Ecuador Terra Incógnita

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descripción de una nueva especie de ranita (Pristimantis mindo)

101 ANFIBIOS Y REPTILESmás de 200 fotografías e ilustraciones

mapas detallados de distribución de cada especie

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Contenido

El campo en la ciudadLa mayor parte de Quito se halla fuera de la ciudad. En el recuento de María Fernanda Mejía conoceremos los páramos y bosques nublados protegidos por las flamantes áreas de conservación metropolitanas.

¿Sembrar la tierra o exprimirla?La voracidad minera quiere tragarse el noroccidente quiteño. Juan Freile sopesa las consecuencias de superponer las líneas de los mapas mineros con las actividades cotidianas de los campesinos.

El hogar de los osos quiteñosEn Quito viven decenas de osos andinos. Santiago Molina nos relata el periplo que lo llevó de un encuentro fortuito en el bosque a dedicar su vida al estudio y conservación de nuestros carismáticos vecinos.

YumbosUnos 12 mil habitantes poblaron el subtrópico del Quito preincáico. Tras años de estudiar sus vestigios, Hólguer Jara comparte los mensajes que le han dictado termas, tolas y templos.

Pululahua: la floresta en el volcánEn su búsqueda de una planta casi extinta, Nora Oleas se adentró en el cráter del Pululahua. Aquí nos relata las impresiones de sus múltiples incursiones a las entrañas del volcán.

AdemásAllimicuna: en el entorno de la tilapiaNuestra fauna: gorrión americanoPublicaciones ¿Qué lugar es este?Humor verde

Portada: Oso andino o de anteojos (Tremarctos ornatus). Foto: Jorge Anhalzer

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Carta del Editor

El vocablo “metropolitano” enseguida refiere a la idea de ciudad. Por ello con frecuencia se sorprende quien oye que menos del 10% de la superficie

del distrito metropolitano de Quito correspon-de a ecosistemas urbanos. El resto, el 90%, son cultivos y zonas boscosas. Tampoco solemos ser conscientes de que las decisiones que se toman en las zonas urbanas del distrito tienen un efecto profundo en toda su periferia agrícola y silvestre. Esto es cierto tanto sobre las decisiones públi-cas –las que toma el concejo metropolitano, por ejemplo– como sobre las privadas: las opciones de consumo de cada quien impactan a la periferia.

Esta desconexión mental perpetúa, a su vez, una relación entre el campo y la ciudad signada por las asimetrías. Las ciudades se convierten en esponjas de energía y recursos que generan degradación am-biental y pobreza en el campo, mientras que, vice-versa, son fuente de desechos que se vierten a través de los ríos o los camiones a los territorios aledaños.

Esta edición de la revista, al mismo tiempo, es parte de y busca promover un nuevo imaginario de quiteñidad que rompa las fronteras del concreto. La invitación es a pensarnos, desde donde estemos, de una forma integral: como parte de una unidad más amplia, dispar e interconexa. A que los quiteños sin-tamos como propio el campo circundante, ya no con las connotaciones colonialistas ni patrimoniales de lo propio, sino que asumamos que pertenecemos a ese campo de muchas maneras.

Buscamos, a trevés de estas páginas, el compromiso del lector con algunos de los emblemas de ese Quito natural: las áreas protegidas creadas por el municipio en el noroccidente del distrito que quieren conjugar la conservación de la biodiversi-dad con el uso sustentable; las actividades cotidia-nas de nuestros vecinos rurales, amenazadas por la voracidad minera; los osos de anteojos, insospecha-dos e insignes habitantes de los bosques a los que pertenecemos; y sus pobladores antiguos y enig-máticos a quienes hoy conocemos como yumbos. Como broche de este especial, para nuestra sección de áreas protegidas escogimos a la hospitalaria y muy quiteña caldera del volcán Pululahua.

Número 92noviembre 2014

DirectorJuan Freile

EditorAndrés Vallejo Espinosa

[email protected]

Dirección de arteEsteban Garcés

CorrecciónGrace Sigüenza

Página webAndrés Vallejo Espinosa

Colaboraron en este númeroAgustina Arcos, Alejandro Solano, Gabriela León, Fabián Guerrón, Miguel Verkade, Pablo Cabrera,

Blanca Ríos, Verónica León, Gerson Arias

PresidenteAndrés Vallejo Arcos

Gerente generalGabriela Pesántez

[email protected]

ContabilidadMariela Pazquel

ProyectosXimena Cordovez

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Fabiola Gallegos • 099 971 2293

DistribuciónCarlos Velasco

[email protected]

(02) 2546 935 (Quito)

Cristina Miranda • 099 923 9009 (Quito) Diego Rosado • 098 629 4380 (Guayaquil-Quevedo)Fernando García • 099 127 5198 (Guayaquil-Jipijapa)

Librería Kleinigkeiten • (07) 2579 795 (Loja)Naturaleza y Cultura • (07) 2647 127 (Zapotillo)

ImpresiónImprenta Mariscal

Ecuador Terra Incognita es una publicación bimestral de Terra Incognita Terramagazine Cía. Ltda. Sus artículos pueden

ser reproducidos con autorización y citando la fuente. Las fotografías e ilustraciones requieren de

autorización escrita. Las opiniones son de responsabilidad de sus autores y no comprometen a la revista.

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Teléfono: (02) 2546 935 / Telefax: (02) 3227 472Celular: 099 605 3172 / 099 605 3183

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Sobre “Las voces del Cabuyal”En atención al artículo “Las voces del Cabuyal” de Juan Freile, publicado en el número 91 de la revista Ecuador Terra Incognita, debo manifestar mi apreciación personal sobre el cuestionario, más bien di-cho, sobre el interrogatorio remitido a mi per-sona el 25 de julio de 2014, ahora plasmado en el artículo en referencia.

Es necesario establecer la obligatoria actitud de obrar dentro de márgenes formales cuando un periodista va a escribir un artículo, en un medio de comunicación, con la consiguiente difusión; y, por lo mismo, con la influencia que puede despertar su lectura, en el público, en los interesados y en las autoridades.

Desconozco quién es usted [el autor], pero aprecio que no ha sido formal. No se presentó ante mí antes de la audiencia efectuada en Ma-nabí el 14 de julio de 2014, a pesar de haber convenido en aquello; tampoco me remitió el extenso cuestionario con un tiempo suficiente para preparar la respuesta y terminó por enviar el artículo, que debía escribir basándose en mi contestación al cuestionario, para que se pu-blique lógicamente sin mi respuesta, como en efecto ocurrió.

Sin embargo yo, suponiéndome lo que ocurría, le remití a usted un compendio de toda la información disponible a la fecha, sobre el tema, haciendo gala de un exceso de apertu-ra. [Siguen detalles sobre el cuestionario en mención y comentarios al mismo, así como la versión de los suscritos de los hechos descritos en el artículo y de sus antecedentes. La carta completa se puede ver en www.terraecuador.net/documentos/cartacabuyal.htm].

Resultan interesantes las apreciaciones y las informaciones que sobre un problema se pue-den escribir y más interesantes los criterios que sobre el mismo se pueden emitir, pero es con-veniente separar la idealización y el tratamien-to romántico que se les otorgue a determinadas situaciones cuando de su evolución depende el desarrollo de un sector o de una región; siempre

priorizando el hecho de que del importante esfuerzo que realicen los propietarios, desde luego contando con las seguridades corres-pondientes, serán mayores las posibilidades de alcanzar el verdadero desarrollo del sector.

Felipe, Guislain y Olivier Wattel Ormaza

Aclaración del editorEn la conversación telefónica que se mantuvo con el señor Felipe Wattel, se le solicitó una en-trevista, a la que accedió, mas sin poder encon-trarse una fecha conveniente para las dos partes. Ante la dificultad de hacerlo posteriormente, se optó por realizar el cuestionario por correo elec-trónico. El cuestionario se envió el 26 de agosto y las respuestas las recibimos el 29 de agosto. En posteriores correos del 1 y 2 de septiembre se pi-dieron aclaraciones y elaboración sobre algunas de las respuestas, las mismas que fueron con-testadas por el señor Wattel. Las apreciaciones y documentos remitidos por el señor Wattel que eran relevantes para la historia fueron tomados en cuenta. Incluso se retrasó la publicación de la revista para poder hacerlo.

La historia no es sobre el conflicto de tierras entre la familia Wattel y algunos pobladores de Puerto Cabuyal. Es sobre el proyecto educativo y comunitario que tiene ese conflicto como uno de sus telones de fondo. El artículo presenta las dos versiones sobre dicho conflicto y no toma po-sición sobre la validez legal de ninguna de ellas. Por otro lado, y la historia está llena de ejemplos, la razón legal no siempre garantiza legitimidad o justicia. En ese sentido son las preguntas que deja abiertas el artículo, que eso hace, más que brindar respuestas. El artículo busca llamar la atención so-bre un fenómeno que se repite a lo largo del litoral ecuatoriano: el desplazamiento de las poblaciones costeras tradicionales de la línea de costa y de sus recursos ante la expansión turístico-inmobiliaria que se confunde con el desarrollo.

Correo

* Correo es un espacio de diálogo. Envía tus opiniones o noticias a [email protected]. Por espacio o claridad, las cartas pueden ser editadas.

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Notas

La yupana y el kipu, tecnologías ancestrales andinas de cálculo y de re-gistro de información, son reactivadas

por dos artistas en el marco de una muestra en el centro de Arte Contemporáneo de Quito. La yupana, que en algo se asemejaba al antiquísi-mo ábaco, estaba compuesta por casillas rec-tangulares de diferentes tamaños colocadas en distintos planos. En estas casillas se colocaban semillas o piedritas que, según la ubicación y cantidad, servían para realizar cálculos mate-máticos. El kipu, en cambio, era un sistema de cuerdas con nudos que se leía al tacto, de acuer-do a la ubicación y tipo de nudos, color de las cuerdas y distancia entre ellas.

Kuai Shen y Gabriel Vanegas se valen del comportamiento social de las hormigas para reanimar biológicamente estas herramientas de cómputo y comunicación. Yupana y kipu reque-rían de un delicado trabajo manual, tal como sucede con las hormigas, que se comunican en-tre ellas de modo táctil. Tanto humanos como

hormigas usamos el tacto para orientarnos, comunicarnos y reconocernos. Familias de hor-migas cuidadas en cautiverio han tomado a cin-co yupanas distintas como hábitat y han ocupa-do sus casillas como refugio. Sus movimientos serán contabilizados mediante sensores que, a su vez, transmiten información de su distan-cia y posición en el espacio, que servirá como registro de escritura –visual y sonoro– del kipu. Los cálculos de la yupana y la información ge-nerada por el kipu serán impredecibles, en tanto dependerán de lo que hagan las hormigas. Estas tecnologías ancestrales volverán a operar gra-cias a uno de los seres vivos con la organización social más desarrollada del planeta. Esta mues-tra, una inesperada combinación de tecnología antigua y futurista con arte contemporáneo y la sociobiología de las hormigas, estará abierta al público desde el 11 de diciembre hasta el 8 de febrero en el Centro de Arte Contemporáneo (antiguo hospital Militar; Montevideo y Luis Dávila, Quito). La entrada es libre.

La yupana y el kipu Ciclistas, ¡rodar!

E l viernes 21 y sábado 22 de noviembre la gente del pedal se agolpará para celebrar al pináculo de la inventiva

humana: su majestad la bicicleta. Lo hará en el marco del Bicyle Film Festival que, por primera vez en su catorce años de existen-cia, llega a Quito. El festival nació en 2001 en Nueva York, luego de que su fundador Brendt Barbur sufriera un accidente. Este evento le hizo tomar consciencia de la ne-cesidad de promover una cultura favorable a la bicicleta en la ciudad, y el medio que escogió para hacerlo fue la pantalla grande.

Desde ese primer evento, cerca de cin-cuenta ciudades de todo el mundo lo han re-plicado, incluyendo Mé-xico y Bogotá. Este año se les une Quito con una atractiva programación. Se presentarán veinti-cuatro cortometrajes de trece países, Afganistán, Canadá, Chequia, Dina-marca, Egipto, Escocia, España, Estados Unidos, Estonia, Hong Kong, In-glaterra, Italia y Japón.

Llaman la atención por su temática el filme del checo Kryštof Hlůže, Fix the Iceland, la historia de dos ciclistas que atra-viesan Islandia en sus bi-cicletas de piñón fijo; Bike for bread, de Claude Mar-thaler y Raphael Jochaud, que sigue las peripecias de los repartidores de pan en las caóticas calles del Cairo; o Bicicletas de La Habana, donde el español

Diego Vivanco explora la difícil situación de la cultura de la bicicleta frente a la proliferación del automóvil en la Cuba actual.

Alrededor del festival habrán varios eventos relacionados con el mundo de la bici-cleta. El jueves 20, Brendt Barbur ofrecerá una rueda de prensa. También se realizarán peda-leadas colectivas de Quito a Cumbayá donde es la sede del festival (paseo San Francisco), cuyos detalles serán anunciados por las redes sociales. El festival se cerrará con una fiesta cervecera en las inmediaciones de las salas de cine. Puedes adquirir entradas por anticipado en CIKLA, y encontrar el programa completo en www.bicyclefilmfestival.com

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el campo en la ciudadÁreas de conservación municipales

por María Fernanda Mejía

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P ara entenderlo hay que verlo en el mapa. Ubique al dis-trito metropolitano de Quito (DMQ). Todo ese territorio que vemos mide algo más de cuatrocientas mil hectáreas y –siendo “metropolitano”– está

compuesto en su mayoría por áreas verdes y bos-ques. Sí, aquí también viven cientos de especies de plantas y animales. Este laberinto de cemento, lleno de casas, edificios e iglesias que llamamos ciudad, es una pequeña mancha cartográfica, ape-nas el 10% del distrito. Más allá de ese paisaje que se ve desde cualquier ventana citadina está el otro 90%, un verdadero santuario natural.

Esa parte del distrito –que poco figura en las guías de turismo de Quito tradicionales– incluye a treinta y tres parroquias consideradas rurales. Ahí, (en especial en las siete parroquias noroc-cidentales) la naturaleza no ha sucumbido ante la voracidad de la ciudad. En esa mayoría del te-rritorio está lo que se denomina sistema distrital de áreas protegidas y corredores ecológicos, que cubre 307 mil hectáreas e incluye áreas protego-das declaradas por el municipio, veinticinco bos-ques protectores, la Red Verde Urbana, las áreas de intervención especial y recuperación, y dos

áreas del patrimonio natural del estado (PANE): Pululahua y Cayambe Coca.

La zona rural del DMQ es tan biodiversa que se la compara con las áreas protegidas más re-presentativas del país. Si hablamos de variedad de plantas endémicas, el DMQ está en primer lugar, antes que el parque nacional Yasuní. En cuanto a especies de aves, es la segunda; existen más de quinientas. Viven alrededor de cien es-pecies de otros vertebrados, como el amenazado oso de anteojos y la narizona lagartija colibrí o lagartija pinocho, que se creía extinta hasta que un grupo de investigadores la volvió a encontrar, recién en 2005.

En línea con esta riqueza, la Agenda Ambiental del municipio trabaja con la visión de, si logramos hacer nuestros hábitos más sustenta-bles, en 2022 podremos ser considerados como patrimonio natural de la humanidad. Para lograrlo hay un largo camino, en el que están involucrados

Página 11.Los ríos conforman la accidentada geografía del noroccidente, al abrirse paso entre las laderas boscosas de los Andes. Abajo. Cientos de frutas crecen en las zonas más tropicales del occidente de Quito. Derecha. Orquídea del género Dracula.

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desde campesinos que viven en el área rural hasta los funcionarios públicos que generan las políti-cas, pasando por cada uno de nosotros.

Quito es un mosaico ecológico, de paisajes y diversidad sociocultural, aunque en el imaginario de los citadinos aún prevalezca esa arquitectura colonial que se asentó, sin pedir permiso, hace más de cuatrocientos años, como lo que nos defi-ne. Hoy, para las autoridades, la prioridad es pro-mover otra mirada. Verónica Arias, secretaria de Ambiente del distrito, explica que se quiere cons-truir un Quito sostenible, y para ello es necesario utilizar sus recursos de manera planificada. Mien-tras la ciudad crece y se desarrolla, debe haber equilibrio para que no se destruyan, por ejemplo, los pocos pulmones naturales que le quedan, sus zonas agrícolas y sus fuentes de agua.

Un citadino promedio se ufanará de tener todo a la mano: luz, agua, calles pavimentadas, centros comerciales. Sin embargo, personas como Sergio Basantes, campesino de la zona de Pacto, no cam-biaría lo que tiene por ningún “privilegio” urbano.

Dice que en la ciudad todo cuesta, incluso ir al baño. En su finca, en cambio, si sus hijos tienen hambre, basta estirar la mano y tomar una fruta. Sergio sabe, además, que si quiere que sus nietos, bisnietos y tataranietos también lo disfruten, de-pende de él cuidar su entorno. De él, y de todos los que vivimos en el distrito.

LA NATURALEZA COMO ACTOR

No se trata de un descubrimiento. Toda esa maravilla natural ha estado aquí siempre. Lo que pasa es que los encargados de levan-tar la ciudad –empezando por Sebastián de Benalcázar en 1534– no tomaron en cuenta a la naturaleza. Ha sido así por siglos, los citadinos primero hemos depredado todo a nuestro paso y luego nos hemos arrepentido porque ya no nos quedan recursos. Eso ex-plica la contaminación del irrecuperable río Machángara, que podía haber sido una fuente importante de agua para los quiteños.

Daniela Balarezo, responsable de la unidad de Áreas Protegidas de la secretaría de Ambiente, cuenta que, hasta 2008, los planes de ordenamiento territorial –los que nos dicen cómo irá cambiando una ciudad– concebían solo el desarrollo de la ciudad construida. No había estrategias integra-les para el área rural, pese a que –como vimos en nuestro mapa– es la mayor parte del territorio. Se conocía muy poco sobre los recursos naturales del distrito. Si no se sabe lo que se tiene, ¿cómo se generan políticas públicas?

Esa falta de planificación en el desarrollo rural ha traído perjuicios a la naturaleza. Si en 1986 la mancha urbana era de 7 060 hectáreas, en 28 años se ha triplicado hasta las 23 846. La tasa de pérdida anual de bosques es de 1 700 hectáreas. Se creía que la protección y cuidado de los bosques eran responsabilidad exclusiva del ministerio del Ambiente y no se calculaba –aún no se lo hace– el efecto de la construcción de nuevas vías en la deforestación.

Izquierda. Cocción del jugo de caña orgánica de Ingapi para fabricar panela. Abajo. Lagartija pinocho (Anolis proboscis), que se creía extinta hasta hace pocos años.

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Lo primero que se tuvo que hacer fue un estudio de la biodiversidad existente. En 2007, el Museo Ecuatoriano de Ciencias Naturales hizo una investigación en veintiún sitios del distrito, lo que sirvió para que, en 2011, se elaborara el primer mapa de cobertura vegetal del DMQ. A lo largo y ancho del territorio hay una varie-dad de climas: tenemos un pedacito de la zona tropical del Chocó, bosques nublados, valle in-terandino seco, páramos y hasta nieve. Por eso hay tanta variedad de especies en los diecisiete ecosistemas de esta irregular pero maravillo-sa topografía. Las zonas más bajas están entre los quinientos metros sobre el nivel del mar (en áreas como Pachijal y Santa Rosa de Pacto), mientras que el punto más alto es la cima del Sincholagua a 4 950 metros.

UNA ESTRATEGIA PARA DETENER LA DEPREDACIÓN HUMANA

Con información a la mano, la secretaría de Ambiente generó una estrategia de conservación

con las áreas protegidas declaradas por la municipalidad como eje vertebrador: el subsis-tema metropolitano de áreas naturales protegi-das. Este es un mecanismo para salvaguardar los ecosistemas a través de la participación de actores locales, el uso sostenible de los recur-sos y la coordinación entre diferentes niveles de gobierno. Como en toda iniciativa de conserva-ción que pretenda ser exitosa, una consideración central es la interacción de los humanos con la biodiversidad.

Otra variable fundamental, más en un territorio con amplia presencia de centros po-blados y zonas agropecuarias, es asegurar la conectividad de los ecosistemas. Si, por ejem-plo, se construye una carretera en la montaña, sin planificación, se interrumpe la comuni-cación y movilidad de las especies entre las dos orillas de la carretera. Es como si pusié-ramos una muralla en medio del bosque; los que se quedan de un lado ya no pasarán para reproducirse con los que están del otro. Mas no se trata de conectar solo la biodiversidad

Izquierda. El momoto picudo (Electron platyrhynchum) es común en bosques húmedos. Arriba. De las cuatro especies de primates que alguna vez vivieron en el trópico y subtrópico de Quito, el mongón o aullador (Alouatta palliata) es todavía frecuente.

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del distrito, pues los ecosistemas natura-les no conocen de fronteras políticas. Hay que crear co-nexiones con otras áreas naturales ale-dañas. Daniela dice que, antes de crear el subsistema, había un gran vacío entre las reservas ecológi-cas Cotacachi Caya-pas, en Imbabura, e Ilinizas, en Cotopaxi, o Cayambe Coca, al oriente (en artículo sobre el corredor del oso andino se elabora sobre este tema). Quito, como área natural, es la conexión; la única posible.

Las categorías de manejo varían según las características y objetivos de conservación de un área: parques nacionales, bosques protectores, re-servas ecológicas... Entre las que han sido crea-das por la municipalidad se destaca la de “áreas de conservación y uso sustentable” (ACUS), pues en ellas conviven sus habitantes y usuarios con la biodiversidad. Hay familias que dependen del uso de los recursos, sea para actividades produc-tivas o para consumo. Si hay un uso adecuado del agua, la tierra y los bosques se evitarán la conta-minación de ríos, desaparición de especies, uso de agroquímicos, tala indiscriminada y otras amena-zas a la vida. La participación de los actores que viven en estas áreas es, por tanto, indispensable.

Las áreas protegidas del distrito se decla-ran luego de estudios sobre la importancia, oportunidades y amenazas de cada una, con el respaldo de una ordenanza municipal. Hasta el momento existen cuatro: Mashpi-Guaycuyacu-Sahuangal, sistema hídrico arqueológico Pachijal, Yunguilla y cerro Puntas. Además, se estableció el corredor del oso andino, que co-necta las áreas por donde circula esta especie amenazada (ver artículo más adelante).

Todas estas áreas se han declarado gracias a la iniciativa y apoyo de las mismas comuni-dades involucradas. Cada área tiene un plan de manejo que, para las ACUS noroccidentales,

busca una visión común de uso en base a las capacidades locales, las alterntativas producti-vas sostenibles y la sensibilización ambiental. Verónica Arias indica que hasta 2019 se piensa declarar otras cuatro áreas protegidas más: No-no-Pichán-Alambi-Tandayapa, Lloa, los pára-mos de Píntag y los bosques de los valles secos.

Las comunidades dentro de cada área mantienen diálogos donde participan asociaciones producti-vas, campesinas, jóvenes y personas interesadas en cooperar. Se dialoga sobre las problemáticas de la zona, se consultan estrategias o se habla de los proyectos. Daniela Balarezo cuenta que, además, se han desarrollado actividades en cinco escuelas de las ACUS, para que los estudiantes comprendan el valor de conservar y cuidar su entorno.

Si a los niños de ese Quito colonial les hubieran explicado lo perjudicial que es botar ba-sura en los ríos, quizá aún pudiéramos beber agua de nuestro mismo entorno sin tener que ir a bus-carla cada vez más lejos, hasta la Amazonía. Si los antiguos ingenieros de la ciudad hubieran tomado en cuenta la biodiversidad de las quebradas antes de rellenarlas, talvez pudiéramos ver por nuestras ventanas quiteñas y disfrutar de un paisaje mara-villoso y sano. El reto es ese: dar la bienvenida al regreso de la naturaleza en la ciudad.

Cosecha manual de café y cacao, dos productos con mucho potencial de cultivo agroecológico en el noroccidente de Quito.

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María Fernanda Mejía. Periodista quiteña. Ha publicado sus crónicas en diversas revistas y diarios nacionales. Forma parte del equipod de Gkillcity. [email protected]

MASHPI-GUAYCUYACU-SAHUANGAL, LA PRIMERA ACUS DEL DISTRITO

Hace diez años, Sergio Basantes, el campesino que mencionó el privilegio de vivir en el área rural, no sabía que al cazar ani-males estaba dañando su entorno. Cazaba saínos, guantas, osos o monos

para su consumo. No sabía qué era una especie amenazada. Luego comprendió que si la destruc-ción de los recursos naturales no se controla, sus descendientes no disfrutarán del paraíso en el que hoy vive. Ahora cuida de su reserva, denominada La Magusa, donde convive con varias especies de aves, como cotingas y tucanes.

Este defensor de las áreas naturales habita dentro del ACUS Mashpi-Guaycuyacu-Sahuangal, la primera declarada bajo esta cate-rogía en 2011. Sergio apoyó desde el inicio esta iniciativa impulsada por varias comunidades interesadas en la conservación de sus bosques.

El área conserva 17 156 hectáreas de bosque subtropical en la estribación occidental de los Andes. Protege un importante remanente de bosque de lo que los científicos llaman la “biorregión del Chocó”. Sirve como un corredor ecológico que conecta una serie de reservas na-turales y bosques protectores. Aquí se han en-contrado 226 especies de árboles. En cuanto a su fauna, hay 61 especies de mamíferos, seis de ellos amenazados de extinción, y 440 especies de aves, de las cuales muchas están amenaza-das y/o son endémicas del Chocó (por lo que, junto con Pachijal, fue declarada área de impor-tancia mundial para las aves (IBA)). También se han registrado 40 especies de anfibios, 32 de reptiles y quince especies de peces, entre las que destacan las preñadillas.

EL CERRO PUNTAS

Este óvalo de 28 218 hectáreas ubicado al suroriente del distri-to, es la primera área de protección de hu-medales, en tierras de las parroquias El Quinche, Checa,

Yaruquí y Pifo. Aquí existen ocho ecosistemas que hacen posible que las quebradas de toda la zona recojan y controlen el flujo del agua. Además, constituye el área de amortiguamien-to del parque nacional Cayambe Coca, del que 9% está dentro del DMQ. Esta flamante área protegida municipal fue declarada en agosto de 2014 con el fin de proteger ecosistemas que son fuente de agua para miles de personas y varias juntas de agua

YUNGUILLA DEJÓ DE TALAR ÁRBOLES

La zona de Yunguilla, en la parroquia de Calacalí, es la puerta de entrada a los bos-ques nublados del noroccidente de Qui-to. Las comunidades de esta área están

organizadas desde 1995, cuando se percataron de que necesitaban una alternativa productiva y de desarrollo. Germán Collaguazo, de la cor-poración microempresarial Yunguilla, explica que antes se dedicaban a talar el bosque para hacer carbón y sacar madera. Sin embargo, em-pezaron a cambiar sus prácticas por proyectos sostenibles apoyados por organizaciones de cooperación internacional.

“Tratamos de revertir el proceso”, dice Germán. Luego de que ese apoyo se termina-ra, la comunidad quedó organizada. Al ver que existía la categoría de las ACUS, decidieron so-licitar la declaratoria de Yunguilla, que se logró en 2013. Este grupo de microempresarios pro-cesa fruta para hacer mermeladas y tiene otros emprendimientos como la elaboración de yo-gur, manjar y quesos. Además, hace proyectos de conservación de suelos, reforestación con plantas nativas y turismo comunitario.

Yunguilla abarca 2 981 hectáreas; 56% del área corresponde a zonas de vegetación natu-ral, 21% a vegetación en regeneración natural y 23% a cultivos.

EL CORREDOR DEL OSO ANDINO

El oso de anteojos es una especie que ha sufrido la pérdida de su hábitat en el DMQ. Ha sido víctima de la cacería, sobre todo cuando entraba a las zonas agrícolas aleda-

ñas al bosque. Entre 2008 y 2014 se han identi-ficado más de cuarenta osos que habitan en el noroccidente del distrito (ver páginas 34-43).

Para salvar esta importante población de osos se creó el corredor del oso andino, en julio de 2013. Se trata de un mecanismo para conservar y proteger el hábitat de esta especie en peligro de extinción y de otras especies de la zona. El corredor está ubicado en las parro-quias de Calacalí, Nanegal, Nanegalito, Nono, San José de Minas, y tiene una superficie de 64 554 hectáreas, con remanentes importantes de vegetación natural.

SISTEMA HÍDRICO Y ARQUEOLÓGICO PACHIJAL

Mariano Muñoz, uno de los más acérri-mos defensores de las áreas naturales del noroccidente de Pichincha, cuenta que cerca del río Pachijal había gente que pes-

caba con dinamita, venenos químicos o electri-cidad. Él lo hacía, de vez en cuando, para llevar unas diez libras de pescado para alimentar a su familia. Además, habían otros problemas como la minería, que es una actividad inherentemente contaminante, o la ganadería, que obligaba a ta-lar bosques para sembrar pasto.

A tiempo, Mariano se dio cuenta del daño que se hacía en la zona y, con otros habitantes, logró que se declarara el sistema hídrico del río Pachijal, de 15 881 hectáreas, como la segunda ACUS. Ahora mantiene la reserva Mariposas y Guañas dentro de esta zona. A él no le han he-cho falta los estudios universitarios para conocer y valorar la riqueza que existe. Está convencido de que esto no es una cuestión de ecólogos, sino de todos los habitantes. Cree que a través de un plan de manejo se pueden tomar acciones para minimizar el impacto de la presencia humana, y que la siembra de cultivos puede hacerse con métodos orgánicos que no dañen el ambiente.

Las ACUS surgieron por iniciativa de sus pobladores, y por lo

tanto un principio central de su administración es la participación de las comunidades en la

elaboración de políticas y en sus beneficios.

En Mashpi y Pachijal viven y trabajan alrededor de 4 mil personas,; en las

comunidades de Sahuangal, Guayabillas, Mashpi, Santa Rosa, Río Anope, La Unión, El Castillo, Pachijal Grande,

San Francisco, El Triunfo, Ingapi, San Sebastían y

Miraflores.

Las tres cuartas partes del distrito metropolitano de Quito están cubiertas por

bosques naturales y páramos.

Page 14: Ecuador Terra Incógnita

24 25

CONECTIVIDAD BIOLÓGICA ENTRE LA REGIÓN ANDINA Y

AMAZÓNICA

En Ecuador, una de las zonas idóneas para impulsar este concepto se centra en Napo y Sucumbíos. Aquí la presencia del Parque Nacional Cayambe Coca, Parque Nacional Sumaco Napo Galeras y Reserva Ecológica Antisana nos ayuda a mantener la conectividad en zonas con un creciente nivel de alteración.

Conectando estas áreas protegidas con áreas boscosas de fincas y bosques protectores tanto públicos y privados, la Fundación EcoFondo ejecuta dos proyectos que fortalecen el turismo de naturaleza y la reforestación y agroforestería, donde los pobladores locales son los principales beneficiarios. Los gobiernos locales han sido vitales para fortalecer el concepto de corredor de conectividad. De esta manera las copas de los árboles recuperan su forma de gran alfombra verde y la sombra que esta nos brinda sirve de paso para la vida silvestre que allí habita.

los espacios deforestados) la cobertura

vegetal entre esas áreas para que las espe-

cies puedan migrar y circular, y al hacerlo

se mantenga el equilibro y funcionalidad

de los diferentes ecosistemas.

Las estrategias en todo el mundo apuntan

hacia la creación de una red de hábitats

interconectados donde los organismos

puedan intercambiar material genético

y movilizarse de manera estacional, más

aún ahora que los efectos del cambio cli-

mático presionan a una mayor movilidad

de las especies. Por eso, mantener y res-

taurar la conectividad entre ecosistemas

debe ser una meta de las estrategias na-

cionales de conservación de la biodiversi-

dad y del mantenimiento de los bienes y

servicios asociados.

CORREDOR DE CONECTIVIDADBIOLÓGICATROPI-ANDINO

Esmeraldas

Pichincha

Sucumbíos

Napo

PUENTES EN EL AIRE Y TÚNELES DE SOMBRA:

Para nadie es desconocido que la

pérdida de bosques es la primera cau-

sa de disminución de la biodiversidad en

el mundo. Ante esta situación y desde

hace varias décadas, todos los países han

diseñado y creado áreas bajo régimen de

protección especial que las llamamos par-

ques nacionales, reservas ecológicas, re-

fugios de vida silvestre, entre otros. Su ob-

jetivo: conservar a perpetuidad lo mejor y

más representativo del patrimonio natural

de cada país.

Aparentemente, esta estrategia ha

funcionado bastante bien a nivel mun-

dial. En nuestro país, a pesar de los múl-

tiples problemas que las áreas protegidas

enfrentan a diario (invasiones, extracción

minera, deforestación, etc.), el sistema

se ha consolidado y ahora hay 50 áreas

que conforman el Patrimonio Nacional de

Áreas Protegidas del Ecuador (PANE), ver-

sus las menos de 15 que eran a finales de

los setenta. Sin embargo, al concentrar los

esfuerzos de conservación en estos sitios y

olvidar los espacios que las rodean (y que

por lo general son espacios habitados),

en el futuro quedarán solamente islas de

vegetación desconectadas unas de las

otras. Podríamos decir que si bien se ha

reducido la deforestación, el país ha sufri-

do un incremento en el aislamiento de sus

áreas protegidas. Por esta razón, y para re-

cuperar la conectividad entre estas áreas,

ha surgido como una alternativa válida el

diseño de “rutas de conectividad”, que no

es otra cosa que mantener (en los luga-

res en que todavía existe) o recuperar (en

Publirreportaje

E l EcoFondo es un fondo ecológico fiduciario de carácter

privado, que nace por decisión voluntaria de OCP Ecuador S.A.

y EnCana Corporation (“EnCana”). El EcoFondo se establece para

apoyar los esfuerzos locales y comunitarios enfocados a preservar

y conservar el patrimonio natural de los ecuatorianos, a través del

cofinanciamiento de proyectos en áreas preseleccionadas.

EL GRAN RETO DE LA CONSERVACIÓN

Page 15: Ecuador Terra Incógnita

26 27

¿Sembrar la tierra o exprimirla?

minería versus economía local

L a idea de tener panela, café, naranjas, caimito, cacao o yuca cultivados en “la segunda capital más alta del mundo” parece opuesta al sentido común. No

se trata de una innovación agronómica que permite sembrarlos a los 2800 metros de altitud de Quito. Sucede que al noroccidente del distrito metropolitano se extienden las parroquias de Nanegal, Nanegalito, Gualea y Pacto, cuyo clima, entre subtropical y cálido, es idóneo para cultivar estos productos al filo de las selvas nubladas y piemontanas.

Las regiones más bajas de estas parroquias se ubican a quinientos metros de altitud, en las cuencas de los ríos Pachijal, Guaycuyacu, Mashpi y Chirapi, afluentes del torrentoso Guayllabamba. Un poco más arriba están los fecundos valles de Pacto, Gualea y Nanegal. La geografía escarpada de la región ha permitido que subsistan hasta hoy extensas zonas boscosas. Al mismo tiempo, la fertilidad que los volcanes cercanos han sembrado en el suelo favorece el cultivo de un sinfín de productos en las llanuras y pendientes moderadas. En estos mosaicos de bosques y zonas productivas se ubican las áreas de conservación y uso sustentable que ha establecido el municipio de Quito, en diálogo con sus habitantes. Esa es, precisamente, su peculiaridad: son áreas de conservación donde la gente vive, produce y subsiste.

PANELITA, BIENVENIDA

E n laderas y lomas del Quito subtropical crece con profusión la caña de azúcar.

Desde hace décadas se emplea para fabricar panela. Varios de los sembríos que se ven hoy datan de hace treinta años o más, y siguen produciendo. A diferencia de lo que ocurría tiempo atrás, cuando la panela se expendía en bloques cúbicos envueltos en hojas de plátano, caña o bijao –llamados “bancos”– ahora se vende granulada y empacada en bolsas plásticas.

Hasta hace poco, la precaria producción panelera apenas daba para vivir. Los precios eran irrisorios y su consumo estaba venido a menos. Mucha gente se deslumbró por la blancura del azúcar refinada y dejó de gustarle la panela. Se inclinaron por el no sabor del azúcar para jugos, postres y cafés. A la panela se le acusa de cambiar el sabor de las cosas. Sin embargo, con la popularidad que ha alcanzado la alimentación saludable, endulzar con panela se está tornando mandatorio. Aquellas “basuritas”

por Juan Freile

ilustraciones La Suerte

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28 29

que le dan un aspecto “sucio” a la panela –si se la compara con el azúcar– son minerales vitales como calcio, potasio, magnesio y hierro.

Los alrededores de Pacto, Gualea y Nanegal son, por tradición, un bastión panelero. Se estima que hasta un 80% de los habitantes de Pacto, por tomar un caso, viven de la panela. De estos, al menos doscientos cañicultores están vinculados a las cinco asociaciones paneleras. Las más antiguas asociaciones bordean los veinte años. La formación de las asociaciones pretendía mejorar los modos de cultivar, producir y comerciar la panela. Los métodos tradicionales de cultivo de caña y fabricación de panela han ido cambiando. El mercado exige una producción cada vez más ecológica, por ejemplo. El uso de pesticidas y fertilizantes está en franco retroceso. Los trapiches empujados por mulas y los molinos de madera dura han sido reemplazados por motores a combustión y maquinaria de acero inoxidable. De las cinco asociaciones, Lomas de Santa Teresita, El Paraíso y Cumbres de Ingapi poseen certificaciones internacionales de producción orgánica y venden en redes de comercio justo. Las otras dos están en camino.

Hasta hace poco obtenían ochenta quintales de producto terminado por hectárea por año, cifra que está duplicándose y hasta triplicándose. Fabián Guerrón, panelero orgánico de la zona, estima que un 65% aproximado de esta producción se vende en el país, lo demás se exporta. Las asociaciones venden a través de empresas socias como San José o Schullo y cooperativas como Maquita Cushunchic y FEPP-Camari. En años recientes, las exportaciones de panela orgánica han crecido sostenidamente; el origen mayoritario de esa panela es el noroccidente de Pichincha, y sus destinos principales son Italia, España y Alemania. Según datos de las asociaciones paneleras del noroccidente, por ejemplo, dos de ellas están exportando un contenedor (450 quintales) de panela por mes. Se cree que esa cifra sigue en crecimiento.

OJALÁ QUE LLUEVA CAFÉ

H ace más de cuatro décadas, numerosas familias campesinas de varias partes

del Ecuador poblaron el noroccidente de Pichincha. La reforma agraria de los años setenta, que promovía la ocupación de tierras “baldías”, se juntó con los éxodos de Loja y Manabí producidos por las repetidas sequías. Lojanos y manabas, acérrimos cafeteros, trajeron consigo la costumbre de tomar café de chuspa o pasado, contraviniendo la ingesta de café instantáneo que domina casi todo el país.

Cultivar café en estas tierras neblinosas no es sencillo. La persistente humedad favorece el crecimiento de hongos y otras plagas cuando se siguen los manuales convencionales que mandan a sembrarlo en filas consecutivas expuestas al sol. No obstante, este mismo clima nublado es ideal para producir un excelente café de altura. Esto llevó a que varias organizaciones promuevan la caficultura en zonas como Pacto, Gualea, Sahuangal, Paraíso, Santa Elena, Paraguas y Las Tolas. En recientes cataduras de café, aquel cultivado en las parroquias noroccidentales ha sido galardonado por su sabor, consistencia y aroma.

La voraz roya, por otra parte, ha echado a perder muchos cafetales, obligando a los caficultores a cambiar las prácticas de cultivo. Los métodos agroecológicos han permitido sobrellevar estos problemas y mejorar la producción. Se estima que un cafetal agroecológico produce de dieciséis a veintidós quintales por hectárea en un año, menos que los veinticinco o treinta quintales del cultivo convencional, pero con mayor calidad y menor riesgo de ataque de plagas.

La meta de los cultivos agroecológicos no es solo económica, como explica Miguel Verkade, caficultor, expresidente de la asociación de Caficultores y Comercializadores de Café del Noroccidente de Pichincha. Sembrar café en parcelas agroforestales pequeñas, donde se combinan hileras de café con árboles

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maderables, plantas fijadoras de nitrógeno y frutales como plátano, guaba y papaya, minimiza los gastos en insumos, mano de obra y mecanización. En unos siete años, los cafetales agroecológicos –que emulan los mecanismos de control de plagas de los ecosistemas naturales, restauran suelos y protegen la biodiversidad local– empiezan a generar ganancias.

La mencionada asociación tiene unos veinticinco socios y cultiva alrededor de 65 hectáreas, de las cuales más de veinticinco son agroecológicas. Hay otras cuatro asociaciones en el noroccidente (Pacto, Paraíso, Paraguas y Nanegal), y varias fincas individuales. Un 10% del café de asociaciones se destina a exportación, un 80% se comercializa a empresas cafeteras nacionales y un mínimo se vende tostado y empacado en mercados locales. Se prevé que las cifras cambien en los próximos años, con incremento de las exportaciones directas y del procesamiento y venta propios.

El cultivo extensivo convencional de café sin sombra y con derroche de agroquímicos tiene un alto costo para el ambiente y para la caficultura. Se pierden variedades resistentes a plagas y variedades de alta calidad. Se empobrecen suelos. Se encarece la producción y se desestabilizan los precios. La producción en asociaciones campesinas permite mejorar prácticas de cultivo y comercio, adquirir maquinaria para secado, tostado y molido, intercambiar experiencias y colaborar con colectivos similares en otras regiones del país, como la asociación Agroartesanal de Caficultores Río Íntag, que provee plantas de alto rendimiento y origen orgánico.

LA COMIDA DE LOS DIOSES

E l recuento de otras delicias que se cultivan en tierras noroccidentales no cabe en una

sola edición de esta revista. Ni de ninguna otra. Solo en Guaycuyacu crecen más de quinientas variedades frutales (ver ETI 74), aunque ahora mismo, mientras leemos estas líneas, las turbias aguas del Guayllabamba empiezan a anegar parte de la finca, al haber sido represadas para generar energía “limpia”. Desde Guaycuyacu se han difundido las frutas tropicales hacia varias otras fincas que poco a poco van emulándola. Pablo Quinte –tropicultor de Guayabillas– supera ya las cien variedades en su predio.

Sálak, yafri, guayabilla, madroño. Naranja, papaya, guanábana, piña. Zanahoria blanca, pepino, yuca, camote, cardamomo. Verde, orito, barraganete, maqueño. La producción no es voluminosa ni pretende serlo, pero aporta al sustento de las familias campesinas. De Sahuangal salen cítricos bien preciados en Quito. De Santa Rosa proviene el exótico –y bien pagado– cardamomo, que crece en parcelitas de pocos metros cuadrados. Desde Guayabillas suben los sálaks y mangostinos a mercados orgánicos de Quito. Y de Mashpi sale el cacao transformado en la mejor de sus versiones: chocolates combinados con frutas ácidas de la zona y con almíbar o pepas tostadas del propio cacao.

La fama del Ecuador como el primer productor mundial de cacao y como origen del celebrado cacao fino de aroma es mundial. Pero nuestro paladar chocolatero fue maltratado por muchos años con confites de poca calidad (que, en realidad, ¡contienen muy poco chocolate!). Hoy las cosas han cambiado. En Ecuador se producen y se consumen chocolates de altísima clase, al tiempo que crece el cultivo de cacao orgánico y la recuperación del cacao nacional. Este tiene mejor sabor y sembrarlo ayuda a mantener la diversidad genética del cacao. Su cultivo, no obstante, ha sido relegado por las llamadas variedades mejoradas, que se siembran en extensos monocultivos, práctica que ha terminado por favorecer también a la escoba de bruja, monilla y otras plagas.

La producción de cacao en el noroccidente es limitada pero el potencial es importante. En Sahuangal crecen más de veinte hectáreas. En Mashpi, en cambio, se producen cuarenta quintales de cacao nacional por año en apenas tres hectáreas de cultivo agroforestal. Si bien en monocultivos convencionales se produce más volumen, en esas hectáreas se salvaguardan, además, decenas de otros frutales, plantas comestibles y especies forestales cada vez más raras en la región. Los cacaotales agroforestales bien manejados podrían sustituir los poco sustentables monocultivos de palmito que superan las doscientas hectáreas solo en la zona de Mashpi. A decir de los propios productores de palmito, este cultivo es poco rentable por los bajos precios que fijan las empresas empacadoras y los altos gastos en insumos agroquímicos y mano de obra.

AMANECERÁ Y VEREMOS

L a región subtropical de Quito no luce exuberante en el mapa que tengo enfrente.

Sus ríos cristalinos no corren. La sinuosidad de sus cerros no se aprecia. Los plantíos de caña, café o cítricos no se diferencian del bosque. Encima de todo eso, sin embargo, resaltan unos grandes polígonos rojos que delimitan las concesiones mineras de Ingapi y Urcutambo.

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Cubren centros poblados (Pactoloma, La Delicia, Ingapi, Urcutambo, Buenos Aires, La Victoria y otros) de las parroquias de Pacto y Gualea, varios ríos y, desde luego, también fincas, caminos, recintos, escuelas y personas que no figuran en mapa alguno.

Ingapi y Urcutambo suman 4 600 hectáreas y están inscritas a nombre de la empresa Nacional Minera (ENAMI), que espera sacar oro de ellas. Algunos documentos hablan también de plata, cobre y molibdeno. Según documentos de esta empresa, las dos minas arrojarían unas 250 mil onzas de oro. Con el precio de una onza bordeando los 1 200 dólares, la ecuación parece sencilla. ¿Sencilla?

Los estudios de impacto ambiental y social de la misma ENAMI parecen decir lo contrario. Un 60% de la población encuestada se mostró reacia a la explotación en Urcutambo y un 75% le dio la espalda a la de Ingapi. Como

es innato en proyectos de esta naturaleza, las aproximaciones de la ENAMI han incluido ofertas de mejoras viales, obras de infraestructura y puestos de trabajo. ¿Cómo explicar, entonces, la terquedad mayoritaria de pacteños y gualeanos?

Los intereses mineros en la zona no son cosa de hoy. Desde 1996 se suman los conflictos por el temor de los campesinos a perder sus tierras. En marzo de 2000, el municipio de Quito expidió una resolución que vetaba la minería en la zona, pero la extracción continuó; se cerraban unas concesiones mientras se otorgaban nuevas. Así, han avanzado en paralelo los intereses mineros y la resistencia organizada de los habitantes de Pacto y alrededores. Un hito se dio en 2008, cuando los municipios de Quito, Los Bancos, Pedro Vicente Maldonado y Puerto Quito declararon al noroccidente de Pichincha como zona libre de minería. Mas quienes

la promueven han pasado por alto cuantas declaraciones y documentos han aparecido.

Ahora último, en su primera visita a la zona, el nuevo alcalde de Quito ha reiterado que “mal se haría en permitir una explotación minera que destruya el capital natural…” Ha comprometido trabajar en conjunto con los habitantes del área para “proteger siempre ese riquísimo patrimonio de flora, fauna, de ríos y bosques”. Que así sea.

Varios testimonios evidencian el continuado temor de la gente a la contaminación del agua y a la alteración de sus vidas tranquilas. Minería y cañicultura, por ejemplo, no son compatibles. Los paneleros que exportan su producto con certificación orgánica temen perder su más importante mercado. La situación de los caficultores es igual. Su renuencia a la minería no nace de un ecologismo de estómagos llenos. Si las operaciones quedan cerca de los sitios de producción y procesamiento de caña, café, frutas, cacao o leche, las probabilidades de comercializar productos orgánicos se vienen al piso. Si los relaves, escorias y aguas de desecho llegan a los ríos, aunque sea un poquito, la provisión de agua para fabricar panela o para el simple consumo humano se acaba. Lo mismo pasa si en el ambiente flotan imperceptibles partículas de sílice, plomo, cadmio, azufre, cianuro, arsénico o mercurio.

La ENAMI inició la fase de exploración avanzada prestando poca atención a quienes viven bajo los polígonos rojos de los mapas de la empresa. Esta fase implica realizar estudios geológicos y abrir trochas y galerías para exploración. Tan solo para Ingapi, la empresa tiene las concesiones de entre cuatro y seis tomas de agua para los próximos dos años. De ellas saldrá, según se estima, hasta veinticinco veces más líquido del que consumirá toda la parroquia de Pacto en ese mismo tiempo.

Por el momento, estas son las únicas concesiones en la zona en fase de exploración. Sin embargo, hay otras. De acuerdo con varios documentos, Pacto y Gualea cuentan con más de quince concesiones mineras inscritas. La mayoría corresponden a personas particulares, pero cuatro pertenecen a compañías privadas, incluyendo Curimining, presente en la provincia de Bolívar, de donde la gente ha

intentado sacarla. Estas concesiones podrían ser explotadas más adelante, según se determine la importancia de sus yacimientos. Al menos siete de ellas se sobreponen con las áreas de conservación del municipio quiteño y cubren las microcuencas de los ríos Sune, Chirapi, Chulupe, Pishashi, Mashpi, Chalpi y Guaycuyacu. Verlas sobre un mapa eriza la piel.

El Mandato Minero de 2007 pretendió depurar la actividad minera en el país. Ordenaba extinguir concesiones por carecer de estudios de impacto ambiental o consultas previas, adeudar patentes, pertenecer a una misma persona o empresa, estar dentro de áreas protegidas o afectar nacimientos de agua. Además, declaraba la moratoria de nuevas concesiones y anunciaba la creación de la ENAMI. Su aplicación en Pacto y Gualea echó tierra encima de la minería irregular, mas le abrió las puertas a la ENAMI. La empresa nacional promete una minería limpia, tecnificada y sustentable, que traerá beneficios económicos a los habitantes del área, aunque el porcentaje de beneficiarios directos se desconoce. Las promesas ambientales de “minería responsable” siempre han excedido a la realidad (ver ETI 67). Suponiendo que la ENAMI sea capaz de sortear este patrón, ¿puede ser en verdad “responsable” una actividad que inicia y continúa a pesar de la oposición de tanta gente que habita en los territorios donde pretende realizarse, donde están en marcha actividades que apuntan a una sostenibilidad a largo plazo?

La empresa perseverará por sacarle a la tierra el oro de sus tripas. Las familias campesinas, por su parte, seguirán levantándose todos los días al amanecer a trabajar sus chacras porque, como dicen por ahí, “la gente come comida, no piedras”. Si ha de darse un desarrollo sustentable –dice Henry Hernández, campesino de San Francisco de Pachijal– “no ha de ser haciendo huecos. Tenemos agricultura, ganadería y hasta turismo que, aunque den menos plata, dan tranquilidad. Y eso es lo que queremos”

Juan Freile es director de ETI, además de biólogo pajarero, comunicador, agroecólogo y conservacionista. Tiene un pie en el noroccidente de Pichincha. [email protected]

Áreas de conservación y concesiones mineras en el noroccidente del distrito metropolitano de Quito

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el hogar de los osos de Quito

Corredor del oso andino

¿OSOS EN QUITO? Esa es la respuesta que, aunque sea en la mirada de mi interlocutor, sue-lo obtener cuando cuento que mi trabajo es estudiar los osos que habitan en nuestra capital. No es de ex-trañarse. Incluso la presencia de osos en el Ecuador admira a muchos, para quienes la imagen de estos animales corresponde a los enormes negros, grises o polares de Norteamérica. Este desconocimiento se podría explicar de dos maneras. En primer lugar, la oscuridad general de nuestra fauna en la cultura ur-bana blanco-mestiza, en contraste a lo temprano que aprenden los niños sobre las jirafas, zebras, leones o tigres de las que los separa un océano. Pero el des-conocimiento también se debe, es muy probable, a la naturaleza seclusa de nuestro oso.

Quizá la mejor ilustración de esa timidez sean las primeras investigaciones que se hicieron en el país sobre estos animales, desde finales de los ochenta, en las reservas Cayambe Coca y Antisana. Muchos de quienes los estudiaban –es decir, quienes pasa-ban días enteros detrás de ellos durante años– nunca los llegaron a ver, y basaban tesis completas en observaciones de heces, pelos y huellas.

por Santiago Molina

Osos andinos (Tremarctos ornatus) en el noroccidente de Quito: un emblema de conservación.

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Page 20: Ecuador Terra Incógnita

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EL ELUSIVO OSO SUDAMERICANO

El oso andino u oso de anteojos es el único plantígrado de Sudamérica. Se encuentra en los Andes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Su nombre se debe a las marcas blancuzcas que suelen tener alrededor de los ojos. Las variaciones indivi-duales de estas marcas, al ser únicas, son uti-lizadas por los investigadores para distinguir a cada oso de sus congéneres.

Como si subrayara su carácter arisco, el oso andino habita los bosques nublados y los páramos. Allí buscan las achupallas y los huaicundos –dos tipos de bromelias– que le sirven de alimento. Complementa su dieta con palmas tiernas, frutos, invertebrados y vertebrados pequeños.

Izquierda. Santiago Molina, el autor, desciende satisfecho tras una jornada de trabajo. Derecha. Osito joven. Páginas siguientes. Oso adulto cosechando su alimento favorito: las bromelias.

A pesar de que es con bastante el más pequeño de los cuatro osos que encontramos en América, la presencia de un oso macho adul-to no deja de ser impresionante; una masa peluda de hasta dos metros y unos doscientos kilos. Quizá por esto y por sus hábitos de fantasma, los mitos y leyen-das que rodean a este animal son legión en los países andinos.

Se dice que es más fácil verlos en las planicies abiertas del pá-ramo que en los densos bosques, pero es solo un decir porque, in-cluso en el páramo, los encuen-tros con un oso suelen ser rarí-simos. De ahí que me considere entre los afortunados.

Mi primer avistamiento de un oso fue en la reserva Maquipucuna, cerca de Nanegalito, en diciembre de 2006, cuando trabajaba como

administrador residente. Los vecinos ya me habían comentado que había osos en los al-rededores, y que alguna vez fueron tantos que no era difícil cazarlos por su carne, grasa y sangre, utilizada en supuestos tratamientos de fertilidad y como elixir de la juventud. En adelante, al parecer la cantidad de osos experi-mentó una drástica disminución. El encuentro que tuve fue muy rápido. El oso estaba enca-ramado en un árbol y, al percibirnos, bajó de golpe y se adentró en el bosque. ¡No me cabía tanta felicidad! Esos pocos segundos ya me metían en el pequeño grupo de los elegidos.

Tuvo que pasar un largo tiempo y, a principios de 2008, con varios trabajadores de Maquipucuna y algunos visitantes vivimos un momento inolvidable para todos: ¡nueve osos, de diferente sexo y edad, estaban trepados en

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Izquierda. La investigación de osos incluyó capturas, marcajes y seguimiento con cámaras automáticas. Abajo. Los osos se mueven entre el bosque de niebla y el páramo.

lo más alto de algunos árboles de pacche –una especie de aguacatillo– alimentándose de sus frutos! El grupo comprendía dos juveniles, dos machos adultos y dos hembras adultas, estas últimas con uno y dos oseznos cada una. Tan chicos eran los oseznos que no comían la fruta; todavía estaban lactando. Fue una oportunidad única para fotografiar y registrar los rostros de todos los individuos. Ese fue el inicio de lo que luego sería un registro foto-gráfico sistemático de la población de osos del noroccidente de Quito. Desde ese año, los osos llegan a los mismos bosques durante la época de fructificación de esos pacches (época que cambia año tras año, para desgracia de las agencias de turismo) y se aglomeran para ali-mentarse. Cuando han devorado los pacches, cada oso toma su camino y se aleja.

Estas observaciones fueron los inicios de una pasión y compromiso de vida que perdura hasta hoy. La preocupación por los osos se convirtió en mi actividad principal; le dediqué mis estudios de posgrado y, poco

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Avistamientos deosos en el corredor

de conservacióndel Oso Andino (DMQ)

a poco, les contagié el entusiasmo a algu-nas autoridades y otros habitantes de Quito. Así, por ejemplo, juntamos esfuerzos con la secretaría de Ambiente del distrito metro-politano, que ha financiado una parte de los estudios, y con la universidad San Francis-co de Quito, para seguir estudiándolo, para declararlo como mamífero emblemático de Quito, para crear –mediante resolución municipal– el corredor ecológico para el oso andino y para diseñar un programa de conservación para los próximos cinco años.

De aquellas primeras observaciones amateur, pasamos a estudios más sostenidos utilizando cámaras trampa. Estas cámaras, que se instalan en sitios por donde sabemos o pre-sumimos que deambulan los osos, se activan al percibir movimientos y disparan muchas fotos o tomas de video. Nuestro monitoreo con cá-maras trampa es el más prolongado que se haya hecho sobre esta especie, y es el que mayor área ha cubierto, no solo en el país sino en todos los Andes. Hasta la fecha, los datos arrojados por

Áreas protegidas nacionales Áreas protegidas del DMQ

Biorreserva del Cóndor

corredor del oso andino

corredor potencial del oso andino

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Los hábitos arborícolas del oso andino fue otro hallazgo de los estudios en Quito.

Santiago Molina es quiteño, ecólogo, ciclista y amante de la naturaleza. Desde 2008 lidera las investigaciones en el corredor del oso andino, al noroccidente del DMQ. [email protected]

las cámaras trampa y nuestros recorridos de ob-servación por una extensa región de remanen-tes de bosques a espaldas del volcán Pichincha han identificado 45 osos diferentes en el terri-torio noroccidental de Quito. Además, hemos encontrado al menos otras quince especies de mamíferos terrestres medianos y grandes (¡incluyendo cinco especies de felinos!).

Esta región no solo está cubierta de bosques naturales. Desde hace décadas está habitada por seres humanos, cuya presencia ha ido modificando el paisaje. La tenencia

informal de la tierra, el uso desordenado del suelo y las prácticas agropecuarias extensi-vas han derivado en varios conflictos entre humanos y osos. También hemos aprendi-do que la carretera Calacalí-Nanegalito-La Independencia actúa como una barrera al normal desplazamiento de osos y otros ma-míferos grandes que arriesgan su vida al cruzarla, o simplemente no lo hacen. Esta limitación, que pareciera insignificante, puede comprometer la salud genética de la población de osos al impedir el intercambio

de genes entre individuos del un lado de la carretera con aquellos del otro costado.

La creación del corredor de conservación del oso andino resulta crucial para la sobrevi-vencia de esta especie. Esta iniciativa pretende conectar todos los remanentes naturales (bos-ques protectores, reservas privadas, áreas de conservación municipales) que se encuentran entre las reservas ecológicas Cotacachi Caya-pas, al norte, e Ilinizas, al sur. Comprende más de 250 mil hectáreas de buen hábitat para los osos y otra fauna, y les brinda la oportunidad de desplazarse y dispersarse en un vasto territorio colmado de recursos alimenticios, sitios para refugiarse y territorios para procrear.

Para la buena gestión del corredor será necesario implementar actividades productivas sustentables para la gente que vive en el territo-rio, que ayuden a disminuir los conflictos entre seres humanos y naturaleza. Requerirá, además, la participación de la población urbana de Qui-to. Y demandará el diseño de una infraestructu-ra especial para que los osos puedan cruzar las carreteras Calacalí-La Independencia y Alóag-Santo Domingo (hemos comprobado que los osos no cruzan por las alcantarillas normales que se construyen para el paso de las corrientes de agua), así como el río Guayllabamba.

El futuro se ve prometedor. Las pruebas de que los habitantes de Quito convivimos con más de cuarenta osos y una elevada biodiversidad son irrefutables, y el creciente interés de conservación por parte de los habitantes rurales y urbanos del distrito permiten soñar con que esta ciudad sea la “capital mundial de la biodiversidad”. No obstan-te, el desafío es enorme. Todos quienes participa-mos, de forma directa o indirecta, en la conser-vación de los osos de anteojos debemos aprender más sobre ellos, asumir nuestras tareas con com-promiso y exigir la voluntad política del gobierno local y nacional para protegerlos a ellos y a los hábitats donde subsisten. Es que sus hábitats son también los nuestros. A fin de cuentas, quien ha pasado por la carretera Calacalí-Nanegalito ha estado ya en el corredor del oso andino

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UNA PROPUESTA DE UNA CIUDAD PARA TODOS“QUITO SOSTENIBLE”,

Localizado entre los 500 y los 4 800 metros sobre el nivel del mar, con una extensión territo-rial de 4 240 kilómetros cuadra-

dos, el Distrito Metropolitano de Quito constituye un mosaico ecológico, pai-sajístico y cultural. Su ubicación geo-gráfica privilegiada influye de mane-ra directa en la variedad de climas y microclimas presentes a lo largo de sus 33 parroquias, lo que le resulta en una interacción única entre su riqueza bio-lógica y cultural.

Quito, un territorio 90% rural, alberga a más de 18 000 especies de flora, 540 especies de aves y 111 de mamíferos, cuenta con 17 ecosistemas boscosos, arbustivos y herbáceos, presentes en el 60% de su territorio. Todo eso forma parte del acervo cultural que permi-tió, hace 36 años, que fuera nombra-da por la UNESCO (Organización de Naciones Unidas Para la Educación, la Ciencia y Cultura), como primer Patrimonio de la Humanidad.

El Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, a través de la Secretaría de Ambiente, plantea la iniciativa Quito Ciudad Sostenible, que promueve el desarrollo de la ciudad con un enfoque de bajas emisiones de carbono y sus-tentabilidad en el uso de sus recursos. Este proyecto incluye aspectos como

la implantación de energías renova-bles, el manejo adecuado de la ri-queza hídrica, residuos sólidos y áreas verdes, así como movilidad alternati-va. Una visión de futuro es la única ma-nera de garantizar el bienestar de las generaciones venideras.

De manera conjunta con el sector pri-vado, empresarial, académico y otros actores de la sociedad civil, el Muni-cipio impulsa programas que promue-ven la aplicación de Buenas Prácticas Ambientales, como punto de partida de un desarrollo que sea capaz de generar, en su población, una actitud más responsable con el entorno y más solidaria con las zonas rurales.

Queremos construir y recuperar la relación armónica de los seres humanos con el ambiente y, así, proteger el ma-ravilloso entorno de esta ciudad única e inigualable. Creemos que la generación de una ciudadanía comprometida con acciones positivas, sencillas e integrales es el mejor camino.

Publirreportaje

trabajamos para vivir mejor www.quito.gob.ec

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YumbosAntiguos habitantes del Quito subtropical

por Hólguer Jara

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A ntes de la llegada de los cusqueños y de los españoles (entre los años 600 y 1660 d.C.), todo el terri-torio desde San Mi-guel de Los Bancos, Pacto, Gualea, Na-

negalito, Nanegal, cruzando el Guayllabamba, hasta la región subtropical de Cotacachi (entre 500 y 1 800 metros de altitud), estuvo ocu-pado por un pueblo descrito por los cronistas europeos como “primitivo, salvaje y atrasado, gentes desnudas, pobres, de poco valor y de apariencia monstruosa y bestial”.

En el mencionado territorio –lo que hoy es Pichincha y parte de Imbabura– se ha descu-bierto una extraordinaria cantidad de vestigios arqueológicos (tolas, petroglifos, caminos, centros ceremoniales) que corresponden al periodo de Integración (500 d.C.–1500 d.C.). Estos se atribuyen al pueblo yumbo y desdicen las aseveraciones etnocentristas de los cronis-tas, que habían sido repetidas y propagadas luego por varios historiadores.

No se trata de cualquier vestigio, sino de importantes monumentos que transformaron el paisaje natural en uno cultural que subsiste hasta ahora. Allí, se han encontrado evidencias de un especializado manejo del territorio, poblamien-to de toda el área, organización social y mitos, rituales, religiosidad y cosmovisión propios.

Si bien el término yumbo ha sido aplicado indistintamente a diversos grupos indígenas de la Amazonía ecuatoriana, en principio se refería solo a los habitantes de nuestra selva occiden-tal andina. Se cree que fueron mercaderes cuya actividad mayor consistía en llevar a Quito, el mercado más importante de la región, productos exóticos como algodón, sal, coca y ají. Para ello debían recorrer largos, profundos y estrechos ca-minos, llamados culuncos, que surcaban selvas y peligrosos pasos naturales en su ascenso por los flancos andinos occidentales. Además, eran agricultores y hábiles constructores de pirámides truncadas o tolas, centros ceremoniales y cami-nos que seguían una geometría sagrada propia y trazados armónicos cargados de simbolismos.

Página 46. Las caídas de agua que abundan en el territorio yumbo, que abarca gran parte de la cuenca del río Guayllabamba, forman parte central de la cosmogonía de este pueblo. Arriba. Yumbo de Maynas, pintura de Vicente Albán (1783). La antigua provincia de Maynas se extendía desde la Amazonía peruana hasta las laderas andinas del todo el Ecuador.

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Contrario a las opiniones de aquellos cronistas e historiadores ya mencionados, los yumbos fue-ron protagonistas del período de Integración, anterior a la llegada de incas y españoles. Las evidencias arqueológicas que hemos estudiado dan cuenta de un desarrollo superior, incluso, a señoríos andinos contemporáneos a ellos.

EN EL AGUA ESTÁ LA VIDA Y EN EL BOSQUE NUESTRA CASA

El territorio yumbo, pese a su alta humedad, posee características climáticas ideales para vi-vir: una temperatura promedio de veinte grados centígrados y una estación seca de tres o cuatro meses al año (julio a octubre). Esto, sumado a la fertilidad de la tierra, la abundancia de agua y la topografía no tan accidentada permitió el desarrollo del pueblo yumbo. El territorio se caracteriza por cuchillas y piedemontes que descienden desde las cumbres andinas hacia el noroccidente, y de quebradas y ríos que corren paralelos hasta perderse en el río Guayllabam-ba. Sobre estas cuchillas y piedemontes cons-truyeron los yumbos sus tolas y sobre las tolas sus casas, miradores, tambos y templos. Hoy los arqueólogos las evidenciamos como largas cadenas o conjuntos artificiales que sugieren que allí había centros poblados.

Esas mismas condiciones climáticas y bióti-cas del área han favorecido el ingreso de colonos

durante los últimos cien años. Estos, en su mayoría ganaderos y agricultores, han despejado aproximadamente el 80% de la vegetación arbó-rea para destinar las tierras al cultivo de caña de azúcar, cítricos y, sobre todo, pasto para ganado. Sorprende que en tan corto tiempo, una población acaso menos numerosa que los antiguos yumbos, haya desbrozado tanto bosque que se mantuvo en pie tras casi un milenio de ocupación.

Hace siete años, en medio de estudios y cavilaciones para entender cómo vivía el pueblo yumbo y qué representaban sus vestigios, invita-mos a trece yachaks amazónicos para que den su lectura sobre las huellas que nos han dejado los desaparecidos yumbos. Pretendíamos liberarnos de dogmas y preconceptos teóricos de escritores y ar-queólogos. Los sabios invitados encontraron a es-tos paisajes bastante parecidos a los suyos propios. “La casa de los hermanos yumbos –dijeron, al pe-dirles su opinión sobre las tolas, culuncos, petrogli-fos y ruinas– era el verde bosque, y su vida estaba en el agua de los ríos, pogyos, cascadas y lluvia”. Fue por eso, interpretamos entonces, que constru-yeron la obra más emblemática que conocemos de este pueblo: las piscinas de Tulipe.

¿TEMPLOS O ESPEJOS DE AGUA?

El conjunto monumental de Tulipe es una de las evidencias arquitectónicas más impor-tantes, única en los Andes. Comprende ocho

Tolas en las vecindades de El Porvenir, en la parroquia Gualea. Derecha. Los diseños en espiral (en la foto, resaltados con tiza) eran prevalentes en la escritura de los yumbos; río Chirapi.

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estructuras hundidas, a modo de piscinas. Fue el centro religioso y cultural en el que el pueblo yumbo plasmó su cosmovisión.

Allí hay dos piscinas rectangulares, dos semicirculares, una cuadrada, una poligonal y una circular; la octava piscina fue al parecer cons-truida después por los incas. Las rectangulares y semicirculares conforman entre ellas la cruz cua-drada, común entre los pueblos andinos. La po-ligonal sugiere una figura zoomorfa; la circular evoca el símbolo del sol debido a sus cinco círcu-los concéntricos. Cada una dispone de un acceso y de una rampa por donde fluía el agua conducida desde sus vertientes en pequeños acueductos de piedra. Tras treinta y cinco años años de estudios, interpretamos que su función ceremonial fue de purificación, aunque también servían como obser-vatorios estelares, pues reflejaban, como espejos de agua, el firmamento donde moraban sus dioses estelares: la luna y el sol.

El agua debió ser el elemento básico de los ritos de purificación, como sucede con muchísi-mas culturas. En este caso, pudo inclusive tener

cualidades curativas, ya que en la zona de Tulipe hay manantiales cuyo contenido mineral se con-sidera medicinal. El rol sagrado y curativo de los baños en las sociedades sudamericanas subsiste hasta hoy. Pueblos indios del norte de Perú (de Huancabamba, por ejemplo) siguen practicando sus ritos de inmersión en las lagunas denomi-nadas huaringas, mientras los shuar del sur del Ecuador identifican a las cascadas como morada de sus arutam, sus almas sagradas. Según expli-caron nuestros invitados –con la libertad de pa-labra que les dio la guayusa– en las piscinas de Tulipe los antiguos “bañaban sus males”; a estos espejos de agua “bajaba el cielo para que los an-tiguos vean el sol, la luna y las estrellas, y sepan qué hay que hacer”. Su lectura coincidió con la interpretación que dimos los arqueólogos.

El mismo término Tulipe (o Tulipi) está vin-culado con el agua. Se cree que proviene de dos raíces: tul (o tol) y pi (o pe). Pi proviene del tsafiki (idioma del pueblo Tsáchila), y significa “agua”. Tul, por su parte, sugiere el topónimo tula, que en kichwa se refiere a los montículos

artificiales precolombinos. De hecho, el río Tulipe desciende desde el barrio Las Tolas. En este caso, el significado de Tulipe sería: “el agua que baja de las tolas” o “el río de las tolas”.

LA SOCIEDAD YUMBA

Los datos recopilados en este territorio subtropical andino nos permiten concluir que el sitio monumental de Tulipe es apenas el centro de un amplio contexto territorial y cultural de un pueblo que aprovechó un ecosistema bos-coso y abundante en agua, donde desarrolló un estilo de vida propio y generó una cosmo-visión mítico-religiosa que guiaba su compor-tamiento, sin mayores influencias externas pese a sus buenas relaciones con pueblos vecinos. La reconstrucción arqueológica sugiere que la sociedad de los yumbos disponía de un poder político centralizado y jerarquizado, capaz de manejar con eficacia la mano de obra existente; que estaba dotada de riquezas económicas que satisfacían con creces sus necesidades prima-rias; y que conocía bien el uso de materiales, técnicas y sistemas constructivos.

La sal, algodón, ají, coca y otras fuentes de riqueza económica constituyeron la base de su desarrollo y fueron determinantes en su estrati-ficación social. Los datos etnohistóricos señalan que su bonanza económica sobrevivió hasta bien entrada la colonización española. El cultivo de la tierra, la labor textil, la extracción de sal y sobre todo el comercio –tanto de sus productos como de otros foráneos– fueron sus principales fuerzas productivas, bajo sus propias reglas y modos de organización. En otras palabras, las condiciones económicas como efecto de su alta organización social y su autonomía política eran favorables para que el pueblo yumbo trascendiera, por ejemplo en grandes obras arquitectónicas como sus construcciones piramidales.

LA ESCRITURA DE LOS YUMBOS

Las quebradas y ríos que descienden hacia el Guayllabamba acarrean consigo rocas de todo tamaño (además de troncos y muchos sedimentos). En sus lechos hay además cier-tos monolitos que testimonian el uso gráfico aplicado por los yumbos. Se trata de grandes

Abajo. Yumbos de Nanegal con visitantes de Quito, hacia 1920. Derecha. Cuentas hechas con varias especies de conchas marinas halladas en Buenos Aires, parroquia de Pacto.

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piedras semisumergidas, en cuya cara superior, generalmente más plana que las otras, hay series de grabados repetitivos y equidistantes.

Al igual que algunos pueblos de la Amazonía, de la Costa y, en menor escala, del callejón in-terandino, los yumbos plasmaron en monolitos signos de alto valor estético que traducen su cosmovisión, religiosidad y cultura. La presen-cia de espirales, círculos concéntricos y figuras antropomorfas es obvia en los petroglifos des-cubiertos especialmente en el río Chirapi, y de-muestra el manejo de una grafía simbólica por parte de los sabios y artistas de la nación yumbo. La semiótica interpreta a estos petroglifos como símbolos de eternidad, infinitud, vida, sol, huma-nidad, divinidad, fecundidad. Fueron mensajes escritos en piedra por los sabios yumbos para los yumbos y para las futuras generaciones.

Para los sabedores amazónicos invitados, el hecho de que las piedras donde escribieron los yumbos estén en el agua no era coincidencia. “Estas piedras son sagradas, están en el agua, que es vida, no son simples dibujitos; los yum-bos debieron estar allí para recibir el arutam (espíritu del agua). Ellos sabían escribir”.

EL NIÑO EN EL VIENTRE

Un día, a eso de las once de la noche, llevamos a nuestros invitados a la piscina circular de Tulipe, a escuchar qué pensaban de ella. Se que-daron un rato solos ante este vestigio (que poco antes ellos mismos habían interpretado como templo al agua). Entonces, surgió un mágico re-lato que solo los yachaks están en capacidad de hacer. Iniciaron hablando de purificación, fe-cundidad, observación del cielo y un sinnúmero de posibles funciones y usos de esta estructu-ra de cinco círculos concéntricos. Finalmente,

Izquierda. El barbudo tucán (Semnornis ramphastinus) es conocido como yumbo en el noroccidente de Pichincha. En Ecuador habita mayormente en territorio yumbo. Derecha arriba. Yumbo de las inmediaciones de Quito en traje festivo (retrato del siglo XIX). Derecha abajo. Aunque los atuendos han cambiado, la procesión conocida como yumbada todavía se celebra en varios barrios de Quito.

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Hólguer Jara es investigador de Tulipe y el pueblo yumbo desde 1976. Arqueólogo restaurador de Rumicucho, Ingapirca, Pumapungo, Tulipe, Rumipamba. Profesor de arquelogía en las universidades Central, Andina y Los Hemisferios. [email protected]

emocionados, conclu-yeron lo que para ellos estaba “clarito”. “El bos-que o la selva que rodea a la piscina es la madre –explicaron–. El agua que se llena en la pisci-na es el agua que tiene el vientre de la madre em-barazada. Ese pasadizo que une la naturaleza con ese montículo del centro es el cordón umbilical. Y ese montículo circular del medio, rodeado de piedra, es el guagua que va a nacer”.

La interpretación me pareció insólita. Acepté, asombrado, que los elementos arquitec-tónicos coincidían con la descripción dada. Des-de entonces me pregunto si los yumbos también quisieron darle este simbolismo de la maternidad a esta maravillosa estructura circular.

LA FURIA DEL CERRO Y EL VIAJE SIN RETORNO

¿Qué ocurrió con ese pueblo de mercaderes interregionales, constructores de cientos de tolas y caminos, escritores de petroglifos, religiosos recíprocos con la naturaleza y el agua?

Las erupciones del volcán Pichincha en tiempos coloniales (entre 1534 y 1868) fue-ron pavorosas, con secuelas de muerte para el pueblo yumbo. Si bien la ceniza volcánica era arrastrada por los vientos costeños hacia Quito, la arena más pesada fue a depositarse en el terri-torio yumbo. De la erupción de 1660 se registra una capa de arena amarillenta de casi veinticinco centímetros de espesor que prácticamente se-pultó esta cultura. “Ese fue el enojo del cerro”, dijeron nuestros invitados. “Nosotros también tenemos que soportar a veces la ira de los cerros que miran hacia oriente”, refiriéndose al Sangay, al Reventador y al Tungurahua.

Unos pocos sobrevivientes huyeron hacia territorio Cayapa en la costa esmeraldeña, otros se incorporaron a pueblos vecinos del sur –niguas, cocaniguas y tsáchilas– y, al parecer, un grupo numeroso subió a Quito. Los primeros, sumidos en culturas ajenas a la suya, fueron perdiendo

poco a poco su identidad. Mientras tanto, los que fueron a Quito siguieron emigrando en busca de un ambiente subtropical y de bosque húmedo similar al que vivían. Se cree que fueron hacia el otro lado de los Andes, a la región alta amazónica. Hicieron su último viaje y no regre-saron más a su territorio occidental. Después se reconocía a sus posibles descendientes como los

“yumbo kichwas del Oriente”, y se hallan en el alto Napo (Tena, Archidona, Tálag, Ahuano).

Pero no solo fueron las erupciones –y ciertas enfermedades– las que provocaron la decadencia y colapso del pueblo yumbo. Las invasiones de los incas (1520) y de los espa-ñoles (1539), en un período corto, socavaron la estabilidad social y económica de este pueblo, cortando las relaciones comerciales con los se-ñoríos serranos. La supuesta huida de las fami-lias de Atahualpa y Rumiñahui hacia el país de los yumbos radicalizó la furia de los españoles hacia este otrora rico vergel precolombino.

Luego de aquella noche de interpretaciones sobre la función de la piscina circular, mientras nos despedíamos, uno de los yachaks que me-nos había hablado reveló que sus abuelos habían dicho que ellos, los yumbos kichwas del Orien-te, no eran de allá; que sus antepasados habían llegado del otro lado de los cerros. Esta alegre confidencia sería una huella que subsiste en la memoria de los pueblos amazónicos respecto a la migración que tuvieron que hacer los últimos sobrevivientes yumbos de Tulipe. He aquí un reto para los antropólogos: buscar esa huella y seguirla. Luego, nos corresponderá escudriñar el patrimonio intangible de los yumbos ancestrales a través de sus actuales descendientes

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la floresta en el volcánReserva geobotánica Pululahua por Nora Oleas

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A menos de treinta kilóme-tros desde el centro de Quito se ubica la reserva geobotánica Pululahua. Esta reserva fue creada en 1978 por su particular

historia geológica y su riqueza biológica, en particular de plantas. A diferencia de otros volcanes, el Pululahua no tiene forma có-nica como el emblemático Cotopaxi. Es, en realidad, un complejo de unas 3 800 hectá-reas formado por una caldera central gran-de rodeada de domos o cerros y con otros cerros que se levantan dentro del cráter. Los cerros interiores se conocen como La Marca, Sincholahua, Maucaquito, El Placer, Pondoña y El Chivo. Es, además, una de las pocas calderas habitadas en el mundo. Sus habitantes (y los turistas) duermen pacífi-camente dentro de un volcán activo cuyo proceso eruptivo inició hace “apenas” 2 500 años. El trabajo conjunto de arqueólogos y geólogos ha determinado que estas erupcio-nes han afectado a los habitantes de culturas

pasadas al punto de llevarlos a abandonar los sitos donde vivían. Su última erupción tuvo tal magnitud que forzó a los habitantes de Cotocollao, en el actual norte de Quito, a abandonar sus asentamientos. En estudios arqueológicos realizados en esta zona se ha evidenciado que tiempo después de la cita-da erupción no quedó nadie, pero que varios años más tarde el área volvió a ser ocupada.

Desde el mirador del cráter, en un día soleado, la vista es espectacular. Dentro de la caldera, al costado derecho, está el cerro

El Chivo, y frente a este está el imponente cerro Pondoña; en la planicie se distinguen casitas y fincas dispersas. Bajar desde el mi-rador al cráter toma una media hora por un camino a veces difícil y resbaloso, por donde se suelen arrojar intrépidos ciclistas o apaci-bles observadores de aves. También se puede acceder al cráter por Moraspungo, ingresan-do por Calacalí, en una vuelta que toma casi una hora en vehículo (ver mapa). El paisaje es maravilloso. Dependiendo de la época, se ve infinidad de plantas florecidas. Además de

los colores, las plantas y sus flores ofrecen su olor que alivia al sistema respiratorio del espeso aire de Quito. El recorrido entre Mo-raspungo y la caldera también puede hacerse en bicicleta, disfrutando de un paisaje encan-tador y una buena dosis de adrenalina. Una vez en el cráter, hay varias caminatas con

Página 58. Vista desde el mirador de Ventanillas. Arriba. El cráter tiene 265 hectáreas de cultivos de habas, fréjol, papas y maíz, como el que se cultiva al pie del cerro El Chivo..

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La cercanía de la reserva a Quito la convierte en destino frecuente del turismo de aventura y naturaleza. Derecha. La enigmática Phaedranassa viridiflora.

diferentes grados de dificultad. La ruta para subir al Chivo es la más empinada y difícil. La vegetación arbustiva angosta el camino, pero brinda un contacto cercano con la flo-ra andina. La ruta para subir al Pondoña, en cambio, es más sencilla aunque por momen-tos se puede perder la senda entre la vege-tación en su mayor parte herbácea. Algunas orquídeas nativas, como la maihua, que es además una de las plantas emblemáticas de Quito, se esconden en estas praderas, don-de revolotean mariposas y abejas entre las delicadas flores silvestres.

Según algunas personas del sector, la palabra Pululahua –proveniente del kichwa– significa nube de agua o neblina. Si bien durante el día el clima puede ser caliente, cuando atardece la neblina baja por los flancos del cráter, y llega a ser tan espesa que es difícil distinguir el camino a pocos pasos. Tanta neblina hace preferible vi-sitar los senderos del Pululahua durante la ma-ñana por la visibilidad y el frío, que se mantiene durante la noche.

Su microclima, historia geológica y el aislamiento relativo dentro del cráter de un volcán han hecho que la reserva geobotáni-ca Pululahua se convierta en un laboratorio natural de biodiversidad. En ella existe uno de los últimos remanentes de vegetación an-dina nativa cerca del área urbana de Quito. Su flora ha sido estudiada desde hace déca-das por botánicos como el ambateño Misael Acosta Solís, quien impulsó la creación de la reserva, o como Carlos Cerón, estudioso del uso de las plantas. Aunque vista desde lejos la reserva parece bastante deforesta-da, en ella se han encontrado 61 plantas en-démicas del Ecuador; es decir, especies que solo viven en el país. Si tomamos en cuen-ta que la reserva mide poco más de 3 300 hectáreas, estamos hablando casi de dos

plantas únicas por cada cien hectáreas, lo que es un montón. De todas las áreas pro-tegidas del Ecuador solo el Pasochoa tiene un número mayor de especies de plantas endémicas por área.

Además de su flora, el Pululahua cuenta con lindos paisajes. Las giras turísticas sue-len empezar con una parada en el mirador para apreciar la caldera y sus domos. No fal-tará algún furtivo colibrí para admirar y foto-grafiar. Mientras tanto, se conoce la presen-cia de otras especies gracias a estudios que emplean “cámaras trampa”, en los cuales se ha detectado animales tan esquivos como el oso de anteojos.

Mi historia personal con el Pululahua inició en 1999, cuando visité el cráter por primera vez. Cursaba mis estudios univer-sitarios y buscaba dónde realizar mi trabajo de tesis. Mi objetivo era buscar una enig-mática planta que los botánicos conocemos como Phaedranassa viridiflora y los luga-reños como falsa ce-bolla, la única planta de su género que tiene flores amarillas (en la-tín, viridi significa ver-de, haciendo alusión al color de las puntas de sus flores). Lo único que sabíamos para en-tonces era que la planta había sido colectada en la reserva, pero ignorá-bamos el sitio exacto. Ese día salí, junto a mi director de tesis, muy temprano de Quito. Llegamos al mirador y nos arrojamos hacia el cráter en su búsqueda. Los primeros intentos fallaron. Tomamos un camino hacia la derecha y continuamos nues-tra exploración. El paisaje combinaba po-treros a un lado y vegetación nativa al otro. Varios tipos de orquídeas, campanitas, bro-melias y aretitos, todas con flores hermosas, decoraban los márgenes del camino. Pero de

la flor amarilla, nada. Llegamos a un paisaje casi lunar, llamado Reventazón. El suelo era de color amarillo arcilloso, lo que hacía del paisaje aún más inhóspito. Aunque la gente del lugar cree que la Reventazón se originó tras una explosión –de ahí su nombre– esta es en realidad un gran deslizamiento de tierra.

Cerca del mediodía, con los primeros reclamos del hambre, decidimos darnos un descanso. Admirábamos el paisaje con una mezcla de frustración –por no encontrar la flor amarilla– y de asombro por el lugar donde nos encontrábamos. Era la primera vez que estába-mos allí. Más aliviados, decidimos regresar al cráter. Pasaban las horas y parecía que el reco-rrido resultaría infructuoso, como muchas otras exploraciones en pos de plantas en peligro de extinción. Ya en el cráter, tomamos el camino hacia la derecha, adentrándonos hacia terrenos cultivados que no lucían tan prometedores. Sin

embargo, cinco minutos después –y a punto de darnos por vencidos– brincó ante nuestros ojos la flor amari-lla: la Phaedranassa viridiflora creciendo entre unos cabuyos es-pinosos. Ese día solo encontramos una, pero fue suficiente para que la salida fuera un éxito. Tomamos cuantas fotos pudimos y regresamos felices a Quito; tanto, que ni sentimos el can-sancio de la empinada caminata de regreso al mirador.

La historia, que comenzó literalmente a finales del siglo pasado, tomó unos matices que

jamás habría imaginado cuando encontré esa matita de flores amarillas. Esta planta pasó a ser parte de mi vida. Por los registros de herbarios, sabía que P. viridiflora había sido colectada cer-ca de Cuenca y en el Pululahua, donde también la pude encontrar. Tres años después, en mi via-je de luna de miel, encontré otra población de

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Cómo llegar: a medio camino entre la Mitad del Mundo y Calacalí parte hacia el norte el desvío hacia el mirador de Ventanillas, donde hay un sendero hacia el cráter. Un poco al oriente de Calacalí hay otro ingreso que lleva a Moraspungo, ya dentro del cráter.Qué llevar: protector solar, repelen-te, ropa apropiada para lluvia y el frío, cantimplora con agua, binoculares, cámara fotográfica, equipo de acampada.Dónde alojarse: hay un área para picnic y acampada en la caldera. Es necesario contactarse con anterioridad a través de la dirección provincial de Ambiente de Pichincha (02 2247 329). Además hay algunos establecimientos que ofrecen alimentación y hospedaje.Qué hacer: caminatas autoguiadas a los cerros Pondoña y El Chivo, observación de aves, ciclismo, cabalgatas.

esta especie más allá de Pelileo. Aunque había circulado por esa carretera cientos de veces, justo aquel día ¡tenía que asomarse la planta florecida! Nos bajamos del bus para apreciarla de cerca. Tiempo después la encontré cerca de Cuenca, y por fin me di a la tarea de estudiar-la. Gracias a análisis genéticos ahora sabemos

que se trata de tres especies diferentes. En otras palabras, la flor amarilla que fui a bus-car al Pululahua años atrás no era en realidad una P. viridi-flora, como creíamos. Muy pronto, la Phaedranassa del Pululahua recibirá un nombre científico propio.

Pero la historia de la flor amarilla del Pulu-lahua no termina ahí. En el cráter viven otras espe-cies de la misma familia (Amaryllidaceae): la P du-bia, de flores rojas, la Ste-nomesson aurantiacum, de flores anaranjadas, y una

más, muy similar a nuestra “viridiflora” pero de tonos naranja. Resulta, pues, que esas plantas de flores anaranjadas son una mezcla de la especie de flores rojas y la vi-ridiflora –que no es viridiflora. Ahora mis estudiantes están haciendo experimentos para entender ese intercambio de genes que ocurre en el cráter del Pululahua, un fenó-meno reportado por primera vez en este gru-po de plantas y que, al parecer, no ocurre en ningún otro lugar. Creemos que estas dos especies vegetales comparten polinizadoras (abejas metálicas y mariposas), mismas que juegan un papel vital en este intercambio de genes. Creemos los científicos que la hibri-dización natural de las especies puede ex-plicar la increíble diversidad de plantas que posee nuestro país.

Dejando a un lado a las plantas, los bichos, los pájaros, conejos y una que otra vaca despistada, si busca usted tranquilidad –o aventura en un entorno natural– la reserva geobotánica Pululahua es un sitio ideal. Des-pués de todo, no todos los días se duerme con placidez dentro del cráter de un volcán

Nora Oleas es investigadora especializada en genética de poblaciones de plantas en peligro, principalmente nativas del Ecuador. Trabaja en el Centro para la Investigación y Conservación de la Biodiversidad (BioCamb) de la Universidad Tecnológica Indoamérica. [email protected]

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E s, junto a palomas y mirlos, el ave más familiar para los habitantes de las ciudades andinas. El copete gris con bandas negras que presenta el macho

los hace inconfundibles. También el collar rojizo, del que viene su nombre científico (en griego, zone es collar y thrix, pluma). Su nombre específico viene de un error: el espécimen descrito estaba marcado como proveniente del cabo de Buena Esperanza, en África, cuando en realidad venía de Cayena.

Prosperan en hábitats intervenidos y abiertos, por lo que cohabitan bien con los humanos. Se los ve en las plazas en parejas o pequeños grupos territoriales, donde buscan las semillas que les sirven de alimento. También comen insectos y arañas cuando estos son abundantes. Sus cantos son variados y complejos. Tienen dialectos propios de cada grupo que se transmiten por generaciones, así como una gran variación individual. Cantan durante todo el día. Los sonidos de baja frecuencia que utilizan viajan mejor en lugares abiertos que en los bosques.

En Ecuador, parece que se reproducen a lo largo del invierno andino. La hembra pone de dos a tres huevitos turquesas jaspeados de café. Luego de unos 14 días emergen los polluelos que hembra y macho alimentarán.

Allimicuna

E n los primeros documentos de los españoles se habla del “pueblo de la sal”, noticia im-precisa hasta la segunda mitad del siglo

veinte. En estos años el antropólogo Salomon pun-tualizó que el “pueblo de la sal” fue un lugar en el noroccidente de Quito. En efecto, quien avanza por las estribaciones de Nanegal puede, si pregun-ta, dar con el sitio de una fuente de agua salada. Será por el 1600 que un mercedario de apellido Torres, misionero, tomó ese rumbo y fue a dar en los alrededores de Quinindé. El misionero trajo la noticia de que encontró negros libres. El aconteci-miento motivó al presidente de la Real Audiencia, quien solicitó ver a esas personas. Vinieron a Quito tres caciques mulatos. El pre-sidente ordenó que el pintor Andrés Sánchez Gallque los retratara. El cuadro resultó ser el primero que con la técnica del óleo se realizó en América del Sur. El cuadro fue enviado al rey de España y en la actua-lidad se conserva en el Museo de América, de Madrid. En el siglo XVIII, el sabio Pedro Vicente Maldonado financió un camino que por esa re-gión conectara a Quito con Esmeraldas, vía que acercaría la capital de la Audiencia al Pacífico y, por ende, al puer-to de Panamá. El esfuerzo fue infructuoso. Solo después de 1950 la zona cobró importan-cia y fue colonizada por gente procedente de Loja, El Oro y de otras provincias serranas. El doctor Ricardo Descalzi escribió una novela que lleva el nombre de un río de la zona, Saloya, y que alude a la explotación maderera. Los sucesivos gobiernos se interesaron y propiciaron la apertura de una carretera. Sigue esta por San Anto-nio de Pichincha, Calacalí, Nanegalito, San Miguel de Los Bancos, Pedro Vicente Maldonado, Puerto Quito, hasta el punto “La Independencia”, desde

donde puede avanzar hasta el puerto de Esmeraldas o, por otro lado, a las costas de Manabí.

En realidad, mucha oferta culinaria se ofrece al viajero que sigue la ruta del Noroccidente de Quito, incluidos por cierto el valle de Mindo y el centro de la cultura yumbo de Tulipe. En Nanegalito los bo-cados pueden ser fritadas de cerdo, caldo de gallina y quesos frescos. En Pueblo Nuevo son excelentes los quesos y el dulce de guayaba. En las ciudades, cabeceras cantonales de Los Bancos, Pedro Vi-cente Maldonado y Puerto Quito, la oferta incluye ensalada de palmito y tilapia frita o apanada. Este pescado entró a la zona en la década de 1960, llegó de Santo Domingo de los Sáchilas. Se sabe que se

trató de la tilapia híbrida, la de color rojo. Sus orígenes re-motos se encuentran en el río Nilo y en Mozambique.

Se limpia la tilapia y sazona con sal y pimienta, se hacen cortes diagonales y va al aceite caliente. Cuando se quiere se hace lo mismo y lue-go se empana con pan molido, cilantro picado y huevo. Las dos formas son exquisitas. Van las tilapias a la mesa acompa-ñadas con una porción de arroz al vapor, dos o tres patacones y una buena porción de ensalada con lechuga, tomate y palmito. El ají que acompañaría sería el de cebolla paiteña, tomate de árbol, sal y aceite.

Las frutas son otra riqueza de la zona: allí se saborean batido de borojó, de na-ranjilla o guayaba. Helados de chocolate y coco. Si no es suficiente, se ordenarían tajadas de sandía, papaya o piña. En “La Independencia”, las frutas dejan ahítos a los turistas y no solo porque estas compiten con las importadas, sino porque las pro-pias se llevan la palma: entre otras frutas resplan-decen las mandarinas, las naranjas, los melones, las sandías, las guanábanas, las piñas, los bananos…

En el entorno de la tilapiapor Julio Pazos Barrera

nuestra fauna

Gorrión americano o chingolo

Pete

Oxf

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eneé

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Clase: avesOrden: PasseriformesFamilia: EmberizidaeNombre: Zonotrichia capensisDistribución: Centroa-mérica, La Española, los Andes y la llanura atlántica de Sudamérica hasta Tierra del Fuego. En Ecuador, de 600 a 4 000 msnm.

Este

ban

Gar

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Page 36: Ecuador Terra Incógnita

Museo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Quito. (02) 2221 007Museo de CeraCentro Cultural MetropolitanoQuito. www.centrocultural-quito.com

Museo Recoleta del Buen PastorQuito. (02) 2951 058

Bosque Petrificado de PuyangoQuito. (02) 3060 185

Museo Fundación GuayasamínQuito. (02) 2446 455 (50%)Museo de Acuarela y Dibujo Muñoz Mariño. Quito. (02) 2957 096

Museo Iglesia de la CompañíaQuito. (02) 2584 175

Museo Casa de Manuela SáenzQuito. (02) 2958 321

Museo María Augusta UrrutiaQuito. (02) 2580 103Museo Miguel de SantiagoQuito. www.migueldesantiago.com

Museo Ecuatoriano de Ciencias Naturales Quito. (02) 2449 824

Museo Fray Antonio RodríguezQuito. (02) 2565 652

Acuario y Serpentario San MartínBaños. (03) 2740 994

Zoológico de GuayllabambaGuayllabamba. (02) 2368 900

Museo de Ciencias Héctor VásquezAmbato. (03) 2827 395

Jardín Botánico Padre Julio MarreroSanto Domingo. (02) 3702 868

Jardín Botánico de GuayaquilGuayaquil. (04) 2899 689 / 933

Jardín Botánico Atocha-La LiriaAmbato. (03) 2820 419

Parque CóndorOtavalo. www.parquecondor.org

Museo Centro Cultural MantaManabí. (05) 2626 998

Parque Histórico GuayaquilGuayaquil. (04) 2309 400

Museo del AlabadoQuito. (02) 2280 940

Museo de las Culturas AborígenesCuenca. (07) 2841 540

Jardín Botánico Reinaldo EspinosaLoja. (07) 2547 275

Centro Experimental FátimaFátima. www.zanjarajuno.org

Museo Monasterio de la ConcepciónCuenca. (07) 2830 625

Museo Bahía de Caráquezwww.museobahiadecaraquez.com

Museo Monacal Santa Catalina de Siena. Quito. (02) 2284 000

Museo Los Amantes de SumpaSanta Elena. (04) 2940 796

Bosque Protector Cerro BlancoGuayaquil. (04) 2874 947

Parque Arqueológico CochasquíCochasquí. (02) 2541 818

Museo Guayaquil en la Historia Guayaquil. (04) 2563 078 (10%)

Museo AmazónicoQuito. (02) 3962 800

Museo MindalaeQuito. (02) 2230 609

Capilla del Hombre (50%)Quito. (02) 3962 800

VivariumQuito. (02) 2271 799

Museo de la CatedralQuito. (02) 2570 371

Museo de La CiudadQuito. (02) 2283 882Museo “Del Padre Almeida”Quito. (02) 3173 185

Museo Astronómico Quito. (02) 2570 765

Yaku Museo del AguaQuito. (02) 2511 100

Quito Eterno (50%)Quito. www.quitoeterno.org

Bosque Protector La PerlaSto. Domingo. 09 3058 696

Museo Casa de MontalvoAmbato. (03) 2824 248

Museo Casa Kingman (50%)San Rafael. (02) 2861 065

Reserva MaquipucunaNanegalito. (02) 2507 200

Museo Etnográfico Mitad del Mundo. (02) 2394 806

Jardín Botánico de QuitoQuito. 09 9213 394

Termas de ChachimbiroUrcuquí. (06) 2923 633

Museo Fr. Enrique MiderosBaños. (03) 2740 451

Museo Aurelio Espinosa Pólit. Quito. (02) 2491 157

Museo de las CulturasCotacachi. (06) 2915 945

Zoológico El PantanalGuayaquil. (04) 2267 047

Ecozoológico San MartínBaños. (03) 2741 966

Ecoparque Monte SelvaBaños. (03) 2886 821

Jardín Botánico de la UTMPortoviejo. (05) 2440 100

Museo Nahim IsaíasGuayaquil. (04) 2 324 182

Museo de BallenasSalinas. (04) 2778 329

Zoológico AmaruCuenca. (07) 2826 337

Refugio Ecológico TzankaZamora. (07) 2605 692

Comuna Agua BlancaP. N. Machalilla. 094 434 864

Isla Santay (50%)Guayaquil. (04) 2304 831

Museo Interactivo de CienciaQuito. (02) 2647 834

Mundo JuvenilQuito. (02) 2224 431

Museo Fray Pedro GocialQuito. (02) 2952 911

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Desde que su madre le mostrara las estrellas, el destino de Guillermo Haro quedó ligado a ellas. Elena Ponia-towska cuenta la apasionante historia de su marido, revolucionario, astrónomo e impulsor de la educación entre los jóvenes, un mexicano universal que supo contagiar su pasión por la ciencia, creador de observa-torios astronómicos y cuyos descubrimientos lo situa-ron a la altura de los grandes astrofísicos. El retrato de este hombre es también la crónica de un país en una época convulsa, un siglo de cambios políticos en el que Haro luchó por superar las dificultades para desarrollar su vocación científica. Estas páginas constituyen un homenaje al padre de la astrofísica en México desde la visión de quien compartió con él sus días.

En un sustrato de símbolos sin significado residiría el secreto de nuestro sentido del “yo”. De la sopa

de partículas que, a un nivel profundo, es el cerebro humano, ascendemos a una selva de neuronas y, aún

más allá, a una red de abstracciones que denominamos “símbolos”, el más complejo y trascendental de los

cuales es el “yo”, ese extraño bucle en el cerebro en el que se realimentan los niveles simbólicos y físi-

cos. Curiosamente los símbolos parecen poseer libre albedrío y tener la paradójica propiedad de impulsar a las partículas, y no al revés. ¿Cómo puede ser real

una misteriosa abstracción como esa? A misterios como estos se enfrenta Douglas Hofstadter (Nueva York, 1945). Estudió matemáticas y física. Ha sido profesor de

la universidad de Michigan y en la de Indiana. Su obra Gödel, Escher, Bach recibió los premios Pulitzer y American Book Award.

El universo o nada

Yo soy un extraño bucle

Douglas R. HofstadterTusquets Editores

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Elena PoniatowskaSeix Barral496 páginas, US $ 29

71

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72

¿Qué lugar es este?

Los páramos de este parque nacional se extienden desde las vecindades de Salcedo y Patate hacia el oriente, donde empieza su transformación gradual en bosques nu-blados. Estos montes tienen la fama de guardar el mítico tesoro inca, por lo que varios exploradores perdieron sus rutas y sus vidas tras el oro de Atahualpa. En su seno nacen caudalosos ríos, como el Topo y el Mulatos que más adelante se convertirán en el gran Napo. ¿De qué área protegida se trata y en qué provincias se localiza? Si conoces las respuestas, envíanoslas, junto con tu nombre y lugar de residencia, a [email protected], y gana fabulosos premios.

Respuesta septiembre octubre: A casi cuatro horas en tren desde Chimbacalle se localiza El Boliche, la estación que retratamos en nuestra edición anterior. Lle-va el mismo nombre del área protegida más pequeña del Ecuador, cuya categoría de manejo es área nacional de recreación. El volcán más cercano a la estación es el Rumiñahui, y poco más allá, hacia el sureste, está el Cotopaxi. El 94% de las respuestas recibidas fueron correctas. Ganadores: afiche: Trotsky Riera, Zamora; camiseta: Mario Marín, Guayaquil; suscripción: Carol Gabriela Cortez, Quito.

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