"El arte de la admiración", de Jean Guitton

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Jean GUITTON: Nuevo arte de pensar. Ediciones Encuentro, 2000.

Mi libro se dirige a todos: primeramente a los alumnos. Pero también a todos aquellos que están enterrados en la existencia y que han renunciado al gozo del pensamiento. Quisiera probarles que no tienen razón y que es deber ser inteligente.

Capítulo I: De la admiración

Si uno consulta a los maestros descubrirá que la primera condición para aprender a pensar es cultivar en uno mismo la facultad de la admiración. (…) El ideal sería estar así en todo momento, y no solamente ante lo que perciben nuestros sentidos, sino ante todo lo que se presenta al espíritu. Como todo ideal, este marca un límite inaccesible. Pero es conveniente tener en cuenta este límite: es una unidad de medida. Decimos que el acto de pensar supone una inocencia reencontrada, una forma virginal de concebir y de sentir. Se regirá pues por una disposición única de la voluntad, tratará de logar que su espíritu acepte vivir un instante sobre la tierra como si viniera de hacer una escala entre los hombres en medio de un viaje interestelar. (…)

Y por eso es necesario que los adolescentes aprendan el arte de admirar, y en esto consiste, creo yo, uno de los secretos de la educación. “El arte de denigrar está al alcance de todos los tontos –decía Eliott; necesitamos que se nos enseñe a admirar”. Si uno quisiera penetrar de nuevo en uno mismo, uno notaría que las alegrías que gustan a nuestra edad madura en el campo de las letras o las artes tienen que ver con aquello que, anteriormente, un maestro nos dejó ver levantando el velo de la costumbre, comunicándonos una admiración que él sentía, siempre nueva, en su corazón. No es tanto por lo que nos enseñó que nos instruyó, ya que en verdad lo hubiéramos podido encontrar en un libro. No, es que nos hizo penetrar en su emoción. Explicar cómo sería imposible. (…)

Estudiemos juntos los medios para cultivar en uno mismo la admiración. Distinguiré dos, según se trata de la admiración pasiva o la admiración activa. Llamo admiración pastiva a la impresión de extrañeza que nace en nosotros sin que hayamos hecho ningún esfuerzo por provocarla. ¿Por qué la primera impresión que tuvimos de haber pensado se relaciona con nuestro primer desplazamiento? Es porque todo viaje, todo desplazamiento, toda evasión y toda sacudida contienen pensamiento. Un campesino que viene a la ciudad por primera vez piensa porque todo le asombra. (…) Por otra parte, ¿cómo se ha formado el pensamiento en este mundo, si no es por las observaciones hechas por viajeros? Que uno sueñe con Heródoto, con Platón, con Jenofonte, más tarde con Aristóteles. En sus viajes han observado otros usos, otras religiones, otras constituciones, y de pronto, esto les ha recordado el carácter accidental de los suyos; o al menos esto les ha enfrentado al problema de saber si sus usos eran razonables o arbitrarios. (…)

Llego ahora a un medio propiamente activo; consiste en crear siempre en uno mismo, cualquiera que sea el sujeto estudiado, centros y lugares de interrogación; plantearse problemas; ver las posibles maneras de darles solución; imaginar sin ninguna ayuda lo que se va a leer o ver, prestos a lanzar sobre el sujeto que se va a examinar adivinaciones, presentimientos, esperas, prestos a prever lo que se va a ver, a pre-imaginar o como se dice frecuentemente, a pre-percibir. Aquel que no sepa lo que

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busca, no sabe lo que encuentra. (…) No se encontrará aquello que uno espera descubrir, pero se tomará consciencia de la diferencia entre lo que se esperaba y lo que se ha encontrado. Es la consciencia de esta diferencia la que hace de pronto que se manifieste el pensamiento. (…)

Supongamos por ejemplo que queremos visitar un museo con éxito, y para alcanzar una perspectiva, vamos primero a los detalles; imagino que no conozco todavía el cuadro de Rembrandt titulado Los Discípulos de Emaús, y que me dispongo a verlo en el museo del Louvre. Yo no me limito a escoger un cuadro entre varios; es más, quiero despertar, en la medida de lo posible, todas las regiones de mi curiosidad. ¿Dónde se encontrará Cristo? ¿Qué cara tendrá? ¿Humana o traspasando la condición humana? ¿De dónde vendrá la luz y cómo se manifestará esa oscura claridad que Rembrandt hace que irradie un punto solar? ¿Cómo serán los dos discípulos? ¿Inclinados hacia delante, ávidos de ver, o impulsados hacia atrás por el estupor? ¿Mostrarán sus rasgos miedo o sorpresa? (…) Podríamos hacernos preguntas bien diferentes y cada uno se hará las suyas según sus recuerdos o sus tendencias. Lo que importa ante todo es tener ciertas expectativas. Llego por tanto al Louvre con la mente llena de estos problemas. Sólo necesito de un instante para contestar. La simple mirada que haya echado sobre el cuadro estará cargada de pensamiento. Me atrevería casi a decir que el precepto más útil para aprender a mirar sería: “Cierra los ojos e imagina de entrada una visión mental anterior”. Para aprender a oír: “Tápate los oídos”. Para aprender a leer: “Cierra el libro y adivina! Sólo se ve aquello que ya se ha visto. Sólo se ama aquello que ya se ha amado. Cuánta verdad en la famosa paradoja de Menón de Platón: “Conocer, en el fondo, es reconocer”.

(cfr. Guitton, Nuevo arte de pensar, pp. 21-38)