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EL AHOGADONovela

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TRISTAN SOLARTE

EL AHOGADONovela

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Indice

Pág.

VI Introducción

Primera parte1 Capítulo I7 Capítulo II

13 Capítulo III17 Capítulo IV34 Capítulo V

Segunda parte . Los testigos51 Capítulo I55 Capítulo II . El Testimonio de Orlando71 Capítulo III . El Testimonio del padre González89 Capítulo IV . Un curioso Testimonio95 Capítulo V. Fragmentos de un testimonio .

(La tarde de ese día)103 Capítulo VI . En el cuarto de Rafael

(Al día siguiente)

117 Epílogo

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INTRODUCCION

Noche oscura, con fuerte viento del sur. Acaban de dar lasonce, pero ya las calles de Bocas del Toro están desiertas . Ungrupo de perros vagabundos aúlla histéricamente su miedo alcíelo tenebroso.

Rafael viene de regreso . El viento le ciñe la ropa al cuerpo .En la boca, un cigarrillo le ilumina intermitentemente el ros-tro pensativo. Tiene una mano metida en el bolsillo ; con laotra se acaricia el pelo negro cortado casi a rape .

Apenas cuenta diecisiete años de edad, es poeta y se dejapenetrar por el misterio de la noche, por los presagios queazuzan a los perros, por el soplo cardíaco del océano que,unos metros más allá, vigila al pueblo echado a sus píes co-mo un perro enorme, negro y celoso .

Ni una lucecita en el cíelo, ¡Dios mío!, ni una estrella ; aeste paso se quedará sola la tierra . ¿Cuál es el origen entoncesde esta felicidad?

La tierra sola en el espacio una pelota agujereada que ruedaciegamente y rueda y rueda sin objeto y sin meta y rueda yrueda solitaria ceñida por una levísima gasa de oxígeno que seacaba y se acaba y acabará en las fauces del perro la pelota lapelota

Juega con las sílabas sin sentido Rafaelito trisca trinos Tri-nidad trina tiros tira trinos. La noche todo lo permite . Se di-ría que la nostalgia ha tocado fondo ; que las sombras van adevolverle el paraíso perdido de su infancia con sus callejoneshúmedos y retorcidos, sus tambos plagados de misterios i • elpatio de las revelaciones .

Se detiene debajo de un farol y, apoyando el píe izquierdo

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en la base de cemento, se ajusta los cordones del zapato .Ahora podemos verlo mejor. Es bajo de estatura. Labios lige-ramente crespos, nariz respingona, pestañas tan abundantesque apenas si dejan entrever los ojos negros, luminosos . Ce-jas asimismo pobladas, frente tersa y no muy amplia ; manoslargas, dedos nudosos. En el anular izquierdo luce una sor-tija de plata

Prosigue su camino, silbando suavemente una melodía po-pular. Ha dejado caer la colilla del cigarrillo en un charcoformado por la lluvia en mitad de la calle . Sí; las calles de Bo-cas del Toro se hallan en muy mal estado : repletas de bachesy de yerbajos que locamente se aferran a la miserable tierraarenosa de las orillas. La condición de las casas es simplemen-te desastrosa ., despintadas, la madera carcomida por la polillay por el vaho corrosivo del mar.

Pero nada de esto tiene que ver con un poeta adolescen-te que camina a las once de la noche . Y no por falta de amora su pueblo natal, ciertamente ; pero su amor abarca la deca-dencia de las cosas y, hasta cierto punto, de ella se alimenta .No hay palabras para describir la ternura que inspira la vistade un solar vacío, antaño ocupado por una hermosa casa dedos pisos y hoy cubierto de monte y de latas .

Ya está frente a su casa, su pequeña casa de madera conlos helechos y flores del balcón, amorosamente cuidados porla abuela Sube las escaleras decrépitas. Sonriendo maliciosa-mente, abre la puerta y entra con grandes precauciones parano despertar a la vieja. Al pasar frente al cuarto de ésta, suronquido familiar le llega pleno y sonoro, como una señal debuen agüero, de que todo está en orden. Atraviesa de punti-llas el pasillo, y abre la puerta de su cuarto, situado en el otroextremo de la casita Enciende la luz .

Es una habitación relativamente amplia, amueblada consencillez : una cama de hierro junto a la pared, una cómoda,un armario . En la pared opuesta, un pequeño escritorio y un

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taburete. Empotrada en la pared, una biblioteca con mediocentenar de volúmenes incluyendo varios ejemplares de lasdos obras que lleva publicadas; "Canción de Amor" y "Fal-sos Testimonios" En la cabecera del lecho un retrato deGarcía Lorca.

Se desviste lentamente, sin dejar de sonreír. Apaga la luz y,completamente desnudo, se mete en la cama . Con los ojoscerrados espera pacientemente a que el poema que ha veni-do anunciándose todo el día se materialice en un soneto per-fecto. Una a una se irán encadenando las sílabas embriaga-doras. Conoce bien los síntomas . Aguarda. Aguarda. . . ;peroel que llega es el sueño, con sus limbos grises y sus incoheren-cias.

En esa duermevela lo sorprenden . Siente, casi en sueños,los pasos que se acercan a su lecho, sigilosamente . Siente lamano que levanta el puñal; siente la ráfaga negra que irrum-pe en su alcoba . . siente. . . y sonríe en sueños.

A las dos de la madrugada se desató un violentísimo agua-cero que se prolongo, con breves pausas y escampadas, hastael amanecer.

El día nace turbio, húmedo y melancólico . Heladas ráfagasde viento se enredan en la; esquinas. Calle tercera, empozadapor el deficiente sistema de desagüe, está intransitable. Al-gunos peatones, descalzos y con los pantalones subidos hastala rodilla, cruzan chapoteando, desdeñosamente contempla-dos por oscuros gallinazos ateridos de frío en los techos dezinc.

El pueblo despierta lenta y perezosamente, bostezando ydando portazos. Un hombre sacude a su hijita de ocho añosque se debate dulcemente en el centro de un sueño agrada-bilísimo. . . una vieja, con la canasta de hacer las compras col-gándole del brazo, mira con rencor las calles anegadas. . . unajoven pareja de amantes hace aún más ceñido el abrazo matu-tino; ambos tienen los ojos cerrados; en la misma cuadra, una

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madre calienta la leche en la cocina mientras desde el fondode la casa su pequeño de tres meses arma una gritería de to-dos los diablos. . . el sastre y su rolliza esposa abren los ojosa la primera mañana de matrimonio . . . el viejo pescador es-cruta ansiosamente el mar borrascoso que rodea la isla deBocas del Toro y las otras islas de ese enorme y bello archi-piélago situado al noroeste de la República de Panamá . Im-posible pescar hoy, se dice ; una vez más el clima le ha jugadouna mala pasada .

A las nueve de la mañana, pese al obstáculo que le oponíanlas calles anegadas, la noticia había atravesado la ciudad deun extremo al otro. Y un terror indescriptible estrujó a sushabitantes.

El pasado del archipiélago es una cámara de horrores . Deahí que cualquier hecho de sangre reviva en los espíritusviejos miedos latentes. Algo quedó rezagado en las islas, pren-dido de las lianas del monte, acechando en los manglares,presto a irrumpir tumultuosamente en el presente . Hay unpeso muy grande enterrado en el corazón, algo muy podridosurca la corriente sanguínea poblando los sueños de signos sinclave. Cualquier crimen hace surgir, aun en los hombres mássensatos, una horrenda sensación de culpabilidad, de com-plicidad.

Un pesado estupor descendió sobre Bocas del Toro .

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PRIMERA PARTE

APUNTES DEL DOCTOR MARTINEZ

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CAPITULO 1

Voy a aprovechar estas noches de insomnio -interminables,delirantes- para ordenar mis viejas notas sobre el asesinato deRafael. Después de pensarlo mucho, he llegado a la conclu-sión de que si recorro de nuevo, sistemáticamente, de prin-cipio a fin, "los viejos caminos", quizás consiga neutralizar elveneno que destilan mis recuerdos. Todos mis recuerdos : losde mi madre, los de mi niñez, los de mis mocedades. Y, espe-cialmente, los de Bocas del Toro, donde me hice hombre ymédico. Recuerdos de las gentes de Bocas del Toro . Recuerdosde Carmen, la dulce Carmen, destinada a una muerte prema-tura. Recuerdos de Leonor : recuerdos de aquella joven ex-traordinariamente esbelta y bella, cuyos ojos verdes poseíanla misteriosa cualidad de absorber y reflejar toda la claridaddel paisaje marino. Recuerdos de la muchacha que fue mi pri-mer amor. Amor no correspondido, es cierto, pero eso quéimporta. Cuando el insomnio o el sueño me devuelven su ima-gen, la acepto con gratitud, humildemente. Recuerdos de Ra-fael. Recuerdos de un crimen que estuvo a punto de desqui-ciarme. Conservo varios recortes de prensa. Voy a transcribirlos titulares escandalosos de uno de ellos: "MONSTRUOSOCRIMEN EN BOCAS DEL TORO. LA VICTIMA ERA UNADE LAS MAS DISTINGUIDAS FIGURAS DE LA LITERA-TURA PANAMEÑA" .

El texto, pese a estar redactado en la truculenta jerga deloficio, recoge con bastante fidelidad lo ocurrido . A las ochode la mañana la abuela de Rafael entró al cuarto de su nieto,a llevarle, según tenía por costumbre, el desayuno . Al abrir lapuerta, lanzó un grito y cayó al suelo desmayada. Al ruido

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acudieron los vecinos, y vieron espantados la causa de la con-moción : Rafael yacía desnudo en la cama, en medio de uncharco de sangre .

La noticia recoge la perplejidad de las autoridades, y delpúblico en general, por la aparente ausencia de móvil . Con-signa, secamente, la simpatía y estima que todo el mundosentía por el poeta ; su vida ejemplar consagrada, exclusiva-mente a la realización de su obra . No tenía un enemigo . Algu-nos aventuraron la teoría de que sólo un loco pudo cometerel crimen .

"Rafael vivía en una pequeña casa del pueblo en compañíade su abuela, su único familiar. Los padres del poeta murie-ron cuando éste era un niño de corta edad" .

"La abuela ha sufrido un ataque al corazón, y el médico laestá atendiendo" .

Siguen unos párrafos casi líricos que pretenden hacer el pa-negírico del poeta genial de diecisiete años, que también sedistinguió como pintor y como cantante . Los paso por alto,porque lo que Rafael era, prefiero decirlo yo mismo con mispropias palabras .

En una pequeña caja de cedro guardo algunos objetospreciosos. Ya hice alusión al recorte del diario . Mencionaré,además, una carta amarillenta y reseca, sin firma ; un testa-mento, tres poemas inéditos, dos fotos : la primera es deLeonor, sentada en la playa, en traje de baño, con el mar defondo. Como fue tomada desde lejos, no se le distinguen bienlas facciones ; pero estas se hallan nítidamente impresasen mi memoria. La contemplo ahora, y siento que el viejoamor desesperado, aquel amor que nunca me atreví a confe-sarle -por timidez, por miedo a que me rechazara, ¡vaya us-ted a saber!- no ha muerto del todo. Ignoro qué me intimi-daba más en la muchacha: si los ojos verdes o la piel curiosa-mente dorada, o las manos largas o los labios llenos, o el airede severa castidad que mantenía a distancia a la juventud

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masculina bocatoreña (a sus veintidós años, aún no se le ha-bía conocido novio) .

La otra foto tampoco es clara . Una muchacha en callecuarta. Sé que se trata de Carmen, porque yo mismo la tomé .Con Carmen sí me falla la memoria . Lo único que conservode ella es su fragilidad y la dulzura de su carácter, y su pasode sueño por mi vida .

En cuanto a los poemas . . . ¡silencio! Si de mí depende,jamás se publicarán. Cuando sienta que la muerte se aproxi-me, los quemaré ;

¡Dios mío! El espectáculo que ofreció Bocas del Toro a misojos de recién llegado . Las calles, los parques, las casas de ma-dera: todo se derrumbaba .

Hace treinta y cinco años Bocas del Toro era la tercera ciu-dad en importancia de la república, gracias a los buenos pre-cios del banano, próspera actividad que mantenía en elevadonivel general de vida . Súbitamente, una misteriosa plaga arra-só las plantaciones de tierra firme y, entre una cosa y otra,quedó reducido Bocas del Toro a un ruinoso pueblecito dedos mil habitantes, nostálgicos de los buenos tiempos . En elmomento de tomar posesión de mi nuevo cargo de Direc-tor - Médico del Hospital Provincial" -el título pomposono se justificaba : en realidad era yo el único médico del hos-pital y del puebla- Bocas del Toro se hallaba en trance demuerte. De su época de oro sólo subsistían el recuerdo de losmayores y el simétrico trazado de una ciudad construida paraalbergar seis veces más habitantes.

Empero, tenía su encanto -y no me refiero sólo al paisajemaravilloso, sino al propio pueblo-, un encanto melancólico

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hecho de nostalgia y de presentimientos . Durante un año ju-gué con la idea de establecerme allí definitivamente, idea ali-mentada por la amable acogida que me dispensaron los boca-toreños, por mi relativo bienestar económico, y por las satis-facciones de orden espiritual que me proporcionaron el amora Leonor y la amistad de Rafael, todo ello en contraste con lasórdida y triste vida de mi niñez y adolescencia, transcurridasen un cuarto húmedo y maloliente del Marañón .

Fue una infancia atros la mía . Sombras, malhumor, hambre,lavaderos atestados de mujeres maldicientes .

A los cinco años de edad presencié, desde los brazos de mimadre, la masacre de octubre de 1925 en la plaza de SantaAna con que se liquidó el movimiento inquilinario y la huel-ga de no pago. Mi madre, como la mayoría de los vecinos,participó activamente en la lucha, participación que aún hoyme enorgullece .

La pobre, a fuerza de lavar ropa, me costeó los estudiosprimarios y secundarios. Nunca olvidaré su mirada de triunfocuando obtuve el bachillerato, y, más tarde, cuando le anun-cié que me había ganado una beca para estudiar medicina enun país sudamericano. Tampoco olvidaré nuestra despedida :el abrazo estrecho de hijo y madre en el muelle, ni las prome-sas desesperadas de última hora. Acicateado por el recuerdode su rostro moreno y por sus cartas semanales (trabajosa-mente escritas, llenas de faltas de ortografía y de manchonesde grasa) estudié con un furor lindante en la locura . Ya próxi-mo a recibirme de médico, llegó el cablegrama, cruelmente la-cónico, anunciándome su muerte .

Después de la graduación regresé a Panamá, porque en rea-

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lidad no sabía adónde dirigirme ; pero nadie me esperó en elaeropuerto : yo era el último miembro de mi familia.

El último, el único miembro de mi familia, me repetí unay otra vez mientras los funcionarios de Aduana recorrían misescasas pertenencias .

Resignadamente cumplí mi año de internado en el Hos-pital Santo Tomás, al término del cual me citó a su despachoel Director de la institución para ofrecerme el cargo en Bocasdel Toro . Más que ofrecimiento, era una orden .

Sí ; me encontraba a gusto en Bocas del Toro . A gusto yenamorado. Leonor entró en mi vida en el momento másoportuno. Ahíto de soledad, de pensiones y cuartos de hospi-tal, sentía la necesidad, la urgencia mejor dicho, de fundar fa-milia y tener un hogar propio .

Conocí a Leonor, y en su rostro vi los hijos y los nietoshermosos que podría tener, y la sucesión de años y aconteci-mientos menudos y la plácida rutina de una existencia sin sa-cudidas, al cabo de la cual ella y yo compartiríamos el silen-cio eterno y bajo las arenas del pequeño cementerio .

Pero una noche lluviosa descargaron una puñalada sobre elpecho de Rafael .

Del fondo de la cajita he buceado el protocolo de la autopsiaque, por orden del fiscal, tuve que hacerle a mi amigo másquerido. Y fue como si también hubiera buceado, del fondode los años, el día más amargo de mi vida .

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CAPITULO II

Sobre una mesa de hierro yacía el cadáver de Rafael, cubiertode pies a cabeza por una sábana . El olor a formalina, la reso-nancia de templo, el silencio que oprimía los sonidos me de-volvieron vívidamente horas que daría cualquier cosa porpoder olvidar .

Y volví a experimentar aquella náusea que casi me hizoabandonar mis estudios, y que tanto me costó vencer. Náuseaindisolublemente asociada a mi profesor de Patología, a susbromas estúpidas, a su vulgaridad, a sus irreverencias. Memen-to, todavía lo oigo decir izando triunfalmente, ante la veinte-na de mozos enfundados en raídos guardapolvos, un hígadoerizado de granulaciones : Hermanos : recordad que morir ha-bemos. Guardaos de la caña y de la grapa, del vino y de lascervezas. A continuación, en su mejor acento lunfardo, ex-pulsando las palabras por una esquina de la boca :

Recuerde el alma dormidaavive el seso y despiertecontemplando,cómo se pasa la vidacómo se viene la muerte,tan callando. . .

Profanación que, agregada a la náusea y a mi nostalgia encarne viva, me hacen concebir una serie de desatinos, entreellos el de embarcarme al día siguiente de regreso a Panamá .Tuve que poner en juego toda mi fuerza de voluntad para

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espantar los fantasmas ; pero las coplas de Manrique conti-nuaron encadenándose por su cuenta en mi memoria :

Después de tan bien servidala corona de su reyverdadero

¿Cómo era, cómo era?

Vino la muerte a llamar. . .

Y también

Cuando se presenta airada,todo lo pasa de clarocon su flecha. . .

Todo. Milagro poético y pureza de alma . Y aquella forma derecitar, como embelesándose en la contemplación de indeci-bles maravillas, mientras las manos jugaban prodigiosamen-te al juego de las palabras; la forma de cantar, entrecerrandolos ojos, aquellas canciones bellísimas .

Así que todo ha terminado . Aquel meteoro cegador se ha-bía consumido, y el viento ahora dispersaría sus cenizas porel archipiélago .

Avancé resueltamente y, haciéndome enorme violencia,descubrí el rostro del muerto . Tuve que retroceder un paso .Aquella cara, otrora tan animada y expresiva, lucía amari-llenta, indiferente, afeada por la palidez grisácea de la mañana .

- ¡Dios mío -supliqué- dame fuerzas para realizar estaasquerosa tarea!

Las pestañas intrincadas de Rafael habían caído defini-tivamente, como un telón. Los labios crespos eternizaríanen adelante -imposible pensar en la podredumbre- un si-

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silencio carente de significación y de contenido. No hay otraforma de expresarlo . Conforme lo miraba, el rostro del poetase tornaba más pétreo, más inanimado y vacío . Comprendíque la cosa no iba a ser tan tremenda como había temido. Uncadáver más, entre los miles que me había tocado abrir . Uncadáver más. Mi pulso recuperó su ritmo normal, y las ma-nos adquirieron mayor firmeza. A la vez, sin embargo, elrostro del poeta vivo se posó en mi memoria al lado delmuerto. Y a pesar de que así no hacía sino contrastar másagudamente lo poco que ambos tenían en común, ahí, enmi recuerdo en carne viva, sí que la imagen resultaba dolo-rosa .

Entrecerré los ojos. Una ráfaga de aire preñado de lluvia secoló por la ventana poniéndome la carne de gallina. Los abrí ;el muerto seguía aguardando .

Y en el mismo instante recordé cómo ese mismo rostro, derasgos más bien comunes, solía transfigurarse cuando su due-ño recitaba. Cómo entonces, sumido en una suerte de em-briaguez poética, las pupilas desaparecían detrás de las pesta-ñas. Cambiaba el marco, los versos -suyos o ajenos-, el au-ditorio . Una noche de luna en el balcón de mi casa situadaa la orilla del mar, frente al hospital . Rafael hundido en unsillón, con las manos trenzadas detrás de la nuca, en casa deCarmen, en la Sala brillantemente iluminada . La penumbraacongojante de una apartada callejuela por la que paséabamoslos dos solos a altas horas de la noche. Un atardecer lluvio-so, un atardecer dorado y sereno, en una de las islas veci-nas, o en el bote cuando volvíamos de una de nuestras ex-cursiones fantásticas .

Pero era preciso apartar los recuerdos, y volver a la de-solada realidad de la Morgue . Si aquéllos continuabanafluyendo desordenadamente, no podría poner pianos ala obra. No podría rajar el pecho y el vientre de ni¡ ami-go para echarle una ojeada a sus vísceras .

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De un aparador saqué el par de guantes destinado a lasautopsias, Empecé a ponérmelos, abstraído, mirando por laventana las tapias musgosas del cementerio, situado a unoscincuenta metros de distancia . Algunas cruces sobresalíanrecortándose contra la arboleda que cierra la ciudad . El marclamaba enronquecido, cerca, muy cerca .

Seis meses atrás, Rafael, Carmen y yo habíamos pa-seado por las vecindades de hospital . Hablábamos de to-do un poco, disfrutando el aire fresco del atardecer des-pués de un día sofocante . Sin que que nos lo hubiésemospropuesto, al rato nos encontramos en el cementerio .

El cementerio de Bocas del Toro es un lugar aterrador .Pocos metros lo separan del mar . La mayoría de las tumbasconsiste en humildes montoncitos de tierra, invadidos por lamaleza y por florecillas silvestres de indecentes colores . Elcementerio es, también, una ciudad de cangrejos (cancerópo-lis, le decía Rafael) que pululan por todas partes, profanandolas tumbas con su grotesco caminar, el carapacho ruidosocentelleando al sol o a la luna. El canto del mar adquiere allísus notas más lúgubres.

Después de consagrarle unos minutos de respetuoso silen-cio, salimos del cementerio . En el camino de regreso, Carmense colgó del brazo de Rafael . Caminábamos lenta y pensati-vamente, sin decir palabra . A la altura del hospital, en Aveni-da "G", Rafael nos detuvo . Quiero que oigan esto, dijo, lo es-cribí ayer. Se titula "Sermón en un Cementerio" .

Y se puso a recitar . Y fue como si hablara el mismo cemen-terio para contar la historia de sus principales inquilinos . Nosenteramos de la trágica suerte de Garza y de sus nostálgicasvisiones: una perspectiva de cactus y de arenas calcinadas .Oímos a Tadeo Brown llorando la pérdida de una mulata .Y confusas querellas de piratas, y el robo de un alambique,y una batalla campal por la posesión de un mago estéril . Yuna muchacha inhumada con el traje de novia puesto . Y al-

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guien cuyo único deseo era volver a escuchar el canto del ca-pacho en una noche sin luna . Conforme avanzaba el poemacrecían los rumores y las quejas, enlazándose en un melodio-so contrapunto que en mi interior se enriquecía con mis pe-nas personales. Los versos eran, también, una elegía a Bocasdel Toro y un treno anticipado por la muerte del propio poe-ta.

Los ojos de la muchacha se humedecieron, y no pude me-nos que notar la forma desesperada en que oprimía el brazode Rafael. Largo rato guardamos silencio, tocados por laspalabras del poeta y por el crepúsculo que abrasaba el po-niente .

Toma el bisturí ; inicia la autopsia . No pienses en Carmen ;no pienses en esa muchacha delicada . No pretendas imaginarsiquiera lo que debe estar sufriendo en este momento, ellaque admiraba y quería a Rafael más que nadie en el inundo,y a quien Rafael profesaba una suerte de veneración . Carmenera algo muy especial para él . Con ninguna otra persona semostraba tan solícito y amoroso .Carmen. . . a los dos días de estar en Bocas del Toro, se or-

ganizó un paseo a una isla vecina para despedir al médico queviene a reemplazar, y a la vez para darme la bienvenida . Deeso hacía más de un año . Ya había conocido a Rafael . Duran-te dos horas habíamos caminado por la playa, descubrién-donos mutuamente. Cansado de vagar, nos sentamos sobre lahierba que bordeaba la playa, bajo un arbusto de almendra .Cerca, los otros miembros del grupo -en su mayoría jóve-nes de ambos sexos- se bañaban en el mar, jugando y gritan-do .-¿Conoce Usted a Carmen?- me preguntó inesperadamenteRafael .

-No recuerdo . . . -respondí.-Pues debe conocerla. Vale la pena. Es la que está sentada

debajo de la sombrilla .

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Una muchacha vestida de verde, pequeña y delgada . Nopude distinguir sus facciones .

Entonces el poeta, bajando confidencialmente la voz, dijouna cosa rarísima . Dijo me hubiera gustado que fuera mi ma-dre, y mientras yo lo miraba con los ojos muy abiertos, él aga-chó la cabeza, como avergonzado de sus palabras .

Hundí vigorosamente el bisturí en la carne muerta de Ra-fael .

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CAPITULO III

Cuando, a las cuatro de la tarde, llegué a la iglesia abarrotada,ya se habían iniciado los servicios . Abriéndome paso a puntade sonrisas, empujones y disculpas, logré situarme cerca delataúd, al pie del cual el padre González, deshecho por la pe-na, oficiaba las honras. Llorando a lágrima viva, tembloroso,ni siquiera se esforzaba en disimular su emoción .

Era natural. En una de sus raras y reticentes confidencias,Rafael me contó que a él se lo debo todo . El me dio mis pri-meras lecciones de música y de canto, y me enseñó Precep-tiva, y me descubrió a los clásicos españoles, y ocupó el lu-gar de mi padre . Por más lejos que remonte el curso de mi vi-da, me encuentro con él . Mis primeros recuerdos no son demi abuela, sino del padre González. Lo veo leyéndome en vozalta a San Juan de la Cruz, o denunciándome un alejandrinocojo de mis primeros poemas .

Sobre el ataúd, una gruesa corona de flores . Otras coronas,más modestas, se amontonaban contra la pared .

La tarde seguía amenazando lluvia, y aparte del círculotrazado por la luz de los cuatro candelabros, el templo estabasumido en la penumbra.

Al lado del padre González, dándome la espalda, la cabezatocada por una vaporosa mantilla negra, Leonor. La imagensugería auténtico dolor, bien que mitigado por la caracterís-tica reserva de la muchacha .

En tomo del ataúd se apretujaban varios conocidos, singu-larmente tristes. La luz vacilante de las velas acrecentaba esatristeza. Y de repente, como un relámpago, me hirió la ideade que uno de los presentes podía ser el asesino . Valía la

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pena observar con mayor atención los rostros compungidosque tenía enfrente .

Ahí estaba el padre de Leonor, rechoncho y bonachón,impecablemente vestido de blanco . Al lado, su esposa . Losaños aún no la habían despojado por entero de sus encantos .Viéndola, no era difícil adivinar de quién había heredadoLeonor su belleza . Junto a ella, vago y lejano, don Hernan-do, alto empleado público . Su presencia allí era de purafórmula. Era un hombre enjuto y envejecido, muy dado allicor. Su vida social estaba circunscrita a la cantina y a unoscuantos amigotes, compañeros de parranda . Vivía amance-bado con una robusta y atrayente dama negra que, segúnlas hablillas, era de fuego y le ponía los cuernos, descarada-mente, con varios a la vez . Las relaciones de don Hernan-do con Rafael se reducían a una distraída inclinación decabeza cuando se encontraban en la calle ; pero había venido,como tantos otros, impulsado por ese curioso sentimiento,mezcla de solidaridad y culpabilidad, que se había adueñadode todos los bocatoreños . Detrás de él, Orlando. La luz mor-tecina le arrancaba a su rostro una expresión de reconcen-trada malignidad . Nunca pude explicarme la gran amistad quelo unía a Rafael . Imposible imaginar dos personas más dife-rentes. Orlando era el reverso de la medalla : mozo de veinti-dós años, de regular estatura, pelo muy crespo, ojos casta-ños, labios finos y nariz perfilada . Borrachín, pendenciero,insigne jugador de billar, de póker y dados . Sumamente afor-tunado con las mujeres, en especial las negras y mulatas .No obstante su corta edad, tenía un record policial impo-nente que incluía una condena de seis meses por haber apu-ñalado a un marido celoso . ¿Qué podía ver en él Rafael? Elpoeta no era jugador. En cuanto al licor, nunca pasaba de unpar de copas. Nada tenía en común con ese mozo repulsivo .Y sin embargo, no era raro verlos juntos sentados en una ban-ca del parque municipal en animada conversación, o reco-

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rriendo de arriba abajo calle tercera. En varias ocasiones vientrar a Rafael en la destartalada casa de Orlando . Obvia-mente, era su confidente . Me ofendía que el poeta hubieraescogido a un sujeto tan poco recomendable para hablarlede sus cosas íntimas, cuando en mí habría encontrado a uninterlocutor más atento y comprensivo . Porque debo con-fesar que, a pesar de nuestro trato diario, Rafael jamás medescubrió su intimidad. Cuantas veces intenté arrastrarloal terreno de las confidencias, él se evadió hábilmente . ¿Encuánto a los sentimientos que le inspiraba Rafael a Orlando?Bueno, aun los seres humanos más bajos añoran la luz . Es desuponer, también, que se sintiera honrado de que alguientan querido y admirado y famoso le dispensara su amistad .

El nombre de Orlando era uno de los que con más derechocabía asociar al crimen . Estaba en la psicología del personajedar un golpe tan brutal como aparentemente injustificado ;pero era preciso evitar que mis prejuicios y antipatías mearrastraran a una injusticia .

La actitud de Orlando, ahora, resultaba chocante . Losojos duros, inexpresivos, se encontraron con los míos, ysostuvieron la mirada sin parpadear . Sus labios lucían másfinos aún, contraídos por una casi imperceptible muecade crueldad y de cinismo .

Otras personas, sin mayor interés para el caso, se agru-paban en torno del ataúd . Faltaban algunas . Faltaba Car-men, demasiado quebrantada para hacer acto de presen-cia. Y la abuela de la víctima, a la que acababa de dejaren cama, después de aplicarle una inyección de cafeína .la cuarta de ese día .

El cura terminó de mascullar sus oraciones, y luego de ce-rrar el libro de cubierta negra, se lo guardó en un bolsillo dela sotana .

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CAPITULO IV

Cerca de las cuatro y media se puso en marcha, lentamente,el cortejo encabezado por el padre González . Detrás, el ataúdsobre un grotesco carretón empujado por Guinyín, loco lim-piabotas del pueblo que, entre sus muchas rarezas, tenía la deconducir a todos los muertos, gratuitamente, al cementerio .Era un hombrecillo sesentón, de barba cana enmarañada, ca-bello ralo también blanco, frente estrecha y cejas hirsutas ba-jo las cuales bailaban unos ojillos negros brillantísimos . Teníados grandes pasiones : los relojes y los entierros. En cada bol-sillo del pantalón y de la camisa guardaba un reloj sin cristalo sin manecillas o sin cuerda. En cuanto a los entierros, vivíaal tanto de las enfermedades y defunciones para dar una ma-no en el acarreo del muerto . Su respuesta invariable a cual-quier ofensa era aguarda un poquito, yo te empujaré .

El ruido metálico de la carreta sobresalía sobre el de laspisadas y conversaciones en voz baja de los acompañantes .Detrás del carretón, Leonor y sus padres ; luego, Orlando convarios jóvenes. Seguíamos don Hernando y yo . El cortejo sealargaba por espacio de dos cuadras .

Caía una fina y helada garúa. El viento remecía la vegeta-ción de los patios . A mano derecha, por entre los espaciosque separan las casas alineadas a la orilla del mar, veíanse tro-zos borrascosos y grisáceos de agua . También, ocasionalmen-te, los abigarrados palmares de las islas vecinas . La punta deBrown, expuesta al mar abierto, se empenachaba de olas es-pumosas .

Así es el mar de Bocas del Toro . No conoce términos medios.O está en calma, una calma sobrenatural no turbada por la

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más leve arruga, y entonces, al través del agua verdosa y per-piscua, es posible escrutar a voluntad sus entrañas; o estámalhumorado, ceñudo, bronco, surcado por veloces vientosque le arrancaban quejidos desgarradores, y con un color quehiela la sangre .

La historia de mi amistad con Rafael, pensaba yo, se habíadesarrollado contra este fondo cambiante. Cada escena evo-cada traía consigo, inevitablemente, su cielo claro o su atar-decer tormentoso .

La mañana que lo conocí, por ejemplo, en el pic-nic yamencionado. Era una fiesta pagana el sol esplendoroso, elverde refulgente del follaje, el centelleo metálico de laarena.

En la playa, cerca del gramófono de manívela y las ca-nastas de comida, Leonor me presentó a Rafael . Estre-chaba distraídamente la mano que me tendían, cuando reco-nocí el nombre .

-¿Cómo? ¿Usted es Rafael, Rafael el poeta?-El mismo, si usted no dispone otra cosa- fue la son-

riente respuesta. Los ojos negros me miraron con intensacuriosidad .

Traté de remendar la plancha diciendo que era un granadmirador de su poesía, y que jamás habría imaginado queel autor fuera un niño .

-No tanto como un niño . Acabo de cumplir diecisieteaños -replicó con dignidad-. Además, mi caso no tiene na-da de particular . Guardando las distancias, hay que recordara Neruda, que escribió su "Crespusculario" a los diecisiete .Sin hablar de Lorca, Rimbaud y de todos los otros .

Y extendió la mano como abarcando una multitud de poe-tas adolescentes . Leonor asistía regocijada a la escena miran-do alternativamente a los interlocutores con sus grandes ojosverdes que desde el día anterior me tenían como sobre ascuas.

-¿Así que usted es el nuevo médico?- preguntó Rafael,

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sin otro propósito que el de entablar conversación . Cruzamosvarias frases siempre bajo la deliciosa vigilancia de Leonor . Amenudo rayaba los ojos verdes un relámpago de orgullo regio-nalista . Fuimos interrumpidos por una muchacha que veníaa buscarla para algo relacionado con las bebidas .

Una vez solos, el poeta me invitó a caminar por la playa .Conversamos largamente .Ante todo, el muchacho me pidió, con la mayor indiscre-

ción, detalles de mi vida. Me hizo relatarle minuciosamentemi infancia en el Marañón, el barrio más populoso, promis-cuo y miserable de la ciudad de Panamá . Le conté los prin-cipales sucesos del movimiento inquilinario ; mis estudiosde medicina. Cuando le referí la muerte de mi madre, en vís-peras de mi graduación, el poeta se detuvo y me miró con losojos muy abiertos. Luego bajó la vista, y proseguimos el pa-seo en silencio . Alentado por su interés y presa de una exal-tación desconocida, me entregué a una ebria evocación de mimadre .

Esta había sido lavandera en el corazón mismo del barrio .Una mujer morena, de cabello negro y lacio arreglado en mo-ño a la altura de la nuca . Corpulenta ; manos callosas. El colorde la piel hacía resaltar aún más una dentadura perfecta, blan-quisíma. Los ojos eran negros y, a pesar de la vida triste y du-ra que siempre llevó su dueña, no carentes de dulzura . Calza-ba chancletas, y el ruido que hacían al andar es uno de misrecuerdos más vivos .

Si alguien tomara en sus manos mi cédula de identidad per-sonal, vería que en el renglón correspondiente al nombre delpadre del portador está escrita la palabra desconocido . Martí-nez es el apellido materno . Pero, al fin y al cabo, estas son co-sas que no tienen importancia cuando se vive en la miseria .

Habitábamos un cuarto estrecho, húmedo y maloliente, si-tuado en una enorme casa de inquilinato, rodeado por un ve-cindario bullicioso y mal hablado . La pobreza acentúa las di-

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ficultades inherentes a la convivencia. Solía despertarme amedianoche, sobresaltado, porque en la habitación contiguaun borracho apaleaba salvajemente a su mujer . O porque enotro cuarto una mujer y su hija adolescente reñían a gritos apropósito de una olla estropeada o de un aliente que olía aalcohol. En el primer piso alguien era sorprendido por unahemoptisis. Al lado, cuatro hombres jugaban al dominó des-cargando con innecesaria violencia las fichas sobre la mesa .Enfrente, un coro aguardentoso y desafinado entonaba can-ciones obscenas. Cerca, o tal vez lejos, un solitario consumíacon frenética ansiedad su nocturno cigarrillo de marijuana,consumiéndose, él también, de ensueños, de fiebre, de hambre .

Compartíamos un catre desvencijado . Cerrando los ojos,enloquecido de miedo, el niño se ovillaba junto al poderoso yconfortante calor de la mujer que roncaba exhausta, sorda ala miseria circundante .

Callé muchas cosas . La sospecha, por ejemplo, de que mimadre hacía un poco de prostitución clandestina en sus horaslibres para poder aumentar el contenido de la olla ; pero ellono logra empañar una imagen nimbada de ternura . Y cuando,hombre ya, recibo la noticia de su muerte, mi pena no tienelímites .

Recuerdo infinitamente dulce, infinitamente conmovedor .La madurez ha llegado prematuramente, y el hombre com-prende y disculpa las flaquezas de la madre . Con una objetivi-dad que lastima a fuerza de ser clara, se explica todas las tur-bulencias que la arrastraron, las caídas y el pecado . Las arru-gas son un objeto de veneración . Y el gran amor, purificado,se nos revela en toda su hondura y luminosidad. Y al pensarcuánto la habría complacido este diploma que ahora yace enel fondo de un baúl, este estetoscopio descuidadamente hun-dido en el bolsillo del saco, las lágrimas afluyen con fuerza in-contenible a los ojos empañándolos .

En el silencio que siguió a mis palabras la imagen evocada

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parecía flotar sobre las aguas, frente a nosotros .-Su madre debe haber sido una mujer admirable- dijo Ra-

fael al cabo-. Me hubiera gustado conocerla. Me parece muybien que usted la recuerde con tanto afecto y que se sientaorgulloso de ella .

En ese momento nació nuestra amistad . El seguía hablan-do :

-Es curioso que sea la muerte la que nos revele íntegra-mente la dulzura de un rostro y la intensidad de un amor.Es el aspecto positivo de la muerte . . .

Había entrecerrado de nuevo los ojos .-Un cutis ceniciento- dijo- y áspero . Y de pronto, al

despertar de un sueño especialmente claro, daríamos lavida por sentirlo de nuevo apegado a nuestra mejilla, ondu-lando bajo las yemas de los dedos . Una noche de fiebre, y eldeseo de sentir la mano callosa en nuestra frente nos quemalas entrañas.

Con uno de sus gestos característicos se pasó la mano porel cabello antes de continuar :

-Por desdicha yo no conocí a mis padres, y he debidofiarme, para construir esta sombra de recuerdo, de testimo-nios ajenos . . .

Luego se apresuró a desviar la conversación . Una mueca derepugnancia le desfiguró la cara . Esa mueca pronto me seríafamiliar. Con ella contenía mis asedios a su intimidad .

Discutimos la poesía contemporánea. Rafael tenía ideasmuy definidas sobre el tema. Con suma sencillez expuso sucredo estético, ilustrándolo con ejemplos de los clásicos y desu propia obra .

El sol se aproximaba al cenit . Sobre las aguas tranquilas cru-zaban lentamente unos botes. La estela que dejaban tras ellosera lo único que turbaba la inmovilidad del mar . Las islas deenfrente dormitaban en el sopor . Y con todo, la belleza delpaisaje era imponente. Hice en voz alta la observación. Bo-

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cas del Toro, agregué, es hermosísimo .-Sí- dijo Rafael-, pero tarda uno en darse cuenta . Hay

que conocer bien el lugar; hay que familiarizarse con todossus rincones . Hay que verlo al amor de todas las luces y som-bras antes de opinar. Debe usted contemplarlo bajo la lunallena, bajo el sol rabioso de marzo o en los atardeceres de oc-tubre. Hay que sentirlo crujir dolorosamente ante la embes-tida del viento del sur. Hay que sobrecogerse frente al silencioque a veces le sube desde el tiempo, desde un tiempo anteriora la vida .

A pesar de la sonrisa y del tono de broma, me di cuenta,con sorpresa, de que hablaba en serio .

-Sí, doctor- prosiguió-, tiene que descubrir nuestro pai-saje. Yo me le ofrezco de cicerone . Nadie más bocatoreño nimás indicado para la tarea. Voy a revelarle un mundo maravi-lloso .

Acepté. Tan pronto mis ocupaciones lo permitieran, inicia-ríamos la investigación .

Después nos separamos . Un grupo de bañistas se llevó aRafael, y yo me incorporé a Leonor y a Carmen que conver-saban a la sombra de un almendro .

Rafael era el centro de la fiesta. Iba de grupo en grupo,prodigando chistes y sonrisas . Comía cuanto se le brindabacon gran voracidad. La gracia y finura se aliaban en él a unnatural retozón para producir un resultado que obligaba a lagratitud. Así quiso Dios que fuera el hombre .

Después del baño de mar y de la merienda, nos sentamosen semicírculo al pie de un frondoso árbol . Varias voces pi-dieron a Rafael que cantara .

-Sí, ¡que cante! ¡Que cante! -corearon alegremente to-dos los asistentes .

Alguien le alargó una guitarra .La voz bien timbrada, llena de sentimiento y de íntima

tristeza, se elevó en el aire tibio del mediodía . Conforme

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avanzaba el canto -un cueca chilena, muy de moda a la sa-zón- mi admiración iba en aumento . ¡Qué bien cantaba! Lu-cía transformado, desusadamente grave ." . . . la palomita en su nido . . . "Tenía los ojos entrecerrados ." . . . poniendo el pico en la rama . . . "

Mi mirada resbaló de su rostro al de los oyentes . Caritasfemenimas suavizadas por la atención, cuando ésta es atraí-da por algo bello y triste .". . . ay !ay . . . ! mi palomita . . . "Facciones masculinas alisadas por el abandono . Leonor

examinaba el suelo con extraña fijeza . Al fondo, el golpearintermitente y desmayado de las olas. Volví los ojos al can-tante. El corazón empezó a latirme violentamente . ¿Dios mío,cómo es posible este milagro? ¿Cómo es posible que este sersagrado viva entre nosotros?

" . . . me ha robao toitica el alma . . . "

El cortejo pasó frente al hospital . Unos metros más allá ter-mina el pueblo y comienza la carretera iniciada años atrás conintención de atravesar toda la isla y conectar la ciudad conBocas del Drago, aldea de pescadores entonces -y ahora- ca-si deshabitada, situada en el otro extremo de la isla . A loscuatro kilómetros se suspendió la obra, cuya utilidad, porotra parte, era discutible. Salvo las dos o tres fincas beneficia-das, carecía de sentido .

A mano derecha, en el nacimiento de la carretera, el ce-menterio, cuyo enorme portón de hierro se encontraba abier-to en ese momento esperando el cortejo . En su calidad de an-fitrión, el sepulturero se unió al cura cuando éste, seguido delcarretón, cruzó el umbral.

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El abandono del lugar era impresionante . En Bocas del To-ro llueve todo el año, y la hierba estrangula los montoncitosde tierra que son las tumbas de los pobres . En compensación,también se llenan de flores silvestres que atenúan la desola-ción del cementerio . Salteados entre los montoncitos de tie-rra se levantan algunos sepulcros pretenciosamente recubier-tos de mosaicos o de concreto, a los que la cercanía del marles da un tinte herrumbroso . Hay cruces de madera y de már-mol, con inscripciones borrosas y brazos ceñidos por las tre-padoras .

El sitio reservado a Rafael quedaba al fondo del cemente-rio, Cruzamos el delgado espacio entre dos hileras de tumbas .La asociación con un campo de labranza era inevitable . Uncampo de batatas, lamentablemente descuidado . Había quepisar con grandes precauciones, sorteando cangrejos y mon-toncitos de tierra.

Las gotas de lluvia arreciaron, y el viento se levantó delmar desordenando los cabellos y haciendo que muchos hom-bres doblaran las solapas de sus sacos . Alcé los ojos al cielocon desesperación . La atmósfera estaba recargada de elegía ;subrayaba la importancia de esa muerte y la aterradora ruinaque rodearía al poeta para siempre . Para siempre . O, tal vez,hasta que un huracán o una tromba cavara la tierra y espar-ciera los huesos. Ya había ocurrido en una ocasión, cincuentaaños atrás . Esta posibilidad, ignoraba por qué, era conso-ladora .

Dos fornidos negros sacaban las últimas paletadas de tierrade la tumba recién abierta, sudando copiosamente . Cuando elcura y el enterrador llegaron a su lado, suspendieron la tareaenjugándose la frente . Al arribar el carretón, los mozos toma-ron el ataúd en hombros y lo despositaron al pie del huecoagurdando, indiferentes, el momento de arrojarlo dentro.Guinyín se desentendió de la carreta y, con una rápida y des-

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deñosa mirada a los concurrentes que se aglomeraban en tor-no de la tierra excavada, ansiosos de no perder detalle, se re-tiró. Ya su misión había terminado . El compromiso era dejarel carretón al pie de la fosa . El no establecía diferencia entreun muerto y otro, y no tenía por qué hacer una excepcióncon Rafael asistiendo a su entierro . Lo vi salir por el portóny, doblando hacia la izquierda, desaparecer en la carreterarumbo al pueblo, detrás de las tapias negruzcas del cementerio .

Mientras tanto, el padre González había sacado de nuevo ellibrito de oraciones . Las palabras en latín sonaban particular-mente fúnebres en medio del coro angustiado de las olas y delas ráfagas heladas . El cura había recobrado el dominio de símismo, y su voz no podía ser más impersonal, más profesional .Los acompañantes se estrujaban con el mismo aire solemnede la iglesia, ahora al descubierto más aterrados y silenciosos .Casi no se atrevían a mirarse unos a otros por miedo a encon-trar claramente expresado en ojos ajenos lo que en ellos no erasino un vago malestar con un pavoroso trasfondo centenario .

Retrocedí unos pasos, y aguardé alejado del grupo . Con-templando aquel conjunto asustadizo, recordé las teorías quesobre la vigencia del pasado había tejido Rafael a la sombrade Jung. Descontando lo que había en ellas de mentira poéti-ca y de exageración, quedaba siempre una verdad de amargosabor. Aquel bosquejo histórico de Bocas del Toro, arbitrarioy caricatural, me dejó una impresión indeleble . En la isla deBastimentos escuché, fascinado, lo que en boca de otro hu-biera movido a risa.

Los hombres que a lo largo de los siglos han recorrido el ar-chipiélago, tuvieron que luchar contra dos poderosísimos sen-timientos opuestos : uno de seducción ante la belleza de lasislas, y otro de pavor, inspirado primordialmente por los brus-cos cambios de humor del mar . Cristóbal Colón -Rafael ase-guró saberlo de "buena tinta" -fue la primera víctima deesa contradicción cuando descubrió a Bocas del Toro a princi-

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pies del siglo XVI . La palabra descubrió era exacta en más deun sentido, no sólo el histórico-geográfico . Descubrió infini-dad de cosas de orden sentimental . Aquí conoció la paz, perotambién el miedo y la soledad . Su primer impulso fue quedar-se en las islas a olvidar la redondez de la tierra y el mal alien-to de Isabel la Católica ; pero una noche, algo lo hizo cambiarbruscamente de planes . Después de bautizar la bahía en suhonor, levó anclas .

Luego de esta visita, cae una oscuridad total sobre el paisa-je, de varios años de duración .

Posteriormente aparecen algunos capitanes españoles deimportancia que establecen sucesivamente en Bocas del Torosu cuartel general . Es una etapa de traiciones ; de codicia des-medida, de asesinatos por la espalda, de orgías bestiales. Es laetapa de los tesoros escondidos en profundas cavernas ; denaufragios criminalmente provocados; de sádicas venganzas .Es la etapa de la más espantosa promiscuidad sexual ; de don-cellas indias que corren por la playa perseguidas, azotadas,sangrando hasta el deseo ; de misioneros católicos quemados oenterrados vivos en el seno de la montaña por sacerdotes indí-genas, guardianes celosos del dogma y de las divinidades delmaíz . Es la etapa de las cuchilladas ; de blasfemias que ni eldiablo se atrevería a proferir ; de agudos ataques de misticis-mo; del arrepentimiento y el perdón que llega con los años yla impotencia .

Hasta que todo desaparece barrido por la bocanada gélidaque de tiempo en tiempo limpia el archipiélago .

Siguen años apacibles .A continuación el escenario es invadido de nuevo, esta vez

por los piratas. Y el destino de Bocas del Toro reencuentra suhilo conductor . Jefes de bandas feroces que se cañonean debarco a barco, en el centro de la bahía, por el súbito recuerdode una traición amorosa de veinte años atrás. Compañerosayer no más de abordaje y de barbarie que se decapitan por

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un quítame allá esas pajas . Ejércitos de piratas con ojos ven-dados, patas de palo, pañuelo en la cabeza que se baten amuerte contra una tribu indígena por un mero error de tra-ducción, por un saludo mal interpretado, por un plato de re-pugnante comida rehusado. Finalmente, el paisaje tambiénlos expulsa .

Pero quedan los indios. Quedan los indios que le han to-mado el gusto a la violencia ; que han probado la sangre, com-probando que no hay en el mundo placer comparable . Hom-bres de desnudo torso moreno enloquecidos por los demoniosinvocados . Comienzan entonces los acuchillamientos masivos ;el incendio de aldeas por un gusto puramente neronesco ; lasviolaciones colectivas ; los amores incestuosos, los nuevos edi-pos cegándose con leche de ceiba en la soledad de cualquiercamino. Cuando estas tribus se sienten hartas de devorarse laspropias entrañas, se desbordan tumultuosamente por las fron-teras hacia Costa Rica, hacia el Talamanca, y arrasan los soño-lientos poblados de los térrabas, les roban las mujeres y que-man vivos a los hombres .

Pero más al norte se está gestando un nuevo horror. Es loque la historia ha recogido bajo el nombre de los zambos-mosquitos . Del norte, pues, llegan esas bestias feroces aullan-do como posesos y expulsan a los indios bocatoreños de susislas. Después de diezmarlos, los empujan al seno abrupto dela cordillera. Y la lista sigue : el negro Frederick ciñe la coronadel fugaz imperio de Mosquitia . Embutido en un uniforme deAlmirante de la marina británica, resplandeciendo bajo el solrabioso, recala en las costas de Bocas . La tradición oral asegu-ra que es el hombre más hermoso que haya existido . Harto detortuga y de doncellas, es destronado . Huellas muy borrosasquedan de su paso bajo este cielo .

La lista se enriquece. En 1804 la fundación definitiva de laciudad de Bocas del Toro, destinada a ser para los contraban-distas lo que fue "Las Tortugas" para los piratas . Diversas cir-

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cunstancias frustran el proyecto . Lo único que se sabe decierto es que se producen nuevas violencias en el antiguo esce-nario ; nuevos crímenes y crueldades . Hombres que se presen-tan de improviso, sin que nadie sepa quiénes son ni de dóndevienen. Y una mañana amanecen cosidos a puñaladas en uncayuco ; mujeres que dan a luz monstruos de pesadilla ; fantas-mas de españoles y de piratas que se mezclan en la vida diariay en los asuntos privados de la gente, que abofetean a los vie-jos y arañan a los niños ; pulpos que arrastran barcos con to-dos sus tripulantes al fondo del mar ; meros de varias tonela-das que se tragan a los hombres sólo para vomitarlos ense-guida y divertirse arrojándolos, vivos aún, al aire, pelotéan-dolos de mero a mero, de boca a boca ; tiburones anfibios ; la-gartos y culebras domésticos ; un viejo, dueño de un harén in-tegrado por sus quince hijas, perlas del tamaño de cocos ; dia-mantes diminutos, únicos perdigones capaces de matar al chi-vato .

Repentinamente, vuelve a hacerse el silencio. Retorna lapaz . El último tercio del siglo pasado es idílico . Pocos habi-tan las islas, y esos pocos desean llevar una existencia tran-quila. Son, en su inmensa mayoría pescadores poco ambi-ciosos que se contentan con llenar la olla de verduras y pargos .

Pero cl paisaje permanece agazapado, añorando sus tiemposheroicos . Exige una vida digna de su grandiosidad . Y la Uni-ted Fruit Company viene a proveerlo de un sucedáneo . Hacialos últimos años del siglo pasado inicia la plantación en granescala del banano. El bienestar económico barre la tranquili-dad. Empiezan a correr otra vez el dinero y la sangre ; se le-vantan hermosas casas de madera ; pavimentan las calles ; ins-talan la luz eléctrica . Todo va a pedir de boca, a pesar de lasocasionales efusiones de sangre . Ocasionales, porque la alturadel tiempo ya no permite abandonarse libremente a las de-mandas del instinto y del pasado . Entre otras cosas, la policíaes más eficiente, más entrometida y al menor signo de exhu-

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mación de aquellos tiempos interviene frustrando hermosasempresas de la carne . Sólo de tarde en tarde es posible cruzarun par de machetazos o de puñaladas en el curso de un baile,un día de pago . Sólo de cuando en cuando puede enviarse alotro mundo a un rival amoroso o a alguien que se cree másmacho que uno .

¡Pero todo eso parece ahora tan lejano! Aún recuerdan losmayores, como una pesadilla, las extrañas plagas que arrasa-ron las plantaciones ; sigatoka, iron rust, Panamá disease ;nombres que suenan como malas palabras en los oídos de losbocatoreños que hoy viven en un pueblecito de dos mil habi-tantes del que ha huido, como por ensalmo, el trabajo y el di-nero. La ciudad se precipitó cuesta abajo . Hoy se pasean sushabitantes por las calles averiadas por el tiempo y la indife-rencia gubernamental, las manos en los bolsillos, rememoran-do los buenos tiempos y soñando que un acontecimiento pro-videncial -petróleo, o algo por el estilo- traiga unanueva época de oro .

Ese pasado, sostenía Rafael, tiene que agobiar a los bo-catoreños contemporáneos por mucho que ignoren sus ne-gruras. Todos llevamos dentro una carga de dinamita próxi-ma a estallar . Y los dos sentimientos contradictorios quesuscita el paisaje -atracción y repudio- también convivenen nosotros, desgarrándonos interiormente . Mis paisanos, yoincluido, afirmaba Rafael, se pasan haciendo planes de lar-garse para siempre . Y cuando lo hacen, viven atormentadospor el quemante anhelo de volver . La nostalgia es nuestro pla-cer y nuestra agonía . Tenemos que quedarnos a esperar . Nos-otros siempre estamos esperando, esperando que de un mo-mento a otro el pasado haga una inesperada incursión en elpresente para conmover nuestra existencia hasta sus cimientos .

Sí, me dije alzando los ojos, todos esos que se agrupan entorno del ataúd están esperando . Están esperando el desenca-denamiento de la bestia . También Leonor, frente a ni í, espera .

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Con entrambas manos se sujetaba la mantilla que quería arre-batarle el viento . Más que tristeza, sus facciones delataban unhelado estupor. La imagen era tan patética, que se me opri-mió el corazón de amor, de atormentado amor . Leonor, Leo-nor murmuré, sintiendo un desgarramiento interior . Casi mevence la imperiosa necesidad de proclamar a gritos lo que ha-bía callado tanto tiempo . Y en el mismo instante (inoportu-namente, pues aquellas palabras perfectas agudizaban a la vezel dolor por la muerte de Rafael y mi amor tumultuoso ytierno por Leonor), mi memoria tornó a manar más coplas deManrique :

Nuestras vidas son los ríosque van a dar a la mar. . .

No al mar, sino a la orilla del mar, al borde de una nivelaciónno buscada. Con el rumor intermitente y monótono de lasolas acompañando esotra vigilia tensa que nos agurda al finalde ésta. Hay, sobre la marcha, el terror de ese terror que es lainmortalidad. Terror invencible, a pesar de las palabras conso-ladoras del Salmo 23 :

"Aunque ande en valle de sombra de muerte,no temeré mal alguno; porque tú estarásconmigo : Tu vara y tu cayado me infundiránaliento ".

¿Y si nos dejara caminar solos el camino aterrador, atrave-sar sin guía ese valle y ese apegotamiento de sombras impe-netrables? ¿Si permitiera que camináramos completamentesolos, buscándolo en esa noche y en ese valle desconocido?Pero las coplas insistían :

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Después de puesta la vidatantas veces por su leyal tablero . . .

Cinco minutos de vida, de canto . Rafael puso su mano en elfuego mientras duró su canto en prueba de sinceridad :

Después de tan bien servidala corona de su reyverdadero. . .

Servida con pasión, con abnegación. Tan bien servida y lustra-da y hasta aumentada con innumerables piedras preciosas en-tre las cuales brillaría, por siempre, cegadora, aquella de la"Canción de Amor" .

Habiendo cerrado el libro, el padre González contempla-ba ahora hinoptizado la tierra amontonada al borde de latumba. En torno suyo la multitud había fundido sus rostrosen uno solo, desfigurado por el miedo . Los mozos bajaron elataúd que tocó fondo con un golpe seco . Leonor se estreme-ció como si la caja de cedro hubiese chocado contra su espinadorsal. Cerró los ojos como para resistir el impacto .

La voz del cura volvió a elevarse, recitando unas palabrasen latín al tiempo que con la mano derecha arrojaba en el in-terior de la fosa un puñado de ceniza . No logré penetrar elsignificado de la frase, pero su sólo sonido tuvo la virtud deconmoverme extrañamente .

Los mozos empezaron a palear vigorasamente, rellenandoel hueco. El ataúd iba a ocuparle un buen espacio, y la tierrasobrante vendría a acumularse encima formando una promi-nencia más, otro montoncito entre los muchos que ya eriza-ban el camposanto .

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Ya había concluido la ceremonia, y los concurrentes inicia-ron la retirada volviéndole la espalda a los restos de Rafael .Se desbordarban despaciosamente por todas partes, sobre lastumbas, buscando el camino de regreso, súbitamente cons-cientes de la necesidad de volver a las benditas incomodidadesdel diario vivir. Volvió a oírse rumor de conversaciones apaga-das, en las que resonaba una especie de alivio . Todos estabancontentos de poder escapar de ese sitio afligente, plagado detrágicos testimonios de nuestra finitud . Seguro algunos hom-bres iban pensando en lo bien que les caería unos tragos deron .

Encendí un cigarrillo y aspiré ávidamente el humor . Orlan-do surgió en ese momento detrás de una cruz de mármol, lasmanos hundidas en los bolsillos del pantalón. Al pasar a milado, de nuevo se cruzaron nuestras miradas ; pero esta vezOrlando desvió la suya, y creí notarle los ojos enrojecidos .

- ¡No me dejes formular acusaciones sin pruebas, Diosmío!- recé . Y dando vuelta, me encaminé también hacia elportón de hierro . No bien lo había traspuesto, sentí el pesode una mano en mi hombro izquierdo . Volteé la cabeza, y meencontré cara a cara con Leonor . Los ojos verdes se hundie-ron en los míos.

La mantilla caíale ahora debajo de la nuca, plegándose al-rededor del cuello blanco, y ella sujetaba las puntas a la alturade los senos dándoles, de vez en vez, nerviosos tironcitos .El rostro había retomado su expresión usual, serena y orgu-llosa. Al menos en apariencia ; porque observándola con ma-yor detenimiento, comprendí que la serenidad no era másque una máscara . Ella también había sido sacudida por la tra-gedia. Los labios llenos y bien formados se entreabrieron de-jando escapar un susurro casi inaudible :

-¿Me acompaña a mi casa, doctor?-Con mucho gusto, Leonor- dije . Me preguntaba en dón-

de estarían sus padres, cuando en eso los divisé al fondo del

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cementerio con el padre González . Hicimos en silencio el ca-mino. Yo sentía que la mujer que iba a mi lado se había ce-rrado como una dormidera sobre su propio dolor . Algo obse-sionante y terrible se agitaba detrás de su frente tersa . Y medolía su rostro, tocado por la proximidad de la noche .

Siempre en silencio pasamos frente al hospital . Una cuadramás allá ella se detuvo y me puso de nuevo la mano afiladasobre el hombro . Los ojos verdes se hundieron otra vez en losmíos con acusadora fijeza. Por lo visto los labios se negaban adarle salida a las palabras que sopesaba en su interior, porqueluego de ligeros temblores y contracciones volvieron a sellarse .La extraña luz estuvo vacilando en sus pupilas hasta apagarse .Fue sustituida por aquella exasperante indiferencia que tantome hacía sufrir . Durante un lapso que no estoy en condicio-nes de precisar, calló limitándose a observarme con profundaatención . Al cabo, en voz muy baja, preguntó :

-Doctor Martínez, ¿qué significa esto? ¿Por qué han ase-sinado a Rafael?-No lo sé, Leonor. Daría lo que me resta de vida por sa-

berlo .-¿Quién pudo, doctor. . . ? -La indiferencia había desa-

parecido. Las pupilas se aguaron, adquiriendo increíble trans-parencia.-Desde esta mañana no pienso en otra cosa, Leonor, ¿Quién?¿Por qué?-¿Por qué, Dios mío, por qué?- y la mano aumentó la

presión sobre mi hombro .¡Por qué? En esa pregunta se concretaba toda la estupefac-

ción. Y con cuánta angustia la formuló . Una especie de blas-femia contenida corría sórdamente por entre las palabras .Incliné la cabeza sobre el pecho, incapaz de sostener la de-manda de los ojos verdes .

¿Por qué, Dios mío?, insistí en mi fuero interno . Y en se-guida, una vocecita burlona respondió, también en mi inte-

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rior, con otra pregunta : ¿Y por qué no? ¿Con qué derechodebe colocar la vida a ciertos seres a salvo de la violencia, fue-ra del alcance del absurdo? Hablando con cierto rigor : ¿latormenta debe discriminar, escoger a sus víctimas?

-Leonor- exclamé en voz alta, ahogando la importuna vo-cecita-, soy un hombre resignado, fatalista . Antes acostum-braba aceptar los golpes sin torturarme tratando de descu-brir su sentido ; pero esta vez siento que me sería imposibleseguir adelante sin entender . Siento que a la vida se le ha idola mano ahora .

Fue una tirada incoherente ; desde que rompí a hablar medi cuenta de ello ; pero no pude contenerme . El momento noera como para preocuparse de ser claro . Me disponía a conti-nuar, cuando vi que se aproximaban los padres de la mucha-cha. Ya estaban por damos alcance, de modo que me vi obli-gado a bajar la voz para pronunciar las últimas palabras .

-Leonor: le prometo no descansar hasta haber aclaradocompletamente este horror .

Eran las nueve de la noche . El viento había puesto en fuga losnubarrones de lluvia . En el cielo brillaban, tímidamente, unascuantas estrellas . Si bien el mar continuaba nervioso, ya se ha-bía desvanecido la amenaza de tormenta .

Me senté en una mecedora del balcón, de cara al mar . Te-nía necesidad de estar a solas para saborear a mis anchas, sininterrupciones exteriores, mis recuerdos del poeta . Me arrella-né en el asiento y, encendiendo un cigarrillo, dejé vagar losojos por la pálida inmensidad que tenía enfrente . . .

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CAPITULO V

Los recuerdos eran , en su inmensa mayoría, insignificantes,triviales, naturalmente. E inefables . Es el carácter, la esenciade todo lo verdaderamente íntimo, lo verdaderamente per-sonal . Las experiencias que se pueden compartir dejan de sernuestras .

Sí; ahí reside la gran pobreza del recuerdo sentimental, ysu fantástica riqueza también . Es nuestro, enteramentenuestro, únicamente nuestro, y por eso lo defendemos celosa-mente de la curiosidad ajena .

Por fortuna, es imposible leer el pensamiento . Porque seríamuy embarazoso que nos sorprendieran regodéandonos mo-rosamente con las tonterías que constituyen lo más preciosode nuestro acervo sentimental . Desván repleto de juguetesdespedazados, de muebles rotos, de cartas y facturas amari-llentas, de viejas y tostadas páginas deportivas, de disfracesdeshechos por la polilla, de baúles que un día recorrieron me-dio mundo con nosotros . Y de souvenirs inconfesables .

¡Qué diría la gente, por Dios! ¿Cómo justificar el enormeespacio que en nuestra mente ocupa el espectáculo de unospatos que se bañan en un charco formado por la lluvia? ¿Quéhace ahí esa muñeca sin cabeza, esas hojas secas desprendidaspor el viento del sur? ¿Y esas golondrinas que contemplascon Rafael? ¿Qué buscan esos perros que se persiguen frenéti-camente por la playa alentados por los ojos del poeta? ¿Porqué ha venido a quedarse en ese fragmento verde-azul delocéano esa estrella de mar? ¿Por qué pierden el tiempo unmédico y un poeta, en el apogeo del crepúsculo, contandolas aves migratorias que a gran altura y en ceñidos escuadro-

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nos cruzan el cielo dorado rumbo a un valle que sólo ellasconocen?

Pero hay que poner un poco de orden en la memoria . Hayque recordar con sistema, a ver si del pasado surge unapista .

Al mes de estar en Bocas del Toro, inicié con Rafel el pro-yectado estudio del paisaje . El padre de Carmen nos facili-tó su bote con motor fuera de borda. Salíamos del muellefiscal a las dos de la tarde, para regresar en el crepúsculo .

Empezó entonces la etapa más extraordinaria de mi vida .No tanto por lo que veía, de suyo extraordinario, sino porlas explicaciones fantásticas de Rafael . Se notaba que elpequeño había consagrado mucho tiempo a hurgar en lossecretos de las islas . No había paraje ni rincón que no sesupiera de memoria. A veces, ya exhaustos de caminar por lamaleza, desembocábamos en un claro paradisíaco, y enton-ces, a la sombra propicia de un mango, Rafael procedía a ha-cer sus revelaciones. Yo, al principio, las seguía con una sonri-sa en los labios, con cierta condescendencia a la manera de unadulto que simula tomar en serio los juegos de los niños y susextravagantes personificaciones .

Y un atardecer inolvidable, vi . Vi un orden debajo del or-den, como en un palimsesto. Vi las palmeras inmóviles perfi-ladas contra el poniente ; las sombras condensándose por en-tre los claros del ramaje ; el enmarañamiento alusivo del man-glar; el ascenso regular y rítmico de la marea . Oí el envolven-te paso de la noche, las crujientes vestiduras, los desgarronesdel aire, la materialización de mil metáforas escuchadas y leí-das miles y miles de veces ; sentí el peso que se apoyaba en

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mis hombros, el aliento fétido ; percibí una certidumbre decastigo en las márgenes del tiempo ; vi al tiempo buceando enel fondo del mar constelado de estrellas, lo sentí discurriendo,por vez primera, por las cosas y mi cuerpo como si al fin sehubiera soltado, para hendir mi carne como un cuchillo ame-llado. Entonces, alzando los ojos del hechizo cegador, vi elrostro de Rafael, lívido y exangüe, muriendo de verdad y be-lleza, recortado contra un fondo de oro de aguas en paz y le-janas islas . Comprendí, entonces, el porqué de ese milagropoético llamado Rafael . Comprendí . . . y me entraron ganasde rezar .En otra ocasión, el programa trazado de antemano nos

condujo a la intimidad húmeda de una caverna en Macca Hill .Con una linterna de mano nos abrimos paso al través de la os-curidad y del vuelo despavorido de los murciélagos . Rafael,entonces, desenterró una antiquísima pistola de piratas y unapequeña urna vacía . Me las mostró triunfalmente, y volvió aenterrarlas . En el fondo de la cueva, dos esqueletos carcomi-dos relumbraron vagamente al contacto de la luz .

-Son tranquilino Segundo y Pete el flaco- dijo Rafael conel tono de voz que se emplea para designar a dos personas quecruzamos en la calle ; pero el eco recogió sus palabras y las res-tregó furiosamente contra las paredes, aumentándolas de vo-lumen :-SON TRANQUILINO SEGUNDO Y PETE, EL FLACO.Una fracción de segundo, y de nuevo :-SON TRANQUILINO SEGUNDO Y PETE EL FLACO .Hasta que el sonido encontró la puerta y abandonó el re-

cinto, dejándonos estuperfactos .Cuando salimos al aire libre, el poeta estaba pálido como la

muerte .En otra ocasión, el bote avanzaba por un mar en calma . La

brisa agradable nos daba en pleno rostro. De pronto, oscurasaletas emergieron a poca distancia. Unos peces enormes se pu-

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sieron a saltar graciosamente en el aire . Yo los miré conaprensión, pero Rafael se entusiasmó :

¡Son delfines!- gritó, aplaudiendo ruidosamente . Pa-recía una señal, porque los peces se acercaron al bote en mar-cha, a fantástica velocidad, pegándose a ambos lados de éste .Empezó entonces una regata disparatada . Rafael le dio al mo-tor toda la velocidad, y los delfines aumentaron proporcional-mente la suya. De cuando en cuando Rafael daba órdenesabsurdas :- ¡Salten!- gritaba .Y, cosa extraordinaria, los delfines, como si no esperaran

más que el permiso, lo hacían .¡Son unos niños! -exclamaba Rafael, loco de alegría

¡Salten muchachitos, salten!Y el cuerpo flexible trazaba una pirueta en el aire para

zambullirse de nuevo. Hasta que los niños se cansaron del jue-go, y se alejaron rizando la superficie del agua .

Otro caso, relacionado también con peces. Habíamos pasa-do toda la tarde anclados en lo que suponíamos ser un bancode patíes ; pero los animales, o se habían mudado, o no teníanhambre porque no picaron una sola vez . Finalmente, cuandoya nos disponíamos a irnos, el poeta sacó una grupa como detres libras de peso . La había extraído del anzuelo y la exami-naba con infantil detenimiento, suspendiéndola a la altura desus ojos. El pescado se debatía furiosamente, tratando de li-berarse. Rafael hizo ademán de devolverlo al agua cuando eneso, inesperadamente, sin hacer el menor ruido, un pájaro ma-rino de esos que llaman tijeretas, surgido no se sabe de dónde,se lo arrebató de las manos sin darle tiempo a defenderlo . Lasorpresa dejó al muchacho mudo . Se miraba las manos vacías,miraba los círculos que trazaba el ave mientras engullía elproducto de su robo . Por último, me miró con ojos llenos depreguntas y también de un confuso temor . Luego, ambosrompimos a reír a carcajadas .

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Otra vez, salimos de Bocas del Toro con la tarde bastanteavanzada. Unos pacientes me retrasaron. Llegamos a Bocasdel Drago sobre las cuatro y media, luego de rodear por aguatoda la isla de Bocas del Toro .Bocas del Drago es, como ya declaré, una pequeña aldea

de pescadores situada en el extremo opuesto de la misma islaen que se levanta Bocas del Toro . Es un lugar lleno de pasado .En la actualidad, apenas consta de unas diez o doce casuchasruinosas, distantes las unas de las otras y habitadas por nomás de treinta personas; pero, tiempo atrás, fue escenario deincontables violencias . De la historia no sobreviven más quealgún rostro torvo ; una que otra riña a navajazos cuando elalcohol alumbra el camino recorrido ; ciertos relatos debili-tados por el cansancio de los viejos que los refieren .

Gigantescos riscos se yerguen amenazadoramente cerca delas puntas que cierran la ensenada . Miles de pájaros revolo-tean encima, sacudidos por el viento que permanentementeazota el caserío y agita el mar . La aldea comienza dondetemina la playa. Detrás de la aldea, impenetrables moles demaleza la incomunican por tierra En el seno del monte, mi-llares de culebras, escorpiones y tigres acechan crispados derencor. Kilómetros y kilómetros de pantanos pestilentes enve-nenan la atmósfera, por si acaso la flora y la fauna no fueransuficientes para contener y aislar a esos pobres hombres quese sienten vivir de espaldas al mundo, de cara al infinito, yaque no se distingue más allá de los arrecifes tierra alguna . So-lo el mar implacable se ofrece a sus ojos ensombrecidos por lasoledad, por el silencio y por los amagos de un pasado queno se ha ido del todo ni se irá jamás .Dios mío : ¿cómo pueden resistirlo? ¿Cómo es posible que

exista semejante sitio?Rafael caminaba junto a mí, deteniéndose a contemplar los

cangrejos de vivos colores, las hormigas que trabajaban afanosa-mente, un árbol de almendra abatido por el comején y los

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hongos, una palmera descabezada por el rayo, indiferente a lainquietud y al miedo que me helaban los intestinos. Las pri-meras casas se hallaban abandonadas, a juzgar por los gallina-zos que recorrían los balcones y asomaban la cabeza por lasventanas. Habiendo conocido mejores días, eran ahora unacaricatura de sí mismas .

Tropezamos con niños semi-desnudos que huyeron al ver-nos. En el patio de la primera casa habitada que encontra-mos, un anciano centenario tejía una enorme red de pescar .Las manos rugosas anudaban con desesperante lentitud elhilo. No contestó el saludo del poeta, ni siquiera levantó losojos para ver quién lo saludaba . Cincuenta pasos más allá,otra casa : una vieja se balanceaba en una mecedora, en elbalcón; canturreaba extrañas melodías, adormeciéndosecon el vaivén y el ritmo de su canción . Tampoco contestónuestro saludo .

Nos detuvimos, por fin, frente a una pequeña casa de ma-dera, en mejor estado que las anteriores . El poeta gritó cor-dialmente:- ¡Auntie Rose! ¡Auntie Rose!

Una matrona negra, cincuentona, de rostro lleno y agrada-ble, salió al corredor . Al reconocer al poeta, se iluminó, pro-rrumpiendo en estrepitosas carcajadas y gritos de bienvenida .De la amplia boca, poblada por dientes blanquísimos, brotóuna torrente de palabras en guari-guari, el dialecto de las islas .

Rafael le habló en la misma jerga y con parejo entusiasmo .Yo no entendía ni jota .

-Nos invitan a entrar- me explicó Rafael .Subimos unas escaleras en relativo buen estado . Estre-

ché la manaza que me tendía la mujer .Su cara era algo digno de verse . Una nariz achatada, hecha

especialmente para colgar argollas . Ojos negros, brillantes, re-boantes de vitalidad y de júbilo . Mejillas abultadas. El peloensortijado le caía en largas trenzas sobre los hombros . Gran

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papada, flácida y movediza. Cuerpo entrado en carnes. No sépor qué pensé en una diosa de la fecundidad . Tampoco sépor qué me recordó a mi madre, ya que no se parecían en na-da. Tal vez fue por las chancletas, o por la adoración con quemiraba a Rafael .

Después de nuestro apretón de manos, la, mujer abrió susfornidos brazos y estrechó al poeta contra su pecho volumi-noso. Acto seguido le estampó un sonoro beso en la mejilla,que el poeta devolvió con la misma efusión .

Nos sentamos en el corredor, sobre uníos taburetes, y lacharla de aquellos dos seres tan distintos se extendió escan-dalosamente a lo largo de una hora . Yo no entendía una pa-labra .

Al cabo llegó un hombre negro y robusto, de edad inde-finible, sin camisa, dueño de una imponente musculatura .Nuevos abrazos, nueva presentación . Entendí que se trata-ba del marido de Auntie Rose . Acogí la mano callosa en si-lencio. Volvimos a sentarnos, y la conversación prosiguióa gritos y carcajadas .De pronto empezaron a acumularse densos y negruzcos

nubarrones en el cielo. El viento aumentó brúscamentesu velocidad. Pesadas gotas de lluvia cayeron horizontal-mente sobre el caserío . El mar alzó la voz, golpeando ira-cundo la playa y los arrecifes . Relámpagos brillantísimosincendiarion el horizonte .

Ahora los truenos restallaban encima del techo de zinc,que se estremecía. Y la tormenta descargó su locura sobreel paisaje, doblando las palmeras, levantando una dolienteprotesta del boscaje .

Tuvimos que meternos en la casa y asegurar puertas yventanas, mientras aquel odio sin límites golpeaba con pu-ños de hierro las paredes, barría las cosas, derribaba losesqueletos de las viviendas abandonadas, aullaba rabiosa-mente en las hojas de zinc . . .

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Ya las sombras de la noche habían sumido el contornode los objetos, cuando amainó el ataque. Demasiado tar-de para regresar a Bocas del Toro . Tendríamos que pasarla noche allí, y emprender viaje en la mañana . La dueñade casa nos ofreció alojamiento, disculpándose por nopoder brindarnos cama . Dormiríamos en el suelo . Rafaelacogió alegremente la noticia, y yo traté de hacer lo propiomostrándome animoso y despreocupado .

A las ocho de la noche nos sentamos alrededor de la des-nuda mesa de madera y sorbimos en silencio la sopa de pes-cado en que consistía toda la cena . A continuación el an-fitrión encendió una pipa, nosotros sendos cigarrillos, ehicimos una sobremesa que se prolongó hasta pasada la me-dianoche.

Yo participé algo en la conversación, auxiliado por Rafaelque actuó como traductor. El peso de la conversación recayóen el negro, quien subrayaba sus frases escupiendo con libera-lidad en el piso.

¿Qué dijo?Habló de la pesca de tortuga y de sus múltiples problemas .

Contó, gráficamente, la pesca de un enorme mero, años atrás,proeza que aún lo enorgullecía . Refirió un naufragio, marafuera, y cómo, cogido de una tabla, había sido arrastradopor la corriente hasta la costa, desde una distancia de cincomillas. Recordó su infancia ; el agotador aprendizaje de la pes-ca junto a su padre, hombre de verdad, asesinado por la es-palda en un baile a principios de siglo . Habló de un singularduelo entre su padre y un tiburón, cerca de la orilla . De có-mo el viejo, sangrando por todo el cuerpo, arrastró al mons-truo, que se debatía con tremebundos coletazos, hasta la pla-ya misma, donde, luego de apuñalarlo vengativamente, elhombre cayó desmayado sobre el cadáver de su rival .

Rafael no apartaba la vista de los labios carnosos . El due-ño de casa, alentado por su interés, habló ya de continuo,

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apenas interrumpido por las exclamaciones de sus huéspedes .Completó el retrato de su padre con unos cuantos trazos

vigorosos . Imagino que su memoria le había agregado, re-trospectivamente, cualidades .

Pronto el relato empezó a correr por sendas inusitadas .Culpo por ello a la noche crispada de advertencias . Unaatmósfera de fiebre envolvía los recuerdos :

Luces fosforecentes recorren el agua. Su padre y él pes-can en alta mar, rodeados de silencio y de oscuridad . Desúbito, un barco pirata, con varios siglos de retraso, cruzacerca de ellos con las luces encendidas y las velas hincha-das. La tripulación, en plan de combate, desenfunda los ca-ñones, carga los fusiles. En el puente de mando, una figuragigantesca, cuajada de sombras, da órdenes en francés convoz retumbante . Los hombres, enardecidos por la proximidadde la lucha, gritan hasta enronquecer . El barco se pierde dede vista a gran velocidad . A la media hora el horizonte se ilu-minó de fogonazos, de fulgores sangrientos. Es posible quefuesen relámpagos -poco después cayó una tormenta- obien . . .

La mano que sostenía la pipa tembló ligeramente .En otra ocasión se había internado -solo- en la selva, ca-

zando :El monte eleva los mil ruidos perturbadores que hacen sus

noches tan temibles. Tiene rato de caminar dificultosamente,enredándose los zapatos en las lianas, hundiéndose en los pan-tanos, guiado por una lámpara de carburo .

De pronto, de un matorral sale una serpiente gigantescadispuesta a atacarlo . El, hecho a todos los peligros, apunta ydispara. Unas cuantas sacudidas espasmódicas y contorsio-nes desesperadas, y el animal se inmoviliza . En ese precisoinstante, se apaga la lámpara, dejándolo a oscuras . Enton-ces siente que alguien se arrodilla a sus pies y, tomándoleambas manos, se las besa con infinita gratitud .

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El hombre aún nos tenía reservadas otras sopresas :Explicó, por ejemplo, el trabajo que tienen los muertos

antes de poder descansar en paz :Deben, según él, restituir a la naturaleza todas las cosas

que le han tomado, transformado o movido de sitio. La cosano es tan sencilla, porque el hombre vive alterando la sabiaordenación del paisaje . De niño se divierte arrojando piedrasa los ríos o a los pájaros . Priva a los árboles de órganos im-portantes sólo para hacerse de juguetes . Quema hojas secas .Atrapa inocentes bimbines en diabólicas trampas ; les sacas losojos, las entrañas . Ya mayor, y so pretexto de trabajar, derri-ba laureles y los convierte en casas, en botes . Saquea cocote-ros, ahueca calabazas para hacerse vasijas . Corta la hierba,desordena el bosque. Libera demonios de las fieras . Le roba almar peces indispensables para mantener el equilibrio de susaguas. Transforma en humo el tabaco y las ramas secas de losárboles que derriba . No bien muere, tiene que trabajar sinpausa, gimiendo, con el fin de volver los objetos a su sitio yforma originales. Cada piedra arrojada debe colocarse en el lu-gar preciso de donde la tomó . Hay que levantar de nuevo losárboles ; prender los cocos en la cima de las palmeras ; devol-verle al humo su compleja forma primera ; tejer en el fondodel mar la delicada estructura celular de los peces . Muchosobjetos desaparecen entonces, inexplicablemente, de la vistade los vivos. Los que están en el secreto, saben adónde van aparar.

Pero a veces ha causado tal desorden que el tiempo no lealcanza, motivo por el cual la naturaleza, compasiva, le dauna mano. Es una ayuda sobremanera embarazosa para lossobrevivientes. Se producen entonces esas gigantescas inun-daciones, esos violentos temblores de tierra, esas marejadasescalofriantes. El viento, cuando menos lo espera uno, sesuelta de las islas, del horizonte, y arrastra montañas de ho-jarasca.

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La cosa no es tan difícil, contó, que su padre, con más decuarenta años de muerto, recién aquella tarde había termi-nado .-Tendremos buen tiempo mañana- nos aseguró, sonrien-

do maliciosamente .Sobrevino un largo, opresivo silencio . Un estremecimiento

exquisito me dobló el espinazo . Miré a Rafael, pero éste sehallaba tan distante, a pesar de la proximidad física, que ex-perimenté la sensación de contemplar a un muerto .

Pasada la medianoche, el negro y su mujer fueron aacostarse. El poeta y yo nos tendimos sobre el piso duro .Siempre en silencio, fumamos un cigarrillo . A los cinco minu-tos, Rafael dormía a pierna suelta .

A mí me era imposible pegar los ojos . La dureza e incomo-didad del suelo y el recuerdo de las palabras del negro medesvelaron . Ya próximo el amanecer, un pesado sueño meoprimió los párpados .

Volví al cuarto del Marañón ; estaban los muebles distri-buidos en su antiguo orden. Me acosté en el viejo catre . Depronto, el sonido familiar de unas chancletas y un olor muyconocido hicieron que me incorporara ; los ojos querían sal ir-seme de las órbitas . La puerta rechinó . . .

Un brusco cambio de escena . Ahora me vi en la plaza deSanta Ana, reviviendo el mitin inquilinario . Los mismos hom-bres enardecidos, las mismas mujeres arreboladas gritando avoz en cuello su miseria y una humillación ya insoportable .Me vi en Santa Ana, pero esta vez no de espectador . De pie enla tribuna, hacía esfuerzos desesperados por arengar a la gen-te ; pero de mi boca abierta no salía el menor sonido . Mi ma-dre, en medio de la muchedumbre, me miraba angustiada ; depronto, el ruido de las ametralladoras . Ella cayó en un charcode sangre. Yo quería asistirla, pero estaba paralizado . Inespe-radamente, el cadáver de mi madre se convirtió en un tiburónensangretado .

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Ahora estaba yo en alta mar, arrogántemente parado en elpuente de mando de un barco pirata, rodeado de caraspatibularias, de cañones y de la noche color de sangre . A es-tribor apareció un pequeño bote anclado . Rafael y el dueñode la casa pescaban . Ambos agitaron las manos cordialmenteal reconocerme pero yo les quité la cara con desprecio . Unasombro doloroso le demudó las facciones a Rafael . Me gri-tó, levantando el puño :-SON TRANQUILINO SEGUNDO Y PETE, EL FLACO .

Las olas corearon estruendosamente el grito :- ¡SON TRANQUILINO SEGUNDO Y PETE, EL FLACO!Acodándome a la barandilla, con voz de trueno ordené :- ¡FUEGO! ¡FUEGO A DISCRECION!Pero los miembros feroces de mi banda me miraron burlo-

namente y respondieron :- ¡ SON TRANQUILINO SEGUNDO Y PETE, EL FLACO!

La dueña de casa soltó una carcajada infernal :-YES: THEY ARE TRANCUILLINO AND SLIM PETEALL RIGHT. OH! JA,JA, JA . . . !

Estallé en sollozos convulsivos. Rafael tomó el mando de lanave y cantó :

Oh los piratas oh los piratasEl tatarabuelo aquel que dizque era pirataque dizque enterraba rubíes debajo del excusadode huecoque dizque violó a la tatarabuelay le chamuscó los huevos al tatarasuegro .

La muchedumbre respondió a voz en cuello :- AL TATARASUEGRO.-AL TA TA TA TA TA TA .

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Y otra vez la ametralladora y la sangre derramada en laplaza de Santa Ana. Los marines yanquis venían galopandomontados en enormes serpientes que de pronto se conver-tían en delfines y de pronto en tiburones y aun en golondri-nas en grupas o en jazmines .

Leonor se arrodilló en la sombra y me besó las manos .Leonor.Desperté sobresaltado. Un rayo de sol me tocó los párpa-

dos. A mi lado, en pie, sonriendo, me contemplaba Rafael :-¿Qué tal durmió, doctor?-Bastante bien, Rafael, gracias -mentí- . ¿Qué hora es?-Van a ser las siete. Tenemos que apuramos. Ya yo es-

toy listo, de modo que cuando guste . . .El aire de mar, en el viaje a Bocas del Toro, aventó todos

los fanstasmas y aprensiones de la víspera . El sol brillaba enun cielo sin nubes sobre un mar inmóvil . A gran altura se dis-tiguían varias tijeretas pláneando, revisando minuciosamentelas aguas transparentes .

Atrás quedaron los ecos, las sombras y resplandores delpasado, el horror del océano sin límites, el miedo y el si-lencio. Juré no volver jamás a ese poblacho condenado .

Sobre la una de la madrugada me levanté . A tientas, me en-caminé al dormitorio. Le di vuelta al conmutador de la luz .Tuve que cerrar los ojos, cegado por la claridad . Me sentíagastado . En una de las gavetas del tocador buceé un fras-quito de amital sódico . Estaba seguro de que de otra ma-nera no lograría dormir. Mientras tragaba dos comprimidosdel barbitúrico, me desvestía y ponía el pijama, tomé mi de-cisión. Tengo que aclarar este misterio .

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Soy demasiado modesto y sensato como para desempe-ñar el papel de detective ; pero algo podía hacer . Podía inte-rrogar a los; allegados del poeta. A lo mejor uno de ellos medaba una pista, un indicio . Las personas que se destacanen cualquier terreno, por buenas que sean, suelen tener ene-migos ocultos, envidiosos desequilibrados capaces de llegarhasta el homicidio . Mañana hablaré con el padre González ycon Orlan do. Más adelante, cuando se hubiera repuesto, conla abuela (de Rafael .

La posibilidad de desenmascarar al asesino era consola-dora .

No tardó en hacer su efecto el barbitúrico .

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