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INTRODUCCIÓN AL LENGUAJE de Jesús Tusón Valls (Editorial UOC. Aragón, España. 2003) Capítulo I Los orígenes del lenguaje La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y revela una constante preocupación por descubrir los propios fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación sobre la estructura de la mente humana. Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos, por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje. Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas, como el gestual o visual. El estudio de la comunicación humana, en contraste con la comunicación de otras especies animales, permite considerar las características específicas o peculiares de nuestro instrumento expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear estructuras condicionales, concesivas y finales; construir definiciones científicas e, incluso, concebir mundos ficticios con los procedimientos propios de la literatura. 1. La evolución y el lenguaje 1.1. De los mitos al empirismo En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los animales. Esta lengua única y originaria (durante 1

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INTRODUCCIÓN AL LENGUAJE de Jesús Tusón Valls (Editorial UOC. Aragón, España. 2003)

Capítulo I

Los orígenes del lenguaje

La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y revela una constante preocupación por descubrir los propios fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación sobre la estructura de la mente humana.

Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos, por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje.

Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas, como el gestual o visual.

El estudio de la comunicación humana, en contraste con la comunicación de otras especies animales, permite considerar las características específicas o peculiares de nuestro instrumento expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear estructuras condicionales, concesivas y finales; construir definiciones científicas e, incluso, concebir mundos ficticios con los procedimientos propios de la literatura.

1. La evolución y el lenguaje

1.1. De los mitos al empirismo

En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los animales. Esta lengua única y originaria (durante bastantes siglos fue el hebreo en la mentalidad de muchos) se fragmentó después de Babel, con lo cual se produjo la dispersión de la humanidad.

Esa concepción divinista sobre los orígenes del lenguaje entró en crisis en el Romanticismo, momento en que ciertos filósofos (especialmente Herder y Rousseau) empezaron a introducir la idea de un origen estrictamente humano, lo cual enfrentó duras polémicas a los partidarios de ambas tesis. La dureza de los enfrentamientos entre los defensores del origen divino del lenguaje y los partidarios de un origen humano hizo que la Societé Linguitique de París prohibiese expresamente en sus estatutos de 1866 cualquier discusión sobre la cuestión de los orígenes del lenguaje.

Por su parte, los lingüistas contemporáneos siempre han mostrado gran reticencia a la hora de referirse a este tema y, o bien lo mencionan de pasada diciendo que se trata de una cuestión oscura, o lo ignoran por completo. En general dejan constancia en sus obras de algunas propuestas que hacen surgir el lenguaje de los gestos y gritos de los humanos primitivos, haciendo referencia a la teoría de la imitación (onomatopeyas) y a la adquisición de una lengua por parte de los niños, aunque no muestran gran convicción en relación con estas teorías.

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De hecho, las imitaciones onomatopéyicas del tipo tic-tac, bub-bub, ding-ding, etc., son escasísimas en las lenguas, y no constituyen, ni de lejos, el capítulo central del léxico, que es absolutamente convencional y no imitativo. Además, las onomatopeyas solamente pueden funcionar s la realidad designada hace algún tipo de ruido, y por esta vía jamás habrían recibido un nombre la inmensa mayoría de los objetos que permanecen en el más absoluto silencio.

En cuanto a la teoría del desarrollo del lenguaje infantil, tampoco puede ser una propuesta válida aplicable a los orígenes por la sencilla razón de que los niños crecen en un mundo de hablantes, situación que no podría darse en el momento inicial del lenguaje, en el que hay que suponer que no había ningún modelo adulto para imitar.

Por otra parte, la dificultad de esa investigación (su práctica imposibilidad) venía determinada por el hecho de que las muestras más antiguas de actividad lingüística eran las conservadas por la escritura. Pero los primeros registros escritos datan de poco más de cinco mil años (las escrituras pictográficas y cuneiformes mesopotámicas), mientras que razonablemente cabe suponer que el homo sapiens ya era un hablante de pleno derecho, lo cual sitúa los orígenes del lenguaje unos cien mil años atrás. Así pues, hubo un hueco de noventa y cinco mil años en el que la actividad del habla no podía ser investigada porque no había dejado restos fósiles ni había sido fijada por la escritura.

Así pues, las investigaciones dominantes sobre el lenguaje (especialmente a partir del siglo XIX) se orientaron en dos direcciones mucho más concretas: por una parte, en el estudio comparativo e histórico sobre la base de los testimonios escritos más antiguos para reconstruir protolenguas (por ejemplo, la que dio origen a los idiomas indoeuropeos), y por otra, en el estudio de las lenguas vivas consideradas sistemas muy estructurados. Pero como escribió el lingüista británico Robert H. Robins, “El origen del lenguaje, a pesar de que siempre ha estado fuera del alcance de una concepción lingüística, no ha dejado de fascinar a las personas con inquietudes lingüísticas y, de un modo u otro, este problema ha sido un centro de interés, según nos consta por la historia” Estas palabras, escritas hace treinta años, pueden recibir una luz nueva si tenemos presentes los descubrimientos actuales sobre la evolución del género Homo.

1.2. La aparición del lenguaje oral

La cuestión de los orígenes del lenguaje se sitúa, de un modo natural y verosímil, en el marco de la teoría evolutiva de las especies, especialmente en el esquema del desarrollo de los primates más avanzados.

Este esquema (muy simplificado, porque no hemos incluido en él las especies homo ergaster, heidelbergenisis, neanderthaliensis, etc.) presenta la forma siguiente:

Este esquema evolutivo indica que la divergencia entre los primates no humanos más avanzados (los chimpancés, separados a su vez de los gorilas y de los orangutanes) y la línea que lleva al homo sapiens se produjo hace unos seis millones de años. Indica también que la línea de la derecha marca la aparición en el tiempo de especies sucesivas de homínidos (todos extinguidas,

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Homo sapiensHomo erectus

Homo habilis

Australopitecus

chimpancés

6 millones de años

4

2’50

1’6

0’10

salvo la última) que, progresivamente, presentan una morfología cada vez más parecida a la del homo sapiens.

Si, por ejemplo, en esa línea evolutiva que lleva a la aparición del homo sapiens solamente nos fijamos en el volumen del cerebro (fig. l), observamos que su valor aumenta desde los 400-600 cm3 de las diferentes especies de australopithecus hasta los 1.400 cm3 de media de homo sapiens; el género australopithecus oscila entre los 400cm3 (en la especie afarensis) hasta los 600cm3 (en la especie bilsei); homo habilis llega hasta los 800 y homo erectus, hasta los 1.000, mientras que homo sapiens, desde su aparición hasta nuestros días, tiene un volumen cerebral de una media de 1.400 cm3.

Figura 1. Volumen cerebral de los homínidos del cuaternario inferior.

Fuente: Joseph H. Reichholf (1994). La aparición del hombre (pág. 82-83. Barcelona: Crítica).

Paralelamente a estas magnitudes cerebrales, los hallazgos arqueológicos también muestran una creciente complejidad en las técnicas y en lo que respecta al control del medio. Homo habilis realizaba herramientas de piedra y refugios de habitación; homo erectus construía hachas y llegó a controlar el fuego; homo sapiens está detrás de las primeras culturas humanas (auriñaciense, solutrense y magdaleniense) y de todos los avances espectaculares que llegan hasta nuestros días. Así pues, es preciso situar en este marco la emergencia del lenguaje entendido como herramienta indispensable de socialización, como instrumento de la autoconciencia y como mecanismo para el control del mundo.

Los planteamientos iniciales han de tener presente una cuestión básica: los chimpancés tienen a su disposición un centenar de señales vocales para designar cosas diversas como, por ejemplo, diferentes tipos de peligro, deseos, dominio del territorio, etc. En el otro extremo del esquema anterior, los humanos (hay que suponer que ya desde sus orígenes, unos cien mil años atrás) tenemos un sistema lingüístico extraordinariamente complejo que es correlativo con nuestra interacción social, con el refinamiento de nuestras actividades y producciones y con nuestro control del entorno. La adquisición de unas estructuras verbales tan versátiles probablemente se ha tenido que producir de forma escalonada en el transcurso de la evolución hacia homo sapiens.

Como argumento fundamental de esta tesis evolucionista cabe presentar también las denominadas “marcas endocraneales” de los centros del lenguaje (figura 2). Las circunvoluciones del cerebro y todos los pliegues del córtex dejan su impronta, en negativo, en la parte interior del

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cráneo. Por otro lado, en el cerebro hay dos áreas principalmente responsables del control del lenguaje: el área de Broca y la de Wernicke, ambas en el hemisferio izquierdo del cerebro. Pues bien, las marcas que estos dos centros han dejado en la parte interior del cráneo se manifiestan cada vez más complejas a medida que las especies de homínidos evolucionan. Existe pues, una correlación entre el aumento del volumen del cerebro y la configuración de las marcas endocraneales responsables del control del habla.

Además, hay que tener presente que según parece, a lo largo de la evolución, se ha producido una posición diferenciada de la glotis y de las cuerdas vocales: éstas se encuentran en una posición más alta en los primates no humanos. En cambio, nosotros las tenemos en una posición baja: a la altura de la nuez (cartílago tiroides), lo cual permite disponer de un espacio resonador fundamental para la producción de los sonidos del habla. Más adelante veremos cómo este factor determinó un cambio de estrategia en las investigaciones sobre las posibilidades de que los chimpancés desarrollasen habilidades comunicativas humanas.

Figura 2. Centros cerebrales del lenguaje

El cuándo y el cómo de la emergencia del lenguaje son cuestiones difíciles de responder hoy por hoy. Pero existe un acuerdo prácticamente unánime entre los investigadores (tanto lingüistas como peloantropólogos y neurólogos) en el sentido de que la aparición de la especie homo sapiens es rigurosamente correlativa con la aparición del lenguaje. Los hallazgos arqueológicos que datan de hace cien mil años nos muestran fósiles con una morfología humana idéntica a la actual, incluyendo la capacidad craneana. Esos forzosamente significa que hace aproximadamente cien mil años las formas de comunicación verbal eran esencialmente como las nuestras.

Esta forma de comunicación a la que denominamos lenguaje ha sido definida con precisión por uno de los lingüistas más importantes de todos los tiempos, Edward Sapir, de la siguiente manera:

“El lenguaje es un método puramente humano y no instintivo de comunicar ideas, emociones y deseos mediante un sistema de símbolos producidos voluntariamente. Estos símbolos, son, en primer lugar, auditivos, y son elaborados por los denominados “órganos del habla”. No existe ninguna base instintiva apreciable del habla humana como tal, por mucho que las expresiones instintivas y el entorno natural puedan servir como estímulo para el desarrollo de determinados elementos del habla (…). La comunicación humana o animal, si se puede llamar “comunicación”, que resulta de los gritos involuntarios e instintivos no es de ninguna de las maneras lenguaje en el sentido que conocemos.”

Así pues, con la aparición del homo sapiens también hizo acto de presencia un sistema de comunicación simbólico totalmente desarrollado, que estaba formado por los elementos esenciales del lenguaje: es decir, un léxico y un sistema de concatenación de los símbolos que denominamos sintaxis; un instrumento único en el reino animal. Un sistema tan excelente que

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siempre ha maravillado a los especialistas en paleoantropología. Como muestra, he aquí las palabras del famoso investigador Richard Leakey en su obra Origis Reconsidered. In Search of what Makes us Human (1992):

“Cuando pensamos en nuestros orígenes, siempre nos situamos de manera automática en el lenguaje. Los cánones objetivos de nuestra unicidad como especie, por ejemplo el bipedismo y la gran capacidad cerebral, se pueden llegar a medir con facilidad. Pero en muchos sentidos, lo que nos hace sentir realmente humanos es el lenguaje. Nuestro mundo es un mundo de palabras. Nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestra comunicación, nuestra riquísima cultura, todo, se configura gracias al lenguaje. Con el lenguaje podemos desvelar imágenes mentales, canalizar los sentimientos como la tristeza, la alegría, el amor, el odio. A través del lenguaje podemos expresar la individualidad o pedir lealtad colectiva. El lenguaje es nuestro caldo de cultivo: ni más, ni menos.”

1.3. Las ventajas de la opción sonora

Si examinamos cada una de las lenguas del mundo, veremos que todas, sin excepción, se realizan gracias al sonido; son sistemas que basan la transmisión de información en la emisión vocal y en la recepción auditiva. En ningún caso se ha encontrado un grupo humano que hablase mediante gestos. La dimensión sonora de las lenguas ha de significar que en los orígenes de la humanidad la vía vocal-auditiva se vio favorecida selectivamente como forma central de comunicación lingüística. Caso aparte son los sistemas de signos de los sordos, que suplen la carencia auditiva con un lenguaje gestual plenamente desarrollado y equivalente al oral. Así pues, hay que discutir racionalmente por qué se impuso la vía vocal-auditiva frente a otros mecanismos con los que también habría podido transmitirse la información. La enumeración de las ventajas del sonido será contrastada a continuación con la otra forma posible de comunicación lingüística: la comunicación gestual.

En primer lugar, el sonido puede oírse tanto de día como de noche, mientras que los gestos requieren unas condiciones de luz determinadas para ser percibidos. Pensemos en las largas noches de nuestros antepasados remotos y no en las condiciones actuales, que nos permiten iluminar una habitación sin ningún esfuerzo. En esas circunstancias, un sistema de comunicación gestual habría representado un grave inconveniente durante una parte importante del día. Así pues, la voz era rentable en cualquier momento, independientemente de la luz.

En segundo lugar, los gestos solamente pueden transmitir información si el receptor mira directamente a la persona que los hace. En cambio, el habla oral es perceptible sin la inmovilización de la mirada: podemos dirigir la vista en cualquier dirección, movernos e incluso tener cerrados los ojos, y la voz nos llega sin ninguna dificultad. Ello es posible porque el sonido se esparce en todas las direcciones del espacio tridimensional. Así pues, la voz, además de ser percibida en la oscuridad, también podía llegar a los receptores independientemente de su posición en el espacio.

En tercer lugar, la voz puede ser percibida a distancia: por ejemplo, a cien o doscientos metros. En cambio, las gesticulaciones se empequeñecen a medida que los interlocutores se separan: unos gestos hechos con los dedos resultan inútiles a partir de una determinada distancia. La potencia de la voz constituyó, pues, una tercera ventaja, sumada a las dos anteriores.

En cuarto lugar, tenemos ocupadas las manos durante buena parte del día en todo tipo de tareas, en cambio la boca sólo lo está cuando comemos y bebemos. En consecuencia, la vía vocal permitía ocupar una parte de nuestro cuerpo (la boca) más disponible que otros órganos.

Es vía vocal representa, eso sí, una pequeña sobrecarga, ya que los denominados “órganos del habla” han de duplicar sus funciones: los pulmones, además de producir los movimientos regulares de la respiración, tienen que funcionar de manera forzada (inspiraciones rápidas y breves, y espiraciones largas) durante las emisiones lingüísticas. Por otro lado, la boca es la vía

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de entrada de los alimentos y la lengua interviene en el proceso digestivo; su doble función como “órgano del habla” nos obliga a realizar una serie de movimientos muy rápidos que posibilitan las articulaciones del sonido.

A pesar de estos pequeños inconvenientes derivados del habla como segunda función de algunos órganos, el conjunto de las cuatro ventajas descritas anteriormente parece que contribuyó al triunfo del sonido como base de la comunicación linguística. En términos evolutivos, esta opción sonora puede ser considerada óptima, ya que permitió mejores adaptaciones, sobre todo de tipo social, pues favorecía la interacción entre los miembros del grupo y suponía una reducción de los costes, y también una mayor efectividad comunicativa.

2. Los horizontes de la comunicación

2.1. Los poderes del lenguaje

La definición que del lenguaje propuso Sapir (ver la página 21) puede ser completada con una variante como la siguiente: el lenguaje es un sistema de comunicación y de autoexpresión, de base vocal y auditiva, propio y exclusivo de los seres humanos. Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y, además, de una reglas combinatorias (sintaxis) que permiten la construcción de una cantidad de secuencias en principio infinitas. El lenguaje, como facultad única y común de la especie humana, se realiza en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que existen en el mundo.

El carácter infinito del lenguaje puede ejemplificarse con relativa facilidad a partir de una serie de frases y textos como los que tenemos a continuación:

1) Hoy he llegado pronto.2) Hoy he llegado más pronto que otros días.3) Hoy he llegado más pronto que otros días, porque he terminado el trabajo antes de lo que

pensaba.4) Hoy, jueves, he llegado mucho más pronto que otros días laborables, porque he terminado

el trabajo que me habían encargado mucho antes de lo que pensaba, si te parece bien, podríamos ir al cine…

Esta flexibilidad del lenguaje debe entenderse en relación con la flexibilidad del pensamiento. Hace un siglo y medio, Wilhelm von Humboldt (filósofo, lingüista y fundador de la Universidad de Berlín) avanzó la hipótesis de que si el pensamiento humano no tenía límites, el instrumento con el que lo expresamos, el lenguaje, también tenía que poseer esta condición ilimitada. Esta característica es central en toda definición del lenguaje, separándolo de modo evidente de otros sistemas de comunicación. Pero tal como veremos a continuación, las virtudes o los poderes del lenguaje se amplían a toda clase de dominios diferentes y lo convierten en un instrumento principal de construcción del “yo”, de autoexpresión, de comunicación y de nuestra ordenación del mundo.

En primer lugar, el lenguaje es un instrumento básico para la construcción del “yo” intrapersonal. Efectivamente, en todas las lenguas existe un sistema pronominal que contiene al menos dos formas: la que marca la persona que habla y la que designa al resto (con una, dos o más formas). De este modo todo, todo hablante dispone de un pronombre para referirse a sí mismo, lo cual a menudo se interpreta en el sentido de que ese pronombre de primera persona y singular consolida la autoconciencia, o al menos la expresa de manera precisa.

En segundo lugar, el lenguaje es un instrumento para la autoexpresión libre. Al margen de los condicionamientos externos y de las posibles censuras e interdicciones procedentes del entorno, nuestro discurso interno se puede desarrollar sin obstáculos. Es útil añadir que tanto nuestros pensamientos como el diálogo silencioso que establecemos con nosotros mismos se realizan sobre la base del lenguaje: está demostrado que cuando pensamos en silencio la lengua realiza

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“movimientos subvocales” (los movimientos del habla, reducidos y sin llegar a la articulación sonora), lo cual es una prueba evidente de que nuestros pensamientos íntimos tienen como soporte el instrumento del lenguaje.

En tercer lugar, el lenguaje es la herramienta privilegiada para la comunicación. Esta característica, que convierta al lenguaje en instrumento de información, aparece subrayada en muchas definiciones del lenguaje, por encima de los otros rasgos que estamos comentando. Resulta evidente que la comunicación desempeña aquí un papel central, pero no único. Esta dimensión comunicativa permite la socialización y la interacción entre los miembros del grupo de hablantes. El lenguaje ha sido considerado sobre todo como el elemento que posibilita la organización del trabajo, la distribución especializada de las diferentes tareas que realiza todo grupo humano.

Finalmente, nuestra capacidad lingüística, el lenguaje, debe ser entendida como herramienta con la que ordenamos el mundo. En nuestro entorno hay muchos objetos diferentes y también situaciones y acontecimientos singulares que se producen constantemente, Así, todo “accidente” (un suceso de la realidad) es designado con la palabra accidente; toda “boda” es boda (y es evidente que los novios son diferentes como lo son el lugar y el tiempo de ese acto); toda “casa” es casa (independientemente de su situación, sus habitantes y el número de habitaciones), todo “viaje” es viaje (al margen del destino y del vehículo elegido). Ello significa que gracias al lenguaje clasificamos la realidad: los millones y millones de árboles del mundo pueden ser designados con la máxima simplicidad con la palabra árbol; de ese modo, los nombres comunes y los verbos actúan como símbolos (etiquetas calificadoras que pueden aplicarse a una cantidad no finita de objetos diversos y de situaciones diversas). Hay que pensar que, sin la posesión de estas herramientas simbólicas, nuestra percepción del mundo y de cuanto éste contiene probablemente nos resultaría un auténtico caos.

Este conjunto de virtudes o poderes del lenguaje configura un instrumento muy refinado y de alcance extraordinario, muy alejado de las características comunicativas que hallamos en el mundo animal no humano. Pese a ello, cabe añadir que la comunicación en el marco de otras especies (que estudiaremos a continuación) no puede considerarse “inferior”. Esta palabra representaría un juicio de valor inaceptable, porque otras especies (las hormigas, las abejas y los chimpancés, por ejemplo) disponen de unos sistemas de comunicación perfectamente ajustados a las necesidades derivadas de su condición biológica y de las adaptaciones a su entorno. La comparación que comienza a continuación no pretende, pues, minusvalorar a las otras especies animales; sencillamente, es el modo de entender cuáles son las posibilidades del lenguaje humano en relación con otras formas de comunicación; comunicación “diferente”, no “inferior”.

2.2. La comunicación entre los animales

Hay que iniciar este apartado con una distinción fundamental, ya que a menudo la palabra lenguaje se usa de una manera muy laxa y, de forma poco técnica, hablamos del “lenguaje de los colores”, del “lenguaje de las flores” y también del “lenguaje de los animales”. Estas extensiones metafóricas son perfectamente permisibles en el uso diario, pero en sentido estricto reservaremos el término lenguaje para el tipo de comunicación verbal humana que ya hemos definido en dos ocasiones. Y en lo que respecta a cualquier otra forma de transmisión de informaciones, usaremos el término comunicación.

Es evidente que en el reino animal (dejando ahora de lado la especie humana) existen formas variadísimas de comunicación; los ultrasonidos de los delfines, los gritos de los chimpancés, el despliegue del plumaje del pavo real, el lomo arqueado de los gatos, los cantos de los pájaros, los ladridos de los perros, etc. Son auténticas señales, interpretables por los miembros de cada especie y tienen consecuencias en el comportamiento de los demás animales. Las feromonas, sustancias que segregan algunos animales (por ejemplo, a través de la orina) que influyen en el

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comportamiento de los otros individuos de la especie (en tanto que actúan como marcadores del territorio, etc.), constituyen una forma de comunicación de tipo químico.

Buena parte de la comunicación animal depende de condiciones estrictamente genéticas; como decimos a menudo, hablando de los animales, “lo hacen por instinto”. Pero también es cierto que determinadas habilidades que dependen de la experiencia se aprenden gracias a ciertos comportamientos comunicativos. En estos casos, las crías, separadas de sus progenitores, no desarrollarían determinadas habilidades: por ejemplo, la forma en que algunos chimpancés separan el grano metiendo la palma de la mano en agua para que ésta se lleve la paja. O también la habilidad con que introducen una pequeña rama, previamente impregnada de saliva, en los agujeros de las termitas para que se queden pegadas a ella. Pero en general la comunicación animal está dominada por el instinto y las señales emitidas hacen referencia a temas como, por ejemplo, la alimentación, la reproducción, el peligro, la amenaza, la defensa del territorio, etc. Así pues, la comunicación de los animales se circunscribe en cada caso al tipo de señal destinada a garantizar las necesidades de la propia especie.

Dos ejemplos nos sirven para ilustrar algunas de las características de la comunicación animal: la “danza” de las abejas y las clases de gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetiops) de Etiopía y Kenia. En ambos casos se trata de formas de comunicación determinados genéticamente.

2.2.1. La “danza de las abejas

La “danza” de las abejas, que describimos a continuación, constituye un acto comunicativo que permite a una abeja exploradora informar a sus congéneres de la localización exacta de una fuente de néctar.

Karl von Frisch, Premio Nobel de Medicina, describió meticulosamente esta danza en sus investigaciones. Según observó, cuando la abeja exploradora sale de la colmena realiza un vuelo aleatorio hasta encontrar el néctar necesario para la producción de la miel. Inmediatamente vuelve a la colmena en línea recta y comienza a hacer una “danza” para informar a qué distancia y en qué dirección está la fuente productora de miel. La distancia está marcada por la velocidad del baile: si éste es rápido, ello significa que el néctar se encuentra cerca; pero si el baile es lento, la distancia es más larga. La información sobre la dirección es algo más complicada: la danza que ejecuta la abeja exploradora tiene la forma aproximada de un (8) que puede tener diferentes orientaciones en el interior de la colmena, tomando la parte superior de ésta como punto de referencia de la posición del sol. Si al bailar, el segmento central del ocho se dirige hacia la parte superior, ello indica que hay que volar hacia el sol, pero si baila con este segmento en dirección contraria, será preciso volar de espalda al sol. Además, tanto en un caso como en otro, el vuelo de la parte central del ocho se puede inclinar para marcar el ángulo de la orientación respecto de la posición del sol. Ello indica con precisión la dirección que tendrá que tomar el enjambre, que, en cualquier caso, encontrará el néctar. Hay que decir que ni la abeja exploradora ni las demás han hecho estudios de geometría, y que por su puestos son incapaces de utilizar el transportador de ángulos. Esta comunicación tan precisa y efectiva solamente encuentra explicación como comportamiento codificado genéticamente. La “danza” de las abejas es un ejemplo de comunicación graduable: una mayor o menor velocidad al trazar la figura de ocho y diferentes grados de orientación respecto a la parte superior de la colmena. Pero en otros aspectos se trata de una comunicación cerrada: por ejemplo, la abeja exploradora no puede indicar cuál es la temperatura exterior, en que especie de flores está el néctar o si convendría volar rápidamente (aunque la distancia sea larga) para llegar antes que otras abejas competidoras.

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2.2.2. Gritos de peligro

Los gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetios) son el segundo de los ejemplos anteriormente anunciados de comunicación animal determinada genéticamente. Estos animales tienen a su disposición unos treinta gritos diferentes, algunos de los cuales sirven para anunciar peligro y provocar un determinado comportamiento como respuesta.

Entre estos gritos de advertencia destacan los tres siguientes:

1) xt: se acerca una serpiente2) rraup: se acerca un águila3) rrr: se acerca un león, un guepardo…

De hecho, estos gritos constituyen un tipo de clasificación de las diferentes clases de peligro. El primero hace referencia a los depredadores terrestres reptiles; el segundo, a los depredadores aéreos; el tercero, a los depredadores terrestres que pueden correr y saltar. Los tres provocan inmediatamente las conductas de defensa apropiadas: por ejemplo, al grito que avisa del águila, todos los cercopitecos de cara negra bajan de los árboles y se ocultan en tierra; en cambio, el grito que avisa de la presencia de leones obliga a todo el grupo a protegerse en lo alto de los árboles. Estas conductas siguen estrictamente el mecanismo de estímulo y respuesta, de manera que si un etólogo (especialista en comportamiento animal) provoca alguno de estos gritos sin que exista el peligro correspondiente, el grupo de cercopitecos reaccionará sin duda de la manera esperada. Además, cada grito constituye un todo inanalizable. El signo que comunica peligro por la presencia de águilas es rraup, y no puede ser descompuesto en rr + aup para significar, por ejemplo, “tres + águilas”. Si fuera así, los cercopitecos podrían hacer rrsht: “tres + serpientes”. En cambio, una expresión del lenguaje que avisa de un peligro es perfectamente analizable: vigila la serpiente consta al menos de tres unidades, cada una de las cuales es transportable a otro contexto: vigila la bicicleta, coge la cartera, no compres una serpiente, etc. Tanto el tipo de mecanismos de respuesta provocados por los gritos de advertencia como el carácter inanalizable de esos gritos indican que volvemos a encontrarnos ante un sistema cerrado que, como en el caso de las abejas, parece responder a patrones comunicativos biológicamente determinados.

Por lo que respecta a estos ejemplos de comunicación animal (y con vistas a establecer, más adelante, las características específicas del lenguaje humano), hay que retener tres datos fundamentales.

1) La comunicación es cerrada.2) Los estímulos provocan necesariamente una reacción determinada.3) Las señales son un todo inanalizable.

En cambio, en las lenguas hallamos que la comunicación es abierta (o ilimitada); los estímulos pueden provocar reacciones no previstas y finalmente, las señales son articuladas y permiten una combinatoria muy rica.

2.3. Primates en cautividad y comunicación

“Un divulgador de la filosofía cartesiana –escribe Chomsky- se refirió a la opinión de algunos nativos de Oceanía en el sentido de que éstos creían que los primates podían hablar, pero que no lo hacían por miedo a que los humanos los pusieran a trabajar.” Al margen de esta curiosa anécdota, a partir de los años cuarenta se iniciaron en Estados Unidos una serie de experimentos con chimpancés para verificar hasta dónde podrían llegar sus habilidades verbales.

El primer experimento conocido (en los años cuarenta) tuvo como protagonista a Wiki, una chimpancé, que al cabo de tres años de adiestramiento llegó a pronunciar, de forma muy defectuosa, cuatro palabras: papa, mama, cup (taza) y up (arriba). Estos resultados tan

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insatisfactorios revelan una pista interesante: los chimpancés no están dotados genéticamente para adquirir el lenguaje humano. Además, la pronunciación defectuosa se debía a la elevada posición de la glotis, que hace que estos animales no dispongan de espacio para las resonancias bajas. Por ello, en investigaciones posteriores, las estrategias se orientaron en otras direcciones, como ahora veremos.

Veinte años después, durante los años sesenta, un matrimonio de psicólogos, Alan y Beatrice Gardner, intentaron transmitir las habilidades del lenguaje a una chimpancé joven a la que llamaron Washoe. Para lograrlo, dadas las dificultades fonadoras anteriormente mencionadas, los Gardner enseñaron a Washoe el lenguaje gestual propio de los sordos americanos. Por ejemplo, juntar los dedos de una mano y olerlos quería decir “Flor”; frotar el dedo índice contra los dientes significaba “cepillo de dientes”, ponerse un dedo en la lengua quería decir “dulce”, juntar los dedos de las dos manos en paralelo significaba “más” (y añadir ese gesto al anterior representaba “más dulce”), etc. De ese modo, en ocho años de adiestramiento lograron que llegase a producir unos ciento cincuenta gestos.

Pero hay que decir que los niños humanos en ese período de ocho años (e incluso en menos tiempo)…

1) Llegan a poseer de forma madura un sistema lingüístico extraordinariamente complicado y rico, conociendo miles de palabras y dominando estructuras morfológicas y sintácticas muy complejas;

2) Experimentan un proceso de adquisición de la lengua totalmente espontáneo, y las ocasionales indicaciones explicitas de los adultos a los niños (las correcciones) no representan ningún papel significativo en este proceso, que es muy natural, parecido (en muchos aspectos) al desarrollo de la visión, de la locomoción o de la precisión con la que llegan a usar los dedos. En el caso de Washoe, en cambio, el aprendizaje fue en todo momento guiado: fue explícito, de manera que los Gardner partían de una voluntad de transmitir un determinado tipo de lenguaje;

No siguen una estrategia de tipo conductista en lo que respecta a la adquisición del lenguaje. El adiestramiento de Washoe, en cambio se realizó sobre una base estrictamente conductista; estímulo – respuesta – premio (en caso de que la respuesta fuera la deseada).

Así pues, la comparación entre el aprendizaje de los chimpancés y la adquisición lingüística de nuestros niños pone de relieve de un modo muy evidente cuáles son las diferencias entre los primates más avanzados y los humanos en lo tocante al lenguaje. En tiempos más recientes se han realizado otros experimentos a base de usar piezas de plástico de colores y formas diferentes para que los chimpancés pidan cosas o para darles órdenes. Sobre todo se les enseña a pulsar teclas de un ordenador para poder comunicarse con humanos. En todos los casos, y a pesar de la popularidad de algunas exhibiciones televisivas y del optimismo de los adiestradores, los resultados son extraordinariamente pobres si los comparamos con los que se observan en las criaturas humanas.

De hecho, lo que se hace con estos chimpancés es condicionarlos en cautividad, en unas circunstancias que no les son naturales: por su cuenta, los chimpancés desarrollan el sistema de señales propio de su especie (gritos, gesticulaciones, posturas corporales) y en ningún caso están en situación de pronunciar mamá o de agrupar piezas de plástico para designar una realidad de su entorno.

Pese al entusiasmo de algunos psicólogos, lo que se logra con los chimpancés no es sustancialmente diferente de lo que puede conseguirse adiestrando a cabras bailarinas, a perros que caminan a dos patas o a elefantes que dan vueltas en el circo. La única diferencia es que el cerebro de los chimpancés está mucho más desarrollado y que al parecer estos animales tienen grandes capacidades imitativas. Y más si de su comportamiento dependen los premios y los castigos (y sobre todo la alimentación necesaria para sobrevivir).

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Como conclusión, vale la pena destacar las palabras de dos primatólogos, Sherwod Washburn y Ruth Moore: “Todos los primates son capaces de comunicar la sensación de miedo; pero sólo los humanos pueden decir que tienen miedo.”

2.4. Comunicación y lenguaje: rasgos comunes y rasgos específicos

En 1958, el lingüista estadounidense Charles F. Hockett elaboró una lista con las características del lenguaje. Dicha lista ha sido contrastado y citada ampliamente desde entonces hasta nuestros días, y permite entender cuáles son los rasgos que el lenguaje humano comparte con otros sistemas de comunicación animal y cuáles son específicos, es decir, exclusivos del lenguaje. A continuación hacemos una selección de la lista de características de Hockett.

1) Canal vocal-auditivo. Como hemos vista más arriba, las lenguas tienen como base fundamental el sonido, el cual a su vez se fundamenta en el aparato vocal del emisor, mientras que su destino es el sistema auditivo del receptor, al que llega la voz gracias a la vibración de las partículas del aire que se encuentran entre ambos. Pero esta característica no es exclusiva del lenguaje humano: los delfines, las abejas y los simios también utilizan sonidos con finalidades comunicativas.

2) Transmisión radial y recepción unidireccional. Esta característica deriva estrictamente de la anterior. Es propio del sonido esparcirse en todas las direcciones del espacio, lo cual lo convierte en una herramienta privilegiada para la transmisión de señales. Por su parte, cada receptor es impactado directamente por el sonido como si la emisión se hubiera realizado exclusivamente para el siguiendo una línea recta entre emisor y destinatario. Y hay que añadir que este rasgo tampoco es exclusivo del lenguaje humano, sino que es común con los sistemas de comunicación animal anteriormente mencionados. (delfines, pájaros, etc.).

3) Evanescencia. Un gesto estático hecho con las manos se puede mantener durante un tiempo más corto o más largo, pero las emisiones sonoras se disipan una vez emitidas; es decir, “a las palabras se las lleva el viento”. Esta característica, la fugacidad, también es propia de todo sistema de transmisión de señales basado en la opción sonora y representa una ventaja notabilísima, ya que la emisión, una vez agotada, deja lugar a otras emisiones. Este rasgo es, precisamente, la condición que hace posible el habla dialogada entre los interlocutores. Hay que añadir que para contrarrestar la fugacidad del habla, los humanos inventaron la escritura, hace más de cinco mil años. Y es que, como decían los latinos, verba volant, scripta manent (“las palabras vuelan, los escritos permanecen”).

4) Semanticidad. Las señales lingüísticas tienen una doble dimensión: por un lado son realidades perceptibles sensorialmente, y por el otro, transmiten significados. Son las dos caras del signo, que consta de significante y significado, tal como estableció Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general (1916) siguiendo una tradición bimilenaria. En la medida en que las señales de los delfines o los gritos de los cercopitecos de cara negra repercuten en la conducta de los otros miembros de la especie, hay que decir que esta característica tampoco es exclusiva de las lenguas naturales de los humanos; más bien es propia y común a todos los sistemas de señales. A diferencia de las cuatro anteriores, parece que las seis características que presentamos a continuación son exclusivas de las lenguas humanas, y se dan de forma universal.

5) Arbitrariedad o convencionalidad. Las señales lingüísticas (para entendernos y sin tecnicismos, las palabras) son independientes de la materialidad de los objetos que designan: la palabra casa no está hecha de piedra, ladrillos, madera, etc.; la palabra agua ni moja, ni apaga la sed; la palabra fuego no arde ni quema. Además, la sustancia “agua” en castellano es agua; en inglés, wáter, en swahili, maji; en vaso, ur. Todo ello significa que la vinculación entre las realidades y las palabras que usamos para designarlas es fruto de un pacto arbitrario o convencional; cada grupo de hablantes ha convenido unas formas verbales propias, en ningún caso surgidas por obligación a partir de las características de

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los objetos (excepto en el caso de las onomatopeyas). La arbitrariedad es un rasgo universal en todas las lenguas y es el origen del simbolismo: la palabra asa se puede aplicar a todas las casas que han existido y que existirán, sin ninguna limitación. La arbitrariedad de las señales lingüísticas se demuestra muy fácilmente sin tomamos una realidad común a toda la humanidad, por ejemplo la cabeza, y comprobamos que las designaciones de esa realidad son diferentes en las distintas lenguas.

Head en inglésTete en francés

Cabeza en castellanoBuru en vasco

Cap en catalánKichwa en swahili

Tou en chinoUskoli en cherokee

6) Desplazamiento independencia temporal. Los cercopitecos de cara negra no puede hablar del león que les amenazó la semana pasada; las abejas no pueden hacer una danza para referirse al néctar que irán a buscar pasado mañana; tampoco consta que los chimpancés puedan mantener una conversación sobre las termitas que comerán en el futuro. En cambio, una característica típica y general de las lenguas del mundo es que en todas es posible superar los límites del momento presente; se puede recordar el pasado y se puede prever el futuro. Todas las lenguas tienen formas temporales, ya sea incorporadas a la morfología verbal (escribí-escribo-escribiré) o marcas especiales de tipo adverbial (ayer-ahora-mañana) añadidas a la descripción de las acciones. Hay que anotar que esta característica específica está en la propia base de las narraciones y que en especial hace posible la construcción de la historia personal y colectiva.

7) Cualidad o composicionalidad. Cuando nos hemos referido a los gritos de los cercopitecos de cara negra (página 28), hemos dicho que no son analizables, que no se pueden subdividir en fragmentos menores. Las lenguas humanas, en cambio, constan principalmente y de manera universal de dos niveles estructurales: por un lado existen signos como por ejemplo vaso, gato, humo, hambre, etc. Que trasmiten información (un recipiente, un animal, un fenómeno y una sensación, respectivamente). Éstos son las unidades básicas de la significación, la moneda comunicativa. Pero esas piezas están construidas con elementos menores de otro nivel: v, a, s, o; h, u, m, o; en lo que respecta a los elementos sonoros que la configuran. Estos elementos básicos son realmente muy pocos (entre veinte y cuarenta, en la mayoría de los casos); pero con sus combinaciones se organiza todo el nivel léxico (y todos los elementos gramaticales), y éste pude llegar a decenas de miles de formas.

8) Productividad. La característica anterior, combinada con las posibilidades de las estructuras sintácticas y de las construcciones textuales, tiene como consecuencia que la cantidad de mensajes sea, en principio, infinita. De hecho, todo cuanto se dice y escribe en una lengua cualquiera está muy lejos de constitu8ir un cuerpo cerrado: siempre es posible la creación de oraciones y textos nuevos, adaptados a las circunstancias nuevas y a las capacidades del pensamiento en cada momento. La productividad de los sistemas lingüísticos está en los fundamentos mismos de las creaciones de las ciencias, de la filosofía y de la literatura, productos verbales que no tienen análogos en el mundo animal no humano.

9) Disimulación o falsificación. Las lenguas se usan habitualmente de acuerdo con unos principios éticos que nos llevan a decir la verdad, o lo que nos parece que es verdad. Sin embargo, esos mecanismos tan potentes también permiten la formulación de mentiras, y si alguien nos pregunta cómo ir a la estación de autobuses, podemos emitir un texto verbal que lo lleve a la estación del ferrocarril. En otro nivel, la disimulación está en la misma base de los enunciados irónicos: Es un pozo de ciencia, en determinados contextos y situaciones, puede ser equivalente a Es un burro, es un ignorante. La producción de metáforas es una forma atenuada de disimulación; así, cuando alguien dice, por ejemplo,

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María es un libro abierto, no pretende significar que es un determinado objeto, sino que su sabiduría se combina con la claridad de exposición.

10)Reflexividad. Las lenguas normalmente sirven para hablar de las personas, de los objetos, de las situaciones y de los acontecimientos del mundo real. Pero la potencia de las lenguas permite, sobre todo, que podamos hablar de las propias lenguas “Antonio” es un nombre propio; “hoy” es un adverbio y “de” es una preposición son enunciados reflexivos (también denominados “metalingüísticos”). Una gramática es una obra en la que se usa la lengua para hablar de las estructuras de la lengua; un diccionario es una obra en la que se emplean formas de una lengua para definir el significado de las entidades léxicas de la propia lengua. En realidad, este libro es una obra que explota el rasgo de la reflexividad del lenguaje, ya que utiliza la lengua para hablar de la lengua.Las diez características que configuran este apartado constituyen una definición de los rasgos esenciales del lenguaje como facultad humana y también se aplican a todas las lenguas del mundo (sin ninguna excepción) en las que se concreta esta facultad. Especialmente las seis últimas características (más aún si las tomamos en conjunto) nos proporcionan una imagen del lenguaje como hecho único en el marco de la naturaleza porque ningún otro sistema de comunicación permite todo lo que las lenguas permiten: el despliegue del simbolismo, la flexibilidad temporal, la riqueza de la composicionalidad, la productividad sin límites, la disimulación y la reflexividad. Todo ello confirma, una vez más, la extraordinaria potencia y la versatilidad del sistema humano de comunicación y de expresión.

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