el ascensor de la vida 6

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el ascensor de la vida

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CAPITULO SEIS Buenas noches el saludo del guardia a la entrada del muelle, sac a Sebastin bruscamente de sus recuerdos. El hombre, subido ala pisadera del camin, examinaba visualmente el interior de la cabina, al tiempo que llenaba una planilla con los datos del conductor y su acompaante. Luego, el vehculo avanz lentamente para tomar posicin al final de la larga hilera de camiones que aguardaban turno para las faenas de estiba. Cuando descendieron, el camionero comenz a recorrer todo el contorno de su vehculo y, premunido de una barra de fierro, fue golpeando uno a uno sus neumticos. Sebastin, en tanto, se acerc a la orilla del muelle atrado por el enorme navo atracado frente al lugar en donde estaban. Lo recorri con la vista en toda la extensin que el espacio le permita. Camin absorto y arrobado por su majestuosidad, luego se subi a la base de cemento de una de las enormes gras del puerto a fin de obtener ms detalles de aquella maravillosa ciudad flotante, tan llena de vida, aun a aquellas altas horas de la noche. --Bueno. cabro qu vai a hacer?.. Son las tres de la maana. Sebastin no contest de inmediato, pues segua sin poder despegar sus ojos de la nave. Qu hay que hacer para embarcarse? Qu?!... Ahora quers embarcarte?... Tai ms gil, esue es imposible. Olvdate. Te piden una de papeles, vacunas, autorizacin de los padres, plata... cuanta geba... Pero uno se puede colar... O no? De polizn?... Ta.i ms ge Te tiran en la primera recal. Adems que seguro que no les servs para nada; no sabs hacer aseo, no sabs cocinar no sabs ninguna cosa... tai cagao. Sebastin no tuvo argumentos para rebatir lo que el hombre le deca, porque saba que toda aquella descalificacin era verdadera. Mientras conversaban, se haban ido acercando hasta un grupo de-Conductores que. alrededor de una pequea fogata animada con tablas de cajn, compartan chistes, ancdotas y alcohol. Feita Paredes!... grit un rollizo hombre de tostado tono de piel, que sentado en el centro del grupo se haba puesto de pie para abrazar efusivamente al recin llegado. Tanto tiempo, estaba preso, compadre?. El grupo irrumpi en sonoras carcajadas para pre-miar la jocosa ocurrencia de su regordete colega. compadre, el whiskicito que estamos tomando el. hombre haba cogido el bidn que, posado en el suelo, presida la improvisada tertulia... un compadrito lo tir del barco... estaba casi lleno... mire lo que nos est quedando. Puta que estn tomando geno!, se les va a pelar la garganta, cabroo dijo el recin llegado, al observar la etiqueta del bidn de Johnnie Walker, cuyo gollete haba comenzado a limpiar con la mano antes de servirse. De pronto, al momento de empinarse el .pesado envase de vidrio record al muchacho y se lo alcanz. Sebastin lo recibi entre extraado y confundido. Su experiencia con el alcohol solo registraba los sorbos de cerveza del vaso de su padre o de alguna lata, que en el campamento scout compartiera con sus compa-eros de carpa; adems de las dos cervezas alemanas bebidas en el departamento de Beatriz. Cuando se empin el bidn, no pudo evitar atorarse ni que el sorbo le saliera hasta por las narices, causando la risa general del grupo. Te falta mundo, cabroo dijo el camionero, recuperando el envase para tomar dos o tres sonoros sorbos. -- Puta que est geno, compadre! exclam complacido al momento de devolverlo a quien se lo haba ofrecido. Aqu tenernos para rato. Con suerte vamos a salir maana en la tarde. El Ro Quetro est trabajando con dos gras, as que la cosa est terriblemente lenta dijo uno de los ms jvenes, con la vista fija en la rojiza y potente llama del fuego. --Vamos pa algn lado... pa'qu nos vamos a quedar aqu cagndonos de fro, como los geones... propuso otro, ponindose de pie y comenzando a estirar las piernas. Los que no quieran ir mueven los camiones -dijo uno de los ms entusiastas, mientras comenzaba a sacudirse y arreglarse la ropa... Ya, quines van?, quines se quedan? Aqu estn mis llaves. Poco a poco fueron apartndose del grupo aquellos que estaban decididos a ir a alguna "picada" a divertirse un rato. Los indecisos se sumaron a la comitiva solo cuando recibieron una alusin grosera o algn amigo los cogi del brazo. Sebastin senta que don Fea, como saba ahora que se llamaba el camionero con quien haba compartido sus ltimas horas, por su culpa no se decida. Qu vai a hacer?, te decidiste? le pregunt el hombre, sacndolo para un lado. El joven se sinti atrado por la expectativa de conocer el puerto de noche y crey que rodeado por ese grupo de mocetones nada le poda pasar. No s, no me gustara llegar a esta hora al edificio argument. Ya, vamos, no te pods quedar en la calle. El heterogneo grupo, tanto en aspecto como en intencin, sali del muelle" y, frente al monumento a los Hroes de la Plaza Sotomayor, ech a andar hacia el sector del mercado. Las estrechas y casi vacas calles del pecaminoso lugar, a esa hora pare-can ms amplias de lo que realmente son. Solo el paso de algn vehculo o la presencia de numerosos perros callejeros trajinando la basura, quedaba del enjambre de voces, gritos y personas que durante el da atiborran el barrio de colores, olores y delitos. El arribo al sector de la Plaza Echaurren lo marc la msica de un tradicional bolero de Lucho Barrios, que se mezcl con el ftido olor de la noche, cuando se abri la puerta de un sucio bar a la pasada. Ay, hombre! exclam con sorna uno del grupo, que se detuvo para dar paso a una pareja de amigos que se golpearon repetida e irremediablemente con las puertas de batiente del popular negocio de donde salan a trastabillones. Una vez en la vereda, el par de ebrios intentaron ajustar sus movimientos. Despus, con paso incierto, emprendieron una marcha grotesca e irregular, exenta de ritmo, direccin y destino. Ms adelante, el trupo se detuvo sigiloso frente a la entrada de una antigua construccin de dos o tres pisos, de cuya cornisa apenas se sostena un letrero, con una sola pal abra, alumbrada con una amarillenta ampolleta: HOTEL. Sebastin se dio cuenta de que sus acompaantes deseaban divertirse mirando una ocasional pareja, que discuta al pie de una larga escalera de madera, apenas iluminada all en lo alto. El hombre, que apenas era capaz de mantenerse en pie, daba la impresin de haber iniciado la jornada con atuendo formal, en tanto la mujer luca un llamativo y provocador vestido rojo, que no guardaba ninguna relacin con la apariencia de su acompaante. Cada vez que el hombre la tironeaba, ella lo increpaba violentamente. Si no tens plata, pa'qu quers que suba? Si sabs que siempre te pago... ahora no tengo... pero despus... ..--Cundo?, me hai cagao mil veces, maricn... Recin en ese instante, Sebastin logr entender la relacin entre ambos personajes. Observ que el hombre aprision la cintura de la mujer para atraerla con fuerzas hacia l y comenz a buscar su rostro para besarla. Esta curv su espalda hacia atrs, para mantenerse alejada. Entonces, l comenz a recorrer sus muslos hasta la parte baja del minsculo vestido, para meter sus manos entre las gruesas piernas envueltas en unas medias que brillaban con la luz de la noche. ,Qu miran ustedes, maricones?! La mujer tambin estaba ebria, y ese pareca el estado normal en que realizaba su trabajo, as que haba comprendido claramente que la intencin de ese grupo de camioneros que los observaba desde la vereda del frente era disfrutar de un espectculo gratuito de frivolidad, sexo y violencia. Su acompaante, en tanto, absolutamente indiferente a la presencia del grupo, haba vuelto a tomarla de la cintura para arrastrarla con fuerzas escaleras arriba. Djame, cafiche de mierda! le grit la mujer, indignada y confundida, abriendo su cartera y extra-yendo un cortaplumas automtico que, como un rayo, se lo acerc amenazadamente al cuello. El hombre, que ya no era capaz de dejarse intimidar por nada. extendi sus brazos y apret los senos de la mujer. Entonces ella entendi que ya no bastaban sus amenazas, y en un gesto diestro y centelleante, pas la reluciente hoja de acero por el rostro de su hostigador, el que ahog un grito desgarrador con sus manos, por las que chorre la sangre y babas calientes que desprendieron el vaho de la noche fra. El grupo qued mudo de espanto mientras segua con la vista a la mujer, que se perdi por entre las calles oscuras junto con el musical repiqueteo de los tacones de sus zapatos sobre los adoquines. Luego, comenz entre ellos la discusin respecto de acercarse a ayudar al herido o alejarse del lugar. Sebastin permaneca rgido, no tan solo por la impresin que caus en l la srdida escena, sino tambin por la palabra puta, que a cada instante pronunciaban sus compaeros de parranda y resonaba en su cabeza. Vmonos, no se metan en gevs dijo alguien. No sean maricones, hay que ver qu pasa con el hombre expres otro. Sebastin estaba entre aquellos que se acercaron al herido, aunque se conformaron con preguntar: "si fue mucho" y al ver al tipo vivo, dej de interesarles. Al cabo de un rato, el grupo se volvi a juntar en otra esquina. Vamos donde el "Jaco" dijo alguien, y Sebastin, que no le haba perdido la vista al herido incluso mientras se alejaba, qued para siempre preguntndose si aquel ser tendido de costado, sobre los primeros peldaos de la larga escalera de madera, estaba ms borracho que herido o viceversa. La entrada al tradicional cabaret porteo era anunciada por un colorido nen en el que se mezclaban la silueta de una mujer desnuda y una copa de champaa. Resultaba evidente el contraste que se estableca entre aquel moderno anuncio y la antigua construccin, que tena todas sus ventanas tapiadas con latn, recubierto con innumerables capas de pintura. Un inmenso hombre de gruesa barba y expandido trax, del que escapaba un ensortijado pelamen asomndose por la camisa, controlaba la entrada al lugar. Su sola presencia inevitablemente intimid a la delegacin, que comenz a entrar en forma ordenada y silenciosa. De inmediato, el gigantn clav su mirada sobre Sebastin, pero pese a lo evidente que le resultaba su aspecto adolescente, no le intercept la pasada, temeroso de perder a los siete u ocho clientes que lo acompaaban. Traspuesta la entrada, el grupo tard un instante en acomodar su visin a la oscuridad del recinto. Dos o tres mujeres sentadas al borde del breve pasillo por donde debieron pasar, analizaban con frialdad y casi con desprecio la poca viabilidad que, para sus particulares pretensiones, posea cada uno de sus integrantes. Y vos, pendejo... qu edad tenis? le pregunt a Sebastin la ms joven de las mujeres, la que a pesar de la agresividad que trasuntaba, no lograba convencer a nadie que tuviera la edad requerida para operar en ese lugar. Dieciocho... alcanz a contestar Sebastin, antes de ser rescatado por sus compaeros y conducido al lugar en donde haban juntado dos mesas para instalarse. Cinco o seis parejas bailaban en la penumbra provocada por la escasa luz y la espesura del humo. El maloliente efluvio del licor descompuesto se mezclaba por partes exactamente iguales con el hedor del tabaco adherido a los ceniceros, mesas y muros. El grupo de mujeres haba seguido a los hombres, sentndose en una mesa cercana. Desde el lugar comenzaron a descubrir y a exhibir sus llamativos atributos, seguras de que aquello constituira suficiente mrito para ser llamadas a compartir la mesa y los tragos. Una lastimera cancin de Palmenia Pizarro saturaba dos viejos y ensordecedores parlantes. Las mujeres, que saban muy bien la letra de aquellas baladas, competan entre ellas para ver quin lograba el tono ms cercano a la conocida y fatal artista. Un tro msicos tsicos reemplaz ms tarde a la msica envasada. Interpretaban con piano, bando-nen y violn un tango difcil de reconocer, por la exagerada prolongacin de algunas de sus notas, pero que para el vetusto cantante eran fciles de mantener. En ese instante los bailarines eran ms numerosos y entusiastas. Algunos recorran la pista de lado a lado. Otros exhiban pasos y giros olvidados por el tiempo y enredados por el licor. Dos" o tres des-provistos' de toda inhibicin, declamaban la sentida letra del tango con gestos que eran ms propios del arte dramtico que del popular ritmo porteo. Pero una pareja situada en el fondo del recinto, ya casi no segua el ritmo de la msica: el hombre recorra ansioso las carnes, que como volutas le sobresalan a la rolliza mujer de sus ajustadas y mnimas ropas. En tanto, ella pareca haber perdido toda nocin o sensibilidad de su cuerpo, pues su mirada pareca estar ms concentrada en el trajinar de quienes se desplazaban por el lugar. El grupo se haba ubicado en mesas al borde de la pista, desde donde el garzn aseguraba que poda verse perfectamente todo el espectculo, que estaba por comenzar. Para ellos, y especialmente para el sorprendido Sebastin, ya era show o parte de este, todo lo que haba visto durante esa noche. Cchense al pianista dijo alguien, para que miraran al quijotesco hombre que, gibado y con las espaldas como un garabato, golpeaba corno autmata las irregulares y amarillas teclas del antiguo y desafinado instrumento. Solo el movimiento de sus manos segua el ritmo de la msica. Su cabeza se meca apenas, pero sin la necesaria independencia de su cuerpo, y para mirar requera girar prctica-mente todo el tronco. Pero lo que ms risa provoc en el grupo fue su mirada. Sus ojos eran convexos como los de un pez (como un sapo, acot alguien), pero con los prpados a medio cerrar. Su rostro blanquecino pareca desconocer por aos el sol. Y las venas rojizas y azules, a punto de estallar, cubran sus pmulos, recorran su frente y convergan todas hacia una semafrica nariz. Alguien le sirvi un trago a Sebastin. Este no lo quiso rechazar, para no volver a la discusin sobre su edad. Bebi lentamente parte de su contenido, haciendo un gran esfuerzo para que no le ocurriera lo mismo que con el whisky. El brebaje lo hizo estremecer y una convulsin, que no logr controlar, lo recorri de pies a cabeza. Sus compaeros se haban despreocupado un tanto de l, pues en ese instante seguan con toda atencin lo que estaba ocurriendo en el breve escenario. El cantante, que haba reiniciado un tango, debi golpear fuerte la espalda del famlico y somnoliento pianista, para que este entrara con su acompaamiento. El flemtico msico, sin ningn atisbo de sorpresa, ni de desagrado, empez su interpretacin en forma absolutamente natural. Cuando a Sebastin le sirvieron la segunda piscola, sinti de pronto la urgente necesidad de dirigirse al bao para vomitar. Al entrar al pequeo y maloliente cuarto, golpe sin querer a alguien que en ese momento ocupaba el lavatorio. Perdn, no lo vi. No pasa nada, compadre, pase no ms. Entonces, en cuanto logr meterse dentro del cubculo en que se encontraba la taza del ba, derram todo su vmito sobre esta y mancho todo el piso. Un largo lamento, casi inconsciente guio a aquella brutal reaccin de su organismo --Puta que est cagado, compadrito le dijo entonces el hombre:, cuando el joven se acerc y le pidi permiso para ocupar el lavatorio. Quiere algo pa' que se le pase todo de un viaje? Sebastin no con este. Tan solo pudo levantar su vista para buscar su..rostro en el espejo que tena al frente. Trat de ajustar su enfoque, pero su visin se mantuvo confusa. --Qu es? --pregunt despus de un rato. El hombre, que no haba dejado de arreglar su peinado, su traje y su corbata, simul no haberlo escuchado. Trese una pura linea. .compadrito... Va a quedar como avin, se le va a pasar todo el malestar y puede seguir tomando toda la noche si quiere. Sebastin perciba difusamente a aquel hombre .joven de pelo claro y saItones ojos celestes, que luchaba por sostener un terno que claramente era dos o tres ta!ha mayores a la propia. Cunto?Treinta lucas... veinticinco... No, no tengo plata. Quince. No. Yal... dame diez. Cinco. Ya, gen... Sabs cmo se hace? No. El hombre se guard el billete y sac un pequeo papel doblado en varias partes, lo extendi y dentro apareci un polvo blanco y escaso. Acomod su mnimo contenido en uno de los pliegues rectos del papel y luego le pas una pajita al joven. Jale, compadrito dijo bajito en tono de complicidad, poniendo en ese instante su pie en la parte baja de la puerta, para impedir momentneamente la entrada. Agchate pos, gen exclam el hombre cuando vio que Sebastin amenazaba volcar el con-tenido con su torpeza. Jala! Qu? Aspira, gen. Lueg, el hombre puso la pajita en la otra fosa nasal y Sebastin volvi a realizar la aspiracin. --Ahora tenis que esperar un poco. El muchacho se arremang la camisa y agach su cabeza hasta casi rozar el lavatorio, se lav con fuerza la caray se moj el pelo hasta dejarlo estilando. Despus se enderez para buscar su rostro en el espejo. Esta vez no tuvo problema para encontrarlo. Sonri, maravillado. No senta ningn malestar, estaba absolutamente lcido, despejado y radiante. Qu tal? Excelente, compadre, estoy a cien! --respondi Sebastin en el lmite superior de la euforia. ,Quers otro?... Te vai a sentir como avin... Cunto? Veinte, compadrito... Usted ya sabe que es de primera. No, no tengo plata respondi, y de un salto sali del bao, empujando al hombre que se haba ubicado delante de l, obstaculizndole la salida. Al volver donde sus amigos de juerga, se encontr con que tres de ellos bailaban al son de un grupo musical, cuyos bronces 'blanquizcos sonaban no mejor que la banda de un circo campesino. Los cinco o seis msicos diferan de los anteriores, no tan solo por sus temas, que ahora eran romntico-tropicales, sino por su aspecto y la uniformidad de sus chillonas vestimentas. Sendas franjas de pelo rasurado a ambos costados de la cabeza, trenzas de colores estridents y numerosos aros multiformes ensartados en sus orejas, les infundan un aspecto realmente tropical. Sacados de un barrio pobre de Miami, pens Sebastin que dira su crtico profesor de Sociales. Cuando la msica se detuvo, un hombre flaco, canoso, de descomunales orejas y de amarillento terno blanco (el "Jaco", le dijo alguien al odo a Sebastin, que entendi era el dueo o anfitrin del lugar) se acerc al micrfono. Luego de algunas alusiones humorsticas gruesas y directas hacia los msicos y. personal del local para preparar el nimo de los concurrentes, las que fueron celebradas con carcajadas ms burlescas que verdaderas, procedi a iniciar la presentacin de una bailarina caribea que, segn sus propias palabras, tena el demonio en la sangre. Aunque trasnochados, entusiastas aplausos precedieron la entrada de una joven que, a pies descalzos, haca su aparicin en el pequeo escenario, iniciando una danza rtmica 'cuyo movimiento de caderas y cintura cautivaron y atraparon de inmediato la atencin de aquel pblico, en especial el masculino. Despus del primer tema, la frgil danzarina salt de la tarima y comenz a recorrer la pista, quedando casi a centmetros de aquellas miradas gozosas y complacidas de haber encontrado, por fin, lo que haban buscado toda la noche. Los acompaantes de Sebastin eran quienes ms escndalo provocaban cada vez que la joven pasaba por delante de ellos. Sus manos extendidas con los dedos abiertos simulando estar posados sobre el busto de la joven, los gritos ensordecedores y sus rostros desencajados por la avidez que aquel gracioso cuerpo les provocaba, les impedan darse cuenta de la bulliciosa trifulca alrededor de su mesa. Ella, conocedora profunda del comportamiento del macho en manadas y adems sometido a los efectos del alcohol, recorri una y otra vez la pista, gozosa, plena y halagada con los mugidos que despertaba con cada uno de sus requiebres. Su pelvis y su busto eran usados en forma alternada para exaltar al grupo de fieras, que reaccionaban con cada gesto de su domadora. De pronto, la msica se cort y un hombre de color, parado ante un par de tumbadoras, inici la percusin de un ritmo violento y febril. La joven lo acogi y, como si entrara en trance, inici una danza frentica, que por momentos daba la sensacin de no poder controlar. La minscula tanga incrustada entre sus glteos, no cubra sino un mnimo de su enloquecida pelvis. Su busto describa con el lpiz de sus pequeos pezones volutas interminables en el aire. El anunciador se acerc nuevamente al micrfono, lo golpe con su mano y luego anunci:. Atencin, seores... Vamos a ver si esta noche hay hombres que se atrevan... Quin de los presentes acepta el desafo de bailar con Jessica Jasmn? Sebastin se puso de pie como si su silla hubiese tenido un resorte, y con el espontneo aplauso y los sonoros vtores de sus compaeros de parranda, salt a la pista pleno de jbilo y entusiasmo. En tanto, el animador completaba su mensaje diciendo que Jessica Jasmn tena un premio increble para quien osara ser su acompaante esa noche. Los aplausos se redoblaron cuando el joven se dej llevar con la mayor naturalidad y un mnimo esfuerzo, por el ritmo de las tumbadoras. Luego, comenz a exhibir lo mejor de su repertorio de merengues, cumbias, saltas y dems ritmos tropicales que la Berta le enseara, cuando practicaba con l las lecciones de baile que haba tomado en una salsoteca de Bellavista. Pero la euforia de Sebastin no llegaba hasta ah. Despus de los primeros minutos y una vez que el ritmo se le haba "metido en la sangre", como sola decir la Berta, comenz por sacarse la camisa, luego las zapatillas y finalmente se arremang los pantalones. La joven artista era la ms sorprendida con tal desparpajo. Lo que para ella era casi una rutina eso de bailar con cualquier borrachito sacado del pblico--- se le haba transformado en ese torbellino humano que estaba all delante de ella, robndole totalmente la atencin de un pblico que siempre haba mantenido cautivo. Solo haciendo un gran esfuerzo logr culminar decorosamente su nmero. Jessica Jasmn termina ahora su presentacin entregando el premio a este joven que tan bien lo ha hecho anunci el "Jaco" desde el micrfono. La joven lanz las ltimas de sus prendas nti-mas que tan tmidamente le cubran lo ms secreto de su graciosa anatoma, a un rincn del escenario. Luego, cuando la msica fue ralentizando su ritmo y bajando su intensidad, ella cogi con ambas manos la cabeza del joven y cadenciosamente fue hacindola bajar para que Sebastin quedase encajado en medio de su pecho. --- Un gran aplauso para Jessica Jasmn! grit el anunciador, al tiempo que la orquesta iniciaba una fanfarria con la ,que la joven desapareca de escena luego de haber cogido sus prendas ntimas a la pasada. En ese instante, el grupo completo salt sobre la pista para levantar en andas a SebaStin, quien pleno, eufrico y gozoso, alz sus brazos al cielo.