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Carlos Ramírez El 68 ha muerto; ¡viva el 68! Archivo Carlos Ramírez / Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020 Política y de Seguridad Nacional S.C. Centro de Estudios Políticos 41

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Carlos Ramírez

El 68 ha muerto; ¡viva el 68!

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Política

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C o l e C C i ó n

1. Salinas de Gortari, candidato de la crisis.2. el proyecto salinista.3. el nuevo sistema político mexicano.4. la vida en México en el periodo presidencial del Sup Marcos.5. las muchas crisis del sistema político mexicano.6. el nuevo sistema político mexicano.7. la polémica Sartre-Camus.8. Carlos Fuentes: el pensamiento Manchuria.9. narcotráfico y violencia: vidas paralelas.10. las estaciones políticas de octavio Paz.11. el crimen del padre leñero.12. Manuel Buendía 1948-1984.Periodismo como compromiso social.13. la posdemocracia en México.14. México: hacia un nuevo consenso posrevolucionario.lázaro Cárdenas, la izquierda y la última muertede la Revolución Mexicana.15. los intelectuales en el reino de PRIracusa.la parresia de Gabriel Zaid.16. los intelectuales inventaron a Fidel Castro.17. Benedetti, el último comisario del Camelot tropical.18. emilio Rabasa: prensa y poder en el siglo XiX.19. Carlos María de Bustamante (1874-1848).los intelectuales y la política en el México independiente.20. García Márquez no le torció el cuello al cisne.31. De cómo Cuba y Fidel Castro castraron literariamente a Cortázar32. Cortázar en París33. Una entrevista inédita con Cortázar34. el cuento de Cortázar35. la Maga, modelo para armar36. imágenes del centenario de Julio Cortázar

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Archivo Carlos Ramírez / Indicador Político© Grupo de editores del estado de México© Centro de estudios Políticos y de Seguridad nacional, S.C.© indicador Político.Una edición del Centro de estudios Políticos y de Seguridad

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Carlos Ramírez (Oaxaca), periodista profesional desde 1972, es-pecializado en temas económicos y políticos. Licenciado en Periodis-mo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Maestro en Ciencias Políticas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha sido profesor de periodismo y ciencias políticas en varias univer-sidades. Actualmente dicta conferencias en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha trabajado en El Heraldo de México, El Día, la revista Proceso, El Fi-nanciero y El Universal. Fundó y dirigió la revista y periódico La Crisis. Ha conducido programas de radio y televisión. Desde 1990 escribe la columna “Indicador Político”, que se reproduce en el diario 24 Horas y una veintena de periódicos del interior de México. Dirige los sitios: www.grupotransicion.com.mx y www.indicadorpolitico.com.mx, la re-vista Transición y la revista El Mollete Literario. Director del semanario impreso Los Pinos 2012 que circuló en el 2012 y director del semanario electrónico 18 Brumario. Dirige la Revista Indicador Político semanal. Su sitio www.indicadorpolitico.com.mx ganó el premio Victory Award 2012 otorgado por especialistas internacionales en comunicación polí-tica. Presidente y director general del Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S.C. Ha ganado el premio de periodismo “Manuel Buendía”, el premio “José Pagés Llergo”, la medalla al mérito “Ricardo Flores Magón” y varios premios de periodismo del Club de Periodistas de México. Entre sus libros están: El país de las maravillas, La psicosis del dólar, La devaluación de 1982, La nacionalización de la banca, Operación Gavin: México en la diplomacia de Reagan, Cuando pudimos no quisimos, Joseph-Marie Córdoba Montoya: el asesor incómodo, Salinas de Gortari, candidato de la crisis, El regreso del PRI (y de Carlos Salinas de Gortari), Obama y La comuna de Oaxaca.

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I

Si la pregunta normal buscaría saber ¿dónde estabas en el 68?, la pregunta provocadora trataría de indagar cuándo te cambiaste de lado. Los militantes y herederos del 68 mexicano deben ver con irritación —¿o complacencia?—

que el movimiento de izquierda que nació de la represión del 68 está conducido hacia el poder nada menos que por militantes, simpatizantes y cómplices morales del gobierno priísta, del PRI y de Díaz Ordaz-Echeverría.

El 68 mexicano, por tanto, pasa por una crisis de conciencia moral y de cu-rrículum político. En su investigación sobre el 68 mexicano, el sociólogo Salvador Hernández ilustró desde el título de su libro la dimensión del conflicto; El PRI y el movimiento estudiantil de 1968. Para Hernández, el movimiento estudiantil de 1968 tuvo cuando menos dos objetivos: la destrucción del sistema político priísta y la construcción de una democracia socialista.

Los datos están a la vista: los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga pa-saron a la militancia política y otros tomaron caminos propios. Gilberto Gueravra Niebla, Luis Gonzpalede Alba, Eduardo Valle Espinosa, Sócrates Amado Campos Lemus, Pablo Gómez, Joel Ortega y muchos otros siguen en la lucha, juntos se-parados, dentro o no de la institucionalidad.

Sin embargo, el movimiento de izquierda que nació de Tlatelolco está con-ducido por personajes que en el 68 eran priístas o, peor aún, lo fueron a pesar de Tlatelolco. Y lo más grave todos estuvieron al lado de Luis Echeverría, el secretario

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de Gobernación indiciado por la represión en Tlatelolco y luego por el halcona-zo estudiantil del 10 de junio de 1971: Andrés Manuel López Obrador, Porfirio Muñoz Ledo fue orador de Díaz Ordaz en1969 y luego el principal operador político de Echeverría, Enrique González Pedrero fue senador echeverrista, Víctor Flores Olea ascendió a embajador echeverrista, Carlos Fuentes ha sido siempre el abogado moral de Echeverría. Y otros se la jugaron en 1969 políticamente con el precandidato presidencial priísta Emilio Martínez Manatou. Y Manuel Marcué Pardiñas, intelectual del 68 y preso político por el 68, fue asesor político del can-didato presidencial priísta José López Portillo.

El primer círculo del PRD está formado por ex priístas: Manuel Camacho So-lís, Dante Delgado fue operador del Fernando Gutiérrez Barrios que manejó la policía política represiva en 1968 y 1971, el Julio Scherer que opera la política de comunicación crítica al sistema era en 1968 el director del Excelsior que atacaba a los estudiantes y el periodista que recibía regalos costosos del presidente Díaz Ordaz.

Y en el PRD que nació del 68 estudiantil pululan, en el círculo del acarreo político e intelectual algunos escritores y analistas que en el 68 fueron muy severos contra el PRI: Elena Poniatowska, autora del libro de voces del 68, y Lorenzo Meyer, entonces investigador crítico de El Colegio de México. Los dos fueron abiertamente anti priístas y anti sistema, pero hoy son asesores de López Obrador.

¿Y la izquierda de hacer 40 años? El entonces secretario general del Partido Comu-nista Mexicano, Arnoldo Martínez Verdugo, fue el encargado de disolver al PC en 1981 para emprender un largo y doloroso camino hacia la conformación de un nuevo partido de izquierda: del Partido Socialista Unificado de México al Partido Socialista Mexicano, para derivar en un partido que perdió el apellido socialista y por tanto sus raíces marxis-tas: el Partid de la Revolución Democrática, una copia del PRM de Lázaro Cárdenas y del PRI de Luis Echeverría. Martínez Verdugo fue diputado perredista y luego delegado perredista en Coyoacán, donde su carrera se diluyó con más pena que gloria.

Pablo Gómez, dirigente de la Juventud Comunista en el 68 y activo dirigente en l CNH, trató de darle el último impulso socialista al PCM de su registro en 1979 a la elección presidencial de 1982, fue dirigente interino en el PRD luego del megafraude de 1999 y prefirió una carrera parlamentaria cómoda pero sin romper esquemas ni sistemas legislativos. Otros dirigentes que sobrevivieron el 68 y llegaron al registro del PCM en 1978 decidieron salirse del partido, alejarse del PRD y optar por posiciones de gobierno en la alternancia del 2000.

Hay un caso especial: la señora Rosario Ibarra de Piedra es madre del guerrillero Jesús Piedra Ibarra, dirigente de la Liga Comunista 23 de Septiembre y participó en acciones violentas. En 1975 fue detenido y desaparecido presuntamente por la Dirección Federal de Seguridad, entonces bajo el control de Gutiérrez Barrios y cuyo brazo represor era Miguel Nazar Haro. La señora Ibarra se convirtió en el símbolo de la lucha contra la represión, se enfrentó al Estado, encaró duramente a Echeverría y fundó organizaciones de defensa de la lucha política disidente. La señora Ibarra ha denunciado directamente a Echeverría como el responsable directo de la política criminal de represión. En 1988 fue candidata presidencial por el trostkista Partido Revolucionario de los Trabajadores y se estacionó en esa corriente, aunque con alian-zas con el PRD. Hoy la señora Ibarra aparece siempre al lado de López Obrador.

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Como senadora perretista-perredista-petista, la señora Ibarra de Piedra convive políticamente y en actos públicos con los ex priístas de López Obrador que tienen un pasado diazordacista-echeverrísta-priísta. Y no hay de su parte alguna reflexión crítica. Varios de los hoy lopezobradoristas fueron funcionarios de Díaz Ordaz cuadros polí-ticos de Echeverría. Y a su hijo lo secuestraron justamente en el sexenio de Echeverría.

El caso más simbólico es el de Porfirio Muñoz Ledo, militante de todas las corrientes políticas y de todos los partidos. Hoy Muñoz Ledo, por imposición de López Obrador, es coordinador del Frente Amplio Progresista, una organización nacida de la unión del PRD, el Partido del Trabajo y el Partido Convergencia. Convergencia está controlado políticamente por Dante Delgado, operador de Gutiérrez Barrios, gobernador priísta de Veracruz en el salinismo y luego encarce-lado por corrupción. El PT fue impulsado desde el poder priísta por Raúl Salinas de Gortari. El FAP impone líneas políticas de López Obrador a los tres partidos.

Muñoz Ledo fue secretario general del Seguro Social con Díaz Ordaz y como tal pronunció en 1969 dos discursos de apoyo a Díaz Ordaz por las decisiones de Tlatelolco. Luego hizo su carrera de poder al amparo del Echeverría de Tlatelolco y el Jueves de Corpus: subsecretario de la Presidencia pero con oficina en Los Pinos, secretario del Trabajo para liderear a los sindicatos de la CTM que ataca-ron duramente a los estudiantes en el 68, precandidato presidencial, presidente nacional del PRI 1975-1976. Y luego fue funcionario de los gobiernos priístas de López Portillo, De la Madrid y Salinas. Y también fue embajador de Vicente Fox.

A pesar de su carrera política como operador de los gobiernos represores de Díaz Ordaz y Echeverría, Muñoz Ledo es hoy, como él mismo se calificó sin que nadie lo hubiera desmentido, “el jefe de las izquierdas mexicanas”. Así, la izquier-da que se revalidó en el 68, que utiliza el 68 como punto de referencia política, ideológica y democrática y que aglutinó a los combatientes estudiantiles del movi-miento, está dirigida nada menos que por un ex priísta que en 1969 elogió a Díaz Ordaz por su decisión del 2 de octubre de 1968 y que trabajó directamente con el Echeverría que era secretario de Gobernación en 1968 y presidente de la república durante el halconazo.

II

¿Qué fue el 68 mexicano? Ante todo, un movimiento de protesta radical con-tra el sistema político priísta. Comenzó con el enfrentamiento entre dos grupos estudiantiles. La intervención violenta de los granaderos provocó la auto organi-zación de los estudiantes, la formación de grupos de lucha y la protesta callejera. El conflicto escaló posiciones en julio con la represión a la marcha de conmemo-ración de la revolución cubana. Y se solidificó con la intervención del ejército en la toma de locales de la UNAM y el Politécnico. La respuesta estudiantil fue la huelga. Y el movimiento perdió control pero consiguió apoyo de las masas.

El contexto del movimiento del 68 mexicano tuvo cinco escenarios:1.- El mayo francés En 1965, Jean Paul Sartre estaba pesimista porque veía a

los estudiantes apagados, sin activismo. La lucha de la izquierda se había centrado en el estalinismo. Y el saldo dejó cansados a los intelectuales. Una reforma educa-

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tiva encendió huelgas en todo el país y el uso de la fuerza por De Gaulle aceleró el conflicto. El inicio del movimiento entusiasmó sólo a un comunista mexicano: José Revueltas, quien en mayo de 1968 escribió una carta de análisis marxista so-bre el movimiento y dijo que los comunistas mexicanos apoyaban a los franceses. Sartre se unió a la lucha estudiantil.

2.- El colapso mundial: las protestas en los Estados Unidos contra la guerra de Vietnam, el auge de Cuba, el socialismo democrático en Checoslovaquia que sería aplastado con tanques soviéticos, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy en los EU, la nueva crisis en el medio oriente, el activismo palestino y los golpes de Estado de izquierda proliferan en América Latina. En las protestas destacaron los estudiantes, sobre todo los que en los EU habían sido llamados a fila obligatoriamente para enviarlos a Vietnam.

3.- La olimpiada en México había comenzado a despertar entusiasmo por las construcciones de última hora. No se detectaron protestas anteriores. Inclusive, la olimpiada se veía con buenos ojos. En marzo de 1968 Revueltas había renunciado a un modesto cargo en la Secretaría de Educación Pública por una agresión que había sufrido en el aeropuerto a su regreso de Cuba. Sin embargo, a los 54 años de edad, Revueltas se había refugiado como redactor en la oficina de prensa del Comité Olímpico Mexicano. Ahí redactó su carta a los revolucionarios franceses. En junio, luego de la represión contra la manifestación de celebración de la revo-lución cubana, Revueltas renunció y se incorporó a movimiento. La olimpiada se contaminó con el movimiento porque los estudiantes decían que se quería vender una imagen falsa de México.

4.- La severa crisis de la izquierda mexicana. En 1962 Revueltas había publi-cado su texto Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, donde establecía la tesis de la inexistencia histórica del Partido Comunista como el partido de la clase obrera. Ya habían pasado las grandes movilizaciones obreras del periodo 1952-1958 y se habían dado las derrotas de la izquierda: las cárceles estaban llenas de presos po-líticos. El PCM se había burocratizado, Su dirigencia pasó de Dionisio Encinas a Martínez Verdugo pero sin una reflexión teórica. El PCM había perdido el control

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de sindicatos. Y en la semi clandestinidad, la izquierda comunista era incapaz de crear un espacio de consenso político. EL 68 atrapó al PCM apenas refugiado en algunas escuelas de la UNAM y del IPN.

5.- La sucesión presidencial de 1970 había comenzado con las elecciones in-termedias de 1967. Las precandidaturas estaban perfiladas: Emilio Martínez Ma-nautou como secretario de la Presidencia, Antonio Ortiz Mena como secretario de Hacienda, Luis Echeverría como secretario de Gobernación y el general Alfonso Corona del Rosal como jefe del Departamento del Distrito Federal. Como parte de esa lucha aparecía la rectoría de la UNAM, cuyo titular, Javier Barros Sierra, había sido secretario de Obras Públicas el gabinete de López Mateos y había com-petido contra Díaz Ordaz por la candidatura de 1964. Varios maestros universita-rios que tuvieron relación con el movimiento estudiantil se vincularon a Martínez Manautou luego fueron captados por Echeverría como candidato presidencial para incorporarlos al gobierno. La inestabilidad estudiantil puso a prueba a los precandidatos, dio cuenta de Ortiz Mena, diluyó a Martínez Manautou, sacó de balance de Corona y dejó a Echeverría como el único.

Del lado estudiantil, los liderazgos estaban diezmados. Sólo la disciplina del PCM había conseguido darle cierto orden a la protesta. La conformación del Consejo Na-cional de Huelga impulsó figuras pero no corrientes. Por tanto, la dirigencia estudian-til se atomizó, no pudo lograr coherencia y se hundió en el asambleísmo y la descon-fianza. El pliego petitorio de seis puntos fue producto de la represión del gobierno y no una propuesta democratizadora. Es cierto que su cumplimiento hubiera abierto la política, pero de ninguna manera hubiera podido cambiar las reglas de la política. Los sindicatos eran controlados por el gobierno y por Fidel Velázquez, los partidos políticos registrados dependían del gobierno, el PAN no aspiraba al poder sino que su papel era de conciencia moral crítica, las organizaciones de izquierda no llegaban siquiera a grupos de presión y el PCM nunca se interesó por dirigir el conflicto.

Por tanto, el movimiento estudiantil fue de protesta contra la represión.En el fondo, sin embargo, subyacía una propuesta coherente, de fondo, re-

volucionaria. La del escritor José Revueltas, expulsado dos veces del PCM por crítico, autor de la más dura crítica contra el PCM, novelista de obras que fueron severamente criticadas por el moralismo comunista y sacadas de circulación y el más importante filósofo marxista. Mientras el CNH y los dirigentes se la pasaban protestando contra la represión y en asambleas agotadoras a mano alzada, Revuel-tas delineó un proyecto de revolución educativa por la vía de la autogestión. Sin embargo, la izquierda nunca se preocupó por asumir a Revueltas. Lo paradójico es que Revueltas fue detenido y acusado de ser el autor del movimiento estudiantil.

Revueltas vio el camino educativo desde el principio, ante el fracaso del PCM y la descomposición obrera. En su carta de mayo de 1968 a los revolucionarios franceses, Revueltas encontró una salida revolucionaria en los estudiantes y sus protestas, toda vez “el marxismo mediatizado y deformado dentro de la gran ma-yoría de los partidos comunistas por la irracionalidad y el dogmatismo”. Para el marxista mexicano, la del mayo francés era una “oportunidad histórica que quizá no se vuelva a repetir en el mundo” para cambiar la faz de Francia. Revueltas veía en Francia la revolución socialista.

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Sin embargo, Revueltas padeció en Francia la incomprensión que tenía en México. El escritor André Gorz respondió: “aunque el texto que nos sometió us-ted sea eminentemente sugestivo y aunque deseemos afirmar nuestro apoyo a José Revueltas, su publicación en una revista francesa nos parece imposible: los criterios y referencias intelectuales no son las mismas aquí y en América Latina. Es una dificultad que encontramos a menudo”. Gorz era entonces codirector de la revista Les Tempes Modernes, fundada y dirigida por Jean Paul Sartre. El existencialismo no convivía entonces con el marxismo crítico. Gorz, nacido en Viena, expulsado por los nazis y naturalizado francés, después rompería con el comunismo y se in-clinaría por el ecologismo.

Revueltas volvió a las andadas y redactó su propuesta como primer documento sobre el 60: “Nuestra “Revolución de Mayo” en México”. Para el escritor, la protesta estudiantil mexicana para la gran revolución social y política. Su propuesta se ba-saba en la autogestión académica para llevar la democratización al conocimiento y de ahí a la realidad. Buscaba “convertir a la Universidad en el elemento crítico más activo de la sociedad” y ponía tres metas concretas: la libertad humana y civil, una democracia integral sin mediatizaciones y un cambio social y económico en la base y en las superestructuras.

Revueltas era un adelantado. En julio de 1968 los estudiantes comenzaron a salir a la calle a protestar contra la represión gubernamental mientras él reflexio-naba sobre el proyecto ideológico y revolucionario de la movilización estudiantil. Pero fue poca su influencia real. Le reconocen su papel militante, su lucha en las aulas, la redacción de panfletos y la participación codo con codo, pero el movi-miento estudiantil del 68 le debe a Revueltas el análisis de su propuesta: o era muy adelantada para lo que buscaba la protesta estudiantil y fue un incomprendido por la profundidad de su pensamiento revolucionario.

III

A pesar de sus limitaciones y del asambleísmo, el carácter de la protesta estu-diantil debe medirse en función de la represión gubernamental: policías, militares, bazucas, ocupación de instalaciones educativas y balas mortales contra una protesta sin armas. El gobierno de Díaz Ordaz le tuvo miedo a la protesta, a la movilización callejera. Las manifestaciones obreras de los cincuenta habían sacudido al sistema: el poder podía ser vencido por la calle. El uso de la fuerza en 1958 no fue, por tanto, un despropósito sino que obedeció a la lógica de la fuerza: en 1968 se usó la misma fuerza que la utilizada contra los conflictos ferrocarrilero, magisterial, médico, campesino y estudiantil. La represión era desmovilizadora.

La lógica del 68 era la misma porque los personajes eran los mismos. En 1954, el inicio del ciclo de protestas obreras, vio la conformación de un grupo de poder: Adolfo López Mateos como secretario del Trabajo, Gustavo Díaz Ordaz como subsecretario de Gobernación, Luis Echeverría como oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública y después de Gobernación y Fernando Gutiérrez Barrios como jefe del control político de la Federal de Seguridad. A ellos le correspondió parar en seco las protestas obreras, estudiantiles y campesinas. Por tanto, era lógico

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que en el 68 utilizaran el mismo mecanismo de la represión contra la protesta. En las expresiones anteriores habían logrado desmovilizar la protesta; en el 68, la reacción retroalimentó la protesta.

La apuesta oficial estaba sustentada en la condición aglutinadora del sistema político priísta, un concepto que logró resumir el escritor Mario Vargas Llosa en 1992 en una frase provocadora: la dictadura perfecta porque incluía en su seno a la disidencia. Revueltas, por ejemplo, trabajaba en la SEP y luego en el Comité Olímpico, pero su ruptura fue revolucionaria.

El movimiento estudiantil estaba formado de varios bloques: el estudiantil, el cooptado por el PRI, el del profesorado, el de los intelectuales y el de los comu-nistas. De todos ellos, el de los intelectuales fue muy activo y estaba conformado en dos partes: el crítico y el institucional. El gobierno le apostó a la inexistencia histórica de una disidencia rupturista. El PCM estaba anulado. Los liderazgos obreros radicales dormían en la cárcel. Y los grupos revolucionarios eran muchos pero incoherentes. Los intelectuales críticos carecían de factores multiplicadores y casi todos ellos dependían de alguna institución cultural del Estado.

Hubo un sector importante de intelectuales que no ha sido analizado a fondo. Venían de dos grupos definidos: el de la revista Política de Manuel Marcué Par-diñas y el de El Espectador encabezado por Carlos Fuentes. De éste último hubo un desprendimiento de profesores y académicos de la UNAM que apoyaba las protestas pero buscaba su propio camino. Los tres grupos giraban en torno a su inserción en el sistema, aunque por una puerta lateral: Política, El Espectador y los académicos unamitas representaban la reactivación del cardenismo, no una revo-lución socialista; es decir, querían sólo el cumplimiento de los compromisos de la revolución mexicana. El PRI pedía lo mismo, aunque con otro camino.

Miembros de los tres grupos desembocaron en el gobierno en 1969. Marcué, por ejemplo, fue asesor del candidato priísta en la campaña de 1976 y como tal asistió, en auto oficial con chofer y él en el asiento trasero, al sepelio de Revueltas en abril y ahí fue repudiado por ex correligionarios. Carlos Fuentes, de El Espectador, estuvo en Francia en mayo del 68 y luego se fue como escritor a recorrer a Europa. Publicó un texto sentimental sobre el Mayo Francés. Regresó a México en 1970, publicó su libro Tiempo Mexicano donde terminaba con un elogio a Echeverría y lo caracterizaba de víctima del halconazo de 1971, luego sería embajador y asesor priísta. Renunció a la embajada por la designación de Díaz Ordaz como embajador en España, pero luego de haber perdido prestigio por su alianza política con Echeverría.

Y en 1969 hubo un grupo de académicos universitarios, todos ellos cercanos y simpatizantes del movimiento estudiantil mexicano, que se cohesionó alrededor de Martínez Manautou en su lucha por la candidatura presidencial. Antes de la no-minación publicaron un folleto con artículos alrededor de un discurso pronunciado por Martínez Manautou el 19 de mayo de 1969. El folleto se tituló: México. El dilema del desarrollo: democracia o autoritarismo. Los autores: Jorge Cortés Obregón, Víctor Flores Olea, Gastón García Cantú, Henrique González Casanova, Horacio Labastida, Francisco López Cámara y Gustavo Romero Kolbeck. Varios encon-traron acomodo en el gobierno de Echeverría: Flores Olea como embajador en la URSS, Labastida en el PRI y Romero Kolbeck como director del Banco de Mé-

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xico. García Cantú se incorporó al gobierno con López Portillo. Y López Cámara fue asesor de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación de Echeverría.

El punto de inflexión fue fundamental para el debate. México había andado el camino del desarrollismo, es decir, del crecimiento económico en las cifras sin atender la calidad del desarrollo. Ello había provocado, a decir de estos intelec-tuales y académicos, la represión. Por tanto, México debería volver al camino de la unidad del desarrollo y de la democracia. Ya había estallado el autoritarismo en el 68 y en los años de la represión obrera. La tesis era la misma de Política y El Espectador: regresar al México de la revolución mexicana, reactivar ideológica y políticamente al PRI. No había, pues, propuestas de ruptura revolucionaria. No las hubo en el 68, a excepción de Revueltas y de algunos documentos del PCM. Se trataba de crear una nueva coalición progresista alrededor de la propuesta de Lázaro Cárdenas de un Movimiento de Liberación Nacional. Pero la confusión ideológica impidió una propuesta coherente.

No, no había propuesta rupturista ni revolucionaria. Lo escribió en ese fo-lleto Flores Olea, entonces ideólogo marxista, más tarde director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y luego embajador echeverrista y funcionario salinista y, circularmente, hoy lopezobradorista nuevamente radical. El debate no era entonces por el desarrollo —tasas de 6 por ciento anual de PIB, inflación anual de 2% y tipo de cambio fijo—, sino por la democracia. Estaba fresca la sangre de Tlatelolco. Pero no definían una vía revolucionaria. Se trataba de que funcionarios de dentro del sistema encabezaran reformas democratizadoras aún sin ajustar cuentas penales con la represión: la eterna esperanza de la lucha desde dentro. Para Flores Olea, “sin el pleno ejercicio de tales derechos, inevitablemente el crecimiento económico desemboca en opresión y en el sometimiento de las clases más necesitadas y de los sectores más dinámicos del país”.

Se trataba, pues, de regresar al sendero priísta de la revolución mexicana. No de encabezar una revolución para imponer un nuevo proyecto ideológico, social y de desarrollo. De ahí las limitaciones del alcance del 68 mexicano. Los estudiantes que-rían, decían en sus frases en los muros, la revolución, carecían de una fuerza partidista de liderazgo, la clase obrera estaba bajo control del PRI y del sistema, los intelectuales no alcanzaban a definir la vía revolucionaria y la oposición padecía el peso de la do-mesticación del poder. Por tanto, el movimiento estudiantil y popular del 68 carecía de un contexto revolucionario y padecía el acotamiento de sectores dominados por el tradicionalismo aunque proclives a la protesta. Sin una dirigencia enfocada hacia el cambio revolucionario, la protesta estudiantil estaba destinada al fracaso.

La aportación del movimiento fue justamente la protesta y, dialécticamente, la represión. El 2 de octubre de 1968 se agotó la vía autoritaria institucional. Y la pa-ralela, la subterránea, de la guerra sucia contra la disidencia terminó en 1985 con la disolución de la Dirección Federal de Seguridad como policía política del régimen priísta. Por eso el gobierno de Echeverría no propuso cambios estructurales sino sólo la incorporación a su gobierno de disidentes del 68 y anteriores, el uso del lenguaje de la crítica al poder que se le revirtió en 1976 y lo obligó al manotazo autoritario contras el periódico Excelsior y la atención a los sectores marginados del desarrollo pero a costa de una crisis económica por la ausencia de una reforma fiscal.

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Así, el 68 mexicano de protesta contra el régimen priísta se convirtió en la última oportunidad de reorganización política del PRI. Pero se trató de otra opor-tunidad desperdiciada: Echeverría abrió la política, atendió a los pobres y aireó el sistema pero condujo al país a una severa crisis económica y una peligrosa ruptura del consenso político con los empresarios. Por eso es que fue la crisis económica y luego política —y no la sombra del 68— la que realmente condujo al régimen priísta a la apertura política y no a una modernización democrática. La crisis eco-nómica 1973-1982 provocó primero el agotamiento de la clase política que tomó el poder en 1940, luego el arribo de los tecnócratas y finalmente la alternancia par-tidista en la presidencia de la república. El 2000 es, en realidad, hijo bastardo del 68 estudiantil; y lo prueba el nacimiento del PRD como la izquierda sesentayochera formada por las élites priístas que avalaron la represión.

En este contexto, la protesta estudiantil del 68 fue lanzada por jóvenes contra el régimen priísta pero fue capitalizada por las élites políticas que de 1958 a 1968 pedían sólo el regreso de la conciencia social y política al régimen de la revolución mexicana, que pedían la recuperación popular del PRI y que tenían un proyecto de desarrollo capitalista dependiente con políticas de cobertura social. No era, desde luego, la propuesta de Revueltas. Pero al final de la historia, lamentablemente la gran aportación política del 68 fue la represión y la crisis de gobernabilidad del régimen priísta. Para no reprimir más se tomó la decisión de apostarle a una democratización por goteo: libertad de presos políticos, derogación de los artículos de disolución so-cial, debate sobre el 68 en el seno de la élite del poder, la reforma política de 19678 que legalizó al PCM y democratizó los partidos y la quiebra interna del PRI en 1987.

IV

Por tanto, el 68 mexicano tiene otras lecturas que el francés. En su campaña en abril de 2007, el candidato de centro-derecha Nicolas Sarkozy propuso el fin del 68 francés. Heredero del gaullismo, Sarkozy hizo una reflexión que fue mal tratada

Mayo Francés

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en los medios. Si puede considerarse una crítica al 68 desde la derecha, pero con evidencias certeras de su crítica hacia la izquierda. Las reacciones no se hicieron esperar. Pero Sarkozy solamente pudo a debate el 68 para una lectura de acuerdo con los resultados: ¿dónde está la izquierda heredera del 68?

El texto de su discurso vale la pena:

«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus in-formaciones que se difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no ju-garía más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anun-ciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siem-pre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.

Necesidad de nación La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La

nación también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para res-ponder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuer-te. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar.

Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede ac-tuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo me-jor. Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromi-sos, respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.

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Contra los herederos de Mayo del 68 No me da miedo la palabra "moral". Desde mayo de 1968 no se podía

hablar de moral. Era una palabra que había desaparecido del vocabulario po-lítico. Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelec-tual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito.

Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el de-lincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían pro-clamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el res-peto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohi-bido.

Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: "Vi-vir sin obligaciones y gozar sin trabas". Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo ni-ños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El cuestiona-miento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.

La izquierda hipócrita Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la polí-

tica. Todos esos polí-ticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mis-mos. Proclaman: "Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago". Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios.

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La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende de-fender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios pri-vados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás.

Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifies-tos cuando se expulsa a algún "okupa", pero que no aceptaría que se instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.

Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabili-dad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad.

Liquidar la herencia de Mayo del 68 La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos

herederos de los que en Mayo del 68 gritaban "CRS = SS", toman siste-máticamente partido por los violen-tos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Nor-te. En lugar de condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden

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y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que me-recería ser inscrita en los anales de la República: "Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud".

Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.

En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía. No es posible seguir denunciando la "provocación" y el "Estado policial" cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar.

No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones. No es posi-ble proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los com-portamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativis-mos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma.

Ciudadanía de deberes Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes,

los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes. Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías,

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a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a lo lago de toda la vida. Quiero el derecho a la caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro.

Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recor-dar a cada cual sus deberes, cuan-do en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos re-novados esa República fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su exis-tencia como nación. Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.

Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el au-mento del poder ad-quisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.»

Dos reacciones deben incorporarse: Daniel Cohn-Bendit publicó el libro Adiós al 68 que aún no aparece en español. Y André Glucksmann circuló el texto Mayo del 68. Por la subversión permanente. Este último debe ser aclarado. Su título en francés es otro: Mayo del 68 explicado a Sarkozy. Glucksmann se encontraba en las gradas de la campaña de Sarkozy el día del discurso y le dio una lectura más mesurada y menos reactiva, provocando el enojo de su hijo Raphaël, nacido diez años después del 68, en 1979.

André trata de navegar entre las contradicciones. Nacido dentro del grupo de los “Nuevos Filósofos” franceses que abrevaron en las ideas de la izquierda anar-quista y maoísta y que después se convirtieron en incómodos críticos de la repre-sión soviética, decidió sumarse al grupo de Sarkozy por el significado del cambio y mucho más allá del 68. Glucksmann arribó con una biografía política crítica: Discurso de la guerra, La cocinera y el devorador de hombres, éste último publicado en español por Monte Avila Editores en 1976. Ahí lanzaba un alegato contra la represión soviética siguiendo los pasos de David Rousset en 1951 denunciando los campos de concentración soviéticos contra disidentes. En aquellos años los Nuevos Filósofos fueron tachados de derechistas. Sin embargo, su objetivo era superar militancias y enfoques parciales y establecer una nueva crítica al poder. También: hacia la subversión del trabajo intelectual (editorial Era 1976).

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En su libro Mayo del 68 como un alegato para Sarkozy, Glucksmann trata de superar la recriminación de su hijo. “Parafraseando a Nietzsche diría que mayo del 68 fue un acto demasiado grande para quienes lo llevaron a cabo”. Esta frase es, más bien, una definición: en efecto, el movimiento del 68 en Francia y México despertó expectativas que los estudiantes no pudieron atender, que buscaron el apoyo de la clase obrera y no lo obtuvieron, que se perdieron en liderazgos disper-sos, tumultuarios y asambleístas y que inevitablemente condujeron en las calles a la represión. La revolución de mayo no tuvo revolucionarios a la altura. Al final, Glucksmann revela en su último libro la dimensión del desafío: una revolución es demasiado seria como para dejarlo en manos de los revolucionarios. Un movi-miento callejero no condujo a una revolución.

“Se ha entablado una batalla de ideas y sentimientos que ha llegado hasta 2007 y probablemente se prolongue: nosotros somos productos, agentes, herederos. Un consejo para los nostálgicos de su juventud perdida, para sus hijos románticos a los que les duele vivir: dejen de hacer de Mayo del 68 un fetiche o de adjudicarse la paternidad de todos los vicios. El acontecimiento trajo consigo tanta energía e impulso como mezquindad y abandono. No todas las hadas que se reunieron al-rededor de la cuna del recién nacido eran benévolas. Cuarenta años más tarde hay que reexaminarlas sin canonización retrospectiva ni exorcismo póstumo, a riesgo de reconocer bajo los disfraces de hoy los desafíos de siempre”.

Cohn-Bendit fue uno de los principales líderes carismáticos del Mayo francés, conocido como Danny el Rojo. En 1969 la editorial Era publicó el libro La rebelión estudiantil, una serie de textos, entrevistas y documentos de Danny y otros diri-gentes estudiantiles. El esfuerzo del análisis quiere llegar a conclusiones radicales sobre la revolución, pero al final siempre prevaleció el desorden estudiantil como parte de la propuesta: el desorden juvenil contra el orden del stablishment. En 1987 Danny realizó un viaje por el mundo para entrevistar a dirigentes de la disidencia juvenil y publicó el libro La revolución y nosotros que la quisimos tanto. Ahí se pasa revista más bien a lo que no fue el movimiento de protesta estudiantil: una pro-puesta alternativa al modelo conservador de De Gaulle.

En el 2008, Danny —líder de los verdes en el Parlamento Europeo— acaba de circular el libro Olvídense del 68, bajo un argumento similar al de Glucksmann: “fue algo absurdo aunque sirvió para roturar el mundo”.

El problema del 68 fue su cruzamiento con otro movimiento de protesta pasi-vo: el hippie. Se trataba de una propuesta de aislamiento de la realidad, de consumo de drogas alucinógenas y de no violencia. Mientras los estudiantes querían hacer la revolución para cambiar el mundo y se enfrentaban a la policía, los hippies se sentaban en las calles, aceptaban pasivamente la represión y buscaban sólo un es-pacio aparte de la realidad.

El Mayo francés quedó en el limbo. No buscó la democratización como en Mé-xico y su sistema priísta autoritario, sino que quiso hacer la revolución sin obreros y sin Partido Comunista. De Gaulle, el héroe de la segunda guerra mundial y el líder que redujo al colaboracionista Petain a una expresión de traición, fue sometido a la presión de la protesta juvenil sin coherencia. De Gaulle se enfrentó solo a la crisis. André Malraux, el también héroe legendario del socialismo y autor de novelas

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magistrales sobre la revolución china de Mao, era entonces ministro de Cultura de De Gaulle y había sentado las bases de lo que después sería el Estado cultural que acotó el papel activo de los intelectuales: la crítica dentro del Estado.

La crisis política del Mayo francés desbordó a todos. En su libro Huéspedes de paso, Malraux describe que en la insurrección del lunes 6 de mayo estaba en su despacho conversando con Max Torres, un compañero de lucha en la guerra civil española. Mientras hablaban de esa lucha, de los jóvenes, de la filosofía y de la rebeldía, al despacho de Malraux iban llegando los cables informándole el avance de la lucha estudiantil. El propio escritor recuerda, con ironía, aquella escena real de la huelga general en China que precedió a la revolución de Mao. Y así comienza su novela Los conquistadores: “se ha decretado la huelga general en Cantón”. Los télex informan del agudizamiento de la lucha en las calles francesas, la revolución de los adoquines avanzaba. Malraux recuerda también el alzamiento en Argelia. Malraux le pregunta a su amigo si conoció a Simone Weil, filósofa judía. “Te habría enseñado que el propósito de la filosofía es sin duda el conocimiento, pero también la sabiduría. No la razón”.

Las informaciones abruman a Malraux. El escritor cruza los datos con su pro-pia experiencia: España, Argelia, China, revoluciones todas. Las cifras de heridos: hacia media tarde le informan que van trescientos. “Con este tipo de calma llega-remos a tres mil”. Sigue su conversación con Max Torres: la realidad revolucionaria de ambas con el caos francés también vestido de revolucionario., Malraux se siente abrumado, desbordado. Es hombre del gobierno impugnado de De Gaulle, pero no quiere perder sus referentes personales. Analiza la crisis estudiantil, el alejamiento del Partido Comunista, la aventura juvenil.

Max Torres reflexiona desde su marginación. El Partido Comunista Español lo ve con desconfianza. La revolución, dice, es otra cosa. “Los estudiantes no sue-ñan con la revolución; sueñan con sublevaciones populares. Por supuesto, como en España. O en California, o en Holanda, ¡en todos los países! Una buena mezcla de nihilismo y festividad. Malraux centra el asunto en Francia, en el momento políti-co. Cuatrocientos cincuenta heridos, le informan. Dice Malraux: “como dicen en el

Archivo Pedro Meyer

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Partido Comunista, el único resultado concreto de estos fuegos artificiales en el te-rreno político será apoyar al señor Mitterrand y a sus políticos contra el general De Gaulle. Y si fracasan, echar a los electores en los brazos del gaullismo de derecha. Es decir, hacer el amor a la vista de todos esos grupos de seis para llegar al presi-dente del Senado. Quien se desembarazará de los comunistas como de costumbre.

Malraux tuvo razón. En 1969 De Gaulle renuncia después de perder el referén-dum para buscar mayor fortaleza. Le sucedió Georges Pompidou, una posición del gaullismo. La izquierda llegaría al poder hasta 1981 pero gobernaría con decisiones económicas de la derecha. De 1981 a 1995, dos periodos constitucionales de siete años, el 68 fue una sombra incómoda, casi imperceptible. A lo largo de los siguien-tes diez años el 68 siguió en la semiclandestinidad. En el 2007 saltó a la palestra con el discurso de Sarkozy y los libros de Glucksmann y Cohn-Bendit.

V

El 68 mexicano ha naufragado como el francés. Los líderes de entonces fueron a la cárcel, salieron perdonados, algunos entraron al gobierno, otros quedaron en la disidencia, la lección política quedó reducida al problema judicial de represión. En 1978 fue legalizado el Partido Comunista. En 1988 hubo una ruptura en el PRI y Cuauhtémoc Cárdenas sacudió el proceso electoral. En el 2000 Vicente Fox asumió el compromiso de atender el 68 desde el enfoque penal contra los políticos acusados de la represión y creó una fiscalía especial que indició a Luis Echeverría y otros colaboradores. El proceso penal se torció por las leyes que paradójicamente había inventado el PRI justamente para protegerse. En el 2008, a cuarenta años de Tlatelolco, el país aún busca una explicación. Sí, Echeverría era el secretario de Go-bernación. Sí, Díaz Ordaz fue el responsable. ¿Pero la represión fue una decisión personal o de Estado? ¿Fueron los gobernantes o el sistema? Salvador Hernández, desde la izquierda, concluyó que el movimiento fue contra el PRI.

En 1978 el sociólogo Sergio Zermeño emprendió el primer intento de ra-cionalización del 68: México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil de 1968 (editorial Siglo XXI). Parte del desconcierto. Lo dice el primer párrafo de su introducción: “en 1968 los estudiantes emprendimos una lucha. Nuestros obje-tivos eran tan obvios como inciertos. Sabíamos contra quién y contra qué dirigir nuestra cólera. Habíamos sido golpeados injustificadamente por la policía como tantos otros, vivíamos bajo un régimen en el que las decisiones eran tomadas por el Estado y sus vastas extensiones y luchábamos contra la prepotencia”.

Sí, en efecto, el 68 abrió el camino de la democratización. Pero los historia-dores políticos aún no alcanzan a aclarar si por derivación directa o por decisión del propio sistema político priísta al haber agotado en Tlatelolco el camino de la represión. Vendría un interregno: a la radicalización armada de la lucha política correspondió la radicalización criminal del Estado. Hubo muchos tlatelolcazos in-termedios, represiones violentas del Estado contra la guerrilla. En 1982 se rompió la complicidad de la sangre y la represión que había dominado al sistema priísta desde 1928. Los tecnócratas estaban lejos del 68 y su prioridad era la estabilidad financiera. La reforma política de 1978 llevó en 1983 a la libertad electoral mu-

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nicipal y el PRI comenzó a perder posiciones. En 1989, derivado del cuestionado proceso electoral de 1988, el PRI entregó la gubernatura de Baja California. Y ante la presión callejera de la izquierda ex priísta y ex comunista, los gobiernos priístas cedieron otras posiciones de poder. El asesinato de Luis Donaldo Colosio en mar-zo de 1993 volvió a romper la continuidad. Y Zedillo comprometió la democra-tización electoral presidencial para estabilizar la crisis devaluatoria de 1994-1995.

En el 2000 se dio la alternancia partidista en la presidencia de la república con el PAN que no había participado en el 68 y que, al contrario, estaba en el Con-greso como minoría pero sin alzar su voz de protesta. Como decía la maldición de Malraux, en México ocurrió lo mismo: la izquierda no aprovechó el 68 y el voto se fue al priísmo de derecha: Echeverría no encontró oposición, el PRI ganó hasta 1994 y el voto buscó la alternancia a la derecha. En ese largo periodo de treinta y dos años, de 1968 a 2000, el país vivió cinco elecciones presidenciales dentro de la institucionalidad, padeció la peor de las crisis económicas y vio con pasmo el fin histórico del PRI como gobierno de la revolución mexicana.

La izquierda tuvo una mutación circular: comenzó desde el marxismo insurrec-cional del 68 contra el PRI y terminó bajo el liderazgo de los priístas que estaban en el PRI en el 68. Del marxismo del PCM se llegó a la revolución mexicana del PRD. Los luchadores del 68 se dedicaron a tratar de encarcelar a los responsables de la represión, pero sin producir un proyecto político, un acuerdo ideológico y una correlación de fuerzas sociales derivada del 68. Las universidades aprovecharon la autonomía para aislarse de la realidad y abandonaron la revolución educativa que exigía Revueltas para convertirlas en centros productivos con sindicatos tradicio-nalistas. Los jóvenes radicalizaron la lucha y confundieron los adversarios: jóvenes radicales estimulados por grupos priístas lograron el derrocamiento de Pablo Gon-zález Casanova como rector. El gobierno priísta recuperó la UNAM y la volvió a perder en la lucha contra el aumento en las cuotas de inscripción en 1987. En 1999 enfrentó una huelga por el segundo intento de aumentar cuotas y la policía volvió a recuperar Ciudad Universitaria.

La izquierda aprovechó el debilitamiento político del gobierno y del PRI. Ze-dillo envió a Juan Ramón de la Fuente a la rectoría en el 2000 para estabilizar la universidad y éste pactó con el PRD ante la pasividad del PRI y del PAN. Hoy la universidad quedó en manos del PRD priísta, ajeno al 68.

A lo largo de cuarenta años, el 68 ha sido una referencia y una lucha judicial. De no ser por los razonamientos de Revueltas sobre la revolución educativa y de algunos pronunciamientos del PCM para ir más allá de la protesta juvenil, el pliego petitorio fue una propuesta de resistencia que produjo una democratización en cámara lenta. Pero a la distancia se percibe que la democratización no fue producto directo del 68 sino una decisión de la clase política priísta para extender su domi-nio sin oposiciones conflictivas: la reforma política de 1978 atendió la presión de la guerrilla y eludió mayores represiones, la democratización electoral municipal de 1983 logró un acuerdo con el PAN por la presión de los Estados Unidos, la cesión de gubernaturas facilitó la gobernabilidad de Salinas después del fraude electoral de 1988 y la alternancia del 200 fue hija de la ruptura de la continuidad en 1994 por el asesinato de Colosio y de nueva cuenta la presión de Washington.

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