El Acolitado

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EL MINISTERIO DEL ACOLITADO EN LA IGLESIA CATÓLICA En la antigüedad, la Iglesia, estableció algunos ministerios laicales con los cuales se confiaba a personas aptas para los mismos oficios en la liturgia y la caridad eclesial. Con el tiempo, algunos de ellos, los relacionados con la liturgia fueron conformándose como instituciones precedentes a las órdenes sagradas: diaconado y presbiterado. Estos ministerios eran: El ostiariado: “El portero u ostiario (del latín ostiarius, que a su vez procede de ostium, que significa puerta) era el clérigo que había recibido la primera de las órdenes menores y tenía a su cargo abrir y cerrar la puerta de la iglesia, así como guardarla, llamar a tomar la comunión a los dignos (rechazando a los indignos) y conservar las cosas sagradas: es el guardián del Santísimo Sacramento que se oculta en el sagrario. En la ceremonia de ordenación, el obispo u arzobispo le presentaba al aspirante las dos llaves del templo sobre un plato y, mientras el aspirante las tocaba, le decía: Actúa de tal suerte que puedas dar cuenta a Dios de las cosas sagradas que se guardan bajo estas dos llaves...” 1 . También era el encargado de tocar las campanas para llamar a las celebraciones litúrgicas a los fieles. El lector: “Era a quien se le confería el oficio de leer o cantar públicamente en el templo las santas escrituras, según los libros del canto litúrgico; además ayudaba al diácono en sus labores ministeriales, enseñando el catecismo al pueblo, y bendiciendo hogares y bienes para consagrarlos a Dios. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el Misal Romano y, mientras el candidato lo toca con su mano derecha, le dice: Sé un fiel transmisor de la palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con los que desde el comienzo de los tiempos han administrado su palabra.... Es una de las dos órdenes menores reconvertidas en “ministerios laicales” que aún se conservan, junto al acolitado. Actualmente se confiere no por ordenación sacramental sino por colación, un rito de bendición en el que el fiel laico es instituido para ésta misión, sin dejar el estado laico. A pesar de ser ministerio para laicos, se suele administrar a los candidatos al sacerdocio, como preparación al mismo. En la práctica, el oficio de leer las escrituras durante la liturgia se hace sin poseer este ministerio” 2 . El exorcista: “Era a quien se le confiere el oficio de imponer las manos sobre los posesos del demonio, recitar los exorcismos aprobados por la iglesia y presentar el agua bendita. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el libro de exorcismos al ordenando para que lo tocara con la mano derecha, y le decía: Recíbelo y confía a la 1 Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Ostiario , vista el 25-12-12. 2 tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93rdenes_menores , vista el 25-12-12.

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EL MINISTERIO DEL ACOLITADO EN LA IGLESIA CATÓLICA

En la antigüedad, la Iglesia, estableció algunos ministerios laicales con los cuales se confiaba a personas aptas para los mismos oficios en la liturgia y la caridad eclesial.

Con el tiempo, algunos de ellos, los relacionados con la liturgia fueron conformándose como instituciones precedentes a las órdenes sagradas: diaconado y presbiterado.

Estos ministerios eran:

El ostiariado: “El portero u ostiario (del latín ostiarius, que a su vez procede de ostium, que significa puerta) era el clérigo que había recibido la primera de las órdenes menores y tenía a su cargo abrir y cerrar la puerta de la iglesia, así como guardarla, llamar a tomar la comunión a los dignos (rechazando a los indignos) y conservar las cosas sagradas: es el guardián del Santísimo Sacramento que se oculta en el sagrario.

En la ceremonia de ordenación, el obispo u arzobispo le presentaba al aspirante las dos llaves del templo sobre un plato y, mientras el aspirante las tocaba, le decía: Actúa de tal suerte que puedas dar cuenta a Dios de las cosas sagradas que se guardan bajo estas dos llaves...”1. También era el encargado de tocar las campanas para llamar a las celebraciones litúrgicas a los fieles.

El lector: “Era a quien se le confería el oficio de leer o cantar públicamente en el templo las santas escrituras, según los libros del canto litúrgico; además ayudaba al diácono en sus labores ministeriales, enseñando el catecismo al pueblo, y bendiciendo hogares y bienes para consagrarlos a Dios.

En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el Misal Romano y, mientras el candidato lo toca con su mano derecha, le dice: Sé un fiel transmisor de la palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con los que desde el comienzo de los tiempos han administrado su palabra....

Es una de las dos órdenes menores reconvertidas en “ministerios laicales” que aún se conservan, junto al acolitado. Actualmente se confiere no por ordenación sacramental sino por colación, un rito de bendición en el que el fiel laico es instituido para ésta misión, sin dejar el estado laico. A pesar de ser ministerio para laicos, se suele administrar a los candidatos al sacerdocio, como preparación al mismo. En la práctica, el oficio de leer las escrituras durante la liturgia se hace sin poseer este ministerio”2.

El exorcista: “Era a quien se le confiere el oficio de imponer las manos sobre los posesos del demonio, recitar los exorcismos aprobados por la iglesia y presentar el agua bendita. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el libro de exorcismos al ordenando para que lo tocara con la mano derecha, y le decía: Recíbelo y confía a la memoria las fórmulas; recibe el poder de poner las manos sobre los energúmenos que ya han sido bautizados o sobre los que todavía son catecúmenos...”3.

El acólito (Etim. Griego: akolouthos, seguidor que ayuda): “Era a quien se le confería el poder espiritual de portar luces en el templo y de presentar el vino y el agua. Al ordenarse, el aspirante tocaba con su mano derecha el candelero con un cirio apagado que le presentaba el obispo, mientras este le decía: Recibe este candelero y este cirio, y sabe que debes emplearlos para encender la iluminación de la iglesia, en el nombre del Señor.... Después el obispo le entregaba una vinajera vacía, y mientras el aspirante la tocaba con los dedos de la mano derecha, le decía: Recibe esta vinajera para proveer el vino y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del Señor...”4.

1 Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Ostiario, vista el 25-12-12.

2 tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93rdenes_menores, vista el 25-12-12.

3 Ídem.

4 Ídem.

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El subdiaconado: “Era, por su naturaleza, un orden menor, pero en la Iglesia católica, entre el siglo XII y el XX, fue considerada como el primero de los órdenes mayores, por las obligaciones que implica. De hecho, el Concilio de Trento definió que la jerarquía de orden de institución Divina solo incluía los tres primeros grados de orden -episcopado, presbiterado y el diaconado (De sacramento ordinis, IV, 6). Aunque el Concilio declaró que los Padres y consejeros habían colocado el subdiaconado entre los órdenes mayores (De sacramento ordinis, II), fue considerado solo una institución eclesiástica. Tras el Concilio Vaticano II, fue formalmente suprimido, aunque puede llamarse así a los acólitos instituidos, debido a su tardía aparición y a que algunas de las que eran sus funciones se le añaden a éste. La función principal del subdiácono era la leer la epístola durante la misa —función hoy dada al lector—, y servir en el altar, así como purificar fuera del altar los lienzos y vasos sagrados —funciones hoy dadas al acólito—.

En la ceremonia de ordenación, el aspirante debía tocar con los dedos de su mano derecha el cáliz y la patena vacíos, mientras el prelado le decía: Ve el divino ministerio que te es confiado; es por eso que debo advertirte que te conduzcas siempre de una forma que agrade a Dios... Y, tras tomar con su mano derecha las vinajeras y el libro de las Epístolas, el obispo le decía: Recibe el libro de las Epístolas con el poder de leerlo para los vivos y los muertos. Era el único orden menor que tenía un ornamento propio: la tunicela (similar, o prácticamente igual a la dalmática de diácono)”5.

El Papa Pablo VI, en el Motu proprio “Ministeria Quaedam” (1972), establece que estas órdenes menores ya no lo son y las transforma en ministerios laicales. Establece dos ministerios: LECTORADO y ACOLITADO. Este reordenamiento les da una mayor coherencia funcional ya que la función del ostiario se confundía con las tareas del sacristán, las funciones del exorcista son más propias de un presbítero, el subdiácono leía la epístola, que también era propio del lector, y también servía al altar como el acólito.

En resumen6:

• Las órdenes que hasta ahora se llamaban menores, en lo sucesivo se deben llamar ministerios.

• Los ministerios pueden confiarse a fieles laicos, y no se considerarán reservados únicamente para los aspirantes al sacramento del Orden sacerdotal.

• Los ministerios que se han de conservar en toda la Iglesia, adaptados a las necesidades actuales serán el de lector y el de acólito.

• En armonía con la tradición de la Iglesia la institución de lector y de acólito está reservada a los varones.

• Los ministerios son conferidos por el Obispo mediante el rito litúrgico de la institución de lector y de la institución de acólito.

• Para los que van a recibir el diaconado y el sacerdocio, deben recibir los ministerios de lector y acólito y ejercerlos durante un tiempo adecuado, para disponerse mejor a los futuros oficios de la Palabra y del Altar.

Con respecto al acolitado, Pablo VI escribía (Ministeria Quaedam, 6):

“El Acólito queda instituido para ayudar al Diácono y prestar su servicio al sacerdote. Es propio de él cuidar el servicio del altar, asistir al Diácono y al sacerdote en las funciones litúrgicas, principalmente en la celebración de la Misa; además, distribuir, como miembro extraordinario, la Sagrada Comunión cuando faltan los ministros de que habla el c. 845 del C.I.C. o están imposibilitados por enfermedad, avanzada, edad o ministerio pastoral, o también cuando el número de fieles que se acerca a la Sagrada Mesa es tan elevado que se alargaría demasiado la Misa.

En las mismas circunstancias especiales se le podrá encargar que exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de la Sagrada Eucaristía y hacer después la reserva; pero no que bendiga el pueblo.

5 Ídem.

6 Lo que sigue está tomado de: http://es.catholic.net/laicos/275/2254/articulo.php?id=4404, vista el 25-12-12.

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Podrá también cuando sea necesario cuidar de la instrucción de los demás fieles, que por encargo temporal ayudan al sacerdote o al diácono en los actos litúrgicos llevando el misal, la cruz, las velas, etc., o realizando otras funciones semejantes. Todas estas funciones las ejercerá más dignamente participando con piedad cada día más ardiente en la Sagrada Eucaristía, alimentándose de ella y adquiriendo un más profundo conocimiento de la misma”.

En resumen, sus tareas son:

• Cuidar del servicio del altar. • Ayudar al diácono y servir al sacerdote en las funciones litúrgicas,

principalmente en la santa Misa.• Instruir a los fieles que ocasionalmente ayuden al sacerdote o diácono en

los actos litúrgicos.• Como ministro extraordinario, distribuir la Eucaristía en las siguientes

ocasiones: a) a falta o por imposibilidad, enfermedad o edad avanzada del ministro ordinario (presbítero o diácono), b) en ocasiones de elevado número de fieles; y exponer el Santísimo Sacramento, reservarlo, excluida la bendición con el mismo, en ocasiones especiales, de acuerdo con las determinaciones de la Conferencia Episcopal.

• En idénticas condiciones podrá exponer públicamente el Santísimo Sacramento de la Eucaristía a la adoración de los fieles y podrá luego reservarlo, pero no puede dar la bendición.

• Puede además instruir a los fieles que ayudan en las acciones litúrgicas como son las de llevar el Misal, la cruz, los cirios u otras funciones similares.

De su oficio en el servicio litúrgico, el acólito buscara sacar enseñanzas para su propia vida cotidiana:

“El Acólito, destinado de modo particular al servicio del altar; aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trate de captar su sentido íntimo y espiritual; de forma que se ofrezca diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado y, además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo Místico de Cristo o Pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos”7.

Las enseñanzas de Pablo VI invitan a una reflexión sobre el camino espiritual que demanda recibir el ministerio del ACOLITADO.

Tomemos en cuenta que se nos adentra en tres “lugares”, por decirlo de algún modo, en donde desarrollar la identidad del acólito: el “ofrecimiento de la propia vida”, ser “ejemplo de seriedad y devoción” y, por último, “cercanía a los necesitados y enfermos”.

El ofrecimiento de la propia vida: El apóstol Pedro, en su primera carta (2, 5), enseña a los cristianos que “ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”. Según Pedro somos piedra, roca, y edificados “como una casa espiritual”; la imagen tomada de la construcción, nos lleva a ver que somos parte de la construcción de la Iglesia que tiene dos funciones: ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales.

Allí nos encontramos con el nudo central: todos los cristianos ejercitamos el sacerdocio común de los fieles, que nos es conferido en el mismo acto del bautismo, esto quiere decir que somos un pueblo sacerdotal, un pueblo que celebra la vida que Dios nos regala. La llamada a celebrar la vida, un lugar privilegiado de esta celebración es la liturgia, no se puede realizar si no tenemos capacidad de “celebrar”, por eso todos somos un pueblo sacerdotal, un pueblo elegido para celebrar la alegría de Dios presente en medio de toda su creación generando constantemente situaciones de vida. Por eso toda la Iglesia celebra la Vida, así con mayúscula, porque no sólo es la vida de este mundo, sino es la Vida de todos ámbitos de ser de los hombres: su espíritu, sus afectos, su realidad corpórea, etc. Por eso, como dice Lumen Gentium (10): “Los fieles participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su

7 Pablo VI, motu proprio “Ministeria Quaedam”, 6.

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sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras”. De ahí que también ofrecemos sacrificios espirituales. Por sacrificio vamos a entender “hacer sagradas las cosas”. La palabra sacrificio viene del latín: “sacro: sagrado” + “facere: hacer”; por lo tanto el sacrificio es hacer sagrada la vida. En el sacrificio damos un valor sagrado a las realidades que vivimos, las investimos de sacralidad, tanto, que vale la pena dejar cosas de lado por insistir en su crecimiento. Quien se sacrifica por sus hijos es porque ve en ellos algo sagrado. Las cosas sagradas son las más valiosas que existen… sencillamente porque son absolutamente buenas y eternas.

Desde aquí, entonces, entendemos que la vida es un regalo de Dios para nosotros, pero también es una ofrenda sagrada que se regala con gran sentido de gratuidad a aquel que nos ha creado con inmensa generosidad. El Acólito ofrenda su vida a la divinidad, es la oblación de su existencia, no de sus posesiones, lo que se le pide en particular.

Al ser su ministerio sagrado un servicio desde la eucaristía, no puede, el Acólito, dejar de lado lo sacrificial de su propia vida. Como Cristo, él también es ofrenda al Padre. Como Cristo, él también pone su vida al servicio de Dios. Ya no puede vivir una vida común, similar a la de todos los hombres, por muy buenos cristianos que sean. El ministerio del acolitado le exige donarse plena y conscientemente al que lo llamó a la tarea de servidor del altar. Este ofrecimiento de la propia vida es un acto consciente, diariamente madurado, que se va desarrollando vitalmente hasta la entrega absoluta de todo el ser a la divinidad. No se trata de apartarnos del mundo, no es despreciar la vida familia y matrimonial a la cual fue llamado el candidato al diaconado permanente, que es fruto del sacramento del matrimonio; es entroncar la propia vida en Dios y, desde Dios, hacerla DON generoso para todos. La ofrenda consciente de la existencia abre nuestra capacidad de mejorar en todos los aspectos de la vida, convierte al Acólito en un hombre dispuesto a vivir sus jornadas desde la fe más fuerte y pura, con una espiritualidad plenamente eucarística.

Ejemplo de seriedad y devoción: Pablo VI reclama al Acólito la seriedad y devoción en el templo sagrado. Sobreentendemos que se refiere en especial a las celebraciones litúrgicas que se realizan en el templo, pero también, hay que tomar en cuenta cualquier actividad que se realice en el templo por el ministro… no importa si está sirviendo como Acólito. Incluso es bueno valorarlas para la existencia cotidiana del Acólito.

La carta a Tito (1, 6-8) se refiere a la conducta de los presbíteros que quedan a cargo de las comunidades en Creta. Podríamos tomar estas máximas como vitales también para la “seriedad” del instituido al ministerio del acolitado:

“6Todos ellos deben ser irreprochables, no haberse casado sino una sola vez y tener hijos creyentes, a los que no se pueda acusar de mala conducta o rebeldía. 7Porque el que preside la comunidad, en su calidad de administrador de Dios, tiene que ser irreprochable. No debe ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias deshonestas, 8sino hospitalario, amigo de hacer el bien, moderado, justo, piadoso, dueño de sí”.

Como vemos, en primer lugar se hace notar que sea “irreprochable”, él y sus hijos. La implicancia familiar no deja lugar a dudas: su vocación matrimonial y familiar se involucra fuertemente en toda su tarea ministerial. El servicio al altar tiene absoluta relación con la existencia cotidiana y demanda de ella la “irreprochabilidad” tanto de la persona instituida como la de su familia más íntima.

En segundo lugar, se presenta se muestra una lista de “pecados” que deben ser evitados a toda costa: la arrogancia, la cólera, la afición a la bebida, la belicosidad, la avaricia. La explicitación, en positivo, marca la identidad cristiana y servicial del ministro: “hospitalario, amigo de hacer el bien, moderado, justo, piadoso, dueño de sí”. Son virtudes que hacer verdadero servidor del altar a aquel que las vive dentro y fuera del templo.

Cercanía a los necesitados y enfermos: La ligazón fundamental con el sacramento de la Eucaristía hace que el acólito, ministro extraordinario de la comunión, tenga como una de sus funciones la de asistir a los enfermos de la

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parroquia acercándoles el sagrado viático. En nuestro caso, de ser llamados al ministerio del diaconado, la responsabilidad con los necesitados y enfermos es doble, ya que el diácono es –de por sí– el ministro de la caridad.

El camino hacia el diaconado tiene insertos estos dos jalones que son el lectorado y el acolitado ya que:

“En concreto, conviene que los ministerios de lector y de acólito sean confiados a aquellos que, como candidatos al orden del diaconado o del presbiterado, desean consagrarse de manera especial a Dios y a la Iglesia. En efecto, la Iglesia precisamente porque nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, considera muy oportuno que los candidatos a las órdenes sagradas, tanto con el estudio como con el ejercicio gradual del ministerio de la Palabra y del altar, conozcan y mediten, a través de un intimo y constante contacto, este doble aspecto de la función sacerdotal”8.

Por eso, la caridad a los necesitados y enfermos, aspecto distintivo del diácono, son esenciales al acólito, no sólo como ejercicio gradual del ministerio de la Palabra y del altar en preparación a su ordenación diaconal, sino que también nace de su asistencia en el altar el servicio entregado y generoso a los necesitados y enfermos. El acólito es ministro extraordinario de la comunión, lleva la eucaristía no sólo a los fieles que se reúnen a celebrar la Misa, sino también a los enfermos e imposibilitados que la esperan con ansia en sus casas, hospitales, geriátricos, etc. Ese íntimo y constante contacto con la Palabra y la Eucaristía le permite abrir su corazón a quienes sufren necesidad o enfermedad.

Por último, la instrucción general del Misal Romano se refiere al Ministerio del acólito instituido en los siguientes números:

C) Ministerios del acólito

187. Las funciones que el acólito puede ejercer son de diversa índole y puede ocurrir que varias de ellas se den simultáneamente. Por lo tanto, es conveniente que se distribuyan oportunamente entre varios; pero cuando sólo un acólito está presente, haga él mismo lo que es de mayor importancia, distribuyéndose lo demás entre otros ministros.

Ritos iniciales

188. En la procesión hacia el altar, puede llevar la cruz en medio de dos ministros con cirios encendidos. Cuando hubiere llegado al altar, erige la cruz junto al altar para que sea la cruz del altar; pero si no se puede, la lleva a un lugar digno. Después ocupa su lugar en el presbiterio.

189. Durante toda la celebración, corresponde al acólito acercarse al sacerdote o al diácono, cuantas veces tenga que hacerlo, para presentarles el libro y ayudarles en lo que sea necesario. Por tanto conviene que, en la medida de lo posible, ocupe un lugar desde el que pueda ejercer oportunamente su ministerio, junto la sede o cerca del altar.

Liturgia Eucarística

190. En ausencia del diácono, concluida la oración universal, mientras el sacerdote permanece en la sede, el acólito pone sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal. Después, si es necesario, ayuda al sacerdote a recibir los dones del pueblo y, según las circunstancias, lleva el pan y el vino al altar y los entrega al sacerdote. Si se usa incienso, presenta el incensario al sacerdote y lo asiste en la incensación de las ofrendas, de la cruz y del altar. Después inciensa al sacerdote y al pueblo.

191. Cuando sea necesario, el acólito ritualmente instituido, como ministro extraordinario, puede ayudar al sacerdote en la distribución de la Comunión al pueblo.[100] Y si se da la Comunión bajo las dos especies, en ausencia del diácono, ofrece el cáliz a los que van a comulgar o sostiene el cáliz cuando la Comunión se da por intinción.

192. Y asimismo, el acólito instituido, terminada la distribución de la Comunión, ayuda al sacerdote o al diácono en la purificación y en el arreglo de los vasos sagrados. En ausencia del diácono, el acólito ritualmente instituido lleva los vasos sagrados a credencia y allí los purifica los seca y los arregla del modo acostumbrado.

8 L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de septiembre de 1972, p. 11

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193. Terminada la celebración de la Misa, el acólito y los otros ministros, juntamente con el diácono y el sacerdote, regresan procesionalmente a la sacristía de la misma manera y en el mismo orden en el que vinieron.