Ejemplo de leyenda

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LA MONEDA DE ORO Cuenta una antigua leyenda de la época virreinal en México, que Beatriz Montoya, era una bella joven que vivía en la calle de la Soledad (de la ciudad capital) y estaba enamorada del apuesto caballero Juan Navarra. Él, por órdenes del virrey, tuvo que embarcarse rumbo a Perú para cumplir una misión, cuando fue a despedirse de Beatriz, ella le pidió que se casaran, pero él dijo que lo harían a su regreso, ella insistió pues su padre quería casarla con el médico de la corte; pero Juan no atendió los ruegos de su amada y ese mismo día partió a Sudamérica. Un par de meses después, el padre de Beatriz le informó que ya todo estaba listo para su boda con el médico don Fernán Gómez, y aunque ella rogó e incluso pidió mejor ir a un convento, el padre se negó porque no iba a perder la oportunidad de casar a su hija y sin tener que entregar una dote. Aunque para su boda don Fernán no escatimó en gastos, pero las cosas no empezaron bien para la pareja. Beatriz no lo amaba así que se negó a consumar el matrimonio. Tuvieron que pasar varias semanas hasta que ella finalmente aceptó hacer vida matrimonial con su esposo. Tras tres años de ausencia, don Juan regresó de Perú, al enterarse que su amada se había casado, con la sirvienta le mandó decir que quería verla para despedirse de ella definitivamente, ya que el virrey le había ordenado viajar a España. Beatriz pidió a su criada que le dijera a don Juan que no deseaba verlo. A causa de esto Beatriz enfermó y se recluyó en su alcoba, don Fernán la revisó y no halló en ella enfermedad alguna. Ella sintió el impulso de decirle la verdad respecto a don Juan, pero no era correcto decir a su marido que el recuerdo de otro hombre era el motivo de su tormento. Pero lo que Beatriz sí hizo, fue pedir a su esposo que la dejara dormir sola. El, ofendido se dispuso a salir de la habitación, pero ella arrepentida lo

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LA MONEDA DE ORO

Cuenta una antigua leyenda de la época virreinal en México, que Beatriz

Montoya, era una bella joven que vivía en la calle de la Soledad (de la ciudad

capital) y estaba enamorada del apuesto caballero Juan Navarra. Él, por

órdenes del virrey, tuvo que embarcarse rumbo a Perú para cumplir una

misión, cuando fue a despedirse de Beatriz, ella le pidió que se casaran, pero

él dijo que lo harían a su regreso, ella insistió pues su padre quería casarla

con el médico de la corte; pero Juan no atendió los ruegos de su amada y

ese mismo día partió a Sudamérica.

Un par de meses después, el padre de Beatriz le informó que ya todo estaba

listo para su boda con el médico don Fernán Gómez, y aunque ella rogó e

incluso pidió mejor ir a un convento, el padre se negó porque no iba a perder

la oportunidad de casar a su hija y sin tener que entregar una dote.

Aunque para su boda don Fernán no escatimó en gastos, pero las cosas no

empezaron bien para la pareja. Beatriz no lo amaba así que se negó a

consumar el matrimonio. Tuvieron que pasar varias semanas hasta que ella

finalmente aceptó hacer vida matrimonial con su esposo.

Tras tres años de ausencia, don Juan regresó de Perú, al enterarse que su

amada se había casado, con la sirvienta le mandó decir que quería verla para

despedirse de ella definitivamente, ya que el virrey le había ordenado viajar a

España.

Beatriz pidió a su criada que le dijera a don Juan que no deseaba verlo. A

causa de esto Beatriz enfermó y se recluyó en su alcoba, don Fernán la

revisó y no halló en ella enfermedad alguna. Ella sintió el impulso de decirle

la verdad respecto a don Juan, pero no era correcto decir a su marido que el

recuerdo de otro hombre era el motivo de su tormento.

Pero lo que Beatriz sí hizo, fue pedir a su esposo que la dejara dormir sola.

El, ofendido se dispuso a salir de la habitación, pero ella arrepentida lo

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abrazó y le pidió que no se fuera, que se quedara a su lado. Aunque don

Fernán pensó que ella le ocultaba algo, aquella noche fue más feliz que

nunca, sin imaginar que la pasión con que su esposa le correspondió, fue

despertada por el recuerdo de otro hombre.

Al día siguiente, el virrey pidió a Fernán que lo acompañase a la Villa Rica de

la Vera Cruz (hoy Veracruz) y, Fernán aceptó a pesar del gran deseo que

tenía de permanecer cerca de su esposa.

La criada dijo a don Juan que su ama no quería verlo, pero él la convenció,

con una bolsa llena de oro para que esa noche dejara abierta la ventana de la

alcoba de su ama.

Esa noche Beatriz se disponía a dormir, cuando de pronto sintió que alguien

estaba detrás de ella... Era don Juan que le tapó la boca para que no gritara y

ella al verlo, indignada lo corrió de su alcoba y le dijo que llamaría a su

marido para que la defendiera. Pero don Juan sabía que el marido no estaba

así que la abrazó y besó ardorosamente. Ella se resistió al principio, pero no

pudo controlarse más y pronto comenzó a devolver los besos

apasionadamente.

Pero don Fernán regresó al palacio virreinal antes de lo previsto, debido a

que durante el camino el virrey enfermó y no pudo continuar el viaje. Al

llegar al palacio, el virrey le dijo que se sentía un poco mejor, que regresara

a su casa con su mujer.

Don Fernán salió rumbo a su casa, ansioso de ver a su esposa y estrecharla

entre sus brazos. Pero al llegar a su casa y abrir la puerta de la alcoba

distinguió dos figuras sobre su cama, en ese instante se quiso morir de rabia

y de dolor. Don Juan despertó sobresaltado e intentó tomar su espada, pero

no la alcanzó pues la espada de don Fernán ya estaba sobre su pecho;

mientras tanto, Beatriz los veía aterrada sin poder decir una palabra.

Fijamente el médico miró al amante y le preguntó si tenía el dinero suficiente

para pagar los servicios de su esposa y en tono insultante gritó que le

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pagara a la mujer, a quien en ese momento vio como una prostituta. Pero el

hombre sólo traía una moneda de oro, así que agachando la cabeza, la puso

sobre la cama y de un saltó cobardemente huyó del lugar.

Beatriz permaneció encerrada en su alcoba durante varios días. Pero un día

entró a su alcoba una mujer, la cual le informó que su criada había muerto

accidentalmente; la mujer también dijo a Beatriz que don Fernán la esperaba

en el comedor y, aunque llena de miedo, pensó que quizá su esposo la había

perdonado. Ya en el comedor, don Fernán ordenó a Beatriz que llamara a los

criados para que sirvieran la cena y cuando Beatriz extendió su mano para

tirar del cordón con el que se llamaba a la servidumbre, vio que la moneda

de oro, su deshonra, colgaba del extremo de aquel cordel. Don Fernán la

había colocado para recordarle el pago por su infidelidad. El médico

agresivamente insistió en que jalara del cordón y le dijo: “¡Gracias a Dios, no

necesitamos de esa moneda para comer en esta casa!”.

A partir de ahí fue una pesadilla para Beatriz, ya que para el desayuno, la

comida y la cena, la única frase que don Fernán le decía era: “¡Gracias a

Dios, no necesitamos de esa moneda para comer en esta casa!”. Hasta que

un día, de rodillas, Beatriz le dijo a su esposo que prefería morir, a que la

despreciara o que la llevara ante el Santo Oficio, pero que no la obligara a

seguir tocando esa moneda.

Fernán continuó atormentándola tres veces al día, durante muchos días,

semanas y meses, hasta que la dama perdió la razón y terminó ahorcándose

con sus propias trenzas.

Pero seis noches después, cuando dormía saboreando su cruel venganza,

se despertó al escuchar el sonido de una moneda. Horrorizado la tomó entre

sus manos y sintió que ardía como el fuego.... Y a partir de entonces, cada

noche a la misma hora, don Fernán escuchaba caer la moneda de oro y cada

vez que intentaba agarrarla, la moneda desaparecía. Semanas más tarde vio

el espectro de su mujer que tenía una moneda de oro en la mano. El

fantasma de Beatriz se le apareció diariamente, a veces con la moneda en la

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mano y otras veces ahorcada, hasta que después de varios meses de

presenciar las aterradoras apariciones, una noche don Fernán se volvió

loco... ¡y se ahorcó!.

Y aún en la vieja casona de la calle de la Soledad, a las doce de la noche se

escucha el sonido metálico de la moneda de oro.