EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA

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AÑO I. EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA BILBAO 22 DE DICIEMBRE 1907 NÚMERO 17. (2.a (Fot.a de Ocharan). huerfanitos asilados, acompañados de la Superiora y Hermanas de la Caridad. (Fot.0 do Delclaux é Hijo) menüDenems recisamente estamos en la temporada en que todos andamos dando voltere tas de contentos. La mayoría, pensando en el gordo y en los días venturosos que les esperan cuando cambien de suerte. Los glotones, pensando en que no es moco de pavo las comilonas que se presentan en puerta. De esta alegría están exceptuados los cesantes, que no ven el turrón al alcance de sus ma nos y que arrojarían al que está e*\ candelero todas las peladillas que se exhiben en las confiterías. Los niños pasan las horas más felices contemplando los juguetes, con las narices pegadas á los escaparates. Es una tentación para un chico ver un árbol de Noel ó una profusión de juguetes, tras de los que se le van los ojos. Los más golosos, se pasan horas enteras con la vista fija en las cajas de anguilas de mazapán, jaleas y bizcochos re cubiertos de merengue. Piensan los pequeños lo que harían si aquello fuera suyo, y sin querer se relamen y de cuando en cuando, haciéndose la ilusión que han metido el dedo en algún bizcochón, se le chupan de gusto. Si yo fuera muy rico, compraría todo un escaparate de esos y lo pondría á disposición de una docena de muchachos para ver la cuenta que daban de él. Por fin, los médicos también están contentos, porque ven en perspectiva una de indigestiones que no va á tener fin. :** # * También los padres pasan sus ratos deliciosos estos días, ayudando á sus hijos en la tarea de colocar el Nacimiento. Hay que preparar el tablado, recortar de una colcha la tela para cubrirle, pues la percalina del año pasado la utilizó la señora de la casa para hacer unos manguitos. Las tardes que se presentan buenas, á buscar musgo, pie dra menuda y arena fina, y por las noches, á recortar estre- Uitas de papel dorado para simular el cielo, sin olvidar que la que guía á los reyes magos tiene que ser más grande y llevar rabo. El otro día fui á visitar á un amigo mío y le encontré muy ocupado revolviendo un cajón de cacharros. —¿Qué hace usted, don Serafín, tan atareado?—le pre gunté. —Calle usted, hombre—me dijo,—con estos chicos no se puede tener nada sano; estoy buscando la cabeza del rey mo ro y una pata del caballo de Melchor y no las puedo encon trar. Uno de los niños se hallaba haciendo con cera un cuerno para la vaca del establo, que se la habían deshecho de un pi sotón. Otro se ocupaba en pegar cabezas, piernas y brazos mu tilados, y el más chiquitín se entretenía en meter de cabeza á los pastores y las ovejas en una cazuela con engrudo, que se hallaba preparada para hacer unas cadenitas de papeles de colores á fin de adornar el recinto. Unicamente la madre no participaba de estas satisfaccio nes, sino todo lo contrario. --¿Le parece á usted lo que han hecho estos diablos de mu chachos, por el dichoso Nacimiento? Pues, nada. Han tritu rado unos pantalones kaqui, nuevos, de su padre, para hacer montañas y han roto la luna de la coqueta para simular las aguas del Jordán. —¡Qué va usted á hacer!—la contesté—¡cosas de chicosl * * * Y, verdaderamente que en esto de Nacimientos se ven cosas notables. Los establos tienen todos, por lo general, forma de castillo feudal arruinado, faltando la mitad del te jado precisamente, y en ninguno se ve el pesehre de que nos habla la historia, sino que presentan al niño Jesús en una es pecie de cuévatio. Y entre muchos detalles que sería muy largo enumerar, los hay muy curiosos. No pueden faltar las lavanderas para demostrar sin duda que en Belén era la gente muy aseadita; ni una figurita simulando muy á lo vivo que hace una necesidad imperiosa, para que se rian los visitantes; ni su correspondiente fuente monumental que mane de verdad. En algunos hay chalets modernistas y hasta fábricas de vapor con unas lucecitas eléctricas, para que hagan efecto más sorprendente. Sé de uno en que había un automóvil que cruzaba por unas montañas. ¡Automóviles en Belén en aquellos tiempos, y por los montes! ¿Qué más? el año pasado me invitaron á ver un nacimien to, que me dijeron los propios interesados, llamaba la aten ción. Solo les puedo decir á ustedes que allí había en una pla zoleta del lado derecho, un picador en la suerte de varas con su matador al quite, y que por la izquierda bajaban, de un un monte, á todo correr, tres ginetitos vestidos de jokey, otros tres detrás con sombreros hongos y después una co lección de soldaditos de á caballo, de plomo, con uniforme de la guardia civil. Aquello me dijeron que eran los reyes magos, sus criados y la escolta, y yo me santigüé. Pues créame usted—me decía al ver mi asombro una señora que debía haber tomado dos veces el chocolate de Matías López—todo esto es cosa del niño, él solo, él solo lo ha ideado, tiene una habilidad para esto asombrosa; su papá nada más le ha ayudado á clavar las puntas y á sacar de debajo de la cama los baúles donde estaban las figuritas. Y me marché aturdido de tanta precocidad. * * * Acabo con una noticia muy buena, sobre todo para mis lectores; creo que ya no vuelvo á darles más la lata sema nalmente. He soñado que me van á tocar mañana 80.000 duros, y ustedes comprenderán justo que con 80.000 duros no escriba ni á la familia. Con 80.000 duros, se me llena la boca el decirlo, es natu ral que no ande con « menudencias», sino que tire más por lo grande. Y me tocan, vaya si me tocan, ya digo que lo he soñado y yo tengo bastante de Faraón. Y además me he cogido una pulga en la mano izquierda, he estado desde que lo soñé sin beber agua en ayunas y no he contado á nadie mi sueño. Pero, ahora que me fijo. ¡Mi gozo en la ría! no siempre ha de ser en un pozo. No me pueden tocar 80.000 duros; imposible. ¿Cómo me han de tocar 80.000 duros, si en el número que más juego es cinco perras gordas? ¡Maldita sea lá...! P. P. RECORTES ESCOGIDOS Lija, E e r m ana M arta, Los estudiantes que el año 1889 estaban practicando en el hospital de la Piedad, de París, se acordarán, como yo, de la hermana Marta. > Tendría en aquella época treinta años; no era ni fea ni bonita, pero sí extraordinariamente simpática. Ejercían poderosa atrac ción la dulzura de su rostro, sus ojos expresivos, velados siem pre por una nube de tristeza, y su aspecto, que no era ciertamen te el aspecto seco y rígido de sus compañeras. Bastaba hablar con ella breves instantes, junto al lecho de un enfermo, para comprender que su naturaleza sensible no había sufrido altera ción alguna en la vida del claustro. Aunque la hermana me llamaba sonriendo hereje, no se mos tró nunca reservada conmigo, y satisfizo mi curiosidad dándome algunos pormenores de su pasado. He aquí su historia á grandes rasgos. Había amado ardiente mente á un hombre que la olvidó. Aquel horrible desengaño, al matar sus más halagüeñas esperanzas, la arrastró á un convento. Fiel á su primer amor, marchaba desde entonces por el mundo sufriendo y consolando á los que sufrían, atenta sólo al cumpli miento de su penoso deber, endulzando sus amarguras con la satisfacción de ser útil á sus semejantes y con los recuerdos de su pasada dicha. Más de una vez la oí exclamar: «Si yo hubiese tenido un hijo, me consideraría feliz, porque á él hubiera consagrado todas las energías de mi cuerpo y todas las ternuras de mi alma». El sentimiento de la maternidad era tal vez el que predomi naba en ella... ¡Cuántas veces recordaba, con lágrimas en los ojos, el Asilo de huérfanos de su provincia, donde nabía perma necido desde que renunció á los placeres del mundo hasta que fué trasladada al hospital de la Piedad! Allí, al menos, á falta de un hijo propio, podía amar á los hijos de otros seres... Se complacía mucho en referir escenas de su vida anterior, en las que desempeñaban importante papel los huerfanitos que tuvo á su cuidado, y hablaba de ellos con el entusiasmo, con la alegría con que una madre relata las gracias de sus hijos. En casi todas sus conversaciones salía á relucir una niña de cinco años, una pobre huérfana pequeñita, tan pequeñita, que en el Asilo la llamaban Veinticinco centímetros . No tenía padre ni madre, y la hermana Marta procuraba reemplazar dignamente á esta última. Pero la pequeñuela acordábase mucho de su mamá, y gritaba tan dulce nombre muy á menudo. —¿Quieres que yo sea tu mamá?—decía la hermana Marta, besando á la niña y estrechándola contra su seno. Y la niña hacía un delicioso mohín, moviendo la cabeza nega tivamente. A fuerza de atenciones y de caricias, fué aquélla conquistan do el corazón de la preciosa criatura, que, al cabo de algún tiem po, daba á su protectora el nombre de mi «ángel», nombre que tantas veces había escuchado de labios de la infortunada mujer que la llevó en sus entrañas. —Siempre que podía—me dijo en cierta ocasión la hermana Marta—guardaba para mi pequeña terrones de azúcar y bizco chos, y se los daba á escondidas de las demás niñas y de mis

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AÑO I.

E D I C I Ó N E S P E C I A L I L U S T R A D A

BILBAO 22 DE DICIEMBRE 1907 NÚMERO 17. (2.a

(Fot.a de Ocharan).huerfanitos asilados, acompañados de la Superiora y Hermanas de la Caridad.

(Fot.0 do Delclaux é Hijo)

menüDenems

recisamente estamos en la temporada en que todos andamos dando voltere­tas de contentos.

La mayoría, pensando en el gordo y en los días venturosos que les esperan cuando cambien de suerte.

Los glotones, pensando en que no es moco de pavo las comilonas que se presentan en puerta. De esta alegría están exceptuados los cesantes, que no ven el turrón al alcance de sus ma­nos y que arrojarían al que está e*\ candelero todas las peladillas que se

exhiben en las confiterías.Los niños pasan las horas más felices contemplando los

juguetes, con las narices pegadas á los escaparates.Es una tentación para un chico ver un árbol de Noel ó

una profusión de juguetes, tras de los que se le van los ojos.Los más golosos, se pasan horas enteras con la vista fija

en las cajas de anguilas de mazapán, jaleas y bizcochos re­cubiertos de merengue.

Piensan los pequeños lo que harían si aquello fuera suyo, y sin querer se relamen y de cuando en cuando, haciéndose la ilusión que han metido el dedo en algún bizcochón, se le chupan de gusto.

Si yo fuera muy rico, compraría todo un escaparate de esos y lo pondría á disposición de una docena de muchachos para ver la cuenta que daban de él.

Por fin, los médicos también están contentos, porque ven en perspectiva una de indigestiones que no va á tener fin.

:**# *

También los padres pasan sus ratos deliciosos estos días, ayudando á sus hijos en la tarea de colocar el Nacimiento.

Hay que preparar el tablado, recortar de una colcha la tela para cubrirle, pues la percalina del año pasado la utilizó la señora de la casa para hacer unos manguitos.

Las tardes que se presentan buenas, á buscar musgo, pie­dra menuda y arena fina, y por las noches, á recortar estre- Uitas de papel dorado para simular el cielo, sin olvidar que la que guía á los reyes magos tiene que ser más grande y llevar rabo.

El otro día fui á visitar á un amigo mío y le encontré muy ocupado revolviendo un cajón de cacharros.

—¿Qué hace usted, don Serafín, tan atareado?—le pre­gunté.

—Calle usted, hombre—me dijo,—con estos chicos no se puede tener nada sano; estoy buscando la cabeza del rey mo­ro y una pata del caballo de Melchor y no las puedo encon­trar.

Uno de los niños se hallaba haciendo con cera un cuerno para la vaca del establo, que se la habían deshecho de un pi­sotón.

Otro se ocupaba en pegar cabezas, piernas y brazos mu­tilados, y el más chiquitín se entretenía en meter de cabeza á los pastores y las ovejas en una cazuela con engrudo, que se hallaba preparada para hacer unas cadenitas de papeles de colores á fin de adornar el recinto.

Unicamente la madre no participaba de estas satisfaccio­nes, sino todo lo contrario.

--¿Le parece á usted lo que han hecho estos diablos de mu­chachos, por el dichoso Nacimiento? Pues, nada. Han tritu­rado unos pantalones kaqui, nuevos, de su padre, para hacer montañas y han roto la luna de la coqueta para simular las aguas del Jordán.

—¡Qué va usted á hacer!—la contesté—¡cosas de chicosl** *

Y, verdaderamente que en esto de Nacimientos se ven cosas notables. Los establos tienen todos, por lo general, forma de castillo feudal arruinado, faltando la mitad del te­jado precisamente, y en ninguno se ve el pesehre de que nos habla la historia, sino que presentan al niño Jesús en una es­pecie de cuévatio.

Y entre muchos detalles que sería muy largo enumerar, los hay muy curiosos.

No pueden faltar las lavanderas para demostrar sin duda que en Belén era la gente muy aseadita; ni una figurita simulando muy á lo vivo que hace una necesidad imperiosa, para que se rian los visitantes; ni su correspondiente fuente monumental que mane de verdad.

En algunos hay chalets modernistas y hasta fábricas de vapor con unas lucecitas eléctricas, para que hagan efecto más sorprendente.

Sé de uno en que había un automóvil que cruzaba por unas montañas.

¡Automóviles en Belén en aquellos tiempos, y por los montes!

¿Qué más? el año pasado me invitaron á ver un nacimien­to, que me dijeron los propios interesados, llamaba la aten­ción.

Solo les puedo decir á ustedes que allí había en una pla­zoleta del lado derecho, un picador en la suerte de varas con su matador al quite, y que por la izquierda bajaban, de un un monte, á todo correr, tres ginetitos vestidos de jokey, otros tres detrás con sombreros hongos y después una co­lección de soldaditos de á caballo, de plomo, con uniforme de la guardia civil.

Aquello me dijeron que eran los reyes magos, sus criados y la escolta, y yo me santigüé.

Pues créame usted—me decía al ver mi asombro una señora que debía haber tomado dos veces el chocolate de Matías López—todo esto es cosa del niño, él solo, él solo lo ha ideado, tiene una habilidad para esto asombrosa; su papá nada más le ha ayudado á clavar las puntas y á sacar de debajo de la cama los baúles donde estaban las figuritas.

Y me marché aturdido de tanta precocidad.* **

Acabo con una noticia muy buena, sobre todo para mis lectores; creo que ya no vuelvo á darles más la lata sema­nalmente.

He soñado que me van á tocar mañana 80.000 duros, y ustedes comprenderán justo que con 80.000 duros no escriba ni á la familia.

Con 80.000 duros, se me llena la boca el decirlo, es natu­ral que no ande con «menudencias», sino que tire más por lo grande.

Y me tocan, vaya si me tocan, ya digo que lo he soñado y yo tengo bastante de Faraón.

Y además me he cogido una pulga en la mano izquierda, he estado desde que lo soñé sin beber agua en ayunas y no he contado á nadie mi sueño.

Pero, ahora que me fijo. ¡Mi gozo en la ría! no siempre ha de ser en un pozo.

No me pueden tocar 80.000 duros; imposible. ¿Cómo me han de tocar 80.000 duros, si en el número que más juego es cinco perras gordas?

¡Maldita sea lá...!P. P.

RECORTES ESCOGIDOS

Lija, E e r m a n a M a r t a ,

Los estudiantes que el año 1889 estaban practicando en el hospital de la Piedad, de París, se acordarán, como yo, de la hermana Marta. >

Tendría en aquella época treinta años; no era ni fea ni bonita, pero sí extraordinariamente simpática. Ejercían poderosa atrac­ción la dulzura de su rostro, sus ojos expresivos, velados siem­pre por una nube de tristeza, y su aspecto, que no era ciertamen­te el aspecto seco y rígido de sus compañeras. Bastaba hablar con ella breves instantes, junto al lecho de un enfermo, para comprender que su naturaleza sensible no había sufrido altera­ción alguna en la vida del claustro.

Aunque la hermana me llamaba sonriendo hereje, no se mos­tró nunca reservada conmigo, y satisfizo mi curiosidad dándome algunos pormenores de su pasado.

He aquí su historia á grandes rasgos. Había amado ardiente­mente á un hombre que la olvidó. Aquel horrible desengaño, al matar sus más halagüeñas esperanzas, la arrastró á un convento. Fiel á su primer amor, marchaba desde entonces por el mundo sufriendo y consolando á los que sufrían, atenta sólo al cumpli­miento de su penoso deber, endulzando sus amarguras con la satisfacción de ser útil á sus semejantes y con los recuerdos de su pasada dicha.

Más de una vez la oí exclamar: «Si yo hubiese tenido un hijo, me consideraría feliz, porque á él hubiera consagrado todas las energías de mi cuerpo y todas las ternuras de mi alma».

El sentimiento de la maternidad era tal vez el que predomi­naba en ella... ¡Cuántas veces recordaba, con lágrimas en los ojos, el Asilo de huérfanos de su provincia, donde nabía perma­necido desde que renunció á los placeres del mundo hasta que fué trasladada al hospital de la Piedad! Allí, al menos, á falta de un hijo propio, podía amar á los hijos de otros seres...

Se complacía mucho en referir escenas de su vida anterior, en las que desempeñaban importante papel los huerfanitos que tuvo á su cuidado, y hablaba de ellos con el entusiasmo, con la alegría con que una madre relata las gracias de sus hijos.

En casi todas sus conversaciones salía á relucir una niña de cinco años, una pobre huérfana pequeñita, tan pequeñita, que en el Asilo la llamaban Veinticinco centímetros.

No tenía padre ni madre, y la hermana Marta procuraba reemplazar dignamente á esta última.

Pero la pequeñuela acordábase mucho de su mamá, y gritaba tan dulce nombre muy á menudo.

—¿Quieres que yo sea tu mamá?—decía la hermana Marta, besando á la niña y estrechándola contra su seno.

Y la niña hacía un delicioso mohín, moviendo la cabeza nega­tivamente.

A fuerza de atenciones y de caricias, fué aquélla conquistan­do el corazón de la preciosa criatura, que, al cabo de algún tiem­po, daba á su protectora el nombre de mi «ángel», nombre que tantas veces había escuchado de labios de la infortunada mujer que la llevó en sus entrañas.

—Siempre que podía—me dijo en cierta ocasión la hermana Marta—guardaba para mi pequeña terrones de azúcar y bizco­chos, y se los daba á escondidas de las demás niñas y de mis

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EL N E R V I O N

compañeras. ¡Pobre amor! Con su inteligencia viva y delicada comprendió muy pronto que nadie la amaba, que nadie había de amarla allí tanto como yo, y correspondiendo á mi cariño, me decía cosas que á nadie llegó á confiar, secretos infantiles, dora­das ilusiones de la niñez... Hablaba y reflexionaba tomo una vieja. En esos ratos de dulces expansiones, me la quería comer á besos.

Aproximábase Navidad—me dijo en otra ocasión en que evo­có los recuerdos del pasado—y Veinticinco centímetros me ha­bló así:

—Cuando yo tenía mamá, puse una noche mis botas en el balcón, y pasaron los reyes y me las llenaron de dulces, y me dejaron también una muñeca, una muñeca muy bonita, vestida con un traje de color de rosa, una muñeca rubia, con zapatos blancos...

Después de decir estas palabras, dió un suspiro y se quedó muv triste.

Yo me separé de su lado y me fui á llorar á un rincón del jardín.

Así que desahogué mi pena, me puse á reflexionar en los medios de que podía valerme para regalar á aquel pedazo de gloria una muñeca...

¿Qué hacer? Nos estaba prohibido poseer dinero. La superio- ra era una mujer severa, rígida, y siempre que se le pedía algo para obsequiar á los niños, contestaba con sequedad: «Las almas caritativas que nos ayudan á educarlos quieren darles lo nece­sario, pero no lo supérfluo. Se les proporciona alimento, vesti­dos y enseñanza. No les hace falta más.

Pero, sucediera lo que sucediera, yo estaba firmemente deci­dida á dar una alegría á Veinticinco centímetros, y acordándome de que era poseedora de una crucecita de oro, encontré la solu­ción del problema. Por mediación de una buena mujer que venía al Asilo una vez á la semana en busca de la ropa blanca confec­cionada en el obrador, la crucecita fué á parar á manos de un platero.

Algunos días después le dije á mi pequeña: «Aquí no se pue­den poner las botas en el balcón; pero colócalas á los pies de lo cama. Eres muy buena y estoy segura de que los reyes se acor­darán de tí esta noche».

La niña se durmió con la sonrisa en los labios. A eso de las doce se despertó, y después de vacilar durante algunos segun­dos, arrojóse de la cama; yo observaba todos sus movimientos.

Dió un grito de alegría, y apoderándose de la muñeca colo­cada por mí, y cubriéndola de besos, saltó al lecho presurosa, radiante de felicidad.

Me acerqué al poco rato. Estaba ya casi dormida, estre­chando fuertemente entre sus brazos la muñeca de vestido de color de rosa y cabellos rubios.

Al sentir mis besos abrió los ojos, trató de incorporarse, y me dijo con voz apagada, soñolienta:

— ¡Qué bonita es!... ¡Mírala, mamá!...¡Qué dichosa me sentí viendo la felicidad de la pobre huér­

fana!Al siguiente día, la muñeca armó una revolución en el Asilo,

Se descubrió el secreto, y la superiora me llamó para decirme con tono ágrio que había faltado á mis deberes; que había que­brantado las reglas de aquella santa casa, y que se me imponía el castigo de abandonarla inmediatamente, para continuar pres­tando mis servicios en un hospital.

Obedecí resignada la orden. Me arrancaron del lado de aquel ángel... Lo que no podrán arrancarme nunca es el recuerdo dul­císimo de la felicidad que experimenté al oir que decía con voz soñolienta: «¡Qué bonita es!... ¡Mírala, mamá!...»

G u sta v e R iv e t .

NUESTRA INFORMACIÓN GRÁFICA

El Asilo de HuérfanosTiene carácter municipal y se fundó el año 1886, por iniciati­

va de don Fernando Ibarra y Arámbarri, siendo concejal del Ayuntamiento de Bilbao.

En un principio se estableció en la casa propiedad del señor Zabálburu, que todavía se conserva en la calle de Barroeta Al- damar, frente á la Albóndiga. Cuando en 1890 la anteiglesia de Abando se anexionó totalmente á la villa de Bilbao, el Asilo se trasladó á la que fué Casa Consistorial de la anteiglesia, que es donde sigue instalado en la actualidad.

Como su denominación de Asilo de Huérfanos da á entender, la institución tiene por objeto recoger á los niños mayores de dos años y menores de siete, huérfanos de padre ó madre, sien­do preferidos los que tienen la desgracia de carecer de uno y otra.

La administración del Asilo se halla á cargo de la Junta de Caridad del mismo, cuyo presidente es don Leonardo de Zabala; siendo vocales de la misma los señores Achúcarro, Artabe, Cas- tet, Gana, Leguizamón, Orbegozo, Orovio, Plaza y Zayas. Ade­más, teniendo en cuenta su carácter municipal, representan al Ayuntamiento en la Junta y forman parte de ella dos concejales, que son los señores Aránsolo y Cerezo. La dirección interior y servicio del Asilo están encomendados á las heróicas Hijas de la Caridad, cuya superiora es Sor María de Leiva.

Además del Asilo de Huérfanos, existen como dependencias del mismo, Salas-cunas en las cuales se cuidan, durante el día, los niños á quienes por tener que ir al trabajo no pueden cuidar sus respectivas madres; siendo tres las que hay establecidas, con las denominaciones de Sala-cuna de San Vicente, Sala-cuna de San Antonio y Sala-cuna del Niño Jesús; la primera en el Asilo principal de la Casilla, la segunda en Urazurrutia y la tercera en Uribitarte.

El modo de funcionar de este Asilo no puede ser más sencillo y podríamos decir que tampoco mejor, pues queda reducido á lo siguiente:

El nombramiento de vocales se hace por el Ayuntamiento, á propuesta de la Junta, siendo perpetuo el cargo. Para que la ins­pección de aquélla sea constante, nombra de su seno un delega­do, que gira oportunamente sus visitas á las respectivas depen­dencias.

En cuanto á la marcha económica, el Ayuntamiento entrega á la Junta la subvención que tiene señalada, por trimestres venci­dos, siendo la Junta la que se encarga de todos los gastos que ocurren, pero con la obligación de rendir anualmente cuenta de­tallada y documentada de la inversión de fondos. Cuando éstos no bastan para cubrir todas las atenciones, la Junta se procura limosnas ó fondos reintegrables para todas estas atenciones.

Hace algunos años, para ensanchar las dependencias del Asilo y dotar al mismo de una huerta ó jardín, la Junta se procuró sesenta mil pesetas, que ha ido amortizando poco á poco. Con esa cantidad, que ya está pagada, se consiguió dar un gran desa­hogo al establecimiento, para cuyas atenciones se han recibido limosnas de importancia, entre las cuales citaremos, en primer lugar, la que por el importe de los intereses correspondientes al préstamo arriba mencionado, hacía todos los años la persona que prestó la cantidad, la cual no ha querido revelar su nombre. Di­cha persona cobraba los intereses, pero los devolvía en el acto como limosna hecha para las atenciones del Asilo, en obsequio del Sagrado Corazón de Jesús.

Además de la mencionada donación, se han recibido muchas

desde que el Asilo se trasladó al nuevo edificio. En la imposibili­dad de citar todas, lo haremos de aquellas cuya cuantía llega ó excede de 1.000 pesetas, á saber:

Pesetas

Doña Dolores de Sopelana............................................ 2 000Señora Viuda de G urtubay ............................................1.000Señora Viuda de Zubiría................................................ 1.000Don Hilario L u n d .......................................................... 2 500Don Gabriel V ilallonga.................................................1.000Doña Juliana de G u rtu b ay ............................................1.t)00Don Agustín María de O b ie ta .......................................1.000Doña María Josefa de O lav a rrie ta ...................................5.000Doña Casilda de Iturrizar (viuda de Epalza) . . . . 25.000Doña María dé las Mercedes de Z um elzu ................... 5 000Señora viuda de don Julián Basabe . . . . . . . 5.000Señora viuda de Ansótegui . . . ! ................................1.000Señora viuda de don Pedro M a z a s ........................... 4 000Don Federico de Echevarría.......................................... 2 000Señora viuda de A rra tia ...................................................... 2.000Don Agustín B a s a b e ..................................................... 18 522Señora viuda de Elizalde. . . . 2.500Señoras hijas de doña Isabel F a n o ........................ , 1.00)Don Tomás A re llan o ..................................................... 1.000Señora viuda de Elizalde.....................................................10.000Don Domingo de Aguirre...................................................... 5.000

Las dos visitas que en estos últimos días hemos hecho al Asilo sito en La Casilla, para obtener algunas de las fotografías que aparecen en este número—la del grupo de asilados fué he­cha algunos años liá por el distinguidísimo aficionado cuyo ape­llido consignamos al pie de la misma—nos han permitido apreciar nuevamente la plácida alegría que reina en aquella santa casa, la gran suma de cariñosos y constantes cuidados de que son ob­jeto los huerfanitos por parte de Sor María y de las catorce ó quince Hermanas que bajo su dirección los atienden con amor verdaderamente maternal; la extremada limpieza que reina en todos los locales, amplios, ricos en luz y en ventilación.

En esas dos visitas hemos recordado otras que en diferentes épocas hicimos al establecimiento; y sobre todo, una que dejó en nuestra alma impresión dulcísima, imperecedera... Una visita cuyo recuerdo vamos á consignar con breve relato:

Era el día 5 de Enero del año 1.900. E l Nervión había hecho, pocos días antes, entre centenares de niños pobres, un sorteo de quinientos pequeños juguetes regalados por una importante casa mercantil de esta villa, y de 200 cajitas de cartón conteniendo pastas y confituras, regalo de un estimado convecino nuestro al que hoy nos unen lazos de compañerismo.

Treinta y tantos huerfanitos del Asilo habían sido agraciados en aquel sorteo. Para entregar los premios nos trasladamos al Asilo, en compañía de un respetable amigo nuestro, jefe de la casa comercial que había hecho el donativo de los juguetes.

La bondadosa Madre superiora y varias de las Hermanas que la secundan en el desempeño de una misión sublime, nos recibie­ron demostrando una alegría muy grande que era la más elo­cuente prueba del inmenso cariño que tienen á los pequeñuelos. —¡Qué contentos se van á poner!—decían dejando asomar á sus ojos las ternuras y delicadezas de su corazón... ¡Oh, sí; fué muy grande, muy grande el regocijo de los pobrecitos huérfanos.

Pasamos á una amplia y hermosa galería, donde unas sesenta niñas, levantándose de la larga fila de bancos que ocupaban, nos dieron á coro las buenas tardes y nos miraron de hito en hito, con infantil curiosidad. El gran cesto que contenía los regalos quedó en el suelo; se le quitó la tela que lo cubría, y más de cien ojos brillaron de ansiedad y de placer; pero ni uno sólo de aque­llos cuerpecitos se movió del sitio que ocupaba... Un orden y compostura verdaderamente admirables.

Y comenzó la distribución por la única niña agraciada con premio extraordinario, Manuela Pérez—un precioso bebé vesti­do, de gran tamaño.—Continuó el reparto de los demás premios. Nuestro acompañante leía nombres, cortaba bramantes, desen­volvía paquetes. Las niñas comenzaban á expresar con viveza sus agradables impresiones.

—¿Quieren ustedes que hagamos el reparto á la vez á niñas y niños?—preguntó la Madre superiora.

—¡Pues no hemos de quererlo!—contestamos.— ¡A ver, que entren los niños!...Y entraron en pelotón, impetuosos, llenos de grata ansiedad,

trayendo con ellos un poco de desorden masculino, que fué el prólogo de la encantadora algarabía que poco después se armó.

Se acabaron los juguetes y las cajas del sorteo. Pero el co­merciante amigo nuestro, hombre previsor y generoso, había lle­vado una partida de objetos para compensar los olvidos de la suerte, para que no quedara sin su parte de satisfacción ninguno de los asilados. Muñecas, pelotas de goma, sonajeros, trompos, flautas, tamborcitos, pequeñas panderetas... Hubo juguetes para todos los que no salieron premiados, y aun sobraron algunos.

Y entonces se desbordó el regocijo infantil en conversacio­nes, en gritos de admiración, en ensordecedor ruido de más de sesenta tamborcitos, panderetas y flautas, tocados á la vez, con ansia, con precipitación, con entusiasmo delirante. A todos nos­otros nos contagió aquella ruidosísima alegría. La Madre direc­tora y las Hermanas iban de un ladoá otro sonriendo, aprobando con sus sonrisas aquel hermoso barullo. La bondadosa Madre no hacía más que exclamar:

— ¡Qué rato tan bueno para mis queridos huerfanitos!Algunas niñas de las más pequeñas nos rodeaban y nos gri­

taban enseñándonos las panderetas:—¡Toca! ¡toca!Y nosotros tocábamos y nos creíamos transportados á la épo­

ca de la niñez—¡qué lejana época!—Y había que ver al grave co­merciante, con su blanca barba, con la risa en los labios, puesto en cuclillas, con el largo gabán arrastrando por el suelo, liando el bramante al trompo de hojalata y enseñando á varios peque­ñuelos el manejo de ese juguete!...

Fué un rato deliciosísimo. Salimos de allí saboreando una fuerte sensación de felicidad que todavía, en estos instantes, in­vade deliciosamentenuestro ánimo al evocar el recuerdo de ella...

Quisiéramos poseer la privilegiada facultad que tienen esos escritores cuyas frases llevan, con toda su intensidad, la emo­ción que sienten, á la inteligencia y al corazón de los que las leen... Quisiéramos tener esa facultad para promover nueva y grande corriente de ideas generosas, de ternuras infinitas, desde las suntuosas casas en que habitan los favorecidos por la Fortu­na hasta el Asilo donde más de un centenar de huerfanitos priva­dos del cariño del padre ó del cariño de la madre, ó de ambos cariños á la vez, encuentran en la Caridad cristiana el sostén y los amores que el Infortunio les arrebató, y forman el cuadro más conmovedor que puede haber en estos días en que la niñez da una nota tan dulce, tan arrobadora, tan brillante en los hoga­res donde reina la Abundancia...

Cuatro instantáneas constilu yen este grupo de grabados.

En todas ellas procuró el dis­tinguido aficionado que las ob­tuvo, sorprender á los niños en diversos momentos de la vida que habitualmcntc hacen en el Asilo de la Casilla.

Se les ve en el bonito cuartode lavabos, donde cada uno tiene su toalla, numerada, en la fila de perchas; en el patio donde á diferentes horas disfrutan del recreo, y donde á media tarde reciben la merienda que todos comen con envidiable apetito; y se les ve también en el local de la escuela en la que, el ejercicio de lectura, ante los grandes abecedarios, se hace con alegre canturreo mientras los g u io n e s ̂ ó sea los más adelantados en la clase, giran en distintas direcciones llevando en alto pequeños estandartes pojos y verdes. (Inst.a de Cantero). (Fot.0 de Dolclaux é Hijo;,

Page 3: EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA

EL N E R V I O N

¡Hossanna! Ha nacido JesúsRedacción de un hermoso trabajo alegórico del artista catalán

Apeles Mestres.

¡HUÉRFANOS!

Uno duerme. El otro se rebela al sueño.

Las tres han sonado en un reloj viejo....Y una negra sombra con el rostro escueto se sale del cuarto que ocupa el enfermo. Se aleja gozando...Se aleja riendo...Luego se oyen pasos ténues y ligeros, y lloros ahogados, y gemir de pechos entre la angustiosa calma del silencio......Y el niño que vela, de su hermano, el sueño adivina, y dice temblando de miedo: Despierta hermanito...; ¡Reza un Padre-nuestro!

d e U g a r t e R e v e n g a .

PENSAMIENTOS

El producto más hermoso de la naturaleza es el niño, en cuya primera educación radica todo su porvenir.

Los más tiernos cuidados en su infancia y la mayor solicitud con que se atiendan, constituyen la labor más delicada del maes­tro, cuya responsabilidad es inmensa, si por su culpa se perdie­ran ó anularan las energías de que viene dotado el sér infantil cuando afirma su existencia en la realidad.

La sociedad que consiente al niño hambriento, desnudo y des­calzo, es una sociedad criminal, que lleva en el remordimiento de su conciencia el castigo de su crimen.

Los hombres que remedian estas faltas, amparando al niño y rodeándolo de una atmósfera que le haga respirar un aire puro y oxigenado en el orden fisiológico, psicológico yjmoral, aunque no aspiren á premio alguno, tienen en la dulce satisfacción-de^su alma la mejor'recompensa que pueden apetecer.

E ug en io 'JBartolom é y M ingo.

Es de noche. Brilla la luna en silencio.

En un dormitorio antiguo y estrecho, una lamparilla alumbra á un enfermo.La anémica llama oscila de miedo en el frágil vaso; y tiembla, tiñendo la faz del paciente de un color siniestro.En nubes de sombra esfúmase el lecho.En su cabecera velan en silencio dos pálidos rostros que anhelan consuelo.La alcoba contigua alberga en su techo dos niños muy rubios hijos del enfermo.

A n g el

tn ttERmnnn de m cnRionoCon el marchito rostro circuido

por la toca blanquísima, semeja atrevida paloma que se aleja, el ancho cielo por cruzar, del nido.

Para auxiliar al pobre desvalido, por el amor de Dios, todo lo deja: que antes resuena la doliente queja en su piadoso pecho que en su oído.

Y al elevarse en alas de su anhelo, su alma, que solo á Dios adora y ama, difunde por doquier dicha y consuelo;

porque es la caridad como la llama, que en torno suyo, al dirigirse al Cielo, calor dulce y benéfico derrama.

M a n u el d e S a n d o v a l .

¡Huerfanitos!(Dibujo de Sanmartín).

REFLEXIÓNDecía San Agustín, que además de ser un santo era un gran

filósofo, que si los egoístas conocieran las ventajas que trae con­sigo el ser hombre de bien, serían hombres de bien por egoísmo.

Lo mismo se puede decir respecto de los puros goces de la familia; es decir, que si el hombre disipado, ó mejor dicho disipa­dor, comprendiera la cuenta que trae, bajo todos conceptos, el goce de la familia y del hogar, sería hombre de su casa, hasta por refinamiento de placer.

El placer deja de serlo casi del todo cuando no existe expan­sión, así como el dolor necesita desahogarse, distribuirse con al­guien; pero con alguien que viva en la comunidad de nuestros afectos puros; con alguien que no sea el mentido compañero del hijo pródigo; con alguien que se identifique con nuestros pesa­res y nuestras alegrías.

El amor de familia es, del anciano al joven, reflejo del amor de Dios al hombre; y del joven al anciano parece la adoración del cielo por la tierra.

X.

MESA REVUELTA

La vida del campo¿Qué corazón desfallece

en honda y mortal tristeza, si sus encantos le ofrece la madre naturaleza?

Cuando en tí el dolor estalle, pide, contra sus rigores, un rincón en fértil valle y aire que corra entre flores,

y arriba bosque sombrío y aves de dulce cantar, y abajo arrullos del río, ó de las olas del mar.

En tan hermosos encantos, del alma busqué la calma, y ¡cuántos dolores, cuántos, logré desterrar del alma!...

E. B u s t il l o .

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En un acto de petición de mano:El padre de la chica: —¿Y usted con qué cuenta principal­

mente para asegurar el bienestar de mi hija?El pretendiente:—Con heredarle á usted cuando se muera.

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Discípulo' aprovechado.—Vamos á ver, Juanito—dice el maestro,—si me explica us­

ted qué es gramática castellana.—Gra... gra... gramática castellana es... Mire usted, señor

maestro, me se ha olvidado la lección.—¡Qué es eso de me se!... ¡me se! ¡qué disparate! ¿Cuántas

veces he de repetir que ha de decirse se me?El chiquillo gimoteando:—Pues no se me la lección.

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EpigramaDe una enorme borrachera

há poco enfermó Manolo, y su médico Cervera recetóle no bebiera otra vez «el vino solo».

Sin mezclar agua, cumplió lo recetado hasta ayer, pues:—Ya no bebo,—exclamó «el vino solo»... ¡sino delante de mi mujer!

E duardo G u il l a r .

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(Fot.a de Guerequiz).Un dormitorio del Asilo de Huérfanos

(Fot.0 de Delclanx é Hijo).

COÑAC MARQPÉS DE BARAMBIOLa Calumnia

Puede una gota de lodo sobre un diamante caer; puede también de este modo su fulgor obscurecer; pero aunque el diamante todo se encuentre de fango lleno, el valor que lo hace bueno no perderá ni un instante, y ha de ser siempre diamante por más que lo manche el cieno.

R ubén D a r ío .

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luntad?—Lo juro—contestó el otro solemnemente.—Pues bien: mi voluntad última é irrevocable es... que me

des quince mil pesetas.

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Page 4: EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA

E L N E R V I O N

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Interesantísim o.—Es un dicho que la observación ha demostrado ser cierto: «catarro mal curado tísico consumado». Es un hecho evidente que se puede comprobar; todos los cata­rros y la tisis en los primeros períodos se curan siempre con el «Jarabe heroína y savia de pino de Orive.» Ascao, 7.

Un perdido va á casa de un memorialista para que le redacte una solicitud.

—¿Su domicilio de usted?—¿Mi domicilio?—Sí, señor. ¿No sabe usted lo que es eso? El domicilio es el

lugar donde reside uno habitualmente.—Pues bien; ponga usted la taberna de la esquina.

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En un baile:— ¡Ah, señorita, la veo á usted con mucha frecuencia! —¿Dónde?—En sueños.—En ese caso, verá usted también á mamá, porque no voy á

ninguna parte sin ella.

REGALOS Ó AGUINALDOSEn la sección económica que La Ciudad Condal, Ascao, 2.

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—¿Le quedan á usted más?Y el caballero contestóle:—No, señor; me quedan menos.

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El vapor Prinz Oskar saldrá de Bilbao el 2 de Enero admitiendo carga y pasajeros para Habana, Veracruz y Tampico.

Para informes dirigirse á los representantes y consignatarios

[dundo Couto y Compañía, Bailón,J.-BilbaoMOLO 0E0LIIIEIESH

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Rosario de Santa Fé, el 13 de Enero el vapor Potaros Admite carga y pasajeros.

Para Habana, Veracruz y Tampico saldrá de Bilbao el día 22 de Diciembre el vapor Sabor. Admite carga y pasaje de todas categorías.

Directo para Southampton saldrá de Bilbao el 23 de Di­ciembre el vapor Segura. Admite carga y pasajeros de todas categorías.

Para informes, dirigirse al consignatarioCarlos de Haruri, Estación, 4 ,1.°

A NUESTROS LECTORES

Se admiten suscripciones, fuera de Bilbao, para esta edi ción especial, exclusivamente.

P r e c io s : Un semestre pesetas 1,50. Un año 3 pesetas. Para el extranjero, un año, 6 pesetas.

El Nervión se halla de venta en los siguientes puntos:Casco viejo: Plaza del Mercado, Estanco. Plaza Nueva,

núm. 10, Estanco. Calle de la Estación, núm. 8 , Estanco.Ensanche: Alameda de Mazarredo, número 2, Estanco.

Hurtado de Atnézaga, 14, Estanco de la Sra. Viuda de Piquero.— . I Kiosco de la Plaza Circular.

En Vitoria: Don Ildefonso Ruiz, corresponsal de periódicos, Cuchillería, 47, bajo.

En Castro: Don Victoriano Fernández.Los números de esta edición especial ilustrada, se hallan

también de venta en los citados puntos y en el Kiosko de María, en el Arenal.