Educación humanizada
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ÉTICA Y RECONOCIMIENTO DEL OTRO: ELEMENTOS SUSTANTIVOS DE UNA EDUCACIÓN MÁS HUMANIZADA
Dr. Eulalio Velázquez Licea1 Universidad Pedagógica Nacional
Xalapa, Veracruz MEXICO
INTRODUCCIÓN
La formación de nuevas generaciones es una actividad específicamente
humana que ha ido evolucionando y transformado sus espacios de acción; en
un transitar, que se inició como una actividad que permitiera al ser humano
adquirir las destrezas necesarias para su sobrevivencia, se convierte en una
relación de dependencia y posteriormente, en un bien a su servicio.
Como la conocemos actualmente, la escuela se desarrolla hacia los
primeros siglos del Medioevo, al amparo de las iglesias parroquiales y
catedralicias, consolidando un sistema educativo que para el siglo XVIII tomó
forma en los primeros Sistemas Educativos Nacionales, con la finalidad de
formar individuos que respondieran de mejor manera a los requerimientos de
una sociedad emergente: la sociedad capitalista.
En América Latina, que padeció por casi trescientos años de la
colonización y una escasa actividad formativa, los sistemas educativos
nacionales toman forma definitiva en el siglo XX. En México, no fue sino hasta
el año de 1921, después de más de 10 años de lucha fratricida, que se
constituye, por primera vez en su historia un sistema educativo cuya cobertura
nacional y orientado por principios que en su tiempo fueron los más avanzados
en el campo de lo social; ya que es pertinente mencionar que la Constitución
Mexicana de 1917. De alguna manera, la inserción de conceptos que se
relacionaran con diversidad, reconocimiento del otro y derechos humanos, se
ha ido realizando en la medida en que los enfoques educativos cambian la
dirección en que se conceptualizan términos como aprendizaje, enseñanza y
evaluación, entre otros y en la medida en que los distintos gobiernos van
1 Doctor en Ciencias Pedagógicas, Profesor Titular de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 301 de
Xalapa, Veracruz. México.
2
teniendo la voluntad política de incorporarlos en los planes y programas de
estudio.
En este ensayo nos ocuparemos de ir dilucidando, a la luz de los
acontecimientos de hoy día, los componentes que consideramos han de ser los
puntos de referencia de una educación más humanizada, a partir de los
conceptos básicos de formación, educación, ética, diversidad, reconocimiento
del otro y derechos humanos.
Formación y Educación
Como se concibe actualmente, la Educación, supone como valores
propios el hecho de que los seres humanos nunca dejamos de aprender y al
tiempo, nunca dejamos de enseñar, dado que nuestras acciones siempre son
modelo de lo que debe o no debe ser. Por ello, es fundamental la idea de la
educación a lo largo de la vida que se ha postulado desde la UNESCO en su
Declaración de Jomtien, Tailandia en 1990. Al ser un fenómeno social (Zayas,
1999), la educación supone la participación de la sociedad entera en la
personificación de los agentes sociales que la operan y en las fuerzas sociales
que la impulsan y es fundamental la participación de la comunidad en el
proceso docente educativo, en especial en los procesos de enseñanza
aprendizaje.
Es evidente que la igualdad de oportunidades para acceder a la
educación es un principio básico en las sociedades democráticas, por ello, el
indicador cero de la calidad educativa debe serlo la equidad tanto para ingresar
a los programas educativos, como para permanecer en ellos y tener un egreso
exitoso. A partir de ahí habrá que atender a los otro cuatro indicadores de la
calidad educativa, la pertinencia, la eficiencia, la eficacia y la efectividad;
cumpliendo cada uno de sus aspectos. Sin lugar a dudas que todo ello sería
imposible si se hiciera caso omiso a la enorme diversidad que caracteriza a
México, para tomar un ejemplo, como país multicultural, no solo en el plano de
los grupos étnicos, sino en cuanto a los grupos vulnerables y grupos con
especificidades propias.
3
Atender a esta gama de necesidades que integran la realidad
latinoamericana, implica a su vez el reflexionar esta problemática y asumir
nuevas vías que posibiliten una educación acorde a las necesidades actuales,
respetuosa de los principios básicos de una sociedad democrática. En suma,
buscar propuestas que permitan formar integralmente la personalidad del
educando, con base en los conocimientos sustantivos de “aprender a conocer,
a hacer, a convivir y a hacer” (Delors, 1999)
Una dimensión hasta ahora olvidada de la educación se retoma en este
enfoque, la visión ética de la educación, a través de la apropiación de valores
que en la cotidianeidad se presentan tanto a los estudiantes como a los
profesores. Específicamente el de formación o educación en valores. El
concepto de formación, acuñado por los pensadores ilustrados del siglo XVIII
(Gadamer, 1991), tiene sus antecedentes en Aristóteles, Herder, Hegel,
Wilhelm Von Humbolt, J. B. Vico, Shaftesbury y H. Bergson, centrando su
concepción en la cultura que permite desenvolver las capacidades naturales
del hombre, la cual de alguna manera atiende a ese proceso formativo en el
espacio cultural que el mismo ser humano ha creado para lograr su desarrollo.
Se entiende aquí por formación, al “proceso y el resultado cuya función
es la de preparar al hombre en todos los aspectos de la personalidad” (Zayas,
1999) dividido en dos procesos: el de instrucción, relacionado con los
conocimientos, capacidades, habilidades y destrezas y el de educación que
supone la posibilidad de un desarrollo de las potencialidades de la persona.
Hans Georg Gadamer (1991) dice en “Verdad y método” que formación es el
conjunto de posibilidades de ser; si se acepta esta definición, sí la pedagogía
tiene como objeto de estudio el proceso formativo del ser humano,
encontramos que la formación habrá de entenderse como un proceso que lleva
a preparar al ser humano en todos los aspectos de su personalidad. Atender,
por tanto, los aspectos a formar en un educando es poner atención a los tres
grandes aspectos que la pedagogía actual asume: el cognitivo, el afectivo y el
procedimental.
La escuela es el ámbito natural en el cual se realiza ese proceso, pero
no el único, razón por la cual en el mundo actual nos enfrentamos a tal
4
cantidad de distractores que merman ostensiblemente a la mejor práctica
educativa. La atención a la formación de valores se ha concebido desde
diferentes enfoques disciplinarios de la filosofía, la psicología y la sociología.
Por otra parte, se han visualizado para su enseñanza diferentes puntos de
partida que suponen a su vez una concepción teórica de la formación de
valores.
La ética y la axiología
La Ética se presenta como un cuestionarse sobre decisiones ante
dilemas ocasionados por diferentes normas y códigos que se enfrentan en
situaciones de conflicto; hace referencia a la validez de determinadas normas
que en la moral, rigen la conducta personal en el proceso de las relaciones
interpersonales o cotidianas, a partir de una definición fundamental.
“Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral; o también, de
la moral efectiva, vivida a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con
los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los
problemas teórico-morales, o éticos” (Sánchez Vazquez, 1969)
Una ciencia teórica que atiende a asuntos prácticos relacionados con la
conducta humana en sociedad y que se enfoca a adoptar puntos de vista
acerca de los conflictos entre valores. Desde esta perspectiva, la ética aborda
la problemática de los valores. El concepto de valor aparece en la literatura
especializada por primera vez en el campo de la Economía con Adam Smith.
Posteriormente quienes más han desarrollado este concepto han sido los
filósofos, precisamente en el siglo XIX este término es introducido a la filosofía
por el francés Pierre Lapí y posteriormente, a finales de ese siglo surge una
disciplina, conocida como Axiología o Teoría General de los Valores cuyos
representantes fueron Alexius Meinong, H. Lotze, W. Windelband, R. Karen, F.
Nietzche así como G. Müstenberg y H. Rickert. (Velázquez Licea, 2002, 9)
¿Que entender por valor? Para responder a esta pregunta es necesario
acudir a la filosofía y en particular a la ética axiológica. El término valor se
define como un término relacional entre lo objetivo y lo subjetivo; su objetividad
reside en la sociedad, al menos en tres niveles, el macro que abarca a toda la
sociedad, que cuenta con un sistema objetivo de valores los cuales inciden de
5
una u otra manera en el ser humano; otro, delimitado por el marco histórico
social y definido en función de las tradiciones culturales de los pueblos y de la
Humanidad en general, que tiene que ver con la manera en que un individuo o
una sociedad conceptualizan a esos valores y finalmente, los valores que esa
determinada sociedad establece en función de la ideología predominante y que
se objetivan a través de las leyes positivas que rigen a una nación. Su
subjetividad, por otra parte, debe entenderse en el sentido de la manera en que
el individuo interioriza esos valores, les otorga un significado positivo y los pone
en práctica. De ahí que el concepto de valor sea entendido como la
significación socialmente positiva2 de una acción, suceso o fenómeno. Lo
contrario, en todo caso, es el antivalor, lo que no es valioso.
En la concepción ética, el análisis de los valores como parte de la
ideología y la actividad práctica de los individuos en la sociedad, se presenta
en forma de un sistema histórico social concreto, donde los valores morales se
ínter penetran con los restantes valores –políticos, jurídicos, religiosos,
sociales, estéticos-, sólo que los valores morales como parte de la esfera moral
de las personas tienen una función orientadora y reguladora por excelencia, es
por ello que se centra la atención en el enfoque ético de los valores por el lugar
que ocupan y el papel aglutinador que desempeñan dentro del sistema de
valores en general.
El valor moral, además, integra a su interior cuatro componentes
fundamentales:
“1. - El componente cognitivo, con su acervo de conocimientos pero delimitado
históricamente.
2. - El componente afectivo-volitivo, que desempeña un papel definitivo en la
conducta moral del individuo, dado que posibilita la realización de la acción.
3. - El componente de orientación ideológica, que tiene como sustento los
intereses que mueven a determinadas formas de actuación de grupos, individuos o
clases sociales.
4. - El componente vivencial, que refiere a lo vivido por el individuo, sus
experiencias en tanto ser humano y ser moral en sus relaciones con otros seres
2 En este contexto, lo positivo se refiere a los que es bueno, útil, deseable para la persona y la sociedad,
asumiendo así el dictum kantiano que sostiene: “Actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal” (Vázquez, 1969, Saenz, 1981))
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humanos y la naturaleza, así como por el tipo de acciones que realiza a través de su
actividad.
Estos cuatro componentes están íntimamente ligados y en la práctica
constituyen, como la realidad misma, una totalidad compleja” (Velázquez Licea, 2002
(pág. 14))
Otra categoría fundamental que se aporta desde la perspectiva filosófica
de la formación de valores es la de Orientación Valorativa, a la que se define
como una estructura en el ámbito de la conciencia de los individuos y que
expresa una preferencia, inclinación hacia determinados valores o anti valores,
que se nutren de los componentes internos de cada sujeto. La orientación
valorativa es, por tanto, una noción esencial a tener en cuenta en el proceso de
la formación de valores. Finalmente, la Valoración Moral, expresa un fenómeno
mediatizado por la escala de valores del sujeto, sus circunstancias y
condiciones internas, además del sistema de valores impuesto por la sociedad,
factor éste externo al sujeto, que implica un juicio de comparación, preferencia,
clasificación y jerarquía.
Una mirada a la historicidad de los valores.
Lo que se ha dado en llamar “crisis de valores”, va más allá de un mero
olvido o un rechazo a determinada escala valorativa. En las últimas décadas,
se ha experimentado un cambio vertiginoso de la sociedad, en este proceso va
dejando atrás usos y costumbres, escalas de valores y prácticas sociales. Por
estas razones, hablar de ética, educación y derechos humanos, estableciendo
las relaciones que entre ellos existen no está fuera de lugar, si se acepta la
premisa de que tanto la educación, como los derechos humanos, son valores
sociales y objeto de estudio de la ética. Lo histórico social constituye el
contexto donde se presenta la dinámica de los valores, captada en el enfoque
sociológico, que es la expresión lógica y científica reflejada en el orden de los
conceptos, los principios y las leyes de la sociología.
Los aportes de las ciencias históricas y sociales al estudio de los valores
consisten fundamentalmente en tres aspectos:
“Primero, que en la sociedad coexisten diferentes escalas de valores,
dependiendo del grupo social al que se pertenezca (contenido clasista).
Segundo, que existen valores cuya vigencia tiene existencia temporal (carácter
histórico social concreto).
7
Tercero, que hay un grupo de valores, los llamados universales, que se
mantienen independientemente del tiempo y el lugar (carácter histórico general
y continuidad)”. (Velázquez Licea, 2002 (pág. 24))
Actualmente no podemos decir que existen realidades separadas, al
modo de una mónada de Leibniz; por el contrario, la totalidad sistémica en la
que nos encontramos inmersos es cada día más evidente al límite de hablar de
una relación interdependiente de la ciencia, la tecnología y la sociedad. No es
gratuito que los primeros sistemas educativos nacionales, fuera determinado
por las circunstancias históricas de la Revolución Industrial al final del siglo XIX.
Como tampoco lo fue el hecho de que la Declaración Universal de los
Derechos Humanos se proclamara y signara a poco de terminar la Segunda
Guerra Mundial y una vez ocurrido el Holocausto.
La educación y la realidad social
La educación vista desde la perspectiva del desarrollo no solo
económico y social, sino moral y cívico es una oportunidad para promover la
equidad en el acceso a oportunidades, por tal razón ha sido validada en el
marco de los Derechos económicos, culturales y sociales, que tienen su origen
en la Revolución Industrial europea y por primera vez en el mundo, adquieren
carta de derecho en México, en la Constitución Política de 1917.
Los derechos sociales como el derecho a la educación, si bien es cierto
transfieren ciertas responsabilidades al Estado, mantienen el derecho de la
familia y de los padres de familia en particular para la formación de los niños y
jóvenes; se tiene así, diversos agentes sociales encargados de la educación: la
familia, la escuela, las organizaciones sociales y muy recientemente, los
medios electrónicos de comunicación. Es decir, la educación, como fenómeno
social, tiende como casi todas las actividades sociales a la globalización.
La globalización de la economía y de la información; la revolución
científico-técnica que ha modificado nuestra visión del mundo; la brusca
transformación de muchas sociedades rurales en meramente consumistas, con
la consecuente sobreexplotación de los recursos naturales y el grave deterioro
en las condiciones ambientales han contribuido, al menos para la gran mayoría
de la población mundial en una depauperación de las potencialidades de
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millones de seres humanos. A esta situación contribuye también el
resurgimiento de fundamentalismos de todo tipo, principalmente de orden
religioso o racial.
Las diferencias cada vez mayores en la economía de los pueblos,
producto de las políticas neoliberales, ha llevado a plantear la paradoja de no
poder hablar de calidad de vida si, al mismo tiempo, se carece de lo más
elemental. En el mundo es cada vez mayor la población que soporta estas
carencias lo que la obliga a transformar su existencia en una constante lucha
por la vida. Ante este reto, lo consecuente es adoptar una postura que permita
desde nuestro horizonte cultural, rescatar lo valioso de la cultura de la
Humanidad y en un proceso de síntesis hermenéutica generar una nueva
cultura del progreso, del desarrollo y del bienestar. Los temas actuales de la
agenda universal y nacional: educación y proyecto nacional, globalización,
calidad de vida, derechos humanos y política de Estado, evidencian el grado de
conciencia logrado sobre esta problemática y a su vez hace que los maestros y
maestras se comprometan y asuman como suyos los principios que propician
el desarrollo integral de las nuevas generaciones.
En los últimos años se ha llegado a tener consenso sobre la idea de que
la escuela más que transmisora de conocimientos, más que reproductora de la
cultura vigente, ha de ser un espacio en el cual se dibuje y proyecte una
imagen de lo que debe ser el Hombre, es decir, un espacio de formación que
privilegie las potencialidades y capacidades de los niños y las niñas en una
educación por y para la vida. Un aspecto que también se destaca es el de las y
los maestros, quienes en los diferentes niveles educativos tienen como tarea la
formación de las nuevas generaciones. Como profesionales de la educación
deben asumir el compromiso que esta tarea supone, en primer término, el
reconocimiento de la necesidad de realizarla, a partir de conocer las
condiciones reales del mundo en el cual se vive, de sus contradicciones,
fortalezas y debilidades, dicho reconocimiento es un primer paso hacia la
aceptación de que es urgente desarrollar programas que profesionalicen a los
educadores en el campo de la formación de valores que es posible, siempre y
cuando quien se encarga de esta tarea, tenga la formación e información
9
necesaria sobre los aspectos teóricos y metodológicos que se supone
posibilitan esa formación.
Otro aspecto fundamental es el tratamiento, de la integración de los
contenidos que ofrecen otras disciplinas que han abordado diferentes aristas
del problema de los valores, su desarrollo histórico, su vigencia en la sociedad,
su fundamento axiológico y ético, su desarrollo en la personalidad del individuo,
entre otros y que le sirven de bases teóricas y metodológicas.
La educación desde la perspectiva de los Derechos Humanos
El papel de la Educación como detonador del desarrollo social, como un
valor en primera instancia y más adelante como un derecho, se evidencia en el
artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Carbonell,
2007), que a la letra dice:
“1.Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita,
al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción
elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser
generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de
los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad
humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las
naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las
actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que
habrá de darse a sus hijos.”
Del mismo modo, en nuestra Constitución Política y en varias leyes
relacionadas con la protección a las minorías, así como en diversos
Manifiestos, Pactos y Convenciones internacionales3.
De ahí la relevancia de atender, desde diferentes perspectivas y agentes
sociales, esta arista tan importante en la formación de una conciencia cívica y
social de las personas en sus roles de padre de familia, ciudadano, trabajador y
3 En México, la Ley federal para prevenir y eliminar la discriminación (cap. III, art. 10., fracc. I) y la Ley
para la protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes (cap. X, art. 32) y en el plano internacional en el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales (art.13, fracs. 2 al 4), Convención sobre los derechos de los niños (arts. 28 y 29), Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes (Parte IV, arts. 22 y 23 y Parte VI, arts. 26 al 31) entre otros. (Carbonell, 2007)
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sobre todo participante en la gran aventura que significa vivir. No hay actividad
más humana que la educación, ya que bien llevada, propicia la creatividad y
con ella, el desarrollo de la cultura, de la ciencia, del arte y fundamentalmente
del hecho de transformar a la naturaleza en una creación del ser humano. Los
procesos en los cuales se desarrolla el hecho educativo, conllevan a su vez a
la apropiación de la cultura, la que, como afirma Pablo Latapí Sarre (Sarre,
1998):
“Si entendemos cultura como un conjunto de categorías y valores compartidos
que nos permite dotar de sentido al mundo en que vivimos, sólo una institución como
la escuela –sobre todo en los niveles primario y secundario-, situada por encima de las
divisiones entre los grupos económicos y sociales, es capaz de generarla y
reproducirla para una colectividad compleja”
La educación se erige en el sentido de los intelectuales decimonónicos,
en una especie de panacea, que permite salvar las brechas de la inequidad y la
exclusión, comunes en América Latina. Autores como Hopenhayn y Ottone
(Ottone, 1999) reconocen la necesidad de ofrecer una educación de mayor
calidad que permita igualar en cierta medida, las oportunidades de la población
a acceder a mejores niveles de vida. Es inexplicable que México tenga un
presupuesto porcentualmente igual a los países mejor calificados del mundo en
el campo educativo y sin embargo, obtenga los últimos lugares en las
evaluaciones internacionales. En este rubro, el discurso oficial debe ir paralelo
a un aprovechamiento racional de los recursos humanos disponibles que cada
día son mayores.
El nivel educativo de un país determina de manera segura el grado de
progreso del mismo y si a esto se agrega la calidad, es indiscutible que la
fuerza natural de la sinergia generada, rendiría frutos aún no imaginados. ¿Qué
hacer ante los retos que esta situación presenta? Durante muchos años la
Educación Básica fue un proyecto no solo prioritario sino también estratégico
del estado mexicano. La creación de la Secretaría de Educación Pública en
1921, responde a una de las exigencias, bandera de lucha de la Revolución
Mexicana, que retomó los ideales liberales y conservadores de José María Luis
Mora y Lucas Alamán, quienes desde sus trincheras ideológicas, no dejaban de
percibir un México grande, donde su población, -que para 1821 contaba con
una tasa superior al 80 % de analfabetismo- fuera un país educado. Durante
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todo el siglo XIX, incontables intelectuales latinoamericanos soñaron con una
Latinoamérica libre y educada. Para 1921, 100 años después, la tasa de
analfabetismo seguía igual.
Actualmente, un campo de la vida social donde existe poco respeto a
nuestros derechos es el campo de la educación, en especial de la educación
básica, a la que hay que reconsiderar en prácticamente todas sus dimensiones.
Democratizar los sistemas educativos es una necesidad impostergable, que
únicamente la fuerza de las voces mediada por las acciones y la tan usada
“voluntad política” lo hará posible. La propia UNESCO en documentos tales
como la Recomendación sobre la Educación para la Comprensión, la
Cooperación y la Paz Internacionales y la Educación Relativa a los Derechos
Humanos y las Libertades Fundamentales (Schmelkes, 1998), entiende la
educación como:
“El proceso de la vida social a través del cual los individuos y los grupos
sociales aprenden a desarrollar conscientemente y por beneficio de la comunidad
nacional e internacional el conjunto de sus capacidades, aptitudes y conocimientos”
Los esfuerzos por ampliar la cobertura educativa debe llevar asociado el
convencimiento de que solo con base en la calidad de ese proceso educativo
se logrará cerrar las brechas que la explotación, la corrupción y la ausencia de
una verdadera planeación en América Latina y el Caribe.
La perspectiva de la educación en México
La escuela no es la única institución social dedicada a esta formación,
existen otras con esta función, como la familia, sin embargo, la única función de
la escuela es formar, en ello va su alta responsabilidad que responde a un
encargo social. Ahora bien, la problemática que supone la formación de valores
en las nuevas generaciones, se encuentra en lo que se ha dado en llamar los
Temas Transversales, que surgen de la necesidad de alcanzar el gran fin de la
educación escolar, la educación global e integral de los y las niñas para
desenvolverse como personas responsables y democráticas en la realidad
social y cultural en la que vivimos y estamos inmersos.
Por lo tanto, dicha educación no sería global, si no contemplara esta
necesidad de nuestra sociedad de generar y desarrollar actitudes, valores y
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hábitos para que el día de mañana, los niños/as de hoy de forma responsable,
hagan del mundo un mejor lugar para vivir todos juntos. Como Abraham
Magendzo (Magendzo, 2000) afirma:
“La transversalidad es un enfoque dirigido al mejoramiento de la calidad educativa, y
se refiere básicamente a una nueva manera de ver la realidad y vivir las relaciones
sociales desde una visión holística o de totalidad, aportando a la superación de la
fragmentación de las áreas de conocimiento, a la aprehensión de valores y formación
de actitudes, a la expresión de sentimientos, maneras de entender el mundo y a las
relaciones sociales en un contexto específico.”
En resúmen la transversalidad tiene como uno de sus propósitos
fundamentales el desarrollo de Competencias, entendidas éstas como el
conjunto integrado de conocimientos, procedimientos, actitudes y valores, que
permite un desempeño satisfactorio y autónomo ante situaciones concretas de
la vida personal y social. ¿Cómo se visualiza la Transversalidad? A través del
currículum explícito, es decir, de los planes y programas de estudio y del
currículum implícito. En la propuesta que ofrece el Sistema Educativo
Mexicano, dentro de su organismo rector la SEP (Secretaría de Educación
Pública, 2007) tenemos los ejes temáticos o transversales son:
Educación valoral.
Educación para la salud.
Educación para el Apego a la Legalidad.
Educación Ambiental.
Educación Intercultural.
Educación para el Consumo.
Educación para la Paz.
Perspectiva de Género.
Educación para los medios.
Educación en Derechos Humanos.
Educación para la Sexualidad.
Educación para la protección civil.
Educación vial.
¿Cómo llevar al aula estos conceptos y desarrollarlos de tal manera que
los estudiantes tengan un aprendizaje significativo? Los docentes necesitan
entonces de cuatro condiciones:
Un saber disciplinario, que se ancla sobre la enseñanza elemental y que
plantea contenidos ligados a la reflexión eurística y la reflexión sobre la
didáctica de las nociones a transmitir.
Un saber didáctico, el cual debe estar constituido por los conceptos generados
en el seno de la didáctica
Un saber pedagógico o saber procedimental, el cual establece las reglas de
acción de manera proposicional y
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La habilidad del docente pata traducir los contenidos y su forma de
organización en el currículum, que solo la experiencia parece dar.
Globalización y educación
Más de alguna vez hemos escuchado o dicho, que la mejor manera de
dar significado a la formación del ser humano es apelando a los valores como
la parte esencial que determina al aprendizaje, dado que pasa por la
experiencia personal y a través de ella se integra al repertorio individual de
saberes de cada uno de nosotros. Al respecto, la formación de valores como
expresión pedagógica de la educación se debe fundar en la posibilidad de
experimentar situaciones que nos permitan comprender en la práctica la
complejidad que significa, es decir, optar por un aprendizaje situacional que
imprima una relación significativa en el actuar personal, tratando de integrar un
proceso educativo que interrogue e involucre a todos los que en él participen.
Hoy, más allá de repetir los conceptos teóricos y las ideas de los
especialistas en materia de valores, ética y derechos humanos, se intenta
hacer una reflexión de lo que se considera podría ser la Educación en Valores
como la expresión más elevada del ser humano. Sin embargo, la época actual
está signada por un fenómeno que aplasta las posibilidades de la diversidad, la
globalización de una ideología, la ideología neoliberal, que en el discurso
pedagógico se traduce en una sustitución de los valores por el consumismo y la
mercadotecnia.
El capitalismo salvaje, que en el terreno de las ciencias sociales se
conoce con el nombre de neoliberalismo es, junto al neoconservadurismo, los
herederos de la filosofía y la epistemología que se sustentan en los principios
del subjetivismo e individualismo extremos, que los lleva a sostener que lo
único verdadero es lo que conoce el sujeto, de ahí que deriven, como en las
viejas escuelas de la Grecia clásica en el relativismo, el escepticismo y el
agnosticismo como posibles alternativas que a su vez los hacen sustentar tesis
nihilistas e irracionales. Su desarrollo en el campo de las ideas, es un resultado
de lo que se ha dado en llamar, dentro de la filosofía, el fenómeno del fin de la
Modernidad y el advenimiento de la época Postmoderna. Esta involución del
pensamiento filosófico, ha afectado, como era de esperarse, algunos
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planteamientos en el campo de la política, la economía y la cultura y
evidentemente, en la educación. A esto hay que agregar los cambios que
impone la revolución científico técnica en el campo de la información.
Desde la perspectiva de la política internacional, el fin de los estados del
socialismo real, para 1989, transforman el débil equilibrio internacional en una
hegemonía que en la práctica se venía anunciando desde el fin de la segunda
guerra mundial. No debemos olvidar que en el mundo, hasta ahora, sólo hemos
padecido dos verdaderas hegemonías, la primera obtenida por Inglaterra a
partir de la derrota del imperio napoleónico y la segunda, la que padecemos
actualmente, la de Estados Unidos. Hablar de estos fenómenos pareciera algo
que no encierra mayor significado, sin embargo, la realidad diariamente nos
enseña lo contrario. Todos estos fenómenos impactan de manera directa la
actividad social.
A veces cabe preguntarse, ¿cómo es posible que siendo tan ricos en
recursos naturales, seamos tan pobres? ¿Cómo explicar a nuestros hijos, a
nuestros nietos que a pesar de tener tanto petróleo, por ejemplo en México,
todavía no se ha remontado el nivel de subdesarrollo?, en fin, el ser pobres,
pero pobres de solemnidad. La doctrina del neoliberalismo y sus instrumentos
político-financieros recomiendan, cobijados en la bandera de un falso concepto
de democracia, la disminución de las funciones del Estado, o sea el fin del
Estado benefactor, la venta de recursos naturales, privilegiando la inversión
extranjera como la panacea para todos los males, con el resultado inmediato
del empobrecimiento irremediable de nuestros países, que en una justa
competencia podrían tener y deben tener una mejor calidad de vida.
Conforman un panorama nada halagador, en los países de América
Latina que han sucumbido a tres coordenadas históricas inéditas hasta hace
poco tiempo, afectándonos de manera sustantiva al igual que al resto de los
países pobres del mundo:
La consolidación del neoliberalismo como doctrina política, económica y social
hegemónica.
El fin del socialismo real.
El desarrollo de las TIC’s y la consecuente globalización de la información.
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Como resultado de estos fenómenos sociales, se esboza una
humanidad en la que conceptos tales como Estado-Nación, Territorio Nacional
e Identidad Nacional son conceptos que estorban a los intereses de los
grandes capitales. En el neoliberalismo ¿qué función le queda al Estado? Solo
algunas funciones ya no reguladoras sino de simple vigilancia; de ahí la
reducción paulatina del presupuesto social, que afecta fundamentalmente a
educación y salud. Los tratados bilaterales y multilaterales, TLC, ALCA, que
son el gancho del neoliberalismo para ilusionar a las personas por una mejor
calidad de vida, no son más que “patentes de corso” que provocan el
desmantelamiento de la planta productiva nacional y el consecuente
desempleo masivo, que se traduce en una ola gigantesca de migración al
“american dream”, transformando el campo mexicano en pueblos fantasmas al
estilo de Comala de Juan Rulfo4
Los medios masivos de comunicación, envían a toda hora mensajes
subliminales a la población, cuyo significado fundamental es: “las cosas como
están, están bien, nada puede hacerse para cambiarlas, por tanto, disfrutemos
de las migajas que nos han tocado”. Decir lo anterior es necesario, si lo que se
quiere es abrir un espacio de reflexión, analizando estos fenómenos a la luz de
nuestra perspectiva, en un mundo que aparentemente no ofrece más camino
que la sumisión en todos los campos de nuestra actividad vital. Asumamos
entonces una posición, que sea el producto de una crítica constructiva que
ayude a comprender esta situación y a encontrar nuevamente el camino que
parece negado en el momento en que el paradigma de la emancipación se
considera una carga de la modernidad.
Nuestros países, siguen viviendo condiciones de polarización social; la
elite minoritaria, con gran poder económico y político, asume una cultura de
sumisión conceptual y un “berkelianismo” extremo que los hace negar,
olímpicamente, la existencia de la realidad objetiva. En el extremo contrario, la
mayoría de la población, que a veces no alcanza una media escolar de cinco
grados y cuyos ingresos malamente alcanzan para vivir, un pueblo que vive en
los límites de la sobrevivencia, y por lo tanto no se interesa ni por la política, ni 4 En su novela “Pedro Páramo”.
16
por la cultura sino únicamente por saber cómo obtener un poco de dinero para
comer al día de siguiente.
Sin embargo, ¿es posible que existan otras vías? ¿Cuál es la adecuada
para nuestros pueblos? El discurso en boga consiste en afirmar que estos
ideales han pasado a la historia y que aún la historia misma ya es parte de la
historia.
Los caminos de América latina
Si bien es cierto que hablar de modernidad es hacer referencia a una
época determinada de la historia, donde necesariamente toda la Humanidad,
vencedores y vencidos, ricos y pobres, letrados e iletrados tuvieron que
vivirla/padecerla; también es cierto que en ese transcurrir se encuentran
diferentes formas de asumir esa modernidad, con diferentes manifestaciones
políticas, económicas y culturales.
En el análisis y búsqueda de una interpretación de América Latina en la
modernidad, existen al menos cuatro posibles alternativas de racionalidad
moderna:
La realista. Que acepta la forma de producción capitalista, al asumir que
no hay contradicciones en el proceso de desarrollo del capitalismo.
La clásica, “que no borra la contradicción”, pero la presupone como algo
inmodificable el proceso que nos ha llevado a la situación actual.
La romántica, que pide resignación ante los hechos consumados.
Y el ethos barroco, que consiste en la “recuperación del pluralismo y el
bien común”. Y no acepta la modernidad capitalista (Arriarán, 2001)
De este modo queda vigente el paradigma emancipatorio que encuentra
muchos puntos de contacto con la utopía socialista, otra forma de concebir la
modernidad, no capitalista. Precisamente, el “Ethos Barroco” que define esta
época es similar al que definió en su momento el paso por el desencanto del
Humanismo como expresión de una época, frente al brutal enfrentamiento de la
cultura europea occidental, de los reinos de España, con las florecientes
culturas americanas. De la auténtica América y de aquella España que además
trajo, junto con la brutalidad y la violencia, las ideas de Francisco de Vitoria,
Luis Vives, Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, quienes depositaron
17
en América a través de sus obras, las ideas del Humanismo Renacentista y con
ellos la semilla de los Derechos Humanos.
El desencanto producido por la imposición de la ley del más fuerte a las
demandas de paz, en contra de la destrucción y la violencia, que pueblos
enteros reclaman como un derecho inalienable, hace que esa época sea muy
similar a la de hoy. Esa modernidad, producto del desencanto de la época,
postula una interpretación unívoca de la realidad social de la que se
desprenden diferentes variantes de la modernidad, entre otros, los
autoritarismos y el socialismo real, prácticamente desaparecidos, quedando en
la lisa del debate internacional la visión eurocéntrica de la modernidad
capitalista y la concepción multicultural que se ofrece en la realidad de América
Latina. Porque si hablamos de modernidad no podemos olvidar que en América
la modernidad se desenvolvió de manera diferente a como lo hizo el viejo
mundo.
La postmodernidad, fenómeno ajeno a América Latina, asume una
interpretación equívoca, muy cercana al relativismo y proclive a las
concepciones del idealismo subjetivo. Es por ello que los pueblos
subdesarrollados son considerados como pueblos “desechables”, lo único
valioso son los recursos naturales, no los humanos. Si la modernidad postula
una única respuesta posible, que asume un carácter de universalidad (unívoco)
y el postmodernismo (neoliberalismo) asume una posición de relativismo
absoluto, nihilismo e irracionalismo, la postura del “todo vale, sálvese quien
pueda”, entonces a partir de nuestra realidad latinoamericana lo que debemos
hacer es postular el equilibrio entre lo particular y lo global, entre nuestra
cultura que encuentra su mediación en el mestizaje y reconoce las
particularidades de la cultura, tanto de la indígena y africana como de la
europea.
La modernidad optó por la integración, es decir, la dependencia de las
culturas autóctonas a la cultura vencedora. La postmodernidad opta por la
ignorancia de las otras culturas, subjetivismo extremo o nihilismo. Es necesario
entonces, postular una nueva vía que asuma a la sociedad multicultural, que
supone el reconocimiento de un género humano universal y de una existencia
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de rasgos culturales diversos que integran, en su conjunto, el acervo cultural de
la Humanidad, el cual no es propiedad de ninguna región del planeta.
(Velázquez, 2002)
Pero eso no es algo que se logra de manera gratuita, puesto que, como
bien lo dice José Ramón Fabelo: “La universalización de la historia no es acto,
ha sido un largo y complejo proceso aún no concluido, con muchas etapas de
signos diferentes” (Fabelo, 2001) En ese sentido, la globalización supone
asumir los postulados que refieren a los aprendizajes básicos del ser humano,
que según Gustavo Torroella5 son tres: Aprender a conocerse a sí mismo,
aprender a convivir y aprender a vivir.
En realidad, el panorama que hoy día presenta el mundo “multicultural”,
es un panorama sumamente complejo. La complejidad del proceso de
modernización y el paso a la modernidad es mayor cuando nos referimos a
países con fuerte presencia de población indígena (Perú, Bolivia, México,
Ecuador, Guatemala), que donde se presentaron “transplantes migratorios”
(Chile, Argentina, Uruguay). Lo cual significa que no hay una regla única, como
nos pretende demostrar el neoliberalismo, para el paso de la modernidad a
otras etapas históricas. Este proceso, en realidad, opera de acuerdo con la
naturaleza histórica de cada país, por ejemplo, en algunos países se identifica
con la modernización económica y en otros con la modernización política.
Eso no significa que se rechacen los procesos de modernización, ni que
la modernización por sí misma sea negativa para el desarrollo de nuestros
pueblos, porque adoptar una posición así implicaría el rechazo a la posibilidad
de superar la situación en la que hoy nos encontramos. Más bien, quiere decir
que esa modernización no ha sido democrática al no alcanzar a todos los
niveles de la población. Veamos por qué.
Un muy destacado pensador peruano, José Carlos Mariátegui, al hablar
sobre los procesos de integración nacional, dice en “Siete Ensayos de
Interpretación a la Realidad Peruana”, que la modernidad y los consecuentes
procesos de modernización no se dieron en Perú ni en América Latina, porque:
5 Tomado de los apuntes del curso impartido por el Dr. Torroella en abril de 1994 en La Habana, Cuba.
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“no se dio históricamente la liquidación de la feudalidad. (a causa de que) Esta
liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen democrático-burgués
formalmente establecido por la revolución de Independencia” (citado en: Arriarán, S.,
2001, 23) Al oponerse a este proceso, los sectores oligárquicos y más
conservadores de las nuevas naciones latinoamericanas e impedir a los
movimientos populares tomar carta de ciudadanía en países que por sus
características son multiculturales y pluriétnicos, la modernidad en América
Latina se transformó en un proyecto frustrado, frustrado al menos desde la
perspectiva de la democracia burguesa, porque si una nación cuenta entre sus
componentes demográficos a un elevado número de pobladores que viven
marginalmente tanto económica, como política y culturalmente, entonces
estamos hablando de ausencia de un proyecto de integración nacional.
Recordemos aquí lo que dijo el Dr. José María Luis Mora, ilustre
ideólogo del ala liberal progresista mexicana en la primera mitad del siglo XIX:
“El elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el buen
uso y ejercicio de la razón, que no se logra sino con la educación de las masas,
sin las cuales no puede haber gobierno popular. Si la educación es monopolio
de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay
que esperar ni pensar en un sistema representativo, menos republicano, y
todavía menos popular” (José María Luis Mora, citado en Velázquez, E., 1999,
41)
Desafortunadamente, la conquista de América por los españoles,
portugueses y posteriormente por los ingleses, colocó a las culturas indígenas
en una situación desigual; situación que prevaleció en México como algo
normal hasta que el 1º de enero de 1994, nos despertamos con la noticia de
que en Chiapas las comunidades indígenas se habían levantado con el grito de
¡Ya basta!, exigiendo en primer término el que los “otros” reconocieran cuando
menos su existencia.
El respeto a las diferencias individuales, a las raíces culturales de los
pueblos y regiones, pero también el impulso a la mejoría en la calidad de vida
de todas las personas, haciendo del ser humano una sola especie, que conviva
en el respeto y la aceptación, pensándonos iguales en la forma y en el
contenido, es que podemos hablar de una verdadera globalización.
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La identidad nacional de América Latina ya no es únicamente indígena o
europea o africana, es una síntesis que constantemente se va modificando y
que debe rescatar lo más valioso de las tradiciones culturales que en su
momento fueron antagónicas, El ser humano es uno, con sus características
específicas, pero uno al fin, de no ser así, la planetarización no es posible,
quedaría como una utopía más. Es imposible suponer la existencia de seres
humanos marginados y marginales si asumimos este nuevo paradigma, que
tiene una fuerte raigambre en una concepción del humanismo real, que no
únicamente predica la tolerancia y el respeto, sino que busca sustentar el
desarrollo en el pleno acceso de toda la población, de la humanidad entera a
mejores condiciones de vida que sientan las bases para que eso sea posible en
un mundo como el actual tan lleno de injusticia e intolerancia. El respeto y la
igualdad de oportunidades bajo igualdad de condiciones, es entonces la
premisa inicial de esta revolución intelectual, que permite concebir una nación
un tanto diferente a la que se concibió al calor de las luchas por la
Independencia, que tuvieron siempre un referente eurocéntrico.
La aceptación de la convivencia a la luz de la diversidad es otra premisa
básica que nos llevará a concebir de una manera incluyente el concepto de
nación, de una nación multicultural que bajo el prisma de lo latinoamericano
conforme efectivamente las bases de una nación tolerante con sus habitantes,
no importa la apariencia que estos tengan, ni la lengua que hablen.
El concepto de nación debe así ser refundado con base en estos
principios, con nuestra concepción de la cultura, una concepción rica y
multicultural, barroca en su esencia y como se dice en México del estilo
arquitectónico barroco, churrigueresco, porque comparte múltiples
componentes que nos hacen ser latinoamericanos y no otra cosa. Evitar los
fundamentalismos y elaborar juntos un proyecto de vida social que permita el
avance real de todos, fundamentalmente en nuestra calidad de vida. La
universalidad del pensamiento, radica precisamente en responder a su
particularidad, premisa válida en el arte y en toda expresión de la cultura
humana. Reafirmemos la identidad cultural y nuestra identidad nacional, a partir
de lo múltiple y diverso, de la riqueza que esta parte del mundo donde nos ha
21
tocado la fortuna de vivir nos ofrece; pensemos esta realidad, interpretémosla
desde nuestra especificidad y busquemos las vías para transformarla en algo
digno de vivirse. Ese es el mensaje que supone la Tesis XI sobre Feuerbach,
donde Marx afirma que la función de la filosofía no es únicamente interpretar la
realidad, sino además de transformarla.
Terminemos entonces esta reflexión con un pensamiento que proviene
de la vieja Europa, de Humberto Eco, citado en el magnífico libro de Mauricio
Beuchot y Samuel Arriarán, Virtudes, Valores y Educación Moral, donde los
autores dicen:
“Como ha dicho recientemente Humberto Eco, la Europa del tercer milenio será
mestiza. ..y ¡tan multicultural y barroca como México y América Latina! En todo el
mundo los racistas y los neoliberales habrán pasado a la historia como una raza
extinguida de dinosaurios.” (Beuchot, Mauricio y Arriarán. S., 1999, 113)
BIBLIOGRAFÍA
Beuchot, S. A. (1999). Virtudes, valores y educación moral. Contra el paradigma neoliberal. México: UPN. Arriarán, Samuel (2001). Multiculturalismo y globalización. La cuestión indígena. México: Universidad Pedagógica Nacional. Carbonell, E. F.-G. (2007). Compendio de Derechos Humanos. México: Porrúa- Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Delors, J. (1999). La educación encierra un gran tesoro. México: UNESCO. Fabelo, J. R. (2001). Los valores y sus desafíos actuales. Puebla: BUAP. Gadamer, H. G. (1991). Verdad y método. Salamanca: Sígueme. Magendzo, A. K. (2000). Currículum y los Objetivos Fundamentales Transversales. Santiago de Chile: s/e. Ottone, M. H. (1999). El gran eslabón. Educación y desarrollo en el umbral del siglo XXI. México: FCE. Sarre, P. L. (1998). Educación y cultura en el México del siglo XX. En L. (Coord), Un siglo de educación en México (pág. 43). México: CONACULTA-FCE. Schmelkes, S. (1998). La escuela y la formación valoral autónoma. México: Castillo. Secretaría de Educación Pública. (2007). Guía didáctica de formación cívica y ética para la educación primaria.Material de apoyo para el maestro. México: SEP. Sierra, P. G. (19 de marzo de 2008). www.filosofia.org. Recuperado el 19 de marzo de 2008, de www.filosofia.org/filomat/df467.htm. Velázquez, E. (1999). La formación de valores. Una necesidad en la educación básica. Xalapa: UPN-Veracruz. Velázquez, E. (2002). La preparación profesional del maestro de educación primaria para la formación de valores en el proceso docente educativo (Tesis Doctoral). La Habana: ISPEJV. Zayas, C. M. (1999). La escuela en la vida. La Habana: Union.