Editorial Revista Jurídica del Perú

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El fallo del Tribunal Constitucional y sus deseos por ser juez de mérito Dicen que no hay primera sin segunda. Hace poco más de dos años y medio, el Tribunal Constitucional (TC) emitió una sentencia en donde, más allá de lo que decidió 1 , dio un claro mensaje que dicho órgano tenía el poder para hacer y deshacer a su voluntad. Esta sentencia, que fue un golpe mortal a la jurisdicción por cercenar la fuente de su propio poder (la cosa juzgada), condujo a que el TC se atribuya a sí mismo una función que, por cierto, jamás tuvo. Y la historia se repitió, solo que esta vez la magnitud y los afectados son distintos. En efecto, si antes fue la jurisdicción, ahora le tocó el turno al arbitraje de padecer los excesos de un órgano que, con su actual conformación, viene equivocándose de una forma clamorosa. La STC N° 05311-2007-PA/TC es un mar de errores, mas aquí solo pretendo sacar a la luz tres aspectos que, en mi opinión, son los más llamativos, precisamente porque reflejan una preocupante tendencia al momento de resolver un conflicto por parte del TC. En primer lugar, mal que bien, el propio TC ya había definido que las normas del Código Procesal Constitucional (CPConst.) son aplicables inclusive a procesos en trámite, siempre que de su aplicación no se desprenda afectación a la tutela jurisdiccional efectiva, como bien resalta el juez Landa en el punto I, 6 de su voto singular 2 . De esto no existe el menor resquicio de duda, y no porque el TC lo haya dicho, sino porque la segunda disposición final del 1 Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la STC N° 0006-2006- CC/TC, mediante la cual se anularon y se declararon ineficaces una serie de sentencias que habían adquirido la autoridad de cosa juzgada, por contravenir un precedente del TC. Para ello, sin ningún tipo de remordimientos en pulverizar la teoría del proceso, “adaptó” el proceso competencial para imponer sus decisiones a la jurisdicción, valiéndose de diversos argumentos, entre otros, equiparar sus sentencias a la Constitución misma. 2 Se trata de la STC N° 3771-2004-HC/TC.

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Otra joya del TC peruano

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El fallo del Tribunal Constitucional y sus deseos por ser juez de mérito

Dicen que no hay primera sin segunda. Hace poco más de dos años y medio, el Tribunal Constitucional (TC) emitió una sentencia en donde, más allá de lo que decidió1, dio un claro mensaje que dicho órgano tenía el poder para hacer y deshacer a su voluntad. Esta sentencia, que fue un golpe mortal a la jurisdicción por cercenar la fuente de su propio poder (la cosa juzgada), condujo a que el TC se atribuya a sí mismo una función que, por cierto, jamás tuvo.

Y la historia se repitió, solo que esta vez la magnitud y los afectados son distintos. En efecto, si antes fue la jurisdicción, ahora le tocó el turno al arbitraje de padecer los excesos de un órgano que, con su actual conformación, viene equivocándose de una forma clamorosa.

La STC N° 05311-2007-PA/TC es un mar de errores, mas aquí solo pretendo sacar a la luz tres aspectos que, en mi opinión, son los más llamativos, precisamente porque reflejan una preocupante tendencia al momento de resolver un conflicto por parte del TC.

En primer lugar, mal que bien, el propio TC ya había definido que las normas del Código Procesal Constitucional (CPConst.) son aplicables inclusive a procesos en trámite, siempre que de su aplicación no se desprenda afectación a la tutela jurisdiccional efectiva, como bien resalta el juez Landa en el punto I, 6 de su voto singular2. De esto no existe el menor resquicio de duda, y no porque el TC lo haya dicho, sino porque la segunda disposición final del CPConst. así lo dispone. Sin embargo, esto fue inexplicablemente ignorado por los jueces quienes decidieron estimar la demanda de amparo. ¿Será acaso que el TC, por “estar sometido solo a la Constitución y a su Ley Orgánica” (artículo 1 de la Ley Orgánica del TC), puede pasar por encima de las otras normas con rango de ley como si nada? Parece que la respuesta afirmativa es una obviedad para algunos jueces del TC.

Entonces, como la normativa del CPConst. era plenamente aplicable, la demanda de amparo debió declararse improcedente simplemente porque no había interés para obrar: el demandante había interpuesto también un “recurso” de anulación (rectius: demanda de anulación, que da origen al proceso jurisdiccional de anulación de laudo), lo cual encaja perfectamente en el inciso 2 del artículo 5 del Código citado, esto es, la existencia de vías procedimentales específicas. Aprovecho esta sede para señalar que el proceso de anulación de laudo sí es una vía previa al proceso de amparo pero no por considerar la actuación jurisdiccional en el “recurso” de anulación como una mera fase residual del proceso arbitral (que no es jurisdiccional, y tiene un objeto totalmente distinto al proceso de anulación del laudo3), sino por mandato expreso

1 Me refiero, como no puede ser de otra manera, a la STC N° 0006-2006-CC/TC, mediante la cual se anularon y se declararon ineficaces una serie de sentencias que habían adquirido la autoridad de cosa juzgada, por contravenir un precedente del TC. Para ello, sin ningún tipo de remordimientos en pulverizar la teoría del proceso, “adaptó” el proceso competencial para imponer sus decisiones a la jurisdicción, valiéndose de diversos argumentos, entre otros, equiparar sus sentencias a la Constitución misma.2 Se trata de la STC N° 3771-2004-HC/TC.3 Como ya lo demostró Juan MONROY GÁLVEZ, “Breves apuntes sobre la ‘jurisdiccionalidad’ del arbitraje y la procedencia del amparo contra laudo”. En: http://derechoyproceso.blogspot.com/2008/08/breves-apuntes-sobre-la.html (acceso al sitio: 23/11/09).

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de la duodécima disposición final de la Nueva Ley de Arbitraje (D. Leg. N° 1071), que consagra al proceso de anulación de laudo como una vía idónea para tutelar los derechos constitucionales amenazados o violados4. Con ello, la anulación de laudo es una verdadera vía previa del amparo, el cual se hace más residual pues solo procedería contra la decisión de la Corte Superior.

Términos aparte, la improcedencia de la demanda es una consecuencia lógica, lo cual de ninguna manera puede ser contrapuesta, como pretende el TC, con el principio del favor processum (artículo III, CPConst.). Por ventura, ¿hay duda razonable respecto si el proceso debe declarase concluido? La verdad es que no hay duda ni tampoco es razonable dudar, al menos no si se respeta la normatividad aplicable.

En segundo lugar, que no es menos lamentable que lo primero, tenemos la abierta y proclamada posición del TC de entrometerse en lo que no le concierne, lo cual, por cierto, no solo se restringe a esta decisión. Aquí, lo que hizo el TC fue fungir de juez de mérito, opción que le está absolutamente vedada, a menos que pretenda controlar la valoración de los medios probatorios (función propia del juez de mérito) de toda decisión que llegue a sus manos. Así, dijo que una penalidad de US$ 36 millones es draconiana, arbitraria e irracional, que es un abuso de derecho, que implica el ejercicio excesivo del derecho de libertad de contratación e inclusive, aunque suene inverosímil, que atenta contra el derecho de propiedad (voto del juez Mesía). Pues bien, esto sería válido e irreprochable si se tratara de una opinión personal de los jueces del TC que suscribieron estas apreciaciones pero, por desgracia, una sentencia debe ceñirse a criterios jurídicos. Tales argumentos son débiles, que incluso son incapaces de ocultar la intención del TC de hurgar en el fondo de la cuestión. Pero esta actitud no solo afecta la propia decisión del Tribunal arbitral, sino también pulveriza un pacto plenamente válido y eficaz entre las partes de fijar un monto determinado como penalidad, favoreciendo a quien no cumplió un contrato y no pagó la penalidad por varios años. Si hay alguna desproporción, ahí está la reducción del monto de la penalidad excesiva por el juez (artículo 1346 del Código Civil), pero no hace falta decir que este mecanismo no le compete ser decidido al órgano de control de constitucionalidad de un país. En fin, tal parece que los jueces del TC se olvidaron que la autonomía de la voluntad también es un derecho constitucional.

Es por demás evidente el nuevo y auto-atribuido papel del TC como juez de mérito cuando los jueces Beaumont y Eto Cruz se pronuncian sobre la obligación que consagra la penalidad “al margen que su contenido incida o no en temas de estricta constitucionalidad” (fundamento n. 21); o cuando el juez Mesía “estima” que “en el nuevo procedimiento de arbitraje que se lleve a cabo, el Tribunal arbitral deberá evaluar

No obstante, respetuosamente discrepo cuando afirma que el “recurso” de anulación es una vía paralela, pues –como se desprende del texto– no se trata de elegir entre uno y otro, ni tampoco uno excluye al otro. En necesario iniciar el proceso judicial de anulación de laudo, y es la decisión final contenida en éste la que será objeto del amparo.4 Que a la letra dice: “Para efectos de los dispuesto en el inciso 2 del artículo 5 del Código Procesal Constitucional, se entiende que el “recurso” de anulación del laudo es una vía específica o idónea para proteger cualquier derecho constitucional amenazado o vulnerado en el curso del arbitraje o en el laudo”. Esta norma, con la cual concuerdo, es suficiente para demoler casi toda la (errática) fundamentación del TC en sus diversas decisiones, respecto del agotamiento de la vía previa en el llamado amparo arbitral. Pero no sólo ello: esta norma reformula la función de la anulación del laudo (que ya no se limitaría a las causales taxativamente establecidas en el artículo 63 de la Nueva Ley de Arbitraje) pues podría tutelarse la afectación a cualquier derecho constitucional. Solo así el proceso de anulación de laudo podría ser una vía idónea frente al amparo.

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(…) la reducción del monto de la cláusula penal conforme al artículo 1346 del Código Civil” (fundamento n. 15); o cuando, tildando de parcializado al Tribunal arbitral, este mismo juez considera que por existir dos pericias contradictorias se debió mandar actuar una pericia dirimente, ¡y hasta sugirió la actuación de un medio probatorio! Todo esto indica que el TC descendió definitivamente de su limbo de supremo intérprete de la Constitución donde habita, para “poner orden” en cuestiones que única y absolutamente le corresponde a un juez de mérito o un árbitro. Poco o nada le importó que haya o no una cuestión de estricta constitucionalidad, ni mucho menos (qué va) permitirse dar algunas sugerencias sobre cómo se valoran mejor los medios probatorios.

En tercer lugar, el grueso de la más autorizada doctrina que trata del tema de la inexistencia en el derecho procesal, acostumbra a poner como ejemplo una sentencia pronunciada por alguien que no está investido de jurisdicción, que no haya sido firmada o que carezca de la parte decisoria. Ahora, si la parte decisoria o resolutiva de una sentencia expedida por un órgano colegiado, sea cual fuere, es una simple razón de relatoría (como si aquella fuera menos importante que los considerandos), ¿es posible afirmar que nos encontramos frente a una verdadera sentencia?

Si los jueces Beaumont y Eto declararon la “inaplicabilidad” (sea lo que esto signifique) pero no el reinicio del proceso arbitral, y el juez Mesía prefirió un nuevo proceso arbitral, pero omitiendo establecer si el laudo es nulo, ineficaz o “inaplicable”, ¿hay una verdadera decisión? Me parece que no, pues la razón de relatoría (la “parte decisoria”) es una especie de “conclusión” o, más bien, una “interpretación” de los votos singulares hecha por el relator, lo cual contraviene toda formalidad mínima que requiere una resolución para ser tal, ¡pues no son los propios jueces quienes emiten el verdadero mandato! Aún más, del recuento del caso por la propia sentencia, se desprende que el demandante pidió que se declare nulo o se deje sin efecto el laudo arbitral y, aunque el TC no declaró uno ni otro, sí ordenó un nuevo proceso arbitral, tal como se verifica en la “parte decisoria”. ¿Será una sentencia inexistente por no haber una verdadera decisión o, a lo mejor, una sentencia extra petita? Quién sabe. Lo cierto es que no pudo haberse hecho peor: la STC N° 05311-2007-PA/TC ni siquiera por la forma se salva.

Finalmente, me viene a la cabeza el origen de la relación entre el vocablo “fallo” y las decisiones de los jueces. Se dice que así se les denominaba porque casi siempre se equivocaban, y esta sabiduría popular parece justificarse en el particular caso. Sin embargo, hasta dicho vocablo parece ser insuficiente.