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EL ARTÍCULO 151 DE LA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA ¿INMUNIDAD? ¿EXCLUSIVIDAD? O ¿LAS DOS COSAS? Claudia Madrid Martínez * SUMARIO UN PAR DE LÍNEAS PREVIAS. I. ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA INMUNIDAD DE JURISDICCIÓN. II. LA JURISDICCIÓN VENEZOLANA: INDEROGABILIDAD Y EXCLUSIVIDAD. III. ARTÍCULO 151 A. EVOLUCIÓN EN EL DERECHO CONSTITU- CIONAL VENEZOLANO. B. INTERPRETACIÓN. IV. ¿UNA CONCLUSIÓN? UN PAR DE LÍNEAS PREVIAS La idea de este trabajo no es agotar ni el tema de la inmunidad de ju- risdicción ni el tema de la exclusividad. Sólo queremos plantear algunas du- das en relación con la norma contenida en el artículo 151 de la Constitución de la República 1 , disposición que nos acompaña desde 1893 y con respecto a la cual algunos han afirmado que consagra la inmunidad de jurisdicción del Estado venezolano, otros que más bien establece un criterio de exclusividad de la jurisdicción, y no ha faltado quien incluso la ha entendido como uno de los supuestos de inderogabilidad convencional de la jurisdicción. Veamos algunas nociones necesarias para tratar de, sino aportar una respuesta, dar inicio a una discusión. I. ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA INMUNIDAD DE JURIS- DICCIÓN De manera general, la inmunidad ha sido entendida como una impo- sibilidad de juzgar controversias en las cuales sean parte ciertos y determi- nados sujetos de Derecho internacional público, a los cuales se les confiere el privilegio de no ser sometidos, sin su consentimiento, a la jurisdicción de un Estado 2 . Sería entonces contrario al Derecho internacional, que el Dere- cho interno de un Estado atribuyese jurisdicción a sus tribunales para juzgar * Investigador docente, Sección de Derecho Internacional Privado y Comparado, Instituto de Derecho Priva- do, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV. Profesora de Derecho Internacional Privado y de De- recho Civil III (Obligaciones), UCV y de Derecho Internacional Privado en la UCAB, Magister Scientiarum en Derecho Internacional Privado y Comparado, UCV. 1 G.O. Nº 36.860 de fecha 30/12/1999. 2 En este sentido Kropholler citado en: Hernández-Breton, Eugenio, La relatividad de la regla “par in parem non habet jurisdictionem”, en: Libro Homenaje a Haroldo Valladão, Caracas, Instituto de Derecho Priva- do, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, 1997, pp. 525 ss., especialmente p. 526.

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EL ARTÍCULO 151 DE LA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA ¿INMUNIDAD? ¿EXCLUSIVIDAD? O ¿LAS DOS COSAS?

Claudia Madrid Martínez*

SUMARIO

UN PAR DE LÍNEAS PREVIAS. I. ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA INMUNIDAD DE JURISDICCIÓN. II. LA JURISDICCIÓN VENEZOLANA: INDEROGABILIDAD Y EXCLUSIVIDAD. III. ARTÍCULO 151 A. EVOLUCIÓN EN EL DERECHO CONSTITU-CIONAL VENEZOLANO. B. INTERPRETACIÓN. IV. ¿UNA CONCLUSIÓN?

UN PAR DE LÍNEAS PREVIAS

La idea de este trabajo no es agotar ni el tema de la inmunidad de ju-risdicción ni el tema de la exclusividad. Sólo queremos plantear algunas du-das en relación con la norma contenida en el artículo 151 de la Constitución de la República1, disposición que nos acompaña desde 1893 y con respecto a la cual algunos han afirmado que consagra la inmunidad de jurisdicción del Estado venezolano, otros que más bien establece un criterio de exclusividad de la jurisdicción, y no ha faltado quien incluso la ha entendido como uno de los supuestos de inderogabilidad convencional de la jurisdicción. Veamos algunas nociones necesarias para tratar de, sino aportar una respuesta, dar inicio a una discusión.

I. ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA INMUNIDAD DE JURIS-DICCIÓN

De manera general, la inmunidad ha sido entendida como una impo-sibilidad de juzgar controversias en las cuales sean parte ciertos y determi-nados sujetos de Derecho internacional público, a los cuales se les confiere el privilegio de no ser sometidos, sin su consentimiento, a la jurisdicción de un Estado2. Sería entonces contrario al Derecho internacional, que el Dere-cho interno de un Estado atribuyese jurisdicción a sus tribunales para juzgar

* Investigador docente, Sección de Derecho Internacional Privado y Comparado, Instituto de Derecho Priva-

do, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV. Profesora de Derecho Internacional Privado y de De-recho Civil III (Obligaciones), UCV y de Derecho Internacional Privado en la UCAB, Magister Scientiarum en Derecho Internacional Privado y Comparado, UCV.

1 G.O. Nº 36.860 de fecha 30/12/1999. 2 En este sentido Kropholler citado en: Hernández-Breton, Eugenio, La relatividad de la regla “par in parem

non habet jurisdictionem”, en: Libro Homenaje a Haroldo Valladão, Caracas, Instituto de Derecho Priva-do, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, 1997, pp. 525 ss., especialmente p. 526.

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a un Estado extranjero en asuntos carentes de una relación razonable y opor-tuna con el foro3.

Este privilegio está consagrado en el Tratado de Derecho Internacio-nal Privado4, mejor conocido como Código Bustamante, en los artículos 333 y siguientes, a favor de los Estados extranjeros, los jefes de Estado o de Go-bierno, los funcionarios diplomáticos y consulares y a los comandantes de buques o aeronaves de guerra extranjeros. A esta enumeración se han agre-gado las organizaciones internacionales gubernamentales. Su justificación se halla en la cooperación debida a tales sujetos de Derecho internacional pú-blico, para que puedan ejercer sus funciones con la mayor libertad. En el presente trabajo nos limitaremos a la inmunidad de jurisdicción del Estado. Y, en relación con esta noción, debemos advertir que nos limitaremos al es-tudio de la inmunidad de jurisdicción, dejando fuera de este estudio la inmu-nidad de ejecución, problema que requeriría un análisis diferente5.

Los tribunales de un Estado no pueden conocer de juicios en los cua-les sean partes otros Estados soberanos sin el consentimiento de los mismos. Tal planteamiento deriva de la regla par in parem non habet iurisdictionem que, en opinión de algunos autores, nace durante el feudalismo, como par in parem non habet imperium, y hacía a los señores feudales responsables ante sus superiores pero no ante sus iguales6. Otros autores reseñan su nacimiento en la Roma republicana, hallando especial formulación en la doctrina de Bartolo de Sassoferrato7.

Desde finales del siglo XVIII, se entendió que esta inmunidad estaba revestida de un carácter absoluto. La aceptación de las ideas de independen-cia, igualdad y dignidad recíproca de los Estados soberanos trajo como con-secuencia que todos los Estados estuviesen obligados a abstenerse de ejercer la jurisdicción in personam o in rem para obtener el cumplimiento de sus leyes locales contra un Estado extranjero o sus bienes. De manera que todo Estado renunciaba a la parte de su jurisdicción territorial, normalmente ex-clusiva y absoluta, siempre que un Estado extranjero se encontraba sometido a un procedimiento en sus tribunales8.

3 Remiro Brotons, Antonio y otros, Derecho internacional, Madrid, McGraw-Hill, 1997, p. 794. 4 Suscrito en La Habana en 1928 y publicado en la G.O. del 09/04/1932. 5 “La inmunidad de ejecución es un problema aún más controvertible”, y la respuesta de los Estados ha sido

diversa, aunque la mayoría “apoya la inmunidad de ejecución en relación con actividades comerciales”. Ver: Deák, Francis, Órganos del Estado en sus relaciones exteriores: inmunidades y privilegios del Estado y sus órganos, en: Manual de Derecho internacional público, editado por Max Sorensen, (Trad. Dotación Carnagie para la Paz Internacional), México, Fondo de Cultura Económica, 3ª reimp. 1985, pp. 375 ss., es-pecialmente p. 428.

6 Deák, Órganos del Estado en sus relaciones exteriores…, ob. cit. p. 413. 7 Hernández-Breton, La relatividad de la regla..., ob. cit., p. 526, nota 6. 8 Deák, Órganos del Estado en sus relaciones exteriores..., ob. cit., p. 413.

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Resulta en este sentido contundente, la afirmación del juez Marshall, en el emblemático caso Schooner Exchange v. McFaddon, según la cual un soberano que en ningún sentido es responsable ante otro y que está obligado por compromisos del carácter más alto a no degradar la dignidad de su na-ción colocándose él o sus derechos soberanos dentro de la jurisdicción de otro, puede suponerse que entra en un territorio extranjero con la confianza de que las inmunidades pertenecientes a su situación soberana independiente quedan reservadas por implicación y quedan reservadas a él9.

Sin embargo, el carácter absoluto de esta regla se perdió a raíz de ciertos acontecimientos históricos. Desde que el Estado penetra en las rela-ciones comerciales, parece lógico que las normas que regulan la actividad de que participa no sólo amparen, en un momento determinado, la exigibilidad de sus pretensiones, sino que también lo graven, haciéndolo pasible de su-cumbir en juicio y obligándolo compulsivamente a satisfacer los derechos que se le reclaman10.

Así, en primer término, se apunta la independencia de las colonias liberadas (S. XIX). En tal sentido se afirma que estas colonias, sustraídas al poder de las metrópolis coloniales, no contribuyeron a la formación de las reglas consuetudinarias del Derecho internacional público y su participación en el comercio internacional era insignificante. Cuando, ya convertidas en nuevos Estados, comienzan a participar activamente de los intercambios co-merciales internacionales, se hace necesaria la transformación de la regla, perdiendo ésta su carácter absoluto y convirtiéndose en relativa. Sin embar-go, siendo aún mínima su participación, en la práctica los Estados europeos escapaban a los tribunales de las ex-colonias, por lo que éstas se veían forza-das a someterse a los tribunales europeos. Tal fenómeno se atribuye al euro-centrismo que caracterizó al Derecho internacional público de la época11.

Otros autores afirman que la relatividad de esta regla comienza en 1917 con la Revolución bolchevique y el deseo de los demás países europeos de adueñarse del dinero del nuevo Estado. En Europa, la tendencia era hacia el reconocimiento recíproco de la inmunidad. Después de la Revolución, el Estado bolchevique fue considerado un enemigo y expediciones militares de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Japón apoyaron, entre 1919 y 1922, a los grupos militares que enfrentaron al nuevo poder. El Estado zarista tenía bienes en el extranjero que los bolcheviques comenzaron a expropiar des-pués de la revolución. Los exilados, para recuperar sus bienes, comenzaron a 9 Caso Schooner Exchange c. McFaddon, 1812,11 U.S. (7 Chanch) 116, pp. 137 ss. 10 Maekelt, Tatiana, Inmunidad de jurisdicción de los Estados, en: Libro Homenaje a José Mélich-Orsini,

Caracas, Instituto de Derecho Privado, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, 1982, Vol. I, pp. 213 ss., especialmente pp. 214-215.

11 Hernández-Breton, La relatividad de la regla..., ob. cit., p. 527.

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acudir a los tribunales del Estado en que estaban refugiados para reclamar los bienes que se encontraban allí. Al plantearse el problema de la inmuni-dad, se admitió que ésta fuese relativa para poder ejecutar los bienes. Para ello se argumentó que como el Estado soviético estaba asumiendo el mono-polio del comercio exterior, era conveniente para los demás Estados, distin-guir entre los actos iure imperii y los actos iure gestioni, separándose algo que en el Estado soviético era inseparable por mandato estatal12.

Así comenzó a ganar cuerpo la tesis de la inmunidad relativa. En principio, se aceptó la relatividad de la regla en tres casos, a saber, en mate-ria inmobiliaria, en materia sucesoral, y cuando el Estado extranjero actúa como demandante, pues se entiende que, en tal caso, éste renuncia a su in-munidad. La primera recepción jurisprudencial de esta tesis se registró en Italia, en una decisión de 1886, en el caso Guttieres v. Elmilik; luego es aceptada en Bélgica, en 1903, con la sentencia de la Corte de Casación en el asunto Chemins de Fer liégeois-luxembourgeois v. el Estado neerlandés. En Francia la recepción fue tardía, apareciendo en el caso Société française v. Vietnam en 1961. En Alemania se aceptó desde 1973. En Inglaterra esta te-sis se abre paso en 1958 con el caso Rakin Cola v. Nnisan.

En Estados Unidos reinó la contradicción, hasta que en 1952 la doc-trina de la inmunidad relativa es impuesta por la Carta Tate (Tate Letter), un documento del Departamento de Estado que aceptó el criterio de distinción entre los actos iure imperii y los actos iure gestioni13, sugiriéndose que los tribunales deberían conceder la inmunidad al Estado extranjero por razones

12 Opinión sostenida por el profesor Fermín Toro Jiménez en el seminario “Inmunidad de jurisdicción”, dic-

tado en el semestre 1998 I, en la Maestría en Derecho Internacional Privado y Comparado., Universidad Central de Venezuela.

13 “Paulatinamente, la doctrina clásica llamada de inmunidad absoluta ha ido siendo abandonada y se ha establecido una diferenciación, según la cual los actos jure imperium estarán siempre exentos de la juris-dicción de un Estado extranjero; pero los actos de administración (jure gestionis), realizados por un Esta-do, no los entrañaría forzosamente, ya que se trata en general de acciones que el Estado ejecuta no propiamente como tal y como actividad pública, sino como actividades privadas realizadas por propia vo-luntad al igual que las personas físicas ordinarias. Esta materia ha dado lugar a numerosas controversias, por la dificultad de determinar cuándo el Estado ejecuta un acto de carácter público y cuándo actúa como administrados privado… …el otorgamiento de inmunidad soberana a Gobiernos Extranjeros en los Tribunales de los Estados Uni-dos es sumamente inconsistente con la acción del Gobierno de los Estados Unidos al someterse a deman-das en esos Tribunales, tanto en contratos como en agravios y con su política largo tiempo establecida de no reclamar inmunidad para sus buques mercantes en jurisdicciones extranjeras. Por último, el Departa-mento piensa que la práctica, ampliamente difundida y en aumento de parte de los gobiernos que se ocu-pan de actividades comerciales, requiere una práctica que permita a las personas que comercian con ellos, que su derechos sean determinados en los Tribunales. Por estas razones, será de ahora en adelante la polí-tica del Departamento seguir la teoría restrictiva de la inmunidad soberana en consideración de las solici-tudes hechas por Gobiernos Extranjeros de la concesión de inmunidad soberana”. Extracto tomado de: AE-14-01-77, en: Procuraduría General de la República, 20 años de doctrina de la Procuraduría General de la República, 1962-1981, Caracas, Procuraduría General de la República, 1984, T. IV, Vol. II, pp. 178 ss., especialmente pp. 182-183.

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de orden político, por ejemplo, la existencia de relaciones internacionales tensas con el Estado que invoca la inmunidad. Sin embargo, esta doctrina a veces se sigue y a veces no. Es el caso del asunto Chemical Natural Resour-ces v. República de Venezuela, en 1966, en el que, ante unas normales rela-ciones, se acordó la inmunidad14. Rechazándose en cambio, en el asunto Victory Tnansport, en 1964.

Puede entonces afirmarse que, después de la Primera Guerra Mun-dial, coexisten dos teorías para determinar el alcance de la inmunidad de ju-risdicción del Estado. La teoría de la inmunidad absoluta, que se encuentra hoy día descartada; y la teoría de la inmunidad relativa, la cual sostiene que el Estado extranjero puede aducir su inmunidad como excepción, cuando haya actuado como soberano (acta iure imperii). Mientras que la inmunidad no podrá ser invocada cuando el Estado extranjero actúe dentro de la esfera del Derecho privado, cuando se trate de actos mercantiles o empresariales (acta iure gestionis), en cuyo caso se verían sujetos a la jurisdicción corres-pondiente.

Este criterio ha sido acogido por el Código Bustamante, la Conven-ción europea sobre la Inmunidad de Jurisdicción de los Estados (1972) y su protocolo adicional; por el Proyecto de Convención Interamericana sobre Inmunidad de Jurisdicción de los Estados (1981), y por el Proyecto aprobado por la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Internacional sobre las inmunidades jurisprudenciales de los Estados y sus bienes de 1978. De-ntro de la codificación estatal, podemos mencionar las leyes estadounidense de 1976 (The foreign sovereign immunities Act), inglesa de 1978 (British immunity Act), canadiense de 1982 (State immunity Act). Además suele ci-tarse la legislación de Sudáfrica (1981) y Singapur (1979).

En este sentido, la doctrina es conteste en afirmar que el Derecho in-ternacional no impone el principio de la inmunidad absoluta, aunque tampo-co la prohíbe, con lo cual, un Estado puede reconocer, si le parece oportuno, la inmunidad absoluta; mas restringir este privilegio es hoy día aceptado por las normas generales de Derecho internacional15

Sin embargo, aceptando la relatividad de la inmunidad de jurisdicción, el problema sigue siendo la determinación de cuáles son los actos que realiza el Estado con imperio y cuáles se entienden como de gestión. Al igual que el pro-blema de las calificaciones en el Derecho internacional privado, las posibilida-des se presentan entre calificar de acuerdo con los criterios materiales del Derecho del juez –lex fori, que es lo que normalmente sucede–; de acuerdo con 14 Ver crítica a este caso en: Combacau, J., L’immunité de l’Etat étranger aux Etats Unis; La Lettre Tate vingt

ans après, en: Annuaire Français de Droit International Public, 1972, pp. 428 ss., especialmente p. 460. 15 Remiro Brotons y otros, Derecho internacional…, ob. cit., p. 801.

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los criterios del ordenamiento jurídico aplicable –lex causae– o a través de una calificación autónoma. Lo ideal sería la calificación autónoma, así lo hace el Convenio de Bruselas para la Unificación de Determinadas Reglas referentes a las Inmunidades de las Naves Gubernamentales de 1926, en cuyo marco la in-munidad se determina por el uso que se dé a la nave, haciéndose caso omiso de quién sea su dueño o poseedor.

En todo caso, la determinación de los actos de imperio o de gestión, ha de quedar en manos de los tribunales nacionales y para ello han hecho uso de criterios que no resultan del todo satisfactorios. Fundamentalmente se im-ponen dos para concretar esta distinción: el criterio de la naturaleza del acto y el de la finalidad del mismo.

Investigando el propósito final o el objeto del acto, se concede inmuni-dad a aquellos directamente relacionados con funciones públicas, tales como la defensa o la financiación pública16. A pesar de permitir una mayor flexibilidad y de adaptarse mejor a las necesidades de los Estados que, sólo de mala gana, aceptan la relatividad de la inmunidad17, esta tesis es la menos seguida en la práctica internacional. En Francia, por ejemplo, destaca el asunto Sociedad Le-vant Express Transport, resuelto por la Corte de Casación en 1969, en el cual se afirmó que el Estado extranjero goza de inmunidad tanto respecto de los actos del poder público, como de aquellos realizados en interés de un servicio público; sin embargo, se apartó de tal criterio en el caso Estado Español v. SA del Hotel George V, en 1973, negando la inmunidad en el caso de una acción de desahucio de los locales de la Ofician Española de Turismo, restando relevancia al hecho de que los locales hubieran sido arrendados en interés de un servicio público18. Finalmente, podríamos añadir que este criterio permite considerar que todos los actos del Estado gozan de este privilegio, pues todos, en última instancia, res-ponden a un fin público.

En segundo término, pueden los tribunales investigar la naturaleza jurídica de la operación de que se trate, denegando la inmunidad con respec-to a aquellas que también puedan ser efectuadas por personas privadas. Este es el criterio más frecuentemente utilizado y, en su favor, se aduce su carác-ter objetivo19; sin embargo, queda pendiente la determinación de la naturale-za pública o privada de un acto. Parte de la doctrina, registrando la práctica jurisprudencial de los Estados, ha señalado que un acto tendrá naturaleza pú-blica cuando el Estado actúa en la esfera del Derecho público, ejerciendo, o pudiendo ejercer, prerrogativas de poder público; por el contrario, será pri-

16 Deák, Órganos del Estado en sus relaciones exteriores..., ob. cit., p. 420. 17 Hernández-Breton, La relatividad de la regla…, ob. cit., p. 529. 18 Referencias tomadas en: Remiro Brotons y otros, Derecho internacional…, ob. cit., p. 803. 19 Hernández-Breton, La relatividad de la regla…, ob. cit., p. 529.

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vado, cuando el Estado actúa en el marco de una relación privada20, criterio éste que, en nuestra opinión, no resuelve el problema.

Ahora bien, la inmunidad es, en definitiva, un privilegio del que go-zan los Estados como sujetos de Derecho internacional público y, como tal, puede ser renunciado; sin embargo, existen materias en las cuales el propio Estado soberano prohíbe tal renuncia. En Venezuela, por ejemplo, en virtud del artículo 151 del texto constitucional, cuando se trate de contratos de inte-rés público, cuya naturaleza exija el exclusivo conocimiento por parte de nuestros tribunales, la inmunidad es irrenunciable.

II. LA JURISDICCIÓN VENEZOLANA: INDEROGABILIDAD Y EXCLUSIVIDAD

Como enseña el profesor Calamandrei, no es posible dar un concepto absoluto de la jurisdicción, válido para todos los pueblos y todos los tiem-pos21. Sin embargo, podría decirse, de manera general, que la función juris-diccional entraña la concretización de la Ley, mediante la resolución de los conflictos de intereses y la determinación de lo que es Derecho en el caso individual y concreto; es la función estatal destinada a la creación por el juez de una norma jurídica individual y concreta necesaria para determinar la sig-nificación jurídica de la conducta de los particulares, cada vez que entre ellos surjan conflictos de intereses y de asegurar por la fuerza, si fuere necesario, la ejecución de la norma creada22.

Para Montero Aroca, por ejemplo, la jurisdicción es una potestad dimanante de la soberanía del Estado, ejercida exclusivamente por tribunales independientes y predeterminados por la Ley, de realizar el Derecho en el caso concreto, juzgando de modo irrevocable y ejecutando lo juzgado, para satisfacer pretensiones y resistencias23.

Tradicionalmente, la doctrina procesalista ha discutido sobre la natura-leza de la jurisdicción; por ello, hemos considerado la definición propuesta por Couture, según la cual tres aspectos han de concurrir en la jurisdicción, a saber,

20 Remiro Brotons y otros, Derecho internacional…, ob. cit., p. 803. 21 Calamandrei, Piero, Derecho procesal civil, (Trad. E. Figueroa Alfonzo), México, Edit. Pedagógica Ibe-

roamericana, Colección Clásicos del Derecho, 1996, p. 2. 22 Rengel-Romberg, Arístides, Tratado de Derecho procesal civil venezolano (Según el nuevo Código de

1987), Caracas, Edit. Arte, 1994, Vol. I, pp. 104-105. “…La iuris-dictio o acto de «decir el derecho» no tiene el carácter simplemente declarativo que sugieren estos términos y que afirman ciertas teorías, para las cua-les el derecho se encuentra ya totalmente contenido en la norma general de la ley y el tribunal no tiene otra misión que verificar su existencia. La jurisdicción tiene, por el contrario, un carácter netamente constitutivo. Es un verdadero acto creador de derecho, puesto que solamente merced a ella se comprueba la existencia de un hecho ilícito y se aplica una sanción”. Kelsen, Hans, Teoría Pura del Derecho. Introducción a la ciencia del Derecho, (Trad. M. Nilve), Buenos Aires, Editorial Universitaria, 17ª ed., 1981, pp. 151-152.

23 Montero Aroca, Juan, Derecho jurisdiccional, Barcelona, Librería Bosch, p. 19.

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la forma, el contenido y la función. Dentro de la forma han de comprenderse la presencia de las partes, los jueces y los procedimientos establecidos por la Ley. Por contenido se considera la existencia un conflicto, controversia o diferendo de relevancia jurídica, que debe ser dirimido por los agentes de la jurisdicción, mediante una decisión que pasa en autoridad de cosa juzgada. Finalmente, por función se entiende el cometido, es decir, asegurar la justicia, la paz social y demás valores jurídicos, mediante la aplicación, eventualmente coercible, del Derecho24.

Así entendida, la jurisdicción es una facultad reconocida a cada Es-tado soberano en su carácter de tal. Pero, por otra parte, debe considerarse su carácter de función; para Guasp, por ejemplo, el fundamento de la jurisdic-ción se halla en la idea de que, por el peligro que supone para la paz y la jus-ticia de una comunidad una abstención en este punto, se ha de concebir como función del Estado, la satisfacción de las pretensiones que las partes puedan formular ante él; a éste le interesa eliminar los conflictos sociales y dar efectividad a los derechos subjetivos que la Ley reconoce, y realizar prácticamente las normas que él mismo ha puesto en vigor25.

En tal sentido, ha de considerarse que cada Estados es soberano para decidir sobre su propia jurisdicción, es decir, determinar en qué casos habrá de ejercerla; sin embargo, estos no gozan de una potestad ilimitada, pues el Derecho internacional público impone ciertos límites a esa facultad. Tales límites son independientes de la voluntad de los Estados y afectan en forma inmediata una prerrogativa inseparable de la soberanía de cada Estado: la de atribuirse competencia para juzgar conflictos intersubjetivos con fuerza de cosa juzgada.

Es generalmente reconocido en Derecho internacional público, que todo Estado soberano tiene el derecho de ejercer jurisdicción sobre su territorio y so-bre todas las personas y cosas que se encuentren dentro de él, supeditado, desde luego, a las inmunidades que reconozca el Derecho internacional. En tal sentido, este derecho a ejercer territorialmente la jurisdicción es una consecuencia refleja del deber de los Estados de abstenerse de ejercerla en el territorio de los de-más26.

24 Couture, Eduardo J., Fundamentos del Derecho procesal civil, Buenos Aires, Edit. Depalma, 17ª reimp. de

la 3ª ed. póstuma, 1993, pp. 33-34. 25 Guasp, Jaime, Derecho procesal civil, Madrid, Civitas, 4ª ed. revisada y adaptada a la legislación vigente

por P. Aragoneses, 1998, T. I, Parte general y procesos declarativos y de jurisdicción ordinarios, pp. 110-111.

26 Nkambo Mugerwa, Peter James, Sujetos de Derecho internacional, en: Manual de Derecho internacional público, editado por Max Sorensen, (Trad. Dotación Carnagie para la Paz Internacional) México, Fondo de Cultura Económica, 3ª reimp. 1985, pp. 260 ss., especialmente p. 266. En sentido similar se expresa Gon-zalo Parra-Aranguren, en cuya opinión, “…la soberanía de los Estados no es irrestricta, antes al contrario, corresponde al Derecho Internacional Público determinar sus límites, que, en la esfera de la administra-

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Ahora bien, dentro de la comunidad jurídica internacional en la que, desde los tiempos de Grocio y Savigny, se entiende viven los Estados, cada uno de ellos determina los casos en los cuales podrá ejercer su jurisdicción y, en algunos supuestos se permite que sean los propios particulares quienes decidan acerca de cuáles serán los tribunales competentes para conocer del litigio en cuestión. Tal facultad de elección nos conduce directamente al jue-go de la autonomía de las partes en el proceso27.

En efecto, estando el proceso civil regido por el principio dispositivo, no extraña que se dé a las partes la posibilidad de someterse a un tribunal deter-minado28 o de excluir el juego de cierta jurisdicción. Ambos conceptos, aunque estrechamente relacionados, no tienen porqué producirse conjuntamente, es de-cir, puede ocurrir que las partes decidan someterse a la jurisdicción de un Esta-do, sin excluir la de los tribunales normalmente competente o, que éstas decidan someterse de manera exclusiva a una determina jurisdicción, con lo cual exclui-rían las demás29. Ahora bien, la sumisión puede operar a favor de un tribunal que tendría jurisdicción incluso sin que las partes así lo dispusieren, o puede producirse a favor de tribunales que no tendrían competencia para conocer del litigio sin la intermediación de la voluntad de las partes30. En este último caso, estaríamos ante un supuesto de prórroga de la jurisdicción.

ción de justicia, se manifiestan a través de las reglas por medio de las cuales distribuye entre los Estados la decisión de los supuestos de hecho con elementos extranjeros”. Ver: Parra-Aranguren, Gonzalo, Normas de Derecho procesal civil internacional, en: Conferencias sobre el nuevo Código de Procedimiento Civil, Ca-racas, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Serie Eventos, Nº 4, 1986, pp. 143 ss., especialmente p. 147.

27 El profesor Luis Ernesto Rodríguez se refiere a los conceptos de sumisión, exclusión y derogatoria, como expresiones de la autonomía de la voluntad en el ámbito procesal, y como límites a la misma estarían la im-prorrogabilidad y la inderogabilidad. En tal sentido, la autonomía de las partes en el ámbito procesal, puede ser definida como una “potestad derivada del principio dispositivo que permite a las partes en un supuesto de hecho jurídicamente internacionalizado, convencionalmente, elegir o excluir la jurisdicción de tribuna-les o árbitros para resolver debates relacionados con sus derechos subjetivos”. Ver: Rodríguez, Luis Er-nesto, Artículo 47. Inderogabilidad convencional de la jurisdicción, en: Ley de Derecho Internacional Privado comentada, Caracas, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, Consejo de Desarrollo Cien-tífico y Humanístico, UCV, 2005, T. II, pp. 1043 ss., especialmente pp. 1047-1048.

28 “En efecto, si se admite la existencia de una pluralidad de países potencialmente competentes, ninguno puede resultar más idóneo que aquel que el demandante y el demandado han considerado, de común acuerdo, esencialmente calificados para conocer de sus pretensiones contrapuestas…”. Ver: Sánchez Co-visa, Joaquín, Anotaciones sobre la competencia procesal internacional indirecta, en: Obra jurídica de Joa-quín Sánchez Covisa, Caracas, Ediciones de la Contraloría General de la República, 1976, pp. 377 ss., especialmente p. 394.

29 Es justamente este tipo de acuerdo, el objeto de la Convención de La Haya sobre los acuerdos de elección de foro, de 2005, la cual, en su artículo 3(a) establece que “un « accord exclusif d'élection de for » signifie un ac-cord conclu entre deux ou plusieurs parties, qui est conforme aux exigences prévues au paragraphe c), et qui désigne, pour connaître des litiges nés ou à naître à l'occasion d'un rapport de droit déterminé, soit les tribu-naux d'un Etat contractant, soit un ou plusieurs tribunaux particuliers d'un Etat contractant, à l'exclusion de la compétence de tout autre tribunal”. Ver: http://www.hcch.net/index_fr.php?act=conventions.text&cid=98

30 En sentido estricto, la prórroga deriva del acuerdo de las partes de adjudicar jurisdicción a los jueces de un Estado que, en principio no la tiene en virtud de la norma, estatal o convencional, aplicable; de manera que, sin la sumisión, tales tribunales no tendrían jurisdicción. Goldschmidt, Werner, Jurisdicción internacional

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De esta manera, la voluntad de las partes produciría un efecto positi-vo o prorrogatorio, cuando la común intención de las partes es que, por ejemplo, los tribunales venezolanos conozcan del asunto; y un efecto negati-vo o derogatorio, cuando la común voluntad de las partes es que los tribuna-les venezolanos no conozcan del fondo del litigio31.

Generalmente, los Estados no tienen problemas en aceptar el efecto positivo de la voluntad procesal de las partes, permitiendo a los particulares someterse a la autoridad de sus tribunales. En Venezuela, por ejemplo, tal posibilidad está establecida en el artículo 318 del Código Bustamante, pues en el marco de este instrumento normativo, “Será en primer término juez competente para conocer de los pleitos a que de origen el ejercicio de las acciones civiles y mercantiles de toda clase, aquel a quien los litigantes se sometan expresa o tácitamente, siempre que uno de ellos por lo menos sea nacional del Estado contratante a que el juez pertenezca o tenga en él su domicilio y salvo el derecho local contrario”. En este caso, se admite que las partes se sometan a los tribunales de un Estado determinado, siempre que, exista una vinculación con él, en este caso se considerará la nacionalidad o el domicilio de uno de los litigantes en el foro.

También, en el marco de la Ley de Derecho Internacional Privado32, se admite la sumisión como criterio atributivo de jurisdicción en materia de acciones de contenido patrimonial. El artículo 40 de la mencionada Ley, dis-pone que “Los Tribunales venezolanos tendrán jurisdicción para conocer de los juicios originados por el ejercicio de acciones de contenido patrimonial: 4º) Cuando las partes se sometan expresa o tácitamente a su jurisdicción”. El propio instrumento normativo permite la sumisión en materia de relacio-nes personales y familiares, pero la limita exigiendo un vínculo efectivo con el territorio de la República. Así, dispone el artículo 42(2): “Los Tribunales venezolanos tendrán jurisdicción para conocer de los juicios originados por el ejercicio de acciones sobre estado de las personas o las relaciones fami-liares: 2º) Cuando las partes se sometan expresa o tácitamente a su jurisdic-ción, siempre que la causa tenga una vinculación efectiva con el territorio de la República”.

Sin embargo, existen ciertas reservas con la aceptación del efecto negativo, es decir, existen casos en los cuales, teniendo jurisdicción los tri-

directa e indirecta, en: Primera reunión de expertos en Derecho internacional privado. Informe final. Was-hington, Secretaría General de la Organización de Estados Americanos, 9-15 de abril de 1980, pp. 103 ss., especialmente p. 109.

31 Virgós Soriano, Miguel y Francisco Garcimartín Alférez, Derecho procesal civil internacional. Litigación internacional, Madrid, Civitas, 2000, pp. 195-196. Para estos autores españoles, la noción de prórroga in-cluye los casos de confirmación de la jurisdicción, es decir, las casos en la voluntad de las partes sólo ratifi-ca la jurisdicción que ya se había atribuido el Estado conforme a otros criterios.

32 Esta Ley fue publicada en Gaceta Oficial N° 36.511 de fecha 06/08/1998 y entró en vigencia el 06/02/1999.

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bunales venezolanos no puede ésta ser derogada convencionalmente a favor de tribunales extranjeros o si puede serlo, tal derogatoria se somete a las más estrictas limitaciones33. Tal prohibición deriva de la expresa manifestación de voluntad del legislador y puede darse de dos maneras; en primer lugar, prohibiendo la derogatoria convencional de la jurisdicción o, en segundo lu-gar, estableciendo supuestos de jurisdicción exclusiva.

Sin ánimo de agotar este tema en este breve trabajo, debemos consi-derar que, aunque durante mucho tiempo, doctrina y jurisprudencia confun-dieron ambos términos34, hoy día son perfectamente diferenciables, pues la inderogabilidad busca proteger el ejercicio de la jurisdicción venezolana sin excluir la posibilidad de activar una jurisdicción extranjera; mientras que la exclusividad no tolera el ejercicio de una jurisdicción extranjera cuando se atribuya jurisdicción a los tribunales nacionales. No puede, sostiene Hernán-dez-Breton, haber simetría o identidad entre inderogabilidad y exclusividad de la jurisdicción venezolana35.

Acertadamente, Rodríguez ha sostenido al respecto, que la función primordial de los supuestos de inderogabilidad es mantener en todo momen-to la jurisdicción atribuida a disposición de una de las partes, aunque entre ellas haya habido un acuerdo que pretendía la derogatoria de los tribunales venezolanos; los casos de inderogabilidad, en su opinión, no están concebi-dos para rechazar los efectos de una sentencia extranjera, pues ellos sólo buscan la concurrencia de las jurisdicciones en el escenario internacional. Por el contrario, la finalidad de la exclusividad es la de rechazar los efectos de una sentencia extranjera, debido a que el legislador nacional ha conside-rado que su jurisdicción es la única que debe conocer del asunto36.

Así, mientras la inderogabilidad, como su nombre lo indica, sólo prohíbe que las partes, por su propia voluntad, eliminen la oportunidad de acudir a la jurisdicción de los tribunales venezolanos, la exclusividad anula toda posibilidad de reconocimiento de una sentencia dictada en el extranjero. Es el propio legislador quien impone este último efecto en el artículo 53(3)

33 Véase en tal sentido: Pecourt García, Enrique: La voluntad de las partes y su posible virtualidad en la de-

terminación de la competencia judicial internacional (II), en: Revista Española de Derecho Internacional, Vol. XVII, Nº 3, julio-septiembre 1964, pp. 370 ss., especialmente p. 370.

34 “…al respecto, se observa que la sentencia en cuestión no versa sobre derechos reales respecto a bienes inmuebles situados en la República, Además, no se ha arrebatado a Venezuela la jurisdicción exclusiva prevista en el artículo 47 de la Ley de Derecho Internacional privado por cuanto la controversia, como se ha señalado, no está relacionada con bienes inmuebles situados en el territorio de la República, como tampoco está basada en una transacción que no podía ser admitida, ni afecta los principios del orden pú-blico venezolano”. TSJ/SPA, Sent. 04/12/2002, caso Eduardo García Pérez v. F. Haas & Cía., S.A., en: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/spa/Diciembre/01390-041202-01-0080.htm

35 Hernández-Breton, Eugenio, Problemas contemporáneos del Derecho procesal civil internacional venezo-lano, Caracas, Edit. Sherwood, Colección Cuadernos, Nº 8, 2004, p. 119.

36 Rodríguez, Artículo 47…, ob. cit., pp. 1104-1105.

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de la Ley de Derecho Internacional Privado, al expresar que “Las sentencias extranjeras tendrán efecto en Venezuela siempre que reúnan los siguientes requisitos: 3°) Que no versen sobre derechos reales respecto a bienes in-muebles situados en la República o que no se haya arrebatado a Venezuela la jurisdicción exclusiva que le correspondiere para conocer del negocio”. No hay duda que ante estos efectos, se haga imperativa una expresa consa-gración por parte del legislador, de los supuestos que han de hacer operar la exclusividad de la jurisdicción37.

Ahora bien, como ejemplo de inderogabilidad, tenemos, en primer lugar, al artículo 47 de la Ley de Derecho Internacional Privado, según el cual, “La jurisdicción que corresponde a los Tribunales venezolanos, según las disposi-ciones anteriores, no podrá ser derogada convencionalmente en favor de Tri-bunales extranjeros, o de árbitros que resuelvan en el extranjero, en aquellos casos en que el asunto se refiera a controversias relativas a derechos reales sobre bienes inmuebles situados en el territorio de la República, o se trate de materias respecto de las cuales no cabe transacción o que afecten los principios esenciales del orden público venezolano”.

También podemos citar el artículo 358 del Código de Comercio38, de acuerdo con el cual “La jurisdicción que corresponde a los Tribunales de Vene-zuela, según sus leyes, por contratos de seguros celebrados con compañías ex-tranjeras, es irrenunciable en todo caso”; y el artículo 10 del Decreto Ley de Comercio Marítimo39, que establece: “Corresponde a la jurisdicción venezola-na conocer en forma inderogable de las acciones en materia de contratos de transporte de bienes o de personas que ingresan al territorio venezolano”40. Para que estas normas funcionen es lógicamente necesario que los tribunales venezolanos tengan jurisdicción en virtud de sus propias normas, así, en caso de tenerla no podrá ser derogada en los supuestos previstos por tales artículos.

Dentro de los supuestos de jurisdicción exclusiva, por su parte, encon-tramos las controversias relativas derechos reales sobre bienes inmuebles ubica-dos en Venezuela, debido a la indudable noción de soberanía con la que suele recubrirse el tema de los derechos reales inmobiliarios41. Además, el propio le-gislador, en el artículo 53(3), según hemos afirmado supra, le atribuye a este 37 No estamos de acuerdo con la opinión de Sánchez Covisa, seguida por Hernández-Breton, según la cual la

exclusividad, además de los casos que expresamente sean señalados por el legislador, también se derivaría de razones técnicas inobjetables. Sánchez Covisa, Anotaciones sobre la competencia…, ob. cit., pp. 400 ss.; Hernández-Breton, Problemas contemporáneos…, ob. cit., pp. 117-119.

38 Publicado en la G.O. Ext. 475 de fecha 21/12/1955. 39 G.O. Ext. N° 5.551 de fecha 09/11/2001. 40 Ver también: Rodríguez, Artículo 47…, ob. cit., pp. 1095-1096. 41 En este sentido: Hernández-Breton, Problemas contemporáneos…, ob. cit., p. 118; Maekelt, Tatiana, Ley

venezolana de Derecho internacional privado. Tres años de su vigencia, (Trabajo de incorporación a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales), Caracas, ACPS, 2002, p. 116; Rodríguez, Artículo 47…, ob. cit., p. 1102.

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supuesto el efecto fundamental de la exclusividad, esto es, el rechazo de la sen-tencia extranjera.

También puede citarse el artículo 56 de la Ley Orgánica de los Es-pacios Acuáticos e Insulares42, de conformidad con el cual: “En la zona eco-nómica exclusiva, la República tiene el derecho exclusivo de construir, así como de autorizar y reglamentar la construcción, explotación y utilización de islas artificiales; instalaciones y estructuras para los fines previstos en este Titulo y para otras finalidades económicas; así como para impedir la construcción, explotación y utilización de instalaciones y estructuras que puedan obstaculizar el ejercicio de los derechos de la República, conforme al régimen siguiente: 1. La República tiene la jurisdicción exclusiva sobre dichas islas artificiales, instalaciones y estructuras, incluso la jurisdicción en materia de disposiciones aduaneras, fiscales, sanitarias, de seguridad y de inmigración, entre otras”.

Ahora bien, es indudable la relación que el artículo 151 de la Consti-tución de la República tiene con estas nociones. De acuerdo con esta norma, “En los contratos de interés público, si no fuere improcedente de acuerdo a la naturaleza de los mismos, se considerará incorporada aun cuando no es-tuviere expresa, una cláusula según la cual las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas amigablemente por las partes contratantes serán decididas por los Tribuna-les competentes de la República, en conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras”.

La idea de este estudio es determinar si, como hemos sostenido en otras oportunidades43, estamos frente a un supuesto de jurisdicción exclusiva o, más bien, frente a un caso de inderogabilidad convencional de la jurisdic-ción. La razón de ser de estas calificaciones, en el concreto caso del artículo 151, sería la inmunidad de jurisdicción de que goza el Estado cuando celebra contratos de interés público que, por su naturaleza, deban ser discutidos en el foro venezolano. Para ello, hemos de hacer un breve recorrido por la evolu-ción histórica de la norma.

42 G.O. Nº 37.330 de fecha 22/11/2001. 43 Así lo hemos sostenido en: Las relaciones entre la responsabilidad civil contractual y la responsabilidad

civil extracontractual en el Derecho internacional privado venezolano (Trabajo de Ascenso a la categoría de Profesor Agregado). Caracas, UCV, 2005, p. 67.

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III. ARTÍCULO 151

A. EVOLUCIÓN EN EL DERECHO CONSTITUCIONAL VENE-ZOLANO

En Venezuela, el texto del artículo 151 de la Constitución aparece por primera vez en 1893, época del Liberalismo Amarillo de Joaquín Crespo, el segundo gran caudillo después de Guzmán Blanco. De acuerdo con el artí-culo 149 de tal texto constitucional, “Ningún contrato de interés público ce-lebrado por el Gobierno Nacional o por el de los Estados podrá ser traspasado, en todo ni en parte, a Gobierno extranjero. En todo contrato de interés público se establecerá una cláusula de que «las dudas y controver-sias que puedan suscitarse sobre su inteligencia y ejecución serán decididas por los Tribunales venezolanos y conforme a las leyes de la República, sin que puedan tales contratos ser, en ningún caso, motivo de reclamaciones internacionales»”. Cuando nos preguntamos el porqué de la inclusión de esta norma en el texto constitucional, debemos considerar, definitivamente, la realidad histórica que la rodea.

Bien, desde el punto de vista histórico, recordemos la fuerte penetra-ción de inversión extranjera que se registró en nuestro país durante la época del Liberalismo Amarillo; gran cantidad de los empréstitos públicos y de los contratos sobre obras públicas que realizó el Estado venezolano, trajo como consecuencia múltiples acciones o reclamaciones diplomáticas, obviando las vías procesales regulares que, sobre la responsabilidad del Estado, preveía el ordenamiento jurídico venezolano44. Aunado a estas reclamaciones contrac-tuales, estaban también las derivadas de los daños producidos a comerciantes extranjeros, por los movimientos insurgentes, que todavía pululaban en el país. Resulta pues indudable la conveniencia, ante estas concretas circuns-tancias, de incluir una cláusula que asegurase la competencia de los tribuna-les y las leyes venezolanas45.

Ahora bien, en 1901, el texto constitucional recoge nuevamente esta fórmula, aunque introduce una reforma bien importante. De acuerdo con su artículo 139, “Ningún contrato de interés público celebrado por el Gobierno Federal o por el de los Estados, por las Municipalidades o por cualquier otro Poder Público, podrá ser traspasado, en todo ni en parte, a Gobierno extranjero; y en ellos se considerará incorporada, aunque no lo esté, la cláusula siguiente: «Las dudas y controversias de cualquier naturaleza que puedan suscitarse sobre este contrato y que no puedan ser resueltas amiga-blemente por las partes, serán decididas por los Tribunales competentes de 44 Toro Jiménez, Derecho internacional público…, ob. cit., p. 602. 45 Resaltando la efectividad de este reconocimiento, Toro Jiménez afirma que la norma recoge un principio de

orden público. Ver: Toro Jiménez, Derecho internacional público…, ob. cit., pp. 606-607.

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Venezuela de conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan ser origen de reclamaciones internacionales»”.

El profesor Fermín Toro Jiménez considera tal reforma como abso-lutamente lógica, pues no hace sino confirmar que la inmunidad de jurisdic-ción del Estado es una emanación o consecuencia necesaria de la soberanía estatal; por lo tanto, esté o no escrita, como estipulación en un contrato de interés público, está implícita en él, por ser el Estado venezolano, uno de los sujetos de la relación jurídica46.

Este cambio en el texto constitucional halla sus raíces en la discusión que se presentó con ocasión de los contratos que, con las empresas alemanas, fueron celebrados por la Compañía del Gran Ferrocarril de Venezuela, la cual ha sido extensamente reseñada por el profesor Ramón J. Velásquez en su obra “La caída del liberalismos amarillo”47. En tales contratos se omitió toda referencia a la cláusula exigida por el artículo 149 de la Constitución de 1893 y, ante las reclamaciones de varios parlamentarios que consideraban el peligro de que Venezuela se convirtiese en una “factoría del imperio ale-mán”, se decidió ajustar el precepto de manera de entender que la cláusula estaría incluida en todos los contratos de interés público, aunque no estuviere escrita48.

No deja de ser interesante una doctrina que se difundió en nuestro continente y que algunos señalan como fuente de inspiración para nuestro constituyente de 1893. Nos referimos a la doctrina expuesta por el interna-cionalista argentino Carlos Calvo. En su obra publicada en 1868, “Derecho internacional teórico y práctico de Europa y América”, Calvo señaló: “Esas indemnizaciones acordadas sin liquidación ni examen previo de su legitimi-dad, en bloque por decirlo así y a la ventura, aunque siempre bajo la ame-naza de apoyar con la fuerza las reclamaciones para hacerlas prevalecer, se encuentra en el origen de todos los enredos que Europa ha suscitado en América, durante estos últimos treinta años… Según el Derecho internacio-nal estricto, el cobro de créditos y la gestión de reclamaciones privadas no justifican de plano la intervención armada de los gobiernos y como los Es-tados europeos siguen invariablemente esta regla en sus relaciones recípro-cas, no hay razón para que no se la impongan también en sus relaciones con los Estados del Nuevo Mundo”49.

46 Toro Jiménez, Derecho internacional público…, ob. cit., p. 609. 47 Caracas, Ediciones de la Contraloría General de la República, 1972. 48 Con tal modificación, “La defensa constitucional ante el imperialismo, se independiza de la ideología y de

la práctica claudicante de nuestros grupos dirigentes”. En: Toro Jiménez, Derecho internacional públi-co…, ob. cit., p. 616.

49 Calvo, Carlos, Derecho internacional teórico y práctico de Europa y América, París, 1868, pp. 426-427.

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Sin querer desmerecer la doctrina del profesor argentino, ha de reco-nocerse que, en su forma de estipulación contractual, la reserva de tales su-puestos a la jurisdicción venezolana aparece por primera vez en Venezuela, en el contrato celebrado en 1859, entre el Estado venezolano y la Compañía del Ferrocarril del Este. Tal estipulación parece haber sido la verdadera ins-piración de nuestro constituyente. Incluso, sostiene Toro Jiménez, la llamada Cláusula Calvo se estructuró sobre conceptos no expresados por el autor; el mérito de su estructuración parece más bien deberse a los exegetas de su obra. De cualquier forma, el germen de las reflexiones y afirmaciones de Calvo, se halla en las intervenciones armadas de Francia en México entre 1861 y 1867, y de Francia e Inglaterra en Argentina entre 1838 y 185050.

En Venezuela, entre tanto, la acumulación de reclamaciones y la manera exagerada de saquear el tesoro público, llegó a un punto crítico; Ci-priano Castro se enfrentó a los poderes extranjeros y en 1902 bloquearon las costas venezolanas, lo cual le costó el exilio y la muerte en el olvido.

Ahora bien, el contenido del artículo 139 de la Constitución de 1901 se mantuvo en los textos de 1909 (Art. 142), en el del Estatuto Constitucio-nal Provisorio de 1914 (Art. 78) y en los de 1922 (Art. 121) y 1925 (Art. 50). En este último, la norma cambia de ubicación y, al salir del título sobre “Las Disposiciones Generales”, entra a formar parte del título llamado “De la So-beranía y del Poder Público”, lo cual parece indicar la identificación de la exclusividad del ejercicio de la jurisdicción venezolana en materia de contra-tos de interés público, como un atributo propio de la soberanía. En tal título se mantiene en los textos de 1928 (Art. 50), 1929 (Art. 50), 1931 (Art. 50) y 1936 (Art. 49).

En 1947 se produce un nuevo cambio importante. Además de pasar al capítulo “De las Relaciones Internacionales”, aparece el artículo 107, se-gún el cual “Ningún contrato de interés público nacional, estatal o munici-pal, podrá ser celebrado con gobiernos extranjeros ni traspasado a ellos en todo o en parte. Tampoco podrán celebrarse con sociedades que no estén domiciliadas en Venezuela ni traspasarse a éstas los suscritos con terceros”. Tal prohibición que, en definitiva, englobaba a los Estados extranjeros, se suavizó con la inclusión del único aparte del propio artículo, según el cual “Para celebrar tales contratos con entidades oficiales o semioficiales ex-tranjeras con personería jurídica autónoma, o para traspasarlos a ellas en todo o en parte, se requerirá, en cada caso, la autorización de las Cámaras Legislativas, o de la Comisión Permanente, si fueren urgentes y estuvieren las Cámaras en receso”.

50 Toro Jiménez, Derecho internacional público…, ob. cit., pp. 623-624.

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Esta norma condiciona la contenida en el artículo 108, objeto de este estudio, la cual, a su vez, introduce otra novedad. De acuerdo con el artículo 108 de la Constitución de 1947, “En los contratos a que se refiere el artículo anterior, si no fuere improcedente de acuerdo a la naturaleza de los mis-mos, se considerará incorporada, aun cuando no estuviere expresa, una cláusula por la cual se establezca que todas las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas amigablemente por las Partes contratantes serán decididas por los Tribuna-les competentes de Venezuela, en conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras” (Resaltado nuestro). A partir del texto puede claramente concluirse la posibi-lidad de hacer una excepción a la necesidad de litigar ante los tribunales ve-nezolanos, derivada de la “naturaleza” de los contratos. Tal excepción, que permanecerá en el texto constitucional de 1953 (Art. 49), 1961 (Art. 127) y 1999 (Art. 151), dará lugar a variadas discusiones de las cuales nos ocupa-remos de seguidas.

B. INTERPRETACIÓN

“En los contratos de interés público, si no fuere improcedente de acuerdo a la naturaleza de los mismos, se considerará incorporada aun cuando no estuviere expresa, una cláusula según la cual las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas ami-gablemente por las partes contratantes serán decididas por los Tribunales com-petentes de la República, en conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras”. Tal es la dis-posición del artículo 151 de la Constitución vigente.

Para iniciar su análisis, hemos de aclarar que consideramos ciertamente anacrónica la expresión utilizada por la disposición en estudio, según la cual no podrá generarse, en esta materia, “reclamaciones extranjeras”. El fundamento de tal opinión no hay más que buscarlo en el Derecho internacional privado con-temporáneo. Dos principios rigen, en la actualidad, la solución de controversias en el Derecho internacional: la obligación de arreglo pacífico y la libre elección de medios, prohibiéndose, en consecuencia, la amenaza y el uso de la fuerza en las relaciones internacionales51. En efecto, la doctrina ha reconocido que el cese de la utilización de mecanismos beligerantes para resolver los conflictos deriva-dos de los contratos, no se debe a la existencia de este tipo de normas, sino al desarrollo del Derecho internacional que prohíbe el cobro compulsivo de la deu-

51 “Meta indiscutible de todo sistema es que los conflictos que por una u otra causa puedan”. Remiro Bro-

tons y otros, Derecho internacional…, ob. cit., pp. 825-827.

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da de los Estados; por lo que este tipo de normas resulta, en definitiva, unilateral e ineficaz en el plano internacional52.

Bien, lo que verdaderamente nos interesa, a los efectos de estas breves notas, es determinar lo que ha de entenderse por “contrato de interés público”, a los efectos de la aplicación del artículo 151 constitucional; más aun, nos interesa determinar cuáles, dentro de esta especial categoría de contratos –“de acuerdo a la naturaleza de los mismos”– exige la inclusión de la cláusula a que se refiere la citada norma, pues la misma sugiere que fuera de ese supuesto, es posible litigar ante tribunales distintos de los venezolanos.

En este sentido, se ha afirmado que con tal excepción sólo se quiso elu-dir el problema de someter a la jurisdicción venezolana, aspectos meramente instrumentales de los acuerdos que, o bien obedecen a cuestiones de poca monta que pueden resolverse, incluso, por medio del arbitraje, o bien se refieren a cues-tiones técnicas que deben ser decididas en el propio contrato. Quizá el único problema radique en la libre apreciación administrativa que concede tal norma y que, como toda discrecionalidad, atenta contra la seguridad jurídica53.

De manera general se ha afirmado que la expresión “contrato de interés público” es utilizada por el constituyente para referirse a los contratos celebra-dos por la Administración Pública, sea en su forma Nacional, Estadal o Munici-pal54. En efecto, no cabe duda que el contrato de interés público es un contrato administrativo y, como tal, contiene las llamadas “cláusulas exorbitantes”; sin embargo, no es sencillo diferenciarlo de este último. En tal sentido, Brito García ha sostenido que no existe diferencia entre la expresión constitucional “contrato de interés público” y la expresión doctrinal “contrato administrativo”, entendido como aquel en el cual la Administración, actuando en su carácter de tal, persi-guiendo las finalidades de orden público que le corresponde cumplir, celebra con un tercero un pacto cuyo objeto tiende a dar cumplimiento a una finalidad de interés público; éste más bien se opone al concepto de “contrato de Derecho privado celebrado por la Administración”, en el cual el ente público se asimila a un particular e interactúa con él en un plano de igualdad; de manera que no em-plea el poder público de que se encuentra investido y pacta una convención re-

52 Boscán de Ruesta, Isabel, La inmunidad de jurisdicción en los contratos de interés público, en: Revista de

Derecho Público, abril-junio 1983, Nº 14, pp. 23 ss., especialmente p. 37. 53 Rondón de Sansó, Hildegard, Análisis de la Constitución venezolana de 1999. Parte orgánica y sistemas,

Caracas, Edit. Libris, 2001, pp. 127-128. 54 En este sentido: Larez Martínez, Eloy, Contratos de interés nacional, en: Libro Homenaje al profesor Anto-

nio Moles Caubet, Caracas, UCV, 1981, T. I, pp. 117 ss.; Farías Mata, Luis Enrique, La teoría del contrato administrativo en la doctrina, legislación y jurisprudencia venezolana, en: Libro Homenaje al profesor An-tonio Moles Caubet, Caracas, UCV, 1981, T. II, pp. 981 ss.; Brito García, Luis, Régimen constitucional de los contratos de interés público, en: Revista de Control Fiscal y Tecnificación Administrativa, 1968, Nº 50, pp. 76 ss.; Brewer Carías, Allan, Los contratos de interés nacional y su aprobación legislativa, en: Revista de Derecho Público, abril-junio 1982, Nº 11, pp. 49 ss.

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gida por normas de Derecho privado, que da lugar a relaciones de Derecho pri-vado55.

La referencia al Derecho público para caracterizar estos contratos resul-ta poco útil, pues harto conocida es la dificultad existente para diferenciar lo pú-blico de lo privado. Atender a la finalidad perseguida por la Administración Pública en la celebración de tales contratos, llevaría a calificar todos los com-promisos celebrados por ésta como de interés público. La utilización de criterios teleológicos y la subjetividad que les es propia, podría conducirnos a incluir o excluir, dependiendo del criterio utilizado, un mismo contrato de la categoría de contratos de interés público.

A estas dificultades debemos añadir una marcada tendencia en Derecho internacional público hacia la “deslocalización” de los contratos concluidos en-tre Estados soberanos y entidades o personas extranjeras, de manera de alejarlos de la atracción ejercida por el foro y el Derecho del Estado contratante, a fin de colocarlos en la órbita del Derecho internacional o, por lo menos, en un orden jurídico sui generis establecido en el propio contrato56. El ejemplo paradigmáti-co de este planteamiento es el sistema arbitral administrado por el Centro de Arreglo de Diferencias relativas a Inversión, entre Estados y Nacionales de otros Estados. Este Centro funciona en el marco de la Convención para el Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones entre Estados y Nacionales de otros Esta-dos57 y se fundamenta en el abandono del principio según el cual la inversión extranjera es una materia sometida a la ley y jurisdicción del país receptor y, en cambio, opta por la resolución internacional de los conflictos58.

En cualquier caso, no es el objetivo de este trabajo darle forma a un concepto que no ha podido ser cabalmente estructurado por el Derecho adminis-trativo; nos ocuparemos más bien de dar respuesta a esta interrogante a través de las opiniones que, a lo largo de nuestra historia constitucional, ha dado la Procu-raduría General de la República, haciendo –debemos decirlo– una clara alusión al tema de la inmunidad de jurisdicción.

Pero antes debemos considerar un supuesto que, el propio legislador, ha considerado contenido en la hipótesis del artículo 151 constitucional. Nos referi-mos al artículo 9 de las Condiciones Generales de Contratación para la Ejecución 55 Brito García, Luis, Las instituciones fundamentales del Derecho administrativo y la jurisprudencia venezo-

lana, Caracas, 1964, p. 90. En sentido similar: Farías Mata, La teoría del contrato administrativo…, ob. cit., p. 941.

56 Weill, M. P., Problèmes relatifs aux contrats passés entre un Etat et un particulier, en : Recueil des Cours, 1969 III, T. 128, pp. 9 ss., especialmente pp. 101-102.

57 Publicada en la G.O. 35.685 de fecha 03/04/1995. 58 Para este tema ver: Maekelt, Tatiana, Tratados bilaterales de protección de inversiones. Análisis de las

cláusulas arbitrales y su aplicación, en: Arbitraje comercial interno e internacional. Reflexiones teóricas y experiencias prácticas, Caracas, Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Serie Eventos Nº 18, 2005, pp. 325 ss.

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de Obras de 199659, cuyo texto establece, que “Todas las dudas, controversias y reclamaciones que puedan suscitarse con motivo del contrato y que no llegaren a ser resueltas por las partes de común acuerdo o en la forma prevista en este de-creto serán decididas por los Tribunales competentes de la República de Vene-zuela de conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras”. Considérese que, de acuerdo con el artículo 1 eiusdem, tales normas se aplicarán “con carácter de obligatoriedad para aquellos contratos que celebre la República a través de los Ministerios y demás órganos de la Administración Central”.

Ahora bien, como primer ejemplo de las opiniones emitidas por la Pro-curaduría General de la República, suele citarse un dictamen de 1975, en el cual se califica como un acto de gestión a un contrato de arrendamiento de un inmue-ble que sería destinado como residencia para la misión diplomática venezolana, acreditada en Roma, admitiéndose en este caso la relatividad de la inmunidad y, consecuencialmente, la posibilidad de litigar ante tribunales extranjeros. Quizá la mayor controversia se presentó con los contratos de empréstito público, en razón de los cuales, la Procuraduría emitió de nuevo su opinión en 197760. La decisión en este caso se hizo depender de la determinación de la naturaleza del empréstito público.

Así, citando a Fonrouge, la Procuraduría expuso tres posibilidades en relación con la naturaleza del empréstito. En primer término, se lo puede consi-derar como un acto de soberanía que hace nacer una obligación unilateral de Derecho público; en segundo lugar, se ha sostenido que la calificación de esta operación dependerá de su carácter interno o internacional; y, finalmente, existe un tercer grupo que considera al empréstito como un contrato, que podrá ser pú-blico o privado, o incluso mixto. Igualmente, en este dictamen, se hace referen-cia a la escasez, en las decisiones judiciales extranjeras, de tratamiento al caso de los empréstitos externos. Tal silencio ha sido atribuido a la tendencia, cada vez más generalizada en la práctica de los entes de financiamiento, de exigir la in-clusión, en estos contratos, de las llamadas conflict clauses, de acuerdo con las cuales, el Estado prestatario renuncia a hacer valer su inmunidad.

En definitiva, el empréstito es definido como “el producto de un acuer-do de voluntades en el cual el poder de imperio o de autoridad del Estado está ausente, y ese carácter contractual no queda desvirtuado por la existencia de la fase unilateral pública que preside la celebración del contrato de empréstito público. En efecto, los empréstitos públicos, en nuestro ordenamiento jurídico, constituyen operaciones complejas que comprenden varias fases: una regida 59 G.O. Ext. 5.096 de fecha 16/09/1996. 60 Ver texto en: AE-14-01-77, en: Procuraduría General de la República, 20 años de doctrina de la Procura-

duría General de la República, 1962-1981, Caracas, Procuraduría General de la República, 1984, T. IV, Vol. II, pp. 178 ss.

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por normas de derecho público, que se refiere fundamentalmente a la interven-ción legislativa previa a la celebración del contrato de empréstito y que consti-tuye la condición sine qua non o habilitación necesaria para que el Ejecutivo pueda contratar el empréstito. Una fase contractual en la que se relacionan el sujeto pasivo o deudor (Estado) y el sujeto activo o acreedor (colocador de títu-los en el mercado o adquirente del título), con un objeto determinado que, según el caso, consiste en el pago de una comisión o pago de un interés anual y la res-titución del capital entregado por el adquirente de los títulos. Esta fase contrac-tual está regida fundamentalmente por el derecho privado”.

De tal manera, “los empréstitos públicos externos sólo contemplan la fa-se contractual, cuyo contenido es netamente mercantil, que puede ser sometido a la jurisdicción del Estado prestamista sin que tal sumisión signifique violación del artículo 127 de la Constitución (Art. 151 de la Constitución de 1999), puesto que estos contratos, por su naturaleza, no comprometen ni la soberanía interna ni la seguridad de la República…Por otra parte, la práctica gubernamental ve-nezolana en la materia refuerza la consideración de actos de naturaleza mercan-til de los empréstitos públicos externos, susceptibles de ser objeto de cláusulas de renuncia de inmunidad de jurisdicción por parte del Estado prestatario, puesto que cuando se ha colocado en situación de prestamista, a través de sus entes de funcionamiento con aceptación de bonos de la deuda pública externa, ha exigido como condición la inclusión en el respectivo contrato de cláusulas que acuerdan la competencia de la jurisdicción venezolana para conocer de las dudas y con-troversias que susciten dichos contratos o, a lo sumo, el sometimiento de las po-sibles controversias a Tribunales arbitrales con sede en Venezuela. Esta práctica –comúnmente desarrollada a nivel internacional– no constituye una voluntad de atentar contra la soberanía de los Estados prestatarios, sino una salvaguarda especial de los intereses patrimoniales de la República”.

De tal manera –concluye la Procuraduría– los contratos que se generan en los mercados financieros a los que un Estado acude, como lo hace una em-presa privada, con objetivos de liquidez, no se ubican en el ámbito de la sobera-nía. El solo interés público de estos contratos no es suficiente para afirmar la exclusividad de la jurisdicción venezolana.

En 1984, con ocasión de unas cartas de crédito, la Procuraduría General de la República, acoge el criterio expuesto en 1977, entendiendo que tales cartas constituyen, para el Estado venezolano, un acto de gestión, por lo cual es perfec-tamente posible someterse a una jurisdicción extranjera, sin que ello constituya una violación al entonces vigente artículo 127. Sin embargo, un viraje de óptica se registra en 1996.

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En este caso se trataba de un convenio de préstamo para la adquisición de misiles61. Antes de entrar a considerar la naturaleza de tal operación, el Pro-curador estimó necesario revisar el criterio expuesto por ese organismo en 1977, en el sentido de entender que todos los contratos administrativos son de interés público. Así, recogiendo el punto de vista del profesor Morles Hernández62, afirmó que fueron precisamente las operaciones de crédito público las que el constituyente tuvo en mente al formular el artículo 127 de la Constitución de 1961; pero la fórmula constitucional no ha sido debidamente aprovechada por el legislador para definir, con la debida precisión, algunos de los supuestos en los cuales tal norma puede convertirse en cláusula de renuncia.

Finalmente, tal dictamen considera que, al ser las operaciones de crédito público contratos de interés público –interés que en este caso se pone de mani-fiesto por el fin último de una operación de financiamiento para la adquisición de material bélico por el Ministerio de la Defensa– quedan sujetas al mandato de la norma constitucional estimando así, de “dudosa constitucionalidad”, la inclu-sión, en los contratos en cuestión, de cláusulas en las cuales se hace renuncia expresa a su inmunidad soberana.

Este dictamen ha sido muy criticado por algunos comentaristas que han entendido que tal interpretación no se corresponde con la intención del constitu-yente de 1961, pues si bien éste no tenía una idea precisa de los límites de la re-gla general y de su excepción, al menos sí optó claramente por la idea de la inmunidad relativa, doctrina que el dictamen desecha63. En sentido similar se han pronunciado Maekelt y Hernández-Breton, al expresar que los empréstitos públicos sólo complacen la fase mercantil y pueden ser sometidos a la jurisdic-ción del Estado del prestamista, sin que ello viole el artículo 127 de la Constitu-ción; estos contratos, por su naturaleza, no comprometen ni la soberanía interna ni la seguridad de la República, porque la renuncia a la inmunidad de jurisdic-ción no implica la renuncia a la inmunidad de ejecución64.

El tema volvió a la escena jurídica en 1995, con ocasión del Acuerdo del entonces Congreso de la República que autorizó la celebración de los conve-nios de asociación para la explotación a riesgo de nuevas áreas y la producción de hidrocarburos bajo el esquema de ganancias compartidas65, nos referimos, en

61 El texto del dictamen fue publicado en la Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV,

1997, Nº 102, pp. 295 ss. 62 Morles Hernández, Alfredo, La inmunidad de jurisdicción y las operaciones de crédito público, en: Libro

Homenaje a Rafael Caldera, Caracas, UCV, 1979, T. III, pp. 1701 ss. 63 Giral, José Alfredo, Cometarios al Dictamen 4211 del Procurador General de la República, en: Revista de

la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, 1997, Nº 102, pp. 313 ss., especialmente pp. 320-321. 64 Maekelt, Tatiana y Eugenio Hernández-Breton, Jurisdicción y Derecho aplicable en materia de contratos de

empréstito público, en: Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, UCV, 1997, Nº 102, pp. 325 ss., especialmente p. 332.

65 Publicado en la G.O. 35.754 de fecha 17/07/1995.

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pocas palabras, al tema de los contratos de apertura petrolera. De acuerdo con la cláusula décimo séptima del Acuerdo, “El modo de resolver las controversias en materias que no sean de la competencia del Comité de Control y que no puedan dirimirse por acuerdo entre las partes, será el arbitraje, el cual se realizará se-gún las reglas de procedimiento de la Cámara Internacional de Comercio, vi-gentes al momento de la firma del Convenio”. El acuerdo, y particularmente esta cláusula, fue objeto de un recurso de nulidad por inconstitucionalidad.

La acción, en relación con esta cláusula, se fundamentó en el artículo 127 de la Constitución de 1961 y en el artículo 3(9) de la Ley de Hidrocarburos de 1967. De acuerdo con esta última norma, “En los convenios se insertará la siguiente cláusula: Las dudas y controversias de cualquier naturaleza que pue-dan suscitarse con motivo de este convenio y que no puedan ser resueltas amiga-blemente, serán decididas por los Tribunales competentes de Venezuela, de conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan ser origen de reclamaciones extranjeras”. Sobre la base de tales disposiciones, los accio-nantes advierten que los convenios de asociación “revisten un incontrovertible interés público”, con lo cual, una cláusula de sumisión a arbitraje sería abierta-mente contraria al texto constitucional.

Con ocasión de esta acción, la Procuraduría General de la República emitió un nuevo dictamen en 1997, en el cual, tras dejar sentado el carácter no vinculante de sus opiniones, regresó a la tesis de 1977, calificando como un acto de gestión la celebración de los contratos de la apertura petrolera. De modo que no puede considerarse que la sumisión a un tribunal arbitral, sea contraria, en el marco de estos acuerdos, al espíritu que animó al constituyente en la elaboración de la norma contenida en el artículo 127.

También el Ministerio Público emitió su parecer en este caso. En opinión de este organismo, el propio convenio establece, en su cláusula décimo novena, un régimen de protección de la jurisdicción venezolana, al disponer que el mismo y todas las actividades y operaciones que de él se deriven, en ningún caso com-prometen la responsabilidad de la República, ni menoscaban sus derechos sobe-ranos, cuyo ejercicio no podrá dar lugar, en ningún caso, a reclamaciones de otros Estados ni de potencias extranjeras, cualquiera que fuere la naturaleza o caracte-rísticas de éstas. Así, sólo podrá someterse a arbitraje la materia propia del con-venio, es decir, su ejecución. De manera que, cuando tales controversias no puedan dirimirse de común acuerdo entre las partes y siempre que no se trate de la materia sometida a la competencia del Comité de Control, podrán ser discuti-das en sede arbitral. La Fiscalía, sin embargo, no deja de reconocer la responsabi-lidad política del entonces Congreso de la República, en las autorizaciones que posteriormente otorgue en la celebración de cada convenio que se realice.

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En 199966, la entonces Corte Suprema de Justicia admitió el carácter de interés público que revisten los convenios de asociación; sin embargo, en su opinión, existen en ellos ciertos matices de naturaleza esencialmente mercantil. Aquellos aspectos de interés público son sometidos, en virtud del propio conve-nio, a la competencia del Comité de Control y, sólo los aspectos mercantiles se-rán sometidos a arbitraje. De tal manera que, estos convenios se encuentran dentro de la excepción que, atendiendo a la naturaleza de tales contratos, esta-blece el artículo 127 de la Constitución, expresando que, “en el caso concreto de los Convenios de Asociación autorizados por el Acuerdo del Congreso de fecha 4 de julio de 1995, su naturaleza no solamente comercial sino de trascendencia para la consecución de medidas económicas adoptadas por la Administración y validadas por el Congreso Nacional, se subsume en el supuesto previsto en la norma constitucional, por lo que al no infringirla debe declararse improcedente el alegato de inconstitucionalidad por esta causa”.

Resulta interesante, en este sentido, la opinión emitida por la profesora Hildegard Rondón de Sansó, en su voto salvado, según la cual, “en toda la ma-teria relativa a la apertura petrolera, lo que se ventila es el otorgamiento de derecho de exploración, explotación, producción, transporte, almacenamiento y comercialización de nuestro recurso natural no renovable de mayor importan-cia, lo cual es materia de interés público y en ninguno de sus aspectos pierde tal carácter, por lo que no existen en el mismo aspectos simplemente mercantiles”.

De esta larga discusión, sólo podemos concluir que el problema, en todo caso, va a depender de la calificación, que como de imperio o de gestión, de dé al acto; cuestión ésta que sólo podrá decidirse frente al caso concreto, pues no existe un catálogo exacto y el constituyente no ha dado su última palabra. No dejamos de pensar que en 1999 se perdió una valiosa oportunidad para revisar el contenido de del artículo 151; sin embargo, no escapa a cualquier observador, que el constituyente se limitó a reproducir el texto, y con él los problemas, del artículo 127 de la Constitución de 1961.

V. ¿UNA CONCLUSIÓN?

Más allá de lo que frente al caso concreto se decida, es decir, si se trata de un acto de gestión o de un acto de imperio, cuando nos encontremos frente a un contrato que por su propia naturaleza haga que se considere escrita, aunque no estuviere expresa, una cláusula según la cual, todas las controversias derivadas de ese contrato, que no pudieren ser resueltas de común acuerdo por las partes, de-berán someterse a la jurisdicción de los tribunales venezolanos, lo verdaderamen-te importante es determinar si nos hallamos frente a un supuesto de jurisdicción exclusiva o frente a un supuesto de inderogabilidad convencional de la jurisdicción. 66 Corte Suprema de Justicia en Pleno, sentencia de fecha 17/08/1999, consultada en original.

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Es indudable que la ratio de la norma contenida en el artículo 151 cons-titucional alberga una fuerte dosis de inmunidad de jurisdicción. Pero esto no quiere de ninguna manera decir que la norma consagre el principio de inmuni-dad de jurisdicción. Tal como hemos afirmado supra, su finalidad es evitar que le sea arrebatada a Venezuela la jurisdicción que corresponde a sus tribunales en esta materia, es decir, asegurarse que el Estado venezolano sea el único compe-tente para conocer de los litigios relacionados con contratos de interés público, cuando su naturaleza así lo exija. Tal criterio de jurisdicción deriva, justamente, de la inmunidad de que goza el Estado cuando realiza ese tipo de actos y, aun-que la inmunidad es un principio de Derecho internacional que, como tal, no requiere un reconocimiento expreso, por lo que de ningún modo esta norma se-ría oponible en el extranjero para escapar a la jurisdicción de otro Estado, sí re-sulta conveniente que Venezuela circunscriba la clase de actos a que se aplicará esta excepción (acta iure imperii).

Ahora bien, Rodríguez, por ejemplo, expresa su duda acerca la califica-ción de este supuesto como de jurisdicción exclusiva. En su opinión, la finalidad del artículo 151 constitucional no es rechazar el reconocimiento de una senten-cia extranjera que decida sobre la materia objeto de la norma, con lo cual entien-de que se trataría más bien de un supuesto de inderogabilidad convencional de la jurisdicción67.

Nosotros, por el contrario, estimamos que se trata de un supuesto de ju-risdicción exclusiva. La razón es, nuevamente, la inmunidad. Según hemos sos-tenido al inicio de estas notas, hoy día se entiende que la inmunidad de jurisdicción de los Estados es relativa, de manera que estos pueden verse some-tidos a la jurisdicción de un Estado extranjero cuando actúen sin estar investidos de su imperio. Por interpretación en contrario, cuando actúen con tal carácter han de ser sometidos, necesariamente, a sus propios tribunales.

Por otra parte, es cierto que tal inmunidad puede renunciarse, es decir, de manera voluntaria, un Estado puede someterse al poder jurisdiccional de otro68 y tal renuncia a la inmunidad implica, en definitiva, una renuncia al ejer-cicio de su jurisdicción. Este planteamiento nos conduciría a afirmar que estos supuestos no son ni de jurisdicción exclusiva ni de jurisdicción inderogable.

Sin embargo, debemos considerar, al respecto el contenido del aparte único del artículo 1 del texto constitucional, según el cual “Son derechos irre-nunciables de la Nación la independencia, la libertad, la soberanía, la inmuni-

67 Rodríguez, Artículo 47…, ob. cit., p. 1103. 68 El propio artículo 333 del Código Bustamante en la parte final establece “Los jueces y tribunales de cada

Estado contratante serán incompetentes para conocer de los asuntos civiles o mercantiles en que sean par-te demandada los demás Estados contrastantes o sus jefes, si se ejercita una acción personal, salvo el caso de sumisión o de demandas reconvencionales” (resaltado nuestro).

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dad, la integridad territorial y la autodeterminación nacional”. Así, en los casos en que se determine que el Estado venezolano goza de inmunidad de jurisdic-ción, por imperativo constitucional, no podrá renunciarla.

Así las cosas, podemos afirmar que, de conformidad con esta norma, en concordancia con el artículo 151 de la Constitución, cuando estemos frente a un contrato de interés público cuya naturaleza así lo exija, el Estado venezolano gozará, de manera irrenunciable, de inmunidad de jurisdicción, lo cual traerá como consecuencia que sólo los tribunales venezolanos puedan conocer de los litigios generados por este tipo de contratos y tal jurisdicción será exclusiva, por lo que, en virtud del artículo 53(3) de la Ley de Derecho Internacional Privado, toda sentencia que sobre la materia fuere dictada en el extranjero, no podrá ser reconocida en Venezuela.

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