Edición Especial Día de Muertos 2015

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EDICIÓN ESPECIAL DÍA DE MUERTOS NOVIEMBRE 2015

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Edición especial de Caleidoscopio para celebrar el Día de Muertos, 2015

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EDICIÓN ESPECIAL DÍA DE MUERTOSNoviembre 2015

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Fotografía

Literatura

Literatura

Literatura

Literatura

Ilustración

Ilustración

IlustraciónIlustración

Ilustración

Literatura

Literatura

Fotografía

Fotografía

Fotografía

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DIRECTORIO

Jován Benítez | @Jovan_Benitez

AleJAndrA olguín | @aleOlguin

AleJAndrA CAnCholA | @canchola_ale

Adrián gil | @adriangilh

AleJAndrA islA ABrAhAm ArreolA | @ArreolaAbraham

mAriAnne e. CAstillo | @maryludens

dome náJerA

dAniel gArCíA | @Garcia_Danyel

teresA CuevAs | @teresays

COLABORADORES

Nora JiméNez,ricardo SaNdoval, elizabeth GoNzález, mariaNa alcáNtara, aNa Patricia PoNce, Fabiola SerraNo, JazmíN aNdrade, crocuta crocuta, dulce bravo, aleJaNdra ramírez, iGNacio SáNchez.

PORTADA:

Salvador verano

CONTACTOCOMENTAR IOS, COLABORACIONES Y VENTA DE ESPACIOS:

editor ia lca le idoscopio@gmai l .com

Los comentar ios e imágenes que aparecen en es te medio de comunicac ión, son responsabi l idad de sus autores y no reg le jan necesar iamente la ideolog ía de Caleidoscopio . La repreoducc ión tota l o parc ia l de l contenido de es ta rev is ta s in prev ia autor izac ión queda es tr ic tamente prohib ida .

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WWW.CALEIDOSCOPIOQRO.COM

Direccción General

Direccción Editor ial y Diseño

Columnista

Columnista

Columnista

Columnista

Prensa Querétaro

Prensa Querétaro

Prensa Pachuca

Prensa Pachuca

EspérameA Que Me Cuelguen

Genio y FiguraMuerte Parrandera

La Muerte y El Cine

Tonalli

Emilia

Tita

¿Ya Vienes?Cempasochitl

Lágrimas Sobre Una Tumba Fresca

El Olvido / La Espera

Hasta La Muerte

Con La Tradición Hasta Los Huesos

La Muerte De Pipa y Guante

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EN PORTADASa lva d o r ve r a n o

www.amordeverano.comwww.behance.net/amordeveranowww.facebook.com/amordeveranostdinstagram.com/amordeveranostd

Todo Verano tiene historia, el amor una de ellas.Amor de Verano es el estudio del ilustrador y diseñador gráfico Salvador Verano Calderón.

Esta edición está dedicada a la celebración de Día de los Muertos. Contamos con la participación en portada de Salvador Verano. Colaboraciones literarias, ilustraciones y fotografías para celebrar esta fecha.

¡Disfruta de tu lectura!

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ESPÉRAMEPOR: al e j a n d r a Ca n C h o l a @canchola_aleMéxico, D.F.

Nos mirábamos de reojo. Una risita por aquí, y otra más al rato. Yo me hundía en la silla de oficina, él hacía como que atendía pendientes, pero de lo único que estábamos pendientes era de aquel reloj enorme, colgado al centro de la pared que teníamos enfrente. Era un reloj viejo, pero aún daba cuerda. Alguien dijo alguna vez que uno de los directores lo había traído de París después de que, por un chisme, fuera reubicado unos meses.

Nos mirábamos de reojo y nuestros ojos brillaban, con ese brillo nos decía-mos todo. Cuando mis ojos volvían a la pantalla, no podía atender, pensaba en lo que haríamos esa noche, en las maromas que daríamos hasta altas horas de la madrugada. Comprobaría, una vez más, que trabajar más de ocho horas diarias en una oficina, lo hace bueno en la cama.

8:02 pm. Caminábamos de la mano por el pasillo cuando recordé que no terminé el último fólder con pendientes. -¿No podemos posponerlo?, sugerí, y el brillo de su mirada se desvaneció con mi pregunta. Amable-mente dijo que sí, pero mis ganas no querían esperar.

8:12 pm. Salí con cara de alegría, me habían dado permiso de regresar an-tes de las seis de la mañana a terminarlo, tendría entre seis y siete horas para hacer todo lo planeado: una cena romántica y un examen práctico. Había investigado cosas, como posiciones, maneras de gemir, digo, nada relevante. Busqué también en libros de anatomía y encontré cosas más in-teresantes, cosas que le hicieron exclamar un ¡ah!, ¡uf!, ¡sí! Y uno que otro ¡hum!, ¡aha! Y otros sonidos difíciles de escribir.

No quería dejar aquel idilio tan esperado, pero a las cuatro de la mañana ya estábamos de regreso en la oficina. Él tuvo que quedarse en el lobby porque la única autorizada a pasar era yo.

No pensé que en el quinto piso hiciera tanto frío por la noche. Avancé poco del trabajo pendiente y fui al baño, a despejarme, a recordar un poco de lo que me perdí por no apresurarme. Me abrochaba el pantalón cuando escuché, perdida con el sonido del retrete, una voz aguda que dijo: “¿Estás bien?”.

“Sus ojos no tenían nada de brillo, sus labios estaban secos y sus mejillas hundidas.”

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Caminé unos pasos hasta el lavamanos y escuché de nuevo el sonido del retrete. Sentí un leve escalofrío y me recordé que esas cosas se descomponen con facilidad cuando tienen sensor. Di media vuelta para tomar una toalla de papel y escuché de nuevo la voz: “¿Segura que estás bien?”. Volteé rápido al espejo y ahí la vi. Vi el reflejo de una niña menuda, morena, a primera vista, gente de pueblo. La miré de frente y sus ojos no tenían nada de brillo, sus labios estaban secos y sus mejillas hundidas.

-¿Qué haces aquí a esta hora?, le pregunté. –Mi mamá está en una oficina y me dijo que no me saliera hasta que ella viniera por mí. La toqué del brazo y de una mejilla, como para hacerle un cariño, y estaba helada.

La luz bajó como en un intento de apagón, entonces no podía verle bien la cara. Pensé en que alguien, la madre de la niña, había tenido más ganas de coger que yo y no había aguantado llegar a su casa. Pensé tam-bién en algo para hacer mientras no soltaba su mano helada. -¿Sabes en qué oficina está? –En la primera del pasillo de la izquierda.

La dejé en el baño por si había algo que no debiera ver. Llegué a la oficina del director y estaba todo apaga-do. Pasé por todas las oficinas, pegándome a las ventanitas a ver si veía movimiento, nada. Regresé al baño y no estaba la niña. La llamé y entre la media luz alcancé a ver su silueta. Esta vez su voz se escuchó diferente, como si estuviera hablando por una línea cortada: “¿La encontraste?”

Le dije que saliera para verla mejor con la luz que entraba del farol en la calle, pero no quiso. –Entonces dime ¿por qué me preguntaste si estaba bien? Hubo silencio por más de un minuto. Perdí la silueta de vista. Resolví salir del baño para seguir trabajando cuando escuche su voz casi en mis oídos: “Aquí hace mucho frío, y tú tienes la piel tibia”. Un escalofrío recorrió mi espalda y se azotó la puerta del último retrete.

Salí corriendo hasta el lobby, ahí estaba él esperándome. De regreso a casa le conté lo que había ocurrido, quedamos en preguntar, cada quien por su lado, al día siguiente, si asustaban en el quinto piso. No hubo necesidad de una investigación exhaustiva; el portero nos contó todo en la mañana.

Una mujer humilde llegó con su niña a solicitar empleo al director, hace muchos años. El director esperó hasta muy tarde para atenderla, duró mucho tiempo en la oficina del director, hasta cuando todos se habían ido. Su niña esperaba dormida en el piso del pasillo a que su madre saliera, pero cuando salió, fue para decir-le que la esperara en el baño. El director despidió al personal de guardia y la mujer largó a la niña para que no escuchara las porquerías que harían.

Al día siguiente, cuando llegó el personal, el director estaba sacando el cuerpo de la mujer casi incon-sciente, embriagada de golpes y vino, con las piernas chorreadas de sangre. Les prohibió decir algo, pero cuando una mujer de la limpieza entró al baño para hacer su trabajo, encontró el cuerpecito frío, sin vida de la niña que esperó toda la noche a su madre. Despidieron a la mujer de la limpieza, sobornaron al personal y reubicaron al director en París. Después de un tiempo regresó y trajo el famoso reloj. Reloj que no contó el tiempo que la niña espero a su madre, que no guarda en su consciencia la muerte por hipotermia de la pequeña alma errante.

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A QUE ME CUELGUENPOR: : CroCUTa CroCUTaPachuca, hGo.

En el panteón municipal de Pachuca de Soto, Hidalgo, trabajaba un guardia llamado Juan, cuyos setenta años lo hacían moverse despacio y maldecir. Él siempre fue un perro solitario que quería una vida fácil; tener una pareja, un montón de niños y un cotorro. Solo envejeció. Así que feo y amargado cuidaba con esmero las tumbas de extraños. Su vida era solitaria, monótona y aburrida. Ya habían pasado sus mejores años. La tasa de mortandad no era tan alta. Dormía con los muertos “Es más fácil que con los vivos y sus prostitutas” le gustaba decir a Juan.

Era finales de octubre cuando su sobrino que nunca lo visitaba fue al panteón donde Juan trabajaba para pedirle dinero. Obviamente Juan le dijo que no. Entonces el cabreado sobrino para tranquilizarse puso la canción ST. Anger de Metallica en su celular. Juan que nunca había escuchado el rock and roll y se preguntó si sería adecuado poner ese tipo de música en un lu-gar tan sagrado como el camposanto. La respuesta fue sí. Que se jodan los vivos y los muertos, que se joda todo el mundo, él había sido un demasiado bueno, demasiado amable. Ahora a los setenta años, a punto de morirse, iba rebelarse. Y aventó su billetera a la cara de su sobrino con la condición de que el día dos de noviembre a las once y media de la noche, él traería su equipo de sonido y le ayudaría a colocarlo en la casita donde dormía, situada en la entrada del cemen-terio. El sobrino gandul aceptó y obtuvo el dinero. Cuando el día finalmente llegó, colocó con ayuda de su sobrino las bocinas en su madriguera. El cementerio estuvo atiborrado esa noche, las familias visitaban a sus muertos con racimos de flores, veladoras, santos y aguardiente. En el momento más solemne, exactamente a las once y media de la noche, Metallica y su blas-femia sonó. Las personas, al principio asustadas, corrieron a donde suponían estaba la fuente del sonido y una vez allí, trataban de derribar la puerta de fierro y quemar al velador. Adentro de ella estaba Juan y su sobrino.

-¿Ahora qué hacemos?-le pregunto el chico.-Nada-dijo por primera vez contento Juan.-¿Nada? La chusma viene para quemarnos como brujas y ¿No quieres hacer nada?-Calla muchacho, ellos solo vienen por mí.-¿Cómo lo sabes?-Lo sé.-¿Y qué harás cuando lleguen?-Esperar.-¿Esperar a que tío?-A que me cuelguen capullo…a que esos bastardos por fin me cuelguen…

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GENIO Y FIGURA

Fabiola SerranoeSTado de MéxiCo

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la Muerte y el CinePOR: ad r i á n Gi l Querétaro, QRO.

Es Octubre, se acercan las fechas en las que recor-damos que la muerte también es parte de la vida, así cómo lo dice aquella frase ubicada en el libro “Tokio Blues” de Haruki Murakami: “La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella”. El cambio de estación de verano a otoño también nos va dando pistas de que algo tiene que morir para dar paso a cosas nuevas, las hojas de los árboles se caen y algunas plantas dejan de producir algunos frutos. Sirva entonces esta ocasión para compartir algunos pasajes cinematográficos en relación a la muerte, el cine será para mi siempre la mejor referencia para entender y reflexionar sobre cosas que surgen en la vida, cómo la muerte por ejemplo.

¿Se imaginan poder tener la capacidad de no morir?, ¿A que dedicarían su vida? Muchos se quejan de la falta de tiempo, pero si la posibilidad fuera infinita pone en entre dicho aspectos incluso filosóficos e interesantes cómo los podemos encontrar en “Hombre Bicente-nario” , película protagonizada por Robin Williams, que curiosamente podemos ver en otras películas que tienen que ver con este tema, por ejemplo: “Patch Adams”, “La Sociedad de los Poetas Muertos”, “Más allá de los sueños”. Después de su aparente sui-cidio podemos ver en otro sentido los papeles que hizo en el cine, cómo si hubiera sido una especie de deja vú.

Otro asunto del cual podemos reflexionar es so-bre la eutanasia, por lo menos en “Mar Adentro” y en “Golpes del Destino” nos queda la sensación de que una persona está muerta en vida cuando pierde la capacidad de hacer lo que les apasionaba y en este sentido no merece la pena soportar los dolores de una enfermedad o un accidente. ¿De-bería ser parte de los derechos humanos el acceso a una muerte digna?

En nuestro país también tenemos algunas pelícu-las que merece nuestro tiempo el verlas, la prim-era de ellas es “Macario” que trata del encuentro entre la muerte y un campesino harto de su vida, es un clásico del cine nacional con una actuación interesante de Ignacio López Tarso en sus años de juventud allá por la década de los 50`s. Y la otra es la adaptación cinematográfica del libro “Pedro Páramo”.

La muerte también nos hace pensar sobre la tras-cendencia de la vida y esto lo podemos ver en las siguientes películas: “No Te Mueras Sin Decirme A Dónde Vas” película Argentina; o en “El Sabor de las Cerezas”. Haré una mención especial a “La Vida es Bella” debido a que es el mejor ejemplo de cómo enfrentar muchas cosas, incluso la muerte; desde la comedia y un cuento disfrazado “Guido” logró que su hijo no se diera cuenta de la guerra, que se aferra a la vida y que su muerte fuera vista de otro modo y no cómo algo trágico.

Mencioné películas de distintas nacionalidades a propósito de seguir con el objetivo de este espa-cio, acercar regiones alejadas del planeta en una sola visión, conocer otras culturas y respetarlas. Hasta las concepciones sobre la muerte y los ri-tos que giran en torno a este fenómeno varían en todos el mundo. Sería pertinente recordarlo más seguido, comprender la muerte como nos dice Murakami, no temerle e incluso honrarla de vez en cuando la memoria de los seres queridos que ya no están con nosotros.

“La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella”

Haruki Murakami

MUerTe Parrandera

dUlCe Paola bravo

Querétaro, Qro. 8

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TONALLIPOR: : el i z a b e T h Go n z á l e z To r r e S

México, D.F.

Iba de paso por aquel recóndito poblado llamado el Ídolo, cuando presencié esta inusitada y aterradora historia que estoy a punto de contar. Aún ahora, al encontrarme a miles de kilómetros de aquel insólito lugar del que - hasta el momento- nadie me sabe dar razón, la piel se me eriza y el olor a tabaco seco se me filtra hasta los huesos.

Nunca sabré explicar cómo fue que llegué hasta ahí. En todos los años que tenía viajando hacia aquella parte del país, jamás… Es decir ¡jamás!, había escuchado sobre aquellas misteriosas tierras que parecen estar muertas. Sin embargo, y muy a pesar de lo que la gente y la geografía nos diga, estoy seguro de que estuve ahí. Estuve sentado en una de esas largas bancas de madera fría que inundaban aquella capillita repleta de santos y cruces. Con el aroma penetrante del incienso y del tabaco recorriendo sus pasillos, me senté apesadumbrado esperan-do encontrar a alguien que me indicara la salida de aquel mísero pueblo. Pero no había nadie. Ni un cura, ni un monaguillo, y ni siquiera el ladri-do de un perro que me indicara lo desquiciante de aquel terrible silencio.

Durante horas esperé. Pero ni un alma… ¡ni una sola se atisbaba por ahí! Fue entonces, cuando todos ellos aparecieron. No acabo de entender por dónde ni cómo llegaron. Solo sé que arri-baron a la capilla en absoluto silencio, con pisa-das suaves y casi, casi elevadas. Los hombres con

sus machetes, los niños con sus rosarios y las mujeres portando sus velos negros y de raso fino. De vez en cuando, alguno de ellos me miraba con recelo y murmuraba un par de palabras que no alcanzaba a escuchar.

Las ancianas que venían hasta el frente de aquel tumulto de cuerpos –que en mi experiencia, pare-cía ser una procesión-, traían entre sus brazos a tres pequeñas niñas que se meneaban al frente y atrás sin parar. Sus cabellos enmarañados y sus labios agrietados despedían un ligero hedor a sangre. En su mirada desorbitada se clavaba el reflejo de las grandes cruces que tapizaban las paredes de aquella húmeda iglesia.

Todos tomaron asiento. Incluso, las ancianas que sostenían a las niñas. El cura y los chiquillos que venían por detrás del tu-multo, ascendieron lentamente hasta el angosto estrado en

donde estaba colocado un enorme cristo de pla-ta que nos lanzaba su mirada suspicaz. La congregación entera comenzó a rezar. Por más que intentaba acallar mis pensamientos y emociones, para poder entender lo que tan sosegadamente solicitaba esa gente, nunca… ¡ciertamente nunca! logré escuchar su petición. Para entonces, mi mente ya se había insertado en aquella sórdida realidad. -¿Qué sería todo aquel misterioso ritual? ¿Cuál sería el motivo por el que las pequeñas se encontraban en aquel estado demente? ¿Qué demonios estaba yo ha-ciendo entre toda esa gente?- Me preguntaba a mismo, cuando de pronto, una voz frágil y tremebunda susurró claramente al borde de mi tambaleante oído.

Arribaron a la capilla en absoluto silencio, con pisadas suaves y casi, casi elevadas.

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-Las hemos hallado hoy, después de tres semanas de estarlas buscando. ¿Puede usted creerlo? Las fuimos a encontrar allá, a la salida del pueblo, por debajo del monte, en una de esas cuevitas en donde se dice que habitan los chaneques.

-¿Chaneques?- Pregunté yo sin querer.

-Sí, los chaneques. Los hombrecitos que se roban el tonalli, la luz, la esencia… Lo mismito que tiene usted aquí- Respondió aquella voz avejentada, mientras su diminuta y mallugada mano me cubría el rostro y los labios por completo.

No sabía que era el tonalli. Pero supuse que esas tres pequeñas se habían quedado sin aquello. Habían perdi-do la voz, el brillo en la mirada y la frescura de su piel, después de todos esos días de los que nadie, ni siquiera el cura, sabría rendir alguna clara explicación.

-La gente del Ídolo dice que se las llevaron los chaneques con engaños. Que les dieron dulces y no sé qué más…¡Bah! ¡Tonterías! Los chaneques lo único que quieren es jugar- Volvió a susurrar aquel ser, al mismo tiempo que sentía como sus cortas extremidades golpeaban mis en-debles rodillas.

Fue hasta entonces que intenté voltear para atisbar al poseedor de tan aguzada voz. Pero no pude moverme. La minúscula palma que oprimía con fuerza mis labios, parecía querer succionar lo que por fin podía entender, era el famoso tonalli.

Quería gritar, zafarme, salir corriendo de aquel infra-mundo, pedir ayuda a aquellos hombres y mujeres que aparentaban estar sordos y mudos…Que aparentaban estar vivos… ¡Que aparentaban tener tonalli, pero que en realidad no lo tenían!Sentí clavarse sus miradas apagadas en mí. Pude sentir la ausencia de sus vidas y el desierto plagado de muerte en el que se había convertido aquel lugar, llamado el Ídolo. -¡El que aquí entra ya no sale!- Dijo entre carcajadas y gritos temblorosos la voz de aquel hombrecillo que al

fin se dejaba ver. Era pequeño y arrugado como un anciano, su nariz encorvada y grande se ex-tendía por toda su cara, dejando apenas un lig-ero espacio para sus diminutos y deformes labi-os. Sus ojos redondos y negros, podían penetrar todo cuanto veían…todo cuanto deseaban… todo tonalli que tuviera tan solo una pisca de vida...

-¡Extranjero!- Escuché gritar a una desconoci-da voz femenina que provenía de las afueras de la iglesia -¡Huye extranjero! ¡Huye ahora que puedes! ¡Vete ahora que aún te queda la mitad de tu tonalli!- Terminó de exclamar aquel aul-lido, mientras que yo, impelía con fuerza a las espeluznantes criaturas y almas de ese pueblo fantasmal que procuraban retenerme.

Huí… Logré huir como pocos lo hacen. O al menos eso fue lo que pensé. ¿Qué cómo lo hice? No me lo pregunten, porque ni yo mismo lo sé. He intentado regresar en mi memoria. Volver al momento exacto en que todo aquello terminó. Pero nada. Creo que mi mente ha sido borrada y trastocada casi por completo.

Y digo casi, porque el insólito recuerdo que guarda mi mente después de aquel día, se re-duce a verme a mí mismo deambulando y sus-pirando por los pasillos de esta extraña casa... ¡Mi desolada casa!, en la que al parecer, desde ese taciturno día, nadie me escucha y nadie me habla…En la que al parecer, soy solo un cuerpo más, que se ha quedado sin tonalli para siempre

-Sí, los chaneques. Los hombrecitos que se roban el tonalli, la luz, la esencia…

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"eMilia"daniel GarCíaPaChUCa, hGo.FoToGraFía análoGa

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Emilia no entendía el porqué del odio que profesaba su familia hacia su me-jor amiga. Habían pasado 2 años desde que Emilia vivía tres cuartas partes del día fuera de su casa, visitando gente y haciendo labor en el panteón de su querido San Juan Solís.

De sol a sombra, Emilia estaba acompañada por su mejor amiga. Le llamaba Tita, ya que ella no había pronunciado palabra alguna desde que se conocieron, así que Emilia tuvo que encontrarle nombre.

Los padres de Emilia no veían con buenos ojos esa amistad que alejaba a su hija de casa. Incluso parecía que de verdad no la veían. La niña no sabía si era por la cara flaca de su amiga, sus manos frías o la ropa rara que siempre usaba; le daba igual lo que pensaran sus papás, Tita era la mejor compañera que podía pedir. Tita no necesitaba voz para hacer que Emilia se sintiera acompañada.

Después de dos años y dos meses de no tener a su hija en casa todo el día, los papás de Emilia perdieron la paciencia. Fue un lunes 2 de noviembre el día en el que la ropa, los juguetes y la presencia de Emilia abandonaron su hogar.

Tita y Emilia llegaron a las ocho en punto a casa. La caminata del panteón al centro tomaba veintiún minutos exactos a paso Tita. Tita caminaba lento, y no tenía la misma energía que su mejor amiga. Caminaba lento porque le gustaba apreciar los grillos, el ladrido de los perros al verla pasar, el olor de tamales y atole saliendo de las casas, además de que le encantaba ver los mezquites suavemente iluminados por la luz de los únicos 4 postes que funcionaban en el pueblo.

Ningún niño de 7 años está preparado para ver llorar a sus papás, y Emilia tam-poco supo qué hacer al ver a mamá Teresa y papá Raymundo llorar.

-¿Mami? ¿Qué tienes? ¿Qué te hicieron? Pá, ¿Qué tienen? ¿Se enojaron porque no llegaba?

TITAPOR: : da n i e l Ga r C í a

Pachuca, hGo.

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Ni Teresa ni Raymundo escucharon la voz preocupada de su única hija. Emilia vio su ropa y juguetes en el patio, pero eso no le molestó; las lágrimas de sus papás le preocupaban muchísimo más que todos sus tiliches.

La niña quiso abrazarlos, pero los adultos deshechos en lágrimas solo la esquivaban. -Ya díganme, ¿Qué les hicieron? ¿Qué les hice?

Por poco se deshacían en lágrimas los tres miembros de la familia, hasta que Tita intervino para que su mejor amiga no flaqueara. Tita tomó a Emilia por los hombros, y por primera vez desde que se conocieron, las manos de Tita estaban calientes. -No fuiste tú, fui yo la que los hizo llorar. Perdón Emi, pero no te pueden ecuchar, ni podrán volver a hacerlo.

La niña sintió que todo su calor lo tenía Tita; que cuando la tomó de los hombros y le dijo que sus papás no la volverían a escuchar, le había dado todas sus palabras a Tita, porque ella no quería hablar más si sus papás no la escuchaban. -Tus papás no me quieren porque fui yo la que te alejó de ellos. Ya se dieron cuenta de que no regresarás a dormir, ni a comer, ni a reír; ellos acaban de aceptar que logré llevarte para siempre, Emi.

-¿Para siempre? ¿Y pa’ dónde me voy a ir? ¿Por qué contigo?

-Porque tus papás entienden que conmigo es tu lugar. Porque nadie sabe más de proteger a alguien que yo. Una vez que logro llevarme a niñas como tú, ni los gritos, llantos o patadas hacen que puedas regresar a casa.

Emi solo pudo sentarse a llorar por horas. A ella no le tomó dos años entender que tenía que irse con Tita para siempre. A veinte minutos de que dieran las doce, Emilia se paró y le dio la mano a Tita, sin sonreír, llorar, o enojarse: solo le quedaba caminar junto a su mejor amiga. -¿En serio ya no me dejarás venir? -Igual y hasta el próximo año. Tranquila, yo te traigo.

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¿Ya vieneS?Mariana alCánTara Pedraza

MéxiCo, d.F.

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CEMPASOCHITLnora jiMénez barCenaS

QUeréTaro, Qro.TéCniCa: MixTa

(PriSMaColor, PhoToShoP, veCToreS)

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LÁGRIMAS SOBRE UNA TUMBA FRESCAPOR: : iG n a C i o Sá n C h e z Mo r e lo S

celaya, Gto.

Emilia Barrón tenía largo rato viendo su nombre escrito en una cruz del cementerio. Por alguna extraña razón, no llevaba puestos sus zapatos y sentía cómo sus pies se le iban hundiendo en el lodo, donde ella suponía, que debajo de toda esa masa fría y pantanosa, se encon-traba su cuerpo.

La lluvia no había cedido en La Asunción y el panteón municipal se había converti-do en una ciénaga que cubría al ras de las tumbas, donde flotaban pétalos marchitos y el humor de los muertos. La tormenta le había embadurnado el vestido a su piel, desde los hombros y hasta las rodillas, la empapada tela floreada le iba remarcan-do cada parte de su cuerpo; le dibujaba la espalda estrecha y tierna, ligeramente se notaban sus senos diminutos y sus mus-los eran todavía dos piezas nuevas de por-celana.

Su edad impúber provocaba que hasta las gotas se le resbalaran sutilmente, se escur-rían, con suavidad sospechosa e indecen-te, a través de toda la figura macabra de la niña Emilia. Alrededor de ella no había más que lápidas añejas, acomodadas en desorden porque el espacio era bastante reducido y las familias enterraban a sus muertos donde les diera la gana, hierba que crecía en cualquier sitio y latas, que

eran usadas como floreros, comenzando a des-bordar esa agua amarillenta y olorosa a naturaleza podrida.

Tenía el semblante olvidado y la mirada desconcer-tada, clavada en su sepulcro recién sellado; el largo cabello se le veía más negro, a causa de la tempestad, y se le dividía en gruesos mechones que no dejaban de gotear. Empezó a caminar hacia la entrada, era un gran arco hecho de piedra; en lo alto de éste se levantaba una cruz y, en el interior del arco, pendía una campana que sólo tañía cuando entraba un di-funto.

La verja de fierros retorcidos estaba entre abierta, se movía a penas con el viento que bajaba del cer-ro. Salió del panteón. Afuera, Emilia no podía dis-tinguir quién estaba más muerto, si ella o la ciudad misma. El cielo estaba tan cerrado que ya no se podía calcular la hora de la tarde, el firmamento se había convertido en una mancha oscura que opaca-ba hasta el corazón.

El aguacero se dejó venir con mayor violencia, en-sordecía aquel ruido que provocaban las gotas, despedazándose como cristales, cuando se estrella-ban en el callejón empedrado. El camino subía y bajaba con la forma del cerro, y por él descendía, escurriéndose

Tenía el semblante olvidado y la mirada desconcertada, clavada en

su sepulcro recién sellado

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como una culebra, el agua que venía del cielo. Levantó la mirada y, por ambos lados de la calle, se extendían hileras de casas pintadas de blanco y rojo. La casa de Emilia Barrón era la única con una luz encendida, la reconoció de inmediato. Estuvo a punto de subir hasta ella, pero cuando se disponía, un hombre salió de allí. Supo quién era, recordó que él había sido la última per-sona con la que había estado, antes de aparecer frente a la tumba con su nombre. Podía sentirlo dentro de ella, su pequeño cuerpo olía a él.

Tan pronto como lo reconoció, un tremendo miedo se apoderó de ella, una náusea incontenible le recorrió las entrañas y un par de lágrimas cayeron de sus ojos, un puchero se dibujó en su rostro y de entre sus piernas resbaló una gran cantidad de sangre, era cálida y am-able, pero no dejaba de producirle asco. Por primera vez comenzó a sentirse muerta; sus manos palidecían y sus ojos se iban tornando completamente negros.

Aquél hombre era tío de Emilia Barrón, salía de la casa de su hermano, limpiándose las lágrimas de un llanto fabricado. Bajó la calle con rumbo al panteón, donde ésta terminaba y se perdía con la oscuridad del cerro. De uno de los bolsillos internos de su chamarra sacó una botella de aguardiente de caña. Y se quedó bebién-dola bajo la lluvia, sentado en el mismo lugar donde había violado y asesinado a su sobrina de once años.

Miró la penumbra, donde tres días antes había arroja-do su cuerpo, y sintió una pizca de remordimiento y vergüenza. Apresuró por su garganta el medio litro de alcohol, para evitar traer a su mente aquellas escenas de forcejeo y temor, de sufrimiento y tristeza. Pero fue

imposible; los gritos de Emilia le retumbaban dentro de la cabeza, giraban en él como un espiral, sin poder encontrar salida; tenía grabado en las pupilas el cuer-po desnudo de la niña, su ropa desgarrada y llena de sangre; recordaba sus manos sucias sobre el pecho, los muslos y el cuello de la menor. Dio el último sorbo a la botella y, con un gran ímpetu, la lanzó hacia el barran-co, pudo escuchar cómo se quebraba en pedazos.

Corrió desesperadamente al lugar donde estaba la tum-ba de Emilia y, por primera vez, lloró realmente de dolor. Las imágenes que lo atormentaban se transformaron en recuerdo bellos, en el insoportable sentimiento de extrañar. Completamente embrutecido por el aguar-diente y enloquecido por el remordimiento, el hombre empezó a escarbar sobre la tumba de la niña. El lodo se le escurría de las manos, pero no se rendía, luchaba con-tra el pantanoso estado del sepulcro. Sus dedos comen-zaron a sangrar, ya no podía distinguir si era parte de una alucinación o de la vida real, pero no se detuvo.

Nunca pudo llegar al ataúd blanco que contenía los restos de Emilia. Al día siguiente, cuando hubo escampado, la gente encontró su cuerpo clavado en el lodo que comenzaba a secarse. Supusieron que se había ahogado, pero al sacar su cuerpo, lograron ver una expresión de terror en su rostro. Ya no tenía ojos, se los había sacado por la impresión que le había causado ver a Emilia Barrón de pie, a un lado de él, desangrándose y con los ojos perfectamente negros.

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JazMín andrade

EL OLVIDO

LA ESPERA20

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"haSTa la MUerTe"riCardo daniel Sandoval villareSChilaPa de álvarez, GUerrero

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CON LA TRADICIÓN HASTA LOS HUESOSana PaTriCia PonCe CaSTañeda

QUERÉTARO, QRO.

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“LA MUERTE DE PIPA Y GUANTE.alejandra raMírez Pérez

QUeréTaro,Qro. 24

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