actual

estado de Durango:

“Provincias sujetas al comandante general de las provincias internas; 59,375 leguas

cuadradas con 359,200 habitantes; las dos intendencias de Durango y Sonora, la

provincia de Nuevo México, Coahuila y Texas.3 (…)”

“La intendencia de Durango ocupa el extremo septentrional de la gran llanura de

Anáhuac, que baja al N, E. hacia las márgenes del río Grande del Norte. Sin

embargo, las inmediaciones de la ciudad de Durango, según las medidas

barométricas de don Juan José de Oteiza, tienen aun más de 2,000 metros de altura

sobre el nivel del Océano, y el terreno parece conservar todavía esta grande

elevación hasta cerca de Chihuahua; porque es la misma cordillera central de la

Sierra Madre, la cual (como lo hemos indicado en el estado físico general del país)

1 No confundir con Juan José de Oteyza y Vertiz, empresario minero y transportista, entre otros. Ver SUÁREZ ARGÜELLO, CLARA ELENA. La quiebra de una casa de conductas novohispana en los inicios del siglo XIX: sus causas. México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en: http://aleph.org.mx/jspui/bitstream/56789/29213/1/56-223-2007-0817.pdf 2 MUSACCHIO, HUMBERTO. Milenios de México. Diccionario Enciclopédico de México, Tomo III, México, Hoja Casa Editorial / Raya en el Agua, 1999, p. 2176. 3 HUMBOLDT, ALEJANDRO DE. Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, México, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuántos #39, 1991, p. 102.

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se dirige al N. N. O. haua la Sierra Verde y la de las Grulla», cerca de San José del

Parral.

En la Nueva Vizcaya se cuenlan una ciudad (Durango), seis villas (Chihuahua, San

Juan del Río, Nom bre de Dios, Papasquiaro, Saltillo y Mapimí), 199 pueblos, 75

parroquias, 152 haciendas, 37 misiones y 400 ranchos. Los parajes más notables

son: Durango o Guadiana, residencia de un intendente y un obispo, en la parte más

meridional de la Nueva Vizcaya a 170 leguas de distancia, en línea recta de la

ciudad de México y a 298 de Santa Fe. La altura e la ciudad es de 2,087 metros.

Nieva en ella frecuentemente y termómetro (a los 24° 25' de latitud) desciende hasta

8 o bajo el punto de congelación. Entre la capital y las haciendas del Ojo y del Chorro

y la pequeña villa del Nombre de Dios, en medio de una llanura muy igual, sobresale

un grupo de peñascos cubiertos de escorias, llamado La Breña. Este grupo de figura

grotescas tiene del N. al S. 12 leguas de largo y del E. al O. seis de ancho, y merece

muy particularmente la atención de los mineralogistas. Los peñascos que

constituyen La Breña son de amigdaloide basáltica y parecen solevantados por el

fuego volcánico. El señor Oteiza ha examinado las montañas vecinas y sobre todo

la del Fraile, cerca de la hacienda del Ojo, y ha encontrado en su cima un cráter de

cerca de 100 metros de circunferencia y de más de 30 metros de profundidad

perpendicular. En las inmediaciones de Durango también se encuentra sola en la

llanura, aquella enorme masa de hierro maleable y de níquel, cuya composición es

idéntica con la del aerolito que cayó en Hraschina, cerca de Agram, en Hungría, en

1751.

El sabio director del tribunal de minería de México, don Fausto de Elhúyar me ha

facilitado algunas muestras de aquel hierro que he depositado en diferentes

gabinetes de Europa, cuyo análisis han publicado los señores Vauquelin y Klaproth.

Se asegura que esta masa de Durango pesa cerca de 1,900 miriagramos, que es

400 veces más que el aerolito que descubrió el señor Rubin de Celis en Olumpa, en

el Tucumán. El distinguido mineralogista Federico Sonnesschmidt, que ha recorrido

mucha mayor parte del reino de Mé-que yo. encontró también el año de 1792, en lo

interior de la ciudad de Zacatecas, una masa de hierro maleable de peso de 97

miriagramos; masa que por sus caracteres exteriores y físicas la juzgó enteramente

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análoga al hierro maleable descrito por el célebre Pallas. La población de Durango

es de 12,000 almas. (…)

San Juan del Río , al S. O. de la laguna de Parras. No debe confundirse esta villa

con el sitio que tiene el mismo nombre en la intendencia de México, y que está

situado al E. de Querétaro; población, 10,200.

Nombre de Dios, villa considerable, en el camino de las famosas minas de

Sombrerete, en Durango; población, 6,800.

Papasquiaro, villa pequeña al S. del río de Nazas; población, 5,600. (…)

Mapimi, villa con un presidio, al E. del cerro de la Cadena, en el linde del terreno

inculto llamado Bolsón de Mapimí; población, 2,400. (…)

Guarisamey, mikmas muy antiguas, n el camino de Durango a Copala, poblaión,

3,800. 4 (…)”

Juan José de Oteiza falleció en 1810.

4 Ibid. Pp. 188 a 190.

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Zebulon Montgomery Pike

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Zebulon Montgomery Pike

Zebulon Montgomery Pike. fue un oficial del Ejército de los Estados Unidos. A

principios del siglo XIX fue enviado al oeste de ese país, para explorar el área que

después fue conocida como estado de Colorado. Bien sea por error o

deliberadamente, Pike marchó hacia el sur y penetró en el territorio de la Nueva

España. En esta situación, fue detenido y enviado prisionero a Santa Fe y luego a

Chihuahua. De allí, su viaje como prisionero se prolongó hasta la Región Lagunera

de los estados de Durango, Chihuahua y Coahuila. Durante su periplo, Pike sostuvo

varias pláticas con el comandante general y fue escoltado a través de Texas, hasta

Nagodoches y finalmente fue liberado.

Cuando pasó por San Antonio de Béxar fue huésped del gobernador Cordero y del

teniente coronel Herrera; hizo comentarios elogiosos sobre la cortesía con que fue

tratado. El comandante general Salcedo, temeroso de que Pike hubiera tenido como

propósito real subvertir a los indios comanches, ordenó una expedición de 200

soldados que, partiendo de San Antonio, llegara a Santa Fe, para impresionar o

apaciguar a los indios. Se le encomendó la expedición del capitán Franco

Amangual, veterano con 42 años de servicio.

El libro de viaje más conocido de Montgomery Pike es: La expedición de Zebulon

Montogmery Pike a las fuentes del Río Missisppi, a través del territorio de Louisiana

y Nueva España, durante los años de 1805-6-7.

A la sazón, Zebulon Montgomery Pike viajó por la Región Lagunera del estado de

Durango, entre los días 8 al 13 de mayo de 1807, y en su libro incluye sus

experievisa durante su paso por la entidad.Fue un oficial del Ejército de los Estados

Unidos. A principios del siglo XIX fue enviado al oeste de ese país, para explorar el

área que después fue conocida como Estado de Colorado. Bien sea por error o

deliberadamente, Pike marchó hacia el sur y penetró en el territorio de la Nueva

España. En esta situación, fFue detenido y enviado risionero a Santa Fe y luego a

Chihuahua. De allí, su viaje como prisionero se prolongó hasta la Región Lagunera

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de los estados de Durango, Chihuahua y Coahuila. Duarnte su periplo, Pike sostuvo

varias pláticas con el comandante general y fue escoltado a través de Texas, hasta

Nagodoches y, finalmente, liberado.

Cuando pasó por San Antonio Béxar fue huésped del gobernador Cordero y del

teniente coronel Herrera; hizo comentarios elogiosos de la cortesía con que fue

tratado. El comandante general Salcedo, temeroso de que Pike hubiera tenido como

propósito real subvertir a los indios comanches, ordenó una expedición de 200

soldados que, partiendo de San Antonio, llegara a Santa Fe, para impresionar o

apaciguar a los indios. Se le encomendó la expedición del capitán Franco

Amangual, veteranbo con 42 años de servicio.

El libro de viaje más conocido de Montgomery Pike es: La expedición de Zebulon

Montogmery Pike a las fuentes del Río Missisippi, a través del territorio de Louisiana

y Nueva España, durante los años de 1805-6-7.

A la sazón, Zebulon Montgomery Pike viajó por la Región Lagunera, del estado de

Durango, entre los días 8 al 13 de mayo de 1807 y, en su libro, incluye las

impresiones de su paso por la entidad.

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PIKE, ZEBULON MONTGOMERY. The expeditions of Zebulon Montgomery Pike to

headwaters of the Mississippi river, through Louisiana territory, and in New Spain,

during the years 1805-6-7. (A new edition, now first reprinted in full from the original

of 1810, with copious critical commentary, memoir of Pike, new map and other

illustrations, and complete index, Elliott Coues, Late Captain and Assistant Surgeon.

United States Army, Late Secretary and Naturalist, United States Geological Survey,

Member of the National Academy of Sciences, Editor of Lewis and Clark, etc., etc.,

etc.) In three volumes. Vol. II. Arkanzaw Journey—Mexican Tour, New York,

Francis P. Harper, 1895, pp. 672 a 678.

Parte III. El tour mexicano. Capítulo II (…)

8 de mayo. Caminamos, cinco millas al oeste, a través de una brecha por las

montañas; luego volvimos Sur 20º Eeste, y más al sur y llegamos a Cerro Gordo o

Andabazo; un río de unos 20 pies de ancho, con escarpadas orillas altas; Ahora el

río está seco, excepto en los agujeros, pero a veces se completa y se hace

infranqueable. Nos detuvimos a las siete en punto y descargamos las mulas.

Continuamos la marcha a las cinco en punto; diez millas después acampamos sin

agua. Distancia 18 millas.5

5 La montaña paso de Pike, y el río que cruza, son fáciles de identificar; este último es el arroyo conocido como El Andabazo (o Cerro Gordo), con un poblado que tiene el último nombre, más arriba del río. Esta es la primera de varias corrientes que tuvimos que cruzar. El río fluye hacia la izquierda, a medida que avanzamos, y se hunde en el Bolsón de Mapimí, para todos ellos, se encuentran más allá de la cuenca del Conchos, la brecha que pasamos en el transcurso de la jornada larga y seca antes indicada. El lago de Cerro Gordo. Cr. se hunde en ocasiones y se conoce también como Laguna de Xacco: segúnb Hughes, Don. Exp. 1847, p. 1 29. El sendero de Pike es seguido como lo ha descrito Wislizenus, p. 66: "Nosotros comenzamos tarde, y hemos caminado 10 millas, al Cerro Gordo, o El Andabazo, que es un arroyo. Después de haber subido la montaña, descansamos en las faldas de San Bernardo y avanzamos una milla, a través de un cañón, con las montañas de piedra caliza, en ambas paredes del cañón, y desde allí hasta otro valle, regado por EL Andabazo. este importante arroyo, al parecer, parece que fluye de suroeste a noreste.” El oscuro y pequeño pueblo de Cerro Gordo, arriba mencionado, no debe ser confundido con el lugar en Veracruz que fue el escenario de la famosa batalla de Cerro Gordo. Pike ya había pasado los actuales límtes entre Chihuahua y el estado de Durango. La línea se establece en un paralelo de latitud del Lago de Tlahualilo 60º Mex.Oeste ligado a una fuente de Rio del Fuerte cerca de Huenote. En los mapas de Pike, el Lago Tlahualiló es visible: y se encuentra como una gran imagen de agua, en el Bolsón de Mapimí, y se ubica con la leyenda: "Desde aquí los indios avanzan para atacar la Nueva Vizcaya y Coahuila", y tiene una gran corriente que fluye en

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9 deMayo. Caminamos entre las cuatro o las cinco en punto y arribamos Pelia

[Pelayo]6 a las ocho. Este es sólo un pequeño puesto militar, habitado por unos

cuantos soldados, pero está rodeado de minas de cobre.

En este lugar se encuentran dos grandes manantiales de agua caliente, fuertemente

impregnadas con azufre, y esta es el agua que nos vemos obligados a tomar y usar

por el tiempo en que estamos acampadados. Aquí permanecimos todo el día. El

Capitán Barelo tenía dos reses que mis hombres habían matado, y por las cuales

no pagaron nada. Allí recibió órdenes del general, en el sentido de que nos llevaran,

a través del desierto a Montelovez (Monclova), con el fin de aproximarnos más a las

fronteras de México, el viaje lo deberíamos hacer por la vía habitual de Pattos

[Patos], Paras [Parras], etc.

Domingo, 10 de mayo. En nuestra marcha pasamos por una mina de cobre (Oruilla),

la cual estaba diligentemente trabajada. En este lugar el propietario ha tenido

forma de horquilla desde el Sur. El fluido principal de esta masa de agua es el Río Nazas, que actualmente descarga en Laguna del Muerto; como masa de agua que Pike representa tanto como Lago Tlahualilo y Lago de la Muerte, así como en algunas hojas más pequeñas, lo menciona como la Laguna del Caimán, etcetera, todas situadas en la misma depresión. Pike menciona Lac du Cayman aunque en otro lugar menciona correctamente Río Nazas (al que también llama Brassos) que desemboca en la Laguna de Parras. No obstante, esta se establece por separado, con su propio río que desemboca en ella. Los límites entre Chihuahua, Durango y Coahuila todos se reúnen en el lago Tlahualilo donde el Río Nazas fluye al Sur, entre Durango y Coahuila. durante unas millas y luego por el Sureste, mientras que hace lo propio, entre Chihuahua y Coahuila, y se extiende a lo largo de la frontera Norte del Bolsón hasta el Río Grande. 6 Pelayo es el lugar más conocido al que hemos llegado desde que salimos de Huejuquilla, y es fácil de encontrar en los mapas modernos con este nombre; como aparece en el mapa de Pike P [residio]. Pelia, y ha sido más plenamente llamado Hacienda de San José de Pelayo. El nombre es de carácter personal decía así, aunque algunos aseguran que es derivado del Sp. Pelar hierva, escaldado, con referencia a las aguas termales de azufre. (Un Pelayo, latinizado Pelagio, fundó la monarquía de Asturias en España a principios del siglo VIII A. D, por lo tanto, se encontró que la forma Palayo.) El lugar está en la carretera principal, a unos 25 millas del cruce de Andabazo cr. Pelayo dice Wislizenus, p. 67 "Es un pequeño pueblo, o hacienda, con varios buenos muelles alrededor de él; algunos de común, otros de mayor temperatura. el arroyo formado por ellos es, similar a los que existen en otros estados de México, después pierde en la arena. En Pelayo, una pequeña pero empinada colina que fortifica la parte superior, por las paredesde piedra. Esta fortificación, probablemente se opuso en contra de las tropas del general Wool. Dos días antes que nosotros, (i. e .. 5º de mayo de, 1847) el Teniente Coronel Mitchell había llegado aquí con la vanguardia (de las tropas de Doniphan), y viendo que los habitantes del lugar estaban organizados militarmente, aprehendió a 30 de ellos, y los desarmaron; pero su representante les hizo saber que por este acto, ellos estarían indefenssos ante los ataques de los indios de los alrededores, por lo cual el oficial estadounidense les devolvió sus armas, con la condición de que solo las utilizaran para la defensa contra los indios. "Esa serie de arroyos que fluyen hacia la izquierda, dos de los cuales, como hasta el momento se ha mencionado, están atravesados por el ferrocarril, en la ruta del Este. Pike; en cuatro lugares cercanos a los cruces que se cruzan y son llamados: Escalón, Zavalza, Conejos, y Peronal, los dos primeros en Chihuahua, en los dos últimos Durango, y el último esta más cerca del paso a nivel de la quebrada que, como se puede observar, atraviesa La Cadena.

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100.000 ovejas, vacas, caballos, etcétera. Una vez que llegamos a La Cadena,7 una

casa construida y ocupada por un cura, que esta situada en un pequeño arroyo, por

un paso de las (Sierra de los Mimbres) montañas, llamada por los españoles Puerta

de Cadena, o Puerta de la prisión, por estar rodeada por las montañas. El propietario

estaba en Sombrerete, distante a seis días de marcha. En esta hacienda estaban

obligados a proporcionar alojamiento a todos los viajeros.

Iniciamos la marcha a las cinco en punto, y pasamos la cadena de montañas por el

este en dirección a Mapimí, por espacio de 12 millas y acampamos sin agua.

Distancia 31 millas.

11 de mayo. Llegamos a Mapimí8 a las ocho en punto, se trata de un pueblo situado

al pie de las montañas de minerales, donde se trabajan ocho o nueve minas. La

mayoría de la población viven en condiciones miserables, desnudos y hambrientos.

El propietario de las minas nos ofreció una elegante comida. Aquí las órdenes de

Salcedo me fueron explicadas por el capitán. Yo respondí que me habían provocado

7 La Cadena es el actual nombre de un lugar cercano a la pequeñas corrientes indicadas anteriormente. Por la moderna carretera principal, esta a 20 millas al Suroeste de Peronal, y 25 millas al oeste de Mapimí. Se llega por una áspera carretera de montaña a 18 millas de Pelayo, más allá de la mina de cobre de Oruilla y a la hacienda, de las cuales Pike refiere que era muy rica en cantidades de minerales, había sido abandonada cuando Wislizenus arribó en 1847. El arroyo proviene de la Sierra de las Mimbres, en el oeste. Otra pendiente se alza considerablemente a unas 3 millas al Este de La Cadena; la brecha entre los dos puntos, es el Paso de la Cadena, la Puerta de la Cadena, o Puerta de la prisión, a través de la cual Pike fue en ruta al Este, con dirección a Mapimí. 8 Con letras Maupeme en el mapa, y así dictada en el texto más allá; la misma palabra, al igual que en la leyenda de Pike: Bolsón de Mapini; Por lo general, ahora deletreado Mapimí. Hughes escribe Malpimi. El significado de la palabra es desconocida, como probablemente no estaría fuera de ella una derivación española; su uso más frecuente es en la frase Bolsón de Mapimí, Aplicado a muy grandes extensiones de tierras bajas, cercadas de montañas, principalmente en los estados de Chihuahua y Coahuila, extralimitadas de este modo en Durango pero. Bolsón es una palabra española que significa varias cosas, entre ellas monedero, bolsa, o de bolsillo, y parece ue se aplica aquí, de la misma manera quese hace uso de la palabra hueco para diferentes valles en nuestros montañas Rocosas. Mapimí, es la designación de un lugar en particular, y es el nombre del poblado al que llegó Pike, ahora en el ferrocarril, acerca 15 millas por ferrocarril desde Peronal, y cerca de 20 millas, por el camino que procede de La Cadena. Se decía así del lugar donde la carretera y el ferrocarril vienen juntos. Esta situado en la parte oriental de un extenso valle, a unas 20 millas de ancho y 35 millas de largo de norte a sur, rodeado por todos lados por montañas que contienen minas de plata. "Dos afluentes, llamadas Espíritu Santo y Agua de León, forman aquí, en Mapimí, un arroyo, que atraviesa la ciudad en dirección este", Wislizenus, /. c. Esta parece ser la corriente que "formó un paraíso terrestre" de Pike; así que se podría afirmar que, con el Espíritu Santo, se refuerzan Ponce de Leon. Wislizenus encontró Mapimí "en un lugar desierto," 9 de mayo de 1847; día y lugar en que la artillería "disparó una salva en honor del aniversario de la batalla de Palo Alto" (que tuvo lugar el 8 de mayo, 1846). El campamento de Pike se establecioó el 11 de mayo, a 3 millas al este de Mapimí, donde se encuebntra la cordillera oriental, de donde se acerca 2 millas, a través de un cañón, en otro valle, que forma una parte de la serie del Bolson de Mapimí.

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risa, ya que los soldados y oficiales novohispanos, se sentían abandonados por la

gente que podría servirles como guías, toda vez que jamás habían pisado esos

territorios.

Avanzamos tres millas más, donde encontramos higueras y una fruta llamada por

los franceses La Grain (sic) situado en un pequeño arroyo que fluía a través de los

jardines, y que conformó un paraíso terrenal. Aquí permanecimos todo el día

durmiendo a la sombra de las higueras y, por la noche, continuó nuestra estancia

en el jardín. Los habitantes nos expresaron su gran ansiedad y su pena por la

lamentable situación de su estado y por el posible cambio de gobierno.

12 de mayo. El canto de las aves y el perfume de los árboles a su alrededor, nos

despertó en la mañana. Intenté enviar a dos de mis soldados a la ciudad [Mapimí]

pero esta estaba ocupada por un dragón, por lo que les ordené que regresaran. A

su regreso de nuevo les dí instrucciones de ir, y les dije que si un soldado intentaba

detenerlos le quitaran su caballo y lo vendieran. Esto hizo que, como lo imaginé, el

deber del capitán era explicar sus órdenes relativas a mí, lo cual, él no había hecho;

y pensé que me traerían una explicación. Mis hombres fueron perseguidos por un

dragón, adentro de la ciudad, cabalgando después de ellos, haciendo uso de su mal

lenguaje. Trataron de atraparlo, pero no pudieron. Como he mencionado, mi

intención era enviar a mis hombres a la ciudad, después de algunas reservas, con

el capitán Barelo, quien no habían tenido objeciones, lo concebían actuando con

duplicidad para enviar hombres para vigilar los movimientos de mis mensajeros. Por

lo anterior estaba determinado a que deberían castigar a los dragones, a menos

que el capitán tuviera la sinceridad suficiente para explicar las razones por las que

no deseaba que mis hombres fueran a la ciudad, en lo que me gustaría comprender,

sin duda, que han expresado su conformidad; pero como nunca por las

circunstancias mencionadas, debía actuar con cautela y en silencio, así, a pesar de

todo, el asunto nunca afectó nuestra armonía.

Marchamos a las cinco; como 15 millas y acampamos sin agua. A una milla de este

lado del pequeño pueblo9 la carretera se abre en tres ramales. A mano derecha

9 El pequeño pueblo no se nombra en el mapa, Pike hace la triple bifurcación de la carretera que va a mencionar en las inmediaciones de Mapimí; pero esto parece ser un error, como ya lo mencionó 3 millas, más allá de la ciudad, cuando él lo hizo comenzó en la I2th. Su mapa es otra versión en lo

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uno por Pattos, Paras, Saltelo (Patos, Parras, Saltillo), etcétera. Se trata de la

carretera principal a la ciudad de México y San Antonio; en Texas. El camino medio

que nos llevó deja todos los pueblos a la derecha, pasando solamente algunas

plantaciones.

El camino, a mano izquierda, va inmediatamente a través de las montañas a

Montelovez, pero es peligroso por las partidas de los indios salvajes; este camino

se llama la ruta del Bolsón de Maupeme, y fue por el que viajó por primera vez el

Señor de Croix, quien después sería virrey de Perú. Al pasar de Chihuahua a Texas,

por esta vía (izquierda), se hacen como siete días, lo que en realidad representa 15

o 20 por lo común; pero es muy escasa de agua, y los guardias deben ser tan fuertes

como para desafiar la furia de los Appaches, o calcular cómo escapar de ellos por

la rapidez; Los apaches y comanches han vivido desde hace mucho tiempo en las

montañas, desde donde continuamente mantienen una guerra depredadora contra

los españoles, sus asentamientos y sus caravanas.

Hoy pasamos a los territorios del Marqués de San Miquel (Miguel]), quien es dueño

de las montañas del Río del Norte, a cierta distancia, en el reino del viejo México.

que va de dibujo no lo hace, nos ayudan mucho más el delgado hilo de texto para descubrir exactamente lo familiarizado con el suelo; pero es imposible para mí, trazar la ruta en cualquier mapa que he podido encontrar. El único camino establecido, en el mejor mapa, corre del Río Nazas, al San Lorenzo, al Nazas, al Mayron, en la Laguna del Muerto, en la que los ríos se desvanecen en los sumideros, y de allí a Pozo (Pozzo) y Parras. Desde el cruce de ferrocarril en Torreon, la pista funciona a una distancia aproximadamente paralela, el río y la carretera se acaba de indicar, a través de lugares marcados: Matamoros, Colonia, y Hornos, a Mayrán y de allí a Pozo. Wislizenus habla de un lugar donde, al parecer, Pike llega el día 12, donde el camino se bifurca, y describe una ruta "sur" "norte" y la ruta norte, dice, lleva por Alamito, San Lorenzo y San Juan (todos en el Río de la Nasa) a El Pozo; se decía así idéntico o casi el mismo como el que se acaba de decir a descender el Río Nazas, El del sur, dice, lo habría tomado por San Sebastián, en el Nazas, a Gatuño, Matamoros (O La Bega de Maraujo), Santa Mayara, por la Laguna de Parras de Alamo de Parras, Santo Domingo, y Peña, de El Pozo, y de allí a Parras. Creo que hizo la ruta de Pike y coincide más estrechamente con éste; en su mayor parte sur del ferrocarril, que pasa cerca de la Laguna de Parras (el fregadero del Rio Aguanaval); y cuando lo encontramos en Parras, el día 17, que esta ubicado al este del lugar donde cruzó el Río Nazas, en la distancia de línea que parte allí, desde cerca de 40 leguas mexicanas, es decir 100 millas. El Señor de Croix, cuyo nombre es Teodoro de Croix, nació en Lille, fue virrey de Perú, desde mayo de 1784 hasta marzo de 1790. Anteriormente había servido como comandante de las provincias del interior y de Sonora, en virtud de que su hermano mayor, Carlos Francisco de Croix, Marqués de Croix, fue el virrey de Nueva España, entre 1766 y 1771, Véase la leyenda de su ruta en un mapa de Pike.

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13 de mayo. Llegamos al Río Brazos (Río Nazas).10 El cual, en lo que es el tramo

de San Antonio, forma parte del estado del marqués. Mis muchachos se detuvieron

en el Río Brassos para dar de beber agua a nuestros caballos, y liberaron las bridas

a las bestias, con el fin de que pudieran beber libremente, cosa que que no podían

hacer las remudas con las bridas españolas. El caballo que monté se había

acostumbrado a estar en poder de su amo de una manera peculiar, cuando estaba

embridado, y no se dejaba ponerle de nuevo la brida por un largo tiempo; en un

momento dado, el caballo de mi muchacho se escapó, y quedó fuera de nuestro

alcance., por lo que tuvimos mucho trabajo y no pudimos atraparlo de nuevo. Sin

embargo, cuando llegamos al Rancho, 11 se acercó un grupo de muchachos,

quienes trajeron al caballo y sus arneses, que estaban dispersos en una gran

superficie. Esta sin duda fue una fuerte prueba de su honestidad, y no quedaría sin

recompensa. En la noche les dimos a cada uno un paquete de verduras, un poco

de maíz y tres libras de carne, que es la ración que se acostrumbra a pagar a una

persona adulta. (…)

10 Brasses y Brassos, son los referntes de Pike con respecto al Brazos, nombre de un gran río en Texas, pero la corriente a la que nombra aquí por Brasses es el Río Nasas (o Nazas), que desemboca en la Laguna del Muerto, en Coahuila. Por otra parte, lo llama también Nassas y Nassus; diciendo que fluye hacia el lago Cayman, y que forma parte de la frontera entre Cogquilla (Coahuila) y Nueva Vizcaya (su nombre para Chihuahua, a pesar de que significa Durango). Así que él forma su gráfica, de manera visible, pero mucho de dibujo: ver su mapa, al este del Río de Mapimí, con Rancho San Antonio "hay letras. En algunos de mis mapas, el corredor de 40 años, se aplica el nombre de Nazas hay otra corriente (Río Aguanaval) que se hunde en la Laguna de Parras, y que Pike, en sus gráficos, lo ubica, en gran medida, fuera de posición; pero él es correcto en su identificación del Nazas. Se trata de una corriente importante en los estados de Durango y Coahuila, tanto que es llamado: La vena en el centro del Bolson por Wislizenus, quien dice más adelante, p. 69: San “Sebastián es una hacienda a la izquierda orilla del Río Nasas, y a cerca de 35 millas de Mapimí. El Nazas se presenta aquí como una una corriente bastante profunda y respetable, mientras que más abajo se convierte en plano, y desaparece a veces enteramente sumidop en la arena del desierto. Su origen se ubica como a 150 leguas, en la parte occidental del estado de Durango, a partir de las llamadas montañas Sianori. El Nazas es el Nilo del Bolsón de Mapimí; el ancho y nivell a lo largo del río. inunda todo el terreno cada año por su creciente, y a esta circunstancia se debe la gran fertilidad de los terrenos p que anega”. 11 El Rancho de San Antonio, se ha indicado en el Río Nazas, pero para la ubicación exacta del lugar que se trata, no puedo encontrar el nombre en ningún mapa moderno. Sin embargo, no parece ser el mismo lugar que el de San Sebastián, mencionado por Wislizenus. De cualquier manera se considera a esa localidad, en general, como la que está más cercana a los actuales límtes, entre los estados de Coahuila y Durango, no muy lejos del lugar donde se cruzan las dos ferrocarriles uno al otro, conocido como actualmente como El Torreón (La Torre).

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Henry George Ward

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Henry George Ward

Nacido el 27 de febrero de 1797, Henry George Ward, fue el primer encargado de Negocios de la

Gran Bretaña en México. Presentó sus credenciales el 31 de mayo de 1825, se retiró en abril de

1827. Arribó al país en diciembre de 1823 como parte de una Comisión compuesta por Lionel Hervey,

el propio Ward y Charles O’Gorman, enviada por el ministro Canning, para determinar la firmeza de

la Independencia de México y la estabilidad de su Gobierno, en vistas a un futuro empréstito inglés.

Ward volvió a Londres como portador del informe de los comisionados. Retornó a México con

carácter diplomático.

Ward, siguiendo instrucciones de su país, se dedicó a contrarrestar la influencia de Poinsett, el

representante norteamericano, y lo consiguió hasta cierto punto, gracias a sus buenas relaciones

con el presidente Guadalupe Victoria y ayudado, quizá al principio, por Lucas Alamán, secretario de

Relaciones Exteriores, que lo fue entonces del 12 de enero al 26 de septiembre de 1825. Ward

también intervino en la política mexicana: sobre todo en las disputas entre las logias de yorkinos y

de escoceses, toma partido por estos últimos y los alentó. Ward no fue ajeno al nombramiento del

General Manuel de Mier y Terán para dirigir la Comisión de Límites entre México y los Estados

Unidos, con el objeto de frenar la expansión de la República del Norte por las vastas tierras de Texas,

cuyo nombre ya estaba sobre el tapete internacional. Ward participó en la firma del Tratado de

Comercio entre México y la Gran Bretaña, y en cuyas negociaciones tuvo que sortear toda clase de

escollos, no el menor, la resistencia del Senado en conceder a los súbditos ingleses, considerados

heréticos, el derecho a ser enterrados en sagrado.

A su regreso a Inglaterra, y como un anticipo, en cierto modo, a lo que debería escribir años más

tarde una compatriota suya, la señora Calderón de la Barca Ward publicó: México en 1827 (His

Majesty’s Chargé D’affaires in that country during the years 1825, 1826, and part of 1827. In two

volumes), London, Henry Colburn, New Burlington Street, 1828. Además de su estilo ameno,

comentando las costumbres y peculiaridades del pueblo mexicano, la obra ofrece un útil panorama

de la minería en aquella época, pues el autor conoció los principales minerales del país. Las

interesantes litografías que adornan el texto se deben a los dibujos de la señora Ward ejecutados in

situ, reveladores de un fino temperamento artístico.

Ward siguió actuando al servicio de Su Majestad como político, agente administrador colonialista,

parlamentario, periodista y constructor de ferrocarriles, entre otras actividades. Falleció el 2 de

agosto de 1860.12

12 Diccionario Porrua. Historia, Biografía y Geografía de México, México, Editorial Porrúa, tomo 4, 1995. pp. 3774 y 3375.

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WARD. HENRY GEORGE. México en 1827 (His Majesty’s Chargé D’affaires in that

country during the years 1825, 1826, and part of 1827. In two volumes). Vol. 2,

London, Henry Colburn, New Burlington Street, 1828, pp. 549 a 575 y de 612 a 615.

(…)

SECCIÓN IV.

Viaje de Sombrerete a Durango. Relato sobre el estado. Minas de Guarisamey

y la Sierra Madre en general.- Frontera oriental, Texas.- estados de Sonora y

Sinaloa.- Golfo de California.- Mazatlán y Guaymas.- Minas de Arispe, Alamos,

Mulatos, y Cosalá.- observaciones generales por el norte de Mexico.

Nuestra intención era, al salir de México, ampliar nuestro viaje hacia el norte hasta

Durango, pero habíamlos consumido tanto tiempo en la primera parte de nuestro

viaje, que era necesario considerar los planes del Señor Martín, para el retorno a

Zacatecas, Guadalajara y Valladolid, que pensé que era inoportuno prolongar

nuestra ausencia en la capital, mediante la sujeción a nuestro plan original. Con el

apoyo del guía, una visita a Durango desde Sombrerete, y el regreso, habrían

ocupado nueve días; el camino es malo, y la distancia de treinta o treinta y cinco

leguas; lo cual representó un sacrificio de tiempo que, toda vez que no había

establecimientos franceses o ingleses para visitar, no concebimos, nosotros

mismos, justificada la travesía. Por lo tanto, se determinó que la decisión a tomar el

camino hacia el sur, debía ser por Zacatecas, de donde estábamos, y bifurcarse, a

través de Aguascalientes, y de allí a los estados del oeste.

Mi ansiedad para visitar Durango fue, sin embargo, demasiado grande como para

estar satisfecho con esta decisión. Mi curiosidad había sido mucho más fuerte, con

respecto a las provincias del norte, por los múltiples elogios prodigados sobre ellos

por el general Victoria, 13 quien es oriundo de Tamazula; llamada, en

13 Guadalupe Victoria

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conmemoración de su nacimiento. Villa Feliz de Tamazula, en los límites de la dos

estados de Durango y Sonora;14 y yo estaba decidido a alcanzar, al menos el confín

de este territorio prohibido, en el que tan pocos extranjeros han penetrado hasta

ahora, y del que, todos los que lo han hecho, han traído diversos informes

favorables. Por lo tanto, he consultado al Señor Anitúa sobre el tema, y, al ver que

yo podría regresar posteriormente a Durango en un día, y después de pasar ocho

cuarenta y horas allí, mediante el retorno de la misma manera, aún llegar a

Zacatecas; tan pronto como el resto de mi expedición, decidí emprender el viaje. El

Señor Anitúa me proporcionó caballos, con repuestos apostados en las diferentes

haciendas sobre el camino, y me dio una guía de buen conocedor de los caminos

de herradura, por quien sólo me acompañó.

Salí de Sombrerete un poco antes de las siete, en la mañana del 16 de diciembre y

contando con excelentes remudas, llegué a la Hacienda del Calabazal, mi primera

etapa, a las ocho y media.

El Estado de Zacatecas termina con el canto de las colinas, justo por encima del

valle del Calabazal; la bajada, (descenso), la cual es muy precipitada, y se cubre

con fragmentos de roca, es casi intransitable para los carros e incluso a caballo, lo

cual ocasiona un considerable retraso. A continuación, comienza una llanura que

se extiende, con pocas interrupciones, para arribar a Muleros, una de las haciendas

más valiosas en el Estado de Durango. Sus Estancias, o estaciones, para la cría de

ganado son muy extensas y posee, en la ribera de un río nunca está completamente

seco,15 tierras de cultivo, lo cual, con la disponiblidad de agua, podría prestarse para

una atractiva productividad. Los Ranchos de mezcal, producen entre quince y veinte

mil dólares por año; y desde el bosque de Mezquite perteneciente a la finca, la

ciudad de Sombrerete suministra, casi en su totalidad, el combustible. Pero el

sistema de gestión es malo; a la raza de caballos y mulas, por la que la Hacienda

14 Más bien en los límites de Durango y Sinaloa. 15 Para los ingleses probablemente será divertido el motivo por el cual se señaló esto, como una notable cualidad en un río, pero los ríos de México son aún más inciertos que los ríos de España , y allí, vale la pena recordar que, una mañana, cuando la actual reina entró a Madrid, se emitió una orden para se regara del lecho del Río Manzanares, no fuera que Su Majestad se incomodara por el polvo.

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era famosa, se le ha contagiado la caries; y no se eleva la media de la cantidad de

cereales que podrían producirse.

La madera, o Monte de Muleros, se compone exclusivamente de tres especies de

árboles, llamados: tascate, huizache y mezquite, el último de los cuales crece allí a

un tamaño tal como yo no había visto antes.

Salí de El Calabazal veinte minutos antes de las nueve, y llegué a Graseros, una

Estancia, o Rancho, perteneciente a Muleros, a las diez y cuarto.

De allí a la Hacienda de San Quintín, el camino es largo, y la última jornada muy

fatigosa. Algunas líneas de la carretera corren a través de una continuación de selva

de mezquite, que comienza cerca de Muleros, pero atraviesa las tierras de varias

otras haciendas, En este nivel el país, el camino es bueno; pero a tres leguas de

San Quintín nuestro avance fue interrumpido por una inmensa masa de restos

volcánicos, formando una cresta elevada o banco, y se extiende por la llanura hacia

el Nordeste, con los brazos o ramas que se extienden en todas las direcciones.

Hacia el oeste, termina abruptamente en una masa de lava vesicular negra, cubierta

de cactus y mezquites, y sin relación alguna con el suelo de arena alrededor. De

hecho, fue curioso observar cómo, por completo, cada pequeño parche o

acumulación de lava, quedaron aislados en la llanura, siguiendo el curso del

principal banco, pero mirando como si hubiera caído de las nubes en su situación

actual.

Después, nos abrimos paso con dificultad a través de este laberinto volcánico,

donde nos vimos obligados a comprobar el estado de nuestros caballos a cada cien

yardas. Finalmente llegamos a la vista de la Hacienda, situación que nos fue muy

agradable. El lugar está rodeado de árboles de álamo, sauce y haya, y posee un

suministro de agua suficiente para el riego de una extensa zona de tierra. Los ríos

en el norte son, en general, bordeadas por dos líneas de cipreses sabinos, que,

dado el tinte rojo de su follaje, durante los meses de invierno, son visibles a una

distancia considerable. Los árboles, sin embargo, no son tan elevados como los del

sur, ni tampoco nunca alcanzan las dimensiones de los cipreses en el valle del

Missisippi, hacia el Este, donde el calor y la humedad combinada parecen ser

particularmente favorable para su crecimiento . En el seno del banco de lava, al sur

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de San Quintín, pasé por una barranca, compuesta de rocas, al parecer, de una

formación muy diferente, llena de estos cipreses, con un hermoso arroyo que lo

atraviesa, y una cascada, el sonido de los cuales, después de mi viaje en caliente,

era una delicia. Inmediatamente alrededor de la Hacienda existen recintos llenos de

ganado, y vastos campos tanto de maíz y de trigo, a todas luces admirablemente

cultivadas. Me dio pena observar, sin embargo, las mismas miserables chozas que

sirven como residencias para los arrendatarios, lo que nos había llamado la

atención, creando así una impresión desagradable, en las proximidades de El Jaral,

y otras grandes haciendas.

No alcancé San Quintín sino hasta después de la una. A partir de ahí a Chachamolli,

donde llegué a las dos y media, nos encontramos con la misma dificultad en el

avance, a causa de varias ramificaciones de la gran banco de lava. La hacienda

está situada cerca de un río, el curso de los cuales, designado por una doble línea

de sabinos, que habíamos trazado para un arrollamiento, a lo largo del pie de las

colinas que rodean el valle. Es la misma corriente que atraviesa la llanura de

Durango, y se ejecuta desde allí, por la Villa de Nombre de Dios, y el Mezquital,

hacia los ríos de Jalisco, con uno de los cuales se supone que debe incorporar en

sí, y para continuar su curso hacia el Pacífico.

Una hora después de salir de Chachamolli llegué al Rancho de El Arenal, donde

estaba mi último relevo de los caballos. A partir de allí, la carretera a Durango es

excelente. Se ejecuta de manera casi ininterrumpida a través de una llanura plana,

la cual, si se suministrara el agua, sería igual en la fertilidad a las de las partes más

ricas del territorio mexicano. Las tierras de maíz de la Hacienda de Navacoyán,

cerca de la cual había que cruzar de nuevo el río, por un puente de piedra con arcos

altos estrechos, que son muy bonitos; y, en el lado opuesto, los cultivos de maíz de

Santa Ana, y otras haciendas, son igualmente exhuberantes. Navacoyán se

abastece de agua a partir de una presa, construida a una distancia considerable

hasta el río por los antiguos propietarios de la Hacienda, de donde se lleva a cabo

por medio de canales a cada parte de la finca. Se dice que toda la creación para el

riego que ha costado 100.000 dólares.

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La parte central del valle, La Vega, para que el agua se pueda transportar, son

abandonados al Mezquite, que se extiende casi hasta las puertas de la ciudad, en

las inmediaciones de los cuales hay un pequeño cultivo. Durango, o, como se ha

titulado más recientemente, en honor del Presidente, La Ciudad de Victoria, es vista

con gran ventaja desde la carretera. Se encuentra más cerca del norte de la

extremidad meridional del valle, con una pequeña línea de colinas en el fondo, y la

famosa montaña de hierro, llamada El Cerro de Mercado, a poca distancia de las

puertas. Llegué a la vista de la ciudad en las cuatro y media en punto, y debería

haber llegado a las cinco, continuando al mismo ritmo; pero me encontré, a dos

leguas de las puertas, por el gobernador del estado, don Santiago Baca y Ortiz, y

con el comandante militar, don Joaquín Ayestarán, para los cuales había sido

dotado con cartas de presentación por el general Victoria y, en su entendimiento,

se procedió lentamente, y no se aarribó a la casa del gobernador hasta el

anochecer.

De la hospitalidad y amabilidad de este señor, cuyo huésped me hice durante dos

días, no puedo decir con bastante facilidad. Complacida por mi curiosidad

respetando el Norte, de la que es oriundo, me dio toda clase de ayuda en la

adquisición de información, y me presentó, durante mi estancia, en su propia mesa,

a casi todas las personas en todo calculado para pagarlo.

Durango se puede considerar como el primer lugar en los territorios mexicanos en

el que la importancia de esta parte más valiosa de la República es debidamente

apreciado. Para los habitantes de las provincias del sur y central, cada cosa al norte

de Zacatecas es una incógnita; y el viajero se sorprende, después de pasar esta

última Thule de la civilización; que bien merece la denominación, en la medida en

que se refiere a sus propios méritos, para encontrar una mejora en las costumbres

y el carácter de los habitantes, para lo cual, de los prejuicios de sus compatriotas,

que es perfectamente preparado. Durango, donde el cambio se activa de manera

visible por primera vez, puede ser considerado como la clave para el conjunto del

Norte, que está poblada por los descendientes de una raza de los colonos de las

provincias más laboriosos de España; Vizcaya, Navarra y Cataluña, que han

conservado no contaminada por ninguna cruz con los aborígenes su sangre; y que,

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con esta pureza de origen; de la que son justamente orgullosos, retienen la mayor

parte de los hábitos y los sentimientos de sus antepasados primitivos. Tienen mucho

de la lealtad y franqueza generosa por el que se ha celebrado anteriormente el

antiguo carácter español; integrado por una gran cortesía natural y una actividad

considerable tanto de la mente y el cuerpo, con un espíritu de empresa, la cual,

ahora que los bonos se eliminan por la que hasta ahora se ha limitado, serán, en

muy pocos años, más al norte de México, una grande y preponderante influencia.

Estas características se extienden, con algunas modificaciones locales, a los

habitantes de todo el país anteriormente denominados las provincias internas de

Occidente; o provincias internas Occidentales, que ahora comprenden los estados

de Durango, Chihuahua y Sonora y Sinaloa; que forman un Estado, con el territorios

de Nuevo México y Californias. En todos ellos la población blanca predomina, y los

indios, donde queda alguna pendiente, como en Sonora, continúa sin mezcla de sus

conquistadores, con domicilio en las ciudades y pueblos de su propia creación;

como las tribus mayo, o flotando, como los apaches y otras naciones bárbaras, en

torno a las tierras colonizadas, buscando un medio de vida precaria por la

persecución.

Al sur de Chihuahua pocos de los aborígenes se encuentran, excepto en el Bolsón

de Mapimí, que se comuniquen con los indios de caza tierras; en Coahuila y Texas,

habitadas por los comanches, y otros indios bravos,16 que ocupan la totalidad del

país sin colonizar, entre el Río Bravo del norte y las fronteras de los Estados Unidos.

En Durango casi no hay un solo individuo de la raza de color cobre. En el momento

de la conquista, cuando todos se retiraron del norte, sobre el avance de los blancos;

aunque en algunas tribus, con hábitos más estables, se mantuvieron en Sonora y

Sinaloa, la gran masa de la población india se refugió en las proximidades del río

Gila, donde todavía retienen la posesión de un país, que, durante tres siglos, se ha

mantenido casi en su totalidad inexplorado.

De las tierras, antes habitadas por ellos, que se distinguen, tanto por sus riquezas

minerales, como por el rápido aumento del comercio con China y las Indias

16 Todas las tribus, sin establecer ninguna comunicación con sus pares de la frontera, mantuvieron una existencia en forma independiente. .

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Orientales, de los cuales los puertos de Mazatlán y Guaymas son el asiento, voy a

tratar de dar alguna descripción bajo su nuevo división territorial, en referencia a mis

lectores para muchos detalles muy interesantes para una revista con la que nos han

sido proporcionados por un caballero que ha regresado hace muy poco tiempo

desde el norte de México, y que es casi el único extranjero, con la excepción del

teniente Hardy, que ha visitado hasta ahora el interior de la Alta Sonora, o al menos

que ha residido un tiempo suficiente allí como para adquirir un conocimiento de los

recursos y las peculiaridades del país.

Empezaré por Durango, la más meridional de las provincias internas, y la única a la

que ampliaron mis propias observaciones, tanto como debería de haber gozado de

darles un rango más amplio.

La capital del Estado de Durango, se encuentra a sesenta y cinco leguas al noroeste

de Zacatecas. La población de la ciudad es de 22.000 personas; la del Estado de

175.000. Tanto la ciudad de Victoria y la mayoría de las otras ciudades de Durango;

Tamazula, Sianori, Mapimí, San Dimas, Canelas y Cuencamé, entre otras, tienen

su origen en las minas. Antes del descubrimiento de las minas de Guarisamey,

Victoria era un mero pueblo ranchero, que, tan tarde como en 1783, contenía sólo

8.000 habitantes. Las grandes calles, la Plaza Mayor, el teatro, y todos los

principales edificios públicos, fueron construidos por el minero Conde de

Zambrano. 17 Se supone que se han extraído de sus minas de San Dimas y

Guarisamey, más de treinta millones de dólares.

17 Juan José Zambrano. Nació en Alfaro, reino de Navarra el año de 1750. Siendo muy joven se trasladó a la Nueva España donde estudió la carrera de las armas y se graduó como capitán de las milicias provinciales. Atraído por las noticias deslumbrantes de la existencia de minas fabulosas en la Provincia de Nueva Vizcaya, se radicó en la ciudad de Durango, donde. Posteriormente cambió su residencie al Mineral del Guarizamey y al poner sus sirvientes una gran lumbrada, pues casualmente habían puesto la lumbre en una veta de este mineral de plata que “graneaba”. Este fue el origen del descubrimiento de la mina que todavía en la actualidad se explota y se llama La Tecolota, porque al decir de la leyenda momentos antes de ser descubierta la veta, una tecolota cantó insistentemente sobre el árbol donde se puso la lumbre y se cuenta que dijo Zambrano: “Esta Tecolota algo bueno o algo malo nos anuncia”, minutos después descubrieron la rica veta de plata. Esa mina le produjo una gran riqueza a su dueño y le dio para comprar en 1786 las minas de Agua Caliente en Guarizamey y las de La Puerta de San Dimas que había descubierto Cayetano Flores. Posteriormente denunció las minas de Nuestra Señora de Guadalupe, en el cerro de Gavilanes y la de La Candelaria, que hasta estos últimos tiempos ha dado una fabulosa riqueza a la compañía norteamericana que la explota en Tayoltita.

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Las localidades de Villa del Nombre de Dios, San Juan del Río, y Cinco Señores de

Nazas, son casi las únicas ciudades en el estado desconectadas de las minas. Las

dos primeras son apoyadas por un amplio comercio de mezcal vino; una especie de

aguardiente, destilado del maguey o agave, la última, por las grandes plantaciones

de algodón, en las riberas del río Nazas, a partir del cual los fabricantes de Saltillo,

San Luis y Zacatecas, sacan sus suministros. El algodón, de acuerdo con la práctica

descuidada del país, no es recogido y limpiado en el lugar, pero se lleva, cuando se

reune, a Durango, donde se separa de las semillas. Se vende allí, sin embargo,

además de la carga, por un dólar la arroba, de 25 libras.

Durango no tiene fabricas. Sus riquezas consisten enteramente en las minas y

productos agrícolas, que en el pasado han sido tan considerables, que las tierras

que estén ya en el cultivo se supone que son suficientes para el sostenimiento de

una población cinco veces más grande que la que el estado tiene ahora. Las

haciendas, sin embargo, son, en la actualidad, de una escala demasiado extensa

para ser bien administradas; un mal, para lo cual el Congreso, espera proporcionar

un remedio. La mayor parte de las haciendas del estado de Durango están

Según datos muy confiables, Zambrano ganó en sus minas la enorme suma de 14, 000,000.00 de pesos, cantidad que era una fortuna y lo convirtió en uno de los hombres más ricos de la Nueva España. Fue dueño de enormes latifundios en la Región Lagunera, entre otras las Haciendas de Ramos, Avilés, San Juan de Castas y otras regadas por el río Nazas. Construyó en la ciudad de Durango para su residencia particular un suntuoso palacio que actualmente es el Museo de Francisco Villa. Anexo a su palacio mandó construir, para su recreo particular un teatro que ahora es el teatro victoria. Se caso con doña Ana María Xijón con quien no tuvo descendencia. Cuando murió su esposa contrajo nupcias con doña Silvestre Pereyra de cuyo matrimonio nació su hijo único de nombre Ramón. Cuenta la leyenda que cuando bautizó a Ramón mandó poner dos hileras de barras de plata para que pasaran sobre ellas los padrinos que llevaban al niño al bautizo. Parece que el ayuntamiento no permitió tal ostentación, argumentando que ni el Virrey de la Nueva España paseaba sobre la plata y por consecuencia eso no se permitía a un particular. Se cuenta también que en una ocasión cuando paseaba por los portales de su palacio don Juan José Zambrano, vio que pasaba por la calle un arriero con un atajo de mulas muy gordas. Le gustaron al Señor. Zambrano quien le preguntó al arriero que si vendía las mulas. Contestó que no eran de su propiedad que eran de su patrón. ¿Quién es tu patrón? Preguntó. El hombre más rico de Durango, contestó. Por eso no vende las mulas. Eso no es posible ¿Quién es el? Inquirió don José con enojo. Pues yo no lo conozco, pero dicen que se llama don Juan José Zambrano. Contestó el arriero humildemente. Era tanta su riqueza que no identificaba lo que era suyo. El capitán Zambrano fue regidor, Alferez Real y alcalde ordinario de la ciudad de Durango. Murió el día 17 de febrero de 1816.

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dedicadas a la cría de ganado vacuno, mulas y ovejas, de las cuales 150.000 se

envían cada año para el mercado mexicano. Solo la Hacienda de La Zarca posee

un stock de 200.000 ovejas y 40.000 mulas y caballos. La de Ramos, que consta de

cuatrocientos sitios, tiene 80.000 ovejas; la de Guatimapé 40.000 bueyes y vacas.

El valle de Poanas, de nuevo, a unas quince leguas al este de la capital, contiene

nada más que tierras con cultivos de maíz y está regado por un río que discurre por

el centro del valle, y a las orillas de este río son nueve haciendas de trigo y fincas

de maíz, en sucesión inmediata, que abastecen a la capital con la harina, de la mejor

calidad, a partir de seis a ocho dólares la fanega.

Las ventajas naturales de Durango aún no están completamente determinadas. El

azúcar puede ser cultivada en cualquier cantidad en los valles de la Sierra Madre,

donde el agua abunda, y el clima casi podría seleccionarse a voluntad; pero en la

actualidad, el azúcar es traída desde el valle de Cuernavaca, a una distancia de 250

leguas. Se vende, por supuesto, a un precio enorme, cinco dólares por arroba, y, en

un momento de escasez, a menudo se eleva a diez.

Indigo y café igualmente podrían ser contados entre las producciones naturales del

suelo. Se encuentran salvaje en las barrancas de la Sierra Madre, pero no reciben

ninguna atención a estos posibles cultivos.

El hierro abunda dentro de un cuarto de legua de las puertas de Durango. El Cerro

de Mercado está compuesto en su totalidad de minerales de hierro, de dos calidades

distintas; cristalizado y magnético, pero ambas casi igualmente ricas, ya que

contienen de sesenta a setenta y cinco por ciento, de hierro puro. El funcionamiento

de la fundición de estos minerales es atendido con una dificultad considerable. No

se entiende en los Estados Unidos, en Inglaterra, o Silesia, donde los minerales de

veinte a veinticinco por ciento, son las de uso común; y una plancha foundery

últimamente creada por dos nativos de Vizcaya; los Señores Urquiaga y Arechevala,

en las orillas del río, a veinte leguas de Durango, han fracasado, por falta de un

conocimiento del modo apropiado de tratar el minerales. Los aventureros son

estrechos, igualmente, en sus operaciones, por la pequeñez de su capital. Una

Hacienda se ha construido en un lugar donde se cuenta con el agua para la

maquinaria, y un abundante suministro de madera y carbón vegetal; pero como los

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propietarios no poseen los medios de la construcción de una carretera para los

carros; aunque, de la naturaleza del terreno, se podría lograr, con un gasto muy

considerable, el transporte de los minerales en mulas, que funciona materialmente,

disminuye los beneficios de la especulación. Con respecto a la dificultad de ellos,

en relación con trabajo, sin duda puede ser superada, ya que, a partir de la afinidad

de la plancha de El Mercado con la de Danemora, copiando a los forjadores suecos,

podrían comprender la naturaleza del proceso de fundición.

La Constitución de Durango se enmarca dentro de un espíritu muy liberal. El artículo

religioso,18 aunque se declara que la religión católica es la confesión del Estado, no

excluye el ejercicio público o privado de cualquier otra; y hay razones para creer,

que fue redactado a propósito de esta manera, con el fin de facilitar la introducción

de un sistema más tolerante, tan pronto como las leyes generales de la Federación

debe permitir el culto de la misma.

Por el artículo X. Se promete a los extranjeros que deseen naturalizarse en el

estado. La mdotación de grandes extensiones de tierra.

Artículo XIII. Se suprimen los títulos de nobleza.

Artículo XVI. Se prohíbe la esclavitud, y se declara libre, a cualquiera que sea

esclavo y que fuera encontrado en el Estado, en el período de la publicación de la

Constitución.

El Congreso se compone de dos Cámaras, que contiene once diputados y siete

senadores. Sus salarios son pequeños y limitados a la duración real de las sesiones.

Todos los gastos del Estado no exceden de 100.000 dólares por año.

La Legislatura ha aprobado muchas leyes buenas y útiles, y ha secundado por su

influencia los esfuerzos del gobernador, que parece haber mostrado la actividad

más loable en todas las ramas de la administración. Se ha establecido,

principalmente de su propio pecunio, una imprenta; nunca antes vista en Durango,

la Casa de Moneda, la Casa del Apartado, en la que el proceso de separar el oro

de la plata, en barras, es llevado a cabo; una fábrica de vidrio, una curtiduría, y la

fábrica de tabacos; de los cuales el Estado está empezando a obtener grandes

18 Artículo XI . " La religión del Estado es, y seguirá siempre siendo, la Católica , que es la adoptada por la Federción."

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ventajas. La policía de la ciudad, anteriormente muy descuidada, estuvo, en 1826,

muy bien organizada, y los robos eran casi desconocidos; como consecuencia de

una ley aprobada por la sugerencia del gobernador, por el cual los tribunales se

dirigieron a la conclusión de los procedimientos legales, en todos los casos de robo,

en el plazo de tres días.

Los ingresos de Durango son los mismos que los de los otros Estados. Los valores

de las contingencias llega a los 75.000 dólares, la totalidad de los cuales se habían

pagado puntualmente hasta enero de 1827.

El producto de la Alcabalas que bajo el gobierno español se exigía; era de doce, en

vez de seis por ciento, rara vez excede ahora los 22.000 dólares; pero bajo el nuevo

sistema, que se ha elevado a 80.000, como consecuencia de las juiciosas mejoras

introducidas.

El tabaco produjo, en el año 1826, sólo 25.000 dólares, pero tanto en este, como en

las otras ramas de los ingresos, se esperaba una rápida mejoría.

El comercio fue en aumento, y las ventajas de las actuales instituciones, a este

respecto, comenzaban a ser debidamente apreciadas; una gran proporción de los

suministros necesarios para el consumo en el Estado que se extrae de Cosalá y

Mazatlán, mientras que el resto se transmite desde San Luis Potosí, México o, de

acuerdo con el precio a cargo de las manufacturas europeas, en esos dos grandes

depósitos.

El territorio de Durango se divide en diez Partidos, o distritos,19 los nombres y

situaciones que se dan en el mapa, con tanta exactitud, evidencian la falta total de

datos estadísticos. No existe aún ningún estudio general, o un mapa del Estado, en

la actualidad; y como el caballero a quien me recomendó el gobernador para el

propósito, a mi regreso a México, en términos muy liberales fueron ofrecidos por la

Legislatura, fue impedida por las circunstancias familiares de aceptar el trabajo, pero

poco se ha hecho todavía por corregir los errores, por lo que todos las inexactitudes

publicadas hasta ahora abundan.

19 1. Durango. 2. Nombre de Dios. 3. San Juan del Rio. 4. Cinco Señores de Nazas. 5. Cuencamé. 6. El Oro. 7. Indé. 8. Papasquiaro. 3. Tamazula. 10. Guarisamey.

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El Estado está bien abastecido con todas las cosas necesarias para la vida. El maíz

rara vez se eleva por encima de doce reales la fanega, y es a menudo tan bajo como

siete. La harina varía de diez a doce y catorce dólares la carga. Las frutas y verduras

de todo tipo abundan, especialmente los melocotones y las patatas, para los cuales

Durango se encuentra en una especie de celebridad. Las mulas se compran en

partida, al por mayor, a dieciocho dólares cada una. Los caballos en ocho y nueve

dólares. Un buey o una vaca gorda se vende por doce dólares; y las ovejas se

pueden comprar por un dólar, en la temporada, cuando los grandes rebaños de

Nuevo México se reducen, en su camino hacia las provincias centrales.

En las inmediaciones de la capital, todos los materiales para la construcción

abundan; cal y piedra pueden ser adquiridos a muy poca distancia de las garitas; la

piedra utilizada en la manufactura de vidrio se encuentra al pie del Cerro de

Mercado; y la mejor ventaja de Cuencamé y Mapimí sólo cuesta cuatro dólares el

quintal. El cobre para la aleación se lleva desde Chihuahua, y se vende por

veinticuatro dólares el quintal; y el hierro del Cerro de Mercado, cuando se trató,

como lo ha sido con frecuencia, a pequeña escala, en las herramientas de minería,

se dice que es tan duro como para no requerir el proceso habitual de vuelco con el

acero.

Estas ventajas serán debidamente apreciadas cuando se procese en Durango, cosa

que va a suceder en unos pocos años, el escenario de operaciones por alguna gran

asociación extranjera o nativa de los capitalistas, por cuyos trabajos los recursos

del país en primer lugar se desarrollarán plenamente.

El Estado es rico en yacimientos minerales, ninguno de los cuales, excepto

Guarisamey, y San Dimas, han sido en absoluto ampliamente trabajados. Apenas

hay una sola mina superior a 100 varas de profundidad. En general, el uso de,

incluso la maquinaria simple, era desconocido en el norte; y un malacate tan

primitivo como la invención lo es, tendría emocionados, casi al asombro a los

mineros, como si se tratase de una máquina de vapor. En sí, las minas fueron

trabajadas siempre que el agua podría aumentar sin inconveniente por dos o tres

Tenateros o cargadortes, con cubos de cuero, y abandonada cuando la descarga

de agua se hizo demasiado laboriosa y difícil. La mayoría de los principales distritos

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pueden, en consecuencia, ser considerados como terreno virgen, y no son pocos

en los que los viejos ejes podrían no estar de nuevo ponerse en actividad con un

comparativamente pequeño desembolso. Nada puede superar la ansiedad que

sentía, y se expresa, por el gobernador y los miembros de la Legislatura, así como

por todos los principales habitantes, que este experimento debería ser juzgado; y si

fuere a ser intentado por una empresa extranjera de la respetabilidad, tendría la

seguridad de recibir un cálido apoyo. En tal caso, las minas de hierro no deben ser

descuidadas. Si se gestionan adecuadamente, ellos solas serían suficientes para

asegurar la prosperidad de la asociación; porque no hay objeto para el que la

demanda sea mayor que el hierro, y en ninguno de los cuales, el suministro en

Europa se asistió con tales desventajas múltiples. Durango podría, en dos años,

superar los depósitos de hierro de Sombrerete, Zacatecas, Catorce, Batopilas, y

todos los distritos mineros del sur de Chihuahua; y el éxito de las de hierro de las

minas ya adoptadas por las empresas en Encarnación, e interferir con este proyecto,

ya que su mercado se limita a los Estados mineros del centro del país, más allá del

cual, a partir de las dificultades de comunicación, sus operaciones difícilmente

podrían ser extendidas.

Durango contiene una Csa de Moneda; y la moneda es considerable, aunque la

maquinaria es de la peor clase, siendo la misma que fue erigida en el comienzo de

la Revolución. En la Casa del Apartado, la separación de los dos metales se efectúa

por el uso de ácido nítrico, y no por el ácido sulfúrico, como en el nuevo

establecimiento formado en México por el Señor Alamán. Es a partir de las minas

de Guarisamey que los minerales más célebres por su ley de oro proceden. La

proporción de oro es a veces tan grande, que una parte muy pequeña; tejo, o torta

de plata, que vi en la oficina del análisis de la Casa de Moneda, fue valorada en

2.800 dólares. En los otros distritos mineros de Durango, hacia el este de la Sierra

Madre, hay menos oro; y en los minerales de plomo de Mapimí y Cuencamé

ninguno. El oro de Tamazula se encuentra puro; y abunda en todo el declive

occidental de la Cordillera, donde el oro nativo, o el oro mezclado, en proporciones

muy grandes con la plata, son las características de la mayoría de las venas

principales.

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Una gran parte del territorio de Durango se encuentra en la Mesa Central, y la

capital, aunque rodeada en la mayoría de los mapas de montañas, se encuentra en

medio de una vasta llanura, los cuales, al Nordeste, se extiende, con pocas

interrupciones, por lo que Chihuahua y Santa Fe de Nuevo México, de donde

nuevamente hay una comunicación más lejos de la rueda de los carros a los

grandes ríos en el valle del Missisippi, ya través de ellos, con el Atlántico, por el

oriente de los Estados Unidos.

Al oeste; norte y sur, se extiende la Sierra Madre, formando una barrera por el lado

del Pacífico y las tierras bajas calientes de Sinaloa, ocupando el espacio entre el

pie de las montañas y el océano. Al norte de Sinaloa, comienza Sonora, y abarca

todo el espacio desde las orillas del Golfo de California hasta los confines de

Durango y Chihuahua, en la Mesa Central; entre los veintisiete y treinta y cuatro

grados de latitud norte, comprendiendo en esta vasta extensión de país casi cada

posible modificación del clima, el calor que varió en proporción que las plataformas,

son más o menos por encima del nivel del mar. Un mucho menor grado de elevación

se requiere, sin embargo, en estas latitudes del norte de producir ese clima

templado, que se encuentra para ser más conducente a la fertilidad del suelo y la

comodidad de los habitantes; y un aumento de unos pocos cientos de pies es

suficiente para dar a Arispe, y los distritos en sus proximidades, la temperatura, que

las ciudades, dentro de los trópicos, sólo disfrutan a una altura de cuatro a siete mil

pies.

Los principales distritos mineros de Durango son los de: Gavilanes, Guarisamey, y

San Dimas, Tamazula, Canelas, y Sianori; Todos los cuales están situados hacia el

límite occidental del estado, sobre la descendencia de la Sierra Madre a la costa,

con Guanaceví, Indé, El Oro, Cuencamé y Mapimí, hacia el este de la Sierra Madre,

y que difiere de los primero mencionados, no menos en la calidad de sus minerales;

que son pobres, pero extremadamente abundantes, y entremezclados con plomo,

que en su elevación por encima del nivel del mar. Gavilanes, Guarisamey, y San

Dimas, se encuentran casi en el mismo paralelo con la ciudad de Victoria, pero unos

cinco días de camino hacia el oeste, tres de los cuales están sobre la meseta,

mientras que durante los dos restantes, el viajero se afana en medio de las

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fortalezas de la Sierra Madre. Los barrancos profundos y estrechos en los que se

encuentra Guarisamey son tierra caliente, mientras que las montañas que se cierran

al alcanzar el punto más alto de la Sierra Madre, que el señor Glennie estima en

9.000 pies. Gavilanes, por el contrario, se para sobre una plataforma que se

proyecta, en el lado de una de las montañas, no muy lejos de la cumbre, y, cuando

se ve desde la distancia, parece más adecuada para la morada de las águilas, que

para la de los hombres . En este último barrio, las minas están todas abiertas sobre

una veta, lo que, por sus dimensiones, casi puede competir con la Veta Madre de

Guanajuato. Fue descubierto por su cresta muy elevada, lo que atrajo la atención

de la Rumbeadores; personas que buscan filones metálicos, también llamados

gambusinos, y no se encontró para producir minerales muy ricos, desde la superficie

hasta la profundidad de sesenta varas, donde un tipo de mineral de negro se

descubrió, mismo que resistió todos los intentos de reducirlo a la ventaja. Por la

fundición, se produjo poco o nada, y por amalgamación, aunque la cantidad de plata

producida era muy considerable, la pérdida de azogue era tan grande como para no

dejar ningún beneficio. Por otro lado, la vena, que en la superficie sólo había de una

vara de ancho, aumenta gradualmente hasta que, en la profundidad de setenta

varas, que era diez, y en algunos lugares más de quince varas de ancho. Un

socavón fue impulsado, con la intención de perforar la veta de cien varas por debajo

de los antiguos trabajos; pero por algún error de cálculo en las mediciones, no

alcanzó el punto en que habría cortado la vena, y fue abandonado por los

propietarios en la desesperación. Desde ese momento Gavilanes ha estado sobre

el descenso, y, en 1826, el distrito sólo contenía una mina en actividad, aunque

abundante en las venas metalíferas.

Guarisamey, el principal de los distritos de los alrededores, debe su descubrimiento

a la veta de Tecolota, que cruza la carretera de Durango a la costa, por Cosalá. La

abundancia y la riqueza de sus minerales pronto trajeron a los colonos en las

proximidades de las minas: Se exploraron las montañas vecinas, y las venas de

Arana, Cinco Señores, Bolaños, Piramide, Candelaria, Dolores, y Topia,

descubiertas, con otras innumerables, las cuales todavía no se han trabajado; los

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mineros de Guarisamey, nunca atacaron una vena que no dejó un beneficio claro a

partir de la misma superficie de la tierra.

Casi todas las vetas antes mencionados fueron denunciados por Zambrano; y todas

las bonanzas producidas, algunas de las cuales eran muy considerables. La mina

de Arana fue notable para contener, entre dos pequeñas rayas de mineral rico, una

cavidad llena; como las bóvedas de la mina de Zavala, en Catorce, con un polvo

rico en metalífero, compuestas casi en su totalidad de oro y plata. Asímismo se

distinguió por muchos de esos lugares ricos comúnmente llamados Clavos, que

aunque de pequeña medida en una dirección horizontal, eran muy constante en

profundidad perpendicular. Estos Clavos se trabajaron a la profundidad de ciento

ochenta varas, aunque la mina no tenía eje; y durante la totalidad de este espacio,

los minerales más comunes rindieron de diez a quince paquetes de metal de quince

quintales, mientras que los más ricos, se dice que se han producido a partir de un

setenta por centenar de cinco. La veta de Cinco Señores es de cinco varas de

ancho, y la calidad de los minerales totalmente iguales a su abundancia: la mina es

de trescientas varas de profundidad, lo que, incluso en Guarisamey, es una

circunstancia extraordinaria, algunas de las más antiguas minas superiores a unas

cien o ciento cuarenta varas. Cerca de la cima de las montañas que separan a San

Dimas de Guarisamey, se encuentran las minas de Bolaños y Piramide, junto con

otras, todas de una profundidad considerable. La bonanza de Bolaños, a partir de

su primer descubrimiento, se celebró, pero la mina fue abandonada como

consecuencia de la falta de un socavón comenzado con gran magnificencia, pero

tan mal conducido que, después de haber estado en varias direcciones en busca de

la veta, con un muy considerable costo, salió de nuevo en el lado, a muy poca

distancia del punto en el que había entrado en la montaña.

En el lado norte de la misma cordillera se encuentra la famosa mina de La

Candelaria, de la cual procedió una gran parte de la fortuna de Zambrano. Está

situada cerca de la cima de la montaña, justo enfrente de las minas de Cinco

Señores y Bolaños, existiendo cerca de tres horas de difícil ascenso desde

Guarisamey a estas minas, y casi lo mismo de San Dimas a la Candelaria. Por el

lado de San Dimas, las montañas son de pendiente muy pronunciada y, por lo tanto,

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la mina de La Candelaria se ha trabajado con la profundidad de cerca de 600 varas,

con socavones impulsados uno debajo del otro en la veta, todo a expensas de ser

asumido por el valor de la minerales producidos. El último, un trabajo más magnífico,

es impulsado casi 500 varas en la montaña, con tal amplitud que una diligencia

podría pasar a través de él, en el mismo corazón de la mina, que pueden ser

trabajadas a 600 varas inferiores, mediante la aplicación de un plan similar. Los

minerales ricos de la veta se han encontrado, desde la superficie hasta la

profundidad actual, en camas separadas, perpendicular al horizonte; comúnmente

llamado clavos a Pique y se dividen por masas intermedias de roca. Las camas de

mineral han sido constantes desde la superficie hacia abajo, y de la parte de la veta

examinada hasta ahora; que comprende una distancia horizontal de 500 varas.

Cerca hay cuatro depósitos de mineral, con un número igual de Caballos

intermedios, o capas de roca. Los niveles más bajos de La Candelaria son ahora de

100 varas por debajo del último socavón, y los propietarios, que no poseen los

medios de uno u otro drenaje, mediante un aparato, o de conducir otro socavón, no

pueden trabajar la mina, como se requiere y, sin embargo, han insistido en los

términos onerosos, que han impedido hasta ahora, a los extranjeros, los

compromisos para ofrecer asistencia técnica. Decepcionados en sus expectativas

poco razonables, ahora, creo que estarían encantados de reparar su error mediante

la concesión en condiciones muy favorables para los aventureros; pero incluso en

este caso, la gran precaución sería necesaria, porque algún derecho sobre las

minas todavía se mantiene por la familia de Zambrano, y sería necesario tomar

precauciones contra la posibilidad de una demanda, antes de que pudiera hacerse

cualquier intento de llevar esta situación al más valioso distrito de nuevo en

actividad.

Un poco más abajo Guarisamey, en el mismo barranco, se encuentra el barrio de

San José Tayoltita, que contiene la mina de la célebre Abra, que fue una de las

últimas trabajadas por Zambrano. Fue abierta en la bonanza, y continuó así hasta

la profundidad de 100 varas, donde el avance de las obras ha sido impedido por el

agua; y esta nunca se retiró, como consecuencia de la muerte de su titular, que tuvo

lugar en Durango. Su sobrino, al comienzo de la Revolución, recogió el dinero que

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pudo, mediante la extracción de los pilares de todas las minas que pertenecen a la

casa de Zambrano, y huyó a la Península con el producto. La mina pertenece ahora

a Don Antonio Alcalde, uno de los ejecutores de Zambrano. Si se trabajara de

nuevo, con las otras minas de la comarca, con un poco de la ciencia y de la

actividad, probablemente daría inmensos beneficios. El conjunto debe llevarse a

cabo, sin embargo, como una negociación, ya que, en tales distritos aislados, para

las carreteras, se deben organizar los suministros, para un establecimiento

pequeño, lo cual representa una tarea muy poco rentable. Del importe de la plata

extraída de la Sierra Madre por Zambrano durante los veinticinco años que continuó

sus labores, nada cierto se sabe; pero el señor Glennie, de cuyas notas que he

tomado prestada la totalidad de los detalles dados arriba, indica que él mismo vio

en los libros de la aduana de Durango, once millones de dólares registrados como

la suma pagada por Zambrano como Quinta del Rey; y este hecho me fue

confirmado por el gobernador, que examinó los registros por sí mismo, con el fin de

corroborar por el número de minas abiertas en Guarisamey y los distritos

circundantes en un espacio muy corto de tiempo; por la riqueza peculiar de sus

minerales; y por la inmensa suerte de Zambrano, que disminuyó a medida que sus

beneficios deben haber sido mermados por las costos del trabajo de extracción, de

los cuales tantos espléndidos monumentos permanecen. También pude un testigo,

no sin lamentar, de la caída de un distrito capaz de impulsar de manera beneficiosa

un empuje alrededor del país; pero que, con sus tesoros aún sin explorar, están

ahora casi totalmente abandonados.

Un poco más al norte de Guarisamey, se encuentra el mineral llamado Bacis, que

no fue visitado por el señor Glennie, a causa de la destrucción total de las carreteras

por las lluvias: la misma causa le impidió llegar a Tamazula, Canelas y Sianorí;

distritos del todo valiosos; los dos últimos están situados en el límite extremo

noroeste del estado de Durango. Bacis se ha construido a largo arriba, a causa de

la dificultad de drenaje de las minas sin maquinaria; pero se dice que los filones

eran extremadamente ricos en plata nativa, y que, en la principal mina, masas

sólidas de este metal habían sido realmente cortado, cuando el avance de las obras

fue detenido por el agua.

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Este puede ser uno de esos adornos de los que abundan en los distritos mineros;

pero no hay nada improbable en la suposición, lo mismo se ha producido en otras

partes de la Sierra Madre, así como en la mina de Barranco en Bolaños; de la que

poseen una pieza de plata, el cual, para una pequeña porción de la matriz unida a

ella, sería, de su tamaño y pureza, al ser pronunciada y haber sido ya sometidoa a

la acción del fuego.

De Durango, el señor Glennie, cuyas observaciones todavía tengo que tomar como

guía, procedió a Chihuahua, del cual, mi estado de información es muy limitado.

(…)

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SECCIÓN V.

Retorno de Durango a Sombrerete, Zacatecas. Minas de Veta Grande, y de los

estados Company (…)

Salí de Durango el 19 de diciembre, altamente satisfecho por la amable acogida que

yo había experimentado allí, por parte de la mayoría de las familias criollas

respetables, a quienes me presentaron durante mi corta visita. Entre ellos había dos

hermanas del general Victoria, muy animadas, y algunos políticos muy entusiastas,

un talento para el que, en Durango, por desgracia, no había mucho margen. La

ciudad se dividió en dos partes, Liberales y conservadores; la primera, integrada por

los amigos y partidarios del gobernador, deseosos en la promoción de toda reforma

útil; y la segunda vestida de batalla, bajo las banderas de la autoridad de la catedral,

quienes son los adversarios de toda innovación, particularmente en las materias

relacionadas con la Iglesia. La lucha iniciada por un intento, por parte de la

Legislatura del Estado, de obligar a los cañones que se apliquen a los fines para los

que habían sido especialmente creados, ciertos fondos asignados por el Congreso;

hundido en la masa de bienes de la Iglesia, denominados en obras pías.

Los cañones les niegan el derecho de injerencia, por parte de las autoridades civiles,

y por algún tiempo estuvo en peligro la tranquilidad del Estado, por la violencia de

su oposición. El conflicto, sin embargo, terminó amigablemente, poco tiempo

después de mi visita a Durango, con el resultado de que el Congreso consintió en

suministrar el dinero requerido por el Gobierno como un préstamo, con la condición

de que la investigación propuesta debía suprimirse.

Era la intención del gobernador de emplear estos fondos en la ejecución de un

proyecto, por el que la apariencia de los valles de Durango sería cambiado por

completo. La ciudad está ahora abastecida de agua por una fuente de aislamiento,

el manantial; Ojo de Agua de los Remedios; y esto, aunque suficiente para los fines

ordinarios, ofrece a los habitantes los medios de riego para sólo una muy pequeña

porción de tierra establecida en jardines, en el entorno de la localidad. Se ha

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comprobado sin embargo, que, al traer un canal desde el río hasta el noroeste del

valle, una caída suficiente se podría obtener para distribuir agua a toda la llanura

más allá de la capital; y este proyecto se ha convertido en el esquema favorito del

gobernador, cuya mente parecía dedicada a su realización. Su utilidad no se puede

negar, ya que sería poner en cultivo una gran extensión de tierra hermosa; pero la

ciudad de Victoria deriva dichos suministros abundantes a los distritos de los

alrededores, que no sé si la verdadera importancia del plan es igual a la que la

disposición optimista del Señor Ortiz lo induce a adjuntar a la misma.

Me llamó mucho la atención la diferencia entre la manera en que la sociedad se

organiza en Durango y cómo lo hacen en los estados del Sur. Las mujeres, en lugar

de pasar sus días en la languidez y la ociosidad, se emplean, con la bulliciosa

actividad, supervisando los detalles del menage, e incluso toman una parte muy

eficiente en ese departamento más importante, la cocina. La consecuencia es que

no hay ninguna parte de la República en la que las ventajas de la limpieza son tan

altamente apreciadas, o las pequeñas comodidades de la vida tan bien

comprendidas. Mi habitación en la casa del gobernador era una delicia, y tengo

todavía un recuerdo vivo de la excelencia del café con leche, que su apreciable y

amable esposa me trajo cada mañana con sus propias manos. Me dijeron que esto

era general en todo el norte, la raza vizcaína y un sistema de buena ama de casa

se han extendido en su conjunto; y en Durango el aspecto general de las mujeres

nos habla de más hábitos domésticos. Ellas son poco vistas en las calles o en

lugares públicos, y son mejor educadas en casa. En un baile y concierto, que el

gobernador tuvo a bien ofrecerme la noche antes de mi partida, oí varios actores

aficionados muy respetables, en particular dos hermanas que jugaron un dúo juntas

en el piano con gran facilidad de interpretación. Pero la reina de la noche fue una

joven cantante profesional desde Guarisamey, la pasta de Durango, cuyo talento

fue sometido al cultivo necesario para calificar para el sostenimiento de su parte de

Prima Donna, en la ópera de la ciudad. Sus habilidades vocales habían sido

descubiertas por un amigo del gobernador a quien le recomendó a su protección; y

aunque no puedo en la razón, esperar ser tan entusiasta en su alabanza como sus

Apasionados admiradores en Durango, debo confesar que tenía una voz muy

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potente, la cual, cuando es modificada por una pequeña cuota, posiblemente, podría

traducirse en agradable.

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Robert William Hale Hardy

Nacido en 1794, Robert William Hale Hardy, entró como grumete en la Marina

Británica el 8 de junio de 1806, a bordo del Ganges, navío que, bajo las órdenes del

capitán Peter Halkett, estaba anclado en Portsmouth, el cual posteriormente se unió

al Royal William, buque insignia del Almirante Montagu. Entre 1807 y 1813

encontramos a Hardy sirviendo en la estación de las Indias Orientales,

principalmente como guardiamarina, en el Monmouth y en el Russel, teniendo cada

uno la bandera del Contraalmirante O'Brien Drury. En el Caroline, con el capitán

Christopher Cole, y en el Bucéfalo, dirigido por el capitán Barrington Reynolds. En

agosto de 1810, a bordo del Caroline, Hardy ayudó en la captura de la célebre

Banda Neira y, en agosto de 1811, de la isla de Java.

A partir de enero 1814 hasta su ascenso al grado de Teniente, 20 de febrero de

1815, Robert William Hale Hardy, sirvió en la región de Asia, obedeciendo al capitán

John Wainwright, y en el Tonnant, buque insignia de Sir Alex Cochrane, tanto en la

base naval de Norteamérica, donde, entre otras operaciones, asistió a la expedición

a Nueva Orleans.

A la sazón el marino inglés visitó México entre 1825 y 1828, como comisionado de

la General Pearl and Coral Fishery Association de Londres, con la finalidad de

buscar bancos de perlas en el mar de Cortés y; de encontrarlos, que no fue el caso,

negociar los mejores términos para su explotación, aunque también, como espía al

servicio de Su Majestad, hizo un somero análisis y descripción de la situación de los

yacimientos mineros y fuentes de riqueza agrícola y ganadera de los territorios por

los que viajó.

En su viaje por México, Hardy visitó partes de los estados de: México, Guanajuato,

Michoacán, Jalisco, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Baja California Sur y Baja California

Norte, Chihuahua, Durango, Coahuila, Zacatecas, Querétaro, Puebla, Veracruz y la

Ciudad de México. De su periplo, Hardy escribió su libro de viajero Viajes por por el

interior de México, en 1825,1826, 1827 y 1828, que, a su regreso a Inglaterra, fue

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publicado en 1829 y del cual existe una versión en español publicada por Trillas en

1997. El texto de Hardy describe, sobre todo, los pormenores de la observación de

las conductas, desde el punto de vista colonialista inglés, de los pobladiores

mexicanos, con un gran desdén racista y supremacista que lo llevaba a escribir

aseveraciones como la siguiente: “Los indios no parecen tener un entendimiento

superior al de las mulas.”

Del 4 al 10 de mayo de 1827, el oficial marino inglés Robert William Hale Hardy,

estuvo en tierras durangueñas, aunque en su libro, como se podrá leer, confundía

constantemente los nombres de los poblados. El itinerario de Hardy por Durango

incluyó los actuales municipios de: Hidalgo, Mapimí, Nazas. Tlahualilo, Lerdo,

Gómez Palacio y Cuencamé. Hardy falleció en 1871.

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HARDY, ROBERT WILLIAM HALE. Viajes por por el interior de México, en

1825,1826, 1827 y 1828, Presentación de Ernesto de la Torre Villar, México,

Editorial Trillas, Colección Linterna Mágica # 23, 1997, pp. 338 a 340.

(…)

4 de mayo. Salimos a las cinco de la mañana, y llegamos al pueblo de Cerro Gordo20

a las ocho de la noche. Hay algunas buenas casas, en una de ellas me recibieron

muy amablemente y me trataron con mucha hospitalidad. El dueño me dijo que

últimamente habían descubierto una mina muy valiosa a unos cuantos kilómetros

de allí. El pueblo tiene tres mil habitantes.

5 de mayo. De ahí seguí hacia la hacienda de La Zarca. Es una finca magnífica y

tiene muchísimo ganado. Todo está en perfecto estado, y el dueño, un viejo español,

de muy buen porte y muy cortés. Me dio muy bien de cenar y alojamiento en una

habitación en la que había sido condenado y fusilado uno de los héroes de la

revolución mexicana. Sin embargo, el espíritu del muerto no vino a molestarme

durante la noche.

El actual dueño tiene una familia grande, y vive en tan gran plan que me convencí

de que tenía que ser sumamente rico. Parece haber leído mucho, tiene una buena

biblioteca y su compañía me pareció muy amena.

6 de mayo. De ahí fui al presidio de San Pedro del Gallo, que está a una distancia

de 65 kilómetros hacia el sudeste. San Pedro se encuentra en un valle al que afluyen

varios riachuelos que no encuentran ya salida, la única agua que se escapa es por

filtración o evaporación. En consecuencia, se ha formado un lago de un tamaño

considerable. En una loma vecina hay unas ruinas de un pequeño fuerte, que se

erigió en los comienzos de la revolución. Mapimí está a 70 kilómetros en dirección

este noreste, ahí se encuentran algunas minas muy ricas, trabajadas por nativos,

que ahora están en bonanza. Se dice que es el distrito minero de mayor futuro de

toda la república.

20 Cerro Gordo, antiguo presidio, es la actual Villa Hidalgo, municipio de Hidalgo. Al parecer Hardy exageró la cantidad de pobladores de Cerro Gordo, toda vez que para la década de los cuarenta del siglo XX, Pastor Rouaix consigna la existencia de solo 538 habitantes.

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7 de mayo. Salimos a las nueve de la mañana, después de recorrer 30 kllómetros

llegamos al Río Nazas, La Villa de los Cinco Señores, es el pueblo principal de los

que se encuentran en las márgenes de este río. Sin embargo, al llegar a él no nos

detuvimos, cruzamos el río, que no es profundo, y proseguimos hasta la hacienda

de Alsobaco21 donde pasé la noche. Me recibieron en la casa de don Agustín

Gómez, presidente del Ayuntamiento de Los Cinco Señores. Es un tipo extrañísimo

al cual realmente no entiendo.

Este señor me contó sobre un levantamiento que había habido recientemente en la

villa. Algunos indios intentaban reclamar sus derechos a la tierra. Sin embargo, el

asunto no tuvo mayores consecuencias y todo se arregló enviando a los

responsables a un presidio para que hicieran servicio militar por no sé cuántos años.

Mi anfitrión me sirvió una cena espléndida, había todas las maravillas que ofrece el

Río Nazas; a pesar de ello, el presidente del ayuntamiento se sintió obligado a

excusarse por la escasez de viandas y por lo malo que era su cocinero. En la tarde,

me preguntó si alguno de mis criados era cocinero y volvió a quejarse del suyo; ¡Lo

que yo debía decir que nunca había probado tan espléndida ni preparada! El

presidente hablaba continuamente, en especial de temas políticos, que yo

desconocía totalmente debido a mi larga ausencia de la ciudad de México. Hablaba

también de otros temas y por él supe que los dueños de las haciendas de este río

se dedican principalmente al cultivo del algodón; dicho sea de paso este río

desemboca en el Lago de Mapimí. Me dijo que el precio precio promedio del algodón

es de dos dólares, pero ahora la arroba con semilla se vende en sólo dólar y medio.

Es de inferior calidad que el de Colima. Este lugar es excepcionalmente hermoso y

fértil. A los lados del río hay unos arbustos en flor muy bonitos. El Nazas separa el

estado de Chihuahua del de Durango.22

8 de mayo. Salimos temprano y llegamos a Las Norias a las siete de la mañana. Es

un Real de Minas, y aunque en una de las minas la carga sólo produce un marco y

medio de plata, sacan 500 dólares a la semana. Hay mucho metal y es fácil trabajar

21 Alsobaco es en realidad la Hacienda de El Sobaco, municipio de Nazas. 22 En realidad el Río Nazas es una marca de límites entre los estados de Coahuila y Durango

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la veta. Parece que aquí los mineros son muy pillos; pero creo que en México, todos

los mineros son así.

El viejo Real de Quincamé23 se encuentra a unos 40 kilómetros de ahí. Mientras

buscamos alojamiento en este Real, observe que el padre despachaba detrás del

mostrador de una tienda a los clientes que iban llegando. Alquilé dos cuartos en su

casa que no me costaron muy baratos. En la noche, me hizo una visita y me conto

que se dedicaba al comercio por necesidad; también me dijo que todos los clérigos

del estado de Durango eran tan pobres que se veían obligados a hacer lo mismo.

El agua de este Real es muy mala mediocre. Es un lugar muy pequeño.

9 de mayo . Seguí el curso del rio. La villa de Coquilo24 está a 15 kilómetros de

Auincamé,25 igual que Lerma y Charo, está compuesta de media docena de casas.

El pueblo de Atotonilco está situado enalto 20 kilómetros más adelante. Es la

costumbre por aquí que cuando en el pueblo hay pocas casas y no hay mesón, los

viajeros sus pasos a casa del cura donde encuentra alojamiento tan barato como

en cualquier otro lugar con la diferencia de que la comida es mejor. En este lugar,

la casa del cura, que es un español de nombre Juan de la Pedriza, es muy grande

y en la parte de atrás hay un manantial del que surge el agua a borbotones, es el

lugar donde nace el río que pasa por Coquillo26 y Quincamé.27 Es un manantial muy

curioso por la gran altura del pueblo, y no es caliente como era de esperarse.

Puede decirse que el pueblo de Atotonilco no tiene más que la casa del cura, pues

además de ésta sólo hay unas cuantas chozas. Durante la comida, el padre estuvo

muy pomposo, y hablaba en voz baja y sólo a los que estaban junto a él. Todos lo

trataban con gran deferencia; pero no pude averiguar si el grupo que se encontraba

allí reunido eran parientes, amigos o dependientes; de todos modos no es un detallle

de gran importancia.

A las tres de la tarde, me marché y seguí hacia el sudeste. A las siete de la noche,

llegué a un manantial frente al cual hay una cabaña pequeña. Pasé la noche en este

lugar, tuve que dormir al aire libre y me cobraron el agua que bebieron mis mulas.

23 Quincamé, es en realidad Cuencamé. 24 Vila de Coquilo, tal vez se freiere a La Villa. O a Ocuila. 25 Auincamé, De nuevo se refiere a Cuencamé. 26 De nuevo Coquillo, tal vez sea Ocuila. 27 De nuevo Quincamé, es Cuencamé.

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10 d e mayo. A las siete de la mañana, llegamos al rancho de don Juan Pérez,28

que tiene 200 mil ovejas en su propiedad. Después pasé por un manantial de agua

caliente, que está en la frontera entre Durango y Zacatecas. (…)

28 Hacienda de Juan Pérez, fue un extenso y rico latifundio de 288,000 hectáreas, ubicado en el municipio de Cuencamé

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Albert M. Gilliam

Nacido en Lynchburg, Virginia, Estados Unidos de América, en el año de 1804

(circa), Albert M. Gilliam, en 1823, se graduó del bachillerato, en el Hampden-Sidney

College.

Entre abril de 1841 y marzo de 1845, el virginiano John Tyler fue presidente de los

Estados Unidos y los movimientos en los circulos de amistades y relaciones hicieron

que su coterráneo Albert M. Gilliam recibiera el nombramiento de cónsul para la

ciudad y puerto de San Francisco, en la Alta California, que entonces aun era

territorio mexicano.

Eran los tiempos en que los magnates estadounidenses intentaban la anexión de

Texas al territorio gringo, mientras se sucedían las diversas presidencias de Antonio

López de Santa Anna y se redactava la doctrina del Destino Maniiesto, al tiempo

que las logias masónicas se trenzaban en luchas intestinas en un país dividido entre

federlsitas y centralistas, que se alternaban el poder merced a los diversos

levantamientos, fusilamientos, asonadas, convulsiones y cuartelazos.

En este complicado ambiente arribó a México, Albert M. Guilliam, hombre más bien

de carácter hogareño y sedentario, a quien no le agradaba mucho la idea de viajar

y cuyos intereses no eran los de la ciencia de investigación in situ. Sin embargo, de

manera inopinada, el cónsul se vio embarcado en un periplo por territorio mexicano

que incluyó los estados de: Veracruz, Puebla, la Ciudad de México, Hidalgo,

Querétaro, Guanajuato, Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, Durango, Sinaloa,

Chihuahua, San Luis Potosí y Tamaulipas, con el reporte constante de los posibles

valores económicos, y sobre todo de las vetas minerales en las diversas entidades

por donde anduvo.

Desde el 7 de febrero de 1844 hasta el 8 de marzo del mismo año y del 25 de marzo

hasta el 28 mayo de 1844, el viajero estadounidense transitó por los caminos de

herradura de diversos partidos el estado de Durango, y permaneció por más tiempo

en Canelas, lugar donde localizó a sus dos sobrinos; quienes habían quedado

huérfanos de su hermano mayor, y los llevó consigo a su país de origen.

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Una vez que Gilliam regresó a su país, y que las relaciones entre México y los

Estados Unidos se rompieron por la Invasión de los Estados Unidos a México, a

petición de su círculo de amigos, el para entonces ex cónsul estadounidense se

puso a escribir la relación de sus viajes por México, lo que dio por resultado el libro:

Travels over the table lands and cordilleras of Mexico. During the years 1843 and

44; including a description of California ... and the biographies of Iturbide and Santa

Anna, publicado en1846, en Filadelfia y que tuvo una segunda edición recortada

con el título de: Travels in Mexico, during the years 1843 and 44: including a

description of California, the principal cities and mining districts of that republic; the

Oregon Territory, publicado en 1847.

Orgulloso de ser estadounidense libre, protestante y alglosajón, en su libro, Gilliam

opinó sobre la posible anexión de algunos territorios mexicanos a los Estados

Unidos y no dejó de externar constantemente sus temores a sufrir traiciones, robos,

asaltos o ser asesinado por los indios comanches o por los mexicanos; guías,

porteadores e intérpretes que lo acompañaron en sus travesías.

Chovinista, xenófobo y arrogante, Gilliam, en su libro, desprecia a los mestizos e

indios y a la mayoría de los mexicanos y solo halaga a los personajes ricos,

interesantes e importantes que le dan cobijo y hospedaje en sus casas elegantes,

durante los días que permanece en los lugares que visita.

Poco cuidadoso de los nombres de los lugares y de algunos objetos que describe,

el viajero incluye poblados con títulos que solo existieron en su imaginación.

Afortunadamente, en su acucioso estudio, Pablo García Cisneros aclaró y corrigió

los errores de Gilliam.

Independientemente de los errores corregidos y de lo prejuicios en torno a los guías,

porteadores e intérpretes, el texto de Gilliam es importante, en tanto testimonio de

otro punto de vista de los durangueños de la quinta década del siglo XIX.

Aquí se transcriben los textos del libro de Gilliam que se refieren a su paso pór el

estado de Durango, con las correciones que incluyó Pablo García.

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GILLIAM, ALBERT M.. Travels in México, during the years 1843 and 1844; including

a description of California, the principal cities and miming districts of that Republic;

the Oregon territory, etc., Aberdeen, George Clark and Son. Ipswick: J. M. Burton,

1847, pp. 203 a 253.29

CAPÍTULO XVI

Qué dirección tomaría. Partida de Sombrerete. Bajo mucha excitación. Fatiga,

hambre y sed. Campo de la hacienda de Muleros. Pequeños lobos rojos.

Ovejas. Casa grande. Se rehúsan a admitirnos. Hospitalidad de un joven

mexicano. Su esposa. Bolas de Paixham. Diversión. Campesino en busca de

un abogado. Comprensión del bien y del mal. Los talones de un sirviente

trabados bajo una muía. Muchas corrientes pequeñas. Sed insatisfecha. Los

mexicanos jamás se lavan mientras viajan. La Punta. Proseguimos a San

Casan [sic]. Armas descargadas. Mi deber. Cadáveres de dos hombres. Viajo

1,400 millas. Río. Fundición de hierro. La ciudad de Durango. Mesón de Santa

Paula. Desayuno. Casa de la Cadena. Mi caminata. Dos plazas. Arma de fuego.

La Alameda de la ciudad de Durango. El convento del santo patrón. Durango,

un obispado. Una de las nueve casas de moneda. Comparación de las

monedas según mi sirviente. Una parte retirada de la Alameda. Reflexiones.

Velo de ilusión. Civiles sin libertad religiosa. Tom Paine. Thomas Jefferson. El

gran silencio de los pueblos mexicanos. Ruina de 400 casas. Comida. El señor

James Moore y un inglés. Disparo de un rifle. Estrecha escapada de la muerte.

El señor Germán Stahlknecht. Su equivocación. Cartas de presentación. El

señor don [José] Fernando Ramírez. Hospitalidad. Reflexiones. Residencia de

Ramírez. Mobiliario. Biblioteca del exdiputado. Su carácter. Sufragio para

presidente. Introducción. Liberalidad. Historia de los Estados Unidos.

Alicraus. Harcoart. Cortesía del gobernador de Durango. El señor John

29 La transcripción que aquí se presenta es de la siguiente edición: GILLIAM, ALBERT M.. Viajes por México durante los años 1843 y 1844, (Tradiucción, prólogo y notas de Pablo García Cisneros), México, Grupo Editorial Siquisirí /CONACULTA, Colección Mirada viajera, 1996.

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Belden. El pueblo de Durango. Obispo de Durango. El carácter del obispo.

Fábrica de hilados de los Stahlknecht. Colegio de Durango. Educación.

Cambio de vestimenta. Despliegue de armas. Para acampar. Una tienda de

campaña. Cartas de presentación del gobernador. Ramírez. Diez remesas de

plata.

Mi intérprete me informó que, antes de nuestra partida de Sombrerete, sería

prudente desorientar a las personas de ese poblado sobre la dirección que

tomaríamos al salir de él. Consentí en su deseo de enviar a la calle a uno de mis

sirvientes para responder a las preguntas diciendo que ciertos negocios me habían

traído aquí y que al día siguiente me volvería de donde vine. Marcelino escogió

hacer esta tarea y, a su regreso, parecía fascinado con su éxito.

Dijo que había relatado a las personas que mi viaje no sólo terminaba en ese

poblado sino que posiblemente era mi intención abril ahí una mina; información que

satisfizo mucho a los empobrecidos ciudadanos.

En la mañana del día 7 de los corrientes, salimos de Sombrerete. Mis animales

fueron conducidos al extremo oriental del pueblo, misma dirección por la que había

entrado. Sin embargo, no habíamos quedado ocultos por las casas, cuando nos

dirigimos hacia el norte y, ascendiendo una saliente de la montaña que nos colocó

en la planicie, continuamos aceleradamente por el mismo curso dos leguas

aproximadas, cuando Marcelino, que estaba muy familiarizado con esa parte del

país, se dirigió súbitamente hacia el oeste; luego de viajar una legua, retomó la

dirección propia mente hacia el norte. Durante todo este tiempo mi intérprete y mis

sirvientes parecían trabajar bajo mucha excitación, continuamente esforzando la

vista hacia atrás sobre la meseta. Marcelino dijo que era verdad que no tenía

propiedades que perder, pero que los ladrones jamás perdonaban a los sirvientes;

los llamaban pobres diablos perezosos y los azotaban severamente; entre tanto, el

amo era respetado, si se entregaba caballerosamente, con muchos

agradecimientos y aplausos por su industriosidad y acumulación de dinero y valores.

Al separarse, le recomendaban llevar consigo al menos la misma cantidad para los

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ladrones, en caso de volverse a encontrar, porque, de lo contrario, su destino sería

el de sus sirvientes, si no es que la muerte.

Mi viaje de este día fue ininterrumpido, salvo por la fatiga, el hambre y la sed

intolerable; no encontramos ni depósito ni corriente de agua algunos. El país por el

cual transitábamos era desigual y enredado, pero, al final del día, la planicie se tomó

extremadamente nivelada y, de tener que viajar, primero, a través del mezquite de

escaso crecimiento, pasamos a una ensenada de árboles de amplia sombra,

finamente esparcidos sobre el terreno, que podríamos considerar un bosque.

Justo antes de la puesta del sol llegamos a la vista del casco de la hacienda de

campo de los Muleros, 30 en la cual se criaba y crecía todo tipo de ganado y

vegetación, ya que era una de las mejores estancias que jamás pude contemplar.

La panorámica de las instalaciones era de lo más apropiado, pues era la primera

casa que veíamos en todo el día, aunque se hallaba alejada cinco millas completas

de donde me encontraba, prometía reposo a mis trabajos, en un tiempo no muy

lejano, y me sentí animado con la esperanza. En ese momento topamos con una

banda de pequeños lobos rojos, comunes en México, y luego nos aproximamos a

un rebaño de varios miles de ovejas; al final atravesamos los ranchos del lugar y

arribamos al frente de la casa grande.

Uno de mis sirvientes, que había sido enviado al casco como adelantado, me

informó que el administrador había dicho que no tenía una habitación disponible

para extranjeros, ya que la casa estaba llena de maíz y sólo quedaba un

apartamento para él y su esposa, por lo que tendría que buscar alojamiento en

alguno de los ranchos. El sirviente me dijo, además, que había mucha excitación

entre la gente, resultado de que ese día se habían cometido dos asesinatos cerca

de Muleros. Me sentí perplejo y desencantado de no poder verme alojado

decentemente, pues jamás había parado en un rancho sucio.

No obstante, había otra buena edificación en el lugar, de la cual salió un joven

mexicano, bien vestido, quien me invitó a aceptar una habitación en su residencia.

Le agradecí el ofrecimiento, el cual acepté. Mi anfitrión era un caballero jovial y

30 El autor describe Muleros como “lugar de muías”, cuando en realidad el término se refiere a los conductores de las recuas. El poblado lleva actualmente el nombre de Vicente Guerrero.

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conocedor que tenía pocas semanas de casado con una bien formada joven

mexicana de ojos negros. Informó a mi intérprete que el propietario de Muleros era

un hombre poco hospitalario, al cual consideraba partícipe en muchos de los asaltos

y asesinatos que se habían dado en ese territorio. Respecto a mí, el aspecto de reo

de horca del individuo representaba evidencia concluyente de la veracidad de esta

afirmación.

En la mañana retomamos el viaje en buen talante. Mi intérprete parecía insatisfecho

con las armas que yo le había proporcionado y se había conseguido unas grandes

piedras redondas, que llamaba sus bolas de Paixham, las cuales amenazaba arrojar

al administrador luego de agotar las balas de su pistola, en caso de que nos atacara.

Había una corriente, pequeña y rápida, que fluía por los dominios de Muleros, y a lo

largo de varias millas desde su ribera se veían variedades de álamos de hermoso

crecimiento, agradables a la vista del que viaja por estas tierras cálidas, estériles y

sedientas.

Durante ese día ocurrieron varias cosas de naturaleza divertida. Primero, al pasar

por un extenso sembradío de maíz, observé, enmedio del maizal, un árbol distante,

un nido y lo que pensé sería un pájaro en él, comentándole a mi intérprete que era

el zopilote más grande que hubiese yo visto. Él se rió a carcajadas y me dijo que se

trataba, ni más ni menos, de un mexicano envuelto en su sarape, cuidando de su

sembrado. Los cultivos en México son vigilados día y noche para impedir que el

ganado y los ladrones con dos piernas los ataquen.

De nueva cuenta, no habíamos avanzado muy lejos cuando llegó galopando hasta

nosotros un hombre, quien se dirigió hacia mí.

Preguntando a mi intérprete qué deseaba el individuo, me dijo que el campesino

creía que yo era abogado y que deseaba mi ayuda en una demanda por daños en

contra de su socio en un cultivo de maíz. Le pedí que dijera al hombre que había

confundido mi profesión, pero que Marcelino había actuado algunas veces como mi

representante y que haría bien, quizá, en consultarle. El hombre agradeció mi

consejo y durante varias leguas, cliente y consejero discutieron los méritos del caso,

mientras mi intérprete traducía apresuradamente la conversación, para mi gran

entretenimiento.

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La demanda del querellante y la decisión del caso por Marcelino, representan, para

mí, apenas una evidencia más de la total falta de una adecuada comprensión del

bien y del mal entre los mexicanos. El fraude y la deshonestidad en las

transacciones son tan prevalecientes entre ellos, que no cuentan con una

concepción apropiada para discriminar justicia de perjuicio, y en su honrada

concepción de los juicios, así como en el caso respecto a Marcelino, la imposibilidad

de separar bajezas y chicanería de lo que es equidad, constituye una tarea

demasiado ardua, la cual resulta de sus prácticas y hábitos de pensamiento —de la

misma manera como se dice de un abogado que, habiendo representado muchas

veces a la fiscalía de un país, desarrolla un criterio prejuiciado en la comisión de

delitos y no puede ser ya convencido de que existen inocentes o de que hay

circunstancias atenuantes que inciden en favor de los actos de los acusados. Es así

que la humanidad debe soportar el pesado fardo de la opresión civil y piadosamente

prejuiciada, que pervierte para sus peculiares usos los mandatos de Dios, cuyos

vastos fundamentos son los únicos principios fundamentales de la razón y de la ley.

Estoy consciente de que los viajeros con frecuencia observan cosas que, para

quienes no han viajado, resultan “difíciles de creer”, como dice San Pablo y, por

consiguiente, he dejado que se me escapen incidentes sobre los que podría haber

informado y divertido la mente de muchos.

Para quienes han contemplado las enormes espuelas de los mexicanos, lo que voy

a relatar no les parecerá increíble. Terminado el campesino su discurso se alejó a

toda velocidad, quizá para buscar otros consejeros. Pero uno de mis sirvientes,

malamente dispuesto, salió detrás de él, tratando de hacerlo regresar para futuro

regocijo. No pasó mucho, sin embargo, antes de que estuviese de vuelta, pidiendo

auxilio de manera desaforada. Mi primer pensamiento fue que habían hecho su

aparición algunos bandoleros, pero conforme se acercó a nosotros el pobre hombre,

pude percibir lo enorme de su angustia. Sus talones estaban juntos debajo de su

muía por haberse trabado sus espuelas; la estrella de la espuela derecha se había

atorado en la cadena de la espuela izquierda, que colgaba debajo del zapato. El

hombre estaba tan pegado a su animal como si le hubiesen echado candado y llave,

y el pequeño muchacho no podía librarse de problemas, pues las largas puntas de

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la espuela se encajaban de manera continua y no podía decirse cuándo el torturado

animal echaría a correr, matando quizá a su jinete. Entre los gritos y explosiones de

burla de sus compañeros, sus ataduras se desenredaron para su grande alivio. Mi

intérprete me informó que estos incidentes no le eran desconocidos, pues había

tenido que librar a otros, a quienes había encontrado en el camino, que habían

padecido lo mismo por horas.

Mi viaje, durante la mayor parte del día, discurrió en la cercanía y paralelo a la

montaña, de la que fluían muchas pequeñas corrientes. La vista de los arroyos de

la montaña ejercía un efecto inconcebiblemente delicioso, trayendo a mi mente el

recuerdo de las frescas fuentes de las Alleghanies,31 donde tantas veces había

satisfecho mi sed con agua pura —nos detuvimos en la primera, la segunda y la

tercera de estas corrientes, en su orden, pero sin obtener satisfacción, ya que

estaban fuertemente saturadas con sulfatos de hierro cuyos depósitos sobre las

rocas, de un verde oscuro, cubrían los lechos de las corrientes. Como no pude

aliviar mis resecos y partidos labios con el agua, resolví, al menos, lavarme las

manos y la cara en ella, pero como los mexicanos opusieron múltiples objeciones a

esto, desistí para su satisfacción.

Los mexicanos jamás se lavan cuando viajan, considerando que esto es peligroso

para la salud y, en realidad, objetan el uso constante del agua, siendo su opinión

que la tierra en la cara es menos perniciosa que las enfermedades provocadas por

el líquido para limpiarla; siendo ésta una temperancia que trasciende los principios

de la sociedad en los Estados Unidos, hube de perecer enmedio de la abundancia.

Era mi intención viajar ese día hasta La Punta, pero debido a la fatiga, cuya idea

puede comprender mejor quien ha tenido que sufrirla, de lo que puede transmitir

una descripción, mi intérprete me recomendó proseguir a San Casan [sic],32 que

31 Montañas de la cordillera de los Apalaches; el nombre se aplica también a la región en que se encuentran dichas montañas. 32 San Casan, un nombre obviamente equivocado, es el único punto del itinerario seguido por el autor que no nos ha sido posible reconstruir con exactitud por una circunstancia infortunada. En la época, de Sombrerete a Durango se podía seguir uno de dos caminos: el que iba por Nombre de Dios y pasaba por Muleros, y un lugar llamado Punta, simplemente, y el que iba por San Atenógenes y pasaba por La Punta. El autor pasó por Muleros, pero no menciona Nombre de Dios, y sí en cambio dice haberse detenido en San Casan porque la fatiga le impidió llegar a La Punta. La Punta presumiblemente debió ser sólo Punta, y entonces podemos concluir que el camino que siguió

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entonces era ya discemible desde nuestra elevada posición, a unas tres leguas de

nosotros. Con nuestro alojamiento a la vista apresuramos el paso, pues ahí

habíamos de satisfacer nuestras necesidades. Avanzábamos de esta manera

cuando, súbitamente, descubrimos a seis hombres que marchaban de frente a

nosotros. Rendidos por los trabajos del día, no pensé, ni tomé precaución alguna,

respecto al peligro que podía estarse incubando y, hasta que éste se hizo realidad,

no advertí que mis sirvientes habían colocado a los animales a un lado y mi

intérprete había también dejado el camino recto, presintiendo algún mal, ya que la

partida que avanzaba estaba mejor montada y equipada que las demás que

habíamos encontrado.

No habiendo actuado en concierto con el movimiento de mis hombres,

medrosamente resolví no ceder ni un pie, y los pasé cepillando la punta misma de

algunas de sus lanzas, manteniendo, al mismo tiempo, mi dedo en el gatillo de mi

revólver que yacía en mi costado, el cual apuntaba directamente a ellos. Mis

sirvientes se detuvieron todos a presenciar la colisión, pero todo se desvaneció en

duras miradas. Cuando volví a reunirme con mi partida, mi intérprete declaró que

jamás había visto un experimento tan temerario, pues él creyó que seguramente

sería yo asesinado. Le dije que estaba consciente de no haber incurrido en un acto

de audacia, y que, con toda probabilidad, el incidente nos había evitado una batalla,

pues la partida que encontramos no era de viajeros, ya que no llevaban animales o

equipaje de algún tipo.

Es regla en México que la partida más débil ceda siempre el camino. Nuestras

partidas eran semejantes pero, como yo llevaba animales adicionales, ciertamente

calificaba para retener el camino. Y si hombres armados, que no son viajeros, no

ceden el camino, ello es evidencia concluyente, como se me había enseñado, de

sus intenciones hostiles. Arribamos con seguridad a San Casan, una hacienda de

campo. El agua era buena; las tortillas, los frijoles, el chile y el camero en asado

resultaban deliciosos para el hombre hambriento, y jamás fue más reconfortante el

sueño de una noche.

Gilliam fue el que pasaba por Nombre de Dios. En este camino había un sitio llamado Calabazales, pero resultaría algo aventurado identificarlo con el San Casan de nuestro autor sin más pruebas.

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A la mañana siguiente, —cuando ya todos mis hombres estaban preparados para

recomenzar la jomada que me habría de llevar ese día a la ciudad de Durango— di

instrucciones de que se descargaran todos nuestros rifles y pistolas y volvieran a

cargarse, lo que no habíamos hecho desde que dejamos Zacatecas, ya que estaba

deseoso de observar el desempeño de nuestras armas. La andanada que

disparamos fue equivalente a un saludo de comandante, ya que sumamos cuarenta

rondas, ocho de las cuales salieron de mi propia persona y silla.

En cada sitio que nos deteníamos se nos daban detalles de asesinatos y robos. Los

ladrones en México son como los mosquitos del Mississippi, de los que se dice que

hay pocos, pero los que hay son demasiados. Consideré mi deber estar preparado,

cualquiera que fuese el lugar en que hubiera de enfrentarme a ellos, y continuamos

nuestro viaje. No habíamos avanzado más de cinco leguas cuando nos

encontramos los cadáveres de dos hombres que habían sido asesinados el día

anterior; uno de ellos parecía haber hallado su fin por una bala, el otro presentaba

varias heridas de sable.

En este día hube de cruzar dos veces el mismo río. La segunda vez me

transportaron en una balsa, lo que me costó un dólar y medio, aun cuando mis

animales hubieron de cruzar a nado con los mexicanos que los guiaban. Para

entonces había viajado aproximadamente mil cuatrocientas millas en México y, de

los escasos ríos que había visto, ninguno tenía una amplitud más allá de un

moderado tiro de piedra.

El territorio que habíamos atravesado se hallaba finamente cubierto con mezquite y

algo de álamos pero, al desembarcar de la balsa, me hallaba en la planicie de

Durango, un país bello y llano. Aun cuando la meseta estaba totalmente desprovista

de árboles maderables, las montañas de Durango estaban colmadas de pinos,

cipreses y otras especies de árboles; cerca de la ciudad, el señor Lakeman,

norteamericano, es propietario de una fundición de hierro.

El día 9 del mes, a las nueve de la noche, entré a la ciudad de Durango y me alojé

en el mesón de Santa Paula. La siguiente mañana, que era domingo, decidí que

descansaría, ya que me hallaba sumamente fatigado por los últimos cinco días de

viaje.

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No tomé el desayuno hasta las diez de la mañana, terminado el cual me sentí

deseoso de recreación mediante una caminata; invité a mi intérprete a

acompañarme y tomamos la calle para un paseo por la Alameda, si podía dar con

ella. El mesón colindaba con una edificación religiosa en la que había estado

instalada la Inquisición. Es llamada la Casa de la Cadena. Durante unos cuantos

días del año, desde esa casa se tiende una cadena a través de la calle, tiempo

durante el cual, si algún individuo cometió una ofensa o crimen en contra de la ley,

y puede poner las manos sobre la cadena antes de ser arrestado por las

autoridades, escapa a toda molestia o persecución ulterior. Así se estimula el crimen

empleando como instrumento la religión. Esta costumbre tuvo su origen en

instituciones sagradas de la gentilidad, pero ha sido abandonada por la Iglesia

cristiana tanto en Europa como en Norteamérica.

Mi caminata se extendió alrededor de la plaza principal, a cuyo extremo oriental se

encuentra la casa de gobierno, en donde se atienden todas las transacciones

públicas. También se le emplea como guarnición para el ejército. En el extremo

occidental se halla el Palacio de Gobierno, la residencia del gobernador y general

de Durango. Mi camino se dirigió entonces a la plaza de comercio, donde se ofrecen

en venta todos los tipos de fruta, provisiones y mercancía, promiscuamente

esparcidos sobre el pavimento; mi intérprete me informó que en tales lugares los

ladrones se deshacen, con ganancias, de todo lo que desean vender.

Mi intérprete se enamoró de una bella arma cuyo propietario era un mexicano pobre

y me dijo que me demostraría que el hombre la había robado, haciéndole reducir el

precio a un tercio de su valor. Yo supuse que el arma valdría veinte dólares pero el

hombre, luego de algún regateo, aceptó diez.

La Alameda de la ciudad de Durango es un retiro tan encantador y delicioso como

el mejor que hubiera disfrutado en la vida. Una arboleda da sombra a sus

impecables andadores y asientos, en tanto una fuente de agua refresca y enfría la

atmósfera. Está situada entre la plaza de toros y el poblado y domina una

panorámica de la planicie, la ciudad y las montañas que se extienden alrededor;

jamás contemplé una escena más pintoresca. El convento del santo patrón del

pueblo está situado sobre un romántico montículo de tierra y piedra. La visión desde

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este edificio supera cualquier otra escena de su clase que jamás haya estado a mi

vista. La ciudad de Durango parecía cubrir la misma cantidad de espacio que la

ciudad de México. Los edificios no son muy altos pero tampoco son de dimensiones

inferiores. Durango es un obispado, y las dos elevadas torres de la Catedral se alzan

mucho más alto que las de la mayoría de las iglesias y conventos del lugar.

En Durango se estableció hace mucho una de las nueve casas de moneda que

pertenecen al gobierno. No fue poco divertido observar a mis sirvientes de

Zacatecas comparar las monedas de su propia ciudad con las de Durango; mientras

uno afirmaba, satíricamente, que el ave en la moneda de Durango parecía más un

zopilote que el águila mexicana, el otro le respondía que tendría mucho placer en

que cualquiera de los dos plumíferos construyera su nido en su bolsillo y empollara

otros ejemplares jóvenes. Los habitantes de Durango eran menos de los que había

supuesto, a juzgar por la extensión de la ciudad. Se me informó que la población no

excede de treinta mil habitantes.

Mientras me hallaba sentado a la sombra, en una parte retirada de la Alameda, mis

pensamientos se vieron interrumpidos por los naturales que, de facto, se detenían

a observarme, y, dirigiendo la mirada arriba, hacia la pura, brillante y serena

expansión del cielo —pues en apenas nueve meses un nubarrón tan grande como

la mano de un hombre aparecería en los cielos de México— contempiaba a las

montañas, alcanzar, de manera sublime, las regiones superiores del aire; la

compacta masividad de una gran ciudad enmedio de la llanura a mis pies; la

solemnidad del semblante de los mexicanos y la profunda quietud de toda la escena;

de esa enorme multitud no salía sonido alguno que rompiese el abatimiento de la

naturaleza y la pesadumbre de un pueblo denso; mi mente estaba repleta de una

placentera melancolía y en mi corazón añoré que llegara un tiempo en el que los

mexicanos sean felices, en que el velo de la ilusión, que cuelga entre ellos y esa

independencia con que la plástica mano de su Creador los ha dotado, caiga

desgarrado en dos partes, en que su criterio no tenga limitaciones y su conciencia

no sea objeto de comercio; entonces, y hasta entonces, puedo imaginar a México

libre y disfrutando de las trascendentes bellezas y bondades con que la naturaleza

lo ha bendecido. Pues estoy seguro que no puede existir la libertad civil, sin la

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religiosa; independientes, son un apoyo la una para la otra; ¡unidas, degeneran

ambas y se hunden en una testaruda corrupción, demasiado impura para merecer

el respeto de los hombres y demasiado vil para ser aceptable a Dios! Si alguna vez

resultó un bien del mal, fue por los esfuerzos de Tom Paine durante la revolución

norteamericana, y si la gloria cubrió alguna vez a un benefactor de la familia humana

fue cuando Thomas Jefferson sentó por primera vez el ejemplo de disolver la unión

entre Iglesia y Estado, y consagró, en la Constitución de Virginia, la declaración de

independencia y la libertad de conciencia.

El gran silencio que prevalece en los pueblos mexicanos es notable, cuando no

repican las campanas de la iglesia o deja de sonar la retreta de la guarnición. De

las doce del día a las tres de la tarde todo es quietud y no se escucha un solo sonido

a la distancia; de hecho, en los valles cálidos, los habitantes están tan absortos en

el sueño, que un viajero puede atravesar las calles del pueblo sin ver un solo ser

humano.

En el mes anterior a mi llegada, la ciudad de Durango había sufrido una pesada

calamidad, que se tradujo en daños, mayores o menores, y la ruina de cuatrocientas

casas. La causa de esta destrucción de propiedades tuvo su origen en las fuertes

lluvias que cayeron, las cuales saturaron de tal manera los ladrillos de adobe, que

las paredes debilitadas no pudieron ya soportar los techos y, por supuesto, se

derrumbaron. Nadie tenía conocimiento de que lloviera en el mes de enero y

ninguno de los habitantes había experimentado jamás en la estación de lluvias, una

precipitación de agua tan continua y enorme como la que les sobrevino

inesperadamente.

El súbito crecimiento de las corrientes y pequeños ríos fue tan rápido, que hizo

mucho daño a las haciendas, ahogando al ganado y arrasando las casas.

A mi regreso al mesón, mi sirviente me trajo la comida y, mientras mi intérprete y yo

comíamos, dos caballeros entraron en la habitación, uno de ellos se presentó como

el señor James Moore, norteamericano, del estado de Tennessee; el otro era un

inglés, cuyo nombre he perdido. Este último parecía haber estado bebiendo

libremente durante el día, y como todos nos hallábamos sentados y yo estaba

terminando mi comida, ocurrió que el inglés, quien —observé— tenía mi rifle de

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cañón largo en las manos con la mira apuntando directamente hacia mi cabeza, ya

que podía ver dentro de él, mientras su dedo tiraba del gatillo. Comedidamente le

informé lo que estaba haciendo y le rogué que volteara el arma en otra dirección o,

bien, que la dejara; me respondió que jamás había matado a nadie y que conocía

bien el uso de las armas. Pensando que el hombre tendría alguna consideración por

lo que le dije, continué con mi repasto de lechuga y asado pero, no acababa de

apartar mis ojos de él, cuando oí el disparo del rifle y, sin pensarlo, salté del asiento,

siendo la primera manifestación de conciencia que tuve, la de arrebatarle la pesada

arma de las manos y levantarla en el aire sobre su cabeza. Fue tan poderoso el fatal

disparo, que mi arma balanceada parecía oscilar sobre sí, alrededor del mortal

proyectil casi imposible de localizar. El aterrado individuo se sentó inmóvil y mudo

por algún tiempo y luego, para mi beneplácito, abandonó la habitación; por tumo,

cada uno de nosotros había estado en el umbral de la eternidad. Jamás supe, antes

o después, que un rifle dejara de estallar una bala, y no creo, por el mundo, que

vuelva a darse la misma experiencia. Después de algunas horas regresó el inglés

y, en sus disculpas por lo ocurrido, me dio las gracias por salvar su vida y por la

lección que le había dado.

El lunes por la mañana, día 11 del mes, sintiéndome suficientemente repuesto para

emprender negocios, revisé mis cartas y descubrí que estaban completas, salvo

una, dirigida al señor Germán Stahlknecht,33 alemán por nacimiento, un caballero

que me había sido sumamente recomendado como hombre inteligente y honorable.

Era tal la naturaleza del señor Stahlknecht que, no obstante haber extraviado o

perdido su carta, decidí hacerle una visita y presentarme con él personalmente,

propósito para el cual me procuré un guía que me llevara a su casa.

Al traspasar el gran portón de su palacio, pues esto era en realidad, si el esplendor

y las grandes dimensiones pueden definir tal cosa, se me indicó una puerta a la

derecha y, llegando a ella, observé a dos caballeros en el interminable empleo (en

México) de contar dólares y pesar oro. Uno de ellos, que resultó ser el caballero que

yo deseaba ver, sin haberle yo dirigido palabra me dijo: “doctor Gilliam, me da gusto

33 Stalknit en el original en inglés.

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verlo, siéntese y, cuando mi hermano y yo hayamos terminado nuestra tarea

presente, tendré mucho placer en conversar con usted” .

No pasó mucho tiempo antes de que el distinguido caballero se volviera de nuevo

hacia mí y, a mi vez, me dirigí a él diciéndole que en verdad me había llamado por

mi nombre correcto pero que yo era una persona que él jamás había visto, a lo que

respondió: “¿No es usted el doctor Gilliam, cónsul de los Estados Unidos en

Monterrey?” Para su sorpresa le mencioné que yo era hermano de la persona con

quien me había confundido. Nada pareció cambiar para los dos caballeros

alemanes, pues continuaron tan afables y familiares conmigo, como si hubiésemos

sido íntimos toda la vida.

Relaté al señor Stahlknecht que traía conmigo desde Zacatecas una carta de

presentación dirigida a él, pero que había sido incapaz de encontrarla esa mañana.

Luego le mostré las cartas que he mencionado antes y su gentileza lo indujo a

ofrecerme sus servicios para entregarlas a los individuos a quienes iban dirigidas.

Resultó que el señor don [José] Femando Ramírez era cuñado del señor Germán

Stahlknecht.34 Insistió que debía comer con él ese día y dijo que me acompañaría

en la tarde a casa de don Femando y luego al Palacio de Gobierno.

Tal hospitalidad con un extranjero, al estilo de la antigua Virginia, no puede sino

agradecerse cordialmente. He escuchado que tiene un propósito egoísta extender

cortesías a un desconocido, que el azar o los negocios traen a nuestro pueblo o

país, como si el mundo estuviese hecho sólo para él. Por un estado liberal de la

sociedad el extranjero recibe un beneficio, en tanto que aquellos que lo hacen

posible no reciben perjuicio alguno; si el tiempo llega a demostrar que era indigno

de la atención, queda aún una reflexión placentera: el individuo ha recibido una

lección de educación y quizá quede así instado a evitar las malas compañías y las

malas acciones, reformando sus modales. Ninguna comunidad pulcra ignorará o

tratará indiferentemente a un virtual caballero, que sea en realidad tan educado

como ella. No obstante, algunas veces, la buena vida se traiciona debajo de la

34 Germán Stahlknecht era cuñado de don José Femando Ramírez por estar casado con una hermana de este último, toda vez que don Fernando casó con doña Úrsula Palacio en 1828, cuando concluyó su pasantía como abogado y fue nombrado fiscal del Tribunal del Estado de Chihuahua, cuyo reglamento no exigía el título de abogado para desempeñar dicho cargo.

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mesa, y queda sujeta al reproche, debiendo haber hecho honor a sí misma, pero al

menos no se pierde nada.

Terminada la comida, el señor Stahlknecht me condujo a la residencia del señor don

[José] Femando Ramírez. Mi amigo, sin ceremonia alguna, se introdujo en la casa

y yo de inmediato percibí que el enorme y elegante establecimiento estaba muy bien

amueblado, semejando el estilo de las casas de los Estados Unidos; quizá se

importaron las sillas y sofás que ahí se encontraban por vía de Mazatlán. El

propietario no se encontraba y el señor Stahlknecht dijo que se tomaría la libertad

de mostrarme la biblioteca del exdiputado.

Acepté la invitación y fui conducido a una amplia habitación, de no menos de treinta

pies de largo por veinte de ancho y de altura. Estaba pletórica, de piso a techo,

según me informó mi amigo, con libros de leyes en español.

Sobre una gran mesa, en el centro del salón, yacían pilas de documentos, además

de los autores abiertos a recientes consultas. Habiendo contemplado la carátula de

muchos antiguos volúmenes, que no podía entender, fui invitado a pasar al

apartamento contiguo, mucho más grande, que contenía un mayor número de folios.

El señor Stahlknecht me relató que esa era la biblioteca general, y que contenía

obras acerca de casi cualquier rama del conocimiento y en varios idiomas.

Don [José] Femando Ramírez35 era ciertamente un gran hombre y un patriota y,

como evidencia de su pureza y su buen sentido, había renunciado ese año a su

asiento en la Cámara de Diputados, para el que había sido electo durante varios

años, declarando públicamente, como razón para ello, algo muy temerario para

cualquier persona en esa época en México: que no podía consentir desempeñarse

bajo un dictador usurpador, que había pisoteado la Constitución y que, por la fuerza

de las armas, había arrancado a los diputados de sus curules.

Si el pueblo de México supiese cómo disfrutar y mantener sus libertades, un civil

como Ramírez recibiría su sufragio para presidente, en lugar de mantener, por las

35 Don José Femando Ramírez, eminente historiador, antropólogo, político y jurista, nació en 1804 en Hidalgo del Parral, Chihuahua, y desde muy pequeño sus padres lo llevaron a vivir a Durango. Se tituló como licenciado en derecho, en 1832 y 8 años después, en1840, siendo diputado por segunda ocasión, se encargaba de redactar el proyecto de la Constitución Federal cuando Santa Anna disolvió el Congreso. Al año siguiente, 1841, intervino en la formulación de la Constitución conocida como las Bases Orgánicas.

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bayonetas, un trono para sus ambiciosos caudillos militares. Pero la biblioteca y las

riquezas de este buen hombre no constituían sus posesiones más valiosas, ya que

era el padre de una hija encantadora y lograda, que podía conversar fluidamente en

francés e inglés, así como en español. Su educación y refinamiento, obtenidos por

mérito de su aplicación, eran de primer orden y deben haberla hecho

prominentemente atractiva en su país.

Nuestra conversación y el examen de los libros nos retuvo hasta que el honorable

abogado entró a su estudio. Luego de ser presentado con él, su varonil y digno porte

hicieron honor a todo lo que había imaginado en un hombre de su carácter. Tenía

un tórax fuerte y redondeado, cara llena, ojos que destilaban su genio, frente amplia,

un poco calvo y su estatura era mediana. Conversé con él sobre el tema de asuntos

legales de negocios, por los que se rehusó positivamente a recibir remuneración

alguna. Me dio instrucciones escritas sobre cómo proceder, y me pidió que le dejara

saber de inmediato si requería yo de ayuda futura.36

Me informó, a través del señor Stahlknecht, que actuaba como mutuo intérprete,

que estaba estudiando la lengua inglesa y me mostró una copia de la Vida de

Washington, de Marshall, así como del Federalista, en inglés. Me dijo que estaba

deseoso de saber cuál era la mejor historia de los Estados Unidos y tuve la

mortificación de responderle que ninguna de las muchas historias conocidas del

país era considerada la mejor, ya que la historia estaba aún contenida en los

archivos de documentos de los Estados Unidos, así como en las vidas de los

hombres prominentes. Le mencioné que, hasta donde me hallaba informado, el

futuro historiador habría de llevarse la palma de haber escrito la mejor historia de la

Unión. Me pareció ansioso de obtener información sobre mi país y me hizo muchas

preguntas relativas a él. Consumida la tarde en la casa del señor don Femando, mi

visita al gobernador se vio pospuesta hasta la mañana siguiente.

Esa noche, al regresar a mi alojamiento, el cuidador del mesón me previno de los

alacranes, una especie de escorpiones, y me dijo cómo evitar su picadura. Antes de

acostarse a reposar, el huésped debe doblar toda la ropa de cama debajo de su

cartera, de manera que nada toque el suelo por donde pueda subir el venenoso

36 Don José Fernando Ramírez se desempeñaba entonces como presidente de la Junta de Industria.

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reptil [sic]. Ninguna porción de la cama debe tocar la pared de la habitación y el

individuo debe dormir con la cabeza y el cuerpo cubiertos para impedir la caída del

insecto [sic] desde el techo.37

El alacrán es de aspecto rojizo, del tamaño y forma de una pequeña lagartija. Sus

extremidades son como las de la araña y en la punta de la cola lleva un pequeño

aguijón curvo, no mayor que el de una abeja. Tan pronto como toca un ser humano

lo ataca con su arma ponzoñosa, siempre fatal en Durango para los niños, y muy

dolorosamente penosa para las personas mayores; produce delirio, afecciones

espasmódicas violentas con espuma en la boca. El alacrán es más ponzoñoso en

Durango que en cualquier otra parte de México. Este hecho no puede ser atribuido

a causa conocida alguna, a menos que se trate del mineral de la tierra en que vive.

Fui informado que existen familias en Durango que ganan su sustento de atrapar a

estos insectos, pagándoles el gobierno un premio por cada uno que eliminan. Al

llegar la noche, el cazador de alacranes cruza la calle con una antorcha en la mano,

y el pequeño reptil sale de su escondite, atraído por la luz; tan pronto aparece es

separado de la pared mediante una brocha y, en cuanto toca el pavimento, se le

avienta encima un puño de arena, procediendo con destreza el cazador a levantarlo

y a retirarle el aguijón; luego lo deposita vivo en una botella y recibe su recompensa

de la autoridad apropiada. Los ciudadanos que lo deseen, deben pagar

adicionalmente por la pesquisa en sus habitaciones.

El día 12 del mes, tuve el honor de ser presentado con el Excelentísimo señor

gobernador y comandante general, don José Antonio Heredia. El gobernador era un

caballero de fina presencia e inteligente, y me recibió con mucha cortesía. En esta

ocasión tuve la distinción de mostrar al general un uniforme norteamericano. Luego

de breve conversación, me retiré, dejándole para no interrumpir sus numerosos

deberes públicos. De la casa de gobierno me dirigí con el señor John Belden,

norteamericano de la ciudad de Nueva York, quien me había invitado a comer con

él ese día. El señor Belden ha tenido éxito en los negocios y ha amasado una gran

fortuna, y, fuese para agradar a los mexicanos o a sí mismo, no puedo decirlo,

37 En realidad el alacrán no es un reptil ni un insecto, como se le describe en este párrafo sino un arácnido, esto es, un artrópodo de la clase arácnida.

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frecuentemente llevaba puestas costosas joyas de brillantes, por lo que se le

llamaba el Príncipe de los Diamantes.

Las personas de la ciudad de Durango, tanto las naturales como las extranjeras,

parecían de mejor orden que cualesquiera de las otras que encontré en México.

Esto quizá resulte de la circunstancia de tener hombres como Ramírez que residen

entre ellas. El obispo de Durango, igualmente, fue el único hombre piadoso del que

tuve noticias durante todos mis viajes por el país. Su nombre, lamento decirlo, se

ha perdido con otros entre mis papeles.38

Este célebre y amado obispo es tenido por verdaderamente religioso. Un distinguido

ciudadano me informó que, fiel a sus votos, jamás había permitido que una mujer

pisara su casa, y que todos sus sirvientes eran varones, un hecho desconocido

respecto a otros clérigos del país. Su padre confesor le acompañaba en todas las

ocasiones y con él se confesaba de manera regular, tres veces al día.

El obispo era un hombre de profunda compasión y sensibilidad, lo que se puso de

manifiesto con la pena que experimentó por la muerte de un norteamericano, el

señor J.V. Crannell, doctor en medicina, a quien tenía en mucha estima. Se dice

que el buen hombre se sentaba diariamente a la cabecera de la cama del doctor y,

cuando éste falleció, dio instrucciones especiales para las ceremonias de su funeral.

Se me informó que éstas resultaron espléndidas y que las honras al difunto duraron

dos días. El honorable obispo, sin embargo, no participó de toda esta ostentación

sino que, para su dolor, se mantuvo confinado en su habitación treinta días,

permitiendo que únicamente su confesor viniera a su presencia. Los sacerdotes, por

otro lado, tenían buen cuidado de comprar indulgencias por vivir fuera de matrimonio

con sus esposas. No debe sorprender, entonces, que con hombres tan honorables

como Ramírez y el cristiano obispo, la moral y los modales de una comunidad se

vean mejorados.

En Durango hay un colegio que tiene profesores locales y extranjeros. Admiré

mucho el sistema de escuelas públicas, regulado por una ley del departamento, que

es quizá el único a través del cual se puede imponer la educación al pueblo. Se

38 El autor se refiere a don José Antonio Laureano López de Zubiría y Escalante, vigésimo segundo obispo de Durango, cuya gestión se extendió de 1&31 a 1863.

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tiene establecido un impuesto para el sostenimiento de las escuelas, sobre el más

perfecto plan del sistema de distritos prusiano, y es deber imperioso de todo maestro

reportar con el alcalde a todo padre o tutor que, teniendo niños de seis o más años

de edad, dejen de enviarlos a la escuela.

El padre o tutor, según el caso, es citado a la corte para justificar por qué no envía

a los niños a la escuela; si no puede hacerlo se le multa o se le encarcela, hasta

que permite al niño disfrutar de su privilegio y derecho natural. Ojalá las leyes de

algunos de los estados de la Unión obligaran de esta forma a los padres a educar a

sus hijos, a quienes las leyes del país protegen pero que se ven apartados del

beneficio por malos y desconsiderados padres.

Mi estancia en la ciudad de Durango fue de cuatro días en que, para mi pesar, hube

de cambiar mis ropas norteamericanas por la chaquetilla mexicana. Las levitas o los

sacos de colas no se utilizan, excepto en la capital o por los extranjeros y, como me

dijo un caballero: si un hombre es visto cabalgando en cualquier tipo de

indumentaria que no sea una chaqueta y pantalones de piel, será considerado un

monstruo y, de acuerdo con ello, será apedreado hasta que muera. Es muy

importante adaptarse a las costumbres mexicanas, tanto para halagar la vanidad de

los mexicanos como para disfrazarse de nativo, ya que el viajero no puede saber

cuándo escuchará la exclamación: “ ¡muerte a todos los extranjeros!” La pequeña y

confortable chaquetilla no me era desagradable del todo sino el peso del hierro y el

acero con que se me obligaba a cargar mi persona y mi silla; en mi cinturón llevaba

un depósito con pólvora, una bolsa con balas, dos pistolas de seis tiros y una de un

solo tiro, un cuchillo de monte y una espada, y atados a la cabeza de mi silla llevaba

una escopeta de dos tiros, cartucheras con dos pistolas y un rifle de nueve pulgadas,

de un solo tiro, colgando a mi derecha, sobre la falda de la silla.

Este formidable despliegue de armas podría parecer salvaje e intencionadamente

malévolo en cualquier otro país, pero tales son las costumbres en México, y, no

obstante, estaba lejos de alcanzar el complemento total de veintiséis tiros. Siendo

mi intención no rendirme jamás, “como un caballero”, según los ladrones, me sentía

deseoso de hallarme bien preparado para la batalla, como el mejor de ellos o, como

con frecuencia se expresaba mi intérprete: “lucir sumamente respetable, pues

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ningún mexicano se atrevería jamás a saludar, quitándose el sombrero, a un viajero

desarmado.” Como en el viaje por delante frecuentemente me vería obligado a

acampar al aire libre, me había provisto de una tienda y de una dotación adicional

de salmón londinense en salmuera, jamón, galletas y tasajo. En Durango me

aconsejaron contratar un guía, ya que nadie podía hallar el camino a Canelas,

excepto aquéllos que habían viajado por las montañas. No despedí aquí a mi

intérprete, por la razón de que no tenía serias inconformidades que oponerle y por

temor de que no pudiese obtener uno mejor en el intercambio.

El gobernador de Durango me proporcionó cartas de recomendación para el alcalde

de Canelas y para el prefecto de Tamazula, solicitándoles ayudarme en todos mis

designios; hechos todos los demás preparativos necesarios di la orden de vámonos,

una palabra siempre utilizada para indicar la partida, y emprendí mi jomada de

marcha a Cacaría. Mi amigo, el señor Stahlknecht despachaba en ese momento

diez remesas de plata para Mazatlán y se me recomendó unirme a la compañía del

conductor de ellas, cosa que hice. Aun cuando sus hombres iban bien armados, con

excepción de un niño, que portaba un arma sin cargador, no puedo decir que lo

considerara prudente del todo, pues si bien yo podía resultarles de alguna ayuda, el

dinero que llevaban bajo su cuidado era un motivo más que suficiente para justificar

un ataque de las bandas de merodeadores.

Mientras me hallaba en Durango, los dos hermanos Stahlknecht me invitaron a

cabalgar dos millas por el territorio para visitar su fábrica de hilados. Las

edificaciones de su establecimiento eran tan espaciosas como cualesquiera otras

de su tipo que yo hubiese visto en la Unión, con veinte mil husos en operación y su

complemento de telares. Las hilazas de la fábrica eran todas tejidas en telas, con

excepción de los hilos para costura. Los operarios del departamento de manufactura

eran todos de Nueva Inglaterra.

Una joven dama que había estado empleada en esa fábrica los últimos seis años

estaba deseosa de retomar a su hogar y me solicitó que, si volviese a pasar por

Durango, de regreso a los Estados Unidos, ¡fuese yo su protector! Mi galantería me

impedía rehusarme y le aseguré que sería un placer para mí jugar la parte de

caballero errante en su peligroso viaje de vuelta a casa.

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La esposa del superintendente principal, una dama muy inteligente, parecía muy

deseosa de visitar su país natal. Era una dama que había sufrido, pues me relató

que al único hijo de sus entrañas, de sólo dos años de edad, habiendo dejado esta

vida, se le rehusaron los ritos de su funeral en razón de no haber recibido el bautizo

católico; éste es un hecho que no considero digno, pues el credo de algunas

denominaciones protestantes niega a los niños su admisión en el cielo bajo

cualquier circunstancia, cuando Cristo mismo dijo: “Dejad que los niños vengan a

mí, porque de ellos es el reino de los cielos”. Pero no polemizaré con sacerdotes;

tomaré más bien la palabra de Dios, pues creo en la doctrina de “dejar que los

hombres mientan, que sólo Dios es verdadero”.

El infante fue conservado en un ataúd metálico y depositado bajo la cama de su

madre, hasta que llegue el momento en que ella pueda reposar al lado de los suyos.

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CAPÍTULO XVII

Inicio del viaje. Camino real. Cacaría. Comida y descanso. Separación del

conductor. Espléndida panorámica del valle de Guatimapé. Los animales

pacen en la pradera. Engañosa distancia de la meseta. Despacho a mi guía

para conseguir alojamientos. Condesa de Guatimapé. Su hospitalidad.

Plegarias y una danza. Partida para Chinacates. Noticias de los indios.

Insatisfacción con mi intérprete. La rebelión de mi guía. Viaje desagradable.

Arribo a Chinacates. Pistola de seis tiros. Cumbre de la montaña.

Conversación con un inglés. Artesanos mexicanos. Un oriundo de Nueva

Inglaterra. Transacción infortunada. Santiago [Papasquiaro]. Los indios

incurren en depredaciones. Reflexiones. Preocupación por mis hombres.

Conversación con mi intérprete. Sandias. Descripción de los indios por un

viejo mexicano. Excitación en la villa. Mi sirviente Marcelino. Consejo de los

amigos. Mi propio comportamiento. Varias villas pequeñas. Dos montañas.

Falta de hombres en [Santa] Catalina. Los indios han asesinado a muchos

viajeros. Seis muías cargadas con hombres muertos. La Boca. Aviso de no

continuar adelante. Algunos días de retraso en La Boca. Sierra Madre.

Separación de la compañía. Campamento. Batalla en la noche. Marcha hacia

Canelas. No recuperado de las heridas. Batalla en el día. Muerte de un indio.

Ninguno de mis hombres muerto. Continúo mi viaje. Escenario y viaje por la

montaña. Historia antigua del país. Helada. Llegada a Canelas. Curiosidades y

monstruosidades de la naturaleza. La Sierra Madre. Despacho a mi guía para

asegurar alojamiento. Desencanto. Despliego mi tienda. Mi intérprete se queja.

Sus sospechas. Me hace una propuesta. Mi negativa. Enfundado en mi

cinturón. Quedo dormido. Marcelino. El ascenso de la siguiente montaña.

Temerosa sospecha de mi intérprete. Estupendas escenas naturales. Un oso

blanco [sic]. Una montaña que domina a las demás. Como Balboa, contemplo

el Pacífico. Sublime extensión. Panorámica de Canelas a la distancia. Dos

pequeños niños. El hermano desaparecido.

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Mi viaje o, debo decir, mi problema, se inició el día 15 del mes, atravesando

primeramente una pequeña montaña rocosa, y después otra de no mejor condición

para viajar, lo que consumió la mitad del día. Cuando llegamos a la planicie de

Cacaría, la encontré tan perfectamente a nivel, que el camino real se hallaba con

frecuencia, una milla a la vez, lleno de agua, en tanto que el terreno era pantanoso.

A la una de la tarde, bajo un enorme álamo que se alzaba a mitad de la llanura, me

detuve para “tardear”.

Mientras tomábamos un refrigerio envié a Marcelino a un rancho cercano, pero en

el camino su animal se atascó y sólo con dificultad pudo ser liberado. Lo que resultó

un problema mayor, para mí, fue que, en la catástrofe, mi sirviente rompió dos

botellas de brandy que yo había adquirido en Durango, al precio considerable de

dos dólares cada una. Esperaba encontrar en el brandy un reconstituyente en mis

ratos de excesiva sed y fatiga, así como una placentera medicina en momentos de

indisposición pero, como dice el viejo adagio: “del plato a la boca se cae la sopa”.

No fue hasta que el sol se ocultó que arribé al mesón de la hacienda de Cacaría. El

conductor llegó primero a nuestro cuartel y, al desmontar, me dio gusto observar

que la comida se hallaba en preparación. Después de haber satisfecho el hambre,

iniciamos los preparativos para descansar. Como no había asientos en la

habitación, las bolsas con dinero hicieron las veces, pero una vez dispuesta mi

cartera me tendí en ella, mientras el anciano conductor hacía lo mismo bajo la única

puerta del dormitorio.

La siguiente mañana salimos temprano y, hacia el mediodía, habiendo alcanzado

un terreno alto y quebrado, el conductor y yo nos separamos, tomando yo la mano

derecha para Guatimapé, mientras él tomaba la izquierda. Luego de viajar hasta las

tres de la tarde por una región montañosa baja, llegamos a la vista de un país llano,

el cual, dada la extensión del paisaje y la vista de sus lagos, resultaba tan sublime

en su apariencia como el valle de México.

A nuestra derecha, un lago bordeaba la montaña por muchas millas, con brazos de

agua que se desprendían del cuerpo principal, como bahías de un mar en miniatura;

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lejos, en la planicie, a diez o doce millas de distancia, se asentaban la casa grande

y los ranchos de la hacienda de Guatimapé.

Por un tiempo disfruté la vista de cientos de animales que se alimentaban en la

planicie y bebían agua en el lago, pero el deseo de descansar de los trabajos del

día me urgió para ir adelante y alcanzar la casa grande, donde podría empeñarme

en dulce reposo. Y tan ansioso me tomé con tener a la vista mi alojamiento, que no

advertí que entre más viajaba menos me aproximaba a la meta de mi objeto, como

si me hallase ilusionado por un encantamiento. La distancia, en las mesetas de

México, es tan ilusoria como en el agua, si no es que más. El estado sumamente

enrarecido de la atmósfera, en las regiones altas del país, permite al espectador

contemplar con claridad objetos que se hallan remotos, en una forma desconocida

en las latitudes de los Estados Unidos. Los viajeros, cuidadosos de sus ojos, llevan

anteojeras en las planicies para prevenir la tensión continua de mirar al vasto

espacio y para romper la fuerza de los vientos periódicos del suroeste, así como la

de los rayos y reflejos del sol.

En el momento apropiado, despaché a mi guía con el conde de Guatimapé para

asegurar mis aposentos, pues no tenía pensado detenerme en los ranchos si podía

obtener para mí alojamientos mejores. Al acercarme a la casa, mi sirviente regresó

y me informó que la condesa se había rehusado a recibirme, debido a que su esposo

no estaba en casa y no podía recibir compañía; no obstante, en un momento

posterior, recibí un mensajero que me dijo que su señora había consentido, como

un favor especial, que me alojara en la casa grande. He empleado antes los títulos

nobiliarios usuales en México y aquí sólo enfatizaré, de una vez por todas, que

actualmente sólo se aplican como un cumplido de cortesía, no como un asunto de

derecho.

La riqueza, en México, es suficientemente respetable y poderosa, sin la dignidad de

los títulos otorgados a los antiguos nobles. La condesa era una dama adorable y

hospitalaria, de entre veinte y treinta años de edad. Me proveyó con un hermoso

apartamento donde pude disfrutar de las buenas cosas de mi propia bodega y de

sus provisiones. Había otro huésped en el casco, además de mí, y a la llamada a

oración por la campana de la iglesia, que formaba parte de la edificación, se dijeron

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las plegarias y luego se presentaron la guitarra y una danza, lo cual duró hasta las

once de la noche, cuando todos nos retiramos a descansar.

De Guatimapé retomé mi viaje, la mañana siguiente, hacia Chinacates, distante

cuarenta millas. La mayor parte del día mi tránsito fue sobre una cordillera continua

de bajas montañas, dejando a la derecha el grande y extenso valle de Guatimapé.

Por diversas razones menores, desde el momento de mi partida de Durango, había

estado descontento con mi intérprete pero no le dije nada hasta que tuve la intensa

sospecha de las poco amistosas intenciones del hombre. Se me había informado

que, a una distancia a caballo de dos o tres días desde Guatimapé, se había dado

una feroz batalla entre una partida de quinientos indios comanches y una de mil

mexicanos, habiendo sido derrotados estos últimos. Esta información, tenía yo la

opinión, estaba siendo convertida por mi intérprete en un acontecimiento lesivo para

el avance de mi viaje; la había comunicado a mis sirvientes y ante cada cruz que

encontrábamos a los lados del camino —que el lector debe recordar se levantan

sobre las personas asesinadas— gritaba: ¡Los indios!

Habiendo descubierto que sus exclamaciones ejercían un efecto indeseable sobre

mis hombres, le señalé que estaba consciente de hallarme rodeado de peligros pero

que, si persistía en alarmar a mis sirvientes, lo que podía traducirse en que

desertaran, podía volverse a Durango o tomar la dirección que eligiese, pues yo

consideraba que su curso de acción me resultaba perjudicial. Insistió en que era

enteramente inocente de cualquier intención de dañarme y me imploró que

perdonara su indiscreción y no pensara más en ella. No podía contratar otro

intérprete, pues se me había escapado la última oportunidad, y como podía

necesitar uno en el futuro, más que nunca antes, me di por satisfecho pero tuve

cuidado de observar y anticipar, en lo posible, todas sus acciones.

Mi guía se tomó rebelde y se detenía y sostenía largas conversaciones con todas

las personas que encontrábamos. Todos mis amigos me habían aconsejado prohibir

estos comportamientos pero, la mente de este hombre estaba tan excitada, que

resultaba imposible hacerlo desistir.

Así continuó mi desagradable viaje por todo el día, hasta mi arribo a Chinacates, un

rancho que pertenecía a las propiedades del conde de Guatimapé. Desmonté en la

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casa del administrador antes de la puesta del sol. El dueño estaba fuera de la casa,

pero su esposa vino a la puerta y me invitó a pasar, lo que hice, y, para mi asombro,

luego de sentarme en una banca frente a una larga mesa, sacó de una caja una

pistola de seis tiros, la única que había visto en el país, además de las mías, y

caminó hacia mí. Yo saqué de mi cinto mi par de armas semejantes y las puse sobre

la mesa, de manera que ella viera que yo contaba con doce tiros, lo que tuvo un

efecto benéfico pues, apenas se dio cuenta de ello, puso de lado su arma. Yo sabía

que la mujer no quería ser hostil pero, como esa parte del país estaba infestada de

merodeadores piratas de tierra, estaba acostumbrada a prepararse para enfrentar

lo peor. No obstante, pronto llegó su esposo y todo terminó bien.

Mi cabalgata, el día siguiente, se dio en su mayor parte sobre la cumbre de una

montaña que, a veces, me permitía ver el gran valle de Guatimapé. No ocurrió

ningún incidente digno de contarse durante el día, excepto que, en una ocasión, fui

interrogado en mi lengua materna que si yo era extranjero y, al responder

afirmativamente, tuve el placer de conversar con un inglés. Habiendo intercambiado

informes sobre los diferentes puntos de vista de mi viaje, nos despedimos

cordialmente, como si hubiésemos sido viejos amigos. Era domingo y, a las cuatro

de la tarde, estaba alojado con seguridad en el pueblo de Santiago [Papasquiaro].39

Santiago tiene ruinas y está situado sobre lo que se llama el río de Santiago. Las

minas no se trabajan en la actualidad por razón de la pobreza del mineral. En ese

lugar, la atención de una empresa mexicana se ha dirigido a la manufactura de

hilados y el superintendente de esa fábrica me informó confiablemente que la

empresa ha obtenido su capital en préstamo y gana una utilidad razonable que le

permite pagar intereses del treinta y siete y medio por ciento.

Se puede percibir así, fácilmente, qué tan caro deben pagar los mexicanos los

hilados de algodón —¡basta de protección y de mercados nacionales! El oriundo de

Nueva Inglaterra me relató lo que un estafador consideraría una astuta descripción,

que otros considerarían infortunada, de lo que ocurrió a un caballero mexicano de

39 El autor da a esta población el increíble nombre de Santa Argo. Que se trata de Santiago Papasquiaro lo confirman los mapas de caminos de la época, así como los propios datos que aporta Gilliam: el camino que lleva al poblado discurre por la cumbre de una montaña; está el pueblo sobre el río del mismo nombre; tiene ruinas [prehispánicas]; tiene minas que ya no se trabajan; se llega a él desde Chinacates y de él a Sandías se recorre el camino en mediodía, y hasta Boca en dos días.

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Saltillo, que habiéndose decidido a ingresar al negocio de la manufactura de hilados,

visitó las fábricas de los Estados Unidos con el propósito de adquirir la maquinaria

perfecta. Al llegar realizó, a través de un mercader como su agente, la compra de

una máquina de hilar para su fábrica, al precio de veinte mil dólares, e hizo que la

enviaran por barco a su país. Contrató también a un artesano norteamericano para

que la ensamblara en Saltillo. Una vez llegado todo lo anterior, descubrió, al

examinarlo, que ni dos engranes de todo el artefacto se correspondían, hallándose

todos equivocados, unos demasiado grandes y otros demasiado pequeños: como

balas de cañón demasiado grandes para su artillería, no pudo dispararse un solo

tiro, ni armarse un solo engrane. Así, si bien el carácter de los mexicanos se halla

lejos de la corrección, algunas veces puede sorprendérselos. Es de esperarse que

los veinte mil dólares no le hayan servido de nada al estafador.

Los mexicanos son artesanos muy ingeniosos y aptos, y con mucha celeridad

adquieren destreza en cualquiera de las ramas de la mecánica. Jamás laboran los

largos periodos como aprendices que son tan comunes en los Estados Unidos y en

Europa, pero una vez que trabajan, en su negocio, uno o dos años, se sienten

suficientemente capaces para dirigirlo, abandonan entonces a su tutor y se

establecen por sí mismos.

En verdad rara vez, por lo general en México, un mecánico ha recibido un día

completo de instrucción en su oficio particular, pero, dependiendo únicamente de la

fuerza de su genio e inventiva, realiza su negocio peculiar para satisfacción de sus

clientes.

Como los chinos, los mexicanos tienen una gran capacidad imitativa y, mediante un

patrón, hacen cualquier cosa muy tolerablemente. Es parte de la sabiduría de un

caballero saber cómo herrar un caballo o una muía; cuando viajan, todos llevan

consigo una variedad de herraduras y clavos, de manera que, de ser necesario

herrar a un animal, seleccionan la herradura y el clavo y lo ejecutan. Jamás emplean

el estribo, pues un caballo no es herrado hasta que sus cascos se han puesto tiernos

o ha viajado en la temporada de lluvias. Por ello es que los mecánicos que emigran

a México no prosperan adecuadamente, excepto en las grandes ciudades, ya que

todos los lazarones profesan ser buenos albañiles, carpinteros, sastres, hacedores

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de sillas, relojeros y zapateros; el herrero sólo encuentra redituable su arte en las

grandes fábricas.

Mi jomada del siguiente día fue de mucho enfado. Mis sirvientes habían sabido en

Santiago que los indios, después de la batalla de que hice mención, se habían

dispersado y estaban depredando en todas direcciones. Por mi vida que difícilmente

pude mantenerlos unidos, pues corrían en dirección de cualquier individuo que

encontrábamos, preguntando por los “indios”. En medio de mis dificultades, mi

intérprete me disgustó profundamente por su aparente falta de confianza. Es verdad

que ser atacados por los indios constituía una reflexión displacentera; sin embargo,

no lo era menos la batalla que en ese momento debíamos librar con los mexicanos.

Y yo estaba convencido de que, si había algo de cierto en la información sobre los

indios, mi viaje se tomaría más seguro pues, los temidos indios, ahuyentarían a los

ladrones y las probabilidades de un reencuentro disminuirían al tener por enemigos

únicamente a los comanches, a los cuales veía como el menor de dos males.

Había otras reflexiones que impedían mi retirada, pues consideraba que con ello

sólo lograría un mayor retraso, sin mejorar mi situación; en cualquier periodo futuro

mis peligros no serían menores y si la batalla con los indios o con los mexicanos

habría de hundirme, estaba decidido a enfrentarla y aceptar el resultado, pues “he

puesto mi vida en una tirada y enfrentaré los azares de los dados”.

Sentía mucha preocupación por mis hombres, por temor de que su resolución

pudiese flaquear o provocar costosos retrasos, cosa esta última que yo tenía todas

las razones para creer la intención de mi intérprete. En todo caso, estaba decidido

a viajar a La Boca, a dos días de viaje desde Santiago, pues, se me había informado,

en ese punto los viajeros llegaban y salían en grandes partidas. Mi intérprete decía

que haría más por mí que por cualquier otra persona viva, pero que aborrecía la

idea del cuchillo con que los indios descabellan a sus víctimas, y que, en lo que a él

hacía, prefería el escenario de una muerte en su cama, que en las montañas o en

la planicie.

No considero que el hombre fuese un cobarde sino que, en su absurda

conversación, mantenía otros puntos de vista; yo me sentía perplejo con las

dificultades. Mi intérprete era un hombre peculiar. Tenía un aspecto de solemnidad

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y melancolía. Su charla, con frecuencia meditativa, evidenciaba que en su pecho se

incubaban pensamientos profundos —producto de la tristeza o expresión de la

melancolía que había absorbido de las personas entre quienes había convivido— y

me sentí tentado a someterlo a una prueba.

Lo más fácil para llevar a cabo mi propósito: le pregunté si deseaba regresar

conmigo a los Estados Unidos. Su respuesta fue que estaba satisfecho en México

y que quizá en algún periodo futuro podría visitar la Unión. No quedé complacido

con esta evasiva respuesta y comencé a describirle las facilidades para viajar, las

mejoras, las comodidades, la riqueza y la prosperidad que se observa en todas

partes en los Estados Unidos; me interrumpió para preguntarme si conocía la ciudad

d e... Le informé que habían transcurrido escasos dos años desde que pasé algunos

meses en el sitio mencionado y comencé a describírselo —el hombre lloró. Le

expliqué la condición floreciente de la Unión. Le dije que las numerosas

denominaciones religiosas disfrutaban plácidamente, en común, al unísono, de

libertad de conciencia y de su adoración a Dios. Me respondió que él no creía que

hubiera un Dios y que, si tuviera esa fe, no hubiera estado conmigo ese día. Agregó,

como algo intrascendente, que se había afiliado a la Iglesia de México —pero

constituido el clero por las personas más inmorales que había conocido, se había

visto confirmado en sus opiniones originales.

Esta conversación no amerita comentario, pues era evidente que había yo

alcanzado el objetivo de mi pesquisa —el hombre era un prófugo de la justicia.

Aproximadamente a la una de la tarde arribamos a una villa llamada Sandías. Las

puertas de las casas se hallaban todas cerradas y sólo pude observar a un hombre

decrépito sentado a la sombra, el cual nos dijo que esa mañana había sido visto un

indio en la cima de la montaña que mira hacia el pueblo, y que había disparado un

rifle, alcanzando la bala el techo de una casa. Ésta era la razón, afirmó, de que las

casas estuviesen cerradas, a fin de proteger las vidas y propiedades de los

habitantes. Me dijo, además, que él había vivido mucho tiempo y no tenía

propiedades que perder.

Se había dicho suficiente: mis hombres desmontaron y yo seguí su ejemplo con la

esperanza de que, para la mañana siguiente, sus temores se hubieran aquietado.

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El ruido de nuestra llegada y los toquidos a la puerta para que nos admitieran

tuvieron, al parecer, el efecto de despertar a los habitantes de su sopor. Las nuevas

se esparcieron rápidamente por la villa y podía escuchar de todos los confines: “los

americanos”. No transcurrió mucho tiempo para que un joven bien vestido

apareciera y nos invitara a mi intérprete y a mí a tomar un refrigerio en su casa.

La mañana del día 21 del mes di instrucciones para nuestra partida de Sandías,

pero mi intérprete comenzó a hacer objeciones que silencié de inmediato,

ordenándole imperativamente que obedeciera. Todos parecieron hacerlo a disgusto

e iniciamos nuestra marcha. Mi situación era de lo más incómoda y delicada

imaginable. Fui separado de toda conversación, lo que me colocó enteramente bajo

el dominio de mi intérprete; lejos de intentar disminuir los temores de mis hombres

y estimularlos a la acción, parece que únicamente los alentaba en sus malos

presentimientos.

No carecía, sin embargo, de algún consuelo, pues la Providencia rara vez abandona

al individuo totalmente carente de amigos. Mi sirviente principal, Marcelino, parecía

prestarme una atención más señalada y aparecía preocupado por mi bienestar.

Advertí que con frecuencia vigilaba a mi intérprete y a mí mismo, llevándose al

pecho ocasionalmente la mano izquierda (lo que en México significa bravura), para

garantizarme su firmeza. Me satisfizo su valentía, pues su comportamiento siempre

me había convencido que era honesto en sus intenciones y firme en su corazón.

No obstante, para contrabalancear estas buenas impresiones, mis mejores amigos

en el país, aunque renuentemente expresaban sus dudas sobre el éxito de mi viaje,

me habían señalado en particular que, cuando los sirvientes se tomaran más

atentos, era cuando más debía temer al peligro pues, evidentemente, tramaban una

conspiración en contra de su amo.

Las atenciones de Marcelino, sin embargo, me eran gratas y no pude sino concluir

que sus motivos eran genuinos, a pesar de las circunstancias, y que era el único

amigo y aliado con que podía contar entre todos mis hombres. Mi propio

comportamiento era difícil de mantener: tenía que estimular a Marcelino con mi

confianza y, al mismo tiempo, se hacía necesario expresar mi desconfianza hacia

los demás, incluyendo a mi intérprete en particular. No pretendía reñir con este

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último de inmediato pues, si las cosas habían de quedar fuera de balance, y no

quedaba otra alternativa, quería estar seguro de ser el que disparara el primer tiro.

Además, tenía el deseo de volverlo aprovechable para mí en un momento de apuro,

cuando mi intérprete sería mejor que ninguno.

Mi viaje de este día transcurrió por las riberas de la misma corriente sobre la que

está situado el pueblo de Santiago. Su curso corre entre dos montañas que parecían

converger rápidamente mientras avanzábamos. Pasamos varias villas, todas las

cuales parecían estar en estado de excitación.

En Santa Catalina me encontré con cuarenta hombres, quienes se equipaban para

una excursión a las montañas, para batir a una pequeña partida de indios que,

pocos días antes, había sacrificado a numerosos viajeros; entre este pueblo y La

Boca topé con seis muías, cargadas cada una con la melancólica carga de un

hombre muerto. Los cuerpos pertenecían a un abogado de Durango que iba en

camino a Culiacán para casarse; otros dos, a jóvenes doctores que lo acompañaban

para celebrar la anticipada ocasión de júbilo; los otros tres, a sus sirvientes. Habían

encontrado su fin mayoritariamente por flechas de los indios, habiéndose

encontrado en el cuerpo del abogado seis de ellas, además de llevar cortada la piel

de la garganta.

Entrada la tarde arribamos al pueblo de La Boca, situado exactamente en el punto

donde la cadena montañosa del oriente confluye en la del poniente. Muy

apropiadamente recibe el pueblo su nombre, que en idioma inglés significa lo

mismo, y es de hecho la boca del gran valle de Guatimapé.

Me sentí regocijado de haber vencido los múltiples obstáculos en mi camino hacia

este lugar, pues había sido aconsejado por mi compatriota en Santiago, que, si oía

hablar de indios en el trayecto, no me detuviera lejos de La Boca. El alcalde me dio

aviso de no continuar delante sin reforzar mi partida o aguardar la llegada de otra

compañía, y así se vio condicionalmente impedido mi avance. Mi viaje a Canelas

sería de ciento noventa millas a través de la Sierra Madre, llamada así en razón de

las vastas pilas de montañas ahí reunidas que no se encuentran en ninguna otra

parte del país. Los mexicanos dicen que la Sierra Madre es la progenitora de las

demás sierras y de las montañas Rocallosas.

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Sufrí el retraso de algunos días en La Boca para reclutar los elementos de mi

compañía, lo que se logró por la llegada de más viajeros. El día 26 del mes salí de

La Boca (habiendo desertado uno de mis sirvientes) con una partida de veinte

hombres, además de un ciento de animales. Como el camino sobre las montañas

era un sendero estrecho, que serpenteaba a los lados de precipicios y alturas, y

sólo admitía, a la vez, el paso de una muía con su jinete o su carga, nos dispersamos

durante el primero y el segundo días del trayecto, separándose nuestras compañías

independientes, ya que los conductores no podían atender al interés general,

demandando severamente su atención los animales de sus amos. Con gran

dificultad podían ser manejados y, en consecuencia, no podía aplicarse nuestro

esfuerzo conjunto.

El día 28 del mes en curso las partidas de vanguardia y retaguardia se nos perdieron

de vista por varias horas, y Marcelino expresó su preocupación de no hallar pastos

ni agua esa noche, lo que obligaría a los animales a encontrar su propio abasto.

No pasó mucho antes de que encontrásemos un sitio donde satisfacer

abundantemente nuestras necesidades, y no dudamos en acampar en ese lugar.

Había acostumbrado leer y oír sobre batallas de los indios así que, tan pronto

soltamos nuestras muías y terminamos de comer, instruí a todos los hombres para

que seleccionaran sus lugares a una cierta distancia de las fogatas, donde deberían

dormir, y para que examinaran bien el terreno, de manera que en caso de ataque

no se tomaran amigos por enemigos.

Obedecida mi orden, a la hora del oscurecer cada uno reposaba en el bien conocido

lugar que había escogido, mientras las armas y las municiones se hallaban listas

para la batalla en cualquier momento. Resultó apropiado que hubiese tomado tales

precauciones porque entre las dos y las tres de la madrugada fuimos atacados por

una partida de mexicanos o de indios comanches o, quizá, de ambos, pues

frecuentemente se alian con propósitos de saqueo. A juzgar por los disparos de sus

armas, nuestros enemigos eran en número de doce, mientras que mis hombres

consistían de mi intérprete y cuatro sirvientes.

A la primera alarma, dada por los penetrantes silbidos y los estremecedores alaridos

de los salvajes, todos mis hombres se parapetaron tras el árbol o la roca sobre la

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que habían estado descansando y devolvieron el fuego como hombres íntegros.

Este fuego cruzado pareció durar una hora, cuando los indios nos dejaron en

posesión de nuestro campamento.

La mañana siguiente no encontramos salvajes muertos o heridos. Dos de mis

hombres estaban heridos y yo sufrí la pérdida adicional de una de mis muías que

desapareció; de no ser por la fortuna de haberlas atado de dos patas, la acción de

esa noche las habría puesto en estampida, con lo que yo habría quedado indefenso.

Tan pronto amaneció, nos hallábamos montados, y con mis tres muías de carga

restantes inicié mi línea de marcha hacia Canelas. No había retirada posible y mis

lectores pueden contar con cada uno de nosotros diciendo “mantengan los ojos bien

abiertos”, buscando a los indios en todo momento. Aproximadamente a la una de la

tarde, mientras ascendíamos a la cumbre de la montaña, donde había un poco de

terreno plano, muy boscoso y rocoso, nos vimos detenidos abruptamente por una

lluvia de flechas [disparadas por] los arcos de los indios. No tuvimos otra cosa que

hacer sino pelear y mi partida se dispersó. Algunos desmontaron y se parapetaron

tras sus animales, mientras otros se mantuvieron montados sobre su silla. Respecto

a mí (a menos de seguir el ejemplo del hombre que era un poco cojo), decidí correr

el riesgo a lomo de muía pues, aunado a mis lesiones en Zacatecas, no me había

recobrado del todo de un accidente en Mount Airy, Virginia, doce meses atrás.

Mis hombres iniciaron un fuego vivo desde sus diversas posiciones, y yo pude

observar, ocasionalmente, el enorme cuerpo de un indio, que no fue lo

suficientemente prudente para ocultarse, al cual disparé dos tiros, con mi escopeta

de doble cañón, que no tuvieron mayor efecto que desprender algunos fragmentos

alrededor de él. Resolví entonces conocer qué efecto tendría sobre su cabeza una

bala de mi rifle de cañón largo. Tirando del gatillo, luego de apuntar

cuidadosamente, el largo cañón contó bien su historia. Para este momento mi

sirviente favorito, que jamás se había apartado de mi lado, viendo caer al corpulento

indio, entró furioso en combate; mis ojos pudieron vislumbrar su larga espada e

inmediatamente di la orden: “¡Charge! ¡Charge!”. Fiel a su deber, mi intérprete

reiteró: “¡Carga! ¡A la carga!”, lo que apenas fue escuchado, puso a todo mundo

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sobre la silla y, con unísono acuerdo, las enormes espuelas españolas se encajaron

en los costados de nuestros animales.

Con todo el entusiasmo de las batallas de indios, a nuestra vez elevamos la gritería

y el canto de guerra, y mediante un enérgico movimiento alejamos al enemigo

delante de nosotros. Siendo imposible perseguir mucho tiempo al enemigo indio por

rocas y desfiladeros en la montaña, consideré mejor nuestra seguridad presente,

que una completa victoria y, de acuerdo con esto, llamé a mis hombres.

Al examinar al corpulento indio, descubrí que llevaba una máscara de madera con

una larga lengua roja colgando de la boca, además de muchas serpientes y

cascabeles que colgaban de arriba a abajo, desde la parte superior de su cabeza y

alrededor de sus hombros. Su vestimenta de gamuza estaba rellena de paja, como

la que se emplea en los Estados Unidos para rellenar los colchones de los asientos

y de las camas. Ninguno de mis hombres se hallaba herido. Una flecha atravesó mi

sombrero y dos más mi cobija mexicana en la cabeza de mi silla. Estos indios

disparan dos flechas a la vez y tienen la reputación general de una buena puntería.

Una batalla con flechas, desde luego, no produce ruido.

Montado en mi pequeña mula continué con el objeto de mi viaje. No se considera

conveniente viajar sobre ningún otro animal en estas montañas, ya que las muías

tienen el paso muy seguro y son sagaces; con frecuencia deben dar un paso

delicado o saltar sobre la cima de un despeñadero, en cuyo caso lo harán, con gran

sagacidad, calma y equilibrándose a sí mismas, aparentemente para sentir si su

jinete va montado con firmeza; después, tan rápidas como el pensamiento, realizan

el vuelo que hace aterrizar sus patas en la roca opuesta, un desliz, de las cuales,

precipitaría inevitablemente a hombre y bestia hacia un profundo y escabroso

vórtice.

Para dar una idea de la altura de la Sierra Madre enfatizaré que el viajero se ve

obligado con frecuencia a invertir todo el día en ascender la montaña, una vez

logrado lo cual, descubre para su asombro que sobre la supremacía de las alturas,

que creía haber alcanzado con su ascensión, sólo debe reiniciar otra ardua y pesada

tarea de llegar a otra eminencia, quizá mayor que la anterior. Y lo que acabó con mi

filosofía fue que las cimas y cañadas de estas montañas, muchos miles de pies por

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encima de las planicies, abundan en agua, habiéndoseme dicho que algunas de

estas alturas están cubiertas de ciénagas, mientras que en las llanuras no puede

cavarse un pozo suficientemente profundo para encontrar agua.

La abundancia de agua es la única dificultad con que debe contenderse para hacer

la minería en las montañas, en tanto que, al mismo tiempo, no hay nada que se

requiera más en las planicies de abajo que el líquido elemento. Según esta

experiencia, en México, me veo obligado a considerar a ese país como una paradoja

natural. Es —y no es— una contradicción en humanidad, religión y naturaleza.

Cuando la mente del viajero acude a la historia antigua del país y contempla las

formidables barreras naturales que los españoles hubieron de vencer, se asombra

de la notable rapidez con que los aborígenes fueron sometidos. Una vez reunidos

el espíritu de descubrimiento y el de conquista, la excitación romántica que

producen es avasalladora, y con un entusiasmo que sólo puede engendrar una

causa semejante, y una avaricia insaciable, los españoles se derramaron sobre

valles y montañas con una fuerza irresistible y subyugaron un continente, cuyos

dominios se extendían hasta los límites [de los trópicos] de Cáncer en el norte y

Capricornio en el sur.

Esa noche acampamos a una altura mayor que todas las anteriores, y a la mañana

siguiente tuve el placer de contemplar una fina capa de hielo que cubría mi frazada.

Era la única que había observado en el país y no pude refrenar la tentación de

tocarla con mis dedos y de enfriarme las manos con el blanco rocío del cielo. No

duró mucho, sin embargo, pero en tanto perduró no pude separar los ojos de esta

pura visión, ni suprimir los pensamientos sobre mis propias colinas nativas en

Virginia.

Mi guía me informó que ese día podríamos alcanzar Canelas, y las agradables

nuevas parecieron animar a toda mi partida con el pensamiento de que una

cabalgata más nos pondría más allá del peligro de los indios y en territorio habitado.

Poco después de que partimos tuvimos que ascender una montaña, lo que nos trajo

a la vista de un pico cubierto de nieve que llegaba más alto que cualquier otro punto.

Habiendo descendido por el lado opuesto, viajamos por el lecho de un río por unas

cuatro o cinco millas. La corriente estaba atrapada entre dos montañas cuyas

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alturas rocosas y despeñadas impedían caminar por sus laderas. Fueron muchas

las curiosidades y las excentricidades de la naturaleza que contemplé en las

singulares formaciones de las rocas. En la cima de un punto elevado en una de

estas montañas se hallaba una roca plana, de la forma justa de una mano de

hombre elevada verticalmente sobre la muñeca.40 La gigantesca mano no podía

tener menos de cien pies de altura. Parecía señalar hacia el norte y hacia el sur,

como para impedir que el viajero, confinado entre estas abruptas y salvajes

barreras, se viese confundido y perdiese, por ende, la dirección apropiada. Todas

las rocas de la montaña parecen ser del orden de las calizas y areniscas.

La Sierra Madre es [como] una enorme montaña que tiene cientos de otras

montañas más pequeñas apiladas en su amplio pecho. Por un producto de la

imaginación parece, en su festiva magnificencia, acariciar y alimentar a sus

pequeños en el albo y puro pezón de su seno.

Viajamos ese día sobre la cima continua de las montañas. El día llegaba a su

término y Canelas no aparecía todavía. Todos mis hombres iban alegres —ahora

cantando con alegría, ahora emitiendo estruendosamente el grito de guerra de los

indios. Por la tarde envié a mi guía por delante para conseguir habitaciones en el

mesón del pueblo. Había estado ausente por dos horas cuando,a la puesta del sol,

lo encontramos en la cima de una montaña. Su aspecto parecía tan desencajado

que comencé a sospechar una calamidad. No obstante, pronto me desengañó

informándome que se había equivocado en sus cálculos y que no sería hasta el día

siguiente que llegaríamos a Canelas.

Al recibir este malhadado informe, nos apresuramos montaña abajo para el

momento en que la obscuridad caía sobre nosotros. Desmontamos, encendimos

fuego y descargamos a nuestros animales. Ordené que se pusieran luceros

alrededor del campamento en diferentes direcciones, de manera que pudiese yo

revisar de inmediato lo que nos rodeaba. Nos hallábamos en un lugar húmedo con

un suelo blando. Existía un espacio nivelado apenas suficiente para montar mi

tienda por vez primera desde que la tuve en mi posesión. Había decidido también

40 En la bella litografía de John Phillips que hemos citado en nuestro prólogo, el cual lleva el número 17 del álbum México ilustrado, se tiene una clara vista de esta maravilla natural.

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dormir en mi cartera esa noche, por única vez desde que nos hallábamos en las

montañas, como un paso prudente para preservar mi salud; de acuerdo con esto, di

las instrucciones pertinentes para que se hiciera el trabajo.

Mi intérprete se quejó mucho del guía, expresando su falta de confianza en él,

diciendo que no le sorprendería que estuviese coludido con una banda de

malhechores para nuestra destrucción, por habernos engañado ese día. Me las

arreglé para calmar los temores del individuo, diciéndole que lo consideraba

inocente de cualquier mala intención y señalándole que los errores son algo común

a todas las personas y que era evidente que su interés era conducimos a Canelas,

tanto como el nuestro era llegar allí.

Levantada mi tienda y dispuesta mi cartera, por primera vez en cuatro días y sus

noches, me quité el cinturón y las armas y los coloqué en la pila común de las armas

en la boca de la tienda. Mis sirvientes diligentemente se ocuparon en preparar la

cena. Mientras se ocupaban de esta forma en la fogata, a corta distancia de mi

tienda, mi intérprete se me acercó con gravedad y me dijo que, en confianza, él

creía que seríamos atacados esa noche y que estaba deseoso de hacerse una

propuesta, la cual consistía en que él y yo dejáramos el campamento y durmiéramos

a un lado del camino, a fin de atacar a los indios cuando procedieran a saqueamos.

Le contesté que yo descansaría esa noche aunque las montañas se llenaran de

demonios aulladores que amenazaran con devorarme vivo.

Se quedó meditando un breve tiempo y volvió a decirme que, ya que no estaba

dispuesto a acompañarlo, y él no deseaba que me tomaran por sorpresa, como lo

habían hecho la noche anterior, quería mi permiso para aventurarse solo, a fin de

poder dar la alarma antes de que el enemigo arrasara mi campamento. En ese

momento una idea cruzó mi mente y decididamente le dije que todos los hombres

en el campamento me pertenecían y que no debía llevar con él a ninguno de ellos.

Uniendo la acción de la palabra, me coloqué entre él y las armas. El intérprete

inmediatamente se hundió en la tierra, como si le hubiese sobrevenido la muerte.

Levanté mi cinto y lo ajusté alrededor de mi persona, luego puse mi escopeta y mis

pistolas en mi cartera de dormir y me dirigí a mis sirvientes para que se colocaran

sus armas. Advertí que la conversación y las acciones del intérprete habían atraído

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la atención de aquéllos, y todos me obedecieron. Marcelino sacó su cuchillo y se

sentó detrás del hombre sospechoso, y le hizo saber por un movimiento de su mano

que, si se movía, podría enterrárselo —lo que yo consentí afirmando con la cabeza.

Con dolor de cabeza y en el corazón, sólo pude comer muy poco. Mi buen sirviente

insistió mucho, a señas, que debía yo descansar, y terminé haciéndolo pero no

dormí. La naturaleza exhausta, sin embargo, fue superior a mi voluntad y, tan pronto

como me recliné, perdí todo contacto con la palabra En la mañana me despertó

Marcelino antes de que mi intérprete se levantara. Hice que lo despertaran y,

terminado el chocolate, por temor a un ataque y pensando que quizá lo había

juzgado muy duramente, le devolví sus armas.

Comenzamos nuestro día de viaje ascendiendo la siguiente montaña. Habiendo

recorrido alguna distancia sobre su cumbre, mi intérprete tiró su sombrero y

desmontó para levantarlo. Lo había rebasado una corta distancia cuando decidí

mirar alrededor. No habiendo escuchado el trote de su animal, súbitamente, volteé

la cabeza y descubrí al hombre en el acto de apuntar su arma hacia mí, por encima

de su silla. Me volví de inmediato y, sacando mi rifle, me dirigí hacia él. Me dijo que

por segunda vez había tirado su sombrero y se hallaba en el acto de volver a montar

cuando yo lo miré. Le ordené que montara diciéndole que si se volvía a atrever a

colocarse detrás de mí, bajo cualquier circunstancia, el hecho resultaría fatal para

cualquiera de los dos, y continuamos el viaje.

Los escenarios naturales que atravesamos eran de la más estupenda calidad —

consistían en montañas, rocas, cataratas y profundas grietas. El venado, el lobo y

el guajolote salvaje habitaban los densos bosques; no había ninguna habitación

entre La Boca y donde entonces nos encontrábamos. Yo deseaba fervientemente

ver Canelas.

Se me informó que existe una especie de oso que vive en las cuevas de estas

montañas. Se dice que son tan blancos, y de hecho que son los mismos, que se

encuentran en las nevadas regiones del norte. Se supone que migraron del norte,

su clima nata!, sobre la larga cordillera de las montañas Rocallosas. Tuve que

admirar la abundancia y belleza de la fauna que contemplaba. Pero mis armas no

se hallaban cargadas para dañarla, sólo tenía balas para mi defensa.

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Hacia el mediodía habíamos ascendido la montaña que dominaba a todas las otras

en su vecindad. El aire era frío y todos sacamos nuestro sarape. Mi guía parecía

deseoso de mostrarme un objeto. Pregunté a mi intérprete qué era. Me informó que

era el Océano Pacífico.

Desde la posición que ocupaba, como Núñez de Balboa en las alturas del istmo del

Darién, podía ver la Tierra hasta donde se perdía en la vasta inmensidad del

nebuloso espacio —los vapores de las aguas del océano exhibían un marcado

contraste con la clara y seca atmósfera de la tierra abrasada. La vista era

sublimemente extensa y, sin embargo, no pude disfrutarla tanto, como si me hubiese

hallado en una condición más feliz.

Descendimos de una alta montaña y mi guía nos dio la agradable noticia de que

Canelas estaba a la vista, señalando la elevación opuesta que miraba igualmente

al poblado. Llegamos ai fin a la ladera de la montaña que dominaba la vista de una

enorme barranca, al fondo de la cual, situado al lado de una atrevida y rápida

corriente, se halla el pueblo de Canelas.

La montaña era escarpada. Hicimos un lento avance en zigzag, formando un ángulo

casi cada diez o veinte pasos. Mi jornada desde la altura de la montaña, con Canelas

constantemente a la vista, duró cuando menos tres horas. Y así, al atardecer del

día 28 del mes, desmonté en la casa que mi guía había rentado para mí. Mientras

el cetro del pensamiento ejerza su dominio sobre mi mente, y cuando todas las

demás impresiones hayan desaparecido de mi memoria, nunca olvidaré a los dos

pequeños niños que llegaron corriendo con lágrimas brotando de sus ojos y

exclamaron: “Hola, tío, cómo te va ”. Los apreté contra mi pecho y lloré por mi único

y desaparecido hermano.41

41 La fecha exacta de este conmovedor acontecimiento fue la del 2 de marzo de 1844. El día 28 del mes en curso, que cita el autor, debe referirse necesariamente a febrero, pues marzo sería una fecha muy tardía y fuera de toda lógica para la secuencia de este capítulo. Pero el 28 de febrero, se encontraba, según su propia narración, a dos días de camino de La Boca; el 29 de febrero, pues 1844 fue un año bisiesto, fue el día en que sufrieron de madrugada el ataque de los indios, el cual se repitió hacia la una de la tarde del mismo día en plena montaña. El día 1º de marzo, el autor tuvo la infortunada experiencia de que su guía se equivocara sobre el arribo a Canelas y decidió emplear su tartera para descansar esa noche; el día 2 de marzo su sirviente lo despertó temprano y durante el trayecto ocurrió el incidente en que su intérprete le apuntó un arma por la espalda, pero fue también el día en que pudo contemplar el Océano Pacífico y se reunió finalmente con sus sobrinos.

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CAPÍTULO XVIII

Mi primer objetivo. Un norteamericano radicado en Canelas. Interesado en mi

voz. Aclaración realizada por Marcelino. Mineral de Canelas. Panorámica

sublime del escenario de Canelas. El clima de Canelas. El señor John Buchan,

gobernador de una compañía inglesa. Enfermedad del bocio. El doctor Eberle.

Mis sentimientos. No reposo en Canelas. Viaje por el rio de Canelas. Vistas de

los escenarios de la montaña. Toda la naturaleza de México en guerra. La muía

más sapiente que el caballo. El pueblo de Topia. Siembra del maíz. Salida entre

dos cerros. Bella vista de un espacio abierto. Especies de pájaros. Notable

narración del amor de una mujer india. Llegada a Tamazula. El presidente

Victoria. Hospitalidad del prefecto y el cura. Hijos de los sacerdotes. El rio

Tamazula. El río Humaya. El río Culiacán. El pueblo de Cosalá. Mazatlán. Un

viaje desde China. Peces y ostras. Guadalupe y Calvo. Minas de plata inglesas.

Las montañas abundan en plata. Mineral de El Refugio. Regreso al mineral de

Canelas. Los habitantes de las regiones fría y caliente. Diferencia de

temperatura de las costas pacifica y atlántica. Salida de Canelas para

Guanaceví. Conversación ininteligible. Encuentro con el señor Buchan en

Guanaceví. Claro de luna en México. Un general, un sacerdote y un abogado.

La hacienda de campo de Santa Anna. Amistad mexicana.

Mi primer objetivo, luego de mi llegada a Canelas, fue reponerme de las fatigas del

viaje; de acuerdo con esto, habiendo dispuesto de una buena comida, me retiré a

mi cartera donde, hasta la siguiente mañana, dormí deliciosamente y disfruté de

muchos sueños —en los que volví a vivir mis esperanzas, mis peligros y mis

sufrimientos. El día lo. de marzo [debe decir 3] me encontró de pie mucho antes de

que el sol alumbrara las alturas cubiertas de nubes que dominaban el pueblo. Sabía

que un norteamericano radicaba en Canelas y mi apuro era verlo, antes de que mis

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necesidades me hicieran realizar negocios ulteriores a través del intérprete que

llevaba conmigo, bajo contrato, y al cual pensaba desemplear ese día,

independientemente de toda otra consideración.

Era obligado un cambio en mi condición y, si bien había de mejorar, mi situación en

el momento no podía ser peor, por lo que dije a mis pequeños sobrinos: “llévenme

con los americanos”. Se habían levantado temprano para obsequiarme flores; me

tomaron de la mano y me llevaron a la casa de mi compatriota, en la misma forma

que un ciego es guiado en su camino. Yo sentía mucho interés en la simpatía de

mis niños, pues parecían pensar que como no podía conversar con ellos en español,

también adolecía de algún defecto en la vista, y me guiaban con el mayor cuidado,

señalándome todo obstáculo y cambio de dirección que era necesario.

La idea de mis sobrinos de que padecía de la vista, no era más extraña que la

impresión que, frecuentemente, tienen los mexicanos de quienes no hablan su

idioma; hablan al extranjero en voz alta, como si fuese sordo, y entre más reciben

la respuesta, “no entiendo”, vociferan más alto.

Expliqué al norteamericano mis recelos y las sospechas que tenía de mi intérprete,

solicitándole que hablara con mis sirvientes y, si fuese posible, se asegurase hasta

dónde eran correctas mis conjeturas.

Mi amigo estuvo ausente muy corto tiempo y, cuando regresó, traía consigo a

Marcelino, quien relató que mi intérprete había informado a mis hombres que yo

traía oro en mi equipaje y les había hecho la propuesta de que me asesinaran, así

como que, con el producto del atraco, podrían retirarse con seguridad a la costa del

Pacífico.

Respecto a mí, me sentí convencido de la verdad de esta declaración, y pude

entonces discernir satisfactoriamente por qué mi intérprete expresaba tantos

temores de mi guía, lo que hacía para impedir cualquier sospecha de que él tuviera

algún otro interés que mi seguridad. En realidad mis sospechas respecto a él eran

tan intensas el día anterior que, ciertamente, habría entrado en un mortal conflicto

con él, de no haber admitido llegar a Canelas esa misma tarde, ya que no estaba

dispuesto a acampar otra noche en la compañía de un hombre tan peligroso. Yo no

deseaba, desde luego, si era posible evitarlo, cobrar su vida o correr el riesgo de

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perder la mía propia, a sabiendas de que, al llegar a Canelas, podría liberarme

fácilmente.

Hice reunir a mi intérprete y a todos mis sirvientes delante del alcalde y, en su

presencia, me arreglé con cada uno. Al despedirlos de mi servicio, les ordené que

dejaran el pueblo de inmediato o bien sufriesen las consecuencias de la ley.

Gustosamente habría conservado a Marcelino pero estaba obligado a volver a

Zacatecas para entregar los animales que había yo alquilado a su amo.

El mineral de Canelas está situado en una profunda y estrecha barranca, con

montañas al este y al oeste, que se alzan de inmediato a una altura de dos a tres

mil pies por encima del pueblo. No pude localizar a nadie que me diese la altura

sobre el nivel del mar de cualquiera de las montañas del norte, ni su latitud o su

longitud. Por la falta de los instrumentos apropiados no pude asegurarme esas

importantes observaciones científicas. La montaña al este forma una extensa curva

y, por varios cientos de pies, parece no tener declive, siendo una abrupta pared

perpendicular; en algunas partes de ella las rocas sobresalen en vastas

dimensiones sobre el profundo lecho que se encuentra debajo.

Alzándose hasta el cielo, aunque no tan alto como las montañas, el espectador no

puede posar sus ojos sin contemplar la neblina profundamente azul oscuro que

cubre la escena. La neblina tiene su origen en la corriente espumosa del río

Canelas, que se estrella y resurge sobre las rocas, durante todo su trayecto que

corre hacia el norte. La montaña al oeste es una inmensa roca, sólo accesible al

lento y cuidadoso paso del hombre y al vuelo de los pájaros. Su ladera irregular

tiene una apariencia oscura y cobriza. Su extensa cumbre está coronada por dos

picos o pezones, cuya circunstancia ha provocado que se le llame Cerro de la Silla.

El todo se completa con la extensa panorámica entre dos cerros hacia el norte, en

tanto que hacia el sur son visibles las elevadas puntas de la Sierra Madre.

El clima de Canelas es primavera y verano. Los vegetales y frutas que abundan en

otras latitudes se cultivan aquí profusamente. Los árboles son perennemente

foliados, pues tan pronto perecen y caen sus hojas, otras se abren con frescura,

aunado a lo cual las doradas cosechas de los árboles de naranja son siempre

hermosas a la vista y tentadoras al paladar. El nombre de Canelas se refiere a una

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corteza comestible. Si esta planta se cultivó aquí alguna vez o no, no podría decir,

por lo que ignoro cómo adquirió su nombre el pueblo, a menos que se trate de un

vuelo de la imaginación.42 Las calles son necesariamente estrechas. Esto no resulta

inconveniente para sus habitantes pues jamás se ha visto en el pueblo un vehículo

rodante, cualquiera que sea su descripción; en realidad, resultaría imposible para

un vehículo el ascenso de la montaña en cualquier punto.

Las montañas de Canelas han sido siempre célebres, desde el descubrimiento

original del país, porque abundan en plata, pero dada la pobreza del mineral, las

minas no han sido explotadas intensivamente. Lo que ha hecho famoso el sitio como

localidad mineral, es que se han descubierto en él vetas de mercurio. Éstas jamás

han sido explotadas exitosamente. Supe que las personas albergan muchas

esperanzas, en el hecho de que una compañía inglesa ha comenzado a abrir

recientemente una mina de mercurio, bajo la experimentada administración del

señor John Buchan, un empresario inglés. El señor Buchan es hijo del célebre

capitán Buchan que se perdió con una expedición exploradora británica en el Polo

Norte.

Se me mostraron algunos especímenes de mineral de mercurio, del cual existen

dos clases. El metal líquido está contenido en una suave piedra roja. En el primer

tipo, el mineral no es perceptible en la roca, la cual sólo por su peso puede

asegurarse que posee una sustancia extraña. El segundo y último grado de los

especímenes difiere del primero porque el mineral se asoma en la piedra en

pequeñas partículas separadas, siendo el único contraste que la primera es más

rica en mercurio que la segunda.

El mercurio sólo se encuentra en formaciones secundarias. Se pulveriza en un talco

impalpable y el mineral se obtiene lavando el residuo de la plata. Los trabajadores

de las minas de Canelas se ven seriamente afectados por la abominable

enfermedad del broncocele [sic], o bocio, que ellos llaman buche. Este penoso mal

es un agrandamiento crónico de la glándula tiroides. El tumor del bocio existe

algunas veces en la laringe y la tráquea pero, en Canelas, más generalmente a un

42 El nombre, en realidad, corresponde al apellido del “descubridor” español de este asentamiento en el siglo xvi.

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lado de ambos. Conforme el tumor crece se toma más inconveniente y perturba la

respiración y la voz, en proporción a su tendencia a interiorizarse.

En Canelas, donde la mitad de la población padece la enfermedad, observé algunos

de estos tumores de gran tamaño, que debían ir suspendidos del cuello mediante

un pañuelo o una venda. No vi ninguno tan grande como los descritos por el doctor

Mott, en sus viajes por Suiza, pues él afirma que en Martigny: “el tamaño del tumor

era de dimensiones tan colosales, que la pobre mujer se veía obligada a arrastrarse

por el piso sobre manos y pies llevando delante de sí la gigantesca y pendulosa

masa” .

En Canelas, los niños de padres con bocio seguramente serán idiotas, o ciegos o

mudos: en algunos casos sus extremidades son débiles y raquíticas. La enfermedad

es hereditaria. Según la información que pude obtener en Canelas sobre la

enfermedad, debe tener su origen en la atmósfera y no en el agua. El remedio más

efectivo que ahí se utiliza es una media dracma de hidrato de potasio mezclada con

una onza de manteca, aplicada como pomada, en pequeñas cantidades, por la

noche.

El doctor Eberle, en su tratado sobre el bocio, señala:

En muchas localidades, donde el bocio prevalece endémicamente, en particular en

los profundos valles de los Alpes, la enfermedad se acompaña frecuentemente del

subdesarrollo y deformación del cuerpo, con el correspondiente deterioro de las

facultades intelectuales. Es así que, en medio de magníficos y bellos escenarios de

la naturaleza, el hombre está condenado a degenerar —a hundirse bajo las

inevitables influencias que lo rodean, de sus más nobles facultades al más bajo

estado de deterioro corporal e intelectual. Los infortunados seres afligidos de esta

manera, y en algunas situaciones la mayoría de los habitantes nativos están más o

menos afectados, se ven detenidos en su crecimiento, con cabezas enormes,

cuellos débiles y manifiestan un grado de deficiencia mental que, en los casos

graves, asciende a un absoluto idiotismo. Las afecciones combinadas se

denominan cretinismo y a los infortunados mismos se les llama cretinos. En ninguna

parte del mundo es tan prevaleciente la enfermedad, ni tan maligna en su

naturaleza, como en algunos de los valles de los Alpes y los Apeninos. En ciertos

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distritos de Suiza y Saboya casi toda la población indígena se encuentra más o

menos afectada con crecimientos de bocio. En el valle del Ródano, en Martigny,

San Mauricio, Agile, Villaneuve, Bourg, Lucerna y en Dresde, y en el valle del

Piamonte, esta enfermedad es extremadamente común. El bocio se presenta

también en varias partes de Asia, particularmente en China, Tartaria y el Indostán,

y se dice que es muy común en ciertos distritos de África. En Inglaterra la

enfermedad ocurre con frecuencia en ciertos distritos montañosos de lo s condados

de Derbyshire, Buckinghamshire, Surrey y Norfolk. En nuestro propio país existen

también localidades en que el bocio es de frecuente ocurrencia. En Bennington,

Camden, Sandgate, Windsor y Chester, en Vermont, el bocio e s muy común. En el

estado de Nueva York se le encuentra frecuentemente en Oneida, las cataratas

Germania, en el valle de Odonaga, en el pueblo de Manlius, en Brothertown , en la

vecindad de Angélica en el condado de los Apalaches y en varias otras localidades

en lo s distritos noroccidentales del estado. En Pennsylvania se presenta, no poco

frecuentemente, en Pittsburgh, Cannonsborough, Brownsville y a lo largo de los ríos

Apalache, Sandusky y Monongahela. Se le encuentra en Virginia en Morgantown y

en las riberas del río Cheat.

Sólo aquél que haya estado en situación semejante podrá imaginar mis sentimientos

frente a la tumba de un pariente en un país distante y extraño. La salud de mi

hermano, J.P. Gilliam, doctor en medicina, cónsul de los Estados Unidos de América

en Monterrey, en el Pacífico, se tomó delicada y se retiró a las montañas de

Canelas, por los beneficios que ello pudiera reportarle, pero en ese retirado y aislado

lugar plugo a la Divina Voluntad que debía dejar ésta por una mejor existencia.

Tomados a mi cargo sus dos hijos, se hizo necesario que yo visitara algunos de los

pueblos de las cercanías, lo que quizá me llevaría a viajar a Mazatlán.

A fin de finiquitar mis negocios sin pérdida de tiempo, no permanecí en Canelas más

que hasta el día 4 del mes en curso [debe decir 6], día en que nuevamente me

encontré sobre la silla acompañado de otras cuatro personas; un norteamericano

de Canelas iba como mi intérprete. Extraño como pueda parecer, como a veces me

lo pareció a mí, mi camino habría de discurrir, por noventa millas, río abajo del

Canelas, confinado toda esa distancia entre dos cerros, a derecha e izquierda. Creo

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que no enfrentaré opiniones contrarias, si expreso mi convicción de que, quizá por

el mismo número de millas, no se ha hecho otro viaje semejante en toda la faz de

la tierra. El río promedia de quince a veinte yardas de anchura, en principio, pero en

la segunda mitad de la distancia crece por la unión de otra corriente, atrapada de

inmediato entre las montañas, que abruptamente alcanzan una altitud inmensa.

Estas montañas sólo son accesibles al vuelo de las aves. La caída del agua es

rápida, y debe oscilar de dos a trescientos pies por cada milla. El lecho del río es

rocoso y, en algunos lugares, a tal grado que casi cierra el camino al paso de los

viajeros. Una jornada en esa corriente es siempre peligrosa, pues con frecuencia el

animal estará en el agua hasta los pies de su jinete, y deben ejecutarse muchos

cortos ángulos para rodear las enormes rocas lisas, demasiado altas para ser

remontadas, en tanto las bestias, de paso más seguro, son amarradas a las otras,

que se introducen al agua en el lado opuesto. En muchos casos, un resbalón

arrojaría a jinete y mula en profundos remolinos que se forman alrededor de las

rocas, lo que acabaría con ellos irremediablemente.

Había momentos, sin embargo, en que había que atravesar cortos tramos de roca

o de tierra, algunas veces elevados y otras bajos. Entonces el viajero encuentra la

garra del felino o algún otro arbusto salvaje que desgarra su ropa y su carne, pues

todo el reino vegetal en México es espinoso. En verdad, con frecuencia asalta a uno

la idea de que toda la naturaleza se encuentra ahí en guerra; las aves, las bestias,

los insectos trepadores y los reptiles, así como la vegetación, se encuentran todos

formidablemente armados para la agresión y la defensa, y no obstante, por encima

de toda otra consideración, el hombre, que debe ser el amo y sometedor de la

naturaleza agreste, es el depredador de aquéllos, ya que los excede en sus hazañas

de agresión y hostilidad. El viajero debe pasar la noche en algún estrecho recodo

que prometa una mínima alimentación para sus animales, y seguridad para él

mismo. No ha avanzado medio día río abajo cuando ya percibe las laderas de las

montañas, las cuales, donde admiten algún brote, están cubiertas de árboles

maderables.

Yo era de la opinión que las muías eran los animales más estúpidos y más necios,

pero en mi primer trato con ellas me vi agradablemente desmentido. Para hacerles

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justicia, digo ahora que creo que son más útiles y sapientes que el caballo. Son más

dóciles: vienen y van a su trabajo con fuerza indomable y hábitos inmodificados —

y, si se obstinan, jamás lo hacen sin sombra de una justa causa. Tienen un

conocimiento más diferenciado de su amo que todos los demás animales; sin guía,

seleccionan su propia carga, entre un ciento, la cual, una vez sobre ellas, cuidan

con el mayor esmero, de manera que no entre en contacto con ninguna otra. Si

deben pasar bajo una rama de árbol, se agacharán lo suficiente para que su carga

pase sin tocar el obstáculo. Si una roca se desprende de la ladera de la montaña,

su instinto las hará apoyarse sobre su costado, de manera que la carga con bienes

no se vea lastimada.

Yo he visto a mi muía de montar agacharse e inclinarse a fin de que mi cuerpo tenga

libre paso bajo obstáculos suspendidos o a través de estrechos desfiladeros. Siguen

fielmente el sonido del silbato o el repiqueteo de una campana pequeña, cuando el

camino es demasiado estrecho, espinoso y torcido, como para que puedan ver a su

guía; y de noche, cuando se las suelta para que se alimenten, no permiten que los

animales de otro arriero se asocien o se mezclen con su compañía, alejándolos aun

al precio de su vida.

Jamás, incluso en la noche más oscura, pierden de vista a su guía, que es siempre

un caballo blanco, o una muía, y en la mañana, cuando cada arriero va en busca de

sus animales, las encontrará reunidas o a la vista de su guía particular. La muía, sin

embargo, desprecia a las de su especie, y en su amor por el caballo, peleará día y

noche por la posición sociable más cercana a él. Quizá el lector juzgue que estoy

exagerando; no obstante, si viaja a México, encontrará que no he relatado todo por

temor a la incredulidad.

El pueblo de Topia es un rico mineral situado en una elevada montaña, quince millas

al norte de Canelas. Es un lugar muy antiguo y tres veces ha sido destruido por los

indios; hasta la actualidad continúan encontrándose bajo sus minas barras de plata

que fueron escondidas; cuando se aran los campos aparecen balas de plata. Ya

que he mencionado el asunto de arar los campos, señalaré que hice algunas

pesquisas sobre el modo de cultivar la tierra en las regiones frías de la Sierra Madre,

y se me informó que en esas montañas vivían algunos indios que no han sido

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civilizados, quienes tienen el hábito de plantar su maíz a una profundidad más allá

de la influencia del frío. Algunas veces, se me dijo, se sabe que han plantado el

grano dos pies bajo tierra y, habiendo germinado y brotado a la superficie antes de

concluir la estación de heladas, viéndose dañado, la tierra tibia subyacente ha

nutrido las raíces y ha provocado que crezca de nuevo a la perfección. Así, en tanto

las raíces del maíz se encuentran en terreno templado, el tallo y el fruto se nutren

en un clima frío.

Los indios fueron los primeros en cultivar el maíz y en comprender adecuadamente

su naturaleza; me impresionó el probable acierto en el razonamiento filosófico de

los aborígenes. Recuerdo bien el momento de haber leído en manuales de

agricultura que las raíces del maíz penetran hasta profundidades deseonocidas, y

la razón ostensible de ello se me hizo patente de inmediato. La raíz busca un

elemento más cálido debajo, a fin de proveer al tallo, con mayor efectividad, su

necesario nutrimiento.

Mi viaje río abajo fue de tres días continuos y salir de entre los dos cerros me

representó una fuente de gran alegría, pues es difícil imaginar lo desagradable, a

cualquiera que no haya tenido la mala fortuna de viajar por agua y sobre rocas

durante ese periodo de tiempo. Si no se pone herraduras a los animales, sus cascos

se suavizan y el fatigado viajero descubre que, además de verse reducido a la

necesidad de avanzar con lentitud, no puede dejar de compadecer a la sufriente

bestia, mientras, al mismo tiempo, se ve obligado a clavar sobre sus costados las

salvajes espuelas españolas.

Jamás fue tan bienvenida ni más bella a mi vista la panorámica del espacio abierto.

Los bosques eran una perfecta miscelánea en todas direcciones, estando tan

indiscriminadamente mezclado su crecimiento, que todo el bosque se hallaba

finamente entretejido y casi impenetrable, salvo por los caminos de uso antiguo. Los

pájaros, también, de múltiples descripciones que me eran extrañas, cantaban

alegremente —las bandas de loros de muchas especies ahogando con sus salvajes

y frenéticos alaridos, las melodías de la otra porción de la plumífera tribu. Había

unos pájaros que atrajeron particularmente mi atención: las chachalacas; para mí,

semejaban más una gallina de Guinea que cualquier pájaro con que yo estuviese

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familiarizado —su plumaje era negro con pequeñas variaciones de tonalidad y,

aunque libres en su estado natural, ninguna otra ave es más susceptible de verse

domesticada.

El gonaco [sic] atrajo mi atención por sus hábitos peculiares. Parece que disfruta

emitir un sonido alto y vehemente que semeja su nombre, y rara vez se le ve

alimentarse; se dice que estos pájaros construyen su nido con raíces ponzoñosas,

que sólo se encuentran en éstas sus habitaciones; se ignora si provienen del pájaro

mismo o si él solo posee el secreto de la ubicación de la planta. Se afirma que tal

raíz es un remedio específico para la picadura de alacrán.

Mi intérprete había conocido mucho de Nuevo México y, por su familiaridad con los

tramperos del norte, poseía un caudal de anécdotas muy interesantes para mí, que

atrajeron profundamente mi atención y mis sentimientos, como el de una notable

historia de amor. Un trampero había tomado una esposa para sí, con la cual vivió

por muchos años en la mayor confianza y afecto. La mujer no sólo amaba a su señor

sino que lo adoraba como vastamente superior a ella. Sus únicas obligaciones eran

el cultivo del maíz, secar la carne, estirar las pieles y mantener pulcra su pequeña

cabaña para agradar a su amado hombre blanco. Pero el infiel marido, descontento

con la perla de gran precio, se veía tentado por otras bellezas, y llevó otra mujer a

su cabaña cuya hermosura parecía agradarle más. La antigua esposa, sin expresar

su pesar, lo abandonó de inmediato pero volvió luego de un lapso de varios meses.

Súbitamente apareció bajo el techo donde ella sola había disfrutado la felicidad.

El trampero y su nueva esposa fueron tomados por sorpresa; él rápidamente se dio

cuenta del cambio en las características de ella, sus mejillas vacías, sus ojos

hundidos y fijos y el corazón del hombre se paralizó. Le dirigió palabras suaves pero

el dolor y los propósitos de ella estaban profundamente arraigados para poder ser

modificados con lisonjas. Con los ojos clavados en él y una voz que emanaba de

las palpitaciones de un corazón destrozado, le dijo: “George, voy a morir”, y antes

de que el culpable cazador pudiese arrebatarle el fatal cuchillo, ella se lo clavó en

su propio pecho y expiró a sus pies.

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El día 8 del mes43 arribé al pueblo de Tamazula. Este pueblo lleva adicionalmente

el nombre de El Afortunado, un sobrenombre que le fue impuesto por [Guadalupe]

Victoria cuando fue presidente de México, como consecuencia de haber sido el lugar

de su nacimiento; no obstante, de conformidad con el viejo proverbio de que “nadie

es profeta en su tierra”, la memoria del ilustre caudillo y presidente no es celebrada

por sus antiguos conciudadanos, en una forma que refleje la gloria del emigrado.

No dudan en afirmar que su exitosa carrera comenzó como salteador de caminos.

El pueblo tiene aproximadamente mil habitantes y exhibe los síntomas de una rápida

declinación, por la apariencia de las casas en todas las partes de la ciudad, que

parecen estar en una condición decrépita.

Me complació particularmente la hospitalidad de los ciudadanos de Tamazula. El

señor Murillo, el prefecto, no consintió en, que me alojara en otro sitio que no fuese

su propia casa, en tanto que el cura ofreció un lucido baile al cual fui invitado. Aun

cuando este último parecía un hombre de aproximados sesenta años de edad, su

persona era singularmente bien proporcionada y atractiva. Su fineza de modales y

espléndida capacidad para bailar, no obstante que se trataba de un cura, me

parecieron más apropiadas en él que en cualquier otro individuo que hubiese

conocido. Dos de sus hijas, así como uno de los sacerdotes del pueblo, se hallaban

en el convivio. Las jóvenes damas eran tan modestas, bellas y educadas como las

demás que había conocido; tanto, que eclipsaban con mucho a todas las demás

asistentes, en esa ocasión verdaderamente jubilosa.

Parecerá notable a los cristianos de los Estados Unidos que el clero de México

pueda tener hijos pero puedo garantizarles que no deben albergar duda alguna a

ese respecto, pues ninguna verdad tiene una publicidad más reconocida, y nada es

más común, que el hecho de que las esposas favoritas, no casadas, vivan con los

santos padres —al mismo tiempo, las familias de ellas reciben mejor educación y

atención, como comunidad, que cualesquiera otras en México.

Fui informado por el señor John Russell, un viejo inglés de Zacatecas, que el cura

de Tamazula era un hombre notablemente honesto y discreto en todos sus

negocios, de conformidad con las maneras y costumbres del país, pues de ninguna

43 Aquí el autor retoma la cuenta correcta de los días del mes corriente, que es el de marzo de 1844.

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otra forma puede juzgar a los mexicanos un europeo o un norteamericano sino por

el contraste en los hábitos de unos respecto a otros, en las peculiares características

de su carácter nacional. Son enteramente independientes del resto del mundo en

sus relaciones religiosas, políticas y sociales, teniendo, al mismo tiempo, todas las

instituciones del resto de la civilización pero difiriendo, materialmente en su práctica,

de los principios fundamentales de ella; sus maestros, los sacerdotes y los antiguos

españoles, les hicieron creer que representan la perfección de la creación, y que es

una prerrogativa que les es propia doblegar a toda la humanidad bajo su

supremacía, en conjunción con la religión de Cristo, los apóstoles y el papa, a fin de

responder a sus propósitos egoístas. Por mi vida que no he podido ser capaz de

descubrir de dónde derivaron su poder esas personas ilustradas y refinadas, para

ser los mejores comentaristas sobre la ética, los expositores de la ley y los árbitros

de los conflictos sociales.

Tamazula está situada en el que se denomina río Tamazula, una corriente que fluye

de la Sierra Madre y sobre la cual se erigió Canelas, pero de la unión del Humaya

con ella asume el nombre de [río] Culiacán, y continúa como una profunda corriente

hasta que llega a la llanura, cerca del océano. Ahí se hunde y es absorbida por la

arena, emergiendo como el [río] Pacífico —un río insignificante y diminuto.

(…)

Para el día 25 de abril [debe decir marzo] regresé a Canelas. Mi viaje a la tierra

caliente fue muy placentero pues, mientras estuve ahí, los poros de mi piel se

abrieron y, en lugar de verme y sentirme desecado como un leño, como en las áridas

elevaciones de la cordillera, lucía un brillo saludable,, con una sudoración algunas

veces profusa en la superficie, que hacía que todo mi sistema se sintiese como

liberado de una penitenciaria, para beneficio de una libre respiración.

Los habitantes de ia tierra caliente difieren mucho en su apariencia de los de la tierra

fría y la tierra templada, las llanuras frías y temperadas. Las personas de clima

caliente tienen un color más oscuro, excepto aquellos que con cuidado se confinan

a la sombra. En el caso de estos últimos, la continua sudoración tiene el efecto de

purificar y blanquear sus mejillas. Existe otra marcada diferencia observable:

aunque la mayor parte de la población no tiene un cuerpo robusto ni luce tan

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saludable, hay en la región cálida un mayor número de personas de complexión

pletórica, que en las otras dos regiones.

Las mesetas son saludables y las personas mueren habitualmente de edad

avanzada. De un barbero, que me rasuró en un departamento del norte, se dice que

contaba con noventa años de edad. El hombre me dijo que había sido barbero y

chambelán de dos virreyes de México. Su mano era estable y su porte firme.

Las mujeres de México consideran el cabello de su cabeza uno de sus ornamentos

más atractivos. Sólo en la tierra caliente puede crecer a la perfección, llegando

algunas veces hasta el suelo, y, suelto, puede cubrir el cuerpo entero.

Jamás he aprendido de la filosofía o de los filósofos porque, en las mismas latitudes

de las costas del Atlántico y del Pacífico, el termómetro marca muchos grados más

alto en esta última que en la primera. Según estudios se estima que el Pacífico es

más elevado que el Atlántico y, de acuerdo con la teoría y la experiencia conocidas

en otros casos, la mayor elevación debe ser más fría que la menor. ¿Será porque

las montañas nevadas de mayor altitud se encuentran en la costa del Atlántico,

extendiendo a la atmósfera su eficacia refrigerante, la cual no alcanza el lado

opuesto del continente? Posiblemente las leyes fijas de las corrientes atmosféricas,

originadas en las regiones heladas del Polo, barren de manera más intensa de norte

a sur, y viceversa, sobre las playas del Atlántico. Como no cae dentro de mi humilde

esfera adivinar los resultados de las causas filosóficas, abandonaré aquí mi

cuestionamiento para que, si es digno de atención, sea respondido por aquellos

versados en estos temas.

Mis negocios impedían mi largo reposo del viaje y, por ello, el día 29 del mes salí

de Canelas para Guanaceví. Mi ruta atravesaba la Sierra Madre pero, en una

dirección diferente a la que había yo viajado antes, hacia el noroeste. No iba

acompañado de un intérprete; en consecuencia, mi conversación con el caballero

mexicano que me acompañaba se desarrollaba en una forma muy lacónica y a

menudo ininteligible, tanto, que me disgustó su carácter desagradable y, por seis

días, abandoné hablarle, a menos que la necesidad me obligase. Después de dormir

seis noches a la intemperie, en el séptimo día, arribé al lugar de mi destino: un

pueblo de entre dos y tres mil habitantes.

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En cualquier condición en que me hallase colocado, encontraba en la faz de la

naturaleza algo hermoso qué admirar, o algún fenómeno curioso sobre el cual

especular. Recostado de espaldas sobre el suelo, con el rostro hacia el cielo,

acampado a la intemperie, el notable brillo de la luna de México, jamás dejó de

absorber mi atención. Difiere de la luz del sol únicamente en cuanto que, esta última,

tiene un color rojo de incandescente brillantez, mientras que la suave y plateada luz

de la luna es suficientemente brillante para permitir al espectador ver de manera tan

clara, como si iluminaran los rayos del rey del día.

No puede dudarse que, en una región tropical y árida, la luna alumbra la tierra de

modo más brillante que en el caso de las latitudes menos elevadas y más norteñas.

¡Desearía poder ser capaz de describir el claro de luna de México! Sin una nube

que empañe el cielo, las estrellas brillan el doble en su ausencia. Son más

numerosas y se despliegan en más cúmulos que los que se observan a través de

nuestras húmedas atmósferas. La visión alcanza objetos sumamente alejados y con

un grado de discriminación equivalente al que proporciona la luz del día —el aire es

transparente, como en el momento de la mañana que precede a la aparición del sol

en el total resplandor de la luz. La atmósfera, en la noche, es siempre ligera y

balsámica, y, en los valles más cálidos, los suaves zafiros que flotan sobre las

planicies resultan afines, haciendo posible un gozo que, en verdad, convierte en un

lujo reposar bajo el manto y la protección del cielo.

En Guanaceví tuve la fortuna de encontrarme con el señor Buchan, que visitaba el

lugar, intentando experimentos con el mineral de plata de la localidad. Todas las

rocas sobre y bajo la superficie de la tierra contienen plata en mayor o menor

cantidad. El señor Buchan me informó que abriría una mina en ese lugar, la cual

pensaba resultaría redituable. Me siento obligado para con él, y también para con

su abogado mexicano, que tiene las características de ser un caballero, por su

generosa ayuda que me permitió adelantar un exitoso litigio con un ciudadano de

ese pueblo.

Después del general y el sacerdote, el abogado es el personaje más formidable en

México. El señor Buchan me relató que, a consecuencia de las muchas dificultades

que se originan en las transacciones de negocios con los mexicanos, encontró ser

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un asunto tanto de importancia como de utilidad, emplear, de manera continua, un

abogado en nombre de la empresa; hecho lo cual sólo se hace necesario, al inicio

de las dificultades con clientes escandalosos, llamar a su presencia al abogado, y

desaparecen todos los obstáculos.

Durante el segundo día de haber iniciado mi retomo de Guanaceví a Canelas,

súbitamente tuvimos a la vista un extenso terreno y, mi amigo mexicano y todos mis

sirvientes, a una sola voz, exclamaron: “¡La hacienda de Santa Anna!” . Parecían

más regocijados que si la propiedad fuese de ellos. Para mí, fue otra prueba

convincente de la liga indisoluble del pueblo mexicano con su tirano.

La brillantez de sus sangrientas hazañas, su chicanería y el arte por el cual los

somete a su voluntad, han colmado a los habitantes de admiración y reverencia, lo

que siempre se traducirá en que el renombrado caudillo sea su amo. Si en cualquier

momento una súbita revolución lo desplazara, sería temporalmente pues, tan pronto

movilizara sus escuadrones al campo, el temor a su ira y a su terrible venganza

subyugarían a sus enemigos y aplacarían a sus conciudadanos (como ha sido

siempre el resultado de su comportamiento político), quienes caerían a sus pies

exclamando: “ ¡Salve, dictador!”

Todos los oficiales del gobierno son creación suya —sus generales son los

gobernadores de ciudades y departamentos, y él mismo los ha designado. Y

aunque, de inicio, hubiesen podido estar afiliados al estandarte del partido

revolucionario, tan pronto viesen la bandera de Santa Anna ondear bajo la brisa,

olvidarían sus sagradas obligaciones, su juramento a las libertades constitucionales,

y volarían hacia el amo usurpador a quien habían prometido someter. ¡Fuera la farsa

de los caudillos presidenciales y dictatoriales! ¡No se llame al despotismo militar una

república! Los amantes de la libertad abominan esta deformidad ¡Hagan a Santa

Anna rey, emperador!, no importa cuán duramente aguijonee a un pueblo,

degradado en exceso para ser sensible a sus propias equivocaciones y temeroso

en exceso para defender sus instituciones públicas.

Mientras discurría mi viaje encontré al correo, quien informó a mi compañero que

recientemente los salteadores habían cometido muchos asesinatos en los caminos

públicos, así como que Santa Anna se preparaba para la guerra con los Estados

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Unidos e Inglaterra al mismo tiempo. El correo no parecía anticipar engaño alguno

en las explicaciones de su amo, y lucía muy seguro de que México triunfaría en el

desafío.

Los correos en México son generalmente transportados por los indios, que los

conducen a pie, de posta en posta, más rápidamente de lo que podrían hacerlo a

caballo. Un indio, con sólo su pequeña bolsa con maíz, y su pequeño paquete de

cartas, toma directo el curso de las montañas, colinas y cañadas, por las que no

puede pasar un animal, y de esa manera acorta la distancia, venciendo el espacio

en una forma maravillosa de relatar. Los salteadores jamás lo molestan, pues el

correo jamás lleva dinero, ni los indios poseen bienes de valor.

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CAPÍTULO XIX

Retorno a Canelas. Los indios apaches. Dos niños pequeños de tierna edad.

Inicio mi viaje de regreso. Dos hombres se manejan mejor que tres o seis.

Vigilo los alrededores del campamento. El paso de la Sierra Madre. Ladrones

en el camino. Cómo identificar a los ladrones. Recepción en Durango. El señor

Charles E. Bowes. Un individuo que ha estado mucho tiempo lejos de su

hogar. Dos nuevos sirvientes. Partida de Durango. Mis sirvientes no son

buenos empacadores. (…)

Regresé a Canelas el día 25 de mayo [debe decir abril], no sin haberme librado del

peligro de una batalla con los indios apaches pues, como dicen las personas que

viven al este de la Sierra Madre, esa tribu ha suplantado a los comanches e infesta

las montañas.

Habiendo tomado a mi cargo a mis dos sobrinos —niños pequeños de tierna edad—

y habiendo decidido regresar a los Estados Unidos, contemplé, en un momento,

embarcarme en el puerto de Mazatlán rumbo a mi distante hogar pero la idea de

cruzar dos veces el Ecuador y vivir cinco o seis meses en el océano me hizo

abandonar ese proyecto.

Por consiguiente, decidí que, sin demora, pues se acercaba rápidamente la estación

de lluvias, arriesgaría mi destino en un viaje a través del continente hasta el puerto

de Tampico en el Golfo de México, viaje que me parecía el menos plagado de

peligros.

De acuerdo con esta última resolución, habiendo cerrado mis negocios en Canelas,

el día 30 de mayo [abril] inicié mi viaje de regreso por Tampico, distante de Canelas

setecientas millas aproximadamente. Como consecuencia de mis anteriores

dificultades con los intérpretes, estaba renuente a contratar alguno. Habiendo

aprendido, además, por la experiencia y por las muchas bajas fatales sufridas por

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otros, el peligro de contar con un gran grupo de sirvientes armados, decidí emplear

sólo dos sirvientes, siendo este número menor en una persona de las que debía

contratar; no obstante, era de la opinión que, en caso de una conspiración, podía

manejar mejor dos, que tres personas.

Uno de mis sirvientes era un hombre bien parecido, de aproximadamente cincuenta

años de edad y que me había sido recomendado como confiable; el otro era un

hombre joven, elegido por aquél, quien era su compadre.

Mientras viajábamos por las montañas, obligado a dormir bajo la bóveda del cielo

por techo y la Sierra Madre como cama, informé a los dos hombres que, al llegar la

hora del descanso, no deberían levantarse de su sarape, a menos que yo los

llamara; les dije también que, si violaban mis órdenes, tendrían que atenerse a las

consecuencias. Había conseguido abundante té de China y, luego de acostar a mis

sobrinos en sus carteras, recostados los sirvientes sobre la tierra, y, a intervalos

durante toda la noche, me ocupé libremente en beber el brebaje. Adopté la política

de jamás dejar saber a mis hombres cuándo dormía y, lo que me asombró más que

todo, fue que, en el extremo de la condición de excitación en que me encontraba

cada noche, tenía yo un perfecto control de mis momentos de sueño y de vigilia. Mi

cinturón con armas no debe haber pesado menos de ocho o diez libras y, sin

embargo, jamás me lo desprendí del cuerpo; luego de las fatigas del día, me

levantaba de mi asiento repetidamente durante la noche para asegurarme que todo

estuviese bien y vigilar alrededor del campamento; en cada ocasión, solo y solitario,

consumía una buena dotación de mi té verde cargado.

Sentado frente a las brasas, y con la suave brisa nocturna suspirando entre los

grandes árboles de la montaña, por la viva excitación reanimante que el té me

producía, pensaba en los amigos con las cuales alguna vez departí con una copa

de vino, y recordaba con frecuencia la familiar balada:

A menudo, en la noche callada,

Las cadenas del sueño me han aprisionado

La memoria apasionada trae la luz

De otros días que han pasado, etc.

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Dejada atrás la Sierra Madre, me alojé por última vez en la villa de La Boca de Santa

Catalina el día 17 de junio [debe decir mayo]. El día 24 arribé salvo a la ciudad de

Durango, no sin haberme encontrado con los ladrones dos veces en mi camino. En

la primera ocasión, aumentada mi compañía, afortunadamente, por la unión con

otros viajeros, impedimos que los bandidos ejecutaran su ataque; la segunda, en la

cual, en algún momento, consideré que no teníamos oportunidad, fui tan bien

secundado por mi viejo sirviente, quien demostró intensos síntomas de pelea

cuando los ladrones hicieron su primera demostración de ataque, que el día fue

nuestro. Las hostilidades se iniciaron exhibiendo los ladrones sus armas, gritando y

floreando sus lazos al aire, mientras cabalgaban alrededor de nosotros en círculo.

Cuando el viajero observa a sus asaltantes de esta manera, debe, sin dudarlo,

mostrar su decisión, mediante sus preparativos y su valiente postura, de que jamás

se rendirá, atreviéndose a presentar batalla; aquéllos supondrán, entonces, que el

botín por obtener no vale la pena el riesgo. Se alejarán presurosos y pronto

quedarán fuera de la vista. No obstante, si el viajero, en tales ocasiones, ha

manifestado su disposición a la acción y el enemigo no se retira, sino que mantiene

su ataque, no debe perder el momento más apropiado para disparar al miembro

más importante del contingente. El mejor blanco es la cabeza de la silla, de lado o

de frente.

Fui recibido en Durango por mis conocidos con la misma hospitalidad y atención

que habían caracterizado mi primera visita. Fue una grata fortuna encontrar, en esta

ocasión, a mi compatriota, el señor Charles E. Bowes, un artista de San Luis,

Missouri. Sus talentos le valían mucho crédito en México y tenía fundadas

esperanzas de una rica recompensa por su aventurada empresa.

A través del señor Bowes tuve cierto conocimiento de los Estados Unidos, siendo

las primeras noticias que recibía en varios meses. Me informó que, cuando dejó su

hogar, era su intención pasar el invierno en Nueva Orleans y me mostró algunas

cartas de presentación que había recibido y llevado a esa ciudad. Una de ellas era

del señor F. W. Risque, un abogado de San Luis. La bien conocida escritura de ese

caballero, observada inesperadamente en un país extranjero, tocó las fibras de mi

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corazón pues era un antiguo compañero de juegos y habíamos crecido juntos,

siendo vecinos cercanos en la antigua Virginia.

El individuo que ha estado mucho tiempo fuera de casa, fatigado por el viaje, es la

primera persona que busca el placer, así como el primero en reconocer, cualquier

cosa local o nacional. A mi llegada a Durango me alojé nuevamente en el mesón de

Santa Paula. Tan pronto desmonté, mi anfitrión me informó que había otros dos

norteamericanos con él. Resultaron ser el señor W.H. Folly, el hombre de goma de

la India, y el señor J.R. Hamblin, Aquiles, quien disparaba un cañón desde su

hombro y jalaba en contra de dos o más caballos. El día 26 del mes corriente [mayo],

domingo, daban una exhibición en la plaza de toros, a la cual asistí. Fue

sorprendente en verdad presenciar la admiración sin límites expresada por los

espectadores. Pero, en tanto los artistas norteamericanos atraían la atención de los

mexicanos, la mía se vio atraída por el payaso nativo, que iba vestido como santo,

llevando un turbante en la cabeza y con la cara pintada de blanco. Si el límite de la

decencia lo permitiera, mis lectores quedarían más que asombrados con la sinopsis

de su discurso ante la audiencia de más de cinco mil personas, el número de

ciudadanos que asistió a la función.

Concluidas las actuaciones, acepté una invitación a pasear por la Alameda: pero,

luego de que el carruaje había dado varias vueltas al lugar, entró en contacto con

otro vehículo, siendo el resultado la inutilización de ambos, muy de acuerdo con mi

sentir acerca de mi habitual destino al viajar en carruaje; ahí, delante de miles de

personas, terminó el placer de la excursión. Por la noche, en compañía de mi amigo,

el señor Bowes, visité el teatro, y disfruté el espectáculo de la numerosa y

espléndida asamblea de damas, mucho más que la insulsa y aburrida

representación. El apuntador se hallaba colocado en el frente del escenario y leía

cada sílaba de la obra, en tanto los actores repetían de su boca cada palabra.

En la ciudad de Durango obtuve dos nuevos sirvientes, ya que mis hombres de

Canelas no se apartarían más de sus hogares. Mi amigo, el señor Stahlknetch,

estableció los términos del acuerdo entre nosotros —uno de los cuales era que, en

su viaje de retomo, debía proporcionarles un caballo a cada uno. Realizados los

preparativos, el día 28 del corriente mes, partí de Durango. Seleccioné una dirección

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a la izquierda de la que había utilizado antes; no obstante, mi derrotero era hacia el

sur; había obtenido un plano con mi ruta en el camino, con los nombres de los

lugares en que podía detenerme, para cada día de viaje por separado.

No había viajado más de dos días antes de descubrir que mis sirvientes no eran, o

pretendían no ser, buenos empacadores, pues mis muías parecían sufrir mucho con

la carga. De inmediato se despertaron mis sospechas pues sabía bien que los

sirvientes mexicanos, habituados a viajar, entendían cómo cargar correctamente a

un animal. Además de todo, mis hombres me habían sido recomendados como los

mejores arrieros. No obstante, en ocho días arribamos a la hacienda de Casa

Blanca. El viaje fue fatigoso y mis caballos y muías estaban muy lastimados por el

viaje. Así que decidí permanecer unos cuantos días en el lugar.

(…)

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Friedrich Adolph Wislizenus

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Friedrich Adolph Wislizenus

Friedrich Adolph Wislizenus, 1810-1889: fue un médico y naturalista alemán que se

estableció en San Luis Misouri, en 1835 y se hizo amigo y asociado del médico y

botánico, George Engelmann. Engelmann hizo las veces de tutor de Wislizenus en

técnicas botánicas.

En 1839, Wislizenus se unió a una expedición de San Louis por Wyoming en Idaho

en la senda de Oregon. La exxpición luego viajó a la cabecera del Columbia donde,

después de cuatro meses de viajes, Wislizenus se decidió a abandonar sus planes

de seguir a California y en su lugar optó por rtetornar a San Luis. Allí escribió sus

memorias de viaje en: Un viaje a las montañas rocosas en el año 1839. El viaje

Wislizenus muestra su capacidad de percepción y se prudecia en las observaciones

del país, las plantas y los animales, y los pueblos originarios.

De su razón de inicio del viaje, Wislizenus dice: “Algunos seres humanos, como

aves de paso, son incómodos cuando se mantienen durante un período

considerable de tiempo bajo el mismo cielo. Consideran toda la Naturaleza una gran

familia; todo el mundo su hogar. No voy a decidir si o no pertenezco a esta clase;

pero sí sé que de vez en cuando una fiebre irresistible para deambular se apodera

de mí, y que no encuentro mejor remedio contra los estados de ánimo y los puntos

altos de la monótona vida cotidiana, que el cambio de lugar y de aire.”

En 1846 Wislizenus se unió a un grupo para viajar a Santa Fe, sin saber que, en

abril de 1846, había estallado la guerra entre los Estados Unidos y México. En

territorio mexicano, fue capturado y retenido como prisionero de guerra. Sus

captores mexicanos, obviamente, no lo vieron como una amenaza, ya que le

permitieron botanizar cerca de su prisión en la que recoge los ejemplares que se

describe en el Denkschrift über ein Reife nach Norb Mexiko, verbunden mit der

Expedition des Oberften Donniphan, in den Ichren 1846 und 1847.

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A la sazón, Wislizenus estuvo en teritorio durangueño desde el 6 al 11 de mayo de

1846, en la Región Lagunera y pa´so por los municipios de Hdalgo, Mapimí, Nazas,

Tlahualilo, Lerdo y Gómez Palacio.

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WISLIZENUS, DR. A. Denkschrift über ein Reife nach Norb Mexiko, verbunden mit

der Expedition des Oberften Donniphan, in den Ichren 1846 und 1847, Aus dem

Englischen übertragen George M. von Ross, Mit einem wissenschaftlichen Anhange

und drei Karten, Braunschweig, Druck und Verlag von Friedrich Vieweg und Sohn,

1850, pp. 106 a 111.

(…)

6 de mayo. Hoy hemos empezado tarde, ahora marchamos diez millas hacia Cerro

Gordo o la Hacienda de El Andabazo.

Después de haber cruzado la montaña, situada a los pies de San Bernardo,

caminamos una milla por un Cañón, que está encerrado en ambos lados por

montañas de piedra caliza, y luego llegamos a un costado de El Andabazo. Este río,

de considerable corriente, parece fluir de oeste a este, y creo que es afluente de el

Nazas, río con el que está conectado, o si, como es más probable, con el Río

Palomas, que fluye, al noroeste de la gran Laguna de Tlahualilo. Sin embargo no

pude aprender más. Es de señalar que los mexicanos, en todos lados, saben muy

poco sobre la geografía de su entorno, por lo que un viajero tiene que lidiar a

menudo, con una gran inseguridad para lograr la información diversa entre sí en

armonía con su itinerario. Acampamos a la ribera izquierda del río ancho y

caudaloso, a una lado del chaparral.

7 de mayo. Hoy hicimos unas 25 millas hasta la Hacienda de San José de Pelayo.

Subimos a una considerable altura, desde donde pudimos ver las colinas a lo lejos,

hacia el este y el oeste. La llanura es baja y está poblada con matorrales de

chaparral, en algunos de sus puntos, con mucha vegetación, conformada por

plantas de lechuguilla y sotol, de las cuales tomé varias muestras. Estas plantas

son muy comunes en este lugar, así como la Opuntia arborecens, que tiene un

tronco recto y una gran cantidad de ramas horizontales, se trata de un árbol con una

altura de 20 a 30 pies, cuyas numerosas flores amarillas y la inmadurez de sus

frutas le dan una atractiva serenidad juguetona.

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Pelayo es un pequeño pueblo, o Hacienda, que tiene corrientes de arroyos que lo

rodean, algunos de los cuales tienen diversas temperaturas, altas por lo general.

Las corrientes formadas por los arroyos de vanguardia, se desvanecen más tarde

en la arena. Pelayo forma parte del estado de Durango, pero no sé, a ciencia cierta,

si el El Andabazo sea un punto entre los límtes de entre los estados de Chihuahua

y Durango.

Pelayo es un pequeño poblado, que se encuentra en una pendiente, unida a una

cumbre con muros de piedra, y es probable que el ejército del general Wool. Dos

días antes de l llegada del lugarteniente Mitchell, haya llegado aquí con la

vanguardia que tenía, cuando se encontró a los habitantes del lugar organizados

militarmente; treinta de ellos fueron desarmados y hechos prisioneros; pero una vez

que manifestaron a los estyadounidenses que en este lugar existe el peligro

constante de ser asesinados por las partidas de indios salvajes, les devolvió sus

armas con la condición de que solamente estaban autorizados a utilizarlas, para

defenderse de los ataques de los indios cerreros de las montañas.

8 de mayo. Hoy en día nos encontramos en un camino áspero, montañoso en otro

valle, llegamos a La Cadena, una hacienda muy grande, que es propiedad del

gobernador de Durango. Aproximadamente a tres millas al este de nuestro

campamento en Cadena, sube una empinada cordillera (18 millas); y al oeste, que

es también una sierra, la de Mimbres, de la cual un manantial de aguas termales

fluye al este a través de la Cadena. Hacia la mitad de la marcha del día de hoy,

llegamos a una hacienda en ruinas, Oruilla, sobre el lugar donde los minerales de

cobre anteriores se fundían. Allí me encontré con piezas de muy rica veta verde, de

cobre carbonato.

8 de mayo. En la mañana llegamos a la cordillera oriental y el camino después nos

llevó a través de un pasaje estrecho, que posteriormente se hizo grande, cerca de

20 millas de ancho valle, que puede ser alrededor de 35 millas de largo de norte a

sur y por todos lados está rodeado de altas montañas. Toda la parte de México que

cruzamos ahora se puede comparar con una amplia red de valles, que son todos

unos con otros, a través de ver buenos puertos de montaña y son de difícil acceso.

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En las montañas en el paso de la Cadena (Puerta de La Cadena) encontramos que

son de piedra caliza muy compacta que contenía una

A unos 30 grados de oeste a este se disminuye; Un ciudadano francés que vive en

este país, me dijo que en esta ruta de la montaña han encontrado carbón, tengo.

Sin embargo, a medida que avanzamos no encontré, ni los fósiles ni carbones.

Desde el paso, la carretera gira a través del valle plano, en el este, a Mapimí, an 21

millas de distancia de La Cadena. Este pueblo está rodeada por altas montañas en

el ángulo oriental del valle, la gente trabaja en la extracción de plata. Dos fuente, el

Espíritu Santo y Agua de León, conforman una corriente que fluye a través de la

ciudad hacia el este, y, según la declaración de México, después se pierden en la

arena aquí. Uno o dos millas al este de la ciudad se localiza una gran fundición de

mineral de plata. El mineral, que se encuentra en las montañas cerca de Mapimí es

de la más alta calidad, y los más pobres de ellos contienen, me dijeron, tres onzas,

la marca más rica por carga, entonces no sae entiend por qué no es la ganancia por

conducta es de 12 dólares la carga.

La ciudad Mapimí estaba casi completamente vacía. Antes de la cena se disparó

una salva de artillería para celebrar el aniversario de la Batalla de Palo Alto.

10 de mayo. Esta mañana tomamos nuestro camino a la izquierda de Mapimí, tres

millas después recorrimos la cordillera oriental, a continuación, la cual se retorció

cerca de dos millas a través de un Cañón y luego nos llevó a un nuevo valle plano,

el famoso Bolsón de Mapimí, que justo comenzaba aquí.

A la derecha de nuestro camino, por el este, se eleva una cadena rugosa piedra

caliza, a una distancia de tres a cinco millas; y otra cadena de montañas se levanta

a nuestra izquierda, en una distancia de 10 a 15 millas. Ambas cadenas consiguen

avanzar gradualmente más separadas, especialmente la oriental, que parece estar

en empate después de noreste a suroeste, de manera que forma un ángulo y un

gran callejón sin slida que se forma en el centro del territorio y probablemente de

allí deriva su nombre, debido a que Bolsón, significa: saco o bolsillo.

El perfil barométrico es mejor que una descripción que explica, en esta parte, los

procedimientos de recogida del follaje, cuando es probable subir contra el norte

hasta el Río Grande. Cuando escalamos sobre una cresta, disfruté de una hermosa

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vista del Bolsón de Mapimí, en el Bajío de su base sur. En todas partes a nuestro

alrededor era una inmensa chaparralera, y antes, en una elevación de 45 a 20

millas, vimos el Río Nazas, que se extiende hacia el norte, a través de la bolsa antes

mencionada, supera las grandes formas de la Laguna de Plagualila,44 El general

Caymansee me solictó mis tarjetas sobre los puntos de observación. No era ni el

mar, ni el extremo norte del Bolsón lo que se describía, pero los contornos de las

montañas de los alrededores, que desaparecieron en el horizonte lejano, parecían

el norte a la longitud de cerca de 80 millas, y el este y el oeste una anchura de 30

millas con una gran amplitud.

Los límites de la Bolson no son, sin embargo, razones ni geográficas ni políticas,

determina los límites en la parte norte de los cuales pertenece al estado de

Chihuahua y la parte sur al estado de Durango, en una cierta línea de límite que no

está allí. En lo que respecta a sus propiedades físicas, el Bolsón da la impresión de

ser una tierra baja y plana pantanosa, un verdadero desierto, pero esto es sólo

parcialmente correcto. Los dos puntos finales que determina la extensión del Bolsón

son Mapimí, el lugar por donde entramos, y el Pozo, o más bien un punto intermedio

entre el Pozo y Parras donde dejamos de nuevo. En la encuesta sobre la Mapimí

encontyramos peces marinos a 87 pies; el valle del Nazas, con el de San Sebastián,

a 3.785 pies; y San Lorenzo, ubicado a 3.815 pies; San Juan a 3.775 pies. Contra

la extremidad oriental del Bolsón se encuentra El Pozo a 3,990 pies y Parras, a

4,987 pies de altura inclinada. Por lo anterior vemos que el valle del Río Nazas,

puede ser llamado el núcleo y centro de Bolsón, a una altura promedio de 3.800

pies, a pesar de que fluctúa entre los 500 a 1.000 pies por debajo, en los alrededores

del país, sino que tiene una altitud absoluta significativa por encima del nivel del

mar.

El suelo de la Bolsón es menos arenoso y es mejor que el que se localiza en las

zonas más altas, el valle de la Nazas tiene especialmente un suelo negro, pesado

y, como veremos más adelante, la vegetación es más rica.

Desde la cresta de la que miraba sobre el valle, la carretera caía lentamente por

espacio de cinco millas de largo abajo de una hacienda, que es utilizada para el

44 Laguna de Plagualila. Se refiere a la Laguna de Tlahualilo.

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fundido de los minerales de plata. Aquí se acostumbra cavar, pozos profundos, de

la que brota el agua que sube a la superficie, la cual se vende en tiempos de paz

para los caminantes sedientos; Nos refrescamos en la fuente con la corriente libre.

Algunas millas adelante se localizan dos ranchos con fuentes en la carretera.

Aunque el terreno en todas partes se ve muy seco, el agua del Nazas es la preferida,

por lo que aún puede conseguir agua por todas partes en el valle, si se cava hasta

una cierta profundidad. A estos dos Ranchos los divide la carretera y se puede

seguir desde aquí en dirección hacia el sur o hacia el norte. La ruta hacia el norte a

través de Alamito, San Lorenzo y San Juan, los tres ubicados en las riberas del

Nazas, crecanos a El Pozo; mientras que al sur de San Sebastián, el Nazas, se

ubican Matamoros y la Laguna de Parras, misma que se dirige a El Pozo. El último

camino se mantiene inalterable y monótono así artibamos a a San Sebastián donde

hicimos un alto. Cuanto más nos acercamos a San Sebastián el suelo cercano al el

río es más rico, cubierto con poco más que las malas hierbas y mezquites. El

Mezquite aquí se cultiva a partir de arbustos que alcanzan una altura de 50 a 60

pies de espesor. San Sebastián se encuentra en la orilla izquierda del Nazas. La

ubicación de la hacienda, es a 35 millas de distancia de Mapimí. El Nazas aquí es

más profundo, y tiene una corriente considerable, contrario a lo más abajo del plan

y en ocasiones desaperace completamente en la arena. Al Nazas le toma alrededor

de 150 leguas llegar desde la parte occidental del estado de Durango, desde las

llamadas Montañas Sianori y fluye en una dirección al norte y noroeste del Bolsón

de Mapimí, donde forma un lago. El Nazas es el Nilo del Bolsón de Mapimí; sus

aguas se producen de manera regular anualmente, en la vasta tierra plana, en sus

orillas y más allá, y a esta circunstancia debe ser atribuida la gran fertilidad del suelo.

Y la gran cantidad de algodón cosechada, también se ha probado el cultivo de viñas,

además del trigo y el maíz también se cultivan en valle del río. El clima es, como he

oído decir, que la raíz de la planta de algodón en el frío del invierno, rara vez se

destruye, (…)

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George Augustus Frederick Ruxton

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George Augustus Frederick Ruxton

George Augustus Frederick Ruxton nació el 24 julio de 1821, en Tonbridge, Kent,

Inglaterra. Fue un militar, escritor, cazador y explorador británico. Como parte del

Ejército Británico obtuvo el grado de teniente. En 1838, a la edad de 17 años,

participó en la civil española, conflicto que lo convirtió en un militar profesional. Por

su destacada actuación bélica en Belascoáin, la reina Isabel II, le otorgó la Cruz

Laureada de San Fernando. Como escritor, Ruxton publicó artículos y libros sobre

sus viajes a África, Canadá, México y Estados Unidos.

El explorador y viajero inglés tuvo la oportunidad de observar la expansión de los

Estados Unidos hacia el oeste, durante la década de 1840; período en que el

gobierno de ese país mantuvo su política del Destino manifiesto y fue el primer autor

que escribió sobre las aventuras de los rudos cazadores de las Montañas

Rocallosas.

En un momento de su vida Ruxton estuvo enrolado en el 89º Regimiento de

Infantería, de la princesa Victoria, en Canadá. Interesado por la vida de los nativos

americanos y los cazadores en la pradera abierta, Ruxton decidió darse de baja del

Ejército británico y se transformó en un cazador y explorador en el Alto Canadá.

Después de regresar a Inglaterra, Ruxton zarpó de Liverpool para explorar el centro

de África. No tuvo éxito en la obtención de la información, ni los recursos necesarios

para explorar a su antojo y regresó a Inglaterra, aunque siempre anhelaba retornar

a África una vez más. Sobre el asunto, el explorador escribió un artículo referente a

los bosquimanos africanos, que habían sido expulsados de sus territorios, desde la

ocupación holandesa.

En 1846 Ruxton se embarcó hacia Veracruz, para observar la invasión de los

Estados Unidos a México. A partir de ahí, viajó al norte de Santa Fe y por el estado

de Nuevo México, Ruxton visitó Fort de Bent, mientras viajaba al actual estado de

Colorado. Fue en este viaje cuando; desde el 2 de septiembre y hasta el 26 de

octubre de 1846, Ruxton pasó por el estado de Durango, transitando por diversos

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municipios del oriente de la entidad incluyendo el de la capital, con el constante

temor de ser atacado por los comanches.

Más de 50 páginas del libro Aventuras en México, versan sobre el tránsito de Ruxton

por el estado de Durango y en ellas documenta sus prejuiciosas y colonialistas

impresiones, en torno a la forma de ser de los durangueños y sus constantes

temores por los posibles ataques de los comanches.

En 1847, en San Louis Missouri, Ruxton publicó Aventuras en México y las

Montañas Rocallosas..

El joven viajero inglés murió a la edad de 27 años, víctima de la disentería, en San

Louis, Missouri, el 29 agosto 1848.

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RUXTON, GEORGE F.. (Miembro de la Royal Geographical Society y de la The

Ethnological Society). Aventuras en México, traducción de Raúl Trejo, México,

Ediciones “El Caballito”, 1974, pp. 106 a 114 y de 127 a 158.

(…)

Día 2. Dejamos el camino normal y nos internamos por el campo hasta la Hacienda

de San Nicolás. Yo estaba deseoso de pasar la región conocida como “Mal País” ,

una interesante zona volcánica, una perfecta tierra incógnita para los mexicanos y

que para los viajeros presenta cosas tan poco conocidas como Timbuctoo..

Atravesamos una sierra completamente salvaje y un chaparral cubierto de nopales

y mezquite, que son la vegetación característica de la zona. El pasto llegaba hasta

el vientre de los caballos y las tunas y arbustos hacíandifícil el tránsito. Abundan los

conejos y jabalíes, una especie de cerdo salvaje, y las codornices, así como muchas

variedades de pichones y palomas. A nuestra izquierda se levantaba una curiosa

colina piramidal que permanecía desolada en la planicie, como las que los antiguos

mexicanos usaban como base para sus templos, según describen ingeniosamente

los antiguos escritores mexicanos. La jornada de ese día fue larga y fatigosa y la

mayor parte la tuvimos que hacer por un campo accidentado, dejando el trote de

muía sólo cuando estábamos a unos veinticuatro kilómetros de la hacienda.

Nuestros animales estaban exhaustos cuando llegamos, pues habían recorrido

cerca de noventa y cinco kilómetros en esa jornada. La “Hacienda de San Nicolás”

es una de esas enormes propiedades que abundan por todo México y que tienen

de ciento cincuenta a doscientos kilómetros cuadrados. Por supuesto no se cultiva

ni a una centésima parte de esa tierra pero en algunas hay grandes manadas de

caballos y ganado que vagan en estado casi salvaje o, mejor dicho, vagaban porque

los indios se han llevado muchos. Generalmente la hacienda está rodeada por las

viviendas de los peones. Los empleados de la plantación viven atados a sus

patrones en casas de adobe que casi constituyen un pueblo por sí mismas. Los

hacendados viven en una situación casi feudal, con cientos de empleados y casas

fortificadas para repeler los ataques indios o de otros enemigos.

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Al cabalgar hasta la puerta de la hacienda sorprendimos a dos señoritas sin ropa

que fumaban cigarros de hoja en la puerta de su casa. Inmediatamente corrieron

como liebres y entonces aparecieron varios extraños caballeros con un séquito de

mozos que disparaban desde la puerta antes de reconocernos. Nada los convencía

a cambiar de actitud, así que tuvimos que enviar a uno de los mozos con la

esperanza de ser admitidos. Hablaron con él a través de la puerta y le dijeron que

no podían recibirnos porque su padre no estaba en casa pero que había un establo

“a la disposición de los caballeros” y que asearían para nosotros un cuarto que

usaban como gallinero o corral. Con esto quedamos satisfechos y aunque allí había

una buena provisión para nuestras bestias y un buen corral, no había razón para

protestar pues en este clima no es difícil dormir al aire libre.

Más tarde, con los saludos de las damas, llegó una cena de excelente apariencia,

consistente en un guisado de liebre, frijoles, huevos, etc., y una deliciosa ensalada

preparada por las señoritas que nos reiteraban que debido a la ausencia del señor

no podían darnos una mejor atención.

Día 3. Continuamos nuestro camino por la región del Mal País, como llaman los

mexicanos a esta zona volcánica que tenía la apariencia de haber sufrido recientes

convulsiones volcánicas. Lo accidentado de la topografía impedía observar en su

totalidad la extensión de las grietas que partían del cráter central hasta una distancia

de diecinueve a veintidós kilómetros.

El valle, entre dos cadenas de sierras, está casi al nivel de la sierra misma por lo

que es imposible juzgar la altura de la tierra levantada por el volcán. El cráter tiene

entre 450 y 550 metros de circunferencia, y está poblado por una especie de robles

enanos, mezquites y árboles de cocoa que crecen entre la lava. Hay un pequeño

lago con agua verde y estancada, grandes bloques de lava y escoria lo rodean y

está adornado con cactus.

Este es un lugar sombrío y la tierra truena bajo las pisadas de los caballos. Sobre

una roca, permanece parada una grullas mientras cerca de allí un jabalí se revuelca

en el lodo. Ninguna corriente de aire perturba la superficie del lago, que permanece

inalterable como una pieza de vidrio, salvo cuando pasa alguna serpiente de agua

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o cuando un pato nada lentamente fuera de las sombras, seguido por su plumífera

familia.

Dejé a mi caballo beber agua pero se rehusó a tomar ese líquido viscoso, donde

pululaban ranas y reptiles de toda clase. En las márgenes del agua florecían muchas

nuevas y curiosas plantas acuáticas, una de delicados tallos formaba una especie

de red sobre el agua con una soberbia flor roja, haciendo un hermoso contraste con

las oscuras aguas del lago. Los mexicanos, cuando pasan por este lugar, se

persignan con reverencia y murmuran un Ave María; los supersticiosos indios creen

que en estas regiones hay duendes, demonios y espíritus diabólicos que aquí se

esconden y que asaltan al viajero solitario para llevarlo a sus cavernosos refugios

en las profundidades efe la tierra. Las bóvedas de las cavernas resuenan con las

pisadas de los caballos que pasan por el lugar, cuyos jinetes murmuran

nerviosamente teniendo a la mano amuletos que los preservan de los peligros que

encierra este sitio.

El campo vecino es irregular y el camino de lavahirviente está bien marcado, con

numerosas ondulaciones. Por la planicie se extienden grandes agujeros que

parecen burbujas petrificadas y que aparecen a intervalos. Algunas de ellas, con la

forma de una copa invertida, están agrietadas y presentan grandes figuras mientras

otras están rotas en dos o conservan una sola mitad, la cual exhibe las

características de la lava basáltica y miden de treinta a noventa centímetros.

Por la tarde llegamos al rancho de La. Punta, a tiempo para asistir al deporte

nacional que es la “coleada” de toros, a la que concurrían unos doscientos o

trescientos rancheros de las plantaciones vecinas.

En otoño del año pasado este rancho fue visitado por los comanches, que

asesinaron a varios infelices peones que capturaban en el camino o en las milpas,

y llevándose los enseres del casco. Donde los rancheros fueron muertos y

despojados de su cabellera, se han levantado varias cruces y pequeñas pilas de

piedras que dan testimonio de las numerosas avesmarías y padresnuestros que sus

amigos rezaron para rogar por las almas en el Purgatorio.

Por cada oración se deposita una piedra al pie de la cruz. Un día, los indios

aparecieron sorpresivamente. Los hombres huyeron de inmediato, poniendo a salvo

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a las mujeres y a los niños. Las que no pudieron ocultarse fueron violadas y algunas

heridas con flechas hasta morir. Esta escena me la relató la esposa del ranchero,

que acusa a los cobardes hombres de ese lugar por no defender a sus familias. Esta

mujer, con sus dos hijas mayores y varios niños, había dejado el rancho antes del

ataque indio y permaneció escondida bajo el puente de madera de un arroyo

cercano. Allí estuvieron varias horas, medio muertos de terror pues los indios

andaban cerca. Un joven jefe se paró sobre el puente y desde ahí arengaba a los

demás. Todo ese tiempo estuvo mirando el escondite, pero ocultó su satisfacción

fingiendo indiferencia, para jugar con sus víctimas. Dijo en un confuso español que

deseaba “poder descubrir dónde se habían ocultado las mujeres, ya que quería

conseguir una esposa mexicana y algunas cabelleras”. De pronto saltó del puente

y gritó salvajemente mientras con su lanza atravesaba el brazo de la aterrorizada

mujer. Uno por uno, todos fueron sacados de su escondite. “Dios de mi alma, ¡qué

momento fue aquel!” dice la pobre mujer. Sus hijos fueron rodeados por los salvajes

que blandían sus tomajawks y ella pensó que habían llegado sus últimos momentos.

Pero pudo escapar con vida y regresó para encontrar su casa saqueada y los

cabellos de sus parientes y amigos, tendidos sobre la tierra. “ ¡Ay de mí, qué día fue

aquel! Y los hombres, que no son hombres, ¿dónde estaban? Escondidos como

ratones. Mire:” , exclama con gran excitación, “mire a esos doscientos hombres bien

montados y bien armados, que ahora son tan bravos y fieros, correr tras los pobres

toros; si ahora aparecieran veinte indios, ¿qué sería de ellos? vaya, vaya, ¡son

cobardes todos ellos!” exclama.

La hija, que estaba sentada a sus pies, esconde el rostro en la falda de su madre

cuando recuerda las escenas de aquel día, mientras llora aún aterrorizada.

Regresemos a los toros. Había unos cien toros en un corral, al final del cual hay una

pequeña construcción donde se acomodan las damas que asisten al espectáculo.

Alrededor del corral están los jinetes, todos vestidos al pintoresco estilo mexicano,

revisando sus animales y preparándose “para alzar el coraje”, para mostrarse

valientes.

Entre ellos estaban el ranchero y sus hijos, armados con grandes lanzas y

separando a los toros más bravos del grupo, que eran llevados a otra sección.

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Cuando todo estuvo listo, a la entrada del corral se levantó una barrera y apareció

un toro a toda velocidad. El jinete animó al animal con un grito y éste corrió más

rápido aún.

Cada caballero trataba de ser el primero en llegar hasta el toro. Por supuesto, para

tales competencias se requieren jinetes de primera clase que sepan evitar los

accidentes. En unos minutos el grupo se había reunido en una masa compacta —

podían ser cubiertos por una sábana—. El toro no los veía, pues iban envueltos por

una nube de polvo. Entonces un hombre logró adelantarse, las espectadoras

gritaron “ ¡viva!” y al pasar frente a la puerta lo reconocieron como al hijo de la

ranchera, un muchacho de unos doce años que llevaba su caballo como si fuera un

pájaro y corría de un lado a otro alrededor del toro para que la nube de polvo

desconcertara al animal.

“ ¡Viva Pepito, viva!” gritaba la madre que agitaba su rebozo para animar al

muchacho; el pequeño hincó las espuelas en el caballo y realizó una varonil faena.

Pero ahora otros dos corrían junto a él y la competencia por el primer puesto se

volvía excitante, las mujeres agitaban sus rebozos y gritaban los nombres de los

jinetes: “ ¡Alza Bernardo, por mi amor! ¡Juan María! ¡Viva Pepitoo!”

Entonces tomó la delantera un muchacho alto y delgado, montado en un poderoso

caballo de cría que poco a poco, pero con seguridad, afirmaba su ventaja. En ese

momento los agudos ojos del pequeño Pepito advirtieron que el toro se desviaba de

su curso anterior y, dirigiendo a su caballo, pudo alcanzar al toro. El aire se llenó de

vivas que aclamaban la hábil maniobra del muchacho, que ahora llegaba junto al

costado izquierdo del toro agachándose para alcanzar la cola y enlazando la pata

derecha del animal con el propósito de tirarlo. Pero la fortaleza de Pepe no fue

suficiente pues se necesitaba de gran capacidad muscular y salió disparado de su

silla, cayendo violentamente, golpeado y aturdido. Ahora iban tras el triunfo una

docena de jinetes, pero el muchacho delgado les llevaba ventaja y, más fuerte que

Pepe, lazó la pata del toro al mismo tiempo que detenía su caballo, haciendo que el

pesado animal rodase sobre la arena, bramando de miedo y dolor.

Este excitante aunque peligroso deporte mexicano, muestra la perfección de los

jinetes en este país, que suelen tener gran maestría en el arte de montar y un

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perfecto dominio sobre sus caballos. Esta costumbre es muy distinta del “paseo por

el parque” que vi en México.

La “ coleada” debe ser practicada en un corral y con un toro, a causa de lo cual los

caballos quedan completamente exhaustos.

Hay otro deporte ecuestre llamado “el gallo” . En este cruel juego, uno de estos

animales es atado por las patas a un árbol o a una estaca clavada en la tierra, con

la cabeza y el cuello bien engrasados. Los jinetes parten todos al mismo tiempo y

deben coger al gallo por el cuello y romper sus ataduras, para ganar el premio. La

grasa del cuello hace que los primeros en agarrarlo resbalen, pero tan pronto como

alguien consigue arrancarlo de sus amarres los demás intentan rescatar al ave. Por

supuesto, durante la competencia el pobre animal es partido en pedazos y los

fragmentos de gallo con los que se queda el ganador le sirven como “presente de

amor” para su novia.

En el rancho la gente come muy poco, esa noche cenamos pan y frijoles. Dormimos

junto a la puerta, donde toda la noche tuvimos que escuchar charlas de mujeres,

gruñidos de cerdos, ladridos de perros, llantos de borricos, etc., que me impidieron

dormir hasta por la mañana cuando, antes del amanecer, estábamos montados de

nuevo.

4 de octubre. Cuando se hizo de día llegábamos a un río donde, a falta de un

transbordador, nadamos con nuestros animales y los equipajes bien atados.

Pasamos por una región completamente inundada, con gansos y grulias. Esta última

ave, de la familia de las garzas, es característica del paisaje en esta zona de México.

Grandes parvadas sobrevuelan los campos de maíz y su melancólico graznido se

escucha entre las plantas de día y de noche.

Durango, la metrópoli del norte de México, está situada cerca de la base de la Sierra

Madre, en el extremo noroeste de una enorme planicie, pobremente cultivada y

parcialmente deshabitada. Es una ciudad pintoresca, con dos o tres grandes iglesias

y algunos edificios del gobierno, “agradables a la vista pero sin alma” , con una

población de 18 mil, entre los cuales hay 17 mil bribones y pordioseros. Como las

demás ciudades mexicanas, es extremadamente sucia pero por dentro las casas

son limpias y cuidadas, con excepción de los edificios oficiales.

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Durango es famoso por sus escorpiones, el mal pulque y la gran cantidad de hierro

que hay en un cerro a 5 kilómetros de la ciudad. Se supone que esta roca proviene

de un aerolito, pues su composición física es idéntica a la de cierto aerolito que cayó

en 1751 en alguna parte de Hungría, y es similar a otros de la misma clase. Contiene

un 75 por ciento de hierro puro, de acuerdo con el análisis que hizo un químico

mexicano, y Humboldt recogió algunas muestras que el célebre Klaproth analizó

con el mismo resultado.

Durango está a unos 800 kilómetros, en línea recta, de la ciudad de México pero

por el camino deben ser unos mil, mi registro sumó mil setenta, así que esa es la

distancia aproximadamente. De acuerdo con Humboldt, tiene una altura de 2 086

metros sobre el nivel del mar, en tanto que la de México es de 2 277 y la de la Villa

de León de 1 837 metros. Esto muestra que la meseta de México no declina tan

pronto como suele imaginarse. Exceptando las planicies de Salamanca y Silao, creo

que no hay gran diferencia en la temperatura y me parece* que las diferencias de

elevación son muy pequeñas entre la capital y Chihuahua.

A veces, aquí cae algo de nieve y el mercurio suele llegar abajo del punto de

congelamiento. Sin embargo la mayor parte del año el calor es excesivo y prevalece

una fiebre intermitente pero fatal.

Durango es sede de un obispado y hace poco tiempo el principal prelado viajó a

Santa Fe, en Nuevo México, donde ha aumentado el número de fieles. El buen

anciano regresó sin un rasguño a su investidura, y se considera extraordinario que

haya escapado a los apaches y comanches. La escolta atribuyó esto a un milagro,

“ ¿quién sabe?”

En los días que permanecí en la “ciudad de los escorpiones” se temía una invasión

de indios. Poco antes, unos quinientos comanches habían sido vistos al noroeste

de la ciudad y después de grandes temores, aglomeraciones en las iglesias para

rezar por los que iban a morir, etc., las tropas y los valientes de la ciudad marcharon

rumbo al suroeste, esperando encontrar a los “bárbaros”. Hubo gran escándalo, y

los valientes que estuvieron cerca de la muerte regresaron sanos y salvos pues la

fatalidad no había sido despiadada con ellos y la gente ya estaba acostumbrada a

esos sucesos. Cosas de México.

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En Durango hay un comerciante inglés y uno o dos alemanes y americanos. Su

hospitalidad resultó ilimitada. También hay una casa de moneda administrada por

un caballero alemán, quien además ha establecido una fábrica de algodón cerca de

la ciudad, con la cual obtiene buenas ganancias. Hay que decir también que, “las

durangueñas son muy halagüeñas”.

Estuve en casa de la viuda de un gachupín, que aprendió de su difunto esposo la

cocina de su país, y cuya madre se portó muy amable conmigo. Este es uno de los

recuerdos más agradables que tengo de México, donde suele practicarse una

bastarda y miserable imitación de la inimitable cocina española. (…)

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CAPÍTULO XIII

ATACAN LOS COMANCHES - RELATO DE LA REGIÓN INDIA - EL COJO Y SUS

HIJOS - ESCAMILLA - JUAN MARÍA - ISABEL DE LA CADENA - DESAIRE -

PERFIDIA DE ESCAMILLA - BODA CON ISABEL - LLEGADA A LA HACIENDA

PARA EL MATRIMONIO - REPENTINO ATAQUE INDIO - COBARDÍA DE

ESCAMILLA -MUERTE DE ISABEL Y JUAN MARÍA - ESCARAMUZA INDIA -

CRUCES Y PILAS DE PIEDRAS

Algunas de las historias que me relataron sobre los sangrientos asaltos comanches,

eran tan dramáticas que servirían para componer un excelente romance. Puedo

contar una que me interesó particularmente porque visité el sitio donde ocurrió la

tragedia. Lo relato tal y como me fue contado, y así, serviría para un buen

melodrama ya que me lo relataron “con mucha franqueza”.

En un rancho del valle del Río Florido, a medio camino entre las ciudades de

Durango y Chihuahua, vivía una familia de vaqueros encabezada por “El Cojo” , un

viejo sexagenario que vivía con sus ocho hijos en una “aljaba repleta de flechas” .

Ningún otro ranchero de la región podía colear un toro o jugar al “gallo” como él lo

hacía, si tenía el deseo de ofrecer los trofeos a los pies de su dama.

De sus ocho hijos, el que compartía esa superioridad, aunque todavía en menor

grado, y el más guapo, se llamaba Escamilla., Era un muchacho de veinte años,

que medía 1.80 de estatura y era delgado como una caña. Era el más atento y

educado de la familia, ya que había estudiado en Querétaro que, según la gente de

“tierra afuera”, es la segunda ciudad del país.

Con su aire de ciudad, se vestía de una manera distinta que impresionaba a las

rancheras vecinas. Cuando regresó a la casa paterna hizo su aparición en una gran

“función de toros” vestido con el elaborado atuendo de un dandy de Querétaro. En

su primera participación se distinguió mucho, mostrando consumada habilidad al

tirar tres toros, ganando entusiasmados “vivas” de las muchachas que así

agradecían su presencia en ese apasionante deporte.

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Rivalizando con él en apariencia y habilidad, estaba su hermano mayor Juan María,

que a los ojos de los vaqueros lo superaba en destreza y lo igualaba en presencia.

Sólo le faltaba el “brillante desempeño” que el otro había aprendido en las provincias

del interior y que contrastaba con el estilo rudo y activo del toreo en tierra caliente.

Juan María, hasta ahora había sido el. primero en el “gallo” y el toreo, y siempre

ganaba los trofeos, que ponía a los pies de Isabel Mora, o Isabel de La Cadena

(llamada así por la hacienda donde vivía), una hermosa muchacha de 16 años, de

ojos negros y la más admirada en los valles del Nazas y Río Florido, tan célebre

que hasta en el lejano San Bartolomé los cantores la recordaban como “la moza

más guapa de la tierra afuera” .

El año anterior Isabel apareció en una función, donde recibió los cumplidos de Juan

María que desde ese momento quedó prendado de ella. La muchacha, que tenía a

todo el valle a sus pies, aceptó sus galanteos y aparentemente correspondió a su

amor.

Pero para abreviar la historia diremos que el dandy Escamilla, con más experiencia

en las artes de cortejar, sustituyó a su hermano en el afecto de Isabel y Juan María,

demasiado noble para impedirlo, no puso obstáculos a su hermano. El asunto

concluiría con la boda de Escamilla y la muchacha, que se celebraría en la hacienda

de la novia, en cuyo honor se iba a efectuar una gran función de toros a la que

asistirían todos los vecinos, algunos hasta de 64 kilómetros de distancia, incluyendo

por supuesto a los hijos de El Cojo, hermanos del novio.

Dos o tres días antes del matrimonio llegaron el padre y sus elegantes hijos

montados en caballos de California, provocando la admiración de los rancheros. Al

día siguiente El Cojo y sus hijos, excepto Escamilla, ayudaron al dueño de la

hacienda en los preparativos y, siendo los más diestros y expertos jinetes del

vecindario, se dedicaron a escoger y transportar los toros que serían usados en la

fiesta mientras los otros rancheros permanecían en un corral destinado a

guardarlos.

El día terminaba, cuando el sol desaparecía con rapidez tras las crestas del

“Bolsón”, tiñendo las cordilleras con su luz dorada mientras la planicie cubierta de

mezquites se oscurecía con las sombras de la sierra. Se escuchaba el graznido de

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la codorniz que saludaba la llegada de la noche, las liebres salían a buscar

alimentos, el llanto melancólico de las grullas viajaba por el campo, los bramidos del

ganado se oían desde la loma hasta el arroyo donde los vaqueros lo llevaban a

beber agua; los peones que trabajan en la plantación salían de las milpas hacia sus

casas, donde sus mujeres los esperaban en la puerta, mientras preparaban las

tortillas en el metate de piedra para la comida vespertina, y los cálidos rayos solares

derramaban su calma sobre todo el paisaje, proclamando que la jornada del día

había terminado y los hombres y bestias podían descansar después de su diaria

faena.

Los dos enamorados se sentaron uno junto al otro, atentos a la belleza de esta

escena, alejados de la realidad y quizá dibujando los castillos en el aire de su futura

felicidad.

Emprendieron un pequeño paseo mientras a la distancia se levantaba una nube de

polvo pero, mirando en otra dirección, escucharon los gritos de los vaqueros que

llegaban al corral con los toros. Delante de ellos se veía un jinete que cabalgaba

hacia la hacienda.

La nube de polvo crecía con rapidez, indicando que algunos jinetes se acercaban

galopando por el camino. “Allí vienen los vaqueros” , exclamó la joven, a quien

Escamilla tenía abrazada por el talle, “regresemos”. “Quizá sean mis hermanos”,

contestó él y continuó: “son ocho, mira”.

Pero lo que la pobre muchacha vio la aterrorizó súbitamente, al voltear hacia los

hombres que se acercaban y que ya estaban en el chaparral, a una distancia de

unos cuantos cientos de metros. Escamilla siguió la mirada de la chica y lo que vio

lo acobardó. Una banda de indios avanzaba hacia ellos. Desnudos hasta la cintura,

pintados para la guerra, y blandiendo sus lanzas. Sin hacer caso de la doncella

desamparada y dejándola a su propia suerte, el cobarde salió corriendo y gritando:

“¡los bárbaros, los bárbaros!”

Un jinete lo encontró, era su hermano Juan María que iba persiguiendo un antílope

para obsequiárselo a la infortunada Isabel. Las exclamaciones del aterrorizado

Escamilla y un vistazo al camino le indicaron la suerte que corría la pobre joven. Se

dirigió a rescatarla. Pero los salvajes ya estaban junto a ella, con una desmedida

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sed de sangre. La muchacha, cubriéndose el rostro con las manos, suplicó a su

antiguo amor: “¡sálvame Juan María, por Dios, sálvame!” En ese momento la lanza

de un indio le atravesó el corazón. La joven exhaló su último aliento sobre el salvaje

asesino.

Estaba destinada a tener una corta vida: un galope de caballos le hizo voltear. Juan

María se aproximaba casi volando para rescatar a la infeliz doncella. A pesar de la

lluvia de flechas que recibía, se dirigió contra el indio que, aterrorizado por la fiera

mirada de su enemigo, regresó corriendo, pero el diestro lazo del mexicano le hizo

caer pesadamente y lo arrastró sobre el campo. Pero Juan tenía otros adversarios

y estaba desarmado, excepto por un pequeño machete. Con él atacó al siguiente

indio, alcanzándolo con un certero tajo a la cabeza que le hizo caer de su caballo.

Los otros se defendían a distancia, disparándole flechas que le causaban muchas

heridas. El galante joven siguió luchando bravamente contra sus enemigos,

alentado por los gritos de su padre y sus hermanos que se acercaban a rescatarlo.

En ese momento una flecha, disparada desde unos cuantos pasos de distancia, le

atravesó el pecho y sus hermanos llegaron apenas para verlo caer del caballo

mientras un salvaje desnudo le arrancaba la cabellera sangrante en señal de triunfo.

En ese momento los indios fueron reforzados por otros treinta o cuarenta que

entablaron un fiero combate con El Cojo y sus hijos, que peleaban con desesperado

coraje para vengar la muerte de Juan María y de la pobre Isabel.

Mordieron el polvo media docena de comanches y dos de los mexicanos cayeron a

tierra, pero llegaron refuerzos de la hacienda que obligaron a los indios a retirarse.

Cuando llegó la noche el combate había terminado. Sobre el camino permanecía el

cuerpo de la joven y cerca de allí los dos indios que había matado Juan María. Uno

de ellos tenía el cuello roto y el cerebro destrozado por haber «ido arrastrado sobre

las filosas piedras. Este indio todavía alcanzó a conservar en la mano el negro

cabello de la muchacha. También Juan María estaba muerto, con más de veinte

heridas, dos de sus hermanos yacían gravemente heridos, y otros seis indios habían

sido victimados por El Cojo y sus hijos. Los cuerpos de Isabel y Juan María fueron

llevados a la hacienda y ambos fueron sepultados al día siguiente, a la hora en que

estaba anunciado el matrimonio. Escamilla desapareció, avergonzado por su

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cobardía, y sólo se le vio varios días después, cuando regresó al rancho de su

padre, empacó sus cosas y regresó a Querétaro, donde se casó poco después

Doce meses después de estos trágicos sucesos pasé por ese sitio. A unos

trescientos metros de la puerta de la hacienda habían levantadas dos cruces de

madera de pino. En una tosca inscripción en castellano, invita al viajero a rezar:

“Un Ave María y un Pater Noster

Por el alma de Ysabel Mora,

que a las manos de los bárbaros cayó muerta,

el día 11 de octubre, el año 1845,

en la flor de su juventud y hermosura.”

Y en la otra:

“Aquí yace Juan María Orteza,

Vecino de ...........................

Matado por los bárbaros, el día 11 de octubre,

del año 1845.

Ora por él, Cristiano, por Dios.”

Las pilas a los pies de las cruces, a las cuales añadí mi ofrenda, dan testimonio de

que esta petición no ha sido rechazada. Muchos avesmarías y padresnuestros han

sido rezados para rescatar del purgatorio las almas de Isabel y Juan María.

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CAPÍTULO XIV

DURANGO - SITUACIÓN DE LA PROVINCIA - SUS SALVAJES ENEMIGOS -

LOS APACHES - COMANCHES – INVASIÓN ANUAL - COBARDÍA DE LOS

MEXICANOS – DEPREDACIONES - PELIGROS AL VIAJAR - UN MOZO

VOLUNTARIO - UN VISTAZO A LA SITUACIÓN DE MÉXICO - LAS CAUSAS DE

SU MISERABLE CONDICIÓN - SUS DESVENTAJAS FÍSICAS - EL CARÁCTER

DE LA GENTE – INCAPACIDAD PARA TENER UN GOBIERNO REPUBLICANO

- CAUSAS DE LAS REVOLUCIONES - SERVIDUMBRE – AUSENCIA DE

LEGALIDAD Y LIBERTAD

La ciudad de Durango*45 puede ser considerada como la Ultima Tule de la zona

civilizada de México. Más allá, hacia el norte y el noroeste, continúan las enormes

y despobladas planicies de Chihuahua, el Bolsón de Mapimí y los áridos desiertos

de Gila. En los oasis que se encuentran allí se reúnen las tribus salvajes que

continuamente descienden a las haciendas cercanas, hurtando caballos y muías y

asesinando bárbaramente a los campesinos desarmados. Esta guerra, si es que se

le puede llamar así, cuando las agresiones y asesinatos provienen de una sola parte

con la resistencia pasiva de la otra, ha existido desde tiempo inmemorial y es una

maravilla que los atribulados habitantes que son atacados continuamente no hayan

abandonado la región. Los apaches, que realizan continuas incursiones sobre el

Estado de Durango, actúan con rapidez al llegar a las haciendas y ranchos que hay

en la frontera. Es una raza de indios cobarde y traicionera. Sólo atacan en

emboscadas. Cuando se han llevado los caballos y muías que desean, envían una

comisión para expresar a los gobernadores de Durango y Chihuahua sus deseos

de paz. Estos aceptan invariablemente y cuando están “en paz” los indios acuden a

las villas en la frontera e incluso a la capital del Estado para vender mercancías y

45 * La ciudad fue fundada en 1559 por Velasco El Primero, Virrey de Nueva España. Antes había allí un presidio o fortificación para proteger la frontera de las incursiones de los indios chichimecas. (En realidad, la ciudad de Durango fue fundada el 8 de julio de 1563, por Francisco de Ibarra)

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divertirse. Los animales que han robado en Durango y Chihuahua encuentran un

mercado rápido en Sonora y Nuevo México y su tráfico es constante, ante la

indiferencia de las autoridades de estos Estados.

Pero los más formidables enemigos, los más temidos por los habitantes de Durango

y Chihuahua, son los guerreros comanches que varias veces al año organizan

expediciones para internarse en el país, desde sus distantes praderas, más allá del

Río del Norte y el Pecos. El año pasado llegaron cerca de Sombrerete. Sus

expediciones tienen el propósito de conseguir animales y esclavos, para lo cual se

llevan a los jóvenes y muchachas, masacrando a los adultos de la manera más

bárbara.

Estas expediciones tienen tanta regularidad que en el calendario comanche el mes

de septiembre es conocido como “mes de México”, igual que otros meses son

designados temporada del búfalo, del maíz, etc., etc. Generalmente invaden el país

en varias divisiones de doscientos a quinientos hombres cada una. La que va más

al sur atraviesa el Río Grande entre los viejos presidios de San Juan y la boca del

Pecos, y arrasa las fertiles planicies y ricas haciendas de El Valle de San Bartolomé,

el Río Florido, San José del Parral y Río Nazas. Cada año las incursiones se

internan más y las haciendas quedan deshabitadas y las villas, desiertas. Por varios

días atravesé en el Bolsón de Mapimí un campo completamente desierto, entre las

ruinas de algunas villas donde no había pasado ningún hombre en varios años.

La principal división india entra por el Presidio del Norte y Monclova, donde se reúne

con el grupo que viene del norte y atraviesa las montañas de Mapimí por una región

sin agua, donde sufren grandes privaciones. Así llegan a los valles de Mapimí,

Guajoquilla y Chihuahua hasta las haciendas que están al pie de la Sierra Madre,

Parece increíble que siempre sean atacados los mismos sitios, en las mismas

temporadas, y que no se tomen providencias contra estas incursiones. Las tropas

que supuestamente deben vigilar a los indios, rara vez se les enfrentan aunque los

comanches les dan muchas oportunidades para ello. Inclusive se cruzan con ellos

a campo abierto, con similar cantidad de hombres, y casi siempre retroceden las

tropas regulares. Los habitantes están incapacitados para resistir aunque quieran

hacerlo, pues la política del gobierno ha sido mantenerlos desarmados y aunque

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saben usar las armas, cuando las tienen en sus manos pierden la confianza y

ofrecen una débil resistencia. Es conocido el hecho de que los comanches nunca

atacan grupos superiores a sus fuerzas. En pequeños grupos los mexicanos nunca

resisten aunque se encuentren armados, sino que se arrodillan e imploran piedad.

Sin embargo, en algunas ocasiones, exaltados por el asesinato de sus familiares y

amigos, los rancheros se reúnen y armados con arcos, flechas, hondas y piedras,

salen en busca de los indios (así ocurrió cuando yo pasaba por allí) y son

asesinados como ovejas.

En el otoño del año pasado, 1845 y ahora mismo, en 1846, los indios han sido más

audaces que en cualquier año anterior. Puede ser que estén enterados de la guerra

con Estados Unidos y supongan que las tropas están alejadas de su zona de

operaciones. Actualmente (en septiembre) han recorrido los Estados de Chihuahua

y Durango cortando todas las comunicaciones y en dos ocasiones han sido vencidos

por tropas regulares que fueron enviadas contra ellos. Cerca de diez mil caballos

han sido hurtados y es difícil que haya una hacienda o rancho que no haya sido

visitado, y por todos lados han capturado y asesinado gente. Los caminos están

intransitables, el tráfico está suspendido, los ranchos rodeados de barricadas y los

habitantes temen asomarse a sus puertas. Los correos viajan por la noche, evitando

los caminos y diariamente se sabe de nuevas masacres y asaltos.

Mis sirvientes se negaron a continuar más lejos, ningún dinero animaba a ningún

durangueño a arriesgar su cabellera. Todos me predecían desgracias si me

aventuraba a cruzar las planicies de Chihuahua, donde el camino conduce a los

escenarios de las depredaciones indias. Mi hospedero, con lágrimas en los ojos, me

imploró que no emprendiera el viaje pero yo estaba decidido a proseguir inclusive

solo, si no había ningún mozo que me acompañara. Había resuelto llegar a Nuevo

México en un plazo determinado y ya sabía que al viajar por un país tan peligroso

no debería amedrentarme por los riesgos, pero continuar y confiar en la fortuna era

muy aventurado.

Hice los preparativos necesarios para mi partida y cuando ya no tenía esperanzas

de hallar un mozo se presentó uno de los nativos con una apariencia de bribón que

jamás haya visto. Cuando le pregunté por qué deseaba acompañarme aseguró que

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era “muy pobre” y no tenía con qué ganarse la vida y como había escuchado que

“su merced” solicitaba un acompañante, había decidido presentarse, siendo, según

aseguró, “muy valiente y aficionado a manejar las armas” . Al final decidí aceptarlo

aunque parecía de mal carácter y tenía más aspecto de ladrón que de otra cosa.

Pero fue el elegido y confié en que no me traicionaría. Sin embargo, esa misma

tarde cuando caminaba por las calles de Durango un caballero inglés residente en

esa ciudad me informó que mi nuevo mozo trabajaba como vendedor de pulque y,

según le habían dicho, tenía intenciones de robarme mis bienes y animales pues,

enterado de que yo acostumbraba proporcionar armas a mis mozos, creía que sería

fácil darme un “pistoletazo por la espalda” y huir a Chihuahua o Sonora, donde no

tendría dificultad para vender el botín. Sin embargo no presté atención a esta

historia, pensando que de ser verdad, era más que nada una fanfarronada de

borracho.

Ya que Durango es considerado el límite entre México y sus regiones incivilizadas,

es conveniente echar un vistazo a la situación general del país, incluso a las

condiciones sociales y morales de los habitantes y las impresiones que hasta este

momento tuve en mi jornada.

México no puede progresar y ser próspero y civilizado por muchas causas, tanto

físicas como morales. Aunque tiene un vasto territorio que reúne todas las

variedades de clima de las zonas tórridas y templadas, con un suelo rico y prolífico

capaz de recibir todos los productos naturales que se conocen en el mundo. Estas

ventajas son anuladas por obstáculos que impiden a los habitantes aprovechar

estos beneficios, como sería de esperarse.

Un balance de la geografía física de México mostrará que las extensas y fértiles

mesetas de la región central están desoladas y sin comunicación con la costa por

su posición en la intersección de las cordilleras y los obstáculos que representan las

terrazas para el tránsito de los Estados marítimos a las regiones tropicales del

interior. El país además, carece de ríos navegables y posee sólo dos de regular

tamaño, el Río Grande del Norte, que corre hasta el Golfo de México, y el Río

Grande o Colorado del Oeste, que llega al Océano Pacífico. Sus costas sufren

violentas tempestades varias veces al año y no hay una sola bahía segura y bien

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comunicada. La región tropical sujeta a la fatal malaria, casi no tiene población

blanca y por consecuencia sus riquezas naturales están sin aprovechar. Más aún,

cuando vemos la composición de la población de este gran país no podemos

sorprendernos de la total ausencia de gobierno y la desmoralización universal así

como la falta de energía moral y física que son evidentes por doquier.

En México hay unos ocho millones de habitantes, de los cuales tres quintas partes

son de origen indígena e indios o tribus bárbaros, los restantes son de descendencia

española. Esta población se distribuye en un área de 3.400,000 kilómetros

cuadrados,*46 en Estados bien diferenciados y con intereses muy diversos; están

mal comunicados y una gran proporción habita en regiones remotas, más allá del

alcance de un gobierno impotente.

La gran meseta que está rodeada por la Cordillera del Anáhuac posee campos muy

fértiles pero no es la rica región que parece ser. La falta de agua y combustible hace

que no esté más poblada y a causa de ello no hay más cultivos. Las capacidades

del campo han sido sobreestimadas y el mineral podría tener gran importancia,

aunque es dudoso que el auge de las minas pueda conducir a la prosperidad del

país. Sin embargo, el trabajo en las minas de metales preciosos ha creado nuevas

poblaciones donde se han sembrado campos que de otro modo hubieran

permanecido sin utilizar, y han dado empleo a los indios que se han civilizado en

cierto grado y que de lo contrario hubieran seguido en un estado de barbarie e

ignorancia.

Los mexicanos, como pueblo, sin duda permanecen en el nivel más bajo de la

escala de la humanidad. Tienen deficiencias tanto en el aspecto moral como el

físico, con esto no quiero decir que carezcan de cualidades corporales, aunque sí

son inferiores a razas más fuertes; me refiero a una deficiencia que repercute en un

bajo nivel de organización moral e intelectual. Son traicioneros, flojos, indolentes y

sin energía y cobardes por naturaleza. Es difícil encontrar en cualquier raza humana

esta cobardía instintiva; al mismo tiempo poseen una brutal indiferencia a la muerte,

46 * En realidad para entonces todavía el territorio mexicano tenía una extensión de poco más de cuatro millones de kilómetros cuadrados. (N. del Ed.)

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que puede hacer de ellos buenos soldados y si fueran bien dirigidos desarrollarían

un buen papel, aunque no más que el tolerable.

Por eso me asombra poco que el país sufra la situación en que se encuentra. Nunca

podrá progresar ni ser civilizado hasta que su población sea reemplazada por otra

más enérgica. La actual forma republicana de gobierno no se adapta a la población

de México y esto es evidente en las constantes revoluciones que sufre. Sólo un

pueblo capaz de apreciar los principios de la libertad civil y religiosa, las ventajas de

las instituciones libres, puede ser capaz de desarrollarse. Pasará mucho tiempo

antes de que esto ocurra en México y, mientras tanto, el país puede pasar a manos

de otros propietarios, quizá de una raza más enérgica. Respecto al gobierno, creo

que los mexicanos son incapaces de autogobernarse y esto seguirá ocurriendo

hasta que cambien. La separación de España ha sido desastrosa para el país, que

ahora está listo para regresar a sus antiguos propietarios pues el sentimiento

general en todo el país es que se debe restablecer el sistema monárquico. La

miserable anarquía que ha existido desde su separación ha demostrado al pueblo

lo inadecuado del actual sistema y es sorprendente que con la gran influencia que

tienen en México los partidarios de la aristocracia (el ejército y la iglesia) no se haya

producido un cambio.

La causa de las doscientas treinta y siete revoluciones que han convulsionado al

país desde la declaración de independencia ha sido la ambición personal y el deseo

de poder. El poder intelectual está en manos de unos cuantos y todas las

revoluciones las realiza esta minoría. El ejército aprovecha (lo cual le es fácil

mediante sobornos y la colaboración del clero) estos apetitos y entonces ocurre que,

en lugar de gozar una forma libre y republicana de gobierno, el país es regido por

un despotismo militar.

La población se divide en dos clases: la alta y la baja. No hay niveles intermedios

que unan a los dos extremos y por consecuencia la diferencia entre ambas es

profunda y muy marcada. La relación de los campesinos con los ricos hacendados

es de virtual servidumbre, casi como la esclavitud misma. El peón o trabajador está

obligado por la ley a trabajar para su patrón hasta pagar todas las deudas que tiene

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con él. Esto casi nunca ocurre y por lo tanto el deudor permanece al servicio del

patrón hasta el día de su muerte.

La ley y la justicia no existen más que de nombre y el ignorante campesino, bajo la

tutela sacerdotal que lo limita física y moralmente, nunca tiene la energía ni el coraje

para mejorar su condición o conseguir su libertad que, teóricamente, es orgullo de

los gobiernos republicanos pero que en realidad es un engaño.

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CAPÍTULO XV

SALIDA DE DURANGO - TERRENOS SALITROSOS – RANCHO DE LOS

SAUCES - AGRADABLE COMPAÑÍA – CASTIGO POR UN DISPARO ERRADO

- CONTINUA EL VIAJE - ENCUENTRO CON UNA CARAVANA - EL GENERAL

ARMIJO - ANTILOPE - UNA ACCIÓN LEGAL – GRANJAS - ACAMPANDO

FUERA - ALERTA INDIA - OTRA CARAVANA - EL GALLO - “SEÑAL” INDIA -

CABELLERA PERDIDA - VIDA EN UN RANCHO – COMERCIANTE

El día 10 salí de Durango hacia Chihuahua y Nuevo México, acompañado del mozo

del que ya he hablado. La jornada del primer día la realizamos por un campo sin

cultivar, con largas planicies de excelente pastura pero sin rastros de cultivo. Nos

detuvimos en la hacienda de “El Chorro”, un pequeño caserío con viviendas de

adobe que rodean la “casa grande” de la plantación., Cuando llegamos los

rancheros estaban transportando un numeroso grupo de caballos para encerrarlos

en los corrales de la hacienda, “por las novedades que ocurran” (indios* por

ejemplo). Cerca de la hacienda hay abundante salitre y depósitos de muriato de

sodio lo cual provoca que caballos y mulas salgan constantemente del camino y

laman la tierra y beban agua con gran avidez. La distancia de Durango es de 44

kilómetros.

Día 11. Rumbo al rancho de Los Sauces. Las planicies; están repletas de ganado,

caballos y muías. Por la mañana viajaba despacio, ligeramente adelante de la

caballada, por un solitario bosque de mezquites, cuando escuché el repentino

sonido de una arma de fuego y un tiro que pasó rozándome la cabeza, y que me

hizo voltear rápidamente para ver a mi mozo con una pistola en la mano, a unos

catorce metros atrás de mí, muy desconcertado y con aspecto de culpabilidad.

Desenfundar mi pistola y correr hasta él fue cosa de un instante, le apunté al cerebro

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y volteó a verme con una cara tan aterrorizada y con tal expresión de culpabilidad

que mi ira se transformó en risa.,

“Amigo”, le dije, “ ¿es usted diestro en manejar armas y no acierta a disparar a una

distancia de catorce metros?”

“ ¡Ah caballero! en el nombre del cielo, no le disparaba a usted sino a un pato que

volaba sobre el camino. No crea usted que yo sería capaz de hacer una cosa así.”

Pero eran tan evidentes sus intenciones pues le hubiera sido imposible disparar

rápido a un pato que pasara por el camino, ya que las pistolas que le había dado

estaban fuertemente aseguradas en sus fundas y era difícil desenfundarlas pronto.

Lo del pato era pura invención, que se le ocurrió cuando falló al dispararme. Así que

para ahorrar municiones y para salvar la cabeza, le quité toda arma ofensiva que

llevase consigo, sin exceptuar su cuchillo, y le dirigí un sermón que me pareció

necesario, dándole a entender que sabía que había intentado matarme y que me

hubiera sido fácil dispararle sin dudar ni un instante. Desde El Chorro, hay una

distancia de 58 kilómetros.

Día 12. Hacia el Rancho de Yerbaniz, a través de las mismas desoladas planicies,

rodeadas de sierras, y pasando de una cordillera a otra, cada una igual a la anterior.

El aspecto de estas planicies no varía en miles de kilómetros y el mapa de la planicie

de Los Sauces podría ser también el de la planicie de El Paso, o de cualquier otra

entre Durango y Nuevo México. Cuando amanecía alcancé a ver a tres hombres

que descendían de una colina y avanzaban hacia mí. En esta región cualquier

desconocido puede ser un enemigo deseoso de atacar al viajero, así que detuve

mis animales, tomé mi rifle y avancé hasta reconocerlos. Los extraños también

intentaban verme y avanzaron cuando vieron que estaba solo, con cautela y uno

junto al otro. Cuando estaban cerca y vi los pesados rifles que llevaban en sus sillas,

supe que venían de Nuevo México y uno de ellos era blanco. Dijo que era alemán,

llamado Spiers, y que pertenecía a una caravana que estaba en San Juan con

mercancía procedente de Estados Unidos. Había dejado en mayo la frontera de

Missouri, cruzando las grandes planicies de Santa Fe, y cuando supo que los

carreteros americanos no podrían entrar a Durango, había decidido adelantarse

hasta esa ciudad para obtener el permiso necesario. Sus vagones tenían ya unos

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seis meses viajando sin descanso y estaban a pocos kilómetros de allí. Me hizo una

breve descripción de las condiciones del campo que yo tendría que cruzar en los

siguientes días. Los comanches estaban por todas partes y dos días antes habían

asesinado a seis de sus hombres, en esa parte del país nadie salía de su casa.

Pensaba que le sería imposible llegar solo a Chihuahua y me sugirió que viajara con

él. Con su caravana iba el fugitivo gobernador de Nuevo México, general Armijo,

que iba a México para dar cuenta de su cobarde actitud al entregar Santa Fe a los

americanos sin ofrecer resistencia.

Poco después vi la larga línea de vagones, como barcos en el mar, cruzando la

planicie frente a mí. Eran llevados por grupos de ocho finas muías con una escolta

de treinta jóvenes de Missouri, cada uno armado con un gran rifle. Me detuve allí y

charlé largamente con Armijo, que era una montaña de grasa y que añoraba su

querido nacimiento americano. Me preguntó por los precios de las mercancías de

algodón en Durango, pues llevaba varios vagones repletos; también quería saber

qué se decía en México de los sucesos de Santa Fe, que los americanos tomaron

sin resistencia alguna. Le dije que en todo el país sólo había una opinión: que eran

unos cobardes de siete suelas, a lo que él contestó con un “ ¡Oh Dios! ¿no saben

que contaba con setenta y cinco hombres para pelear contra tres mil, qué podía

hacer?” Veintiuno de los carreteros de esta caravana se habían separado de ella

con intenciones de regresar a Estados Unidos, a través de Texas. Más adelante

relato lo que les ocurrió.

Poco después de dejar la caravana, vi un rebaño de antílopes sobre la planicie, pero

me era imposible capturar alguno sin tener que disparar, el campo no ofrecía

protección alguna y estos animales son muy salvajes. Ahora estábamos en la tierra

donde el gran gamo, las liebres y el antílope abundan en las planicies y,

ocasionalmente, en las sierras.

Esa noche acampé cerca de un rancho donde se negaron a admitirme, teniendo

que dejar mis animales en el campo. Allí sufrí un altercado con un arriero que había

contratado en Los Sauces con su muía, para llevar mi equipaje mientras una de mis

muías se restablecía. Había aceptado viajar conmigo dos jornadas por una cantidad

determinada. En México hay dos clases de “jornada”, una de “atajos” que es la

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distancia empleada por los arrieros y otra “de caballo” , o con cargas ligeras. Para

prevenir confusiones aclaré que serían dos de mis jomadas o días de viaje, de 12

leguas o 56 kilómetros diarios, pero cuando escuchó que los indios estaban cerca

me reclamó el pago de dos jornadas por la distancia que habíamos recorrido, que

había sido de 58 kilómetros, alegando que esas eran dos jornadas regulares de

atajo. Entonces me negué a pagarle, ofreciéndole la mitad de la suma convenido ya

que me había acompañado un solo día. Dijo que acudiría al alcalde, que es la

máxima autoridad en todos los ranchos, y éste me envió una orden para pagar todo

lo que me demandaban, a lo cual respondí con una enérgica y correcta nota junto

con la suma que había ofrecido ya, diciendo que no aceptaría pagar nada más. Poco

después pude ver al alcalde, que asistía a un juicio y que, asomándose a la puerta,

miró mi campamento cuando yo estaba ocupado limpiando mis armas. Apenas

estuvo cerca para contemplar mi equipo, regresó al rancho y no lo volví a ver a él ni

al arriero.

Todos los ranchos y haciendas de Chihuahua y Durango están rodeados por una

alta pared, flaqueada en las esquinas por bastiones circulares con aberturas para

disparar. Se entra por una enorme puerta que en las noches permanece cerrada y

en la azotea siempre hay un guardia. Alrededor del corral están las habitaciones de

los peones. La casa grande, donde vive el propietario, ocupa generalmente uno o

más costados de la plaza. En esta ocasión no me permitieron entrar, por razones

que desconozco, y tuve que acampar a doscientos metros de allí, después de

comprar dos o tres leños con los que hice una fogata. Más tarde advertí que la

ranchería tenía un aspecto muy malo y toda la noche estuve temiendo un ataque de

los indios. Mi manta era un pequeño arsenal, ya que no sólo tenía que cuidarme a

mí, sino también a mi sirviente. Este, imploró por una pistola o un rifle pues si

llegaban los indios lo matarían como a un perro. Le dije que podía ir al rancho con

los campesinos, y creo que eso hizo porque no lo volví a ver en toda la noche.

Día 13. De La Noria a Perdizenia47 hay 64 kilómetros, el campo se ve más desolado

aún y no hay agua. Por el camino no hay señales de habitantes humanos.

Atravesamos una brecha entre dos sierras llamada “El Pasaje” , que es muy

47 Pedriceña, municipio de Cuencamé.

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pintoresca. Las planicies estaban cubiertas de mezquite y una especie de palma.

Poco antes del atardecer nos aproximamos a la villa de La Perdizenia, a través de

un terreno desolado, con colinas a cada lado del camino, cuando de pronto vimos

en una de ellas a medio kilómetro del camino a un grupo de indios que iban a caballo

y a pie. Me detuve instantáneamente y sin decir una palabra o señalarle al mozo el

motivo, desmonté y a la muía salvaje le cubrí los ojos y le amarré las patas.

Entonces señalé con el dedo hacia la colina diciendo: “Mire, los indios” .

“¡Ave María Purísima, estamos perdidos!” exclamó el mexicano, desmontó él

también pero lo previne de que no corriera ni peleara. Medio muerto de miedo, con

las rodillas temblándole, se encomendó a todos los santos de calendario

ofreciéndoles toda clase de sacrificios si lo salvaban. Para entonces los indios ya

habían advertido nuestra presencia y comenzaron a descender por la colina,

dejando a uno o dos en la cima como vigías. Viendo que era inevitable una pelea,

enterré una estaca para apoyar mi rifle y coloqué la carabina y las pistolas a un lado,

listo a disparar en cuanto se acercaran. Sin embargo no parecían dispuestos a

hacerlo y, blandiendo sus arcos, me gritaron que me dejarían pasar si les daba los

animales. Me mantuve en esa posición por algún tiempo pero viendo que no se

animaban a atacar y pensando que no debía seguir así para cuando cayera la

noche, liberé a las mulas y las envié con el mozo, permaneciendo en mi puesto para

cubrir su regreso. Invocando a “todos los santos”, galopó rumbo a la villa llevando

consigo a las mulas y no paró hasta que estuvo enmedio de la plaza, narrando su

milagroso escape a las histéricas mujeres y a toda la población.

Los indios no nos atacaron porque habían visto a un grupo de mexicanos que iban

a una mina en la sierra y a los que nosotros no podíamos ver pero que seguramente

nos habrían auxiliado de haber escuchado el ruido de las armas de fuego.

Cuando llegué a La Noria encontré a los habitantes muy alarmados. Tenían varios

días esperando a los indios, que ya habían cometido atrocidades en los ranchos

vecinos. Las mujeres corrían por todos lados recogiendo a sus hijos y sus objetos

de valor, colocando barricadas en las casas y haciendo que los reticentes hombres

tomaran las armas que había. Cuando buscaba un corral para mis animales, una

mujer salió corriendo de una casa y me ofreció establo, maíz y paja para las bestias

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y la mejor habitación para mí. Acepté su hospitalidad y la seguí hasta una pequeña

y aseada casa, con un corral lleno de higueras y viñas y un gran patio con un pozo

de agua en el centro y un montón de hojas en un extremo, que aseguraba un

confortable albergue para mis cansados animales.

“¡Ah!” exclamó cuando entré, “gracias a Dios ya tengo quien proteja a esta viuda

solitaria y sus hijos huérfanos. Si llegan los salvajes no me preocuparé, ya que

tenemos buenas armas en casa y alguien que sabe manejarlas”.

Después de cenar visité al alcalde y le sugerí algunas maneras de enfrentarse a los

indios en caso de que atacaran el lugar, pues sin duda los que había visto eran la

avanzada de un grupo más grande. “Ah caballero”, contestó, “¿qué podemos hacer?

No tenemos armas y nuestra gente no tendría valor para usarlas, si las tuviéramos,

pero ¡gracias a Dios! los bárbaros ignoran eso y no atacarán al pueblo pues no

saben si tenemos escopetas en cada ventana. Esos salvajes son muy ignorantes”.

A la mañana siguiente reanudé mi jornada con gran sorpresa para los habitantes de

La Noria, que nos miraron

hasta que nos alejamos. Cruzando el Nazas hasta la Hacienda de El Conejo,

intentamos ir aún más lejos, pero nos encontramos con algunos vagones

pertenecientes a un francés de Chihuahua que tenía algunas novedades. Regresé

y acampé con ellos cerca de la hacienda, para escuchar sus noticias. Dijo que más

allá de la villa de El Gallo había comanches por todas partes, que estaban matando

a mucha gente. Unos días antes habían atacado a un grupo de vaqueros dirigidos

por un gachupín llamado Bernardo, que iba a El Valle de San Bartolomé, asesinando

a siete de ellos e hiriendo a todos los demás. También habían tenido un encuentro

con los soldados en el Río Florido, dando muerte a diecisiete e hiriendo a muchos

más.

El día 16 llegué a El Gallo, donde tres días antes los indios habían asesinado a dos

hombres de la caravana de Spiers, a unos cuantos metros de la villa. El camino

hasta El Conejo, de 64 kilómetros, pasa por un sombrío campo que constantemente

era cruzado por la caravana india. Tenía que ir con mucho cuidado pues estaban

cerca de allí, y había pruebas de su presencia. Pasábamos por un chaparral de

mezquites, cuando el camino nos condujo hasta unas rocas donde había cientos de

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zopilotes. A los lados del camino volaban una docena de estos pájaros y,

dirigiéndome hasta ese sitio, encontré el cadáver de un mexicano con varias heridas

en el pecho. Le habían desollado la cabeza y en su rostro aún quedaba una flecha

rota. Los zopilotes le habían picoteado los ojos y parte del cerebro. Seguramente lo

habían asesinado varias horas antes, quizá la noche anterior, y los pájaros

descubrieron el cuerpo por la mañana. No teníamos con qué enterrarlo y tuvimos

que dejarlo tal y como lo encontramos. Tan pronto como me alejé los zopilotes

continuaron su festín.

En El Gallo permanecí en la casa de un granjero que había perdido a sus tres hijos

por culpa de los indios, en unos pocos años. Dos de sus viudas, jóvenes y bonitas,

estaban en la casa y él mismo había sido herido en varias ocasiones. Afuera, el

maíz estaba listo para cortarse pero temían salir de la villa y reunían lo suficiente

para comer haciendo colectas entre los vecinos y saliendo a los campos en grupo,

apenas para traer algunos víveres. Estuve allí dos días, pues una de mis mulas

había enfermado, y durante ese tiempo mi principal ocupación fue sentarme con la

familia a desgranar maíz mientras platicábamos. Por la tarde trajeron una guitarra y

se celebró un fandango en mi honor. Las danzas de la gente del campo son

graciosas, con buenas dosis de pantamima, pero sus mejores cualidades están en

las canciones que acompañan con música y que, entonadas en voz baja, parecen

novelas y son muy agradables. En un rancho el tiempo se distribuye de la siguiente

manera. Al amanecer las mujeres de la familia se levantan a preparar el atole o el

chocolate, que es el primer alimento del día. El desayuno se toma cerca de las

nueve y consiste en carne preparada con chile colorado, frijoles y tortillas. La comida

al mediodía y la cena al atardecer, son similares y muy nutritivas. En esta región se

usa mucho la calabaza, que es un vegetal excelente. Entre las comidas, los

hombres trabajan en las milpas o atienden a los animales, las mujeres se ocupan

de la casa, hacen ropa, etc., como entre nosotros, pero éstas son las únicas

actividades que realizan. Asistí al levantamiento de dos cruces en el sitio donde los

Comanches habían asesinado tres días antes a los hombres de Spiers que estaban

fuera del pueblo cuando los indios los atraparon y asesinaron.

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En Durango y en el vecino Estado de Chihuahua, las rancherías son surtidas por

pequeños comerciantes que viajan de un sitio a otro en dos o tres vagones que

llevan víveres hasta las ciudades y las minas. Todos estos comerciantes son

extranjeros —franceses, alemanes, ingleses y americanos— y sufren emocionantes

aventuras para poder escapar con la cabellera intacta. Su llegada a las villas

siempre es bienvenida, las muchachas les compran rebozos y enaguas y los “majos”

adquieren sus sarapes y cintos.

La noche anterior a mi partida de El Gallo, estaba platicando con la familia que como

siempre desgranaba maíz, cuando se escucharon voces y gritos: “¡wo-ha, woha-a,

wo-oh-haa!”

“Extranjeros” , clamó una de las muchachas.

“¡Los texanos!” gritó otra.

“Los carros” , dijo don José. Me puse mi sarape sobre el hombro y dirigiéndonos al

centro de la villa vimos que habían llegado varios vagones y los carreteros

desataban a las mulas. Era la caravana de un inglés llamado David Worman, que

tenía largo tiempo residiendo como ciudadano de los Estados Unidos, y que según

me informaron, era un hombre alto, de mirada penetrante, de mucho carácter, según

me dijo mi anfitrión. Las novedades más importantes que traía eran acerca de los

indios. ¡Los indios! era el tema que estaba en boca de todos.

El señor Ángel, mi mozo, se rebeló y se negó a seguir más lejos, pero la promesa

de unos dólares extras lo convenció de acompañarme hasta Mapimí, a 105

kilómetros de El Gallo y situado en el sitio conocido como “frontera” .

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CAPÍTULO XVI

RUMBO A MAPIMÍ - PALMAS - CAMPO DESIERTO – VÍBORA DE CASCABEL -

PLANICIE SIN AGUA – ANIMALES PERDIDOS - CAZA - SORPRESA

DESAGRADABLE – INDIOS - APURADO ESCAPE - MARCHA NOCTURNA A EL

GALLO - SED EXCESIVA - PROFUNDA OSCURIDAD – POZOS DONDE LLEGA

EL GANADO - ANIMALES A SALVO - LA CADENA - ÁNGEL SE VUELVE

VALIENTE – LARGO VIAJE - LLEGADA A MAPIMÍ - BOLSON DE MAPIMÍ -

CONSIGUIENDO SIRVIENTE - ADVERTENCIAS PARA NO PROSEGUIR -

CAMPAMENTO EN LA CALLE - LEPEROS - PELADOS - SE COMEN LA COLA

DE PANCHITO

De El Gallo a Mapimí, hay un camino a través de la campiña más agreste,

completamente desierta, con grandes sierras que rodean la planicie cubierta de

mezquite, estéril y sin agua. Un poco más allá del camino está la Hacienda de La

Cadena, una solitaria plantación instalada en una lúgubre planicie que es

constantemente atacada por los indios. En su recorrido hacia las haciendas del

interior, los indios siguen un arroyo a través de esta planicie, donde a intervalos se

encuentran pozos con el necesario líquido.

Había decidido atravesar esta región del país no obstante el riesgo de un ataque,

para visitar El Real de Mapimí, un pequeño poblado cercano a una sierra, que se

dice es muy rico en minerales, y también para viajar por la zona dominada por los

Comanches, “los desiertos de la frontera”, estéril y que ha sido abandonada por sus

habitantes, temerosos de los constantes ataques indios que pasan por allí en sus

viajes al interior.

Ciento cinco kilómetros eran demasiados para recorrerse en un solo día, así que

decidí comenzar tarde y viajar unos treinta y cinco o cuarenta y cinco kilómetros y

entonces acampar, aunque fuera necesario pasar la noche sin agua. Dejamos El

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Gallo hacia el mediodía, y nos detuvimos en un manantial para ganado a poca

distancia de la villa para que los animales tomaran agua por última vez y para llenar

nuestros propios “guajes” (una cantimplora hecha con una calabaza). Sin embargo

los caballos y las muías, que no preveían la escasez que habría al finalizar la

jornada, se negaron a beber y seguimos el viaje bajo un quemante sol.

La familia del ranchero me despidió con lágrimas y rezó a todos los santos por mi

seguridad. Después de bendecirme, la vieja abuela me dijo que invocaría a San

Isidro de Guadalajara, santo patrón de la familia, que a fuerza de no sé cuántas

avesmarías me tomaría bajo su especial protección. Me colgó del cuello una

moneda de cobre con un orificio, que me cuidaría de las flechas de los comanches

y las aún más peligrosas armas de “el enemigo del mundo” que, decía, suele atrapar

las almas de los herejes.

Aquí, las planicies están cubiertas de mezquite y una especie de palma que crece

hasta una altura de 1.50 a 1.80 metros, con un puñado de hojas delgadas en la

punta del tronco, que a veces es tan grueso como un ser humano. A la distancia es

exactamente igual a un indio vestido con plumas. Ángel se sorprendía

continuamente con estos vegetales salvajes. Sobre las planicies se levantaba una

cordillera que debe ser parte de las sierras que corren de este a oeste, pues su

formación es casi la misma. En las planicies se encuentra un pasto alto y áspero,

pero en los acantilados hay una excelente especie, conocida en México como

gramma, y en las praderas hay una variedad de pasto-búfalo que los caballos y el

ganado comen como si fuese grano.

Viajaba cerca de un montón de mezquites cuando mi caballo saltó y tembló

aterrorizado a causa de una víbora de cascabel. Desmonté y con mi rifle listo, me

aproximé al reptil para matarlo. La víbora, tan delgada como mi muñeca y de unos

90 centímetros de largo, se retorcía, con su viscosa mirada, el cuello erguido y la

cola cascabeleando con violencia. Le atravesé la cabeza de un disparo, pero

cuando volví a montar se me cayó el rifle y se rompió. Una correa de piel lo dejó

como nuevo. Después de viajar unos cuarenta kilómetros, escogí una campiña y allí

desmontamos, e instalamos una muralla con los paquetes y las sillas, tras la cual

nos protegeríamos en caso de ser atacados por los indios, lo cual era muy probable,

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pues habíamos visto huellas recientes de ellos. Terminamos nuestra fortificación al

atardecer y desenrollando un petate, dimos su ración a los animales. Todos ellosí

tenían sus cabrestos atados al cuello para poder asegurarlos cuando acabaran su

maíz, y dando al mozo instrucciones precisas a este efecto, me enrollé en mi cobija

y quedé dormido, aunque con la intención de despertar a medianoche para vigilar y

prevenir cualquier sorpresa. En unas dos o tres horas ya estaba despierto y me

sobresalté al ver que Angel estaba dormido y los animales habían desaparecido.

Estaba completamente oscuro y no se veían trazas de ellos. Después de una hora

de infructuosa búsqueda volví al campamento y esperé hasta la llegada del día,

cuando habría suficiente luz para buscar a los animales. Luego supe que habían

intentado llegar a El Gallo en busca de agua. Al no encontrarla, habían querido

recorrer el mismo camino que anduvimos el día anterior. El único peligro era que los

indios los hubiesen descubierto, ya que no sólo se hubieran quedado con los

animales sino que nos hubieran descubierto con facilidad.

Cuando regresé al campamento despaché a Angel rumbo a El Gallo, con

instrucciones precisas de regresar en cuanto hallara a las bestias. Yo me quedé

cuidando el equipaje. Al revisar un par de bolsas que mi amable hospedero en El

Gallo había llenado con tortillas, quesos, etc., encontré que Angel se había acabado

casi todo durante la noche o cuando yo buscaba los animales, y como la fresca

mañana me había despertado el apetito, tomé mi carabina de doble cañón y me

dirigí a la sierra con el propósito de matar un antílope y preparar un asado para el

desayuno. Mientras cruzaba la sierra, que es pedregosa y árida, encontré un pozo

con agua. Medio sofocado por la sed descendí de inmediato, aunque el lugar estaba

a diez u once kilómetros de la planicie y sin pensar en nada más que en apaciguar

mi sed. Había descendido casi por completo cuando cerca de mí, pasó una banda

de antílopes. Busqué un sitio adecuado para disparar. Me arrastré sigilosamente

entre los arbustos y el alto pasto, levantando la cabeza sólo para medir la distancia.

De esta manera me pude aproximar sin disparar y, oculto entre dos rocas a la orilla

de la cañada, levanté nuevamente la cabeza. Lo que vi me hizo ocultarme como

una tortuga que se mete en su caparazón. A unos ciento ochenta metros del cañón

estaban once comanches en fila india, pintados y armados para la guerra. Cada uno

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llevaba arco y flechas y el jefe, que iba a la cabeza, tenía un rifle con lujosa funda

de cuero, colgando a su lado. Estaban desnudos hasta la cintura, con sus pieles de

búfalo sobre los hombros. Bajaban por el cañón y pensé que había llegado mi hora

pero no sabía si dispararles cuando estuviesen más cerca o confiar en que pasaran

sin descubrirme. Aunque el enemigo era grande, tenía la ventaja de estar en una

excelente posición y teniendo seis tiros listos, cuando me acometieran sólo podrían

atacarme uno por uno. Calculé las ventajas de mi posición y decidí que los atacaría

sólo si cruzaban el cañón hacia donde estaban los ciervos, pero de otra manera no.

Cuando se aproximaban, riendo y platicando, levanté mi rifle, lo recargué en un

arbusto que me cubría por completo, y apunté al jefe cuyo moreno torso (aceitado

como estaba) brillaba intensamente. Su vida, y probablemente la mía, pendían de

un hilo. Dirigió su cabalgadura rumbo a los ciervos y, pensando que se acercaría a

mi escondite, mi dedo casi apretó el gatillo, pero en ese momento un indio le llamó

la atención señalando hacia la planicie y cambiaron de dirección. Respiré con alivio

aunque (así es la naturaleza humana) si hubieran regresado no lo hubiera pensado

dos veces antes de disparar. Hubiera sido un buen contrincante para todo el grupo,

ya que estaba armado. Sin embargo aún no llegaba a los antílopes ni al agua, y tan

pronto como los indios estuvieron fuera de mi vista crucé de nuevo la sierra y llegué

al campamento unas dos horas antes del ocaso. Para mi sorpresa, los animales no

habían llegado ni había señales de ellos por la planicie. Decidí que si no aparecían

por la tarde, regresaría a El Gallo pues pensaba que mi mozo me había hecho una

mala jugada y quizá se había quedado con los caballos y las muías. Llegó la noche

pero Ángel no, y así, en la oscuridad, medio muerto de sed, emprendí el regreso

hacia El Gallo. Tuve no pocas dificultades pues tropezaba con las filosas rocas y las

agudas espinas de la palma y el nopal. Algunas veces estuve a punto de atacar a

las palmas, pues pensaba que eran indios. Sin embargo ni siquiera un valeroso

comanche se atrevería a atravesar por tal oscuridad. Escuchaba sobre mí el canto

de la lechuza, el continuo aullido de los coyotes que atravesaban la pradera y a las

víboras de cascabel que siseaban al sentir mis pasos. Cuando las nubes se alejaron

y permitieron a las estrellas alumbrar con su tenue luz, las palmas se veían

ondulando en la noche y levantándose hasta el cielo; el llanto del coyote se hizo

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más intenso, los cocuyos se veían en el pasto como pequeñas brasas de fuego y

las liebres y antílopes cruzaban junto a mí. El sendero era casi invisible y tenía que

confiar en las rocas que recordaba haber visto el día anterior para poder orientarme.

Exhausto y sediento, decidí descansar un par de horas y cuando desperté las nubes

cubrían de nuevo las estrellas y la oscuridad me impedía distinguir cualquier objeto

a 30 centímetros de distancia. Estaba confundido, había perdido el rumbo y no sabía

hacia donde caminar. Confiando en el instinto, tomé la dirección que creí correcta y

poco después, cuando había suficiente luz, caminé con mayor rapidez. Más

adelante el ruido del ganado me indicó, para mi satisfacción, que estaba cerca de

los pozos donde nos habíamos detenido el día anterior. Cuando llegué a ese sitio,

con la garganta completamente seca, me bañé en agua fría y tomé un delicioso

trago.

A eso de las tres de la mañana, cuando aparecía la primera luz, toqué a la puerta

del rancho y la primera voz que oí fue la de mi mozo que preguntó temerosamente

“¿quién llama?”

Todos se levantaron y se congratularon por mi retorno a salvo, pues cuando Ángel

les dijo de la pérdida de los animales y que yo me había quedado solo, me dieron

por muerto pues el sitio en que habíamos acampado era precisamente donde

hacían escala los indios en su ruta a las haciendas. Tuve la suerte de encontrar a

salvo a todos los animales, que el mozo encontró comiendo tranquilamente cerca

de los pozos del ganado. Se excusó por no haber regresado pero no dudé que sus

intenciones eran quedarse con los animales, en caso de que yo no regresara.

Por la mañana monté en una mula sin silla y Ángel en otra, y encabezando a las

demás regresamos al campamento, de donde continuamos inmediatamente hasta

Mapimí.

Como castigo por su meditado descuido y traición, obligué al mozo a viajar a lomo

de mula todo el camino, que era de unos noventa y cinco kilómetros. Este tipo de

viaje es muy molesto y provocaba en Ángel los lamentos más patéticos por su

miserable suerte al servir a un patrón tan cruel, y me suplicaba que le permitiera

montar en el caballo que tenía silla y trotaba más suave. Pero fui obstinado. Él había

tenido la culpa por no cuidar a los animales y por la pérdida de tiempo que sufrí y

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como era justo castigarlo, apliqué la “ley de Lynch” que él debió de recordar en aquel

momento.

Al mediodía llegamos a la Hacienda de la Cadena, cerca de la cual, en una colina,

había un puesto de observación para vigilar a los indios. La hacienda estaba cerrada

y en las azoteas había hombres preparados con rifles, arcos y flechas. Un ranchero

anunció desde la colina que se aproximaban extranjeros. Fuera de la hacienda se

habían levantado cruces con sus pequeñas pilas de piedra y con toscas

inscripciones en memoria de los que fueron asesinados por los indios en ese lugar.

En La Cadena sólo estuvimos el tiempo necesario para que las bestias tomasen

agua. La gente gritó desde sus puestos de vigilancia que si estábamos locos para

viajar solos. Ángel, a quien yo había confiado una carabina, respondió levantando

el arma: “Miren ustedes, somos valientes, qué importan los carajos comanches,

¡que vengan y yo los mataré!” Las muchachas lo saludaron con sus rebozos

gritándole “ ¡valiente! adiós buen mozo, mate a los bárbaros!” a lo cual Ángel guardó

su rifle y mostró gran excitación y valor, que se enfrió notablemente cuando

estuvimos fuera de la hacienda, entre los sombríos chaparrales.

Eran las diez de la noche cuando llegamos a Mapimí en medio de la mayor

oscuridad y, sin saber a dónde dirigirnos, recorrimos el pueblo cuyas luces estaban

apagadas. Todos nuestros gritos para pedir asistencia y orientación fueron en vano

y provocaron que los habitantes pusiesen barricadas en sus puertas pues pensaban

que los indios los habían invadido. El pánico aumentó cuando ya casi sin ánimos,

emití los más perfectos gritos de guerra que pude, como si pateara lodo y escupiera

fuego al mismo tiempo. Cuando, después de haberme explayado no aparecía una

sola alma y las luces estaban todas apagadas, me dirigí a la plaza y acampé al lado

de una pequeña fuente; envié al mozo con un pequeño costal a buscar maíz para

los animales, con el cual regresó diciéndome que la gente estaba muerta de terror.

Atendí a las muías y caballos, me tapé con mi manta a mitad de la calle, y así quedé

dormido, después de un viaje de 105 kilómetros.

La planicie donde está El Real de Mapimí se encuentra al pie de una montaña

llamada, por su apariencia de bolsa, el Bolsón de Mapimí. Las sierras que rodean

la planicie son ricas en metales preciosos, pero quizá por su cercanía a la frontera

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y por estar expuestas a los ataques indios, nunca han sido bien explotadas. La mina

cercana al pueblo y la hacienda de beneficio pertenecen a un habitante de Mapimí

quien, sin capital ni maquinaria, obtiene considerables ingresos con el primitivo

método que emplea para trabajar la mina, que produce oro, plata, plomo y azufre

de la misma sierra. Creo que si las minas de Mapimí fueran correctamente

explotadas, serían las más productivas del país pues no sería muy caro llevar

maquinaria por el Río Grande y Monclova. El pueblo no es más que una colección

de casas de adobe, y con la excepción de una fábrica de algodón,*48 administrada

por un inglés, no hay ninguna clase de comercio. La población, que varía entre dos

y tres mil, vive constantemente aterrorizada por los indios que suelen llegar al

pueblo para llevarse las muías de la hacienda de beneficio. El campo vecino es

estéril y despoblado, las villas y ranchos han quedado desiertos y los cultivos son

arrasados por los salvajes. Entre Mapimí y Chihuahua hay un gran trecho

despoblado llamado “la travesía”, allí hay algunas villas y ranchos desiertos y en

ruinas, donde los indios descansan durante sus incursiones y dejan pastando a sus

animales cansados. El camino de Mapimí que conduce a Chihuahua, ahora en

desuso, ha quedado cubierto de hierba y pasa por estas villas desiertas. Yo había

querido seguirlo a pesar del temor que le tienen los mexicanos debido a que es muy

frecuentado por los comanches.

Aquí despedí a mi mozo Ángel y encontré, para mi asombro, a un irlandés que tenía

18 años viviendo en México y que había recorrido toda la República excepto Nuevo

México. Ya no tenía trazas de sus antepasados y era un perfecto mexicano tanto en

carácter como en apariencia, y casi había olvidado su lenguaje nativo. Sin embargo

no le temía a los indios y aceptó acompañarme hasta Chihuahua, inclusive haciendo

el viaje por “la travesía” pues, me dijo, “no ha nacido el indio que pueda quedarse

con mi cabellera”.,

Durante mi estancia en Mapimí acampé enmedio de la plaza, para satisfacción de

los pelados * 49 del pueblo que me rodeaban constantemente robando cuanto

48 En los jardines de la fábrica de Mapimí hallé algunas plantas de té que crece con este clima y en este suelo, y cuyas hojas, según me dijeron, tienen un sabor muy aceptable. 49 Pelado, literalmente “sin piel”, significa en México el andrajoso, el vagabundo sin abrigo que holgazanea en todos los pueblos y villas.

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podían. Prefería quedarme al aire libre, aun en la calle, porque así no tenía que

sufrir los recelos que había dentro de las casas contra el rubio-europeo. La tarde

anterior a mi partida llegó una comisión para disuadirme de cruzar la travesía a

Chihuahua. El alcalde mismo llegó a decirme que a mi nuevo mozo, que era

ciudadano mexicano, no le estaba permitido salir del pueblo pero cambió de opinión

cuando le mostré mi formidable pasaporte y mis cartas de seguridad. Cuando me

preguntó cómo esperaba escapar de los indios le enseñé mi rifle. “¡Válgame Dios!”

fue su comentario, “¡qué inglés más loco!”

En Mapimí sucedió algo que me molestó mucho. El día que llegamos los animales

recibieron poco maíz y para vengarse de este descuido las muías se comieron la

cola de mi hermoso Panchito, que estaba erguida y combada y que el caballo lucía

con gran orgullo. Por la mañana apenas pude reconocer al animal, su hermoso

apéndice parecía haber sido roído por las ratas y toda su apariencia se había

desfigurado. Intenté arregarlo con un par de tijeras pero sólo conseguía empeorarlo

y después de una hora de esfuerzos, desistí. Al final del día todas las colas de las

muías estaban roídas pues, como su cena había sido pobre, se dedicaron a

descolarse mutuamente.

Alrededor de mi campamento había gran concurrencia, pues estaba en la plaza y a

la vista de todos. Los mexicanos son más molestos que los mismos indios.

Envueltos en sus sarapes, acostumbraban vigilar todos mis actos, hasta cuando

comía, observando cada movimiento y sin decir palabra. Hubo un pelado que

permaneció inmóvil por dos o tres horas, se retiró para tomar su cena y regresó

adoptando la misma posición. Ninguna indirecta era suficiente y ningún desaire hizo

retirarme, pero a veces perdía la paciencia y confundido les reclamaba su

obstinación. Entonces se movían murmurando “¡qué sinvergüenza! ¡Qué poca

educación de tipo!”

Descubrí que, al comer, la manera más eficaz de enfurecerlos era usar la “invitación”

que los españoles hacen siempre a los extraños al tomar sus alimentos: “ ¿ustedes

gustan?” preguntaba, y nada parecía molestarlos más. En vez de la usual respuesta,

“mil gracias, buen provecho tenga usted”, se levantaban sin contestar

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CAPÍTULO XVII

DEJAMOS MAPIMÍ - LA TRAVESÍA - VILLA DESIERTA - ARROYO DE LOS

INDIOS - SEÑALES FRESCAS – (…)

Cuando dejé Mapimí, el día 23, toda la población pensó que estaba metiendo la

cabeza en la boca del león. Viajamos 58 kilómetros por un árido chaparral hasta

que, cerca del atardecer, llegamos a una planicie donde vimos las derruidas casas

de Jarral Grande. Las casas habían sido construidas sobre un gran espacio cubierto

de hierba, cada una con su jardín. A la entrada de la villa y esparcidas por el camino,

había multitud de cruces, algunas de las cuales habían sido derribadas o mutiladas

por los indios. Muchas de las casas estaban desmanteladas pero aún había algunas

enteras. Los jardines, semiinvadidos por la cizaña, todavía tenían algunas flores y

plantas de melón que aparecían entre la hierba. En una casa donde entré estaba

una liebre sentada en la entrada, dentro había otros animales y en la azotea de una

casa cercana vi un enorme gato. Las paredes de la casa en ruinas estaban cubiertas

de enredaderas que colgaban desde los destruidos techos hasta los pisos.

Entré a otra casa que, por su apariencia y tamaño, había sido evidentemente la

vivienda del personaje más importante de la villa. En el piso había restos de fuego

reciente y algunos guajes indios, una flecha y una cabellera humana. Los indios

habían visitado la villa poco antes y habían dejado esos objetos y quizá regresarían

pronto.

Entre las ruinas había muchos gatos y cuatro o cinco de ellos saltaron desde una

pared donde tomaban el sol y se ocultaron entre la hierba.

El sol iluminaba esta bella escena. A la distancia, los picos de la sierra eran

alumbrados por sus dorados rayos, que daban a la villa una tenue luz y tal aspecto

de tranquilidad que era difícil creer que este sitio fue alguna vez escenario de

horribles barbaries.

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Llevamos a los animales hasta un arroyo cercano a la villa y, rifle en mano, vigilamos

mientras bebían. En la arena al pie del arroyo había muchas huellas de caballos y

mocasines, frescas y recientes. Los indios habían estado aquí por la mañana y

probablemente volverían, así que debíamos estar muy alertas. Reunimos los

caballos y las muías en un espacio abierto en medio de la villa, mientras buscamos

abrigo en una casa desde la cual pudiéramos ver si se aproximaba alguien, sin ser

vistos nosotros, y donde uno durmiera mientras el otro vigilaba. Por la noche entró

a la villa una manada de ganado salvaje que estuvo a punto de provocar la

estampida de nuestros animales. Una vaquilla se acercó hasta unos 60 centímetros

de donde yo estaba, y casi le disparé. Esa noche descansamos poco y, mucho antes

del amanecer, que era la hora en que atacaban los indios, ya estábamos de pie y

alertas.

Antes de que llegara la luz del día ya estábamos en nuestras sillas y, aunque con

dificultades, encontramos nuestro camino en la oscuridad del chaparral. Al

aproximarnos al llamado “Arroyo de los Indios” , tuvimos que aumentar las

precauciones pues ese era un sitio muy frecuentado por ellos. Cruzamos por un

estrecho sendero y nos detuvimos a poca distancia del arroyo. Había profundos

pozos con el agua muy fresca y clara, donde gocé del más delicioso baño. Los

animales se sintieron mal al comer pues entre los arbustos había pasto áspero.

Tuvimos otra noche de alerta, o casíi la mitad de una noche, pues cerca de las doce

ya estábamos otra vez en camino., Era mejor viajar de noche y pretendíamos llegar

a Jarral Chiquito antes del amanecer, ya que si los indios habían acampado allí, lo

cual era probable, podríamos escapar antes de ser vistos. Hay unas cuarenta millas

de distancia entre Arroyo de los Indios y Jarral Grande, y lo mismo de ese río hasta

Jarral Chiquito. Este último sitiio también es frecuentado por los indios, y mi sirviente

había pensado que allí tendríamos algún contratiempo. Para ser justo con él, he de

decir que no tenía miedo y estaba de buen ánimo pese al peligroso viaje. El sol se

levantaba ante nosotros antes de llegar a Jarral y, volteando tras de mí, vi que Harry

miraba algo fijamente.

“ ¿Qué pasa?” pregunté.

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“Mire señor, mire rumbo al sol” , respondió, “quizá nunca tenga otra oportunidad don

Jorge., Nunca antes he visto algo tan hermoso” .

Sobre la planicie había abundantes ciervos y un ave llamada “faisán” , que el pueblo

ha llamado “paisano” .

Poco después del amanecer llegamos a Jarral Chiquito. No había indios pero sí

muchas “señales” de ellos. La villa estaba sobre una colina, cerca de una pequeña

fuente salitrosa alrededor de la cual crecían varios álamos. Los indios la habían

quemado por completo, excepto una casa que permanecía en pie y a la que le

habían quitado el techo y que en las paredes tenía numerosas flechas. En el interior

estaba el esqueleto de un perro junto a algunos huesos humanos. En todo el lugar

reinaba un aire sombrío, pues no se escuchaba nada salvo el sonido de la fuente

junto a la cual acampamos por unas cuantas horas. Al mediodía reanudamos el

viaje y al llegar la oscuridad acampamos en medio de una desolada planicie, sin

agua para los animales ni madera para hacer fuego. El pasto era delgado y las

pobres bestias comieron mal, después de una jornada de noventa y seis kilómetros

en 24 horas. Por la noche vi una fogata, lejos de nosotros pero aparentemente en

la misma planicie. Era sin duda el campamento del gran grupo de indios que

pasaron por Guajoquilla*50 el mismo día que llegué allí. (…)

50 Huejuquilla, Chihuahua, actual Ciudad Jiménez.

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Berthold Carl Seemann

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Berthold Carl Seemann

Berthold Carl Seemann fue un fue un botánico que nació en Hanóver, Alemania, el

25 de febrero de 1825.

Viajó mucho recolectando material en Sudamérica y las Islas de Océano Pacífico.

En 1844 fue al Reino Unido para estudiar botánica en el Real Jardín Botánico de

Kew. Por recomendación de Sir William J. Hooker, fue un destacado naturalista en

el viaje de exploración de la costa occidental de América y el Pacífico que dirigió

Henry Kellett en el HMS Herald, 1822, (Her Majesty Ship. El Barco de Su Majetad),

en 1847, junto a los naturalistas Thomas Edmondston y John Goodridge. En este

viaje Seeman tuvo la oportunidad de acceder a algunos lugares de la Sierra Madre

Occidental, en el estado de Durango, por los municipios de: Tamazula, San Dimas,

Pueblo Nuevo, Durango y Mezquital,.

En la sección: “Flora of the nort-western México”, que se incluye en el libro: The

botany of the voyage of H.M.S. Herald, under the command of Captain Henry Kellett,

R.N., C.B., during the years 1845-51, Seeman describió su itinerario y la

clasificación taxonómica de diversas especies vegetales serranas de la entidad. El

paso de Seeman por el estado de Durango tuvo lugar entre noviembre de 1849 y

enero de 1850.

La expedición regresó vía Hawái, Hong Kong y las Indias orientales, arribando

a Ciudad del Cabo en marzo de 1851. Los resultados botánicos de la expedición se

publicaron con el título de Botany of the Voyage of HMS Herald y fue premiado con

un Ph.D. por la Universidad de Gotinga en 1853.

En 1859 Seeman viajó a Fiyi y publicó un catálogo botánico de la flora de las islas.

En 1860 visitó Sudamérica, pasando por Venezuela en 1864 y Nicaragua entre

1866 y 1867. Posteriormente administró una finca azucarera en Panamá y una mina

de oro en Nicaragua, donde finalmente falleció por una fiebre, el 10 de octubre de

1871.

Seeman también fundó y editó la revista Bonplandia; desde 1862 y el Journal of

Botany, British and Foreign; desde 1863 a 1871.

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SEEMANN , BERTHOLD. The botany of the voyage of H.M.S. Herald, under the

command of Captain Henry Kellett, R.N., C.B., during the years 1845-51, London,

Reeve and Co. 5 Henmrietta Street, Covent Garden, 1852, pp. 259 a 260.51 En:

https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=nyp.33433004160135;view=1up;seq=9

(Consultado el 7 de julio de 2016)

“Flora of the nort-western México” (…)

El día 26 llegué a la aldea de Copala y al día siguiente a la de Santa Lucia, uno de los

lugares más encantadores a causa de su ubicación que he visto en México. Saliendo

de Santa Lucia pasé por Ocotes,52 nombre derivado de la palabra ocote, un abeto, el

cual resinoso, el 1º de Diciembre, el Rancho de Guadalupe, situado a 6000 pies

(6000x0.3048= 1828.8msnm) sobre el nivel del mar.

En Ascenso hacia lo alto de la sierra la temperatura descendía gradualmente, pero

afortunadamente no llegaba al punto de congelación.

En el proceso sin embargo, todo participaba de un aspecto invernal y pronto me di

cuenta que mi colecta principal se había terminado. A los 8, 000 pies (8000x0.3048=

2438.4msnm.) aprox., el roble siempre verde desaparecía, los abetos eran los únicos

árboles que encontraba. Del Herbage nada quedaba sólo hojas cafés; y los pequeños

arroyos, en la elevación mas baja, que habían dado variedad a la escena selvática, eran

cubiertos de hielo de 1 a 2 pulgadas de grueso.Las noches eran extremadamente frías,

y en vano trate de dormir unas cuantas horas: era imposible aún cerca del fuego.

Continué mi viaje sobre los grandes llanos pasando por Coyotes, (al parecer desviación

a San Miguel de Cruces), El Salto, Llano Grande, Navíos, Los Mimbres y Río chico, de

todas las colectas de unas cuantas casuchas, en las cuales el viajero llega a obtener a

51 Se transcribe la traducción que aparecen en el texto: Exploradores y colectores botánicos en Durango del siglo xix. Recursos bióticos. Instituto Politécnico Nacional, Coordinación General de Posgrado e Investigación, Informe técnico final de propuesta de estudio (enero 2006 - diciembre 2006) escuela, centro o unidad: CIIDIR-Dgo,. clave del proyecto: 20060335, s. /. l., s./ f. s. p., en: http://sappi.ipn.mx/cgpi/archivos_anexo/20060335_4136.pdf (Consultado el 6 de julio de 1016). 52 Ocotes, municipio de Tamazula, fue el porimer punto durangueño que, en noviembre de 1849,

tocó Berthold Carl Seemann, en su expedición de investigación botánica.

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precios altos tortillas de maìz para si mismo y el maíz como forraje para sus animales.

Cruzar estos elevados llanos es en realidad peligroso en esta temporada: Nieva

repentinamente y, a lo largo del año los ataques de los ladrones en la carretera y de los

indios salvajes ocurren frecuentemente; en realidad en cada milla del camino se

encuentra uno o mas montones de piedras, con un tronco atravesado en lo alto, indica

los lugares donde la gente ha sido asesinada a manos de los ladrones.

En La ciudad de Durango fui recibido hospitalariamente por Mister Washington Kerr, un

mercader americano así como de otros residentes del lugar, hacían todo lo que podían

para alejarme de mi propósito. La cercanía de Durango no ofrecía muchos especimenes

en este tiempo del año, y por lo tanto concluí que seria inútil penetrar más hacia el Norte

con Chihuahua, donde el efecto destructivo causado por el invierno sobre la vegetación

de las tierras altas seria aun más evidente.

Otra razón que me indujo a alterar mi plan original fue el gran riesgo que contrae cada

uno de los aventureros en el camino a Chihuahua.

La oleada de la civilización que presiona fuerte del Norte y del Este ha llevado a las

tribus Indias hacia el vértice formado por los estados de Chihuahua, Sonora y Durango,

que los ha hecho fuertes, unidos y peligrosos, para los habitantes blancos del campo.

Los salvajes no perdonan a nadie; todo lo que cae en sus manos muere, a menudo

cruelmente. Tan grande es el terror que inspiran y tan temerario su valor que 80 indos

en una ocasión se aventuraron a entrar en Durango; una ciudad de 22,000 habitantes,

a robar y matar en todas direcciones.

Ahora sigo en dirección al Suroeste, camino poco frecuentado de Durango a Tepic.

Saliendo de Durango, el 2 de enero de 1850, llego el 5 del mismo mes a San Francisco

del Mezquital, una aldea importante que los habitantes del lugar, como lo indica la ultima

parte del nombre, se dedican a la manufactura del mezcal, de varias especies de agave.

En cuanto al Mezquital, hay varias haciendas grandes, pero habiendo pasado aquel

lugar se entra en una desolada región; no hay casa ni gente; el camino se hace

montañoso y muy difícil de notar, que es recorrido por unos cuantos indígenas, la

comunicación principal entre Durango y Tepic, es continuar por la carretera a

Guadalajara. Sin embargo, colecto una buena cantidad de especimenes, la vegetación

no había padecido tanto de la sequía y de la helada como en aquella parte de la Sierra

Madre que crucé cuando venia de Mazatlán.

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El 12 de enero llegué a Santa Teresa, aproximadamente a dos días de Tepic, y habitado

por los Coras, una tribu de indígenas que los jesuitas cambiaron al cristianismo. Habían

tres personas que entendían el Español; los demás solo podían conversar en su

peculiar lenguaje. Parecían ser gente honesta y hospitalaria. Permanecí 5 días con

ellos, viniendo a poco menos de un día de Tepic, y luego regresé a Durango tomando

una ruta diferente, que me conducía a un lugar llamado La Guajolota. (…)

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Gustavus Ferdinand von Tempsky

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Gustavus Ferdinand von Tempsky

Gustavus Ferdinand von Tempsky nació en Königsberg (Kaliningrado), Prusia

Oriental, el 15 de febrero de 1828. Educado como miliutar con elementoc o

complementarios en las obras clásicas, idiomas modernos, historia, geografía,

dibujo y música. Al salir de la escuela en 1845 Tempsky se unió al regimiento de su

padre, pero sirvió para sólo nueve meses. En mayo de 1846 salió de Prusia para la

costa de los mosquitos de América Central, donde una sociedad de colonización

tenía la intención de fundar un asentamiento prusiano, donde por primera vez tuvo

acción militar como soldado colonialista.

Cuando la noticia de la fiebre del oro de California se esparció en 1849, Tempsky

se dirigió a San Francisco, a donde arribó en julio de 1850.

El aventurero prusiano no pudo hacer fortuna en las excavaciones. Sin embargo, en

California se convirtió en experto en el uso del cuchillo de caza, una arma que se

dice que había introducido a Nueva Zelanda. En julio de 1853, en compañía de un

médico alemán, decidió Tempsky volver América Central, a través de México,

Guatemala y San Salvador. La pareja experimentó una serie de emocionantes

aventuras en el viaje de 18 meses. Tempsky mantiene un registro de estos eventos,

que más tarde formaron la sustancia de su libro: Mitla. Narrative of incidents and

personal adventures on a journey in México, Guatemala, and Salvador in the years

1853 to 1855. With observations on the modes of life in those countries, que se

publicó en Londres en 1858 y fue ilustrado con sus propias acuarelas.

Durante este viaje Tempsky pasó por el estado de Durango, entre octubre y

diciembre de 1853, que es la parte del libro que se reproduce aquí.

En los siguiente años, Tempsky viajó por Centroamérica, Australia y Nueva Zelanda,

en su papale de mercenario para el Imperio Británico y aventurero, peleando conntra

los maoríes de las islas de los mares del sur.

El 7 de septiembre 1868 en un ataque de los maoríes en el Te Ngutu-o-te-manu.

Tempsky recibió un disparo en la cabeza y falleció.

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Su independencia de pensamiento y acción, su talento para la escritura y la pintura,

y su evidente encanto y buena prsencia lo convirtieron en una especie de héroe

popular. Como soldado que era, extravagante y aparentemente sin miedo. Era

conocido por los maoríes como Manurau, El pájaro que revolotea por todas partes.

Un aventurero, en lugar de un mercenario, que buscaba la emoción siempre que

podía encontrarla.

Tempsky clasifica como artista artista de Nueva Zelanda, pero el estilo de su trabajo

es único. Era un aficionado altamente cualificado, acuarelista que prestaba la debida

atención a los detalles, especialmente en su representación de los arbustos de

Nueva Zelanda. Sus pinturas de las campañas son de interés topográfico

considerable y representan vívidamente los eventos. La influencia del romanticismo

se puede ver en todas sus obras.

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TEMPSKY, GUSTAV FERDINAND VON. Mitla. Narrative of incidents and personal

adventures on a journey in México, Guatemala, and Salvador in the years 1853 to

1855. With observations on the modes of life in those countries, London, edited by

J. S. Bell, author of Journal of a Residence in Circassia in the years 1836 to 1839.

Longman, Brown, Green, Longmans, & Roberts, 1858, pp. 28 a 137.

CAPÍTULO II.

DE MAZATLÁN A DURANGO.

(…)

ASCENDIENDO LA SIERRA MADRE.- MEZCLA DE BELLEZA Y GRANDEZA. –

AZÚCAR, PANES Y SERPIENTES DE CASCABEL. – UNA TORMENTA. -

PRIMEROS VESTIGIOS DE LOS COMANCHES. – PRECAUCIONES CONTRA

ELLOS.- A LA NOCHE, ALARMA- UNA GUARNICIÓN IRREGULAR.-

ENTRANDO EN UN TERRENO DUDOSO. - EL DESCUBRIMIENTO DE UN

MIEDOSO. - EL DESTINO DEL GRUPO VIAJERO.- HUELLAS DE LOS INDIOS.

– UNA AFORTUNADA LIBERACIÓN.

(…)

El engaño, a primera vista, era perfecto, aunque nuestro arriero pensó que se

parecía más a una chimenea que a cualquier otra cosa. Hacia la tarde, cruzamos el

barranco de El Chapote, y ascendimos su lado opuesto hasta La Ramada. Aquí

tomamos refugio para la noche, y tuve la satisfacción de ver el último resplandor del

día y la decoloración en los ángulos agudos de nuestro encantado castillo. Nuestra

cena, que consistió en la comida estándar en México, los huevos y frijoles, nos

fueron enviados, estiramos nuestras extremidades, más bien rígidas, sobre el

terreno, y dormimos.

A la mañana siguiente, subimos lentamente la principal cresta de la Sierra Madre.

Fue un trabajo duro. En repetidas ocasiones pensamos que habíamos llegado a la

cima; pero un nuevo giro en la carretera traería un recoveco de ascenso más

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pronunciado a la vista. Más y más alto que el subido anteriormente, entre los abetos,

y que fueron separados por rocas ahora y luego se aparecía el bloqueo de nuestro

paisaje, nuestro amigo ventilado el sastre avanzaba jadeando detrás de nosotros,

estimulado en adelante sólo por su temor a quedarse solo.

Después de seis horas de ascenso duro, hemos llegado al fin a la parte superior,

donde los conductores de la carretera sobre una meseta en dirección este, varió

solamente de vez en cuando por alguna elevación del terreno o cruce de barranco

envidioso. La niebla se había levantado y nos había decepcionado de nuestra vista

en la dirección de donde habíamos venido. Pero, en compensación, la zona

templada parecía haber derrochado toda su belleza en la meseta por la que ahora

viajamos. racimos magníficos de abetos, en hacinamiento juntos a su belleza

sombría, lanzó una sombra profunda en los prados con hierba como terciopelo.

Flores de gran variedad, en particular una especies de dalia, de un color violeta

pálido, cubrían el terreno enteramente a distancias considerables. Nosotros no

podíamos dejar de admirar la grandeza melancólica de estos claros silenciosos, lo

que nos recuerda fuertemente de nuestros propios queridos bosques donde, en la

primavera de nuestra vida, jugábamos al ladrón y un soldado. Un gris cielo nublado

añade a la ilusión; pero la amarga seriedad con la que se realizan este tipo de juegos

aquí, me dijeron que por mucho una tosca cruz se avecina de la sombra de los

abetos.

El paisaje en esta meseta se hizo cada momento más interesante. En medio de sus

claros nos encontramos montones de rocas gigantescas, arrojadas juntas de la

manera más caprichosa; formando castillos, tienen el aspecto de tumbas de

guerreros hunos, rocas aisladas, como las inmensas columnas rotas, rodeadas en

su base con las más pequeñas, que contienen aquí y allí, cuevas grietas formadas

con curiosidad. De vez en cuando la acumulación de estos grupos, se extiende

sobre considerables extensiones de tierra, que a cierta distancia, se parecen a las

ruinas de algunas desmoronadas miniaturas de la ciudad siria de Balbek.

Este lugar lleva el antipoético nombre de Piloncillos, palabra que significa; pequeños

panes de azúcar; el lugar probablemente fue llamado así por algún viajero

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desafortunado, que, al tener que beber su café sin azúcar, encontró, tristemente,

esta semejanza con el lujo ausente que más le preocupaba.

Servirían como fortalezas estas excelentes islas de rocas, que tal vez se formarían

para grupos de filibusteros, e involuntariamente, dimos un vistazo a la tapas de los

revólveres y fusiles. Acabábamos de hecho, cuando, a partir de uno de estos, una

gran serpiente de cascabel se precipitó hacia nosotros, haciendo sonar con furia su

cascabel. Le arrojé una piedra a la cabeza y terminó su carrera, ignominiosamente.

Esta serpiente era un hermoso ejemplar, de un color amarillo brillante color, de unos

cuatro pies de largo y tan gruesa como el brazo de un hombre. Es la única serpiente

de cascabel que he visto que ataque sin provocación, y eso que había visto vivas y

muertas cientos de ellas en California.

Al mediodía nos detuvimos ante una gran roca, que contenía dos cuevas de gran

capacidad, con numerosas pequeñas aberturas sobre y alrededor de ellas. Estaba

situada un poco fuera de la carretera; Allí almorzamos o cenamos, la que sea la

denominación que elegimos para dar a la demolición de nuestra tortillas modestas,

queso y carne seca; y aquí matamos dos serpientes de cascabel negras y

pequeñas, de una especie que nunca había visto antes, una cerca de la cueva, y la

otra, en nuestro camino en el arranque por la tarde.

Después de haber viajado durante aproximadamente una hora, una gran tormenta

de truenos comenzó. Los accidentes de los truenos parecieron sacudir las montañas

hasta sus cimientos, y su eco tembloroso se multiplicó a los lados y prolongaron los

sonidos, hasta que se apagaron en gruñidos lejanos. Nunca había visto un rayo de

color púrpura rojo como en ese día, el ensamble total de la tormenta era magnífico.

Ni las mulas ni nuestro sastre parecían estar de dicho dictamen pero, por abundante

y nutritivo empuje, las manteníamos en el camino correcto. Bien empapados,

llegamos, al final de la tarde, a Chavarría, a doce leguas de La Ramada. Aquí nos

detuvimos para pasar la noche.

Este pequeño pueblo, que consta de unas treinta casas, está situado en un extenso

valle en el que numerosos rebaños de vacas pastaban. Al este y el oeste, las

montañas boscosas bordean sus dos lados más largos; en el sur, una hoja distante

del agua refleja los últimos rayos del sol poniente; y para el norte, las montañas

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distantes, frías y brumosas, cerradas en la perspectiva. Un vaso de leche, y una

infeliz ave, que fue la víctima de nuestro apetito caprichoso, hizo una espléndida

factura general para la cena. Contentos en mente y cuerpo, nos dimos a nosotros

mismos una deliciosa sensación de pesadez. Sólo el viajero privilegiado a pie puede

apreciar esa agradable experiencia.

Al día siguiente, nuestro camino nos condujo a través de casi el mismo escenario

que el día anterior, y ahora comenzamos a ver rastros de visitas de los comanches.

Postes quemados y paredes ennegrecidas, marcaban los puntos de las casas que

habían resistido, hasta que la llama de una década de la ira de los indios los

destruyeron; la vegetación ya estaba casi ocultando la sangre del suelo.

Todavía hay marcas que indican las últimos luchas sin esperanza y el llanto de las

víctimas. Algunos viajeros, por caridad, tal vez al encontrar sus cadáveres mutilados

entre la ruinas humeantes, amontonaron esos pequeños montículos funerarios que

ahora, como mudo triunfo de la crueldad, declara, con mayor elocuencia que la

lengua humana, la historia de la sangre sin venganza. Nosotros tenemos nuestros

rifles con más firmeza, e interiormente nos prometemos, sea cual sea nuestro

destino, que debe involucrar a muchos, una vida de los salvajes asesinos; y en

silencio avanzamos en las sombras profundas que las maderas arrojan sobre

nuestro camino.

Llovió todo el día, con esa tranquila obstinación que parece penetrar la piel y que

humedece el núcleo del corazón. Nuestro viaje de día era muy penoso, y el camino

estaba cubierto con al menos un pie de agua, ya que en el nivel perfecto de los

claros, proporcionó el agua que no drenara a la tierra cubierta de hierba. Se hizo de

noche, y nos gastamos, con cansancio y en silencio, hacia adelante a través el agua.

Por fin vimos en la distancia del ennegrecido horizonte, cubiertos a dos aguas, los

extremos de algunos edificios de piedra, los restos de El Salto, una finca de ganado

que, poco tiempo antes, había sido quemada y saqueada por los indios.

Aquí hicimos nuestra morada para la noche, en una casa que había quedado a salvo

de las llamas. Un segundo piso, debajo del techo, al que ascendimos por medio de

una escalera, nos dio refugio de la lluvia, y la relativa seguridad contra una sorpresa

durante la noche. Desapareció todo rastro de nuestra llegada, encerraron las mulas

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en un rincón de otro edificio, después de cortar para ellas algunas hierbas,

refugiados en nuestra fortaleza. Nuestro arriero nos entretuvo con un detallado

relato de todas las atrocidades cometidas en el ataque a este lugar, hasta que al

final todos nos hundimos en profundo sueño, demasiado cansados para vigilar.

Hacia la mañana, nos despertamos de repente, por el ruido de algunos gritos de

miedo; saltamos sobre nuestros brazos. Eso sin embargo, que estaba

perfectamente oscuro, y se escuchó una voz, medio ahogada, que venía de una

esquina de la buhardilla.

Con el cuchillo desenvainado entre los dientes, y revólver en la mano, me deslizé

sigilosamente hacia la esquina. Conteniendo la respiración, distinguí por fin la voz

sofocada que provocó nuestro miedo. Inmediatamente se me ocurrió la idea de que

podría ser atacado por quien provocaba mi pesadilla. Golpeé tan fuertemente a

nuestro guía que le desperté de su sueño, pero éste al ver una figura oscura

flexionándose sobre él, se lanzó gritando toda forma de aullidos.

Sus gritos de piedad eran tan temibles, que nuestro arriero, enfurecido por el ruido

no terrenal, se precipitó en contra él y le dieron de palos sin piedad, hasta que en

un sinnúmero de felicitaciones en lengua española con la que acompañó sus golpes;

nos convenció de que nuestro problemita sólo era un hombre de campo y no así un

indio.

La luz del día por fin hizo su aparición, y terminó los sufrimientos mentales y

corporales de nuestro postrado amigo. Aunque con los ojos y ennegrecidos y con

hinchazón de la cara, saludó a su entrega desde la oscuridad con una sonrisa tan

cómica que nos tiró a sufrir convulsiones de la risa.

Ese día llegamos al único lugar habitado entre Chavarría y Durango, a una distancia

de cuarenta y siete ligas. Este lugar es una finca de ganado, llamado "El Coyote".

Las casas están situadas en un terreno elevado, y están rodeadas con una alta

pared, flanqueadas por torres cuadradas y perforadas por lagunas. Desde el lugar,

se divisa una extensa pradera hacia el este, que parece un pequeño castillo, o más

bien como una cueva de ladrones, cuando uno mira el destacamento de soldados

harapientos que se mantuvo allí nominalmente para su protección. El hambre y

aspecto sórdido de estos guerreros me hizo dudar un poco de sus capacidades para

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dar eficaz batalla contra los comanches. En verdad, no es de extrañar que su

entusiasmo por la lucha está en un nivel muy bajo, a medida que se presionan en

su mayoría en el servicio, medio muertos de hambre, al no recibir su paga miserable

con regularidad, y para colmo de males, tratados brutalmente por sus oficiales, que

son aún más cobardes. En este lugar tenían que comprar sus víveres a precios

exhorbitantes, en una tienda que pertenencia al propietario de la hacienda (raíces)

y para cuya protección, estos desgraciados mantuvieron allí; todavía en forma tan

inhumana la carga tan alta para ellos, que les eran necesarios los víveres más

simples de la vida, los hicieron su paga, y no siempre eran suficientes para aplacar

el hambre.

Aquí nuestro arriero nos dejó, toda vez que, a partir de aquí, el peligro en la carretera

se hizo más inminente. Con una gran cantidad de problemas y gastos, a nuestro

costo, como el del salario de dos veteranos de medio sueldo. Solamente así accedió

a llevar nuestro equipaje, a Durango, sobre las mulas, que reivindicaba de una

propiedad dudosa, con la condición de que debíamos viajar tan rápido como él

pudiera, ya que el peligro se incrementaría, por cualquier dilación en el camino.

A la mañana siguiente, antes del amanecer, comenzamos a avanzar. Era un

hermoso día. Desde detrás de un horizonte de montañas boscosas, los primeros

rayos del sol penetraban, aquí y allá, entre los tallos de los tupidos abetos, y

brillando oblicuamente sobre la ondulante pradera, verde y floreciente con las gotas

de rocío sobre las flores. Esas mañanas gloriosas son los momentos cuando el

hombre siente todo el rapto de la vida, exultante fresca, con vigor y ardor. La forma

en que deploro la falta de unos buenos compañeros, que se han hecho la visión de

una tropa de comanches al galope contra nosotros, la mayoría de la visión de las

imágenes, para avivar el primer plano de nuestro paisaje. Pero, en tales

circunstancias como estábamos, las cosas tenían que ser hechas en negro.

Hemos mantenido nuestro ritmo más o menos en el momento de un trote de estorbo,

para mantenerse al día con nuestros guías, que empujaban a las mulas tan rápido

como podían. Nuestro sastre tomó su lugar detrás de la cola de la última mula,

también temerosa de seguir adelante, y se mantuvo con antelación de nosotros que

corrió en la parte trasera. Al mediodía hicimos una corta parada, fuera de la

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carretera, lo que nos dio un respiro, combinado con una ligera comodidad para

nuestros estómagos. Pronto nos llevamos a nuestras piernas otra vez, y así

sucesivamente hasta la puesta del sol.

Durante el descenso de la tarde, el médico y yo tomamos la ventaja, ya que nuestros

pulmones parecían estar en mejores condiciones que los de los demás, y por esta

disposición, en el lugar de atrás cayó, por supuesto nuestro sastre. En vano trató de

recuperar la cola de la mula; si lo hacía por un tiempo su fuerza no era igual a la

tarea de mantener su lugar, por lo que hemos tenido que aflojar nuestro ritmo un

poco.

La oscuridad se hundió lentamente en nuestro camino, sin embargo, tuvimos que

seguir adelante, ya que nuestra tarea para el día no había terminado.

La luna había guiado nuestros pasos, a través de un camino que comenzó a ser

resistente y roto. Una vez que mi amigo se detuvo y apuntó a un objeto, la mitad en

la sombra, que yacía agazapado en la carretera. Hicimos una señal a nuestros

seguidores para que se detuvieran y, ladeando nuestros rifles, avanzamos

cuidadosamente en un lado de la carretera, de árbol en árbol. Frente al objeto ante

el cual hicimos un alto, para reconocer el terreno y esperar algún movimiento.

La forma era humana y desnuda, en consecuencia, un indio; la actitud, tanto como

es discernible, en cuclillas, como alguien con la oreja pegada al suelo. Es, sin duda,

una avanzada de algún contingente más grande.

Para deshacerse de él con un disparo sería suficiente, pero también sería una

imprudencia. Desenvainé mi cuchillo, puse mi rifle, con cautela medir las distancias,

y con un resorte de tener la garganta en mis manos. Mi cuchillo es descendente,

cuando, para mi horror, me siento, por la viscosidad de la garganta, que la mano de

la muerte ha impedido la mía. En ese momento la luna, desde hace algún tiempo

envuelta, se rompe a través de las nubes y la escarcha se expone en el cráneo

escalpado de un cuerpo perforado con heridas de lanza. La cara se contrae con

rigidez, y veo que han confundido un mexicano que fue víctima de su asesino indio.

Con un estremecimiento vamos adelante, y encontramos otro, y otro en el mismo

estado, y así sucesivamente hasta que contamos veintinueve cuerpos. Por fin,

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reconocimos en una de los cuerpos, al abogado mexicano que nos había invitado a

Mazatlán para acompañarlo.

Ese montón de cadáveres era su partida; todos los que la integraban habían

perecido, excepto uno, que nos encontró. Nos parecía que murieron sin mucha

resistencia por su parte, ya que muchos de ellos tenían sus carabinas cargadas; y

los indios les habían dejado las municiones siendo los más buscados.

La atmósfera de este lugar espantoso contaminado de asesinato pronto nos llevó

lejos; la emoción de nuestros nervios en este espectáculo repulsivo nos impulsó

hacia adelante, y marchamos hasta que el conjunto de la luna y el cansancio nos

obligó a descansar cerca de un pequeño lugar llamado Los Mimbres.

Silenciosamente comimos nuestra escasa cena, envueltos en nuestros sarapes,

nos hundimos a dormir; agradeciendo y poniendo nuestra confianza en el

Todopoderoso, que había observado tan gentilmente sobre nuestro destino.

Antes del amanecer recogimos nuestras extremidades rígidas, y con alguna

dificultad nos pusimos en movimiento. Tuvimos muy pronto la satisfacción de ver en

la carretera algunas huellas frescas de pies de los indios, que pueden siempre

distinguirse de los pies de los mexicanos, por tener los dedos del pie hacia adentro,

y por no tener huellas de sandalias, ya que no son pies de mexicanos.

Otros signos nos han convencido de que habían pasado el día anterior, viajando en

la misma dirección que nosotros. Aún así continuamos nuestra caminata, el sol que

brillaba sobre ellos les dio un aspecto muy diferente de la apariencia que habrían

tenido, por la misteriosa luz de la luna pálida. Un vistazo de vez en cuando en

nuestros brazos, escrutando una mirada hacia el horizonte enfrente, una sonrisa,

arrojada a la parte trasera, en el semblante angustiado de nuestra eterna cabeza de

turco, conservó el equilibrio de nuestros sentimientos y los mantuvo libres de todo

nerviosismo.

Hacia las once de la mañana, pasamos por el profundo valle del Río Chico, y

ascendimos una meseta pedregosa, cubierta de cactus, hierba alta, y una peculiar

especie de palma. Tres horas más tarde pasamos la granja y luego, una vez que

pasamos El Pino, nos ha llevado al borde de un abismo, de donde nos llamaban,

con gran deleite y gracias a Dios, las torres de las iglesias de Durango.

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Bajamos a lo más cercano y ascendimos a la orilla opuesta del abismo. Después de

tres horas más de caminata, arribamos a los primeros suburbios del poblado. Estos

estaban en su mayoría desiertos, a medida que se extiendían a una buena distancia,

a lo largo de la carretera a la ciudad, lo cual apenas se considera a salvo al interior

de sus puertas. Ahí nos hemos presentado, con alegría inusitada, a la búsqueda de

las arpías de la aduana, para la inspección de los pasaportes, y llegamos al fin, en

condiciones de seguridad, al más próximo mesón; el de de San Agustín.

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CAPÍTULO III.

DURANGO.

LAS CONSEJAS SOBRE LAS FONDAS. – CAFÉ CON TELARAÑAS. -

ESTEREOTIPOS SOBRE LAS TARIFAS. - ASPECTO DE DURANGO, SUS

EDIFICIOS, SUBURBIOS, & C. - LA DECADENCIA DE LA POBLACIÓN. - POR

LA MAÑANA; LA VIDA DE SU MERCADO Y DE SUS HABITANTES. - SU

ASPECTO Y LA ESTUPIDEZ DEL MEDIODÍA. – NOCHE. RENACIMIENTO. - LA

ALAMEDA.- CABALLEROS MEXICANOS. – VEHÍCULOS DE DURANGO.-

DOMINGO POR LA NOCHE DESPUÉS DE LA CORRIDA DE TOROS.- EL BAÑO

DE LAS DAMAS MEXICANAS. LAS TÁCTICAS Y SU MORALIDAD.- SUS

DESVENTAJAS ESPECIALES.- TOLERANCIA A LAS ACCIONES DE LOS

HOMBRES.- LA PLAZA DE TOROS.- LA PASIÓN POR LAS CORRIDAS DE

TOROS.- PRELIMINARES DEL ESPECTÁCULO.- PROMOCIÓN DE LAS

TÁCTICAS FEMENINAS.- MAGNETISMO DE LA MIRADA Y DEL ABANICO.-

ENTRADA DE LOS TOREROS.- LA CORRIDA Y SUS VÍCTIMAS.- LAS SUERTES

DEL PICADOR Y DEL BANDERILLERO.- HABILIDADES DEL TORO Y LA

REPARTICIÓN DE LOS APLAUSOS.- LA DEFENSA Y LA SENTENCIA.- LA

ESTOCADA FINAL Y LA SALIDA.- HERMANDAD DE AFICIONADOS.- SU

INTENSO INTERÉS Y SUS CONSECUENCIAS.- ORIGEN DE LA

TAUROMAQUIA.- OCUPACIÓN DE UN CABALLERO MEXICANO.- LA VIDA DE

UNA DAMA MEXICANA. LAS RELACIONES SEXUALES CON EXTRAÑOS.-

SUS PASATIEMPOS.- SUS FANTASÍAS DE MARTIRIO.- SUS JÓVENES

DEVOTOS.- UN ADONIS CARMELITA.- UNA VICTORIA LUJOSA. – TROFEOS

DE MUY ALTO COSTO.- LA FORMACIÓN DEL COMANCHE.- SU ASPECTO Y

SUS ARMAS.- SU FAMA Y SUS TÁCTICAS.- LA ACTUACIÓN Y LA RAPIDEZ

DE LOS MOVIMIENTOS DE LOS INDIOS.- SU MODO NÓMADA DE LA

GUERRA.- SU DÉBIL COMIENZO.- EL PÁNICO CAUSADO POR SU PODER

BÉLICO.– LO INADECUADO DE LA SOLUCIÓN APLICADA.- LA MALA

GESTIÓN Y LA INEFICIENCIA DEL EJÉRCITO, EN LOS UNIFORMES, EN LAS

ARMAS, EN LAS MONTURAS, & C.- ¿QUIÉNES SON LOS OFICIALES DE ESOS

HOMBRES?.- POLÍTICA PROVINCIANA DEL SANTA ANNA.- SU EGOÍSMO

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CIEGO.- UNA OFERTA SABIA Y PATRIÓTICA.- SU PROBADA EFICACIA. – EL

INSENSIBLE RECHAZO.– LA DESESPERACIÓN POR ESTE HECHO.– UN

DODGE A CAMBIO DE LA CABALLERÍA DE MARINES YANKEES.-

MANUFACTURA LITERARIA DE LEIPSIG.- LA REALIDAD, A MENUDO, MÁS

EXTRAÑA QUE LA FICCIÓN.- FEROCIDAD COMANCHE.- SERVICIO

OBLIGATORIO.– UNA CONSECUENCIA DEL TERROR POR LOS ATAQUES DE

LOS INDIOS.- LA EDAD DE LA DAMA NARRADORA DE LOS HECHOS.- OTRAS

CONSECUENCIAS.- UNA DALILA MEXICANA.- LA VENGANZA MÁS ALLÁ DE

LA TUMBA.- UNA EMBOSCADA COMANCHE.- UN ÉXITO ABSURDO.- LA

RECEPCIÓN DE LOS HÉROES.- EL ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA.-

ALEGRÍA ENTRE LOS MEXICANOS.- GOBIERNO Y PELOTAS DE MEDIO

PELO.- VIVACIDAD DEL ÚLTIMO.- UNA PISTOLA MEXICANA.- LOS CELOS Y

LA COBARDÍA.- GRATOS RECUERDOS.- PREPARATIVOS PARA EL VIAJE.-

ESPECULACIÓN SOBRE UN CABALLO.- EXPERIMENTO EN EL

ENTRENAMIENTO.- FIESTA DE DESPEDIDA Y NUESTRA PARTIDA.

La habitación que nos tocó en el mesón tenía una imagen más alegre que nuestro

hospedaje en Mazatlán.

Había dos camas, una mesa, un banco y menos polvo. La verdad es que, dado

nuestro estado de ánimo, era difícil que algo nos desagradara; teníamos la

sensación de contento insondable que se nos comenzó a regenerar hacia el

exterior. Nos preguntábamos sobre la posibilidad de dónde poder comer algo rápido,

como a las doce de la noche, y nos informaron sobre varios restaurantes cercanos

que estaban abiertos. Nos sallimos a buscarlos, decididos a agotar la mayoría de

los variados menús que nos presentaron.

Miramos y pasamos por la primera fonda (restaurante), De la Libertad ya que, con

nuestra fuerte proclividad para la indulgencia en los placeres de la mesa, se sentía

desagradable que se recuerde la sencillez republicana, sino más bien, de manera

incompatible entramos, a la última, la Fonda Mexicana. Como no vimos ninguna

posibilidad de un lema más prometedor, o de mejora del aspecto externo, nos

sentamos alegremente en una pequeña habitación sucia, impregnada de la

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atmósfera de la contigua cocina, y contemplado con fortaleza heroica un mantel de

mesa, cuyas manchas diversas habían hecho un proyecto de la tarifa superflua, lo

que proporcionaba un amplio alimento a miles de moscas zumbando.

Nuestra llegada parecía ser desapercibida. El establecimiento estaba vacio; las

únicas señales de vida en ella, era un tono profundo de ronquidos, procedentes de

un rincón oscuro.

Había un anciano venerable, con muchas marcas en la cara, sentado en un banco,

los ruidos de nuestros platos le recordaron a la vida y al deber. El anciano despertó,

bostezó, se frotó los ojos, y solemnemente se acercó a nosotros, con una servilleta

debajo del brazo en el que había reposado la cabeza.

La lista del menú era: estofado de carne, carne asada, y frijoles fritos. Para su

sorpresa, después de haber pasado a través de una cortina, volvió sobre nuestros

pasos y pidió una mayor variedad. Tal afirmación atrajo a la anfitriona, a todo vapor,

desde la región de la cocina. Ella por delante ofreció alguna golosina, y llamamos

para el café. Después de un gran ruido de llaves y, hurgando en el fondo de un

armario, nos ofreció una botella llena de telarañas, que sostuvo contra la luz, que le

satisfizo a sí misma y que contenía un líquido oscuro, de aspecto preocupante;

calentado y humeante. Entonces, ese líquido fue llevado para nuestro consumo.

Un sorbo bastó: al día siguiente, el nombre de café nunca fue mencionado por

ninguno de nosotros, al día siguiente, sin experimentar un estremecimiento

involuntario; para lo que pueda decir en favor de ese café embotellado, es que

estaba tan viejo y echado a perder, que nada puede apenas mejorarlo.

Después de un largo viaje a pie, a razón de catorce leguas cada día, pronto nos

dimos cuenta de lo insoportable de lo estereotipado de la tarifa en todas las fondas,

y conseguimos mejor pensión con una familia privada, donde mejoró la limpieza y

la variedad de los alimentos, con una buena mesa para nuestros moderados

requerimientos.

Me olvidé de mencionar que, en nuestro regreso al mesón, en el primer día,

encontramos a nuestro amigo en la tarea de adaptar persistententemente los

locales. Nos preguntó cuándo íbamos a comenzar de nuevo la marcha, toda vez

que deseaba seguir con nosotros; sin embargo le dijimos que todavía faltaba tiempo

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para retomar el camino. Para compensarlo, lo despedimos con un pequeño regalo.

Esa fue la última vez que lo vimos.

La garita de Durango, a través de la cual tuvimos que entrar, está situada en un

promontorio, a partir del cual hay una vista completa de la ciudad. Su mayor

extensión es de norte a sur, a través de una meseta cubierta de hierba, muchos

miles de pies por encima del nivel del mar. Varias colinas aisladas se elevan

bruscamente, aquí y allá, de las cuales el Cerro de Nuestra Señora de los Remedios

se encuentra en la parte norte, en el primer plano del paisaje. Su subida precipitada

conduce a una iglesia con un blanco que tiene una torre estrecha, con un aireado

esbozo, que parece fundirse con el cielo azul. En la base de esta colina comienzan

los suburbios. Casas dispersas, con techos planos y paredes encaladas, están

salpicadas a lo largo de la intersección de los carriles de agave (maguey).

Estas plantas forman también cercas para los huertos, en los que la nieve y las

flores de color de rosa de melocotón y los árboles de manzana se mezclan con lo

oscuro del follaje, las granadas y los naranjos, adornadas con hileras de vides.

Vista de la ciudad de Durango desde el Santuario de la Virgen de Guadalupe

Más adelante, las casas se amontonan más densamente juntas, los techos planos

se unen uno a otro, como un inmenso patio de butacas blancas, y sólo aquí y allá

un hombre y algún alto ciprés se elevan desde el fondo de un patio interior.

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Después la vista, como una aguja, llegan como una barrida de los ojos hacia el sur;

enormes edificios de dos plantas que deslumbran la mirada por su blancura, y

laberintos de patios se confunden majestuosamente por encima de esta masa de

tejados planos, las torres de la catedral forman una imagen de la gracia y la fuerza

combinadas; conventos, iglesias y un colegio, más o menos con gracia en sus

erigidas cúpulas y torres.

Más adelante, hacia el sur, la masa compacta de casas de nuevo se disuelve en

medio del verde de los jardines y huertos, los largos y ocultos los carriles de los

cuales se denotan por las viviendas unifamiliares, en la medida que el ojo puede

otear.

Justo delante de la puerta hacia Mazatlán, los suburbios comienzan al oeste; estos

son menos importantes que los otros, y soportan el nombre de Tierra Blanca, una

especie de San Giles de Durango. Alcanzan a los bancos bajos de un arroyo (La

Acequia Grande), sobre el cual unos tres o cuatro agraciados puentes de piedra

encalada al plomo dan hacia la principal calle de la ciudad. Esta calle Sigue las

orillas de este pequeño río y se extiende a casi todo lo largo de la ciudad. De hecho,

se trata de una avenida llena de árboles de sombra nombrada la Alameda, o el

Paseo de Durango.

En el fondo de la imagen completa, sobre una milla hacia el este, se vislumbra la

forma sombría del Cerro de Mercado, aislado, levantándose como una gigantesca

pared en la llanura, y la crianza de su cresta escarpada, por encima de todas las

otras eminencias.

No hace más de diez años, Durango contaba con cerca de treinta mil habitantes.

Un año, la furia del cólera inició el trabajo de la desolación. La primera aparición de

indios hostiles perturbó el trabajo agrícola, y ha contribuido a producir, en un año de

gran sequía, una cifra de muertes sin precedentes por la hambruna. Los disturbios

continuaron por las incursiones de los indios y siguió aumentando todos los años;

de modo que en el momento de mi visita, en 1853, la población se redujo a solo

ocho mil habitantes.

Hubo poca vida en las calles durante el día; sólo temprano en la mañana el mercado,

en la Plaza, enviaría el zumbido de animación a través de la calle, que parece que

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es la respiración audible del cuerpo, indicadora del animado esfuerzo. Criadas, con

las bolsas en sus manos, o cestas en su cabezas, están transitando a lo largo de la

calle a toda prisa, ya sea para ir o para regresar del mercado. Los cascos de las

mulas y los burros oprimen las avenidas hacia el mismo mercado, en donde sus

cargas son apiladas y son puestas a la venta por sus vociferantes marchantes. Los

hombres de las clases más pobres están todos allí, envueltos en sus sarapes,

cubiertos con particular gracia alrededor ellos, sobre todo para ocultar alguna

deficiencia de vestir, como puede ser la ausencia total de una camisa.

En el lugar se encuentran personajes que constantemente están impulsando

gangas, con la elocuencia más mercantil del merolico, ya sea para sí mismos o para

otros. De hecho, algunos de ellos viven de este talento, y son una especie de

agentes de ventas.

Es sorprendente observar que, en lo que toca a modales y habla, en su mayoría,

los de loos durangueños son al estilo europeo, casi todas las clases bajas, de

ascendencia española en América, poseen sus actitudes y todos sus movimientos,

en particular los de las mujeres, tienen una gracia nativa que sorprende a uno en la

comparación con sus iguales de clase europeos.

Están casi todos bien formados; rara vez tiene usted la oportunidad de ver una forma

torpe, y nunca grandes extremidades.

Esta pulcritud de las extremidades es su herencia de la indios aborígenes, cuya

sangre predomina en ellos. Trabajo, como el que las mujeres de las clases pobres

tienen que realizar, nunca provocan curvas en la espalda; sin embargo, no son

indolentes; y, a ese respecto, son superiores a los hombres.

Su traje nacional es muy convertible; el rebozo sobre todo, un chal con el que cubren

y rondan la cabeza y los hombros, es un recurso inagotable en manos de cualquiera

de sus coquetas maneras.

La belleza de la cara es casi tan escasa o tan abundante, como en cualquier otro

sitio. La expresividad de los ojos negros, son un regalo más ampliamente difundido.

De caballeros, que se ven aquí y allá, en las mañanas, un jinete solitario tomando

su emisión; y unas pocas damas, profundamente veladas en sus mantillas,

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deslizandose para voltear las esquinas de las iglesias y desaparecer sigilosamente

en sus portales oscuros.

Tan pronto como el sol ha absorbido toda la frescura de la mañana, una pesadez

insoportable se arrastra sobre la ciudad, que alcanza su meridiano en ese momento

del día, cuando incluso las pocas puertas a cal y canto, con ventanas hacia la calle

están cerradas, e incluso el último mendigo, en la esquina de la iglesia, se retira

hacia algún lugar con sombra, apartado para tener su siesta, como el resto de los

habitantes.

Con el sol al poniente, una reactivación gradual de la actividad se lleva a cabo. A

las cuatro, los portales de nuevo son abiertos, los caballos ensillados se llevaron a

las puertas delanteras; los carros de los siglos pasados, o de menor antigüedad e

invención, son dibujados a cabo; las mulas se potencian y son golpeadas en la vida

o la obediencia, y un mundo hermoso, en últimas marcas, hace su tímida aparición.

Desde lejos, todos van a la Alameda, a ritmos proporcionados por las cualidades de

sus respectivos cuadrúpedos.

La Alameda consta de dos partes; Una, el largo paseo a la sombra, que sigue el

mencionado arroyo o acequia, y el extremo sur de la misma; la segunda parte,

delimitada por un muro de piedra, de regular altura, y con rejas de hierro en la parte

superior, formando una extensa plaza. Seis puertas, cuatro en las esquinas, y dos

en los lados occidental y oriental, por donde transitan los carros, jinetes y peatones;

un amplio paseo, para esta última clase, sigue el interior de la recinto cuadrado, y

un convertidor a circular que los cuatro lados del pie que forman las tangentes, es

asignado a los caballos y carruajes. Una calle diagonal y los caminos rectangulares

llevan al centro, una vía abierta y una mancha circular. Se siembra toda la plaza con

gruesos árboles de sombra; jardines de rosas y otros arbustos en flor siguen la

dirección de las carreteras; hay asientos de piedra en abundancia, por todas partes,

que representan la oferta del reposo y la facilidad para los espectadores y actores.

Los plebeyos son sólo para ser vistos en el exterior y en las puertas, en el que la

clase de sí mismos son como críticos severos y picantes al levantarse de varias

partes por las que entraron y hicieron una salida. En la vía de carretera; jinetes y

carros giran pasado unos junto a los otros, en número suficiente para producir un

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poco pero posible peligro de colisión. Sin embargo, dejando espacio para la acción.

Los señores mexicanos son casi todos los buenos jinetes; su asiento en el caballo

es inatacable por su naturalidad y gracia. En el diestro manejo de sus cabalgaduras,

en ocasiones participa su propio caballo, a veces, con un poco de afectación, sobre

todo en los paseos: al parecer al frenar el espíoritu impetuoso de sus animales, que

más bien, en realidad, ellos intentan forzar en más acción de formación de imagen,

producto de esta afectación, se vuelve una actitud completamente ridícula cuando

el caballo, como sucede a veces, es un animal perfectamente inofensivo e

imperturbable en temperamento y manera.

Los caballos en general, en esa parte de México, son enérgicos, elegantes y

compactos del músculo. Aunque medianamente en tamaño, que a menudo poseen

una sorprendente fuerza, que muestran, sin lugar a dudas, en la parte que toman

en las bridas; una operación a la que haré referencia de aquí en adelante.

En general, el giro hacia fuera de los jinetes mexicanos es brillante y ciertamente

pintoresco.

Las sillas de montar de alta estructura y de respaldo alto son chapadas con plata,

así como los estribos, el freno, y la grupa. Su vestido a caballo, el traje nacional, es

muy convertible, y a la altura de su ambición; consiste en una manta de la silla

ricamente bordada, que ha sido trabajada por los hábiles y creativos dedos de hada

de serie de artesanos desconocidos. Así vestida, exponiéndose, a los lados, o más

allá de los carros, inclinándose ante sus conocidos o tomando, a la velocidad del

rayo, la mirada de algunos ojos aparentemente abatidos; y, con los límites de los

corazones de los jinetes, el conductor, se llena de la simpatía transmitida por las

espuelas, hundidas en las partes posteriores del corcel, que sacude espuma por el

hocico.

Los carros, aunque llenos de atracciones femeninas, no siempre son dignos de la

apariencia de las preciosas pasajeras que contienen. A veces, es como ver a un

grupo de jóvenes damas, todas con gracia y sonrientes, en la frescura de la belleza

y el aseo, rodar cerca de alguna gigantesca máquina de un arca de Noé, sobre

ruedas. El contraste puede realzar la belleza de flores contenidas en un ecotillón de

carbón. Sin embargo, el efecto es en lugar discordante. Más armoniosos para la

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vista son algunos vehículos de París o Londres, luminosos, dotados de la belleza y

la elegancia de sus ocupantes.

No es que todo lo último, sin embargo, sea aún suficiente, pero en el todo

ensamblado, incluso la rigidez y amarillo de la tía solterona (la espina de la rosa),

ayuda a hacer el efecto más agradable del ramo presentado, ante el ojo curioso del

espectador.

Los domingos, hacia la tarde, después de la corrida de toros, todos los bancos en

el recinto del paseo, alrededor de la plaza se llenan de señoras que han regresado

del espectáculo. Los señores, a pie, fluyen en uno largo arroyo, a lo largo de estos

bancos floridos, todos manteniendo el mismo curso hacia adelante. De vez en

cuando, un pequeño remolino será producido por los recién llegados que tratan de

reunirse con sus amigos, o extranjeros que irán en contra de lo actual (como los

mexicanos piensan que lo hacen en otros países también); pero pronto la armonía

se restablece, y la marea de las capas negras rueda sobre la conversación, y

murmullo, de una risa de vez en cuando, provocada por el ingenio invertido en honor

a los amigos al alcance del oído.

Las damas de México, en toilette, (su vestuario) han adoptado, principalmente, las

modas europeas. El rebozo ha sido reemplazado por la mantilla en el paseo; pero,

a veces, se usa éste, para proteger la cabeza, ya que el sentido de su múltiple y

variado uso, no se ha reconciliado con el de los capotes o los mantones.

Lo que se puede decir a favor de las hechizantes atribuciones de éste, es sólo un

conjunto de cierre para una cintura o para la cara aceptable. Una muy hermosa cara

pueden verse mejor sin él, ya que nada puede servir como un sustituto para el

contorno del inigualable ornamento natural, para el pelo, ni para el barrido agraciado

de la cabeza, el cuello y los hombros. El pelo es generalmente usado por las mujeres

en dos bandas simples de la parte delantera, y dos trenzas detrás, por lo que, a

veces, se lo enrollan alrededor de la cabeza como una diadema, dándole así un aire

clásico a la mayoría de las caras, no del todo carente de dignidad en su contorno.

Así equipados, los paseantes se extendien alrededor del paseo, en los bancos de

piedra, con la plena conciencia perfecta de sus poderes: como en todas partes, son

las miradas, un menudo disparos a objetos, en las que se ejerce mucho del ingenio

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después, en beneficio de una gran risa de pecho, compartida con los amigos. Otras

más sinceras y furtivas miradas se reparten generosamente; porque, como el trato

social entre los dos sexos se limita, una vez estrechado el círculo, el cual tiene que

darse necesariamente en la Alameda, en medio de una procesión, o de una misa,

estó último podría tener lugar en nuestros teatros, conciertos, etc.. A ese final, la

benévola naturaleza, que siempre coloca el remediar el bien cerca de la maldad, y

que ha dotado a los enfermos con unos ojos tan elocuentes, que su lengua puede

comunicarse mejor, nunca se debe malinterpretar, después de la menor

experiencia.

Los padres y tutores pueden ver bien todos y tales mensajeros como puertas,

ventanas enrejadas y espías que puede servir para impedir la entrada; pero el

mensajero alado, que dispara los dardos por debajo de una de las pestañas de

ensueño, desafiará su poder, siempre y cuando la naturaleza enciende el fuego del

amor en el seno femenino.

La moralidad de las mujeres de origen español no es de una gran reputación entre

los europeos; sin embargo, para la mayoría de las personas, esta impresión se lleva

mucho más allá de la verdad y la justicia. Tales impresiones se originan, a partir de

los informes de los viajeros, que trashuman, ansiosos por la diversión en el corto

plazo, por lo que, en consecuencia, pueden ver sólo lo peor de la escoria que nada

tiene que ver con lo que sucede en la superficie, toda vez que ni su tiempo,

instalaciones, ni la inclinación son suficientes (tal vez), como para que pueda

observar el valor real.

En todas las sociedades, el acceso a la mejor parte de ella es difícil; en México más

aún, donde padres, esposos, y hermanos, son cuidadosos con respecto a la parte

femenina de sus familias.

El grueso de la población de México, particularmente en las ciudades, es pobre: en

los ensayos, a los que viven sujetos a la pobreza, a ellos, ni su gobierno, ni su

religión, ni sus instructores les prestan una mano de ayuda. Sin ayuda y tentados

por un clima productivo de sensual propensión, una gran proporción de ellos se

hunden, después de una poca lucha, en la profundidad de la inmoralidad. Existen

por supuesto, algunas excepciones, e incluso aquellas que están, al parecer, a la

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altura de las mujeres más abandonadas de Europa, conservan en realidad, un cierto

grado de respeto de sí mismas, desconocido para sus pares europeas.

Entre las mejores clases, otras circunstancias toman el lugar de la pobreza al acoso

con trampas, desconocido para las mujeres de Europa, para las que una iluminada

sociedad educada ha allanado el camino de la virtud. En su primera educación, una

imprudente restricción sobre sus movimientos las hace, en un primer momento,

conscientes de la existencia de la tentación.

Esos directores masculinos que tienen el cuidado de su conciencia, ya sea sin

querer, o aún peor, con propensa malicia, sacan constantemente ante sus ojos y

para la mente, la imagen de la debilidad de su sexo.

Sin embargo por increíble y repulsiva que pueda parecer a ellas, en un primer

momento, estas representaciones, la repetición, y tal vez el ejemplo de una amiga,

más avanzada en la vida, suaviza su aspecto áspero; se convierte en creíble,

factible y, al fin, deseable.

"El vicio es un monstruo de horrible parecer, y es muy aborrecido, pero necesita ser

visto; sin embargo, visto demasiado a menudo y familiarizarse con su cara, para en

primer lugar, soportarlo, después tenerle piedad, y posteriormente ofrecerle un

bondadoso abrazo."

Al igual que las mujeres de las clases pobres, que sienten el vínculo de la opresión

por la virtud, en un clima tropical, entre el gusto y el miedo, se esfuerzan en ayuda

de una atenuada virtud, apoyadas solo en el orgullo. Mucha resignación se debe a

todo, en tales circunstancias.

El número en México de los derechohabientes a tal indulgencia, sin duda supera a

la de nuestra propia de pecadores justos, de los cuales, posiblemente, podrían ser

más conocidos, eran las sospechas sobre el tiempo. Comparando los méritos de los

dos sexos en México, (cuya influencia mutua allí, como en todas partes, no es fácil

de definir,) parece difícil decidir si los hombres tienen una mala influencia sobre las

mujeres o si las mujeres la tienen sobre los hombres; sin embargo, mi creencia, se

inclina hacia la primera suposición, y es que, a pesar del poder de los hombres, hay

mujeres buenas que se encuentran libremente.

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Uno de los más grandes edificios públicos en Durango es la Plaza de Toros, o el

circo de las corridas de toros. Está situado en una extensa plaza en la extremidad

este de la Alameda. Construida en piedra, su circunferencia extrema está

imponiendo, a una distancia; pero en una desproporción, en altura, que perjudica la

visión en esta, en algún grado. En una visión más cercana, su exterior, desprovisto

de todo ornamento arquitectónico, le da incluso un aspecto mediano. El interior tiene

una impresión favorable. Columnas de piedra maciza, en intervalos bien

proporcionados, apoyan la azotea del mismo material, que da sombra a los

espectadores; la arena es amplia, pero de proporciones tales como, en efecto, para

mantener todas las medidas lo suficientemente cerca es como para ser distinta, sin

destruir la ilusión agradable de la distancia, por lo que es necesario para realizar

todos sus espectáculos. Con el encapsulamiento de la plaza, todo está bien

ventilado y fresco, invitando a uno a las gradas alquitranadas y ver algo de la vida

que anima la arena.

Casi todos los domingos hay una actuación que anuncian los artistas, a caballo, en

desfile por las calles con música; y las historias se fijan a flote entre los ciudadanos

de los diversos méritos de los encierros de toros que van a ser lidiados. Por

supuesto, que hay siempre algún diablo esperanzador entre ellos, que tiene dadas

pruebas ya de su talento y bravura en la lidia, durante su captura, lo que

inmediatamente lo convierte en el preferido de la multitud, que está empeñando sus

últimas camisas o enaguas para ir y verlo morir.

La pasión por estos espectáculos entre las clases bajas es igual, o mejor dicho,

eclipsa, la de la "plebe" del anfiteatro de Roma y Constantinopla, ya que este último

no tenía que hacer sacrificios para su admisión. Algunas de las mejores clases están

igualmente contaminadas con esta pasión; incluso unas pocas palomas inocentes

del sexo débil también son traicionadas en un anhelo de la vista de la sangre. Pero

ellas son una excepción. La mayor parte van para el propósito de ser vistas, por una

inclinación femenina, a la que pocas mujeres son insensibles: a continuación, viene

la multitud que quiere ver los rebaños y el resto, si queda un reposo, excepto los

enfermos, que tienen que seguir, si no son más que aficionados, a la soledad

absoluta.

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A las tres de la tarde, los espectadores son admitidos en la plaza; la fiebre de la

multitud en el lado soleado de la concavidad norte del circo (la parte local que está

separada para ellos); aquí están los mejores lugares, y los candidatos exitosos y no

exitosos han luchado por ellos, a cambio del costo de un ingenio de alto sabor.

Poco después, el lado sur con sombra comienza a llenarse con muselinas y chales

que se agitan; la atmósfera se hace más perfumada y paradisíaca, y el sexo

femenino selecciona sus posiciones favoritas. Una banda de música hace todo lo

posible para mantener la impaciencia de los espectadores, que comienza a

manifestarse por signos inconfundibles. Sin embargo, tienen que esperar una mortal

mitad de hora, hasta las cuatro de la tarde, cuando finalmente dará comienzo la

corrida.

Mientras tanto, los vendedores de fruta, limonada, confitería y mercancías variadas,

a través de la concurrencia, ofrecen bancos, con voces estridentes, así como sus

delicias. demandas personalizadas de los hombres jóvenes, deseosos de una

reputación, por su valentía, para ofrecer la más dulce de las golosinas en los altares

donde se venera. Pero aquí no termina con su deber; se espera que gasten toda su

elocuencia para convencer a sus deidades con el objeto de que acepten la oferta.

La primera parte de su deber realizado, sin lo cual, esto último sería considerado un

pedazo de torpeza imperdonable.

Las damas mexicanas son tímidas al comer en presencia de los hombres, un

sentimiento originario, muy probablemente, en el deseo de confundir a todas las

dudas de su composición etérea.

El hecho es que las reuniones de convivencia, como las glorias en Europa, son

desconocidas; y, cuando se intenta, terminan en fracasos ridículos. si la falta de

costumbre produce esta discrepancia, no lo creo saber; pero nadie que no haya

hecho el experimento puede tener una idea de la cantidad de tonterías que se

sucitan. Es necesario hablar antes de una señora que va a comer como una mortal

común. Por fin están convencidos, y luego comienza la comedia de una lucha entre

la inclinación natural de comer y el deseo de mantener su dignidad en circunstancias

desventajosas.

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Además, la mayor parte tiene que ofrecer la oportunidad de dar a la gente una idea

de lo pequeño que sea el bocado, los cuales deben ser de un tamaño tal como para

entrar en una boca, al tiempo que se ofrece una sonrisa, que también puede mostrar

cómo son las perfectas hileras de dientes de perlas. La totalidad del proceso es

llevado a cabo con el aire de un mártir, sufriendo tal tortura de sus sentimientos sólo

por su bien. Debo remarcar, como una cláusula de excepción, para la comprensión

del lector, que las damas nunca intentan tales aires con un extranjero, a menos que

estén completamente seguras de que los sondeos de su intelecto están a la altura

del de sus compatriotas. Todo el tiempo en que, aparentemente, las lenguas están

acaparando la atención de los oyentes, otras comunicaciones, las preguntas y

respuestas están cruzando el aire en silencio. El electromagnetismo del ojo está en

pleno funcionamiento, y los aficionados asistentes, con todo su poder, envían esos

diálogos telegráficos.

Para los no iniciados, un abanico, por su agitación, sólo transmite frescor a su

propietaria; él no ver el ardor de estómago que transmite a la persona que esta

observando el movimiento caprichoso, hasta que al final es presionado al seno,

como indicativo de las emociones en su favor cuando va pasando por allí.

Nunca debería terminar describiendo el conjunto de la maquinaria en movimiento

para atrapar y ser atrapado; pero una trompeta sonó de repente y anunció el

comienzo de la actuación y me salvó de ese dilema.

Veamos a la arena. Desde el este se abre la puerta, lo toreros entran en el ruedo,

ataviados con ricos y lujosos trajes de Andalucía, y envueltos en sus Capas. De dos

en dos, marchan en procesión frente al asiento del gobernador y el arco. A una señal

de este último tiran de sus capas, y se dispersan sobre el ruedo, tomando sus

respectivas estaciones.

La tropa se compone de dos picadores, cuatro banderilleros, un matador, dos

lazeros, y dos payasos en máscaras. Uno de los picadores, al galope, toma la puerta

norte, y ocupa su puesto, con la lanza baja. A unos pasos de él. Otro sonido de

trompeta, y de la puerta abierta se precipita el toro, manchado en blanco y rojo. Al

mismo tiempo, la lanza del picador entra en la espalda de la res, cerca de la cresta

de los hombros: el toro no se oculta, se desvía de su camino y se apresura contra

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el picador en el centro de la arena. El otro picador galopa hacia arriba: a diez yardas

del toro que se detiene. Con el pico de la lanza desafía al toro. Los banderilleros,

hacen oscilar sus capas alrededor en sus manos, para atraer su atención hacia el

picador. Por un momento, el toro echa la cabeza de un lado a otro, mirando

furiosamente a sus adversarios, indeciso, sólo para decidir a cuál de ellos va a

aplastar primero. Todo, una vez que se delimita en el picador, a quien galantemente

destaca como el más formidable de sus enemigos.

La lanza se encuentra con su espalda, pero se desliza hacia adelante, rasga sólo la

piel. El toro sin comprobar en su carrera, tira al caballo y al jinete, con un choque

que sacude la arena. Un confuso montón de polvo que se retuerce en el suelo, bajo

los cuernos del toro sin piedad; pero los banderilleros están allí, balanceando sus

capas rojas y estampadas y gritando; el toro levanta la cabeza ensangrentada y, en

un momento, persigue a una multitud que huye, dejando a su vencido adversario

atrás. Los asistentes tienen venir, mientras tanto, para ayudar al picador caído,

quien ha perdido el sentido; lo sacan de debajo de su caballo, y lo se lo llevan; pero

sin una herida, tan pesados son sus pantalones de cuero que protegen y encierran

las partes más expuestas al alcance de los pitones del toro. Su caballo, después de

no pocos esfuerzos, se pone en pie; pero la vista es repugnante; trata de caminar,

pero con sus pasos, pisa sus entrañas y se hunde en el suelo.

El primer picador ahora galopa hasta el toro, el cual, mientras tanto, ha renunciado

a una infructuosa búsqueda. Allí está, ahora de nuevo en el centro del campo,

respirando con dificultad por el esfuerzo violento. Sus heridas le han cubierto de

sangre; en sus ojos hay destellos de furia; su boca está llena de espuma, y arremete

sus flancos con su cola. El picador lanza su sombrero al suelo delante de él, como

un guante de desafío; el toro, con sus pitones, lleva el sombrero hacia arriba,

perforándolo y marca los límites en contra de su enemigo. El ataque se ha nivelado,

el toro recibe la punta de la lanza; el picador, casi se duplicó en estatura, se inclina

sobre el eje temblando; el caballo se inclina, derivado del peso del ataque del toro,

la furiosa presión cede ante el musculoso brazo del picador. Lo cual acarrea el

aplauso atronador que premia la hazaña; el picador se desengancha de su lanza, y

estimula su caballo al otro lado de la arena.

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Otro sonido de trompeta, los banderilleros tiran sus capas de distancia y toman, en

cada lado, unas banderillas. Un joven, guapo compañero corre ágilmente hasta el

toro, que ahora está estampado y parado hasta la tierra, arrastrando los pies y

arrojarla al aire. El banderillero aplaude los dos mástiles juntos, el toro se inicia, da

un vistazo a su tortura y se precipita hacia él. El cuerno del toro parece casi hasta

rozar su pecho; pero, a medida que pasa la bestia, él le pega las banderas en su

hombro derecho.

El dolor causado parece ser agudo, y las cintas rojas, que adornan el toro en contra

de su voluntad, le hacen muy favorables. Se echa sobre la cabeza, sacude su

cuerpo masivo, que sella con patadas, y mugidos; pero, como las avispas

maliciosas, los nuevos apéndices se adhieren a él, a pesar de todos los esfuerzos.

De repente comienza, de un salto, y, por evoluciones rápidas, impulsa a los artistas

en un cuerpo de distancia hacia la multitud confusa. Picadores, payasos, matador,

banderilleros y lazeros, no tienen tiempo para respirar. Los jinetes están un poco

fuera de su alcance; algunos de los hombres de a pie saltan, con la ayuda de sus

manos, al recinto de la altura del pecho, y otros, después de ganar un poco de

terreno, evitan su persecución. El toro es aplaudido, y otro banderillero viene hacia

adelante. Su forma es delgada, pero bien de punto, una imagen de la agilidad. Hace

buena su promesa, juega con el toro; alrededor del toro, siempre cerca pero nunca

a su alcance. El toro roza su chaqueta dos veces, y un fragmento de algunos

bordados cuelga de sus cuernos. Una vez más se precipita hacia él; justo delante

de él; que se coloca en la punta de los dedos de los pies; los brazos extendidos

hacia delante con las banderillas; todo su cuerpo se estremece con elasticidad; el

siguiente instante, por una asombrosa suerte, que salva a su pecho de los cuernos

de toro, después de haber plantado una bandera de forma simultánea en cada

omóplato. Otro aplauso atronador casi ahoga el sonido de las trompetas que

anuncian el rendimiento del matador.

Una figura atlética, envuelta en una capa de color rojo sangre, una espada

envainada bajo el brazo, se acerca a los arcos y a la sede del gobernador. A una

señal de este último, desenvaina su espada de doble filo, la agita en cortesía a las

damas en las gradas, y se aparta, con su capa en la mano izquierda. El toro, con el

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adversario en un lado de la arena, respirando a sí mismo, y sacudiendo sus cuernos

enredados en todas las cintas, polvoriento y sangriento. Los ataques ineficaces de

los banderilleros parece que le han dado una lección de táctica.

Concentra su energía en ataques más cortos y súbitos; se encuentra más a menudo

a la defensiva, y toma menos aviso de atractivos para pasar su fuerza en ellos,

innecesariamente. el matador necesita de toda su agilidad, seguridad de los pies, y

rapidez del ojo, para evitar alguna certera embestida del toro. Los ojos del animal,

con un oscuro y siniestro brillo de incendio, y un bajo crepitante que precede a cada

ataque que hace. Cautelosamente el matador se mueve alrededor, observando, con

buen ojo, esperando el momento propicio para hacer frente al empuje mortal.

Todo intento perfila al toro a la defensiva; el manto rojo juega provocativamente ante

los ojos del animal que, poco a poco, va perdiendo la paciencia; comienza a rugir,

de manera que la arena se estremece y sobre sí mismo, en las nubes de polvo. De

repente, límitado y con el cuerno nivelado, en contra la capa roja. En un instante, un

brillo, como un pálido relámpago, desciende sobre el toro; el siguiente movimiento

sacude la arena con la caída del animal perforado, a través del corazón.

En medio de ensordecedores aplausos y adornos de la banda, el matador dibuja la

hoja roja de su postrado adversario, sumiéndose profundamente en la recepción del

reconocimiento de aplausos hasta que estos no hayan disminuido. Ramilletes de

flores, con anillos valiosos en ellos, dinero, baratijas, son derramados sobre él por

las señoras y caballeros.

Los payasos reúnen los dones, la puerta oriental admite cuatro mulas brillantes,

espléndidamente enjaezadas, se atan a las patas traseras del toro y salen a galope

con la canal de la res.

Generalmente cinco toros son asesinados en una actuación, y cuanto mayor sea el

número de caballos que se pierden durante el mismo, tanto más satisfactorio es el

rendimiento considerado. A veces, un toro resulta ser de una disposición de pacífico;

que se abuchea e inmediatamente se saca de la escena. Para efectuar su salida,

los lazadores lo atan, y lo arrastran hacia fuera ignominiosamente.

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En general, se escucha constantemente el rugido de aplausos o desaprobación,

siempre hay un coro distinguible con un líder de voces, que mantienen el espíritu de

cada infernal ruido, cuando todos los demás parecen agotados.

Este coro se compone de la hermandad de los aficionados. En el sentido general

del término,

A este respecto, se incluiría a todos los que están apasionadamente aficionados a

las corridas de toros; pero por el uso es aplicado exclusivamente a los conocedores,

se supone que sólo se encuentran entre las mejores clases. Son la mayoría de todos

los hombres jóvenes, y por lo general se sientan juntos en una camarilla, y son el

terror de todos los toreros torpes (toreros).

El más mínimo error o mala gestión de las leyes de la técnica, es devuelto

inmediatamente por un torrente de insultos; ingeniosos, a veces. Y ¡ay del que

muestre un síntoma de cobardía! para esto se hunde bajo volúmenes de

vituperaciones, acompañados con los ruidos más insoportables que pueden ser

artificiales.

Para un observador en calma, es muy entretenido para ver a estos hombres, en la

última etapa de su ira, su actitudes tensas en agacharse hacia la arena, con las

caras enrojecidas y con exageradas gesticulaciones; ellos rugen y gritan hasta que

sus gargantas están adoloridas y sus voces rotas. Los sonidos más ridículos de tubo

de falsete de sus pulmones agotados, sin embargo, atribuyen a su víctima, entre

otros oprobios, las genealogías más odiosas, trazando su descendencia de los

seres más heterogéneos; el mundo animal se agota para los paralelismos, y su

relaciones de sangre reciben una parte completa de su ira.

Todo esto se lleva a vociferation a menudo, a pesar del sonido de una poderosa

banda de música, que trata en vano de hacer una cacofonía indistinta.

Finalmente los poderes de los aficionados se agotan, y a menudo sufren de dolores

de garganta para un mes después. He conocido a algunos jóvenes hombres para

los que la autoridad de los médicos y unida a la de los padres, era necesario para

mantenerlas, desde hace algún tiempo, de una diversión por poner en peligro la

condición de sus pulmones.

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Tal es la locura producida por un espectáculo, que se considera, en todos los países

civilizados, excepto España, como bárbara. Sin embargo, la imputación de mal

gusto, y peores sentimientos, que esos espectáculos traen sobre las comunidades

que se entregan a ellos, no es otra cosa en comparación con la influencia del lento

veneno que entra gradualmente. La disposición adicta del constante sadismo

frecuentado por ellos; porque es bien sabido que una diversión en la cual la sangre

es considerada el mejor de los condimentos, debe pronto ser provocadora de la

disposición a la crueldad, sobre todo entre las clases menos educadas. Sin

embargo, en México, y en particular en los estados como Durango, existen

circunstancias que palian esta mancha, en el sabor y principios de la gente.

Grandes propiedades, llenas de ganado salvaje, eran originalmente, en España, la

principal causa de la costumbre de las corridas de toros. Esta causa, en magnitud

diez veces mayor, se sigue en servicio activo en México. Ahí los hombres tienen

que aprender, desde sus primeros años, ¿cómo desarrolar la cría del ganado

salvaje? y evitar sus peligrosos ataques, durante el proceso de captura y matarlos.

Es natural que los hombres más audaces deben, por prácticas y ensayos de todo

tipo constante, elevar su ocupación diaria a un tipo de arte. Sus compañeros acuden

a presenciar sus hazañas, y el ganado conductor se convierte en un torrero. Que,

de manera natural, se encuentra en un pueblo, de ser aficionado, a ser testigo de

hazañas, habilidad y audacia, en un arte tan perfectamente semejante a su

ocupación diaria. Si, a pesar de estas circunstancias atenuantes, el aumento de las

oportunidades de ver la sangre, debe tener una influencia en su disposición, creo

que el efecto será más bien la insensibilidad que la crueldad; y la insensibilidad a la

sangre no puede ser llamada así; una profunda mancha en el carácter de un hombre

que, como un soldado, tiene que combatir con las circunstancias en las que se

puede ver en su propia caseta, en cualquier momento.

La ocupación diaria de un caballero mexicano es dividida entre su caballo, unas

cuantas visitas, una novela traducida de Dumas, y un poco de juego en la noche.

Por supuesto, todos estos se dejan de lado, con la excepción, tal vez, del caballo,

siempre que cualquier amor de decisiones tenga para acabar. En Durango la

mayoría de estas personas, aunque apasionadamente aficionados a la música y

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poseedores del gusto y el conocimiento de la misma, eran intérpretes todos los

pobres, en lo vocal, peor que en el instrumental. Parece extraño y, a menudo me he

preguntado lo que podría ser la causa por la cual, en la mayoría de los países de

habla hispana de América, las buenas voces son tan extremadamente escasas.

Además de las atracciones antes mencionadas, frecuentes razas desvían su

intelecto y vacian sus carteras. Lo más destacable, noté en su estilo de las carreras,

es la corta distancia por la que, muy imprudentemente, se decide la contienda. El

tiempo de algunos de los señores también está ocupado por su servicio de escolta

a la "sexe", en sus religiosas excursiones, sobre todo en procesiones con antorchas,

que realizan los feligreses católicos en masa durante algunas noches. Este servicio

no siempre es realizado a conciencia, e incluso puede ser imaginado, como, por

ejemplo, cuando un hermano, tal vez, está generando tensiones en el cuello para

echar un vistazo a su justo distante, y pensando en las preferencias de sus

hermanas, decididamente ello implica la utilización de un arma de gran calibre;

mientras que, tal vez, en sus corazones, son de la misma opinión en lo que se refiere

al galán, y por causas similares.

En los casos de los caballeros que disfrutan de las bendiciones de un estado

matrimonial, este servicio se convierte en fundamental, en consideración y rigor del

rendimiento. Los maridos mexicanos, sin embargo son relajados en su propios

principios, aunque toman un tierno cuidado de las conductas de su esposa.

En comparación con la vida de las señoras europeas, la vida de una señora

mexicana es tristemente monótona. Toros, procesiones, y las misas, sin embargo,

frecuentemente, dejan largos intervalos: la alameda no siempre es atractiva, ni el

marido, la madre o el padre, o algún otro déspota, están siempre dispuestos a salir.

Pero la ausencia de placeres sociales más variados, tales como veladas, bodas

frecuentes, etc., da a las señoras mexicanas el tiempo suficiente para el cultivo de

las amistades entre su propio sexo y, si la privación de lo anterior las expone a una

falta de pulimento, esto último se recompensa dando a sus sentimientos un

interesante tono y profundidad, por lo que a menudo se pierden en los movimientos

volátiles de la vida de la moda europea.

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Su educación generalmente se descuida; pero su peculiar talento y disposición, a

veces compensan la falta de oportunidades para su cultivo y, de vez en cuando, uno

se encuentra con señoras que también han sido enviadas a Europa para ser

educadas, como es a menudo el caso hoy en día.

En las relaciones sociales con los extraños, su comportamiento al principio es tímido

y rígido; pero cuando se tiene superado el primer escalofrío, usted puede tener el

gran placer de descubrir una gran cantidad de ingenio natural y rapidez de intelecto.

De hecho, a medida que su primera recepción fue fría, tibia como posteriormente

sería, su confianza en usted (si se hace merecedor a ello); en directo es opuesta a

la manera de proceder en la moda la sociedad de Europa, donde todo lo nuevo tiene

una gran acogida, y, después de una cierta manipulación, con frialdad el nuevo

conocido es despedido; por lo mejor, si la amabilidad de moda no disminuye, rara

vez se incrementa, y rara vez hace el barniz duro de lo mundano, por lo que se

funden en la amable confianza.

Estoy muy lejos de creer que el trato este pulido de manera que sea incompatible

con la profundidad y el calor del sentimiento, para que, en imágenes, a veces se

pueda ver terminar el más alto efecto de la profundidad del tono irreprochable. Sin

embargo, pocos alcanzar dicha excelencia sin una ligera mancha. Pero, en algunos

casos, en superabundancia de sensación, se requiere temple de forma, un poco de

esmalte que serviría como una salvaguarda contra un sobreexcitado tono del

sentimiento, y este es el caso de las damas mexicanas.

La música es en general, el favorito entre los pasatiempos de la buena gente de

Durango, y hubo dos o tres buenos pianistas; una señora muy competente en la

guitarra, y dos o tres buenas voces. Una buena parte de su tiempo se ocupa para

adornar altares e iglesias, en los días santos, a cuyo efecto, una serie de ellas

generalmente contribuyen con sus medios y mano de obra.

Un nuevo convento, el de la Virgen del Carmen, se había establecido poco antes de

nuestra llegada, y su iglesia, pequeña pero bonita, se había convertido, por la clase

alta, en una especie de capilla del animal doméstico, de la cual se excluyeron los

vulgares, por un acuerdo tácito.

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Las razones de esta afección fueron dos: las monjas eran casi todas hijas de las

familias más pudientes, en consecuencia, sus relaciones y amigos. En segundo

lugar, aun no habían enviado, desde la capital, una monja carmelitana, para regular

la institución del convento, y el sacerdote a cargo era un hombre de elocuencia,

ingenio, y belleza. Estas fueron las causas que hicieron que la capilla siempre se

mirara como un pequeño paraíso de flores, e iluminado con cientos de velas

encendidas.

Muchas personas también pueden preguntarse: ¿Es este un buen momento para

erigir conventos, incluso en México? Sin embargo, sería aún más sorprendente si

supieran el grado de sencillez de carácter que provocó en las mujeres jóvenes el

ánimo para llenar las células de este convento.

La operación se llevó a cabo en la siguiente manera: El Señor Obispo de Durango,

tenía creído conveniente, en aquellos tiempos de generales aflicciones, de la

pobreza, y de asesinos de indios, que ha encontrado una institución meritoria, para

la operación de la cual se declarará a favor de los afligidos, al Tribunal de donde

estos castigos había sido expedidos. Por lo tanto presentó el asunto a los padres

ricos con hijas quienes, acto seguido, exhortaban a sus hijas para que aceptaran la

gloria de ser una ofrenda de paz y así alcanzar la salud general de las almas.

Las niñas, generalmente inocentes y sin experiencia fueron deslumbradas por el

brillo de la corona del martirio y, de este modo, se colocaron a su alcance, exentas,

como pensaban, de las dificultades.

Para ellas, por el contrario, parecía bastante agradable ser monja; y transformarse

en una persona altamente considerada, y cuya vida se pasa en medio de lo que es

más sagrado. Por otra parte, el vestido de las monjas Carmelitanas se consideró

muy devenir, y estas niñas deben haber visto, también, que las cantidades de dulces

que continuamente se estaban enviando desde los conventos como presentes, por

lo que fácilmente podrían concluir que las internas debían llevar una muy fácil vida

y, además de todo esto, ¿no sería una vergüenza decepcionar al Señor Obispo, que

es un excelente hombre?

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Tales fueron los razonamientos de la mayor cantidad, como yo los aprendí, palabra

por palabras de sus amigos, que todavía las visitaban con asiduidad, por los días

regulares de la semana, designados por las normas del convento.

En la mente de un gran número de niñas se encuentran, sin duda, algunos

corazones sangrantes, ocultando sus heridas del mundo, y que en el pensamiento

nunca se curan. Las tumbas de algunos devotos veteranos de reputación

profesional dieron el necesario aspecto al establecimiento. Una abadesa animada,

de mediana edad, y profundamente experta en la fabricación de dulces, mantuvo

una estricta disciplina.

Tales eran las habitantes del nuevo convento, cuyas paredes están construidas con

el más profundo disgusto de todos los jóvenes de Durango.

La monja carmelita, que fue enviada desde México, calculó muy bien para ejercer

una poderosa influencia sobre una congregación de mujeres de ardiente

imaginación. Sus sermones estaban llenos de imágenes brillantes de la litugia que

conmovían el alma de la Virgen. La monja despertó sus sentimientos más tiernos

como tributarios a su elocuencia, cuando habló de la madre de insondable bondad,

el perdón y la suavidad.

Cuando, con las manos en alto, las características nobles, y los ojos brillando con

entusiasmo, oró por la salvación de su rebaño, era extraño que a todas ellas (Es

decir, la parte femenina de su congregación) le deben amor, y debían amarlo más

que lo que un viejo predicador habría sido amado, y todos pueden imaginar que, si

la parte laica de su congregación, lo adoraba, lo que debe haber sido el estado de

cosas entre el rebaño confiado, enclaustrada a su peculiar cuidado. Cuando tuvo

que volver a México logró, por sus inauditas y hábiles maniobras, procurar que se

le hiciera su retrato, pintado bajo la apariencia de un San Pedro Pablo, ya que a

ninguno de los santos se les permite habitar en el interior de un convento, incluso

en imagen solamente. Cómo, después de eso, el culto a los otros santos les fue,

durante algún tiempo, poco posible imaginar.

Habíamos llegado a Durango el 27 de agosto; y para septiembre se había avanzado

mucho cuando, un día, tuve la oportunidad de ser testigo de la entrada de algunos

soldados mexicanos, después de una victoria sobre los Indios.

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Una mañana, un sonido fuerte de llamada de las trompetas que venía desde el

balcón por las ventanas y por una calle de enfrente, vi la marcha de una tropa de

lanceros, desfilando lentamente hacia la Casa de Gobierno.

En el centro de esta tropa montada, dos cabos sostenían dos cabezas de indios en

las puntas de sus lanzas, y varios oficiales, con las espadas desenvainadas,

rodeaban, pomposamente, este centro de atracción.

La multitud, en la exuberante alegría por la derrota de sus archienemigos, se

aprisionaban alrededor de los caballos de los guerreros quienes, conscientes de su

mérito, cabalgaban lentamente y con el cojinete señorial entre la multitud de sus

admiradores. Pronto supe los detalles de esta victoria.

Parece que una finca de ganado, ubicada a unas diez leguas al este de Durango,

había sido atacada por un grupo de unos cien indios. Los habitantes, después de

una breve resistencia, lograron escapar, y comunicaron la noticia a un

destacamento de soldados estacionados, en ese momento, a pocas leguas. Un

oficial activo para estar al mando, inició la marcha contra los indios y ordenó

inmediatamente.

Un centenar de jinetes de la caballería y un ciento de infantería arribaron a la escena

de la acción a tiempo para sorprender a los indios, quienes fueron dispersados en

el acto de robar, atrapar y matar el ganado en una amplia llanura. Los indios se

dieron a la huida; los de a caballo pronto se recuperaron y volvieron a cargar contra

la caballería en una línea abierta, con lanzas niveladas. Al amparo de esta

maniobra, sus hombres de a pie pudieron escapar, y tomaron posiciones ventajosas

detrás de unas piedras, o cualquier desnivel del suelo.

La carga de la caballería de los mexicanos fue rota por la carga de los indios, pero

sobre ruedas, y trabaron otro combate, ahora mano a mano, en el que se dio muerte

a seis de ellos. Mientras tanto, las infanterías de ambas partes se batieron en

escaramuzas; en las que, sospecho, los mexicanos, con poca cobertura y menos

habilidad en el uso de ella, se llevaron la peor parte.

Los jinetes indios, después de haber sido dispersados, iniciaron la búsqueda de sus

seis compañeros y retornaron furiosamente a la carga, para recuperar sus cuerpos.

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Los indios lograron atraer a cierta distancia de cuatro de ellos, y por fin huyeron,

una vez que la infantería había llegado hasta el apoyo de la caballería. Varios de

los mexicanos fueron muertos en este encuentro en el que fueron incapaces de

aprehender a sus enemigos; pero sospecho que pagaron un desproporcionado

precio por las cabezas de dos indios.

La peculiaridad de los indios, es que en todas partes se arriesgan sobremanera en

la recuperación de los cuerpos de sus muertos, lo cual se debe en parte por el deseo

de darles el último ritual, mismo que los mexicanos nunca han sido capaces de

determinar y, en parte, por el conocimiento de que cada una de sus cabezas tiene

un valor de doscientos dólares para sus captores. Pero casi nunca tienen éxito en

este cometido, y los mexicanos sólo como una rareza logran conseguir de vez en

cuando una o dos cabezas. Esto puede sólo puede explicarse por un análisis más

detallado de la respectivas cualidades de los antagonistas.

El indio, y en particular el Comanche, es heredero nacido de una trama de atletismo

e impávido espíritu. Mucho antes de que pueda levantar la proa de su padre o la

lanza, ya es competente en los principios de su uso, por tener, como sus únicos

artículos de juego, un arco en miniatura y la lanza. Él se pone en la parte posterior

de un caballo cuando sus piernas apenas pueden llegar a mitad de la altura por la

costillas del caballo; y sin embargo, él indio tiene que mantener el equilibrio y

conservarlo en el trote, el general ritmo de la cabalgata de las mujeres es igual, con

equipaje y caballos para que los enseres no se echen a perder. El sol, la lluvia, el

viento y el frío han bronceado su piel, hasta que las ropas resultan artículos

superfluos, y sólo ellas piensan en adornarse.

La maduración es temprana en un joven guerrero que, como el joven pantera, sigue

el antiguo proceso en la persecución del ganado. En las inmensas propiedades de

las provincias del norte de Durango, el indio mira al ganado como su posesión, y a

partir de ella se extrae su suministro anual de alimentos y medios de locomoción.

Caballos y mulas, son animales que viajan rápido y son arriados por los indios a los

límites de los Estados Unidos y cambiados por fusiles, polvora, y mantas. A pesar

de que son expertos en el uso del rifle, generalmente sólo lo ven como un un artículo

yankee hecho para la venta, pronto el arma, al no ser limpiada debidamente, queda

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inservible y empolvada y las tapas tapadas, por lo cual se regresa a su arco, arma

en la cual el tiempo y el descuido no tienen ninguna influencia.

Su imagen a caballo es imponente. Montado en el más rápido de la raza mexicana,

con una manta en lugar de una silla de montar, su cuerpo desnudo pintado de rojo

y negro, el arco y el carcaj colgando de su espalda, con sus adornos sobre el flujo

de sus cueros cabelludos, perlas, etc., en la mano derecha que balancea su lanza,

y en el brazo izquierdo que lleva un escudo redondo.

Este último es de uso infinito para él: está hecho de cuero fuerte, que cubre la mayor

parte de la porción superior de su cuerpo, y resiste los golpes desde una larga

distancia. Para evitar ser golpeado en un ángulo recto, lo mantiene en constante

movimiento, de modo que los proyectiles reboten en general. Está salpicado por

todos lados con piezas de bronce, perlas y espejos.

Cuando se enfrentan a los fusileros, atrapan los rayos del sol en el escudo, y tratan

de confundir su vista al reflejar la luz en los ojos de sus enemigos.

Sin embargo, todo esto puede ser calculado para intimidar a sus enemigos, no es

nada comparado con el terror que su imaginación evoca cuando se recuerda el éxito

infalible de los indios, su implacable crueldad, y su ferocidad animal.

Esto da al indio un gran prestigio por su infinita superioridad moral, y ese es su mejor

aliado. Sus tácticas son también bien calculadas para asegurar la victoria sobre un

enemigo para quien, el conocimiento militar se limita, hasta ahora, a una armadura

difícil de manejar.

Los órganos operativos de los indios están compuestos, en general, de a pie y de a

caballo. Los últimos caballos o bien son conseguidos, por súbito avance o se

escapan o saltan detrás de los jinetes, en caso de emergencia. Un combate abierto

es iniciado siempre con dos o tres ataques simulados de los caballos, en los que se

involucra la atención del enemigo con gritos y blandiendo las lanzas. Bajo la cubierta

de este avance, los de a pie tratan de avanzar lo más cerca posible, teniendo todas

las ventajas de cualquier accidente del terreno. Entonces comienzan un fuego

certero. Si ellos tienen sólo flechas, su objetivo es no sólo la cabeza, sino también

el pecho de los mexicanos. Los indios se cubren a menudo con una coraza de

escamas de piel o de acero. Sus flechas no son peligrosas a una distancia superior

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a cincuenta yardas, y muy pocas veces se logra la fractura de un hueso, si no se

dispara desde una distancia mucho más cercana. Esto podría ser atribuido, en

parte, a que tienen sólo la punta de la flecha es de sílex.

El terreno de su teatro de la guerra, en los estados de Durango y Chihuahua, es

singularmente favorable a todos sus movimientos estratégicos: interminables

extensiones de nivel perfecto, cruzado con las montañas desnudas, casi todos los

lugares accesibles a los buenos caballos, y llenos de lugares de retiro y pasos

defendibles, bien conocidos por ellos, por un deambular constante durante años. En

este inmenso territorio una escasa población está dispersa; aquí solo hay una

ciudad, y algunos pocos caseríos; el resto son fincas de ganado.

Todos los movimientos de los indios son repentinos y rápidamente aparecen como

caídos de las nubes, en algún lugar; y soportan toda resistencia, si es que la hay;

recogen los caballos, mulas, ganado y las mujeres que desean llevar; matan y

destruyen lo que no pueden llevar; y todo esto se lleva a cabo en pocas horas.

Cuando la noticia del desastre llega a un lugar donde la resistencia o retribución

están a la mano, los indios tienen que poner una distancia segura entre ellos y las

ruinas humeantes, donde los familiares pueden buscar los cadáveres de sus

parientes.

A menudo, después de haber apenas ocultar sus despojos, se aparecen, golpeando

el terror y la confusión, por algún lugar en una dirección diametralmente opuesta a

la de su primera incursión. Esto da lugar a erróneos cálculos en cuanto a su número;

así las dos acciones distintas se atribuyen a dos diferentes partidas, mientras que,

en realidad, se trata de solo una y la misma partida ha realizado ambos ataques.

También se permiten el lujo de moverse rápidamente, como los caballos muertos

en el galope de un día se sustituyen sin costes, del gran número que los acompañan,

de la finca de ganado más cercana. Se dice que logran, con facilidad, cabalgar a

cientos de millas en un día, sin apuros y con no demasiado cansancio Este modo

de la guerra es afín a su hábitos, que son nómadas. Tres días es su estadía más

larga en un lugar determinado. De allí surge la dificultad de sorprenderlos, o incluso

de seguirlos.

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Tal era su modo de hacer la guerra y tal, en la medida de sus medios, en el momento

en que estaba en Durango. Hubo una época en que eran mucho menos temibles.

Sin embargo, cuando, procedentes de los límites de los estados del oeste de

América del Norte, llegaron por primera vez a Chihuahua y el norte de Durango, se

encontraban agotados por el largo viaje y su espíritu estaba roto, estaban

escasamente armados, y casi todos andaban a pie. Ese fue el momento en el que

un centenar de rancheros bien montados podrían haber aplastado el mal de raíz.

pero la ausencia del espíritu público, un egoísmo despreciable, una indiferencia a

los sufrimientos de los vecinos, y una encaprichada ceguera a la más evidente de

las consecuencias, permitió a los indos las depredaciones, causadas por necesidad.

En la impunidad. Los indios crecieron de manera más audaz. Pronto estuvieron bien

equipados y con caballos, y cuando se dieron los primeros pasos para reprimir el

mal, los medios han demostrado ser insuficientes, tan repentino había sido el

crecimiento del enemigo.

Cada vacilación sucesiva, en cuanto a la adopción de una política de soluciones

enérgicas, fortaleció el espíritu del adversario, hasta que al fin, el conjunto en el

campo abierto, se había convertido en territorio inhabitable, mientras que las

ciudades y grandes fincas de ganado, protegidas y defendidas con muros, zanjas y

torres, eran los únicos lugares que comparativamente ofrecían la seguridad de vidas

y bienes.

Los soldados, recorriendo el país en todas las direcciones, nunca llegaron a tiempo

al lugar correcto o, en caso afirmativo, fueron golpeados, o sufrieron grandes

pérdidas. Tampoco las ricas minas de plata en las montañas, podían ser trabajadas,

si no estaban protegidas por una gran comunidad y soldados. Todos los trenes de

mercancías tuvieron que ser acompañados por un gran número de soldados y

voluntarios y, a pesar de todo eso, hubo fuertes pérdidas por los ataques que los

indios ejecutaron con increíble audacia. El pánico parecía haberse apoderado de

los corazones de todos los que se llaman a sí mismos hombres y el calificativo de

cobarde, que es el que más se merecen al ser nombrados, no se escuchó entre la

multitud.

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Para colmo de males, como muestra de cómo sus enemigos los despreciaban, una

partida de esos indios al galope, un día, a través de los suburbios de Durango, en

castigo de unos pocos individuos, se llevaron a algunas mujeres. Esto pasó, no

mucho tiempo antes de nuestra llegada.

La clase social baja es en la que los miembros de tropa del ejército son reclutados,

representan un buen filón para el entrenamiento y alistamiento de soldados siempre

que sea necesario. Los hombres, aunque por lo general son de baja estatura, son

de músculo fibroso, con ágil y rápida visión y son capaces de soportar la fatiga y

las privaciones. ¿Pero cómo sucedió que se comenzó a reclutar a esos hombres

para transformarlos en soldados? Las primeras medidas adoptadas para tal efecto

impidieron por completo el éxito de la empresa, como se emplea el sistema de leva,

eso acaba con la oportunidad que queda por hacer buenos soldados de esos

reclutas forzados.

A pesar de esto, lo anterior se neutraliza por el resto del proceso. El gobierno sólo

cuenta con las clases más bajas para elegir, los jóvenes de las clases bajas intentan

gestionar a veces, para evadir tan eficazmente toda persecución, que los

reclutadores del ejército se ven obligados a recurrir a un exceso de llenado de

prisiones, para reclutar la suficiente tropa para el ejército. Así, un veneno moral se

introduce en las filas donde, por otras causas, se facilita y se propaga una infección

general.

El escaso pago, a menudo es retenido de manera deshonesta por los pagadores,

que producen largos periodos de hambre real entre los soldados. Esa es otra de las

causas auxiliares de la infección moral. Los familiares del soldado hambriento: su

esposa, hermana o novia, tienen que contribuir para la comida con él. Si son

demasiado pobres para alimentarlo y el soldado además es vicioso, se echa mano

de la prostitución para lograr pagar la cena. En caso de que los familiares fallen, o

duden en emplear esos medios, no queda nada para el recluta, a menos que sea el

robar o morir de hambre.

¿Cuántos de aquellos prefieren ser los últimos? Si cualquier recién llegado a su

madriguera, el Cuartel (o los cuarteles) siente escrúpulos de conciencia, en un

principio. Aunque de manera general, los escrtúpulos muy pronto desaparecen.

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La disciplina, por ejemplo, en lo que respecta solamente el respeto de un superior,

se hace cumplir de manera rígida, toda vez que sus leyes son a menudo

caprichosamente interpretadas. Por lo cual, de manera corrupta, las normas se

violan, sin castigo. Ello representa una ley de muchos y casi todos los reclutas se

transforman en informadores alentados por sus superiores. Cada chispa de espíritu

está a merced del humor o capricho de los oficiales, que tienen el poder de aplicar

el castigo corporal.

Algunos pueden pensar que este último mal es necesario entre personajes tan

depravados, o al menos que no son tan sensibles, en medio de tanta depravación

moral, pero ello es erróneo, al menos de los hombres de los cuales se espera que

enfrentarán la muerte sin que se deterioren. Por ello, nunca deben ser sometidos al

tratamiento brutal de manera tan degradante, ya que no es posible imaginar que

para un hombre pueda ser nula toda la moralidad o la honestidad, y sin embargo los

soldados pueden poseer el valor del lobo, que es la base suficiente para alimentarse

incluso de carroña. Pero esta calificación esencial para un soldado se destruye,

siempre que el palo cae sobre su espalda. Para él, o bien se convierte en un cobarde

o actuará en contra de su oficiales.

El uniforme de los soldados, para el servicio de todos los días, es desigual, lo mismo

que para los desfiles. Son de un desteñido, llamativo con galas, que forman, con los

pies descalzos, el más curioso contraste posible. La infantería está armada con fusil

y bayoneta. El fusil es de segunda mano, y rara vez útil para un disparo penetrante,

el único método eficaz contra el indio. El piel roja siente una exaltada veneración

por el rifle. Esta desventaja en el armamento de los soldados, podría ser mejorada,

en parte, por su aguda vista, naturalmente se incrementa, por parte del gobierno,

por la poca práctica que se permite a los soldados, para llegar a ser buenos

tiradores.

Las dotaciones de cartuchos nunca son abundantes para los reclutas, y se les

economiza, casi en su totalidad, tirando solamente en la acción.

El uniforme de la caballería está casi en una condición similar al de la infantería, a

veces un poco mejor, pero al ver las espuelas en los pies descalzos, en los estribos,

hace que estos soldados sean el hazmerreír del cosaco más miserable. Están

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armados con lanza, sable y carabina. Para el uso de la lanza y sable, cada mexicano

muestra un talento natural, la agilidad y la rapidez de la mirada y el uso del arma

blanca es su fuerte. La carabina es como una pistola de juguete inútil, peligrosa, a

veces, sólo para el portador de la misma. Como el material original es malo, y la

edad y el pulido duro, estas armas han dado en una tendencia a la explosión

caprichosa.

El mexicano, de todas las clases, nace como un buen jinete, particularmente en los

estados como Durango y Chihuahua, pero no siempre son buenos con su caballo.

Esto preparará al lector a aprender que los caballos de la caballería son miserables

rocines. Esta paradoja, en un país lleno de buenos caballos, puede ser atribuida, en

primer lugar, a la mala elección original de la compra, por falta de medios o por

peculado, en segundo lugar, a la falta de disciplina en la atención los caballos, en

tercer lugar, al servicio duro en la búsqueda de los indios, que cambian sus caballos

dos o tres veces en un día, mientras que el lancero utiliza su única bestia hasta que

se desfallece de agotamiento.

El pienso para los caballos nunca es abundante, mientras que el alimento de los

hombres también es escaso; toda vez que no se les da en abundancia, el agente

encargado de las vituallas maneja a su antojo el hambre de los soldados y vende o

intercambia parte o la totalidad de ellas, por caballos u otras cosas, por tanto, no

son convenientes en el servicio militar mexicano. Las mejores comidas son magras,

y en general los caballos tienen dolor en la espalda, y se mantienen en ese estado

hasta la última hora, cuando sus enterradores impacientes, los zopilotes,

comenzarán su fiesta a costa de los pobres animales, bastante antes de que han

terminado su vida. "¿Quiénes son esos agentes corruptos?" todo el mundo se

pregunta, cómo los hombres pueden sobrevivir donde los agentes son peores que

ellos. Esos oficiales de grado, que son los más esenciales para mantener la

maquinaria de la disciplina y el orden en el movimiento y buenas condiciones, son

sobre todo personajes que consideran a los demás como los desechos. Algunos

son profesionistas, hijos de familias lo suficientemente respetables y les confieren a

los mismos pretensiones al exterior, insignias de un caballero, pero nunca intentan

ascender más. En los rangos más altos, se enuentran los hijos de las mejores

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familias, su educación, en cuanto a la información general, es buena, pero su

formación en la ciencia militar se descuida.

El valor, como el principal atributo del oficial europeo, como un inflexible coraje, es

raro entre ellos y las personas, a las que se le encarga, a nombre cobarde, se

encuentran entre ellos. Comparando oficiales y soldados, el valor es más común

entre los últimos, pero constantemente son mal aprovechados, lo que lleva a los

fracazos, bajo los malos líderes. Lo anterior extingue la autoconfianza que es el

alimento del valor.

Siendo la condición del valor el único remedio, el gobierno aplica al mal, la agresión

de los indios, hasta qué punto el primero es capaz de hacerles frente, esto último

puede ser imaginado con facilidad. Esta representación del deplorable estado del

ejército mexicano se refiere en particular a las tropas lejos de la capital; el general

Santa Anna, en 1853, tenía un mucho más eficiente y mejor acondicionado ejército,

seleccionado de entre los mejores hombres de la población que las provincias

podían ofrecer.

Probablemente le pareció oportuno no entrometerse con esta disparidad entre las

fuerzas bajo su propio mando y los descontentos suscitados en las provincias. En

la ciudad de Durango, tuve el placer de conocer a dos o tres excepciones nobles de

la escoria general de los oficiales; particularmente un capitán, llamado Navarro,

cuya valentía y éxito comparativo fueron lo más notable en circunstancias tan

adversas para ambos.

Para un europeo, el mal gobierno de un país, debe parecer casi increíble; pero en

un grado aún más bajo de egoísmo de los ciegos en la política del gobierno fue el

objeto de mi observación, en el momento de mi visita en Durango. Los impuestos

ordinarios, tales como el impuesto de capitación, los de licor, en tierra, minas,

exportación e importación de determinados artículos, no eran exigidos solamente

vigorosamente, en un momento de angustia en general, causada por el mal

gobierno, pero se incrementaron.

Es más, se añadió un impuesto, que pesaba sobre todo para los pobres: se le llamó

Peage. Este consistía en que, por cada bestia de carga, o por montar a caballo, se

tenía que pagar un impuesto al entrar en cualquier zona del mercado. Lo única

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fuente de ingresos que el pequeño agricultor tenía para la obtención de dinero fue

gravado y, por lo tanto, en un momento dado, sin estos impuestos, aplicados a sus

cultivos, apenas se obtenía la pequeña ganancia, suficiente para mantener a su

familia.

De pronto apareció un rayo de esperanza para la redención de la desesperación

general. Una propuesta que se hizo para el Gobierno, por parte de un rico caballero,

un hombre de talento conocido, que disfrutaba de la confianza de todas las

provincias del norte, y que tenía por objeto el exterminio completo de las atrocidades

cometidas por los indios.

La propuesta se especifica de la siguiente manera: Él se comprometia con el brazo

y el apoyo, a sus expensas, de una guerrilla compuesta por elementos naturales y

extranjeros. Su organización y mando iban a estar bajo su dirección. Se ofreció a

hacerse responsable de todos los daños causados por los indios, después de un

lapso de dos años, a partir del inicio de las operaciones activas. Adujo prueba de

que su fortuna tenía la suficiente seguridad para que, en la medida necesaria de tal

compromiso, él exigiría, como reembolso de su inversión, los impuestos habituales

en sus minas de plata, que no se podían trabajar en las circunstancias existentes,

en las provincias de Durango, Chihuahua y Zacateccas.

El número exacto de años que él pidió para cumplir con su compromiso, no estoy

muy seguro, creo que no excedía mucho la cantidad de cinco. No cabe duda de que

era una retribución adecuada, si se tiene en cuenta que el estado de Durango

exportó, anteriormente, por Mazatlán, un millón de dólares de plata anual, y que la

exportación desde Zacatecas había superado esa cantidad. Pero el hombre que se

sumerge en un monedero perdido está, ciertamente, bien sometido a una parte en

la que un empresario no puede maniobrar. Para el momento en que se presentó el

proyecto al gobierno, el público ya estaba convencido de la eficacia de su plan,

mediante experimentos en una escala más pequeña.

Sus extensas haciendas de ganado y de los municipios, las minas de plata en el

estado de Zacatecas eran habitadas por una raza robusta, de rancheros mineros.

Entre ellos escogió, al más confiable, y se presentaron con una buena dotación de

rifles. Alentó de tiro al blanco, mediante concursos y premios. Cuando la tropa se

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había convertido en competentes tiradores, les dieron corazas de cuero a prueba

de flechas y espadas, y los montaron en rápidos caballos. Poco a poco se les

convenció de su superioridad sobre los indios, por su capacidad para derrotarlos

mientras los mantenían a cierta distancia, donde su brazos no eran de ninguna

utilidad. Con esa autoconfianza creada, estos hombres se convirtieron en el terror

de los indios en sus territorios. Pronto se dio un gran combate en los límites de El

Gavilán, la principal mina de plata, que ya era vigilada por los fusileros de la guerrilla

del mismo nombre.

Ese poder paramilitar, también ayudó a su vecinos, quienes no aportaron nada de

todo esto. Cada uno vio la posibilidad de aliviar al país de su maldición; y cada uno

esperaba a que el gobierno interviniera y sancionara positivamente esa empresa de

extrema urgencia, por lo seguro del éxito obtenido.

Un período de ansiosa expectación siguió. Las negociaciones pasaron por todas

esas tediosas formas oficiales, tanto en las más débiles, como en las más fuertes

de los gobiernos. Por fin, en algún momento en octubre, la respuesta se dio a

conocer: ¡No aceptado! La razón aparente era, que el ejército era suficiente para

todos los propósitos de defensa y seguridad. No hay duda de que Santa Anna fue

influenciado para decidir en consecuencia, por temor a los celos por parte del

ejército, su único argumento, es que podría considerar el proyecto como un insulto

directo y demasiado público de su ineficacia, así como el miedo a poner el poder en

manos de un hombre de talento, en las provincias distantes, otra razón posible para

su respuesta, es que le causaba escozor bajo la opresión.

En resumidas cuentas, podemos no ser injustos hacia Santa Anna, en atribuir a él,

en este asunto, la sensación del perro del hortelano, con un sentimiento bastante

de acuerdo con los envidiosos y apoyar la disposición que lo caracteriza.

Así, este proyecto saludable y meritorio cayó al suelo; pero el nombre de su autor

siempre se ha mencionado con estima y el respeto por todos los mexicanos de las

provincias del norte. Su nombre es Granados; él es un guatemalteco por nacimiento

quien, después tuvo la oportunidad de relacionarse con su familia en Guatemala y

encontrado, como se verá más adelante, de alta respetabilidad.

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El médico y yo no podíamos dejar de simpatizar con los nativos pobres, cuando en

la absoluta desesperación, el futuro parecía hundirse en ellos y lo sentimos tanto

más, cuanto que ya había disfrutado, en la imaginación, la perspectiva de una

oportunidad para aprender más de los indios, mediante la unión con la guerrilla de

Granados, durante un tiempo.

Bajo el gobernador Moreto (Mariano Morett) se intento de hecho, en 1849,

conformar una guerrilla de extranjeros. Con un grupo de aventureros, para el

vellocino de oro del oeste de Durango, pasando por su camino a Mazatlán y San

Francisco. La partida estaba compuesto la mayoría por algunos griegos del

hemisferio occidental, unos hijos de la verde Erin, y uno o dos teutones.

El Jasón que conducía esta expedición era un esperanzador capitán de la caja, que

se había mantenido como comisionado subordinado en la guerra mexicana.

El gobernador los propuso para combatir a los indios, a razón de doscientos dólares

por cabeza de cada indio, entregado en buenas condiciones. Ellos aceptaron el

contrato, y regresaron poco después con unas cabezas de muestra, pero el

gobernador vaciló sobre el pago, por el hecho de algún artículo u otro del contrato

se dijo que había sido violado por ellos. Se sucitó un desacuerdo mientras la

siniestra insidia y las malas lenguas susurraban que sus muestras no habían sido

genuinas, pero se asemejaban fuertemente las cabezas de algunos indios pacíficos

que viven en Pueblo Nuevo y otros pueblos al noroeste de Durango.

El mal éxito de estos extranjeros generó entre los mexicanos, por un momento, el

error de pensar que todos los extranjeros son incapaces de hacer frente a los indios,

sobre todo si hubieran familiarizado con las cualidades del famoso cuerpo de

marines de a caballo, toda vez que nunca se habían empleado los argonautas

montados.

Un escritor alemán peripatético, al servicio del libro-arte de Leipsig, después de

haber oído hablar de las aventuras de esta partida, los consideró como un tema que

podría ser el capital de una pieza literaria, los describió de la siguiente manera:

Cuarenta héroes de los estados del oeste de América llegan a Durango. Durango

está de luto; pues los indios habían asediado la ciudad y exigían ya, el precio del

rescate por la vida de las mujeres que habían secuestrado

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Saliendo de la ciudad ilesas, doscientas vírgenes de las mejores familias, Después

de muchas dudas dolorosas, la demanda se había cumplido, y las vírgenes sólo se

han apartado. Hinc illce lacrimce lamentos y gemidos en Durango. Pero los

sentimientos de los hijos de la libertad ahora se despertaron, y en adelante se

prepararon para luchar contra los indios y rescatar a sus cautivas.

Después de la batalla, sobrevino la victoria, y la recuperación de las doscientas

sobrevivientes y el espectáculo se cierra con una gran agitación, retablo de la

intensa gratitud de la gente del pueblo, por el desinterés de los yankees, y de su

magnánima salida, los bellos ojos crecían con las sentidas lágrimas, como la última

forma majestuosa para honrar a este grupo de héroes, mientras las puertas de la

ciudad se están ensombreciendo

Cada uno verá, que en la representación de tales hechos, alguna indulgencia en la

licencia poética puede ser permitido. Me llama la atención, sin embargo, que esta

licencia es superflua; sobre todo cuando los hechos son inventados, por escrito en

un país en el que todos los días existen sucesos que son a menudo una agitación

del alma, de tal naturaleza y tal patetismo profundo, que su descripción coloreada y

el esquema, más bien debe ser sometido y suavizado de hinchado por ningún

esfuerzo de la imaginación.

Como un ejemplo de simples hechos siendo a menudo bien digno de la simpatía de

los lectores, sin colorear o exagerar. Voy a relatar uno que ocurrió poco antes de

nuestra llegada.

Un caballero de la familia de López, en Durango, era propietario de una extensa

finca en un barrio de esa ciudad. Él tenía el hábito de visitarla, en compañía de su

esposa y su familia, ya que la distancia era corta, y nunca se había mostrado peligro

en esa dirección. Precauciones, como una escolta armada, se abandonaron pronto,

ya que ningún incidente dio la advertencia de la necesidad de ellos.

Un día, cuando regresaba a la ciudad en su carro, con su esposa, su cuñada, su

pequeño hijo, y un único servidor, que actuó como cochero. Él señor lópez había

llegado al Cerro de Mercado, a sólo una milla distante de Durango, cuando el carro

estaba repentinamente rodeado de un grupo de indios.

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Debe de haber imaginado el terrible destino que le esperaba a él y sus compañeros

de viaje, al mirar los rostros horribles que rodearon el carro. Como pudo, logró mover

una extremidad y parecía estar paralizado. No tanto como el cochero, de una

manera u otra, se las arregló para escapar, pero a la vez, golpeado por el

remordimiento, volvió sobre su camino hasta el punto de convertirse en un

espectador de la terrible escena que se produjo. Dijo después, que llegó una

fascinación sobre él a la vista de lo que le tocó observar que, aunque su corazón

enfermó, a fin de apartar su mirada, encontró imposible el cambiar el rumbo de su

vista, mientras que sus pies parecían tener raíces en el terreno.

La primera víctima de la furia de los indios fue la cuñada de López. Medio muerta

de miedo, fue arrastrada fuera del carro y violada.

Cuando los salvajes sin corazón, echaron mano de la esposa de López. Ella fue

perforada y sus gritos casi movieron al cobarde cochero, para precipitarse en su

ayuda, pero como vio al marido inactivo, hundido en el estupor de la desesperación,

él mismo permaneció inactivo también.

El primer crimen perpetrado por la ferocidad de los Indios, estaba próximo a ser

satisfecho. A ambas mujeres les fue arrancado el cuero cabelludo.

Durante todo este tiempo, los indios no intentaron nada en contra del señor López,

quien sólo mantuvo una estricta vigilancia sobre sus movimientos. La causa de esta

tolerancia no era ciertamente un sentimiento de piedad, es más probable que era la

de una crueldad refinada. Entonces un hombre alto de imagen de indígena,

extiendió su mano para apoderarse del niño, que se había deslizado por debajo del

asiento del carro. El niño llora: "¡Padre, ayuda!" Este grito pareció electrificar a

López.

Los gritos de su esposa no habían sido capaces de despertar al marido; pero el

llanto del niño sí despierta el padre. Se hace con una arma de doble cañón. Su única

arma. Un tiro esparce el cerebro de la altura del indio, y el niño se arrastra a los pies

de su padre. Un segundo disparo establece bajo el primero, a una multitud que

ahora agobia al padre y al hijo. Ante esto, el cochero huyó, y llegado a Durango,

distrae con su cuento los relatos restantes de la familia y el conjunto. Sin embargo,

cuando se realizó la búsqueda, los perseguidores encontraron sólo los cuatro

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cadáveres, mutilados a tal grado, que apenas se podían distinguir el marido de su

esposa o su cuñada, excepto por el tamaño de los montones de sangre.

En muchas conversaciones que tuve en Durango acerca de los asuntos indígenas,

el nombre de Antonio, como uno de sus líderes más peligrosos, se menciona con

frecuencia.

Me pregunto acerca de sus antecedentes, y he logrado establecer los siguientes

hechos: Era por nacimiento uno de los indios pacíficos de Pueblo Nuevo. Fue

enrolado en el servicio militar, y se convirtió en lancero, en un regimiento de

caballería acuartelado en Durango.

Segú su propio dicho, no le gustaba el pago, los alimentos, y la disciplina del

servicio. Esta natural aversión no es muy sorprendente. A la sazón, un

destacamento de su regimiento fue enviado a la guarnición de El Salto, a la que se

le encomendó el cuidado de una hacienda ganadera, misma que vimos en nuestro

viaje de Mazatlán. Se dice que en ese destacamento fue cuando tomó una aún más

violenta aversión contra el servicio, ya que los propietarios de la hacienda les

vendían sus tortillas y frijoles en precios exorbitantes. Estos propietarios y, en

particular una anciana, se dice que maltraron a Antonio, acumulando una larga serie

de pequeñas molestias, generando un recíproco el odio, sobre todo entre dicha

mujer y Antonio. Un día, Antonio fue reportado como desaparecido, con sus caballos

y pertrechos incluidos.

Transcurrido algún tiempo, los soldados que estaban a menudo ausentes de la

mercancía, a lo largo del destacamento de la carretera. Cuando regresaron, un día,

encontraron las casas quemadas, y los cuerpos de los habitantes muertos

esparcidos. Fueron atraídos por algunos gemidos y dirigieron sus pasos a una

esquina, en donde se encontraba una anciana moribunda, con el cráneo escalpado.

Sin embargo, al parecer, luchaba contra la muerte. Se le prestó asistencia a ella y,

por extraño que parezca, la anciana sobrevivió, aunque la operación es casi siempre

seguida de la muerte.

En Durango, la anciana se recuperó por completo y, desde hace algún tiempo, hace

un buen negocio, mostrando su cráneo sin pelo, y narrando, a las estremecidas

audiencias, las espantosas escenas de las que había sido víctima, testigo, y

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protagonista, porque ella siempre sostuvo que Antonio el desertor, El diablo

encarnado, como ella lo llama, fue el instigador y líder en la incursión y ella lo había

reconocido, a pesar de su pintura de guerra y que él, con otro indio, le habían

arrancado el cuero cabelludo:

“Ellos me tiraron al suelo", dijo; "El indio extranjero me detuvo de los pies y

Antonio me puso la cabeza entre las rodillas; y mientras estaba sentado

detrás de mi cabeza, en el suelo, apoyados sus pies contra mi espalda. Me

preguntó ¿si me acordaba del pobre soldado Antonio, y cómo yo lo había

tratado a él? Le dije que sí, lo hice, y que él así lo merecía. Entonces dijo: "he

venido a cobrar, por que me dijeron que podría irme al Diablo. Luego me

apretó la cabeza aún con más fuerza, sacó su cuchillo, y me agarró el pelo.

Lo maldije, y él me maldijo, y luego me cortó todo alrededor de mi cabeza,

tanto que no pude ver nada más de la sangre, ni hablar, pero me dije a mi

misma que iba a sobrevivir. Sin embargo, en medio del transe de mi mierte

intenté correr. Luego comenzó a jalarme elpelo, y me empujaba con los pies

en contra de mis hombros, y luego me desmayé; pero gracias a la Virgen del

Carmen, estoy bien ahora, y yo tengo fe en que le veré todavía en la garrota.”"

Los motivos de Antonio eran: la intensidad que tenía del deseo de vivir y de

venganza, al parecer, con el apoyo a esta anciana mujer, a través de torturas, en

las que miles de hombres se habrían hundido. No se había levantado un grito de

piedad. Si se había aferrado a la vida, era sólo para tener una oportunidad para

acusar a su enemigo; pero el destino había querido que su venganza debia ser

gratificada, más de lo que jamás podría haber esperado.

Después del ataque contra El Salto, una serie de sucesos similares se llevaron a

cabo, con una rapidez y éxito que dejó a la gente muda de terror.

El conocimiento de Antonio sobre los destacamentos, los movimientos, y los hábitos

de sus antiguos compañeros de armas, lo hicieron inestimable a sus nuevos amigos,

los comanches, y muy pronto se convirtió en un líder entre ellos.

Durante mucho tiempo, todos los esfuerzos en contra de Antonio demostraron ser

infructuosos, y sus fuerzas indias ocasionaron grandes pérdidas, hasta que por fin,

una simple antigua estratagema fue pensada y aplicada. Si Antonio conocía los

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hábitos de los soldados que, a su vez, estaban familiarizados con los suyos, que no

eran ni casta ni templado. Una atrevida Dalila, que fue encontrada en un medio

pueblo casi abandonado, le dio a Antonio una cita. Lo emborrachó con una buena

cantidad de aguardiente , y Antonio tuvo una noche de ébria alegría.

A la mañana siguiente, cuando recobró el sentido. Estupéfacto, se encontró atado

a una mula, "En manos de los filisteos", y viajando hacia Durango. Sus indios, que

llegaron por él en la mañana para irse junto al pueblo, de acuerdo con sus órdenes

anteriores, no lo encontraron, pero le dieron un seguimiento a la escolta, e iniciaron

una furiosa persecución. En medio del día, alcanzaron a la escolta y siguió una

lucha sangrienta. El piquete de soldados estaba compuesto sobre todo de

rancheros, la mayor parte de la clase de hombres de todos los mexicanos. En el

cuerpo a cuerpo, sus espadas mostraron una superioridad decisiva sobre las lanzas

de los indios, y dieron a estos una severa lección y, sin más contratiempos, llegaron

a Durango.

Los vi entrar; eran un cuerpo fino de hombres, y estaban bien montados. Antonio

estaba atado, en una posición muy incómoda, en su mula, de modo que es posible

hacerse una idea de su aspecto.

Por supuesto, la alegría de todo el mundo era grande, todos los soldados se

pusieron en los brazos, ya que incluso se temía un ataque en la ciudad, pero a los

pocos días fueron sometidos a una forma de juicio y pasaron sin ninguna

perturbación. La anciana, la amiga especial de Antonio, fue la testigo principal en el

juicio. Al tercer día después de su llegada, la garrota fue instalada y todo Durango

se llenó de gente que asistió a la ejecución. Personalmente yo no deseaba

presenciar la pena de muerte. Sin embargo, estaba deseoso de tener una idea de

la apariencia física de Antonio, por lo cual fui a la prisión, en donde tuve la

oportunidad de verlo. Era de mediana estatura, y de buenas características. Al

parecer, la idea de acercarse a la muerte no le proyectaba ninguna sombra. Sus

movimientos eran fáciles, y todo su porte mostraba su indiferencia al fantasma del

garrote vil que se había presentado ante de él.

Cuando el aro de hierro del garrote se ajustó sobre su cuello, se dice que había

expresado su opinión en el sentido de que debería ver a sus amigos en el siguiente

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mundo adonde iría, y él iba a hacer los preparativos para pagarles con la misma

moneda. Sin embargo, todos deben llegar. ¡Se dice que la anciana empapó su

pañuelo en la sangre de Antonio!

Hacia mediados de septiembre, un día estaba tomando mi paseo habitual, cerca de

unos baños públicos que están situados en la periferia norte de la ciudad, cuando

tres rancheros, montados en sus caballos cubiertos con espuma, cabalgaban por la

calle que conduce a la Casa de Gobierno. Algo ha sucedido, pensé; así que seguí

su pista para enterarme de las noticias. Los vi y caminé hacia los pasos de los

soportales de la Casa de Gobierno; ellos subieron con pasos pesados y sonando

por el tintineo de las espuelas, y pronto se escucharon unas sonoras carcajadas

emitidas desde una multitud que había abrumado inmediatamente aquel lugar.

Esta alegría me parecía más bien enigmática; pero aumentó, cuando la multitud se

dispersó contagiada por los sonidos de la risa, a través de toda la calles, y entre

cientos de conocidos.

Después de algún tiempo, supe de uno de los incidentes más ridículos y

vergonzosos en la historia de la cobardía.

Parecía que una tropa de doscientos lanceros estaban en camino desde Zacateccas

a Durango, enviados allí como un refuerzo para la guarnición. Cerca un lugar

llamado El Arenal, en una aldea desierta, los lanceros se había posicionado entre

las cercas de piedra de los potreros (tierra de pastoreo) que siguen el camino, en

ambos lados, por una distancia considerable. Repentinamente, algunas flechas

fueron disparadas por la espalda de las cercas y arbustos dentro de ellos, y algunos

indios de a pie se hicieron visibles, saltando de la cubierta para cubrirse, y

disparando más flechas. Algunos de los lanceros ya estaban heridos, y el galante

oficial al mando dio la palabra a sonar: “Trote rápido”. No intentó desalojar al

enemigo por los partidos que los flanqueaban, a la distancia a la que iban a caballo,

a lo largo de una masa confusa entre las cercas de piedra, de donde un incendio

más irritante se mantuvo a la par con ellos.

El ranchero, que vio todo esto junto con una vecina, juró que no había más de quince

indios, todos en pie, salvo uno, a caballo.

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Los soldados abandonaron muy pronto a cerca de veinte muertos detrás, y quince

resultaron heridos, mientras ellos se fueron corriendo en tropel, para alejarse de los

cercados peligrosos. Esta pieza de abyecta cobardía parece poco creíble pero no

se detiene allí. El caballo del indio montado, lo más probable es que anteriormente

había estado al servicio de México, toda vez que, al oír las señales continuas del

trompetas, que ahora desperdiciaba la respiración para restaurarse, al fin se aclaró,

con su jinete, hacia una parte baja del muro de piedra, corriendo en lo más grueso

de las confusas filas. En esta posición bastante equívoca, el indio conservó su

sangre fría, instó a su caballo a una acción más violenta, girando sobre su cabeza,

aún con su lanza, y gritando frente a las encogidas filas las que, ardiendo de

vergüenza, tiraron de sus caballos, aunque no se dio ninguna orden.

El indio, con una agilidad increíble, se puso de pie y escapó de debajo de una

tormenta tardía de bolas, sablazos y lanzadas. Los rancheros todavía oían sus gritos

de desafío burlón, mientras el indio se unía a su compañeros y, al ver a los soldados

aún continuaba su cabalgata y arreó a sus caballos para preparar una recepción

apropiada para los héroes de Zacatecas.

Por la tarde, hicieron su entrada. Como si en la mañana hubieran tenido un

enfrentamiento de con los indios, el populacho, hombres, mujeres, y niños les dieron

un gran saludo por la tarde, a lo que hubiera sido preferible que recibieran las flechas

del indio. Por supuesto que, el valor del mando oficial y el de sus compañeros no se

dejó intimidar por una población que sólo tenía huevos y naranjas podridas como

sus armas, por lo que, a través de ellos y estrellados, dieron su propia versión de

las hazañas del día ante las autoridades.

Sin embargo, se las arreglaron de alguna manera bajo el pretexto de la fatiga, tal

vez para conseguir un poco de el pie de Durango a ir a enterrar a sus muertos.

Podría Hidalgo, que en el mismo mes, en 1810, se sacudió, con su grito de Libertad,

el yugo español, que podría haber previsto que tales cobardes se contarían entre

sus descendientes, la previsión quizás hubiera suprimido esa mágica palabra, para

evitar que esa bendición se convirtiera en una maldición.

Debo decir aquí, sin embargo que, posteriormente, un Consejo de Guerra se llevó

a cabo contra el oficial al mando, y que este fue dado de baja.

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Pocos días después, en el aniversario de la Independencia fue celebrada una

victoria sobre el indios. Habría sido tal vez el más digno tributo para la ocasión pero,

en lugar de ello, la gente tenía un montón de bolas, y juntaron la mayor parte de

ellas en la Casa de Gobierno, uno de los mejores edificios en Durango, se le dio la

piedra más grande a la élite. El patio interior de losas fue convertido en una extensa

sala de baile, con buen gusto en el decorado.

Allí se reunieron muchas mujeres de gran belleza vistiendo sus mejores galas, y

hubo música y apuestos caballeros, pero la solemnidad del motivo parecía pesar y

suprimir toda sensación de actividad en personas que no estaban acostumbradas a

satisfacer en tal número, con el propósito de la diversión. La tumba se ve entre las

parejas de baile que producen un contraste absurdo entre los animados

movimientos de sus pies, y el más animado de los valses de Lanner. Parecía como

si un travieso espíritu se hubiera establecido para transformar el baile en un funeral,

con llanto en sus caras y el diablo en su pies.

La alegría, entre los mexicanos, sólo prospera en el más estrecho círculo de amigos

y conocidos más cercanos, un rostro extraño congela las primeras burbujas de

alegría en su sangre. medios artificiales de estatuas de fusión en la vida, tales como

algunos países emplean para este propósito, con gran éxito, no eran ni, en esta

ocasión, sobreabundante, ni del tipo correcto.

Algunos estallidos débiles, a intervalos ridículamente largos, se habló de una

champán bajo consumo lánguido.

Esta languidez representó el tono general de la fiesta, sin espuma con gas corrió el

cristal de los labios, un fluido sobrio, vacío de todo espíritu francés, asentado en

silencio, después de un débil tronar, en su nativo carácter de pobre sidra. Unos

funcionarios del gobierno, superintendentes de la oferta, parecían apreciar más

altamente sus cualidades; y en ellos había tenido un efecto bastante animado, que

contrastaba con el amodorramiento general.

He encontrado la oportunidad de pasar un cuarto de hora en compañía del ingenio

femenino, que tenían al menos el valor de hablar. Escuché durante cierto tiempo

sobre sus libelos sobre sus compatriotas en general, pero el tema es demasiado

triste como para dar mucho ingenio, lo dejé por uno más interesante. Esta fue una

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joven dama con un poco más de sentimiento y con muy hermosos ojos, que dieron

una fuerza irresistible para todo lo que se dijo o se mire. Desde hace

aproximadamente un cuarto de hora, no he parado de mirar, en esos ojos negros,

a pesar de su largas y temblorosas pestañas, y sentí que era el momento de buscar

en otra parte por lo que, como todo el mundo se fue a cenar, fui con un amigo a dar

un paseo. El propuso que debíamos tener un pie en otra de las muchas reuniones,

de todas las clases, ya que la noche era joven. Como no lo hice pensar en volver a

la fiesta del gobierno opaco, y como era casi la medianoche, yo estaba de acuerdo;

y nos dirigimos a lo que se llama una fiesta de medio pelo (un término que se aplica

en Durango a una clase limítrofe, en un lado, en la respetabilidad y, por el otro, en

de la calidad justo enfrente).

Las pretensiones de respetabilidad de los que frecuentan tales reuniones están

fundadas sobre el vestido y un cierto lustre, de manera que apenas basta para

detectar un sesgo que tienen entre la vulgaridad y el vicio. Todavía que no son nulos

de talento y sus partes muestran ciertamente mayor vivacidad e ingenio que los de

sus superiores. Siempre me ha gustado conseguir el conocimiento de todas las

clases de la sociedad, que considero el único medio para apreciar la razón de la

posición ajena, con respecto de la propia. Así que nos fuimos, por supuesto

armados, ya que las calles, en la noche, son no siempre seguras, y a la parte de la

sociedad a la que íbamos le gustaba mucho ser animada por manifestaciones

armadas.

Mi amigo, un residente de Durango, tenía su abogado para estar en el baile. Por lo

tanto, por la influencia de este último, llegamos a una esquina del santuario

sanctorum.

El fandango estaba ya en un estado avanzado de vivacidad; y los susurros risueños

de las parejas se había convertido en un zumbido, y los ojos y la caras estaban

radiantes de animación. La abundancia de licores se presionaba sobre los justos

tímidos por personas de edad avanzada. Señores que eclipsaban a los jóvenes en

la galantería y la elocuencia. Los músicos eran entusiastas, y las señoras mayores

ya no mantienen la influencia restrictiva de sus ojos en las sonrisas y movimientos

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de sus cargos en flor pero, con su vaso en la mano, charlaban entre ellas de sus

preocupaciones, pasadas y actuales.

Los mexicanos, en general, son abstemios pero, en ocasiones particulares, como

se verá un poco más adelante, lo que es compatible con la gravedad de

comportamiento posterior, que es lo más difícil para que se puedan preservar, ya

que no están acostumbrados a resistir la influencia de la bebida. tal fue el caso aquí.

Entre los galanes más conspicuos, en la elegancia de la forma fue uno de los

heroicos oficiales de la banda de Zacatecas, expuesto en su flamante uniforme.

Justamente admirado por muchos, su noble porte contradecían claramente las

calumnias de duda sobre el valor de él y de sus compañeros. Parecía estar ansioso

por confirmar la opinión pública a su favor, con algún acto de conformidad con eso.

Inspeccionaba el salón de baile de un extremo a otro y, en ocasiones, aplicaba

algunos estimulos para los más destacados, y parecía en última instancia el haber

elegido a su hombre. Se acercó a mi amigo quien, a cierta distancia de mí, estaba

entablando una conversación con algún conocido. Las razones que probablemente

causaron esta elección de una víctima fueron dos; mi amigo era un hombre

pequeño, además de ser extranjero y, aparentemente el único de los de una multitud

no muy entusiasta a favor de cualquier europeo.

Para hacer la historia corta, el oficial echó reflexiones derogatorias sobre los

extranjeros en general, y de él en particular. La escena se convirtió en interesante

y esperanzadora. Llegué a tiempo para oír sus afirmaciones, con un fuerte énfasis,

en el sentido de que por sus manos habían muerto: ingleses, alemanes, franceses,

estadounidenses, y otros. En un momento dado, mi amigo se acercó a él, le susurró

algo al oído, y le dio un vistazo a la empuñadura de una pistola, que traía en un

bolsillo de la camisa interior de la chaqueta. El talismán, actuó con rapidez

asombrosa. Una ligera palidez reemplazó por un momento, el color de su enrojecida

cara; pero inmediatamente él mismo otra vez, le echó una mirada de ferocidad

indecible, a la par que sonriente para nosotros y ambos se retiraron.

En ese momento, se escuchó un grito repentino en la calle, una refriega, y luego un

tumulto, cerca de la puerta. Por un momento, todo el mundo parecía paralizado,

enseguida, algunos se precipitaron a la puerta, algunos a través de las ventanas,

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para ver lo que estaba pasando en la calle. Un minuto después, el sangrado cuerpo

de un hombre joven fue llevado, bajo el gemido de la mujer, y se sentó en un sofá.

Las causas de los incidentes de esta catástrofe fueron las siguientes:

Este joven había excitado los celos de otro, bailando demasiado a menudo con su

novia. El amante enfurecido involucró a dos de sus amigos a su favor, y los tres se

fueron a la calle. El rival inconsciente lo llamó a la calle, bajo cualquier pretexto. En

el momento en el que pasó el umbral, recibió el empuje de la hoja de una espada,

el golpe de un bastón, una pistola se le espetó, y una piedra se le precipitó en los

dientes, todo ello lo llevó a la tierra. Tuvo el tiempo suficiente para reconocer a uno

de sus agresores, el que le dio el empuje y el instigador de la trama.

Todos vimos a los tres corriendo por la calle, y desapareciendo en la oscuridad.

Baste decir, que la víctima sobrevivió; sus tres agresores fueron condenados a una

pena grave; pero si la sentencia fue ejecutada, con todo el rigor de la ley. No lo sé

y guardo muchas dudas al respecto. En México, una sentencia y la ejecución de la

misma, no tienen el mismo grado de certeza como el de la conexión como causa y

efecto.

Octubre y noviembre nos vieron todavía en Durango. El doctor ejerció su profesión

de vez en cuando, de lo cual vamos a oír de inmediato algo. Él era frecuentado

principalmente por nuestros compatriotas, establecidos como comerciantes en la

ciudad. Como no hablo muy bien en español. Yo estaba más en México entre los

compatriotas, por lo que no vimos mucho de la gente local, aunque sin perderlos de

vista exactamente. Los recuerdos de este tiempo han sido siempre muy gratos para

mi. Algunas familias, con la bondad nativa, hicieron de la estancia entre ellos una

ronda constante de diversión para mí, siendo yo un desconocido.

Los jóvenes de estas familias y yo congregados, generalmente en la mañana, en la

casa de uno de ellos, la de los Arriaga. Aquí tampoco nunca tenido una pelea, o por

montar a caballo, y no hubo nunca problemas o límites por el uso del baño. Por la

tarde, se viajaba a la alameda o para algunas carreras, con unas pequeñas escalas,

las cuales eran muy frecuentes. Esas eran nuestras ocupaciones permanentes. Por

la noche, la música o la conversación para pasar el rato, o un juego de pelota

improvisada en familia o, de vez en cuando, uno más en la forma y en consecuencia

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más estúpida. En la casa de una señora alemana, que mantiene un internado para

las jóvenes, también ofrecían una agradable velada, animada por el ingenio y el

buen sentido de la amable anfitriona.

De este modo pasamos ligeramente algunos días de placer, en los que he leído

bastante profundamente en el libro del corazón humano que, bajo la influencia

genial de las relaciones sociales, espectáculos, hoja tras hoja, de melancolía y

tristeza, de la belleza y la deformidad. Cuando yo tuve la comprensión de sus

capítulos más esenciales, cerré la volumen, y me dispuse a salir de Durango.

En algún momento del mes de octubre había visto, en una corrida de toros, un

caballo blanco, montado por un picador, mostrando la superioridad de la gracia y el

espíritu. El propietario era un comerciante español, porque es la costumbre de

algunos caballeros el dar sus caballos a los picadores en la corrida, con el fin de

acostumbrarlos al proceso del rejoneo.

Una oferta de la compra del caballo me fue negada. Todavía mantuve los ojos en

él, y confiaba en la posibilidad de la obtención de la misma. Las razones que me

hicieron insitir de modo pertinaz, para conseguir este caballo, fueron los siguientes:

Mi continuación de viaje era muy largo, así que el caballo tenía que ser fuerte y

duradero, el peligro en la carretera era de un tipo del que era prudente tratar de

escapar, si es posible. Agotado ese recurso, la última oportunidad conseguir la

compra del caballo, debía ser una acción rápida, y además de eso, ágil, por la

correcta gestión del sable.

Por todas esas cualidades yo estaba convencido de que el caballo poseído, y en

tales proporciones, sólo rara vez eran posible de reunir. Debo confesar, por otra

parte, que estaba enamorado de su cuello de cisne y de la melena que le fluía, y de

sus ojos parpadeantes oscuros, que enseñaban un espíritu de singular

temperamento. Todo esto podría significar una tentación suficiente.

Los arriadores estaban intentando romper el hábito de crianza en el montaje, su

único posible defecto, y no lo consiguieron. El propietario, montado un día en el

corcel, casi pierde la vida. Unos pocos días después, su comprador (a saber. yo)

aparecí con la bolsa de dinero, un tic oportuno que pasa a través del dolor en los

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huesos del comerciante que se embolsó el dinero, y el caballo me fue entregado,

con una maldición.

Durante unos días, trate de familiarizarme con mi futuro compañero de viaje de mi

vista y, a pesar de una buena parte de resoplido y el olfato, el azúcar y la

conversación hicieron maravillas. Sin embargo, sabía que el primer día en que lo

montara sería una lucha por el poder. Cada método usual iría rompiendo los hábito

de cría a los que se había acostumbrado. Yo estaba decidido a probar el peor de

los casos, si fuese necesario y había pensado en un violento y peligroso

experimento.

Mi plan fue, en su crianza, para que tire de la espalda, haciendo pivotear a mí mismo

de la silla, y manteniendo las riendas en la mano. Esto se hace fácilmente ya que,

en la cría, el caballo es llevado, con el más mínimo esfuerzo, a perder el equilibrio,

y luego la palabra es, ¡rápido, la silla!

En el juicio se encabritó, como era su costumbre, por lo pronto, sentí que mi pie

izquierdo presionaba el estribo, pero tenía en la silla y, como él coceó en el aire e

inhalaba, al tiempo que yo le ponía la silla de montar en el lomo, eso lo llevó al suelo.

Al principio, pensé que había exagerado el asunto. Sin embargo, al instante, se

levantó de un salto, temblando y bufando. Parecía bastante tonto. Hablé con él y lo

monté de nuevo. A partir de ese momento, ese cortcel tenía ante su destino un largo

viaje de más de setecientas legua.

Conseguí un buen par de alforjas y una excelente silla de montar, misma que se

ajustaba a su regreso con sustancial sutileza. Antes me había comprado; espada,

pistolas y revólver, mismas que se limpiaron y fui a ver si el doctor estaba listo para

comenzar el viaje. Lo encontré listo sin ninguna objeción, como estaba cansado de

Durango. otro joven caballero, un paisano nuestro, con quien se había familiarizado

íntimamente, también había terminado sus preparativos para acompañarnos en el

viaje. Mismo que acordamos iniciar el 19 de diciembre.

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CAPÍTULO IV.

DE DURANGO A MÉXICO.

LOS PREPARATIVOS.- TRAMITANDO LAS COMISIONES Y OTRAS

LICENCIAS.- LOS SENTIMIENTOS DE EXULTACIÓN Y TRISTEZA.- NUESTROS

CORCELES Y NUESTRO ARMAMENTO.- DIARIO DE UN MÉDICO.- CERCA DE

LOS BARRIOS Y LA CENA DE SU PRIMERA NOCHE DE PRÁCTICA.- EL

MEJOR ESTRIBO.- POLVO, CALOR Y FRICCION POR LAS PIEDRAS DURAS.-

ENSILLAR DE LO MEJOR.- TÁCTICAS DE LA NEGOCIACIÓN.- REATAS Y

NUDOS MEXICANOS.- LAZANDO TOROS.- EQUINO INGRATO.- HACIENDAS

EXTENSAS.- UN PAISAJE DE GORDON.- EL DEMONIO DE LA ESCENA.-

RECEPCIÓN SOSPECHOSA.- UN PUEBLO MINERO. SU ASPECTO DURANTE

LA NOCHE.- UNA PROCESIÓN CON HIMNOS.- PREPARACIÓN PARA UN

VIAJE.- POLÍTICA ESTABLE.- UN LADRÓN Y SU CORTESÍA. SANCIONES Y

PENAS MEXICANAS.- USO ESPECIAL DE LA REATA.- UNA COMPETENCIA

CON LAS REATAS.- EL DINERO O LA VIDA.- LAS CARRETERAS.- LA

TÉCNICA DE LOS CAMINOS.- FORTIFICACIONES EN LOS TRABAJOS DE

FUNDICIÓN. - ENCANTO DE BIENESTAR.- NUESTRO CATALEJO MONTADO;

¡AHÍ ESTÁN!. –UNA CARRERA PARA ELLA.- LOS INDIOS NO SON UN MITO;

PATRIOTAS.- GRATITUD A SU CAPITÁN.- UN VERDADERA RESTAURADOR

(…)

El día 19 muy temprano, salí de mi cama con esa energía particular que se siente

cuando, después de un sueño profundo, se va a iniciar un largo viaje y uno se lo

imagina dos veces. El primero fue cuando, en el establo, mi caballo blanco me

recibió con un relincho, claro y sonoro, como el sonido de una trompeta. Su

desayuno estaba bien atendido, y fui a ver a mis compañeros de viaje. El doctor

estaba discutiendo con su caballo, que le mostraba una aversión muy natural,

mientras que el Sr. W enrollaba unos documentos en unas alforja, sobre cierto

negocio que había terminado en el juego. Así tuvo el suficiente tiempo a mi

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disposición para efectuar la despedida, que fue más prolongada de lo que

originalmente se había previsto.

Como mi viaje pasaba por la capital, donde Fray Valentín, el de la residencia

carmelita, tuvimos innumerables memorias de mensajes, recados y abrazos que se

confiaron a mi cuidado. También muchos listones fueron enviados por las jóvenes

amigas, tuve mucho cuidado de no recibir más que de los posiblemente se pudiesen

llevar y entregar.

El día anterior, me había despedido de los personajes del gobierno. De no haber

sido así me habrían convertido en el culpable de terribles estragos, entre glorias y

memorias, entre otros.

Tal es el destino de los hombres; la posibilidad de un rayo para los sujetos. Los

viajeros, en especial, que sufren con más frecuencia tales acusaciones e igualmente

se convierten en el blanco de semejantes situaciones.

Tomando por la carretera, donde incluso el remordimiento y un sentimentalismo

tonto, se evaporaron rápidamente. Todo estaba listo, una última copa de vino era

brindada a la salud de nuestros amigos en Durango, para propiciar al Dios de los

viajeros, y nos alejamos al trote por las largas calles y, una vez pasadas las puertas

de la ciudad, que con toda probabilidad, sería la última vez que las transitaríamos.

Una extraña mezcla de euforia, mezclada con un sentimiento de tristeza, se

expandía en nuestro corazón, al dejar un lugar donde la estancia había sido

suficientemente amplia, como para permitir que las intimidades germinaran. La

punzada por las reservas de la separación, tonificaron los sentimientos superiores

de la sensibilidad a la perspectiva de vagabundeo, a través de nuevas escenas de

gran belleza natural. Así sentimos el fuerte sonido de las campanas de Durango que

cada vez se hacía más débil y cómo un horizonte, más amplio de llanura y colinas,

se abría poco a poco ante el ritmo de nuestras impetuosas cabalgaduras.

Nosotros mismos nos felicitamos mutuamente ante la aparente exigencia de

nuestros caballos, que prometían una excelente capacidad para todas las

exigencias de un largo viaje. El doctor, montado en una remuda de gran alcance y

de grandes zancadas y, aunque estaba un poco sobrecargada, no disminuía su

celeridad. Von W tenía un caballo alazán, con la cola y la melena negra, agraciado,

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fuerte y rápido, aunque de menor tamaño y de disposición, era más suave que el

mío.

Nuestros elementos de defensa eran los siguientes: El médico llevaba un rifle de

dos cañones, eficiente a gran distancia, además de un revólver Colt. W Tenía un

par de rifles de dos cañones, pistolas y un cuchillo largo. Mientras que yo estaba

armado con una espada, bien equilibrada en el mango y en forma para el corte o

empuje. También llevaba pistolera para pistolas, y el revólver Colt, que se adjunta

a mi espada de la correa. Así, Teníamos veinte disparos listos para la acción que,

si no se malgastaban, abrirían la mayoría de los obstáculos que se presentaran en

nuestro camino, con un espacio lo suficientemente grande como para empujar a

través de quienes nos atacaran.

Muy útil como utensilio, tanto bélico como pacífico, le llevaron al médico un buen

catalejo, en una de las fundas.

Nuestro camino nos llevó, en el primer día del año, tras una inmensa meseta

cubierta de hierba general, de vez en cuando arenosa. Además de los cactus, un

árbol llamado Mezquite caducado, (Espinoso y de maleza, con hojas como la

acacia) que prevalece en la vegetación de los bosques ocasionales.

El camino era bueno y amplio, incluso en general, bordeado por los agaves

envolventes, con un sinfín de oro de los muros de piedra.

Pasamos el campo del famoso Arenal, Zacateccas de los héroes, donde había unas

pocas casas,

Todavía vacío de habitantes. Aquí el camino se transformó en arena, como el

nombre del sitio lo indica; nosotros aflojamos el ritmo de nuestros caballos, y con

mayor libertad en la conversación. El médico ahora nos dio un divertido relato de su

práctica en Durango, sobre sus primeros pacientes. Como los de cada recién

llegado, eran de la clase más pobre. Sus dolencias no siempre pertenecen

exclusivamente al departamento de un médico. "Si no hubiera estado el tiempo de

mi parte, hubiera sido arrastrado, todos los días, a través de todos los ejidos de

Durango, para ver pacientes ", dijo él, "Iban a verme, y la primera prescripción

solicitada, sería gratis, por supuesto. A continuación, seguiría una escena de llanto

y gemido. Si preguntaba por la razón de tal comportamiento, me respondían que

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era porque no tenían dinero para pagar al boticario. Por desgracia he tenido un

botiquín, abastecido con creces, y lo tenía, sobre todo para proporcionar las

medicinas alos pacientes, También, de vez en cuando, me jacto que lo había hecho

con los miembros de algunas familias, dotándoles con la medicina, así como con

consejos; ellos se volvían con un quejido recurrente y con una cara lastimera, con

finalidad chantajista.

Si había alguien lo suficientemente tonto como para tomar en serio la maniobra, una

larga serie de desgracias familiares se relataban, como preludio a la mendicidad

para obtener un real o dos, para el desayuno o para la cena.

Esta práctica no se calculó para mejorar mis las finanzas, como es fácil imaginar.

Todavía podría tener cerrado un ojo a todo eso, si las cosas se hubieran detenido

allí.”

"Una noche me llamaron para atender un caso muy grave, como ellos lo dijeron. No

era nada nuevo para mí para ir a cualquier hora para ver enfermos. Entonces, un

pensamiento de negativa nunca me pasó por la cabeza, aunque era una noche

desagradable. A través de las caalles oscuros y sucias, mi guía femenina y yo lo

anduvimos y vadeamos hasta que, de repente, me encontré solo. Al momento

siguiente un cuchillo pasó ante mis ojos, y una voz poco cortés me pedía dinero.

Este nuevo modo de la demanda fue mucho más allá del alcance de mi buena

disposición. Junto con mi material quirúrgico. Había puesto mi pistola Colt en el

bolsillo, de un viejo equipo californiano. El clic de la llave cambió el tono de la

solicitante, a la vez que reconoció su error, murmuró un: pedir perdón, y desapareció

en la oscuridad.”

"Tales exhortaciones a mis capacidades como hombre y médico me han disgustado

con mi práctica. Quité mi alojamiento del suburbio más remoto, para evitar la

necesidad de patear a mis pacientes fuera de mi habitaciones. Allí, por fin, me

encontré con relativa seguridad y me fui habilitando para preparar mi salida.” Nos

entretuvimos en gran medida por estas simpáticas aventuras médicas con la mala

suerte del doctor.

El hecho fue que su reputación sólo se podía establecer por un determinado lapso

de tiempo, ya que su carácter había evitado, escrupulosamente, toda sombra de

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charlatanería para ganar publicidad y su modesto modo de proceder se prolongó en

México, aún más que en otros países, con el establecimiento como un médico de

reputación.

Como no habíamos comenzado muy temprano en el día, en la tarde, antes de llegar

a una hacienda llamada La Punta, a diez leguas de Durango. En la mayoría de los

cascos de las haciendas de importancia, un ala del cuadrangular edificio principal

está destinado como un mesón para los viajeros.

En ese lugar encontramos una habitación amplia y una cena, sabrosa, incluso para

la medida de nuestros apetitos. Antes de participar de ella, tuvimos proporcionado

el pienso para nuestros caballos, que se frotaron secos, mirado en los cascos, los

zapatos y la espalda, y adquirimos a una india maíz y su paja para su refrigerio.

Después de nuestra la cena, los cigarros se encendían, charlamos, y disfrutamos

de nuevo, por primera vez, del lujo de la noche y del descanso para los viajeros.

Todavía estaba oscuro cuando nos levantamos, y se entregó a nuestros caballos

su último bocado, antes de comenzar el viaje, practicamos para mantenerlos frescos

durante un largo día de viaje rápido. Mientras tanto, ya tenian el chocolate preparado

para nosotros, el cual se puede conseguir casi por todas partes en la ruta que

estábamos viajando. El chocolate es el alimento que mejor se prepara para un día

de viaje, ya que no es grave para el estómago, y resiste sus antojos más largos.

Por la noche, había recogido una información amplia con respecto al tramo de

carretera que cubriríamos el día siguiente; una condición de necesaria precaución,

a la que siempre se cumple. Tuvimos nosotros mismos el itinerario, en Durango,

con una lista de la pueblos y distancias en nuestra ruta, además de una especie de

mapa; pero la investigación directa sobre el terreno es siempre necesaria.

Después de limpiar la espalda de nuestros caballos, con sumo cuidado; ensillados

y bien cinchados, los montamos. Al viajar a caballo se debe ser demasiado

cuidadoso acerca tres puntos en la condición de la montura. Los mexicanos los

enumeran de la siguiente manera: el lomo, los cascos, y la boca (la parte superior,

los cascos y la boca). El que se encarga de estos y tiene un caballo originalmente

bueno, estará habilitado para realizar trayectos de duración extraordinaria.

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Nuestra intención era comprar un cuarto caballo, para llevar nuestras tres alforjas,

que se separaron de la carretera principal que conduce a través del poblado de

Nombre de Dios y que se dirigía al camino de ganado de terracería de San Felipe,

con matorrales sin fin de mezquites, polvoriento y con muy poca sombra, cansados

nuestros ojos con su monótona apariencia. El polvo de la carretera no era dictado

en cualquier grado, más tolerable por el creciente calor del sol, por lo que

estirabamos nuestros cuellos a longitudes indecorosas, para descubrir nuestro lugar

de destino.

Los primeros efectos de la fricción se convirtieron en algo poco acostumbrado,

también visible en nuestro grupo. El doctor se movía inquieto en su silla de montar,

de vez en cuando, y apostrofado su caballo en términos redondos, insistiendo en un

ritmo más fácil. Pero su corcel era sordo a toda protesta de freno y espuela, y

todavía arrojó a su jinete con la misma tenacidad y la indiferencia.

Todos nosotros estábamos ajuareados con pantalones de cuero, como los que usan

los mexicanos; lo que representa una excelente protección contra el desgaste de

las piernas en un viaje, pero incluso con ellos una persona desacostumbrada para

montar tanto tiempo en un clima cálido, sufrirá mucho durante los primeros días,

sobre todo en un el lomo en un caballo de trote alto. El caballo de W tenía un ritmo

suave. Sin embargo, también encontró su silla de montar muy dura ese día, y el

pensamiento para remediar el mal, poniendo una manta en ella. Se trata de un plan

muy erróneo, como se le dijo, y defendido el principio de montar en una silla muy

dura, intentaba inútilmente producir una menor fricción y mantenerla fria.

Por fin avistamos a la distancia, en una amplia y verde pradera, las casas de San

Felipe, a diez leguas de La Punta. Aunque allí no hubo mesones entre los edificios,

sí encontramos una habitación para nosotros y una establo para nuestros caballos

que hospitalariamente nos asignaron.

El propietario estaba ausente, y como el administrador era un joven soltero, sin un

ama de casa, tuvo que recurrir a la esposa de algún otro funcionario, a prever el

departamento culinario.

He encontrado, por la investigación indirecta, que los pocos caballos en los establos

no estaban a la venta. Su valor, o los precios que he aprendido de la misma manera

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en México, ningún comprador piensa de mostrar su verdadera intención hasta que

el vendedor se ha comprometido a vender, mencionando el precio fuera del artículo;

de cuyo punto la licitación, o el regateo a la baja da comienzo como una operación

de odio, pero que nadie puede evitar, a menos que se opte por pagar el doble o el

triple del valor de un caballo. No hay precios estándar en México.

Si usted quiere vender, no hay precio demasiado bajo, o si de comprar se trata no

hay precio muy alto. Para llevar a cabo, de manera favorable, una u otra, depende

de los talentos individuales del comprador o del vendedor. Cualquier indicio, o

incluso la apariencia, de absoluta necesidad de una cosa, es perfectamente ruinosa

para los compradores, como se toma la ventaja a la más ilimitada de las

circunstancias.

En nuestro caso, por lo tanto, sin decir una palabra de nuestras intenciones, que se

ofreció a acompañar al administrador en el paseo de la tarde, al mirar a los caballos

en el campo. Pronto me había marcado el que yo prefería, y comprobada su precio,

así que me ofrecí descuidadamente para comprarlo. Como mi hombre había visto

que nuestros caballos estaban en buenas condiciones y que, por tanto, no teníamos

absoluta falta de alguno, era razonable, y pronto llegamos a un entendimiento.

Aquí vi algunos de los vacceros (vaqueros, conductores de ganado) en su difícil

trabajo, con sus Lassoes (reatas o lazos). Había visto a algunos lazar en California

y en otros lugares; pero todavía me sentí muy interesado en una operación

extremadamente peligrosa, más hábil, y que dan los más animados aspectos de un

paisaje. Aquí se veía una manada abigarrada de ganado y caballos corriendo, a

través de una amplia franja de campo abierto, en la que tres o cuatro hombres a

caballo, inclinándose sobre el cuello de sus caballos con evoluciones hábiles y

balanceando sus lazos sobre los caballos, los separaban del resto de la manada.

Un vaquero cabalgaba a toda velocidad para desbordarlos y otro para eludirlos. Su

vuelo se convirtió en el último camino del perseguidor principal que, cada vez más

cerca y más cerca, cambio el lazo más rápido y, por fin, tiró de su mano con un

barrido como una serpiente, y lazando a un caballo de fuego que estaba luchando

en sus bobinas. Los vaqueros se aferran a un extremo del lazo, con el cual han dado

un giro alrededor del alto pomo de su silla de montar. Su caballo se resiste a las

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sacudidas de la cautividad de su lazada, inclinándose hacia el lado opuesto, y por

lo pronto como, después de la primera lucha, el lazo se afloja, el jinete pica las

espuelas a su caballo que, saltando hacia adelante, arrastra a lo largo del otro que

cede, debilitado bajo el estrangulamiento por la presión de la soga.

A veces, los caballos que están destinados a ser capturados son conducidos a un

cuerpo en un corral (un cercado estacado), donde son encerrados.

El ganado, y en particular los toros de carácter dudoso, vienen bajo el

funcionamiento de dos lazos. El primer vaquero lanza el lazo a lo largo de los

cuernos y evita, por curva, astucia y sacudidas ocasionales, los ataques del toro. El

segundo vaquero se mantiene detrás del toro, esperando la oportunidad, cuando,

en el desarrollo de la suerte, intentan que sus patas traseras no toquen el suelo;

instantáneamente se resbala el lazo debajo de una pata, y con tirones hacia arriba:

una pata trasera se ve atrapada, y ahora el toro no tiene ninguna posibilidad de

avanzar o girar en donde no se desea que deba seguir. Sujetado por los cuernos y

sujeto por la pata trasera, se pone al fin en un ritmo irregular, y tiene muchos

tropiezos, en contra de su voluntad, en el corral, en el que está ligado a árboles o

postes. En el acto de atrapar con lazo a los toros, el lazo generalmente no es atado

al pomo, ya que a veces los toros pueden demostrar ser muy brutos y fuertes y huir

arrastrando al caballo y al jinete o, peor aún, se enredan en el lazo y los puede llegar

a matar. Algunos vaqueros, cuando se empeñan en la captura de algún toro

desesperado, quizá de peculiar rapidez, atan el lazo en el perno de la silla, esa

suerte que recibe el nombre de: amarrado a muerte (ligado a la muerte). En el

momento de dar la vuelta al perno se suscitan las respuestas comunes a todos los

efectos y, a veces el toro resulta ser demasiado fuerte, tanto así que su fuerza le

permite ir al final y escapar. La reata rara vez se rompe, ya que está hecha, ya sea

de cuero o de cabello de caballo fuertemente trenzado.

Temprano al día siguiente, empezamos. Los nuevos compañeros de nuestros

caballos habían pasado una lastimosa noche, ya que habían recibido, al igual que

muchos aun intrusos antes de ellos, una buena patada. En este caso sin duda era

muy injusto para nuestros caballos, utilizarlos así. De manera que el pobre hombre

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vino a aligerar su nacimiento y a compartir, de vez en cuando, en todas sus

funciones.

A pesar de que nuestras alforjas, que contienen sólo unas pocas camisas y un traje

decente, fueron levemente pesadas. Sin embargo, sin ellas, los caballos avanzaron

mejor.

El camino de ese día fue más agradable que el del día antes. No había polvo, ya

que era simplemente un rastro sobre el verde césped de un suelo negro. Cerrados

campos de maíz de gran extensión por todas las partes visible, y manadas de

ganado se extraviaban en todas las direcciones. En el comienzo de la tarde,

llegamos a El Valle,53 a diez leguas de San Felipe. Esta finca de ganado pertenecía

al gobernador de Durango, el general Heredia, un adherente firme de Santa Anna.

Estas distinciones, al parecer han tenido poco peso para los indios, los que, unos

pocos días antes de nuestra llegada, habían estado allí y se habían divertido en la

punción de sus ovejas, matando a cerca de dos miles de ellas. Los caballos y el

ganado vacuno habían estado guardados en ese tiempo y habían sido conducidos

dentro de las corrales de los principales edificios fortificados.

Se dice que esta hacienda contiene diez mil cabezas de ganado. Nada

extraordinario en un país donde había antiguamente propietarios de treinta,

cincuenta y de cien mil cabezas de ganado. La inmensa extensión de la propiedad

privada en el sector inmobiliario, así como el excelente pasto en ellos, son la causa

de tales riquezas. Es común viajar todo el día en los límites de una hacienda, y Von

W me dijo que, en la carretera de Monterrey a Durango, una vez había viajado tres

días antes de que hubiera pasado el límite de una gran hacienda.

Al día siguiente, el 22 de diciembre, partimos, como se nos hizo habitual, en la

primera hora. Un buen método en todas partes, pero especialmente donde en pocas

horas, más o menos, un sol abrasador, hace una gran diferencia en hombres y

animales.

Las llanuras de los últimos días se están convirtiendo en los valles, encerrados en

más casi por las cadenas de montañas que las rodean; el animado verde césped

dio paso a un terreno rocoso y arenoso, con pequeños matorrales de un color verde

53 Se refiere a El Valle de Súchil.

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opaco que se extravía sobre las piedras grises. En la base de las colinas de color

plomo, se dispersan enormes, deformes y sombríos fragmentos de granito, con

apariencia hosca. Ningún animal iba a ser visto, ningún sonido de la vida vibró a

través de una atmósfera, clara y deslumbrante, pero carente de todo calor

madurado. Había algo opresivo a la mente en el aspecto gélido de esta estéril

soledad, por lo que, a diferencia del efecto majestuoso de la naturaleza de las

soledades en otros lugares. Aquí, su pulsación parecía muy petrificada, la vida

parecía haber huido de horror. A partir de las características de esta gorgónica

superficie rocosa; uno se sentía como vagando entre las paredes sombrías de una

casa encantada, donde incluso, aparte del chirrido de la lechuza, no hay ecos más

largos.

En la larga perspectiva estrecha de este valle, un objeto indistinto, elevado sobre el

laberinto de la maleza, parecía algo de la obra del hombre que llegó en ese

momento a nuestra vista. Se veía como una cruz de altura inusual pero, en general,

de un extraña apariencia. A medida que nos acercábamos, algo así como un cuerpo,

parecía unido a una cruz. Estimuló a nuestros caballos y, en realidad resultó ser un

cuerpo humano. Era un objeto muy en armonía con el paisaje. En lo alto, la forma

semidesnuda de un hombre, atado firmemente por el cuello a una viga, colgado y

suspendido. La piel era la de un hombre de color marrón, vítreo y transparente,

como pergamino. En la cara colgaba, oculto por una mata de pelo negro, gruesa y

erizada, un documento con moho que se encontraba adjunto hasta el pie de la viga,

en la que, un poco medio borradas, se entendían algunas cosas sobre la aplicación

de la justicia, después de haber superado el error y que el individuo era culpable de

muchos crímenes cometidos en este lugar. Este objeto horrible, no es de extrañar

que excitó la imaginación en nosotros, parecía tan de acuerdo con el lugar, que

vendría sobre las huellas del demonio que le obsesionaba y de la que ahora

contemplaba su larva horrible. No había indicios de corrupción perceptibles. Ello fue

debido a esta anterior preparación, o a la peculiar calidad de la atmósfera, o a que

el cuerpo se encontraba a cierta distancia de la tierra. Pero, lo más extraño de todo,

es que no había buitres que se hubieran acercado a la fiesta. Sus picos siempre

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listos, habrían ahorrado este solitario monumento de la justicia mexicana, o incluso

como si hubieran sentido un odio a la carne venenosa del asesino.

Nos alejamos muy pronto del espectáculo, al trote, a un ritmo acelerado. Hemos

reflexionado que, entre tantas cruces erigidas sobre las víctimas, esta fue la primera

marca de la retribución que habíamos visto en México, un país donde cada viajero

está obligado a pagar por una licencia para portar armas, que son enumeradas en

el pasaporte indispensable. Además, existe una ley que especifica que cada

extranjero que desé residir, durante algún tiempo, en un pueblo, tiene que pagar por

una carta de seguridad, que suena bastante curiosa en estados como Durango,

Zacateccas, y Chihuahua: gracias a la emancipación prematura de su población

esclava.

Al mediodía, llegamos a una hacienda de solitarios edificios ruinosos, donde unos

pocos habitantes irregulares nos veían con los ojos abiertos y con cierta

desconfianza. Nos llevaron unos Señores de la carretera, quienes retribuidos por la

sospecha, por pensar no mucho mejor de ellos y mirando fuertemente a nuestros

caballos y alforjas. Como una precaución necesaria en todas partes de México.

Un ligero refrigerio para nosotros y nuestros caballos pronto nos fue enviado, y, fue

grande el asombro de los habitantes, por el hecho de que pagaramos y nos

fuéramos.

La carretera, por la tarde, se hizo más empinada, robusta, y pedregosa, en general

era un camino difícil para los cascos de los caballos, a los que hay que poner mucha

atención, pues los pedazos afilados de piedra se atascan en las concavidad de las

patas, y solo se pueden eliminar con muchas dificultades. Hacia la tarde, nos

acercamos a la ciudad de Sornbrerete, a doce leguas de El Valle. (…)

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Alfredo Chavero

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Alfredo Chavero

Alfredo Chavero nació el 1 de febrero de 1841. Fue originario de la Ciudad de

México donde se recibió de abogado a los 20 años. Desde entonces ejerció una

serie de actividades que parecen desconectadas entre sí, pero que son

características a un tipo de vida mexicana que al parecer todavía prevalece: poeta,

dramaturgo, historiador y arqueólogo, político y varias otras cosas.

Chavero tuvo en su vida de político liberal varios puestos, desde Regidor del

Ayuntamiento de la Ciudad de México en 1872, hasta diputado con gran influencia

en los tribunales. Fue también excelente director del Museo Nacional, donde en

gesto generoso renunció al sueldo y continuó con el trabajo.

Su gran biblioteca histórica, originada en la compra de una de las que reunió José

Fernando Ramírez, más tarde fue vendida con la condición de que no saliera de

México. Condición que años después de su muerte no fue acatada.

Lo más destacado de su obra y lo más conocido aún consiste en sus publicaciones

sobre el México Antiguo. La más popular, que se hallaba en toda casa mexicana

con pretensiones culturales, fue su colaboración a México a través de los siglos,

obra dirigida por Vicente Riva Palacio. Chavero escribió el primer volumen intitulado

Historia antigua y de la conquista.

Durante la Intervenció Francesa, alfredo Chavero fue uno de los personajes del

liberalismo mexicano que siguió los pasos del Gobierno Nacional Republicano, en

su difícil peregrinación, salió con Benito Juárez de México, el 13 de Mayo de 1863.

Con especiales encargos del Primer Magistrado de la República, Chavero recorrió

los Estados de México, Michoacán, Querétaro. Guanajuato. San Luis Potosí,

Zacatecas, Durango, Jalisco, Colima y Sinaloa; unas veces acompañando al

presidente legítimo de México, y otras desempeñando comisiones importantes,

confiadas a su decidida actividad por la causa de la República, sufriendo en esos

viajes todas las penalidades consiguientes a la situación, mismas que venían a

aumentar las que hasta en tiempos normales sufre el que se veía obligado a viajar

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por el entonces extenso y poco poblado territorio. Las imborrables imágenes e

impresiones de Chavero, durante su viaje por la Sierra de Durango, realizado a

principios de 1864, produjeron el relato que de él nos ocupa.

Alfredo Chavero falleció en la ciudad de México el 24 de octubre de 1906.

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CHAVERO, ALFREDO (Licenciado). Obras. TOMO I. Escritos diversos, MÉXICO ,

Tipografía de Victoriano Agüeros, Editor, Biblioteca de autores mexicanos.

Historiadores #52. 1904, Pp. 55 a78.

LA SIERRA DE DURANGO

I

La antigua Guadiana, capital de la provincia de Nueva Vizcaya, y hoy del Estado de

Durango, es una población simpática. colocada a las márgenes de un rio, y al pie

del famoso Cerro de Mercado. Por donde quiera que se llegue a ella, hay que

atravesar el desierto, cuya soledad custodian los indios bárbaros. El cerro de

Mercado, que se puede decir que es todo de fierro, es una de las riquezas que el

porvenir reserva á nuestro país. Con sus piedras, ó más bien dicho con su fierro,

están formadas las calles de Durango. Se ha calculado que con el valor de ese solo

cerro, se podría formar al mundo una doble cintura de pesos mexicanos.

Muy someramente diremos que Durango es una de las poblaciones más

adelantadas del Interior; sus habitantes son tal vez los más hospitalarios de la

República; poseen muy finas maneras: y muy afectos á divertirse, pasan la vida en

bailes y en conciertos. Allí, después de mucho tiempo, volvimos á ver el espantoso

sombrero negro, que nuestra gente del pueblo ridiculiza tan bien con el nombre de

sorbete. Los durangueños hacen gala de vestirse lo mismo que si estuvieran en

México. Las casas de la ciudad son casi todas bajas; pero amplias y cómodas. Los

edificios religiosos son hermosos. Nosotros tuvimos el gusto de ver la iglesia de San

Francisco, en compañía del bravo Patoni, de ese héroe de leyenda, que atravesaba

solo la Sierra con su rifle de 20 tiros a la espalda, y al cual sólo pudo matar el

asesinato: allí los santos habían sido substituidos por cañones rayados, y los altares

por pilas de granadas; la ciudadela de los frailes se había convertido en el templo

de la guerra. Durango tiene un teatro, que es el segundo que se edificó en el país,

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una plaza de toros, un baño llamado las Canoas, y no sabemos cuántos edificios

públicos más, porque apenas pasamos por la ciudad; y además, desde que

llegamos nos encontramos flanqueados por agradables botellas de Champaña, y

durante los ocho días que allí estuvimos, no nos abandonaron esas buenas amigas

de nuestros amigos de Durango: pasamos la vida en almuerzos, comidas y bailes,

y por eso es que nuestros recuerdos están como estaban nuestros ojos, algo

turbios. Pero sí recordamos un hecho original. Todos saben que Durango es la tierra

de los alacranes, y que al año se matan millares de ellos: el ayuntamiento paga a

los muchachos un tanto por cada docena que entregan; los presentan vivos dentro

de una botella. Cuando menos se piensa, los muchachos hacen una irrupción en

las casas, armados de su botella y de su vela, y empiezan sin ceremonia ninguna á

llenar la primera de alacranes. Para que el Ayuntamiento les pague las docenas de

alacranes que presentan, deben llevarlos vivos dentro de su botella. Pocos días

antes de que llegáramos, un muchacho, al llevarla a presentar, tropezó y cayó con

ella; en el instante se esparcieron por su cuerpo los alacranes, y en el momento

quedó muerto.

Los alacranes viven del lado del río donde están las casas de los ricos, y casi nunca,

según nos contaron, se les encuentra del lado en que están las chozas de los

pobres. Los alacranes en Durango hacen la compensación que hay siempre en los

goces y sufrimientos de todas las clases de la sociedad. Ningún joven enguantado,

ninguna dama que, envuelta en las nubes del raso blanco de su traje de baile, vuelva

en la noche á su casa, se atreverá á llamar con su mano a la puerta, de miedo de

encontrarse con la lanceta venenosa de un alacrán. Ningún viejo solterón se

atreverá a acercar sus labios a la reja para besar la mano de su amada, de temor

de encontrar en el frío hierro sus temidas antenas. Pero mientras a la luz de la vela

la rica señorita ve entre sus almohadones de encaje, en los cuales no quiere que se

aniden sino los dulces sueños, si se oculta el terrible arácnido, el pobre de la orila

del río duerme tranquilo, mientras un rayo de la luna, que cuelga en el firmamento,

se desliza a acariciar su frente, a través del mal forjado techo de paja. Esto nos

convenció de que decididamente el Dios de los cielos era un buen demócrata.

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II

No queremos dejar Durango para empezar á subir la famosa sierra, sin contar antes

a nuestros lectores cuantas cosas pasaron en el estreno del cajón de ropa de

Arregui. Este buen hijo de la Peninsula Ibérica comprendía que era un grande

acontecimiento abrir las puertas de su "Puerto de Mazatlán." Meditabundo estuvo

por largos días, empleando todo el tiempo que pasó en arreglar las mercancías y

disponer los armazones, en considerar de qué manera solemnizaría más tan fausto

acontecimiento. Tal vez soñaba en su acalorada imaginación que debería hacer

tanto ruido como el sitio de Troya o la toma de Sebastopol. Por fin llegó el tan

deseado día; su magín había trabajado más que el alambique de un alquimista; pero

todo estaba dispuesto, todo arreglado desde la víspera. A las once de la mañana

rompió el fuego sobre la multitud que ocupaba el frente de su tienda, y no creáis

lectores que os engaño; que el buen comerciante había conseguido a fuerza de

ruegos, que el buen Patoni le prestara media batería de piezas de montaña para

solemnizar ruidosamente tan grande suceso. Pero como el asturiano, que asturiano

debe haber sido, era buen católico, no quiso que se regocijase sólo el poder civil

representado por la artillería, sino también el poder eclesiástico representado por

las campanas. En efecto, las detonaciones de las piezas fueron acompañadas por

el repique a vuelo de las campanas de la catedral. Aquello era a un tiempo gusto de

artillería y gusto de sacristanes.

Feliz tú, Arregui, que en un tiempo en que la unión del clero y del gobierno era

imposible, cuando el primero peleaba por los franceses y el segundo por la

independencia, lograste ponerlos conformes aun cuando sólo fuera en el placer de

ver abierto tu cajón. El mundo seguirá rodando en el espacio, los años pasarán, y

no será remoto que algún futuro Juan Mateos ponga por título a uno de los capítulos

de cualquier novela que pase en Durango. por los tiempos de tu gloria: "de cómo un

español con fe y sin miedo, estuvo a punto de conciliar el matrimonio civil con el

eclesiástico."

A las descargas y a los repiques abriéronse las puertas, y la multitud fue recibida

con botellas de Champaña y con jura de pañuelos y géneros.

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Nosotros recomendamos a los comerciantes de México cuyos cajones se ven

diariamente vacíos, este modo de realizar, pues por experiencia hemos visto en

Durango que le agrada mucho a la gente.

Largo sería contar todas las peripecias de esa fiesta, y sólo narraremos lo que más

llamó nuestra atención. En el momento que cesaron las salvas y los repiques, el

siempre famoso Arregui apareció en la azotea, y con no poco asombro de los

espectadores, empezó a arrojar á la calle su sombrero, su levita, sus pantalones, y

en fin, todo lo que llevaba sobre el cuerpo, hasta quedar como Adán en el paraíso.

Después volvió a vestirse todo de nuevo, y se irguió mirando orgulloso a la

muchedumbre, como diciendoles: caten ustedes en mí a otro hombre.

III

Muy grandes son los preparativos que hay que hacer para salir de Durango y

atravesar la sierra. Como en más de tres días no se encuentra una sola cabaña, es

preciso abastecerse de carnes frías, conservas alimenticias, frutas secas y vinos. A

nadie se le ocurre viajar aisladamente por aquellas soledades en que no daría un

paso sin que fuera atacado por los apaches; el camino se hace en caravana, se

esperan los viajeros hasta que forman un número respetable, y todos reunidos

emprenden una verdadera marcha militar hasta llegar a los desfiladeros de la Tierra

Caliente.

Nosotros buscamos, como es costumbre. una buena mula de paso que nos

condujera por las estrechísimas y peligrosas veredas de la montaña, en donde

cualquiera otra cabalgadura nos habría precipitado con facilidad a los profundos

abismos por los cuales atraviesa el camino. A la hora fijada, estábamos ya

caballeros en una hermosa muía tordilla, ensillada con la clásica vaquera, de cuya

cabeza cuelgan dos grandes bolsas de cuero para las provisiones que llaman

cantinas. Reunida estaba toda la caravana, que se componía de más de doscientas

personas, de las que unas eran viajeros que iban a Mazatlán a embarcarse para

San Francisco, otras éramos peregrinos de la emigración, otras jefes y oficiales que

marchaban al lugar que les destinaba el Gobierno para pelear contra la Intervención,

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y otras, en fin, comerciantes y arrieros que conducían sus recuas de muías cargadas

de mercancías que llevaban al puerto. Nos acompañaba una fuerte escolta de

infantería que custodiaba una conducta de plata.

IV

A menos de una hora empieza a desplegarse el camino por la falda de la magnifica

Sierra Madre, que como una culebra. se extiende por toda América, desde los

Andes hasta las Rocallosas. La senda es estrecha y peligrosa y de una pendiente

rapida de tal manera, que en menos de ocho leguas la vegetación de la tierra

templada desaparece para hacer lugar á hermosos y pintorescos bosques de

encinas y madroños. Saliendo de Durango a las once de la mañana con una

temperatura algo cálida, al caer la tarde atravesaba la comitiva un río helado, de

donde parte una estrechísima rampa que, semejando la forma de un caracol,

conduce a una hermosa plataforma que se eleva cortada a pico sobre el mismo río

a una altura de más de doscientos metros. Habiendo llegado nosotros unos de los

primeros al punto de descanso, sentimos una impresión desconocida y grandiosa al

contemplar desde aquella altura la caravana que se retorcía a nuestros pies,

apareciendo y desapareciendo por entre las calles de encinos, desplegándose

sobre la nieve del río, y volviendo a retorcerse por las quiebras de la subida de

donde desembocaba, formando un extraño ruido de alegría los gritos de los viajeros

y los relinchos de las muías. El corazón nos palpitaba de un modo inusitado al

vernos por primera vez en el verdadero desierto, en esa inmensa soledad tan

poblada de grandes pensamientos, de sublimes soplos que fingen en su sonido

palabras misteriosas que parece pertenecen al idioma que habla el Eterno; mirando

desarrollarse las quebraduras de las montañas en extensísimas selvas que

murmuran con un murmurio gigantesco, no sabemos que conversación entre sus

hojas y el viento; selvas que se extienden y semejan en las ondulaciones de las

copas de sus árboles un mar alborotado, del cual se desprenden como isletas

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algunos picos de cerros sin vegetación. Allí se comprende la magnífica imagen de

Víctor Hugo, allí se conoce que la naturaleza es una Biblia abierta.

Por el Oriente se levanta la sombra de la noche, como si fuese el fantasma negro

de aquellas montañas: por el Occidente. el sol se había hundido, y caía todavía su

último rayo regando de diamantes las rocas, el cristal del río y las armas de la

escolta que se había esparcido sobre la plataforma.

V

De Río Chico, que así se llama el punto en que descansamos el primer día, se sigue

subiendo el monte y se rinde la jornada en un hermosísimo bosque llamado El

Madroño. Es lo más curioso que pueda verse la parada de la comitiva. Los arrieros

descargan sus muías y forman su hato con los aparejos, haciendo una fortificación

dentro de la cual se colocan para defenderse en caso de ser atacados por los

bárbaros. Como ningún viajero atraviesa el desierto sin su fusil a la espalda, se ven

sobre los muros de jarcia de esa ligera trinchera, relucir los cañones, mientras en el

centro los arrieros encienden una hoguera para cocer su comida, y a su derredor se

sientan, departiendo en alegre y franca plática mezclada de ruidosas carcajadas.

La tropa estableció su campo militar con sus centinelas de avanzadas, y el resto de

los viajeros levantó sus tiendas de campaña. A nosotros nos habían formado una

entre dos gigantescos árboles. Tanto por el excesivo frío que mantiene siempre el

agua en congelación, cuanto para ahuyentar a los lobos que en esos parajes

abundan, al lado de cada tienda y en medio de cada hato se levantaba la llama de

una hoguera que chisporroteaba consumiendo algún tronco de encino. Como la

noche era obscura y el campamento extenso, por donde quiera que se dirigía la

vista se miraban las cabelleras de fuego de las hogueras. que se sacudían tiñendo

con un color de sangre las copas de los árboles, las tiendas de campaña y los

hombres que vagaban por el campo, y que parecían no sabemos qué especie de

visiones de leyenda alemana. Se escuchaba un ruido confuso formado por el alerta

de los centinelas, el relincho de las muías que pastaban libremente, el ladrido de los

perros, y a lo lejos el aullido de los lobos, y más lejos aún, ese magnífico rumor que

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en las grandes soledades se escucha en las altas horas de la noche, y que

podríamos llamar el tumbo del mar de la inmensidad.

Este modo de formar los campamentos de una manera militar, es absolutamente

indispensable para evitar los ataques nocturnos de los apaches; y aun así repetidas

veces han sido asesinados los viajeros en el centro de sus hatos, y arrancadas sus

cabelleras. Apenas sí las mulas se separan un poco; pero aun ellas vuelven volando

al menor silbido de sus amos. Estos animales están perfectamente enseñados: al

rendir la jornada, los arrieros les ponen su ración de maíz en pesebres portátiles

formados de jarcia y sostenidos por tijeras de madera: al concluir su cena las mulas

se van a pastar, y se mezclan las de unos arrieros con las de otros y; sin embargo,

cuando al día siguiente silban sus dueños, no se confunden, y corren

separadamente las de cada amo a colocarse en una perfecta línea recta delante de

su pesebre, para tomar el pienso de la mañana.

V54

Cada día tiene el viajero un espectáculo nuevo y original, y lo inesperado de las

sensaciones que experimenta, forman el encanto del viaje. El desierto presenta una

nueva emoción; por muchas leguas se contemplan, a ambos lados de la senda,

cruces fijas en el suelo o clavadas en los troncos de los árboles, y osamentas

humanas esparcidas por todas partes. No puede menos de sentirse pavor al mirar

esos despojos del hombre, amarillentos y descarnados, que le están diciendo al

transeúnte el peligro en que se encuentra.

Allí los viajeros como que se agrupan: la senda es ya ancha, pues se ha llegado al

lomo de la sierra; hermosa llanura de 15 a 20 leguas de latitud, que forma el

espinazo de ese gigante de la naturaleza: así es que la comitiva, que poco antes se

componía de los anillos de una cadena, entonces se replega, y como que forma una

columna compacta de defensa. Y sin embargo de que todos los caminantes van ya

juntos, las risas y las conversaciones cesan y un silencio sepulcral reina en aquella

54 En el texto original también se repite el número V.

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soledad: tan sólo se oyen los pasos de las muías, que con el ojo inquieto y las orejas

paradas, están atentas al peligro. como los jinetes.

No podríamos definir con nuestra débil pluma el consuelo infinito que se

experimenta, cuando á la vuelta del camino, se encuentran los ojos de repente con

el ranchito de Los Coyotes: sus cuatro paredes sucias, dentro de las cuales en vano

se buscaría una cama para descansar, o viandas para preparar un almuerzo, parece

que encierran la alegría: desde que se llega a ellas, vuelven a sentirse la tranquilidad

y el bienestar. Sin duda es por que el hombre nacido para la sociedad y la

civilización, se encuentra en el desierto en un campo extraño a su actividad y

destino: pero tan luego como a lo lejos mira en las soledades el penacho de humo

que se escapa de la chimenea de alguna habitación, se siente otra vez en su campo

de acción, en su vida providencial. El humo es siempre la señal de la existencia, es

la bandera que ondea sobre la ciudad, y que muestra a lo lejos el lugar del descanso.

el hogar de la familia, la grandeza de la patria.

VI

De Los Coyotes se pasa a Las Naranjas, y de allí a El Salto. Este es un rancho

cómodo con sus chimeneas en las salas, y con su patio con torres y almenas como

un castillo de las orillas del Rhin. Colocado en una bajada de la montaña en medio

de un bosque tupido, se figura la imaginación ver en las salas a los amantes

trovadores, y semeja la arboleda fantásticas comitivas de cazadores o piadosos

grupos de peregrinos.

¡Oué contentos nos sentamos al calor de las chimeneas, a oir famosas hazañas de

los compañeros de viaje que con apaches habían tenido encuentros! Ya uno nos

relataba que se había hallado solo frente a tres bárbaros; pero que gracias a su

prudencia se salvó, por no "haber descargado su arma: los bárbaros jamás atacan

al viajero que conserva cargado su rifle. Otro narraba los diversos medios de que

usan los apaches para desviar la puntería e impedir que les toquen las balas, tales

como deslumhrar con espejos o con saltos continuos en todas direcciones. En fin,

todos tenían algo que decir. Solamente nosotros estábamos callados oyendo el

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chasquido de las chispas, y pensando que los hombres gustan mucho de hablar del

peligro cuando ya no se encuentran en él.

VII

De El Salto se vuelve otra vez al desierto, que allí, como siempre, cambia de

fisonomía. En lugar de bosques de encinos o pinos, está cubierto el suelo de

titánicos ocotes. Los que nos hemos admirado con la vegetación del Monte de las

Cruces y Rio Frío. vemos después con desdén sus árboles, que parecen arbustos

en comparación de los de la Sierra. En esos millares de ocotes hay un tesoro de

trementina. Tenemos la idea de buscar las minas solamente en las entrañas de la

tierra: pero en nuestro país donde quiera puede encontrar una mina el trabajo.

Los ocotes forman en la Sierra de Durango vistosísimas hileras de columnas, que

parece sostienen su cielo de un azul pálido y triste. Sin duda esos árboles que la

naturaleza coloca en una rigorosa línea recta, y que entre sus hileras forman como

los espacios de las naves de un templo, fueron los que dieron idea a los hombres

para construir sus catedrales: el corazón humano sintió cuánto se recoge el alma

entre aquellas pilastras naturales, y levantó de piedra un bosque de columnas.

Si el catolicismo resiste todavía en la segunda mitad del siglo XIX, a los embates de

la inteligencia y del progreso, es debido tan sólo á que es una religión que alucina

enteramente la imaginación El incienso con sus nubes, las olas de armonía del

órgano, la salmodia grave y misteriosa, la luz que se desliza entre las altísimas

ojivas, los cirios del altar, y esto en el bosque de pilares cuajados de flores de piedra

y bajo un cielo espléndido, que la mano de un Miguel Angel pinta en las bóvedas de

granito; todo reunido subyuga el corazón, y más, mientras el corazón es más

grande. Se necesita salir al aire libre, sacudir del cerebro la bruma de notas y de

aromas que lo habían nublado, y volver a ver al rico en su carruaje y al pobre

mendigando, para volverse a sentir en el mundo.

Todos habéis sentido esta magnífica emoción: pues bien, centuplicadla y sentiréis

la de la catedral de la Sierra; pero allí las pilastras llegan hasta la bóveda del cielo,

y éste no está pintado por Miguel Angel, sino por la mano misma de la naturaleza:

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y no se adorna con vírgenes y arcángeles, sino, de día, con un pabellón de oro que

cuelga del disco del sol. y de noche con un manto negro cuajado de estrellas, y

sobre el cual extiende algunas veces un finísimo velo de plata la luna que se pierde

entre las lejanas quiebras de la montaña.

En medio de este bosque de ocotes se levanta un caserío que llaman "'La Ciudad."

Acaso intentaron algunos montañeses subir hasta allí la civilización; pero no lo

consiguieron: ésta no gusta de alejarse de las playas.

VIII

En "La Ciudad" el viento es intenso, el huracán tiende sus alas con libertad entera:

se ha llegado a lo más alto de la Sierra; algunas pequeñas eminencias que se

levantan en aquella llanura, no tienen ya vegetación; las aves no se atreven a llegar

allí; el aire es tan delgado, que apenas se puede respirar; el frío es horrible, las

botellas llenas de agua se revientan junto al fuego al congelarse ésta; los

caminantes llevábamos cada uno dos sarapes, e íbamos tiritando de frío; el sol está

triste y amarillento, parece un sol con tisis.

De repente el viajero se detiene asombrado; el gigante de la sierra se corta a pico

bajo sus pies, a una profundidad insondable; la vista no tiene ya obstáculo delante,

las miradas del hombre atraviesan veinte leguas, y van a encontrar a esa inmensa

distancia el puerto de Mazatlán y la costa del Pacífico, y como una franja negra

cerrando el horizonte, el lomo redondo del Océano: entre el mar y esa altura se

desarrolla a una gran profundidad, una serie de montes que parecen formados por

una mano colosal que hubiera arrugado con sus dedos la costra de la tierra.

Nadie puede figurarse lo que siente el hombre cuando se ve colocado en ese

pedestal que le levanta a la altura de los cielos, y que a una profundidad infinita, ve

desarrollarse bajo sus pies el mundo material con sus montañas, sus bosques, sus

ríos y sus ciudades, y también el mundo moral con sus pasiones y miserias, con sus

ambiciones, sus venganzas, su fe ilusoria y sus esperanzas raquíticas. Allí veíamos

rodar un grupo de nubes que descargaban su granizo y su electricidad a quinientas

varas bajo de nosotros. Nos parecía que esas nubes nos separaban para siempre

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del mundo, y sentíamos un bienestar infinito lleno de melancolía: los momentos más

felices de la existencia, así como los más grandiosos, llenan el alma de profunda

tristeza. Solos, lejos de todo afecto, sin escuchar la voz del hombre ni el ladrido del

perro, oyendo el trueno del rayo muy lejos debajo de nosotros, como el acento de

vida de un mundo al que ya no pertenecíamos, era sentirse ya en la otra vida, haber

dado vuelta a los goznes de las puertas de la tumba. El corazón entonces siente un

aliento inmenso que llena todo aquello que se ve vacío: a este aliento lo llamaban

los aztecas Teotl.

IX

Allí se puede decir que concluye la Sierra de Durango: un camino formado en esa

profundísima pared de la montaña conduce al Durazno, primer pueblecito de la

costa de Mazatlán. Todavía se camina desde allí por precipicios y barrancas; pero

ya no es la Sierra, que se ha cortado a pico de repente formando una inmensa

muralla.

La bajada está formada en zig-zag en la roca viva; no puede caminar más que una

mula de frente por esa angostísima senda: por un lado se levanta el macizo del

monte, y por el otro hay un voladero de más de mil pies de profundidad, cuyo fin no

puede contemplarse, pues la vista sólo alcanza a ver mucho muy abajo, una bruma

negra que borra los objetos. La pared del voladero es tan perpendicular, que los

árboles nacen casi horizontales en ella. Desgraciado el viajero cuya mula resbala.

o que atraído por el vértigo, se siente lanzado al precipicio: botando de árbol en

árbol y de peñasco en peñasco, va desgarrando su cuerpo entre las ramas y las

puntas de las piedras, y se va a perder con sus dolores en un abismo de donde ni

siquiera podrá llegar su voz a los humanos. Cuando tal desgracia sucede, como ya

saben los caminantes que todo auxilio es inútil, no detienen su viaje, lo siguen con

un compañero menos.

Nosotros empezamos a descender por ese caracol cuando el disco del sol se hundía

a lo lejos detrás de la faja negra del Pacífico: al bajar llegamos al grupo de nubes

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que llovía sobre el Durazno : el viento las impelía con fuerza, y al pasar sentimos

que azotaba nuestro rostro la ala fría de la nube.

A la mitad de la bajada nos sorprendió la nocne, y entonces contemplamos una de

aquellas pinturas que sólo se encuentran en los cantares del Norte: una comitiva de

sombras negras se retorcía sobre el precipicio ondulando en el caracol de la

montaña: aquellos bultos se movían de una manera indecisa dejando ver de cuando

en cuando chispas de fuego que sacaban las herraduras de las muías, o visiones

claras que formaban los que iban embozados en jorongos blancos; el aire sacudía

con furia la copa de los árboles, que formaban raros acentos como de un concierto

mortuorio; muy en el fondo se oían los ladridos de los perros, y se veían las luces

del pueblecito aparecer y desaparecer como los fuegos fatuos de un cementerio: y,

cosa rara, de aquella visión de muerte no salían los aullidos lúgubres del sepulcro,

sino alegres conversaciones de los caminantes que veían cerca el lugar de

descanso, y risotadas francas de los soldados.

Los desfiladeros de la Sierra de Durango son sin duda más hermosos y más

peligrosos que los de los Alpes: mucho se ha celebrado a Napoleón haber

atravesado con artillería estos últimos, y sin embargo, nada más común entre

nosotros que atravesar los de la Sierra con piezas de grueso calibre: hemos visto

en Mazatlan una batería de a 24, llevada de Durango a la playa por aquellos

desfiladeros.

Para que el lector pueda calcular su profundidad, nos bastará decir que aquel

vertiginoso caracol está dividido en tres tramos que forman tres gigantescos

escalones, que harían inventar la fábula de los Titanes si no estuviera ya inventada,

y que el último que cubre el pueblecito del Durazno; y que es el único que desde el

se ve, es tan alto, que en la noche las antorchas que llevaron unos guías que

mandamos a alumbrar el camino a nuestros compañeros de viaje que se habían

retardado, nos parecían estrellas que alumbraban en lo más alto del cielo.

La bajada es tan rápida, que al caer la tarde estábamos tiritando de frío en lo más

alto de la Sierra; y tres horas después, nos hallábamos en plena Tierra Caliente en

la primer cañada de la costa

1864

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Edmond Guillemin-Tarayre

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Edmond Guillemin-Tarayre

Nacido en Aubin, departamento de Aveyron, Francia, en 1832; después de estudiar

la Escuela de Minas de París. Edmond Guillemin-Tarayre, obtuvo el grado de

ingeniero en Ciencias físicas y recibió el nombramiento de primer ensayador de la

Casa de la Moneda y laboró en Decazeville, Aveyron, y en las minas de La Ghazatte,

de la Cuenca de Saint-Etienne.

El inquieto temperamento del ingeniero minero no era capaz de someterse a la vida

tranquila y apacible que le garantizaría el trabajo rutinario. Así, sus impulsos lo

empujaron a viajar, a partir de 1858 y, para 1860, Guillemin-Tarayre hacía el papel

de ingeniero asistente de investigación mineralógica, para la Compañía Industrial

de Ferrocarriles de Rusia. Durante un breve período. También trabajó en las minas

de Grand-Combe, de la Cuenca del Gard, y en la exploración metalúrgica, en

Abruzzo, en el centro de Italia. Entre 1863 y 1864, el ensayador francés fue el

responsable del reconocimiento de las cuencas Houjllers, de la costa norte oriental

de Madagascar.

Por la experiencia y eficiencia de los los servicios prestados en estas diversas

misiones, en 1864, el ingeniero francés fue designado como miembro de la

Expedición Científica de México, que acompañó a las tropas de la Intervención

Francesa. Ya en 1855 se le había responsabilizado de la clasificación de las

colecciones de minerales enviados por la República Méxicana, para la Exposición

Universal.

Entre 1864 y 1866, durante su trabajo de investigación en México, Guillemin-Tarayre

se aplicó de manera notable: Exploró los centros mineros de: California, el estado

de Nevada, Baja California, Sonora, Sinaloa, Jalisco, Guanajuato, Zacatecas,

Durango, Chihuahua, San Luis Potosí y el estado de Hidalgo, entre otros.

En 1867, en reconocimiento a su distinguido servicio durante la Expedición

Científica de México, Guillemin-Tarayre fue nombrado Caballero de la Legión de

Honor.

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Los años 1868 y 1869 Guillemin-Tarayre los dedicó totalmente a la preparación de

la publicación de los informes y mapas de sus trabajos de exploración en México.

En los meses previos a la guerra franco-prusiana, el mineralogista francés viajó a

Argelia y, durante el conflicto franco-prusiano, Guillemin-Tarayre fue nombrado

agente auxiliar ingeniero, para encargarse de preparar las defensas del parque de

Saint-Cloud y el lugar Etoile, así como para cooperar en el establecimiento de

puentes en el Marne y trincheras de Le Bourget.

En 1872 y 1874, Guillemin-Tarayre colaboró con el Señor Krantz, para estudiar

nuevas formas de trabajo de la ingeniería minera, lo cual lo convirtió en el ingeniero

de las minas de Montecatini, Toscana y Lercoul, Ariege. Finalmente terminó su

laboriosa carrera como director de la minería de oro de Granada, entre 1882 y1893.

Como ingeniero de minas, Guillemin-Tarayre publicó una gran cantidad de estudios

técnicos de gran valor,

Su exploración mineralógica de las regiones de México, fue publicada en 1869, en

el volumen III de los Archivos de la Comisión Científica de México, titulado Notas

Arqueológicas y Etnográficas. Se trata de un estudio acucioso de los restos dejados

por las migraciones de los primeros habitantes de América del Norte, en México y

en el contiene, además de la información específica sobre los pueblos, incluyó

valiosos vocabularios de los idiomas hablados por los nativos. Es un trabajo notable,

en todos los sentidos, sobre todo considerando la época en que se hizo.

Ingeniero, geólogo, arquitecto, geógrafo, etnógrafo y arqueólogo, Guillemin-Tarayre

también fue poseía un gran talento como artista.

Edmond Guillemin-Tarayre murió la edad de 89 años, el 2 de agosto de, 1920.

Gullemin-Tarayre y el observatorio solar de El Zape

Como ya se apuntó, Edmond Guillemin-Tarayre pisó tierra mexicana durante la

ocupación francesa (1864-1866); como parte de la Expedition Scientifique du

Mexique, empresa encargada de estudiar el territorio y la historia nacionales para

beneficio de las potencias imperiales aliadas (Austria y Francia) y para avanzar en

el conocimiento ilustrado y positivista que se imponía en la época.

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El texto de Gullemin-Tarayre, parcialmente traducido por Manuel Orozco y Berra,

está fechado en 1866, e incluye el plano del observatorio solar de El Zape, 55

diseñado por el investigador francés, según se asienta en los Materiales para una

cartografía mexicana, de Orozco y Berra. El mapa le fue entregado a Orozco, por el

Coronel Doutrelaine, representante oficial de la Expedition ante México.

Conocedores de la erudición de Manuel Orozco y Berra en temas de historia

prehispánica, antes de atreverse a publicar el texto en los Archives, los miembros

de la Expedition deben haberlo consultado respecto al descubrimiento que se

atribuían de las ruinas del Zape.

Orozco y Berra hizo notar que en la obra del jesuita Francisco Javier Alegre, Historia

de la Compañía de Jesús en la Nueva España, se asentaba que en el Zape habían

existido monumentos religiosos, cuyas piedras fueron utilizadas para la edificación

de la iglesia, información que Guillemin introdujo en una nota al pie de página en el

artículo terminado. Orozco y Berra, en este manuscrito, cita los pasajes pertinentes

del texto de Alegre.

Muro del Observatorio solar de El Zape, municipio de Guanaceví

55 Se atribuye a Guillemin-Tarayre el descubrimiento y elñabortación del primer plano de las ruinas del Observatorio Solar de El Zape.

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Penetración de los rayos solares en el Observatorio solar de El Zape, al mediodía

durante el solsticio de verano

Panorámica del Observatorio solar de El Zape durante el solsticio de invierno

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Plano y perfil de las ruinas arqueológicas de El Zape, levantado en 1866 por

Edmond Guillemin-Tarayre, obtenida de la original de la mapoteca Manuel Orozco

y Berra

A continuación, se repoducen los textos de Edmond Guillemin-Tarayre que se

refieren al estado de Durango.

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GUILLEMIN-TARAYRE, EDMOND. Exploration minéralogique des régions

mexicaines suivie de notes archeologiques et ethnographiques: rapport adressé à

son excellence M. Duruy, ministre de l’instruction publique par E. Guillemin Tarayre,

Archives de la Commission Scientifique du Mexique; t. 3, París, Imprimerie

Imperiale, 1869.

(…)

XI SIERRA MADRE DE PACÍFICO56

Minas

El 1º de febrero salí de la ciudad de Chihuahua para visitar la región montañosa que

se extiende al sur de Parral, hasta la ciudad de Durango. Abandoné la carretera por

la que había entrado a este extremo de la provincia de México y, desde Cerro Gordo

al oeste, fui con mi tropilla hacia el mineral de Indé, me encontré con una ciudad

destruida por el efecto de las convulsiones políticas de los últimos años, con unos

pocos pobladores sobre sus ruinas y granjas abandonadas por completo. Muchas

venas dan testimonio de la riqueza de este distrito. Los minerales pertenecen en

parte a la clase de sulfuros argentíferos de patio tratable, pero principalmente a

galenas y plata bournonitas argentíferas, de los cuales nunca se ha hecho una

buena explotación en México.

El mineral de El Oro se encuentra a poca distancia de Indé. La facilidad con la que

se explotan depósitos aluviales y vetas de oro ha hecho que se conserve una mayor

cantidad de población. El producto obtenido de las minas, de forma individual, por

los menores de edad, como pequeñas bolas de oro que representan el trabajo de

amalgamación de una semana, sirve comopieza común, y se evalúa, para el

comercio, a 14 dólares la onza. Las venas más interesantes son las de piritas

arsenicales que contienen una alta proporción de oro. Una pequeña parte de estas

contiene minerales que están mezclados en su trituración con el mercurio añadido

56 GUILLEMIN-TARAYRE, EDMOND. Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archeologiques et ethnographiques: rapport adressé à son excellence M. Duruy, ministre de l’instruction publique par E. Guillemin Tarayre, Archives de la Commission Scientifique du Mexique; t. 3, París, Imprimerie Imperiale, 1869, pp. 87 a 100.

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en la rastra. Los residuos dados de alta, después de la reunión y la recolección de

amalgama, contienen una proporción de metal precioso mucho mayor de la que se

ha extraído. Esta forma de trabajar es algo desgarradora, cuando se compara la

escasez y pobreza de la población con el gran valor de contenido de los materiales

rechazados.

Estas vetas de pirita se ubican al noroeste y noreste del arco; que viene incluido

junto con conjuntos que van desde 3 a 6 metros. En algunas partes, son

responsables de las piritas de cobre; esta asociación muestra los afloramientos de

las hermosas coloraciones del carbonato de cobre azul y verde. El terreno

circundante es pórfido de color marrón. Todos las explotaciones y pequeñas

haciendas de beneficio por Arrastra se agrupan en el mismo punto, que se llama

Magistral. Esta pequeña localidad se encuentra a 4 kilómetros de El Oro.

Algunos filones de naturaleza diferente, que se localizan en la zona: son las

principales fuentes de las vetas de mineral de mercurio, localizadas por algunos

gambusinos aislados; a continuación, se encuentra un, un filón de hierro semejante

o mayor que no se ha tocado. Al arribar a El Oro, uno se encuentra con una cresta

compuesta de espato flúor saliente, con apariencia de azúcar blanca,que poseía

un filón, al que uno aún no ha sido reconocido de la naturaleza. A los pies de las

colinas del aluvión se extiende un llano con gran riqueza aurifera, cuyo poder de

explotación depende de la voluntad durante la época de lluvias. En estos mismos

aluviones cuaternarios se encuentran referencias cercanas de osamentas

pertenecientes a grandes especies extintas.

A un kilómetro de El Oro, me encontré con una pequeña profundidad bajo el suelo

en la que había un fragmento de elefante (mamut) que mide 1. 20 metros de largo

y de 12 a 15 centímetros de diámetro. La materia orgánica estaba tan deshecha,

que no se pudieron recoger los restos. Un molar del mismo animal me fue mostrado

por un residente de El Oro, Que lo había encontrado a una corta distancia en el

entorno,

De El Oro me dirigí al mineral de Guanaceví, pasando por San Bernardo. Entonces

pude franquear la primera salida de la Sierra Madre y llegué al gran valle que

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contiene, algunas leguas al norte, los placeres más ricos del Río Sestin, pero

todavía más abandonados que los de El Oro.

Guanaceví es un mineral que está ahora casi abandonado. la producción mensual

de plata varía de 100 a 200 marcos. Los minerales, que contienen cuatro onzas a

la carga (834 gramos de plata, por tonelada) son abundantes. No es raro encontrar

minerales más ricos, y se puede evaluar una marca por carga (1 kilo 668 gramos

por tonelada), de la media del contenido de los minerales seleccionados y

transportados. El mercurio cuesta 10 piastras57 la libra, 53 francos. 50 centavos, los

460 gramos; la sal, 6 piastras la fanega58 (60 francos el hectolitro); el magistral, 3

reales la fanega (11 francos por cada 100 kilogramos). A los obreros mineros

(barreteros) se les paga a razón de 6 reales y una piastra. Estas son las principales

condiciones de trabajo. En cierta ocasión, una compañía inglesa intentó instalar allí

una gran hacienda, abrió varias minas, e instaló en estas montañas la primera

máquina de vapor para la explotación y el bombeo del agua de la mina, sin llegar a

alcanzar su objetivo de drenaje y secado de la misma. En la operaciión, la compañía

tuvo una pérdida de medio millón de piastras, y diez meses después, a la muerte de

su director M. Robert Auld, cesaron los trabajos, a finales de 1846.

Varias vetas de Guanaceví ofrecen ricos minerales, con una reducción de cobertura

poco difícil, que están sin explotar. Así pues es una zona de enormes recursos para

explotar en el futuro; pero, por el momento, las dificultades son tales que esta no se

concibe fácilmente, dado el estado miserable que actualmente presenta la región.

Los precios del mercado no justifican las inversiones, dadas las dificultades para

transportar los suministros y para alcanzar los sitios de las minas, en medio de las

montañas. Todas las materias primas son de Durango, cargan con los costes de

transporte, que ascendieron a 8.50 piastras por carga, que es lo equivalentes al 326

francos por tonelada.59

57 Piastra. Moneda fraccionaria que vale 1/100 de libra de Egipto. Líbano, Siria y Sudán. 58 Fanega. Medida equivalente al contenido de un saco. 59 Por otra parte, el flete de Mazatlán a Durango varia de 18 a 20 piastras por carga, alrededor de 670 a 775 francos por tonelada.

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De Guanaceví, siguiendo el camino trazado por la compañía inglesa Se pasa a El

Zape, a través de la Ciénega de Escobar, que forma parte de la depresión de la

cadena de La Candelaria, uno de los contrafuertes de la sierra alta.

Los pórfidos metalíferos localizados en Guanaceví, se extienden en diversos

ramales. En la Ciénega de Escobar se encuentran ricas venas estrechas de sulfuro

de plata; una de ellos fue localizada por un menor de edad, quien guarda

celosamente el secreto, lo que demuestra placas de 4 a 5 centímetros como del

grueso cuchillo, de corte sulfuro de plata pura. Los pórfidos metalíferos están

cubiertos de pórfidos traquíticos impregnados de calcedonia.

Después de cruzar las alturas de la Candelaria, bajando por el Valle del Venado,

que pasa cerca de Topia, se abre un camino en el lado occidental de la cordillera

del Pacífico. En Santa Catarina, podemos ver las ruinas de los pueblos

Tepehuanes, que una vez habitaron esta parte de la cordillera.

A continuación, descendiendo por el valle del Río del Venado, pasando por El

Presidio, un pequeño y triste poblado, domina la ribera del río. Se trata de un fuerte

construido anteriormente para vigilar y detener las incursiones de los indígenas de

la Sierra. Algunos pequeños ranchos como: Corrales, Los Pascuales, Los Herrera

y El Cazadero ofrecen viviendas y comida a lo largo de un estrecho valle que

conduce a la bonita ciudad de Santiago Papasquiaro.

Las haciendas de la zona producen una gran cantidad de maíz; en la ganadería, lo

que más merece atención, es la cría de caballos y mulas; los cuales son muy

famosos en México, como todo lo que proviene del estado de Durango.

De Papasquiaro, la carretera se remonta por el lado de La Mexicana, A la hacienda

de Chinacates, a donde llegamos por la meseta interior: se trata del gran llano de

Guatimapé, limitado al oeste por el primer pliegue de la Sierra Madre, y al este por

el Cañón de Santiaguillo, en el último extremo del cual se encuentra el mineralito

de San Lucas; hacia el norte se encuentran las explotaciones de estaño de Coneto

en medio de una pequeña cadena de granito. Después de haber pasado La

Magdalena, se localiza la larga Laguna de Guatimapé y a continuación se atraviesa

por una serie de las haciendas, otrora más ricas, de Durango.

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Después de una breve estancia en la villa, puse una ejecución el proyecto de cruzar

la larga y gran cadena del Pacífico, la que aún no había estudiado en el estado de

Chihuahua, la parte contigua a la meseta. Yo quería que este momento hacer un

reconocimiento de la notable constitución orográfica y geológica de la Sierra,

pasando por Durango hasta el límite de Sinaloa, luego de vuelta al punto de partida,

por una ruta diferente, para obtener dos trazos diferente de la forma espaciadas

entre sí.

La llanura alrededor de Durango se encuentra a una altitud de 1.900 metros y es

parte de la superficie de la gran meseta interior. A 10 kilómetros al oeste de la

ciudad, comienza al pie de la cadena. Cruzamos el primer cordón a una altitud de

2.600 metros, que luego desciende a La Casita, adelante del gran macizo central

que precede a las dos ondulaciones: la primera se detiene en El Durasnito y la

segunda alcanza su altura máxima, después de pasar por Los Escalones, De ese

punto se eleva hasta la parte superior de la cadena. El lado oeste se divide en

movimientos alargados hasta Milpillas, por los poblados de los indios tepehuanes.

Nuevos desprendimientos acusan por una serie de mesetas separadas por bancos

empinados y cortes superficiales. Al final de estas pequeñas placas, la cadena

disminuye de forma repentina, con una pendiente repentina, hasta llegar al Río San

Diego. En el corto espacio requerido para viajar por una verliginosa pendiente, en

curso paralelo en la cadena, al sur, se encuentra el Océano, después de cruzar la

pequeña ciudad de Acaponeta, que toma su nombre en atención de las tierras bajas,

al otro lado del curso del agua se forma durante un alto relieve masivo, el último

movimiento de la cadena que contiene las minas de San Javier. Por lo demás, la

sierra se termina contra una serie de cajas que van a bajar hasta cerca de la orilla,

y accidentadamente por colinas de toda la superficie de Sinaloa.

Dejando de lado este último espinal, la dificultad de los caminos e incluso los

eventos que luego tuvieron lugar en Mazatlán60 no permitian cruzar, sin peligro de

no poder volver sobre nuestros pasos. Regresé por uno de los barrancos que

emergen, y llegué a la cumbre por El Zapote y Pueblo Nuevo, con la finalidad de

completar el desarrollo de un horizonte que se extiende hasta el mar, con la revisión

60 El 18 de marzo de 1866, las fuerzas de Corona atacaron el puerto de Mazatlán.

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de la constitución de la cadena en sus últimos movimientos. Por lo anterior, ubiqué

la posición de la mina de Pánuco, cuya parte más alta (bufa) emerge

repentinamente de las cumbres circundantes. A la posición de San Sebastián y de

Copala llegué gracias a la información de mis guías, en los últimos pliegues de la

cadena.

Las poblaciones de El Zapote y Pueblo Nuevo pertenecen en gran parte a la raza

náhuatl, y su idioma; el mexicano, está todavía en uso. Allí se cultiva la caña, y con

métodos primitivos se fabrican, pequeños panes de azúcar, conocidos como

panochas, los cuales venden en bandejas, junto con los frutos conocidos de la tierra

caliente. El plátano se cultiva en el borde; alrededor de los campos de caña, y el

café se extiende en las laderas de los valles. Nos podemos hacer una idea de la

apariencia risueña de estos pequeños valles escondidos en los pliegues de la gran

cadena; las aguas abundan y se precipitan en cascadas y torrentes; toda la zona

boscosa y tupida, Los poblados se extienden a veces hasta el fondo de las

quebradas, sobre la cima de los acantilados.

Las personas que trabajan parecen felices de vivir sin grandes agitaciones, por lo

aislados que se encuentran del resto de México.

De Pueblo Nuevo me regrese a subir una alta meseta con vistas al otro lado del

Valle de Chavarria que se mantiene a una altitud superior a 3,000 metros. Todas

estas partes de la Sierra, al igual que otros altos picos de la cadena, están

compuestas de tobas y conglomerados traquíticos; estos últimos ocupan la parte

superior, forman un piso de varios cientos de metros y cubren a menudo pórfidos

metalíferos, como aquellos que se encuentran en Pueblo Nuevo y San Javier. A

veces son rocas metamórficas, a las que podemos seguir sus cambios graduales,

alejándose en masas eruptivas para llegar a donde nacen los peñones

sedimentarios.

Después de varios días de camino, en medio de los grandes bosques de pinos,

llegamos a El Salto por el camino de herradura que conecta a la ciudad de Durango

con el puerto de Mazatlán, y transitando por una mesetas inferior y menos boscosa,

que atraviesa una zona de grandes prados. Estos sitios se utilizaron como

mojoneras por los antiguos pobladores, como lo demuestran los restos de los

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pueblos que son perceptibles entre Coyotes y Agua Escondida. La porción de las

cadenas que viaja después, entre Llano Grande y Los Mimbres, es más robusta.

Las obsidianas y amigdaloides aparecen en medio de tobas y brechas, los árboles

se tensan más por los estrechos senderos, y muchas tragedias han ocurrido bajo

su sombra, A juzgar por el número de cráneos y esqueletos humanos que se

encuentran a sus lados. En general, se atribuye a los apaches los múltiples

asesinatos, mismos que aún continúan ya que estos salvajes no ha cesado sus

incursiones. La última depresión en la cadena montañosa pasa por el Río Chico, el

cual es señalado por basaltos, cuyas masas ocupan el útimo elemento orográfico,

hasta el nacimiento de la llanura de Durango,

El itinerario completo del reconocimiento había requerido un recorrido de 330

kilómetros; nuevas determinaciones astronómicas habían fijado las principales

estaciones, y el barómetro, que accede por primera vez a la medida de los

accidentes de estos terrenos. 360 cerros fueron medidos en su altura determinada

y se establecieron los perfiles detallados de los accidentes orográficos de la sierra.

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XII DURANGO

Durango es la capital de la Nueva Vizcaya, una provincia que antes comprendía

toda la parte norte de Nueva España. Esta provincia es actualmente el estado de

Durango y se extiende sobre un área de 121.400 kilómetros cuadrados, y tiene una

población de 156.500 habitantes, que por lo general viven en pequeños poblados

junto a los cultivos y el ganado. La población urbana, sobre todo la de la ciudad de

Durango, se erige con 14.000 habitantes, quienes, en su mayoría son

descendientes de los colonos originales catalanes, de Navarra y Vizcaya, que se

asentaron allí, a mediados del siglo XVI; situación representa al hombre blanco

español, casi sin mezcla.

Al igual que en Chihuahua, se encuentra en estas poblaciones, la fuerza de la

actividad y el espíritu empresarial de la raza española. El clima, por su belleza, su

dulzura y la frescura de sus inviernos, vienen a contribuir a la conservación de las

cualidades distintivas de estos colonos.

En los últimos años, el estado de Durango ha sufrido mucho por las incursiones de

los apaches. Muchas haciendas agrícolas y de cría de ganado fueron destruidas y

muchos rancheros perdieron sus rebaños.

La agricultura podría tomar una posición de prosperidad, gracias al clima

maravilloso que se presta para el cultivo de la vid en las mesetas (vino de Parras),

mientras que, en los valles de la Sierra Madre, se favorecería el cultivo de la caña

de azúcar, el añil y el café.

Minas.- La producción de mineral tomó a principios de este siglo, un avance positivo,

gracias a las minas de San Dimas, de Guarisamey y de Gavilanes. La producción

de los dos primeros centros era, A ese momento, de 250 a 300.000 dólares al mes.

Gavilanes también alcanzó una cifra similar. Desde entonces, el abandono o la

pérdida de las viejas venas, ya no prevé a este grupo una producción de 600 a

800.000 dólares por año.

Los minerales de la Sierra Madre ofrecen, a lo largo de las quebradas, como

carácter distintivo, la presencia de una proporción considerable de oro. Ya hemos

hablado de las minas de El Oro, San Francisco, San Lucas, siguiendo al pie de las

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quebradas, y también se encuentran dentro de los límites de la entidad. Volviendo

ahora a los reales61 de minas que encontramos los Mapimí, el Real de Las Norias,

el Real de Cuencamé y el de Pánuco, situados al noroeste de Durango, estos

minerales pertenecen a las especies sulfuradas, asociados con frecuencia al sulfuro

de plomo.

Los minerales de hierro son muy comunes en la región. Él más famoso es la gran

masa de hierro magnético y hierro hematita, que forma el Cerro de Mercado,

ubicado a 2 kilómetros de la ciudad de Durango. Estos minerales que contienen de

50 a 65 por ciento de hierro, son inagotables y actualmente son explotados en una

pequeña fragua, que produce apenas lo suficiente para cubrir limitadamente las

necesidades de la localidad, que se encuentra a 3 kilómetros al sur de la villa.

También localizamos varias masas de hierro meteórico; uno de ellos, con un peso

de unos 200 kilogramos, es el yunque de un herrero de Durango y se encontró

alrededor de la ciudad. A menudo se habla de los grandes meteóritos que tienen

tres cuartas partes de masa enterrados en la llanura, entre otras cosas, no muy lejos

del Cerro de Mercado. Alexander Von Humboldt evaluó el peso del Cerro de

Mercado en 19.000 kilogramos, de acuerdo con la información que le había sido

proporcionada en México. Sin embargo, nunca fue posible aclarar la evaluación del

peso de la masa, aunque la estimación anterior no parece exagerada.

Las minas de plata forman un tercer grupo al sur de Durango. El mineral de La

Parrilla tiene una red muy compleja de venas que se cruzan y se entrecruzan entre

sí, en medio de rocas volcánicas y en las proximidades de un levantamiento de

diorita. Los afloramientos de mineral ofrecen colorados con cloruros y bromuros de

plata, mientras que los trabajos profundos proporcionan sobre todo sulfuro de plomo

argentifero, que se procesan al horno castellano. Algunos minerales cargados con

una muy alta proporción de piritas son, en primera instancia, fundidos. A pesar de

la abundancia de minerales y su contenido, que se eleva hasta 1 marco o 1 marco

1/2 por carga (1kilo. 70 a 2kilos. 50 por tonelada), como en las tierras de la mina

San José donde de producción semanal es de 50 o 60 marcos y rara vez supera

61 Real.- Nombre dado a cualquier título propiedad o concesión validada por la Corona de España y que pasó depués, por costumbre, a cualquier eplotación mineral, como real de minas.

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los 100 marcos. La pobreza de la pequeña población y la falta de espíritu

empresarial y de capital procedentes de fuera, explican el abandono de estas minas.

A pocos kilómetros al este de La Parrilla, se localiza el Cerro de los Sacrificios; se

trata de una gran masa de piedra caliza elevada por encima del nivel de las llanuras.

Varias venas, que aún no han sido exploradas, se localizan a sus flancos; sus picos

son visibles, y sus afloramientos a veces ofrecen los señalamientos de las vetas de

cobre y, en ocasiones, de vetas de plata. La base de la montaña está formada con

bases de piedra arenisca, mientras que la parte superior está compuesta de bancos

minados de carbonato cristalizado gris de cal y silicato de cal blanca. Las tres venas

principales se dirigen a lo largo del Norte y el Este y están inclinadas al Sudoeste.

Un crucero está dirigido hacia el Este oeste e inclinado hacia el sur.

El mineral de Chalchihuites ocupa un enlace al separarse de la Sierra y se coloca a

44 kilómetros al sur de La Parrilla. La población del municipio de Chalchihuites tiene

unas 7,000 almas; Sólo 5.000 son residentes de la ciudad, cuyo tamaño y bella

ordenanza sobresalen por algunos de sus edificios, ahora en ruinas, mostrando un

pasado histórico de esplendor. Los minerales de plata son, en algunas minas,

gangas de feldespato y ferruginosas, como la mina de La Candelaria y la de El

Encino; en donde la galena se asocia constantemente.

En la mina de Santa Eduviges se explota un mineral de galena argentífera; una

ganga de piedra caliza (cristal espato de color negro por el óxido de manganeso). A

la mina de Chalchihuites, la domina todavía una galena y una ganga de fluoruro de

calcio de un hermoso verde, asociado al espato calcáreo. Estas venas se

encuentran dentro de los pórfidos de diorita, que se agrupan alrededor de un

afloramiento de diorita que ocupa su centro de gravedad. La producción mensual

del mineral se eleva hasta los 1.100 marcos.

El mineral de Urique. una vez operado, tiene tres socavones en el suroeste de

Chalchihuites en los límites de colindancia de la Sierra Madre.

(...)

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286

III Ruinas de una colonia agrícola cerca de El Zape62

El desarrollo rectilíneo de la Sierra Madre, sin duda ha guiado el andar de todas las

migraciones que vienen del norte. Es en los valles que corren paralelos a la cadena

montañosa que nos encontramos con los restos de antiguos asentamientos

humanos, como el de Sestin, conocido por sus yacimientos de oro y que se ubica

por debajo de los 26 grados de latitud, donde he encontrado cuevas con varias

vasijas y objetos, que denotan una civilización avanzada. Más al sur, en el valle de

El Zape y en el grado 25, me encontré con los restos de una villa sobresaliente que

ocupa una buena parte del descubrimiento de un ensanchamiento del valle.

La orilla izquierda del río Sestin, que fluye, está cubierta por una serie de colinas

que tienen una poco elevada ondulación, en un lado hasta la Sierra de Guanaceví,

y en el otro a la de Escobar. La cumbre de cada colina es una zona residencial,

mientras que, en los pies de las minas, se extienden las tierras de cultivo, que

hubieran sido muy largas para el reconocimiento de todos estos montículos casi

similares, por lo cual, me limité solamente a sacar el plano exacto de una zona de

unos 700 metros al norte del rancho de Santa Ana, a 6 kilómetros de El Zape,

El plano III63 reproduce la planta y sección de una serie de terraplenes reportados,

formando terrazas que están exactamente orientados y cuyos bordes superiores

están limitadas por líneas de piedra colocadas en el suelo. Cuatro terrazas,

dispuestas alrededor de un patio en el medio de los cuales, un pequeño edificio se

indica por piedras cuadradas enlosadas. Después de este primer patio, al este, otras

terrazas abrazan dos espacios rectangulares en sólo tres de sus lados. Esta

disposición se asemeja a la encontrada en la antigua ciudad de Teotihuacan. Las

terrazas distribuidas en el mismo orden, como base á las casas, construidas en

materiales sólidos, mientras que en El Zape parecen haber existido chozas

62 GUILLEMIN-TARAYRE, EDMOND. Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archeologiques et ethnographiques: rapport adressé à son excellence M. Duruy, ministre de l’instruction publique par E. Guillemin Tarayre, Archives de la Commission Scientifique du Mexique; t. 3, París, Imprimerie Imperiale, 1869, pp. 183 a 186. 63 Se refiere al plano reproducido enteriormente como: Plano y perfil de las ruinas arqueológicas de El Zape, levantado en 1866 por Edmond Guillemin-Tarayre, obtenida de la original de la mapoteca Manuel Orozco y Berra.

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construidas con materiales ligeros, tales como jacales indígenas de la Sierra. Una

rampa suave en el camino hacia abajo, a cada lado del edificio principal, abajo de

la colina, en el campo, cultivadas como antaño; el maíz, los terrenos se limitan á

600 metros por una corriente permanente de cierta importancia; que desciende

desde las alturas de Cienega de Escobar, y desemboca en el río de El Zape.

Las otros colinas del valle ofrecen grupos a veces más grandes de terrazas,

dispuestas de manera similar. Podemos evaluar que, a 50 kilómetros cuadrados es

la superficie en la que se dispersan estos edificios. Hay restos de una especie

diferente en la roca tabular que dominan el territorio del pueblo de El Zape: estos

son los restos de las construcciones hechas de crudo sin fin, hechas de piedras

apiladas y recordando las chozas que se elevan en las regiones rocosas de los

pastores del viejo mundo. Estos trabajos bárbaros se deben a los cocoyomes; tribu

salvaje ya desaparecida. Hace sólo unos dos años, una anciana, la última

sobreviviente de esta tribu, murió en El Zape.64

Algunas cuevas, que sirvieron como viviendas a los mismos pobladores, se ven en

las orillas del río al norte de El Zape. En el lugar hay huesos, cerámica y algunos

puntas de flecha de sílex.

64 Cuando los jesuitas fundaron la Misión de El Zape, se encontraron con los restos de una grandes construcciones arquitectónicas rocosas de las antiguas civilizaciones de la zona con murallas. De igual manera que se hizo en el resto de las colonia, los jesuitas se apresuraron a hacer desparecer esas construcciones antiguas por lo que los materials de las mismass fueron utilizados para levantar el templo que se encuentra a un lado del estanque de aguas termales . En el lugar tambén localizaron una gran cantidad de vasijas funerarias que contenían cenizas y osamentas. Estos contenedores de piedra tenían esculturas con formas de diversas especies de animales.

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IV Chalchihuites. – Valle de Súchil – Sacrificios

Al interior de la Sierra no existen ruinas antiguas, más bien se encuentran pueblos

abandonados por las tribus de las montañas: tarahumaras y tepehuanes. Las

migraciones han continuado de manera preferente, al pie de la cordillera, y a lo largo

de la ladera interior, en donde se origina la meseta y de allí establece sus huellas.

A 150 kilómetros al sureste de Durango se encuentran cercas rectangulares

dibujadas con piedras alineadas y enlazadas a la cresta de una terraza. Estras

cercas se encuentran distribuidas en un área que se extiende desde las

estribaciones de Chalchihuites, a 5 kilómetros de la ciudad del mismo nombre, hasta

el Valle de Súchil, Estos vestigios nos dan a conocer mucho sobre las diferentes

construcciones y se apilan en el orden de acuerdo con su antigüedad. Por lo cual,

muy a menudo, las terrazas están cubiertas con montículos circulares que fueron

construidas por los indios chichimecas.

Chalchíhuitl significa, en lengua náhuatl, piedra preciosa. Nos encontramos, de

hecho, alrededor de un explotado filón de una mina llamada Chalchihuites. Se trata

de una hermosa ganga de piedras de color verde, que no son otra cosa que el

fluoruro de calcio, esta joya común fue trabajada por los antiguos mexicanos, en

finos cortes usados para sus adornos.

El Valle de Súchil seguía siendo, al momento de la conquista, el gran baluarte

armado de los chichimecas que defendieron las mesetas de acceso de los indígenas

tepehuanes. Estos, atrincherados en los valles de la Sierra del Pacífico, tenían las

costumbres y la moral de un pueblo invasor.

El Cerro de los Sacrilicios, lugar ubicado a corta distancia del Valle de Súchil, sirvió,

según la tradición, para realizar sacrificios religiosos. De hecho no encontramos

rastros de la construcción; Sin embargo, la forma particular de la montaña, implica

que su uso fue precisamente el que se le atribuye.

(...)

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VI Los tepehuanes65

La zona antiguamente habitada por este pueblo se extendía desde los 27º a los 25º

grados de latitud en el lado oriental de la Sierra Madre. Los asentamientos

empezaban a 5 millas de Durango y se extendiían al noroeste de Santiago

Papasquiaro. Hacia el norte, en los límites con la Tarahumara; al sur, c on el Partido

de Chiametlán; a oriente con la Laguna de San Pedro y, en el occidente, con el Valle

de Topia.

En 1558, el padre Don Gerónimo de Mendoza, fue el primer europeo que penetró

por en el límite oriental y se encontró con los zacatecos establecidos en una

fortaleza en el Valle de Súchil, ocupados en contener las incursiones de los

tepehuanes, que tenían una tendencia a establecerse en las mesetas.

En 1596, sin embargo, los misioneros pudieron penetrar en los territorios

mencionados y lograron fundar las misiones de Santiago y Santa Catalina.

En 1616, hubo un gran levantamiento de los tepehuanes, en el cual, los indígenas

dieron muerte a los misioneros jesuitas, los tepehuanes lograron integrar un

contigente con 25.000 guerreros y marcharon hacia la ciudad de Durango con la

finalidad de destruir la nueva y todavía escasamente poblada colonia.

Por su parte, ante la situación, el gobernador español armó a los habitantes de la

viila y salió con 1.000 hombres al combate contra los insurgentes. Los colonos

atacaron a los indígenas con la energía que da la desesperación, y se volcaron con

tanta dureza, que el enemigo perdió 15.000 hombres en la refriega. Ese fue el fin

de la nación tepehuán. Su importancia se redujo a la de una simple tribu, y continuó

su descenso hasta el punto en que lo vemos hoy en día. (Datos obtenidos de la

crónica de San Francisco).

En el momento de las primeras misiones, los tepehuanes vivian en rancherías,

llevaban ropa de algodón y aprendieron a tejer con lana de oveja, introducida por

65 GUILLEMIN-TARAYRE, EDMOND. Exploration minéralogique des régions mexicaines suivie de notes archeologiques et ethnographiques: rapport adressé à son excellence M. Duruy, ministre de l’instruction publique par E. Guillemin Tarayre, Archives de la Commission Scientifique du Mexique; t. 3, París, Imprimerie Imperiale, 1869, pp. 271 a 280.

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los españoles. Pronto se rigieron por la vida en policía y se ocuparon

particularmente en los cultivos.

Esta gente es notable por su capacidad intelectual, la gran actividad de su alta

inteligencia y la memoria muy fiel. No tenían ninguna religión, pero mantuvieron la

ley natural con gran rectitud. Sin embargo, nos dimos cuenta, con curiosidad, de

unos ídolos caseros o imágenes almacenadas en un lugar legendario, al tiempo que

hemos visto a uno en su ciudad principal, Ubamari; que consistía en una cabeza

que se coloca en una columna.

Después de consultar a algunos etimólogos, se pudo conocer que la palabra

tepehuán proviene de la lengua mexicana: tepehuani, conquistador, o de tépetl,

bosques, montañas, y la preposición haa, lo que significa poseedor o montañas

boscosas de la sierra. Aunque algunos autores sostienen que se trata simplemente

de tepehua pechua, lo que significa tarahumara duro.66

Bordeando la Sierra Madre, al norte de Durango, me encontré con una localidad

que lleva el nombre de Tepehuanes, situada a 40 kilómetros al norte de Santiago

Papasquiaro. Pero en ese lugar fue imposible localizar a algún miembro de la tribu

tepehuán; misma de la que me habían asegurado que sus miembros habían

desaparecido por completo, al igual que los cocoyomes.

Así, emprendí el regreso a Durango, viajando por el centro de la Sierra, entre esta

ciudad y Mazatlán. En ningún momento dudé que esta travesía podría ser útil a mi

misión en más de un aspecto.

Al cuarto día, después de haber atravesado lo mas empinado y salvaje del paisaje

de la naturaleza, arribé a un bonito pueblo llamado Milpillas, pertenecientes a la tribu

tepehuán. La primera reacción de los habitantes, a la llegada de mi pequeña tropilla,

fue la sorpresa y el espanto; tanto que, en un momento dado, habían huido de sus

casas. Sin embargo, cuando se sintieron seguros de que nuestras intenciones eran

pacíficas, algunos se hicieron presentes. Yo quedé profundamente impresionado

por su exterior. No tenía delante de mí los hombres de la raza roja, y tampoco se

parecían a los indios de otras partes de México.

66 Las lenguas indígenas de México, por D. Francisco Pimentel, T. II, p.45.

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Su tez apagada amarilla, la prominencia de sus pómulos, la inflexión de sus ojos, el

tamaño de su cráneo, así como algunos de los aspectos de su fisonomía, que no

me es fácil describir, cuanto más cerca pude observar su singular imagen, para mí,

que guardan relación con algunos tipos asiáticos que había estudiado previamente,

tales como los tártaros, los kalmuck, y los kirguises; incluso entre ellos nos

encontramos con algunos caracteres del tipo chino.

En general son de tamaño mediano. Su cabello es abundante y son más delgados

que los indígenas de las provincias vecinas. A la usanza de lo tarhumaras, llevan el

pelo anudado, en el cuello, en una sola trenza.

Llevaba conmigo un fotógrafo, inmediatamente me dispuse a tomar imágenes. Sin

embargo, el terror hacia la cámara intimidó a los modelos más bellos, aquellos cuyo

tipo eran de los más destacados; Tuve que contentarme con la fotografía de cinco

personas, dos de ellas parecían tarahumaras mestizos.

Esta población de tepehuanes, fue eliminada de enmedio de la sierra, y se tuvo que

establecer fuera de las vías más transitadas y su evolución histórica fue ignorada;

Cultivaron maíz, criaron algunas cabezas de ganado; varios de ellos, retirados en el

bosque, también fabricaban carbón, y lo transportan en burro á La Ferreria de

Durango, cuando quieren o lo necesitan, adquirien algún artefacto. Hacen

intercambio o trueque de maíz por azúcar y frutas de tierra caliente, en otros lados

de la sierra. Sus casas las construyen lo suficientemente fuertes como para resistir

el frío durante el invierno.

Un pequeño número de tepehuanes hablan español, otros sólo conocen su lengua;

oficialmente son católicos, cada pueblo tiene su capilla y, de tiempo en tiempo,

reciben la visita de un sacerdote que apadrina sus aldeas.

Esta es la cantidad de la población tepehuán, de acuerdo con el testimonio del juez

local de Milpillas Chico:

Milpillas Chico 100

Al sur de Milpillas Chico

Lajas 150

Milpillas Grande 80

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Al este

Taxicaringa 100

Teneraca 40

Santa María 40

San Francisco de Ocotán 40

Temoaya 100

Total 650

Esa tribu, una vez muy amplia, se vio reducida á un número limitado de individuos;

mientras que la introducción de los elementos culturales extranjeros, en unas pocas

generaciones, tenderán a que se desvanezca la masa de la población de la sierra.

Con el cuidado que merecía este trabajo, me dí a la tarea de recoger un pequeño

vocabulario de la lengua tepehuán.

Una vez puestas los vocablos en español y francés, se siguen las palabras de esta

lengua con sus equivalentes más cercanos:

ESPAÑOL FRANCÉS TEPEHUÁN

Padre pére niá papá.

Madre mére nián.

Hijo fils hímárá.

Hija filie niáglá.

Muchacho petit garcon áglé

Muchacha petite filie áglé

Hermano frére ínchích (ch comme en

castillan tch).

Hermana sceur ïnchïch.

Casa maison váák

Lumbre feu táy

Olla marmite jaha (j comme en

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castillan)

Cama lit enbáchwrá

Mesa table énbáchicrá

Silla chaise chír

Maíz Maîs jün (u toujours ou)

Frijoles haricots bábüí

Uevos oeufs nánáó

Espalda épaule íncálápóüa,

Brazo bras íngnáónó

Mano main íngnáónó

Dedo doigt íngnáónó

Uña ongle incütá

Pecho poitrine ínbásôt.

Seno sein vïpï

Barriga ventre váôcá

Músculo muscle inkáê

Rodilla genou inkáün.

Pierna jambe íáót-kár.

Pie pied incaíco.

Nalga fesse iniáátpúr.

Dorso dos incáóme.

Barba barbe ín chéínváú

Hablar parler niáüdáchí.

lo habla je parle áin üiáü.

Tu habla tu parles nia uk dan.

El habla il parle ngich áágá (señor)

Ellos hablan ils parlent hachi áágádá (señores)

Cielo ciel icháoíá.

Dios Dieu Dios (castillan)

Nubes nuages jükáúm

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Carne viande vücách

Huajalote dindon tühüá

Venado cerf süimách

Conejo lapin táúb

Liebre liévre táúb

Gallo coq chi-cá-cú

Gallina poule chi-cá-cü

Pollas poulels süiplch

Hombre homme chiüáitcám

Borrego agneau cánérá.

Buey boeuf tótür.

Caballo cheval Cavail (nouveau)

Puerco porc taüskül

Cabeza téte mááó

Cara figure ínüivás

Pelo cheveux íncóóp

Ojos yeux bóó pó ñé

Nariz nez iák

Boca bouche intrigni

Diente dent Tátámá

Lengua langue nûin

Labio lévre ínchínínüam

Barba mentón ingamkisa.

Cuello col ín có chóá.

Noche nuít tókág.

Humo fumée kó bâích

Bueno homme bon ich keüg tchiáóiá

Malo hombre homme mauvais piá mér keüg tchíáórá

Buenos días bonjour tchéü án güéür.

Adiós adieu uínüa hé.

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Sol soleil tánáol.

Luz lumiére tánáol

Luna lune máásói

Estrellas étoiles háü huágá

Sombra ombre héü kájá.

Sembrar semer treéïcháchï

Hambre faim ës biu yagní

Tengo mucho hambre j ai trés-faim máüt kün

Infierno enfer ót ïch küúk

Herido blessé inikich nich

Bailar danser neüoíû tchî.

Cantar chanter cantar atchi (forgé (iu

castillan)

Vívora serpent käühó

Jefe chef jefe (castillan)

Familia famille témáum ár.

Milpillas endroit oú se cultive le

mais

Môá rám.

Lluvia pluie jükäüm.

Trueno tonnerre dóóg däm

Relampago éclair dóóg däm

Nieve neige keü ü äi

Hielo glace keü ü äi

Agua eau sü ü dâí

Aire, viento air, vent küüüíl

Andar aller áüirá dächi.

Pasear se promener pastear pochi (forgé du

castillan).

Camino chemin väoï

Cerro montagne äóiä.

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Monte bois óótchér

Árbol arbre hóéuch

Encino chéne táán

Pino pin haüchüi

Zacate foin sáhï

Hojas de maíz feuilles de maïs áónál

Arco arc gáát

Flecha fléche ü-hô

Carcaj carquois üáhógüés.

Zapato soulier sóspátóch

Piedra pierre ó dái

Perro chien gá gáhóch

NUMERACIÓN

1 hómád 10 nónó büích

2 gá ók 11 dámán mád

3 báéch 12 dámán gáók

4 máükáó 13 dámán báéch

5 chétám 14 dámán máákáo

6 ché hómád. 15 dámán chét tám

7 ché gáók 16 dámán chê hómád.

8 che báéch. 17 dámán che gáók

9 che máükáó 18 mádáób

El recuento no desaparece; después de que se dice "mucho, móóhé”.

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BIBLlOGRAFÍA

Existen varios libros sobre el lenguaje de los tepehuanes.

El padre de Juan de Fonte, el primer misionero que entró en el Chihuahua y que

recorrió la mayor parte de la Sierra Madre del Pacífico, publicó un libro intitulado:

Arte de la lengua y vocabulario tepehuana. Posteriormente El padre José Fernández

publicó un libro con el mismo título. Por su parte, Don Tomás Guadaiajara dio un

giro y escribió una gramática y un diccionario: Gramática y Diccionario del idioma

tepehuán.

Sin embargo, se debe un don Gerónimo Figueroa la elaboración de una gramática,

un diccionario y un catecismo para el uso de las misiones. Por último, en 1743, Don

Benito Rinaldini publicó un volumen que trata sobre estos mismos contenidos.

Con el vocabulario que precede se puede dar una idea de la lengua tepehuán, a

pesar del pequeño número de palabras recogidas.

En primer lugar hay que destacar su frecuencia es en ese idioma; este es uno de

los sordos l’i, que no tienen equivalente en idiomas asiáticos. El eslavo consagrado

a una carta o a una señal especial: bl (28ª del alfabeto).

También llama la atención el parecido de varias palabras y algunas raíces con

palabras que pertenecen a los idiomas turanianos.

Nian, que significa madre, está muy cerca Niania, es decir, la enfermera tartara; la

misma palabra ha pasado a la lengua rusa (Hahn).

Babui, es decir, frijol, todavía tiene una raíz común en mongol de Asia y eslava. En

Rusia, escribimos Babbi, que absolutamente se pronuncia como la palabra

tepehuán.

Su u dai o sua o dai, lo que significa que el agua no llega a ras, que significa, en

tártaro, de agua.

Aaga, Señor (Señor), que no guarda una relación con agha, sobre todo la palabra

de Mongolia.67

67 Hasta que haya leído las conclusiones del Señor Guillemin, yo creía que sabía, el único aspecto tepehuán de su vocabulario pequeño, un idioma mongol. Ignorantes como yo soy de este idioma y con un número de palabras tan pequeñas como el vocabulario, es sin embargo muy imprudente. Se pronuncia en más de una sentencia definitiva. Sin embargo he visto en estas pocas palabras una

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Será fácil, creo, para una persona familiarizada con los idiomas asiáticos, por lo que

las conciliaciones son más llamativas y más completas.68

tendencia tentativa del sistema de la eufonía que se encuentra constantemente en todas las lenguas de la gran región turania. En este sistema, no son consonantes y las vocales son como antagónicas y pueden satisfacer, solamente por excepción, en la misma palabra. Las vocales de una palabra, sobre todo, deben generalmente ser de la misma clase. Por lo tanto no se puede asociar todas las vocales a, o, u (o) y secundarios (sin brillo) de a, e, e (silencio), y una i de la cueva. Pero en el pequeño diccionario tepehuán, me llamó la atención la tendencia a esta forma de armonización. 68 GUILLEMIN TARAYRE. M. EDMOND. Op. Cit. pp. 271 a 280.

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Eloi Lussan

Eloi Lussan fue un coronel francés adscrito al Ejército invasor, durante la

Intervención Francesa. Lussan transitó por tierras durangueñas entre 1864 y 1865.

Souvenirs du Mexique fue su relato de viajero guerrero, publicado en 1908, en el

que virtió sus experiencias y anécdotas vividas como invasor francés, desde el

punto de vista del conquistador, y lo hizo basándose en su minucioso diario de

campaña que le sirvió de guía para recordar sus impresiones personales.

Sin pertenecer a la élite de la corte de Maximiliano, Lussan tuvo mayor oportunidad

de conocer el país y sobre él escribió de manera más libre. El texto fue públicado

solo hasta 1908, en París.

Sobre Lussan, Jean Meyer escribió: “El teniente ingeniero Eloi Lussan (1836-1914)

no es menos universal que nuestro legionario. Habla español y estudia náhuatl.

Todo le gusta en México: la historia, la arqueología, la geología, la fauna y la flora.

Nos dejó verdaderas disertaciones sobre la víbora de cascabel, las chinampas, los

mexicains indignes, el caballo, el lazo. Myrtil Grodvolle, joven oficial condenado por

su miopía a servir en la intendencia, nos dejó además de su abundante y rica

correspondencia con sus hermanos y cuñados, fotografías, acuarelas, ilustraciones,

herbario, álbum de ornitología. Aprende español en poco tiempo, entrevista a la

gente y se revela un maravilloso observador, lúcido analista. Le encanta México,

pero desde enero de 1863, es decir a dos meses escasos de haber llegado, no

sueña sino con regresar a Francia”69

69 MEYER, JEAN. “México en un espejo: testimonio de los franceses de la intervención (1862-1867)”, en: JAVIER PEREZ-SILLER Y CHANTAI CRAMAUSSEL (dir.). MÉXICO FRANCIA. Memoria de una sensibilidad común; siglos XIX-XX. Tomo II, México, Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 1993. En:http://books.openedition.org/cemca/833?lang=es (Consutado el 13 de julio de 2016)

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LUSSAN, ELOI (COLONEL). Souvenirs du Mexique (Cosas de Méjico). París,

Librairie Poln, 1908. Pp. 89 a 94, 103 a 108 y de 252 a 254.

7. - Expedición hacia el norte de Durango

A Durango. – El prisionero del caballo árabe. - La montaña de hierro. – Los

alacranes de Durango. – El sargento Clochette.

Después de cuarenta días de estancia en Durango, donde se construyeron algunas

obras de defensa, el 25 de diciembre, el general Castagny se puso en marcha, con

rumbo al puerto de Mazatlán, en el Océano del Pacífico, con parte de su división

organizó la columna ligera, y yo me quedé en la parte trasera, bajo el mando del

general Aymard, con el resto, y la chispa del genio modesto compuesto por una

pesada carga de herramientas y un pequeño destacamento de zapadores

comandados por el sargento Clochette.

Del 9 de febrero al 11 de abril de 1865, el general Aymard, coordinó sus

movimientos con los de las otras dos columnas de operación y se dirigieron al norte

por la carretera a Chihuahua, con el 1er Batallón del 62º batallón de Línea, su

antiguo regimiento, una batería de artillería70 y un escuadrón de los Cazadores de

África.71 Fi participe en esta expedición con mi pequeño coche de choque que había

sido constriodo en Orizaba, por nuestros trabajadores del arte y los bomberos

llamado "Albatros", me dio gran preocupación el tramo de una subida muy dura en

la cual tuve que contar con la ayuda de un gran refuerzo de batería de

acoplamientos de artillería.

El 12 de febrero llegamos a San Juan del Río, y el 15 a la hacienda de San Salvador

al cual le montamos un sistema de defensa. Para el 22, arribamos al rancho

abandonado de El Casco y nos encaminamos por la carretera de Chihuahua hacia

el este, por el pueblo de Boca del Cobre, hasta la pequeña ciudad de Nazas, en el

70 El capitán Pachón (perdido de vista) 71 Capitán Aubert (perdido de vista)

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río del mismo nombre, adonde llegamos el 26 de febrero, después de haber cubierto

72 millas desde Durango . Nos quedamos en observación hasta el final del mes

siguiente e hicimos un reconocimiento, del 24 al 30 de marzo, un Boca de Cobre y

ranchos de Avino, La Uña y Sobaco. Todo esto lo cubrimos en cuatro días,

caminando 19 millas por jornada.

El 2 de abril, al ya no tener a la vista al enemigo que, en secreto, había tomado en

camiso hacia Saltillo y Monterrey, nuestra pequeña columna retornó de nuevo en

Durango, atravesanod unas 50 leguas, por las haciendas de Perdizeña72 y Porfías,

para llegar a la ciudad 11 de abril, después de nueve días de marcha, más uno

dedicad a descansar el 9.

Relataré un agradable episodio de esta expedición al norte de Durango.

Un caballo árabe, adscrito a una columna del Escuadrón de Cazadores de África,

había desaparecido por unos días, probablemente robado. Una tarde, en el campo

de Boca del Cobre, unos minutos después del toque de comida, se divisó a la

distancia, en la llanura, el galope de un caballo. Vemos que es nuestro caballo

árabe, que está montado y que se acerca. Viene montado por dos jinetes; nuestro

árabe y un lamentable mexicano. El fiel animal regresó al campamento y

relinchando de alegría, se dirigió a ocupar el lugar que le correspondía en la cuerda.

El jinete árabe, tímidamente aprehendió a su captor e informó: El ladrón

imprudentemente había pasado demasiado cerca de nosotros montado en la bestia

cuya cabalgata era casi un vuelo, y esta, al oír el sonido del toque de comida de su

escuadrón, ganó impulso de inmediato y forzando la mano a su jinete había decidido

obnedecer a una llamada de este tan agradable sonido al oído de los caballos de la

tropa.

Al regresar a Durango encontramos a la ciudad momentáneamente desocupada,

me dirigía a visitar los prados, a una media milla al norte de la ciudad, la famosa

montaña de fierro, El Cerro de Mercado, una especie de placa de 196 metros

elevado aisladamente en medio de la llanura. Pude llegar montando a caballo hasta

un nivel que es un poco cerca de la mitad. Se trata de una masa compacta, formada

enteramente de mineral negruzco, duro y pesado. Si bien, después de los análisis

72 Pedriceña.

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que se han hecho al material del cerro, se ha determinado que la cantidad del hierro

sería en la proporción de 70 a 90 por100. Lo que le asigna un valor de más de 12

mil millones de dólares, y se considera que la masa metálica contiene unos 470

millones de toneladas de hierro puro.

Recientemente con la terminación de la construcción de la sección del tren

Ferrocarril Internacional, que conecta directamente a Durango con la frontera de los

Estados Unidos, y que pasa al pie del Cerro de Mercado, se hizo posible explotar

esta mina inagotable, y ya se ha construido un alto horno de gran capacidad cercano

al cerro.

Debo mencionar a los alacranes enormes y horribles que infestan la ciudad de

Durango, y atormentan a sus residentes durante la temporada de verano, desde

mayo y hasta el mes de noviembre. Se paga una prima a algunas personas que

trabajan para su exterminio, y aún así cientos los niños que mueren cada año por la

picadura de esos teribles bichos.

El 9 de abril me llegó la orden de volver a San Luis Potosí dejando Durango al

mando al sargentge Clochette, con su destacamento de zapadores y carros de

municiones y vituallas. Lamentaba separarme del excelente oficial que habái

servido bajo mis órdenes directas durante ocho meses. (…)

En Nazas, el general Aymard me dijo un día que lo enviaría a una delicada misión

y, conociendo las cualidades de Clochette. Le dije que enviara a mi sargento:

Poco después tuve una conversación con el general:

- “No es un inteligente su oficia," me dijo: “que no entendía una palabra de lo que le

había dicho. "

- "¿Qué le ha ordenado, mi general? Sería tan amable de dejarme repetirle la

orden?"

- "Por supuesto. Le ordené que consiguiera voluntarios para hacer lo necesario para

cruzar a la otra orilla del río, y él me pidió construir un puente que permitiera la

comunicación con un pie seco para cruzar al otro lado del río."

- "Y eso es todo, mi general? "

-" Y es todo. "

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- Eso fue demasiado poco para él, mi general. Él esperaba tener algunas

explicaciones más detallada. Ya está muy acostumbrado a actuar de inmediato para

cumplira las órdenes de un oficial general. De hecho la orden esra muy importante

péro dada tan sucintamente para construir un puente. Desde luego, que él pensó

que le pedirí la construción del puente de La Concordia. Yo, si lo desea, hablaré

con el subalterno para aclarar las cosas. Voy a traducir sus instrucciones para

hacerlas entender es su lenguaje. En pocos minutos se puede hacer y le prometo

que pasado mañana a m´pas tardar tendremos las pasarelas más convenientes. "

Y en la misma ribera del Río Nazas, que en este lugar tiene 40 metros de ancho y

una profundidad uniforme de entre 80 a 75 centímetros, en medio de la arena

resistentes, el sargento explicó brevemente que iban a hacer un puente de

"caballetes rápidos"73 de la mitad de tamaño de la profunidad del río. Los árboles a

lo largo del río suministraon toda la madera necesaria para construir los caballetes,

vigas y pequeñas presas diseñadas, así como un fallo de tableros o tablones,

también se armaría un tablero para formar el puente que cubriría una delgada capa

de tierra que le hizo tomar nota de dimensiones aproximadas para varias piezas de

caballetes, las vigas y vertederos, y dijo: “Id por una mano de obra."

Él sabía lo suficiente, y le dijo el general:

Clochette completó un hermoso puente que nos será de mucha utilidad.

Unos meses antes, á Durango, Clochette construyó, bajo mi dirección, una práctica

estructura de defensa para sotener un cañón.

- "¿Recuerdas cómo es el recubrimiento de las superficies de la mejilla izquierda de

la puerta?"Le dije.

- "No, mi capitán."

- "Bueno, aquí está cómo hacerlo."

Y le expliqué, punto por punto, como apoyar; una a una, de acuerdo con una figura

que le dibujé en mi cuaderno de bolsillo.

Y, en su sentido práctico, al terminar me preguntó:

- "¿Quiere que yo se lo repita, mi capitán?"

- “Sí”

73 boia registros Caballetes, soportes en la ingeniería de incendios sostienen con extrema velocidad.

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El oficial, que me había escuchado con gran atención, repitió textualmente las

instrucciones que le di, reproducciendo mi dibujo en su propio libro; y tranquilo, lo

dejo para la visita de otros sitios.

Al día siguiente encontré mi diseño ejecutado a la perfección; y como lo felicité, me

dijo:

- "No tengo gran mérito, mi capitán", dijo Clochette. "¿No es más fácil hacer lo que

usted dice que inventar otra cosa? "

Ese era el carácter sano y servicial, bueno y bravo dwe Clochette, misma que

sugiere la aplicación de esa máxima, que naturalmente, se aprecia en su mente

derecha y simplista!

Hacer lo que se te dice;

Es más fácil que inventar otra cosa.

Muchas veces desde entonces, durante mi larga carrera militar, repito

contantemente esa cita a los jóvenes subordinados, encargados de hacer cumplir

a los inexpertos que tienen la tentación de sustituir las órdenes dadas xcon su

certividad. haciendo mal las cosas, al aplicar sus puntos de vista personales a las

instrucciones precisas y completas dadas. Que la gente de arriba da a la de abajo

de la escala social, en todas las situaciones, en las circunstancias más diversas, en

vez de observar, ya que es muy simple y conveniente hacerlo, las leyes, el deber y

el decoro, en vez de inventar otra cosa, lejos de ser un valorque está de más, ya

que, al acutar de manera contraria, generan las consecuencias más fatales.Dios

nos guarde de “los tontos con inciativa”

Itinerario de Eloi Lussan en el estado de Durango

Población fecha

Avilés 30 de octubre de 1864

La Noria. Pedriceña, mineral 1 de noviembre de 1864

Tanque de Pasaje 2 de noviembre de 1864

Yerbanís 3 y 4 de noviembre de 1864

Tapias 5 de noviembre de 1864

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El Chorro 8 de noviembre de 1864

Guadalupe 9 de noviembre de 1864

Ciudad de Durango

Del 10 de noviembre al 31 de

diociembre de 1864 y del 1º de enero al

8 de febrero de 1865

San Antonio 9 de febrero de 1865

Sauceda 10 de febrero de 1865

San Lucas 11 de febrero de 1865

San Juan del Río 12 de febrero de 1865

Menores de Abajo 13 de febrero de 1865

Huichapa 14 de febrero de 1865

San Salvador 15 a 21 de febrero de 1865

El Casco 22 de febrero de 1865

Naiche 23 de febrero de 1865

La Laborcilla 24 de febrero de 1865

Boca del Cobre 25 de febrero de 1865

Nazas 26 de febrero al 23 de marzo de 1865

Boca del Cobre 24 y 25 de marzo de 1865

Avino 26 de marzo de 1865

La Uña y el Sobaco 27 al 29 de marzo de 1865

Nazas 30 de marzo al 1º de abril de 1865

La Uña 2 de abril de 1865

La Marquesana 3 de abril de 1865

Pedriceña 4 de abril de 1865

Tanque del Pasaje 5 de abril de 1865

Yerbanís 6 de abril de 1865

Sauces 7 de abril de 1865

Campamento 8 y 9 de abril de 1865

Guadalupe 10 de abril de 1865

Ciudad de Durango 11 al 25 de abril de 1865

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Navacoyán 26 de abril de 1865

Posada de La Punta 27 de abril de 1865

San Quintín 28 de abril de 1865

Chaparrón 29 de abril de 1865

El Mortero 30 de abril de 1865

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Ernst Von Hesse Wartegg

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Ernst Von Hesse Wartegg

El escritor y diplomático austriaco Ernst Von Hesse Watergg nació en Viena, el 21

de febrero de 1854 y fue un gran trotamundos, reconocido por sus múltiples libros

de viajes. En sus correspondientes momentos el viajero fue cónsul general

en Venezuela y Suiza.

Hesse Watregg, como personaje de aventura y periplo, reúne las características de

viajero y turista. De lo primero habla la intención de su viaje: el propósito de viajar

para documentar, para informar sobre el estado de un país en una época

determinada, en combinación con cierto espíritu de aventura descubridora. Como

turista tiene el propósito de viajar por viajar, dejar transportarse para ver

desarrollarse ante sus ojos la película real del paisaje, del folklore, de lo pintoresco,

lo arquitectónico y lo artístico. Tal vez lo que también marque una diferencia sea el

hecho de que no haya participado; por lo menos en las principales de sus rutas, de

las dificultades que implicaba el transporte de vehículos de tracción animal, o bien

a caballo, a mula o a pie. En efecto Hesse Wartegg es uno de los primeros

pasajeros; el primero con boleto en muchos trechos de la red ferroviaria mexicana.74

Falleció en Tribschen, el 8 de mayo de 1918.

Lamentablemente no fue posible traducir el texto que Hesse Wartegg escribió sobre

su paso por Durango, en 1888, y que se encuentra incluido en el libro: Mexiko, Land

und Leute. Reisen auf neuen Wegen durch das Aztekenland (México, el país y su

gente. Viaje por nuevos caminos a través del país de los aztecas), por lo cual se

transcribe en alemán; su idioma original.

74 Lameiras, de B.. Indios de México y viajeros extranjeros. SepSetentas. México, 1973. P. 48

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WARTEGG, ERNST VON HESSE. Mexiko, Land und Leute. Reisen auf neuen

Wegen durch das Aztekenland,75 Hölzel, Wien und Olmütz, 1890, pp. 61 a 66.

(…)

75 México, el país y su gente. Viaje por nuevos caminos a través del país de los aztecas.

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Carl Sofus Lumholtz

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Carl Sofus Lumholtz

Carl Sofus Lumholtz nació en Fåberg, Noruega, en 1851, se graduó en Teología en

1876, en la Universidad de Christiania, (hoy Universidad de Oslo). Sobre su vida

dice el investigador mexicano Luis Romo Cedanoː "Lumholtz es un autor bastante

singular por tres motivos como mínimo. En primer lugar, por su nacionalidadː no es

originario de Estados Unidos, España, ni de ninguna potencia europea, sino de

Noruega. En segundo término, por su currículum, tan brillante como exóticoː tras

graduarse en la Facultad de Teología... sus inclinaciones naturistas lo conducen a

Australia... En tercer lugar, se distingue también por el propósito de su presencia

en México. Los otros extranjeros del siglo XIX observan a los indios como parte de

un paisaje mexicano que recorren por asuntos de negocios, profesión o política.

Por el contrario, el noruego viene precisamente a conocer a los indios en su calidad

de antropólogo; es de paso como echa una mirada a los demás horizontes del país."

Tras sus viajes de estudio a Australia y algunos viajes a Europa, llegó a México en

1890, en pleno porfiriato.

En el primero de sus seis viajes al país llegó acompañado de 30 personas y un

centenar de bestias, empezó a buscar en Chihuahua si había descendientes de los

indios pueblo de los Estados Unidos. Encontró que no había, pero se apasionó por

los grupos que estudió. Cuando la revolución interrumpió sus estudios, se fue a

investigar a la India. Murió en 1922, deseando explorar Nueva Guinea.

Las investigaciones de Lumholtz en México se reunieron en el libro México

desconocido. En la parte del texto de Lumholtz que corresponde a su paso por el

oeste del estado de Durango, en 1893, y precisamente en la Sierra Madre

Occidental, se describen algunas costumbres y modos de los tepehuanes del sur,

al tiempo que se menciona a los mexicaneros. Si bien, el investigador noruego

también tuvo contacto con los coras y huicholes, la relación con estos últimos tuvo

lugar en los estados de Jalisco y Nayarit.

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LUMHOLTZ, CARL. El México desconocido, Cinco años de exploración entre las

tribus de la Sierra Madre Occidental, en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre

los tarascos de Michoacán, Tomo I, INI (edición facsimilai de la publicada en 1904

por Charles Scribner’s, en Nueva York), Colección Clásicos de la Antropología #11,

1986. Pp. 436 a 458.

(…) Mis bestias y avíos habían sido bien cuidados en Guachochic, y arreglé con

don Carlos García llevar la mayor parte de lo que mis objetos á Guanaseví, ciudad

minera del vecino Estado de Durango, mientras con algunas de las mejores muías

cruzaba la barranca de San Carlos y proseguía mi camino por las regiones que

habitaban los tarahumares y tepehuanes. Encontré un tarahumar tartamudo, el

único indio con semejante defecto de que tuve noticia.

El camino que seguí de Guadalupe y Calvo á Guanaseví pasa por una parte de la

Sierra Madre, que tiene de nueve a diez mil pies de altura y no está habitada, y

durante dos días no encontramos a nadie. En invierno es aquella región muy

inhospitalaria por las fuertes nevadas que caen, las que, según se cuenta, han

hecho perecer a varios individuos. Se dice que un arriero perdió, en una ocasión

veintisiete mulas. En las aguas son tan abundantes los osos que, según informes

fidedignos, han atacado y comídose a varios tarahumares.

Pasamos una noche en un sitio donde hacía algún tiempo habían matado los

ladrones a un hombre. Uno de mis mozos mexicanos estaba temblando de miedo

de que fuésemos a oír gritar al muerto, lo que provocó entre todos una discusión

sobre si los muertos pueden gritar o no, quedando conformes en que los muertos

gritan, pero no se aparecen. Tal es, por lo demás, la creencia general de los indios.

Mi criado tepehuán manifiesto vivísimo interés en los argumentos. Animósele

prestamente la cara por el miedo, y la idea del muerto sacudió su indolencia y lo

hizo que ayudara eficazmente a mi arriero principal en la vigilancia de las muías

durante la noche. Tanto se le aguzaron los sentidos, que pudimos estar tranquilos

respecto á los ladrones, y desde esa vez fue realmente un hombre útil, activo y

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listo.

Hay una pequeña agrupación de tarahumares que viven a pocas millas al norte de

Guanaseví, cerca de San Pedro. Extraje de allí algunos cuerpos que habían sido

enterrados varios años antes en un pequeño llano. Las fosas estaban a unos cuatro

pies de profundidad. En Guanaseví estaba en auge la bonanza de la plata, lo que

producía grande actividad.

Nos hallábamos por entonces fuera de la sierra propiamente dicha; pero en la ruta

hacia el sur que seguí durante varios días, nunca estuve a más de treinta millas de

la cordillera de montañas. En Zape, veinte millas al sur, hay algunas ruinas

antiguas, respecto de las cuales no necesito detenerme, por haber sido descritas

las principales de ellas por E. Guillemin Tarayre, que hizo exploraciones en México

en tiempo de Maximiliano. Baste decir que frecuentemente se ven en las crestas de

las bajas colinas, paredes construidas de piedras sueltas, atribuidas a los

cocoyomes. Vense también piedras clavadas en el suelo, formando círculos y

cuadrados, y frecuentemente se encuentran útiles de piedra hermosamente pulida.

A un lado de Zape hay cierto número de antiguas grutas sepulcrales, registradas

por los buscadores de tesoros. Mencionaré, como cosa curiosa, que un criado

mexicano extrajo en una excavación un gran terrón de sal que dimos al ganado.

Una tarde pasó por mi campamento pequeña y alegre comitiva de hombres y

mujeres, a caballo los unos y los otros á pie. Uno de los jinetes iba tocando el violín

y otro un tambor. Cierta vieja que acababa de subir para vender algo, me explicó

que llevaban a enterrar “un ángel,” término con que se designa en México a los

niños pequeños, y alcancé a ver un bulto blanco, muy bien envuelto, que una mujer

llevaba sobre una tabla. Díjome la que me informaba que cuando muere algún niño,

sus padres se lo dan de buena voluntad al cielo, encienden cohetes y bailan

alegremente, sin llorar por él, para que el chico pueda entrar en el paraíso y no se

vuelva a recoger las lágrimas.

El camino del sur conduce a través de un terreno ondúlado que carece de interés.

A juzgar por los grupos de ranchos, tan numerosos que llegan a formar pueblos, la

tierra debe de ser fértil. Ya no se encontraban indios, sino sólo mexicanos. Por todo

el camino fuimos observando cruces, erigidas en los sitios donde habían perecido

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algunas víctimas de los ladrones, o donde éstos también habían sido muertos.

Aunque generalmente se lleva a enterrar al cementerio a los que mueren ya sea

fusilados o asesinados, se levanta una cruz en el sitio en donde caen. Las cruces,

pues, son recuerdos del terror que prevaleció en México no ha mucho tiempo. La

mayor parte de las víctimas fueron de los llamados árabes, o vendedores

ambulantes que por tales se hacen pasar, los cuales son algunas veces sirios o

italianos, pero por lo común mexicanos.

El punto más importante por donde pasé fue la ciudad de Santiago Papasquiaro,

población de regular tamaño, situada en una rica región agrícola. El nombre del

lugar significa probablemente “paz quiero,” aludiendo quizas a la terrible derrota

que causaron los españoles a los indios en el siglo XVII. Hay fundamento para creer

que antes de 1593 había sido recorrida y poblada por blancos esa parte central y

occidental de Durango, y que muchos españoles habían establecido haciendas en

diversos puntos del valle. Hasta 1616 quedaron vencedores de los tepehuanes,

cuando éstos, juntamente con los tarahumares y otras tribus, se rebelaron contra

ellos. Todos los naturales se alzaron a la vez y mataron a los misioneros, quemaron

las iglesias y arrollaron a los españoles. Una fuerza de indios, cuyo número se

calculó que era de 25,000 hombres, marchó contra la ciudad de Durango,

sembrando el pánico por todas partes y amenazando exterminar a los gachupines;

pero el gobernador de la provincia reunió á los blancos en número de 600 y

“determinó mantener en paz la provincia que su Majestad Católica había puesto

bajo su guarda.” Derrotó al enemigo, dejando en el campo más de 15,000 muertos

de los insurrectos, sin que por su parte sufriese grandes pérdidas. Los indios,

entonces, pidieron paz, y después de castigar debidamente a los cabecillas, se los

dispersó para que formasen varios pueblos. Duró la insurrección sobre un año, y

en el curso de los siguientes siglos ocurrieron muchos otros sangrientos encuentros

entre los nativos y sus nuevos amos, dando por resultado el que no hayan podido

conservarse los indios en el Estado de Durango, fuera de los extremos del norte y

del sur.

Había una epidemia de fiebre tifoidea en algunas de las rancherías, y vi en el

camino dos perros colgados de un árbol que habían sido muertos porque los había

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atacado la rabia. Soplaba noche y día en los llanos que se extendían a lo largo del

río, un fuerte viento que no dejaba de molestarnos bastante. Fue, pues, un

verdadero descanso para nosotros volver á la sierra, como á catorce millas al sur

de Papasquiaro, y encontrarnos una vez más entre pinos y madroños.

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CAPÍTULO XXV

EL INVIERNO EN LA SIERRA—MINAS—PUEBLO NUEVO Y SU AMABLE

“PADRE”— UN BAILE EN MI HONOR— SANCTA SIMPLICITAS FATIGOSA

EXCURSIÓN AL PUEBLO DE LAJAS Y ENTRE LOS TEPEHUANES DEL SUR—

INO VIAJÉIS DE NOCHE!—CINCO DÍAS DEDICADOS PERSUASIONES—

RÉGIMEN DE LOS ANTIGUOS MISIONEROS— CUIDADOSA EXCLUSIÓN DE

LOS FORASTEROS—SE ENCARCELA A TODO EL QUE TRATA DE

CASARSE—CASTIGO A LOS ENAMORADOS— MALOS EFECTOS DE LA

SEVERIDAD DE LAS LEYES.

La sierra, durante varios días de camino hacia el sur, continuó teniendo una altura

de 9,000 pies, y sólo en ciertas estaciones está habitada por gentes que llevan su

ganado a pastar. Aun dudo que haya nadie vivido allí permanentemente. Las

extinguidas tribus a cuyo territorio pertenecía esa región, deben de haber habitado

en los valles más bajos. La altiplanicie está llena de lomas, y aunque al principio es

fácil caminar por ellas, vuélvese el terreno más y más accidentado conforme se

acerca uno a la enorme y ancha barranca de Ventanas.

Después de pasar por varios días entre bosques rallados, solitarios y fríos,

interceptados de cuando en cuando por trechos cubiertos de nieve, causaba

verdadero placer encontrar de repente, aunque sólo á principios de febrero, plantas

en pleno florecimiento sobre la alta cresta que miraba hacia los ondulados bajíos

de Sinaloa que se extendían velados por la bruma. El aire que asciende de la tierra

caliente es el que produce tan notable cambio en la flora de las rápidas vertientes

occidentales. Sentíase el ambiente impregnado de aroma, y era delicioso pasar por

aquellas altas cumbres bañadas de sol. Comenzaban a aparecer entre los pinos

frondosos árboles, especialmente chopos, asoleándose al esplendor del astro del

día. Vi también hermosos helechos que extendían sus graciosas hojas.

Algunas millas adelante y en sitio mucho más bajo, me detuve arriba del pueblo

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indio de San Pedro, que es, según pude corroborar, la parte oriental más distante

á que se han extendido los aztecas del norte, llamados allí mexicanos o

mexicaneros. De ese lugar hacia el sur, los encontré mezclados con tepehuanes y

coras, en los valles cálidos de la Sierra.

Hay un excelente camino que baja formando zigzags al mineral de Ventanas

(nombre que se le ha dado por el aspecto que presenta la formación de una roca),

pero se estrecha tanto en dos puntos, que los que van en direcciones opuestas no

pueden cruzarse ni retroceder, lo cual es muy poco agradable por el abismo de

2,000 pies, cuando menos, que se abre a la orilla.

Hallábame ansioso de conseguir gente que quisiera volver a subir a la Sierra y

acompañarme más al sur; pero todos temían el frío y no había quien conociera la

región, a no ser el encargado de la oficina postal, que muy vagamente la conocía.

Mazatlán se halla a no más de cien millas de distancia, y Durango a ciento

veinticinco. Hay muchos paredones de pórfido, de diferentes épocas, pero no se

encuentra en las cercanías pizarra ni granito, bien que un poco arriba del río hay

alguno.

Entre los dueños de minas que viven en Ventanas, quedé sorprendido de encontrar

un caballero sueco. Todos me recibieron hospitalariamente y aun me

proporcionaron dos hombres que necesitaba muchísimo. Tuvimos que ascender

sobre el otro lado de la barranca a una altura igual a la que habíamos alcanzado al

norte de este lugar, y caminamos durante un día resistiendo la nieve y la lluvia.

Allí no se da el maíz. Hay un punto desde donde se alcanza a ver el Océano

Pacífico. Bajamos de nuevo unos dos mil pies al pueblo de Chavarría, que es el

único pueblo mexicano que he visto con casas techadas de tejamanil. Las paredes

eran de adobe, pero me dijeron que, mientras me detuve allí, el 15 de febrero, pasó

en la mañana una bandada de seis pitorreales gigantes. Dichas aves no se ven en

ese número sino en la estación del celo. Se necesitan dos días para ir por la Sierra

Madre a la villa mexicana de Pueblo Nuevo. El segundo, contemplé una hermosa

vista al oriente y sudeste. El elevado pico, de forma cónica y muy ancho de base,

es Cerro Gordo. Veíanse en él manchones de nieve, la que llenaba también las

quiebras por donde viajábamos.

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Bajé por entre magníficos bosquecillos de cedros a Pueblo Nuevo, y acampé en la

cima de una colina desde donde dominaba la población y el valle que la anida.

Como cada casa está rodeada de un pequeño huerto de naranjos, aguacates y

guayabos, forma el conjunto una masa de verdura de diferentes matices, bajo la

que desaparecían las feas y desmedradas casuchas. Los limoneros crecen

silvestres, por lo que no son objeto de comercio. El jugo de limón con leche se

considera en muchas partes de México un buen remedio para la disentería.

Un joven sacerdote, que ejercía suprema, pero juiciosa autoridad en aquel

separado lugar, me trató con muchas consideraciones. Tomaba honrado empeño

en el desarrollo del pueblecillo. Me llevó a ver las cosas notables, comenzando por

la iglesia, que procuraba embellecer de muchos modos, y luego me mostró la

fuente que suple de agua al lugar y donde se reúnen las mujeres a lavar y charlar.

Encontramos muchas graciosas muchachas con cantaros sobre el hombro, a la

usanza antigua.

Para proporcionarme la oportunidad de ver a la gente, les permitió el Señor Cura

que fuesen a bailar frente a su casa. Su organista era un genio musical y compositor

no menos hábil que tocaba no sólo himnos religiosos, sino también excelentes

piezas en el órgano que el padre había llevado de Durango a lomo de muía.

El clima era delicioso, grande la fragancia de los azahares, y se experimentaba

resistencia a dejar tan apacible sitio; pero pronto me hizo recordar que nada hay

perfecto en el mundo, un ventarrón que arrebató una noche mi tienda de campaña,

arrastrándola varias yardas y obligándome a dormir muy incómodo hasta que

amaneció. El viento era tan fuerte que abatía los árboles.

Pueblo Nuevo estuvo habitado antiguamente por los aztecas. Sus actuales

pobladores, aunque amables, son indolentes y perezosos, y hay un refrán que

asegura que, en Durango, ni los burros trabajan. Érame, pues, bastante difícil

encontrar guía, agravándose la dificultad con el hecho de que nadie parecía

conocer el terreno en dirección á Lajas, el pueblo tepehuán a donde pretendía ir.

La sierra situada al sur de la región en que viven los tepehuanes no es frecuentada

por la tribu que sostiene comunicación sólo por la parte oriental, principalmente con

la ciudad de Durango, en donde realizan sus chiles y jitomates. Con todo, los

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pueblos tepehuanes pertenecen a la parroquia del cura, quien parecía ser el único

que podía dar algunos informes precisos respecto del sur.

El camino que conduce al río de San Diego atraviesa un valle encantador, donde

corren pintorescos arroyuelos, escurriéndose por los declives entre arboledas de

vegetación semitropical. En una de las límpidas corrientes, estaban dos bonitas

muchachas bañándose y lavando su ropa, según acostumbran los pobres de

México, que rara vez poseen otras prendas que las que llevan puestas. Cuando

aparecimos en escena, se deslizaron graciosamente a un hondable, no dejando

fuera sino sus lindas caras, semejantes a lirios que flotasen sobre el cristalino

líquido, y así nos dirigieron un amistoso saludo con la cabeza.

No habríamos recorrido diez millas, cuando llegamos al río de San Diego que nace,

según dicen, en la sierra, aparentemente al norte, y corre con dirección al sur. No

era muy difícil pasarlo, pero en tiempo de lluvias debe de ser muy ancho. Su

elevación en ese punto era como de 3,300 pies.

Allí comenzamos a ascender otra vez a la sierra. Aunque el primer día era muy

bueno el camino, se necesitaban vencer grandes dificultades para trepar a la cima.

Estábamos ansiando llegar ese mismo día, que era sábado, para alcanzar á los

indios, que se reunían el domingo en el pueblo; por lo tanto, seguimos nuestro viaje

después de oscurecer, por un camino mucho más largo de lo que me esperaba, a

través de extensos pinares, cuya monotonía sólo una vez vi interrumpida por la

aparición de un par de hermoses guacamayos.

Al salir la luna entramos en el “Espinazo del Coyote,” como llaman los tepehuanes

a una angosta cima, de seis a ocho varas de ancho con grandes abismos a uno y

otro lado. Avanzamos por las faldas cubiertas de árboles y abundante yerba. ¡Qué

magnífica vista debe de ser aquélla, a la luz del día, en región tan agreste! Hacia el

sureste se podía distinguir con claridad una meseta inclinada entre los cerros; aun

alcancé a ver algunas pequeñas casas en ella. Era Lajas. Parecía estar a sólo una

legua, pero en realidad se hallaba á una distancia tres veces mayor.

Bajábamos en medio de encinos, cuando nos encontramos con que el camino

descendía sobre roca volcánica por donde era enteramente impracticable que

anduvieran las muías. Evidentemente nos habíamos desviado, y mientras nosotros

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nos quedábamos cuidando las bestias, envié á un hombre a que buscara un buen

camino, que por fortuna se encontró poco después. Lo peor de todo consistió en

que tuvimos que volver a los animales uno por uno por las orillas de un peligroso

precipicio, siendo una mara¬villa que ninguno rodara al fondo. Sentí grande alegría

cuando pudimos continuar nuestra marcha con seguridad.

SAN FRANCISCO DE LAJAS

Es desagradable viajar con mulas de carga durante la noche, aun habiendo luna

como entonces, y más yendo sin guía y por camino desconocido. El viaje parece

interminable. El temor de extraviarse, de que algó suceda a los animales o que se

caiga parte de la carga; la incertidumbre de encontrar buen sitio para campamento,

y la ansiedad de que las bestias se enfermen, juntamente con el hambre y

consiguiente malhumor que empieza a apoderarse de los criados y de uno, todo

tiende a aconsejar a los caminantes que se detengan cuando el sol se halle todavía

sobre el horizonte.

Otra consideración de viva importancia, no aplicable sin embargo a aquella parte

de la región, es la posibilidad de despertar sospechas de que en la carga que

transita de noche, se lleven tesoros.

Después de caminar sin interrupción por diez horas y media, llegamos sin nuevos

contratiempos a Lajas á las 9.30 P. M., que, en aquella parte del mundo, se puede

decir que es media noche. Uno de mis hombres que tenía el hábito de cantar no

bien entraba en un pueblo, recibió la orden terminante de callarse para que la gente

de aquel solitario lugar no se alarmase, como hubiera sucedido, con la repentina

llegada de semejante comitiva.

Alumbraba la luna algunas casas esparcidas aquí y allí, hacia las que me adelanté

con mi arriero principal. “Ave María” dijo Catalino, llamando a la puerta de un jacal.

“Dios les dé buenas noches” continuó, pero no obtuvo respuesta. Después de hacer

lo mismo frente a otras chozas, logramos al fin que nos contestaran y saber en

donde vivía Crescendo Ruiz, para quien me había dado una carta de introducción

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el padre de Pueblo Nuevo, y que era una especie de secretario o escribano de los

indios. Dirigímonos entonces a su casa, lo despertamos y lo hicimos salir a la puerta

después de cambiar algunas palabras. Era el mestizo de pequeña estatura y

aspecto bondadoso, se mostró muy amigable y me enseñó un lugar cerca de su

casa donde podía detenerme. Como era muy conversador, no me recogí sino hasta

muy entrada la noche.

El nombre del pueblo es San Francisco de Lajas, debido a las muchas piedras de

esa clase que abundan en las cercanías. Su nombre indio de “Eityam” tiene el

mismo significado. El próximo día fueron a verme muchos indios con curiosidad y

sin miedo. Iban vestidos como la gente de la clase trabajadora de México, a

diferencia de que sus anchos sombreros de paja estaban ribeteados con cintas de

lana negras y rojas, y algunos adornados con flores. Las mujeres llevaban hojas y

flores en la cabeza e iban peinadas con dos trenzas al estilo de las mexicanas.

Algunos de los hombres tenían recogido el cabello en una trenza, con una cinta en

la extremidad; pero los más lo usaban corto. Me sorprendió ver muchos calvos, sin

que tuviesen más de treinta años de edad. Indudablemente debe ser más saludable

para el pelo usarlo largo.

Afortunadamente para mí, los indios habían bajado por una semana para reparar

la vieja iglesia de adobe, obra en que mucho les ayudó Don Crescencio. Este

hombre fue enviado hace nueve años al lugar, en calidad de maestro, por las

autoridades mexicanas Encontróse a su llegada en un viejo curato, con 140 niños,

ninguno de los cuales había visto hasta entonces a ningún mexicano, y que por

supuesto no entendían una palabra de castellano. Pronto fueron retirándose a sus

casas, y cinco días después no le quedaba al preceptor ningún discípulo. Suplicó á

los padres que volviesen a enviar a sus hijos y asistieron nuevamente cuarenta y

ocho, de los que cinco permanecieron con él durante seis meses. Al cabo de ese

tiempo, podían leer y escribir su nombre. En los últimos años, sin embargo, ha

tenido que cesar la enseñanza. El hecho es que los indios no quieren escuelas,

“porque,” según me dijo después un inteligente huichol, “nuestros hijos olvidan su

lengua nativa y sus antiguas creencias. Cuando vienen á la escuela ya no quiren

adorar al Sol ni á la Luna.” La tendencia de los maestros de la raza blanca debe

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dirigirse á despertar el deseo de instrucción más bien que obligar á sus alumnos á

que escuchen su enseñanza; no deben destruir el mundo mental de los indios, sino

alumbrarlos y elevarlos á la esfera de la civilización.

ARTÍCULOS DE COMERCIO

Pero Don Crescencio se quedó entre los indios fungiendo de escribano, des-

empeñándoles su correspondencia con las autoridades y llegando, poco á poco, á

ser el factótum y consejero de ellos, y como era un hombre honrado y recto, su

influencia les fue realmente benéfica.

Para aumentar sus mezquinos recursos, sostiene un pequeño comercio, yendo dos

veces al año a surtirse en Durango, y tan útil ha llegado a ser para los indios, que

siempre envían con él algunos individuos encargados de acompañarlo y de que no

lo dejen quedarse con los “vecinos.” Ha aprendido la lengua de los indígenas

bastante bien, y su importancia ha llegado a tal punto, que todas las mañanas,

según yo mismo vi, lo visita el gobernador y le pregunta su parecer a cada

momento.

Los indios no cesaron de estarme visitando a todas horas, en compañía de sus

mujeres e hijos, sentándose sin recelo en frente de mi puerta o fuera de mi tienda

de campaña. Habiéndoles manifestado deseos de ver y comprar algunos artículos

fabricados por ellos, estuvieron llevándome, durante mi corta permanencia en aquel

lugar, fajas y cintas de lana o de algodón, así como gran variedad de bolsas de

diversos tamaños, tejidas con torzales hechos de fibra de maguey.

Se funda aquella gente, para sus transacciones comerciales en base del todo

diferente de la de los “vecinos,” en cuanto á que cada cosa tiene su precio fijo. No

hay, pues, que regatear con ellos: una vez que han dicho el valor en que estiman

una cosa (y siempre lo fijan alto) se aferran á él, y como no les importa el dinero

dificultan bastante el comercio. En las excursiones que hice, los encontré

hospitalarios, pues siempre me invitaban con grandes atenciones a que entrase a

sentarme.

Lo único que para ellos era motivo de seria oposición y aun de extraordinario miedo,

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era mi cámara, y para inducirlos a ponerse frente a ella tuvimos Don Crescencio y

yo que unir nuestros esfuerzos durante cinco días. Cuando consintieron en hacerlo,

parecían reos próximos a ser ejecutados. Creían que fotografiándolos, podría lle-

varme sus almas para comérmelas después, a mi sabor, si lo quería; que morirían

al punto como sus retratos llegasen a mi país, o que les sobrevendría, cuando

menos, algún mal. Las mujeres desaparecieron como codornices asustadas

cuando me disponía a practicar aquella terrible operación con los hombres; pero

volvieron a poco para ver como habían salido sus maridos de la difícil prueba.

Cuando pedí que se pusieran algunas, volvieron a correr, a pesar de las

reprensiones de los hombres, y sólo tres hembras robustas de “grande alma”

consintieron en que las “tomaran,” después de que el miedo las hubo “sacudido” lo

bastante.

Los tepehuanes no se sienten a gusto sino en sus ranchos. Desmontan la tierra de

las numerosas cañadas que forman su escabrosa región, y siembran maíz en sitios

donde nunca hubiera podido servir el arado.

Tienen siempre el grano suficiente para sus necesidades. Sus trojes son una

especie de jaulas cuadradas de varillas sujetas con mimbres en una armazón de

zoquetes de pino. A veces están a considerable distancia de las habitaciones. El

piso se levanta como un pie arriba del suelo, y la entrada se pone por el techo.

Pueden verse muy bien, entre las varillas, las mazorcas, las cuales se sacan en

marzo para desgranarse, y se guarda entonces el maíz en costales que vuelven a

encerrarse en la troje.

Los tepehuanes hacen pulque, pero no tesgüino, y cultivan en muy pequeña escala

el algodón. Con fibra de maguey y otras plantas, fabrican sacos y cuerdas de ex-

celente calidad para su uso y para venderlos en Durango, a donde llevan también

toda la fruta que no consumen.

Su única diversión es beber mezcal y pulque. No acostumbran ningunos juegos, y

les está prohibido apostar dinero o cosa alguna de valor en los de sus “vecinos.”

Es curioso que la enfermedad más común allí sea la malaria, a veces con fatales

consecuencias. Lo primero que hace en la mañana un tepehuán, es lavarse la

cabeza, la cara y las manos con agua fría, dejándoselas secar por sí solas. En

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seguida, se van a su trabajo escurriendo agua.

Los tepehuanes del sur ejecutan una danza religiosa, llamada por los mexicanos

mitote, usada también por los aztecas, coras y huicholes. Hay cerca de Lajas un

llano circular, rodeado de encinas, que es donde se reúnen para bailar. En el lado

que está al oriente, existe un jacal de techo de paja sostenido en desván sobre

cuatro postes, y cuyos costados más angostos dan al este y al oeste. En su interior

se halla un altar que consiste únicamente en un tendido de varas (tapexte) que

descansa sobre un bastidor formado de cuatro palos horizontales, sostenidos a su

vez por cuatro horquetas verticales. Sobre dicho altar se coloca la comida que se

toma en las danzas, y otros muchos objetos para la ceremonia, que se cuelgan

también del techo del jacal.

Con respecto a su religión nativa, son tan reticentes como sus hermanos del norte,

si no más. “Antes me cuelgan, que contar nada,” me dijo un curandero; pero como

con paciencia todo se logra, ese hombre tan trágico se hizo mi amigo, y cuando nos

fuimos, me pidió que le escribiese mi nombre en un pedazo de papel para poder

saludarme todas las mañanas. Consideran que el nombre es una cosa sagrada,

razón por la cual nunca dicen los suyos verdaderos.

Troje tepehuana, cerca de Lajas

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En ninguna parte de México se han conservado tan intactas, como en Lajas, las

antiguas instituciones de los misioneros, y no sólo esto, sino que se extreman más

de lo que los fundadores pudieron esperar, no obstante que los indios no han

desechado su primitiva religión. Ningún sacerdote hay ahora allí, y sólo de cuando

en cuando va el cura de Pueblo Nuevo a bautizar y casar.

Las autoridades civiles constan de catorce miembros, y las eclesiásticas de siete.

El gobernador ejerce supremo poder sobre ambos cuerpos, y cuando ocurren

asuntos importantes se convoca al pueblo para consultarle. Las órdenes o

resoluciones se dan á un llamado capitán quien cuida que se lleven á debido efecto.

Los funcionarios son elegidos cada año y celebran juntas casi todos los días para

arreglar los asuntos públicos y decretar castigos aun sobre los curanderos, si es

necesario. Hace poco renovaron la prisión y pusieron una nueva serie de cepos; en

cuanto al poste donde amarran a los reos para azotarlos, se halla en constante uso

para suplir el rigor que hace falta a las leyes del gobierno mexicano, que consideran

extremadamente suaves.

Los castigos que imponen son severos y bárbaros. Me han contado que algunos

criminales mexicanos a quienes han aprehendido y castigado, han ido a quejarse

de tan duro tratamiento ante las autoridades del gobierno, sin que éstas les

muestren la menor simpatía, por considerar meritorio, sin duda, de parte de los

indios, que mantengan el orden de una manera tan efectiva sin ayuda de nadie. El

capitán de Lajas atiende día y noche a su deber, vigilando a fin de que ningún daño

se cause a las personas, a los animales ni a la propiedad. Pocos extraños llegan a

ese remoto pueblo, pero ninguno puede pasar inadvertido, pues la única senda que

atraviesa el lugar, se cubre todas las tardes con ramas que el capitán examina la

mañana siguiente para ver si alguien ha transitado. A los blancos les tienen

prudentemente prohibido el establecerse allí, y cuando acierta a llegar algún

“vecino,” pregúntanle desde luego qué negocio le lleva, le conceden el tiempo

suficiente, por lo común una noche y un día, para atender a él, y en seguida lo

escoltan hasta afuera del pueblo.

Entre aquellos indios están á salvo, por lo mismo, la vida y la propiedad. “Le

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garantizo a usted que ningún animal se le perderá aquí,” me dijo Crescencio la

primera noche, y pronto me convencí de que tenía razón. El robo es desconocido

en aquel pueblo, a no ser en el caso en que algún “vecino” seduzca a un indio

prometiéndole parte del botín.

El asesinato sólo se comete por individuos en estado de embriaguez, y en tales

casos encadenan al culpable en los cepos durante tres ó cuatro semanas y le

aplican tundas de azotes a intervalos regulares. En seguida, lo mandan entregar a

las autoridades de Durango para que lo castiguen conforme a la ley. Cuando los

criminales han cumplido su condena y vuelven a Lajas, suelen los indios volverlos

a enviar á Durango, diciendo que están mejor sin ellos. El suicidio es desconocido.

Cuando se comete algún asesinato o algún robo, no proceden desde luego a

detener al individuo sospechoso, sino que llaman primeramente al curandero para

descubrir al culpable por medio de la adivinación, colocando flechas, tabaco y

plumas.

Contáronme que hacía tres años habían llegado allí dos baratilleros mexicanos que,

después de hacer algunas ventas, se fueron sin dar aviso de su salida. Despertóse

con esto la sospecha de los indios, y pusiéronse a buscar qué les faltaba. Como

echaran de menos dos vacas, dieron alcance á los dos días a los vendedores

ambulantes, volvieron con ellos, pusiéronlos en los cepos y los tuvieron presos

durante ocho días, flagelándolos tres veces diarias y dándoles muy poco que

comer. Finalmente los llevaron á Durango.

Una vez que le robaron a Crescencio dos vacas y un buey, los indios siguieron las

huellas de los ladrones, tocando frecuentemente la tierra con la mano, el que enca-

bezaba la partida, para asegurarse por el olor si iban en buena dirección. A poco

andar, cogieron a dos tepehuanes acompañados de un “vecino,” que era el

cómplice que los había inducido a cometer el delito. El blanco recibió, al punto como

hubo llegado al pueblo, veinticinco azotes, y fue sometido por dos horas a la

torturadora agonía de tener al mismo tiempo, metidos en el cepo, la cabeza y los

pies. Al otro día le aplicaron diez azotes; al siguiente, cinco, y ocho días más tarde

lo llevaron a Durango. En cuanto a los dos indios sus cómplices, que eran padre e

hijo, fueron asimismo puestos en cepos, y estuvieron dos semanas recibiendo, cada

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cual, cuatro azotes diarios y muy escaso alimento, además de lo cual los privaron

de sus cobijas.

Aunque conservan los tepehuanes sus antiguos ritos y creencias juntamente con la

nueva religión, cumplen estrictamente con el culto externo del cristianismo, tribu-

tando la debida atención a todas las fiestas y prácticas católicas. Diariamente se

tocan las campanas de la vieja iglesia, y “se acuesta a los santos,” según dicen los

indios. Cuando Crescencio fue allí por primera vez, se encontró con que los

naturales se reunían los domingos en el templo, sentándose los hombres en las

bancas y las mujeres sobre el suelo. Tenían el hábito de juntarse de ese modo, sin

que nadie, por lo demás, supiera rezar, y estábanse platicando y riendo

continuamente. A esto se reducía el culto católico; pero Crescencio les ha enseñado

ya algunas oraciones.

Han olvidado, sin embargo, la mayor parte de las enseñanzas cristianas, pues no

les queda el menor rastro de esa religión de caridad, pero en cambio, ha sobrevivido

entre ellos la severidad de los antiguos misioneros y sus castigos medioevales. Es

indudable que siempre ha visto la tribu con rigor las relaciones entre los dos sexos,

pues de otra manera no se hubieran embebido tanto en el espíritu de la nueva ley.

“La más ligera falta de decoro o la menor muestra de frivolidad bastan para que un

marido deje a su mujer y para que las jóvenes no encuentran nunca con quien

casarse,” dice de los tepehuanes el Padre Juan Fonte, y no hay signo alguno de

que se haya relajado tal austeridad ni de que se inclinen a adoptar ideas más

modernas respecto a la mala conducta marital.

Las más de las veces viven felices marido y mujer “hasta que la muerte los divide.”

Si alguno de ellos comete una infidelidad, sepáranse al punto, quedándose los hijos

con el marido, y yéndose la mujer con sus padres. El cónyuge culpable y su

cómplice son luego llevados al cepo, y los azotan públicamente por una ó dos

semanas todos los días. A ninguno de las consortes separados se le permite volver

á casarse.

Si una mujer doncella o viuda ha amado “imprudentemente,” pero demasiado bien,

no se la molesta sino hasta que le ha nacido su hijo; pero pasados uno ó dos días,

la encarcelan con su criatura por ocho ó diez días, y la obligan a revelar el nombre

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del individuo con quien se unió. Arrestan inmediatamente a éste, y no sólo lo ponen

en prisión, sino que también lo sujetan en el cepo. No hay cepos para las mujeres,

sino dos maderos horizontales en que les amarran las manos, si se niegan a

descubrir a sus amantes. Se mantiene separadamente a los dos culpables, a

quienes sus familias llevan de comer. Dos veces diarias se envían mensajeros a

recorrer el pueblo anunciando que se va a ejecutar el castigo, para que asista

mucha gente a presenciarlo. Los jueces y los padres de los delincuentes se ponen

a reprender a los infortunados, y en seguida se aplican de dos a cuatro azotes, cada

vez, a uno y otro, dándoselos primero al hombre y después a la mujer, en sitio

desnudo que no puede nombrarse, mientras las pobres víctimas permanecen en

pie, atadas de manos a un poste. Para que el verdugo pegue con fuerza, le dan a

beber mezcal. La mujer tiene que estar mirando el castigo que se impone al hombre,

y éste debe presenciar luego el que recibe su querida, y mientras están sufriendo

la pena que se les inflige, abre ella los ojos “como vaca,” según las propias palabras

de quien me informó, y el hombre mira generalmente al suelo.

Muchas veces se avergüenzan los jueces de que se proceda a la ejecución de este

castigo, indigno aun de las tribus primitivas; pero, por extraño que parezca, los pa-

dres mismos los obligan a que la ley siga su curso. Después entregan la mujer a

su amante para que se casen por la iglesia la primera vez que vaya el padre, lo que

puede tardar dos ó tres años, pero se les permite que vivan juntos entre tanto,

yéndose la mujer a habitar la casa del hombre. Las infortunadas mujeres, para

evitar toda la desgracia que las amenaza, se hacen remedios tomando

secretamente un cocimiento de hojas de una especie de higuera, llamada chalate.

Algunas veces se castiga a los jóvenes a quienes se encuentra hablando juntos.

Fuera de su casa, le está absolutamente prohibido a una mujer conversar con

ningún hombre que no pertenezca a su más inmediata familia. Cuando va por agua

o sale con cualquier otro objeto no debe, en ningún caso, detenerse a tener palique

con amigos, y ni durante las danzas es legítimo que se aparte para cambiar

palabras con algún joven. Si se descubre a una pareja en tan comprometedora

situación, los arrestan inmediatamente y los castigan, por lo menos, con dos días

de prisión. Si por el interrogatorio de los jueces se averigua que la conversación de

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los jóvenes versaba sobre el punto prohibido del amor, se les da una zurra y puede

obligárseles á casarse.

Algunos de los muchachos y muchachas que han sido castigados por haberse

hablado, cobran tal miedo que ya no quieren casarse en Lajas; pero los más

resueltos se dejan deliberadamente sorprender para apresurar su unión y obligar a

sus padres, pues estos indios no están, en modo alguno, libres de las flechas de

Cupido, y sábese, tanto de hombres como de mujeres, que han encomendado al

curandero influir en el objeto de sus tiernos pensamientos, pagándole por tales

servicios. Las mujeres suelen dar al hechicero un copo de algodón para que busque

la manera de ponerlo en manos de aquel a quien está destinado, logrado lo cual,

guarda el augur el algodón y queda trasmitido el afecto.

Mas si, por el contrario, se proponen un hombre o una mujer dominar sus naturales

instintos, van al campo a tocar ciertas plantas sensitivas. Cuando cierran las hojas,

imploran las muchachas que les sea concedido que se les cierren sus sentimientos.

Se recurre con este fin a cualquiera de las dos clases de sensitivas que se producen

en los alrededores de Lajas (Mimosa floribunda, var. albida, y Mimosa invisa).

Muchos hombres emigran a otros pueblos, aunque algunos regresan con el tiempo.

Otros permanecen célibes toda su vida, y en vano les ofrecen mujeres los jueces.

“¿Para qué las queremos?” dicen; “ya nos pegaron ustedes una vez, y no estamos

dispuestos a que nos vuelvan a pegar.” El medio legítimo de contraer matrimonio

es dejar que los padres lo arreglen. Cuando los viejos han llegado a convenirse,

piden a los jueces que arresten al mancebo y a la joven de quienes se trata, a lo

que se procede desde luego, teniéndolos tres días en prisión. Los arreglos finales

se efectúan ante las autoridades, y en seguida se va la joven a la casa del novio a

esperar la llegada del sacerdote.

Cuando en Lajas aguardan al señor cura, arréstase a todas las personas unidas

del modo que acaba de decirse y a todos los sospechosos de tendencias amorosas,

ocurriendo por lo común que encuentre aquél presos a la mayor parte de los

jóvenes del lugar. Cuesta la ceremonia $5, y tiene cada pareja que seguir pagando

anualmente $1.50 para subsidios del padre. Ningún matrimonio se celebra fuera de

la cárcel. Al mismo Crescencio le costó trabajo librarse del arresto cuando trató de

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casarse con una tepehuana, y sólo amenazando con irse, logró evadir el castigo,

pero su novia tuvo que someterse a la costumbre de la tribu.

Al revés de lo que sería de suponer, son raras las uniones desgraciadas,

probablemente porque los cónyuges se conforman con permanecer en el seguro

puerto del matrimonio, por el conocimiento que han adquirido de que, tanto la

entrada como la salida, están rodeadas de escollos y conducen irremisiblemente a

las puertas de la prisión. Con todo, no parece a los entendimientos de los indios tan

absurdo como a nosotros el que se les encarcele por motivos amorosos, y la tribu

se ha acomodado a tal uso. Aun supe que hay jóvenes de uno y de otro sexo que

después de recibir la azotaina, se retiran riendo a sus casas.

La obligación de denunciar a quienes se ha visto juntos, so pena de castigo por la

omisión, no crea animosidades, tanto más cuanto que en este punto no se obedece

ni se aplica la ley con demasiado rigor.

Según me dijo Crescencio, el censo tomado en 1894 contaba 900 almas

pertenecientes a Lajas, y debe de haber en el sur unos 3,000 tepehuanes. Hasta

donde pude calcular, existen aun los siguientes pueblos tepehuanes:

1. San Francisco de Lajas.

2. Tascuaringa,76 como a quince leguas de Durango. Sus habitantes son poco

inclinados a la civilización, no obstante que viven entre ellos algunos mexicanos.

3. Santiago Teneraca, situado en una profunda garganta. Sus pobladores son tan

poco comunicativos como los de Lajas y no permiten en su recinto a ningún

mexicano. Este pueblo y el anterior pertenecen al Mezquital, y los visita el mismo

cura de allí.

4. Milpillas Chico, en donde los indios están muy mezclados con mexicanos.

5. Milpillas Grande. Su población se compone de tepehuanes, aztecas y mexicanos.

6. Santa María Ocotlán77 y

7. San Francisco,78 ambos poco afectos a la civilización.

8. Quiviquinta, como a quince leguas al suroeste de Lajas. Los últimos tres pueblos

pertenecen al Estado de Jalisco.

76 Taxicaringa 77 Santa María de Ocotán. Sí pertenece al estado de Durango. 78 San Francisco de Ocotán, también pertenece al estado de Durango.

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En el camino de Durango a Mazatlán, pasando por Ventanas, no hay pueblos

tepehuanes.

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345

Índice

Página

Prólogo___________________________________________________________3

Juan José de Oteiza_________________________________________________9

Zebulon Montgomery Pike___________________________________________13

Henry George Ward________________________________________________23

Robert William Hale Hardy___________________________________________49

Albert M. Gilliam___________________________________________________57

Friedrich Adolph Wislizenus_________________________________________121

George Augustus Frederick Ruxton___________________________________131

Berthold Carl Seemann____________________________________________175

Gustavus Ferdinand von Tempsky____________________________________181

Alfredo Chavero__________________________________________________253

Edmond Guillemin-Tarayre_________________________________________269

Eloi Lussan______________________________________________________299

Ernst Von Hesse Wartegg__________________________________________309

Carl Sofus Lumholtz______________________________________________319

Fuentes________________________________________________________343

Índice_________________________________________________________345