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LA INTERPRETACIÓN EN EL DERECHO Y LA LITERATURA Una introducción a la Novela en Cadena de Ronald Dworkin César Gualdrón Consecuentemente con los planteamientos básicos de su obra en torno al Derecho como Integridad, en su ensayo de 1985 titulado “Cómo el derecho se parece a la literatura” el profesor Ronald Dworkin esboza la concepción del Derecho en cuanto que “novela en cadena” 1 . De acuerdo con ésta, se insiste en el hecho de que las proposiciones jurídicas se configuran a partir de sucesivas interpretaciones sobre los materiales existentes en la tradición jurídica democrática liberal. En ese sentido, afirma: Intentaré demostrar aquí que la práctica jurídica es un ejercicio de interpretación y esto no sólo cuando un abogado interpreta un documento, una ley o un código específico sino de manera general. El derecho, así concebido, es una cuestión profusa y profundamente política. Abogados y jueces no pueden evitar lo político tal y como lo entiende, en términos generales, la teoría política. No obstante, las leyes, el derecho, tampoco son un asunto de política personal o partidista, y una crítica del derecho que no entienda esta diferencia ayudará muy poco en la comprensión del problema y servirá muchísimo menos como guía [Dworkin 1985: 143]. Por supuesto, existe una tendencia al interior de los estudios sobre la interpretación jurídica, según la cual ésta consiste en un ejercicio de búsqueda y descubrimiento de lo que los autores de las normas jurídicas querían que fuesen o expresasen, respecto de aquello que permiten, obligan o 1 Esta concepción se presenta en su obra de 1986 titulada “El imperio de la justicia. De la teoría general del derecho, de las decisiones e interpretaciones de los jueces y de la integridad política y legal como clave de la teoría y práctica”; Editorial Gedisa, Barcelona.

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LA INTERPRETACIÓN EN EL DERECHO Y LA LITERATURAUna introducción a la Novela en Cadena de Ronald Dworkin

César Gualdrón

Consecuentemente con los planteamientos básicos de su obra en torno al Derecho como Integridad, en su ensayo de 1985 titulado “Cómo el derecho se parece a la literatura” el profesor Ronald Dworkin esboza la concepción del Derecho en cuanto que “novela en cadena”1. De acuerdo con ésta, se insiste en el hecho de que las proposiciones jurídicas se configuran a partir de sucesivas interpretaciones sobre los materiales existentes en la tradición jurídica democrática liberal. En ese sentido, afirma:

Intentaré demostrar aquí que la práctica jurídica es un ejercicio de interpretación y esto no sólo cuando un abogado interpreta un documento, una ley o un código específico sino de manera general. El derecho, así concebido, es una cuestión profusa y profundamente política. Abogados y jueces no pueden evitar lo político tal y como lo entiende, en términos generales, la teoría política. No obstante, las leyes, el derecho, tampoco son un asunto de política personal o partidista, y una crítica del derecho que no entienda esta diferencia ayudará muy poco en la comprensión del problema y servirá muchísimo menos como guía [Dworkin 1985: 143].

Por supuesto, existe una tendencia al interior de los estudios sobre la interpretación jurídica, según la cual ésta consiste en un ejercicio de búsqueda y descubrimiento de lo que los autores de las normas jurídicas querían que fuesen o expresasen, respecto de aquello que permiten, obligan o prohíben dichas normas solamente cuando existen vacíos en el sistema que componen. O sea que esta tendencia considera que la interpretación no es más sino la búsqueda-descubrimiento de la intención del autor al momento de elaboración de las normas: de acuerdo con la descripción del profesor Dworkin, esta es una versión del positivismo jurídico, el cual, ante el hallazgo de “textura abierta” en las normas, la validez de las proposiciones jurídicas se busca y descubre en una presunta “intención” originaria del legislador en el tema particular del que se trate.

Por otra parte, en la práctica jurídica cotidiana tiende a reconocerse la imposibilidad de encontrar intención alguna de los autores de las normas. Finalmente, se tiene la tendencia que afirma que las decisiones de los jueces responden a su respectivo punto de vista personal y que la interpretación, no siendo un ejercicio de búsqueda-descubrimiento, más

1 Esta concepción se presenta en su obra de 1986 titulada “El imperio de la justicia. De la teoría general del derecho, de las decisiones e interpretaciones de los jueces y de la integridad política y legal como clave de la teoría y práctica”; Editorial Gedisa, Barcelona.

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bien constituye un instrumento ad hoc de legitimación de tales decisiones.

EL CONCEPTO INTERPRETATIVO DEL DERECHOY LA HIPÓTESIS ESTÉTICA

En una obra publicada más recientemente, el profesor Dworkin explicita el fundamento de sus reflexiones teóricas sobre la base de lo que entiende como el concepto interpretativo del Derecho2. Por este motivo, el ensayo que se comenta aquí puede considerarse como una presentación inicial de tal concepto interpretativo, en la cual se recurre a la comparación entre éste y la literatura, no sin antes hacer la salvedad de que en la crítica literaria no está dicha la última palabra sobre la interpretación, aunque resulta muy fértil prestar atención a los argumentos presentados en las discusiones en torno a la literatura y las artes con el objetivo de enriquecer el debate sobre la interpretación jurídica.

Para emprender este esfuerzo, el profesor Dworkin emplea un recurso que denomina como “hipótesis estética”, la cual define así:

… lo que la interpretación de un texto literario busca es mostrar qué lectura –o voz o dirección, o actuación- es capaz de revelarnos el texto como una verdadera obra de arte.… mostrar “la obra” como la mejor obra de arte que “puede ser” [149, 150].

Ahora bien, afirma también que esta debe contar con una noción de lo que conforma la identidad de una obra de arte, en términos de coherencia e integridad de la misma; o sea, la interpretación debe llevarse a cabo a partir del establecimiento de unos parámetros que permitan distinguir, frente a los demás objetos del mundo, la obra que se pretende interpretar, en particular frente a las demás obras de arte; pero también debe permitir que se distingan los rasgos inherentes a la misma obra ante la presencia de diferentes interpretaciones que se hagan de ella.

Teniendo esto en cuenta, esta hipótesis remite al hecho de la existencia de posiciones contrapuestas cuando se trata de ejercicios de interpretación en concreto, en la medida en que las diferentes teorías estéticas, explícitas o tácitas, completas o incompletas, se encuentran vinculadas con toda una serie de elementos propios de la cosmovisión de cada intérprete. Entonces, a partir de este reconocimiento, podría sugerirse que la interpretación es un acto meramente subjetivo, en el cual es imposible decidir qué es una obra de arte y cuál es una buena o la mejor obra de arte.

2 Se hace referencia a “La justicia con toga”; Editorial Marcial Pons, Madrid, 2007.

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No obstante, a pesar de que las interpretaciones estéticas, en el sentido antedicho, no son susceptibles de “demostración” y, por tanto, no resultan en la demarcación tajante de una frontera entre lo “verdadero” y lo “falso”, esta situación no conduce a descartar la existencia de interpretaciones mejores o más adecuadas que otras y tampoco a descartar la existencia de una interpretación mejor o más adecuada que las demás, cuando menos hasta el momento de su realización. Es decir, un ejercicio de interpretación es, por definición, un ejercicio subjetivo, pero ello no lo desautoriza como un ejercicio de la razón en cuanto que búsqueda por el mejoramiento del concepto y de la práctica artística.

La salida que propone el profesor Dworkin, ante un cierto nihilismo que podría desencadenar dicha constatación de la naturaleza innegablemente subjetiva del ejercicio interpretativo, la pone en los siguientes términos:

Me parece mejor proceder, en este caso, de manera más empírica. Se debiera, antes que nada, estudiar una serie de actividades en las que la gente asume que tiene buenas razones para decir lo que dice y que considera son ciertas de manera general y no sólo en lo que va de uno a otro punto de vista individual. Entonces se podría juzgar qué estándares acepta esta gente, en la práctica, al pensar que poseen razones de esta índole [156].

LA INTENCIÓN DEL AUTOR Y LA CADENA LEGISLATIVA

Como se ha comentado previamente, existe la tendencia que considera el ejercicio interpretativo como una búsqueda-descubrimiento de la intención del autor al momento de elaborar una concreta norma. En este texto se hace referencia también a esta tendencia con relación a una obra de arte. Al respecto, el profesor Dworkin expone el argumento según el cual a pesar de que puede ser muy interesante indagar sobre las intenciones del autor, si es que existe algún criterio supuestamente “objetivo” para llegar a ello, este tipo de indagación no aporta en cuanto al mejoramiento del concepto y de la práctica artística. Desde su perspectiva, este mismo argumento se puede emplear en lo referente al Derecho.

Esta analogía la lleva a cabo a partir del reconocimiento de que la obra de arte –o el conjunto de materiales jurídicos-, una vez ha sido elaborada, es un objeto; objeto cuya existencia es separada, independiente, autónoma, frente al autor y sus intenciones: lo que pueda suceder con esa obra, con ese objeto, corresponde a quienes se aproximen a ella en tanto que críticos e intérpretes, por supuesto sin excluir al mismo autor pero en cuanto que crítico e intérprete.

Para ilustrar este punto, el profesor Dworkin remite a la experiencia vivida por el autor de la novela “La mujer del teniente inglés”, John

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Fowles, quien descubre nuevos elementos de su “propia” obra al estar en presencia de su versión cinematográfica. La anteriormente referida tendencia que pretende buscar-descubrir “intenciones originarias” atribuiría este efecto bien sea al hecho de que en ese momento el autor descubre que tenía, desde un principio, “intenciones subconscientes” que ignoraba, o bien al hecho de que el autor cambia sus intenciones en el último momento. Semejantes enunciados, por lo tanto, ignoran o soslayan lo antedicho con respecto a la obra como objeto y son incapaces de dar criterios “objetivos” para penetrar en la mente del autor y buscar-descubrir tales intenciones.

Así, una vez ha refutado dicho planteamiento “intencionalista”, el profesor Dworkin introduce un tipo bien particular de obra de arte, que le permite extender el análisis anterior hacia el Derecho, la cual denominará como “novela en cadena”:

Imaginemos un grupo de novelistas que ha sido llamado a realizar un proyecto y que éstos se sortean el orden en el que van a intervenir. Quien saque el número menor escribe el primer capítulo de una novela, cuyo autor en seguida enviará al siguiente para que éste escriba un segundo capítulo en el entendimiento de que estará agregando un capítulo a esa novela y no empezando una nueva y así sucesivamente. Así las cosas, todos los novelistas excepto el primero tienen la doble responsabilidad de interpretar y crear porque cada uno de ellos debe leer todo lo que se ha elaborado con anterioridad para así establecer, en el sentido interpretativo, en qué consiste la novela hasta ese momento creada… Debe tratarse de una interpretación de un tipo que no esté atada a la intencionalidad porque, por lo menos para todos los novelistas después del segundo, ya no existe un único autor cuyas intenciones pueda intérprete alguno considerar decisivas… [165].

En el caso específico del Derecho, en particular cuando se trata de decidir en torno a casos difíciles, se puede apuntar que el juez debe llevar a cabo un proceso de búsqueda y lectura de todo aquello que considere pertinente con el propósito de orientarse para la toma de la decisión, no en términos de lo que pueden ser las intenciones del pasado sino en términos de las decisiones del pasado sobre casos similares. De este modo, en ese proceso de búsqueda y lectura, el juez debe interpretar esos materiales del pasado para poder tomar la mejor decisión sobre su caso, teniendo en cuenta su responsabilidad en cuanto a la integridad del Derecho, teniendo en cuenta la tradición jurídica en la cual está inmerso y que debe hacer progresar.

Por supuesto que no está garantizado que la decisión del juez sea la única ni tampoco la mejor posible; pero, en la medida en que el juez considere su decisión dentro de la mencionada tradición jurídica, en su ejercicio debe incorporar nociones de unidad y coherencia con respecto a dicha tradición, tal y como sucedería en la propuesta de la “novela en cadena”, puesto que:

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La ley es una empresa política cuyo asunto más general, de existir alguno, descansa en la coordinación de los esfuerzos del individuo y los de la comunidad, o en resolver disputas tanto sociales como individuales, o en asegurar que se haga justicia entre los ciudadanos y entre ellos y el Estado o cualquier combinación posible entre estos elementos… Así las cosas, la interpretación de cualquier cuerpo o división del derecho debe mostrar el valor de tal cuerpo jurídico en términos políticos, demostrando –o mostrando- el mejor de los principios que dicho cuerpo debe tener para prestar un servicio [168-168].

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