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4 | DESCUBRIR LA HISTORIA Por Miguel Vega Carrasco Las hogueras del terror El Aquelarre, de Francisco de Goya. HISTORIADOR Y EDITOR DE DESCUBRIR LA HISTORIA Una breve historia de la «caza de brujas» en la Edad Moderna

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4 | DESCUBRIR LA HISTORIA

Por Miguel Vega Carrasco

Las hogueras del terror

El Aquelarre, de Francisco de Goya.

HISTORIADOR Y EDITOR DE DESCUBRIR LA HISTORIA

Una breve historia de la «caza de brujas» en la

Edad Moderna

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Cuentan las lenguas del lugar que aúnresuenan entre el silencio de la nochede Zugarramurdi los ecos de tiempospasados de magia y brujería. Susurrosen el viento de voces que recitan in-descifrables conjuros y fórmulas mági-cas, sellando pactos con seres del in-framundo e invocando toda clase defuerzas sobrenaturales y desdichas conlas que aterrorizar a las gentes de la zo-na. Zugarramurdi, Labourd y muchasotras regiones rurales de los Alpes, losPirineos, Normandía o el FrancoCondado fueron escenario de la de-senfrenada y espeluznante «caza debrujas» que tuvo lugar entre los siglosXV y XVII.

Brujos, magos, hechiceros y otrospersonajes con poderes y cualidadesfuera de lo normal formaban parte delimaginario colectivo desde tiempos in-memoriales; y la creencia en lo sobre-natural era innata al ser humano en subúsqueda de respuestas a aquellascuestiones incomprensibles. La magiaestaba muy presente ya en la sociedadclásica grecorromana, como evidenciala notable influencia que teníanoráculos, adivinos y augures. En eltránsito a la Edad Media, y a pesar delpapel del cristianismo en la nueva so-ciedad, estas creencias de raigambrepagana persistieron con fuerza, espe-cialmente entre las clases populares.Lo curioso es que la Iglesia adoptó unapostura bastante permisiva con este ti-po de prácticas. No formaban parte dela ortodoxia cristiana, pero las autori-dades eran conscientes de su arraigo, ylas consintieron en mayor o menormedida, al considerarlas inofensivas. Ala Iglesia no le merecía la pena volcarsus esfuerzos en erradicar unas cos-tumbres cuya pervivencia no suponía

amenaza alguna para los sólidos ci-mientos de la cristiandad. Al menos,esto fue lo que ocurrió hasta bien en-trada la Edad Media.

Sin embargo, desde mediados delsiglo XIV, la imagen del brujo o magocomenzó a asociarse, cada vez más, a ladel Diablo. Si hasta entonces, aquelque presumía de tener poderes sobre-naturales era considerado poco másque un demente o una oveja desca-rriada del camino de la fe, poco a pocose le fue atribuyendo una fuerte vin-culación al mismísimo Satanás, y estoya sí que eran palabras mayores. Lamagia tradicional dejaba de ser unfenómeno ajeno a la fe cristiana paraconvertirse en una práctica totalmenteopuesta a ésta. Como consecuencia, apartir del siglo XV, y durante prácti-camente doscientos años, se generalizóla persecución de la brujería, tanto porparte de las autoridades eclesiásticascomo las civiles, y miles de personasardieron en la hoguera como conse-cuencia de esta «caza de brujas». Pesea que resulta difícil cuantificar el nú-mero de víctimas, existen numerosostestimonios que pueden darnos pistasde su magnitud. Por ejemplo, el casodel juez francés Nicolás Remy, quiense jactaba de haber quemado a más detres mil brujas entre 1576 y 1606; o lascientos de condenas a muerte que seatribuyeron al jurista Pierre de Lancreen el País Vasco Francés entre el sigloXVI y XVII. En cualquier caso, se tra-ta de fuentes muy difusas, cuyas cifrasoscilan según la región y el momento,y que a veces tienden a exagerar, sibien podemos asegurar que fuerondecenas de miles e incluso, muy pro-bablemente, cientos de miles, loshombres y mujeres ejecutados durante

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todo el periodo.Llegados a este punto, cabe pre-

guntarse el porqué de este bruscocambio de mentalidad. ¿Es que acasoel tránsito del Medievo a la Moderni-dad acabó «de un plumazo» con to-das las creencias de origen pagano, si-tuándolas como un mal a erradicarpara el progreso del bien y la cristian-dad? ¿De un día para otro se desató elmiedo y la «caza de brujas»? La res-puesta, como cabe esperar, no puedeser tan simple. Para empezar, no setrató de un cambio de la noche a lamañana, sino de un proceso paulatinoen el que influyeron, de manera muynotable, toda una serie de condicio-nantes más allá de la religión y lascreencias. La mortífera Peste Negraasoló la Europa del siglo XIV, y a ellasucedieron no pocos episodios dehambrunas, desastres naturales y epi-demias que dibujaron un paisaje dan-tesco para la posteridad. Los efectos

de estas catástrofes naturales se agra-varon con las crisis económicas y lasgrandes conflagraciones que tuvieronlugar en todo este periodo: la Guerrade los Cien Años (1337-1453), la Guerrade Sucesión Castellana (1475-1479), laGuerra de los Treinta Años (1618-1648) y un largo etcétera. A pesar de laimagen tan negativa que los autoresdel Renacimiento dieron de la EdadMedia, el mundo que se avecinaba nose antojaba mucho más alentador.

Esta amalgama de acontecimientoscontribuyó a fomentar el temor y ladesconfianza entre la población, y fueeste cúmulo de factores el que pro-vocó, en última instancia, que unfenómeno hasta entonces residual co-mo era la caza de brujas, se convirtieraen algo masivo y generalizado. El mie-do suele resultar un consejero muypeligroso, y puede llevarnos a pensar yactuar de manera irracional, comoefectivamente sucedió entonces. Enun mundo en que la muerte acechabaa cada rincón, era menester acercarselo máximo posible a Dios pero, almismo tiempo, había que buscar unculpable al que señalar por los malesque asolaban a la humanidad. Esa pre-cisamente fue la doble función querecayó sobre los brujos y brujas. Labrujería dejaba de ser una mera su-perstición para convertirse en una he-rejía, formando así parte activa de laeterna pugna entre Dios y Satanás, yconvirtiéndose en un mal a erradicar.La irrupción de la Reforma Protes-tante en el siglo XVI y su difusión porgran parte de Europa no supuso gran-des cambios al respecto, ya que unos yotros (protestantes y católicos) conde-naron y persiguieron las prácticas debrujería, e incluso las utilizaron como

Brujas yendo al Sabbath (1878) por LuisRicardo Falero.

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arma entre ellos, como pretexto paracruzar acusaciones. Tal vez ello expli-que que el período de mayor intensi-dad en la caza de brujas, entre 1560 y1660, coincidiera con el momento demayor tensión y enfrentamiento entrelas distintas ramas del cristianismo.

A pesar de que las persecucionesempezaron a tener lugar de manera es-porádica a partir del siglo XV, hay unafecha que autores como Joseph Pérezhan considerado un auténtico puntode inflexión: 1484. En ese año, el papaInocencio VIII promulgaba una bulapara reforzar el poder de los inquisi-dores alemanes Jakob Sprenger y Enri-que Insistoris en la lucha contra lasprácticas heréticas del valle del Rin(Alemania) ante la creciente influen-cia de los valdenses. La llamada Sum-mis desiderantes affectibus los autori-zaba y obligaba a actuar decididamen-te contra ésta y otras manifestacionesde herejía y brujería, imponiendo se-veros castigos al respecto. Estos dospastores se convertían así en los estan-dartes de la lucha contra el satanismo,y precisaban para ello de un arma efi-caz con la que aplacar dicho mal. Paraello, se encargaron de forjar su propio«martillo de las brujas», el MalleusMaleficarum. Éste era, a grandes ras-gos, un «manual» de la brujería, o silo preferimos, una guía con la queidentificar a los diferentes tipos debrujas, con sus artimañas, conjuros yhechizos; y definir los métodos a se-guir para acabar con ellas. En definiti-va, la obra que albergaba todo el saberacerca del mundo de las brujas y cómoafrontar la amenaza que éstas su-ponían para la cristiandad.

El Malleus y la bula de InocencioVIII sentaron un precedente, al fijar

las bases del modus operandi de laIglesia en su encarnizada lucha contralos «adoradores de Lucifer». Sin em-bargo, la «caza» y ajusticiamiento debrujas no fue una tarea reservada alestamento eclesiástico. De hecho, fuela justicia civil la que se hizo cargo de

la mayoría de pleitos durante todo elperiodo. Y es que estas acusaciones sebasaban en delitos contra las personas,y no sólo contra Dios. Porque una co-sa era invocar al Demonio y renegardel cristianismo, y otra bien distintaera utilizar los poderes infernales paraquemar las cosechas o provocar inun-daciones y epidemias entre los pue-blos. De modo que no sólo la Iglesia,sino toda la sociedad, compartió lacreencia en la brujería, y del mismomodo la temió, la persiguió y la con-denó. Curiosamente, fueron numero-sos los pensadores, médicos y filósofosdel Renacimiento que, al tiempo queabrazaban el humanismo y pro-movían el avance de la ciencia, seguíancreyendo en la existencia del demonioy los brujos. Esto no debe resultarchocante, ya que durante el siglo XVI,la línea entre la magia y la ciencia eramuy estrecha, y la sociedad en su con-junto seguía sin abandonar estascreencias. Pese a todo, debemos seña-lar que hubo algunas voces críticas,como la de Ulrich Meller o JohannWeyer, que defendían la necesidad dedejar atrás todas estas supersticiones.

Una amalgama de acontecimientoscontribuyó a fomentar el temor y ladesconfianza entre la población.Provocó, en última instancia que lacaza de brujas se convirtiera en algomasivo y generalizado.

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En cualquier caso, el temor a labrujería se extendió por gran parte deEuropa durante más de dos siglos, de-jando tras de sí un estremecedor rastrode persecuciones, ejecuciones, temorese inseguridades que se cobró la vida demiles y miles de hombres y mujeres.Aunque la imagen tradicional sea lade la mujer bruja, lo cierto es que fue-ron perseguidas personas de uno yotro sexo. Lo que ocurre es que ellasfueron las más damnificadas, comoconsecuencia de la asociación tradicio-nal de la figura femenina con el mal yel pecado. Para lograr su confesión, lostribunales civiles y eclesiásticos re-currían a un sinfín de métodos quehoy consideraríamos de lo más maca-bro, desde el uso de tenazas al rojo vi-vo hasta cepos, zapatos con pinchos oel potro. Y una vez confesado el delito,el reo era enviado a la hoguera; la ma-

yoría de las veces previamente estran-gulado, y algunas otras, vivo.

No fue hasta mediados del sigloXVI cuando, primero en Francia ydespués en el resto del continente, elritmo de la «caza de brujas» comenzóa aminorar, al calor de las nuevas ideasy mentalidades que se venían fraguan-do durante aquellos años. Un númerocada vez mayor de pensadores e inte-lectuales comenzó a mostrarse contra-rio a estas persecuciones y a dar unanueva interpretación a todo este fenó-meno. El peligroso aliado de Satanásque era el brujo pasaba a ser un merocharlatán que se aprovechaba de la ig-norancia de las masas, fingiendo tenerpoderes paranormales. El fenómenoque tuvo lugar entre finales del sigloXVI y comienzos del XVII fue unareversión de la situación; la brujeríadejaba de ser considerada una herejía,y volvía a ser vista como una meramanifestación de superstición. Laimagen que jueces y teólogos elabora-ron durante todo este tiempo fue des-montada entonces por filósofos ypensadores cercanos a los novedososideales racionalistas y empiristas, in-compatibles con este tipo de creencias.La razón se imponía sobre la locura, oal menos aportaba algo de cordura.

La irrupción de este trascendentalviraje ideológico no supuso, sin em-bargo, el final definitivo de la creenciay el temor a la brujería. Una prueba deello es la pervivencia de pleitos contrabrujas en momentos relativamentetardíos como el famoso caso de losJuicios de Salem, en 1692, o el de lasuiza Anna Göldin, decapitada en1782. Afortunadamente, estos últimosfueron episodios aislados y represen-taron los últimos coletazos de un

Portada del Malleus maleficarum en unaedicion de 1669 (Wikimedia).

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fenómeno casi extinto a mediados delsiglo XVII. Una centuria más tarde,llegaba la Ilustración y con ella se abríauna época en la que el apodo «de lasLuces» nada tenía que ver con la lum-bre de aquellas hogueras en las que ar-dieron tantas y tantas personas, vícti-mas del pánico irracional en una épo-ca en que las desdichas no tenían unafácil explicación.

¿Quién sabe? Quizás tengan razónquienes aseguran escuchar en el vientolos susurros del pasado. Puede que seael llanto desconsolado o el último há-lito de vida de aquellos hombres ymujeres que fueron pasto de las lla-mas. O tal vez sean los ecos de Ausch-witz, Rwanda, Hiroshima, Nagasaki,Siberia, Bosnia o tantos otros páramosdesiertos de memoria y heridos de re-signación e indiferencia. El tiempo to-do lo cambia, o eso dicen, pero parece

que hay cosas de las que no podemosdesprendernos por más que quera-mos. El miedo, peligroso aliado e im-placable arma de déspotas y tiranos,sigue azotando nuestro mundo. Lejosquedan los tiempos en que se perse-guían a brujas y magos. Sin embargo,persisten los estigmas causados por elmiedo y la irracionalidad. Persecucio-nes, bombardeos, genocidios y todotipo de atrocidades pueblan las pági-nas de nuestra Historia y nos mues-tran el lado más oscuro del ser huma-no. La lección para el presente no esotra que la necesidad de ganar la bata-lla al miedo, de dejar atrás temores einseguridades y apagar las hoguerasdel odio y la incomprensión.

Para saber más:

Armengol, A. (2002). «Realidadesde la brujería en el siglo XVII entrela Europa de la caza de brujas y elracionalismo hispánico», TiemposModernos, Revista Electrónica deHistoria Moderna, Vol. 3, nº 6.

Cardini, F. (1982). Magia, brujeríay superstición en el occidente me-dieval. Barcelona: Península.

Caro Baroja, J. (1969). Las brujas ysu mundo. Madrid: Alianza.

Delumeau, J. (2002). El miedo enoccidente (siglos XIV-XVIII): Unaciudad sitiada. Barcelona: Taurus.

Levack, B. (1995). La caza de brujasen la Edad Moderna. Madrid:Alianza.

Pérez, J. (2010). Historia de la bru-jería en España. Madrid: Espasa.

Vuelo de las brujas de Vaud. Miniatura enun manuscrito de Martin Le France, Lechampion des dames, 1451.