El aguacate y yo

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El aguacate y yo. Me acuerdo que de niño no me gustaba el aguacate. A mi abuelo paterno no le gustaba. En cambio veía que mis padres y mi familia, excepto mi abuelo, disfrutaban de esa fruta con cara de verdura. Mi padre sembró dos árboles de aguacate en el patio de la casa. Se hicieron grandes, y dieron frutos y sombra. Ya todos nos fuimos de esa casa en Xalapa, pero los aguacates siguen ahí, dando sombra y frutos. No recuerdo cuándo me empezaron a gustar. Ahora me gustan y los disfruto. No soy dogmático en el sentido de que si no hay aguacates la comida no me sabe, o frijoles o tortillas o salsa. Si hay los disfruto, si no hay, habrá otra cosa. Los que más recuerdo y los más comunes en el país son los hass, como el que tengo en la mano, pero allá en Veracruz había al menos otros dos tipos, uno igual o más grande que el hass, pero dulce, en tierra caliente. Ese sí, lo probé pero nunca me gustó. Y había otro, se daba en tierra fría, un pequeño, de cáscara lisa y negra. Muy sabroso, tanto, que hasta

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El aguacate y yo.

Me acuerdo que de niño no me gustaba el aguacate. A mi abuelo paterno no le gustaba. En cambio veía que mis padres y mi familia, excepto mi abuelo, disfrutaban de esa fruta con cara de verdura. Mi padre sembró dos árboles de aguacate en el patio de la casa. Se hicieron grandes, y dieron frutos y sombra. Ya todos nos fuimos de esa casa en Xalapa, pero los aguacates siguen ahí, dando sombra y frutos. No recuerdo cuándo me empezaron a gustar. Ahora me gustan y los disfruto.

No soy dogmático en el sentido de que si no hay aguacates la comida no me sabe, o frijoles o tortillas o salsa. Si hay los disfruto, si no hay, habrá otra cosa. Los que más recuerdo y los más comunes en el país son los hass, como el que tengo en la mano, pero allá en Veracruz había al menos otros dos tipos, uno igual o más grande que el hass, pero dulce, en tierra caliente. Ese sí, lo probé pero nunca me gustó. Y había otro, se daba en tierra fría, un pequeño, de cáscara lisa y negra. Muy sabroso, tanto, que hasta

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la cáscara se comía y eso le daba un sabor aún más particular. Todo esto lo he recordado porque hace unos cuatro días, compré unos aguacates, pequeños, hass. Estaban verdes. Sí, no los compré para comerlos de inmediato, sabía que se necesitaba tiempo. El viernes ya estaban con su característico traje café oscuro, casi morado. Hoy que es sábado he comido el segundo de ellos, por supuesto, en tacos. Y lo he disfrutado. Muchos esperan ser felices cuando terminen un carrera, una maestría, cuando se casen, cuando tengan hijos. Hay muchos adultos que esperan ser felices cuando sus hijos se casen o cuando tengan nietos. Jóvenes que piensan que serán felices cuando tengan su propia casa o su propio carro. Le digo entonces a usted, que si no puede ser feliz comiéndose un aguacate, no lo será con cualquiera de esas otras cosas.

Mexicali, B.C., octubre,  2015