Educación humanizada

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1 ÉTICA Y RECONOCIMIENTO DEL OTRO: ELEMENTOS SUSTANTIVOS DE UNA EDUCACIÓN MÁS HUMANIZADA Dr. Eulalio Velázquez Licea 1 Universidad Pedagógica Nacional Xalapa, Veracruz MEXICO INTRODUCCIÓN La formación de nuevas generaciones es una actividad específicamente humana que ha ido evolucionando y transformado sus espacios de acción; en un transitar, que se inició como una actividad que permitiera al ser humano adquirir las destrezas necesarias para su sobrevivencia, se convierte en una relación de dependencia y posteriormente, en un bien a su servicio. Como la conocemos actualmente, la escuela se desarrolla hacia los primeros siglos del Medioevo, al amparo de las iglesias parroquiales y catedralicias, consolidando un sistema educativo que para el siglo XVIII tomó forma en los primeros Sistemas Educativos Nacionales, con la finalidad de formar individuos que respondieran de mejor manera a los requerimientos de una sociedad emergente: la sociedad capitalista. En América Latina, que padeció por casi trescientos años de la colonización y una escasa actividad formativa, los sistemas educativos nacionales toman forma definitiva en el siglo XX. En México, no fue sino hasta el año de 1921, después de más de 10 años de lucha fratricida, que se constituye, por primera vez en su historia un sistema educativo cuya cobertura nacional y orientado por principios que en su tiempo fueron los más avanzados en el campo de lo social; ya que es pertinente mencionar que la Constitución Mexicana de 1917. De alguna manera, la inserción de conceptos que se relacionaran con diversidad, reconocimiento del otro y derechos humanos, se ha ido realizando en la medida en que los enfoques educativos cambian la dirección en que se conceptualizan términos como aprendizaje, enseñanza y evaluación, entre otros y en la medida en que los distintos gobiernos van 1 Doctor en Ciencias Pedagógicas, Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 301 de Xalapa, Veracruz. México.

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Nos ayuda a ver la educación desde otro punto de vista

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ÉTICA Y RECONOCIMIENTO DEL OTRO: ELEMENTOS SUSTANTIVOS DE UNA EDUCACIÓN MÁS HUMANIZADA

Dr. Eulalio Velázquez Licea1 Universidad Pedagógica Nacional

Xalapa, Veracruz MEXICO

INTRODUCCIÓN

La formación de nuevas generaciones es una actividad específicamente

humana que ha ido evolucionando y transformado sus espacios de acción; en

un transitar, que se inició como una actividad que permitiera al ser humano

adquirir las destrezas necesarias para su sobrevivencia, se convierte en una

relación de dependencia y posteriormente, en un bien a su servicio.

Como la conocemos actualmente, la escuela se desarrolla hacia los

primeros siglos del Medioevo, al amparo de las iglesias parroquiales y

catedralicias, consolidando un sistema educativo que para el siglo XVIII tomó

forma en los primeros Sistemas Educativos Nacionales, con la finalidad de

formar individuos que respondieran de mejor manera a los requerimientos de

una sociedad emergente: la sociedad capitalista.

En América Latina, que padeció por casi trescientos años de la

colonización y una escasa actividad formativa, los sistemas educativos

nacionales toman forma definitiva en el siglo XX. En México, no fue sino hasta

el año de 1921, después de más de 10 años de lucha fratricida, que se

constituye, por primera vez en su historia un sistema educativo cuya cobertura

nacional y orientado por principios que en su tiempo fueron los más avanzados

en el campo de lo social; ya que es pertinente mencionar que la Constitución

Mexicana de 1917. De alguna manera, la inserción de conceptos que se

relacionaran con diversidad, reconocimiento del otro y derechos humanos, se

ha ido realizando en la medida en que los enfoques educativos cambian la

dirección en que se conceptualizan términos como aprendizaje, enseñanza y

evaluación, entre otros y en la medida en que los distintos gobiernos van

1 Doctor en Ciencias Pedagógicas, Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 301 de

Xalapa, Veracruz. México.

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teniendo la voluntad política de incorporarlos en los planes y programas de

estudio.

En este ensayo nos ocuparemos de ir dilucidando, a la luz de los

acontecimientos de hoy día, los componentes que consideramos han de ser los

puntos de referencia de una educación más humanizada, a partir de los

conceptos básicos de formación, educación, ética, diversidad, reconocimiento

del otro y derechos humanos.

Formación y Educación

Como se concibe actualmente, la Educación, supone como valores

propios el hecho de que los seres humanos nunca dejamos de aprender y al

tiempo, nunca dejamos de enseñar, dado que nuestras acciones siempre son

modelo de lo que debe o no debe ser. Por ello, es fundamental la idea de la

educación a lo largo de la vida que se ha postulado desde la UNESCO en su

Declaración de Jomtien, Tailandia en 1990. Al ser un fenómeno social (Zayas,

1999), la educación supone la participación de la sociedad entera en la

personificación de los agentes sociales que la operan y en las fuerzas sociales

que la impulsan y es fundamental la participación de la comunidad en el

proceso docente educativo, en especial en los procesos de enseñanza

aprendizaje.

Es evidente que la igualdad de oportunidades para acceder a la

educación es un principio básico en las sociedades democráticas, por ello, el

indicador cero de la calidad educativa debe serlo la equidad tanto para ingresar

a los programas educativos, como para permanecer en ellos y tener un egreso

exitoso. A partir de ahí habrá que atender a los otro cuatro indicadores de la

calidad educativa, la pertinencia, la eficiencia, la eficacia y la efectividad;

cumpliendo cada uno de sus aspectos. Sin lugar a dudas que todo ello sería

imposible si se hiciera caso omiso a la enorme diversidad que caracteriza a

México, para tomar un ejemplo, como país multicultural, no solo en el plano de

los grupos étnicos, sino en cuanto a los grupos vulnerables y grupos con

especificidades propias.

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Atender a esta gama de necesidades que integran la realidad

latinoamericana, implica a su vez el reflexionar esta problemática y asumir

nuevas vías que posibiliten una educación acorde a las necesidades actuales,

respetuosa de los principios básicos de una sociedad democrática. En suma,

buscar propuestas que permitan formar integralmente la personalidad del

educando, con base en los conocimientos sustantivos de “aprender a conocer,

a hacer, a convivir y a hacer” (Delors, 1999)

Una dimensión hasta ahora olvidada de la educación se retoma en este

enfoque, la visión ética de la educación, a través de la apropiación de valores

que en la cotidianeidad se presentan tanto a los estudiantes como a los

profesores. Específicamente el de formación o educación en valores. El

concepto de formación, acuñado por los pensadores ilustrados del siglo XVIII

(Gadamer, 1991), tiene sus antecedentes en Aristóteles, Herder, Hegel,

Wilhelm Von Humbolt, J. B. Vico, Shaftesbury y H. Bergson, centrando su

concepción en la cultura que permite desenvolver las capacidades naturales

del hombre, la cual de alguna manera atiende a ese proceso formativo en el

espacio cultural que el mismo ser humano ha creado para lograr su desarrollo.

Se entiende aquí por formación, al “proceso y el resultado cuya función

es la de preparar al hombre en todos los aspectos de la personalidad” (Zayas,

1999) dividido en dos procesos: el de instrucción, relacionado con los

conocimientos, capacidades, habilidades y destrezas y el de educación que

supone la posibilidad de un desarrollo de las potencialidades de la persona.

Hans Georg Gadamer (1991) dice en “Verdad y método” que formación es el

conjunto de posibilidades de ser; si se acepta esta definición, sí la pedagogía

tiene como objeto de estudio el proceso formativo del ser humano,

encontramos que la formación habrá de entenderse como un proceso que lleva

a preparar al ser humano en todos los aspectos de su personalidad. Atender,

por tanto, los aspectos a formar en un educando es poner atención a los tres

grandes aspectos que la pedagogía actual asume: el cognitivo, el afectivo y el

procedimental.

La escuela es el ámbito natural en el cual se realiza ese proceso, pero

no el único, razón por la cual en el mundo actual nos enfrentamos a tal

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cantidad de distractores que merman ostensiblemente a la mejor práctica

educativa. La atención a la formación de valores se ha concebido desde

diferentes enfoques disciplinarios de la filosofía, la psicología y la sociología.

Por otra parte, se han visualizado para su enseñanza diferentes puntos de

partida que suponen a su vez una concepción teórica de la formación de

valores.

La ética y la axiología

La Ética se presenta como un cuestionarse sobre decisiones ante

dilemas ocasionados por diferentes normas y códigos que se enfrentan en

situaciones de conflicto; hace referencia a la validez de determinadas normas

que en la moral, rigen la conducta personal en el proceso de las relaciones

interpersonales o cotidianas, a partir de una definición fundamental.

“Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral; o también, de

la moral efectiva, vivida a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con

los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los

problemas teórico-morales, o éticos” (Sánchez Vazquez, 1969)

Una ciencia teórica que atiende a asuntos prácticos relacionados con la

conducta humana en sociedad y que se enfoca a adoptar puntos de vista

acerca de los conflictos entre valores. Desde esta perspectiva, la ética aborda

la problemática de los valores. El concepto de valor aparece en la literatura

especializada por primera vez en el campo de la Economía con Adam Smith.

Posteriormente quienes más han desarrollado este concepto han sido los

filósofos, precisamente en el siglo XIX este término es introducido a la filosofía

por el francés Pierre Lapí y posteriormente, a finales de ese siglo surge una

disciplina, conocida como Axiología o Teoría General de los Valores cuyos

representantes fueron Alexius Meinong, H. Lotze, W. Windelband, R. Karen, F.

Nietzche así como G. Müstenberg y H. Rickert. (Velázquez Licea, 2002, 9)

¿Que entender por valor? Para responder a esta pregunta es necesario

acudir a la filosofía y en particular a la ética axiológica. El término valor se

define como un término relacional entre lo objetivo y lo subjetivo; su objetividad

reside en la sociedad, al menos en tres niveles, el macro que abarca a toda la

sociedad, que cuenta con un sistema objetivo de valores los cuales inciden de

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una u otra manera en el ser humano; otro, delimitado por el marco histórico

social y definido en función de las tradiciones culturales de los pueblos y de la

Humanidad en general, que tiene que ver con la manera en que un individuo o

una sociedad conceptualizan a esos valores y finalmente, los valores que esa

determinada sociedad establece en función de la ideología predominante y que

se objetivan a través de las leyes positivas que rigen a una nación. Su

subjetividad, por otra parte, debe entenderse en el sentido de la manera en que

el individuo interioriza esos valores, les otorga un significado positivo y los pone

en práctica. De ahí que el concepto de valor sea entendido como la

significación socialmente positiva2 de una acción, suceso o fenómeno. Lo

contrario, en todo caso, es el antivalor, lo que no es valioso.

En la concepción ética, el análisis de los valores como parte de la

ideología y la actividad práctica de los individuos en la sociedad, se presenta

en forma de un sistema histórico social concreto, donde los valores morales se

ínter penetran con los restantes valores –políticos, jurídicos, religiosos,

sociales, estéticos-, sólo que los valores morales como parte de la esfera moral

de las personas tienen una función orientadora y reguladora por excelencia, es

por ello que se centra la atención en el enfoque ético de los valores por el lugar

que ocupan y el papel aglutinador que desempeñan dentro del sistema de

valores en general.

El valor moral, además, integra a su interior cuatro componentes

fundamentales:

“1. - El componente cognitivo, con su acervo de conocimientos pero delimitado

históricamente.

2. - El componente afectivo-volitivo, que desempeña un papel definitivo en la

conducta moral del individuo, dado que posibilita la realización de la acción.

3. - El componente de orientación ideológica, que tiene como sustento los

intereses que mueven a determinadas formas de actuación de grupos, individuos o

clases sociales.

4. - El componente vivencial, que refiere a lo vivido por el individuo, sus

experiencias en tanto ser humano y ser moral en sus relaciones con otros seres

2 En este contexto, lo positivo se refiere a los que es bueno, útil, deseable para la persona y la sociedad,

asumiendo así el dictum kantiano que sostiene: “Actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal” (Vázquez, 1969, Saenz, 1981))

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humanos y la naturaleza, así como por el tipo de acciones que realiza a través de su

actividad.

Estos cuatro componentes están íntimamente ligados y en la práctica

constituyen, como la realidad misma, una totalidad compleja” (Velázquez Licea, 2002

(pág. 14))

Otra categoría fundamental que se aporta desde la perspectiva filosófica

de la formación de valores es la de Orientación Valorativa, a la que se define

como una estructura en el ámbito de la conciencia de los individuos y que

expresa una preferencia, inclinación hacia determinados valores o anti valores,

que se nutren de los componentes internos de cada sujeto. La orientación

valorativa es, por tanto, una noción esencial a tener en cuenta en el proceso de

la formación de valores. Finalmente, la Valoración Moral, expresa un fenómeno

mediatizado por la escala de valores del sujeto, sus circunstancias y

condiciones internas, además del sistema de valores impuesto por la sociedad,

factor éste externo al sujeto, que implica un juicio de comparación, preferencia,

clasificación y jerarquía.

Una mirada a la historicidad de los valores.

Lo que se ha dado en llamar “crisis de valores”, va más allá de un mero

olvido o un rechazo a determinada escala valorativa. En las últimas décadas,

se ha experimentado un cambio vertiginoso de la sociedad, en este proceso va

dejando atrás usos y costumbres, escalas de valores y prácticas sociales. Por

estas razones, hablar de ética, educación y derechos humanos, estableciendo

las relaciones que entre ellos existen no está fuera de lugar, si se acepta la

premisa de que tanto la educación, como los derechos humanos, son valores

sociales y objeto de estudio de la ética. Lo histórico social constituye el

contexto donde se presenta la dinámica de los valores, captada en el enfoque

sociológico, que es la expresión lógica y científica reflejada en el orden de los

conceptos, los principios y las leyes de la sociología.

Los aportes de las ciencias históricas y sociales al estudio de los valores

consisten fundamentalmente en tres aspectos:

“Primero, que en la sociedad coexisten diferentes escalas de valores,

dependiendo del grupo social al que se pertenezca (contenido clasista).

Segundo, que existen valores cuya vigencia tiene existencia temporal (carácter

histórico social concreto).

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Tercero, que hay un grupo de valores, los llamados universales, que se

mantienen independientemente del tiempo y el lugar (carácter histórico general

y continuidad)”. (Velázquez Licea, 2002 (pág. 24))

Actualmente no podemos decir que existen realidades separadas, al

modo de una mónada de Leibniz; por el contrario, la totalidad sistémica en la

que nos encontramos inmersos es cada día más evidente al límite de hablar de

una relación interdependiente de la ciencia, la tecnología y la sociedad. No es

gratuito que los primeros sistemas educativos nacionales, fuera determinado

por las circunstancias históricas de la Revolución Industrial al final del siglo XIX.

Como tampoco lo fue el hecho de que la Declaración Universal de los

Derechos Humanos se proclamara y signara a poco de terminar la Segunda

Guerra Mundial y una vez ocurrido el Holocausto.

La educación y la realidad social

La educación vista desde la perspectiva del desarrollo no solo

económico y social, sino moral y cívico es una oportunidad para promover la

equidad en el acceso a oportunidades, por tal razón ha sido validada en el

marco de los Derechos económicos, culturales y sociales, que tienen su origen

en la Revolución Industrial europea y por primera vez en el mundo, adquieren

carta de derecho en México, en la Constitución Política de 1917.

Los derechos sociales como el derecho a la educación, si bien es cierto

transfieren ciertas responsabilidades al Estado, mantienen el derecho de la

familia y de los padres de familia en particular para la formación de los niños y

jóvenes; se tiene así, diversos agentes sociales encargados de la educación: la

familia, la escuela, las organizaciones sociales y muy recientemente, los

medios electrónicos de comunicación. Es decir, la educación, como fenómeno

social, tiende como casi todas las actividades sociales a la globalización.

La globalización de la economía y de la información; la revolución

científico-técnica que ha modificado nuestra visión del mundo; la brusca

transformación de muchas sociedades rurales en meramente consumistas, con

la consecuente sobreexplotación de los recursos naturales y el grave deterioro

en las condiciones ambientales han contribuido, al menos para la gran mayoría

de la población mundial en una depauperación de las potencialidades de

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millones de seres humanos. A esta situación contribuye también el

resurgimiento de fundamentalismos de todo tipo, principalmente de orden

religioso o racial.

Las diferencias cada vez mayores en la economía de los pueblos,

producto de las políticas neoliberales, ha llevado a plantear la paradoja de no

poder hablar de calidad de vida si, al mismo tiempo, se carece de lo más

elemental. En el mundo es cada vez mayor la población que soporta estas

carencias lo que la obliga a transformar su existencia en una constante lucha

por la vida. Ante este reto, lo consecuente es adoptar una postura que permita

desde nuestro horizonte cultural, rescatar lo valioso de la cultura de la

Humanidad y en un proceso de síntesis hermenéutica generar una nueva

cultura del progreso, del desarrollo y del bienestar. Los temas actuales de la

agenda universal y nacional: educación y proyecto nacional, globalización,

calidad de vida, derechos humanos y política de Estado, evidencian el grado de

conciencia logrado sobre esta problemática y a su vez hace que los maestros y

maestras se comprometan y asuman como suyos los principios que propician

el desarrollo integral de las nuevas generaciones.

En los últimos años se ha llegado a tener consenso sobre la idea de que

la escuela más que transmisora de conocimientos, más que reproductora de la

cultura vigente, ha de ser un espacio en el cual se dibuje y proyecte una

imagen de lo que debe ser el Hombre, es decir, un espacio de formación que

privilegie las potencialidades y capacidades de los niños y las niñas en una

educación por y para la vida. Un aspecto que también se destaca es el de las y

los maestros, quienes en los diferentes niveles educativos tienen como tarea la

formación de las nuevas generaciones. Como profesionales de la educación

deben asumir el compromiso que esta tarea supone, en primer término, el

reconocimiento de la necesidad de realizarla, a partir de conocer las

condiciones reales del mundo en el cual se vive, de sus contradicciones,

fortalezas y debilidades, dicho reconocimiento es un primer paso hacia la

aceptación de que es urgente desarrollar programas que profesionalicen a los

educadores en el campo de la formación de valores que es posible, siempre y

cuando quien se encarga de esta tarea, tenga la formación e información

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necesaria sobre los aspectos teóricos y metodológicos que se supone

posibilitan esa formación.

Otro aspecto fundamental es el tratamiento, de la integración de los

contenidos que ofrecen otras disciplinas que han abordado diferentes aristas

del problema de los valores, su desarrollo histórico, su vigencia en la sociedad,

su fundamento axiológico y ético, su desarrollo en la personalidad del individuo,

entre otros y que le sirven de bases teóricas y metodológicas.

La educación desde la perspectiva de los Derechos Humanos

El papel de la Educación como detonador del desarrollo social, como un

valor en primera instancia y más adelante como un derecho, se evidencia en el

artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Carbonell,

2007), que a la letra dice:

“1.Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita,

al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción

elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser

generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de

los méritos respectivos.

2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad

humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades

fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las

naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las

actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que

habrá de darse a sus hijos.”

Del mismo modo, en nuestra Constitución Política y en varias leyes

relacionadas con la protección a las minorías, así como en diversos

Manifiestos, Pactos y Convenciones internacionales3.

De ahí la relevancia de atender, desde diferentes perspectivas y agentes

sociales, esta arista tan importante en la formación de una conciencia cívica y

social de las personas en sus roles de padre de familia, ciudadano, trabajador y

3 En México, la Ley federal para prevenir y eliminar la discriminación (cap. III, art. 10., fracc. I) y la Ley

para la protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes (cap. X, art. 32) y en el plano internacional en el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales (art.13, fracs. 2 al 4), Convención sobre los derechos de los niños (arts. 28 y 29), Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes (Parte IV, arts. 22 y 23 y Parte VI, arts. 26 al 31) entre otros. (Carbonell, 2007)

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sobre todo participante en la gran aventura que significa vivir. No hay actividad

más humana que la educación, ya que bien llevada, propicia la creatividad y

con ella, el desarrollo de la cultura, de la ciencia, del arte y fundamentalmente

del hecho de transformar a la naturaleza en una creación del ser humano. Los

procesos en los cuales se desarrolla el hecho educativo, conllevan a su vez a

la apropiación de la cultura, la que, como afirma Pablo Latapí Sarre (Sarre,

1998):

“Si entendemos cultura como un conjunto de categorías y valores compartidos

que nos permite dotar de sentido al mundo en que vivimos, sólo una institución como

la escuela –sobre todo en los niveles primario y secundario-, situada por encima de las

divisiones entre los grupos económicos y sociales, es capaz de generarla y

reproducirla para una colectividad compleja”

La educación se erige en el sentido de los intelectuales decimonónicos,

en una especie de panacea, que permite salvar las brechas de la inequidad y la

exclusión, comunes en América Latina. Autores como Hopenhayn y Ottone

(Ottone, 1999) reconocen la necesidad de ofrecer una educación de mayor

calidad que permita igualar en cierta medida, las oportunidades de la población

a acceder a mejores niveles de vida. Es inexplicable que México tenga un

presupuesto porcentualmente igual a los países mejor calificados del mundo en

el campo educativo y sin embargo, obtenga los últimos lugares en las

evaluaciones internacionales. En este rubro, el discurso oficial debe ir paralelo

a un aprovechamiento racional de los recursos humanos disponibles que cada

día son mayores.

El nivel educativo de un país determina de manera segura el grado de

progreso del mismo y si a esto se agrega la calidad, es indiscutible que la

fuerza natural de la sinergia generada, rendiría frutos aún no imaginados. ¿Qué

hacer ante los retos que esta situación presenta? Durante muchos años la

Educación Básica fue un proyecto no solo prioritario sino también estratégico

del estado mexicano. La creación de la Secretaría de Educación Pública en

1921, responde a una de las exigencias, bandera de lucha de la Revolución

Mexicana, que retomó los ideales liberales y conservadores de José María Luis

Mora y Lucas Alamán, quienes desde sus trincheras ideológicas, no dejaban de

percibir un México grande, donde su población, -que para 1821 contaba con

una tasa superior al 80 % de analfabetismo- fuera un país educado. Durante

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todo el siglo XIX, incontables intelectuales latinoamericanos soñaron con una

Latinoamérica libre y educada. Para 1921, 100 años después, la tasa de

analfabetismo seguía igual.

Actualmente, un campo de la vida social donde existe poco respeto a

nuestros derechos es el campo de la educación, en especial de la educación

básica, a la que hay que reconsiderar en prácticamente todas sus dimensiones.

Democratizar los sistemas educativos es una necesidad impostergable, que

únicamente la fuerza de las voces mediada por las acciones y la tan usada

“voluntad política” lo hará posible. La propia UNESCO en documentos tales

como la Recomendación sobre la Educación para la Comprensión, la

Cooperación y la Paz Internacionales y la Educación Relativa a los Derechos

Humanos y las Libertades Fundamentales (Schmelkes, 1998), entiende la

educación como:

“El proceso de la vida social a través del cual los individuos y los grupos

sociales aprenden a desarrollar conscientemente y por beneficio de la comunidad

nacional e internacional el conjunto de sus capacidades, aptitudes y conocimientos”

Los esfuerzos por ampliar la cobertura educativa debe llevar asociado el

convencimiento de que solo con base en la calidad de ese proceso educativo

se logrará cerrar las brechas que la explotación, la corrupción y la ausencia de

una verdadera planeación en América Latina y el Caribe.

La perspectiva de la educación en México

La escuela no es la única institución social dedicada a esta formación,

existen otras con esta función, como la familia, sin embargo, la única función de

la escuela es formar, en ello va su alta responsabilidad que responde a un

encargo social. Ahora bien, la problemática que supone la formación de valores

en las nuevas generaciones, se encuentra en lo que se ha dado en llamar los

Temas Transversales, que surgen de la necesidad de alcanzar el gran fin de la

educación escolar, la educación global e integral de los y las niñas para

desenvolverse como personas responsables y democráticas en la realidad

social y cultural en la que vivimos y estamos inmersos.

Por lo tanto, dicha educación no sería global, si no contemplara esta

necesidad de nuestra sociedad de generar y desarrollar actitudes, valores y

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hábitos para que el día de mañana, los niños/as de hoy de forma responsable,

hagan del mundo un mejor lugar para vivir todos juntos. Como Abraham

Magendzo (Magendzo, 2000) afirma:

“La transversalidad es un enfoque dirigido al mejoramiento de la calidad educativa, y

se refiere básicamente a una nueva manera de ver la realidad y vivir las relaciones

sociales desde una visión holística o de totalidad, aportando a la superación de la

fragmentación de las áreas de conocimiento, a la aprehensión de valores y formación

de actitudes, a la expresión de sentimientos, maneras de entender el mundo y a las

relaciones sociales en un contexto específico.”

En resúmen la transversalidad tiene como uno de sus propósitos

fundamentales el desarrollo de Competencias, entendidas éstas como el

conjunto integrado de conocimientos, procedimientos, actitudes y valores, que

permite un desempeño satisfactorio y autónomo ante situaciones concretas de

la vida personal y social. ¿Cómo se visualiza la Transversalidad? A través del

currículum explícito, es decir, de los planes y programas de estudio y del

currículum implícito. En la propuesta que ofrece el Sistema Educativo

Mexicano, dentro de su organismo rector la SEP (Secretaría de Educación

Pública, 2007) tenemos los ejes temáticos o transversales son:

Educación valoral.

Educación para la salud.

Educación para el Apego a la Legalidad.

Educación Ambiental.

Educación Intercultural.

Educación para el Consumo.

Educación para la Paz.

Perspectiva de Género.

Educación para los medios.

Educación en Derechos Humanos.

Educación para la Sexualidad.

Educación para la protección civil.

Educación vial.

¿Cómo llevar al aula estos conceptos y desarrollarlos de tal manera que

los estudiantes tengan un aprendizaje significativo? Los docentes necesitan

entonces de cuatro condiciones:

Un saber disciplinario, que se ancla sobre la enseñanza elemental y que

plantea contenidos ligados a la reflexión eurística y la reflexión sobre la

didáctica de las nociones a transmitir.

Un saber didáctico, el cual debe estar constituido por los conceptos generados

en el seno de la didáctica

Un saber pedagógico o saber procedimental, el cual establece las reglas de

acción de manera proposicional y

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La habilidad del docente pata traducir los contenidos y su forma de

organización en el currículum, que solo la experiencia parece dar.

Globalización y educación

Más de alguna vez hemos escuchado o dicho, que la mejor manera de

dar significado a la formación del ser humano es apelando a los valores como

la parte esencial que determina al aprendizaje, dado que pasa por la

experiencia personal y a través de ella se integra al repertorio individual de

saberes de cada uno de nosotros. Al respecto, la formación de valores como

expresión pedagógica de la educación se debe fundar en la posibilidad de

experimentar situaciones que nos permitan comprender en la práctica la

complejidad que significa, es decir, optar por un aprendizaje situacional que

imprima una relación significativa en el actuar personal, tratando de integrar un

proceso educativo que interrogue e involucre a todos los que en él participen.

Hoy, más allá de repetir los conceptos teóricos y las ideas de los

especialistas en materia de valores, ética y derechos humanos, se intenta

hacer una reflexión de lo que se considera podría ser la Educación en Valores

como la expresión más elevada del ser humano. Sin embargo, la época actual

está signada por un fenómeno que aplasta las posibilidades de la diversidad, la

globalización de una ideología, la ideología neoliberal, que en el discurso

pedagógico se traduce en una sustitución de los valores por el consumismo y la

mercadotecnia.

El capitalismo salvaje, que en el terreno de las ciencias sociales se

conoce con el nombre de neoliberalismo es, junto al neoconservadurismo, los

herederos de la filosofía y la epistemología que se sustentan en los principios

del subjetivismo e individualismo extremos, que los lleva a sostener que lo

único verdadero es lo que conoce el sujeto, de ahí que deriven, como en las

viejas escuelas de la Grecia clásica en el relativismo, el escepticismo y el

agnosticismo como posibles alternativas que a su vez los hacen sustentar tesis

nihilistas e irracionales. Su desarrollo en el campo de las ideas, es un resultado

de lo que se ha dado en llamar, dentro de la filosofía, el fenómeno del fin de la

Modernidad y el advenimiento de la época Postmoderna. Esta involución del

pensamiento filosófico, ha afectado, como era de esperarse, algunos

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planteamientos en el campo de la política, la economía y la cultura y

evidentemente, en la educación. A esto hay que agregar los cambios que

impone la revolución científico técnica en el campo de la información.

Desde la perspectiva de la política internacional, el fin de los estados del

socialismo real, para 1989, transforman el débil equilibrio internacional en una

hegemonía que en la práctica se venía anunciando desde el fin de la segunda

guerra mundial. No debemos olvidar que en el mundo, hasta ahora, sólo hemos

padecido dos verdaderas hegemonías, la primera obtenida por Inglaterra a

partir de la derrota del imperio napoleónico y la segunda, la que padecemos

actualmente, la de Estados Unidos. Hablar de estos fenómenos pareciera algo

que no encierra mayor significado, sin embargo, la realidad diariamente nos

enseña lo contrario. Todos estos fenómenos impactan de manera directa la

actividad social.

A veces cabe preguntarse, ¿cómo es posible que siendo tan ricos en

recursos naturales, seamos tan pobres? ¿Cómo explicar a nuestros hijos, a

nuestros nietos que a pesar de tener tanto petróleo, por ejemplo en México,

todavía no se ha remontado el nivel de subdesarrollo?, en fin, el ser pobres,

pero pobres de solemnidad. La doctrina del neoliberalismo y sus instrumentos

político-financieros recomiendan, cobijados en la bandera de un falso concepto

de democracia, la disminución de las funciones del Estado, o sea el fin del

Estado benefactor, la venta de recursos naturales, privilegiando la inversión

extranjera como la panacea para todos los males, con el resultado inmediato

del empobrecimiento irremediable de nuestros países, que en una justa

competencia podrían tener y deben tener una mejor calidad de vida.

Conforman un panorama nada halagador, en los países de América

Latina que han sucumbido a tres coordenadas históricas inéditas hasta hace

poco tiempo, afectándonos de manera sustantiva al igual que al resto de los

países pobres del mundo:

La consolidación del neoliberalismo como doctrina política, económica y social

hegemónica.

El fin del socialismo real.

El desarrollo de las TIC’s y la consecuente globalización de la información.

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Como resultado de estos fenómenos sociales, se esboza una

humanidad en la que conceptos tales como Estado-Nación, Territorio Nacional

e Identidad Nacional son conceptos que estorban a los intereses de los

grandes capitales. En el neoliberalismo ¿qué función le queda al Estado? Solo

algunas funciones ya no reguladoras sino de simple vigilancia; de ahí la

reducción paulatina del presupuesto social, que afecta fundamentalmente a

educación y salud. Los tratados bilaterales y multilaterales, TLC, ALCA, que

son el gancho del neoliberalismo para ilusionar a las personas por una mejor

calidad de vida, no son más que “patentes de corso” que provocan el

desmantelamiento de la planta productiva nacional y el consecuente

desempleo masivo, que se traduce en una ola gigantesca de migración al

“american dream”, transformando el campo mexicano en pueblos fantasmas al

estilo de Comala de Juan Rulfo4

Los medios masivos de comunicación, envían a toda hora mensajes

subliminales a la población, cuyo significado fundamental es: “las cosas como

están, están bien, nada puede hacerse para cambiarlas, por tanto, disfrutemos

de las migajas que nos han tocado”. Decir lo anterior es necesario, si lo que se

quiere es abrir un espacio de reflexión, analizando estos fenómenos a la luz de

nuestra perspectiva, en un mundo que aparentemente no ofrece más camino

que la sumisión en todos los campos de nuestra actividad vital. Asumamos

entonces una posición, que sea el producto de una crítica constructiva que

ayude a comprender esta situación y a encontrar nuevamente el camino que

parece negado en el momento en que el paradigma de la emancipación se

considera una carga de la modernidad.

Nuestros países, siguen viviendo condiciones de polarización social; la

elite minoritaria, con gran poder económico y político, asume una cultura de

sumisión conceptual y un “berkelianismo” extremo que los hace negar,

olímpicamente, la existencia de la realidad objetiva. En el extremo contrario, la

mayoría de la población, que a veces no alcanza una media escolar de cinco

grados y cuyos ingresos malamente alcanzan para vivir, un pueblo que vive en

los límites de la sobrevivencia, y por lo tanto no se interesa ni por la política, ni 4 En su novela “Pedro Páramo”.

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por la cultura sino únicamente por saber cómo obtener un poco de dinero para

comer al día de siguiente.

Sin embargo, ¿es posible que existan otras vías? ¿Cuál es la adecuada

para nuestros pueblos? El discurso en boga consiste en afirmar que estos

ideales han pasado a la historia y que aún la historia misma ya es parte de la

historia.

Los caminos de América latina

Si bien es cierto que hablar de modernidad es hacer referencia a una

época determinada de la historia, donde necesariamente toda la Humanidad,

vencedores y vencidos, ricos y pobres, letrados e iletrados tuvieron que

vivirla/padecerla; también es cierto que en ese transcurrir se encuentran

diferentes formas de asumir esa modernidad, con diferentes manifestaciones

políticas, económicas y culturales.

En el análisis y búsqueda de una interpretación de América Latina en la

modernidad, existen al menos cuatro posibles alternativas de racionalidad

moderna:

La realista. Que acepta la forma de producción capitalista, al asumir que

no hay contradicciones en el proceso de desarrollo del capitalismo.

La clásica, “que no borra la contradicción”, pero la presupone como algo

inmodificable el proceso que nos ha llevado a la situación actual.

La romántica, que pide resignación ante los hechos consumados.

Y el ethos barroco, que consiste en la “recuperación del pluralismo y el

bien común”. Y no acepta la modernidad capitalista (Arriarán, 2001)

De este modo queda vigente el paradigma emancipatorio que encuentra

muchos puntos de contacto con la utopía socialista, otra forma de concebir la

modernidad, no capitalista. Precisamente, el “Ethos Barroco” que define esta

época es similar al que definió en su momento el paso por el desencanto del

Humanismo como expresión de una época, frente al brutal enfrentamiento de la

cultura europea occidental, de los reinos de España, con las florecientes

culturas americanas. De la auténtica América y de aquella España que además

trajo, junto con la brutalidad y la violencia, las ideas de Francisco de Vitoria,

Luis Vives, Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, quienes depositaron

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en América a través de sus obras, las ideas del Humanismo Renacentista y con

ellos la semilla de los Derechos Humanos.

El desencanto producido por la imposición de la ley del más fuerte a las

demandas de paz, en contra de la destrucción y la violencia, que pueblos

enteros reclaman como un derecho inalienable, hace que esa época sea muy

similar a la de hoy. Esa modernidad, producto del desencanto de la época,

postula una interpretación unívoca de la realidad social de la que se

desprenden diferentes variantes de la modernidad, entre otros, los

autoritarismos y el socialismo real, prácticamente desaparecidos, quedando en

la lisa del debate internacional la visión eurocéntrica de la modernidad

capitalista y la concepción multicultural que se ofrece en la realidad de América

Latina. Porque si hablamos de modernidad no podemos olvidar que en América

la modernidad se desenvolvió de manera diferente a como lo hizo el viejo

mundo.

La postmodernidad, fenómeno ajeno a América Latina, asume una

interpretación equívoca, muy cercana al relativismo y proclive a las

concepciones del idealismo subjetivo. Es por ello que los pueblos

subdesarrollados son considerados como pueblos “desechables”, lo único

valioso son los recursos naturales, no los humanos. Si la modernidad postula

una única respuesta posible, que asume un carácter de universalidad (unívoco)

y el postmodernismo (neoliberalismo) asume una posición de relativismo

absoluto, nihilismo e irracionalismo, la postura del “todo vale, sálvese quien

pueda”, entonces a partir de nuestra realidad latinoamericana lo que debemos

hacer es postular el equilibrio entre lo particular y lo global, entre nuestra

cultura que encuentra su mediación en el mestizaje y reconoce las

particularidades de la cultura, tanto de la indígena y africana como de la

europea.

La modernidad optó por la integración, es decir, la dependencia de las

culturas autóctonas a la cultura vencedora. La postmodernidad opta por la

ignorancia de las otras culturas, subjetivismo extremo o nihilismo. Es necesario

entonces, postular una nueva vía que asuma a la sociedad multicultural, que

supone el reconocimiento de un género humano universal y de una existencia

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de rasgos culturales diversos que integran, en su conjunto, el acervo cultural de

la Humanidad, el cual no es propiedad de ninguna región del planeta.

(Velázquez, 2002)

Pero eso no es algo que se logra de manera gratuita, puesto que, como

bien lo dice José Ramón Fabelo: “La universalización de la historia no es acto,

ha sido un largo y complejo proceso aún no concluido, con muchas etapas de

signos diferentes” (Fabelo, 2001) En ese sentido, la globalización supone

asumir los postulados que refieren a los aprendizajes básicos del ser humano,

que según Gustavo Torroella5 son tres: Aprender a conocerse a sí mismo,

aprender a convivir y aprender a vivir.

En realidad, el panorama que hoy día presenta el mundo “multicultural”,

es un panorama sumamente complejo. La complejidad del proceso de

modernización y el paso a la modernidad es mayor cuando nos referimos a

países con fuerte presencia de población indígena (Perú, Bolivia, México,

Ecuador, Guatemala), que donde se presentaron “transplantes migratorios”

(Chile, Argentina, Uruguay). Lo cual significa que no hay una regla única, como

nos pretende demostrar el neoliberalismo, para el paso de la modernidad a

otras etapas históricas. Este proceso, en realidad, opera de acuerdo con la

naturaleza histórica de cada país, por ejemplo, en algunos países se identifica

con la modernización económica y en otros con la modernización política.

Eso no significa que se rechacen los procesos de modernización, ni que

la modernización por sí misma sea negativa para el desarrollo de nuestros

pueblos, porque adoptar una posición así implicaría el rechazo a la posibilidad

de superar la situación en la que hoy nos encontramos. Más bien, quiere decir

que esa modernización no ha sido democrática al no alcanzar a todos los

niveles de la población. Veamos por qué.

Un muy destacado pensador peruano, José Carlos Mariátegui, al hablar

sobre los procesos de integración nacional, dice en “Siete Ensayos de

Interpretación a la Realidad Peruana”, que la modernidad y los consecuentes

procesos de modernización no se dieron en Perú ni en América Latina, porque:

5 Tomado de los apuntes del curso impartido por el Dr. Torroella en abril de 1994 en La Habana, Cuba.

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“no se dio históricamente la liquidación de la feudalidad. (a causa de que) Esta

liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen democrático-burgués

formalmente establecido por la revolución de Independencia” (citado en: Arriarán, S.,

2001, 23) Al oponerse a este proceso, los sectores oligárquicos y más

conservadores de las nuevas naciones latinoamericanas e impedir a los

movimientos populares tomar carta de ciudadanía en países que por sus

características son multiculturales y pluriétnicos, la modernidad en América

Latina se transformó en un proyecto frustrado, frustrado al menos desde la

perspectiva de la democracia burguesa, porque si una nación cuenta entre sus

componentes demográficos a un elevado número de pobladores que viven

marginalmente tanto económica, como política y culturalmente, entonces

estamos hablando de ausencia de un proyecto de integración nacional.

Recordemos aquí lo que dijo el Dr. José María Luis Mora, ilustre

ideólogo del ala liberal progresista mexicana en la primera mitad del siglo XIX:

“El elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el buen

uso y ejercicio de la razón, que no se logra sino con la educación de las masas,

sin las cuales no puede haber gobierno popular. Si la educación es monopolio

de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay

que esperar ni pensar en un sistema representativo, menos republicano, y

todavía menos popular” (José María Luis Mora, citado en Velázquez, E., 1999,

41)

Desafortunadamente, la conquista de América por los españoles,

portugueses y posteriormente por los ingleses, colocó a las culturas indígenas

en una situación desigual; situación que prevaleció en México como algo

normal hasta que el 1º de enero de 1994, nos despertamos con la noticia de

que en Chiapas las comunidades indígenas se habían levantado con el grito de

¡Ya basta!, exigiendo en primer término el que los “otros” reconocieran cuando

menos su existencia.

El respeto a las diferencias individuales, a las raíces culturales de los

pueblos y regiones, pero también el impulso a la mejoría en la calidad de vida

de todas las personas, haciendo del ser humano una sola especie, que conviva

en el respeto y la aceptación, pensándonos iguales en la forma y en el

contenido, es que podemos hablar de una verdadera globalización.

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La identidad nacional de América Latina ya no es únicamente indígena o

europea o africana, es una síntesis que constantemente se va modificando y

que debe rescatar lo más valioso de las tradiciones culturales que en su

momento fueron antagónicas, El ser humano es uno, con sus características

específicas, pero uno al fin, de no ser así, la planetarización no es posible,

quedaría como una utopía más. Es imposible suponer la existencia de seres

humanos marginados y marginales si asumimos este nuevo paradigma, que

tiene una fuerte raigambre en una concepción del humanismo real, que no

únicamente predica la tolerancia y el respeto, sino que busca sustentar el

desarrollo en el pleno acceso de toda la población, de la humanidad entera a

mejores condiciones de vida que sientan las bases para que eso sea posible en

un mundo como el actual tan lleno de injusticia e intolerancia. El respeto y la

igualdad de oportunidades bajo igualdad de condiciones, es entonces la

premisa inicial de esta revolución intelectual, que permite concebir una nación

un tanto diferente a la que se concibió al calor de las luchas por la

Independencia, que tuvieron siempre un referente eurocéntrico.

La aceptación de la convivencia a la luz de la diversidad es otra premisa

básica que nos llevará a concebir de una manera incluyente el concepto de

nación, de una nación multicultural que bajo el prisma de lo latinoamericano

conforme efectivamente las bases de una nación tolerante con sus habitantes,

no importa la apariencia que estos tengan, ni la lengua que hablen.

El concepto de nación debe así ser refundado con base en estos

principios, con nuestra concepción de la cultura, una concepción rica y

multicultural, barroca en su esencia y como se dice en México del estilo

arquitectónico barroco, churrigueresco, porque comparte múltiples

componentes que nos hacen ser latinoamericanos y no otra cosa. Evitar los

fundamentalismos y elaborar juntos un proyecto de vida social que permita el

avance real de todos, fundamentalmente en nuestra calidad de vida. La

universalidad del pensamiento, radica precisamente en responder a su

particularidad, premisa válida en el arte y en toda expresión de la cultura

humana. Reafirmemos la identidad cultural y nuestra identidad nacional, a partir

de lo múltiple y diverso, de la riqueza que esta parte del mundo donde nos ha

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tocado la fortuna de vivir nos ofrece; pensemos esta realidad, interpretémosla

desde nuestra especificidad y busquemos las vías para transformarla en algo

digno de vivirse. Ese es el mensaje que supone la Tesis XI sobre Feuerbach,

donde Marx afirma que la función de la filosofía no es únicamente interpretar la

realidad, sino además de transformarla.

Terminemos entonces esta reflexión con un pensamiento que proviene

de la vieja Europa, de Humberto Eco, citado en el magnífico libro de Mauricio

Beuchot y Samuel Arriarán, Virtudes, Valores y Educación Moral, donde los

autores dicen:

“Como ha dicho recientemente Humberto Eco, la Europa del tercer milenio será

mestiza. ..y ¡tan multicultural y barroca como México y América Latina! En todo el

mundo los racistas y los neoliberales habrán pasado a la historia como una raza

extinguida de dinosaurios.” (Beuchot, Mauricio y Arriarán. S., 1999, 113)

BIBLIOGRAFÍA

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