El Borde Del Padre, Entre Kafka y La Mano de Dios

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El borde del padre: entre Kafka y “la mano de Dios” (la transmisión de un deseo vivo) Alejandra Loray ¿Cómo hablar del padre, de la función del padre sin repetir lo ya dicho? Casi imposible, de eso se trata la neurosis! Hablar de su declinación en los tiempos del Otro que no existe, es casi un lugar común, por lo que trataré de abreviar algunas cuestiones, para referirme en esta ocasión a la pluralización que hace de “el” nombre como único a los nombres del padre, a la vertiente que lleva a Lacan a postular esta función no solo en relación a la ley o la mortificación, sino a la transmisión de un deseo vivo. Lacan efectúa, en los distintos momentos de su enseñanza una devaluación de lo que puede denominarse “el padre freudiano”, al que a través de la metáfora paterna convierte en el Nombre del padre, significante éste que pasa a denominar a la función misma del padre. La función es definida en matemática, pero también en la acepción lógico- matemática de la lingüística 1 como la relación entre dos elementos, una función pone en relación elementos de dos conjuntos, con lo que podríamos pensar que la función del padre pone en relación lo simbólico e imaginario con lo real del goce, binario que recorre toda la enseñanza de Lacan. El nombre del padre se construye a partir de sistemas de parentesco enlazados por el discurso teológico. El judaísmo, sin nombrar a dios como padre concede la autoridad al padre a partir de que Dios hace de Israel el pueblo elegido, Jesús al llamar a dios padre, sin metáfora, funda la religión del hijo. En la única clase del “Seminario sobre los nombres del padre”, Lacan acentúa la devaluación al hacer del nombre como único, los nombres del padre al tiempo que recurre a la figura de un Dios que no es el de la religión del padre muerto, el de los filósofos ni los sabios, sino el Dios de Abraham y de Moisés, un Dios con un deseo, que se presenta en la forma de una zarza ardiendo, así “… más allá del nombre del Padre

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El borde del padre: entre Kafka y “la mano de Dios”

(la transmisión de un deseo vivo)

Alejandra Loray

¿Cómo hablar del padre, de la función del padre sin repetir lo ya dicho? Casi imposible, de

eso se trata la neurosis! Hablar de su declinación en los tiempos del Otro que no existe, es

casi un lugar común, por lo que trataré de abreviar algunas cuestiones, para referirme en

esta ocasión a la pluralización que hace de “el” nombre como único a los nombres del

padre, a la vertiente que lleva a Lacan a postular esta función no solo en relación a la ley o

la mortificación, sino a la transmisión de un deseo vivo.

Lacan efectúa, en los distintos momentos de su enseñanza una devaluación de lo que

puede denominarse “el padre freudiano”, al que a través de la metáfora paterna convierte

en el Nombre del padre, significante éste que pasa a denominar a la función misma del

padre. La función es definida en matemática, pero también en la acepción lógico-

matemática de la lingüística1 como la relación entre dos elementos, una función pone en

relación elementos de dos conjuntos, con lo que podríamos pensar que la función del

padre pone en relación lo simbólico e imaginario con lo real del goce, binario que recorre

toda la enseñanza de Lacan.

El nombre del padre se construye a partir de sistemas de parentesco enlazados por el

discurso teológico. El judaísmo, sin nombrar a dios como padre concede la autoridad al

padre a partir de que Dios hace de Israel el pueblo elegido, Jesús al llamar a dios padre, sin

metáfora, funda la religión del hijo.

En la única clase del “Seminario sobre los nombres del padre”, Lacan acentúa la

devaluación al hacer del nombre como único, los nombres del padre al tiempo que

recurre a la figura de un Dios que no es el de la religión del padre muerto, el de los

filósofos ni los sabios, sino el Dios de Abraham y de Moisés, un Dios con un deseo, que se

presenta en la forma de una zarza ardiendo, así “… más allá del nombre del Padre

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comienza a ocuparse del deseo del padre y de la causa de su deseo”2, es decir más allá de

la vertiente simbólica del padre el padre está en relación al deseo y su causa.

Esta descomposición del nombre del padre al interior de la teoría y la práctica del

psicoanálisis se produce también por hechos históricos como la revolución francesa y por

la ruptura entre el Nombre del padre y los padres uno por uno entre otras cosas, por lo

que se plantea la cuestión de cómo hacer para que la función opere o cómo

recomponerla. Eric Laurent habla de distintas propuestas de recomposición que se han

promovido, una de ellas del lado biológico o jurídico, versión del innatismo según la cual

“existe una realidad psicosomática de la vertiente psíquica de la paternidad”3 que no

remite a lo simbólico o legal, una especie de gen? Otra de tono socio-afectivo remite a la

experiencia, por la que recomponer al padre es criar a un niño e implicarse en las

interacciones precoces con él. Entre innato y adquirido se podrá decir qué y quien es el

padre. En ambos casos se trata de lo que Lacan, en los 70, llama el padre herramienta, con

los efectos conocidos cuando esta herramienta está ausente.

El nombre del padre es una modesta herramienta sin la cual ninguna comunidad de forma

de vida humana puede sostenerse. El testimonio de Kafka, que se sintió separado para

siempre de sus semejantes humanos, sabía según dice Miller, que este sí mismo, el núcleo

de su ser no encontraría paz, que él no se sostenía en un nombre que sólo tenía en

común con el padre el mismo desamparo. Lo que puede encontrarse en los datos de su

biografía como en la historia de Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis,

reducido a “…una forma de vida a-humana” 4.

En los 70 Lacan señala la tensión entre lo particular de la experiencia que tiene un sujeto

de un padre como tal y el universal de la función, la cual está ligada a una existencia que

supone la articulación sexuada. Esta ficción reguladora, necesaria requiere de una carne

para subsistir. Es entonces que Lacan introduce la pere-versión, una nueva versión del

padre, que no es la figura tranquilizante del buen padre, sino una figura que demuestra

que la función esencial del padre es hacer causa, despertar la cuestión de la causa. Que

cuide a sus hijos, lo quiera o no, y que su causa sea una mujer. Eric Laurent explica este

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hacer causa, en el sentido en que Lacan se refiere a lo poco de realidad que hay en juego,

y que debe hacer causa. Ese poco de realidad que despierta al padre en el sueño relatado

por Freud, y del que el caso de María es su reverso. Ella intenta despertar al padre, al

igual que en el relato de Freud, ella presenta ante él el desborde de sus goces, “padre, no

ves que estoy ardiendo?”, y el padre falta una y otra vez al lugardonde debiera marcar un

borde, más allá del semblante autoritario, es el semblante del semblante.

En este pasaje de la función de garantía del NP a la inconsistencia de los nombres del

padre, la garantía solo está dada por el goce en juego, un padre da garantía de ese lugar si

hace saber que verdaderamente quiso ocupar ese lugar. (En el caso de Maria el padre

culpa a la madre de la adicción de su hija) “la garantía de un goce, la perversión, única

garantía de la función de padre. Como no tiene ninguna razón para estar allí de hecho y es

lo que demuestra la ciencia todos los días (por ej. caso de implantación de embriones

congelados, autorizada por la justicia a una mujer divorciada de su marido hace 6 años), es

que no se tiene necesidad de él, y bien, ya que no se tiene necesidad de él, es

precisamente la ocasión para que demuestre que eso es algo que él verdaderamente

quiso. Y que su goce está en juego en algo donde él está tomado.

Es desde esta perspectiva que creo que el fútbol ofrece un ejemplo de algo de lo vivo que

el padre pone en juego, lo que nombro como “la mano de Dios” (obvia referencia al “gol

de Maradona a los ingleses”). En esta línea creo que es posible enlazar referencia al dios

con un deseo, en relación al goce que Lacan toma en la clase del “Seminario inexistente”.

La marca del padre (padre, tío, hay el uno por uno) en relación al “cuadro” es posible

pensarla como marca indeleble, que perdura mas allá de los avatares de la relación con el

padre, algo que ya es propio, de lo más propio del sujeto, y que le vino del Otro, quizás en

este sentido también éxtimo, tal como se escucha fácilmente en las declaraciones de

cualquiera y se ve en las banderas, creo que no es exactamente igual a la Psicología de las

Masas, esas “masas?”, “grupos?” reunidos en cada estadio, convocados, uno por uno por

una historia singular en la que el padre, algún padre, algo en ese lugar, ha tenido que ver.

No es en este sentido solo el padre simbólico en tanto ley, sino algo de lo vivo del padre

que se ha transmitido.

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Es por supuesto una herramienta simbólica, que constituye uno de los modos posibles de

anclaje, y que como todo nombre es de algún modo tapón frente a la falta que afecta a

los seres sexuados, al padre se tiende sobre el fondo del S(A) tachado, “El nombre del

padre viene a recubrir un vacío no trascendente , sino infinito. Está en el lenguaje, la

herramienta por la cual se franquea el litoral infinito entre algo del goce, y lo que, de la

experiencia de un viviente sexuado puede venir a decirse” 5.

1 Hjelmslev, L. El lenguaje, Gredos

2 Torres M., Semblante, Lacaniana 5/6, Los nombres del padre, publicación de la EOL, 2007

3 Lalurent, E. ¿Cómo recomponer los nombres del padre?, Enlaces N° 10, ICdeBA, Bs.As. 2005

4 Miller, J.A, citado por Laurent en como recomponer los nombres del padre, op.cit.

5 Laurent, E. ¿cómo recomponer los nombres del padre? , Enlaces Nro. 10, ICdeBA, Bs.As.2005