El beso de la Inmortalidad Alice Moon 1er capitulo

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Alice Moon Amor de sangre - El beso de la inmortalidad

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1er capítulo del libro EL beso de la Inmortalidad de Alice Moon de la editorial Libros de Seda.

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Alice MoonAmor de sangre - El beso de la inmortalidad

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Alice Moon

Amor de sangreEL BESO DE LA

INMORTALIDAD

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El beso de la inmortalidad. Libro 1 de la serie Amor de sangre

Título original: Kuss der Unsterblichkeit. Blood Romance 1

© Alice Moon© de la traducción: Carmen Villa Menéndez

© de esta edición: Libros de Seda, S.L.Paseo de Gracia 118, principal08008 [email protected]

Diseño de cubierta y maquetación: Pepa y Pepe DiseñoImágenes de la cubierta: Loewe, Depositphotos, Thinkstock

Primera edición: abril de 2013

Depósito legal: B. 8613-2013ISBN: 978-84-15854-09-8

Impreso en España — Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajolas sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cual-quier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y ladistribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar oreproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

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Solo tenemos una hora. Y cuando una hora es feliz, es mucho.

Theodor Fontane

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Capítulo 1Sé que es un milagro, aunque la verdad es que no creo enlos milagros.

Hace tanto que no veo a mi padre así… apenas logroacordarme. Tiene un aspecto relajado y satisfecho.

Se me saltan las lágrimas. Pero no son el tipo de lágri-mas que duelen, sino lágrimas que lavan el dolor, que hacen desaparecer la niebla que me rodea desde hace me-ses, que por fin me dejan ver con claridad, que me hacenla vida visible de nuevo.

Lloro solo para mí. Un llanto silencioso, para que no sedespierte. Aún tiene que cuidarse, debe recuperarse. Lo halogrado, esta vez estoy segura. No le volveré a dejar solo ja-más. Nunca más.

Parpadea, abre los ojos. Sus ojos marrones, descansados.Unos ojos que durante largo tiempo han permanecido

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cerrados sin ver la luz. Me sonríe y le devuelvo la sonrisa.Ahora todo irá bien. Podré escuchar su cálida voz y abra-zarle, sentir su olor de hogar, de felicidad y de plenitud.

Me dirijo hacia él despacio, no quiero estropearlo. Con cuidado, alargo mi mano hacia la suya. Está ca-

liente y viva. Es auténtica, es de verdad. No ha sido unailusión. Esta vez no…

Dustin se apresuró por el oscuro pasillo hasta la escalera.No encendió la luz, con la escasa claridad nocturna po-día ver de sobra. La noche le atraía, lo llamaba, y él se-guía su voz. Ansiaba el aire libre, anhelaba ese silencioaterciopelado y oscuro.

Por precaución, había decidido no llevar zapatos. Erapoco probable que le oyese alguien a las cuatro de la ma-ñana allí, en la parte abandonada de la residencia; sinembargo toda precaución era poca. Dustin no queríallamar la atención ni en su nuevo instituto ni en la pe-queña ciudad de Rapids. Pero, sobre todo, no quería en-contrarse con nadie antes de lo necesario. Las últimashoras para él solo eran siempre un regalo. Eran horas enlas que, por un breve espacio de tiempo, el pasado per-día peso y el futuro se extendía aún inmóvil ante él,como un mar en calma.

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Horas intactas en las que no había nada decidido,que aún no revelaban nada del mañana que se acercabainexorable. Horas de expectación, llenas de promesas,que albergaban posibilidades y milagros, y que no esta-ban envenenadas por ninguna decepción… Las contadashoras vírgenes antes de un nuevo comienzo. Dustin dis-frutaría esas horas tanto como pudiese, intentaría des-componerlas en partículas más pequeñas, en minutos ysegundos, para saborearlas hasta la última gota. Quizá loconsiguiera, aunque ya no contemplaba toda la incerti-dumbre que tenía ante él con la misma alegre excitacióny curiosidad de antes. Había demasiado en juego, cono-cía ya las reglas demasiado bien.

Sentía desasosiego. Estaba nervioso, nada sorpren-dente después de todo lo que había pasado en las últi-mas semanas. Pero quizá allí pudiera reponerse un poco.Se había decidido expresamente por la aburrida ciudadde provincias de Rapids cuando unos días antes habíatenido que abandonar precipitadamente Chicago. Y esque lo que necesitaba Dustin era tranquilidad. Además,Canyon High era uno de los pocos institutos que con-taba con una residencia en la que se alojaban los estu-diantes que cursaban allí un año de intercambio o cuyospadres estaban de viaje a menudo. Esto le había aho-rrado a Dustin la pesada búsqueda de alojamiento.Afortunadamente, le habían asignado una habitación

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individual en el recinto del instituto, una habitaciónubicada en el ala oeste y, por tanto, en la parte antiguade la residencia.

—Bueno, joven, se te ha hecho un poco tarde para lasolicitud —le había dicho disculpándose un bedel depelo canoso cuando Dustin se sentó al otro lado del es-critorio de su despacho—. Este año todos los demásalumnos se han cambiado al nuevo edificio. Si hubierasabido que aún vendría alguien más, seguramente habríapodido arreglarlo de alguna forma, pero ahora ya... Enfin, quizá surja algo durante el semestre y puedas cam-biarte.

Dustin había asentido.—Pero también tiene sus ventajas —había murmu-

rado el viejo—. Al fin y al cabo, tienes toda el ala oestepara ti solo. Como mucho, alguna vez pasará allí la no-che algún que otro ponente invitado o padres que ven-gan de visita. Eso sí, mejor que no seas un gallina. —Elbedel había mirado a Dustin con una sonrisa torcida—.Aunque a mí me pareces bastante sensato.

—En serio, no es ningún problema —Dustin habíacontestado educadamente y escuchado las instruccionesrespecto al reglamento interno.

—Y también hay otra cosa a la que deberás prestar es-pecial atención —había explicado el viejo antes de de-jarle dos llaves en la mano—. Esta grande es la de tu ha-

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bitación. Y la más pequeña es para la entrada principalal edificio nuevo. Utilízala cuando entres y salgas deledificio, ¿capito? Después de las diez la puerta deberíaestar siempre cerrada.

Dustin había hecho un gesto afirmativo mientras elhombre proseguía.

—Antes la entrada principal de la residencia estabaen el ala oeste, pero desde las reformas esa es ya solo unasalida de emergencia y no puede cerrarse nunca. Ade-más, está estrictamente prohibido merodear por la viejaescalera. Si veo a alguien fumando tendrá problemas.Eso también vale para ti, aunque creas que como únicoocupante del ala oeste tienes todas las libertades. Man-tente lejos de la escalera y utiliza la nueva entrada princi-pal, como todos los demás.

Dustin había asentido de nuevo, sintiéndose como unniño pequeño al que se le manda a la cama a las siete y queno coma ningún dulce después de lavarse los dientes.

—Bueno, y ahora viene algo un poco más complicado.—El bedel había sacado otra llave con una cinta azul ataday lo miraba con seriedad—. Esta de aquí es la llave de lanueva puerta de seguridad entre el edificio actual y elviejo, donde está tu habitación. Ven, te la mostraré.

Habían subido al primer piso del edificio nuevo ydesde allí habían recorrido un largo y solitario pasillohasta una gran puerta de cristal.

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—Esa de ahí es la vieja ala oeste, ahí está tu habita-ción —había explicado el viejo mientras señalaba haciael otro lado del vidrio—. Ahora en el piso de abajo hayalmacenes. Espero que el primer piso esté bien. El restosolo puede utilizar esta puerta protectora en caso deemergencia, y únicamente se puede abrir desde estaparte. —Giró el picaporte y abrió la puerta, y despuésdejó que se volviera a cerrar—. Desde tu parte solo hayun pomo, para que nadie pueda entrar a robar en el edi-ficio a través de la salida de emergencia. Así pues, debesabrir siempre con llave cuando quieras atravesar el edifi-cio nuevo. Y para eso necesitas esta llave. Pruébala.

Dustin había ido obediente al otro lado de la puertay la había abierto desde allí. El bedel había asentido sa-tisfecho.

—Bien, y esta llave no se la dejes a nadie. A continuación le había llevado por fin a su pequeña

habitación amueblada. Dustin se había sentido más que aliviado: imposible

haber encontrado algo mejor. En otro tiempo no hu-biera pensado lo mismo, y no habría dejado piedra sinremover hasta conseguir estar en el centro de todo, en elmeollo. Pero de momento así era perfecto: tenía todo el ala para él, no parecía probable que los demás fueran aabandonar voluntariamente su moderno y lujoso edifi-cio con expendedores de chocolatinas, salas comunes y

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cibercafés para pasar el rato por ahí. Así podría, en pri-mer lugar, tratar de recobrarse y, cuando quisiera ocuando le urgiese, salir al exterior sin ser visto a través de la desierta escalera.

El muchacho había guardado la llave de la puerta deseguridad en el cajón de su escritorio, para tenerla siem-pre a mano cuando quisiera salir a través del edificionuevo. Pero esperaba que el bedel tuviera cosas mejoresque hacer que estar pendiente de por qué puerta salía dela residencia. A pesar de la prohibición utilizaría la sa-lida de emergencia de la escalera del ala oeste… sobretodo cuando tuviera que salir por las noches. De esaforma nadie le haría preguntas estúpidas sobre sus oca-sionales salidas y, además, podría escabullirse más fácil-mente de las fiestas de la residencia y las rondas de cer-vezas furtivas.

Tan solo unos años antes era Dustin el que organi-zaba ese tipo de juergas, y era conocido como anfitriónde las fiestas más populares. Todo el mundo se pegaba,por así decirlo, por hacerse con una invitación de Dus-tin, el rey de las fiestas, el garante del éxito de las veladas,el anfitrión perfecto y pródigo, que siempre estaba debuen humor y a cuyos pies caían rendidas las mucha-chas. Habían sido buenos años, sin preocupaciones niinquietudes. Años sin hambre voraz, sin presentimien-tos amenazadores y sin la terrible verdad. Estos sombríos

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acompañantes se habían ocultado hábilmente de Dustindurante mucho tiempo, aunque siempre se hubieranmantenido cerca de él y hubiesen aguardado en oscurosrincones a su gran salida a escena. Y cuando salieronarrastrándose de sus escondrijos y se rieron en su caracon malicia trajeron consigo la eternidad. Y desde en-tonces se habían quedado. No volverían a perder devista a Dustin… como tampoco lo haría ELLA.

Pero él había aprendido la lección. Y por ello en esaocasión trataría de pasar lo más desapercibido posible. Al menos hasta que conociera el alcance de su transfor-mación. Aún no podía saberlo con exactitud, en casoscomo el suyo pasaban al menos un par de días hasta quesu estado se volvía a estabilizar. Sin embargo, temía que elimpacto fuera esta vez muy fuerte. Tenía que esperar unpoco más, tenía que contar con cambios en su carácter yen su cuerpo.

Cuando Dustin salió al exterior y respiró hondo elaire de la noche, sintió cómo iba reduciéndose un pocola tensión de las últimas semanas. Con el paso deltiempo, la oscuridad se había convertido en protectora,en confidente y en hogar. En un segundo mundo silen-cioso que había llegado a conocer casi tan bien como lavida de la que antaño no se cansaba nunca, saturada decolores chillones y ruidos estrepitosos, risas engañosas ypalabras inútiles. Una vida que tantos otros vivían a su

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lado, pero que no vivían con él. Una vida que, aunque escierto que le sedujo con horas, días, semanas y años, leocultó el valor del tiempo. Una vida llena de aburri-miento...

Dustin notaba cómo sus sentidos se adaptaban a lanoche: se aguzaban, ganaban en intensidad. Aunque nohubiera sabido que era final de septiembre habría po-dido adivinar la época del año con exactitud. Sentía elolor del verano agonizante, podía identificar claramentecada desnivel y cada mala hierba entre los adoquines delrecinto escolar y percibía con precisión cada crujido ychasquido de los árboles y habitantes del bosque deCanyon Forest, situado a unos doscientos metros del recinto y lindante con él.

Sí, sus sentidos habían experimentado una clara me-jora, lo cual era un indicio de que se había acercado másal otro lado. Y eso significaba al mismo tiempo que habíavuelto a perder un pedacito de sí mismo. Ya al princi-pio de esa noche lo había sentido, cuando se habían disi-pado los últimos efectos de su crimen, cuando su corazónse había vuelto más y más tranquilo y cansado, como siquisiera echarse a dormir. La niebla se había vuelto a cernir sobre Dustin como una capa sucia y helada, soloque más pesada y densa de lo habitual. Ya entonces había sospechado que el precio pagado esta vez había sidomuy alto.

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Pero quizás aún no estaba todo perdido, quizá que-daba todavía algo de él. Lo suficiente como para seguirviviendo con ese resto.

Vivir… Dustin resopló con desdén. De algo sí estaba seguro: ya no se recobraría tan rá-

pido. Incluso era posible que no lo lograse nunca. Nece-sitaba una pausa para asimilar lo ocurrido. Para conjuraresas horrorosas imágenes de su memoria. Esa delicadacara, esos ojos que lo habían mirado llenos de miedo ycon una súplica muda hasta el final. Hasta que todo ha-bía acabado. Dustin se estremeció.

Había cometido un error, lo tenía claro. Un enorme eimperdonable error, que no se podía repetir bajo nin-guna circunstancia. Fue demasiado ingenuo, a pesar delos años había pecado de irresponsabilidad. Tenía queestar alerta, en guardia. En guardia por él mismo y, porsupuesto, por ELLA. ELLA le encontraría. Antes o des-pués volvería a descubrirlo. Y él debía estar preparadopara ello. En todo momento y en todo lugar, porqueELLA era poderosa y fría.

Dustin sintió hambre por primera vez desde el inci-dente. Una sensación desagradable, urgente y punzante.Ya era hora de ponerse en camino y reponer fuerzas. Ne-cesitaría estar fuerte para superar bien el primer día.Porque los primeros días eran siempre los más duros.Aunque tenía ya práctica y, siempre que cumpliese rigu-

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rosamente las reglas que se había impuesto para su es-tancia en el Canyon High, no tenía nada que temer.Unas reglas que en ese caso eran más importantes quetodos los propósitos del pasado. Otro error le podríacostar a Dustin lo poco que aún le quedaba.

Se volvió lentamente con los ojos cerrados, aguzando elolfato, como si quisiera seguir un rastro. El bosque vecino,el Canyon Forest, era otro punto a favor del nuevo hogarde Dustin. Allí encontraría siempre sin problemas y sinllamar mucho la atención algo que calmase por un breveespacio de tiempo su hambre, aunque no así su deseo.Sería suficiente para no hacerse notar y no cometer nin-guna estúpida imprudencia. Ni un paso en falso más. Nidesvaríos ni palabras bonitas. Ni promesas precipitadas.

Sin hacer ni el más mínimo ruido, Dustin se puso encamino. Con su paso ligero y ágil casi parecía deslizarsepor el bosque en medio de la noche. En lo que no reparófue en la figura que le observaba desde una ventana de laotra ala de la residencia y que más tarde se dirigió a tra-vés de la oscuridad hacia el ala oeste...

Me hace bien sentir el calor de su cercanía. Pero me doycuenta de que es suficiente por el momento; no solo para él,también para mí. Ya sé que ahora todo va bien, que todo

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irá bien… como antes. De pronto volvemos a tener tiempo.Tiempo valioso, que merece la pena vivir.

Aún debe dormir un poco, tiene que descansar. Sonríoa mi padre por última vez, quiero soltarme suavementepero su mano no me deja.

Me sujeta. Más y más fuerte. Sus dedos se vuelven fríos,fríos y huesudos como los de un esqueleto, y agarran mimano como una mordaza. No puede ser, no es posible,debo de estar equivocada. Esto no está pasando, no es ver-dad. ¿Dónde están sus ojos? Busco sus dulces ojos marronespara que me digan: «Todo está bien, no te inquietes, cál-mate, estos son solo los últimos confusos mensajeros de tupropio miedo…».

Pero en vez de eso veo dos cuencas oscuras en un rostroflaco y exangüe.

¡Fuera, fuera, quiero salir, volver a mi niebla! Allídonde todo es brumoso, impreciso y calmado. No quierover esto, no quiero volver a vivirlo, otra vez no.

«Tú estabas aquí, papá, tú aún estabas aquí, ¡estabasde verdad, eras tú!», quiero gritar, pero de mi gargantano sale ni un sonido.

En vez de gritar, lo siento. Siento cómo se acerca sigilo-samente, cómo me cerca, cómo se desliza dentro de mí.Este indescriptible y terrible frío contra el que nada puedohacer. El frío que se abre camino sin piedad por todas misvenas hasta que alcanza mi tembloroso corazón, que rodea

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con su mano fría y comprime hasta que este deja de defen-derse y se transforma en un pedazo de hielo inmóvil. En-tonces grito por fin…

Sarah se sobresaltó por su propio grito. Respiraba condificultad; estaba sentada en la cama y tenía el camisónhúmedo y pegado al cuerpo. El corazón le latía confuerza en el pecho, como si quisiera estar seguro de queya estaba por fin despierta y que había ahuyentado la pe-sadilla que se había colado en su sueño para robarle lacalma. Que vivía y respiraba. Sí, estaba despierta. Estabaviva. Ella sí.

Sentía en la boca un sabor metálico, dulce. Debía dehaberse mordido la lengua. Junto con la sangre y la sa-liva, trató de tragar también a través de la garganta secalas terribles imágenes de la noche. Pero esta vez necesi-taría más tiempo del habitual para calmarse. Esta vez ha-bía estado más cerca de él que nunca... Qué crueles, quéengañosos podían ser los sueños.

Recitó mentalmente el alfabeto al revés. Se concen-traba en inspirar durante tres letras y expirar otras cua-tro letras. Eso ayudaba. Hacía más de un año que le ayu-daba. Desde que su madre y ella se habían mudado deChicago a la pequeña casita de Rapids, una ciudad de

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provincias no muy lejos de Madison. Desde que la ace-chaba ese horrible sueño. También en otro tiempo le ha-bía resultado de ayuda cuando notaba que sus emocio-nes se desbordaban de nuevo; cuando amenazaba conexplotar, con ponerse a dar gritos; cuando en su estó-mago se cernía una oscura nube que luchaba por salir ala superficie.

—Sin duda ese carácter temperamental lo has here-dado de mi padre —le decía siempre su madre cuando latomaba con ella. Sarah se había sentido orgullosa, y esque había admirado mucho a su abuelo. Había sido in-vestigador y había conseguido grandes logros en suvida—. Y eso —afirmaba la madre de Sarah— porqueera un hombre que vivió con pasión. Que era generoso ytolerante, pero también orgulloso. Disfrutaba de las co-sas más pequeñas como un crío y con el mismo fervor seenfadaba por tonterías. Y en ocasiones podía ser bas-tante rencoroso…

Sarah tenía ahora su carácter temperamental bajo con-trol, o mejor dicho, estaba cada vez más y más dormido,y salía a la luz solo en contadas ocasiones. Quizá porquelos sentimientos eran demasiado duros y perturbado-res. Los sentimientos significaban que uno se sublevabacontra algo, se rebelaba, apostaba por una cosa, por unapersona, luchaba por sus derechos, pues algo era impor-tante para uno. Los sentimientos requerían fuerza. Igual

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que la risa cuando lo que a uno le apetece es llorar. Y ellacarecía de esa fuerza. La había perdido el día que su padrehabía muerto.

Sarah sintió cómo su corazón se calmaba y encogía, ellatido se apaciguaba. Con dedos húmedos, palpó bus-cando el interruptor de su mesita de noche y encendió laluz. Echó una mirada al despertador y vio que ya eranmás de las seis y, por tanto, demasiado tarde para volvera dormirse. De todos modos, en media hora ya sería lahora de levantarse y vestirse, de aparecer de buen humorpara desayunar y de regalar a mamá un aspecto radianteque le hiciera creer que todo estaba bien. De momento,así era como mejor funcionaba. Así lo habían acordado.Después se subiría en el bus y se dirigiría al inicio de unnuevo curso.

«Al menos ya es martes, así que será una semanacorta», pensó Sarah. Y por lo demás, ese primer día traslas vacaciones sería también más fácil que el del últimoaño. Sarah se estremecía al recordar el momento en queel director le dio la bienvenida ante todo el mundo y to-dos los ojos se dirigieron hacia ella. Pero hoy podríaahorrárselo. Ella no sería una de los novatos. Ya no lamirarían boquiabiertos todos los jugadores de fútbol,los empollones y las animadoras, que con afán sensacio-nalista querían descubrir a qué grupo se uniría Sarah,con quién pegaba y por qué se había cambiado de insti-

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tuto. Esta vez la dejarían en paz. Estaba catalogada comoagradable, callada, difícil de conseguir para los mucha-chos y aún más difícil de encasillar. Tildada como apén-dice ocasional de la pandilla en torno a la guapa de Ca-rol y como amiga de la singularmente reservada May.Como asistente poco habitual de fiestas, nunca incli-nada a los besuqueos ni al alcohol. Como una alumnabien vista, aceptada, pero que nunca se echaba de menosde verdad.

Sarah bostezó. ¿Había alguna descripción mejor de«aburrida»? Tomó un trago de agua del vaso mediolleno que reposaba junto a su cama. Estaba tibia y se ha-bía ido todo el gas, pero aun así le sentó bien, y es quetenía la punta de la lengua áspera como papel de lija.Con cierta vacilación, palpó después en busca del sobreque estaba bajo su almohada.

Hoy era su cumpleaños. Hoy hacía diecisiete añosque su padre y ella se habían mirado por primera vez alos ojos. «Hola, pequeña Sarah. Yo soy tu papá. Y estode aquí es el mundo, tu nuevo hogar.» Esas fueron lasprimeras palabras que Sarah oyó de su padre. Y él se ha-bía acordado en cada uno de sus cumpleaños y habíaafirmado que Sarah le había mirado entonces con losojos muy abiertos y respondido con una sonrisa de com-prensión. Ya desde su duodécimo cumpleaños, cuandovenían sus amigas a casa, a Sarah la historia le sacaba de

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sus casillas y se avergonzaba de su padre. Pero hoy le ha-bría gustado escuchar la historia de su nacimiento y enparticular aquellas primeras palabras.

Las primeras palabras... Sarah respiró hondo. ¿Acasono era su cumpleaños una buena ocasión para abrir lacarta? ¿A qué esperaba? Sintió cómo su corazón volvía aagitarse. No, aún era muy pronto. Una vez hubiera leídola carta ya estaría todo dicho. A esas líneas no les suce-dería nunca ni una sola palabra. Sarah quería guardarseesas últimas palabras de su padre, no quería devorarlascon los ojos y malgastarlas. Dejaría pasar más tiempo.De todas formas, su vida no podía ser más aburrida, es-taba formada por ratos interminables… ¿Qué signifi-cado tenía ya el tiempo? Sarah acarició el sobre con cui-dado y escuchó los pasos de su madre acercándose.

—Sarah, cariño, ¿estás despierta? —dijo antes de lla-mar a la puerta, como siempre más fuerte de lo necesario.

—Mmmm…—¡Ya puedes ir al baño! Sarah apartó lentamente la manta. Antes siempre ha-

bía tenido un baño para ella sola, sin embargo ahoracompartía con su madre un espacio minúsculo con du-cha, lavabo y azulejos de flores. Su madre lo encontrabamuy acogedor, pero Sarah se golpeaba continuamenteen los codos con todo, así que siempre tenía moratones.A veces envidiaba a su amiga May, quien, como ella, ha-

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bía llegado a Canyon High el año anterior. May teníauna habitación en la residencia, no especialmentegrande, pero espaciosa de sobra. Y, sobre todo, tenía unbaño para ella. El día anterior May le había contado porteléfono que desde el traslado al nuevo edificio teníaaún más espacio.

—Quizá puedas subalquilarle la ducha a alguien —había dicho ella riendo.

Pensar en May le hacía más fácil levantarse. Ella y lamuchacha guapa y callada, con sus mechones rubios ysus radiantes ojos azules, se habían entendido bien desdeel principio y sin demasiadas palabras. May no era unade esas cotorras que se le cuelgan a una del brazo y aco-san a preguntas para averiguar cualquier detalle privado,solo para después soltar la historia de su propia vida,«mucho más interesante». May era introvertida, res-pondía siempre con amabilidad cuando le preguntaban,pero por lo demás no contaba mucho sobre sí misma.De hecho, a Sarah esto le iba muy bien, porque así tam-poco ella tenía que exponerse más de la cuenta. CuandoMay le preguntó por qué se había mudado su familia aRapids, le había bastado con su breve respuesta:

—Fue idea de mamá. Si hubiera sido por mí, nos ha-bríamos quedado en Chicago, pero tras la muerte depapá quería a toda costa un cambio de escenario y salirde la gran ciudad.

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May se había estremecido durante un breve instante,aunque después había asentido y no había vuelto a pre-guntar. Así pues, Sarah no le había tenido que hablar delasesinato en su barrio, otro de los motivos por los que sumadre había decidido mudarse y un tema que Sarah novolvería a mencionar motu proprio. Las terribles fotosdel muchacho asesinado, que mostraban en las noticiasdía tras día, la seguían acompañando, e incluso se cola-ban por las noches en sus sueños.

Ella también había sido breve sobre su propia his-toria, y únicamente le había contado a Sarah que sus padres viajaban a menudo al extranjero por trabajo ynunca se quedaban demasiado en un mismo lugar. Mayles había acompañado durante un tiempo por el mundo,pero después se había hartado del continuo cambio decolegio. Por ese motivo ahora sus padres le pagaban lahabitación en la residencia. Sarah suponía que la familiade May debía de ser bastante rica, pero si eso era ciertosu amiga no alardeaba en absoluto. Era modesta y nuncaiba excesivamente emperifollada ni llevaba ropa de di-seño, como Carol y Anna.

Un vapor sofocante la golpeó al abrir la puerta delbaño.

—Mamá, ¿no podrías ventilar cuando salgas de laducha?

—¡Se me ha pasado!

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Sarah suspiró. Típico de su madre, siempre con elpensamiento en algún otro lugar. Hizo bascular la pe-queña ventana del baño y se quitó el camisón por en-cima de la cabeza. Con una toalla limpió el espejo empa-ñado y se observó.

—¿Por qué siempre llevas vaqueros y esas aburridascamisetas? —le había preguntado Carol al final del cursoanterior—. Sácate partido, eres superguapa. Apuesto aque podrías tener detrás de ti a un montón de tíos buenossi alguna vez te pusieras una falda corta y te pintases losojos. Así tienes un aspecto demasiado pálido.

Sarah cerró los ojos con fuerza. Esos ojos color ave-llana con largas pestañas oscuras y las cejas tupidas se losdebía a su padre. Una vez, estando sentada en el bus ycon su rostro reflejado en la ventana cubierta de lluvia,Sarah había creído por un instante que su padre la mi-raba desde fuera. Por entonces llevaba un par de díasmuerto y aún no se había hecho a la idea de que nuncaregresaría con ella. Había cerrado la puerta a la verdadcomo si de un perro travieso se tratase. Un perro que sa-bemos que espera fuera, que está sentado ante la puertay ladra hasta que ya es imposible no hacerle caso.

Su piel había adquirido en las vacaciones un bonitotono ligeramente bronceado y solo en las zonas dondeno llegaba el sol se dibujaba su habitual tono más claro.Su madre tenía razón, las vacaciones en la casa de vera-

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neo de la Costa Este les habían venido bien a las dos. Nosolo su madre tenía mejor aspecto, ella misma lo notabatambién, ya no estaba tan delgada como el curso ante-rior. En las caderas incluso había aumentado un poco,así que la cintura le destacaba más y su figura resultabamás bonita, ya no parecía un poste andante. En ciertomodo, se había vuelto más femenina, más suave… y esole gustaba. Su pelo castaño claro, que con el sol habíaadquirido unas mechas doradas, había crecido bastantey ya le caía por debajo de los hombros.

Sarah se alejó de su imagen reflejada. De hecho, ya leiba bien si no llamaba mucho la atención, ya fuera con osin maquillaje. Nunca había necesitado tener a muchagente a su alrededor, tampoco en su anterior instituto.Allí únicamente estaba con sus dos mejores amigas,Mona y Jill, a las que conocía desde la guardería. Apartede ellas, solo tenía un par de conocidos. Los muchachosle habían interesado poco hasta entonces, aunque ello sedebía más bien a la falta de oferta. Excepto Dan… De élse había prendado como un año y medio antes en lascompeticiones de deporte de verano. Sí, Dan... Sarah ha-bía sentido más que simpatía por él. Pero no era la únicaque pensaba así, y que a él también le gustase y quisieraquedar con ella había sido una sorpresa. Tenía que reco-nocer que la había desbordado. Quién sabe qué habríapasado si Mona y Jill no le hubiesen dado tanto la lata,

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si no hubieran insistido sin cesar. Quizá no habría acep-tado su invitación a aquella cita.

—Venga, Sarah, al muchacho le gustas. Ahora no seastonta y no dejes que se te escape. Ya va siendo hora de queempieces algo con un tipo. Y Dan está buenísimo, no espara nada uno del montón. No todas tenemos una pri-mera oportunidad increíblemente sexy servida en bandejade plata. —Sarah aún podía oír las palabras de sus ami-gas. Se había dejado más o menos convencer para saliraquella tarde con Dan. No es que no hubiera sido agra-dable, aunque Sarah tampoco sabría decir si de ahí hu-biese podido surgir una auténtica relación. Es cierto queDan se había molestado mucho por ella más tarde y quela había llamado varias veces, pero ella no había queridohablar con él. No después de lo que había pasado aquellanoche mientras se besaban. ¡Nunca se lo perdonaría a símisma! Y así, su historia con él se quedó en nada.

¡Mierda, ojalá pudiera borrar por completo de su me-moria todo aquel asunto! Sarah se sacudió, como si asípudiera librarse de aquel recuerdo. A continuación semetió en la estrecha cabina de ducha. Cerró los ojos ysintió cómo su cuerpo se relajaba lentamente bajo lacapa de chorros de agua y se iba lavando la opresión queaún persistía del miedo de la noche.

«Ojalá tú, horrible pesadilla, pudieras desaparecerpara siempre por ahí, por el desagüe», pensaba Sarah. Sin

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embargo, sabía que siempre regresaría. Quizás en otrotraicionero disfraz, pero lograría abrirse camino de nuevoen sus sueños y volvería a embaucarla con sus engañosaspalabras y rostros, la cegaría y le haría tener esperanza,solo para después lanzarla dolorosamente de vuelta a larealidad, acompañada por terribles imágenes.