El 4 de julio de 1776

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El 4 de Julio de 1776 y su actualidad La Declaratoria de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y su importancia histórica Por Jorge Guldenzoph Presidente de la Conferencia del Liderazgo de Uruguay Email: [email protected] Web: jorgeguldenzoph.com

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El 4 de Julio de 1776 y su actualidad

La Declaratoria de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y su

importancia histórica

Por Jorge GuldenzophPresidente de la Conferencia del Liderazgo de Uruguay

Email: [email protected]: jorgeguldenzoph.com

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Dos resultados del 4 de Julio

• En doscientos veintidós años los EE.UU. se ha encumbrado en el lugar más alto del mundo, y por encima de lo que sus detractores dicen es el mejor ejemplo de un crisol de razas, religiones y culturas unidas en una sola Nación

• Estableció un modelo de democracia diferente al avance de las fuerzas que propugnaban y propugnan una secularización extrema. Los EEUU siguen siendo por sobre todo, el más inalterable ejemplo de una democracia con la más amplia libertad religiosa, reconociendo desde su nacimiento la importancia de la religión en los asuntos públicos (ver discurso de despedida de George Washington de su segunda presidencia)

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John Adams (1735-1826), quién fuera segundo presidente y primer vicepresidente de Estados Unidos y uno de los principales líderes de la emancipación escribía que “La revolución ya se había producido antes de que la guerra comenzara. La revolución estaba en las mentes y los corazones del pueblo: y el cambio formaba parte de sus sentimientos religiosos en relación con sus deberes y obligaciones”

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Los firmantes de la Declaratoria de la Independencia del 4 de julio de 1776, cristianos y deístas, pero todos creyentes en un Dios, expresan nítidamente ese sentimiento de trascendencia de la vida humana y la libertad cuando sostiene: “Consideramos evidentes en sí las verdades siguientes: todos los hombres fueron creados iguales; el Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables, entre estos derechos consta la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”.

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Reconocen “que para garantizar esos derechos (dados por el Creador) se instituyen entre los hombres los Gobiernos”.

El origen divino de esos derechos esta por demás claro. No vienen de la voluntad de un hombre, de un Estado, de un Gobierno o de un Partido, ni dependen de la volátil y difusa “voluntad general”.

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El contenido y el espíritu que refleja dicha Declaración no pueden entenderse sino se tiene en cuenta en el soplo fundador que viene de los pioneros que llegaron a las riberas de Massachusetts, Nueva York y Maryland en el siglo XVII. Ellos vinieron no meramente en busca de prosperidad económica, sino porque buscaban el derecho a la libertad de conciencia y de religión.

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El camino a la libertad tuvo hitos como el “Pacto del Mayflower”, redactado y firmado el 11 de noviembre de 1620, aún en altamar, el que decía “... en presencia de Dios y uno por uno pactamos y nos reunimos en cuerpo civil y político para nuestro mejor orden”; el sermón secular de John Winthrop titulado “Un Modelo de Caridad Cristiana” que se sintetizo en el ideal de una “Ciudad sobre una Colina”; el Gran Despertar con su figura cumbre el ministro cristiano Jonathan Edwards (1703-1758), movimiento protorevolucionario que como señalan varios historiadores cruzo todos los límites de diferencias sectarias dando comienzo a la devoción religiosa ecuménica norteamericana que forjó el espíritu que trajo la Independencia y su Declaratoria.

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No podría hacerse un juicio justo, sin reconocer que esta tradición religiosa y de libertades civiles, fue heredara de Inglaterra no en balde el Premio Nóbel de la Paz, Nicholas Murray Butler (1862-1947) quién fuera en vida Presidente de la Universidad de Columbia, escribió en su libro “Los Grandes Constructores de los Estados Unidos”, que “las libertades civiles americanas y las instituciones políticas americanas comenzaron en el mismo lugar donde comenzaron las libertades civiles y las instituciones políticas inglesas”.

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La clave del éxito de la Revolución Norteamericana fue su capacidad de armonizar las corrientes cristianas y humanistas, representada esta por el deísmo. La incredulidad militante y el anticlericalismo de los filósofos franceses, nunca encontraron eco en el pueblo norteamericano.

En armonía con esa fuente en los documentos que rodean la Revolución Norteamericana, encontramos una mención constante a la Divina Providencia.

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George Washington dedicó un tercio de su mensaje al asumir la presidencia expresando que los EE.UU. necesitaban confiar en Dios.

Esta tradición se mantuvo aún en los momentos más dramáticos de la vida de la nación estadounidense. Son famosas las palabras de Abraham Lincoln el 19 de noviembre de 1863, en el campo de batalla de Gettysburg cuando afirmó inflamando el corazón de sus compatriotas que: “esta nación, bajo Dios renacerá con libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo no desaparecerá de la tierra”.

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Los latinoamericanos miramos hacia EEUU con sentimientos encontrados, de admiración o envidia, de respeto u odio, pensamos que somos pobres por que ellos son ricos, y así podríamos poner muchos otros ejemplos.

Pero en realidad debemos ver que la prosperidad de los EEUU, la fuerte fe de la mayoría de sus pobladores, su sistema de libertades nunca quebrado por totalitarios o dictadores, tienen que ver con sus raíces.

Y nuestra situación, en general proporcionalmente inversa, tiene que ver también con nuestras las nuestras.

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Su nación, surgió unida, bajo el manto protector de las virtudes religiosas y cívicas. Como dijo el ilustre argentino Juan Bautista Alberdi, EEUU ya era libre antes de su Independencia.

Mientras que nosotros fuimos arrastrados por el fuego del influjo “jacobino”, incapaces de unirnos, y de cerrar nuestras diferencias de una forma civilizada y pacífica. Ellos tuvieron un Washington, nosotros una serie de próceres divididos y enfrentados entres sí.