Eduardo Pellejero, Post- Scriptum (Castellano)

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Eduardo Pellejero Post-scriptum sobre las condiciones de posibilidad de una política de la literatura Si hablamos de la inscripción de la literatura en los cuerpos individuales, o si señalamos la posibilidad de una desincorporación en relación a los cuerpos colectivos a través de la escrita; si constatamos, de forma general, un devenir-menor de las poéticas latino-americanas de cuyos efectos políticos todavía no sacamos todas las consecuencias, debemos presuponer que la ficción y la realidad se tocan en algún lugar, se sobreponen o, mejor, entran en una zona de indiscernibilidad. Más generalmente, la posibilidad de una relación efectiva entra estética y política remite a un plano común, a un orden inmanente cuya lógica ha sido diversamente abordada por el pensamiento contemporáneo, sobre todo cuando consagrado a pensar las formas de intervención de la creación artística. Remitir la cuestión a una estética primera (Rancière) o a un plano de inmanencia (Deleuze) son algunas de las formas contemporáneas de dar cuenta de esa condición de posibilidad, cuya determinación es una exigencia para cualquier filosofía que pretenda inscribir el arte en el contexto de una pragmática ampliada. Sea el caso de Deleuze. En la idea de que la literatura es o puede llegar a ser algo más que una sublimación de nuestros deseos fallidos, en la idea de que la literatura es un objeto más entre otros objetos, máquina entre máquinas, y que el escritor “emite cuerpos reales” 1 , Deleuze desarrolla una ontología de la expresión. Esa ontología conoce diferentes formas en su obra, pero gana una consistencia impar a través del concepto de agenciamiento de deseo, en 1 Deleuze, Pourparlers, Paris, Minuit, 1990; p. 183.

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Eduardo PellejeroPost-scriptum sobre las condiciones de posibilidad de una política de la literatura

Si hablamos de la inscripción de la literatura en los cuerpos individuales, o si señalamos la

posibilidad de una desincorporación en relación a los cuerpos colectivos a través de la escrita; si

constatamos, de forma general, un devenir-menor de las poéticas latino-americanas de cuyos efectos

políticos todavía no sacamos todas las consecuencias, debemos presuponer que la ficción y la

realidad se tocan en algún lugar, se sobreponen o, mejor, entran en una zona de indiscernibilidad.

Más generalmente, la posibilidad de una relación efectiva entra estética y política remite a

un plano común, a un orden inmanente cuya lógica ha sido diversamente abordada por el

pensamiento contemporáneo, sobre todo cuando consagrado a pensar las formas de intervención de

la creación artística. Remitir la cuestión a una estética primera (Rancière) o a un plano de

inmanencia (Deleuze) son algunas de las formas contemporáneas de dar cuenta de esa condición de

posibilidad, cuya determinación es una exigencia para cualquier filosofía que pretenda inscribir el

arte en el contexto de una pragmática ampliada.

Sea el caso de Deleuze. En la idea de que la literatura es o puede llegar a ser algo más que

una sublimación de nuestros deseos fallidos, en la idea de que la literatura es un objeto más entre

otros objetos, máquina entre máquinas, y que el escritor “emite cuerpos reales”1, Deleuze desarrolla

una ontología de la expresión. Esa ontología conoce diferentes formas en su obra, pero gana una

consistencia impar a través del concepto de agenciamiento de deseo, en tanto unidad de análisis que

articula estratégicamente una serie de elementos heterogéneos (discursos, instituciones,

arquitecturas, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones

filosóficas, etc.). Alternativa conceptual al sujeto y a la estructura, el agenciamiento de deseo

permite a Deleuze refundar una teoría de la expresión eliminando cualquier trazo representativo.

Relacionando los flujos semióticos con los flujos extra-semióticos y las prácticas extra-discursivas,

más allá de las relaciones de significante a significado, de representante a representado, el

agenciamiento es una relación de implicación recíproca entre la forma del contenido (régimen de

cuerpos o maquínico) y la forma de la expresión (régimen de signos o de enunciación). En este

sentido, señala Deleuze, cualquier agenciamiento tiene dos caras: “No hay agenciamiento

maquínico que no sea agenciamiento social de deseo, no hay agenciamiento social de deseo que no

sea agenciamiento colectivo de enunciación (...) Y no basta con decir que el agenciamiento produce

el enunciado como lo haría un sujeto; él en sí mismo es agenciamiento de enunciación en un

proceso que no permite que ningún sujeto sea asignado, pero que permite por ello mismo marcar

con mayor énfasis la naturaleza y la función de los enunciados, puesto que estos no existen sino

como engranajes de un agenciamiento semejante (no como efectos, ni como productos). (...) La 1 Deleuze, Pourparlers, Paris, Minuit, 1990; p. 183.

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enunciación precede al enunciado, no en función de un sujeto que lo produciría, sino en función de

un agenciamiento que convierte la enunciación en su primer engranaje, junto con los otros

engranajes que van tomando su lugar paralelamente”2. En otras palabras, los cuerpos y los

enunciados, las palabras y las cosas, son parte de un mismo regimen de expresión, de una misma

configuración del deseo (siempre abierta, por otra parte, a nuevas configuraciones, en la medida en

que todo agenciamiento comprende puntas de desterritorialización, líneas de fuga por donde se

desarticula o se metamorfosea). Es a partir de esa ontología que, retomando la noción bergsoniana

de fabulación para darle un sentido político, Deleuze restituye toda su potencia a la literatura. La

máquina de proyectar de la escritura no es separable del movimiento de la política: subjetiva, la

escritura remite a la subjetividad de los grupos donde comienza a hacer sentido como expresión,

donde deja de ser un mero devaneo de la imaginación para pasar a formar parte de una

agenciamiento colectivo de enunciación (“la fuerza de proyección de imágenes es inseparablemente

política, erótica y artística”3). La literatura es un engranaje (de)más, una formación suplementaria,

lado a lado con los equipamientos del saber y del poder, las configuraciones de la subjetividad y las

canalizaciones del deseo que dan consistencia a una sociedad; y, en esa misma medida, concurre en

la articulación (siempre fallida) de lo común.

Más cerca de nosotros, Jacques Rancière propone que arte y política no son dos realidades

separadas cuya relación estaría en causa, sino dos formas de división de lo sensible dependientes de

una estética primera: especie de a priori histórico que determina regímenes específicos de

identificación (de lo público y de lo privado, de lo individual y de lo colectivo, del arte y del

trabajo, etc.)4. Desde ese punto de vista, la política comprende una estética, en la medida en que

establece montajes de espacios, secuencias de tiempo, formas de visibilidad, modos de enunciación

que constituyen lo real de la comunidad política. Al mismo tiempo, el arte comprende una política

por la distancia que guarda en relación a esas funciones, por el tipo de tiempo y de espacio que

establece, por la forma en que divide ese tiempo y puebla ese espacio. Lo que liga la práctica del

arte a la cuestión de lo común, el lazo entre estética y política es la constitución, al mismo tiempo

material y simbólica, de un determinado espacio-tiempo (en el cual se redistribuyen las relación

entre los cuerpos, las imágenes, las funciones, etc.), produciendo cierta ambigüedad en relación a

las formas ordinarias de la experiencia sensible (lo propio del arte, según Rancière, consiste en

practicar nuevas formas de esa articulación de esa experiencia). “La relación entre estética y política

es entonces, más concretamente, la relación entre esta estética de la política y la política de la

estética, es decir la manera en que las prácticas y las formas de visibilidad del arte intervienen en la

2 Deleuze-Guattari, Kafka: Pour une litterature mineur, Paris, Minuit, 1975; pp. 147-152.3 Deleuze, Critique et clinique, Paris, Minuit, 1993; p. 148.4 Cf. Rancière, A partilha do sensível: estética e política, traducción portuguesa de Mônica Costa Netto, São Paulo,

Ed. 34, 2005; pp. 15-26.

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división de lo sensible y en su reconfiguración, en el que recortan espacios y tiempos, sujetos y

objetos, lo común y lo particular. La estética tiene su política propia que no coincide con la estética

de la política más que en forma de compromiso precario. No hay arte sin una determinada división

de lo sensible que lo liga a una determinada forma de política (la estética es esa división). La

tensión de las dos políticas amenaza el régimen estético del arte, pero a la vez es lo que le hace

funcionar.”5 La literatura puede momentáneamente colaborar en la conformación política de un

cuerpo social, pero la escritura – en su régimen estético, esto es, tal como la practicamos, la leemos

y la pensamos hoy – tiende a producir una desincorporación en relación a las identificaciones

imaginarias disponibles, tiende a interrumpir las coordenadas normales de la experiencia sensorial

y, a partir de esta, la percepción ordinaria de la división de lo sensible (y sus coordenadas políticas).

Toda la política de la poética contemporánea no puede ser para Rancière sino una política del

disenso (a riesgo de anularse como poética), y no por las intenciones que proyectamos sobre la

literatura, sino por la forma en la cual – en nuestros días – vemos, hacemos y pensamos el arte.

Las tentativas de pensar las relaciones entre estética y política no se limitan a los dos casos

que mencionamos (ni esos casos desconocen problemas de orden teórico y práctico). Como decía

Blanchot, la respuesta auténtica es siempre la vida de la pregunta, y esta es una pregunta que nos

inquieta y nos inquietará quizá por mucho tiempo. No toda obra redefine el arte, de la misma forma

que no todo nacimiento recrea el mundo, pero insiste en esos dos acontecimiento seminales la

esperanza de otro mundo posible, de otro hombre, del devenir (menor) de la conciencia.

5 Rancière, Sobre políticas estéticas, traducción castellana de Manuel Arranz, Barcelona, Servei de Publicacions de la Universitat Autónoma de Barcelona , 2005; p. 33 ; cf. p. 51: “El régimen estético del arte implica en sí mismo una determinada política, una determinada reconfiguración de la división de lo sensible. Esta política se escinde originalmente ella misma, como he intentado demostrar, en las políticas alternativas del devenir-mundo del arte y de la retirada de la forma artística rebelde, sin perjuicio de que los opuestos se recompongan de diversas maneras para constituir las formas y las metamorfosis del arte crítico”.